serie leones del serengeti - 01 el león de jennifer - lizzie lynn lee
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Serie Leones del Serengeti
1º El León de Jennifer
Lizzie Lynn Lee
Traducido y Corregido por Novelas Rojas
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Índice
Argumento…………………………………………………………………...Página 3
Capítulo Uno…………………………………………………………………Página 4
Capítulo Dos………………………………………………………………..Página 11
Capítulo Tres……………………………………………………………….Página 33
Epílogo………………………………………………………………………Página 42
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Argumento
Irremediablemente romántica, la curvilínea profesora Jennifer White siempre
había soñado con una boda de cuentos de hadas. Cuando su novio banquero
le propone matrimonio, Jen piensa que los sueños sí se hacen realidad.
Cuando Seth se revela a sí mismo como un estafador homicida y la abandona
en el calor del Serengeti durante sus vacaciones, ella pensó que los cuentos de
hadas mentían. Y mucho.
Cyeon Rarh es el alfa de la ancestral manada de cambiaformas. Por lo general,
él solo se molesta cuando los humanos descuidadamente tiran cosas en su
territorio. Cámaras, equipos para acampar, y en ocasiones… a personas. Síp,
¿no saben acaso que los humanos saben horrible? Pero hay algo intrigante
acerca de la dulce Jen, con su sedosa piel, sus pechos prominentes y
generosas caderas. Su lujuria comienza a arder al instante en que la ve y
reclamarla como suya parece ser lo más lógico por hacer. Una vez que ella
termine de gritar, por supuesto.
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Capítulo Uno
Jennifer White luchó para mantenerse despierta, a pesar de que sus ojos se
rehusaban a cooperar. Una intensa somnolencia se apoderó de ella, y
mantener los párpados abiertos se convirtió en un gran problema. Frustrada,
decidió morderse fuertemente el dedo. Un destello de dolor la sacudió hasta
despertarse, zarandeándola de las garras del sueño que no quería dejarla ir.
Sus ojos se abrieron de golpe. Su boca tenía gusto a sangre. Debió haberse
mordido demasiado fuerte, pero no le importaba. Sabía que tenía que
mantenerse alerta.
Si quería sobrevivir…
Rodó sobre su estómago y se forzó a gatear. Pestañeó y observó los
alrededores. El calor sofocante llegó a ella primero. A continuación, el olor a
hierba seca y tierra asaltaron sus fosas nasales. Su estómago se hundió. Su
corazón se aceleró, igual como le había sucedido cuando vio la salvaje danza
tribal de anoche.
¿Eso fue anoche?
¿O fue hace dos noches atrás? Había perdido la noción del tiempo.
La última cosa que recordaba era a su prometido, Seth, llenándola de alcohol.
Ella era una bebedora ligera. Un cóctel era suficiente para dejarla borracha. Se
acordó que estaba en su cuarto Martini cuando Seth sugirió que fueran a dar
un paseo. La noche era joven y la luna era llena. Una noche romántica, había
dicho Seth, y no quería perderse el momento. Ella no quería decepcionarlo, así
que lo acompaño a una excursión en jeep; un recorrido a medianoche bajo el
cielo nocturno del Serengeti.
Después de solo unos minutos, todo se agitó y ya no podía recordar nada más.
Debió desmayarse. ¿Cómo es que terminó en este lugar? ¿Algo le había
sucedido a Seth?
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Jen se detuvo y se sentó. Un escalofrío por sus terminaciones nerviosas.
¿Dónde estoy? ¿Cómo llegué hasta aquí? ¿Qué es este lugar?
Cerró sus brazos frente a su pecho, queriendo llorar. A pesar del calor
implacable, ella tembló. No quería pensar que Seth la había olvidado y
abandonado ahí. Seth la amaba. Le había dicho muchas veces que no podía
vivir sin ella.
Algo terrible debió de sucederle a él y terminaron por separarse. ¿Habían sido
atacados? ¿Se encontraba él en problemas?
Ahogando un grito, Jen se encamaró para tener una mejor visión de donde de
hallaba. Sus rodillas cedieron antes de poder levantarse completamente. Una
vez más, se estrelló contra el suelo. Su cabeza dio vueltas.
Maldita sea.
Jen se agarró la cabeza cuando todo parecía doble. Maldijo a su puta resaca.
Una vez había tenido una fuerte resaca durante su primer año en la
universidad, pero nunca de esta manera. El mareo fue tan intenso que casi se
sintió como si hubiera sido drogada.
Cuando era una adolescente, su apéndice explotó en medio de un partido de
voleibol y tuvo que someterse a una apendicetomía de emergencia. Cuando
salió de la cirugía, se encontraba extremadamente aturdida y somnolienta por
la anestesia, exactamente como se sentía ahora.
¿La había drogado Seth?
Rápidamente apartó la loca sospecha. Seth jamás haría algo así. La amaba.
Ella sabía que así era. Tenía que haber una explicación razonable para esto.
Jen se obligó a gatear otra vez. Sus rodillas y codos se rasparon contra la tierra
seca, dejándole moretones en la piel. Ella se encontraba varada en medio de
Dios-sabe-dónde y ciertamente no era seguro quedarse en ese sitio. Había
visto a los enormes felinos merodeando por el lugar. Tenía que mantenerse en
movimiento. Buscar ayuda y salir de este sauna infernal.
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Después de unos cuantos metros, Jen tuvo que parar. Jadeó. El calor era
insoportable. Su garganta de hallaba seca y estaba hambrienta como el
demonio. De pronto, el entorno se volvió silencioso. Oh-oh. No era bueno.
Incluso las ruidosas aves dejaron de piar. La piel de gallina golpeó su carne. El
cabello en la nuca se levantó. Un bajo gruñido retumbó detrás de ella.
Su corazón se congeló en su pecho.
Oh, Dios, no. Jen se paró para correr. Solo logró dar una docena de pasos
cuando la fuerza la abandonó. Cayó nuevamente a tierra, dejándola demasiado
cerca de su pesadilla viviente.
Un león gigante apareció ante ella. Su majestuosa y dorada melena de suave
oro fundido se meneaba por la seca y caliente brisa. Unos ojos dorados
estudiaron su cuerpo, calculando. El león agitó su cola. Otro gruñido brotó de
su garganta.
“Lindo gatito”, susurró Jen. Se desplazó hacia atrás. “No me comas. No tengo
buen sabor”.
Por un momento, le pareció oír la risa del león. Imposible. ¿Resopló? Nah.
No podía ser.
Ella corrió a un arbusto cercano mientras el león se acercaba más, listo para
saltar. Su mirada se paralizó en las enormes garras del león. Eran más grandes
que los platos de la cena. Oh, Dios. Estoy condenada.
Los ojos de Jen se ampliaron en terror cuando un segundo león marchó por la
densa maleza.
Estoy muerta. Estoy malditamente muerta. Ellos van a comerme viva.
Ella chilló cuando el primer león puso sus garras en su pecho y la olió, y
entonces la oscuridad la envolvió.
* * *
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Cyeon Rarh estaba divertido.
Él nunca antes había conocido a una humana tan asustada por su especie. Ella
se desmayó en el momento en que la tocó. Usualmente, los humanos corrían y
gritaban primero. Y después que se cansaban de correr, ellos le rogaban que
les perdonara la vida antes de desmayarse completamente.
Típicos turistas.
No era como si a Cyeon le gustara comer humanos o algo así. A él
simplemente le gustaba jugar con ellos. Su manada, K’stal, leones
cambiaformas ancestrales que gobernaban el Serengeti desde hace siglos,
nunca comían personas para su sustento. Muchos miembros del K’stal
reclamaban a humanos como sus parejas, así que la práctica de comerlos
estaba prohibida. Pero la mayoría de ellos no podía resistir perseguirlos y
asustarlos cuando veían a uno.
Era la naturaleza de las bestias.
Su mirada se enfrentó a la de su hermano Keto, y su éste sonrió en su forma
de bestia. Lucía extraño.
A ésta me encantaría lamerla toda, dijo Keto comunicándose con su mente. Tal
vez la comeré también. No de la manera no-sexual si sabes a lo que me
refiero.
Te gustaría. Cyeon rodó sus ojos. Yo la vi primero.
¡Merde1! No es justo.
Yo soy el alfa. Acéptalo. Después de que su hermano regresara de un año de
estudios en París, su fanfarronería siempre se regodeaba en un exasperante
acento francés, haciendo que Cyeon quisiera golpearlo cada vez que lo hacía.
Casi todos los cambiaformas del K’stal habían abandonado el Serengeti en
1 Merde, en francés, significa Mierda. (N. de la T.)
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algún momento de sus vidas, vagando por los siete continentes para ampliar
sus horizontes. El mismo Cyeon pasó una década en Estados Unidos,
estudiando gestión empresarial y después leyes en prestigiosas universidades
antes de aburrirse y decidir regresar a África.
Al final, todos los cambiaformas siempre regresaban a casa. El llamado del
Serengeti se sentía como un canto de sirena para los de su clase.
¿Qué es lo que vas a hacer con ella? Preguntó Keto.
Llevarla a casa.
¿A nuestra casa?
No, a la casa del gobernador. Por Dios santo. Cyeon rozó a su hermano al
pasar. Muévete.
Keto se sentó. Su espeluznante sonrisa se amplió. Ajá. Estás planeando
quedarte con ella.
Quizá.
