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  • La violencia de la ilusin. Amartya Sen Dossier Memorias e Identidades: L. Lukin, C. Feld, A. Cobas Carral, M. T. Johansson, L.Verzero, Entrevista a Hctor Schmucler, Crnica de Igor tiks.Homenaje a Lenidas LamborghiniLa ciudad latinoamericana contempornea revisitadaMagia, brujera, escritura Cuento de Pablo ManzanoReseas y ms arte.

    Segunda poca | ao XI

    N5 | Enero 2010

    BOCADESAPO5Revista de arte, literatura y pensamiento

  • STAFF

    DIRECTORA

    Jimena Nspolo

    JEFA DE REDACCIN

    Marisa do Brito Barrote

    CONSEJO DE DIRECCIN

    Diego Bentivegna - Claudia Feld

    Gisela Heffes - Walter Romero

    JEFE DE ARTE

    Jorge Snchez

    DISEO Y DIAGRAMACIN

    David Nahon - Mariana Sissia

    ILUSTRADORES

    Paula Adamo - Vctor Hugo Asselbon

    Santiago Iturralde - Florencia Scafati

    COLABORADORES

    Andrea Cobas Carral - Marcelo Damiani

    Mara Teresa Johansson M. - Rosana Koch

    Liliana Lukin - Matas Nspolo - Amartya Sen

    Fabin Sobern - Igor tiks - Lorena Verzero

    Shila Vilker

    ARTISTAS INVITADOS

    Martn Bustamante - Ins Vera

    E-mail: [email protected]

    [email protected]

    [email protected]

    Editor responsable: Jimena Nspolo

    Direccin postal: Horti guera 684, (1406)

    Ciudad de Buenos Aires.

    TE: (02322) 54-0064 / (011) 4567-0971

    ISSN 1514-8351

    Impresa en Ciudad Autnoma

    de Buenos Aires, Argentina.

    Segunda poca | ao XI | N5 | Enero 2010

    SUMARIO

    Editorial 1 La violencia de la ilusin. Amartya Sen 2

    Dossier Memorias e Identidades Presentacin del dossier. Claudia Feld 8 Deshilvanar. Fragmentos. Liliana Lukin 12 La figura de hijos de vctimas de la violencia de Estado. Andrea Cobas Carral 18 Entrevista a Hctor Schmucler: Toda memoria es poltica. Shila Vilker 24 Fronteras polticas y testimonio. Mara Teresa Johansson M. 30 La escena como espacio para la reparacin del dao. Lorena Verzero 34 Crnica. Con las maletas preparadas. Igor tiks 40

    Artculos

    Homenaje a Lenidas Lamborghini. Escribir con las patas en la fuente. Marisa do Brito Barrote 50 La ciudad latinoamericana contempornea revisitada. Gisela Heffes 58 Magia, brujera, escritura. Jimena Nspolo 64

    Cuento So far. Pablo Manzano 72

    Reseas

    Variaciones sobre el erotismo: Charlotte dIngerville de Georges Bataille 78 Las apuestas de la derrota: El otro lado de Jorge Consiglio 78 Hazaas blicas: Cancin de Vic Morrow de Jaime Rodrguez Z. 79 El seor, el amante y el poeta de Dardo Scavino 79 De traiciones urbanas: Alias Gardelito de Bernardo Kordon 80 Leer y escribir, un aprendizaje que no termina: Ensear a leer textos de ciencias de Ana Espinoza y Conquistar la escritura de Ana Mara Finocchio 80

    Historieta

    Fragmentos en tiras de la vida de Antn Malavar. Vctor Hugo Asselbon 81

    La foto de tapa es obra de Ins Vera, al igual que las imgenes del Dossier Memorias e identidades. Ins Vera

    (Buenos Aires, 1974) es Profesora Nacional de Grabado, Pintura y Dibujo de la Escuela Nacional de Bellas Artes

    Prilidiano Pueyrredn. Entre los aos 1997 y 2000, form parte de la comisin de fotografa de la agrupacin

    H.I.J.O.S. Junto con miembros de H.I.J.O.S. y de otros organismos de Derechos Humanos y agrupaciones afines,

    realiz el registro fotogrfico de las actividades de memoria y denuncia de los crmenes de lesa humanidad perpe-

    tuados por la ltima dictadura militar en la Argentina. Las fotografas que ilustran esta publicacin corresponden a

    esa serie. A todos y cada uno de sus compaeros, desea brindar un agradecimiento por el trabajo realizado.

    Derechos reservados - Prohibida la reproduccin total o parcial de cada nmero, en cualquier medio, sin la cita

    bibliogrfica correspondiente y/o la autorizacin de la editora. La direccin no se responsabiliza de las opiniones

    vertidas en los artculos firmados. Los colaboradores aceptan que sus aportaciones aparezcan tanto en soporte

    impreso como en digital. BOCADESAPO no retribuye pecuniariamente las colaboraciones.

  • EDITORIAL

    Lenidas Lamborghini seal alguna vez que La refalosa, de Hilario Ascasubi (1807-1875), es un hito paradigmtico de la historia literaria argentina. El largo poema se abre con un epgrafe singular (Ame-naza de un mazorquero y degollador de los sitiadores de Montevideo) y relata con aire tragicmico una escena de tortura donde la vctima supli-ciada resbala (refala) una y otra vez en su propia sangre a medida que lo despellejan. La refalosa condensa dice el poeta un momento de luchas intestinas signadas por la salvajada ejercida entre ambos bandos, unita-rios y federales: Salvajada que tuvo su ms amplio teatro de crueldades (sin lmite), en el perodo de nuestras guerras civiles, durante veinte aos: marca que reaparecer a lo largo de la historia de los argentinos bajo dis-tintas formas hasta llegar al presente.

    En este nuevo nmero de BOCADESAPO hemos querido homenajear al poeta recientemente fallecido y tambin repensar la historia poltica y cultural argentina de las ltimas dcadas en un mapa de escalas no solo nacionales. As, la reflexin sobre los modos que asume el arte para repre-sentar o elaborar la violencia se prolong en la problematizacin de dos nociones clave: identidad y memoria. El nmero se abre con un texto del Premio Nobel en Economa, Amartya Sen, que aporta una mirada actual al choque de las identidades, occidente/oriente, los odios raciales, el colo-nialismo y la distribucin dispar de la riqueza. Puntualmente, en el dossier Memorias e Identidades, los artculos de Andrea Cobas Carral, Lorena Verzero y Mara Teresa Johansson reflexionan desde la narrativa, el teatro y el testimonio sobre la historia rioplatense de las tres ltimas dcadas. El pensamiento potico de Liliana Lukin aborda el problema de la memoria y la violencia en el cuerpo del lenguaje. Una entrevista a Hctor Schmucler ilumina la historia del siglo XX y la asuncin de polticas de la memoria. Cierra el dossier, ilustrado por la serie que la fotgrafa Ins Vera realiz sobre la agrupacin H.I.J.O.S., la crnica Con las maletas preparadas del escritor croata Igor tiks la cual se presenta como un episodio ms de las desgarraduras identitarias heredadas por los nacidos en los aos 70.

    Ya en la segunda parte del nmero, el artculo sobre las representacio-nes de la ciudad en la literatura latinoamericana actual nos abre una mirada transversal sobre estas mismas temticas; y el cuento de Pablo Manzano juega con el perfil del escritor que diluye la autora y su propia identidad en el desenfreno de las nuevas tecnologas y las dinmicas globales. Para ter-minar, algo de magia, de brujera, y algunos episodios en la vida de Antn Malavar relatados en clave de historieta por Vctor Hugo Asselbon.

  • En su autobiografa de 1940, The big sea, el escritor afroamericano Langston Hughes describe la euforia que se apoder de l cuando parti de Nueva York hacia frica. Arroj sus libros estadounidenses al mar: Fue como deshacerme del peso de un milln de ladrillos. Iba ca-mino de su frica, patria de los negros!. Pronto experimentara lo real, ser tocado y visto, no tan slo ledo en un libro.1 El sentido de identidad puede ser fuente no slo de orgullo y alegra, sino tambin de fuerza y con-fianza. No es sorprendente que la idea de identidad reciba una admiracin tan amplia y generalizada, desde la afirmacin popular de amar al prjimo hasta las grandes teoras del capital social y la autodefinicin comunitaria.

    Y, sin embargo, la identidad tambin puede matar, y matar desenfrenadamente. Un sentido de pertenencia fuerte y excluyente a un grupo puede, en muchos casos, conllevar una percepcin de distancia y de divergencia respecto de otros grupos. La solidaridad interna de un grupo puede contribuir a alimentar la discordia entre grupos. Es posible que de modo inesperado nos notifiquen que no somos slo ruandeses, sino especficamente hutus (odiamos a los tutsis), o que no somos meramente yugoslavos, sino que en realidad somos serbios (los musulmanes no nos agradan en absoluto). De mis recuerdos de la niez sobre reyertas entre hindes y musulmanes en la dcada de 1940, relacionadas con la poltica de particin del pas, viene a mi memoria la velocidad con que los tolerantes seres humanos de enero rpidamente se transformaron en los implacables hindes y los crueles musulmanes de julio. Cientos de miles de personas perecieron en manos de individuos que, encabezados por los comandantes de la masacre, mataron a otros en nombre de su propio pueblo. La violencia se

    por AMARTYA SEN

    La tensin entre lo occidental y las pluralidades identitarias

    ha alcanzado en los ltimos tiempos picos de violencia

    extraordinaria. El Premio Nobel en Economa, Amartya Sen,

    analiza aqu ese proceso a la luz de las deudas materiales y

    simblicas dejadas por los Imperios Coloniales.

