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Antología de Relatos De Terror Integrantes Del Equipo: Raúl Ivan Cornejo Pérez N.L.: 8 Gustavo Armando García Tovar N.L.: 17 Israel Yoltic Gómez Hernández N.L.: 18

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Page 1: Antología de relatos de terror

Antología de Relatos De Terror

Integrantes Del Equipo:

Raúl Ivan Cornejo Pérez N.L.: 8

Gustavo Armando García Tovar N.L.: 17

Israel Yoltic Gómez Hernández N.L.: 18

Índice

Page 2: Antología de relatos de terror

Página

Leyendas/Leyendas Urbanas

Prólogo 2

Teletubbies 4

El Inexpresivo 5

El Autobús Fantasma 6

Atrapada En El Subterráneo 8

Cuentos Clásicos

El Pozo y el Péndulo 11

El Gato Negro 22

Creepypastas

El Experimento Ruso Del Sueño 36

La Fundación SCP 40

SCP-173 41

SCP-106 41

SCP-024 45

Prólogo

Page 3: Antología de relatos de terror

El terror es quizá uno de los géneros literarios más antiguos y más seguidos de la historia del hombre, y esto es

totalmente normal. La raza humana siempre se ha sentido atraída a lo desconocido, a la aterradora sensación

de desafiar aquello que no conoce, o de lo que conoce muy poco y tratar de vencer. En la prehistoria era la

oscuridad, fobia a la que, hay que decirlo, aun hoy se tiene gran temor pues que más que la oscuridad para

demostrar esto último; siempre habrá oscuridad, y de esta (según mi opinión) provienen todos las demás

historias de fantasmas, de monstruos y cosas así; debido a que el ser humano siempre trata de explicar lo que

pasa a su alrededor, y en muchísimas ocasiones no se toma la molestia de comprobar si es cierta su afirmación

o no. A esto habría que añadirle los listillos que sacaron negocio del auge que las “explicaciones” estaban

teniendo y tendríamos todo lo que conocemos como terror actualmente bien definido.

Me es necesario describir, o más bien definir lo que es el terror, debido a que este se suele confundir con el

miedo. El terror es el sentimiento de miedo o fobia en su escala máxima; mientras que el miedo es una

emoción caracterizada por una intensa sensación, habitualmente desagradable, provocada por la

percepción de un peligro, real o supuesto, presente, futuro o incluso pasado. Poniendo lo de esta manera,

todos en la tierra han tenido miedo, como se define anteriormente, es una emoción primaria, y una simple

reacción al peligro, real o imaginario; sin embargo no todos han sentido terror, pues mientras que el miedo es

un mecanismo de defensa (que a veces hace malas jugadas), un medio por el cual podemos reaccionar de una

manera más inmediata y más enfocada a la situación, el terror distorsiona la realidad. El paso del miedo al

terror es claro, cuando se deja de pensar racionalmente, se pierden los controles de acciones y en casos

extremos se puede llegar hasta la muerte por paro cardiaco.

Es en ese punto en donde la denominación dada a los trabajos de “terror” discierne de su significado, pues

estos se definen como los géneros literario, cinematográfico o historietistico que intentan causar sensación

de miedo extremo en el lector o espectador. Es totalmente claro que solo los mejores trabajos, o en el caso

que nos atiende escritos, logren esa sensación escalofriante y tentadora; hace no más de 20 años eran muy

pocos autores los que lograban ponerle los pelos de punta a cualquiera que leyera sus historias, más a parte

añadiendo las viejas leyendas que, sin embargo, aún siguen conservando su carga de misterio

correspondiente. Aun así, hoy en día no existe buena literatura de este género, exceptuando algunos muy

pocos escritores; las leyendas siguen siendo escuchadas al por mayor, pero solo por la tradición, y no solo en

México, sino en todo el mundo; y los filmes de terror son puras boberías (igual que antes, exceptuando una

que otra más o menos rescatable) que logran sacarle un susto a uno que otro, pero no provocan una

verdadera sensación de terror, como antes descrita.

A esto, y en tiempos recientes ha surgido una respuesta, el ángel salvador del terror, que vio el estado

lastimero en que se encontraba su orden y decidió dar un nuevo ataque: los Creepypastas.

Page 4: Antología de relatos de terror

A pesar de ser muy famosos por todo el internet hay pocas personas que saben que son, o no intentan

explicarlo con cosas absurdas. El término creepypasta proviene de dos palabras: Creepy, que significa

aterrador, y Pasta: que, para ser sincero, no significa nada al asunto que nos importa. La conjunción de los dos

términos viene a ser descrita como historias cortas (o no tanto) que rondan por internet diseñadas para

poner en shock al lector. Esta nueva “corriente” del terror hizo un boom de popularidad, salvando la mala

racha y superándola en todos los aspectos debido a las ventajas del internet. Los fans de este movimiento

empiezan a escribir a sus propias versiones de sus historias favoritas, idolatran a sus protagonistas entre otras

actividades relacionadas. La mención de las Creepypastas cuando se habla del terror es parte fundamental

pues representa del mundo del terror actual, y también representa una fuente activa de creación-consumo.

Es esta antología se podrán encontrar relatos cortos, tales como cuentos, leyendas, Creepypastas de varios

tipos y rituales, tratando de comprender una gran cantidad de estos para así ofrecer una variedad en la

lectura.

Teletubbies

Page 5: Antología de relatos de terror

Las posesiones de entidades malignas no son nada nuevo. Existen mil y un leyendas que narran horripilantes

situaciones donde simpatizantes de Satanás se apoderan de objetos, logrando hacer que éstos cobren vida

propia, con muy malas intenciones.

En Venezuela, así como en muchas otras partes de Latinoamérica, la serie de televisión infantil “Teletubbies”

fue tremendamente alabada por la audiencia en pañales. Y era de esperarse que el capitalismo actuase para

explotar este fenómeno con juguetes y artículos varios.

Un chico normal pedía, por no decir que exigía; un juguete de un telettubie. Así lo hizo un niño caraqueño, que

tuvo la suerte de obtener los cuatro muñecos de la tan aclamada serie.

Los mantenía en su habitación, posados sobre una repisa mal colocada, al lado de su ventana, muy altos para

que el niño no los dañase. Por lo que parecía ridículo que, en la noche en que gritó auxilio a sus padres, los

muñecos se encontrasen posados sobre la cama del muchacho, inmóviles, con su característica sonrisa,

mientras que el niño se encontraba jadeando y cubierto entre sábanas y sudor.

Los padres preocupados, interrogaron a su hijo, el cual con dificultad, puesto que no dominaba el idioma en su

totalidad, manifestó que los juguetes lo habían estado observando fijamente durante toda la noche y, cuando

cerraba los ojos, se acercaban cada vez más a su cama.

Los venezolanos son reconocidos también por ser sumamente supersticiosos. Y los padres del muchacho, que

no eran la excepción, decidieron quemar los muñecos y apagar el fuego con agua bendita. Cuentan que

durante el proceso, olió fuertemente a azufre, olor característico del Diablo.

Desde esa noche, la ventana del cuarto del infante, que se encuentra al lado de la repisa donde se

encontraban los teletubbies, se mantiene abierta. Los padres cierran la ventana todas las noches, pero

siempre amanece abierta y el olor a azufre se apodera del ambiente.

La familia, por el bien del muchacho, decidió mudarse y olvidar su vivencia. Pero estas cosas nunca se olvidan,

y terminan siendo parte de nuestra colección de leyendas.

El Inexpresivo

Page 6: Antología de relatos de terror

En junio de 1972, una mujer apareció en el hospital Cedro Senai en nada más que un vestido blanco cubierto

de sangre. Esto no debería ser demasiado sorprendente, la gente a menudo tiene accidentes cerca y viene al

hospital más cercano para la asistencia médica. Pero había dos cosas que causaron a la gente el deseo de

vomitar y escapar de terror.

El primero, es que ella no era exactamente un humano. Era algo parecido a un maniquí, pero tenía la destreza

y la fluidez de un ser humano normal. Su cara, era tan impecable como los maniquíes, sin cejas ni maquillaje.

La segunda razón por la cual la gente vomitaba o escapaba de terror, es que ella tenía un gatito apretado en

medio sus dientes, sus mandíbulas apretaban de una manera tan fuerte al pequeño gatito al punto donde

ningunos dientes podrían ser vistos, la sangre salía a chorro hacia fuera sobre su vestido y en el piso. Ella

entonces lo sacó de su boca, lo abandonó y se desmayó.

A partir del momento ella fue tomada a un espacio de hospital y limpiada antes de ser preparada para la

sedación, ella se mostraba completamente tranquila, inexpresiva e inmóvil.

Los doctores lo habían pensado mejor refrenarla hasta que las autoridades pudieran llegar y ella no protestó.

Ellos eran incapaces de conseguir cualquier clase de respuesta de ella y la mayor parte de empleados se

sintieron demasiado incómodos para mirarla directamente por más que unos segundos.

Pero cuando el personal intentó darle el calmante, ella se defendió con la fuerza extrema. Dos miembros de

personal que la dominaban con su cuerpo se elevaron encima de la cama para sostenerla, su expresión estaba

en blanco. Ella giró sus ojos impasibles hacia el doctor masculino e hizo algo insólito. Ella rio. En cuanto lo hizo

la enfermera gritaba y quedando en shock se desmayó, ya que en la boca de la mujer no eran dientes

humanos, solo unos puntos largos y agudos.

Era demasiado el tiempo que la mujer tenía los dientes así que al incrustárselos en sus labios no sentía ningún

dolor, el doctor la miró fijamente durante un momento antes de la petición “¿Qué mierda es usted? “ Ella se

liberó de los doctores que aún la sostenían espantados, todavía sonriendo.

Había una pausa larga, la seguridad había sido alertada y podría ser oída bajando el vestíbulo. Como ella los

oyó, se lanzó adelante, hundiendo sus dientes en el cuello del Doctor, arrancando su yugular y dejándole

caerse al piso, muriéndose… sobre el piso, él se ahogó sobre su propia sangre.

Ella se levantó, su mirada era peligrosa como la vida descolorida de sus ojos. Ella se inclinó más cerca y susurró

en el oído del Doctor muerto. “Yo…Soy. Dios.” Los ojos de los demás doctores llenos de miedo la miró… ella

muy calmada alejándose para saludar a los agentes de la seguridad.

Cada vez que alguien mira sus dientes, se convierte en su bocadillo.

La enfermera que sobrevivió el incidente la llamó “El Inexpresivo” y nunca más se supo de ella.

El Autobús Fantasma

Page 7: Antología de relatos de terror

Cuenta la leyenda que en una peligrosa carretera entre montañas un autobús sufrió un accidente muriendo

todas las personas que en él viajaban. Desde entonces dicho autobús circula de noche y aquel osado que

atreva a montarse en él…

De la ciudad de Toluca a la ciudad de Ixtapan de la Sal, anteriormente era obligado transitar por una carretera

bastante sinuosa y peligrosa, pues bordea un precipicio sumamente profundo casi vertical y de roca sólida.

Actualmente existe una autopista.

Un día de tantos un autobús partió de Ixtapan de la Sal con rumbo a Toluca. El viaje era de lo más normal

aunque circulaba por la noche, muchos de los pasajeros habían hecho ese viaje varias veces así que

aprovechaban para dormir. El autobús inició el viaje lleno, subió por la cuesta sin problemas cuando comenzó

a llover, como tantas veces en esa parte del camino, entonces alcanzó el punto más alto y luego inició el

descenso e iniciaron las famosas curvas de Calderón, un tramo de carretera, en el cual las curvas son

sumamente cerradas y peligrosas, además se caracteriza porque sin importar si se va a Toluca o se viene de

ella esa parte es de bajada, pues es parte de una hondonada bastante grande y donde hay un puente en el

cual sólo cabe un auto y está además al salir de una curva muy cerrada.

En ese puente han ocurrido accidentes muy graves y muchos de ellos mortales, está tan hondo que a no ser

por la cantidad de piedras afiladas a los lados, fácilmente podría sujetarse un “bungee”. El autobús en cuestión

inició su descenso, con lluvia y por supuesto el pavimento mojado. De repente los pasajeros se percatan de

que el autobús está ganando velocidad y se asustan, reclamando al conductor, quien no dice nada en

absoluto, entonces sumamente nervioso al fin atina a decir:

¡¡¡Están fallando los frenos!!!

En poco tiempo el autobús toma tanta velocidad que es imposible controlarlo y en una curva el autobús se

precipita al vacío, muchos mueren instantáneamente a causa del golpe, otros yacen inconscientes, hasta que

el autobús se incendia y en poco tiempo es consumido por las llamas. Nadie escuchó los gritos de los pocos

pasajeros que pedían ayuda y todos mueren de una forma horrible.

Mientras tanto en las oficinas de la central de autobuses no reciben el reporte de que el autobús número 40

de esta línea de autobuses haya llegado, está demasiado atrasado y era el último de la noche de modo que si

se averió, no habrá otro que lo alcance y pueda traer a los pasajeros, de modo que se envía un vehículo a

investigar. No parece haber rastro de él en todo el trayecto, al menos no hasta llegar a las curvas de Calderón,

donde una patrulla de la policía ha localizado un terrible accidente. No hay supervivientes y los cuerpos están

unos destrozados fuera de lo que quedó del autobús y otros calcinados dentro del mismo.

Sólo fue noticia por poco tiempo, pero a partir de esa fecha y por las noches si te encuentras en la carretera de

Ixtapan de la Sal, con rumbo a Toluca por la noche e intentas subir a un autobús, es posible que sea el número

Page 8: Antología de relatos de terror

40 el que se pare y te abra la puerta. Al abordarlo notarás que es un autobús antiguo, pero en buenas

condiciones, y como algunas líneas de autobuses usan vehículos no tan nuevos, no te importará mucho, pero

entonces te percatarás de que aun cuando va lleno, con personas de pie, hay siempre un lugar vacío, o dos o

tres, siempre de acuerdo con el número de personas que se acaben de subir. Nadie ocupa esos asientos así

que te sientas aun cuando te parece raro, y sientes un vacío en el estómago. Te percatas de que a pesar de la

hora nadie va dormido, mujeres hombres y niños van despiertos, pero nadie habla, ni siquiera los niños, es un

silencio pesado, además todos van bien arreglados ¿Por qué? Nadie lo sabe.

El auxiliar del chófer quien revisa los billetes (o te cobra el pasaje) comienza pocos minutos después a

revisarlos, preparas el importe de tu pasaje pero, jamás pasa a tu lugar para solicitar el costo, eso es aún más

raro, pero piensas que al bajar en la terminal pagarás.

Llegas a Toluca sin contratiempos, pero pasada la media noche, entonces el chófer detiene la unidad antes de

llegar a la Terminal y te dice que debes bajar en ese momento, aunque el trayecto no ha acabado y no

entiendes la razón obedeces. Entonces al llegar a la altura del chófer, el único que habla, y al intentar pagar tu

pasaje, te dice que no es nada y añade:

“Baja ahora y no te gires antes de que cierre la puerta o jamás dejarás el autobús”.

Quienes obedecen, bajan y no se giran, sino hasta que se escucha el sonido de la puerta al cerrar y el motor

del autobús arrancar, sólo para darse cuenta de que no hay autobús, este mismo ha desaparecido. Los

desobedientes al bajar y girarse ven el autobús hecho pedazos, dentro esqueletos descarnados y el chófer

mirándote sin decir nada. El autobús desaparece y la persona en cuestión muere unos días después.

Se dice que a partir de ese momento su fantasma sube al autobús y viajará eternamente en él por causa de su

desobediencia. Si por casualidad algún día viajas a Ixtapan de la Sal y de regreso tu auto no funciona, no te

arriesgues, si es de noche, a subirte a un autobús, quizá sea el número 40.

Si es así sólo obedece las instrucciones de ese modo podrás contarlo, de lo contrario serás condenado a viajar

por esa ruta en ese autobús por la eternidad…

Atrapada En El Subterráneo

Page 9: Antología de relatos de terror

Una de las leyendas más recurrentes en ciudades con Metro (trenes subterráneos) es la de que en su interior y

amparados por la oscuridad de sus túneles se esconden todo tipo de delincuentes, vagabundos y personas de

mal vivir que escapando del frío o de la policía se ocultan en viejas estaciones abandonadas o conductos de

ventilación.

