anatomía de la depresión
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La anatomía de la depresión.
Una terapia de esperanza:
Desafío a la visión de mundo de los pacientes deprimidos.1
Michael Yapko, Ph.D.
El nuevo cliente que estaba en la sala de espera de mi consulta capturaba
inmediatamente la atención. Mel, un hombre inmenso –muy grande y muy obeso– empequeñecía a
su esposa, Betty, que estaba sentada a su lado y tenía un brazo entrelazado en el de él. Los ojos de
Mel estaban cerrados y no los abrió cuando me presenté y le extendí la mano para saludarlo. Betty,
con su mano libre, estrechó la mía. Se presentó cortésmente a si misma y después a Mel, el cual aun
no había hecho ningún movimiento de reconocimiento de mi presencia.
Cuando invité a Mel y a Betty a seguirme hacia mi consulta, Betty se colocó de pie primero
y después tiró suavemente del brazo de Mel, indicándole que se levantara. Después de una pausa,
él se colocó de pie. Yo miraba muy de cerca a Mel para ver cuando abriría sus ojos –si es que lo
hacía– para orientarse respecto a dónde iba. Nunca los abrió. La esposa le dio un leve codazo
ante un sillón en mi consulta. Con la orden no verbal de la esposa, se dejó caer hacia atrás en la
silla, teniendo aun sus ojos cerrados. Se suponía que yo tenía que ayudar a este hombre
profundamente aproblemado que tenía enfrente, aunque yo no lo había escuchado proferir ningún
sonido o incluso establecer un contacto visual momentáneo conmigo.
Betty me informó que hacía menos de un año, Mel había sufrido un serio ataque cardíaco.
Había requerido una cirugía de bypass cuádruple, y desde el momento en que despertó de la
anestesia, se había convertido en el hombre que yo estaba viendo ahora. Raramente hablaba o
abría sus ojos. Pasaba sus días echado en la sala de estar familiar, llorando.
Betty describió a Mel como alguien que había trabajado duro toda su vida, muy orgulloso
de su trabajo como supervisor en una fábrica. Raramente se reportaba enfermo y era renuente a
tomar vacaciones. Aunque su relación con Betty había sido un subibaja en su largo matrimonio –
1 “The Anatomy of Depression. A Therapy of Hope”. Reproducido con autorización de Family Therapy Networker , May/June, 1991, pp. 34-39. (Tradución: Ps. Mario Pacheco León)
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muchas disputas violentas, muchas reconciliaciones cariñosas– nunca habían cuestionado el
hecho que siempre estarían juntos. Antes de su ataque cardíaco, Mel y Betty habían planeado
recorrer el país en su casa rodante una vez que él jubilara. Ahora, esos planes parecían pertenecer
a la vida de otra persona, sin ninguna relación con el infierno del año pasado.
¿Qué pensaría usted respecto a la depresión de Mel? Si su respuesta es que Mel está
teniendo sentimientos de tristeza por si mismo, o que es incapaz de adaptarse a la realidad de su
ataque, o que está apenado por la pérdida de su salud o una carrera importante, o que incapaz de
tratar con el problema de su propia mortalidad, entonces usted está generando algunas
explicaciones razonables para la depresión de él. Sin embargo, ninguna de esas explicaciones
fueron útiles para sacar a Mel de la depresión.
Mientras que el DSM-III-R categoriza a la depresión mayor como un trastorno del ánimo, es
obvio que esa descripción es muy limitada. La depresión es mucho más que un prolongado período
pasajero de tristeza o sentirse mal. Está arraigada en demasiadas pautas perdurables que, si se
dejan sin tratar, pueden mantener al cliente en riesgo de episodios depresivos posteriores, incluso
después de la recuperación total. La depresión es un estilo de vida, que acompaña
sistemáticamente todas las dimensiones de la experiencia de la persona, incluidas la fisiología, el
estilo cognitivo, las pautas relacionales, las respuestas a las situaciones y los hábitos emocionales y
conductuales.