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    Amartya Sen (India, 1933) Recibi el

    Premio Nobel de Economa en 1998 por

    su trabajo en el campo de la matemtica

    econmica. Su obra ms conocida es

    Pobreza y hambruna: un ensayo sobre el derecho

    y la privacin, de 1981, en la que demostr

    que el hambre no es consecuencia

    de la falta de alimentos, sino de las

    desigualdades en los mecanismos de

    distribucin. Los fragmentos aqu

    reproducidos pertenecen al libro Identidad

    y violencia. La ilusin del destino, Buenos

    Aires, Katz Editores, 2007, traduccin

    de Vernica Ins Weinstabl y Servanda

    Mara de Hagen

    (pgs.23-26; 121-123; 135-137).

    LA VIOLENCIA DE LA ILUSIN

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    fomenta mediante la imposicin de identidades singulares y beligerantes en gente crdula, embanderada detrs de eximios artfices del terror.

    El sentido de identidad puede contribuir en gran medida a la fir-meza y la calidez de nuestras relacio-nes con otros, como los vecinos, los miembros de la misma comunidad, los conciudadanos o los creyentes de una misma religin. El hecho de con-centrarnos en identidades particula-res puede enriquecer nuestros lazos y llevarnos a hacer muchas cosas por los dems; asimismo, puede ayudar-nos a ir ms all de nuestras egocn-tricas vidas. La reciente bibliografa sobre el capital social, explorada en profundidad por Robert Putnam y otros, ha expresado en forma su-ficientemente clara cmo el hecho de identificarse con los dems en la misma comunidad social puede ha-cer que la vida de todos sea mucho mejor dentro de esa comunidad; por tanto, el sentido de pertenencia a una comunidad es considerado un recurso, como el capital.2 Ese con-cepto es importante, aunque debe complementarse con un mayor re-conocimiento de que el sentido de identidad puede excluir, de modo inflexible, a mucha gente mientras abraza clidamente a otra. La co-munidad bien integrada en la que los residentes hacen instintivamente cosas maravillosas por los dems con prontitud y solidaridad puede ser la misma comunidad en la que se arrojan ladrillos a las ventanas de los inmigrantes que llegan al lugar. La desgracia de la exclusin puede ir de la mano del don de la inclusin.

    El cultivo de la violencia asociada con los conflictos de identidad parece repetirse en todo el mundo cada vez con mayor persistencia.3 Si bien es posible que el equilibrio de poder en Ruada y el Congo haya cambiado, ambos grupos continan tenindose en la mira. La organizacin de una identidad islmica sudanesa agre-siva, junto con la explotacin de las divisiones raciales, ha conducido a la violacin y a la matanza de las vctimas subyugadas en el sur de ese territorio atrozmente militarizado. Israel y Palestina continan expe-rimentando la furia de identidades dicotomizadas prestas a infligir pe-nas abominables a la otra parte. Al-Qaeda depende en gran medida del cultivo y la explotacin de una identidad islmica militante opuesta especficamente a los occidentales.

    Y continan llegando informes de Abu Ghraib y de otros lugares en los que se describe que algunos sol-dados estadounidenses y britnicos, que fueron enviados a luchar por la causa de la libertad y la democracia, recurren a lo que se denomina el ablandamiento de los prisioneros por medios totalmente inhumanos. El poder irrestricto sobre las vidas de combatientes enemigos sospechosos o de supuestos delincuentes bifurca ntidamente a los prisioneros y a los guardianes a lo largo de una inflexi-ble lnea de identidades disgrega-doras (son una raza distinta de la nuestra). Parecera excluir, con fre-cuencia, toda consideracin de otras caractersticas menos polmicas de los individuos del otro bando, entre ellas, que todos pertenecen a la raza humana.

    | La violencia se fomenta mediante la imposicin

    de identidades singulares y beligerantes en gente

    crdula, embanderada detrs de eximios artfices del terror. |

    Obras de Martn Bustamante

    Naci en Suardi, Santa Fe, en 1972.

    Para conocer ms sobre su obra visite el sitio:

    http://martinbustamantepinturas.blogspot.com

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    OCCIDENTE Y ANTIOCCIDENTE

    La resistencia a la occidentaliza-cin tiene una fuerte presencia en el mundo actual. Puede manifestarse a travs del rechazo de ideas que se perciben como occidentales, aun cuando esas ideas hayan nacido y florecido en muchas sociedades no occidentales, y formen parte del pa-sado comn del mundo. Por ejem-plo, no hay nada exclusivamente occidental en valorar la libertad o defender el razonamiento pblico. Y, sin embargo, el hecho de que estas ideas hayan sido etiquetadas como occidentales puede generar en otras sociedades una actitud nega-tiva hacia ellas. En efecto, eso es lo que se observa en diferentes formas de retrica antioccidental, desde la defensa de los valores asiticos (como ocurri, en particular, en el este de Asia en la dcada de 1990) hasta la obstinacin en torno de que los ideales islmicos deben ser pro-fundamente hostiles a todo lo que Occidente representa (actitud que en los ltimos aos ha ganado con-siderable terreno).

    En parte, esta fijacin con Occidente, o con el supuesto Occidente, radica en la historia del colonialismo. A lo largo de los ltimos siglos, el imperialismo occidental no solo socav la independencia poltica de los pases gobernados o dominados por las potencias coloniales, sino que gener una obsesin con Occidente, que se manifestaba de diversas maneras: desde la imitacin poco original, hasta la decidida hostilidad. La dialctica de la mente colonizada incluye tanto admiracin como encono.

    Sera un error interpretar el en-cono hacia Occidente solo como una

    reaccin al maltrato, la explotacin y la humillacin realmente sufridas bajo la dominacin colonial. La alie-nacin poscolonial es ms que una reaccin a la verdadera historia del abuso. Debemos ir ms all y no solo buscar una explicacin inmediata invocando la reaccin de ojo por ojo.

    Y, sin embargo, tambin es impor-tante reconocer y recordar que hubo abusos graves y que, a veces, la memo-ria social de esas transgresiones reales preservadas en prosa o en poesaan hoy anima actitudes antiocciden-tales. Hoy, cuando una clida nostal-gia por los imperios de ayer por el britnico en particular parece resur-gir en Europa (y, sorprendentemente, incluso en los Estados Unidos) vale la pena recordar que la percepcin de la iniquidad del colonialismo no era to-talmente infundada.

    Adems de las infracciones y las atrocidades cometidas por los amos coloniales (bien ilustradas por la co-nocida masacre de Amritsar en la India el 13 de abril de 1919, cuando 379 personas desarmadas fueron acribilladas en una reunin pac-fica), su actitud psicolgica general hacia los pueblos sometidos gener muchas veces un fuerte sentimiento de humillacin y la imposicin de un sentimiento de inferioridad. En la dialctica de los dominados, la fun-cin de la humillacin colonial me-rece, por lo menos, tanta atencin como la influencia de la asimetra econmica y poltica impuesta por las autoridades imperiales.

    En El progreso del peregrino, John Bunyan habla acerca del valle de la humillacin, que l conoca bien

    pues haba pasado muchos aos en prisin. De hecho, comenz a escri-bir el libro durante su segundo en-carcelamiento, que ocurri en la d-cada de 1670 (el libro fue publicado en 1678). Sin embargo, por ms desgarradora que sea la descripcin de ese valle imaginado, no puede compararse con el mundo de la in-dignidad y la degradacin que, por ejemplo, frica experimentaba ya en el siglo xvii. frica, cuna de la raza humana y responsable de muchos de los desarrollos pioneros de la civiliza-cin mundial, comenzaba a conver-tirse en un continente de domina-cin europea y en el terreno de caza de esclavos, que seran transportados como animales al Nuevo Mundo.

