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Crisis y metamorfosis del Estado argentino: el paradigma neoliberal en los noventa

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Crisis y metamorfosis del Estado argentino:

el paradigma neoliberalen los noventa

Crisis y metamorfosis del Estado argentino : el paradigma neoliberal en los noventa / compilado por Miguel Ángel Rossi y Andrea López. - 1a ed. - Buenos Aires : Luxemburg, 2011. 226 p. ; 23x16 cm.

ISBN 978-987-1709-07-6

1. Teorías Políticas. I. Rossi, Miguel Ángel, comp. II. Andrea López, comp. CDD 320.5

Crisis y metamorfosis del Estado argentino:

el paradigma neoliberalen los noventa

Miguel Ángel Rossi y Andrea López[compiladores]

Buenos Aires, Argentina

Miguel Ángel Rossi

Luis Félix Blengino

Sergio Daniel Morresi

Fernando Lizárraga

Javier Amadeo

Andrea López

Norberto Zeller

María José Rossi

Patricia María Domench

Mariano Wiszniacki

Crisis y metamorfosis del Estado argentino. El paradigma neoliberal en los noventa1º Edición, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, marzo de 2011

© 2011 Ediciones Luxemburg© 2011 Miguel Ángel Rossi y Andrea López

Ediciones LuxemburgTandil 3564 Dpto. E, C1407HHF Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentinaedicionesluxemburg@yahoo.com.arwww.edicionesluxemburg.blogspot.comTeléfonos: (54 11) 4611 6811 / 4304 2703

Edición: Ivana Brighenti y Mariana EnghelDiseño editorial: Santángelo Diseño

DistribuciónBadaraco DistribuidorEntre Ríos 1055 local 36, C1080ABE, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentinabadaracodistribuidor@hotmail.comwww.badaracolibros.com.arTeléfono: (54 11) 4304 2703

ISBN 978-987-1709-07-6

Queda hecho el depósito que establece la Ley 11723.

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su almacenamiento en un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio electrónico, mecánico, fotocopia u otros métodos, sin el permiso previo del editor.

Impreso en Argentina

Presentación 9

Prólogo Atilio A. Boron 11

Parte 1El paradigma neoliberal: alcances, límites y supuestos críticos

La lógica del neoliberalismo a partir de la interlocución de Immanuel Kant y la impronta de Michel FoucaultMiguel Ángel Rossi y Luis Félix Blengino 19

Las raíces del neoliberalismo argentino (1930-1985)Sergio Daniel Morresi 47

La justicia social en los tiempos del cóleraFernando Lizárraga 71

Parte 2El neoliberalismo y su anclaje en las políticas públicas de la Argentina de los noventa

Ideas económicas y poder político: las reformas estructurales en la agenda política argentinaJavier Amadeo 99

Sumario

Estado y administración: crisis y reforma en la Argentina neoliberalAndrea López y Norberto Zeller 127

Modelos económicos y políticos en educación superior: los desafíos de la autonomía universitaria en el neoliberalismoMaría José Rossi 151

La política pública de salud en los años noventa: su perfil en el marco de la reforma del Estado Patricia María Domench 183

Estrategias estilísticas y discursivas de Clarín y La Nación durante la privatización de ENTel Mariano Wiszniacki 201

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Presentación

El presente libro es el resultado de las investigaciones realizadas en el marco del Proyecto UBACyT S/045, radicado en el Instituto Gino Germani de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires y dirigido por Miguel Ángel Rossi y Andrea López. Los trabajos incluidos se han centrado en el análisis de los cambios opera-dos en las relaciones entre el Estado y la sociedad en la Argentina durante la década del noventa, como producto de la implementación de políticas de corte neoliberal. A tal efecto, el estudio se orientó a partir de dos dimensiones fundamentales: la crisis y metamorfosis de la esfe-ra estatal en lo que atañe a las funciones de acumulación y legitimación características del Estado de Bienestar keynesiano; y el impacto de dichas transformaciones en la sociedad civil, con la consecuente desar-ticulación de los derechos de ciudadanía y la creciente heterogeneidad y exclusión social. En dicho recorrido, se ha pretendido articular tradi-ciones discursivas distintas, pero complementarias, como son por caso la teoría y la filosofía política, la administración y las políticas públicas y la sociología política y del trabajo, para avanzar hacia la comprensión de las dimensiones señaladas desde una visión integral, donde conver-jan tanto los supuestos filosóficos, políticos y sociológicos del paradig-ma neoliberal en tanto teoría, como los efectos específicos de sus postulados en la materialidad del Estado y en el campo de lo social.

Los artículos que conforman la primera parte han tomado como eje el siguiente interrogante: ¿En qué medida el paradigma neoliberal puede visualizarse como una radicalización de los supuestos del libe-ralismo clásico o, contrariamente, como una inversión de los mismos?

Como resultado de las investigaciones, una de las hipótesis a las que se arribó sostiene que el Estado de derecho es la condición indispen-sable para pensar el Estado y la política, pero es condición mínima y, en tal sentido, urge incorporar nuevos principios, como es el de la equidad y la justicia social, también como fundamento del Estado. Asimismo, no se ha perdido de vista la impronta específica que la cosmovisión

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neoliberal aportó en la Argentina desde sus primeras incursiones –hacia los años treinta– en los ámbitos académicos y políticos, atravesando también los principales tópicos discursivos que –a modo de justifica-ción– fueron utilizados a partir de la década del noventa para encarar las políticas de cambio estructural más significativas de la época.

En términos de aplicación del paradigma neoliberal en el proceso de reestructuración del aparato de Estado en la Argentina, los trabajos de la segunda parte han avanzado en el análisis de las diversas políticas públicas que, desde 1990, han venido implementándose en el sector de la educación superior y de la salud, en tanto se han escogido como dos casos de estudio en particular, y también se llevó a cabo el análisis de la estructura organizativa, de la evolución presupuestaria y del personal para el conjunto de la Administración Pública Nacional. Dicho rastreo de índole cuantitativa se acompaña con un análisis cualitativo de las diferentes leyes y decretos que –desde la llegada de la democracia– pro-ponen reformas del Estado y la Administración, con una clara tendencia de ajuste presupuestario en las áreas de producción de los bienes públi-cos colectivos y de reducción y flexibilización del personal, entre otros aspectos. En el cierre, se ha indagado el papel de dos medios gráficos –los diarios Clarín y La Nación– durante el proceso de privatizaciones iniciado en el primer gobierno de Carlos Menem, dada la trascendencia que tuvieron estas “usinas” en la configuración de un ideario “antiesta-do”, tal como se refleja en el caso de la privatización del ENTel, conside-rada por los economistas como un leading case.

Cabe destacar que –junto con el equipo de investigadores for-mados que participan como autores en este libro– han colaborado en las tareas de asistencia de investigación para el proyecto los licencia-dos Luciano Acevedo, María Carri, Gonzalo Galarraga y Federico Lombardía, para quienes va nuestro agradecimiento por la labor rea-lizada.

Por último, agradecemos el financiamiento otorgado por la Secretaría de Ciencia y Técnica de la Universidad de Buenos Aires, en tanto dicho subsidio fue fundamental a la hora de adquirir material bibliográfico, asistir a congresos y jornadas e, incluso, para la cristali-zación de este libro.

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La lógica del neoliberalismoa partir de la interlocución de Immanuel Kant y la impronta

de Michel Foucault

Miguel Ángel Rossi* yLuis Félix Blengino**

Es materia común hablar de neoliberalismo como una prolongación, e incluso radicalización, de aspectos que ya están presentes en la lógica liberal. El propio término neoliberalismo justifica tal apreciación. Sin embargo, al mirar dicha problemática con mayor detenimiento, creemos relevante explicitar algunos aspectos nodales que dan cuenta de la propia especificidad del neoliberalismo, en otros términos, y asumiendo la pre-gunta de Wendy Brown, qué agrega el significante “neo” al liberalismo.

Para abordar la singularidad del neoliberalismo tendremos en cuenta dos ejes teóricos centrales, valiéndonos de los sugerentes apor-tes de Michel Foucault.

a. El tránsito del naturalismo, típico de toda cosmovisión libe-ral, al constructivismo formalista inherente a la lógica neoli-beral. Cuestión que implica el desplazamiento desde una gubernamentalidad limitada, propia del liberalismo, a una gubernamentalidad ilimitada y productiva focalizada en el neoliberalismo.

b. La emergencia de la teoría del capital humano como disposi-tivo de responzabilización de los sujetos y el ocultamiento de las condiciones estructurales de sus posiciones, a la par que la expansión de la judicialización de la política y de las demás esferas de la vida social.

No cabe duda que uno de los puntos cruciales para diferenciar al libe-ralismo del neoliberalismo guarda relación con los horizontes epocales

* Doctor en Ciencia Política por la Universidad de San Pablo (usp). Profesor Especial en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires (uba) e Investigador Independiente del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (conicet).

** Profesor Especial en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires (uba). Doctorando en Ciencias Sociales, uba. Becario conicet. Docente en la Facultad de Ciencias Sociales, uba, y en la Universidad Nacional de La Matanza.