Paula había bebido más de la cuenta por lo que aquella noche regresaría temprano a casa, se sentía bastante

mal y muy mareada pero como era relativamente temprano decidió que en lugar de gastarse su dinero en un

taxi, como hacía habitualmente cuando regresaba de la discoteca, aprovecharía que el Metro aún seguía

abierto para ahorrarse unos cuantos euros.

El trayecto era largo y las pocas personas que viajaban en su vagón parecían tan cansadas como ella, sólo un

grupo de amigos que bromeaban al fondo del tren hacían el suficiente ruido con sus bromas y risas para

mantenerla despierta, pero cada vez tenía que luchar con más fuerza para no quedarse dormida. Por

desgracia en la siguiente estación tenía que hacer un transbordo así que se bajó y tras caminar por los pasillos

de la estación llegó al andén en el que abordaría el metro que la llevaría a casa.

El cartel luminoso avisaba que el próximo tren tardaría seis minutos en llegar, por lo que Paula decidió esperar

sentada en uno de los bancos junto al andén. El silencio y la soledad de esa estación provocaron lo inevitable y

a pesar de sus esfuerzos se durmió y casi sin darse cuenta se recostó en el banco usándolo como si fuera una

cama. Era tan profundo su sueño provocado por la borrachera que cuando pasó el último metro de la noche ni

siquiera lo sintió pasar.

Hasta pasada más de una hora no se despertó, por suerte la borrachera parecía haberse esfumado

parcialmente tras la cabezadita, pero algo parecía no ir bien. El cartel que avisaba la llegada del próximo tren

estaba apagado y al mirar la hora en su teléfono móvil se dio cuenta que eran casi las dos de la mañana.

Asustada empezó a subir las escaleras mecánicas de la estación, que ya estaban apagadas, para salir de allí. La

parada en la que tenía que hacer trasbordo era una de las más antiguas, viejas y pequeñas de la ciudad por lo

que la sensación de agobio y miedo eran mucho más intensas. Al llegar a la salida la peor de sus pesadillas se

hizo realidad. Las puertas estaban cerradas y no había nadie en la estación por lo que por más que gritara

nadie podría escucharla desde la calle. Además su teléfono estaba sin cobertura, esas malditas estaciones casi

nunca tenían señal y las puertas de cristal herméticamente cerradas la separaban del exterior aún por unos

cuentos metros.

Paula no sabía qué hacer, miraba a las cámaras de seguridad y hacía gestos esperando que alguien desde

algún puesto de control pudiera verla, pero ella misma sabía que eso era imposible, no había nadie

controlando las cámaras porque la estación había sido cerrada desde fuera.

Page 10: Antología de relatos de terror

¿Cómo era posible que nadie la despertara? ¿No tenían los guardias de seguridad que comprobar que nadie

quedara dentro de la estación antes de cerrar?

Su miedo se convertía por momentos en cólera y confusión. Desde luego no podía esperar hasta que a la

mañana siguiente abrieran de nuevo el Metro, faltaban más de cuatro horas para que se reiniciara el servicio y

si llegaba a casa a las 7 de la mañana su padre probablemente la mataría.

Con la mente aún nublada por el alcohol decidió que lo mejor que podía hacer era caminar por los raíles del

tren hasta la siguiente parada. El camino era oscuro y realmente tétrico pero sabía que su destino no estaba

muy lejos y gracias a la luz del flash de su teléfono podría alumbrar el camino. La siguiente estación era una de

las más importantes, con gran cantidad de líneas y recientemente había sido remodelada por lo que estaba

segura que allí podría encontrar a alguien que la permitiera salir a la calle donde abordaría un taxi.

La idea parecía muy buena, pero a la hora de la verdad recorrer aquellos túneles era realmente escalofriante,

un silencio casi sepulcral hacía que hasta la más leve de sus pisadas resonaran con el eco de las paredes. Se

podían escuchar los chirridos de las ratas y el goteo de algunas zonas en las que parecía que había leves

escapes de agua.

Sus pasos eran cortos y se detenía a menudo a escuchar porque sentía como si alguien la observara desde la

oscuridad. El miedo la invadía y paralizaba por momentos, pero ya era demasiado tarde para volverse atrás,

debía estar casi a mitad de camino cuando unas voces la alertaron. Por un momento pensó en gritar para que

supieran que estaba allí pero decidió ser cauta y apagar la luz de su teléfono mientras se escondía en un

estrecho pasillo que había en un lateral del túnel.

Mientras permanecía escondida y en silencio pudo ver la figura de dos hombres bastante corpulentos, sus ojos

cada vez se adaptaban más a la escasa iluminación de las luces de emergencia que había cada muchos metros

en el túnel. Ambos parecían discutir acaloradamente por un cartón de vino y a escasos metros de donde se

encontraba Paula comenzaron los empujones y golpes. El más grande de ellos le propinó un puñetazo que

tumbó al otro y gloriosamente alzó su trofeo mientras de un trago se bebía casi la mitad del contenido del

cartón de vino.

El más pequeño enfurecido sacó un cuchillo de la espalda y se lo clavó repetidamente en el cuello a su rival,

realmente se ensañó con su cadáver y a pesar de la poca luz Paula pudo ver con claridad como tenía toda la

cara manchada de sangre. Recogió el poco vino que quedaba y se lo tomó de un trago. Paula estaba

temblando del miedo, no se atrevía ni a respirar y desde luego mucho menos a moverse, si estaba lo

suficientemente quieta tal vez el vagabundo asesino se iría de allí sin verla. Pero la casualidad no se quiso aliar

con ella y justo cuando el asesino se daba la vuelta para marcharse del lugar la batería de su teléfono la delató.

Page 11: Antología de relatos de terror

Un incesante pitido advirtiendo que la carga estaba a punto de agotarse comenzó a sonar y el vagabundo se

giró de inmediato.

-¿Hay alguien ahí? Puedo escucharte, ¡Sal inmediatamente o te rajo!-

La pobre chica se quedó petrificada y no sabía cómo actuar mientras el asesino se acercaba a ella. Por instinto

decidió tirarle el teléfono con tan mala puntería que este pasó por encima del vagabundo y golpeó la pared

del fondo. Él, que todavía no había visto a la chica, escuchó un ruido a sus espalda y se giró, momento que

aprovechó Paula para salir de la oscuridad y empujarle a la vez que salía corriendo.

El vagabundo enfureció de tal manera que no dejaba de gritar e insultar a Paula, se levantó y comenzó a

perseguirla por los túneles. Ella no era una buena deportista pero el miedo se apoderó de sus piernas y le dio

fuerza para correr dejando atrás los zapatos de medio tacón que llevaba aquella noche, sus pies se

ensangrentaron mientras corría sobre la gravilla y guijarros del suelo de túnel. Sin embargo el miedo era más

fuerte que el dolor y no se detuvo a pesar de que en varias ocasiones estuvo a punto de caerse al tropezar por

culpa de la casi total oscuridad de su ruta de huida.

Al llegar a la estación Paula ya había logrado sacar unos cuantos metros a su perseguidor y subió al andén para

adentrarse en los pasillos que la llevaban a la salida del Metro. A sus piernas empezaban a fallarle las fuerzas

pero no se podía parar a descansar así que casi extenuada subió el último tramo de escaleras.

Lo que vio allí la heló la sangre, la estación estaba al igual que la anterior cerrada y no parecía haber nadie,

comenzó a gritar desesperada, a gesticular a las cámaras y golpear las puertas. Pero su perseguidor que

conocía a la perfección los horarios y hábitos de los trabajadores del metro ya había subido la escalera y la

había cortado toda posible ruta de escape.

El asesino se abalanzó sobre ella y tras inmovilizarla la violó y sometió durante más de una hora. Cuando había

saciado todos sus apetitos sexuales sacó de nuevo el oxidado y ensangrentado cuchillo con el que había

matado al otro vagabundo y se lo hundió repetidamente en el pecho hasta que Paula dejó de patalear y murió

con una horrible expresión de terror en su rostro.

Al día siguiente los trabajadores se encontraron con un surco de sangre que se perdía en la profundidad del

túnel, asustados deciden revisar las cintas de vídeo que grabaron esa noche y pudieron observar la

desgarradora escena de la violación y asesinato y como el vagabundo arrastraba el cuerpo de Paula dejándolo

caer escaleras abajo para de nuevo arrastrarlo hasta la oscuridad de las vías del tren.

La policía localizó los dos cuerpos pero no encontraron ni rastro del asesino, del cual se dice que todavía utiliza

los túneles del subterráneo para esconderse de noche.

Page 12: Antología de relatos de terror

El Pozo y el PénduloSentía náuseas, náuseas de muerte después de tan larga agonía; y, cuando por fin me desataron y me

permitieron sentarme, comprendí que mis sentidos me abandonaban. La sentencia, la atroz sentencia de

muerte, fue el último sonido reconocible que registraron mis oídos. Después, el murmullo de las voces de los

inquisidores pareció fundirse en un soñoliento zumbido indeterminado, que trajo a mi mente la idea de

revolución, tal vez porque imaginativamente lo confundía con el ronroneo de una rueda de molino. Esto duró

muy poco, pues de pronto cesé de oír. Pero al mismo tiempo pude ver… ¡aunque con qué terrible

exageración! Vi los labios de los jueces togados de negro. Me parecieron blancos… más blancos que la hoja

sobre la cual trazo estas palabras, y finos hasta lo grotesco; finos por la intensidad de su expresión de firmeza,

de inmutable resolución, de absoluto desprecio hacia la tortura humana. Vi que los decretos de lo que para mí

era el destino brotaban todavía de aquellos labios. Los vi torcerse mientras pronunciaban una frase letal. Los vi

formar las sílabas de mi nombre, y me estremecí, porque ningún sonido llegaba hasta mí. Y en aquellos

momentos de horror delirante vi también oscilar imperceptible y suavemente las negras colgaduras que

ocultaban los muros de la estancia. Entonces mi visión recayó en las siete altas bujías de la mesa. Al principio

me parecieron símbolos de caridad, como blancos y esbeltos ángeles que me salvarían; pero entonces,

bruscamente, una espantosa náusea invadió mi espíritu y sentí que todas mis fibras se estremecían como si

hubiera tocado los hilos de una batería galvánica, mientras las formas angélicas se convertían en hueros

espectros de cabezas llameantes, y comprendí que ninguna ayuda me vendría de ellos. Como una profunda

nota musical penetró en mi fantasía la noción de que la tumba debía ser el lugar del más dulce descanso. El

pensamiento vino poco a poco y sigiloso, de modo que pasó un tiempo antes de poder apreciarlo plenamente;

pero, en el momento en que mi espíritu llegaba por fin a abrigarlo, las figuras de los jueces se desvanecieron

como por arte de magia, las altas bujías se hundieron en la nada, mientras sus llamas desaparecían, y me

envolvió la más negra de las tinieblas. Todas mis sensaciones fueron tragadas por el torbellino de una caída en

profundidad, como la del alma en el Hades. Y luego el universo no fue más que silencio, calma y noche.

Me había desmayado, pero no puedo afirmar que hubiera perdido completamente la conciencia. No trataré

de definir lo que me quedaba de ella, y menos describirla; pero no la había perdido por completo. En el más

profundo sopor, en el delirio, en el desmayo… ¡hasta la muerte, hasta la misma tumba!, no todo se pierde. O

bien, no existe la inmortalidad para el hombre. Cuando surgimos del más profundo de los sopores, rompemos

la tela sutil de algún sueño. Y, sin embargo, un poco más tarde (tan frágil puede haber sido aquella tela) no nos

acordamos de haber soñado. Cuando volvemos a la vida después de un desmayo, pasamos por dos

momentos: primero, el del sentimiento de la existencia mental o espiritual; segundo, el de la existencia física.

Es probable que si al llegar al segundo momento pudiéramos recordar las impresiones del primero, éstas

Page 13: Antología de relatos de terror

contendrían multitud de recuerdos del abismo que se abre más atrás. Y ese abismo, ¿qué es? ¿Cómo, por lo

menos, distinguir sus sombras de la tumba? Pero si las impresiones de lo que he llamado el primer momento

no pueden ser recordadas por un acto de la voluntad, ¿no se presentan inesperadamente después de un largo

intervalo, mientras nos maravillamos preguntándonos de dónde proceden? Aquel que nunca se ha

desmayado, no descubrirá extraños palacios y caras fantásticamente familiares en las brasas del carbón; no

contemplará, flotando en el aire, las melancólicas visiones que la mayoría no es capaz de ver; no meditará

mientras respira el perfume de una nueva flor; no sentirá exaltarse su mente ante el sentido de una cadencia

musical que jamás había llamado antes su atención.

Entre frecuentes y reflexivos esfuerzos para recordar, entre acendradas luchas para apresar algún vestigio de

ese estado de aparente aniquilación en el cual se había hundido mi alma, ha habido momentos en que he

vislumbrado el triunfo; breves, brevísimos períodos en que pude evocar recuerdos que, a la luz de mi lucidez

posterior, sólo podían referirse a aquel momento de aparente inconsciencia. Esas sombras de recuerdo me

muestran, borrosamente, altas siluetas que me alzaron y me llevaron en silencio, descendiendo…

descendiendo… siempre descendiendo… hasta que un horrible mareo me oprimió a la sola idea de lo

interminable de ese descenso. También evocan el vago horror que sentía mi corazón, precisamente a causa de

la monstruosa calma que me invadía. Viene luego una sensación de súbita inmovilidad que invade todas las

cosas, como si aquellos que me llevaban (¡atroz cortejo!) hubieran superado en su descenso los límites de lo

ilimitado y descansaran de la fatiga de su tarea. Después de esto viene a la mente como un desabrimiento y

humedad, y luego, todo es locura —la locura de un recuerdo que se afana entre cosas prohibidas.

Súbitamente, el movimiento y el sonido ganaron otra vez mi espíritu: el tumultuoso movimiento de mi

corazón y, en mis oídos, el sonido de su latir. Sucedió una pausa, en la que todo era confuso. Otra vez sonido,

movimiento y tacto —una sensación de hormigueo en todo mi cuerpo—. Y luego la mera conciencia de existir,

sin pensamiento; algo que duró largo tiempo. De pronto, bruscamente, el pensamiento, un espanto

estremecedor y el esfuerzo más intenso por comprender mi verdadera situación. A esto sucedió un profundo

deseo de recaer en la insensibilidad. Otra vez un violento revivir del espíritu y un esfuerzo por moverme, hasta

conseguirlo. Y entonces el recuerdo vívido del proceso, los jueces, las colgaduras negras, la sentencia, la

náusea, el desmayo. Y total olvido de lo que siguió, de todo lo que tiempos posteriores, y un obstinado

esfuerzo, me han permitido vagamente recordar.

Hasta ese momento no había abierto los ojos. Sentí que yacía de espaldas y que no estaba atado. Alargué la

mano, que cayó pesadamente sobre algo húmedo y duro. La dejé allí algún tiempo, mientras trataba de

imaginarme dónde me hallaba y qué era de mí. Ansiaba abrir los ojos, pero no me atrevía, porque me

espantaba esa primera mirada a los objetos que me rodeaban. No es que temiera contemplar cosas horribles,

Page 14: Antología de relatos de terror

pero me horrorizaba la posibilidad de que no hubiese nada que ver. Por fin, lleno de atroz angustia mi

corazón, abrí de golpe los ojos, y mis peores suposiciones se confirmaron. Me rodeaba las tiniebla de una

noche eterna. Luché por respirar; lo intenso de aquella oscuridad parecía oprimirme y sofocarme. La

atmósfera era de una intolerable pesadez. Me quedé inmóvil, esforzándome por razonar. Evoqué el proceso

de la Inquisición, buscando deducir mi verdadera situación a partir de ese punto. La sentencia había sido

pronunciada; tenía la impresión de que desde entonces había transcurrido largo tiempo. Pero ni siquiera por

un momento me consideré verdaderamente muerto. Semejante suposición, no obstante lo que leemos en los

relatos ficticios, es por completo incompatible con la verdadera existencia. Pero, ¿dónde y en qué situación

me encontraba? Sabía que, por lo regular, los condenados morían en un auto de fe, y uno de éstos acababa de

realizarse la misma noche de mi proceso. ¿Me habrían devuelto a mi calabozo a la espera del próximo

sacrificio, que no se cumpliría hasta varios meses más tarde? Al punto vi que era imposible. En aquel momento

había una demanda inmediata de víctimas. Y, además, mi calabozo, como todas las celdas de los condenados

en Toledo, tenía piso de piedra y la luz no había sido completamente suprimida.

