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Derrida: La Deconstrucción en las fronteras de la Filosofía Adolfo Vásquez Rocca Año 3, Vol. 2, Nº 15 - 2011 1 DERRIDA: LA DECONSTRUCCIÓN EN LAS FRONTERAS DE LA FILOSOFÍA. ARQUI-ESCRITURA, HUELLA Y DIFFÉRANCE Adolfo Vásquez Rocca D.Phil Cuadernos del Gabinete de Filosofía UBA Año 3, Vol. 2, Nº 15 – 2011

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Derrida: La Deconstrucción en las fronteras de la Filosofía Adolfo Vásquez Rocca Año 3, Vol. 2, Nº 15 - 2011 1

DERRIDA: LA DECONSTRUCCIÓN EN LAS FRONTERAS DE LA FILOSOFÍA.

ARQUI-ESCRITURA, HUELLA Y DIFFÉRANCE

Adolfo Vásquez Rocca D.Phil

Cuadernos del Gabinete de Filosofía UBA Año 3, Vol. 2, Nº 15 – 2011

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“Una buena traducción debe ser abusiva”

Derrida

DERRIDA: LA DECONSTRUCCIÓN

Introducción

Jacques Derrida, filósofo francés nacido en Algeria, en 1930, hijo de una familia judía. Estudió filosofía en la Escuela Normal Superior de Paris de 1952 a 1957, una de las instituciones más prestigiosas y en donde Sartre y muchos más de los grandes filósofos franceses modernos comenzaron su carrera.

Sus inicios como profesor universitario de filosofía tienen orígenes en La Sorbonne de 1960, en donde enseñará durante 4 años antes formar parte de la Escuela Normal Superior en donde se quedará como catedrático 20 años. Al mismo tiempo, en 1983 funda el Colegio Internacional de Filosofía en París y es elegido como primer director, puesto que ocupará por dos años mientras que en 1984 es nombrado director de estudios de la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales.

Derrida fue un personaje polémico principalmente reconocido en Estados Unidos pero no así en Francia, sobretodo por sus radicales puntos de vista. 1967 fue un año decisivo en su carrera, cuando publica tres de sus obras mayores: De la Grammatologie, L'ecriture et la différence, y La Voix et le phénomene.

Sin embargo, su trabajo como autor está caracterizado tanto por la complejidad de su lectura como por su fecundidad, pues escribió alrededor de 80 obras entre ellas La diseminación, La Carta Postal, Espectros de Marx o Glas. En sus textos, Derrida aborda de forma lúcida temas que van desde la ética hasta la religión, pasando por la política, el lenguaje y el psicoanálisis.

La Deconstrucción: el Fonocentrismo

Es imposible explicar lo que es la deconstrucción en términos simples. Por un lado, no se trata de un método que se pueda aplicar mediante una serie de pasos a seguir, más bien se puede observar como una postura. Por otro lado, la deconstrucción no es sinónimo de destrucción.

El origen de la noción de deconstrucción viene del alemán Destruktion, un término que Martín Heidegger utiliza en su célebre libro Sein und Zeit (que en alemán significa Ser y Tiempo) y que fue publicado en 1927. Heidegger fue una de las primeras influencias en Derrida, que lo leía desde sus 19 años, al igual que a Saussure, Nietzeche y Freud.

Cuando se habla de deconstruir un texto, por ejemplo, nos referimos a interrogar los supuestos que lo conforman para dar una nueva perspectiva. Lo que propone Derrida en sus libros es una

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lectura minuciosa a textos literarios o filosóficos para llevarlos al extremo de darles una significación diferente de lo que parecían estar diciéndonos.

Por el contrario, Derrida señala que históricamente nuestra sociedad occidental está organizada en pares opuestos, como espíritu y cuerpo, sentido y signo, lo dentro y lo fuera, lo cual es un legado de la metafísica que desde Platón se sustenta entre lo sensible y lo inteligible. Y es aquí en donde Derrida propone hacer una deconstrucción de estas oposiciones, que parecen naturales a toda reflexión filosófica.

Derrida califica este sistema como logocéntrico. El logos es el origen y fundamento de toda verdad, en otros términos, es el pensamiento que se presenta como la conciencia de uno mismo.

El problema del logocentrismo es su repercusión dentro de un etnocentrismo europeo y occidental, lo cual provoca que el logos se manifieste como extensión mundial de la racionalidad técnica y científica. El logocentrismo nos prohibiría pensar nuestra historia y evolución desde otro punto de vista que no sea el nuestro: la lengua del otro, la cultura del otro, y en general todas la formas de alteración.

El término “logofonocentrismo” señala el matiz de la voz presente en esa historia de la “metafísica de la presencia”, como también la caracterizó Heidegger. El fonocentrismo está indicando que en la historia del pensamiento existe un privilegio concedido a la voz frente a la escritura.