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en los que ambas corrientes se inscriben. Mientras el liberalismo se piensa como limitación de la razón de Estado, tomando como interlo-cutor al Estado absolutista, el neoliberalismo se proyecta, en el caso de Alemania (ordoliberalismo), asumiendo como fantasma la figura del Estado nazi. Como muestra Foucault en Nacimiento de la biopolí-tica, la cuestión central del ordoliberalismo es fundar la legitimidad del Estado en la creación de un espacio de mercado de competencia perfecta. Vale decir, es la libertad económica la categoría central a partir de la cual debe pensarse todo Estado legítimo. Esta es la razón fundamental por la que los neoliberales identifican la ilegitimidad del nazismo, el estalinismo y el Estado de Bienestar a partir de su inter-vención y planificación de la economía. Esta identificación se funda-menta, según Foucault, en el principio según el cual “sólo un Estado que reconoce la libertad económica y, por consiguiente, da cabida a la libertad y las responsabilidades de los individuos puede hablar en nombre del pueblo” (Foucault, 2007: 104). Por otra parte, en lo que respecta a Estados Unidos, el neoliberalismo se ha pensado como una radicalización de los postulados liberales en los cuales se fundó desde su nacimiento la legitimidad del Estado norteamericano, especial-mente en lo que se refiere a la absolutización de la autonomía indivi-dual, pues la idea de Estado mínimo es solidaria con la primacía del interés individual.

Lo interesante de ambas variantes es que postulan un Estado mínimo que tiene como correlato una gubernamentalidad máxima. Es decir, el neoliberalismo constituye el resultado final del proceso que Foucault caracterizó como de gubernamentalización del Estado1. Al respecto, es interesante observar que esta emergencia del Estado mínimo no necesitó en Alemania y Estados Unidos del ejercicio de la violencia soberana para su instauración (aunque tampoco debe olvidarse que el trasfondo del comienzo de su hegemonía es el final de la Segunda Guerra Mundial) al contrario de lo que aconteció en Argentina y Chile con las dictaduras de Videla y de Pinochet, respec-tivamente.

1 Jacques Bidet sostiene que “la economía es una ciencia de la población que com-prende las reacciones colectivas a la escasez, la carestía, etcétera. La economía identifica los problemas y las leyes relativos a un conjunto de personas (tasas de fecundidad, de mortalidad, epidemias, producción), es decir, de un sujeto colectivo que no es ya el del contrato social. Esto es lo que significa la ‘gubernamentalización del Estado’. El Estado moderno no tiene como único objetivo ‘la reproducción de relaciones de producción’: gobierna” (Bidet, 2006: 15). Para una profundización de este tema, ver el triple sentido que da Foucault a la categoría de “gubernamentali-dad” en Seguridad, territorio, población (2006: 136-137).

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La idea de un Estado mínimo y una gubernamentalidad máxima2 supone la inversión que el neoliberalismo hace del par conceptual Estado-mercado. Es decir, el mercado ya no será el principio de limita-ción del Estado sino el principio de su organización y regulación. De este modo, se pasa de una perspectiva en la cual el mercado está bajo la vigi-lancia del Estado a la concepción neoliberal en la que el Estado se encuentra bajo la vigilancia del mercado. Por lo tanto, se ve que con el neoliberalismo no se trata del resurgimiento de las viejas ideas de la eco-nomía liberal que pretendían liberar la economía sino de otra cuestión bastante diferente; pues, según Foucault, la novedad del neoliberalismo reside en la cuestión acerca de la posibilidad de la extensión del poder concreto de formalización del mercado hacia la esfera estatal y social (Foucault, 2007: 150). Precisemos con más detalle dicha cuestión.

En primer lugar, el mercado deja de ser concebido como lugar de intercambio vigilado por el gobierno3 para pasar a ser considerado como lugar de competencia, cuya esencia ya no se encuentra en la equivalencia (que es la condición de posibilidad del intercambio) sino en la desigualdad, caracterizada por Foucault como la condición de ser “igualmente desiguales”. En segundo lugar, se produce un despla-zamiento desde la perspectiva “naturalista” del laissez-faire hacia una concepción formal de la competencia como eidos4 en sentido husser-liano, por ejemplo, como un principio de formalización y como esen-cia que posee una lógica interna y una estructura propia que, si se la respeta, producirá sus efectos (Foucault, 2007: 153). De este modo, se pasa de la idea de un juego natural5 entre individuos, intereses y

2 Respecto de este punto, cabe mencionar la interpretación que hace Lemke de la gubernamentalidad neoliberal: “El análisis de Foucault sobre la gubernamentali-dad neoliberal muestra que el llamado ‘repliegue del Estado’ es en realidad una prolongación del gobierno; el neoliberalismo no es el fin de la política sino una transformación de ella que reestructura las relaciones de poder en la sociedad” (Lemke, 2006: 16).

3 Foucault señala el cambio en la concepción que Bentham tiene del panoptismo, por el cual este deja de ser una mecánica regional limitada a instituciones para pasar a ser “la fórmula misma de un gobierno liberal” (Foucault, 2007: 89). En este sentido, Bentham puntualiza como la única forma de intervención la vigilancia sobre la mecánica general “de los comportamientos, de los intercambios, de la vida econó-mica” (Foucault, 2007: 89).

4 Por reducción eidética Husserl entiende toda suspensión de lo que puede ser indivi-dual y contingente en el fenómeno mostrado, ya sea por intuición empírica o por imágenes de la fantasía, sólo así podremos llegar a captar la esencia del fenómeno. De ahí, también, la familiaridad con la dimensión trascendental kantiana. Por tanto, de lo que se trata es de captar la esencia del mercado.

5 Seguimos en este punto la interpretación de Wendy Brown, quien señala que la dis-tinción fundamental entre liberalismo y neoliberalismo reside en el desplazamiento

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comportamientos al concepto de competencia como juego formal entre desigualdades que “sólo aparecerá y producirá sus efectos de acuerdo con una cantidad de condiciones que habrán sido cuidadosa y artificialmente establecidas” (Foucault, 2007: 153). Por lo tanto, como la competencia pura no es un dato natural sino el resultado de la implementación de una serie de dispositivos y de una política acti-va, ella juega el papel de objetivo histórico principal que el nuevo arte neoliberal de gobierno se propone alcanzar. Es así que se produce un desplazamiento en la concepción del arte de gobernar, pues en el neo-liberalismo ya no se tratará de la exigencia de “menos gobierno” como en el liberalismo clásico6, sino de un “gobierno para el mercado”, es decir, el objetivo será la producción activa de la competencia:

Habrá, por lo tanto, una suerte de superposición completa de la política gubernamental y de los mecanismos de mercado ajusta-dos a la competencia. El gobierno debe acompañar de un extre-mo a otro una economía de mercado [que] constituye el índice general sobre el cual es preciso poner la regla que va a definir todas las acciones gubernamentales (Foucault, 2007: 154).

Para comprender con mayor profundidad este pasaje del liberalismo al neoliberalismo en la tradición alemana, un paso obligado será ahondar en el tránsito que lleva desde Kant, como paradigma logrado del Estado de derecho liberal fundado en principios trascendentales, a la formula-ción del mercado legitimado por la fundamentación trascendental de la idea de competencia. Hecho que se complementa con la reducción del método fenomenológico husserliano, pues la reducción eidética aplica-da al mercado implica hacer abstracción de las notas accidentales de este hasta arribar a su propia esencia que es también la categoría de competencia. Desarrollemos esta cuestión.

desde una concepción naturalista del mercado y del comportamiento económico racional a una teoría que considera que el mercado y las conductas económicas de los sujetos deben ser construidas, sostenidas y protegidas por un conjunto de leyes y por la intervención gubernamental tendientes a la difusión de determinadas nor-mas sociales que las faciliten y fomenten (Brown, 2004: 3-4).

6 Si bajo el neoliberalismo se trata de una gubernamentalización máxima supuesta por la idea de mercado como artificio, por el contrario, bajo la gubernamentalidad liberal, como afirma Le Blanc, la cuestión es la del gobierno mínimo como correlato del supuesto naturalista: “Gobernar lo menos posible es, efectivamente, dejar que los fenómenos propios de una población se desplieguen por sí solos. La nueva guber-namentalidad [liberal] implica el reconocimiento de la naturalidad de la población. Por eso, la nueva razón gubernamental no se esfuerza por deshacer la normalidad de las principales formas de una población. Vela, al contrario, por el respeto de su completa realización” (Le Blanc, 2008: 199).

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De la idea de Estado de derecho a la idea de mercado de competencia pura

Kant parte del Estado como Estado de derecho y, en este aspecto, la dimensión jurídica alcanza su punto máximo. Asimismo, habría que agregar que Kant piensa la esfera del derecho no sólo en términos for-males sino también trascendentales, o mejor dicho, son los principios trascendentales los que constituyen al Estado como Estado de dere-cho. Por otro lado, el derecho para Kant procederá del ámbito de la pura razón, haciendo abstracción de las posibles inclinaciones, al tiempo que es una regulación de las mismas. Sin embargo, será este mismo juego de las inclinaciones, objetivadas en la competencia y en la insociable sociabilidad, las que también darán razón al Estado y a las relaciones entre los Estados. Pues, como señala Foucault, Kant no puede prescindir del naturalismo como garantía de la paz perpetua7 (2007: 77).

Para el filósofo de Königsberg, la condición civil como Estado jurídico se basa en los siguientes principios a priori: la libertad de cada miembro de la sociedad, en cuanto hombre; la igualdad entre los mis-mos y los demás, en cuanto súbditos; y la autonomía de cada miembro de una comunidad, en cuanto ciudadano.

Kant enfatiza que estos tres principios no son dados por el Estado ya constituido, sino que son principios por los cuales el Estado como Estado de derecho tiene existencia, legitimidad y efectividad.

Profundicemos en cada uno de ellos aunque sólo acotando nues-tra hermenéutica de los mismos en lo que guarda relación con nuestro tema.