Una horrible idea hizo que la sangre se agolpara a torrentes en mi corazón, y por un breve instante recaí en la

insensibilidad. Cuando me repuse, temblando convulsivamente, me levanté y tendí desatinadamente los

brazos en todas direcciones. No sentí nada, pero no me atrevía a dar un solo paso, por temor de que me lo

impidieran las paredes de una tumba. Brotaba el sudor por todos mis poros y tenía la frente empapada de

gotas heladas. Pero la agonía de la incertidumbre terminó por volverse intolerable, y cautelosamente me volví

adelante, con los brazos tendidos, desorbitados los ojos en el deseo de captar el más débil rayo de luz. Anduve

así unos cuantos pasos, pero todo seguía siendo tiniebla y vacío. Respiré con mayor libertad; por lo menos

parecía evidente que mi destino no era el más espantoso de todos.

Pero entonces, mientras seguía avanzando cautelosamente, resonaron en mi recuerdo los mil vagos rumores

de las cosas horribles que ocurrían en Toledo. Cosas extrañas se contaban sobre los calabozos; cosas que yo

había tomado por invenciones, pero que no por eso eran menos extrañas y demasiado horrorosas para ser

repetidas, salvo en voz baja. ¿Me dejarían morir de hambre en este subterráneo mundo de tiniebla, o quizá

me aguardaba un destino todavía peor? Demasiado conocía yo el carácter de mis jueces para dudar de que el

resultado fuera la muerte, y una muerte mucho más amarga que la habitual. Todo lo que me preocupaba y me

enloquecía era el modo y la hora de esa muerte.

Mis manos extendidas tocaron, por fin, un obstáculo sólido. Era un muro, probablemente de piedra,

sumamente liso, viscoso y frío. Me puse a seguirlo, avanzando con toda la desconfianza que antiguos relatos

me habían inspirado. Pero esto no me daba oportunidad de asegurarme de las dimensiones del calabozo, ya

que daría toda la vuelta y retornaría al lugar de partida sin advertirlo, hasta tal punto era uniforme y lisa la

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pared. Busqué, pues, el cuchillo que llevaba conmigo cuando me condujeron a las cámaras inquisitoriales;

había desaparecido, y en lugar de mis ropas tenía puesto un sayo de burda estameña. Había pensado hundir la

hoja en alguna juntura de la mampostería, a fin de identificar mi punto de partida. Pero, de todos modos, la

dificultad carecía de importancia, aunque en el desorden de mi mente me pareció insuperable en el primer

momento. Arranqué un pedazo del ruedo del sayo y lo puse bien extendido y en ángulo recto con respecto al

muro. Luego de tentar toda la vuelta de mi celda, no dejaría de encontrar el jirón al completar el circuito. Tal

es lo que, por lo menos, pensé, pues no había contado con el tamaño del calabozo y con mi debilidad. El suelo

era húmedo y resbaladizo. Avancé, titubeando, un trecho, pero luego trastrabillé y caí. Mi excesiva fatiga me

indujo a permanecer postrado y el sueño no tardó en dominarme.

Al despertar y extender un brazo hallé junto a mí un pan y un cántaro de agua. Estaba demasiado exhausto

para reflexionar acerca de esto, pero comí y bebí ávidamente. Poco después reanudé mi vuelta al calabozo y

con mucho trabajo llegué, por fin, al pedazo de estameña. Hasta el momento de caer al suelo había contado

cincuenta y dos pasos, y al reanudar mí vuelta otros cuarenta y ocho, hasta llegar al trozo de género. Había,

pues, un total de cien pasos. Contando una yarda por cada dos pasos, calculé que el calabozo tenía un circuito

de cincuenta yardas. No obstante, había encontrado numerosos ángulos de pared, de modo que no podía

hacerme una idea clara de la forma de la cripta, a la que llamo así pues no podía impedirme pensar que lo era.

Poca finalidad y menos esperanza tenían estas investigaciones, pero una vaga curiosidad me impelía a

continuarlas. Apartándome de la pared, resolví cruzar el calabozo por uno de sus diámetros. Avancé al

principio con suma precaución, pues aunque el piso parecía de un material sólido, era peligrosamente

resbaladizo a causa del limo. Cobré ánimo, sin embargo, y terminé caminando con firmeza, esforzándome por

seguir una línea todo lo recta posible. Había avanzado diez o doce pasos en esta forma cuando el ruedo

desgarrado del sayo se me enredó en las piernas. Trastabillando, caí violentamente de bruces.

En la confusión que siguió a la caída no reparé en un sorprendente detalle que, pocos segundos más tarde, y

cuando aún yacía boca abajo, reclamó mi atención. Helo aquí: tenía el mentón apoyado en el piso del

calabozo, pero mis labios y la parte superior de mi cara, que aparentemente debían encontrarse a un nivel

inferior al de la mandíbula, no se apoyaba en nada. Al mismo tiempo me pareció que bañaba mi frente un

vapor viscoso, y el olor característico de los hongos podridos penetró en mis fosas nasales. Tendí un brazo y

me estremecí al descubrir que me había desplomado exactamente al borde de un pozo circular, cuya

profundidad me era imposible descubrir por el momento. Tanteando en la mampostería que bordeaba el pozo

logré desprender un menudo fragmento y lo tiré al abismo. Durante largos segundos escuché cómo repercutía

al golpear en su descenso las paredes del pozo; hubo por fin, un chapoteo en el agua, al cual sucedieron

sonoros ecos. En ese mismo instante oí un sonido semejante al de abrirse y cerrarse rápidamente una puerta

Page 16: Antología de relatos de terror

en lo alto, mientras un débil rayo de luz cruzaba instantáneamente la tiniebla y volvía a desvanecerse con la

misma precipitación.

Comprendí claramente el destino que me habían preparado y me felicité de haber escapado a tiempo gracias

al oportuno accidente. Un paso más antes de mi caída y el mundo no hubiera vuelto a saber de mí. La muerte

a la que acababa de escapar tenía justamente las características que yo había rechazado como fabulosas y

antojadizas en los relatos que circulaban acerca de la Inquisición. Para las víctimas de su tiranía se reservaban

dos especies de muerte: una llena de horrorosos sufrimientos físicos, y otra acompañada de sufrimientos

morales todavía más atroces. Yo estaba destinado a esta última. Mis largos padecimientos me habían

desequilibrado los nervios, al punto que bastaba el sonido de mi propia voz para hacerme temblar, y por eso

constituía en todo sentido el sujeto ideal para la clase de torturas que me aguardaban.

Estremeciéndome de pies a cabeza, me arrastré hasta volver a tocar la pared, resuelto a perecer allí antes que

arriesgarme otra vez a los horrores de los pozos —ya que mi imaginación concebía ahora más de uno—

situados en distintos lugares del calabozo. De haber tenido otro estado de ánimo, tal vez me hubiera

alcanzado el coraje para acabar de una vez con mis desgracias precipitándome en uno de esos abismos; pero

había llegado a convertirme en el peor de los cobardes. Y tampoco podía olvidar lo que había leído sobre esos

pozos, esto es, que su horrible disposición impedía que la vida se extinguiera de golpe.

La agitación de mi espíritu me mantuvo despierto durante largas horas, pero finalmente acabé por

adormecerme. Cuando desperté, otra vez había a mi lado un pan y un cántaro de agua. Me consumía una sed

ardiente y de un solo trago vacié el jarro. El agua debía contener alguna droga, pues apenas la hube bebido me

sentí irresistiblemente adormilado. Un profundo sueño cayó sobre mí, un sueño como el de la muerte. No sé,

en verdad, cuánto duró, pero cuando volví a abrir los ojos los objetos que me rodeaban eran visibles. Gracias a

un resplandor sulfuroso, cuyo origen me fue imposible determinar al principio, pude contemplar la extensión y

el aspecto de mi cárcel.

Mucho me había equivocado sobre su tamaño. El circuito completo de los muros no pasaba de unas

veinticinco yardas. Durante unos minutos, esto me llenó de una vana preocupación. Vana, sí, pues nada podía

tener menos importancia, en las terribles circunstancias que me rodeaban, que las simples dimensiones del

calabozo. Pero mi espíritu se interesaba extrañamente en nimiedades y me esforcé por descubrir el error que

había podido cometer en mis medidas. Por fin se me reveló la verdad. En la primera tentativa de exploración

había contado cincuenta y dos pasos hasta el momento en que caí al suelo. Sin duda, en ese instante me

encontraba a uno o dos pasos del jirón de estameña, es decir, que había cumplido casi completamente la

vuelta del calabozo. Al despertar de mi sueño debí emprender el camino en dirección contraria, es decir,

volviendo sobre mis pasos, y así fue cómo supuse que el circuito medía el doble de su verdadero tamaño. La

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confusión de mi mente me impidió reparar entonces que había empezado mi vuelta teniendo la pared a la

izquierda y que la terminé teniéndola a la derecha. También me había engañado sobre la forma del calabozo.

Al tantear las paredes había encontrado numerosos ángulos, deduciendo así que el lugar presentaba una gran

irregularidad. ¡Tan potente es el efecto de las tinieblas sobre alguien que despierta de la letargia o del sueño!

Los ángulos no eran más que unas ligeras depresiones o entradas a diferentes intervalos. Mi prisión tenía

forma cuadrada. Lo que había tomado por mampostería resultaba ser hierro o algún otro metal, cuyas

enormes planchas, al unirse y soldarse, ocasionaban las depresiones. La entera superficie de esta celda

metálica aparecía toscamente pintarrajeada con todas las horrendas y repugnantes imágenes que la sepulcral

superstición de los monjes había sido capaz de concebir. Las figuras de demonios amenazantes, de esqueletos

y otras imágenes todavía más terribles recubrían y desfiguraban los muros. Reparé en que las siluetas de

aquellas monstruosidades estaban bien delineadas, pero que los colores parecían borrosos y vagos, como si la

humedad de la atmósfera los hubiese afectado. Noté asimismo que el suelo era de piedra. En el centro se

abría el pozo circular de cuyas fauces, abiertas como si bostezara, acababa de escapar; pero no había ningún

otro en el calabozo.

Vi todo esto sin mucho detalle y con gran trabajo, pues mi situación había cambiado grandemente en el curso

de mi sopor. Yacía ahora de espaldas, completamente estirado, sobre una especie de bastidor de madera.

Estaba firmemente amarrado por una larga banda que parecía un cíngulo. Pasaba, dando muchas vueltas, por

mis miembros y mi cuerpo, dejándome solamente en libertad la cabeza y el brazo derecho, que con gran

trabajo podía extender hasta los alimentos, colocados en un plato de barro a mi alcance. Para mayor espanto,

vi que se habían llevado el cántaro de agua. Y digo espanto porque la más intolerable sed me consumía. Por lo

visto, la intención de mis torturadores era estimular esa sed, pues la comida del plato consistía en carne

sumamente condimentada.

Mirando hacia arriba observé el techo de mi prisión. Tendría unos treinta o cuarenta pies de alto, y su

construcción se asemejaba a la de los muros. En uno de sus paneles aparecía una extraña figura que se

apoderó por completo de mi atención. La pintura representaba al Tiempo tal como se lo suele figurar, salvo

que, en vez de guadaña, tenía lo que me pareció la pintura de un pesado péndulo, semejante a los que vemos

en los relojes antiguos. Algo, sin embargo, en la apariencia de aquella imagen me movió a observarla con más

detalle. Mientras la miraba directamente de abajo hacia arriba (pues se encontraba situada exactamente

sobre mí) tuve la impresión de que se movía. Un segundo después esta impresión se confirmó. La oscilación

del péndulo era breve y, naturalmente, lenta. Lo observé durante un rato con más perplejidad que temor.

Cansado, al fin, de contemplar su monótono movimiento, volví los ojos a los restantes objetos de la celda.

Page 18: Antología de relatos de terror

Un ligero ruido atrajo mi atención y, mirando hacia el piso, vi cruzar varias enormes ratas. Habían salido del

pozo, que se hallaba al alcance de mi vista sobre la derecha. Aún entonces, mientras las miraba, siguieron

saliendo en cantidades, presurosas y con ojos famélicos atraídas por el olor de la carne. Me dio mucho trabajo

ahuyentarlas del plato de comida.

Habría pasado una media hora, quizá una hora entera —pues sólo tenía una noción imperfecta del tiempo—,

antes de volver a fijar los ojos en lo alto. Lo que entonces vi me confundió y me llenó de asombro. La carrera

del péndulo había aumentado, aproximadamente, en una yarda. Como consecuencia natural, su velocidad era

mucho más grande. Pero lo que me perturbó fue la idea de que el péndulo había descendido

perceptiblemente. Noté ahora —y es inútil agregar con cuánto horror— que su extremidad inferior estaba

constituida por una media luna de reluciente acero, cuyo largo de punta a punta alcanzaba a un pie. Aunque

afilado como una navaja, el péndulo parecía macizo y pesado, y desde el filo se iba ensanchando hasta

rematar en una ancha y sólida masa. Hallábase fijo a un pesado vástago de bronce y todo el mecanismo

silbaba al balancearse en el aire.

Ya no me era posible dudar del destino que me había preparado el ingenio de los monjes para la tortura. Los

agentes de la Inquisición habían advertido mi descubrimiento del pozo. El pozo, sí, cuyos horrores estaban

destinados a un recusante tan obstinado como yo; el pozo, símbolo típico del infierno, última Thule de los

castigos de la Inquisición, según los rumores que corrían. Por el más casual de los accidentes había evitado

caer en el pozo y bien sabía que la sorpresa, la brusca precipitación en los tormentos, constituían una parte

importante de las grotescas muertes que tenían lugar en aquellos calabozos. No habiendo caído en el pozo, el

demoniaco plan de mis verdugos no contaba con precipitarme por la fuerza, y por eso, ya que no quedaba

otra alternativa, me esperaba ahora un final diferente y más apacible. ¡Más apacible! Casi me sonreí en medio

del espanto al pensar en semejante aplicación de la palabra.

¿De qué vale hablar de las largas, largas horas de un horror más que mortal, durante las cuales conté las

zumbantes oscilaciones del péndulo? Pulgada a pulgada, con un descenso que sólo podía apreciarse después

de intervalos que parecían siglos… más y más íbase aproximando. Pasaron días —puede ser que hayan pasado

muchos días— antes de que oscilara tan cerca de mí que parecía abanicarme con su acre aliento. El olor del

afilado acero penetraba en mis sentidos… Supliqué, fatigando al cielo con mis ruegos, para que el péndulo

descendiera más velozmente. Me volví loco, me exasperé e hice todo lo posible por enderezarme y quedar en

el camino de la horrible cimitarra. Y después caí en una repentina calma y me mantuve inmóvil, sonriendo a

aquella brillante muerte como un niño a un bonito juguete.

Siguió otro intervalo de total insensibilidad. Fue breve, pues al resbalar otra vez en la vida noté que no se

había producido ningún descenso perceptible del péndulo. Podía, sin embargo, haber durado mucho, pues

Page 19: Antología de relatos de terror

bien sabía que aquellos demonios estaban al tanto de mi desmayo y que podían haber detenido el péndulo a

su gusto. Al despertarme me sentí inexpresablemente enfermo y débil, como después de una prolongada

inanición. Aun en la agonía de aquellas horas la naturaleza humana ansiaba alimento. Con un penoso esfuerzo

alargué el brazo izquierdo todo lo que me lo permitían mis ataduras y me apoderé de una pequeña cantidad

que habían dejado las ratas. Cuando me llevaba una porción a los labios pasó por mi mente un pensamiento

apenas esbozado de alegría… de esperanza. Pero, ¿qué tenía yo que ver con la esperanza? Era aquél, como

digo, un pensamiento apenas formado; muchos así tiene el hombre que no llegan a completarse jamás. Sentí

que era de alegría, de esperanza; pero sentí al mismo tiempo que acababa de extinguirse en plena

elaboración. Vanamente luché por alcanzarlo, por recobrarlo. El prolongado sufrimiento había aniquilado casi

por completo mis facultades mentales ordinarias. No era más que un imbécil, un idiota.

