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Page 1: Articulo Candido, El Individuo Sale de La Historia Fernando Savater

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CÁNDIDO: EL INDIVIDUO SALE DE LA HISTORIA

FERNANDO SAVATER

I have a Garden of my ownAndrew Marvell

AAutor de una obra inmensa -algunos dirán “des-mesurada”-, Voltaire es sin embargo uno de los clási-cos cuya creación literaria es menos releída fuera de loscircuitos académicos. Se vuelve de vez en cuando sobresus panfletos malintencionados y nerviosos, a vecesirresistiblemente cómicos; se recupera su Diccionario fi-losófico, su extenso y conmovido alegato en favor de latolerancia, sus diatribas contra los fanáticos religiosos,contra las guerras, contra la tortura o el racismo: es na-tural, porque sus enemigos siguen siendo los nuestrosaunque los siglos hayan cambiado algunos nombres ymuchas direcciones de quienes fueron destinatarios desus dardos. Los aficionados a la historia continúan fre-cuentando El siglo de Luis XIV o el Ensayo sobre las cos-tumbres y sobre todo su correspondencia monumental,porque constituye el mejor fresco posible -a la vezambicioso en su contorno y detallista hasta la minu-cia- de la vida cotidiana en el que mereció ser llama-do “siglo de las luces”. Por encima de todo, volvemosuna y otra vez sobre la figura misma de Voltaire, el pri-mer intelectual, combativo y pacífico, rencoroso y no-ble, cáustico y compasivo, presa de las pasiones yenamorado del razonamiento: un paradigma de la mo-dernidad más que su mentor, a la par inquietante y ne-cesario.

Pero ¿dónde ha quedado toda la producción teatraly narrativa de Voltaire, sus poemas, sus ficciones didác-ticas, en suma: el grueso de su obra y lo que le conquis-tó antes que nada el aprecio de sus contemporáneos?En su inmensa mayor parte, todo eso está ya olvidadosalvo por los especialistas; un puñado de obras breves,sin embargo, o de fragmentos de obras, siguen siendoestudiadas habitualmente en los cursos medios y supe-riores de lengua francesa. Por último hay tres o cuatrocuentos o novelitas breves que los aficionados a la lec-tura sin blasón académico aún degustan por puro pla-cer: Candide, Zadig, Micrómegas y alguna otra. ¿Nadamás? Nada mas. En su estruendoso canon occidental,Harold Bloom sólo incluye los dos primeros cuentos ci-

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tados, junto a las “Cartas desde Inglaterra” y el proble-ma sobre el terremoto de Lisboa. Por cierto que Bloomno cita más que dos veces a Voltaire y en ambas ocasio-nes como crítico de Shakespeare, aunque sin mencio-nar que fue su primer introductor en Francia. ‘Encualquier caso, ya sabemos que la especialidad del críti-co americano es subrayar obviedades a canonazos...

No creo que este decantamiento del juicio de laposteridad sea fundamentalmente equivocado. Voltairees un gran escritor aunque no un gran autor de ficcio-nes. Le gusta crear personajes, incluso demasiados(¡Occam le reprocharía multiplicar los entes sin nece-sidad! ) , pero rara vez logra dotarles de un espesor psico-lógico mínimamente convincente. Las anécdotas y losincidentes argumentales de sus piezas también son va-riadísimos y con frecuencia muy ingeniosos, aunquedan cierta impresión de deliberación excesiva y traslu-cen cierto abuso de cálculo pedagógico o retórico: Vol-taire es siempre demasiado intencionado para resultarbuen narrador. Su mundo es por demás ordenado inclu-so cuando trata de reproducir lo caótico y apasionadode la existencia humana. Sus personajes y sus tramasson constantemente ejemplos de algo, carecen de alti-bajos fortuitos y siempre dicen pero nunca lograr sugerir.Walter Benjamin seña1ó la ambigüedad como caracte-rística de la buena narración y Borges apostilla que losmejores autores del genero logran contar sus historiascomo si no las entendiesen del todo. Ninguno de estosdos criterios corresponde a la invención volteriana,perceptiblemente dueña de sí misma en todos sus deta-lles y clara tanto en planteamientos como en conse-cuencias... aunque la. consecuencia obtenida sea laconfusión del mundo. Ademas, la búsqueda permanen-te de elegancia y buen gusto según criterios neoclásicosprohibe a Voltaire ese dejarse ir que constituye el atrac-tivo de Shakespeare o de Steme en sus mejores obras.