Derrida sostiene que la escritura es una expresión instrumental de la comunicación. La base de la comunicación aparece definida con propiedad en el habla. El habla es acción, interlocución directa, comunicación, mientras que la escritura aparece como un estadio virtual de representación, como una expresión ideológico determinista. Opone el fonocentrismo, como expresión verbal del pensamiento, al logocentrismo del signo, de la escritura, como ideología-verdad. La deconstrucción va dirigida contra el logocentrismo estructuralista. Planteamientos que se entroncan con otras visiones ‘contra-filosóficas’ o anti-metafísicas por las que discurre el pensamiento de la postmodernidad.

La obra de Derrida se centra en la ‘gramatología’, en el lenguaje, en la construcción del texto, en el valor filosófico y social del lenguaje. El artífice de los textos, el creador, el narrador, no es un ser abstracto, desubicado de un contexto, insensible a su tiempo. A partir de la concepción ‘deconstructivista’, que bebe en la fuente de Heidegger, analiza los planos semánticos de expresión textual del pensamiento y busca las huellas, los significados ausentes, los contextos.

Los Trayectos de la Deconstrucción: Tropología, metáforas, errancia, envíos.

Un enclave problemático decisivo en la constitución y en los trayectos de la deconstrucción es la necesidad de 'revelar' la condición tropológica (figuras, metáforas, metonimias, pero también traducciones, transferencias, errancia, envíos) del lenguaje de la filosofía: el juego de la metaforicidad en y bajo el texto filosófico.

La desconstrucción desautoriza, desconstruye, teórica y prácticamente, los axiomas hermenéuticos usuales de la identidad totalizable de la obra y de la simplicidad o individualidad

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de la firma. En consecuencia, los giros, las variaciones, los desplazamientos de interés temático, las transferencias, las traducciones, incluso si abusivas (y Derrida dice que «una buena traducción debe ser abusiva»), y por ejemplo el uso abusivo de “desconstrucción” como título, como epígrafe capital de un cuerpo de significaciones diseminadas que no se pueden sintetizar o dominar bajo un nombre, todas esas transformaciones que “sufren” los conceptos y las prácticas de la más o menos mal llamada desconstrucción, no deberían evaluarse como accidentes ajenos a un presunto núcleo esencial. Este pensamiento -al pensarse, y al pensar su “origen” dividido en múltiples raíces y su relación crítica con sus premisas desde los primeros pasos- no puede descansar en una unidad consigo mismo. Tiene que aplicarse -en sus momentos más o menos directamente reflexivos sobre su sentido en general, o sobre el sentido de su marcha- aquella inestabilidad e inquietud que él mismo produce, en la sonámbula seguridad metódica de la historia de las ideas o de la historia convencional de la filosofía, al poner en cuestión las nociones -todas ellas gravemente afectadas por la desconstrucción- de autor, obra, fuentes, génesis, sistema, método, desarrollo, evolución, influencias, interpretaciones.

La desconstrucción: una escritura de la escritura.

La deconstrucción irrumpe en un pensamiento de la escritura, como una escritura de la escritura, que por lo pronto obliga a otra lectura: no ya imantada a la comprensión hermenéutica del sentido que quiere-decir un discurso, a su fondo de ilegibilidad y de deseo de idioma–, a las fuerzas no intencionales inscritas en los sistemas significantes de un discurso que hacen de éste propiamente un “texto”, es decir, algo que por su propia naturaleza o por su propia ley se resiste a ser comprendido como expresión de un sentido, o más bien “expone” éste como efecto –y con su legalidad y necesidad específica– de una ilusión para la conciencia.

Si esto es así, habría que reconocer que en un principio un programa de interpretación e historia de la desconstrucción que intentase atenerse a lo que esta ha querido decir o habría querido decir, corre el riesgo de la mayor infidelidad hermenéutica. Sólo podría conjurar el peligro de esa infidelidad una retrospectiva o una mirada histórica al «origen» (pero dividido) de la desconstrucción que se esfuerce en leer allí, en las premisas y los primeros pasos o lugares de este pensamiento, el impulso inventivo y afirmativo, realmente “poiético”, que lo transforma y lo encadena a una serie trópica inclausurable de conceptos y prácticas de otra interpretación de la experiencia (otra experiencia de la alteridad de lo otro), otra que la comprendida en y por una comprensión, un entendimiento y una razón autosituados en el centro.

Deconstrucción y metafísica – Arqui-escritura y différance

Tanto en su libro De la Grammatologie como en varios más, Derrida señala que la significación siempre hace referencia a otros signos y que en realidad uno nunca puede llegar a un signo que se refiera a él mismo.

La escritura es considerada tradicionalmente como un suplemento artificial de la palabra y por lo tanto como un significante de un significante. Al proceso de espaciamiento en el tiempo y en el sistema de rastros, Derrida lo llama arqui-escritura.

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Al hacer referencia a diferentes significantes entramos en una espiral que no acaba de hacerse referencias. El hecho de tomar conciencia de lo que pensamos implica una duración que nos afecta y nos transforma. Al momento de terminar un enunciado, no somos los mismos que cuando lo empezamos. Lo que decimos sobrepasa siempre lo que creíamos querer decir y nos revela que finalmente no sabíamos de antemano lo que se dice a pesar de nosotros.

