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1 P R E G Ó N A T R E S V O C E S Bartolomé Ruiz González S E M A N A S A N T A D E A N T E Q U E R A D E L A Ñ O 2 0 0 8 C O L E G I A T A D E S A N S E B A S T I Á N

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P R E G Ó N A T R E S V O C E S

Bartolomé Ruiz González

S E M A N A S A N T A D E A N T E Q U E R A

D E L A Ñ O 2 0 0 8

C O L E G I A T A D E S A N S E B A S T I Á N

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EL PAISAJE A la sombra de un sol mítico, como una vibrante referencia

plástica, emerge de la Peña la formidable parábola que navega

por la Vega, la fertiliza con una suntuosa floración y crea, sobre

un sedimento de siglos, el espacio sagrado: Antikara,

Antikaria, Antaquira, Antequera.

La Vega es el corazón de esta ciudad. Su hermosa naturaleza sustenta el futuro verde de Antequera. Un territorio en difícil equilibrio entre la supervivencia y la destrucción. Un paisaje amenazado en una geografía deslumbrante. Su valor patrimonial y sentimental es incalculable. La llave del tiempo se esconde en el fondo del viejo lago. A la orilla de los túmulos crecieron las primeras calles. Y en lo más profundo de los objetos se acumularon las voces. La Vega es el sedimento de Antequera. Su trascendencia proviene de ahí, de un tiempo definitivamente perdido en el fondo del viejo lecho marino. Nací en Casabermeja, a los pies de San Sebastián. Sus flechas me señalaron el promontorio rocoso, la maravilla urbana y el sorprendente pórtico de la Vega, donde dormían sepultados tres viejos sueños. Despertarlos revelando la utopía del pasado me ha hecho sentir la vida de un modo diferente. Si al final lo que importa de cada uno son los sueños no realizados, Antequera ha sido extraordinariamente generosa conmigo.

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Aquí vivo y trabajo recuperando de la memoria perdida la forma en la que el ser humano de aquellos tiempos percibió sus propias imágenes. En el vientre fresco de Menga, contemplando un mundo sobrenatural de cinco mil años de historia, decidí que haría este Pregón.

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EL BRILLO DE UN RELÁMPAGO Quiero expresar el más sincero agradecimiento al Presidente y Junta de Gobierno de la Agrupación de Cofradías por su confianza al nombrarme pregonero de vuestra Semana Santa. Mi máxima gratitud a todos los cofrades de Antequera, sin ellos no sería posible recrear el pasaje bíblico con la vitalidad y la fuerza con que lo hacéis. Gracias, por supuesto, a los Hermanos Mayores de las nueve hermandades. Con vuestro trabajo este relato sacro cumple con su cita anual en la primavera antequerana. Para pregonar este hecho excepcional y superar las dificultades que me esperan, necesitaré la fuerza de todos los hermanacos de Antequera. No intentaré estar a la altura de mis ilustres predecesores. Ni soy merecedor de estar aquí. Soy más arqueólogo de la materia que del espíritu. El éxito mediático de un pregón es no solo llegar al público más exigente y preparado, sino congregar en torno a él –como si de un oráculo se tratara- el milagro de la comunicación. Esta proeza es la que alcanzó el año pasado Ana María Lara Torres. Intentaré evitar, en lo posible, las comparaciones. Gracias, Ana María. Agradezco tus palabras de presentación. Las valoro en su justa medida. Seguro que defraudo las expectativas levantadas. Tu magnífico pregón nació en el alma, lo llevaste en las venas y lo escribiste con el aliento entrecortado del corazón. Fue como el brillo de un hermoso relámpago.

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LA CÁMARA DEL NARRADOR Un pregón es una pintura de la ciudad. Espinoza hablaba del “libre vuelo de la razón”. Tal vez para entender la realidad sean necesarias algunas dosis de teología entendida como réplica del inconsciente colectivo. Mi compromiso con Antequera viene de antiguo. Hoy experimentaré sensaciones que no puedo describir. Me embarga un desorden emocional por donde navegan los sentimientos. ¿Qué es un pregón sino una metáfora global escrita desde el interior de la memoria? Los pregones son iconos vivientes de la sabiduría popular. La vivencia religiosa es una sabiduría que se transmite de generación en generación. Pero algo más profundo late ahí. Sólo el trallazo intuitivo nos abre el mundo. No he querido ceñirme a un guión preestablecido. Hay que pregonar con el corazón y dejarnos un trozo de él en el empeño. El narrador se comportará como una cámara a la búsqueda de lo trascendente. Todo lo inacabado debe ser conocido. En esta narración lo esencial es lo espiritual o, si se prefiere, las claves de interpretación cristiana de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. Realizaré un ejercicio de iconografía transversal, alejado tanto de la asepsia analítica como de la alegoría moralizante. Lastres que he pretendido evitar.

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Quiero devolver a la memoria su idioma original. Realizar un viaje por los territorios del recuerdo. Mesura. Medida. Contención. Y permitir que se liberen en mis palabras la fuerza misma de la vida. He intentado respetar el tiempo cambiando las escalas ya que no tengo la vanidad de poseer el arte de contar. Eventual oficio el de pregonero al que me he entregado como un niño rogando al cielo un poco de inspiración. ¿Quién me ayudará a buscar un camino para entrar en el alma de la ciudad? Antequera tiene tres vértices de luz a los que pedirle protección: Señor de la Salud y de las Aguas, Virgen de los Remedios, Santa Eufemia. ¿Será suficiente con este triángulo protector? Añadiremos los dos protosantos de Antequera, Carmen y Enrique.

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IN MEMÓRIAM A pesar de toda esta constelación celeste, lo que ahora quiero es echar a correr huyendo. Hoy, bajo estas bóvedas, rodeado de un universo alado, devocional y a la sombra del impresionante tabernáculo, quiero dedicar este Pregón a Tres Voces a la memoria de mis padres, Antonio y María. Una mezcla de ternura y razón me hace revivir la infancia en este preciso momento. Y recordar, en la penumbra de la casa, la mirada solidaria de mi padre y la penetrante dulzura de mi madre. Un cariño profundo, umbilical, me devuelve la calma y la seguridad. Si la vida funciona como un mecanismo de relojería, la conciencia de su caducidad clava una dolorosa punzada en la orografía del sentimiento. La búsqueda incesante de la inocencia sería una suerte de liberación en medio de la más completa oscuridad. ¿Quién puede gobernar sobre el tiempo? Recurro al río de la memoria, a las sensaciones de la infancia para coleccionar recuerdos, conservar lo vivido y viajar a las profundidades de uno mismo. Por el camino me dejo fragmentos de piel y la anacrónica incomodidad de sabernos mortales. La muerte de María y Antonio fue como el final de un asedio y el inicio de otra forma de vida. La construcción de un mundo compuesto por gentes sencillas aliviaría la aspereza

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descarnada de los que pierden el tiempo enredados en su rencor. Inútil sufrimiento.

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Monjas Catalinas, Carmelitas, Mínimas, Clarisas, Descalzas,

Franciscanas, Filipenses y Hermanitas de los Pobres. Frailes Capuchinos, Carmelitas, Trinitarios, Salesianos y

Lasalianos. Párrocos y Vicario. Antequeranas y antequeranos, ediles, Alcalde.