¿Quizá? No puedes llevarla a nuestra morada si no estás planeando quedarte
con ella.
Cállate. Cierra el pico de una vez. No lo he decidido aún.
¿Y eso por qué?
Porque no es simplemente una turista perdida. Ella fue drogada antes que la
dejaran.
¿Lo viste todo?
Anoche. Esperé a que se despertara. Cyeon paró y se cambió a su forma
humana. Se inclinó sobre ella y acarició su mejilla. La bella durmiente
continuaba inconciente y no lucía como si fuera a despertar en un futuro
cercano.
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La examinó más de cerca. Era una encantadora mujer. Lindo rostro. De figura
curvilínea. Senos exuberantes. Justo su tipo. Su cabello oscuro, largo hasta los
hombros, se encontraba enmarañado con hojas y hierbas, y su pálida piel se
hallaba sucia por la tierra, pero aún lucía impresionante. ¿Qué clase me
monstruo podía descartar a una hermosa mujer como ésta en medio de la nada
y dejarla para morir? Él había dado un paseo a través del territorio de la
manada anoche para mirar el atardecer, cuando vio un jeep que se desvió
rápidamente.
Algo abultado voló desde el vehículo, aterrizando cerca de un pozo de agua.
Cyeon casi no podía creer lo que vio cuando fue a investigar.
Al principio, pensó que el jeep había tirado un cadáver. Él se hallaba
sorprendido cuando descubrió que la mujer aún se encontraba con vida.
Decidió esperar, haciendo guardia en caso de que hubiera sido un error. El
hombre en el jeep podría no saber que había perdido un pasajero. Los turistas
a menudo hacían mierda increíblemente estúpida. Doce horas después, y aún
nadie había regresado por ella. Cyeon estaba convencido que esta mujer era
una víctima de un pobremente orquestado intento de asesinato. Juzgando por
el olor, ella había sido drogada antes de ser arrojada.
Su mirada viajó hasta su mano. Su dedo se hallaba coronado con un anillo de
compromiso.
Una gran roca, pero tristemente, era falsa. Su ojo entrenado fácilmente notó la
diferencia entre un diamante verdadero y una Zirconia. El prometido de esta
mujer debió engañarla para que pensara que derrochó un montón de dinero en
ella con un costoso anillo de diamantes.
Pobrecita, pensó.
¿Qué fue lo que hiciste para merecer esto?
Su hermano también la observó con gran interés. Sus ojos amarillos se
iluminaban.
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Exquisita.
Lo es. Pero mantén tus manos alejadas de ella. Es mía.
Idiota. Keto resopló.
¿Y qué? Cyeon decidió que era tiempo de moverla a un lugar más refrescante.
Él adivinó que ella había sido miserable en este calor. Además, necesitaba ser
aseada. La tomó en sus brazos y la llevó a la morada de la manada. Keto se
encontraba detrás de él, siguiéndolo con un andar perezoso y depredador.
Cyeon sintió como si estuviera llevando un precioso premio a casa.
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Capítulo Dos
Jen despertó con el olor del café recién hecho. Por un momento, se sintió
desorientada. Su primer instinto, fue pensar que se hallaba en su departamento
en Jersey, y la pesadilla que tuvo que soportar las pasadas veinte horas no
había sido más que un sueño.
Abriendo sus ojos, se descubrió a sí misma en la cama de un desconocido con
una tasa de café esperando por ella en la mesa de noche. Estaba equivocada.
Esto no era un sueño.
¿Dónde estoy? Pestañeó. La última cosa que recordaba era a dos leones
gigantescos a punto de comerla como su merienda de la tarde. ¿Fui salvada?
¿No estoy muerta? Se apresuró a sentarse, tomando la humeante tasa de café,
para no más que sacudir la confusión de su cabeza. Antes de que tuviera la
oportunidad de tomar un sorbo, su mirada atrapó la visión de una bestia dorada
en la esquina de la habitación. Ella gritó mientras la tasa se resbalaba de sus
manos, derramando café por todos lados. Se asustó aún más cuando el león
se paró en sus patas y se transformó en un hombre. Su grito resonó hasta el
techo. Se retiró rápidamente hasta que su espalda daba contra la pared. Su
corazón latía tan fuerte, que se sintió como si fuera a tener un ataque cardiaco.
¿Qué diablos fue eso?
“Señorita. Haz hecho un lío”, la reprendió el hombre. Él tomó la tasa del piso y
limpió el café derramado con un montón de pañuelos.
“¿Qué... q-quién eres?”
Le echó una buena mirada y sonrió. “Debería preguntarte lo mismo. ¿Cuál es
tu nombre?”
Su voz se estranguló en su garganta. Cuando finalmente logró hablar, era un
poco más que un pequeño susurro. “Esto es imposible. Vi un león. Y luego a ti.
Esto no está pasando...”
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La sonrisa del hombre se amplió. “No estás loca ¿Nunca viste a un
cambiaformas antes?”
“Los cambiaformas no son reales”.
“¿Es así? ¿Entonces soy solo un producto de tu imaginación?” Él tocó su
brazo.
Ella chilló.
“Relájate. No te haré daño”.
“¿Qué... qué es lo que vas a hacer conmigo?”
“Bañarte, por supuesto. Estás sucia”.
“Yo…” Su protesta murió cuando vio sus ojos. El hombre tenía los ojos más
lindos que alguna vez había visto. Eran grandes y almendrados. Sus iris
parecían doradas y luminosas, como las de un gato. Sus ojos se abanicaban
con gruesas y oscuras pestañas, contrastando con su largo cabello dorado. Era
un hombre hermoso. Un tipo como para comérselo, como los que a menudo
veía en las revistas. Pero a diferencia de esos modelos, este hombre lucía
peligroso. El poder duro y puro que rezumbaba de cada poro obstruía cualquier
impulso de rebelión. Jen decidió no hacer nada estúpido.
Este hombre no era completamente humano. ¿Quién sabía lo que un hombre-
león haría si se enfadaba? Le gustaría mantener su cuello intacto, en una sola
pieza, muchas gracias.
Jen con cautela se bajó de la cama, temblando. El hombre la agarró por la
muñeca y tiró de ella hasta la habitación contigua, la cual resultó ser el baño.
Para su sorpresa, el lugar parecía bastante limpio. Una gran bañera con tina
adornaba el centro del cuarto. Todas las pertenencias personales del hombre
se disponían de manera ordenada. Incluso ella misma no podía mantener su
baño con este orden. Se preguntaba si este desconocido era un obsesivo de la
limpieza.
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Él cerró la puerta y conectó el desagüe de la bañera. “¿Cuál es tu nombre?”
preguntó, girando la llave de la tina.
“Jen. Jennifer White”. Su voz sonó tan tímida como la de un ratón.
“Jennifer”, el hombre repitió. “Mi nombre es Cyeon. Bienvenida a la humilde
morada de los K’stal”.
Cyeon. Un exótico nombre justo como el hombre mismo. Él no lucía ni viejo y
joven, por lo que era difícil para Jen adivinar su edad. El tipo era alto, y se
sentía como una enana de pie a su lado. Su cuerpo estaba bien construido.
Está bien, tenía los abdominales más impresionantes que alguna vez había
visto. Vestido únicamente con unos vaqueros gastados, ella vio cada
centímetro de sus ondulantes músculos que se hallaban enjaulados en una piel
tostada por el sol.
Jen frunció el ceño. ¿Cómo este tipo mantuvo su ropa mientras cambiaba de
león a hombre? ¿Magia?
“Quítate la ropa”, ordenó Cyeon. “Y métete en la bañera”.
“Puedo tomar un baño por mi misma, gracias”.
“Lo sé, ¿pero dónde estaría la diversión en eso? Ven aquí”.
“No puedo”. Su corazón se aceleró otra vez. “¿Qué es lo que exactamente
quieres de mí?”
Una sonrisa maliciosa se cernía en la esquina de su labio. Su mirada dorada
estudió su cuerpo. “¿Qué es lo que crees?”
Una ola de vértigo casi la hizo desmayarse. ¿Este hombre magnífico quería
aprovecharse de ella? Indignante. Halagador, pero indignante. “Yo... yo no
puedo. Voy a casarme”.
“Lo sé. Puedo ver el anillo en tu dedo”.
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Por un segundo, se desconcertó. “Entonces sabes porqué no puedo. Aprecio tu
ayuda, pero necesito regresar con mi prometido”.
Cyeon rió fuertemente. Su profunda voz de mantequilla resonó en la habitación
cerrada.
“¿Quieres regresar con el hombre que intentó matarte? Increíble”.
Jen pestañeó. “¿Qué quieres decir con eso? Seth jamás haría algo así”.
“¿En serio?” Sus cejas se arquearon, con tono burlesco. “Te drogó y te lanzó
del jeep. Si no te hubiera visto, probablemente ya estarías muerta. Toda clase
de animales vienen a nuestra laguna, pero nadie se atreve a beber de ella
cuando uno de nosotros está cerca”. Cyeon la jaló más cerca. “Y ya que soy yo
quien te encontró, es justo que te reclame como mía. Quien lo encuentra
primero se lo queda”.
La revelación la aturdió. ¿Seth intentó matarla? No era posible. “Estás
equivocado. Mi novio es un buen hombre. Él nunca me haría daño”.