Si la interpretación es reconstrucción de la intención del texto, éstas son preguntas que no llevan por ese camino; preguntan sobre lo que el texto hace y cómo lo hace: cómo se relaciona con otros textos y otras prácticas; qué oculta o reprime, qué avanza o de qué es cómplice. Muchas de las formas más interesantes de la crítica moderna no preguntan qué tiene en mente la obra, sino qué olvida, no lo que dice sino lo que da por sentado.

La arqui-escritura es una noción generalizada de la escritura que se refiere a la forma en la que aquello que es escrito sólo es posible si se considera que existe un desfase de significados. Este desfase, en conjunto con la posibilidad de ir más allá de lo que está escrito nos lleva a lo que algunos han clasificado como el más famoso de los neologismos: la différance.

La différance implica el desfase, el retraso, la desviación de la mediación temporal que existe en la arqui-escritura, en términos de lo hablado y lo escrito. Lo que distingue a la différance de la différence es lo inaudible, es decir lo escrito.

Aunque el término de différance no puede ser descrito exhaustivamente, y esto es porque el mismo Derrida nos dice que no se trata ni de una palabra, ni de un concepto, además de que su significado cambia dependiendo del contexto en el que está siendo usado. Por el momento, es suficiente mencionar que la différance está implícita en la arqui-escritura y en esta noción generalizada de la escritura que rompe con la lógica del signo.

La convicción de que el signo representa algo, aún cuando ese algo no esté presente pero que lo pueda ser potencialmente, es cuestionado como imposible por la arqui-escritura, la cuál insiste que el signo siempre refiere a más signos, y estos a otros, hasta el punto de no poder llegar al referente definitivo.

Para Derrida, la escritura, o los procesos que la caracterizan, como la différance y la arqui-escritura, son ubicuos. Tal como un fragmento de algo escrito no puede explicar el significado de cada palabra, lo mismo sucede con la palabra. Si usamos la misma estructura de repetición, nada nos garantiza que otra persona podrá dotar a las palabras que nosotros usamos con el mismo significado que nosotros le atribuimos.

Podemos concluir que la deconstrucción de Jacques Derrida no es un proyecto filosófico establecido sobre las bases de una metodología explícita. Se trata de un proceso inherente a la historia de la racionalidad occidental vista desde una dimensión crítica y que consiste en desraizar la tradición que la conforma.

La deconstrucción es en palabras de Derrida: "uno de los nombres posibles para designar, por metonimia, lo que sucede o lo que no llega a suceder, como lo puede ser una cierta dislocación que se repite regularmente" (Derrida, 1972). Esta dislocación consiste en cuestionar participando en la transformación. Para Derrida, se trata de un intento de ver desde el otro lado del borde lo que somos.

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¿Qué es deconstruir?

Desconstruir parece significar ante todo: desestructurar o descomponer, incluso dislocar las estructuras que sostienen la arquitectura conceptual de un determinado sistema o de una secuencia histórica; también, desedimentar los estratos de sentido que ocultan la constitución genética de un proceso significante bajo la objetividad constituida y, en suma, solicitar o inquietar, haciendo tambalear su suelo, la herencia no-pensada de la tradición metafísica. Lo cierto es que ya esta descripción mínima del carácter de esta operación, descripción orientada por los contextos inmediatos de los primeros “usos” de ese concepto por parte de Derrida, tendría que desautorizar la interpretación habitual, y habitualmente crítica, de la deconstrucción como destrucción gratuita y nihilista del sentido y liquidación del buen sentido en el escepticismo posmoderno.

Lo que ha inducido en mí la tentación de pensar, con los nombres de deconstrucción, huella, diseminación (podrían seguir una veintena de otras palabras que, sin ser sinónimos, pertenecen a la misma cadena), ¿por qué puedo sentir la tentación de “compararlo” con el análisis y con este no-análisis que se denominaría por ejemplo dialéctica, siendo que son incomparables y que, además, el pensamiento ordenaba incesantemente resistir a esta comparación y emprender otra vía? Una tercera vía que no sería una tercera vía, y desligaría el pacto simbólico o dialéctico, es decir la instancia del tres o del tercero. Como si lo que resiste más radical y eficazmente fuera siempre el cuadrado, un último cuadrado.

Huella y sedimentos

La noción habitual de huella supone la idea de un original al que se refiere, del que es huella y que es hallado en la percepción. Sin embargo, el rasgo singular de la huella derridiana es precisamente la imposibilidad de encontrar originales en su presencia inmediata.

La imposibilidad de toda referencia originaria es una necesidad dictada por la estructura misma de la archi-escritura o archi-huella. Cada huella es la huella de una huella y así hasta el infinito.

A consecuencia de que no hay ninguna huella originaria, los presupuestos del origen y de la presencia son puestos en duda. Esto porque la huella sólo simula estar presente en un breve instante para inmediatamente ausentarse. En la huella, cada término se distingue a la vez que se ausenta de todos los demás términos. Por tanto, la huella no puede derivarse desde una presencia, desde un paradigma o Idea, desde una no-huella originaria, para quedar convertida en una mera copia, en una marca empírica, en una duplicación.

