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AASSTTRROOFFÍÍSSIICCAA DDEE LLAA AAUUSSEENNCCIIAA
DDAAVVIIDD SSÁÁNNCCHHEEZZ SSÁÁNNCCHHEEZZ
©© AARRSSAAeeddiicciioonneess,, 22001122
“Ante mí, un lápiz y un cuadernillo,
el mundo por inventar, palabras que
compartir”.
Terminé de
escribir el libreto
en agosto de
2012. He usado la
fotografía
“Perdido” de J.
Valentina (jvalentina.blogspot.com)
para ilustrar la
portada. En esta
ocasión he
intentado cuidar la
edición con mucho
esmero. Sé que lo
más importante
de una historia
son las palabras,
lo que dicen, pero
la forma de
presentarlas
también las
significa y les da
sentido. Así que
este poemario
está salpicado de
grafismos,
ocurrencias
pictóricas que
decoran mi sueño
nuevo y mi deseo
renovado: que
guste el cuento.
Guardas, madera vieja,
árbol que fuiste, tacto
de antaño. Pasar
veranos, solana y calima.
Abierta en heridas
no quieres
ni puedes cubrirlas.
Hondos quebrantos,
simas
de materia ausente,
de alma presente
en los surcos que dejan
inviernos. Helada y ventisca.
Estrías como relojes
del saber por lo sentido.
Tiempo tocado,
azogue de la vida.
The Castejón Caves
Espero que tus manos lleguen
donde nunca
podrán llegar mis brazos.
La luna
vendrá a tu sombra
para dar luz a mi ser en penumbra,
noctámbula imperfección.
Tus manos llegarán
tocando el porvenir,
procura
hacer notar como noto
calor y ternura,
como a mí me tocan en noches
como ésta,
irresoluta
en sus horas futuras,
inciertas.
Tus manos llegarán
porque tienen la fe y la constancia
del amor regalado.
Perdura.
- Dicen, amigo caracol, que este
inmenso aparato rodante que en
esta pradera se alza se llama auto
caravana y que los humanos se
inspiraron en nosotros para crearlo.
- Es curioso, caracol amigo, que en
cambio a nosotros los humanos no
nos inspiren nada.
Del libro secreto de los
gasterópodos. Tomo XXI.
Se sentaron uno a uno en sus sillas
todos los ausentes en mi vida,
cuerpos de antaño, presencias
en los días
que fueron de mi juventud
y por tanto,
de otro distinto a mí.
No conocieron mi rostro, si acaso
un halo de mi risa,
flor escondida
del pasar relicto y discreto
de un tiempo asesino,
de seres que viven de otro modo
al que lo hacían,
cambiados.
Muertos en el pasado.
Amigos, amores de letanía
jovial y volandera,
citas
a la carrera de un mañana figurado.
Llené las copas vacías
con el vino añejo de la memoria.
Brindemos por nosotros, los muertos,
que seguimos con vida.
Pero éramos
sobre todas las cosas,
existencia.
Alma.
O energía vital que blandiera
minúsculas brozas,
trazas,
miradas de adolescencia.
Fuimos el futuro
hoy por la mañana.
Horas
nos hicieron pasado, bocas
sedientas
de lenguas de tiempo,
de besos de un presente
que ya no es nuestro.
Me quedaba tan triste el cuento,
tan sombrío
estaba y sin sombrero. Solo,
soltero
solitario con mis ojos, sólo míos,
vacío reflejo.
Muerte helada ante el espejo.
Tan triste
quedaba el cuento sin ti.
Perdido
tuve que inventarte como un futuro
verde y necesario.
Aquí puse la esperanza, allí tus labios,
reflejos
dorados, libres, cabellos al viento
que vino a revolverme, precario
entendimiento.
Como salida de un papel llegaste,
como de un libro incompleto,
de poesía aún ignota,
tanto texto
por escribir. Por cambiar.
Que ya estaba triste
porque en un cuento me quedaba sin ti.
Te inventé, me miraste y saliste,
o eso creo,
dudo el movimiento inverso.
Me inventaste, te miré y entré
al encuentro
de tu existencia de papel.
Luna, preciso punto
difuminado sobre el fondo negro
dibujado a carboncillo.
Las láminas de aquel París
otoñal y estremecido
nunca fueron cuadros
del salón que compartimos.
Quedaron en Montmartre
y en las grietas de mis labios
surcando la noche en bateau-mouche,
Sena frío, iluminado por guirnaldas
y la luna, punto exacto
donde el amor era l’amour
y el futuro un lienzo abstracto
del museo d’Orsay.