Cyeon le tomó la cara con sus manos. “A mí me parece que no conoces al
hombre con quien vas a casarte, ¿o sí? Lástima”. Se inclinó más cerca. “Ahora,
quítate la ropa”.
“Yo...” Ella se encogió.
Él suspiró. “Mira. No te forzaré a hacer nada con lo que no te sientas cómoda.
Pero de verdad necesitas bañarte. Apestas”.
Por mucho que odiara admitirlo, Cyeon tenía razón. Apestaba por el sudor y la
suciedad, y por todo lo que se había pegado a ella desde esa fatídica noche.
Pero Dios, ¿era realmente necesario que él le diera un baño? Ella era una
desconocida en estas tierras exóticas y no sabía casi nada de las costumbres
locales. Todo el asunto se sentía un tanto extraño. Allá en Estados Unidos,
llamaría pervertido a alguien como Cyeon. Pero entonces, él no era como
cualquier otro hombre que hubiera conocido. Hombre-león. Debe pensar de
manera diferente que la gente normal.
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Además, ella había leído en alguna parte que a los grandes felinos les gustaba
acicalarse entre sí. Tal vez Cyeon no fuera diferente.
Con un gruñido satisfecho, él desabotonó su camisa. Sus mejillas se
calentaron. Nunca antes en su vida se había sentido tan vulnerable.
Desvistiéndose frente a un hombre que apenas conocía. Siempre había estado
conciente de su peso, y el pensamiento de intimidad la asustaba. Hasta que
Seth entró en su vida, nunca antes había salido apropiadamente con nadie o
compartido la cama con un hombre. Incluso entonces, siempre le pedía a Seth
que apagara las luces cuando tenían relaciones íntimas. No quería que nadie la
viera desnuda a simple vista. Como lo que Cyeon quería ahora.
Cyeon jaló de su blusa un poco impaciente. Su corazón se sacudió en sus
entrañas. Ella se encontraba más nerviosa ahora que cuando descubrió que él
era un hombre-león. Ella esperó para ver si Cyeon estaba disgustado con lo
que veía. No era ninguna reina de belleza, y la última vez que lo comprobó, la
talla dieciséis no era clasificada exactamente como sexy. Cyeon soltó un suave
ronroneo. Su mirada se deleitaba con su cuerpo.
“Exquisita”, dijo entre dientes. “Tus hermosos senos podrían encajar
perfectamente en mis palmas”.
Aparentemente inspirado con sus propias palabras, Cyeon desabrochó los
corchetes de su sujetador y se lo quitó. Tomó sus pechos y los apretó
suavemente. Jen contuvo un gemido.
Sus pezones de endurecieron al instante. Oleadas de placer explotaron en su
sexo. En especial cuando él deliberadamente frotó sus pezones con sus dedos.
La lujuria la envolvió con un suave golpe.
“Muy reseptiva. Que bien”, ronroneó. “Adoro a una mujer apasionada. Ahora
quitemos el resto de la ropa”.
Sus rodillas de debilitaron cuando le bajó el cierre de sus pantalones capri. Se
cayeron alrededor de los tobillos con susurro suave. Sus bragas de algodón
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eran las siguientes. Cyeon pausó. Su mirada pegada en la unión de sus
muslos.
“¿Te depilas?” preguntó.
Jen tragó saliva, avergonzada más que otra cosa. “Por motivos higiénicos”.
Cyeon rió. “Me encanta”. Con un rápido movimiento se apoderó de su clítoris y
lo hizo rodar entre sus dedos.
Su rostro se sonrojó aún más. Lo que él le hizo, envió descargar eléctricas de
placer a través de ella.
Su coño se apretó y soltó crema. Jen maldijo silenciosamente. Nunca antes
había sido tan fácilmente estimulada. Ni siquiera cuando dormía con Seth. Las
primeras vecen habían sido difíciles. Pensó que era porque en ese entonces
era virgen. Pero sin importar lo que Seth hiciera para provocarla en la cama, él
nunca la había excitado de esa manera.
A diferencia de este hombre.
Todo lo que Cyeon necesitaba era tocarla y ella se ponía caliente como una
perra en celo.
Diablos. ¿Qué es lo que está jodidamente mal conmigo?
Cyeon liberó su clítoris y pasó la punta de sus dedos por sus generosas curvas.
Una sacudida de emoción eléctrica la hizo estremecerse desde la base de su
columna. El ansia entre sus muslos se intensificó, casi hasta el punto de la
vergüenza. Ella se humedeció lujuriosamente y goteaba jugo por entre sus
piernas.
“Métete en la bañera”, le ordenó. Su voz sonaba más ronca que antes.
Cuando Jen atrapó su mirada, se sorprendió al ver la lujuria quemando en sus
ojos.
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Cyeon lucía como si quisiera devorarla de un solo bocado. Sacudiéndose su
excitación, ella metió las piernas en la bañera. Se sentó. El agua le llegaba
hasta su vientre y estaba calentada a la temperatura correcta. Cyeon tomó una
barra de jabón, aseándola como nadie lo había hecho antes, incluyendo a su
madre cuando era pequeña. Trabajó meticulosamente, lavando su cabello y
jabonando cada centímetro de su cuerpo. Cuando anunció que había
terminado, estaba tan limpia que relucía.
Cyeon se paró y agarró una toalla del gabinete. “Párate”.
Jen obedeció sin decir ni pío. Se aferró al borde del lavabo mientras Cyeon
sistemáticamente secaba su cuerpo. Se sentía extraño que alguien le prestara
este tipo de atención. Y Cyeon lo hizo amorosamente, lo que lo hacía más raro.
Casi no conocía al tipo. Pero hasta ahora, todo lo que él hizo se sintió correcto.
Como si todo estuviera destinado a ser.
No se sentía igual con Seth.
El hombre que intentó asesinarla.
Trató de apartar ese pensamiento hasta el fondo de su mente. No podía.
Algo la molestaba como el infierno. Dos semanas después de que Seth le
pidiera que se casaran, había querido que firmara los papeles del seguro de
vida, con él como el beneficiario. Seth la llamó una red de seguridad, ya que
iban a casarse y construirían un futuro, juntos. Ella los firmó, viendo que él
también había tomado otra póliza para sí mismo, con ella como su beneficiaria.
No había nada malo con ello. Creía que Seth solo estaba haciendo lo correcto.
¿Qué sabía ella sobre planificación financiera? Además, era una profesora de
kindergarten, y Seth era un banquero exitoso.
¿Habría estado dispuesto a matarla por una póliza de cinco millones de
dólares? Había visto a personas matar a otras por mucho menos.
Jen apretó los dientes. La amarga realidad se hundió en su cerebro. Pestañeó.
Un dolor agudo laceró su corazón.
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¿Lo había planeado todo desde el principio?
¿Realmente lo había hecho?
Cuando pensaba en cómo se conocieron en primer lugar, sí parecía un tanto
artificial. En la banca donde él trabajaba, un día, de la nada, Seth se acercó y le
pidió una cita cuando ella se sentó en la oficina del especialista en hipotecas,
para refinanciar su casa.
En ese entonces, casi se desmaya, que un hombre como Seth estuviera
siquiera interesado en ella. Él era bien parecido, de voz suave, con mucha
cultura, sin mencionar que se hallaba podrido en dinero también, ya que su tío
era dueño del banco y le pagaba una suma increíble de dinero para que
trabajara ahí. Un buen partido. Había estado tan en la luna, que durante los
primeros dos meses que estuvieron juntos, ella falló en percatarse de las
pequeñas cosas que ahora parecían fuera de lugar.
Por un lado, Seth jamás la presentó a su familia, quien decía que eran muy
unidos. Nunca había ido a la casa de Seth. Él se había prácticamente mudado
con ella justo después que durmieron juntos por primera vez, diciéndole que se
encontraba totalmente enamorado, y que no podía soportar estar separado de
ella ni por un momento. Y, después de que se casaran, él la llevaría a vivir a la
mansión de su familia.
¿Había sido todo mentira? ¿Era seth el hombre que aseguraba ser o no?
Por mucho que odiara admitirlo, Cyeon tenía razón. Mientras más lo pensaba,
no sabía nada sobre Seth Richards. Él podía haber sabido toda su información,
porque ella tenía una cuenta con él, y la clasificó como objetivo potencial. Tenía
créditos limpios, y recientemente había heredado una gran propiedad familiar
en los Alpes. Desde que no se llevaba bien con su madre, y habiendo sido
alejada de ese lado de la familia por años, la herencia llegó como una sorpresa,
convirtiéndola en una víctima perfecta para esta clase de estafa.
Jen se sentía tan estúpida.
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Tan podidamente estúpida.
Cyeon pareció darse cuenta que ella luchaba con las lágrimas. “Hey, ¿qué
pasa? ¿Te enjaboné muy fuerte?”
Rápidamente sacudió su cabeza. “No es nada”.
“Habla conmigo”. Cyeon la giró y la abrazó.
Su grito quedó atrapado en su garganta cuando su piel desnuda se presionó en
contra de él. Sus pezones rozaron su pecho. Irradiaba calor.
“¿Qué sucede, nena?” preguntó Cyeon. Le acarició la espalda, mandándole
deliciosos temblores a lo largo de su espalda.
Ella no sabía qué decir. Estaba dolida por lo de Seth. Y caliente también, por
este hombre. Todo era tan confuso.
“Hey, habla conmigo”. Cyeon tiró se su barbilla.