Muchos de nosotros hemos sido entrenados para pensar en la depresión como un
fenómeno misteriosamente recurrente en la vida de algunas personas. Pero no es que la depresión
sea en si misma recurrente, sino que la vida en forma repetida nos arroja desafíos a todos nosotros.
Nadie experimenta dolores o rechazo o desilusiones una única vez. La depresión es el resultado de
la forma en que la persona interpreta y responde a la v ida; es una pauta, una forma predecible de
interactuar con el mundo, que trasciende la experiencia del individuo. Debido a esto es que
cuando solamente se tratan los síntomas de la depresión sin considerar las pautas cognitivas y
emocionales que la crean, se está haciendo un mal servicio al cliente. Cuando una persona se
deprime, las pautas de estilo de vida que suministran las bases para la depresión han estado
presentes por largo tiempo, y esos hábitos psicológicos necesitan ser tomados en consideración.
Lo más que pude obtener de Mel en mi primera entrevista con él, fue un gruñido o una
negación con la cabeza. Aunque imaginé que estaba escuchando en algún nivel, el esfuerzo para
que intentara hablar, más que encogerse en su silla, era mucho más de lo que aparentemente lo
inquietaba o se sentía capaz de hacer. En nuestra segunda reunión, le pedí a Betty que
permaneciera en la sala de espera y vi a Mel a solas. No le hice preguntas, no le exigí responderme
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en ninguna forma. Por el contrario, en una forma hipnótica comencé a relatarle historias de otros
clientes, personas que estaban tan atrapadas en las circunstancias inmediatas que sin intención
tomaron malas decisiones respecto al futuro. Describí a un hombre que dejó la escuela para ser
capaz de comprar un auto ostentoso; después una mujer desesperada que se iba a casar con la
persona equivocada para irse de la casa de sus padres, y otra serie de historias que no llevaban a
ninguna parte. Después de algunos de esos relatos, Mel abrió sus ojos, me miró directamente por
primera vez y dijo, “Voy a morir.” Después comenzó a sollozar en una forma incontrolable.
¿Qué es lo que necesita saber la mayoría de los lectores respecto a Mel? Cualesquiera
fueran los detalles de su vida, la depresión de Mel surgía de la creencia, que estaba rondando
continuamente en su mente, que su vida terminaría. Sin ningún futuro por delante, con su mente en
ninguna parte, Mel estaba literalmente sentado día a día esperando morir.
Cuando Mel pensaba en el futuro, su mente estaba invadida con imágenes de estar
muerto o casi muerto. Sabía que su corazón estaba mal, que la muerte podía venir en cualquier
momento, que él no podía ir a ninguna parte o hacer algo, debido al efecto catastrófico que él
temía que tendría sobre su corazón. De modo que se quedaba sentado. Y esperaba.
La depresión no es rabia dirigida hacia el interior, una reacción a la pérdida, una
enfermedad, un deseo que cuiden de uno, un comportamiento recompensado, u otra cosa muy
simple o con una única causa. Las pautas que subyacen a la experiencia de toda persona
deprimida serán muy diferentes y debe responderse a cada una en particular. Es más adecuado
hablar de depresiones que hablar de Depresión Mayor como si fuera una entidad singular. La
depresión toma muchas formas –casi tantas como los individuos que la sufren. Lo que, a veces,
lleva a los clínicos a equivocarse en los diagnósticos es que frecuentemente los síntomas
aparecen sin que los que los pacientes afirmen que están deprimidos. Algunos pueden quejarse de
no tener propósitos, o apatía, o problemas de relaciones interpersonales, o beber en exceso, o
tener úlcera estomacal, o cualquiera de un centenar de otras cosas, y nunca mencionan un
problema con el ánimo.
La desesperanza es la primera de la lista de las pautas cognitivas que subyacen a la
depresión. La persona deprimida se imagina el futuro lleno de dolor inescapable. Cuando esta
anticipación de un sufrimiento interminable es tan abrumador, que domina totalmente la
experiencia de la vida, el suicidio puede parecer una alternativa razonable; nunca he encontrado
un cliente suicida que de verdad haya querido morir, sino personas que simplemente no podían
soportar más su dolor y no veían el prospecto de un alivio eventual. La esperanza es un salvavidas.