Con la Venia del Ordinario del Lugar:

Para que la vida no se rompa contra los márgenes, Antequera levanta el más bello puente entre el placer y la muerte, un túmulo religioso de primer orden y una de las manifestaciones culturales más deslumbrantes de Andalucía. Tras citarse con el pasado -siempre hay un estrato más profundo-, muestra el abismo que todos llevamos dentro. El imperio del dolor acaba convirtiéndose en una reflexión sobre la vida. Una meditación que no huela demasiado a sangre. La ciudad traza un relato lleno de nervio narrativo, abriendo paso a la singularidad de su mirada. Lleva siglos envolviéndose en una partitura de aristas y aromas para sobreponerse a la magnitud del texto bíblico. ¿Es posible sistematizar el bien? Durante esta semana que anunciamos, la ciudad escribe su propio testimonio sonoro, un documento vivo para no perder la memoria. Una pieza compacta de principio a fin. Nada aquí es casual. Antequera, sin caer en

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arrebatos románticos ni estéticas desfasadas, sin dejarse atrapar por modos y formas que la condicionen, construye la más perfecta aproximación canónica a la realidad. Preservando la dignidad del protagonista, consigue transmitir una imagen no distorsionada de piedad y sentimiento, alejada tanto de los remedos estetizantes de otros lugares como del sabor amargo del fundamentalismo. Para representar el misterio de Cristo, para determinar con exactitud su peso específico dentro del relato, la ciudad -con acierto dramático-, se desnuda haciendo visible lo invisible. Y todas las batallas pendientes se detienen. Una minuciosa trascripción de ideas y sentimientos persigue la eternidad y con ella nuestra propia supervivencia. No debe ser fácil escenificar la muerte. Cuando un ser humano destruye a otro hay una deslocalización moral, una pérdida de la razón, una fuerte sacudida a la conciencia. Antequera no sólo aspira a la belleza formal sino a la comprensión del otro y entiende que nada es excesivo ni superfluo cuando se trata de mostrar las emociones y la fragilidad. ¿Una ciudad intentando teclear ideas? Lleva miles de años haciéndolo. Su Semana Santa es una encendida declaración de amor. Conócete a ti mismo, dice Antequera, mientras escucha las voces de su pasado. Nada puede empezar desde el principio sin el fuego del espíritu. Muere un hombre seriamente comprometido con la condición desgraciada del mundo, y la vieja Antikaria dibuja un retrato de la condición humana donde el espectador se descubre hipnotizado. Con la sensación de estar situado frente a un

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escenario simbólico en el mismo horizonte lunar de la ciudad. Su dimensión mítica documenta y construye un espectáculo hipnótico y envolvente, lleno de atmósferas oníricas e irreales. Imágenes pictóricas de melancólica belleza que siguen asombrándonos y permiten que Antequera prosiga su particular conversación con la historia. ¿Se puede meter todo el horror en una semana? ¿Se puede poner el dolor en imágenes? Guardáis celosamente el secreto de un arte vuestro, propio. Y lo convertís en herramienta de reflexión. Piezas perfectas que crean a su vez espacios híbridos, zonas de sombras fragmentadas revestidas de pulcras emulsiones lumínicas. La ciudad huye de lo dogmático y se sumerge en lo atemporal para pervivir definitivamente. Renuncia a la impostura para producir conocimiento. Abraza los códigos abiertos e, irónicamente, ejercita cada año la demolición de lo altisonante, de lo hueco, dando lecciones de profundidad, ternura y lucidez para arrancar de los textos antiguos gotas de sangre cristalizada. Durante seis mágicas noches se derramarán como estaño líquido sobre la piel desnuda de la ciudad. Tras su extrema belleza plástica está agazapada la tragedia. Una profunda fisura surge en el alma de las cosas. De este cruce entre el canon y la moral, de esta oscilación pendular entre la supervivencia y la muerte, Antequera escoge el único camino posible para la emancipación del ser humano. Todas las formas de verdad se alimentan entre sí, llevan dentro una carga genética imprescindible para superar dos tentaciones contemporáneas: la pureza doctrinal y la gravedad moralizante.

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Lecciones de humanidad dicta Antequera para que el ojo se abra a una naturaleza desconocida y fije una imagen simbólica que nos haga pensar. La suma de todas las sabidurías acumuladas dota de consistencia una representación cuyo esqueleto argumental recurre a simbologías que visualizan las sensaciones y los sentimientos de un pueblo. La ciudad se vislumbra como una admirable vidriera donde la vida se abre en un abanico atravesado de múltiples dilemas morales. Para ello Antequera levanta un escenario de voces y rincones donde la gente deja de ser espectadora para integrarse en el universo inabarcable de lo representado. Hay un largo proceso de implicaciones emocionales, un repertorio instantáneo donde se arrojan todas las certezas para enfrentarse al dolor. Y tal vez al desengaño de la vida. La presencia de lo sagrado irrumpe en la calle como un exaltado vendaval. Todo se somete al argumento. Un molde métrico preciso, articulado en un discurso compacto, sin interferencias temporales. Un mundo de heridas y muertes alza la voz para narrar una idea en directo. Hay que recuperar la felicidad perdida. Y realizar un esfuerzo para no perder la alegría y la esperanza. Las imágenes dialogan entre sí. Una especie de estilo único, peculiar, reconocible, antequerano, transforma el ámbito urbano, otorgándole a la ciudad un aire místico de magia y lirismo.

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La retórica de las imágenes atraviesa el intrincado bosque humano, produciéndose un admirable acuerdo narrativo. Hay un diálogo encubierto con la tradición, un mundo visual lleno de ideas fascinantes. La selva carnívora de la realidad queda trascendida y la infamia se convierte en instrumento de luz y verdad. Una calculada conjugación de transparencias, un misterioso soplo melancólico atraviesa la espina dorsal de la ciudad, mientras la Peña ilumina la lenta escenificación de la violencia. El rostro de la memoria marca el ritmo de la procesión. No los tambores. El eco de las voces apagadas se erige en inigualable tribuna y el mensaje se reintegra en la estratigrafía primigenia de calles y plazas para conformar una gigantesca teofanía. Los ritos de la Pasión se contextualizan en la teatralidad de unas procesiones que nunca han dejado de interesarnos. Son algo más que una vivencia de lo esencial. El despliegue es sorprendente, las imágenes conviven en el mismo espacio sagrado, recordando la suprema manifestación divina. Una sucesión de iluminaciones se aúnan para vencer a la muerte, al camino de la desolación, a la pérdida de las ilusiones. La iconografía procesional contribuye a reelaborar la propia historia de la ciudad. La escenografía es asombrosa. Lo religioso -seducido por lo popular- reivindica la entidad divina de los personajes, transmitiendo más que por la vía de la razón por la del impacto emocional. La memoria de un pasado colectivo se hace presente y la transformación efímera de la ciudad se completa. Antequera es

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ya la Nueva Jerusalén. Urbe irreal, utópica, excepcional. Se conforma un espacio diferenciado para que el individuo se sienta copartícipe de un destino común. El paso del tiempo nos trae un discurso que enlaza orígenes sagrados con un manifiesto propósito didáctico. Hay una continua incitación de las conciencias en la defensa de la “verdadera fe”, casi un diálogo ad divinum con el espectador. La vida sin explicación no vale la pena ser vivida. La ciudad se transforma mientras huye de lo cotidiano, ocupa espacios, interpreta arquitecturas y recrea un solemne itinerario santo en cuya cúspide está Dios. Crear es siempre un riesgo. Antequera construye los artefactos adecuados para devolverle a la muerte su desafío. El esquema procesional consigue así la apropiación simbólica de los lugares más destacados de la ciudad. Una nueva liturgia se asoma por plazas y calles. Devoción, rito y ceremonia. La ciudad antropomórfica se reinventa e idealiza y lleva a la escena una nueva visión del conflicto humano. Teatro, tramoya, ficción. Iglesias, conventos, capillas, ermitas... Un gentío aguarda el encuentro con las veneradas imágenes. Surge una nueva tipología de ciudad: la emoción del conocimiento aunado a la fuerza del arte. La mutación del espacio urbano se completa mientras las andas se convierten en verdaderos escenarios teatrales, creando a su paso una auténtica vía sacra. La ordenación de las imágenes conforma una escala urbana humanizada. El hombre es la medida de todas las cosas. Ya no hay lugar para la máscara y la ocultación. La muerte es el

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motivo central de reflexión. Su “celebración final” con la Resurrección adquirirá tal importancia simbólica que hará que los ritos revivan sublimados en el baño colectivo de la emoción. Una multitud enfervorizada renueva sus deseos de felicidad mientras respira el penetrante perfume del incienso o el olor de la cera derretida. Escenarios ambulantes, recreación de espacios ideales, ritos, nuevos códigos artísticos, actos, ceremonias de carácter visual... Y en la apoteosis de la cultura simbólica, Antequera, convertida en sí misma en pieza contextualizada por el propio espacio sacro que la cobija. La ciudad total como elemento de atracción y evocación de espléndidas vanidades. Y porque no es anacrónica la pasión por los problemas del espíritu, se establece un diálogo centrífugo con el poder -ya sea civil o religioso-, donde no hay páginas sobrantes ni pérdida de la calidad dramática escenificada. Antequera reafirma su propio destino convertida en plataforma de una expresión colectiva reconocible en el inagotable calor de la fiesta. El símbolo de una segunda oportunidad. Una segunda vida llega en el envoltorio trivial de una sonrisa.