La intensidad de sus ojos la sorprendieron. Parecía preocupado por su
bienestar. El nudo invisible en su garganta no le dejaba hablar. “No es nada”,
dijo con voz ronca.
Sus ojos se estrecharon. “Nunca te lastimaría”. Acarició su mejilla y le rozó los
labios con el pulgar. “Quiero protegerte”.
Algo en lo profundo de ella se tornó sentimental ante su declaración. Que
caballeroso de su parte. Era una romántica irremediable, las cosas más
sentimentaloides siempre le derretían el corazón. Había sido lo mismo que
cuando Seth le dijo que se enamoró de ella a primera vista, y que era su alma
gemela. Considerando los diferentes que eran sus orígenes sociales, recordó
que pensó que, de hecho, los sueños sí se hacen realidad. Siempre quiso al
perfecto caballero, pero también debería haber sabido que si algo lucía
demasiado bueno para ser cierto, probablemente no lo era.
“¿De verdad crees que mi prometido quiere matarme?” susurró.
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Vio un leve tirón de sonrisa en la esquina de la boca de Cyeon. “No serías la
primera. Las personas lo han venido haciendo por años, y por numerosas
razones. Sintiéndose atrapados en un matrimonio. Herencia. Póliza de seguros.
Avaricia”.
“Parece que sabes mucho”, dijo secamente. Su declaración dio en el blanco de
manera rápida.
“¿Crees que soy un simple chico de campo?” Cyeon rió. “Fui a Harvard,
¿sabes? Bajo un nombre diferentes, por supesto. La mayoría de las personas
no pueden pronunciar bien nuestros nombres”.
Ella pestañeó. “¿Harvard?”
“Pero me gusta estar aquí. No hay lugar como el hogar”. Cyeon tomó su mano.
Le quitó el anillo de compromiso de su dedo y la arrojó al lavabo. “Olvídate de
él. Un verdadero caballero jamás le daría a su novia un anillo falso”.
¿Anillo falso? Seth le había dicho que no podía decidirse entre comprar un auto
nuevo o pedirle matrimonio apropiadamente. Había elegido esto último según
él, porque se hallaba completamente enamorado de ella. Una fría cólera brotó
de su pecho. ¿Qué otras mentiras habían salido de la garganta de Seth?
“No te merece. Estás mejor sin él”. Cyeon se inclinó más cerca.
“Te ayudaré a olvidarlo”.
Ronroneó, luego rozó sus labios sobre los de ella. Cyeon la besó. Suavemente.
Jen quiso derretirse inmediatamente en sus brazos. El impacto de su beso la
tomó por sorpresa. Un calor febril se presipitó por sus venas. Sus pezones se
endurecieron. Su concha se apretó, queriendo ser llenada.
Demonios. ¿Qué es lo que me sucede?
Cyeon gimió y profundizó su beso. Le tocó la cara y le abrió la boca con su
lengua. La deslizó dentro. Demantantemente. Ella se perdió en su beso. En
poco tiempo, se encontró a sí misma respondiendo, casi salvaje de lujuria.
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“Jesús, nena”. Cyeon tomó un profundo aliento. “Eres tan adictiva”. Su mano se
deslizó hasta su trasero, amasando, tanteando, como si se muriera si no lo
hacía.
Su corazón se aceleró otra vez. Sintió su polla creciendo duramente contra ella.
Frotó su pelvis contra la suya con cada golpe de su lengua. Cerró los ojos.
Cyeon era... enorme.
Hizo un camino de besos de mariposa detrás de su oreja, el costado de su
mandíbula, el cuello. Ella se estremeció de placer. Cada toque con su lengua
se sentía como fuego abrazador que hacía arder su piel y la sacudía en un
éxtasis más profundo. Él deslizó sus manos hacia sus senos y los amasó. Jen
se tensó. Sus dedos pellizcaron sus pezones, rodando y tirando de ellos, por lo
que cada fricción agitaba un exquisito placer que iba directo a su coño.
Oh Dios. Pensó. Las sensaciones eran increíblemente pecaminosas.
Cyeon soltó sus senos y metió su mano por entre los muslos. Él canturreó con
placer cuando la encontró mojada. “Qué bueno”, dijo. “Justo como me gusta”.
“Cyeon...” Ella se quedó sin aliento cuando acarició y separó los labios de su
concha. Uno de sus dedos halló su entrada. Se tensó cuando lo empujó en su
interior. Su coño se contrajo y se oprimió entorno a su dedo.
“Tan apretada”. Gimió Cyeon. El sudor corría por sus sienes. “Joder. ¿Eres
virgen?”
Su rostro enrojeció. “No”, contestó en voz baja.
“Tan malditamente apretada. Tan malditamente mojada. Me encanta”. Cyeon la
folló con su dedo. Lento al comienzo, pero cuando ella jadeó, entonces
apresuró sus estocadas. “Quiero ver cómo te corres primero- antes de follarte
con mi polla”.
“Yo...” Ella se removió.
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“Mírame”, demandó. “Y no cierres tus ojos”.
“Cyeon...” Sus palabras se perdieron. Él empujó su dedo profundamente, hasta
que su palma golpeó los labios hinchados de su concha. Su pulgar encontró su
clítoris y lo frotó con pequeños círculos. Una ráfaga de éxtasis explotó en sus
profundidades. Rápidamente le arañó los hombros.
Increíble. Estaba sorprendida por la intensidad de su placer, especialmente
cuando él curvó su dedo, dando con su lugar especial; uno que no sabía que
existía: su punto G. El placer creció mil veces más. “Cyeon…”
“¿Está bueno?” Besó su boca rudamente. “Ahora córrete para mí”.
Ella lloriqueó cuando su dedo la folló más duro. La combinación entre las
caricias a su clítoris y los rápidos y fuertes golpes en su coño, la llevaron
velozmente al clímax. Su cuerpo se tensó.
“¡No cierres tus ojos!” Se abrieron de golpe. “Buena chica. Mírame cuando te
corras”.
Él empujó más rápido. El placer zumbaba como un millón de abejas. Ya no
podía aguantar más y se rindió. El clímax llegó fuerte. Sin misericordia.
“Jesús, eres tan hermosa”, murmuró Cyeon en la cumbre de su orgasmo. “Tan
jodidamente hermosa…” su miraba nunca la abandonó, como si ella se
ahogara en un grueso torrente de placer. Su concha dio espasmos alrededor
de su dedo, ordeñándolo. Cyeon dejó escapar una sonrisa salvaje.
“Perfecto. Harás eso cuando te folle con mi polla”. Retiró su dedo y le dio unas
palmaditas juguetonamente. “Ahora date la vuelta”.
Aún afectada por las endorfinas, Jen se sintió temblorosa cuando hizo lo que le
ordenó. Se inclinó en contra del lavabo mientras escuchaba el suave susurro
de Cyeon al desvestirse. Un latido de corazón más tarde, él se acomodó por
detrás. Todos los nervios de ella saltaron a la vida cuando sintió su cuerpo
contra el suyo. Su piel febril. La verga palpitante que descansaba en la parte
baja de la espalda. Su grueso vello púbico contra su piel. Y su eje...
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Dios. Esa cosa se sentía... ¿cuán grande exactamente?
Curiosa, miró sobre su hombro para verlo. Cyeon la emboscó con un beso a
mitad de camino. Se quedó sin aliento. Fue muy picante. Al igual que su polla.
Casi jadeó cuando rompió el beso.
“Prepárate”, le dijo. Él le arregló las manos para que se afirmara en el borde del
lavabo.
“Bien. Agárrate fuerte”. Empujó la parte trasera de sus piernas, abríendolas de
par en par.
Algo caliente y duro se deslizó por entre sus piernas y le rozó los labios del
coño. Su verga se hallaba atrapada deliciosamente entre sus muslos.
Jen miró hacia abajo y vio la punta de su polla asomándose bajo su clítoris.
Sintió su gloriosa longitud entre sus muslos. El eje, duro como el granito,
pulsaba, engrasado con sus abundantes jugos. Cada nervio en su cuerpo
gritaba con necesidad enloquecedora, queriéndolo.
Qué locura. Tomó una respiración profunda. Nunca había sido así de licenciosa
antes. El auto-control era su mejor virtud, pero ahora parecía como si lo hubiera
perdido.
Este hombre-león había dado vuelta su mundo.
Cyeon lamió el lóbulo de su oreja, enviando escalofríos de placer a su columna.
“Quédate quieta”, le susurró con voz ronca. “Mójame con tu crema”.
Él agarró sus caderas, afirmándola fuertemente. Tiraba y jalaba en agónicos
movimientos lentos, toda su magnífica longitud se deslizaba en contra de los
labios de su concha.
Dios santo. Ella no podía creer la sensación. Era demasiado dulce para ponerlo
en palabras.
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Lo sintió. Su eje venoso. La suavidad de su aterciopelada piel. Su calor. Sus
labios se volvieron sensibles a la molienda de su eje. Se humedeció aún más.
Cyeon aparentemente lo notó. “Así me gusta”. Hizo una pausa y la agarró del
muslo. “Necesito follarte ahora”.
Posicionó su polla en la entrada y empujó.
Jen tuvo que gritar. Su verga la abrió completamente, obligándola a aceptarlo
en su totalidad.
La penetración arrancó su último hilo de cordura. Cyeon era grande. Ella abrió
la boca, tratando de llenar sus pulmones con el aire que tanto necesitaba.