7 Es relevante explicitar cómo para Kant por medio de la dinámica natural de la inso-ciable sociabilidad –pues “el hombre quiere la concordia; pero la Naturaleza sabe mejor lo que le conviene a la especie y quiere discordia” (1999a: 46-48)– los hombres se convencerán de la importancia de generar Estados republicanos y consecuente-mente desplazar el fenómeno de la guerra para fomentar los vínculos comerciales que, como señala Foucault, “recorren el mundo, así como la naturaleza quiso y en la medida misma en que quiso que el mundo entero estuviese poblado, y esto consti-tuirá el derecho cosmopolita o el derecho comercial. Y este edificio del derecho civil, derecho internacional, derecho cosmopolita no es otra cosa que la recuperación por parte del hombre, con la forma de obligaciones, de lo que había sido un precepto de naturaleza […] la paz perpetua está garantizada por naturaleza […] La garantía de la paz perpetua es, en efecto, la planetarización comercial” (Foucault, 2007: 77). En relación con esta cuestión, ver también Rabossi (1995). Como puede notarse, a esta concepción kantiana subyace la idea de historia forjada por Constant (1988), de larga tradición en el liberalismo, referida a que las posibles ventajas generadas por la guerra se potenciarán mejor en los vínculos comerciales con el beneficio de no sufrir, como en la guerra, ninguna trágica desventaja. Por otra parte, tal reemplazo se funda en lo que Kant denomina “el secreto plan de la Naturaleza” (2007: 57).

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La libertad de cada miembro de la sociedad, en cuanto hombre

El postulado de la libertad8 es tal vez una de las nociones más impor-tantes de la cosmovisión kantiana. Tal postulado no sólo es fundante para la vida moral, sino también y con la misma fuerza para la dinámi-ca jurídico-política e incluso económica. Una auténtica constitución debe partir de dicho axioma y, en esta perspectiva, el terreno de la libertad alcanza una pluralidad de matices: libertad de pensamiento, religión, libertad comercial, etcétera.

Kant expresa el principio de la libertad en los siguientes términos:

Nadie me puede obligar a ser feliz según su propio criterio de felicidad (tal como se imagina el bienestar de otros hombres), sino que cada cual debe buscar esa condición por el camino que se le ocurre, siempre que al aspirar a semejante fin no perjudique la libertad de los demás, para lograr así que su libertad coexista con la de los otros, según una posible ley universal (es decir con el derecho de los demás) (Kant, 1964: 159).

Kant entiende por felicidad la sumatoria de las inclinaciones y como tal pertenecientes a la dimensión de lo empírico y subjetivo. Por tanto, sería ilegítimo establecer una ley general en materia de felicidad, pues cada quien es libre de interpretarla y realizarla a su manera. Asimismo, la felicidad de los individuos no debe ser objeto de derecho o legisla-ción, sobre todo porque “cuando el soberano quiere hacer feliz al pue-blo según su particular concepto, se convierte en déspota; cuando el pueblo no quiere desistir de la universal pretensión humana a la felici-dad, se torna rebelde” (Kant, 1964: 174).

Para Kant sólo un gobierno despótico asumiría el rol de legislar sobre finalidades empíricas. Aquí puede apreciarse cómo Kant asume cierta tradición republicana en cuanto hace jugar la contraposición entre república, equiparable a Estado de derecho o Estado patriótico y Estado despótico o paternal. El fundamento de un estado patriótico es el dejar hacer libremente a los individuos en tanto sujetos de inclina-ciones naturales9. En otros términos, hay una dimensión privada del

8 El postulado de la libertad es considerado por nuestro filósofo como un derecho inalienable de la naturaleza humana, un derecho intrínseco del concepto de hom-bre en tanto hombre.

9 En este punto es preciso recordar que Foucault señala como uno de los rasgos salien-tes del liberalismo el hecho de concebir al individuo como un sujeto de interés, es decir, como un átomo irreductible e insondable de deseos e intenciones intransmisi-bles. En efecto, según Foucault, “ese principio de una elección individual, irreducti-ble, intransmisible, ese principio de una elección atomística e incondicionalmente referida al sujeto mismo, es lo que se llama interés” (2007: 313). Esta noción de

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hombre que la política no puede entromenterse e incluso debe legiti-marla: “Al miembro de la comunidad en cuanto hombre le correspon-de este derecho de la libertad, puesto que es un ser capaz de derecho en general” (Kant, 1964: 161).

De este modo, es digno de apreciar cómo la idea de comunidad kantiana se reviste de un sentido de heterogeneidad que supone el res-peto a una esfera económica considerada como natural. En este aspec-to, la distancia con el neoliberalismo es radical, pues en este no se tratará de respetar lo dado de la esfera de las libertades individuales, las inclinaciones que por definición son naturales, sino de la producción activa de libertades, inclinaciones y modos de cálculo económico que funcionen como condiciones de posibilidad para la realización de la idea de mercado.

En resumen, mientras el liberalismo implica un corrimiento del Estado para dejar hacer a sujetos que, siguiendo sus inclinaciones natu-rales bajo una metafísica del egoísmo sabio10, confluirán hacia un inte-rés en común (la mano invisible de Adam Smith11), suponiendo una lógica del intercambio; el neoliberalismo, en cambio, refutará la inge-nuidad naturalista a partir de asumir como tarea la reducción eidética husserliana que aplicada a la economía permitirá arribar al mercado de competencia perfecta en tanto esencia. En efecto, como señala Foucault en Nacimiento de la biopolítica:

La competencia es una esencia. La competencia es un eidos. Es un principio de formalización. Tiene una lógica interna; se trata de alguna manera, de un juego formal entre desigualdades. No es un juego natural entre individuos y comportamientos (2007: 153; énfasis propio).

En este sentido, es evidente el desplazamiento que se da desde la con-cepción kantiana del Estado de derecho en términos trascendentales y como ideal regulativo hacia la idea neoliberal de mercado de compe-tencia perfecta que asume ahora un carácter trascendental y funciona como ideal regulativo. Pues, como señala Foucault:

La competencia como lógica económica esencial sólo aparecerá y producirá sus efectos de acuerdo con una cantidad de condiciones

interés, acuñada por Locke y luego desarrollada por Hume, es precisamente la que da la tonalidad a la referencia kantiana a la libertad en cuanto hombre.

10 El egoísmo sabio es una categoría recurrente en la tradición liberal, incluso Hegel, asumiendo ciertos aspectos liberales, le otorga a la misma el lugar fundante en el sis-tema de necesidades y el primer paso hacia la universalización (Hegel, 2004: §183).

11 Para una lectura crítica de la interpretación foucaultiana de la mano invisible en Smith y los neoliberales, ver Tellmann (2009).

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que habrán sido cuidadosamente y artificialmente establecidas. Es decir que la competencia pura no es un dato primitivo. No puede ser sino el resultado de un prolongado esfuerzo, y, en rigor, jamás podrá alcanzarse. La competencia pura debe y no puede ser más que un objetivo, un objetivo que supone, por consiguien-te, una política indefinidamente activa. Se trata, por lo tanto, de un objetivo histórico del arte gubernamental; no es un dato de la naturaleza que sea necesario respetar (2007: 153).

La igualdad en cuanto súbditos

Como explica Kant, “su fórmula sería la siguiente: cada miembro de la comunidad tiene, con respecto de los demás, derecho de coacción, del que sólo se exceptúa el jefe de la misma” (1964: 160). Dicha fórmula explicita el rol central del soberano, aunque es necesario recordar que en el caso de Kant su modelo es una monarquía constitucional, y la posibilidad que tienen los súbditos de recurrir a la coacción, mediante la autoridad pública.

En relación con la temática de la igualdad, creemos que en este punto puede juzgarse a Kant como uno de los grandes pensadores de la burguesía, en tanto esta igualdad del súbdito ante la ley convive perfec-tamente bien con la desigualdad de las distintas posiciones y posesio-nes de la sociedad civil:

Pero esa igualdad de los hombres dentro del Estado, en cuanto súbditos del mismo, convive perfectamente bien con la mayor desigualdad dentro de la multitud y el grado de propiedad, sea por ventajas corporales o espirituales de un individuo sobre los demás, o por bienes externos referidos a la felicidad (1964: 160).

La cita antedicha refleja los matices más liberales de su pensamiento e incluso su punto más cercano de coincidencia con el pensamiento neo-liberal. No obstante, lo que en el liberalismo en general, y el kantiano en particular, se conceptualiza en términos de convivencia, hasta de una exigencia de la razón misma, en el neoliberalismo dicho equilibrio entre igualdad y desigualdad se rompe, en tanto en la impronta neoli-beral es la desigualdad la que se mienta como categoría estructural.

Asimismo, mientras que en el caso kantiano se asegura una igualdad formal objetivada en el derecho que limita lo tuyo de lo mío, en el neoliberalismo, el derecho, que sigue pensándose en términos formales, de reglas de juego, debe garantizar, por medio de lo que se denomina una política de marco, las desigualdades que funcionan como la condición de posibilidad para la existencia del mercado. Es decir, la política de marco actúa, en términos de Foucault, “sobre datos

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previos que no tienen un carácter económico directo, pero condicio-nan una eventual economía de mercado” (Foucault, 2007: 173).

Como hemos precisado anteriormente, el camino de la igualdad está asegurado por la lógica de una legalidad formal que posibilita y garantiza la transparencia competitiva de todos a la vez que se sostiene sobre una base de desigualdades previa y minuciosamente instauradas. Por el contrario, para Kant, el problema de la desigualdad –que por otra parte no es un problema– se ubica dentro de la esfera de la sociedad civil y encuentra legitimación en las propias diferencias naturales:

De tal manera, el hecho de que alguien tenga que obedecer (como el niño al padre o la mujer al varón) y otro mandar; la cir-cunstancia de que uno sirva (como jornalero) y el otro pague el salario, etc.; depende mucho de la salud de la voluntad del otro (del pobre con respecto al rico). Pero, según el derecho […] todos son, en cuanto súbditos, iguales entre sí (1964: 161).