    No pueden exagerarse los efectos devastadores de la humillacin de vidas humanas. Los males histricos del comercio de esclavos y de la co-lonizacin (y las ofensas raciales que se sumaron a la injuria fsica y social) fueron considerados la guerra con-tra frica por la Comisin Inde-pendiente sobre frica, presidida por Albert Tevoedjre, que establece que en la actualidad la tarea principal de frica es ganar la guerra contra la humillacin (ttulo del informe).4 Como argumenta la comisin, el sometimiento y la denigracin de frica a lo largo de los ltimos siglos han dejado un legado enormemente negativo contra el cual la poblacin del continente debe combatir. Ese le-gado incluye no solo la devastacin de antiguas instituciones y la opor-tunidad perdida de construir otras nuevas, sino tambin la destruccin de la confianza social, de la que de-penden tantas otras cosas.

    | El cultivo de la violencia asociada con los conflictos de identidad parece repetirse en todo el mundo cada vez con mayor persistencia. |

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    | La guerra fra, que se libr fundamentalmente en suelo africano (aunque esto muy pocas veces se reconoce), hizo que cada superpotencia apoyara a los gobernantes militares aliados con ella y, lo que es tal vez ms importante, fuera hostil con el enemigo. |

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    EL COLONIALISMO Y fRICA

    Durante el ltimo siglo, particu-larmente en la segunda mitad, frica ha sido tal vez el continente ms tur-bulento. Hacia mediados de siglo, el fin formal de los imperios britnico, francs, portugus y belga lleg a ese continente con una fuerte pro-mesa de procesos democrticos. Sin embargo, la mayor parte de la regin pronto cay presa del autoritarismo y el militarismo, del colapso del or-den civil y de los servicios educativos y de salud, y de una verdadera ex-plosin de conflictos locales, luchas entre comunidades y guerras civiles.

    No es este el momento de investigar la historia causal que existe detrs de esos acontecimientos desalentadores, de los que frica est apenas comenzando a desprenderse, aunque la tarea se torna ms difcil por el problema masivo de las nuevas epidemias (como el SIDA) y de las antiguas (como la malaria), que asolan a muchas partes del continente. He tratado de comentar estos complejos acontecimientos en otras partes (en particular, en mi libro Desarrollo y libertad), y aqu solo me limitar a un par de comentarios relacionados con el rol del colonialismo y con el funcionamiento de la mente cautiva.

    En primer lugar, si bien se ha es-crito mucho acerca de los posibles efectos de la dominacin occidental en el mundo para obstaculizar el cre-cimiento y el desarrollo de las econo-mas africanas (por ejemplo, a travs de lmites impuestos artificialmente, por Europa y los Estados Unidos, so-

    bre los mercados de exportacin de productos agrcolas, textiles y otras materias primas, y el peso insopor-table de las deudas, que apenas est comenzando a aliviarse), tambin es importante considerar la funcin de las potencias occidentales en la his-toria reciente de los acontecimientos polticos y militares en el continente.

    En la segunda mitad del siglo xx, durante la guerra fra, a los infortu-nios padecidos por frica durante el perodo del imperialismo clsico sigui otro perodo de dficit insti-tucional. La guerra fra, que se libr fundamentalmente en suelo africano (aunque esto muy pocas veces se re-conoce), hizo que cada superpoten-cia apoyara a los gobernantes milita-res aliados con ella y, lo que es tal vez ms importante, fuera hostil con el enemigo. Cuando caciques militares como Mobutu Sese Seko, del Congo, o Jonas Savimbi, de Angola, o quien fuera, destruyeron los rdenes socia-les y polticos (y, en ltima instan-cia, tambin el orden econmico) en frica, dependan del apoyo de la Unin Sovitica o de los Estados Unidos y sus aliados, segn cules fueran sus alianzas militares. A un usurpador militar de la autoridad ci-vil nunca le falt una superpotencia amiga, con la que se vincul a travs de la alianza militar. Un continente que en la dcada de 1950 pareca preparado para desarrollar una po-ltica democrtica activa pronto se encontr gobernado por poderosos dictadores, alineados en uno u otro

    | En la dialctica de los dominados, la funcin de la humillacin colonial

    merece, por lo menos, tanta atencin como la influencia de la asimetra

    econmica y poltica impuesta por las autoridades imperiales. |

    bando de la guerra fra. Su despo-tismo estaba a la altura del gobierno del apartheid en Sudfrica.

    Ese cuadro est cambiando ahora lentamente, y en ello desempea un papel fundamental y constructivo la Sudfrica de postapartheid. Sin em-bargo, la presencia militar de Occi-dente en frica y su actitud insti-gadora ha adoptado cada vez ms una forma diferente, la de principal proveedor de las armas vendidas en el mundo, frecuentemente utilizadas para sostener las guerras y los con-flictos militares locales, y cuyas con-secuencias son muy destructivas, en especial en lo que respecta a las pers-pectivas econmicas de los pases pobres. Es obvio que aun cuando la venta y la promocin de armas no sea el nico problema que es preciso enfrentar para reducir los conflictos militares en el continente (la propia demanda de armas refleja, por su-puesto, problemas dentro de la re-gin), en este momento la necesidad de poner lmites al comercio masivo internacional de armas es extrema-damente imperiosa.

    | A un usurpador militar de la autoridad civil nunca le falt una superpotencia amiga, con la que se vincul a travs

    de la alianza militar |

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    1 Hughes, Langston The big sea: An autobiography (1940), Nueva York, Thunders Mouth Press, 1986, pp.3-10.2 Vase Putnam, Robert D. Solo en la bolera: colapso y resurgimiento de la comunidad norteamericana, Barcelona, Crculo de Lectores/Galaxia Gutenberg, 2002. 3 Hay considerables pruebas empricas de que el etnocentrismo no necesariamente est relacionado con la xenofobia. Vase, por ejemplo, Elizabeth Cashdan, Ethnocentrism and xenophobia: A cross-cultural study, Current Anthropology 42, 2001. Y sin embargo, en muchos casos

    prominentes, las lealtades tnicas, religiosas, raciales u otras selectivas han sido empleadas de modo exagerado para conducir a la violencia contra otros grupos. La vulnerabilidad a la instigacin singularista es, aqu, la cuestin central. 4 Tevoedjre, Albert. Winning the war against humiliation, Nueva York, UNDP, 2002. Informe de la Comisin Independiente sobre frica y los desafos del tercer milenio. sta es la traduccin inglesa de un informe originalmente publicado en francs, Vaincre lhumiliation, Pars, 2002.

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    MEMORIAS E IDENTIDADES

    por CLAUDIA FELD

    PRESENTACIN DOSSIER

    De qu modo la experiencia se transforma en me-moria? Bajo qu condiciones la vivencia personal es atesorada como memoria comn de un grupo?

    Al reflexionar sobre los vnculos entre memoria indi-vidual y memoria colectiva, el socilogo Maurice Hal-bwachs afirmaba que siempre recordamos con otros. Que las experiencias que podemos conservar remiten indefectiblemente a otras personas, presentes o imagi-nadas, con quienes dialogamos cuando fijamos un re-cuerdo o lo evocamos. La memoria, en definitiva, es un acto de comunicacin. Segn esta lnea de pensamiento, nada diferencia a nuestros recuerdos ms personales e ntimos de aquellos que pueden ser reivindicados por un grupo amplio de personas: todos involucran un dilogo y una vivencia compartida.

    En la Argentina, los vnculos entre experiencia indi-vidual y memoria colectiva fueron violentamente sacu-didos por la accin de la dictadura militar, que borr las huellas materiales de sus actos ms sangrientos de violencia e hizo desaparecer los cuerpos y las historias cotidianas y polticas de miles de personas. El trabajo de comunicacin necesario para que una experiencia vivida pudiera ser reconocida por otros y, posteriormente, re-cordada fue desarticulado por esa violencia. La expe-riencia lmite (la tortura, la reclusin clandestina, la des-aparicin) alter las identidades y el lugar que cada cual ocupaba en su grupo de pertenencia. La dictadura no solo atent contra el tejido social, contra el nosotros que poda convertirse en una comunidad de escucha, sino que tambin impidi hablar a aquellos que haban sufrido la violencia, obstruyendo, de este modo, las con-diciones de posibilidad del testimonio.

    | La dictadura no solo atent contra el tejido social, contra el nosotros que poda convertirse en una comunidad de escucha, sino que tambin impidi hablar a aquellos que

    haban sufrido la violencia, obstruyendo, de este modo, las condiciones de posibilidad del testimonio. |

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    A pesar de ello, en la postdictadura los testimonios han podido emerger y desplegarse en el espacio pblico. Ms de treinta aos despus, muchas de esas experien-cias lmite fueron dichas, relatadas, escritas y converti-das en imgenes. Estas historias personales ingresaron a la memoria social y algunas llegaron a transformarse, incluso, en emblema, en bandera de lucha y en infor-macin para alimentar otras causas y reclamos ante nuevas situaciones de violencia.

    Los medios y soportes utilizados para narrar esas experiencias fueron mltiples: desde la poesa hasta la televisin, pasando por el teatro, el cine, la fotografa, el cmic, la narrativa ficcional, las artes plsticas y nu-merosas intervenciones pblicas (rondas, marchas, mo-vilizaciones, escraches) que tuvieron como escenario el mbito urbano en distintos lugares del pas. Entre el gesto monumental y el susurro, estas memorias se fue-ron construyendo a lo largo de dcadas, involucrando a diversos actores, individuales y colectivos, e hilando dis-tintas interpretaciones del pasado, algunas coherentes y otras contradictorias entre s.

    Sin embargo, los dispositivos y soportes utilizados para construir la memoria no son neutros: inciden en la manera en que se configuran los relatos, involucran reglas y lgicas de construccin que permean las inter-pretaciones del pasado y favorecen, as, ciertas represen-taciones en tanto obstaculizan otras.