Demasiado jodidamente grande. No podía... era muy...
Cyeon maldijo. “¿Estás segura que no eres virgen?” Su voz era una mezcla de
diversión y frustración.
“No”. Dejó escapar Jen. Ella solo se había acostado con un hombre en toda su
vida, y Seth no era precisamente bien dotado. Sentía como si hubiera sido
partida por la mitad. En un buen sentido.
Era desesperantemente bueno.
“Mmm”. Un gruñido de satisfacción se escapó de sus pulmones. “Nena, no
puedo comenzar a decirte lo bien que se siente. Jodidamente dulce”. Tiró y
jaló, abriéndose camino en varias ocasiones antes de que finalmente se
estrellara en casa, enterrándose hasta las bolas.
Jen mordió su labio. El placer le había robado el pensamiento, ese pecaminoso
placer en la madriguera de su ardiente coño. Su polla palpitaba en sus
profundidades. Duro. Insatisfecho.
Voraz por lo que estaba por venir.
“¿Estás bien?” sopló en su mejilla.
Asintió con la cabeza vertiginosamente.
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“¿Duele?”
“No”.
“¿Está bueno?”
Dios. Estaba más allá de bueno. Gimió.
Cyeon se rió tomando su respuesta como un “sí”. “¿Y ahora?” Su agarre se
intensificó mientras sacaba su verga casi todo el camino. Justo antes que la
cabeza de su polla abandonara su apertura, se metió de nuevo lentamente
como si quisiera revivir la penetración inicial.
Ella se derritió por la sensación.
Lo hizo otra vez, más lento que antes. Su concha se apretó desesperadamente
en su eje duro como el granito, pero él se hallaba muy húmedo y resbaladizo,
el impacto intensificó las sensaciones por diez. No podía creerlo. Nunca pensó
que el sexo podía ser tan bueno.
Cyeon susurró detrás de su oído, “¿Te gusta?”
Ella asintió.
“Dilo”.
“Me encanta”.
Un gruñido bajo retumbó, demasiado salvaje para ser humano. “Bien. Porque
me encanta tenerte así. Cuando te vi allá afuera, simplemente supe que eras la
única. Debo tenerte”.
Sacó y empujó. “Reclamarte”.
¿Soy la única? Trató de pensar entre las miles de oleadas de placer, para
digerir lo que quería decir, pero sus pensamientos se esfumaron cuando Cyeon
apuró las acometidas. Se salió. Embistió. Más rápido. Más duro. La folló con
una serie de fuertes golpes. Ráfagas de placer explotaron una detrás de la otra,
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por lo que le era difícil respirar. Cyeon acarició e hizo rodar su clítoris tan rápido
como la follaba. Jen jadeó. La combinación de sus embates y la manera en que
jugaba con su clítoris la llevaron al borde. Cada embestida salvaje, cada
movimiento duro, cada fricción le enviaba sacudidas de éxtasis a sus
terminaciones nerviosas, arrastrándola más cerca del espasmo final.
Cyeon gruñó y aporreó su coño con un torrente de acometidas y embistes.
Ella tuvo que gritar. Un clímax violento la emboscó.
Salvaje y puro.
Su cuerpo se estremeció de pies a cabeza mientras que su mente nadaba en el
olvido. Cuando flotó devuelta a la realidad, lo primero que notó fue la verga de
Cyeon aún dura en su interior.
La respiración de él era dificultosa y su cuerpo se hallaba cubierto de sudor.
“Dios, nena”, jadeó en su oído. Sus manos amasaron sus pechos. “Eres tan
buena para mí. Oh joder”. Su voz se tensó por la lujuria mientras su concha se
contraía alrededor de su eje insatisfecho. Cyeon besó la parte trasera de su
hombro y sacó la polla de su interior antes de llevarla devuelta al dormitorio.
Jen lo miró con asombro mientras Cyeon la dejó en la cama. Aún se
encontraba duro. No estaba satisfecho. Cyeon se arrastró encima de ella,
separándole las piernas. La verga rozó los labios hinchados de su coño.
Instantáneamente se abrió más amplia para aceptarlo. Él sonrió ante su
impaciencia. Apoyó un codo en el costado de su cabeza mientras su mano libre
encontró su concha. Cyeon la besó en la boca. Caliente y codicioso.
“Vamos a ver cuán mojada estás…” Cyeon acarició su coño y deslizó dos
dedos en su húmedo calor. “Mierda. Jodidamente mojada. Perfecta”.
Ella gimió mientras la tocaba más rápido. Su concha se contrajo alrededor de
sus dedos, echando en falta la manera en que su polla la follaba.
La besó nuevamente. “Mírame cuando te tome”.
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Sus miradas se enfrentaron. Su corazón dio un vuelco en el momento en que lo
observó directo a los ojos. Cyeon lucía desgarradoramente atractivo, incluso
mientras sudaba y tenía el pelo alborotado. Ella le echó los brazos alrededor
del cuello y le robó un beso fugaz.
Cyeon gruñó de placer.
“Buena chica”. Él sacó sus dedos y se aventuró más abajo.
Jen se puso rígida cuando comenzó a jugar con su ano. “Cyeon...”
“¿Él te ha follado aquí antes?”
“No… Yo-“
“¿Alguien te ha follado el culo antes?”
“¡No! Yo-“
“Mi día de suerte”, interrumpió él. “La cereza2 de tu culo es mía”.
“Pero, Cyeon, yo-“
“Shhh”, susurró. Sus ojos parecían incluso más luminosos. “Va a ser bueno,
nena. Confía en mí. Te prometo nada más que placer”.
Ella gimió, indecisa por lo que dijo. En todos los veinticuatro años de su vida,
sus experiencias sexuales eran prácticamente inexistentes hasta que conoció a
Seth, e incluso entonces, eran vainilla3. Vainilla insípida. Seth no era fanático
del sexo y tampoco lo era ella. Pero este hombre, un hermoso desconocido que
apenas conocía, parecía ser el proveedor del placer carnal. Y la peor parte era
que se hallaba emocionada por todo lo que él tenía para mostrarle.
“Cyeon...”
2 En inglés, dentro del ámbito sexual, la cereza hace referencia a la virginidad. Como no hay unequivalente en español del concepto, decidí dejarlo de forma textual. (N. de la T.)3 El concepto sexo vainilla, en inglés, hace referencia a lo convencional, es el sexo que no implicagrandes variaciones, poco aventurero. (N. de la T.)
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“Mírame. Dime que esto no es bueno”. Cyeon frotó el perineo con la punta de
sus dedos, aceitándola con sus propios jugos.
“Ohhh”. Se le abrieron los ojos por el placer. Esa parte de su cuerpo se sintió
tan sensible. Lo que él le estaba haciendo se sentía sorprendentemente bien.
Ella lo encontró observando su reacción. “¿Te gusta? Me lo imaginaba. Ahora
relájate”. Empujó un dedo dentro de su culo.
“Yo...” dejó escapar Jen. Su esfínter se apretó por la intrución.
“Digo que te relajes. No hay nada que temer. Confía en mí”.
Lo intentó. Pero su cuerpo reaccionó por instinto. Ella era una virgen anal. Todo
el asunto se sentía francamente escandaloso. Tan sucio. Tan lascivo. Tan...
“Oh joder...” gimió, sin poder creer lo bien que se sentía. Cyeon enterraba su
dedo en el canal prohibido y empujaba lentamente. Dentro y fuera. Gentil pero
seguro.
Su ano se apretó duro.
“Está bueno, ¿no es así?”
“Yo... sí”.
“Mmm”. Cyeon deslizó un segundo dedo. “Ahora, quiero que te abras para mí.
Mi verga es mucho más grande que mi dedo, y no quiero hacerte daño”.
Un gemido lastimero escapó de su garganta. La presión de su orificio se
intensificó. El anillo de su músculo se sintió estirado y violado en una buena y
pervertida manera. ¿Quién iba a pensar que las cosas prohibidas se percibirían
así de placenteras?
Cyeon hizo movimientos de tijeras, estirando su culo como si lo preparara para
que aceptara un objeto más grande. Su polla. El mero pensamiento enviaba
deliciosas sensaciones por todo su cuerpo.
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Cyeon se inclinó y la besó hasta que se relajó, y la acostumbró a sus dedos. A
ella le encantaba lo que le estaba haciendo. Exitada por lo que vendría
después.
Le mordió el labio inferior y retiró los dedos. Su corazón bailó de nuevo. Él
tomó su verga y la posicionó en la corona de su ano, besándolo con su punta
roma. Cyeon gruñó y empujó hacia dentro. Ella rápidamente tomó un puñado
de su pelo, quejándose.
“Mírame, nena, cuando te tome”.
Ella obedeció.
Cyeon la besó. “Buena chica. Ten paciencia. Puede que sientas un poco de
presión…”
¿Un poco? Sintió como si hubiera sido partida a la mitad cuando Cyeon metió
la dura polla en su culo. Él gimió, inhumanamente, conduciéndose a sí mismo
todo el camino hasta el final.
“Cyeon...”
“¿Sí, nena? ¿Es demasiado?”
Quería decir que era demasiado. Pero antes que las palabras abandonaran su
boca, cambió de opinión. Cyeon tiró y empujó, follándola con lentas
acometidas. El impacto la dejó sin habla. El placer era increíble. Su concha se
contrajo, sintiéndose necesitada y abandonada. Un chorro de jugo se le
escapó.