Como podemos apreciar, dicha cita evidencia uno de los núcleos fun-dantes de la lógica burguesa. La pobreza y la necesidad de la venta de la fuerza de trabajo en aras de la mera supervivencia no es un problema del sistema normativo que ofrece criterios de igualdad de competencia, justamente haciendo abstracción empírica de las posibles diferencias que recaen sobre los individuos12.

A riesgo de malinterpretar a Kant, es evidente que el pobre, el indi-gente, se constituye como tal sólo por sus propias capacidades, o mejor dicho, por sus incapacidades ante una lógica o dinámica social que se presenta limpia de toda culpa y cargo13, pero el Estado supone la des-igualdad como algo natural que, como anteriormente sostuvimos, con-vive con la igualdad formal. En cambio, en el neoliberalismo se apuesta a la producción y perpetuación de una población flotante que constituye, “para una economía que ha renunciado justamente al objetivo del pleno

12 No olvidemos que uno de los supuestos básicos del contractualismo es pensar a los contractuales desde la idea de igualdad y homogeneidad, requisitos necesarios de toda lógica de mercado entendido como lugar de intercambio.

13 Cabe adelantar aquí algo que a posteriori analizaremos en detalle. Podemos afirmar que el supuesto de Kant que posibilita que la responsabilidad caiga del lado del pobre es que por la impronta epocal de la ilustración se asume la creencia de que todos podrán llegar a ocupar los lugares sociales que les correspondan según su mérito, talento, suerte o esfuerzo. Por el contrario, bajo un horizonte epocal signado por la caída del Estado de Bienestar y el supuesto de la imposibilidad de una socie-dad de pleno empleo, la pobreza se entiende desde una dimensión estructural más allá de las intenciones e iniciativas de los individuos. No obstante, el neoliberalismo apelará a la teoría de capital humano para encubrir este carácter estructural, sin el cual no podrá funcionar la economía de mercado.

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empleo, una reserva constante de mano de obra a la que llegado el caso se podrá recurrir, pero a la que también se podrá devolver a su estatus en caso de necesidad” (Foucault, 2007: 247). Por lo tanto, consideramos –más allá de la aseveración de Harvey respecto de que “los efectos redis-tributivos y la creciente desigualdad social han sido un rasgo tan persis-tente de la neoliberalización como para poder ser considerado un rasgo estructural de todo el proyecto” (Harvey, 2007: 23)– que el carácter estructural de la desigualdad no se deriva de su existencia empírica repe-tida sino que tiene un sentido lógico y ontológico.

La autonomía de un miembro de la comunidad, en cuanto ciudadano, es decir, como colegislador

Todo derecho depende de leyes. Pero una ley pública que determi-ne, en todos los casos, lo que debe serle permitido o prohibido al ciudadano es el acto de una voluntad igualmente pública; de ella emana todo derecho y nadie puede violentarla (Kant, 1964: 164).

La voluntad unificada del pueblo es para Kant una idea a priori de la razón y no puede ser interpretada desde la regla de la mayoría, pues supondría una referencia empírica o histórica en lo que atañe a quien encarne esa mayoría. Por ende, esta voluntad general como autoridad legislativa no supone que a los ciudadanos se les asigna la tarea de legislar. Desde esta óptica, surge el núcleo de la teoría política represen-tativa kantiana, lo que en términos del filósofo podemos denominar “la representación del como si”, en tanto el legislador crea y decreta las leyes como si estas emanaran de una voluntad general.

El requisito esencial para convertirse en ciudadano será explici-tado por Kant a partir del criterio de propiedad, es decir, sencillamente ser propietario. No obstante, el filósofo parte de un criterio amplio de propiedad, siendo también propietarios aquellos que son portadores de un arte, oficio o ciencia.

El criterio fundamental de exclusión de la ciudadanía –además del criterio “natural” de exclusión de ser niño o mujer– se fija en la necesidad de subsistencia dada por la venta de la fuerza de trabajo; pues quien necesita servir a un particular pierde justamente su carácter de autar-quía, siendo esta una de las notas esenciales del concepto de ciudadanía. Esta es la razón por la cual Kant afirma que es necesario que el ciudada-no no sirva más que a la comunidad; este es un aspecto muy importante, dado que el artesano puede intercambiar su propio producto al interior de una comunidad que se piensa, también, como conjunto de sujetos que intercambian sus propiedades y bienes en el mercado naciente, en cam-bio el jornalero es aquel que sólo puede vender su fuerza de trabajo a un particular, y por tanto carece del elemento de autarquía.

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También con respecto a la ciudadanía, Kant se enfrenta a la cos-movisión estamental, en tanto todos los ciudadanos tendrían derecho a un solo voto, tanto el pequeño propietario como el terrateniente. Por ende, el criterio deja de ser cuantitativo para pasar a ser cualitativo: “Luego, para la legislación, el número de los capaces de votar no ha de juzgarse por la magnitud de las posesiones, sino por la inteligencia de los propietarios” (Kant, 1964: 166).

En resumen, lo relevante es que para Kant y el liberalismo la dimensión de la representación se juega exclusivamente en un ámbito político, más allá de que la relación entre lo político y lo económico es relativamente estrecha. Veamos qué acontece en este aspecto en el caso del neoliberalismo alemán en lo que respecta a la representación.

El ordoliberalismo alemán surge hacia 1948 en el contexto de la reconstrucción del Estado alemán de posguerra y en torno a la disputa de la representación legítima del pueblo por parte del Estado. En este sentido, para los ordoliberales se tratará de vaciar de legitimidad la representación política ejercida por el nacionalsocialismo a la vez que se pretenderá desresponsabilizar al pueblo alemán para sostener la vigencia de la soberanía de Alemania. El objetivo táctico perseguido se apoyará en el intento de establecer que “el Estado nazi quedó y está retrospectivamente despojado de sus derechos de representatividad, o sea que no se puede considerar que lo que hizo lo hizo en nombre del pueblo alemán” (Foucault, 2007: 104). Este juicio se fundamenta en el principio más general según el cual “sólo un Estado que reconoce la libertad económica y, por consiguiente, da cabida a la libertad y las responsabilidades de los individuos puede hablar en nombre del pue-blo” (Foucault, 2007: 104). En este punto, podemos ver en el neolibera-lismo la herencia de la tradición kantiana, según la cual la voluntad general no puede comprenderse desde una lógica cuantitativa, empíri-ca o histórica, sino sólo a partir del respeto de los principios a priori trascendentales.

Sin embargo, si Kant se pregunta por el terreno de la represen-tación política siendo su interlocutor la lógica feudal –y de ahí su anhelo de fundar un Estado moderno que se haga cargo de la opinión de la burguesía en expansión–, el neoliberalismo se hará eco del pro-blema de la representación, pero ya no lo planteará en términos polí-ticos sino estrictamente económicos o, mejor dicho, supeditará completamente lo político a lo económico. Como anteriormente refe-rimos, lo trascendental pasa del lado del mercado, no del Estado, o en todo caso el neoliberalismo redefinirá el concepto de Estado de dere-cho e incluso, aunque parezca una contradicción, aceptará cualquier tipo de Estado o, mejor dicho, cualquier forma de gobierno que garantice las reglas de juego para el funcionamiento de una econo-mía de competencia pura. Al respecto, bastaría, para dar razón de lo

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antedicho, mencionar la última dictadura en la Argentina con el plan económico de Martínez de Hoz14 y su prolongación democrática en la década del noventa15.

Asimismo, si los neoliberales se sienten herederos de cierta tradi-ción kantiana, no obstante, no hay que perder de vista los horizontes epocales de inscripción de Kant y los neoliberales, justamente para no correr el riesgo de interpretar categorías teóricas que en el filósofo ale-mán tienen ciertos sentidos y en el neoliberalismo se recargan de otros, como es por caso la búsqueda de una gubernamentalidad liberal previa a la emergencia del Estado de Bienestar y la construcción de una guber-namentalidad que pretende reemplazarlo.

Recordemos que Kant es partidario del despotismo ilustrado, que expresa acabadamente en su ensayo “¿Qué es la Ilustración?” (1999b) al identificar la figura del monarca Federico II con la Ilustración misma. De hecho, Kant está pensando en la impotencia de Alemania para llevar a cabo su revolución burguesa y, en tal sentido, toma a Estados Unidos y a Francia como modelos ejemplares de burguesías en expansión. Basta con pensar en la formulación de sus principios a priori del derecho –libertad, igualdad y autonomía– en relación con los derechos de ciudadanía proclamados en la Revolución Francesa para verificar tal afirmación.

Para nuestro pensador, Alemania sigue presa de un sistema medieval, tanto en la forma de pensamiento como en su práctica social. Por esta razón, comienza su ensayo preguntándose qué es la Ilustración. Pregunta que contesta categóricamente como la liberación del hombre de su culpable incapacidad. Una incapacidad que puede resumirse por el hecho de no ejercer la razón autónomamente. “Ten el valor de servir-te de tu propia razón”, enfatiza Kant como el lema de la Ilustración, lema que refleja no sólo su aspecto teórico sino también práctico e incluso militante. Una confianza en una razón que está dispuesta a fijarse sus propios límites, no sólo en el campo de lo gnoseológico al renunciar al conocimiento de lo metafísico o de lo absoluto, sino tam-bién en diseñar una ingeniería racional que ponga límites a la irracio-nalidad política, tanto en su deconstrucción medievalista como en su versión maquiaveliana.

14 Sobre el comienzo de las políticas económicas neoliberales en la Argentina durante el proceso militar de 1976-1983, ver el libro de Novaro y Palermo (2006), fundamen-talmente el aparado “Martínez de Hoz acelera el paso” (pp. 220-230), en el cual se desarrolla el punto al que aquí hacemos mención.