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¿Qué sustenta la lógica del pensamiento depresivo? ¿Por qué el cardiólogo de Mel no le
aseguró que estaba totalmente recuperado del ataque cardíaco? Se lo dijo –pero Mel no le creyó.
Los doctores suponían que él era optimista, ¿cierto? ¿Por qué Mel no leyó un poco acerca de vivir
la vida en una forma realista después de un ataque cardíaco? El hecho que otras personas jueguen
tenis, viajen, regresen al trabajo y vivan, puede haber sido bueno para ellas, pero las historias
exitosas de otras personas solamente deprimían más a Mel. ¿Por qué? Porque ellos podían hacer
esas cosas, pero él creía que no podía. ¿Por qué no educar a Mel para que redujera sus riesgos de
otro ataque cardíaco al estar activo y respetar su dieta, en lugar de estar sentado todo el día y
engordar más? Porque Mel sabía que su peso aumentaría, sin importar lo que él hiciera.
Debido a que la razón y la persuasión son muy poco efectivas con los clientes deprimidos,
el tratamiento efectivo depende de la estructuración de las experiencias directas que ayuden a
estos clientes a salir de los límites de su pensamiento distorsionado. Después de algunas sesiones en
las cuales Mel discutió abiertamente su creencia depresiva que su vida se acabaría, le di una
tarea diseñada para interrumpir esta pauta de estar sentado pasivamente, esperando morir. Le
indiqué a Mel que yo pensaba que era injusto que Betty tuviera que preguntarle constantemente
cómo estaba. Le dije que él al menos podría ahorrarle ese esfuerzo a ella, teniendo un reloj con él y
avisarle cada 15 minutos, “Aun estoy vivo.” Estuvo de acuerdo, sombríamente, que esto solamente
era justo para Betty, y aceptó la tarea. Este fue un vuelco en el tratamiento. El no podía ayudar,
aparte de la repetición de la auto-sugestión que aun estaba vivo. Su tolerancia para estar
sentado pasivamente, esperando morir, disminuyó marcadamente en los días siguientes a esta
sesión central. Eventualmente, Mel fue capaz de comenzar a redefinir su futuro, aproximándose
gradualmente a aquel con dosis terapéuticas de esperanza.
La desesperanza es tan central en la depresión, que mientras permanezca más tiempo
como una parte del pensamiento, es poco probable la recuperación total de la depresión.
Aprender a pensar en términos de las posibilidades positivas es vital para derrotar a la depresión.
Pensar en lo que puede ser (en lugar de malgastar el tiempo en lo que ha sido, o lo que es) es la
mejor forma de orientarse como terapeuta cuando uno trata con clientes deprimidos.
Una de las diferencias filosóficas cruciales entre los terapeutas, es la cuestión de cuánta
atención prestar a la historia personal del cliente. Todo enfoque terapéutico puede ser incluido
fácilmente en categorías como muy enfocado en el pasado o en el aquí y el ahora.
Desgraciadamente, es típico que los terapeutas opten por un enfoque para su cliente basados en
sus preferencias personales, más que de acuerdo a la estructura del problema del cliente. La
depresión suele implicar una visión distorsionada del futuro, basada en un pasado negativo, un
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pasado que preocupa al cliente al punto de la exclusión de todo lo demás. Si el terapeuta permite
o incluso fomenta este foco, al adoptar una orientación dirigida hacia el pasado, del tipo de
terapia “hablemos-de-su-infancia”, el acoplamiento entre la estructura del tratamiento orientado
hacia el pasado y la estructura orientada hacia el pasado de la depresión, puede impedir la
posibilidad de cambio. La terapia con los clientes deprimidos debe construir esperanza –necesitan
una experiencia positiva del futuro, que sea lo suficientemente motivante y obligatoria como para
involucrarlos en el proceso de terapia. En mis Talleres, a menudo le pregunto a los terapeutas si
creen que es importante que el cliente tenga una expectativa positiva de los resultados exitosos
del tratamiento. Casi todos están de acuerdo inmediatamente con eso, pero cuando les pregunto,
“Entonces, ¿qué harían específicamente para construir expectativas positivas en sus clientes
deprimidos?”, el silencio es ensordecedor.