“No”, dijo con voz ronca. “Yo...”
“¿Está bueno?”
Asintió vigorozamente.
“Oh bien. Te sientes jodidamente increíble. Ya no creo que pueda seguir
haciéndolo lento”.
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Cyeon maldijo. Aceleró. “Necesito... mierda. Jesús, nena. Me volveré loco si
no…”
Jen gimió nuevamente mientras Cyeon la emboscaba con un beso. Envolvió
sus piernas alrededor de su cintura, sus embestidas se hicieron más rápidas y
fuertes. Ya no estaba intentado ser gentil como antes. Un nuevo fuego estalló
dentro de ella.
“Dime que te encanta”, pidió con voz rasposa entre besos. “Porque te sientes
tan jodidamente bien”.
Se hallaba sin aliento. “Me encanta”.
Él gruñó. “Dime que lo quieres duro”.
“Fóllame duro”. Tragó una bocanada de aire. La estaba estirando más allá de lo
imposible. “Por favor”.
“Jesús”. Cyeon la embistió con golpes cortos y rápidos. “Nena, me estás
volviendo loco…”
Perdió el aliento de nuevo. El placer era demasiado como para manejarlo. Sus
salvajes acometidas eran implacables, dejando su mente en blanco. Se
encontró a sí misma atada al borde de otro orgasmo. Su corazón martilleaba en
su garganta. Se encontraba tan cerca...
“Cyeon... voy...”
“No todavía, nena. Un poco más. Nos correremos juntos. Yo...” Cyeon gruñó
otra vez.
Su rostro era una máscara de éxtasis. “Mierda. Increíble...”
Ella trató de evitar su clímax, pero no creía que podía aguantar por más tiempo.
Cada fibra de su ser gritó con necesidad. Cyeon la folló más duro. Más rápido.
Era una locura. Ella deliró, la urgencia de venirse era abrumadora. Le susurró
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que se afirmara y hundió dos dedos en su coño, embistiéndola con la misma
fiereza con la que follaba su culo.
Jen explotó en un instante. Fuegos artificiales estallaron ante sus ojos,
enviándola tambaleante hasta el olvido. Ella se elevó libremente. Su culo
ordeñó su eje en olas de espasmos electrificados.
Su concha se contrajo alrededor de sus dedos cubiertos de crema. Su clímax
fue más que explosivo, era una ruptura alucinante.
Cyeon gritó, bombeó otra docena de veces antes de que se calmara,
eyaculando.
Un líquido cálido inundó su culo. Ella sintió que su polla daba varios espasmos
hasta que finalmente ya no le quedaba nada. Aún se encontraba borracha con
su orgasmo cuando él sacó los dedos de su coño y lamió hasta limpiarlos.
“Mmm”. Ronroneó Cyeon. “Delicioso”. Tomó su rostro y la sofocó con besos
lascivos.
Casi no podía respirar. Cuando él finalmente rompió el beso, ella se sintió
mareada por la falta de oxígeno.
“Nena”. Cyeon la observó mientras resplandecía. Su verga se suavizó en su
ano. Se inclinó a un lado y se desconectó de ella. “¿Cómo estuvo?”
Rió. “Asombroso”.
“¿Cansada?”
Su risa se convirtió en una sonrisa.
Cyeon le despejó el pelo suelto de su cara y le besó la frente.
“Duerme. Necesitas fuerzas”.
Su reacción fue objetar, para así saborear la intimidad, no queriendo perderse
un solo momento. Pero, como si sus palabras fueran mágicas, el letargo la
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arrullo en un sueño como si fuera la canción de una sirena que no podía
resistir. Sus ojos se sintieron pesados, y en poco tiempo, fue a la deriva en un
sueño.
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Capítulo Tres
Cyeon decidió salir a la cocina, horas después, luego de una larga ducha.
Jennifer seguía profundamente dormida en su cama. Pensó que tendría
hambre cuando despertara y quiso hacerle algo de comer. No sería pronto,
supuso. Él la dejó como un estropajo con sus rabiosas folladas y orgasmos
múltiples. Ella era como un afrodisíaco.
Cada vez que pensaba que había terminado, el olor de su aroma intoxicante
había dejado su pene completamente erecto y duro otra vez. Voraz. Por
primera vez en su vida, no tenía dominio de sí mismo, impulsado por la
constante lucha entre su cerebro y su polla.
Su polla ganó.
Keto y su primo, Jax, lo saludaron con amplias sonrisas mientras entraba en la
cocina.
Habían siete miembros de la manada actualmente viviendo en la casa principal
K’stal, todos hombres, y todos solteros. Y cuando uno de ellos reclamaba a su
compañera, poco después, se mudaban para comenzar una familia. Habían
pasado años desde la última vez que un cambiaformas K’stal traía a una mujer.
Jennifer había convertido a su manada en socarrones.
“¿Y? ¿Cómo estuvo?” Keto le lanzó una pulla.
La pregunta era mayormente retórica. Con todos los gritos viniendo de su
habitación, suponía que ya todos conocían la respuesta. Cyeon eligió mantener
silencio, ya que su hermano no tenía derecho a hablar, siendo más ruidoso que
una gata chiflada. Él cambió el tema. “¿Viste a alguien conduciendo un jeep
buscándola?”
“¿Estás bromenado, verdad? Pensé que fue dejada para morir”. Inquirió Keto,
rascándose la barbilla, pensativo. “No he visto a nadie desde que la rescataste.
¿Crees que alguien regresará por ella?”
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“A veces el culpable regresa para ver si la víctima está realmente muerta”.
Cyeon abrió el armario para sacar un poco de pan. Pensó en hacerle a Jen
unos sándwiches.
La caja de pan se hallaba llena con dos trozos frescos. Dani, su primo, quien
está a cargo de la despensa, debió de haber hecho un viaje a la tienda
recientemente. Cyeon tomó el pan, la mermelada de la nevera e hizo un
sándwich. Él se giró hacia Jax y preguntó, “¿Qué hay de algún equipo de
rescate? Ella es una huésped en el Parque Salvaje de Savannah, a juzgar por
la identificación que encontré. Han pasado dos días desde que fue arrojada.
Alguien tendría que haber salido a buscarla. Los guardabosques de Savannah
son muy quisquillosos acerca de turistas perdidos”.
“¿El Parque Salvaje de Savannah?” Keto Silbó. “Eso está a quince kilómetros
de aquí. Alguien se esforzó para asegurarse que no fuera encontrada”.
Jax sacudió su cabeza. “No he visto a nadie. He estado recorriendo nuestro
territorio desde ayer. Ningún humano, excepto ella”.
“¿Quién la quiere muerta?” preguntó Keto.
Cyeon lanzó una gruesa capa de mermelada en la rebanada de pan. “Su
prometido”.
“Típico. ¿El Motivo?”
“Póliza de seguro. Ella vale cinco millones de dólares muerta”. La amargura se
arrastró por su voz. La había obligado a hablar acerca de su historia después
de haber hecho el amor ardientemente, cuando ella despertó por un corto
período, antes de quedarse dormida de nuevo. Lo que descubrió le disgustó.
Claramente, Jennifer era una mujer ingenua, convirtiéndola en un blanco fácil
para depredadores como Seth.
“Bastardo”, Keto y Jax maldijeron al mismo tiempo.
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Lo que más horrorizaba a los cambiaformas de K’stal era la violencia en contra
de la mujer.
Ya que los K’stal criaban cachorros machos en su mayoría, las mujeres eran
atesoradas en el manada, desde nacidas como cambiaformas o reclamadas
como compañeras.
Jax lucía profundamente perturbado. “No podemos dejar que se salga con la
suya, ¿o sí?”
“Yo digo que le sigamos la pista y nivelemos el campo de juego”, añadió Keto.
“Aún no”. Cyeon hurgó en un cajón, buscando algún envoltorio plástico.
Encontró un rollo y envolvió el sándwiches que acababa de hacer. “El problema
es que ella está en negación. Todavía no cree que ese imbécil la quiere
muerta”.
Keto resopló. “Lo imagino. Así que, ¿qué harás?”
“Encontrar a ese idiota, por supuesto. Ver qué es lo que pretende”.
“¿En el Parque Salvaje de Savannah?”
“Ellos se alojan allí. Apuesto a que sigue por ahí”. Cyeon puso el plato de los
sándwiches en una bandeja, luego sirvió un vaso de té dulce. “Voy a estar
ausente por algunas horas. Mantengan un ojo en ella”.
“Claro”. Asintió Jax.
“¿Puedo ir contigo?” preguntó Keto. “Tengo curiosidad por ver cómo luce su
novio. Porque esa es una hermosa mujer a la que trató de matar. Algo debe
andar mal con él”.
“Dinero. Es la raíz de todo mal. No tiene nada que ver con que si es hermosa o
no”, señaló Jax.
La mirada horrorizada de Keto se profundizó. “¿Vamos a conducir hasta allí,
cierto? No estoy de humor para correr”.
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Cyeon lo pensó por un momento. Ir al Resort como un ser humano tenía más
sentido que ir a escondidas en su forma de león, especialmente a plena luz del
día.
* * *
“Ya he bebido bastante. Han pasado tres horas. ¿Dime otra vez qué estamos
haciendo aquí?”