15 En este sentido, ver Harvey (2007), especialmente el apartado “El derrumbe argen-tino” (pp. 115-118).

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Por otra parte, con respecto a la práctica social, Kant necesita terminar con todo tipo de prerrogativa estamentaria y pensar lo que en términos marxianos podemos denominar clase social; así lo expresa nuevamente valiéndose de una fórmula:

A cada miembro del ser-común le pertenece la posibilidad de alcanzar gradualmente cierta condición (adecuada a un súbdito) que lo capacite para desplegar su talento, aplicación y felicidad; y los otros súbditos no deben salirle al camino con prerrogativas hereditarias (como si fuesen privilegiados de cierta clase), opri-miéndolos, tanto en cuanto individuos como en la posteridad de los mismos (Kant, 1964: 161).

Por tanto, el nacimiento no puede constituir ninguna prerrogativa de derecho y mucho menos ningún privilegio innato. Una vez rota la noción de estamento, la jerarquía social cobra dinamismo y ya pode-mos hablar de una burguesía que ha madurado.

Por otro lado, respecto del horizonte epocal de surgimiento del ordoliberalismo, Foucault explicita que se trata de fundar la legitimi-dad del Estado sobre nuevas bases:

[Por su particular circunstancia histórica] no es posible, desde luego, reivindicar, para una Alemania que no está reconstruida y un Estado alemán que es preciso reconstruir, derechos históricos que la historia misma ha declarado caducos. No es posible reivin-dicar una legitimidad jurídica, en la medida que no hay aparato, no hay consenso, no hay voluntad colectiva que pueda manifes-tarse en una situación en que Alemania, por un lado, está dividi-da y, por otro, ocupada. Por lo tanto, nada de derechos históricos, nada de legitimidad jurídica para fundar un Estado alemán (Foucault, 2007: 104).

A partir de esta doble imposibilidad, los ordoliberales harán jugar a la libertad económica el papel de fundamento e incentivo para la forma-ción de una soberanía política legítima. De este modo, la instauración de un marco institucional cuya función se limite a crear un espacio de libertad económica en el cual los individuos acepten libremente jugar el juego del libre mercado dará la posibilidad, apoyada en esta misma aceptación, de fundar la adhesión a las decisiones que se tomen para asegurar la libertad económica. Por lo tanto, la economía se erigirá en la instancia creadora de la legitimación del Derecho Público y del con-senso político permanente que surgiría de todos los agentes que actúan dentro de su órbita. Así, para el neoliberalismo alemán se tra-tará de la fundación de la representación del pueblo sobre la base del

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consentimiento de la población económica16. En efecto, todos los agen-tes económicos que componen dicha población económica, aceptan-do el juego económico de la libertad, producen a partir de ello el consenso político. En este aspecto puede verse el desplazamiento que se produce respecto del tercer principio kantiano, pues mientras que para Kant el sujeto propietario identificado con el concepto de autar-quía era el punto de apoyo del estatus ciudadano, para los ordolibera-les la cuestión de la ciudadanía se sitúa en una posición marginal, pues lo que existe es un consenso implícito respecto de la legitimidad de las reglas de juego. Consenso que descansa en la adhesión de hecho al juego de la libertad económica, producida por el marco institucional e independiente de cualquier voluntad ciudadana.

Aquí puede apreciarse cómo la formalización de la sociedad en términos de empresa y posteriormente de capital humano, con la aparición del anarcocapitalismo, puede ir en detrimento de la lógica política de la ciudadanía. En este punto se revela como uno de los grandes problemas de la teoría política contemporánea, que ya se hace presente fuertemente en el siglo xx con Schmitt17 y Arendt18, el

16 Respecto de la cuestión del desdoblamiento del pueblo en población interpretado a partir de una perspectiva biopolítica que pretende prolongar el análisis de Foucault, ver Agamben (2002b: 82-86).

17 En “El concepto de lo político”, el jurista alemán, afirma –adelantando lo que más tarde Foucault caracterizará bajo el concepto de biopolítica– lo siguiente respecto del modo en que bajo el liberalismo la función de exclusión y abandono se ejerce mediante la matriz de la gestión administrativa: “La sociedad que funciona según cánones económicos tiene medios suficientes para excluir de sí a quien sucumbe o no logra éxito en la competencia económica, o incluso al mero ‘perturbador’, y puede volverlo no peligroso de modo ‘pacífico, no violento’: dicho en términos con-cretos, puede hacerlo morir de hambre si no se resigna espontáneamente. A un sis-tema social puramente cultural o civilisé no le faltarán por cierto ‘disposiciones sociales’ para liberarse de amenazas indeseadas o de un desarrollo no querido. Pero ningún programa, ningún ideal, ninguna norma atribuye un derecho de disposición sobre la vida física de otros hombres” (Schmitt, 2004: 196). Recordemos que en Defender la sociedad Foucault caracterizaba el pasaje de la soberanía al biopoder a través de la inversión que lleva desde el poder soberano de hacer morir o dejar vivir al poder biopolítico de hacer vivir y abandonar a la muerte (Foucault, 2000a: 218-220). Para un análisis minucioso –y con una explícita resonancia schmittiana y foucaultiana– de la categoría de “abandono”, ver Agamben (2002a: 40-42).

18 En La condición humana, Hannah Arendt caracteriza la emergencia de la sociedad y la administración económica de la misma en términos muy cercanos, como apunta Agamben (2002a), a los que aquí tratamos cuando nos referimos a Foucault: “Como sabemos por la más social forma de gobierno, esto es, por la burocracia (última etapa de gobierno en la nación-Estado, cuya primera fue el benevolente despotismo y absolutismo de un solo hombre), el gobierno de nadie no es necesariamente no-gobierno; bajo ciertas circunstancias, incluso puede resultar una de sus versiones más crueles y tiránicas. Es decisivo que la sociedad, en todos sus niveles, excluya la

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agotamiento liberal de la política subsumida en el paradigma de la administración.

Si bien en el paradigma neoliberal la expansión de la administra-ción y la economía sobre la política parece ser hasta una cuestión de sentido común, no deja de ser sugerente, en relación con el concepto de gubernamentalidad foucaultiana, la observación de Lemke:

Cuando se adopta la perspectiva de la gubernamentalidad, es posible desarrollar una forma dinámica de análisis que no se limita a enunciar el “repliegue de la política” o el “predominio del mercado” sino que decodifica el tan mentado “fin de la política” como un programa político. La crisis del keynesianismo y el des-guace de las formas de intervención encarnadas en el Estado de Bienestar no conlleva tanto una pérdida de la capacidad del Estado para gobernar sino una reestructuración de las tecnolo-gías de gobierno (Lemke, 2006: 14).

Por ende, se puede ver que con el surgimiento de la gubernamentalidad del neoliberalismo alemán nos encontramos en el campo abierto por la cuestión soberana de la constitución del Estado, en cuya raíz debe estar la economía. A diferencia del liberalismo clásico que, en el marco de la Razón de Estado, se había planteado como el modo de limitación inter-na del gobierno para dar lugar a la libertad económica dentro del Estado preexistente, por el contrario, en el neoliberalismo la cuestión es la inversa en tanto que se parte de un Estado inexistente que habrá que hacer existir a partir del espacio no estatal de la libertad económica (ver Foucault, 2007: 109). Pero ese hacer existir es justamente el objetivo por excelencia de la gubernamentalidad neoliberal.

posibilidad de acción, como anteriormente lo fue de la esfera familiar. En su lugar, la sociedad espera de cada uno de sus miembros una cierta clase de conducta, mediante la imposición de innumerables y variadas normas, todas las cuales tien-den a ‘normalizar’ a sus miembros, a hacerlos actuar, a excluir la acción espontánea o el logro sobresaliente” (Arendt, 2008: 51). Por otra parte, respecto de la relación excluyente entre administración y libertad, Arendt afirma: “Una victoria completa de la sociedad siempre producirá alguna especie de ‘ficción comunista’, cuya sobre-saliente característica política es la de estar gobernada por una ‘mano invisible’, es decir, por nadie. Lo que tradicionalmente llamamos Estado y gobierno da paso aquí a la pura administración, situación que Marx predijo acertadamente como el ‘debi-litamiento del Estado’, si bien se equivocó en suponer que sólo una revolución podría realizarlo, y más todavía al creer que esta completa victoria de la sociedad significaría el surgimiento final del ‘reino de la libertad’” (Arendt, 2008: 55). Sobre el intento de articular los desarrollos teóricos de Arendt y Foucault, ver Agamben (2002a: 11-12).

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Hacia la antropología del capital humano y la judicialización de lo social y lo político

Retomando la cuestión de la desigualdad social es preciso recordar que mientras para Kant la igualdad de los súbditos ante la ley tenía como correlato el dejar hacer y garantizar el juego de las desigualdades natura-les y la diversidad de intenciones subjetivas en el espacio económico y social del intercambio, para los teóricos neoliberales hay aquí un prejui-cio naturalista que será preciso revisar. En efecto, el neoliberalismo qua liberalismo positivo se focalizará en el modo en que tales desigualdades deberán ser construidas, por medio de lo que denominan una “política de marco”, como el fundamento para el correcto funcionamiento del mercado de competencia perfecta. De este modo, mientras en el esque-ma presentado a través del segundo principio kantiano la escisión del hombre en súbdito igual a los demás y homo economicus desigual se apoya sobre una relación de convivencia a partir de la cual la igualdad en cuanto súbdito permite, es decir, deja hacer, al homo economicus enten-dido como sujeto de intercambio; por el contrario, en el neoliberalismo no se tratará ya de un laissez faire a los sujetos de intercambio, a los cua-les se garantiza igualdad ante la ley, sino de la producción activa del homo economicus como sujeto de competencia que funciona como la condición no natural para el pleno desarrollo del juego también artificial del mercado. En este sentido, el neoliberalismo debe producir artificial-mente la desigualdad entre los sujetos económicos entendidos, ahora, no como sujetos de intercambio sino de competencia.