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JESÚS ENTRA EN JERUSALEN El milagroso esplendor sensual de lo visible arroja destellos de vida tras el letargo del invierno. Todos los sentidos están en tensión. Comienza la gran fiesta de la primavera. La Semana Santa es la hora exacta y culminante de Antequera. El despertar de la vida, la primera floración, la resurrección de la naturaleza nos indican que la espera ha terminado. El color tenue del cielo, la luz del atardecer, ritualiza el triunfo de la vida sobre la muerte. La cofradía de los niños está en la calle. La Pollinica inicia los desfiles de la Semana Santa de Antequera. Hombres con sus palmas delante del Señor. Cristo entra en Jerusalén montado sobre un asno. San Agustín abre sus puertas a las virtudes de la mezcla de estilos y discursos, para que Jesús, de rodillas, al pie de un olivo, acepte el cáliz de la Pasión. El Señor del Huerto derrama una mirada penetrante sobre el paisaje histórico de la ciudad. Un sentimiento de aniquilación personal se funde con la esperanza de futuro. María Santísima de la Consolación y Esperanza Coronada pasa por la Plaza de San Sebastián y el Coso Viejo con su dolor sereno, dieciochesco, con sus labios apretados, apuntalando con su tristeza la certeza de una fragilidad. Esperanza que ríe su pena bajo el arco de Calle Nueva, verde manto y tierna mirada. Una ramita de olivo plateada brilla en la tarde y una profunda cicatriz atraviesa el alma de la ciudad.

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JESÚS: Entre palmas, olivos y cánticos acabo de entrar en Jerusalén

montado sobre un asno ¡Un rey en un burro! A pesar del

recibimiento triunfal, el gobierno de esta ciudad me desprecia.

¿Qué habéis salido a ver? ¿Un profeta? Jerusalén, ten cuidado

con los falsos profetas. Oiréis pero no entenderéis. Mirareis

pero no veréis. No queréis aceptar mi palabra. Este pueblo me

honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí.

Jerusalén, te hundirás hasta el abismo y algún día

comprenderás tu también los caminos de la paz. ¡Te

convertirás en un montón de ruinas! No quedará aquí piedra

sobre piedra. Los ricos ya habéis recibido vuestro consuelo.

Reíros ahora, mañana gemiréis y llorareis. Las naciones son

gobernadas por tiranos. Todos odiareis por mi causa. Vengo a

libertar a los oprimidos. De lo más profundo de mí brotarán ríos

de agua viva. Si alguien tiene sed, que venga a mí y beba. Yo

soy la luz del mundo. ¿O, acaso, una oveja en medio de lobos?.

La entrada en Jerusalén fue preparada probablemente por Jesús de forma deliberada para simbolizar con ella, la llegada del Reino y su propio papel dentro de él. La entrada era una acción intencionalmente simbólica. Una acción realizada con la intención puesta en sus discípulos, y que no llegó a atraer espectacularmente la atención del público. Pienso que este pasaje es uno de los más enigmáticos de los evangelios. Entró como “rey”, e hizo algo para demostrar que el Templo sería destruido. Y cenó con sus discípulos como símbolo del “banquete” venidero.

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Jesús entra en Jerusalén para forzar una respuesta decisiva respecto a su misión.

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TODO LO QUE ESTÁ ESCRITO SE VA ACUMPLIR La significación del discurso sobre el laberinto humano adquiere una de sus cumbres la noche del Lunes Santo. Para ello, Antequera, construye un espacio cimentado sobre su pasado. Deliberadamente neutro, abstracto, intemporal. Se palpa la tensión escénica en la iglesia de San Francisco. Están a punto de salir tres altares a la calle. Una combinación de todos los medios expresivos para una exaltación de lo sensual. El lenguaje artístico es apabullante: capaz de pasar con facilidad del verismo pertubardor del Cristo Verde al hermoso dolor contenido del Cristo de la Sangre. Jesús inicia la subida al Calvario con el caminar lento y doloroso de un condenado. El temor que palpita en su mirada nos señala el desorden del mundo y el enorme poder de la meditación. La extrema depuración de su rostro adquiere diferentes planos de significación. Va suavemente hacia la muerte porque vivía en deliberada oposición a la autoridad de la ley judía, y sobre todo, porque era potencialmente ofensivo para Roma. En su búsqueda, en su rebeldía, el protagonista tan solo encuentra la muerte. De la misma manera que Isaac –su prefigura bíblica- había cargado con la leña de su sacrificio, camina Jesús agobiado por el peso de la Cruz. Cristo erguido y solo, bajo palio, en trance caligráfico. El abrazo que da a la cruz antes de cargársela sobre los hombros

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es la plasmación simbólica de la dialéctica entre la muerte y la vida. En sus ojos, la sensación de vacío y a la vez de satisfacción. Afirmó que él era el Mesías. Esta declaración fue interpretada como una pretensión al trono y por esta razón fue crucificado. Jesús entra en conflicto con los maestros judíos. No compartían la esperanza común de restauración del esplendor de la nación. El aire estudiantil de la reorganización invade la ciudad. Una generación experta ha convertido a esta joven y antigua cofradía en modelo a seguir. Su presencia en la calle es impecable. Su versión iconográfica magistral. La cabeza suavemente inclinada de Nuestra Señora de la Vera Cruz observa el dolor y la muerte. Cinco lágrimas caen de sus ojos bajo un delicado palio carmesí. Ella sabe lo que es llorar. El alma se le hace llanto. ¿Quién se lo puede calmar? Jesús muerto en la Cruz. Su canon expresionista impresiona bajo el filtro verde de su encarnadura. Se han abierto todos los infiernos. Hay una cortísima distancia entre vida y muerte, alegría y tragedia. Muere el pueblo de Dios... para vivir de nuevo.

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JESÚS: ¿De que me sirve ganar todo el mundo si pierdo la vida? ¿Mi

Padre me premiará? Pero si solo amo a quien me ama, ¿qué

mérito tengo?, ¿Qué recompensa merezco? Está llegando el

reino de los cielos.

Tened ceñida la cintura y las lámparas encendidas. Todo lo que

está escrito se va a cumplir.

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LOS VERDUGOS: El Señor se adueña de Antequera. La ciudad se convierte en escenario de la solidaridad. Hay un lugar especialmente marcado por un encuentro. El Señor asoma por la esquina de la Calle Toronjo -estampa singular de nuestra Semana Santa- para cumplir su visita anual al amigo. Una teología de la fraternidad se hace luz y bálsamo para amortiguar la terrible sucesión de los días. Un encuentro definitivo que da sentido al camino emprendido por el Cristo solitario. Esta entrega al otro

nos conmueve porque nos adentra en el territorio desnudo del corazón. Una vuelta a la casa perdida, un retorno al lugar de la infancia. Una fragmentación del dolor ilumina el paisaje cambiante de la tarde mientras la madre llora por el sufrimiento del hijo, sin poder hacer nada para remediarlo. La Virgen de la Piedad, en una síntesis sentimental, acompaña el llanto y se funde de pena bajo el palio azul del anochecer. Dolor y amor en el corazón traspasado de María. Saetas, gritos y vivas al Señor de la Trinidad: Nuestro Padre Jesús del Rescate. Advocación crística de las más veneradas de Antequera. Mirada perdida sobre la túnica morada. Jesús con las manos atadas con mirada baja, en humilde actitud, coronado ya de espinas mientras espera el veredicto de Pilato.