La oscilación del péndulo se cumplía en ángulo recto con mi cuerpo extendido. Vi que la media luna estaba

orientada de manera de cruzar la zona del corazón. Desgarraría la estameña de mi sayo…, retornaría para

repetir la operación… otra vez…, otra vez… A pesar de su carrera terriblemente amplia (treinta pies o más) y la

sibilante violencia de su descenso, capaz de romper aquellos muros de hierro, todo lo que haría durante varios

minutos sería cortar mi sayo. A esa altura de mis pensamientos debí de hacer una pausa, pues no me atrevía a

prolongar mi reflexión. Me mantuve en ella, pertinazmente fija la atención, como si al hacerlo pudiera detener

en ese punto el descenso de la hoja de acero. Me obligué a meditar acerca del sonido que haría la media luna

cuando pasara cortando el género y la especial sensación de estremecimiento que produce en los nervios el

roce de una tela. Pensé en todas estas frivolidades hasta el límite de mi resistencia.

Bajaba… seguía bajando suavemente. Sentí un frenético placer en comparar su velocidad lateral con la del

descenso. A la derecha… a la izquierda… hacia los lados, con el aullido de un espíritu maldito… hacia mi

corazón, con el paso sigiloso del tigre. Sucesivamente reí a carcajadas y clamé, según que una u otra idea me

dominara.

Bajaba… ¡Seguro, incansable, bajaba! Ya pasaba vibrando a tres pulgadas de mi pecho. Luché con violencia,

furiosamente, para soltar mi brazo izquierdo, que sólo estaba libre a partir del codo. Me era posible llevar la

mano desde el plato, puesto a mi lado, hasta la boca, pero no más allá. De haber roto las ataduras arriba del

codo, hubiera tratado de detener el péndulo. ¡Pero lo mismo hubiera sido pretender atajar un alud!

Bajaba… ¡Sin cesar, inevitablemente, bajaba! Luché, jadeando, a cada oscilación. Me encogía convulsivamente

a cada paso del péndulo. Mis ojos seguían su carrera hacia arriba o abajo, con la ansiedad de la más

inexpresable desesperación; mis párpados se cerraban espasmódicamente a cada descenso, aunque la muerte

hubiera sido para mí un alivio, ¡ah, inefable! Pero cada uno de mis nervios se estremecía, sin embargo, al

pensar que el más pequeño deslizamiento del mecanismo precipitaría aquel reluciente, afilado eje contra mi

Page 20: Antología de relatos de terror

pecho. Era la esperanza la que hacía estremecer mis nervios y contraer mi cuerpo. Era la esperanza, esa

esperanza que triunfa aún en el potro del suplicio, que susurra al oído de los condenados a muerte hasta en

los calabozos de la Inquisición.

Vi que después de diez o doce oscilaciones el acero se pondría en contacto con mi ropa, y en el mismo

momento en que hice esa observación invadió mi espíritu toda la penetrante calma concentrada de la

desesperación. Por primera vez en muchas horas —quizá días— me puse a pensar. Acudió a mi mente la

noción de que la banda o cíngulo que me ataba era de una sola pieza. Mis ligaduras no estaban constituidas

por cuerdas separadas. El primer roce de la afiladísima media luna sobre cualquier porción de la banda

bastaría para soltarla, y con ayuda de mi mano izquierda podría desatarme del todo. Pero, ¡cuán terrible, en

ese caso, la proximidad del acero! ¡Cuán letal el resultado de la más leve lucha! Y luego, ¿era verosímil que los

esbirros del torturador no hubieran previsto y prevenido esa posibilidad? ¿Cabía pensar que la atadura cruzara

mi pecho en el justo lugar por donde pasaría el péndulo? Temeroso de descubrir que mi débil y, al parecer,

postrera esperanza se frustraba, levanté la cabeza lo bastante para distinguir con claridad mi pecho. El cíngulo

envolvía mis miembros y mi cuerpo en todas direcciones, salvo en el lugar por donde pasaría el péndulo.

Apenas había dejado caer hacia atrás la cabeza cuando relampagueó en mi mente algo que sólo puedo

describir como la informe mitad de aquella idea de liberación a que he aludido previamente y de la cual sólo

una parte flotaba inciertamente en mi mente cuando llevé la comida a mis ardientes labios. Mas ahora el

pensamiento completo estaba presente, débil, apenas sensato, apenas definido… pero entero.

Inmediatamente, con la nerviosa energía de la desesperación, procedí a ejecutarlo.

Durante horas y horas, cantidad de ratas habían pululado en la vecindad inmediata del armazón de madera

sobre el cual me hallaba. Aquellas ratas eran salvajes, audaces, famélicas; sus rojas pupilas me miraban

centelleantes, como si esperaran verme inmóvil para convertirme en su presa. « ¿A qué alimento —pensé—

las han acostumbrado en el pozo?» A pesar de todos mis esfuerzos por impedirlo, ya habían devorado el

contenido del plato, salvo unas pocas sobras. Mi mano se había agitado como un abanico sobre el plato; pero,

a la larga, la regularidad del movimiento le hizo perder su efecto. En su voracidad, las odiosas bestias me

clavaban sus afiladas garras en los dedos. Tomando los fragmentos de la aceitosa y especiada carne que

quedaba en el plato, froté con ellos mis ataduras allí donde era posible alcanzarlas, y después, apartando mi

mano del suelo, permanecí completamente inmóvil, conteniendo el aliento.

Los hambrientos animales se sintieron primeramente aterrados y sorprendidos por el cambio… la cesación de

movimiento. Retrocedieron llenos de alarma, y muchos se refugiaron en el pozo. Pero esto no duró más que

un momento. No en vano había yo contado con su voracidad. Al observar que seguía sin moverme, una o dos

de las más atrevidas saltaron al bastidor de madera y olfatearon el cíngulo. Esto fue como la señal para que

Page 21: Antología de relatos de terror

todas avanzaran. Salían del pozo, corriendo en renovados contingentes. Se colgaron de la madera, corriendo

por ella y saltaron a centenares sobre mi cuerpo. El acompasado movimiento del péndulo no las molestaba

para nada. Evitando sus golpes, se precipitaban sobre las untadas ligaduras. Se apretaban, pululaban sobre mí

en cantidades cada vez más grandes. Se retorcían cerca de mi garganta; sus fríos hocicos buscaban mis labios.

Yo me sentía ahogar bajo su creciente peso; un asco para el cual no existe nombre en este mundo llenaba mi

pecho y helaba con su espesa viscosidad mi corazón. Un minuto más, sin embargo, y la lucha terminaría. Con

toda claridad percibí que las ataduras se aflojaban. Me di cuenta de que debían de estar rotas en más de una

parte. Pero, con una resolución que excedía lo humano, me mantuve inmóvil.

No había errado en mis cálculos ni sufrido tanto en vano. Por fin, sentí que estaba libre. El cíngulo colgaba en

tiras a los lados de mi cuerpo. Pero ya el paso del péndulo alcanzaba mi pecho. Había dividido la estameña de

mi sayo y cortaba ahora la tela de la camisa. Dos veces más pasó sobre mí, y un agudísimo dolor recorrió mis

nervios. Pero el momento de escapar había llegado. Apenas agité la mano, mis libertadoras huyeron en

tumulto. Con un movimiento regular, cauteloso, y encogiéndome todo lo posible, me deslicé, lentamente,

fuera de mis ligaduras, más allá del alcance de la cimitarra. Por el momento, al menos, estaba libre.

Libre… ¡y en las garras de la Inquisición! Apenas me había apartado de aquel lecho de horror para ponerme de

pie en el piso de piedra, cuando cesó el movimiento de la diabólica máquina, y la vi subir, movida por una

fuerza invisible, hasta desaparecer más allá del techo. Aquello fue una lección que debí tomar

desesperadamente a pecho. Indudablemente espiaban cada uno de mis movimientos. ¡Libre! Apenas si había

escapado de la muerte bajo la forma de una tortura, para ser entregado a otra que sería peor aún que la

misma muerte. Pensando en eso, paseé nerviosamente los ojos por las barreras de hierro que me encerraban.

Algo insólito, un cambio que, al principio, no me fue posible apreciar claramente, se había producido en el

calabozo. Durante largos minutos, sumido en una temblorosa y vaga abstracción me perdí en vanas y

deshilvanadas conjeturas. En estos momentos pude advertir por primera vez el origen de la sulfurosa luz que

iluminaba la celda. Procedía de una fisura de media pulgada de ancho, que rodeaba por completo el calabozo

al pie de las paredes, las cuales parecían —y en realidad estaban— completamente separadas del piso. A

pesar de todos mis esfuerzos, me fue imposible ver nada a través de la abertura.

Al ponerme otra vez de pie comprendí de pronto el misterio del cambio que había advertido en la celda. Ya he

dicho que, si bien las siluetas de las imágenes pintadas en los muros eran suficientemente claras, los colores

parecían borrosos e indefinidos. Pero ahora esos colores habían tomado un brillo intenso y sorprendente, que

crecía más y más y daba a aquellas espectrales y diabólicas imágenes un aspecto que hubiera quebrantado

nervios más resistentes que los míos. Ojos demoniacos, de una salvaje y aterradora vida, me contemplaban

Page 22: Antología de relatos de terror

fijamente desde mil direcciones, donde ninguno había sido antes visible, y brillaban con el cárdeno resplandor

de un fuego que mi imaginación no alcanzaba a concebir como irreal.

¡Irreal…! Al respirar llegó a mis narices el olor característico del vapor que surgía del hierro recalentado…

Aquel olor sofocante invadía más y más la celda… Los sangrientos horrores representados en las paredes

empezaron a ponerse rojos… Yo jadeaba, tratando de respirar. Ya no me cabía duda sobre la intención de mis

torturadores. ¡Ah, los más implacables, los más demoniacos entre los hombres! Corrí hacia el centro de la

celda, alejándome del metal ardiente. Al encarar en mi pensamiento la horrible destrucción que me

aguardaba, la idea de la frescura del pozo invadió mi alma como un bálsamo. Corrí hasta su borde mortal.

Esforzándome, miré hacia abajo. El resplandor del ardiente techo iluminaba sus más recónditos huecos. Y, sin

embargo, durante un horrible instante, mi espíritu se negó a comprender el sentido de lo que veía. Pero, al fin,

ese sentido se abrió paso, avanzó poco a poco hasta mi alma, hasta arder y consumirse en mi estremecida

razón. ¡Oh, poder expresarlo! ¡Oh espanto! ¡Todo… todo menos eso! Con un alarido, salté hacia atrás y hundí

mi cara en las manos, sollozando amargamente.

El calor crecía rápidamente, y una vez más miré a lo alto, temblando como en un ataque de calentura. Un

segundo cambio acababa de producirse en la celda…, y esta vez el cambio tenía que ver con la forma. Al igual

que antes, fue inútil que me esforzara por apreciar o entender inmediatamente lo que estaba ocurriendo.

Pero mis dudas no duraron mucho. La venganza de la Inquisición se aceleraba después de mi doble

escapatoria, y ya no habría más pérdida de tiempo por parte del Rey de los Espantos. Hasta entonces mi celda

había sido cuadrada. De pronto vi que dos de sus ángulos de hierro se habían vuelto agudos, y los otros dos,

por consiguiente, obtusos. La horrible diferencia se acentuaba rápidamente, con un resonar profundo y

quejumbroso. En un instante el calabozo cambió su forma por la de un rombo. Pero el cambio no se detuvo

allí, y yo no esperaba ni deseaba que se detuviera. Podría haber pegado mi pecho a las rojas paredes, como si

fueran vestiduras de eterna paz. « ¡La muerte!» —clamé—. « ¡Cualquier muerte, menos la del pozo!»

¡Insensato! ¿Acaso no era evidente que aquellos hierros al rojo tenían por objeto precipitarme en el pozo?

¿Podría acaso resistir su fuego? Y si lo resistiera, ¿cómo oponerme a su presión? El rombo se iba achatando

más y más, con una rapidez que no me dejaba tiempo para mirar. Su centro y, por tanto, su diámetro mayor

llegaban ya sobre el abierto abismo. Me eché hacia atrás, pero las movientes paredes me obligaban

irresistiblemente a avanzar. Por fin no hubo ya en el piso del calabozo ni una pulgada de asidero para mi

chamuscado y convulso cuerpo. Cesé de luchar, pero la agonía de mi alma se expresó en un agudo,

prolongado alarido final de desesperación. Sentí que me tambaleaba al borde del pozo… Desvié la mirada…

¡Y oí un discordante clamoreo de voces humanas! ¡Resonó poderoso un toque de trompetas! ¡Escuché un

áspero chirriar semejante al de mil truenos! ¡Las terribles paredes retrocedieron! Una mano tendida sujetó mi

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brazo en el instante en que, desmayado, me precipitaba al abismo. Era la del general Lasalle. El ejército

francés acababa de entrar en Toledo. La Inquisición estaba en poder de sus enemigos.

El Gato NegroNo espero ni remotamente que se conceda el menor crédito a la extraña, aunque familiar historia que voy a

relatar. Sería verdaderamente insensato esperarlo cuando mis mismos sentidos rechazan su propio

testimonio. No obstante, yo no estoy loco, y ciertamente no sueño. Pero, por si muero mañana, quiero aliviar

hoy mi alma. Me propongo presentar ante el mundo, clara, sucintamente y sin comentarios, una serie de

sencillos sucesos domésticos. Por sus consecuencias, estos sucesos me han torturado, me han anonadado.

Con todo, sólo trataré de aclararlos. A mí sólo horror me han causado, a muchas personas parecerán tal vez

menos terribles que estrambóticos. Quizá más tarde surja una inteligencia que dé a mi visión una forma

regular y tangible; una inteligencia más serena, más lógica, y, sobre todo, menos excitable que la mía, que no

encuentre en las circunstancias que relato con horror más que una sucesión de causas y de efectos naturales.

La docilidad y la humanidad fueron mis características durante mi niñez. Mi ternura de corazón era tan

extremada, que atrajo sobre mí las burlas de mis camaradas.

Sentía extraordinaria afición por los animales, y mis parientes me habían permitido poseer una gran

variedad de ellos. Pasaba en su compañía casi todo el tiempo y jamás me sentía más feliz que cuando les daba

de comer o acariciaba. Esta singularidad de mi carácter aumentó con los años, y cuando llegué a ser un

hombre, vino a constituir uno de mis principales placeres. Para los que han profesado afecto a un perro fiel e

inteligente, no es preciso que explique la naturaleza o la intensidad de goces que esto puede proporcionar.

Hay en el desinteresado amor de un animal, en su abnegación, algo que va derecho al corazón del que ha

tenido frecuentes ocasiones de experimentar su humilde amistad, su fidelidad sin límites. Me casé joven, y

tuve la suerte de encontrar en mi esposa una disposición semejante a la mía. Observando mi inclinación hacia

los animales domésticos, no perdonó ocasión alguna de proporcionarme los de las especies más agradables.

Teníamos pájaros, un pez dorado, un perro hermosísimo, conejitos, un pequeño mono y un gato. Este último

animal era tan robusto como hermoso, completamente negro y de una sagacidad maravillosa. Respecto a su

inteligencia, mi mujer, que en el fondo era bastante supersticiosa, hacía frecuentes alusiones a la antigua

creencia popular, que veía brujas disfrazadas en todos los gatos negros. Esto no quiere decir que ella tomase

esta preocupación muy en serio, y si lo menciono, es sencillamente porque me viene a la memoria en este

momento. Plutón, este era el nombre del gato, era mi favorito, mi camarada. Yo le daba de comer y él me

seguía por la casa adondequiera que iba. Esto me tenía tan sin cuidado, que llegué a permitirle que me

acompañase por las calles. Nuestra amistad subsistió así muchos años, durante los cuales mi carácter, por

obra del demonio de la intemperancia, aunque me avergüence de confesarlo, sufrió una alteración radical. Me

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hice de día en día más taciturno, más irritable, más indiferente a los sentimientos ajenos. Llegué a emplear un

lenguaje brutal con mi mujer. Más tarde, hasta la injurié con violencias personales. Mis pobres favoritos,

naturalmente, sufrieron también el cambio de mi carácter. No solamente los abandonaba, sino que llegué a

maltratarlos. El afecto que a Plutón todavía conservaba me impedía pegarle, así como no me daba escrúpulo

de maltratar a los conejos, al mono y aun al perro, cuando por acaso o por cariño se atravesaban en mi

camino. Mi enfermedad me invadía cada vez más, pues ¿qué enfermedad es comparable al alcohol?, y, con el

tiempo, hasta el mismo Plutón, que mientras tanto envejecía y naturalmente se iba haciendo un poco

desapacible, empezó a sufrir las consecuencias de mi mal humor.