    Algunos soportes posibilitan una memoria viva, encarnada en sujetos y en cuerpos que la portan; relatos cuyos sentidos estn abiertos y que generan continua-mente nuevas interpretaciones. Otros dispositivos tien-den a producir una memoria congelada, que amal-gama sentidos y condensa la pluralidad de significados en consignas, frases hechas, datos cerrados y clichs. Sin ser nunca puramente una cosa o la otra, todos los me-dios proponen algn tipo de conjuncin entre estos dos mecanismos de la memoria: la elaboracin del pasado y su condensacin.

    El medio televisivo, por ejemplo, tiende a conden-sar la memoria: intenta fijar un relato, volverlo de algn modo estable, y hacerlo accesible a un pblico ma-sivo, aunque es ms difcil que pueda ofrecer una ver-sin compleja de la historia, abrir nuevos interrogantes, proponer lneas de accin para el futuro y politizar la vinculacin con los hechos del pasado.

    Las expresiones que se presentan y analizan en este dossier plantean, por el contrario, un trabajo ms cer-cano al de la elaboracin. No hablan solo de la historia reciente argentina, sino tambin del Holocausto, de la ex Yugoslavia, y de la tortura en las crceles de la dicta-dura uruguaya. En todos los casos, la palabra potica, el teatro, la novela, el testimonio, la ficcin autobiogrfica configuran memorias en hilachas, relatos que no termi-

    nan de clausurarse y que remiten a experiencias solo di-chas de manera dislocada, fragmentaria o tangencial.

    La experiencia lmite se expresa as a travs de una esttica de la precariedad como la que Mara Teresa Johansson observa en las novelas testimoniales de Mau-ricio Rosencof. Es una memoria del cuerpo y de la voz, que pugna por hacerse un lugar en la escritura. Ante la violencia extrema se produce el triunfo de la letra o el fracaso del sentido, segn manifiesta Liliana Lu-kin. El relato corroe el lenguaje y hace estallar los lmites del gnero, para ubicarse en un lugar incierto entre el pasado y el presente, entre la continuidad y la ruptura, entre lo durable y lo efmero, entre el pensamiento y la emocin.

    La temtica de la identidad recorre estos textos de manera dismil. La figura de los hijos de desaparecidos constituye un ncleo temtico especfico en el que se plantea a la memoria como herencia y a la vez como vivencia propia. Si, como dice Hctor Schmucler, la me-moria no puede desprenderse de la experiencia vivida, en el caso de los hijos de desaparecidos esa experiencia se produce como hueco, como falta irremediable, como pregunta abierta. Por eso, en las novelas que analiza An-drea Cobas Carral, la memoria es definida como bs-queda, nunca acabada, de una historia que no se recibi; y en las obras de teatro examinadas por Lorena Verzero la identidad se construye a travs de retricas que co-rroen los lmites entre la venganza y la justicia, entre la realidad y la ficcin.

    Se trata de una identidad desgarrada, como la que describe Igor tiks. La tensin entre ciudades, idiomas y nacionalidades en conflicto, es tambin el origen de una memoria de frontera, que redibuja continuamente su propio centro y sus lmites, para volver a borrarlos y defi-nirlos otra vez. Nada obliga a que unos recuerdos brillen ms que otros, y la retrica de la memoria es caprichosa e impredecible. El recuerdo de la guerra, de las persecu-ciones y del exilio se mezcla con la evocacin de un pri-mer amor, de una comida deliciosa, de un juego infantil. Y todo puede guardarse en dos maletas para preservarlo, como seala tiks, de cualquier accin destinada a ani-quilar los recuerdos, algo que siempre preludia la aniqui-lacin de las personas.

    Memorias e identidades emergen en estos textos como recursos posibles para compensar, de manera siem-pre precaria e incierta, la violencia extrema de guerras y totalitarismos, y tambin esa otra violencia, invisible pero concreta, de las marcas que la dictadura ha dejado en la sociedad.

  • | La palabra potica, el teatro, la novela, el testimonio, la ficcin autobiogrfica configuran memorias en hilachas, relatos que no terminan de clausurarse y que remiten a experiencias solo dichas de manera dislocada, fragmentaria o tangencial. |

    Fotografas de Ins Vera

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    DESHILVANAR. fRAgMENTOS

    En sus fragmentos deshilachados,

    Liliana Lukin nos presenta una biblioteca de

    reflexiones sobre el testimonio, la escritura,

    la poltica y el cuerpo. Texto de poeta que al

    reflexionar reconstruye, y desde lo mnimo

    hace estallar una tormenta de sentidos. Espejo

    de la memoria que no alcanza para tramar

    historia o narratividad; pero s: trauma, parte,

    borde, poema

    por LILIANA LUKIN

    (*) Elaboracin fragmentaria sobre el Seminario El cuerpo en la letra, marzo 2009, Universidad Hebrea de Jerusalem, Israel.

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    La literatura como forma de inventar lo sucedido para que su-ceda en una historia de la lectura.

    Borrar la imposibilidad del lenguaje de transmitir una expe-riencia. Deseo de que lo que se diga aqu sea una rplica, no en el sentido de respuesta, sino en el sentido de duplicacin: algo que reproduzca, en su decir, la materialidad de aquello sobre lo que se ha trabajado.

    Pensar, con Darnton1, si los libros producen acontecimientos, si los libros producen revoluciones, la manera en que las ideas se mezclan con los acontecimientos.

    Vuelvo a ver un documental que registra una entrevista entre Jorge Semprn y Elie Wiesel, donde este ltimo dice: Callar est prohibido, hablar es imposible. Durante todas las dicta-duras se produce la operacin inversa: Hablar est prohibido, pero callar es imposible.

    La literatura como camino oblicuo que permite el pasaje del cuerpo por el enrejado de la prohibicin. El triunfo de la letra o el fracaso del sentido.

    Cito a Nicols Rosa: Lo que no puede producirse en lo real (en lo real poltico, en la real-poltik), vuelve en el plano de lo imaginario2.

    La literatura argentina hace hablar a los cuerpos desde sus or-genes en El matadero, de Esteban Echeverra, aunque para ello invente formas de enmudecimiento. Ese silencio habla.

    Entre el silencio y lo que habla en el silencio, se intenta una escritura.

    Qu es lo que hara que un tema se convierta en una matriz productiva de hechos estticos-ticos ms que la relacin con la experiencia?

    Pensar, escribir, es segn nuestro parecer, prestar testimonio por el timbre secreto. Es inevitable que este testimonio haga obra y que esta obra, en algunos casos, al precio del peor error (mprise), del peor desprecio (mpris), pueda incorporarse a los circui-tos de la megalpolis meditica; pero tambin lo es que la obra as promovida sea deshecha de nuevo, deconstruida, desobrada, desterritorializada, por el trabajo de pensar ms y por el encuen-tro desconcertante con una materia (con la ayuda, no de dios o el diablo sino del azar). Demos testimonio al menos, y una vez ms y para nadie, del pensamiento como desastre, nomadismo, diferencia y desobramiento. A falta de grabar, hagamos nuestros graffiti. Esto parece de una verdadera gravedad. Yo me digo, sin embargo: aun quien sigue prestando testimonio, y testimonio de lo que es condenado, lo hace porque no est condenado y sobrevive al exterminio del sufrimiento.

    Jean-Francois Lyotard, Lo inhumano

    El cuerpo que escribe, un cuerpo testigo: ser testigo, prestar testimonio o ser sobreviviente.

    La relacin entre los textos y la experiencia: transmisin, pero de una experiencia de lecturas. Ninguna de estas ideas est producida por otra cosa que la lectura, todo proviene de la lec-tura. Se trata de lo que las lecturas le hacen a mi cuerpo.

    Crear un teatro de ideas para modos de representacin de los cuerpos en sus construcciones lingsticas y represivas.

    La literatura argentina no se estara escribiendo en lo que estamos por convencin acostumbrados a llamar novelas, cuentos, non-ficcion, sino en textos que bordean el ensayo fi-losfico, psicoanaltico, sociolgico, ms all de cuestiones de gneros: una indagacin sobre su funcin como elaboradores del habla del testigo.

    La relacin entre cuerpo y poltica en la literatura argentina. La relacin entre literatura argentina escrita durante y sobre

    la Dictadura Militar de 1976, y la literatura escrita despus, y sobre el Holocausto.

    El Holocausto en el horizonte de las interpretaciones de toda lectura y escritura posterior a l: parte de la cultura, de las lec-turas, con que la literatura argentina fue inventando formas de un hacer hablar a la Historia.

    Dar a ver como dar a sa-ber.

    Paraso perdido Estamos condenados, no supimos crear el olvido.

    (en Descomposicin.1980-82)

    El saber sobre la Historia: siempre en trminos de memoria y olvido.

    Inscribir la letra en el cuerpo: la Historia como la historia de un cuerpo.