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JESÚS: Seré entregado a los paganos, escarnecido, ultrajado,

escupido, azotado y crucificado. ¿Tanto ama Dios al mundo

que entrega a su hijo único?

Jesús como portavoz de Dios, su último mensajero antes del establecimiento del reino. Anhelaba un orden nuevo que sería creado mediante una acción poderosa de Dios. No se necesitaría el poder de las armas, los marginados –incluso los malvados- tendrían su lugar y Jesús y sus discípulos –los pobres, mansos y humildes- serían sus dirigentes. ¿Para qué ofrecer el Reino a quienes ya lo poseían? Estos ya han tenido su recompensa. Jesús quiso cambiar el presente. La conciencia que el Nazareno tenía de su poder espiritual era “singular”. ¿Cómo entendió su muerte una vez que tuvo claro que sería ejecutado? El Señor del Rescate, cautivo y maniatado, condenado sin pruebas por las autoridades civiles y religiosas competentes, mantiene su dignidad sin reconocer culpa alguna ni sentirse inferior sino muy por encima de sus verdugos. ¿Cómo no identificarse con este visionario del siglo I? Jesús se encamina hacia su muerte y Antequera humaniza lo sagrado y lo divino. Pero Jesús no perdió la esperanza, aún cuando –como ahora ante Pilato- veía que iba a morir, de que algún día llegaría el reino que había esperado. Para ello no dudó en desafiar la idoneidad del sistema mosaico en dos puntos: su ataque brutal al Templo y su mensaje sobre los pecadores. Y fue ejecutado por sedición o traición en cuanto aspirante a rey

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a propuesta de los dirigentes judíos. Tal vez murió a causa de la idea que tenía de sí mismo. JESÚS: Juzgo según lo que Dios me dice. Realizo la obra que el Padre

me encargó llevar a cabo. La doctrina que enseño no es mía

sino de aquel que me ha enviado. No he tenido demasiada

acogida. Ni me conocen a mí, ni conocen a mi Padre. Nadie me

acepta. No estoy endemoniado. No vivo preocupado por mi

honor. El Padre me ama. No he venido por mi propia cuenta. En

cambio, aceptaríais a cualquier otro que viniera en nombre

propio...

El no representaba ninguna amenaza militar, pero suscitó el entusiasmo de la gente. Esto fue suficiente.

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LÁGRIMAS ROJAS Un hermoso y emocionante rostro atraviesa la noche antequerana. Ya nada oculta la desmaterialización progresiva de la ciudad. Miércoles Santo, Mayor Dolor. El trayecto ritual de purificación emprendido la tarde del Domingo de Ramos se oscurece y se llena de profundidad y misterio. Una imagen poderosamente concreta abandona San Sebastián. Fue concebida como una demoledora recusación de los verdugos. Jesús caído al pie de la columna donde ha sido azotado, en actitud de tomar el paño tirado en el suelo. Asombrosa eficacia y hermosura. Soberana dosis de expresividad y sugerencia. La cera se derrite y se consume en oración y llanto. La mirada suplicante del Señor muestra “un dolor que traspasa el alma”. Un impío sayón le azota. La lengua de los criminales dibuja las heridas y recorre la carne tumefacta. Sangre derramada que solicita silencio y busca apasionadamente un interlocutor. Detrás va María, que mira y clama al cielo al filo de la madrugada. Dolor mayor en el corazón. En su rostro aturdido se puede leer un poema. Dolorida oscuridad. Elipsis impenetrable. Nostalgia infinita. La madre llora la ausencia dolorosa del hijo. Se abre el círculo de la tragedia. La muerte asoma por la piel de esparto de la ciudad.

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Antequera sobrevive sin recuperarse nunca de la tortura escenificada. Historia sombría y dura. La sangre brota del dolor de la frente, ojos y poros. Corre la sangre como corre el agua. Lágrimas rojas para alumbrar el descenso total al corazón de la noche. El Señor del Mayor Dolor viaja ya hacia las infinitas escalas de la sombra para engendrar una palabra nueva, un mensaje cifrado. Ocultando lo obvio, reforzó lo profundo. Esta estremecedora evocación del horror ha sobrevivido a los escombros del tiempo, rodeado de oraciones y plegarias. Un gentío humano a la sombra de la divinidad. Jesús pensó que el poder de Dios era una realidad presente. Y que ese presente era un momento importante, al parecer el momento más importante de todos los tiempos. Dos mil años después continuamos viendo a Jesús como la figura principal de ese reino. Un Reino como presente y futuro. MARÍA: ¡Silencio! Mi aliento desfallece. Una angustia mortal me

sobrecoge. Dentro del pecho mi alma se estremece. Me he

cansado ya de gritar. Mis huesos se abrasan como el fuego. Mi

piel y mi carne están desgarradas. En el camino por donde voy

un lazo me tendieron.

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EL DESPERTAR DE LA CONCIENCIA La deriva espontánea del corazón pone en funcionamiento una extraordinaria representación de la ausencia. María Magdalena y la Virgen de los Afligidos contemplan desolados la escena mientras el Cristo de la Misericordia comienza la calle Infante con el castillo de fondo en el cielo azul del Jueves Santo antequerano. Jesús muerto en la cruz. La materialidad del mundo se desvanece. El impresionante crucificado flota sobre la ciudad. Antequera va colocando las piezas implacablemente. El repertorio es ejemplar. Ahora, escenifica uno de sus registros más agrios. La densidad de la imagen queda absorbida entre el arte y la belleza. San Pedro se ha quedado en silencio. Hay un perenne afán poético en el modelado perfecto de la muerte. Y un pulso al artificio para calmar las turbulencias del espíritu e iluminar el horizonte de nuestras vidas. El relato oral poco a poco se completa. Todo lo sólido se desvanece en el aire al contemplar este paso de misterio. Cristo de atmósfera platónica. ¿Quién no se rinde ante la dimensión objetiva de su belleza? En la retina nos queda el desgarro en el que se complace el temblor último de la muerte. Una delicada y antigua policromía nos ofrece su Consuelo. Desde un palio de bambalinas rojas llora su pena por ver al Hijo que muere. Dijo el poeta: ¡Quién pudiera en un vuelo,

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quitar esas lágrimas de duelo, a la Virgen del Consuelo! Déjanos rezar a tus pies... La diáfana transparencia de su mirada nos aleja del ruido del mundo. Su semblante enfebrecido nos trae a la memoria la añoranza por estampas del pasado cuando un viejo palio antequerano se recortaba en el paisaje crepuscular de la ciudad. MARÍA: ¡Silencio! Las calzadas están desiertas. Nadie transita ya por

estos caminos. La Tierra esta de luto y languidece porque

muere un inocente sin que nadie le haga caso. Tres clavos han

destruido sin piedad lo más hermoso de mi vida. ¡Silencio! No

oigo latir su corazón. Mi hijo está sediento como tierra reseca.

¿Adónde podré ir yo sin su aliento?

No volverá a inundar más su boca de risas. No volverá a llenar

de alegrías mis labios. Estoy cansada de vivir. Todo me da lo

mismo. ¿Tengo que franquear yo sola las puertas del abismo?

¿Terminar el curso de mi vida con el alma destrozada? Sí. Me

quejo. Mis ojos ya no volverán a ver la felicidad.

El “hacedor de milagros”, el “pretendiente mesiánico”, el “Hijo de Dios” fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato fuera de Jerusalén. Jesús se identificó a sí mismo con el “hombre” futuro. Su muerte supone la consumación del amor de Dios. Su objetivo, comunicar la fe. Y se identificó tanto con la causa de

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Dios que llegó hasta la muerte por la verdad. Su finalidad, provocar un despertar de la conciencia. La muerte de Jesús fue la consecuencia directa de su actividad. La acusación determinante fue la blasfemia. Consideraron a Jesús falso profeta... Y esta acusación le llevó a la cruz. ¿Cómo es posible que Jesús diera a su muerte una virtud expiatoria tan ilimitada? Comprendió que su destino mesiánico se cumpliría solamente como consecuencia del duro revés del rechazo, del sufrimiento y de la muerte.