La hipnosis es una herramienta poderosa para ayudar a los clientes deprimidos a imaginar un
futuro más esperanzador. A través de la hipnosis, el terapeuta da sugestiones al cliente que den
énfasis en forma repetida que la experiencia puede cambiar y que, por lo tanto, pueden mirar
hacia adelante, hacia la mejoría. Por ejemplo, al usar hipnosis, un terapeuta puede dar al cliente
sugestiones como las siguientes:
...Y a usted no le gusta la forma en que está sintiéndose... pero los sentimientos cambian... las
perspectivas cambian... y es importante saber que... debido a que cada sentimiento tiene un
propósito diferente, una capacidad diferente... las relaciones de amor... y la habilidad para
sentirse miembro de puntos de vista particulares, permite la estabilidad y una mayor
consciencia de si mismo... y sentirse empujado a crecer... y sentir esos sentimientos que ha
llamado “depresivos” es tan inútil... aunque usted aun no se ha dado cuenta que esos
sentimientos presentan una oportunidad para usted... una oportunidad para descubrir y
volver a descubrir... su habilidad para cambiar... para crecer... y descubrir que los dolores son
solamente pasajeros... y que usualmente pronto se olvidan... importantes señales de cambio...
y después se dejan atrás... son útiles a su tiempo... y son innecesarios muy pronto después...
Una inducción de trance de ese tipo ofrece el beneficio de interrumpir la agitación, la
ansiedad, y las ruminaciones negativas del cliente, al usar la experiencia directa para construir un
percatarse que su experiencia puede cambiar. Si usted deja que su cliente deprimido se
concentre en los detalles de la historia, es probable que no termine nunca. Las interminables
terapias a largo plazo de los terapeutas y los clientes orientados hacia el pasado demuestran esto.
La terapia exitosa con los clientes deprimidos depende del cambio de su concepción del futuro,
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desde un futuro de “más de lo mismo” a un nuevo terreno en el cual les aguardan posibilidades
más promisorias.
El contenido de los problemas de los clientes deprimidos representa el qué de la depresión,
pero la estructura (pautas) se refiere a cómo los clientes se mantienen deprimidos. Los enfoques
terapéuticos breves más efectivos colocan el énfasis en la estructura. Por ejemplo, la terapia
cognitiva se centra en cómo piensa el cliente, en lugar de qué piensa. De forma similar, la terapia
interpersonal se enfoca en cómo las personas se relacionan con otras.
El ataque cardíaco de Mel causó su depresión, ¿cierto? La madre de su cliente falleció
cuando él era un niño, y es por eso que está deprimido, ¿correcto? O, su cliente fue víctima de
abuso cuando era pequeña y debido a eso está deprimida, ¿cierto? ¡Falso! Hay personas que
sufren ataques cardíacos, fallecimientos y abuso, y no se convierten en deprimidos. Se necesita
más que la experiencia de eventos traumáticos para crear la depresión.
Muchos terapeutas están entrenados para concentrarse en las desilusiones, los rechazos, las
humillaciones, y en todas las experiencias negativas que puede describir la persona deprimida.
Pero, hacer de esos problemas el foco de atención, puede alargar en forma innecesaria el
tratamiento, un enfoque difuso. Por el contrario, una salida más efectiva de la depresión se
encuentra en la habilidad del terapeuta para evaluar y corregir el estilo de afrontamiento que
llevó al individuo a deprimirse y continuar deprimido. Hay pautas cognitivas básicas que
predisponen a las personas a reacciones depresivas, que si no se cambian, conducirán a
problemas –incluso en ausencia de estresores ambientales evidentes. Algunos terapeutas,
incapaces de relacionar la espiral descendente de sus clientes con algún evento particular de la
vida, se refieren a la depresión como “endógena”. Pero los éxitos documentados de los enfoques
cognitivos en la depresión sugieren que la depresión endógena es el resultado de cuando los
factores de riesgo claves se dejaron sin tratar, suministrando el clima adecuado para la depresión
ante la presencia de eventos estresores menores.