    Elijo El nio proletario y Los Tadeys, Osvaldo Lamborghini, Cuerpo a cuerpo, David Vias, Ultima conquista del ngel, El-vira Orphe, Cambio de armas, de Luisa Valenzuela, para una primera trama ejemplar (que no se despliega en esta versin), de procedimientos de ficcionalizacin, sus juegos y variaciones: el trabajo metafrico y referencial sobre tortura, represin, recuerdo, saberes mdicos, policiales, Historia del Arte, Cultura Nacional, lo que vendr.

  • La Historia argentina, sin embargo, invent figuras, tropos, recursos de la imaginacin del Poder: los Desaparecidos y su correlato corporal, las Madres (cuyo poder destituyente3 ha sido el resultado indito de una poltica que se podra sinte-tizar en no llorar, no abandonar el espacio pblico, persistir y con la que abrieron una falla en el sistema represivo) y los Nios apropiados: perfeccionamiento de los procedimientos de manipulacin sobre los cuerpos, que la literatura ha pro-nunciado y pre-anunciado: Matar a un nio proletario es un hecho perfecto4.

    Beatriz Sarlo escribe: ...Que hacer con estos textos: en-cerrarlos, esconderlos, quemarlos? Hablan sin detenerse, construyen y reconstruyen lo que, desde otros lugares de la sociedad argentina, se pretende cegar. Para lograrlo, habra que suprimir buena parte de la literatura argentina de estos ltimos diez aos. Y sera una empresa intil o una impensable operacin que destruya por completo lo que ya es materia de la memoria. Si el discurso oficial, bajo el reclamo militar, esta-blece la reunificacin por el olvido, otros discursos son porta-dores del pasado. En Pandora huele escribe Liliana Lukin:

    una palabra si se guarda mucho tiempo larga heces materias hirientes al ojo y al odo

    humedades hace sangre por varias de sus partes

    no se pudre dada su condicin de testigo de cargo

    pero apesta

    Pandora, la literatura, insiste en tener abierta la caja que otros quieren cerrar. La pretensin de los militares, dar vuelta la hoja ya escrita de la historia, podr acatarse en algunas instancias. Pero no en otras: las palabras, efectivamente, son testigos de

    cargo. Ya se prob, en la Argentina, que su circulacin puede ser interrumpida, pero tambin que, tenazmente, vuelven a hacerse or. Apestan pero no se pudren, no se desintegran. Las palabras, contra toda evidencia del sentido comn, son ms pertinaces que los cuerpos. Estos pueden desaparecer, ser tirados al mar (un nufrago acaba de nacer, tambin en Descomposicion.1980-82), pero los textos que recuerdan esa desaparicin, los poemas donde hay dedos que parecen cuer-vos... agitndose sobre el agua, regresan, abierta la caja de Pandora, a decir precisamente lo que estn diciendo.

    Lemos la literatura de estos ltimos aos poniendo un orden, el de las palabras, en contacto con el orden de una biografa colectiva. Para olvidar, sera preciso no solo destruir nuestro recuerdo, sino tambin cerrar esa caja de Pandora, la litera-tura. Habra que borrar el rastro material de las escrituras, su huella impresa, y el rastro de la memoria de las lecturas. Para dar vuelta la pgina y escribir otra que la contradiga, sera pre-ciso que olvidramos dos veces: lo que sucedi con cada uno de nosotros y lo que con este material colectivo, identificable o annimo, trabaj la literatura.5

    Escribir sufro no produce sufrimiento ni da a leer sufri-miento, es preciso una escritura que sufra.

    el cuerpo ms cuerpo es el cuerpo muerto

    (en Descomposicin,1980-82)

    Se trata de pensar lo que las lecturas le hacen a un cuerpo. Yo soy mi cuerpo. Se trata de pensar, no ya con Spinoza, que nadie sabe lo que puede un cuerpo, sino lo que una historia de lecturas puede hacerle a un cuerpo.

    Qu le hacen a mi cuerpo? Qu le hacen a un cuerpo social? Qu le hacen al cuerpo de una sociedad que no lee esos tex-tos?

    las aguas que los muertos dejaron de beber corren ms lentas (en Descomposicin, 1980-82)

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    Cito a Horacio gonzlez: Este es un presente donde la revi-sin de lo que pas se hace desde la idea de que el poder de la verdad como ficcin (en lo que coinciden las grandes teoras de las ciencias humanas) tiene un efecto tal, que es muy dif-cil saber dnde ponemos hoy escritos como los de Walsh, los de Osvaldo Lamborghini. Aunque se diferencian, me parece que estn hechos casi con similar intencin o con una dife-rente idea sobre la historia. Digamos, desafan el presente. En este sentido, la verdadera literatura, lo que uno supone que es la literatura, sera una forma de desarmar la historia del presente.6

    Creo en una vuelta a la verdad del testimonio. Devolverle la historicidad a la narracin sobre los cuerpos, con una relectura de lo que est en el borde de los gneros.

    Elijo Gutural y otros sonidos de Estela dos Santos, Diario n-timo de Odolinda Correa de Roma Mahieu, En estado de me-moria de Tununa Mercado y La traduccin de Sonia Catela, para una segunda trama ejemplar, que tampoco se registra en esta versin. formas extremadamente singulares de la re-presentacin del cuerpo femenino en situaciones lmites, en escrituras tambin limtrofes, aun en su adscripcin a gneros o frmulas. Exponen como objeto del relato a mujeres que, vctimas de miseria e ignorancia, represin escolar, violacin sexual, exilio, enfermedad, prisin o secuestro, tortura, inter-vencin en nombre de la salud mental, fsica o reproductiva y otras discriminaciones, hablan en una 1 persona: diario ntimo, confesin, crnica, documento, memorias, cuaderno de bitcora. Indecidible.

    Instalado su registro en ese lmite de las formas de ficcionali-zacin, la subjetividad as expuesta pone al relato en el dilema de recepcin que establece toda escritura trabajada entre la ficcin del testimonio y el testimonio de la ficcin. De aqu, un programa.

    Esta no casualidad, esta primera persona que me interpela desnudamente en cada texto, es lo que establece el corpus: ellos, ellas, me han comprometido, no en la lectura solamente, sino en sus efectos. Deber pues, responder.

    Reescriben aquello que nunca cesa de necesitarse decir.

    Un fragmento de La ciudad ausente7, que se llama graba-cin: la desgrabacin del testimonio de un hombre que fue testigo, un testigo que da testimonio, que presta testimonio, de cmo l vio, en el campo, la constante llegada de camiones que traan cuerpos y la cavada de los pozos y cmo los pozos eran tapados con cal, por lo que creaban un mapa, una carto-grafa de puntos blancos en la noche, porque la helada produ-ca una reverberacin en los lugares donde estaban los pozos, que l, el testigo, haba contabilizado como ms de 700.....

    Un riesgo: el texto como osario de signos. El hueso pelado, lo que despus de la cal y el paso del tiempo

    ha quedado de los cadveres.

    Si los textos son memoria, si los textos son la memoria social, estn condenados al fracaso porque la memoria, como opera-cin, como reinvidicacin del pasado, construye osarios:

    Lugares de conservacin de la casi nada, restos, el espejo de la nuda vida.

    Otra operacin posible: trabajar con el olvido y poner en es-cena el olvido.

    Lo que no debe ser olvidado es que hubo un olvido.

    obesidades de la memoria secretan jugos que a nadie dan paz lceras en lo liso apetitos: soar ms la misma secrecin:

    all se vive drenando una condena que a nadie dar de comer

    (en Carne de tesoro, 1983-1989)

    gerard Wajcman, en su anlisis de los modos de represen-tacin del arte del siglo xx y xxi, concluye que el verdadero objeto del arte del siglo xxi no es, como podra suponerse por la insistencia de la palabra en las sociedades de Occidente, la Memoria, sino el Olvido.

    Describe los antimonumentos del artista Jchen gerz. Una ciudad alemana lo convoca para una obra sobre el Holocausto. Toma la calle empedrada ms importante del centro cvico, le-vanta todos sus adoquines y separa 2146, la cifra exacta de la cantidad de cementerios judos existentes en Alemania en 1939, destruidos por los nazis. En la parte de abajo de cada adoqun escribe el nombre de un cementerio y se vuelven a colocar los adoquines en su lugar, con la inscripcin hacia abajo. Los ciudadanos de esa ciudad y del mundo que tran-siten esa calle, desde el momento en que la obra ha sido rea-lizada, pisarn con sus pies sin saber cual adoqun es el que est escrito y cul no, aleatoriamente caminarn y pisarn por siempre lo que queda, el vaco, la falta, de los miles de cemen-terios judos aniquilados.

    Arrasar cementerios: la aniquilacin de la aniquilacin, en la escena pblica, no a la vista, sino a los pies de todo el Mundo

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    Similar operacin se lee en La ciudad ausente, porque esa cal que reverbera en la noche es como el adoqun dado vuelta. Esos campos donde se pueden contar hasta 700 luminosida-des bajo la escarcha, son la versin de la calle de los adoquines intervenidos, pozos negros que irradian la luz de un conoci-miento, excedidos por la potencia de lo que all yace.