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REFINADA TRASCENDENCIA El paisaje de la memoria nos traslada a los siglos XVIII y XIX. ¿Es la Pasión una forma de nostalgia? Si queremos recordar el pasado solo tenemos que ver a la Reina de Belén. Nuestra Señora de los Dolores Coronada, encerrada en su hermoso relicario, como una cárcel de amor. Conjunción de clasicismo y vertiginosa escenografía. Un maravilloso retablo al que se le añade un manto y un palio memorables. El estilo de nuestra ciudad tiene un nombre propio: la Cofradía de Servitas de Los Dolores de Belén. La salida del templo conventual nos permite observar con asombro la espectacular peana. Todo se beneficia de una mezcla perfecta de precisión y solidez. Excelso armazón arquitectónico, peana altísima, con ricas tallas doradas, donde la jerarquización de los sentidos adquiere su máximo esplendor. Desde arriba nos contempla el sublime rostro de la Virgen de los Dolores. Seis lágrimas bajo el cielo bordado de la ciudad. “Negro palio. Y, en medio, Ella”, dice el poeta. Trono esbelto, de palio alto con cinco varales de plata a cada lado, cien por cien antequerano. Una estudiada iluminación completa una obra que se conserva así desde hace siglos. Esa fuerza que preserva la historia convierte a esta modélica cofradía en puntal de la Semana Santa de Antequera. Entre lo autóctono y lo foráneo, los cofrades de Santiago recuperan la esencia de sus orígenes. Su más sorprendente aportación ha

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sido mantener el patrimonio como canon y guía de una estética inimitable. El tiempo aporta datos de extraordinario valor. Tronos como este trascienden y perduran porque no se ven en otros lugares. Antequera no debe importar estéticas que sólo nos vulgarizan y asimilan al resto del territorio andaluz. Atentan contra la necesaria construcción y mantenimiento de una tradición propia. No nos convirtamos en sucursales de nadie. El refinamiento de este palio vale por sí solo para llenar el vacío atroz de los que se encuentran en la incapacidad de identificar sus propias raíces. Jesús Atado a la Columna, con mirada suplicante, amarrado tras ser flagelado. Hermosa imagen dieciochesca más preocupada por el hombre que por el personaje, cuenta con la mayor eficacia y plasticidad el doloroso descubrimiento mesiánico de Jesús, casi al borde ya de la existencia. La vida, carente de valor para sus verdugos, se le iba escapando en cada reguero de sangre derramada, a la espera del último estertor. Su trono es una exquisitez de concepto, ritmo y estructura. Otro motivo más para la seducción de unos “servitas” guardianes de la tradición y tan cerca siempre de los principios fundacionales. Jesús Caído de rodillas sobre una piedra en su camino al Calvario. La sensación de fragilidad que produce su visión nos

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impide apartar la mirada. Una fiesta de las sensaciones impregna el ambiente en la encrucijada de la Semana Santa. La gozosa y vibrante celebración continúa. Y estos cofrades cumpliendo los deseos de quienes les precedieron, siguen construyendo un mundo propio, un paisaje del alma que ofrece imágenes tan hermosas como la de este Señor Caído de compleja y turbadora mirada. El arte en este Jueves Santo se ha vuelto exquisito. Pronto llegará la Virgen de los Dolores hasta Santiago después de bendecir la “vega” desde los Cerretes. La arquitectura instrumental que marcó un camino a seguir se encerrará por un año. Pero nuestra retina sigue acumulando momentos singulares. Me gustaría entender el mecanismo mental de los artistas que hace siglos diseñaron tan perfecta escenografía celestial. MARÍA: Que se abran las compuertas del cielo y se conmuevan los

cimientos de la tierra. Que se avergüence el sol. ¿Quién

iluminará ahora mi larga tiniebla? ¡Sacadme de esta cárcel!

¿Quién vendrá en mi ayuda? No me quedan fuerzas para

resistir. ¿Para qué seguir viviendo? ¿Tengo, acaso, la dureza

de una roca? ¿Es mi carne de bronce? Pero no amordazaré mis

labios. ¿Por qué no expiré yo también?

El reino de Dios irrumpió realmente a través de Jesús. El complot para matarlo se va estrechando. ¿Se sintieron realmente los sacerdotes amenazados por este insolente

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galileo? Los sacerdotes no ejecutaban sistemáticamente a todos los que decían hablar en nombre de Dios, ni los romanos los complacían asesinando a todo el que les irritaba. Debemos seguir buscando la causa inmediata de la muerte de Jesús, una causa que ni pública ni obviamente les implicara a él y a sus discípulos como rebeldes contra Roma, pero que podía ser presentada al procurador como merecedora de la pena capital. Marcos vincula la decisión determinante de asesinar a Jesús con la acción en el Templo. El último acontecimiento público de la vida de Jesús.

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LA LÍNEA DE LA VIDA Un denso aroma de melancolía, un destello de emoción perturba la ciudad la tarde del Viernes Santo. La complicidad expresiva entre Antequera y Dios convierte el paisaje urbano en un deslumbrante oratorio. El nivel de representación ya no desciende. Nos asomaremos, todos juntos, al vértigo de una noche que encierra un universo poético lleno de refinamiento y misterio. Sale el trono de la Virgen de la Paz desde la Basílica de Santo Domingo. Se colocan los penachos que rematan las esquinas del palio. El acto de fe va a comenzar. El terciopelo negro bordado en oro y plata, los varales colocados en las esquinas, la escultural peana de madera con apliques de plata rebosan autenticidad, emoción, hondura y sabiduría. Siguen fieles al estilo más reconocible de nuestra ciudad. Corona decimonónica, media luna dieciochesca, norte y sur unidos para enmarcar la dulce imagen de la Paz. El corazón apuntalado, la exquisita vestimenta, esas originalísimas mangas estrechas, el perfecto y medido adorno floral... Que nada distraiga nuestra atención. Estamos contemplando algo más que un altar en la calle. Esta Virgen siempre causa revuelo en cada aparición. Y no es para menos. ¿Cómo pueden ensamblarse en una misma pieza elegancia, fuerza, claridad? La esencialidad escenográfica llevada al límite. Otra cima en los planteamientos estilísticos de Antequera. Imponente fuerza dramática y visual. Observarla

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por primera vez fue para mí una experiencia inolvidable. El sismógrafo del alma sabe a cuantas pulsaciones latía mi corazón. Un temblor poético recorre la deslumbrante pulcritud formal de este palio conmovedor. Su impacto es atmosférico. Noche de estéticas arrolladoras, “abajo” o ”arriba”. Y esta imagen, la coronación soberbia de una cofradía ejemplar. Similares cotas de intensidad expresiva alcanza el Dulce Nombre de Jesús. Cruz de plata, deslumbrante peana, terciopelo morado bordado en oro... Cinco siglos contemplan a una imagen que continúa su doloroso camino a la búsqueda del sonido final. Los golpes del martillo no tardarán en aparecer. Pronto cruzará la línea de la vida. Su mirada cansada, su angustia existencial, busca –por muy insignificante que sea- una señal de reconocimiento. El Niño Jesús Perdido no quiere claroscuros. Entre sus preciosos candelabros antequeranos le devuelve la mirada mientras abraza –genial precocidad- la cruz de plata como quien camina por el mundo con el tierno juguete de su vida. La muerte irrumpe repentinamente. Ya no hay matices ni espacios de luz que rebajen el horror. Cristo de la Buena Muerte de la Paz. Jesús muerto en la cruz. Todo es hiriente y demoledor en este magistral retrato de la muerte. Un personaje dolorido y lleno de lucidez cuelga de un madero expulsado de su propia vida. El discurso se coagula. Y algo se quiebra en las zonas inestables de la conciencia. El velo del templo se ha roto. Ya no hay división entre lo sagrado y lo profano.