Luz impresionista que quedó impregnada
en mis pupilas, diafragmas helados,
retratos
hoy revividos
bajo la luna, punto exacto o emborronado
en que sigo siendo contigo.
Eclíptica visión
Mi coraza es a la
vida lo que la
bella naranja
exprimida al
resfriado…
Des aaartaaladas las carretas llegan
en la noche cabalgada de estrellas.
No renuncian los viajeros erráticos,
jinetes sin montura,
a dar la espalda a la luna.
Con esos troncos y esas ruedas
han de abrirse paso donde permitan las piedras,
ajenos a todo camino,
contrarios a toda meta.
… Prevención al
dolor, cuidado al
desengaño.
Clementín
Limónez
Hoy que me siento simple y plano
como las hojas del calendario
en sucesión lógica y ordinal
de números encuadrados.
Como a San Andrés sigue San Venancio
tu lengua sigue a tus labios
en una profusión de saliva y sabores.
Hoy, que me veo elemental y sencillo,
no quiero adornar un amor
con metáforas distraídas, con halagos
al hallazgo de tu existencia.
No quiero ser diferente a mi gato.
Dormir si el sueño me alcanza
o vivir contemplando
constelaciones, luminarias reflejadas
en ojos de gata.
Hoy me quedo contigo
en el pasar de las páginas de revistas
con sus viajes pendientes, en los garabatos
que buscan lo abstracto
y profundo de mi pensamiento.
Hoy me basta el gesto y tus manos,
miradas. Callamos.
Pensando, por pensar
me imaginé
cercano
remontando
las sendas,
los montes de tus labios.
Salvando
las distancias,
maletas, bagajes,
futuros
pasados
alcanzo,
leves, tus manos.
Señuelos
para mis sentidos,
dormidos,
pausados,
buscando
los días como hoy
calor antiguo,
recintos nuevos,
huidas,
llegadas,
origen,
tu espacio.
Velas de tiempo, desmedido,
inexacto,
consumido en tu regazo.
Cera en los labios,
amor deshaciéndose, líquido
hirviente bulle en entrañas
al paso
de la llama.
Velas de tiempo, sin marcas,
sombras
proyectadas en la cal,
amor en el teatro
de la vida, figurando
fantasmal en las pupilas
del niño, del adulto, del viejo.
Rastros.
Miradas.
Velas de tiempo, superadas
por precisos
relojes digitales.
Velas siempre necesarias
cuando falta la luz
y el amor
busca cobijo en la sombra,
calor en boca contra boca,
llama transformada,
tiempo,
impregnado de ti.
Comisura difuminada en calima de verano,
notas en color rosado
o carne embriagada de luz.
Al otoño entregados
en la suavidad dorada del satén.
En humedal inextinguible,
reblandecen metales oscuros
de inviernos oxidados,
en su trotar cercano, tangente
tacto, refriega y batalla.
Y a la cita con abril acuden
al encuentro
desprovistos de corazas, prestos
a la lucha carnal, al halago
de una confusión de sabores,
sinestesia en los sentidos,
mi única riqueza,
y no merecen menores ofrendas
así soñados, encontrados, ansiados,
tus labios.
Playas de invierno,
ejemplo de
permanencia ajena
a nuestra existencia,
como la sombra que
incansable nos sigue,
queramos o no.
Todos los soles giran hoy
en todos los cielos que nos envuelven,
árboles fortificados, tenue barrera
a los vientos.
Hay tantos soles hoy como ojos los miran.
Tantos soles como cielos
preñados de nubes de sugerentes formas.
Tantos cielos
para regalarnos un mañana
imperfecto, como nosotros somos,
como te siento.
Inacabados seres por completar al antojo
volandero de la voluntad,
del amor terreno. Árbol erguido
en ramas y orgullo centenario.
Tantos soles. Tantos cielos.
Tantos futuros nuestros.
El espejo desmiente lo que cuentan
fotografías antiguas. Me parezco
pero no soy quien soñó despierto
que huía de la soledad.
Soy la sombra
de los años que trajeron
la madurez meditada que ahora veo
poblándome la piel –ya cuarteada-.
Soy la sombra
renovada e incipiente
en la mirada, en el deseo
perdurable de existir.
Aunque sea tras las lentes que corrigen
la miopía avanzada.
No hace falta ver más lejos
para regalarte un beso.