Considere el caso de otro cliente, Bill, un ingeniero en computación, de casi 50 años. Bill
enfocaba la vida con una filosofía consistente de “Donde hay voluntad, hay una forma para
obtener las cosas.” Intentaba controlar los resultados de todo lo que hacía –desde cómo se
sentirían con él las mujeres con las cuales salía, cómo actuaría la gente en las reuniones a las
cuales asistía, cómo debía manejar su propia (mala) salud. No se describía como deprimido,
aunque exhibía una característica común en las personas deprimidas –Bill no tenía claridad
respecto a qué podía y qué no podía controlar en su vida. Específicamente, la pauta de Bill era una
“ilusión de control” –y que lo predisponía a repetidas rabietas seguidas de depresiones breves,
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cada vez que encontraba que no podía controlar algo que quería. Esta ilusión de control lo llevó a
enfocar consistentemente todo como si pudiera manejar totalmente los resultados, cuando, de
hecho, no podía manejarlos.
Durante un trance hipnótico, le presenté a Bill una serie de metáforas e ideas que reflejaban
a personas intentando controlar cosas que la mayoría de las personas reconocen como
incontrolables, como el tiempo atmosférico, los resultados de los eventos deportivos, los precios,
etc. Le asigné la tarea de realizar un ritual diseñado para controlar algo que él sabía claramente
que no podía influenciar. Dado que el Sur de California estaba en una época de sequía, Bill escogió
efectuar todos los días un ritual para hacer llover. Aunque tomó la tarea con sentido del humor,
captó el punto: Antes que se involucrara emocionalmente en algo, debía saber si los resultados
que deseaba caían dentro de la esfera de su influencia.
El contenido del problema de Bill eran las frustraciones específicas y los sufrimientos que
experimentaba cuando su intención de controlar algo fracasaba. La estructura de su pauta
errónea no le permitía hacer distinciones deliberadas entre lo que estaba y lo que no estaba bajo
su control. Si no se hubiese interrumpido la pauta para tratar todas las cosas como si él pudiera
controlarlas, Bill habría continuado teniendo episodios repetidos de depresión.
Los datos muestran que al menos la mitad de los clientes deprimidos tienen problemas
matrimoniales y familiares significativos, y lo inverso también es verdadero –que al menos la mitad
de aquellos que buscan terapia matrimonial o familiar tienen, al menos, un miembro de la familia
deprimido. Estadísticamente, también es probable que se encuentre depresión en otros miembros
de la familia del cliente deprimido, pero solamente si el terapeuta indaga sobre los miembros de
la familia. Además, la frecuencia de recaídas está correlacionada significativamente con la
atmósfera matrimonial del cliente deprimido (desde hace años). La recaída es más probable
cuando el cliente se enfrenta a la crítica, el rechazo, o las interacciones devaluadoras con los
miembros de la familia, particularmente el cónyuge.
Bajo esta luz, los casos obligan a un acercamiento sistémico. Las otras personas son de
importancia vital en la vida de una persona deprimida, ya que a menudo se alejan frustradas, sin
saber cómo ayudar. El cliente deprimido está en riesgo de ser etiquetado como aquel que une a la
familia. Con el paso del tiempo, las interacciones con un miembro deprimido se hacen tensas y
poco naturales, cohesionadas y disminuidas, la confianza se evapora con la aparición de la
dependencia. Eventualmente, los peores temores de aislamiento y confirmación del sentimiento
de poca valía del cliente deprimido se convierten un una realidad.