Se quejó Keto después de beber su cerveza. Él le hizo un gesto al barman para
que se alejara, cuando éste le preguntó si quería otra. Keto se inclinó más
cerca y susurró, “¿Por qué no buscamos al tipo y le damos una lección?
Recuerdas como luce, ¿cierto?”
Cyeon entrecerró sus ojos, dándole a su hermano su famosa mirada.
“Paciencia. Tengo curiosidad por ver lo que él hará”.
Keto escaneó el bar del Resort subrepticiamente. “¿Cuál de estos gilipollas es
el hijo de puta?”
Cyeon hizo un gesto con la barbilla hacia la esquina de la habitación. Tres
hombres se sentaron en una mesa ovalada, amontonados, como si tuvieran
una profunda discusión. Lucían jóvenes, no podían tener más de treinta,
vestidos con trajes de turistas. Hablaban y bebían como si no tuvieran
preocupaciones en el mundo. Especialmente el hombre que había visto
conducir el jeep. El prometido de Jen. De vez en cuando, el imbécil se reía,
presumiblemente con las bromas que hacían sus colegas, todo mientas
pomposamente daba sorbos a su coñac.
Una oleada de furia se elevó por la garganta de Cyeon.
¿Cómo alguien podía estar calmado y alegre, como si nada hubiera sucedido,
después de que él drogara, y luego abandonara a la mujer con la que se iba a
casar, dejándola a merced de los animales?
Si Cyeon estuviera inclinado a satisfacer su instinto animal, habría arrastrado
al hombre fuera de la vista y lo habría despedazado. No. Eso era muy fácil.
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Quería que el hombre sufriera. Jen merecía justicia. Y la prisión sería una
justicia adecuada para un idiota baboso como él.
Él y Keto había llegado al Resort, un poco después de la hora de almuerzo.
Cyeon había decidido dirigirse directamente al bar principal de Savannah,
calculando que los dos observarían primero, antes de buscar al prometido.
Pero justo con suerte, no mucho después de que hubieran ordenado sus
tragos, el hombre en cuestión había entrado al bar. Cyeon lo reconoció
inmediatamente por su aroma, la esencia del otro hombre recubría a Jen
cuando ésta fue arrojada.
Ella le contó que el nombre de su novio era Seth Richards, y que el hijo de
perra trabajaba como ejecutivo en un banco, viniendo de una larga línea de
banqueros. La presunción en su rostro le dijo a Cyeon que el sobre-consentido
idiota probablemente nunca había levantado un dedo un solo día de su vida.
Cyeon se preguntaba qué había visto Jen en él.
Una sacudida de disgusto hizo que Cyeon perdiera el control por un momento.
Sus dedos se cambiaron en garras.
Aunque su hermano no lo notó. Su mirada se hallaba fija en el tipo con el pelo
corto y negro, vestido con ropas de Burberry4. “Es él, ¿cierto? ¿Qué estamos
esperando? Vamos a por él”.
Cyeon gruñó en voz baja. “Más despacio, vaquero”.
“¿Por que?”
“Como ya te lo he dicho, tengo curiosidad sobre lo que hará. Su prometida ha
desaparecido y él está actuando como si nada sucediera. Por como lucen las
cosas, estas personas no han organizado una búsqueda o algo así”.
“Tal vez no reportó su desaparecimiento”.
4 Burberry es una casa británica de moda de lujo, que fabrica ropas y otros complementos. Su distintivo esun caballero inglés montado en un corcel. (N. de la T.)
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“Eso ya medio lo supuse”.
“¿Qué es lo que vamos a hacer?”
“Vamos a tener una charla con él una vez que esté en su cuarto”.
Keto se echó a reír burlonamente. “Chico, eso me encantaría”.
Las puertas del bar se abrieron de golpe y gimió para sus adentros. De alguna
manera, Jen había conseguido regresar al Resort por su cuenta, y obviamente
buscando a Seth. Su mirada recorrió la habitación antes de enfocarla en su
prometido. Asaltando directamente hacia Seth, él supuso que ella no había
notado que Cyeon y a Keto ya se encontraban allí. Un paso más atrás de ella,
la seguía Jax, con una contemplación culpable en su rostro.
Jax atrapó la mirada de Cyeon. Se encogió de hombros. Lo lamento, dijo
mentalmente. Ella es muy persistente. No puedo soportar ver a una hermosa
mujer llorar.
Idiota, Cyeon y Keto lo maldijeron el mismo tiempo.
Una conmoción estalló en la mesa de Seth. El rostro de éste lucía demasiado
pálido al ver a Jen. Él se levantó y tambaleó mientras ella lo bombardeaba con
un aluvión de palabras furiosas. Ellos discutieron, continuaban haciéndolo
mientras Seth agarró su brazo y la arrastraba afuera.
Una alarma sonó en la mente de Cyeon. Pagó la cuenta e inmediatamente los
siguió. Una multitud de personas inundó la entrada del bar de pronto,
perdiéndolos de vista por un momento. Hizo a un lado a la gente y salió. Jen y
Seth no se veían por ninguna parte.
“¿Por dónde se fueron?” demandó Keto detrás de él.
Cyeon olfateó el aire y discernió la dirección basado en sus aromas. Él cazó a
toda prisa. El rastro lo llevó a una hilera de chalés. No necesitó adivinar cuál
chalé era el de ellos. El sonido sordo de un hombre gritando vino del interior de
la segunda puerta. Cyeon se echó a correr y la abrió de golpe. Lo que vio le
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hizo hervir la sangre. Seth dio un puñetazo a Jen mientras gritaba como un
demente. Cyeon tomó su brazo y lanzó a Seth en contra de la pared. La rabia
se acumuló en su garganta. Por un momento deslumbrante, perdió el control y
su mente quedó en banco –hasta que Keto atrapó su brazo le gritó que parara.
Había golpeado a Seth hasta dejarlo como pulpa.
“Vas a matarlo”, ladró Keto. “No que tenga alguna objeción con ello. Pero no
quieres hacer esto frente a ella, ¿o sí?”
Aflojó el puño. Cyeon dejó ir el cuello de Seth y éste se desplomó en el suelo.
Inconciente.
Cyeon limpió la sangre de su mano en sus pantalones, miró a Jen. Ella se
lanzó a los brazos de Jax, apretándose con un lado de su cara. El bastardo le
había dañado sus labios.
“Jesús”. Cyeon la inspeccionó. No podía creer que había permitido que esto
ocurriera. Era su culpa. Si no los hubiera perdido de vista ella no habría
resultado herida.
“Lo siento”. Jen limpió sus lágrimas. “Solo quería saber la verdad. Tenía que
hacerlo-“
“Shhh. No es tu culpa”. Cyeon le ayudó a pararse.
“Pero yo-“
“Nena. Salgamos de aquí. Necesitas ver a un médico”. Cyeon batió los dedos a
Keto. “Encuentra al gerente del hotel y notifica a la policía. Y Jax, ve a buscar al
Doctor Abram”. Él jaló a Jen hacia sus brazos. “No te preocupes, todo va a salir
bien”.
Cyeon se giró hacia Seth. “Él no te hará daño nunca más…”
* * *
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Jen no sabía qué diablos estaba pensando.
Necesitaba saber la verdad. Cyeon había dicho que él se ocuparía de sus
asuntos por ella, pero se sentía obligada a encontrar su propia verdad.
Necesitaba saberlo.
Le había rogado a Jax hasta las lágrimas. Finalmente se rindió a su súplica, y
la llevó devuelta al Resort. En lo profundo de su corazón, sabía que lo que
había hecho Seth no fue un accidente. Aún así, una parte de ella no quería
admitir la verdad.
Cyeon tenía razón. Había estado en lo cierto todo el tiempo. Seth había
parecido como si hubiera visto un fantasma cuando ella lo confrontó. Al parecer
no la había extrañado en lo absoluto. Y cuando pasó por delante del portero,
éste parecía sorprendido de haberla visto devuelta –aparentemente, Seth había
notificado a la gestión hotelera que ellos se había separado, y que ella decidió
volar a casa.
¡El descaro de ese hombre!
Cuando Seth se acercó con patéticas excusas, para hablar con ella en privado,
ella no había esperado que él hablara con sus puños.
Antes de eso, Seth nunca había posado un dedo sobre ella. Siempre había
sido dulce y gentil, pero de la noche a la mañana, se había transformado en un
hijo de puta desagradable.
O quizá, Seth le había mostrado su verdadero yo, tal vez era la tonta más
grande del mundo.
Jen tomó la manta que el amigable doctor le había dado. Un dolor sordo
pasaba por debajo de su piel a pesar de los calmantes que había ingerido. Se
sentó en una silla de mimbre, observando a la gente animada a su alrededor.
Un pequeño trozo de satisfacción se infiltró en su corazón cuando vio a Seth
siendo llevado hasta un vehículo de la policía. También quería llorar.
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“Nena”. La voz suave de Cyeon la sobresaltó. “Los detectives quieren tomar tu
declaración. ¿Estás lista?”
Ella asintió.
“Podemos hacer esto mañana en la mañana si no quieres hacerlo ahora”.
“No. Quiero hacerlo. Estoy lista”.
Una sonrisa irónica colgaba en la boca de Cyeon. “Bien. No te preocupes.
Estaré cerca si me necesitas”.
Se sentía bien, saber que él estaba allí para ella.
Con Cyeon a su lado, se sentía como si pudiera enfrentar cualquier cosa.
