antonio negri - de la transición al poder constituyente

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 De la transición al poder constituyente - Toni Negri Futur Anterieur, nº 2, L´Harmattan, Paris, 1990, pp. 38-53 1. El comunismo como objetivo mínimo A partir del Bersteindebatte , tant o la tradi ción revolucionaria como la refor mista han cons idera do siemp re el socia lismo como un periodo de transición entre el capitalismo y el comunismo (o, según la terminología socialdemócrata, el post- capitalismo) y, por lo tanto, como un concepto independiente el primero y del segundo. Que los socialdemócratas hayan aba nd ona do en seg uida el ter ren o de la uto pía par a rec on ocerse como simple s administradores de la mod ern izac ión capitalista es un problema, pero se convierte en el nuestro desde que, por un juego de manos, esta transición que todos llamaban socialismo es hoy definida como comunismo. La responsabilidad mayor de esta banalización de la utopía  proviene sin duda de las ideologías del estalinismo y de los políticos del “futuro radiante”. Lo cual no altera en absoluto nuestro deprecio por los que en la actualidad celebran unánimemente el fin del comunismo, transformándolo en apología del estad o actual de cosas. Pero volvam os a nues tra distin ción. Ni el Marx de La comuna de París, ni el Lenin de El estado y la revolución, han considerado nunca el socialismo como una época histórica: lo han concebido como un periodo de transición, corto y poderoso que hacía realidad la extinción del aparato de poder. El comunismo vivía ya en la transición, como su motor, no como un ideal, sino como una subjetividad activa y eficaz –que se enfrentaba con el conjunto de las condiciones de producción y reproducción capitalistas, reapropiándose de ellas, y podía con esta condición destruirlas y superarlas. El comunismo, en tanto que proceso de liberaciones definía como el movimiento real que destruye el estado de cosas actual. Durante los años treinta el grupo dirigente soviético consideró el socialismo como una actividad productiva que crea, cueste lo que cueste, las bases materiales de una soc iedad en competición con el ritmo de su propio desarrollo y el de los países capitalistas A partir de este momento, el socialismo no se identif ica tanto con la superac ión del sistem a del capital del trabajo asalariado como con una alternativa socioeconómica, al capitalismo. En el socialismo, según esa teoría sobreviven ciertos elementos del capitalismo: ahora bien, uno de los dos, el Estado, se encuentra exacerbado en las formas autoritarias extremas; el otro, el mercado, se halla ahogado y eliminado como criterio micro-eco nómico del cálculo del valor. Tanto la  posición luxemburguista, que insistía en el proceso democrático, creativo, anti-estatal, de la transición, como la trotskista, cuya crítica se refe ría a la totalidad de las relacion es de explo tación en el mercado mundial, fueron destru idas. Lo que ha tenido como consecuencia en el primer caso, la atrofia, después la asfixia mortal del intercambio político; en el segundo el estrangulamiento del socialismo en el interior del mercado mundial, o la imposibilidad de recuperar mediante líneas interiores el impetuoso desarrollo de la lucha de clases antifascista y revolucionaria que en el curso de diferentes épocas se ha desencadenado a escala mundial. Y por más que se insista –y nosotr os mismo estamos profundamente convencidos de ello- sobre el alma revolucionaria de la refor ma gorv achov iana, verdade ramen te no parece que la Unión Soviét ica pueda recuperar ya esta función hegemónica en la lucha de clases que la revolución de 1917 le había asignado. La Plaza Roja ha dejado de ser, desde hace mucho tiempo, y a través de innumerables tragedias, el punto de referencia de los comunistas. Dicho esto, el comunismo vive. Vive allí donde la expl otación persi ste. Constit uye la única respue sta al anticapitalismo natural de las masas. O más bien, cuanto más se reproduce el capitalismo, más se extiende y enraíza dl deseo del comunismo –determinando, por un lado, las condiciones de producción colectiva, por otro, una irresistible voluntad colectiva de reapropiarse libremente de las mismas-. El que, en la orgía actual de anticomunismo, crea sinceramente que la explotación y la voluntad subversiva han desaparecido no puede sino evidenciar su ceguera. Ha llegado por lo tanto el momento de volver a repensar la transición comunista como algo que se constituye -como pen saban los clás icos del marxismo- en el seno del desarrollo capitalista. Desde los años sesenta, a corrientes críticas del marxismo occidental habían trabajado en ese sentido, sin ilusiones respecto a la Plaza Roja y al socialismo de la pobreza. El comunismo, como objetivo mínimo, constituye desde entonces el único tema de la ciencia política de la y transición. Sobre este punto se han acumulado una enorme cantidad de expe rienc ias y conocimientos. El método es materialis ta: sumergir el análisis en el modo de  producción actual, reconstruir las contradicciones que se anuncian, bajo figuras siempre nuevas, entre éste y los p rocesos los sujetos productivos, criticar la modernidad y sus consecuencias trabajar en la recomposición de las subjetividades colectivas y sus redes de comunicativas, transformar el conocimiento en voluntad consecuente. Nos encontramos, pues, ante una serie de prerrequisitos del comunismo que viven en nuestras sociedades y que han alcanzado u nivel de madurez sin  presentes. Y si la palabra “prerrequisito” asusta e insinúa la sospecha de que confrontáosla realidad con un ideal, don´t wory: Nuestra única teleología es la que extraemos del dicho marxismo “es la anatomía del hombre la que explica la del mono”. 2. La irreversibilidad de las conquistas obreras

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