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La incorporación de todos los miembros de la familia en las tareas asignadas es una parte
vital en la nueva configuración de las interacciones de una familia disfuncional. Es vital para la
recuperación sacar al cliente deprimido del rol de víctima, y la familia puede ayudar en ese
proceso. Por ejemplo, Mary, de 34 años, tenía una baja estimación de si misma y estaba tan
crónicamente deprimida, que sentía que no era una parte vital de su familia y que no valía lo
suficiente para que se interesaran en ella. Una de las pautas depresivas de Mary era negarse las
cosas que deseaba, sintiendo que no tenía derecho a solicitarlas. En una sesión de terapia familiar,
su esposo y sus hijos expresaron su deseo que ella pidiera en forma directa lo que quería. Para
confrontarla con su pauta limitante de si misma que gobernaba su comportamiento, le asigné la
tarea de pedir permiso para todo lo que quería: “¿Estaría bien que me tomara un vaso de agua?
¿Estaría bien que fuera al baño ahora? ¿Estaría bien que leyera ese artículo particular en el diario?”
No le tomó mucho tiempo aburrirse de pedir permiso y para que su familia le afirmara con claridad,
“¡Has lo que quieras!”, de un modo que Mary finalmente pudo escuchar. Eventualmente, Mary
comenzó muy rápidamente a afirmar lo que quería.
Desde luego, la terapia familiar puede realizarse sin la inclusión de todos los miembros de la
familia. Incluso si el cónyuge o la familia no están disponibles para el tratamiento, los clientes
deprimidos pueden ser ayudados a encontrar formas nuevas para tratar con aquellas y aprender
que no necesitan sentirse víctimas de la insensibilidad de otros.
Un hombre depresivo de 40 años, Jay, describió una historia de no haber sido nunca capaz
de obtener la aprobación de su padre. A lo largo de su vida, obtener el favor de su padre se había
convertido casi en una urgencia de vida o muerte. Pero al escuchar la historia de Jay, se
destacaba que mientras él había sido generalmente un buen hijo, su padre simplemente no era
capaz de expresar ningún afecto o sentimientos positivos.
Como es típico de los esquemas mentales rígidos de los clientes deprimidos, Jay había
estado preocupado solamente con su propio sufrimiento, y no de las limitaciones de su papá.
Cuando le pedí que me diera tres ejemplos en los cuales su padre expresaba aprobación por algo,
pensó trabajosamente para encontrar siquiera uno. Como estaba haciendo grandes esfuerzos con
la tarea, en voz alta e insistentemente le exigí que ¡me diera un millón de dólares! Pasmado,
tartamudeó que no tenía un millón de dólares. A medida que aumenté mis exigencias, obviamente
inapropiadas e inesperadas, se agitó y alarmó crecientemente (“¿Este es mi terapeuta?”) A
medida que su confusión aumentaba, intentó frenéticamente dar sentido a la interacción.
Finalmente se dio cuenta, “¿Está diciéndome que he estado pidiendo algo que él no tiene?”
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De inmediato le asigné la tarea de pedirle a las personas cosas que él sabía que no tenían:
“¿Puedes prestarme tu yate? ¿Puedes venderme un castillo? ¿Puedo tener la escritura de la Casa
Blanca?” Algo hizo clic. Aprendió rápidamente a pedir solamente lo que los demás demostraban
que tenían y que podían compartir con facilidad; una lección valiosa que continúa aplicando. En
unas pocas sesiones siguientes, Jay re-definió la imagen de si mismo, su relación con su padre y sus
expectativas de los demás. La relación de Jay con su padre cambió dramáticamente, a medida
que su rabia cambió a compasión por la rigidez de aquel.
Una caricatura de los terapeutas es aquella en que éste aconseja incansablemente a los
clientes “... póngase en contacto con sus sentimientos.” De hecho, con todo lo que sabemos de
las percepciones subjetivas y distorsionadas del cliente deprimido típico; el mejor consejo del
terapeuta puede ser “... ¡no se ponga en contacto con esos sentimientos!”