Una noche que entré en casa completamente borracho, me pareció que el gato evitaba mi vista. Lo agarré,

pero, espantado de mi violencia, me hizo en una mano con sus dientes una herida muy leve. Mi alma pareció

que abandonaba mi cuerpo, y una rabia más que diabólica, saturada de ginebra, penetró en cada fibra de mí

ser. Saqué del bolsillo del chaleco un cortaplumas, lo abrí, agarré al pobre animal por la garganta y

deliberadamente le hice saltar un ojo de su órbita. Me avergüenzo, me consumo, me estremezco al escribir

esta abominable atrocidad.

Por la mañana, al recuperar la razón, cuando se hubieron disipado los vapores de mi crápula nocturna,

experimenté una sensación mitad horror mitad remordimiento, por el crimen que había cometido; pero fue

sólo un débil e inestable pensamiento, y el alma no sufrió las heridas.

Persistí en mis excesos, y bien pronto ahogué en vino todo recuerdo de mi criminal acción.

El gato sanó lentamente. La órbita del ojo perdido presentaba, en verdad, un aspecto horroroso, pero en

adelante no pareció sufrir. Iba y venía por la casa, según su costumbre; pero huía de mí con indecible horror.

Aún me quedaba lo bastante de mi benevolencia anterior para sentirme afligido por esta antipatía

evidente de parte de un ser que tanto me había amado. Pero a este sentimiento bien pronto sucedió la

irritación. Y entonces desarrollase en mí, para mi postrera e irrevocable caída, el espíritu de la perversidad, del

que la filosofía no hace mención. Con todo, tan seguro como existe mi alma, yo creo que la perversidad es uno

de los primitivos impulsos del corazón humano; una de las facultades o sentimientos elementales que dirigen

al carácter del hombre. ¿Quién no se ha sorprendido cien veces cometiendo una acción sucia o vil, por la sola

razón de saber que no la debía cometer? ¿No tenemos una perpetua inclinación, no obstante la excelencia de

nuestro juicio, a violar lo que es ley, sencillamente porque comprendemos que es ley? Este espíritu de

perversidad, repito, causó mi ruina completa. El deseo ardiente, insondable del alma de atormentarse a sí

misma, de violentar su propia naturaleza, de hacer el mal por amor al mal, me impulsaba a continuar el

Suplicio a que había condenado al inofensivo animal. Una mañana, a completa sangre fría, le puse un nudo

corredizo alrededor del cuello y lo colgué de una rama de un árbol; lo ahorqué con los ojos arrasados en

Page 25: Antología de relatos de terror

lágrimas, experimentando el más amargo remordimiento en el corazón; lo ahorqué porque me constaba que

me había amado y porque sentía que no me hubiese dado ningún motivo de cólera; lo ahorqué porque sabía

que haciéndolo así cometía un pecado, un pecado mortal que comprometía mi alma inmortal, al punto de

colocarla, si tal cosa es posible, fuera de la misericordia infinita del Dios misericordioso y terrible.

En la noche que siguió al día en que fue ejecutada esta cruel acción, fui despertado a los gritos de «

¡fuego!» Las cortinas de mi lecho estaban convertidas en llamas. Toda la casa estaba ardiendo. Con gran

dificultad escapamos del incendio mi mujer, un criado y yo. La destrucción fue completa. Se aniquiló toda mi

fortuna, y entonces me entregué a la desesperación.

No trato de establecer una relación de la causa con el efecto, entre la atrocidad y el desastre: estoy muy

por encima de esta debilidad. Sólo doy cuenta de una cadena de hechos, y no quiero que falte ningún eslabón.

El día siguiente al incendio visité las ruinas. Los muros se habían desplomado, exceptuando uno solo, y esta

única excepción fue un tabique interior poco sólido, situado casi en la mitad de la casa, y contra el cual se

apoyaba la cabecera de mi lecho. Dicha pared había escapado en gran parte a la acción del fuego, cosa que yo

atribuí a que había sido recientemente renovada. En torno de este muro se agrupó una multitud de gente y

muchas personas parecían examinar algo muy particular con minuciosa y viva atención. Las palabras «

¡extraño!» « ¡Singular!» y otras expresiones semejantes excitaron mi curiosidad. Me aproximé y vi, a manera

de un bajo relieve esculpido sobre la blanca superficie, la figura de un gato gigantesco. La imagen estaba

estampada con una exactitud verdaderamente maravillosa.

Había una cuerda alrededor del cuello del animal. Al momento de ver esta aparición, pues como a tal, en

semejante circunstancia, no podía por menos de considerarla, mi asombro y mi temor fueron extraordinarios.

Pero, al fin, la reflexión vino en mi ayuda. Recordé entonces que el gato había sido ahorcado en un jardín,

contiguo a la casa. A los gritos de alarma, el jardín habría sido inmediatamente invadido por la multitud y el

animal debió haber sido descolgado del árbol por alguno y arrojado en mi cuarto a través de una ventana

abierta. Esto seguramente, había sido hecho con el fin de despertarme. La caída de los otros muros había

aplastado a la víctima de mi crueldad en el yeso recientemente extendido; la cal de este muro, combinada con

las llamas y el amoníaco desprendido del cadáver, habría formado la imagen, tal como yo la veía. Merced a

este artificio logré satisfacer muy pronto a mi razón, mas no pude hacerlo tan rápidamente con mi conciencia,

porque el suceso sorprendente que acabo de relatar, grabóse en mi imaginación de una manera profunda.

Hasta pasados muchos meses no pude desembarazarme del espectro del gato, y durante este período

envolvió mi alma un semisentimiento, muy semejante al remordimiento. Llegué hasta llorar la pérdida del

animal y a buscar en torno mío, en los tugurios miserables, que tanto frecuentaba habitualmente, otro

favorito de la misma especie y de una figura parecida que lo reemplazara.

Page 26: Antología de relatos de terror

Ocurrió que una noche que me hallaba sentado, medio aturdido, en una taberna más que infame, fue

repentinamente solicitada mi atención hacia un objeto negro que reposaba en lo alto de uno de esos

inmensos toneles de ginebra o ron que componían el principal ajuar de la sala. Hacía algunos momentos que

miraba a lo alto de este tonel, y lo que me sorprendía era no haber notado más pronto el objeto colocado

encima. Me aproximé, tocándolo con la mano.

Era un enorme gato, tan grande por lo menos como Plutón, e igual a él en todo, menos en una cosa. Plutón

no tenía ni un pelo blanco en todo el cuerpo, mientras que éste tenía una salpicadura larga y blanca, de forma

indecisa que le cubría casi toda la región del pecho.

No bien lo hube acariciado cuando se levantó súbitamente, prorrumpió en continuado ronquido, se frotó

contra mi mano y pareció muy contento de mi atención. Era, pues, el verdadero animal que yo buscaba. Al

momento propuse, al dueño de la taberna comprarlo, pero éste no se dio por entendido: no lo conocía ni lo

había visto nunca antes de aquel momento. Continué acariciándolo y, cuando me preparaba a regresar a mi

casa, el animal se mostró dispuesto a acompañarme. Le permití que lo hiciera, agachándome de vez en

cuando para acariciarlo durante el camino.

Cuando estuvo en mi casa, se encontró como en la suya, e hízose en seguida gran amigo de mi mujer. Por

mi parte, bien pronto sentí nacer antipatía contra él. Era casualmente lo contrario de lo que yo había

esperado; no sé cómo ni por qué sucedió esto: su empalagosa ternura me disgustaba, fatigándome casi. Poco

a poco, estos sentimientos de disgusto y fastidio se convirtieron en odio.

Esquivaba su presencia; pero una especie de sensación de bochorno y el recuerdo de mi primer acto de

crueldad me impidieron maltratarlo. Durante algunas semanas me abstuve de golpearlo con violencia; llegué a

tomarle un indecible horror, y a huir silenciosamente de su odiosa presencia, como de la peste.

Seguramente lo que aumentó mi odio contra el animal fue el descubrimiento que hice en la mañana

siguiente de haberlo traído a casa: lo mismo que Plutón, él también había sido privado de uno de sus ojos.

Esta circunstancia hizo que mi mujer le tomase más cariño, pues, como ya he dicho, ella poseía en alto

grado esta ternura de sentimientos que había sido mi rasgo característico y el manantial frecuente de mis más

sencillos y puros placeres.

No obstante, el cariño del gato hacia mí parecía acrecentarse en razón directa de mi aversión contra él.

Con implacable tenacidad, que no podrá explicarse el lector, seguía mis pasos. Cada vez que me sentaba, se

acurrucaba bajo mi silla o saltaba sobre mis rodillas, cubriéndome con sus repugnantes caricias.

Si me levantaba para andar, se metía entre mis piernas y casi me hacía caer al suelo, o bien introduciendo

sus largas y afiladas garras en mis vestidos, trepaba hasta mi pecho.

Page 27: Antología de relatos de terror

En tales momentos, aunque hubiera deseado matarlo de un solo golpe, me contenía en parte por el

recuerdo de mi primer crimen, pero principalmente debo confesarlo, por el terror que me causaba el animal.

Este terror no era de ningún modo el espanto que produce la perspectiva de un mal físico, pero me sería

muy difícil denominarlo de otro modo. Lo confieso abochornado. Sí; aun en este lugar de criminales, casi me

avergüenzo al afirmar que el miedo y el horror que me inspiraba el animal se habían aumentado por una de

las mayores fantasías que es posible concebir.

Mi mujer me había hecho notar más de una vez el carácter de la mancha blanca de que he hablado y en la

que estribaba la única diferencia aparente entre el nuevo animal y el matado por mí. Seguramente recordará

el lector que esta marca, aunque grande, estaba primitivarnente indefinida en su forma, pero lentamente, por

grados imperceptibles, que mi razón se esforzó largo tiempo en considerar como imaginarios, había llegado a

adquirir una rigurosa precisión en sus contornos. Presentaba la forma de un objeto que me estremezco sólo al

nombrarlo: y esto era lo que sobre todo me hacía mirar al monstruo con horror y repugnancia, y me habría

impulsado a librarme de él, ni me hubiera atrevido: la imagen de una cosa horrible y siniestra, la imagen de la

horca. ¡Oh lúgubre y terrible aparato, instrumento del horror y del crimen, de la agonía y de la muerte!

Y heme aquí convertido en un miserable, más allá de la miseria de la humanidad. Un animal inmundo, cuyo

hermano yo había con desprecio destruido, una bestia bruta creando para mí —para mí, hombre formado a

imagen del Altísimo—, un tan grande e intolerable infortunio. ¡Desde entonces no volví a disfrutar de reposo,

ni de día ni de noche! Durante el día el animal no me dejaba ni un momento, y por la noche, a cada instante,

cuando despertaba de mi sueño, lleno de angustia inexplicable, sentía el tibio aliento de la alimaña sobre mi

rostro, y su enorme peso, encarnación de una pesadilla que no podía sacudir, posado eternamente sobre mi

corazón.

Tales tormentos influyeron lo bastante para que lo poco de bueno que quedaba en mí desapareciera.

Vinieron a ser mis íntimas preocupaciones los más sombríos y malvados pensamientos. La tristeza de mi

carácter habitual se acrecentó hasta odiar todas las cosas y a toda la humanidad; y, no obstante, mi mujer no

se quejaba nunca, ¡ay! Ella era de ordinario el blanco de mis iras, la más paciente víctima de mis repentinas,

frecuentes e indomables explosiones de una cólera a la cual me abandonaba ciegamente.

Ocurrió, que un día que me acompañaba, para un quehacer doméstico, al sótano del viejo edificio donde

nuestra pobreza nos obligaba a habitar, el gato me seguía por la pendiente escalera, y, en ese momento, me

exasperó hasta la demencia. Enarbolé el hacha, y, olvidando en mi furor el temor pueril que hasta entonces

contuviera mi mano, asesté al animal un golpe que habría sido mortal si le hubiese alcanzado como deseaba;

pero el golpe fue evitado por la mano de mi mujer. Su intervención me produjo una rabia más que diabólica;

Page 28: Antología de relatos de terror

desembaracé mi brazo del obstáculo y le hundí el hacha en el cráneo. Y sucumbió instantáneamente, sin

exhalar un solo gemido mi desdichada mujer.

Consumado este horrible asesinato, traté de esconder el cuerpo.

Juzgué que no podía hacerlo desaparecer de la casa, ni de día ni de noche, sin correr el riesgo de ser

observado por los vecinos. Numerosos proyectos cruzaron por mi mente. Pensé primero en dividir el cadáver

en pequeños trozos y destruirlos por medio del fuego. Discurrí luego cavar una fosa en el suelo del sótano.

Pensé más tarde arrojarlo al pozo del patio: después meterlo en un cajón, como mercancía, en la forma

acostumbrada, y encargar a un mandadero que lo llevase fuera de la casa. Finalmente, me detuve ante una

idea que consideré la mejor de todas.

Resolví emparedarlo en el sótano, como se dice que los monjes de la Edad Media emparedaban a sus

víctimas. En efecto, el sótano parecía muy adecuado para semejante operación. Los muros estaban

construidos muy a la ligera, y recientemente habían sido cubiertos, en toda su extensión de una capa de

mezcla, que la humedad había impedido que se endureciese.

Por otra parte, en una de las paredes había un hueco, que era una falsa chimenea, o especie de hogar, que

había sido enjalbegado como el resto del sótano. Supuse que me sería fácil quitar los ladrillos de este sitio,

introducir el cuerpo y colocarlos de nuevo de manera que ningún ojo humano pudiera sospechar lo que allí se

ocultaba. No salió fallido mi cálculo. Con ayuda de una palanqueta, quité con bastante facilidad los ladrillos, y

habiendo colocado cuidadosamente el cuerpo contra el muro interior, lo sostuve en esta posición hasta que

hube reconstituido, sin gran trabajo toda la obra de fábrica. Habiendo adquirido cal y arena con todas las

precauciones imaginables, preparé un revoque que no se diferenciaba del antiguo y cubrí con él

escrupulosamente el nuevo tabique. El muro no presentaba la más ligera señal de renovación.

Hice desaparecer los escombros con el más prolijo esmero y expurgué el suelo, por decirlo así. Miré

triunfalmente en torno mío, y me dije: «Aquí, a lo menos, mi trabajo no ha sido perdido».

Lo primero que acudió a mi pensamiento fue buscar al gato, causa de tan gran desgracia, pues, al fin, había

resuelto darle muerte. De haberle encontrado en aquel momento, su destino estaba decidido; pero, alarmado

el sagaz animal por la violencia de mi reciente acción, no osaba presentarse ante mí en mi actual estado de

ánimo.

Sería tarea imposible describir o imaginar la profunda, la feliz sensación de consuelo que la ausencia del

detestable animal produjo en mi corazón. No apareció en toda la noche, y por primera vez desde su entrada

en mi casa, logré dormir con un sueño profundo y sosegado: sí, dormí, como un patriarca, no obstante tener el

peso del crimen sobre el alma.

Page 29: Antología de relatos de terror

Transcurrieron el segundo y el tercer día, sin que volviera mi verdugo. De nuevo respiré como hombre

libre. El monstruo en su terror, había abandonado para siempre aquellos lugares. Me parecía que no lo

volvería a ver. Mi dicha era inmensa. El remordimiento de mi tenebrosa acción no me inquietaba mucho.

Instruyóse una especie de sumaria que fue sobreseída al instante. La indagación practicada no dio el menor

resultado. Habían pasado cuatro días después del asesinato, cuando una porción de agentes de policía se

presentaron inopinadamente en casa, y se procedió de nuevo a una prolija investigación. Como tenía plena

confianza en la impermeabilidad del escondrijo, no experimenté zozobra. Los funcionarios me obligaron a

acompañarlos en el registro, que fue minucioso en extremo. Por último, y por tercera o cuarta vez,

descendieron al sótano. Mi corazón latía regularmente, como el de un hombre que confía en su inocencia.

Recorrí de uno a otro extremo el sótano, crucé mis brazos sobre mi pecho y me paseé afectando tranquilidad

de un lado para otro.

La justicia estaba plenamente satisfecha, y se preparaba a marchar. Era tanta la alegría de mi corazón, que

no podía contenerla. Me abrasaba el deseo de decir algo, aunque no fuese más que una palabra en señal de

triunfo, y hacer indubitable la convicción acerca de mi inocencia.