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De vuelta a casa la Paz se hará unas cuantas cuestas. Cantareros, Diego Ponce, Calzada, Encarnación, Zapateros, Calle del Viento. La vega es un milagro. Abajo y arriba. Arriba y abajo. Y la Virgen azul de la Paz por la puerta del cielo. MARÍA: Ahora mi tienda está arrasada. Rotas todas mis cuerdas. Mi

hijo me ha dejado. ¿Dónde está? Que la oscuridad me cubra y

la luz se haga noche en torno a mí. Mi herida es como el mar. A

quien yo crié y alimenté han exterminado. Le han dado caza

como a un pájaro. Sus palabras eran toda mi vida. Hacían latir

mi corazón. Nadie le salvó del puño de los violentos. Ya solo

hay espanto. Habito un desierto abrasado.

La muerte salvífica de Jesús... El cuarto evangelio atribuye a Caifás el dicho de que “es mejor que muera un solo hombre por el pueblo y que no perezca toda la nación”. Pero ¿por qué fue entonces ejecutado Jesús como rey? Toda interpretación que se haga de la muerte de Jesús debe mantener conjuntamente el hecho de su ejecución en cuanto pretendiente a “rey de los judíos” y la supervivencia de sus discípulos como grupo mesiánico que no fue ni suprimido ni eliminado. Si el tumulto público hubiera sido tan grande como para que los romanos lo ejecutaran sin ser apremiados a ello, habrían asesinado también con toda seguridad a muchos de sus seguidores. En cualquier caso, la causa inmediata de la muerte de Jesús fue lo acontecido en el Templo. Este hecho fue sin duda alguna lo que convenció a los dirigentes del

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judaísmo de que no se debía permitir que este galileo, que era ya posiblemente una presencia irritante, creara conflictos posteriores.

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EL OBSERVATORIO CELESTE Estamos en lo más alto de Antequera. Arriba del todo. Desde allí se ensanchan los horizontes. Sale la Santa Cruz de Jerusalén, paso insignia de la cofradía de “arriba”. Y Jesús Nazareno ayudado por el Cirineo, con la Verónica a sus pies. Hay que verlo bendiciendo a la ciudad desde el mirador, junto al Arco de los Gigantes. Confrontación de paisajes, búsqueda de referentes. Desde allí, una mirada sanguínea contempla la sucesión de sombras y repasa mentalmente el catálogo del desprecio, la violencia y la traición. El sentido trascendente de su dolor convertirá a Antequera en una enorme caja de resonancia. Sólo si la vida es un viaje de riesgo vale la pena vivirla. Ya podremos mirarnos a nosotros mismos sin sentirnos meros espectadores del sufrimiento ajeno, incapaces de hacer nada por evitarlo. En su rostro angustiado hay una herida invisible, un dolor proveniente de la indiferencia. Se van engranando los datos de la tragedia. La muerte anunciada ensombrece cualquier atisbo de paraíso. Gritan las gargantas. En la iglesia de Santa María de Jesús, un trono con la dimensión de los recuerdos imborrables emerge, fulgente y excesivo. La rotundidad de la obra trasciende la explanada. Una capacidad de sugerencia tan fuerte exige un ajuste en la mirada. Poco a poco, la belleza exhibe su rostro y sube el oleaje en la tarde encendida de la ciudad. Una mirada virgen desmenuza el espacio. Aflora la inocencia en el laberinto de oro y plata. Y descubrimos el misterio de la atracción, la

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belleza total vestida con versos fulgurantes. Un universo vertical al que nadie puede resistirse. De madrugada, se derramará en los paisajes del anochecer para navegar sobre el mar embravecido de la ciudad. Nuestra Señora del Socorro Coronada. Un sol en llamas. Y la gloria de poder verle la cara, al fin, a la Virgen que enciende la mirada de Antequera. Flores, inciensos, candelabros, el hermoso espectáculo del manto, las caídas áureas y la plata repujada, los dieciocho varales de plata que sostienen el cielo bordado. Espejos y apariencias, la creación en trance, la dislocación de los sentidos. Una unidad, una síntesis, un milagro de devoción que se abre a nuestra mirada. La consistencia de lo real convertido en metáfora. Una impresión definitiva de eternidad. Levita Antequera ante su relicario de oro. Más que el sentido de la medida, importa la precisión del espacio, la nitidez metafórica, la sutil transparencia, la delicada trama orquestada en el palio, casi en los límites de la visibilidad. Noche de dualidades, de palios contrapuestos. Dos versiones diferentes de un mismo estilo. Juego escénico, poderío expresivo, elementos icónicos de extrema complejidad. Siluetas, reflejos, formas piramidales para una estructura soñada.

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El pueblo la siente en lo más alto de la ciudad. El sol inunda de partículas doradas su maravillosa corona antequerana. El espectacular y mágico “arriba” de la Virgen del Socorro electriza su reencuentro con la ciudad. Todo salta en el aire en un temblor. Inicia su paseo anual, un viaje con voluntad de permanencia. Las calles serán cauces y arterias para transmitir sentimientos: Portichuelo, Herradores, Rastro, Viento, Zapateros... La presencia intensa de una geografía urbana, mezcla de lirismo y escritura en clave, le da a esta noche el auténtico sentido de la medida. La “vega” es un prodigio poético. Lo más espectacular, conmovedor y antequerano de nuestra Semana Santa. La perspectiva de la ciudad dibuja curvas de imparable ascenso hasta alcanzar las estrellas del Torcal. Los ángeles bajan del cielo para que los hermanacos de las cofradías de “Abajo” y de “Arriba” vuelen desde la plaza de San Sebastián hasta la empinada plazuela de Santo Domingo o hasta el Pórtico del Cielo de Jesús. Entrañable rivalidad ascética. Una “vega” que suena toda ella a Socorro y Paz. Y, en el centro, Dios. El milagro anual se consuma. Los tambores marcan el ritmo, se olvidan rivalidades, se alzan las horquillas, las rodillas rozan el suelo, el ambiente se carga de referencias y emociones. Y recuerdos. Y suspiros. Y lágrimas de abrazos. Hay que rezar durante el esfuerzo. Impresiona el momento de “correr la vega”.

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Por los cerros de Antequera navega la Reina del Portichuelo. Ocho ángeles y ochenta y seis hermanacos la sostienen. Juego de luces y sombras para destilar el jugo de la vida. Y descubrir la singularidad de lo eterno. La plata y el oro irradian toda su luz en el último y vertiginoso tramo, el que va desde el “Carmona” hasta el Portichuelo, el observatorio celeste de la madrugada antequerana. Eclosión de la alegría, diálogo de varales, agresividad ascensional. Las luces del trono van encendiendo las viejas huellas perdidas. Esfuerzo físico y emoción. La “vega” nos agita el corazón mientras el cielo desciende hasta los hombros de los hermanacos de Dios. Seguimos oyendo campanillas celestes. Irrumpirá la “vega” como un terremoto cósmico hacia la hendidura del cielo. Y lo hace sin trampa, con el fragor de la carne, con el balsámico sacrificio del dolor. Memoria y oración se alían para subir las sagradas cargas por cuestas empinadísimas. El regusto mágico que queda tras el agotamiento dibuja una curva de vida en la naturaleza ondulatoria de la luz. Ya es pasión en toda la ciudad. MARÍA: Conmovidas están mis entrañas, trastornado todo mi corazón.

Abandonada al llanto como si me hubiesen llenado de hierbas

amargas, como si me hubieran quebrado con piedras todos

mis dientes y me dieran cenizas para comer.

Dentro del pecho mi alma se estremece, y una angustia mortal

me sobrecoge. Se disipan mis días como el humo y mis huesos

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se abrasan como el fuego. ¿Pasaré esta noche insomne entre

gemidos? Dios, escúchame. Ven pronto en mi socorro. Oye mi

voz. Aún no he recogido todas las lagrimas y ya estoy inmersa

en el fondo del abismo. He olvidado la felicidad.