Sin embargo, aunque cada una de las obras de fic-ción de Voltaire en la inmensa mayoría de los casos noacaben de convencemos literariamente y proporcionenhoy al lector eventual un placer menos que moderado,su conjunto no puede dejar de suscitar admiración. Co-mo ha dicho René Pomeau, máxima autoridad en la

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materia, se trata de una auténtica comedia humana enla que se pasa revista a todos los países, todas las épocasy todas las costumbres imaginables. Es increíble lo vas-ta y punzante que fue la curiosidad de Voltaire. Pese acompartir con la mayoría de su siglo un eurocentrismobásico, su interés por conocer lo remoto en el tiempo yen el espacio no se agota jamas. Su deseo hubiera sidopintar a todos los hombres y mujeres, sus gustos, sus ca-prichos, sus raciocinios y supersticiones, sus costum-bres. A otros les fascina lo exótico como parte de loinsólito; a Voltaire lo que le interesa mostrar es que no-sotros nos admiramos con sorpresa de lo que es rutinade muchos. Aún más: de lo que en el fondo coincidecon la rutina de pasiones, codicias y temores que tam-bién nosotros practicamos. Simplificando al máximo,Voltaire llega a la conclusión cosmopolita por excelen-cia, la de que “en todas partes cuecen habas”... inclusodonde no hay habas o está prohibido comerlas. Peroesa convicción final no mitiga su interés por conocerlos detalles peculiares y los múltiples escenarios que ro-dean, como é1 mismo dice, a la representación en todaspartes de la misma tragedia. Sus dramas y sus relatospueden carecer de profundidad en los análisis peronunca les falta inquietud por la variedad circunstancialde la peripecia humana ni el propósito de abarcarla delmodo más completo posible. A veces peca por abiga-rrado y reductor, pero no sabe ser localista. Los siglos,nuestro planeta, incluso las estrellas y mundos más le-janos, todo se queda pequeño o todo resulta.próximopara su impaciente vivacidad peregrina. No hay nadiemenos pueblerino que Voltaire porque, si bien creyóocupar el centro del mundo como nos suele pasar a to-dos, al menos estuvo seguro de que dicho centro podíadesplazarse junto con él.

Solamente en un punto Voltaire consiguió que laposteridad haya sido unánime respecto a él: “Cándidoo el optimismo” es su logro literario supremo en el cam-po de la ficción. Se trata de una obra de madurez pues-to que la escribió en 1758, habiendo rebasado ya lossesenta y cinco años de edad, y no dejó de retocarlaprácticamente hasta el final de su vida. En “Candide”no sólo se da la plenitud de su estilo -uno de los másdepurados y también inconfundibles de su tiempo- si-no la quintaesencia intelectual de la experiencia deuna vida singularmente rica en peripecias y conoci-mientos. También el género del cuento filosófico CO-rresponde particularmente bien al arte volteriano, queexige brevedad -requisito de la malicia- y moralejaintelectual (a Voltaire le gusta escribir siempre para ac-tuar, para intervenir en la organización social). Pero SO-bre todo “Candide” goza de un especial estado degracia, de una animación jubilosa y feroz, de una fuerzasublevada que finalmente se resigna a resignarse perosólo -sólo diría el lobo del cuento- para rebelarsemejor... Es tradición que el relato se escribió en pOCOS

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días y yo no lo pongo en duda porque hay en él tantaendiablada velocidad -como bien señaló Italo Calvi-no- que resulta inimaginable una elaboración tedio-samente prolongada. Hay escritores que tienen prisapor demostrar que son geniales, pero Voltaire demos-traba que era genial sólo cuando tenía prisa.

La segunda parte del título dice “...o el optimismo”.Suele señalarse siempre como uno de los rasgos carac-terísticos de la Ilustración su optimismo metafísico ysobre todo social, lo que dos siglos y muchas conflagra-ciones sanguinarias más tarde se han prestado a todotipo de reproches burlones o doloridos. Sin embargo eloptimismo ilustrado, al menos el de los más notablesrepresentantes de la batalla de las luces (como Voltai-re, Diderot y no digamos Rousseau), no es beato ni in-genuo sino crítico, hasta suspicaz y más orientado atonificar la militancia que a repantingarse en el con-formismo. Particularmente Voltaire no puede ser ads-crito sin reservas a ningún triunfalismo optimista, nien lo tocante a los poderes de la razón, ni en lo referen-te a los límites de la perfectibilidad humana -a su jui-cio bastante estrechos-- ni desde luego en cuanto a sucosmología. Basta para comprobarlo releer su poemasobre el terremoto de Lisboa, su Zadig o Los viajes deScarmentado. Y por supuesto Candide: precisamenteuno de los textos más emblemáticos de la Ilustración esuna sátira del optimismo. Cuando Cacambo le pregun-ta a Cándido qué es el optimismo, obtiene la siguienterespuesta: “Es la manía, ay, de sostener que todo.&bien cuando se está mal,,. Voltaire no puede ser honra-damente acusado de haberse dejado llevar por dichamanía, entre otras cosas porque hubiera paralizado suafán combativo y regeneracionista. Lo único que pue-de decirse de Voltaire es que estuvo aún más lejos de ladesesperación que de la beatería que todo lo encuentrabien o en vías de llegar a estarlo.