La huella no es sino el simulacro de una presencia que se disloca, se desplaza y remite a otra huella, a otro simulacro de presencia que, a su vez, se disloca, etcétera.

La “deconstrucción” obedece innegablemente a una exigencia analítica; se trata siempre de deshacer, desedimentar, descomponer, desconstituir sedimentos, artefactos, presupuestos, instituciones. Y la insistencia en la desligazón, la disyunción o la disociación, el estar out of joint, habría dicho Hamlet, en la irreductibilidad de la diferencia, es demasiado masiva como para que sea necesario volver sobre ella. Como esta disociación analítica debería ser también, en

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la deconstrucción, al menos tal como Derrida la practica, un retorno crítico-genealógico, tenemos allí, en apariencia, los dos motivos de todo análisis, tal como los hemos analizado al analizar la palabra análisis: el motivo arqueológico o anagógico del retorno a lo antiguo como archioriginario, y el motivo filosófico de la desligazón disociativa –nunca se estará lejos de llamar dis-social”.

Se trataba, pues, en parte al menos, de no decir destrucción. Por otro lado, y aunque “deconstrucción” era entonces una palabra muy rara, el diccionario Littré la registra, atribuyéndole un significado “maquínico” (desmontar en sus piezas una máquina).

Se trataba de deshacer, descomponer, des-sedimentar estructuras (lingüísticas: “logocéntrcas”, “fonocéntricas”.

Derrida nos muestra lo que estoy diciendo en los textos filosóficos, literarios, fílmicos, fotográficos, etcétera. Pero no debemos olvidar que nosotros estamos hechos de textos, que nos justificamos con palabras, con lógicas inventadas o no, que se insulta al otro con palabras, que se le condena asimismo con verbos y sustantivos. Y ello quiere decir que el lenguaje tiene esencialmente un poder preformativo, es decir, la terrible capacidad de llevarnos a actuar de una manera o de otra. Por consiguiente, esos ejercicios que en apariencia son juegos del significante, ornamentos, textualismos,esteticismo,traslucen lo que ocurre en el mundo, y lo que se puede hacer en este mundo para disolver los fantasmas del fascismo bajo cualquiera de sus formas. No, no me resulta nada extraño que Antonio Negri hable desde hace un tiempo de deconstruir las instituciones. Él se cree que hace un uso indebido de Derrida. No es así, lo usa allí donde la deconstrucción es más efectiva.

Lo que se llama “desconstrucción” obedece innegablemente a una exigencia analítica, a la vez que crítica. Se trata siempre de deshacer, desedimentar, descomponer, desconstruir sedimentos, artefacta, presupuestos, instituciones.

Tengo que cortar aquí, y concluir de manera un poco tajante: justamente en el corte y la paradoja de la decisión en cuanto al análisis. Esto a lo que acabamos de aproximarnos es a la vez una necesidad hiperanalítica, la ley de un “hay que analizar sin fin”, además de que “eso se analiza indefinidamente”, y por lo tanto debe analizarse hiperbolíticamente, “resta” siempre por analizar y, por otra parte, la otra ley que nos prescribe tomar en cuenta lo que es más o menos que una resistencia al análisis, una restancia de ese “resta por” que hace más de todo telos analítico (el término análisis como principal del principio, el elemento simple, lo originario o lo arkhé) otra resistencia al análisis.

A Jacques Derrida no dejó de sorprenderle que en casi todo occidente privilegiaran al lenguaje hablado, considerándolo como algo real y presente en sí mismo; el lenguaje por excelencia. En contraste, el lenguaje escrito apenas sería una imagen o representación, una copia o un instrumento auxiliar de lo hablado; así surgiría la escritura fonética, derivada del habla y resignada a ser el eco fiel de la voz. De ahí la importancia de a propuesta innovadora y trastocante que hizo este filósofo: rescatar y valorar a la escritura en sí misma, a fin de convertirla en parte sustancial de las reflexiones filosóficas y el objeto de estudio de una disciplina en particular. Bajo esta nueva perspectiva, Derrida fundó las bases de la Gramatología -programa o ciencia del grama-, insistiendo en que la actividad escrita debía reconsiderarse por lo que ella es y no por lo que se había pretendido que fuera: el sustituto que re-produce el habla. Con ello fue modificando el concepto tradicional de la escritura, entendida como “revestimiento,

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disfraz externo de una presencia originaria, versión reducida de la voz y reductora de sentido, significante a la búsqueda de un significado definitivo y último.”

Precisamente porque se opuso al argumento y a la añoranza de que pudiera haber un significado definitivo y último, Derrida creó la concepción de la escritura como el movimiento del grama o de la huella, planteando de entrad el valor, la naturaleza y el estatuto, de toda inscripción en tanto que es marcada y hace marca. Esto lo engarzó a la producción lúdica de lo que denominó la différance: el movimiento o juego que posibilita la multiplicidad de combinaciones entre los signos y, por lo tanto, la apertura de interpretaciones y de sentidos.