—Señores —dije, al fin, cuando la gente subía la escalera—, estoy satisfecho de haber desvanecido

vuestras sospechas. Deseo a todos buena salud y un poco más de cortesía. Y de paso caballeros, vean aquí una

casa singularmente bien construida (en mi ardiente deseo de decir alguna cosa, apenas sabía lo que hablaba).

Yo puedo asegurar que ésta es una casa admirablemente hecha. Esos muros… ¿Van ustedes a marcharse,

señores? Estas paredes están fabricadas sólidamente.

Y entonces, con una audacia frenética, golpeé fuertemente con el bastón que tenía en la mano

precisamente sobre la pared de tabique detrás del cual estaba el cadáver de la esposa de mi corazón.

¡Ah! Que al menos Dios me proteja y me libre de las garras del demonio. No se había extinguido aún el eco

de mis golpes, cuando una voz surgió del fondo de la tumba: un quejido primero, débil y entrecortado como el

sollozo de un niño, y que aumentó después de intensidad hasta convertirse en un grito prolongado, sonoro y

continuo, anormal y antihumano, un aullido, un alarido a la vez de espanto y de triunfo, como solamente

puede salir del infierno, como horrible armonía que brotase a la vez de las gargantas de los condenados en sus

torturas y de los demonios regocijándose en sus padecimientos.

Relatar mi estupor sería Insensato. Sentí agotarse mis fuerzas, y caí tambaleándome contra la pared

opuesta. Durante un instante, los agentes, que estaban ya en la escalera, quedaron paralizados por el terror.

Un momento después, una docena de brazos vigorosos caían demoledores sobre el muro, que vino a tierra en

seguida.

Page 30: Antología de relatos de terror

El cadáver, ya bastante descompuesto y cubierto de sangre cuajada, apareció rígido ante la vista de los

espectadores. Encima de su cabeza, con las rojas fauces dilatadas y el ojo único despidiendo fuego, estaba

subida la abominable bestia, cuya malicia me había inducido al asesinato, y cuya voz acusadora me había

entregado al verdugo…

Al tiempo mismo de esconder a mi desgraciada víctima, había emparedado al monstruo.

Page 31: Antología de relatos de terror

El Barril De Amontillado Lo mejor que pude había soportado las mil injurias de Fortunato. Pero cuando llegó el insulto, juré vengarme.

Vosotros, que conocéis tan bien la naturaleza de mi carácter, no llegaréis a suponer, no obstante, que

pronunciara la menor palabra con respecto a mi propósito. A la larga, yo sería vengado. Este era ya un punto

establecido definitivamente. Pero la misma decisión con que lo había resuelto excluía toda idea de peligro por

mi parte. No solamente tenía que castigar, sino castigar impunemente. Una injuria queda sin reparar cuando

su justo castigo perjudica al vengador. Igualmente queda sin reparación cuando ésta deja de dar a entender a

quien le ha agraviado que es él quien se venga.

Es preciso entender bien que ni de palabra, ni de obra, di a Fortunato motivo para que sospechara de mi

buena voluntad hacia él. Continué, como de costumbre, sonriendo en su presencia, y él no podía advertir que

mi sonrisa, entonces, tenía como origen en mí la de arrebatarle la vida.

Aquel Fortunato tenía un punto débil, aunque, en otros aspectos, era un hombre digno de toda

consideración, y aun de ser temido. Se enorgullecía siempre de ser un entendido en vinos. Pocos italianos

tienen el verdadero talento de los catadores. En la mayoría, su entusiasmo se adapta con frecuencia a lo que

el tiempo y la ocasión requieren, con objeto de dedicarse a engañar a los millionaires ingleses y austríacos. En

pintura y piedras preciosas, Fortunato, como todos sus compatriotas, era un verdadero charlatán; pero en

cuanto a vinos añejos, era sincero. Con respecto a esto, yo no difería extraordinariamente de él. También yo

era muy experto en lo que se refiere a vinos italianos, y siempre que se me presentaba ocasión compraba gran

cantidad de estos.

Una tarde, casi al anochecer, en plena locura del Carnaval, encontré a mi amigo. Me acogió con excesiva

cordialidad, porque había bebido mucho. El buen hombre estaba disfrazado de payaso. Llevaba un traje muy

ceñido, un vestido con listas de colores, y coronaba su cabeza con un sombrerillo cónico adornado con

cascabeles. Me alegré tanto de verle, que creí no haber estrechado jamás su mano como en aquel momento.

—Querido Fortunato —le dije en tono jovial—, éste es un encuentro afortunado. Pero ¡qué buen aspecto

tiene usted hoy! El caso es que he recibido un barril de algo que llaman amontillado, y tengo mis dudas.

— ¿Cómo? —dijo él—. ¿Amontillado? ¿Un barril? ¡Imposible! ¡Y en pleno Carnaval!

—Por eso mismo le digo que tengo mis dudas —contesté—, e iba a cometer la tontería de pagarlo como si

se tratara de un exquisito amontillado, sin consultarle. No había modo de encontrarle a usted, y temía perder

la ocasión.

— ¡Amontillado!

—Tengo mis dudas.

— ¡Amontillado!

Page 32: Antología de relatos de terror

—Y he de pagarlo.

— ¡Amontillado!

—Pero como supuse que estaba usted muy ocupado, iba ahora a buscar a Luchesi. Él es un buen

entendido. El me dirá…

—Luchesi es incapaz de distinguir el amontillado del jerez.

—Y, no obstante, hay imbéciles que creen que su paladar puede competir con el de usted.

—Vamos, vamos allá.

-¿Adónde?

—A sus bodegas.

—No mi querido amigo. No quiero abusar de su amabilidad. Preveo que tiene usted algún compromiso.

Luchesi…

—No tengo ningún compromiso. Vamos.

—No, amigo mío. Aunque usted no tenga compromiso alguno, veo que tiene usted mucho frío. Las

bodegas son terriblemente húmedas; están materialmente cubiertas de salitre.

—A pesar de todo, vamos. No importa el frío. ¡Amontillado! Le han engañado a usted, y Luchesi no sabe

distinguir el jerez del amontillado.

Diciendo esto, Fortunato me cogió del brazo. Me puse un antifaz de seda negra y, ciñéndome bien al

cuerpo mi roquelaire, me dejé conducir por él hasta mi Palazzo. Los criados no estaban en la casa. Habían

escapado para celebrar la festividad del Carnaval. Ya antes les había dicho que yo no volvería hasta la mañana

siguiente, dándoles órdenes concretas para que no estorbaran por la casa. Estas órdenes eran suficientes, de

sobra lo sabía yo, para asegurarme la inmediata desaparición de ellos en cuanto volviera las espaldas.

Cogí dos antorchas de sus hacheros, entregué a Fortunato una de ellas y le guie, haciéndole encorvarse a

través de distintos aposentos por el abovedado pasaje que conducía a la bodega. Bajé delante de él una larga

y tortuosa escalera, recomendándole que adoptara precauciones al seguirme. Llegamos, por fin, a los últimos

peldaños, y nos encontramos, uno frente a otro, sobre el suelo húmedo de las catacumbas de los Montresors.

El andar de mi amigo era vacilante, y los cascabeles de su gorro cónico resonaban a cada una de sus

zancadas.

— ¿Y el barril? —preguntó.

—Está más allá —le contesté—. Pero observe usted esos blancos festones que brillan en las paredes de la

cueva.

Se volvió hacia mí y me miró con sus nubladas pupilas, que destilaban las lágrimas de la embriaguez.

— ¿Salitre? —me preguntó, por fin.

Page 33: Antología de relatos de terror

—Salitre —le contesté—. ¿Hace mucho tiempo que tiene usted esa tos?

— ¡Ejem! ¡Ejem! ¡Ejem! ¡Ejem! ¡Ejem! ¡Ejem! ¡Ejem! ¡Ejem!...

A mi pobre amigo le fue imposible contestar hasta pasados unos minutos.

—No es nada —dijo por último.

—Venga —le dije enérgicamente—. Volvámonos. Su salud es preciosa, amigo mío. Es usted rico, respetado,

admirado, querido. Es usted feliz, como yo lo he sido en otro tiempo. No debe usted malograrse. Por lo que mí

respecta, es distinto. Volvámonos. Podría usted enfermarse y no quiero cargar con esa responsabilidad.

Además, cerca de aquí vive Luchesi…

—Basta —me dijo—. Esta tos carece de importancia. No me matará. No me moriré de tos.

—Verdad, verdad —le contesté—. Realmente, no era mi intención alarmarle sin motivo, pero debe tomar

precauciones. Un trago de este medoc le defenderá de la humedad.

Y diciendo esto, rompí el cuello de una botella que se hallaba en una larga fila de otras análogas, tumbadas

en el húmedo suelo.

—Beba —le dije, ofreciéndole el vino.

Llevóse la botella a los labios, mirándome de soslayo. Hizo una pausa y me saludó con familiaridad. Los

cascabeles sonaron.

—Bebo —dijo— a la salud de los enterrados que descansan en torno nuestro.

—Y yo, por la larga vida de usted.

De nuevo me cogió de mi brazo y continuamos nuestro camino.

—Esas cuevas —me dijo— son muy vastas.

—Los Montresors —le contesté— era una grande y numerosa familia.

—He olvidado cuáles eran sus armas.

—Un gran pie de oro en campo de azur. El pie aplasta a una serpiente rampante, cuyos dientes se clavan

en el talón.

— ¡Muy bien! —dijo.

Brillaba el vino en sus ojos y retiñían los cascabeles. También se caldeó mi fantasía a causa del medoc. Por

entre las murallas formadas por montones de esqueletos, mezclados con barriles y toneles, llegamos a los más

profundos recintos de las catacumbas. Me detuve de nuevo, esta vez me atreví a coger a Fortunato de un

brazo, más arriba del codo.

—El salitre —le dije—. Vea usted cómo va aumentando. Como si fuera musgo, cuelga de las bóvedas.

Ahora estamos bajo el lecho del río. Las gotas de humedad se filtran por entre los huesos. Venga usted.

Volvamos antes de que sea muy tarde. Esa tos…

Page 34: Antología de relatos de terror

—No es nada —dijo—. Continuemos. Pero primero echemos otro traguito de medoc.

Rompí un frasco de vino de De Grave y se lo ofrecí. Lo vació de un trago. Sus ojos llamearon con ardiente

fuego. Se echó a reír y tiró la botella al aire con un ademán que no pude comprender.

Le miré sorprendido. El repitió el movimiento, un movimiento grotesco.

— ¿No comprende usted? —preguntó.

—No —le contesté.

—Entonces, ¿no es usted de la hermandad?

— ¿Cómo?

— ¿No pertenece usted a la masonería?

—Sí, sí —dije—; sí, sí.

— ¿Usted? ¡Imposible! ¿Un masón?

—Un masón —repliqué.

—A ver, un signo —dijo.

—Éste —le contesté, sacando de debajo de mi roquelaire una paleta de albañil.

—Usted bromea —dijo, retrocediendo unos pasos—. Pero, en fin, vamos por el amontillado.

—Bien —dije, guardando la herramienta bajo la capa y ofreciéndole de nuevo mi brazo.

Apoyóse pesadamente en él y seguimos nuestro camino en busca del amontillado. Pasamos por debajo de

una serie de bajísimas bóvedas, bajamos, avanzamos luego, descendimos después y llegamos a una profunda

cripta, donde la impureza del aire hacía enrojecer más que brillar nuestras antorchas. En lo más apartado de la

cripta descubríase otra menos espaciosa. En sus paredes habían sido alineados restos humanos de los que se

amontonaban en la cueva de encima de nosotros, tal como en las grandes catacumbas de París.

Tres lados de aquella cripta interior estaban también adornados del mismo modo. Del cuarto habían sido

retirados los huesos y yacían esparcidos por el suelo, formando en un rincón un montón de cierta altura.

Dentro de la pared, que había quedado así descubierta por el desprendimiento de los huesos, veíase todavía

otro recinto interior, de unos cuatro pies de profundidad y tres de anchura, y con una altura de seis o siete. No

parecía haber sido construido para un uso determinado, sino que formaba sencillamente un hueco entre dos

de los enormes pilares que servían de apoyo a la bóveda de las catacumbas, y se apoyaba en una de las

paredes de granito macizo que las circundaban.

En vano, Fortunato, levantando su antorcha casi consumida, trataba de penetrar la profundidad de aquel

recinto. La débil luz nos impedía distinguir el fondo.

—Adelántese —le dije—. Ahí está el amontillado. Si aquí estuviera Luchesi…

Page 35: Antología de relatos de terror

—Es un ignorante —interrumpió mi amigo, avanzando con inseguro paso y seguido inmediatamente por

mí.

En un momento llegó al fondo del nicho, y, al hallar interrumpido su paso por la roca, se detuvo atónito y

perplejo. Un momento después había yo conseguido encadenarlo al granito. Había en su superficie dos

argollas de hierro, separadas horizontalmente una de otra por unos dos pies. Rodear su cintura con los

eslabones, para sujetarlo, fue cuestión de pocos segundos. Estaba demasiado aturdido para ofrecerme

resistencia. Saqué la llave y retrocedí, saliendo del recinto.

—Pase usted la mano por la pared —le dije—, y no podrá menos que sentir el salitre. Está, en efecto, muy

húmeda. Permítame que le ruegue que regrese. ¿No? Entonces, no me queda más remedio que abandonarlo;

pero debo antes prestarle algunos cuidados que están en mi mano.

— ¡El amontillado! —exclamó mi amigo, que no había salido aún de su asombro.

—Cierto —repliqué—, el amontillado.

Y diciendo estas palabras, me atareé en aquel montón de huesos a que antes he aludido. Apartándolos a

un lado no tarde en dejar al descubierto cierta cantidad de piedra de construcción y mortero. Con estos

materiales y la ayuda de mi paleta, empecé activamente a tapar la entrada del nicho. Apenas había colocado al

primer trozo de mi obra de albañilería, cuando me di cuenta de que la embriaguez de Fortunato se había

disipado en gran parte. El primer indicio que tuve de ello fue un gemido apagado que salió de la profundidad

del recinto. No era ya el grito de un hombre embriagado. Se produjo luego un largo y obstinado silencio.

Encima de la primera hilada coloqué la segunda, la tercera y la cuarta. Y oí entonces las furiosas sacudidas de

la cadena. El ruido se prolongó unos minutos, durante los cuales, para deleitarme con él, interrumpí mi tarea y

me senté en cuclillas sobre los huesos. Cuando se apaciguó, por fin, aquel rechinamiento, cogí de nuevo la

paleta y acabé sin interrupción las quinta, sexta y séptima hiladas. La pared se hallaba entonces a la altura de

mi pecho. De nuevo me detuve, y, levantando la antorcha por encima de la obra que había ejecutado, dirigí la

luz sobre la figura que se hallaba en el interior.

Una serie de fuertes y agudos gritos salió de repente de la garganta del hombre encadenado, como si

quisiera rechazarme con violencia hacia atrás.

Durante un momento vacilé y me estremecí. Saqué mi espada y empecé a tirar estocadas por el interior del

nicho. Pero un momento de reflexión bastó para tranquilizarme. Puse la mano sobre la maciza pared de piedra

y respiré satisfecho. Volví a acercarme a la pared, y contesté entonces a los gritos de quien clamaba. Los

repetí, los acompañé y los vencí en extensión y fuerza. Así lo hice, y el que gritaba acabó por callarse.

Ya era medianoche, y llegaba a su término mi trabajo. Había dado fin a las octava, novena y décima hiladas.

Había terminado casi la totalidad de la oncena, y quedaba tan sólo una piedra que colocar y revocar. Tenía que

Page 36: Antología de relatos de terror

luchar con su peso. Sólo parcialmente se colocaba en la posición necesaria. Pero entonces salió del nicho una

risa ahogada, que me puso los pelos de punta. Se emitía con una voz tan triste, que con dificultad la

identifiqué con la del noble Fortunato. La voz decía:

— ¡Ja, ja, ja! ¡Je, je, je! ¡Buena broma, amigo, buena broma! ¡Lo que nos reiremos luego en el palazzo, ¡je,

je, je!, a propósito de nuestro vino! ¡Je, je, je!

—El amontillado —dije.