Les era un hombre muy deprimido, estaba tan concentrado en los sentimientos de rechazo y
abandono de parte de su esposa, Carol, que su rabia hacia ella estaba alcanzando proporciones
inmanejables. Al pedirle que describiera los episodios que encontraba tan trastornantes, Les habló
de cuánto necesitaba la cercanía y la intimidad. Temía que Carol no fuera capaz de suministrarle
lo que él necesitaba, dejándole sentimientos de desamparo acerca del matrimonio. Al pedirle
nuevamente que describiera los episodios de abandono –no sus sentimientos respecto a aquellos–
Les nuevamente comenzó a hablar de su miedo, su desesperación, su rabia y su desesperanza.
Solamente podía concentrarse en sus sentimientos, y no en las situaciones que estaban
sucediendo realmente “ahí afuera”.
Cuando le pedí a Carol que describiera los episodios que Les interpretaba como abandono
y rechazo, ella detalló incidentes en los cuales prestaba atención en algo o alguien distinto a Les.
Así, si habían tenido una grata cena juntos, y Carol cometía un “error”, como sugerir encender la
televisión, Les se sentía herido y se enojaba. (Desde luego, si Les encendía la televisión, eso estaba
correcto.) Si Carol recibía (o hacía) una llamada telefónica, Les sentía que ella lo hacía porque
prefería a otra persona en lugar de él. Si Carol quería leer una revista, incluso si habían pasado
todo el día juntos, charlando y estando cerca, Les sentía que ella quería estar con otra persona.
Les mostraba algunas de las distorsiones cognitivas más comunes asociadas con la
depresión, como las que describe el terapeuta cognitivo, Aaron Beck. Mostraba pensamiento
dicotómico (todo o nada) cuando pensaba que Carol o lo amaba o lo odiaba. Mostraba
personalización cuando Carol hacía una llamada telefónica, interpretándolo como una bofetada.
Mostraba conclusiones precipitadas cuando veía a Carol leer una revista, interpretándolo como
evitación. Mostraba catastrofización cuando veía que ella encendía la TV como una evidencia
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que el divorcio era inminente. Les se etiquetaba como “rechazo”, y usaba esto como el filtro
mental para interpretar la experiencia.
Al mismo tiempo, Les era un hombre de negocios muy exitoso y que funcionaba muy bien. Su
forma de manejar su relación con Carol no la trasladaba a sus relaciones comerciales o con sus
amigos. A través de la hipnosis, orienté a Les a situaciones de negocios donde él se manejaba en
forma competente, sin sentirse personalmente amenazado o disminuido. Cuando identificamos un
recurso específico que usaba en ese contexto y que no empleaba con Carol –en el trabajo, él
generaba en forma automática una variedad de interpretaciones para las respuestas y acciones
de otros, en lugar de una única personalmente dañina. Le sugerí que comenzara a hacer lo mismo
con Carol. Una vez que Les hizo un esfuerzo deliberado por generar algunas explicaciones para las
respuestas de Carol, y desarrolló la habilidad para preguntarle en forma directa qué estaba
experimentando, en lugar de suponer lo peor, su nivel de miedo y rabia disminuyó en forma
dramática. Como resultado, también disminuyó la depresión.
Las pruebas proyectivas, como las manchas de tinta del test de Rorschach, presentan un
estímulo ambiguo que no tiene un significado inherente, significa solamente lo que las personas
proyectan sobre aquel. Bien, uno de los estímulos más ambiguos que enfrentamos, ¡es la VIDA! ¡La
vida es un Rorschach experiencial! Y la depresión es una serie interminable de proyecciones
negativas.
La depresión no es una cosa fija, sino que es una forma de interpretar la realidad. Los
terapeutas que trabajan con clientes deprimidos debieran tener consciencia si las suposiciones de
sus enfoques teóricos desafían o refuerzan la visión de mundo de la persona deprimida. La
depresión es un problema muy tratable. Nuestra comprensión de los factores que dan sustento a la
depresión está aumentando; así como nuestra habilidad para predecir quién está en riesgo de
deprimirse. La depresión puede no ser un problema totalmente evitable, pero los terapeutas
pueden aportar intervenciones mucho más hábiles ahora, que las que existían hace una década
atrás, cuando a un terrible montón de clientes deprimidos se les decía simplemente, “¡Anímese!”.