La huella, la escritura, la marca, está en el corazón de lo presente en el origen de la presencia, un movimiento de envío al otro, a lo otro, una referencia como diferencia que se asemejaría a una síntesis a priori si fuera del orden del juicio y si fuera tética. Pero, en un orden pretético y prejudicativo, la huella es una ligazón (Verbindung) irreductible. Se resiste al análisis de tipo químico en virtud de esta composición originaria, pero esta ligazón no religa entre sí a presencias ni ausencias; no procede de una actividad (por ejemplo intelectual) ni de una pasividad (por ejemplo sensible). Por todas estas razones, no deriva de una estética, ni de una analítica, ni de una dialéctica trascendental.

La archi-escritura: Texto – Tejido

En la archi-escritura deconstructiva la fábrica de pensamientos opera como el oficio de tejedor, en el que un movimiento del pie agita millares de hilos, en el que la lanzadera sube y baja sin cesar, en el que los hilos se deslizan invisibles, en el que se forman mil nudos de un solo golpe: el filósofo viene después [éste es el retraso del filósofo, del llegado-tarde que analiza después y del que los estudiantes no aprenderán jamás el secreto del devenir-tejedor ni, por otra parte, por definición, y a causa de una alergia esencial, ningún secreto], y os demuestra que eso tuvo que ser así: lo primero es esto, lo segundo es esto, y por lo tanto lo tercero y lo cuarto son éstos, y si lo primero y lo segundo no existieran, lo tercero y lo cuarto no existirían tampoco. Los estudiantes de todos los países alaban este razonamiento, y sin embargo ninguno de ellos se ha convertido en tejedor.

Desde este nuevo concepto de escritura, los reenvíos entre los elementos posibilitan la formación de cadenas y de tejidos significantes. No sólo un elemento se suma a otros elementos para producir la cadena, sino que una cadena se cruza con otras cadenas para tejer un texto. El texto emerge de la transformación y en el entrecruzamiento con otros textos.

Por eso nada en los elementos, o en el sistema, está en alguna parte, simplemente presente o ausente, perceptible o imperceptible. De un extremo al otro no hay más que diferencias. Con ello, la constitución de todo signo, frase, cadena, texto y discurso, ingresa al juego de la diferencia y al trabajo de diferir el sentido. Se producen cadenas de cadenas, textos de textos, discursos de discursos, lecturas de lecturas y, en fin, huellas de huellas. En resumen, remontando la gramatología al principio mismo de la lingüística, el carácter diferencial del lenguaje implica una reforma del concepto de escritura, una archi-escritura (escritura general de la huella, del grama o de la diferencia) lógicamente anterior a todas las oposiciones que justifican la subordinación de la grafía.

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Se perfila entonces una escritura inédita, a partir de la cual queda excluido que cualquier elemento de la lengua pueda constituirse de un modo distinto al de la huella dejada en él por los demás, o que en su producción exista otra causa que la huella; en el decir derridiano, que tenga otro origen que el no-origen. De este modo, paradójicamente la gramatología parece llamada a deconstruir todos los presupuestos de una lingüística fonologocéntrica cuyos progresos, precisamente, permitieron abordarla.

En el sabio entrelazamiento de su propio tejido, este texto queda tan enigmático como aquello de lo que habla el omphalós. Lo pone en abismo. Retengamos lo que concierne a nuestro asunto: el análisis.

Está la insistencia incansable del texto en la textura de los hilos entrelazados, la madeja indesenredable de los nudos: es Geflecht, el entrelazamiento, es la palabra de la cual Heidegger ha seguido la trama o la cadena en los lugares decisivos del pensamiento; es también die netzaritge Verstrickung, es Knäuel, es Nabel, etcétera. Esta densidad de la retórica del hilo y del nudo nos interesa en primer término por aquello a lo que apela y desafía: el análisis como operación metódica de desanudamiento y técnica de la desligazón. Trata de saber sacar los hilos, tirar de los hilos, según este arte del tejedor”.

“Es un hecho que la fábrica de los pensamientos es como un oficio de tejedor, en el que un movimiento del pie agita millares de hilos, en el que la lanzadera sube y baja sin cesar, en el que los hilos se deslizan invisibles, en el que se forman mil nudos de un solo golpe: el filósofo viene después [éste es el retraso del filósofo, del llegado-tarde que analiza después y del que los estudiantes no aprenderán jamás el secreto del devenir-tejedor ni, por otra parte, por definición, y a causa de una alegría esencial, ningún secreto], y os demuestra que eso tuvo que er así: lo primero es esto, lo segundo es esto, y por lo tanto lo tercero y lo cuarto son éstos, y si lo primero y lo segundo no existieran, lo tercero y lo cuarto no existirían tampoco. Los estudiantes de todos los países alaban este razonamiento, y sin embargo ninguno de ellos se ha convertido en tejedor.”

