ol ii ciclo vi a - wordpress.com · 2017-04-04 · después de muchas gestiones, por fin...
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Veintisiete hombres y una muchacha
Lo que voy a contarles sucedió hace más de cien años.
Es una historia del año 1844. Es la historia que más se ha repetido en todo el mundo después de la del nacimiento del niño Jesús. Es la historia de veintisiete hombres y una muchacha.
Es una historia a la que se le ha dado muchos títulos. Ustedes también le van a dar un título.
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Para la época de esta historia ocurrieron cambios que afectaron la manera de vivir de mucha gente en Inglaterra. Los tejedores echaban de menos los tiempos ya pasados en que en cada casa había un telar de mano. Lo usaban desde la abuela hasta los pequeñines, quienes ayu-daban en la tarea de tejer la lana, el hilo, o el algodón para hacer las piezas de tela. Ahora tenían que ir a la fábrica a hacer ese mismo trabajo para ganarse el sustento.
Los inventos de Watt, Whitney y Hargreaves hicieron que la producción saliera de los hogares y se concentrara en grandes centros urbanos y se multiplicara. A este cambio se le llamó Re-volución Industrial.
Como unos pocos tenían el capital suficiente para invertirlo en la costosa maquinaria, los demás tenían que esclavizarse por un salario a los dueños de los telares movidos por la máquina.
Los dueños de máquinas y de fábricas querían producir más y más y más artículos. Las ganan-cias subían, subían y subían. Pero los salarios de los trabajadores bajaban y la miseria reinaba en sus hogares humildes.
Estos son parte de los hechos que se sucedieron en esa época. Vamos a comenzar la historia de los veintisiete hombres y una muchacha.
Vivían en el pueblecito inglés de Rochdale, pueblo de tejedores de algodón de lana. Carlos Howarth, uno de ellos, caminaba en dirección a su casa en un día nebuloso y frío. Su situación económica y la de sus compañeros daba vueltas en su cabeza. Leía un viejo periódico titulado “El cooperador”. Allí decía: “Cooperación quiere decir trabajar unidos. En la unión está la fuerza. Lo que no puede hacer una persona, dos pueden hacerlo. Pero necesitan un ideal, un objetivo en común que los mantenga unidos”. Y Carlos Howarth pensó en voz alta:
Sí, es cierto. Lo que necesitamos es trabajar juntos. Necesitamos capital, algún dinero, y la unión y el ahorro lo acumularán.
Debemos asociarnos y protegernos. Somos muchos y podemos hacerlo. ¡Si mis compañeros pudieran ver esto como lo veo yo! ¡Si lograra entusiasmarlos con mi idea!. Sí, está decidido. Empezaré por visitar a Juan Bent. Es mi amigo y no se reirá de mí.
En la salita pequeña pero limpia, nítida y ordenada de Juan Bent estaban este y su hija Cristi-na. Oigamos hablar a tres de los personajes de la historia
- Buenos días amigo, ¿Cómo estás Cristina? ¡Qué linda sonrisa tiene tu hija, Juan!- Saludos, Carlos, ¿qué te trae por aquí? Siéntate.- Gracias. Me trae por aquí lo de siempre... y vamos al grano. Ya somos muchos los disgusta-
dos y tenemos que hacer algo. Vamos a empezar y recoger los ahorros. Algún día tendremos nuestra propia tienda.
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Segundo Ciclo
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Guías didácticas para la enseñanza de los valores y los principios del cooperativismo
Dice Juan Bent:- Pero recuerda, Carlos, que todos tenemos muchas deudas. El salario que nos pagan no nos
da para sostener a la familia como quisiéramos. ¿Cómo vamos a sacar una parte para ese proyecto?
- Te comprendo, Juan. Conozco bien las condiciones de cada uno. Por eso es que necesita-mos unirnos. ¿Has pensado alguna vez en el dinero que hemos malgastado? ¿En el vino adul-terado, en la mantequilla rancia y en el tabaco de calidad inferior que hemos comprado? ¡Es tan poco lo que necesitamos para empezar! ¿Por qué no me acompañas y volvemos a consultar a Cooper, a Ainsworth, al doctor y a otros compañeros?