La mayoría de los cuentos filosóficos volterianosconfrontan las doctrinas librescas con los conocimien-tos que aporta la experiencia vital. Los protagonistas,sean Zadig o Memnon, se decepcionan más bien antesque después de las grandes teorías tradicionales queglorifican la secreta armonía universal. Incluso aunquesea un ángel quien se les aparezca para intentar con-vencerles de lo positivo del rumbo cósmico, como SU-cede a los dos antes citados, ellos se fían mejor de lasdolorosas lecciones empíricas brindadas por la vida.Aquí radica una diferencia fundamental entre Voltairey pensadores de su época más conservadores, como PO-pe. Según el poeta inglés, es el orgullo lo que impulsa alhombre a razonar contra dogmas de fe oscuros pero enparte necesarios; para Voltaire, en cambio, los motoresdel raciocinio son el dolor y la dira necesitas, la cruelnecesidad que sólo puede ser compensada por la claracomprensión de sus leyes nada indulgentes. Lejos deuna manifestación de soberbia, el aprendizaje racional

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que descree de la tranquilizadora mitología de nuestrosmayores proviene de la escarmentada humildad ante loreal. A fin de cuentas, es en este punto donde Voltairezanjara la disputa entre los antiguos y los modernosporque el verdadero debate se plantea entre los moder-nos que piensan como los antiguos y los modernos quehan aprendido a pensar por sí mismos, a partir de suconcreta experiencia histórica.

De todos los protagonistas de relatos volterianos,Cándido es el más imperturbablemente fiel a la lecciónaprendida en su adolescencia. Como ha sido adiestradopara no pensar nunca por sí mismo, se asombra dequienes lo hacen pero también siente fascinación porellos. De aquí su vinculación a Martín y la atención,no por escandalizada menos atenta, que muestra en ca-da lugar a los denostadores del orden universal. Sinembargo Cándido no va a sustituir el sistema de la teo-dicea leibniziana que le enseñó Pangloss por otradoctrina omnicomprensiva más acorde con las revela-ciones despiadadas que le van haciendo los aconteci-mientos de su vida. Sencillamente irá relegando eloptimismo filosófico al limbo que corresponde a todateoría demasiado ambiciosa que pretende conocer laclave oculta del devenir universal. Conservará en cam-bio un cierto optimismo mitigado, ligado directamenteal ejercicio abarcable de las tareas cotidianas. No esposible justificar todo lo que ocurre pero es posible yaconsejable legitimar racionalmente lo que hacemosdía a día para conservarnos, evitando con prudencialos males más evidentes. En una ocasión, ya a finalesdel relato, Cándido pregunta a Martín: “¿Pero enton-ces con qué fin ha sido creado el mundo?“. Y Martín leresponde: “Para hacernos rabiar”. Cándido no replicapero en silencio decide que tampoco rabiará, porquerabiar es tan inconsistente como loar la armoníauniversal.

Quizá la verdadera originalidad de Candide es mos-trar por primera vez a un individuo humano que se sus-trae a la obligación avasalladora de la historia. Los

protagonistas de los relatos del pasado, fuesen héroes opríncipes, actuaban como agentes destacados del de-curso histórico y de sus altos designios, encamado ensus figuras. Los personajes de la narración picaresca,por su parte, maniobraban en los intersticios de la his-toria, sin confirmarla ni desmentirla, como parásitosastutos de su proceso grandilocuente. Pero pudiera serCándido la primera criatura literaria que comienza superipecia convencido de que debe sostener ideológica-mente el devenir de los sucesos mundiales y la armoníaque coordina el cosmos natural y el social, para despuésirse poco a poco desvinculando de tan ambiciosa pre-tensión. Cándido padece guerras, sufre inquisiciones,fatiga los países y los mares, causa muertes y recibe he-ridas: incluso es huésped y beneficiario eventual de El-dorado, es decir, de la utopía (un lugar entre los demás,porque la imaginación anhelante contribuye también ala cartografía irónica del mundo que habitamos). Entodo momento se esfuerza por conservar el entramadodogmático que absuelve a los acontecimientos y losbendice contra toda evidencia. Pero paulatinamente,con lágrimas y sobresaltos, va perdiendo... ¿la inocen-cia o la candidez? No: la arrogancia historicista quequisiera coordinar en una única trama inteligible, basa-da en la ponderación o el denuesto, el caos azaroso desucesos en que nos movemos y somos. Al final del rela-to, Cándido no abandona la acción que mejora y apro-vecha lo que está a nuestro alcance -como Voltaire,conoce la ingenuidad del optimismo juvenil pero noesa otra ingenuidad peor y senil: la desesperación- si-no la presunción teórica que vincula cada acto indivi-dual con la voracidad del delirio justificador que nodeja cabos sueltos. De antemano, Cándido deserta de lavocación unánime hegeliana que prolongará la teodi-cea leibniziana pocas décadas más tarde. Y se resigna alideal casero y descaecido, Cunegunda, pertinaz Dulci-nea retrasada y dudosamente límpida de este discretodon Quijote que no necesita morir para volverse defi-nitivamente cuerdo. ZI

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