El Programa Gramatológico

La gramatología se define como pro-grama, en pro y a favor del grama. Considera que es a partir del sistema de diferencias inscritas, esto es, del concepto de grama o signo que deja huella, como surge la posibilidad del lenguaje. Solamente hay lenguaje cuando los términos se oponen entre sí y cuando cada diferencia se retiene en una marca, en una huella. Será entonces, el elemento complejo del grama la base para elaborar una teoría general de la escritura. Asimismo, la gramatología intentará constituirse en el pensamiento de la différance, en la teoría de la huella, en lo que Jacques Derrida llama una archi-escritura. Por esto, más que como una ciencia tradicional, la gramatología emerge como un proyecto de escritura, como un intento de reestructurar a la escritura históricamente en tanto que posibilidad de toda inscripción, de todo lenguaje.

En Jacques Derrida, al contrario de lo que sucede en la ciencia tradicional, la huella no remite a ninguna verdad última, a ningún significado trascendental, a ninguna esencialidad. Por eso cuestiona esas formas de la presencia -ontológica y epistemológica- que van desde la Objetividad y la Verdad, hasta el Ser, la Identidad, el Origen, la Simplicidad, la Conciencia y demás. El pensamiento de la huella destruye necesariamente estas formas porque implica una remisión

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infinita a otras huellas, un incesante aparecer y desaparecer; no se deriva desde una presencia original, ni se inscribe en un origen simple, sino en un no-origen plural y complejo. Sin embargo, no puede desconocerse que hay un nuevo tipo de cientificidad en el programa gramatológico, aún cuando su concepción, basada en la idea de huella como diferencia, se relacione más bien con las teorías probabilísticas recientes del universo. De este modo, la nueva ciencia de la escritura derridiana estaría más del lado de lagunas ideas contemporáneas acerca de la actividad científica.

Por ejemplo Karl Popper nos dice que, a pesar de que nos hemos acostumbrado a creer que el universo depende de la casualidad, del encadenamiento de causas y consecuencias, como si se tratase de un reloj, en realidad el universo no funciona mecánicamente.

“Desde la mecánica cuántica de Broglie, hemos aprendido que vivimos en un universo de probabilidades, un universo creativo, no mecanicista, y que está en expansión.”

Por supuesto que el proyecto derridiano resulta inconcebible para la ciencia y la cultura tradicionales, puesto que éstas giran precisamente en torno a una razón unificadora, y porque la gramatología va en contra de la totalización del sentido y la oposición jerarquizada que rigen el pensamiento metafísico.

De forma semejante, la idea de huella no puede insinuarse en el pensamiento del logos, puesto que éste ha reprimido y rechazado a la escritura hacia lo exterior, hacia el ámbito de la pura representación. No en vano sobre el sistema logofonocéntrico -centrado en el lógos que se expresa mediante la voz o foné- se ha erigido la marginación de la escritura. Con esto, la gramatología, escritura de la huella o archi-escritura, cuestiona las bases mismas de la metafísica, y “en cuanto crítica radical de cualquier idealismo, expone el error del dogma metafísico: logofonocentrismo solidario de la metafísica de la presencia que conlleva la devaluación y consiguiente marginación de la escritura.”

Asimismo, el programa gramatológico cuestiona sobre todo tres presupuestos metafísicos: la oposición entre lo inteligible y lo sensible, la división espacio/tiempo y la primacía de la presencia.

La gramatología invita a dudar de la devaluación que se hace de las letras, por estar dirigidas al sentido de la vista o del tacto, esto es, por ser sensibles y exteriores, frente a los pensamientos abstractos que surgirían directamente desde una inteligencia interior, sea como supuesto de un sujeto total, no dividido ni con experiencias fragmentadas, en íntima relación con su pensamiento y su conciencia. Tal sujeto siempre expresaría lo que quiere decir en forma exacta y precisa. La gramatología también advierte sobre la necesidad de que exista separación, espaciamiento entre los elementos, tanto en la cadena hablada como en la escrita, para que sean comprensibles. A fin de que pueda darse la secuencia fónica o gráfica, se requiere además del intervalo, de la temporalización de los elementos. Así cada término lingüístico necesitan intervalo que lo separe de lo que no es él para que, sea él mismo. Con esto surge la concepción del devenir espacio del tiempo y el devenir tiempo del espacio. Entonces, la gramatología es espaciamiento y temporalización simultáneas.

Desde este nuevo concepto de escritura, los reenvíos entre los elementos posibilitan la formación de cadenas y tejidos significantes. El signo no sólo se suma a otros elementos para producir la cadena, sino que una cadena se cruza con otras cadenas para tejer un texto. El texto emerge de la transformación y en el entrecruzamiento con otros textos. Por eso nada de los elementos, o en el

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sistema, está en alguna parte, simplemente presente o ausente perceptible o imperceptible. De un extremo al otro no hay más que diferencias. Con ello, la constitución de todo signo, frase, cadena, texto y discurso, ingresa al juego de la diferencia y al trabajo de diferir el sentido. Se producen cadenas de cadenas, textos de textos, discursos de discursos, lecturas de lecturas y, en fin, huellas de huellas. En resumen, remontando la gramatología al principio mismo de la lingüística, el carácter diferencial del lenguaje implica una reforma del concepto de escritura, una archi-escritura (escritura general de la huella, del grama o de la diferencia) lógicamente anterior a todas las oposiciones que justifican la subordinación de la grafía.