Los evangelios nos presentan a Jesús como una persona bastante reticente a decir quien era en realidad. Sus seguidores le dieron un título, “Mesías”, compatible con la pretensión de gobernar. La ejecución de Jesús como aspirante a “rey de los judíos” nos muestra que los demás pensaron que había afirmado que era rey. A pesar de su reticencia a darse un título, los aristócratas judíos y los romanos lo entendieron muy bien. Lo que dijo sobre sí mismo equivalía a proclamarse rey. La única declaración directa, sin embargo, fue el gesto simbólico de entrar en Jerusalén sobre un asno. Los datos claros son los siguientes: habló de un Reino. Sus discípulos esperaban tener un cargo en él. Le consideraron su líder y, por afirmar que él era rey, fue crucificado.

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LOS NIVELES OSCUROS Un poema de madera dorada navega por la ciudad. El umbral del desgarro nos sobrecoge. El ocre sórdido de la desesperanza rompe el silencio de la noche. Martillos y voces. Suelas rozando el suelo. Horquillas golpeando las empedradas calles de Antequera. Tambores enlutados. Formas orgánicas en transformación salen desde el Carmen. Se respira un aire impresionante, lleno de luto. Paso de Cristo muerto. El imponente Viernes Santo antequerano es una puerta abierta a la fascinación. El propio nomadismo urbano multiplica los escenarios. Junto al profundo negro encontramos la impresionante máquina fúnebre. Renovación formal y tipológica. Programa iconográfico demoledor de violencia geométrica, táctil, espacial. La sombra de la divinidad crea sorprendentes efectos de luz. Santo Entierro de Cristo. Jesús yace en una urna. Los elementos de la cotidianidad se disuelven. Ya no se puede ocultar la muerte. La aventura vital de un náufrago llega a su fin. Los oscuros estratos de la inmisericordia no sirven como coartada moral para justificar el crimen. La capacidad de meditar sobre los misterios de la muerte adquiere en Antequera una de sus cotas más complejas. Navega la urna fúnebre sobre el corazón colapsado de la ciudad.

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La procesión más solemne de la Semana Santa recuperó todo su cuerpo procesional gracias al celo protector de una familia antequerana que guardó, preservó y mantuvo un patrimonio de enseres de valor histórico incalculable. Las maravillas de la madrugada se completan con el trono de palio de la Virgen de la Soledad. La permanente sensación de asombro no decrece. El engranaje conceptual que acompaña a esta imagen mantiene constantemente alto el poderío de un estilo cuyo listón estético alcanza ahora una de sus cumbres. La Virgen María, firme, sumida en Soledad ante la muerte de su Hijo Jesús. Manos que sujetan la corona de espinas y los tres clavos de la cruz. Palio antequerano bordado en oro sobre terciopelo negro igual que un manto procesional que conserva el original pliegue antequerano. Corona decimonónica, inenarrable peana alada... Asombran los bienes custodiados, el rico patrimonio, resultado de un largo proceso de acumulación. La integridad estética con que está construido este palio emsambla apariencia con teatralidad. Una escala mística que lleva desde la muerte al paraíso. Formas epigonales que han sobrevido al tiempo. Sobriedad estilística. Una reflexión magistral sobre la funcionalidad de espacios nacidos para la espiritualidad. Ahora emerge en mi memoria otro magnífico yacente, el de San Agustín. Su rostro refleja el triunfo de la muerte sobre el poder terrenal, la inminente llegada del reino del espanto. Pero las claves de esta impresionante obra van por otros derroteros: El

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descubrimiento de la solidaridad agazapada en una desolada imagen de tan rara belleza formal que acaba conformando nuestro propio destino mortal. Una misteriosa impresión de eternidad acompaña el tránsito dolorido de Antequera. MARÍA: Cuando se pisotea al débil. Cuando se viola el derecho de

alguien solo quedan los gemidos. Sollozos y gritos hasta el

amanecer. Ya me envuelven las sombras. No tengo paz. Ni

calma. Ni descanso. La noche será interminable... Y la tierra

vomitará toda la sangre tragada y no ocultará más a sus

muertos.

No es razonable decir que Jesús buscaba la voluntad de Dios y que los demás solo pretendían jugar con la Escritura para su propio beneficio. No es una explicación histórica razonable decir que Jesús creía en una lista completa de abstracciones agradables no polémicas (amor, misericordia, gracia) y que sus adversarios las rechazaban. Los acontecimientos históricos no fueron tan simples. Jesús se encaminó hacia su muerte. Sus discípulos desarrollaron la lógica de su propia posición en una situación diferente y crearon un movimiento que abría de expandirse por todo el mundo y seguir cambiando de un modo imprevisible mediante pasos progresivos explicables cada uno en su propio contexto histórico.

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EL TRIUNFO DE LA LUZ La inspiración religiosa más profunda se adueña de la ciudad. La conciencia se abre. Por entre la tiniebla emerge la confraternad universal. La raíz de la concepción del mundo busca un hito luminoso, un lugar nuevo donde lo cotidiano y lo elevado se cruzan. Otra manera de ver en la oscuridad. Desaparecen los mecanismos del olvido para que el alma alcance la sabiduría completa, su auténtica liberación personal. Antequera, en esta noche de Sábado Santo, viaja ya por el otro lado de la vida adentrándose en una nueva luz. Por sus calles surge la oración más bella: que todos los seres vivos sean libres de sufrimiento. Una lluvia de plegarías inunda la ciudad para que encontremos la mejor manera de arreglar nuestras vidas, un auténtico dragado psíquico para restituir los anhelos de felicidad. En esta Noche Santa el óleo de la alegría anuncia el triunfo de la luz. La creación recupera su auténtico significado. La ceremonia mística del fuego rompe el silencio. La madre de todas las vigilias a la búsqueda de la verdad. Como si el tiempo contuviera siempre todo el tiempo, la Vigilia pascual ilumina la tumba vacía, las vendas, las sábanas... Se cumplen las promesas de los Profetas: “Os infundiré mi espíritu, y haré que caminéis...” (Ez 36,27). Se configura un mundo de evocación onírica, un cambio del espíritu, una religiosidad basada en la memoria. Y en el fuego

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fragmentado de la llama. Que esa llama del amor avive ese fuego que ha de transformar el mundo... “A veces siento necesidad de rezar... Rezar es pensar en el sentido de las cosas. El sentido de la vida es misterioso, religioso. Entender lo inteligible, lo inmediato es estremecedor y enternecedor” dice el poeta Muñoz Rojas. La intensa fatiga de la historia llega su fin, liberada ya de la necesidad de explicarlo todo. Sabemos lo que hay al final del camino. MARÍA: Tuvo hambre y no le dieron de comer. Sed, y no le dieron de

beber. Vuestras manos están manchadas de sangre y vuestros

dedos llenos de crímenes. Vuestros labios solo dicen mentiras

y vuestras lenguas tejen telarañas. El mejor de vosotros es

igual que una zarza ardiente. Esta noche habrá tempestad, el

cielo está cubierto y encendido. ¡Jerusalén! !Porque matas a

tus profetas! ¡ Porque apredeas a los que a tí te son enviados!

Has desplazado el derecho y arrinconado la justicia. Tus jueces

se dejan sobornar. Tus sacerdotes enseñan a sueldo y

vaticinan solo por dinero. Tus planes son criminales. Has

derramado sangre inocente. Devastación y ruina inundarán tus

caminos. ¡Hay de ti ciudad sanguinaria, repleta de fraudes,

llena de violencia y rapiña sin fin! Pero el no vino a juzgar al

mundo, sino a salvarlo. Poniendo fuego en la tierra. ¡Y que ha

de querer, sino que arda!.¿Cuáles son las señales de estos

tiempos? ¿Enviar profetas, sabios, escribas para degollar a

unos, crucificar a otros, azotar a los demás en nuestras

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sinagogas y andar persiguiéndoles a todos de ciudad en

ciudad? Contaron hasta el último de sus cabellos.