Lo cercano me llena,
lo lejano lo sueño.
Autorretrato
Te toco. Cuerpo celeste o rosado. Ignorando la distancia. Años luz de antimateria. Ausencia. Te toco. Cuerpo estrellado, iridiscente en mis manos.
Seres de incienso,
humo perfumado
si el fuego les tocara
consumiéndoles la vida.
Vapores de amor,
ungüento de espliego,
cera en iglesia,
pasión fundida
pisada y maltrecha.
Humo evaporado
al instante, al momento eremita
y alejado, imperdurable.
Seres de incienso,
de rodillas
ante la mano que prende el fuego,
que incendia la partida
irremediable
hacia la muerte, sentido
y camino.
Muero y vivo y me quemo
mientras me esquivan
bellos narcisos, seres altivos,
nunca incendiados.
Si no te conociera
diría que estás triste,
que te lastra la vida
que fluye y se te escapa,
herida como yegua
desbocada y esquiva.
Si no te conociera
diría que no estás,
aunque sé que permaneces
asida al resuello
de una fuga necesaria,
pertinaz, dolida, doliente
la huida
hacia escuetos paraísos
de liviana existencia.
Allí también mi deriva
en iniciática misión,
astronauta levitando
que consiguiera
velar todas tus naves
hacerte
ingrávida en tu espacio.
Amor era palabra y es
palabra de amor la que cuenta
con todas sus letras,
con toda su esencia.
Contar la vida en tu retahíla,
diatriba
de pensamientos
hechos oración.
Sujetos, predicados, objetos
directos de mis sentimientos.
Indirectos los tuyos,
a mi corazón.
Nombres, pronombres, adverbios,
palabras que quieren contar
y si quieren,
quieren amar.
Como las miradas cuando callamos
y no decimos.
Silencios
como palabras,
partes indispensables
de un amor cotidiano.
Te cuento
con lo que digo. Me cuentas
con lo que callas
y haces bello
dejándolo al azar.
Amor, palabra alternada
en silencios,
en ausencias,
de ti vestidas,
de ti desnudas,
de ti significadas.
“Mandarina, china mía, tan
lejos estás, en otro árbol, que he
de conformarme con otras
chinas que a mi árbol llegan
vestidas de papel,
consumiéndose en humo.
Embriagando.”
Rigoberto Naranjo. Viaje a
Marruecos.
Existes en un mundo tan cercano al mío
que se diría en riesgo
de colisión planetaria.
Si las órbitas cruzaran
sus trazos.
La explosión socavaría mares,
continentes. Tu boca
estrellada en mi boca.
Universo imperfecto, astros
a la deriva
desafiando la elipse,
el azar, los días.
Planeta incendiado,
nunca satélite.
He recuperado el incendio
que trajo este viento.
Lo encontré en el color en decadencia
de una fotografía de veinte años,
cuando el papel era lienzo
para una mirada futura.
Estabas allí y todo ardía
en el fragmento
robado al movimiento
en el que acercabas tu mano y mirabas
-¡Cómo mirabas!
Entre llamas que prendían tus besos
y la saliva candente que me hizo brea,
broza ante el vendaval, viento
que avivó las teas y cenizas
de mi desolación.
Hoy que soplas de nuevo
te recupero intensa y brava
en carne lujuriosa
que maderas resquebraja.
Hoy no quiero hablar de la pérdida
porque nada se pierde,
queda
hilvanado al alma
y nos acompaña en secreto
(de formas sintientes impregnadas)
en nuestro ser presente,
en nuestro otro pasado
y futuro (aún inexistente).
Recuerdo, hilo, esencia
que nos hace continuos
en el constante cambio vital.
Y si tiro de la seda te encuentro
como eras en las fotografías de color perdido.
Y si tiro del sedal en mares,
que son contigo, pero ya no míos,
peces sonrientes cabalgan las velas
que han de guiarnos.
Tempestades
que hayan de venir. Yo espero
asido al hilo, brocal dorado
que ha de sobrevivir a las tijeras del llanto.
En el vacío de una esfera me muevo
avanzando en derredor, orbitando
como un planeta hueco
de sí mismo absorto. Alboroto
de bandadas de vencejos
pintados en la bóveda artificial.
Esfera. Cielo
que me supone libre
cuando sólo planeo
sobre el mismo punto,
un centro
que no es el tuyo, mi deseo
de conquista. El beso
al que me lanzo en barrena
y sólo encuentro
esferas, soledades, engaños etéreos
en bóvedas pintadas,
esferas cristalinas que traslucen,
falsas vidas de mecánicos engendros.