En la concepción derridiana de archi-escritura se intuye el desafío para liberarse de la tiranía del lógos y de sus implicaciones, tales como el concepto de verdad, la idea de origen, o la tesis de que pueden existir significados definitivos y unívocos.

Para Jacques Derrida, ni significados ni significantes son independientes del sistema en el que se encuentran y gracias al cual surgen. No hay ningún significado trascendental; sólo hay un movimiento ininterrumpido de las diferencias, de las différance, que entreteje los sentidos y juega con ellos.

Dicho juego continuo de diferencias supone una consiguiente extensión del potencial de significación. El habla al igual que la escritura, en tanto secuencias de significantes, permanecen siempre abiertas al proceso de interpretación. A la naturaleza del habla y de la escritura corresponde no estar confinada a unas estructuras rígidas de sentido.

Al poder repetirse infinidad de veces en distintos contextos, el signo posee la capacidad de modificar su significado. El signo produce su perpetua alteración y se vuelve polisémico, diseminador de sentidos. Surge así la posibilidad de leer de diversas maneras un mismo conjunto de signos o textos, más allá de la producción autoral que lo emitió y más allá de un campo de discurso específico. Por ejemplo, podrían leerse literariamente Los estadios erótico musicales de Kierkegaard, o desde una perspectiva psicoanalítica La Metamorfósis de Kafka, o sociológicamente Los miserables de Víctor Hugo, etcétera.

Un significante es, desde el comienzo, la posibilidad de su propia repetición {...}. Un signo escrito es una marca que permanece, que no se agota en el presente de su inscripción y que puede dar lugar a una iteración en ausencia y más allá de la presencia del sujeto empíricamente determinado que le ha emitido o producido en un contexto dado.

Desde este contexto diferencial, podemos pensar en una nueva historia de la escritura, desmitificadora de aquella otra historia tradicional de la escritura, que aclara de qué manera la historia misma permanece al ámbito de la escritura.

La historia no es una autoridad privilegiada sino que forma parte del texto general, de la escritura y, como tal, no está regida por una temporalidad lineal ni por un sujeto-conciencia que le dé sentido.

A manera de conclusión. Jaques Derrida inicia un proyecto inédito para reivindicar a la escritura de su marginación tradicional respecto del habla. Dicho proyecto toma por fundamento a la multiplicidad diferencial, de formas y de sentidos, para culminar con la novedosa teoría de la archi-escritura, archi-huella, escritura de la huella o escritura de la différance.

Derrida: La Deconstrucción en las fronteras de la Filosofía Adolfo Vásquez Rocca Año 3, Vol. 2, Nº 15 - 2011 12

El no-origen

En el apartado anterior se perfilaba la constitución de la gramatología derridiana como la ciencia del origen tachado o del origen borrado. Y es que la producción diferencial y continua, de los elementos del lenguaje, pone en cuestión el valor mismo del origen porque anula la preeminencia y el privilegio de originalidad que pudiera arrogarse un elemento sobre otro. No hay ningún término que sea primario u originario porque cualquier término siempre dependerá de su contención en un sistema y de su interacción con otros términos, para así poder significar algo. Así pues, el pensamiento de la huella hace tambalear —pone a temblar— el concepto de origen, desde el momento en que remite al lenguaje hacia un origen nunca agotado sino siempre fluyente, o mejor dicho, hacia un no-origen.

Si insistimos en hablar de causas, el origen de las cadenas o de los tejidos lingüísticos no puede ser más que el de la borradura, el de la tachadura incesante de sus componentes, a fin de que existan como enunciados o como textos, como secuencias discursivas comprensibles y significantes. Nos dice Jacques Derrida que la huella no sólo implica la anulación de la idea de una causa primera, sino que significa: que el origen ni siquiera ha desaparecido, que nunca fue constituido salvo, en un movimiento retroactivo, por un no-origen, la huella, que deviene así el origen del origen [...] si todo comienza por la huella, no hay sobre todo huella originaria.

“Pero al mismo tiempo la “desconstrucción” solo comienza con una resistencia a este doble motivo. Incluso radicaliza a la vez su axiomática y la crítica de su axiomática. Lo que su trabajo cuestiona no es sólo la posibilidad sino también el deseo o el fantasma de una recaptación de lo originario, y también el deseo o el fantasma de volver a unirse para siempre con lo simple, sea lo que fuere. Se trata de un movimiento no sólo contraarqueológico, sino también contragenealógico de la desconstrucción: la “genealogía” del principio genealógico ya no depende de una simple genealogía. [...] La huella, la escritura, la marca, está en el corazón de lo presente, en el origen de la presencia, un movimiento de envío al otro, a lo otro, una referencia como diferancia que se asemejaría a una síntesis a priori si fuera del orden del juicio y si fuera tética. Pero, en un orden pretético y prejudicativo, la huella es una ligazón (Verbindung) irreductible. Se resiste al análisis de tipo químico en virtud de esta composición originaria, pero esta ligazón no religa entre sí a presencias ni ausencias; no procede de una actividad (por ejemplo intelectual) ni de una pasividad (por ejemplo sensible). Por todas estas razones, no deriva de una estética, ni de una analítica, ni de una dialéctica trascendental. Siguiendo una argumentación que se asemeja, por ejemplo a la crítica hegeliana del formalismo y el analitismo kantianos”.