Fue en este momento que Cristina le dijo a su papá que Carlos Howarth teníarazón. Y a insis-tencia de su hija, Juan Bant salió con su amigo.
Uno a uno fueron ofreciendo asistir a una reunión para discutir el plan.
El día de la reunión, sentados alrededor de una mesa comentaron:
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- Tenemos que ser prácticos y sacrificarnos al principio. Si cada uno de nosotros logra ahorrar algo y lo deposita como préstamo, dentro de algún tiempo tendremos lo suficiente para abrir una pequeña tienda o almacén.
- Sólo necesitamos sacar unos peniques (como si dijéramos colones) semanalmente para comprar los artículos de consumo más necesarios, pagar el alquiler del local y algunos ma-teriales.
- ¿Sacar unos peniques para convertirnos en comerciantes? No puede ser. ¿No ven que mien-tras tanto pasaremos hambre?
- ¿Sacrificar a toda la familia? ¡Vaya una idea! No podemos ser tan ingenuos!- Pero si sólo hay que sacar muy poco y es para librarnos del patrón que nos explota! No
protesten. Gastamos a veces en cosas que no son necesarias. Vale la pena pensar en una tienda propia, donde nos proporcionemos buenos alimentos.
- Sí. Esto es hoy un sueño, pero pronto será una realidad. Distribuiremos las ganancias de acuerdo con las compras que cada asociado haga en su tienda y les aseguro que todos es-taremos de acuerdo y muy contentos. Vale la pena hacer el sacrificio ahora.
- Ah!, pero nos expondremos a la burla y al ridículo...!- No lo tomes así, no te desanimes. Dejaremos que los mal intencionados se rían. No impor-
ta. Hay que terminar con el poder de unos pocos sobre muchos. Tenemos que hacer cosas buenas para darle una lección al mundo. En nuestras manos está hacerlo. ¿Qué dicen?
- Prometo contribuir con dos peniques de mi paga semanal. Aquí están los dos primeros.- Muy bien. Hay que anotarlos.- Cuenten con mis ahorros.- Y con los míos.- Claro, yo me asociaré a ustedes. Yo sé que el dinero que está en los bancos se ha reunido
penique a penique, y en gran parte de ellos fueron nuestro propio dinero. Ya ven, la tarea no será fácil, pero... ¡lo haremos!
Y así, los que al principio se resistían, fueron aceptando la idea y uniéndose al grupo.
En el pueblo hubo risotadas y les llamaron “capitalistas de a centavo”, “dueños de tienda sin tienda” y otros nombres. Pero ni el ridículo, ni la burla, ni la duda, los detuvo. Estaban con-vencidos de que sacrificando la compra de cosas menos importantes podrían llegar lejos.
Eran veintisiete hombres y la hija de Bent y todos harían algo por triunfar. Se pusieron un poco más delgados porque comieron menos por un tiempo. Trabajaron de noche. Pero, en medio de estas privaciones, estaban contentos y sus rostros reflejaban la esperanza y la fe que los unía. Reunieron veintisiete Libras Esterlinas al cabo de un año (alrededor de $140)
Pasemos a otra escena interesante: la búsqueda de un local para instalar la tienda. Después de muchas gestiones, por fin consiguieron una casucha en Toad Lane (El Callejón del Sapo), una de las callejuelas más estrechas y encharcadas de Rochdale. Parecía que todo el sucio de Inglaterra se había acumulado allí.
Cristina Bent, la callada y laboriosa hija de Juan, trabajó junto a todos, que con escoba y plu-mero acabaron con aquella suciedad. Todos ayudaron, unos prepararon los estantes y tablillas,
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Guías didácticas para la enseñanza de los valores y los principios del cooperativismo
otros pintaron, otros hicieron las compras.
Eso sí, todos estaban orgullosos de la tarea realizada. Ya la tienda estaba presentable. Cuando llegaron los pocos sacos de avena, trigo, té, azúcar, mantequilla y velas, alguien comentó: “Pero si todo cabe en una carretilla” y añadieron: “Se ve tan poco, ¡pero cuánto representa! Es nuestro; comprado con nuestro dinero. No se lo debemos a nadie.