El agua cae. La noche
cierra los círculos que crecen
durante el día. Serpientes de luz.
La noche. La lluvia
empapa praderas de asfalto.
Ciudad, nocturna embriaguez
de pena y de llanto
para los transeúntes solitarios.
Serpientes de brea.
Nada como la lluvia para llorar.
Es bueno, dicen. Entregaré mi mar
a esta noche de tormenta
Si me faltas digo ausencia
aunque sea yo quien no esté,
quien se ha marchado
a la lejanía que hay en mí,
a la cercana distancia que separa
el amor de la soledad.
Sólo la palabra la salva
y la raja y la quiebra y la acerca.
Sólo la palabra, si me faltas,
me trae como el viento
que en esta tarde mece, incesante,
a la orilla las mareas.
Si esto fuera un poema
-yo poeta-
provisto de la forma precisa,
de la métrica cadente y serena
podría escribir pero no escribirte
-describir, pero no sentirte-.
Sería verso y no beso
lo que buscaría mi lengua cercenada.
Sería elevado y excelso mi verbo
escasamente pródigo y locuaz
al contar palabra en boca.
Sería la vida que no tengo y no quiero
si sólo has de figurar en forma
perfecta como no eres ni te siento.
Si esto fuera un poema
-yo poeta-
no sería un día cualquiera
de un mundo imperfecto
y cotidiano. No sería la mañana
de sueño robado, de relojes maldecidos,
de candentes pucheros,
el té de la vida por luchar
–tan digna de poesía-
que nos regalamos a media sonrisa.
En este cestillo, corazón, llevo
un pan y requesón, un buen
vino de acicate a los besos
embotados que guardas
bajo el cuero.
Luego vendrá el palique y el
delirio. Vendrá el sueño y el
silencio.
Luciano Mostoso. Oda al
picnic.
Cuando el cansancio ya desmonte mi
andamiaje,
huesos en deriva.
Cuando mal sueñe derrotado, deshecho y
líquido,
alma desleída y divagante.
Diluido en mi esencia mundana,
bébeme completamente,
como un refresco de verano,
como un brebaje de amor antiguo,
como elixir que ha de colmarte.
He inventado un cuerpo
tan distinto a mi cuerpo
que ya no sé si soy
o sólo pertenezco
a los huesos que me habitan,
a los besos que te ansían.
He hecho de mi alma
un saco de risas,
una caricatura, de mí,
en la que verme sin ser.
Ausente de mi vida.
Contemplando en la distancia
el mundo mecánico que gira
con nosotros de la mano.
O tal vez sin mí,
que ya no sé si soy o ando prendido
de un paisaje dibujado.
La cadena binaria
Cero. Uno. Cero.
Dijiste sí.
Uno. Cero. Uno.
Dije que no.
Viniste y abriste la sima.
Pusimos el dos
desafiando el universo
o lo que quedaba de él.
Rompimos matrices
seriadas, quebradas
las leyes de la creación.
Voceros de un mundo predicho
corrieron a ocultar el logro,
la brecha en la mordaza,
la lengua libre de los que callan.
Trajiste el corazón en las manos
y la mente desbocada.
Cero. Uno. Cero.
Uno. Cero. Dos.
Tanto miré la hora que me entretuve
en el tiempo
y ahora llego tarde.
Siento eso. Llego tarde.
Y lo más triste. No sé dónde.
Nunca supe
mirar las brújulas de cierto norte.
Variable fue la mía.
Tendré que inventar
otro espacio y otro tiempo.
¿Vienes?
Te regalaré el reloj sin horas
que nunca tuve.
A media tarde la mitad de mí
se descompone buscando el lecho
donde volcar mi carne,
cansado de medio día más
a medias entre vivos y muertos,
anestesiados seres, como inertes
caminos empedrados en círculos perfectos.
Cansa tanto la vida
desperdiciada en tiempo vacuo y yermos
espíritus de vana esencia.
Y sin embargo a media tarde te encuentro
entera o a tu mitad superviviente
de tu medio día urbanita,
estridente madeja mecánica
de horarios y tiempos
programados,
encerrados
en movimientos circulares perpetuos.
Mi medio abrazo encuentra
tu medio beso
como una tabla de naufrago,
como un alma partida que hallara
su amor entero
en una leve y verde sonrisa,
tu tacto, mi parapeto…
Seguimos. Podemos.