    Olvidar o recordar son actos de la voluntad.

    Trabajar el lenguaje para provocar algo que sea inolvidable. Inolvidable, ese debera ser uno de los objetivos de la litera-tura, ser inolvidable.

    Cito a Henri Meschonnic: Se podra decir que un texto, en el sentido de una invencin de pensamiento (y sea lo que sea eso que uno califica como gnero, poema o novela, texto llamado filosfico) es eso que un cuerpo hace al lenguaje.

    Y si un texto, en este sentido, es eso que un cuerpo hace al lenguaje, entonces obliga a pensar, repensar eso que se llama sujeto (...) Entonces, la potica es ella misma una tica en acto del lenguaje (...) ella es en un mismo movimiento, poltica. Una poltica del sujeto. De los sujetos.9

    La literatura sera aquello que puede un cuerpo en el lenguaje. La literatura como una accin.

    La produccin literaria (ficcin, no ficcin), sabemos, dialoga con la tradicin literaria y no solo con lo real.

    La literatura se hace cargo de encontrar un lugar, que es lo mismo que encontrar un estilo, porque el lugar que la litera-tura busca es un lugar en el estilo.

    Algunos temas que la literatura argentina no pudo tomar, tra-bajar: la desaparicin de las manos del cadver de Pern. En cambio, hay un tema como el del robo del cadver de Evita y la relacin establecida entre el secuestrador del cuerpo y ese cuerpo embalsamado, que fue matriz de muchos textos.

    Una operacin, la del ocultamiento de ese cadver, que est pre-anunciando lo que la dictadura militar posterior va a hacer con los cuerpos.

    Como si la historia le estuviera avisando a la historia y a la lite-ratura.

    Como si la historia hiciera los argumentos para la repeticin en la historia, pero tambin la historia le diera los argumentos a la literatura.

    Los textos dados a leer como metfora que regresa. Preguntarse no cmo ocurri, ni siquiera por qu ocurri, sino:

    cmo es posible que habiendo ocurrido y sabindose, una so-ciedad entera pueda negarlo por omisin, olvido o voluntad. Y cul es el destino (la marca tica que eso deja en l) del cuerpo social que ha elegido eso o que ha dejado hacer sin sentirse responsable.

    La historia argentina no abandona sus motivos ni literarios ni histricos y los reinstala a nivel de lo real o de lo ficcional, in-finitamente. 2001, 2002: todo estalla, otra vez hemos perdido todo. Incluso las metforas. Qu narrativas darn cuenta de esto? Es una de las preguntas que se hace Martyniuk10 desde la asuncin de una enorme tristeza, qu clase de narrativas convocan hoy a la sociedad, que no sean las del ftbol. La sen-sacin, escribe, que tiene una sociedad, de que la desaparicin es algo que contina continuamente.

    Estar atento, dice, qu nos queda por hacer? Insistir, llamar la atencin, escribir, levantarse, hacer fuerza para levantarse, aunque no queden ms fuerzas, seguir, escuchar. Escribir como golpear el ser, despertando atencin, desembotando sentidos, la lectura y escritura contra la indiferencia.

    De la enorme tristeza. Nadie olvida nada.

    vctimas

    as como arden pavesas en mi memoria en mi tambin memoria arden los das por venir ah msica de la palabra pena tras pena en los ojos del nio arden los juegos en m

    yo ver crecer las parvas del amor en total abandono yo veo crecer las carnecitas del amor como un testigo intil

    (he venido viajando: equipajes la memoria

    y acaso en el camino no habla un dibujo no escribe un trazo de tiza la lnea de cierto saber?)

    as como crecen las del amor en m crecen y caen crecen y arden sus carnes de dulzura sin que yo pueda lavar de los das la indiferente en los ojos del nio

    as como arden en m memorias yo testigo yo intil- arder

    (en Carne de tesoro, 1983-1989)

    Un cuerpo de ideas que viene con todo su peso sobre mis es-paldas, me atraviesa, sigue pasando a travs de m en este momento.

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    1 Robert Darnton, Los best sellers prohibidos en Francia antes de la Revolucin, FCE.2007.2 Nicols Rosa, Cuaderno de Narrativa Argentina, Noveno Encuentro de Escritores R. Noble, La Historia en la literatura,19963 Alejandro Kaufman en las Jornadas Cuerpos Argentinos, IUNA, 2008.4 Osvaldo Lamborghini, El nio proletario en Sebregondi retrocede, 1973, reeditado en Novelas y cuentos, Osvaldo Lamborghini, Barcelona, Ediciones del Serbal, 1988 y en Novelas y cuentos I, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 2003.5 Beatriz Sarlo, Los militares y la historia: contra los perros del olvido, Revista Punto de Vista N 30, Bs. As., 1987.6 Horacio Gonzlez, Cuaderno de Narrativa Argentina, Noveno Encuentro de Escritores R.Noble, La Historia en la literatura, Bs. As., 1996.7 Ricardo Piglia, La ciudad ausente, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1987.8 Gerard Wajcman, El objeto del siglo, Buenos Aires, Ediciones Amorrortu, 2001.9 Henri Meschonnic, La Potica como crtica del sentido, Buenos Aires-Madrid, Ediciones Mrmol-Izquierdo, 2008.10 Claudio Martyniuk, Esma: fenomenologa de la desaparicin, Buenos Aires, Editorial Prometeo, 2004.

    Bibliografa general/ Programa del Seminario El cuerpo en la letra: - Sonia Catela, La traduccin, novela indita.*- Estela dos Santos, Gutural, en Gutural y otros sonidos, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1965; Crdoba, Argentina, Alcin Editora, 2005.- Rodolfo Fogwill, Los Pichyciegos, Buenos Aires, Ediciones de la Flor, 1983.*- Germn L. Garca, Perdido, Barcelona Editorial Montesinos, 1987.*- Osvaldo Lamborghini, El nio proletario, en Sebregondi retrocede, Op cit.*- -----, Los Tadeys (1984), Barcelona, Ediciones del Serbal, 1994. No reeditado en Argentina.*

    - Liliana Lukin, El cuerpo en la letra, en Gutural y otros sonidos de Estela dos Santos, Alcin Editora, 2005. - Roma Mahieu, Diario ntimo de Odolinda Correa, Buenos Aires, Ediciones de la Flor, 1984 (escrito en 1976, la autora se exilia en 1978).- Claudio Martyniuk, Al olor de Argentina, Buenos Aires, Ediciones Tantalia-Crawl, 2003.*-----, Esma. Fenomenologa de la desaparicin, Op.cit.*- Tununa Mercado, Cuerpo de pobre en En estado de memoria, Ada Korn Editora, Buenos Aires, 1990; Alcin, Crdoba, 1998.- Elvira Orphe, La ltima conquista del ngel, Buenos Aires, Editorial Vergara, 1984. - Marcelo Percia, No todos somos cualquiera (la cuestin poltica como vaco disciplinario), publicado en Revista de Psicoanlisis, Buenos Aires, 1998.*- Ricardo Piglia, La ciudad ausente, Op. cit..*- Manuel Puig, Maldicin eterna a quien lea estas pginas (1980), Buenos Aires, Editorial Seix Barral, 1993.*- Hctor Schmucler, Los relatos de la traicin, en Revista El ojo mocho, N 9/10, Buenos Aires, 1997.*- Beatriz Sarlo, Los militares y la historia: contra los perros del olvido, Op cit..*- Luisa Valenzuela, Cambio de armas, en Cuentos Completos y uno ms, Mxico, Alfaguara, 2004. Editado en 1982 en Mxico y Nueva York y no reeditado en Argentina hasta 1999.* - David Vias, Cuerpo a cuerpo, Ediciones Siglo XXI, Mxico, 1979.*- Ricardo Zelarayn, Bolsas, publicado en Revista Sitio N 2, 1982, bajo el seudnimo de Odracir Nayaralez.*

    Los textos con * se pueden encontrar completos o en importantes fragmentos en la curadura de Literatura 1976-2006. 30 aos 30 fragmentos sobre tortura y represin, en: www.lilianalukin.com.ar/Otras publicaciones/ ARTEUNA. O bien en: http://www.arteuna.com/convocatoria_2005/Textos/Liliana-Lukin.htm

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    Andrea Cobas Carral es Licenciada en Letras. Docente de Literatura Latinoamericana contempornea y de Semiologa en la Universidad de

    Buenos Aires. Investigadora del Instituto de Literatura Hispanoamericana (UBA). Becaria doctoral de CONICET.

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    Con recurrencia, la literatura argentina piensa y reelabora diversas problemticas ligadas con la experiencia histrica de la ltima dictadura militar. Un recorrido que aborde las inflexiones de ese proceso permite, por un lado, enunciar algunas de las lneas de significacin que las ficciones despliegan en su representacin de la violencia de Estado y, por otro, des-cribir los rasgos predominantes de una figura literaria hasta el momento indita: la figura de hijos de vctimas de la violencia.