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Epílogo
El mediodía en el Serengeti era árido y seco. Pero Jen no se encontraba tan
afectada por ello como solía estarlo. Ella era sensible a la luz del sol debido a
su pálida piel, y las veces en que había sido descuidada, más a menudo de lo
que debía, terminaba con un mal caso de quemaduras por el sol.
Pero después de que Cyeon la reclamara, extrañamente, el sol se convirtió en
su mejor amigo. Disfrutaba del calor mientras se deleitaba en la luz del sol,
justo como la manada de Cyeon hacía.
Jen se sentó en la superficie plana de una roca en la que se veía la laguna de
la manada a una docena de metros más abajo. Cyeon descansaba junto a ella
en su forma de bestia, ronroneando y lamiéndola amorosamente. Al principio,
se sintió un tanto extraña al tener a un enorme gato de trecientos veinte kilos
entre sus brazos. Los cambiaformas de K’stal eran el doble de tamaño que un
león normal. Ella se acostumbró después de un tiempo. De hecho, lo adoraba.
Cyeon era una hermosa bestia ya sea estando en su forma de animal o de
humano. Bajo el sol, su pelo rojizo parecía un dorado brillante. Su estatura era
imponente. Grandiosamente magestuoso.
Simplemente impresionante.
Ella pasó la mano por su cuello y acarició su melena. Cyeon ronroneó y lamió
su hombro afectuosamente. Su lengua se sentía como papel de lija, áspera y
pegajosa. Olas de placer se adentraron bajo su piel, humedeciendo su coño.
Ella se retorció, arreglando su vestido de verano y cubriendo sus rodillas para
que así Cyeon no notara lo caliente que se hallaba.
De cualquier manera, él lo notó. Sus ojos amarillos la observaron con una
mirada conocedora. Cyeon puso la pata en su muslo, arrastrando el borde de
su vestido hacia arriba. Su nariz y bigote se retorcieron, oliendo su excitación.
“Pervertido”, rió Jen. Cyeon era insaciable. Peor aún, le había contagiado su
hambre. Ella había tenido más sexo en la semana que estuvieron juntos que en
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toda su vida. No que le importara. Estar con Cyeon era grandioso. Él estaba
loco por ella, la quería tal cual era, sin ningún motivo oculto.
Después del incidente de Savannah, ella decidió quedarse con Cyeon. Quizá
algún día volvería a los Estados Unidos, pero no en un futuro cercano. Y
además, la necesitaban como testigo en su caso por intento de asesinato. Seth
fue detenido por el gobierno local, en la espera del juicio. Su abogado había
querido que el caso fuera llevado en Norte América, desde que las condiciones
de la cárcel local eran horrendas en comparación con Estados Unidos. De
alguna forma, Cyeon fue capaz de acabar con las peticiones del abogado de
Seth para la extradición. Jen no habría adivinado que Cyeon podía tirar
seriamente algunos hilos. Por la manera en que los locales temían al hombre,
ella se preguntaba si ellos conocían el secreto familiar.
¿Pervertido? Preguntó Cyeon mentalmente. ¿No sabes acaso que los leones
tienen un apetito voraz?
Ella no podía comunicarse telepáticamente como los cambiaformas de K’stal
podían hacer en su forma de bestia, pero oía las palabras en su mente cuando
hablaban con ella. “No es broma”, dijo. “Habla por ti mismo, señor. Uno de
estos días me matarás con esas folladas incesantes”.
El gran león soltó un bufido. Lucía tan malditamente raro verlo hacer eso.
Como si pudiera. Nunca te forzaría si no lo quisieras.
“¿Oh?” Sus cejas se arquearon, con un sonido de burla en su tono. “¿Qué hay
de la primera vez que te conocí? Prácticamente saltaste sobre mis huesos”.
Cyeon parecía que reflexionaba. Eso fue porque estabas en celo. ¿Quién podía
resistirse a eso?
“Ajá. Así que no admites”.
Él no pareció notar su triunfo. Su mirada se encontraba fija en la unión de sus
muslos. Y aún lo estás. Jesús. Me estás volviendo loco. Abre tus piernas.
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Ella cerró sus muslos. “¿Un rapidito al aire libre? No lo creo. No soy tan
aventurera. ¿Qué pasa si alguien nos ve?”
¿Como quién? Cyeon lanzó la barbilla en la dirección de la laguna. ¿Dos
rinocerontes? ¿Ese elefante? Sip, como si les importara.
Jen miró hacia abajo. Tenía razón. No había nadie más alrededor además de
ellos por el momento. El hermano y el primo de Cyeon habían ido al pueblo a
comprar provisiones y gasolina para los generadores. Ellos no regresarían
hasta el atardecer. Se hallaban completamente solos.
Aún así, la sugerencia sonaba francamente escandalosa para ella.
Sin embargo, Cyeon persistió. Quitó su pata y tocó su pierna con la punta de la
nariz. Solo una lamida rápida. ¿Por favor?
Él la convenció con el “por favor”. Ella era una idiota por los caballeros
corteses. Hombres-leones.
Como sea. Y además, ella no llevaba pantaletas. Cyeon había insistido en que
fuera sin ellas a todos lados. Él le compró un armario lleno de ropa después de
que decidiera quedarse ahí, pero convenientemente olvidó la ropa interior. Él
fruncía el ceño cuando usaba las que trajo con ella para las vacaciones. Le
molestaban, había dicho.
Jen miró por sobre el hombro y decidió qué diablos. Nunca podía decirle que
“no” a Cyeon. Y para ser honesta, se encontraba tan caliente como él lo
estaba.
Tímidamente, levantó el borde de su vestido blanco y abrió las piernas. Cyeon
rápidamente se abalanzó sobre ella, con su gran boca en su concha. Su
corazón saltó cuando sintió su lengua como papel de lija que lamía su húmeda
crema.
Jen se hallaba perdida.
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Ella echó la cabeza hacia atrás mientras un intenso placer quemó sus
terminaciones nerviosas.
Sus manos se agarraron de la peluda melena, apretó los dientes. Su columna
vertebral se retorció. Su coño se contrajo. Se mojó por el impacto. Él la lamió
con gusto, como un gato disfrutando de su crema.
“Cyeon...”
Él gruñó y empujó su hocico en contra de su sexo adolorido. Su aliento caliente
quemó la piel demasiado sensible mientras que su lengua áspera abría los
labios de su sexo. Ella suspiró cuando su lengua la penetró. Dentro y fuera.
Follando su concha como si utilizara su polla. Dios. Sus ojos se abrieron de
golpe hacia el cielo azul al igual que un caleidoscopio de placer estallaba en su
interior. Tembló por el goce.
Cyeon le lamía más y más hasta que una insoportable necesidad la frustró. Jen
se apresuró a sentarse y agarró un puñado de su melena. “Fóllame. Te
necesito”.
Él respondió con otro gruñido profundo. Cyeon cambió ante sus ojos. La
empujó hacia abajo y buscó a tientas la cremallera de sus vaqueros. Jen echó
los brazos alrededor de su cuello. Estuvo a punto de besarlo cuando la penetró.
“Oh”, gimió.
Cyeon la embistió duramente. “Joder”. Él tomó sus caderas y la acometió con
una serie de golpes viciosos. Su carne dura la aporreó rápidamente.
“Cyeon...” Jen clavó las uñas en el cuero cabelludo. El placer se acumuló veloz.
“Yo…”
“¿Sí, nena?”
Un repentino clímax la emboscó. El olvido la tragó por un largo momento.
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Cyeon continuó follándola hasta que un segundo orgasmo la golpeó. Él no se
detuvo hasta que la llegó a un tercero y finalmente eyaculó.
Yacieron en silencio mientras los temblores de éxtasis terminaban.
Cyeon le acarició el cabello. Su rostro lucía solemne. “Te amo”, susurró.
Su declaración la aturdió. No sabía qué decir. Era demasiado pronto. Y
además, no se había recuperado de la traición de Seth. Sí, se hallaba apegada
a Cyeon. Amaba estar con él. Le entregaba placer que nunca imagino que
existiera. La protegía, y le hacía sentir segura.
“Shh”. Puso un dedo en su labio cuando ella iba a responderle algo.
“Sin presiones, gatita. Solo cuando estés lista. Has pasado por muchas cosas”.
Jen aplastó su boca en la de él, besándolo duramente. Era tan maravilloso y
comprensivo. Un hombre como él no sería difícil de amar. Estaba segura de
ello. Simplemente necesitaba sacar a Seth de su sistema y hacer de Cyeon el
centro de su mundo.
No sería difícil de hacer.
Cyeon tenía la mirada soñadora cuando ella abrió sus labios. Un ronroneo
animal escapó de su garganta. “¿Estás cansada?”
“Mmm. ¿Por qué lo preguntas?”
“Pensé que podría gustarte un baño. Pareces un tanto sucia. Y cansada. Y
sudorosa. Pero luces tan sexy”.
“¿Me darás un baño?”
“No necesitas torcer mi brazo. Adoro acicalarte”.
“¿Es una cosa de león?”
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“Nah. Simplemente me encanta tener mis manos sobre tu cuerpo desnudo.
¿Quién no?”
Ella rió y golpeó su hombro juguetonamente. No, no sería difícil de amar, en
cuerpo y alma.
Cyeon Rarh. Su hombre.
Su león.
Fin
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