La práctica gubernamental neoliberal implica un tipo de inter-vención mediante acciones ordenadoras que se dirigen a las condicio-nes estructurales del mercado, sus condiciones de existencia, como hemos indicado, el marco. El Estado tiene como ámbito propio de su intervención ordenadora la disposición de dicho marco que abarca todo aquello que determina la vida económica y que sufre sus efectos. Así, la intervención sobre el marco es tal que pretende afectar no directamente a la economía sino a los seres humanos y sus necesida-des, los recursos naturales, la población activa e inactiva, la organiza-ción política y las estructuras mentales. De este modo, una política de marco consiste en “actuar sobre datos previos que no tienen un carác-ter económico directo, pero condicionan una eventual economía de mercado” (Foucault, 2007: 173). Por lo tanto, la intervención neolibe-ral no es una intervención directa sobre la economía sino que es esen-cialmente una intervención biopolítica19 sobre las condiciones que

19 Foucault sostiene que la condición de posibilidad para comprender la emergencia de la biopolítica reside en el estudio previo de la racionalidad gubernamental que, para el pensador francés, se hace presente en el liberalismo. Cabe señalar que

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hacen al buen funcionamiento de una economía de mercado. Como bien señala Foucault:

En definitiva, la intervención gubernamental debe ser o bien discreta en el nivel de los procesos económicos mismos o bien, por el contrario, masiva cuando se trata de ese conjunto de datos técnicos, científicos, jurídicos, demográficos –sociales, en térmi-nos generales– que ahora serán cada vez más el objeto de la inter-vención gubernamental (Foucault, 2007: 174).

De aquí que, en referencia a la política social, como indica Foucault, para los neoliberales no se tratará de asegurar una determinada forma de vida por medio del mantenimiento del poder adquisitivo de las personas sino del sustento de la mera vida a través de garanti-zar un mínimo vital para aquellos que no puedan asegurar su super-vivencia de modo definitivo y no pasajero (Foucault, 2007: 177). En resumen, para el neoliberalismo no constituye un problema la pobreza relativa, como podría ser el caso de una visión socialista o del Estado de Bienestar, sino la pobreza absoluta, lo que lindaría, en términos de Agamben, con la categoría de nuda vida20. Incluso podríamos afirmar que aquellos que están constituidos como nuda vida de una forma estructural, una no clase, porque no pueden pen-sarse ocupando un lugar en el modo de producción capitalista, sin embargo, no escapan a la omnisciencia del mercado, sino que cum-plirán un papel fundamental al radicalizar los dispositivos del temor social con los que el Estado, o mejor dicho, el gobierno, maximizará su función represiva, sin olvidar que esta no clase (en términos mar-xianos) tiene también una función económica, aunque parezca

Foucault define a la biopolítica a través de la transformación política crucial lle-vada a cabo por la modernidad a partir de la emergencia del sujeto poblacional: “Habría que hablar de ‘biopolítica’ para designar lo que hace entrar a la vida y sus mecanismos en el dominio de los cálculos explícitos y convierte al poder-saber en un agente de transformación de la vida humana […] Pero lo que se podría llamar ‘umbral de modernidad biológica’ de una sociedad se sitúa en el momento en que la especie entra como apuesta del juego en sus propias estrategias políticas. Durante milenios, el hombre siguió siendo lo que era para Aristóteles: un animal viviente y además capaz de una existencia política; el hombre moderno es un animal en cuya política está puesta en entredicho su vida de ser viviente” (Foucault, 2000b: 173).

20 En Homo sacer I, Agamben define a la nuda vida “no como la simple vida natural sino la vida expuesta a la muerte” (2002a: 106). Por otra parte, también señala: “hoy el proyecto democrático-capitalista de poner fin, por medio del desarrollo, a la exis-tencia de clases pobres, no sólo reproduce en su propio seno el pueblo de los exclui-dos, sino que transforma en nuda vida a todas las poblaciones del Tercer Mundo” (Agamben, 2002a: 209).

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paradójico, que gira en torno de la utilidad económica del dispositi-vo de seguridad21.

Ahora bien, como ya hemos mostrado, el sujeto supuesto por la gubernamentalidad neoliberal no es un sujeto económico natural sino que es el producto de una gubernamentalidad activa. Para comprender el modo de constitución del homo economicus supuesto por el neolibe-ralismo debemos comenzar por la teoría del capital humano desarro-llada por los neoliberales norteamericanos.

Si según la filosofía marxiana la abstracción del trabajo de sus variables cualitativas es consecuencia del capitalismo, para el neolibe-ralismo norteamericano esa abstracción descansa en el modo erróneo en que la teoría económica liberal clásica sobre la producción capitalis-ta analizó la dimensión del trabajo para hacer de él un objeto de abs-tracción. El neoliberalismo, por el contrario, procura cambiar el dominio de objetos del análisis económico para analizar “la naturaleza y las con-secuencias de lo que ellos [los neoliberales norteamericanos] llaman decisiones sustituibles, es decir, el estudio y el análisis del modo de asig-nación de recursos escasos a fines que son antagónicos, o sea, fines alternativos, que no pueden superponerse unos a otros […] y el punto de partida y el marco general de referencia del análisis económico deben ser el estudio del modo como los individuos asignan esos recursos esca-sos a fines que son excluyentes entre sí” (Foucault, 2007: 260).

Esta caracterización supone la concepción de la economía como una ciencia de la conducta humana, del comportamiento y la racionalidad

21 En 1975 en una entrevista titulada “De los suplicios y las celdas”, Foucault se refie-re a la prisión como el modo de producción del hampa, del crimen organizado, a partir de una división poblacional guiada por el cálculo económico y político de sus beneficios: “El resultado de esta operación supone a fin de cuentas un enorme beneficio económico y político. El beneficio económico: sumas fabulosas proporcionadas por la prostitución, el tráfico de drogas, etc. El beneficio político: cuantos más delincuentes haya, mejor acepta la población los controles policiales, sin contar el beneficio de una mano de obra asegurada para los sucios trabajos políticos” (Foucault, 1991: 86). Puede apreciarse, entonces, que la estigmatización de un estrato de la población clasificado como “sobrante” reviste una doble utili-dad económica y política en la medida en que, por un lado, se busca la rentabilidad económica de todos aquellos que pasan a formar parte del circuito del mercado informal así como de aquellos que se inscriben en la lógica de la delincuencia y el crimen organizado; mientras que por otro, estos últimos no dejan de ser altamen-te útiles políticamente en tanto agentes privilegiados para la introducción de los dispositivos de despolitización y docilización política de la población en general y de ellos mismos en particular, ya que no serán agentes políticos sino objeto del dispositivo administrativo-policial. Por otra parte, cabe destacar, para una pro-fundización del análisis de la relación de la privatización del sistema penitenciario en Estados Unidos y el incremento de la taza de encierro de personas, el aporte del artículo de Hamann (2009).

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interna que la guía y, en este sentido, debe situarse en la perspectiva de los agentes económicos. En el caso del trabajo se procurará mostrar el modo en que el trabajador asigna los recursos de que dispone para comprender de qué manera las diferencias cualitativas del trabajo tie-nen un efecto económico. A partir de la definición del salario como la renta de un capital, comprendido como “el conjunto de los factores físicos, psicológicos, que otorgan a alguien la capacidad de ganar tal o cual salario” (Foucault, 2007: 262), el neoliberalismo concibe al traba-jador como un empresario de sí mismo en tanto que el capital es indi-sociable de su poseedor.

Para el neoliberalismo, el homo economicus es un empresario de sí mismo, que es su propio capital, su propio productor y la fuente de sus ingresos (Foucault, 2007: 265) y la economía es la ciencia que debe estudiar, para actuar sobre él, el modo en que ese capital humano se constituye y es acumulado22. En efecto, la intervención biopolítica neo-liberal se dirigirá hacia el modo en que se puede modificar el nivel y la forma de la inversión en capital humano y, como señala Foucault, “se advierte con claridad, en efecto, que hacia ese aspecto se orientan las políticas económicas, pero no sólo ellas sino también las políticas sociales, las políticas culturales, las políticas educacionales de todos los países desarrollados” (2007: 273).

A partir de la universalización de la antropología de la teoría del capital humano, el anarcocapitalismo norteamericano lleva a cabo una generalización absoluta de la forma económica de mercado en todas las esferas de la vida. Esta generalización, que implica “una especie de análisis economicista de lo no económico” (Foucault, 2007: 280), funciona, por un lado, como principio de inteligibilidad tanto de las relaciones sociales como de los comportamientos individuales y, por otro, como un test para la acción gubernamental que erige al mer-cado en tribunal económico permanente frente al gobierno (Foucault, 2007: 284). De este modo, queda invertida la relación establecida por el liberalismo clásico entre mercado y gobierno, en tanto que aquel ya no será el principio de autolimitación de este sino aquello que se vuel-ve contra él. Así, como describe Foucault, se pasa de la demanda al gobierno de “dejar hacer” a “no dejar hacer” al gobierno mismo en nombre de una ley de mercado que funciona como medida de evalua-ción y juicio de la actividad gubernamental (2007: 285). Se instituye, así, lo que Foucault denomina “una suerte de tribunal económico permanente frente al gobierno” (2007: 286). Por otra parte, la guber-namentalización de los individuos ya no será de tipo disciplinario

22 Ver la noción nozickiana de individuos como “empresas en miniaturas” en el artícu-lo de Fernando Lizárraga en este mismo libro.