— ¡Je, je, je! Sí, el amontillado. Pero, ¿no se nos hace tarde? ¿No estarán esperándonos en el palazzo Lady

Fortunato y los demás? Vámonos.

—Sí —dije—; vámonos ya.

— ¡Por el amor de Dios, Montresor!

—Sí —dije—; por el amor de Dios.

En vano me esforcé en obtener respuesta a aquellas palabras. Me impacienté y llamé en alta voz:

— ¡Fortunato!

No hubo respuesta, y volví a llamar.

— ¡Fortunato!

Tampoco me contestaron. Introduje una antorcha por el orificio que quedaba y la dejé caer en el interior.

Me contestó sólo un cascabeleo. Sentía una presión en el corazón, sin duda causada por la humedad de las

catacumbas. Me apresuré a terminar mi trabajo. Con muchos esfuerzos coloqué en su sitio la última piedra y

la cubrí con argamasa. Volví a levantar la antigua muralla de huesos contra la nueva pared. Durante medio

siglo, nadie los ha tocado.

¡Requiescat In Pace!

Page 37: Antología de relatos de terror

El Experimento Ruso Del SueñoInvestigadores Rusos a finales de los 40´s mantuvieron a 5 personas despiertas por 15 días utilizando un

estimulante basado en gas. Los tuvieron encerrados en un ambiente sellado para monitorear cuidadosamente

el uso de oxígeno, para que el gas no los matase, debido a las altas concentraciones de gas. Esto fue antes de

que existiera el circuito cerrado, por lo que tuvieron que usar micrófonos y ventanas con grosor de 5 pulgadas

para monitorearlos. El cuarto estaba lleno de libros, cobijas para dormir -pero ninguna cama-, agua corriente,

baño y la suficiente cantidad de comida para que los 5 sobrevivieran por un mes.

Los sujetos de prueba eran prisioneros políticos y de guerra declarados enemigos del estado durante la

segunda guerra mundial.

Todo estuvo bien por los primeros 5 días. Los sujetos rara vez se quejaban después de que (falsamente) se les

había prometido su libertad si aceptaban tomar parte de la prueba y no dormir por 30 días. Sus

conversaciones y actividades fueron monitoreadas y los científicos notaron que conforme pasaba el tiempo,

ellos hablaban sobre incidentes traumáticos de su pasado.

Después de 5 días se empezaron a quejar de las circunstancias y eventos que los llevaron a donde estaban y

empezaron a demostrar paranoia severa. Dejaron de hablar entre ellos, y comenzaron a murmurar de manera

alterna en los micrófonos. De manera extraña, todos parecían creer que podían ganar la confianza de sus

captores si traicionaban a sus camaradas. En un principio se creyó que esto era un efecto del gas.

Después de 9 días, el primero de ellos empezó a gritar. Corría por todo el cuarto gritando repetidamente por 3

horas seguidas. Después, trato de continuar gritando, pero solo podía dar un grito ocasional. Los científicos

postularon que físicamente se había destrozado las cuerdas vocales. La parte más sorprendente de este

comportamiento fue como sus compañeros reaccionaron a esto. O mejor dicho, como no reaccionaron…

Continuaban murmurando en los micrófonos hasta que el segundo de los prisioneros comenzó a gritar. Dos de

los prisioneros que no gritaban, tomaron los libros y llenaron página tras página de sus propias heces, y de

manera calmada, los pusieron sobre las ventanas del cuarto. Los gritos cesaron de repente.

Al igual que los murmullos de los micrófonos.

Pasaron otros 3 días. Los investigadores checaban los micrófonos constantemente para asegurarse de que

trabajaban, porque creían que era imposible no escuchar sonidos con 5 personas dentro. El consumo de

oxigeno indicaba que los 5 debían seguir vivos. De hecho, el consumo de oxigeno era el necesario para 5

personas que hacían ejercicio extenuante. En la mañana del catorceavo DIA, los investigadores hicieron algo

que no debían hacer, para llamar la atención de los prisioneros: Utilizaron el Intercom dentro del cuarto,

esperando provocar respuestas de los prisioneros, pues temían que estuviesen muertos, o en estado vegetal.

Page 38: Antología de relatos de terror

Anunciaron: “Abriremos el cuarto para probar los micrófonos. Aléjense de las puertas y acuéstense con las

manos atrás en el piso o se les disparara. Se le otorgara la libertad a uno de ustedes si obedecen”.

Para su sorpresa, escucharon solo una frase, con voz calmada: “No queremos ser liberados”.

Hubo gran debate entre los investigadores y fuerzas militares que financiaban el proyecto; sin poder provocar

más respuestas utilizando el Intercom, finalmente se decidió abrir el cuarto a la media noche del DIA número

15.

Se limpió el gas del cuarto, y se llenó de aire fresco. Inmediatamente, voces de los micrófonos, empezaron a

objetar. Tres voces diferentes rogaban por la vida de sus seres queridos, que encendieran el gas nuevamente.

Se abrió el cuarto para sacar a los prisioneros. Gritaron más fuerte que nunca, al igual que los soldados,

cuando vieron lo que había dentro: Cuatro de los sujetos seguían “vivos”.

Las raciones de los pasados 5 días no habían sido tocadas. Había pedazos de carne de las costillas y pantorrillas

del sujeto muerto colocados dentro del drenaje del centro del cuarto bloqueándolo, permitiendo que 4

pulgadas de agua se acumulara en el piso. Los cuatro “Sobrevivientes” también tenían pedazos de piel y carne

arrancada de sus cuerpos. La destrucción de tejidos y la exposición de husos en la punta de sus dedos

indicaban que las heridas fueron infligidas por las manos, y no con los dientes, como era de suponerse. Al

examinarlos, se descubrió que la mayoría de las heridas fueron auto infligidas en su mayoría.

Los órganos detrás de las costillas fueron removidos; Mientras que el corazón, los pulmones y el diafragma

seguían en su lugar, la piel y la mayoría de los músculos pegados a las costillas fueron arrancadas, exponiendo

a los pulmones. El tracto digestivo de los cuatro sujetos podía verse trabajar, digiriendo comida. Rápidamente

se hizo aparente estaban digiriendo su propia carne, y que ellos la arrancaron y se la comieron en el

transcurso de los días.

La mayoría de los soldados eran fuerzas especiales Rusas en las instalaciones, pero aun axial, muchos se

negaron a regresar al cuarto para sacar a los prisioneros. Estos sin embargo, insistían a gritos que los dejaran

dentro y de manera alterna rogaron y demandaron que se encendiera el gas nuevamente, para evitar

quedarse dormidos.

Para sorpresa de todos, los sujetos, pusieron una resistencia feroz durante la extracción. Un soldado Ruso

falleció cuando un sujeto le mordió el cuello, otro fue gravemente herido cuando otro de los prisioneros le

mordió la arteria femoral y los testículos. Otros 5 soldados perdieron la vida, si cuentas a aquellos que se

quitaron la vida en las semanas consecuentes al incidente.

Durante la lucha, uno de los prisioneros daño su bazo, sangrando de manera casi inmediata. Se intentó sedar

al sujeto, pero fue imposible. Se le inyecto más de 10 veces de la dosis humana de Morfina, y aun axial lucho

como un animal rodeado, rompiendo las costillas y un brazo de un doctor. Se veía latir su corazón al máximo

Page 39: Antología de relatos de terror

por dos minutos completos, mientras se desangraba, y continuo gritando por más de 3 minutos, atacando a

quien se le acercar, repitiendo la palabra “Mas” una y otra vez, cada vez más débil, hasta que cayó en silencio.

Los otros 3 sobrevivientes, fueron inmovilizados fuertemente y llevados hacia instalaciones médicas. Dos de

ellos, con cuerdas vocales intactas, demandaban continuamente más gas para permanecer despiertos.

El más herido de los tres, fue llevado al único cuarto de cirugía que había en las instalaciones. En el proceso de

su preparación para colocar nuevamente sus órganos en su lugar, se notó que el sujeto era totalmente inmune

a los sedantes. Peleo furiosamente cuando el gas anestésico se le estaba colocando. Se necesitó un poco más

de anestesia de la normal para sedarlo, pero al momento que sus ojos se cerraron, su corazón se detuvo. En la

autopsia, se encontró que en su sangre, había 3 veces la cantidad normal de oxígeno, también se rompió 9

huesos en la lucha para no ser controlado.

El segundo sobreviviente, era el que primero grito del grupo. Con sus cuerdas vocales destruidas, el no pudo

objetar la cirugía, y solo reaccionaba agitando violentamente la cabeza en desacuerdo cuando se le

administraba el gas anestésico. Afirmo violentamente con la cabeza cuando alguien sugirió en hacer la cirugía

sin anestesia, y no reacciono durante la misma, que duro 6 horas, en la cual se intentó reemplazar sus órganos

abdominales y cubrirlo con lo que quedaba de su piel. El cirujano afirmo que era médicamente que el sujeto

siguiera con vida. Una enfermera aterrada que ayudo en la cirugía, comento que la boca del paciente formaba

una sonrisa cada vez que sus ojos se encontraban.

Cuando la cirugía termino, el sujeto miro al cirujano y empezó a hacer sonidos fuertemente, como tratando de

hablar. Asumiendo que esto era de gran importancia, el cirujano le entrego un papel y una pluma, para que el

paciente pudiera comunicarse. “Sigue cortando” escribió…

Se le hizo la misma cirugía sin anestesia a los otros dos sujetos. Se les tuvo que inyectar un paralítico, pues

ellos reían constantemente, y le era imposible realizar la operación axial al cirujano. Una vez paralizados, solo

podían interactuar con sus ojos. En el momento en que pudieron hablar nuevamente, exigieron una vez más el

gas estimulante. Los investigadores trataron de averiguar porque se lastimaron de esa forma axial mismos, y

porque querían el gas nuevamente.

La única respuesta fue: “Debo permanecer despierto”.

Se reforzaron a los 3 sujetos y los devolvieron al cuarto, para espera de su destino. Los investigadores,

enfrentando la furia de sus “benefactores” militares, por haber fallado las metas del proyecto, consideraron

dar eutanasia a los prisioneros. El comándate, un ex KGB vio potencial en el proyecto, y en su lugar decidió ver

qué pasaría si ponían el gas nuevamente. Los científicos se negaron rotundamente, pero al final, tuvieron que

aceptar.

Page 40: Antología de relatos de terror

En preparación para ser sellados nuevamente en el cuarto, los prisioneros, fueron conectados a un monitor

EEG. Para sorpresa de todos, los tres dejaron de pelear en el momento que se dieron cuenta que los

regresarían al gas. En este momento, era obvio que los tres estaban haciendo un gran esfuerzo por

mantenerse despiertos. Uno de los prisioneros, estaba murmurando una canción; El sujeto mudo, peleaba con

sus ataduras de piel, como si tratara de enfocarse con algo. El ultimo sujeto, mantenía su cabeza en la

almohada, y parpadeaba rápidamente. Siendo este, el primero al que se le puso el EEG, la mayoría de los

investigadores monitoreaban sus ondas cerebrales con sorpresa. Eran normales la mayor parte del tiempo,

algunas veces, aparecía una línea recta de manera inexplicable. Parecía que repetidamente sufrían de muerte

cerebral. Mientras analizaban los datos, una enfermera noto que los ojos del sujeto se cerraron. Sus ondas

cerebrales cambiaron inmediatamente por las de sueño profundo, luego se pusieron rectas, y de manera

simultánea, su corazón se detuvo.

El único sujeto que quedaba que podía hablar comenzó a gritar para que lo encerraran en ese momento. Sus

ondas cerebrales mostraba las líneas rectas del sujeto que acababa de morir por quedarse dormido. El

comandante dio la orden de sellar el cuarto con los dos prisioneros dentro, junto con 3 de los científicos. Uno

de los 3, inmediatamente tomo un arma y abrió fuego contra el comandante, matándolo de un tiro entre los

ojos. Después apunto al prisionero mudo, y le voló el cerebro.

Apunto al prisionero que quedaba vivo, mientras que los demás investigadores escaparon del cuarto. “¡No me

encerraran con estas cosas! ¡No contigo!”, le gritaba al prisionero que estaba atado al camastro. “¡¿QUE

ERES?!” Demando. “¡Necesito saber!”

El prisionero sonrío.

“¿Tan fácilmente te has olvidado de mí?”, el prisionero pregunto. “Somos ustedes”. “Somos la locura que está

encerrada en todos ustedes, rogando por libertad en cada momento de tu vida, desde lo más profundo de tu

mente animal. Somos aquello de lo que te escondes en tu cama todas las noches. Somos lo que duermes y

silencias y paralizas cuando te vas a tu cielo nocturno, donde no te podemos alcanzar”.

El investigador hizo una pausa. Apunto al corazón del prisionero y disparo.

El EEG mostró una línea recta mientras el sujeto débilmente murmuro “Casi… tan… libre"

Page 41: Antología de relatos de terror

La Fundación SCP

Sobre la Fundación

Nuestros Objetivos

Observar fenómenos preternaturales y desarrollar nuevas teorías científicas basadas en su

comportamiento observable.

Contener fenómenos potencialmente peligrosos.

Desarrollar protocolos de seguridad para enfrentarse a fenómenos futuros.

Observar, detener y destruir a cualquier persona o cosa que nos impida cumplir con los objetivos

anteriores.

La humanidad en su estado actual ha existido desde hace alrededor un cuarto de un millón de años, pero tan

sólo los últimos 4.000 han tenido alguna importancia. ¿Qué hemos hecho durante esos 250.000 años? Nos

hemos apiñado en cuevas y alrededor de pequeñas fogatas, temerosos de las cosas que no entendíamos. Era

más que explicar por qué el sol salía por el horizonte, era el misterio de enormes pájaros con cabezas

humanas, y de rocas que cobraban vida propia. Así que los llamamos 'dioses' y 'demonios', y les suplicamos

que nos evitaran desgracias y rezamos por nuestra salvación.

Con el tiempo, sus números disminuyeron y los nuestros aumentaron. El mundo comenzó a cobrar sentido

cuando hubo menos cosas a las que temer. Aun así, lo inexplicable nunca puede desaparecer del todo, como si

el universo exigiera lo absurdo e imposible.

La humanidad no puede volver a esconderse atemorizada. Nadie más nos protegerá, debemos de hacerlo

nosotros mismos.

Mientras el resto de la humanidad habita en la luz, nosotros debemos mantenernos firmes en la oscuridad

para combatirla, contenerla y blindarla de los ojos del público, para que otros puedan vivir en un mundo

cuerdo y normal.

Nosotros aseguramos. Nosotros contenemos. Nosotros protegemos.

La Fundación SCP se encarga de contener y estudiar objetos, sujetos y sucesos paranormales, están presentes

en todo el mundo y su objetivo es proteger el mundo de los efectos de todas estas cosas, que son

denominadas “SCP”, seguido de un número.

Están divididos en tres categorías según su peligrosidad: Safe (Seguro), Euclid (Sus acciones o propiedades no

están dentro de las reglas científicas actuales) y Keter (Peligrosos, atacaran a la menor provocación o son

causantes directos de muerte).

A continuación, algunos SCP’s:

Page 42: Antología de relatos de terror

SCP-173

Ítem #: SCP-173

Clasificación del Objeto: Euclid

Procedimientos Especiales de Contención: El Ítem SCP-173 debe estar en una sala sellada todo el tiempo.

Cuando el personal deba entrar a la sala de SCP-173, al menos tres personas deben entrar a la vez y la puerta

debe volver a cerrarse tras de ellos. En todo momento, 2 personas deben mantener contacto visual con SCP-

173 hasta que la sala haya sido vaciada y cerrada la puerta nuevamente.

Descripción: Trasladado el sitio-19 en 1993. Su origen es aún desconocido. Esta construido de hormigón y

barras de refuerzo con trazos de pintura en aerosol marca Krylon. SCP-173 está animado y es

extremadamente hostil. El objeto no se puede mover mientras este dentro del campo de visión directa de

alguien. El contacto visual hacia SCP-173 no se debe romper en ningún momento. El personal asignado para

entrar al recinto debe estar instruido para avisar cuando va a parpadear. Se ha reportado que el objeto ataca

rompiendo el cuello desde la base del cráneo, o estrangulando. En caso de ataque, se debe de proceder con el

protocolo de Objetos Peligrosos clase 4.