    A partir de marzo de 1976, el Golpe de Estado pro-duce un quiebre que conmociona todos los rdenes y que opera con un efecto fuertemente disruptivo en relacin con el campo cultural y el literario. As, la censura y la re-presin tienen marcadas repercusiones sobre la dinmica de socializacin intelectual, caractersticas que impactan sobre las producciones literarias. Por otra parte, el exilio como signo y sntesis dramtica de una poca se evi-dencia en un corpus narrativo que, muchas veces, entra en tensin con los modos posibles que tienen para dar cuenta del terrorismo estatal los textos pensados y publi-cados dentro de Argentina. Las speras polmicas entre los que se quedaron y los que se fueron se prolongan hasta bien entrados los aos 80. As, en otra articulacin, la literatura se divide entre un adentro y un afuera con modalidades narrativas a veces diversas que entran en tensin en la bsqueda de una legitimidad que defina no solo qu fraccin fue capaz de representar con mayor efectividad el terrorismo de Estado sino tambin, quines

    NARRATIVA ARgENTINA CONTEMPORNEA:

    LA fIgURA DE HIJOS DE VCTIMAS DE LA VIOLENCIA DE ESTADO

    por ANDREA COBAS CARRAL

    Adems de innovar en las representaciones de la violencia, un nuevo tipo de personaje irrumpe

    desde hace una dcada en la literatura nacional.

    son los indicados para emprender el proceso de recons-truccin de un campo cultural fracturado. En ese sentido, interesa revisar los volmenes colectivos Ficcin y poltica. La narrativa argentina durante el proceso militar (1987) y Represin y reconstruccin de una cultura: el caso argentino (1988) ya que su anlisis permite pensar ciertos conflictos en la recupera-cin del campo cultural durante los primeros aos de la transicin democrtica. Compromiso, resistencia, revolu-cin son nociones que se privilegian para caracterizar las discusiones activas en el mbito intelectual durante los aos de la dictadura y los primeros de la transicin, ten-siones que son recuperadas desde el ejercicio literario y desde su anlisis crtico. As, dichas reflexiones casi siem-pre adquieren el tono de una disputa no solo sobre el de-recho a decir sino tambin acerca de la legitimidad de lo que se dice. Beatriz Sarlo en su ensayo Poltica, ideologa y figuracin literaria incluido en Ficcin y poltica sugiere que, hacia mediados de los 70, la narrativa vinculada con la representacin de la violencia de Estado puede inscri-birse en el marco de la crisis de la representacin realista y vincularse en buena parte con la centralidad de tenden-cias estticas que se fundan en relaciones de intertextua-lidad o de interdiscursividad. As, la literatura escrita en Argentina entre 1976 y 1986 exhibe una polarizacin en cuyos extremos se ubica, por un lado, la representacin mimtica y, por otro, la construccin alegrica como dos alternativas para dar cuenta de la represin, del exilio, de la violencia. Las relecturas del pasado histrico y del corpus literario del xix, las huellas discursivas del exilio,

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    la voluntad de dar cuenta literariamente de lo real, la posibilidad de figurar la violencia, el deseo de que el texto testimonie de manera siempre problemtica el horror son algunas de las caractersticas que la crtica de los 80 encuentra en la narrativa de aquellos aos. En re-lacin con eso, Sylvia Satta en La narrativa argentina, entre la innovacin y el mercado (1983-2003) (2004), percibe dos estrategias que convergen para reconstituir un mbito cultural devastado: en primer lugar, la revi-sin y crtica de la actuacin de los intelectuales durante los aos de la dictadura y, en segundo lugar, una re-flexin de cara al futuro tendiente a pensar las formas en que la literatura contribuira con dicha recuperacin cul-tural. Un tercer momento en relacin con el desarrollo de las representaciones literarias ligadas con la violencia de Estado es sealado por Mara Teresa Gramuglio en Polticas del decir y formas de la ficcin. Novelas de la dictadura militar (2002): el Juicio a las Juntas determina la irrupcin del gnero testimonial en el conjunto de los discursos sobre el terrorismo estatal y dota a las vctimas de una voz capaz de narrar la experiencia de lo vivido, irrupcin que lejos de decretar la prescindencia de la re-presentacin literaria para pensar la violencia, implica la toma de nuevos rumbos para la narrativa que en tex-tos como Recuerdos de la muerte de Miguel Bonasso (1994) ensaya modos de vinculacin entre testimonio y ficcin. Paralelamente surgen otras maneras de figurar el pasado reciente y, en esa lnea, Villa de Luis Gusmn (1995) se constituye como un punto de quiebre tanto respecto de la potica del autor como de las configuraciones del campo literario argentino que muestra las posibilidades de la literatura para proponer nuevos sentidos al cons-truir una primera persona que hace ingresar en su texto la voz narrativa de un colaboracionista. En relacin con esto, Miguel Dalmaroni en La moral de la historia. No-velas argentinas sobre la dictadura (2004) sostiene que a mediados de los aos 90 emergen nuevas memorias del horror distintas de las del momento anterior enlazadas como sostiene Gramuglio con los efectos discursivos del Nunca ms. As, las confesiones acerca de los mtodos de represin en la voz de militares arrepentidos sumadas

    al surgimiento de nuevos colectivos de Derechos Huma-nos que ensayan modos inditos de abordar el pasado como por ejemplo H.I.J.O.S. condensan un momento que Dalmaroni califica como nuevo y confuso. Es en ese marco en el que se publica Villa de Gusmn. As, para Dalmaroni, Las islas (1998) y El secreto y las voces de Carlos Gamerro (2002), Dos veces junio de Martn Kohan (2002) y Ni muerto has perdido tu nombre tambin de Gus-mn (2002) forman el centro de un corpus caracterizado ya no por la narracin oblicua, alegrica o fragmentaria del horror, sino por el contrario- por una narracin que intenta mostrar desde todas las perspectivas y de modo directo lo ms inefable de la experiencia represiva.

    En consonancia con los postulados de Dalmaroni, se puede afirmar que en los ltimos aos no solo han va-riado los modos de representar la violencia sino que ade-ms, diversas novelas argentinas configuran un tipo de personaje ausente hasta 1998 dentro del corpus ficcional sobre el pasado reciente: la figura del hijo de vctimas que quiere saber acerca del pasado de sus padres para indagar en l los rasgos de su propia identidad y las hue-llas en su presente de la violencia de Estado. A veinte aos, Luz de Elsa Osorio (1998), Ni muerto has perdido tu nom-bre de Luis Gusmn (2002), El secreto y las voces de Carlos Gamerro (2002), Kamchatka de Marcelo Figueras (2003), La casa operativa de Cristina Feijo (2006), Presagio de Su-sana Cella (2007), La casa de los conejos de Laura Alcoba (2007), 76 y Los topos de Flix Bruzzone (2008) forman parte de un corpus cuya extensin seala la relevancia de una zona novedosa respecto de las representaciones de la violencia de Estado en la narrativa argentina de los ltimos aos. Un recorrido a travs de los textos que conforman el corpus permite describir ciertas zonas que aparecen con recurrencia.

    La publicacin en 1998 de A veinte aos, Luz de Elsa Osorio inaugura la serie de novelas que colocan en el centro del relato a los hijos de vctimas como sujetos acti-vos que emprenden una exploracin que involucra tanto una relectura del pasado de sus padres como una inda-gacin acerca de su presente. Organizada a partir de captulos ordenados en tres bloques temporales 1976,

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    1983 y 1998, la novela se centra en la narracin de la historia de Luz, una joven apropiada y criada por los asesinos de su madre desaparecida. El texto ensaya una descripcin de la vida cotidiana durante los aos de la dictadura y de la transicin y en ese sentido entra en consonancia con Presagio de Susana Cella que propone en su novela una cronologa extendida que se inicia con el secuestro de Cocoliso y culmina con su llegada a la adul-tez, momento en el que desentraa parte de su pasado. Escrita en una prosa compleja, poblada de hiprbatons y recursividades, la novela de Cella fuerza al lector a se-guir atento el hilo de las voces que permiten componer un entramado de sentidos en los que se exponen el si-lencio, la complicidad y el miedo como caractersticas privativas de una sociedad atravesada por la violencia de Estado y por sus secuelas. Si tanto la novela de Cella como la de Osorio se retrotraen al pasado para llegar desde all narrando hasta el presente, A veinte aos, Luz adems compone el que quiz sea su procedimiento ms significativo: Luz no solo busca recuperar su pasado y su identidad, tambin es ella quien viaja a Madrid en busca de un padre que la cree muerta a quien debe contarle la historia de su propia vida. As, al revertir la direccin en la que se lega la historia familiar, Osorio problematiza los modos de transmisin de la memoria y suma una fi-gura complementaria a la de la madre alumbrada por la muerte del hijo que establece un paradjico nacer de nuevo que varios textos del perodo trabajan. As, por ejemplo, en Kamchatka de Marcelo Figueras, la desapa-ricin de los padres es narrada desde el recuerdo por la voz de un nio que intenta iluminar las zonas difu-sas de la ausencia. En ese marco, la transformacin que se opera en la abuela aparece ante la mirada del nio como un signo inequvoco de la magnitud de la prdida que, a un tiempo, los separa y los une. No parece casual que en muchas de las ficciones sealadas el disparador que impulsa al hijo en su pesquisa se vincule con uno de dos acontecimientos: la muerte de los abuelos o el naci-miento de un hijo propio.