Cuando me desperté
-o sólo soñaba-
siluetas recortabas
en un mundo troquelado.
Todo era niebla
o una confusa resaca
de blandos relojes de cera.
Alrededor nada importaba,
menos tu luz, brillo interno,
resplandor certero
-tú como objeto y origen,
sujeto pleno-.
Cuando te hablé
-o sólo divagaba
sobre castillos y magia-
un eco de sonrisas regalabas
por un mundo de cuento
a mi ser de cartón,
sin saber si era
o sólo soñaba.
Deshojando margaritas
estaba la princesa, me
querrá o no, lindo sapo
en charca serena.
Labios tiernos rozaron la
piel anfibia al tiempo que
viscosa lengua devoraba a
la ingenua hembra.
Plácido Nenúfar. Después
contarán otra cosa.
Venía el futuro como un firmamento
teñido de negro, moribundo
en su último aliento.
Colgué las estrellas con hilos de seda,
zarcillos dorados pendiendo
de un rostro risueño.
Pinté los planetas
(astros gravitando hacia ti)
con el color que damos al sueño
de perdurar.
Tracé las saetas, cometas,
apuntando a tu centro.
De noche, negra,
como el futuro que intuía,
llegaste brillando, espejos
de ilusión. Encuentros
a trescientos mil kilómetros por segundo.
Siempre de noche.
Nunca pinté el sol
Te miro, desnuda, esta noche.
Los perros ladran y tú andas ajena,
los pechos al viento
tiemblan erizados.
Los perros aúllan.
Tus pechos asustados
esquivarán el miedo y el frío
entre mis manos.
Esta noche he dejado mi espíritu
a merced de la luna.
Sólo quiero el cuerpo. El tuyo.
Aullidos.
El lobo desnudo.
Tú que me esperas, serena y vestida
de un manto de bosque,
desconoces mi origen, mi sino
primitivo.
De oscuro fondo, lejano y cubierto
de fino mantillo
en descomposición vital
Tú que me esperas y superas, erguida
y paciente ante mis podredumbres
primeras. Definitivas
habrán de hacerse cuando te ame,
cuando tú lo quieras.
Tú que me esperas, espérame a mí
desalmado.
Me entregaré a ti en la obediencia
a ti debida.
Como un señuelo la lengua atrapa,
presa fácil, mi lengua.
Cacería urdida en pensamiento
depredador,
primaria y salvaje espera.
Guarecida tras veladas armas
de carne.
Mentiría si dijera que no esperaba
el asalto.
Mentiría,
faltaría al deseo
de entregarme a tu cuerpo
en improvisada y añorada caza,
presa
huyendo hacia ti.
Buscando la sangre, la muerte y la vida,
valiente
en esta dulce y ardiente alborada.
Empiezo los versos de cualquier forma,
pensando en distracciones
o en asuntos graves
y trascendentes materias, banales
sobre el papel.
Y al final todo acaba en ti.
O en el amor del que eres fuente constante.
Los versos se transforman,
rememoran, añoran, proyectan, suponen.
Y si me pierdo en ellos tú me encuentras
distraído entre las letras, divagante
entre constelaciones en el cielo varadas.
Ido. Cuerdo. Cercano. Distante.
Al final encuentro la calma
porque sé que todo acaba en ti.
Despierto. Dormido. Paciente. Expectante.
Al final el miedo me asalta,
porque sé que todo acaba
-aunque nunca sea del todo-.
Y la ausencia escrita es poética
y llevadera. La esperanza aguarda.
Pero la ausencia vivida lastra
una prosa larga, larga, larga.
Ojos que veréis
lo que siempre habíais soñado.
Ojos sin miedo,
pupilas nacidas o por nacer
que han de mirarse, transparentes,
mares por recuperar
en una vida embrutecida.
Ojos que habrán de enamorarse
de otros ojos.
Verdes. Negros. Terrosos. Grises. Azules.
Ojos nuevos de cristalino puro,
de miradas felinas que nunca engañan.
Ojos de futuro,
valientes, insumisos locos cuerdos.
Ojos que veréis, que lucharéis,
que venceréis.
Bajo un manto de nubes
arremolinadas, dos
quijotescos gigantes
impasibles contemplan
desafiantes el tiempo. Y yo,
Sancho realista y timorato sólo
veo molinos que no invitan a
una lucha necesaria contra
cotidianas injusticias. Decidido
estoy a usar lentes nuevas.