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sino que recaerá sobre una intervención de tipo ambiental que tiende a la configuración del espacio en que el individuo-empresa asigna sus recursos escasos a fines excluyentes en el marco del juego entre ofer-tas y demandas. En efecto, la identificación del objeto de análisis económico con todo tipo de conducta, sea esta racional o no, tiene como consecuencia la identificación entre economía y modo de con-ducirse, siempre que, como señala Gary Becker23, estas conductas “acepten la realidad”, es decir, como explica Foucault, que “cualquier conducta que responda de manera sistemática a modificaciones en las variables del medio debe poder ser objeto de un análisis económi-co” (2007: 308). Es así que si para el liberalismo clásico el homo econo-micus era el elemento intangible frente al gobierno, es decir, aquel sujeto que no hay que tocar y al que hay que dejar hacer en la medida en que es un sujeto de interés cuyas elecciones son irreductibles e intransferibles, para el neoliberalismo, el homo economicus es aquel sujeto esencialmente gobernable en tanto que es el sujeto de las res-puestas sistemáticas frente a las variables del medio24.

En el número especial destinado a la “gubernamentalidad neoli-beral” de la revista Foucault Studies se hace especial hincapié en la transformación de la concepción antropológica que subyace a este des-plazamiento en la caracterización del homo economicus, mostrando que en la producción de este modo particular de subjetividad radica la cuestión clave para comprender tanto el neoliberalismo como la posi-bilidad de configurar prácticas de resistencias a él. De este modo, Trent Hamann, en su artículo “Neoliberalism, governmentality and ethics” (2009), sostiene que el modo de subjetivación fomentado por el neolibe-ralismo apunta a la creación de un individuo moralmente responsable

23 Como indica Senellart, editor del curso Nacimiento de la biopolítica, en la nota 7 a la clase del 28 de marzo de 1979, Gary Becker en “Irrational behavior and economic theory” (artículo publicado en Journal of Political Economy, de febrero de 1962) sos-tiene lo siguiente: “Aun las unidades de decisión irracional deben aceptar la realidad y no pueden, por ejemplo, sostener una elección que ya no corresponda a su conjun-to de oportunidades. Y esos conjuntos no son fijados ni están dominados por varia-ciones erráticas; antes bien, diferentes variables económicas los modifican de manera sistemática” (citado en Foucault, 2007: 308).

24 En Seguridad, territorio, población, Foucault define al medio y su relación con la población del siguiente modo: “Los dispositivos de seguridad trabajan, fabrican, organizan, acondicionan un medio. […] El medio es una cantidad de efectos masi-vos que afectan a quienes residen en él. […] Y el medio aparece por último como un campo de intervención donde, en vez de afectar a los individuos como un conjunto de sujetos de derecho capaces de acciones voluntarias –así sucede con la soberanía– […] se tratará de afectar, precisamente, a una población. Me refiero a una multipli-cidad de individuos que están y sólo existen profunda, esencial, biológicamente ligados a la materialidad dentro de la cual existen” (Foucault, 2006: 41-42).

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de todos los aspectos de su propia vida, incluso y sobre todo de aquellos que hasta el momento eran considerados responsabilidades sociales en tanto que escapaban al cálculo y a la elección racional de los sujetos. Así, bajo esta gubernamentalidad, el individuo es constituido como el único responsable de su propio éxito o fracaso en su competencia por la acumulación de capital humano. Hamann señala que “lo personal es político” desde que la distinción entre lo público y lo privado está sien-do borrada en las sociedades actuales en que el neoliberalismo aparece como una experiencia cotidiana en el modo de conducirnos en casi todos los aspectos de la vida y marca la centralidad que tiene la consti-tución ética de sí mismo en el contexto de hegemonía neoliberal tomando la distinción foucaultiana entre sujeción (assujettissement) y subjetivación (subjectivation)25. Por lo tanto, desde esta perspectiva, la constitución ética de los sujetos se revela como la apuesta fundamental de una gubernamentalidad neoliberal que apunta a la producción estratégica de las condiciones sociales que se dirigen a la constitución de una forma específica de subjetivación de los individuos como homo economicus. Siguiendo esta línea de interpretación, podríamos decir que tal como se desprende de la lectura foucaultiana de Gary Becker el dispositivo neoliberal de gobierno apunta a la sujeción de los indivi-duos a través de la objetivación de sus conductas, que son codificadas a partir del cálculo racional de costo-beneficio propio del homo econo-micus. Esta sujeción, por su parte, se apoya en los procesos de subjeti-vación individual mediante los cuales los individuos se disponen para la “aceptación de la realidad”, y de sus reglas de juego, creadas de tal manera que en ella los individuos se encuentren expuestos sistemática-mente a las demandas del mercado y a la evaluación permanente de sus opciones en términos de correcto cálculo de costo-beneficio, de riesgo económico y de eficiencia.

En efecto, la tecnología ambiental neoliberal se encarga de dis-poner un medio económico frente al cual los sujetos, para adaptarse a él, deben responder sistemáticamente subjetivándose a sí mismos por medio del imperativo de “aceptación de esta realidad”, para lo cual deben auto-objetivarse incorporando los valores de eficiencia del mer-cado y el cálculo racional de costo-beneficio, desplazando, como seña-la Brown, todas las responsabilidades que antes eran sociales hacia sí mismos y moralizando sus conductas a partir del principio según el cual su éxito o fracaso depende sólo del modo en que han logrado o no acumular suficiente capital humano para afrontar las condiciones

25 Para ahondar en esta distinción entre sujeción y subjetivación, ver Rosemberg y Milchman (2009).

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ambientales que se les presentan26. De este modo, la biopolítica neoli-beral entendida como tecnología ambiental está destinada a fomentar la lógica de la competencia a través de la instalación del mecanismo de la economía de mercado que constriñe las acciones de los sujetos, las instituciones y la población como un todo a conducirse según las reglas económicas que la aceptación de esta realidad dispuesta exige si se pretende el éxito y teniendo en cuenta que el fracaso puede significar poner en riesgo la propia supervivencia.

Por lo tanto, el homo economicus, en tanto que para el neolibera-lismo no es un ser natural que debe ser respetado en su naturalidad misma, es “una forma de subjetividad que debe ser traída al ser y man-tenida a través de mecanismos sociales de subjetivación. […] El ‘hom-bre económico’ es un sujeto que debe ser producido a propósito de formas de saber y relaciones de poder dirigidas a alentar y reforzar las prácticas individuales de subjetivación” (Hamann, 2009: 42).

Parafraseando a Wendy Brown, afirmaremos que este modo de subjetivación que identifica la responsabilidad moral con la acción eco-nómica tiene como efecto la despolitización de los poderes sociales y económicos y la reducción de la ciudadanía a un grado sin precedentes de pasividad política, en la medida en que el individuo forjado a través del dispositivo de competencia es aquel que escoge estratégicamente para sí mismo entre las diferentes opciones sociales, políticas y econó-micas en lugar de actuar con los otros para modificar estas opciones. Asimismo, el cuerpo político ya no sería un cuerpo sino una colección de empresarios y consumidores individuales y el Estado sería aquella institución destinada a contribuir de manera voluntarista, a través de una intervención permanente, a la fabricación del sujeto neoliberal (ver Brown, 2004: 4).

Se comprende, entonces, la centralidad que tiene para la práctica gubernamental neoliberal el fomento de ciertas prácticas de subjetiva-ción individuales a través de prácticas sociales de sujeción que considera a todos los sujetos como “igualmente desiguales” y en las que las diferen-cias sociales aparecen como exclusiva responsabilidad de los individuos y de la acumulación y uso que estos hagan de su capital humano en un contexto atravesado por la competencia y los riesgos. Como señala Hamann, el homo economicus es aquel que aparece como el “principio de su propia sujeción” en la medida en que las condiciones medioambienta-les prescriben biopolíticamente la forma de su subjetividad (2009: 51), siempre y cuando acepte este marco medioambiental como la única

26 Precisamente, contra este desplazamiento de lo moral a la esfera puramente indivi-dual reacciona Rawls al decir que la justicia es la primera virtud, no de los indivi-duos, sino de las instituciones sociales (Rawls, 2000: 17).

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realidad posible. En efecto, así podría comprenderse no sólo la mutación que sufre el panoptismo en la obra foucaultiana, desde diagrama del poder disciplinario a modelo del gobierno liberal, sino también de qué manera funciona como instrumento del gobierno neoliberal en tanto que “describe cómo el sujeto biopolítico disciplinado es construido para internalizar las formas particulares de responsabilidad para sí mismo a través de la práctica de subjetivación” (Hamann, 2009: 53).

En un sentido similar, en el mismo número de Foucault Studies, Jason Read sostiene que el neoliberalismo qua práctica gubernamental es esencialmente un modo de producción de subjetividad que procura constituir a los individuos en capital humano y a la libertad en una forma de sujeción27. Según este autor, el neoliberalismo no es sólo un modo de gobernar los Estados o las economías sino, sobre todo, el modo de gobernar a los individuos y su modo de vida a partir de la construcción de una particular concepción de la naturaleza humana centrada en el concepto de competencia. Este desplazamiento desde el intercambio a la competencia tiene como consecuencia el hecho de que la gubernamentalidad neoliberal opera sobre intereses, deseos y aspi-raciones a partir de actuar sobre las condiciones de las acciones (Read, 2009: 29). Es así que el neoliberalismo en su fase hegemónica es sobre todo una “técnica de sí”, es decir, un particular modo de sujeción por medio del cual “no es la estructura de la economía la que es extendida a través de la sociedad sino el sujeto del pensamiento económico, su antropología” (Read, 2009: 32). Su objetivo es la producción de sujetos privados cuya conducta se rige por la racionalidad económica en todos los campos de la vida. A la vez que aparece como una forma más flexi-ble y abierta de poder que la disciplinaria, en la medida en que se apoya sobre la producción y consumo de libertad, es también una forma de racionalidad política sin afuera, en tanto que todo es gobernado a tra-vés de la misma lógica de la competencia y las decisiones sustituibles.