El personal informa de sonido de piedras rozándose entre sí cuando no hay nadie en el contenedor. Esto se

considera normal, y cualquier cambio de este comportamiento debe ser reportado inmediatamente al

supervisor HMCL que esté a cargo.

SCP-173 en su área de contención

SCP-106

Ítem #: SCP-106

Clasificación del Objeto: Keter

Procedimientos Especiales de Contención: No se permite ninguna interacción física con el SCP-106 en ningún

momento. Toda interacción física debe ser aprobada por no menos de las dos terceras partes de los votos del

Comando-O5. Dicha interacción debe llevarse a cabo en ubicaciones AR-II de máxima seguridad, después de

una evacuación general del personal no esencial. Todo el personal (Investigadores, Seguridad, Clase D, etc.)

Page 43: Antología de relatos de terror

deben permanecer por lo menos a sesenta metros de la celda de contención en todo momento, excepto en

eventos de ruptura.

SCP-106 debe ser mantenido en un contenedor sellado, compuesto de acero reforzado con plomo. El

contenedor será sellado con cuarenta capas de material idéntico, cada capa separada por no menos de 36 cm

de espacio vacío. Los puntales de apoyo entre las capas deben ser repartidos aleatoriamente. El contenedor

debe permanecer suspendido a no menos de 60 cm de cualquier superficie por soportes electromagnéticos

ELO-IID.

El área de contención secundaria ha de ser compuesta por dieciséis "células" esféricas, cada una llena de

diversos fluidos y con superficies y soportes aleatoriamente ensamblados. La contención secundaria debe ser

equipada con sistemas de luz, capaz de inundar todo el ensamblado con no menos de 80.000 lúmenes de luz

al instante, sin intervención humana directa. Ambas áreas de contención deben permanecer bajo vigilancia las

24 horas del día.

Cualquier corrosión observada en las superficies de las celdas de contención, miembros del personal, u otras

ubicaciones a doscientos metros alrededor del SCP-106 debe ser informada al personal de seguridad del lugar

inmediatamente. Cualquier objeto o personal extraviado con el SCP-106 debe ser considerado

perdido/muerto. No se debe intentar recuperar bajo ninguna circunstancia.

Nota: La continua investigación y observación demuestran que, cuando se enfrenta a estructuras ensambladas

compleja o aleatoriamente, el SCP-106 puede ser "confundido", mostrando una marcado retraso en la entrada

y salida de dicha estructura. SCP-106 también ha mostrado una aversión a la luz directa y repentina. Esto no se

manifiesta como un daño físico, pero si como una rápida salida hacia la ''Dimensión de Bolsillo'' que genera en

las superficies sólidas.

Estas observaciones, junto con la aversión al plomo y la confusión provocada por los líquidos, han reducido los

incidentes generales de escape en un 43%. La “primaria” También ha sido eficaz en casos de recuperación que

requieren Protocolo de Recuperación ██-███-█. La observación continúa.

Descripción: SCP-106 parece ser un humanoide anciano, con un aspecto general de descomposición avanzada.

Este aspecto puede variar, pero la calidad de "descomposición" se observa en todas las formas. El SCP-106 no

es excepcionalmente ágil, y permanecerá inmóvil durante varios días seguidos, esperando a su presa. SCP-106

también es capaz de escalar cualquier superficie vertical y puede mantenerse suspendido boca abajo de forma

indefinida. Al atacar, SCP-106 intentará incapacitar a la víctima dañando órganos importantes, grupos de

músculos o tendones, a continuación, llevara a su víctima incapacitada a su Dimensión de Bolsillo. El SCP-106

parece preferir presas humanas de entre 10 a 25 años de edad.

Page 44: Antología de relatos de terror

SCP-106 causa un efecto ''corrosivo'' en toda materia sólida que toque, provocando una destrucción física en

los materiales varios segundos después del contacto. Esto se observa como oxidación, descomposición, y

agrietamiento de los materiales, y la creación de una mucosidad negra similar a la sustancia que cubre a SCP-

106. Este efecto es particularmente perjudicial para los tejidos vivos, y se asume como una acción de "pre-

digestión". La Corrosión continúa por seis horas después del contacto, tras lo cual los efectos parecen

desvanecerse.

SCP-106 es capaz de pasar a través de materia sólida, dejando tras de sí una gran mancha de mucosidad

corrosiva. SCP-106 es también capaz de "desaparecer" dentro de la materia sólida, entrando en lo que se

presume es una forma de "Dimensión de Bolsillo". SCP-106 puede salir de esta dimensión desde cualquier

punto conectado al punto de inicial de entrada (por ejemplo: Entrando en la pared interior de una habitación y

saliendo de la pared exterior; Entrando en una pared, y saliendo desde el techo). No se sabe si este es el punto

de origen de SCP-106, o un simple ''guarida'' creada por SCP-106.

La observación limitada de esta "Dimensión de Bolsillo" ha demostrado que se compone principalmente de

salas y habitaciones, con [DATOS BORRADOS] de entrada. Esta actividad puede continuar durante días, con

algunas víctimas liberadas con el expreso propósito de cazar, recapturar y [DATOS BORRADOS].

Anexo:

Notas de revisión de SCP: Debido a la excesiva dificultad de contener la naturaleza del SCP-106, SCP debe ser

revisado cada tres meses o durante un incidente posterior a un ruptura. No es posible colocar impedimentos

físicos, y el daño físico directo parece no tener efecto alguno en SCP-106. Los SCP actuales, a partir de

██/██/████, gira en torno a la observación básica y la respuesta inmediata. Previamente, las medidas de

contención especiales más pro-activas han sido requeridas tras eventos de rupturas en ██, ███, ██, █, y

████.

Notas sobre el Comportamiento: SCP-106 parece pasar por largos períodos de "letargo", en los cuales

permanecerá completamente inmóvil por hasta tres meses. La causa de esto es desconocida; Sin embargo, se

ha demostrado que esto parece ser utilizado como una táctica de “atracción/calma''. SCP-106 saldrá de este

estado bastante agitado, atacando y secuestrando al personal, causando graves daños a la celda de

contención y al lugar en general. Protocolo de Recuperación [DATOS BORRADOS].

SCP-106 parece cazar y atacar con base en el deseo y no en el hambre. SCP-106 atacará y recogerá varias

presas durante su comportamiento de caza, manteniendo a muchos “vivos” dentro de su dimensión de bolsillo

por largos períodos de tiempo. SCP-106 no posee un determinado límite, y parece recolectar un número

aleatorio de presas durante un evento de caza.

Page 45: Antología de relatos de terror

La dimensión interior a la que ingresa SCP-106 parece ser solamente accesible a través de él. Aparatos de

grabación y transmisión han demostrado continuar operando dentro de esta dimensión, aunque las

grabaciones y transmisiones parecen estar muy degradadas. Al parecer SCP-106 ''jugará'' con la presa

capturada, gracias al total control del tiempo, espacio y percepción que tiene en esta dimensión. SCP-106

parece [DATOS BORRADOS].

Protocolo de Recuperación ██-███-█: En el caso de un evento de ruptura por parte de SCP-106, un humano

dentro del rango de 10 a 25 años de edad será preparado para la llamada, con la cámara de contención siendo

reparada y reemplazada para su uso. Cuando la celda está lista, el señuelo será herido, preferiblemente a

través de la rotura de un hueso largo, tal como el fémur, o el corte de un tendón importante, como por

ejemplo el tendón de Aquiles. El señuelo será entonces situado en la celda, y el sonido emitido por dicho

sujeto será transmitido a través del sistema de megafonía del lugar.

SCP-106 normalmente comienzan a gravitar hacia el señuelo sujeto dentro de diez a quince minutos después

de escucharlo. En caso de que SCP-106 no responda a la transmisión inicial, trauma físico adicional será

administrado al señuelo en intervalos de veinte minutos hasta SCP-106 responda. Múltiples señuelos pueden

ser usados en caso de eventos de vulneración mayor.

SCP-106 normalmente entrará en un estado de letargo luego de haber acabado con el señuelo. Además, los

sujetos pueden [DATOS BORRADOS].

SCP-106

SCP-024

Ítem #: SCP-024

Clase de Objeto: Euclid

Procedimientos de Contención Especiales: Debido a su naturaleza, el SCP-024 no puede ser transportado a

una localización segura, por lo que las medidas de seguridad deben ser tratadas en su ubicación original. Para

Page 46: Antología de relatos de terror

ocultar su localización, SCP-024 tendrá por lo menos cinco (5) réplicas idénticas que la rodearán en todo

momento. Un estricto perímetro de seguridad debe ser mantenido alrededor del recinto de SCP-024 todo el

tiempo, con equipos de seguridad separados y custodiando el SCP-024 y sus réplicas. Ninguno de los equipos

de seguridad, excepto por los líderes del equipo, deberá ser informado de la localización del SCP-024. SCP-024

debe custodiarse con puertas magnéticamente blindadas y reforzadas, y paredes blindadas para impedir

entradas no autorizadas.

Bajo ninguna circunstancia puede cualquier personal de seguridad o investigador entrar al SCP-024. Sólo el

personal de Clase D tiene permiso para entrar y únicamente para fines de investigación. Todos los

investigadores están para observar y experimentar con SCP-024 desde el laboratorio de observación a

distancia. Cualquier personal que intente salir del laboratorio de observación a distancia o entrar al SCP-024

sin la aprobación previa de un investigador de Nivel 4, deberá ser inmediatamente detenido, con la anulación

de su autorización.

Si se produjera una brecha de seguridad, o la verdadera naturaleza del SCP-024 se viera comprometida,

entonces todo el recinto deberá ser destruido a través de cargas de demolición especializadas plantadas por

todo el recinto.

Descripción: SCP-024 es un plató que una vez fue propiedad de █████████. Sin embargo, SCP-024 en si

había sido abandonado desde el 19██, y se desconocen si sus propiedades especiales se manifestaron antes o

después de su abandono. SCP-024 está ubicado en el corazón de █████████, ██████████, y fue

inicialmente descubierto cuando un grupo de jóvenes adolescentes irrumpieron dentro del recinto

abandonado. El testimonio del único “ganador” cuando se entregó a la policía fue suficiente para que La

Fundación se movilizara para contener al SCP-024.

Al entrar al SCP-024, los visitantes son inmediatamente saludados por un locutor anónimo, quien se comunica

a través del intercomunicador y es capaz de oír y comprender las voces de la gente dentro del SCP-024. El

locutor informará a los “participantes” que estarán a punto de tomar parte en un concurso en el que los

ganadores ganaran fabulosos premios, pero a la vez advertirá que el concurso será extremadamente

peligroso, y que los perdedores nunca abandonaran el SCP-024. Llegados a este punto el locutor presenta la

posibilidad de elegir si quedarse o abandonar SCP-024. Los concursantes que acepten seguirán participando

en el concurso, mientras que los que se nieguen serán inmediatamente expulsados de SCP-024. Los

concursantes que ganen el concurso o se nieguen a participar nunca más podrán entrar a SCP-024 otra vez,

siendo la entrada denegada por una invisible e impenetrable barrera.

Es entonces cuando los concursantes son llevados al juego en sí. El estilo, la composición, y la apariencia del

concurso siempre cambia en cada partida individual, pero el concurso siempre se centra en torno a un largo y

Page 47: Antología de relatos de terror

elaborado camino de obstáculos por el que los concursantes se deben desplazar. Las normas también varían.

Algunas partidas puede que sólo permitan un solo ganador, mientras que otros animan a hacer equipos para

ganar el concurso. A menudo, los obstáculos que se ven en esos concursos varían desde muy inofensivos hasta

extremadamente peligrosos y mortales. Mientras que los jugadores toman decisiones, el locutor continuará

actualizando sus estados y participará activamente en el concurso, a menudo dando consejos, conversando

con otros jugadores, y añadiendo nuevas reglas. Mientras el juego avanza, los obstáculos se van convirtiendo

poco a poco en más peligrosos y difíciles de superar, por lo que no es una sorpresa que todos los concursantes

sucumban ante las dificultades de las pruebas de obstáculos. En el caso de que eso ocurra, el locutor

expresará su tristeza por la falta de un ganador y SCP-024 se apagará, reiniciándose solo cuando un nuevo

grupo de concursantes entren.

Cualquier intento de "romper las reglas", como agredir a otros concursantes y saltarse obstáculos a propósito,

son castigados con extrema violencia. El locutor anunciará al concursante infractor, el cual será rápida y

violentamente expulsado del concurso por los “guardianes del plató”. Estos guardianes del plató se

materializarán inmediatamente en SCP-024 cuando sean llamados por el locutor y desaparecerán cuando no

sean necesarios. El concursante nunca volverá a ser visto.

Cuando se declara un ganador, él/ella recibirá un gran premio aleatoriamente. Cualquier concursante que

haya sobrevivido la carrera pero haya fallado al ganar, serán inmediatamente declarados perdedores por el

locutor. Las luces se apagarán, y el ganador aparecerá inmediatamente fuera de SCP-024 con su premio,

mientras que los perdedores desaparecerán por completo.

Sin embargo, el aspecto más misterioso de SCP-024 es que, después de cada concurso, una cinta de VHS o un

DVD aparecerán en el buzón de la entrada principal de SCP-024. Esta grabación es un registro completo de

todo el concurso que se jugó anteriormente, a pesar de que los ganadores hayan declarado que ellos nunca

vieron cámaras o dispositivos de grabación dentro de SCP-024. Además, y aún más extraño, al fondo se puede

observar un público que anima a los concursantes. Otra vez, los ganadores declararon no haber visto público

dentro de SCP-024.

Anexo 1: Hasta la fecha, la lista de los premios a los ganadores han incluido, pero no se limitan a: premios en

efectivo, aparatos electrónicos, diversos bienes de consumo, coches, artículos de colección, vacaciones

pagadas a varios países, [DATOS BORRADOS]. Un examen minucioso de estos premios ha confirmado que son

completamente auténticos, y no poseen habilidades o características inusuales en absoluto. No parece haber

un patrón fijo de los premios que serán.

Anexo 2: En un intento de rastrear donde los “perdedores” son llevados, fueron implantadas varias balizas de

radio de localización GPS en los sujetos de D-124 hasta D-135 cuando el grupo D245 fue enviado a SCP-024.

Page 48: Antología de relatos de terror

Cuando los perdedores fueros trasladados, todas las señales de las balizas de radio se perdieron. Si esto es a

causa de que las balizas fueron destruidas, o si porque los perdedores fueron llevados a un área que no se

puede localizar vía GPS es algo actualmente desconocido.

Anexo 3: El locutor que vive dentro de SCP-024 parece ser consciente y darse cuenta de los eventos que

tienen lugar fuera del recinto. Durante la prueba del grupo D523, en el que solo consistía del Dr.

████████, el locutor en su lugar mantuvo una conversación con el Dr. ████████. El análisis de la

conversación ha demostrado que la mayoría de los temas estaba centrados en la cultura pop y la información

distribuida a través de la televisión, implicando que, de alguna manera, SCP-024 es capaz de acceder e

interpretar las señales de televisión. Cortar todas las líneas de energía y de señal, así como eliminando

cualquier posibilidad de recibir equipos alámbricos en SCP-024, no afecta a SCP-024 de ninguna manera.

Cuando quedó claro que no participarían otros concursantes, el locutor rogó al Dr. ████████ que

abandonara SCP-024 y sugirió que volviera con más concursantes.

Anexo 4: Los guardianes del plató que el locutor utiliza para hacer cumplir las reglas varían en apariencia en

cada partida, al igual que los recorridos. Si ellos aparecen, los guardianes siempre estarán vestidos de una

manera que se asemeja con el tema del camino de obstáculos. Los únicos atributos que comparten son la

posesión de una apariencia humanoide, la habilidad de aparecer y desaparecer, fuerza sobrehumana y la cara

oculta por mascaras o tocados. Sin embargo, los ganadores han afirmado que los guardianes no tenían una

forma aparente dentro de SCP-024, en lugar de eso aparecían como figuras enormes y oscuras que envuelven

al infractor.

Nota Administrativa: La asignación de personal de Clase D a los experimentos que implican a SCP-024 ha sido

restringida hasta que los investigadores puedan demostrar en sus informes que necesitan personal para

experimentos reales y no para fines lúdicos personales. Yo mismo he visualizado las grabaciones y debo

admitir que son entretenidas hasta cierto nivel, pero hay límites. Ya sabéis que el personal de Clase D no crece

en los árboles.

O5-4