Y mientras aquel puñado de hombres sacaba la mercadería para colocarla en los anaqueles o es-tantes, pensaban en el valor de la paciencia y que nadie se haría rico a costa de su necesidad.
El 23 de diciembre de 1844, era el día señalado para la apertura de la tienda. Alguien, fuera del grupo de cooperadores se enteró de la fecha. Los comerciantes no les mandaron felicita-ciones como era la costumbre cuando alguien abría una nueva tienda; al contrario, reunieron un grupo de chiquillos de los más revoltosos y les pagaron dinero para que fueran a molestar a los cooperadores. Llegado el día, los muchachos se pararon frente a la tienda burlándose de los tejedores según iban entrando a su tienda.
Algunos se acobardaron por los gritos y silbidos de los burlones, pero en grupo recuperaron confi anza y siguieron adelante. Los gritos de “Tejedores locos”, de “viejos hilanderos” y otros epítetos, se oían de uno y otro extremo del pueblo.
En todas partes se comentaba con sorna que la tienda de los tejedores estaba vacía. Se oían risas maliciosas por doquiera.
En la tienda cooperativa, los tejedores se miraban indecisos unos a otros. Afuera, los chiquillos gritaban, silbaban y hasta tiraban piedras a los cristales de las ventanas. Los cooperadores se sentían dejados de la mano de Dios, pues perdían su confi anza y temían abrir las puertas.
De pronto Cristina se volvió hacia ellos. Parecía transformada y sus ojos brillaban. Con voz vibrante, les dijo:
- ¿Porqué se esconden? ¿Van a dejarse atemorizar por unos chiquillos irresponsables y mal-criados? No hemos hecho una cosa degradante, sino por el contrario, algo que nadie nos puede quitar y de la cual debemos sentirnos orgullosos. Me gustaría poder llevar buenas noticias a todas las mujeres de Rochdale. Ellas deben saber que en esta tienda se está forjando el instrumento que nos dará seguridad y paz. Ustedes merecen el agradecimiento del mundo porque van a enseñarles algo nuevo: lo que puede la cooperación. Por eso, yo les pido que tengan valor y abran las puertas de nuestra tienda.
- ¡Viva Cristina y viva la Sociedad de Pioneros de Rochdale! – Gritaron todos, recobrando el valor.
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Uno que había sido soldado se adelantó y abriendo la puerta de entrada preguntó: - ¿Quie-ren comprar algo? Pues entren. Pero, no hay crédito. Tiene que comprar de contado y dar buen dinero por buena mercadería. La mantequilla no es rancia y la avena es de la mejor. Tenemos más de lo que ustedes pueden comprar. Díganselo a los que les pagaron para que vinieran a molestar. Y óiganlo bien, al que vuelva a tirar piedras o a hablar de mala manera, le hago probar la medida de este puño y sabrá cómo pica nuestra pimienta.
Ante la actitud de Ainsworth, que así se llamaba el que les habló, los chiquillos se alejaron silenciosos. Al llegar a las casas de los mercaderes, les contaron a viva voz lo sucedido, incre-pándoles:
- Ustedes nos engañaron. ¡Los cooperadores tienen mucho y de todo! Tiene hasta pimienta... ¡Tienen más que todos ustedes juntos!
Los veintisiete hombres y una muchacha habían triunfado y saltaban de contento.
Hoy día el modesto local que ocupó la tienda de los Pioneros de Rochdale, es un museo de la cooperación británica. Se conservan las actas, cartas, retratos, revistas y antecedentes sobre el Movimiento Cooperativo en el mundo entero. La Cooperativa de Rochdale progresó tanto que hoy ocupa edificios inmensos y propios. Cuen-ta con miles de asociados y asociadas y operaciones de billones de dólares. Tiene sus propios molinos y ofrece servicios educativos.
Otras cooperativas en el mundo entero siguen los pasos inspirados en los principios ideados por aquel grupo de pioneros.
Autora: Mercedes Amalia Marchand
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