Una sociedad tal, formalizada según el modelo de la empresa, es una sociedad de la multiplicidad y la diferencia, dirá Foucault, y por lo tanto, una sociedad judicial, pues cuanto más se multiplican las empre-sas, “más obligamos a la acción gubernamental a dejarlas actuar, más multiplicamos, claro, las superficies de fricción entre ellas, más multi-plicamos las oportunidades de cuestiones litigiosas y más multiplica-mos también la necesidad de un arbitraje jurídico. Sociedad de empresa y sociedad judicial, sociedad ajustada a la empresa y sociedad enmarcada por una multiplicidad de instituciones judiciales son las dos caras de un mismo fenómeno” (Foucault, 2007: 187).

27 Para la cuestión de la producción de la libertad en el liberalismo tal como lo inter-preta Foucault, ver Bonnafous-Boucher (2001) y Pizzorno (1999).

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Que dicha multiplicidad es una multiplicidad al infinito resulta una consecuencia lógica al postular que cada individuo es su propia empresa, una multiplicidad que sin embargo se nutre de la matriz de la homogeneidad, tanto como los distintos juegos entre los múltiples indi-viduos suponen un mismo tablero, unas mismas reglas operativas.

Asimismo, tales reglas operativas sólo pueden objetivarse en la esfera del derecho, que al igual que en el liberalismo sigue siendo una esfera más que indispensable en el paradigma neoliberal. En efecto, como señala Foucault, el derecho para el neoliberalismo no es del orden de la superestructura, pues es este el que informa la economía y no viceversa. Esto implica una redefinición del derecho con el fin de regular la sociedad a partir, y en función, de la economía competitiva del mercado (2009: 194), pues el régimen neoliberal es el resultado de un orden legal cuyo supuesto fundamental es el intervencionismo jurí-dico estatal y no la liberación de un espacio natural de intercambio. Por lo tanto, este complejo económico-jurídico supone el condicionamien-to recíproco entre derecho y economía. Así, dirá Foucault, el neolibera-lismo funciona bajo la lógica del “mínimo intervencionismo económico y el máximo intervencionismo jurídico” (2007: 199), dando forma a una nueva manera de innovación institucional basada en la aplicación del Estado de derecho a la legislación de la economía, cuya consecuencia es el establecimiento de un nuevo criterio de legitimidad según el cual sólo son legítimas las intervenciones que asumen la forma de interven-ciones legales formales por oposición a las intervenciones de tipo pla-nificador (ver Foucault, 2007: 206-207).

De este modo, entramos en el campo de una revalorización de lo jurídico y lo judicial a partir del desplazamiento desde la concep-ción clásica liberal que asumía la reducción de lo jurídico a la mera aplicación de la ley y a la consideración de la igualdad ante la ley a la concepción neoliberal en la cual lo judicial gana autonomía e impor-tancia dado la multiplicación de las oportunidades de litigios que exigen un constante intervencionismo judicial que toma la forma de arbitraje. De esto se deduce una inflación del aparato judicial por una demanda judicial intensificada y multiplicada que, bajo la lógica del máximo intervencionismo jurídico y el mínimo intervencionis-mo económico, implica la baja en la cantidad necesaria de funciona-rios gubernamentales y el aumento de las instancias de arbitraje judicial en el marco de las reglas de juego (ver Foucault, 2007: 211). En efecto, este es el primer sentido, que podemos caracterizar como de judicialización de las relaciones sociales, en que debe comprenderse al neoliberalismo como una sociedad judicial correlativa a la socie-dad de empresa, en la medida en que esta requiere para el pleno desarrollo de sus consecuencias del arbitraje judicial en todas las esferas de la vida social.

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El segundo sentido en que se debe hablar de judicialización bajo la gubernamentalidad neoliberal hace referencia al ámbito propiamen-te político, por lo que nos referiremos a él a través de la categoría de judicialización de lo político. Así, Harvey marca la distancia que separa al neoliberalismo, como práctica de poder que se apoya en las decisio-nes judiciales y los decretos dictados por el ejecutivo, de la práctica democrática de toma de decisiones. De este modo, sostiene:

Los neoliberales prefieren aislar determinadas instituciones clave, como el banco central, de las presiones de la democracia. Dado que la teoría neoliberal se concentra en el imperio de la ley y en la interpretación estricta de la constitucionalidad, se infiere que el conflicto y la oposición deben ser dirimidos a través de la mediación de los tribunales. Los individuos deben buscar las soluciones y los remedios de todos los problemas a través del sistema legal (Harvey, 2007: 76).

Sin embargo, dicha judicialización encierra una paradoja: pues si, por un lado, podría sostenerse que implica un categórico límite a la racio-nalidad política, incluso una neutralización de la política, bajo el supuesto de la diferenciación entre política y economía, por otro lado, afirmamos, con Lemke, que esta negación de la política es ella misma una forma de hacer política.

Asimismo, es una consecuencia lógica que, si partimos de una sociedad de la multiplicidad de empresas y una antropología del indi-viduo empresa, la dimensión que cobre hegemonía sea justamente la judicial.

Consideraciones finales

A modo de síntesis, sólo nos resta hacer explícitas algunas de las conclu-siones y consecuencias a las que pretendimos arribar en nuestro escrito.

En primer lugar, debemos mencionar como uno de los rasgos fundamentales que distinguen al neoliberalismo del liberalismo clási-co el hecho de que mientras este último implica una visión de un Estado autolimitado a partir de la lógica del menor gobierno, de ahí que sea un dejar hacer, propio de su concepción naturalista, el neoliberalis-mo, en cambio, como hemos demostrado, se apoya en una concepción en la que el Estado mínimo tiene como correlato una gubernamentali-dad máxima que se ve reflejada como un dispositivo ambiental de pro-ducción de una subjetividad y una antropología del homo economicus estructurado desde el lugar de la competencia que, por otro lado, asume una dimensión trascendental.

En segundo lugar, destacamos la relevancia de la categoría kantiana de trascendentalidad extrapolada a la idea de mercado en la

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impronta neoliberal y la consecuencia de redefinir la propia noción de Estado como Estado de derecho, entendido como mero productor y garante de las reglas de juego económicas que persiguen el objetivo de instaurar un mercado de competencia pura. De este carácter axiomáti-co pueden inferirse las siguientes consecuencias cristalizadas en la metamorfosis que el neoliberalismo introduce respecto de los tres principios kantianos. A saber:

a. En cuanto a la libertad en tanto hombre, el cambio se produce a partir de una visión antropológica centrada en la concep-ción del homo economicus como sujeto de intercambio, estruc-turado por medio del concepto de interés subjetivo insondable fundado en una concepción natural de la libertad empírica y subjetiva –obviamente, no hacemos referencia aquí a la dimensión trascendental de la moralidad kantiana–. Por el contrario, el neoliberalismo entendido como liberalismo positivo –dado que el dejar hacer define al liberalismo clásico a partir de su pura negatividad– se funda en el concepto de homo economicus ya no como sujeto de intercambio sino de competencia, lo cual implica un concepto de libertad que debe ser producido, fomentado y sostenido activamente. De ahí la relación que Foucault establece entre biopolítica y neo-liberalismo y el rol central que juega la teoría del capital humano para el conocimiento y configuración de las conduc-tas humanas. Así, mientras en el liberalismo las intenciones subjetivas de los hombres no podían ser administradas, el homo economicus neoliberal es el sujeto esencialmente gober-nable a partir del saber que la teoría del capital humano arro-ja sobre sus conductas esperables.

b. La igualdad ante la ley que para Kant convivía perfectamente bien con las desigualdades inherentes a la sociedad civil, bajo la lógica neoliberal la desigualdad pasa a tener una dimensión estructural. Por ende, la gubernamentalidad neoliberal pre-tende configurar un capitalismo sin resto, en la medida en que todos los actores sociales, incluso aquellos que aparecen bajo la figura de la exclusión, como hemos demostrado ante-riormente, tienen una utilidad económica y política.

c. La autonomía en tanto ciudadano, vinculada para Kant con la categoría de propietario (ser su propio señor), sufre una transformación fundamental a partir de la universalización que el concepto de empresario de sí mismo permite respecto de la categoría de autonomía. Es decir, todos somos propieta-rios del capital, entendiendo por este el capital humano. En

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otros términos, mientras que para la concepción kantiana la propiedad, aunque no de todos, era el fundamento de la ciu-dadanía, para el neoliberalismo la generalización de la pro-piedad, en tanto que todos los sujetos serán comprendidos como empresarios de sí mismo, contribuye a hacer de la ciu-dadanía un concepto débil. De tal transformación podemos extraer dos consecuencias finales: en primer lugar, la legiti-mación del Estado ya no recaerá principalmente en el ejerci-cio de la ciudadanía sino en la adhesión implícita a las reglas de juego que se sigue de la participación activa en el juego de la competencia económica, es decir, la legitimidad del Estado no se funda en la ciudadanía política sino en la conducta eco-nómica; en segundo lugar, la propia noción de competencia entre empresarios de sí mismo, y la consecuente concepción de la sociedad como sociedad de empresa, lleva, como mos-tramos a lo largo de nuestro escrito, a una política de neutra-lización de lo político y a una judicialización de todas las esferas de la vida.

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