A manera de conclusión. Jaques Derrida inicia un proyecto inédito para reivindicar a la escritura de su marginación tradicional respecto del habla. Dicho proyecto toma por fundamento a la multiplicidad diferencial, de formas y de sentidos, para culminar con la novedosa teoría de la archi-escritura, archi-huella, escritura de la huella o escritura de la différance.

La différance

Un signo escrito posee en sí una capacidad de asociación y de disociación ilimitada. El signo

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puede romper con su propio contexto para ir a combinarse en otros textos, en otros discursos, y crear nuevos significados. Por ejemplo, el concepto de trauma adquiere un sentido en medicina, distinto del que le otorga el psicoanálisis.

Esta fuerza de ruptura se debe al espaciamiento que constituye al signo escrito: espaciamiento que lo separa de otros elementos de la cadena contextual interna.

En un movimiento ininterrumpido el significado es deportado de un nivel de significación a otro nivel del que también es deportado en una expansión perpetua e infinita [...] todo significado está en posición de significante pues pertenece a la cadena que forma el sistema de significación.

Así, la différance se presenta como el movimiento infinito de dispersión de significados, diseminación de sentidos e interconexión entre los elementos; esto posibilita que la escritura y la lectura se transformen en aventuras. Por eso no puede hablarse de significados definitivos, ni de sentidos pletóricos, ni de interpretaciones unívocas, ni de exégesis autorizadas. De este modo, prevalece la producción ilimitada de textos escritos, que invitan a leerse una vez más y a leer otros textos (escritura que remite a la lectura), así como de textos leídos, sobre los cuales se escriben críticas que producen nuevos textos (lectura que remite a la escritura). Un texto remite a otros textos, una lectura envía a otras lecturas, un escrito origina más escritura. Con lo que queda claro que la différance —pese a su carácter diferidor, que podría confundirse con un escamoteo del sentido— se opone a cualquier tipo de ahorro, de reserva, de preservación del sentido, para sumergirse, agotarse y renovarse en toda operación textual única y diferenciada, cuyo movimiento inacabado no se asigna a ningún comienzo absoluto y que, enteramente consumida en la lectura de otros textos, no remite, sin embargo, en cierto modo, más que a su propia escritura.

Basándose en la idea de red-tejido, Jacques Derrida extiende la dinámica de la archi-escritura, o escritura de la différance, no sólo a todo lenguaje sino a toda experiencia, en tanto que ésta es atravesada por el lenguaje y en tanto que es articulación de sentidos diferentes. Será a partir del movimiento que genere, y de la oposición continua a la que arroje a los elementos, como la différance constituirá en tejidos de diferencias a las lenguas, a los códigos y a todo sistema de reenvíos en general.

Tenemos entonces que el movimiento de la différance abarca todo el ámbito de los signos y de lo que Derrida denomina el texto en general. Respecto a esto último, el hombre se encuentra sumergido en la interpretación permanente de ese texto global, que no conoce límites ni fronteras porque no hay nada que escape a él. Porque todo está contextualizado, no hay ninguna experiencia fuera-de-texto, fuera de la historia, de la cultura, de la ciencia, etc. Gracias a la différance, que se juega al interior de cualquier sistema de significantes, es posible la articulación de toda experiencia, y ya no sólo la articulación lingüística.

Desde este contexto diferencial, podemos pensar en una nueva historia de la escritura, desmitificadora de aquella otra historia tradicional de la escritura, que aclara de qué manera la historia misma pertenece al ámbito de la escritura.

La historia no es una autoridad privilegiada sino que forma parte del texto general, de la escritura y, como tal, no está regida por una temporalidad lineal ni por un sujeto-conciencia que le dé sentido.

También, desde esta perspectiva, sería posible revalorizar a la historia de la vida misma, en tanto

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que huella, programa genético y escritural. Nos daríamos cuenta que la historia de la vida no es ajena a la historia del grama y al juego de la différance. La vida se presenta como huella y como movimiento de la différance; movimiento por el cual la vida remite para más tarde todo gasto mortal.

Dr. Adolfo Vásquez Rocca

BIBLIOGRAFÍA

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– DERRIDA, Jacques, Espolones. Los estilos de Nietzsche. Valencia, Pre-Textos, l98l.

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– DERRIDA, Jacques, Estados de ánimo del Psicoanálisis. Buenos Aires, Paidós, 2001.

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