Hace frío. Esta casa va a quedar desierta. ¿Quién se puso de su

parte frente a los malvados? Un tribunal corrompido dictó una

sentencia injusta valiéndose de la ley tan solo para condenar a

un inocente. Nadie bebió el cáliz que él tuvo que tomar.

Jesús era un taumaturgo que predicó el evangelio a los pobres y cuyas curaciones realizadas durante su vida pública atrajeron a la muchedumbre hacia su predicación. Las gentes empezaron a considerarle el Mesías. Las autoridades sintieron miedo de él. De “hacedor de milagros” a “pretendiente mesiánico”, y de aquí a la crucifixión. ¿Por qué atrajo tanto la atención? ¿Por qué fue ejecutado? Y ¿por qué posteriormente fue deificado? Había también en esta época otros muchos maestros y profetas conocidos en Israel, pero no se tendía a convertirlos en taumaturgos. Es comprensible, sin embargo, que el que fue conocido especialmente por esta actividad llegase a ser conocido también por otras... La figura histórica de Jesús es apasionante. Cuando reflexionamos sobre él, como hacemos hoy, sentimos el sudor que procede del esfuerzo por explicar la historia.

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EL ALMA DEL MUNDO La capacidad para percibir las infinitas dimensiones de la condición humana alcanza una de sus formas más depuradas. Las afirmaciones que construyen el futuro triunfan sobre la maraña conceptual de las disquisiciones. Dios habla la mañana del Domingo de Resurrección. La muerte de Jesús no fue su destrucción, sino su paso a la vida del padre. Finalmente, Jesús tenía razón. Su Resurrección no es un nuevo prodigio, sino una intervención creadora de Dios. Murió en la cruz por amor. ¿Se puede salvar al mundo desde una cruz? ¿Qué significa la Cruz? ¿Cuál es el centro de nuestras vidas? El memorial de la resurrección ilumina las calles de Antequera. Es la procesión oficial de la Agrupación de Cofradías. Lleva una imagen antigua procedente de la iglesia de la Victoria. Desfilan los guiones de todas las Cofradías de Semana Santa con representaciones de sus penitentes y estandartes. Siguen los campanilleros de lujo de las Hermandades. Y tras el trono –afortunadamente canastilla y peana antequeranas- el guión de la Agrupación de Cofradías y el Pendón de la Ciudad. El Niño Jesús Perdido se ha hecho mayor. La comunidad creyente no se siente ya huérfana. La muerte no tiene la última palabra. La Resurrección es la gran noticia de la Semana Santa. El repicar de las campanas, el eco insistente de las aleluyas, son el testamento sonoro del Domingo de Pascua. La procesión de la Gloria, la que mejor simboliza el mensaje de la Pasión, prosigue ceremoniosa por las calles de Antequera.

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El triunfo de la vida sobre la muerte. ¿Puede una vida humana vivida en el amor terminar en el fracaso de la muerte? Con la resurrección, nuestra vida tiene salida. Tiene sentido. Hay un mensaje. Comienza un nuevo tiempo, una nueva historia. ¿Qué entendemos por resurrección de Jesús? No es un retorno a la vida anterior. No es la reanimación de un cadáver. Jesús vive una vida que ya no es la nuestra. Pablo nos dice con claridad que Cristo, resucitado de entre los muertos, ya no muere más porque ahora vive en Dios (Rm 6,9-10). Su resurrección es fundamento y garantía de la nuestra. Un acontecimiento que desborda la vida. Para los creyentes es lo más real, importante y decisivo que ha sucedido en la historia de la humanidad. A su condición de hombre, une ahora su condición de Dios. “...Sabed que yo estoy con vosotros hasta el fin del mundo” (Mt 28,20). Y el alma se llena de gracia. Pascua de Resurrección, la fiesta de las fiestas. “No busques entre los muertos al que está vivo”, dijo el ángel a las mujeres en la mañana de resurrección. ¿Estamos dispuestos a seguir el mismo camino que Él siguió? Sólo su amor nos salva. Sólo su entrega nos salva. En Jesús se encerraba algo único, una sensibilidad desconocida, nueva. Su atemporalidad universaliza el núcleo racional de la religión. Es una fuente inagotable que no se va a secar nunca. Su alegato a favor de un hombre nuevo,

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consciente de sus límites y atento al sufrimiento de los demás, ha vencido a la erosión del tiempo e inunda de densidad emocional y poética la vulnerabilidad que a todos nos caracteriza. La pervivencia de su pensamiento es una especie de vibración espiritual que favorece una nueva mirada. Compleja armonía revelada es fundir la felicidad con el alma del mundo. El piadoso silencio ha terminado.

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LO SAGRADO Y LO PROFANO Termina el dibujo moral de la ciudad. El texto va llegando a su fin. He intentado bajar a terrenos muy concretos. Acotar el cuadro preciso en el que se ha movido este Pregón. Evitando, en lo posible, el desmelenamiento narrativo. Ha sido un viaje a tumba abierta sobre los precipicios del lenguaje, introduciendo compases de silencio y pausas reflexivas en la cohesión escénica de las imágenes. He pretendido salir de mi propia individualidad. Alumbrar el fondo gozoso de esta ciudad milenaria con la violenta sonoridad de la palabra. La voz como latido de la conciencia. Quedan algunas preguntas en el aire. Voces que se introducen en nuestras cabezas. La actitud de Jesús hacia la Ley provocó su muerte, sacudió los cimientos del judaísmo, y más en profundidad, minó el terreno que sustentaba la concepción del mundo antiguo. Jesús demandaba “amor inteligente” frente a la exigencia de obediencia ciega por parte de los rabinos. Se situó intencionalmente por encima de Moisés. Su actitud con respecto al sábado y la pureza ritual son ejemplos de “quebrantamiento” de la Torá. Al violar las leyes de la pureza ritual, Jesús puede ya relacionarse con los pecadores. Gracias a esta trasgresión

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eliminaba la distinción (fundamental en todo el pensamiento antiguo) entre el témenos, la esfera de lo sagrado y lo profano. Jesús fue, en este sentido, el primer hombre moderno de la historia.

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EPÍLOGO Los estandartes se desperezan. Los guiones viven una rara emoción. Las horquillas han dejado de bostezar. Los martillos resplandecen. Los mayordomos repasan los horarios. Los campanilleros afinan sus toques. Las almohadillas se abrazan a las andas. Los capiruchos y los capirotes buscan a los penitentes. Los hermanacos vuelven de su largo letargo invernal. Tensan sus hombros, reajustan sus articulaciones. Las camareras “arreglan” los tronos. Los hermanos mayores se santiguan. Los cuatro Nazarenos miden y comparan sus cruces. Los hebreos cuentan sus palmas. Y los “soles” resplandecen. Tubos, varales, tulipas, tronos, peanas, mantos, la incandescencia viva de los palios a la espera del reencuentro triunfal con sus propias raíces. Termina la soledad claustral de las Vírgenes antequeranas. Y la larga siesta de los Cristos. Ya vuelan las hojas del calendario. Se acerca la fiesta de la vida. El órgano pétreo del Torcal alza la voz para hacer vibrar la Vega mientras los campanilleros de lujo acarician sus largas túnicas bordadas. La Semana Santa de Antequera es patrimonio del pueblo. Las sensaciones predominan sobre las ideas y las creencias. La

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celebración de la vida se hará sin caer en el esencialismo religioso ni en el maniqueísmo territorial. La vieja ciudad abierta se dejará arrastar por un torbellino áureo, una desmesura de enorme vigor, creatividad y riqueza. Pronto asomará el relato. La mejor manera de interpretar el mundo está aquí. La fascinación de contar historias tiene en esta tierra su identidad más expresiva. Una manera única de interpretar el silencio... Y la vida. Antequera esparce su herencia milenaria a la búsqueda del viejo paraíso.