    Como en Kamchatka, en La casa de los conejos de Laura Alcoba la voz narrativa se desdobla para dar la palabra

    a la nia de ayer que recuerda y a la adulta del presente que cuestiona las alternativas de su pasado y discute las modulaciones de la memoria. El texto evoca en su ma-terialidad una voz que construye su relato a travs de la recuperacin del tono de la infancia. Tambin La casa operativa de Cristina Feijo trabaja algunas de esas cues-tiones al presentar un relato narrado por un joven que interroga al nico sobreviviente adulto de la matanza ejecutada por comandos militares en una casa operativa en la que el narrador, siendo nio, estaba con su ma-dre militante. As, en las tres novelas, la relacin entre temporalidades complejiza la narracin de los sucesos del pasado hecha a partir de una mirada filiada con aquel tiempo otro que se revive en el relato en tanto opera como una estrategia que vuelve manifiesta la in-comprensin de los hijos ante la militancia de los padres, ante la disciplina impuesta en la clandestinidad, ante los peligros a los que son expuestos.

    Por otra parte, interesa sealar otro aspecto del texto de Alcoba: la tensin que establece con el testimonio en tanto la propia biografa es puesta al servicio de la figu-racin literaria problematizando las formas de represen-tacin propias de la narrativa testimonial al subvertir sus procedimientos y cuestionar las pautas de legitimacin de la verdad histrica implcita en la retrica del g-nero testimonial para mostrar estrategias diversas res-pecto de la recuperacin ficcional de la memoria.

    Otra novela que exaspera los discursos de la memo-ria es El secreto y las voces de Carlos Gamerro. Novela po-lifnica y fragmentaria, enuncia desde su ttulo los ejes que configuran el relato: silencio y palabra fundan la le-galidad de un texto atravesado por el rumor pueblerino, por la mentira y por los secretos de entrecasa. Si recom-

    | en los ltimos aos no solo han variado los modos de representar la violencia sino que adems, diversas novelas

    argentinas configuran un tipo de personaje hasta 1998 ausente dentro del corpus ficcional sobre el pasado reciente:

    la figura del hijo de vctimas que quiere saber acerca del pasado de sus padres |

  • ponemos la linealidad que el texto quiebra, el argumento es simple: tras veinte aos, Felipe Flix Fefe regresa a Malihuel con el pretexto de encontrar inspiracin para escribir una novela policial. La excusa literaria lo habi-lita para indagar entre sus antiguos vecinos acerca de los nicos crmenes cometidos en la historia reciente del pueblo: el de Daro Ezcurra y el de su mam Delia, se-cuestrados y asesinados durante los aos de la dictadura, quienes hacia el final del texto sabemos que son padre y abuela del narrador. La novela se compone por una serie de fragmentos en la que los vecinos le cuentan a Fefe sus recuerdos acerca de aquel verano del 77 en el que desaparecen los Ezcurra. Enlazados a travs de cier-tos procedimientos cercanos al policial y al folletn, los fragmentos narran una historia armada a partir de dosi-ficadas revelaciones y de pequeos golpes de efecto que concluyen con el develamiento de ese secreto que el ttulo promete: la concrecin del secuestro de Daro de-pende del resultado de una apuesta entre el comisario de Malihuel, Armando Neri, y el coronel Demetrio Carca: si uno solo de los vecinos consultados por Neri se opone a la ejecucin de Ezcurra, el comisario gana la apuesta y Daro se salva. De ese modo, el crimen de Estado en-cuentra muelle en una sociedad que acompaa sin opo-ner resistencia las acciones del poder represivo. As, en un texto en el que los testigos se convierten en cmplices, cada captulo muestra un abanico de versiones que dis-cuten entre s, un conjunto de relatos que se anulan rec-procamente, una sucesin de nuevas informaciones que dislocan el sentido. A partir de la subdivisin de cada testimonio en varios segmentos; de la insercin de art-culos periodsticos, de informes y de cartas; de las inter-polaciones valorativas del narrador y del ordenamiento no cronolgico de los diversos testimonios se orienta la atencin del lector hacia la materialidad del texto escrito y se lo diferencia de las manifestaciones orales que en l se recogen poniendo as en primer plano el carcter por definicin incompleto y parcial de los recuerdos que to-man cuerpo en la desgajada reconstruccin del pasado que el texto hace visible. Entre la evidente mentira y el velado disimulo, los habitantes de Malihuel dan forma a la versin del pasado que mejor se acomoda con los lineamientos polticamente correctos que reclaman los 90. Fefe personaje central de una novela anterior de Gamerro, Las islas no solo es hijo de un padre asesinado por la represin sino que adems es un ex combatiente de Malvinas. De algn modo, Flix parece condensar gran parte de los traumas irresueltos del pasado reciente argentino. La saturacin y la hiprbole como elementos constitutivos de la trama hacen que los textos de Game-rro se instalen en un cruce proliferante de versiones, que muestra as la dificultad para la construccin de una me-moria compartida y hace visibles en su complejidad la imposibilidad de una interpretacin unvoca del pasado.

    En cierta forma, Ni muerto has perdido tu nombre de Luis Gusmn tambin trabaja los lmites para la elaboracin colectiva del pasado traumtico: en una sociedad en la que las vctimas son forzadas a convivir con sus victima-rios impunes, el saldo de cuentas con el pasado de ser posible solo se realiza en trminos individuales. El texto de Gusmn presenta la figura de Federico Santoro, hijo de padres desaparecidos, que decide tras la muerte de su abuela buscar a Ana Botero, la mujer que veinte aos antes lo entrega a sus abuelos luego de rescatarlo de la chacra en la que sus padres se escondan y en la que, un da ms tarde, son secuestrados. Veinte aos despus de esos sucesos, Federico retorna al pueblo buscando en-contrar las huellas de aquel pasado que se le resiste. A partir de ese punto, en el texto todo parece tener dos ca-ras: cada identidad se bifurca, cada hecho se repite, cada espacio se revisita. Mscaras, nombres de guerra, viejas fotografas se muestran en el presente del relato como el retorno de otro tiempo cuya vigencia se torna opresiva en una circularidad difcil de quebrar. En esa lnea, diversas novelas crean personajes de hijos cuyos desplazamientos operan como una bsqueda a medias policial, a medias inicitica que intenta develar el pasado de los padres desaparecidos o exiliados para enlazar esos sentidos con su presente. Las novelas de Osorio, Gusmn y Gamerro componen esa serie que tiene su manifestacin ms re-ciente en Los topos de Flix Bruzzone. La indagacin que Bruzzone pone en escena en su texto que reescribe los argumentos de algunos de sus cuentos incluidos en 76 implica una bsqueda despojada de toda certeza que el texto organiza como una gran especulacin que surge a partir del fantasma de un posible hermano del narrador nacido en cautiverio. La pesquisa, signada por una fatali-dad que el narrador acepta sin cuestionamientos, lo lleva al Sur en su persecucin de Mara, un travesti asesino de represores del que se enamora primero y a la que cree su hermano despus. En ese itinerario tambin el narrador

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    cambia transformndose l mismo en travesti sometido a la brutalidad de un aparente ex represor. Pesadillas, de-lirios y la pulsin del narrador por la mentira organizan una aventura desquiciada que se funda en una sucesin de hechos fortuitos que se retoman, se anulan y tien lo narrado con una ptina de labilidad, con una incohe-rencia que vuelve evidente la sinrazn de un presente signado por la violencia. En Los topos no hay reelabora-cin de la memoria en tanto renuncia a establecer una relacin crtica con el pasado: la narracin se funda en el puro presente. En este sentido, por su construccin y por los elementos que pone en juego en el relato, la novela de Bruzzone imprime una nueva direccin a las ficciones que representan el pasado reciente.

    Tras el recorrido, podemos concluir en que los textos abordados conforman un sistema que encuentra en la fi-gura del hijo un actor altamente productivo en trminos de representacin de la violencia de Estado: la puesta en escena de estrategias diversas respecto de la recuperacin ficcional de la memoria; el nombre como borramiento, como marca o como escamoteo que hace ingresar en los textos el tema de la identidad con l asociada; el cruce genrico que tensiona en la ficcin los discursos de la memoria; el desplazamiento como bsqueda; la tensin entre temporalidades que se constituye en una zona alta-mente significativa en tanto la oposicin entre el pasado y el presente permite exhibir diversas disyuntivas, por ejemplo, la militancia de los padres y la de los hijos o el compromiso de los 70 frente a los 90 como un perodo marcado por polticas pblicas tendientes a instalar en la sociedad el olvido. stos son algunos de los ejes que las novelas revisitan una y otra vez manifestando as la vigencia de una zona medular del campo cultural argen-tino; una zona que la literatura de los ltimos aos ex-plora para transformar, dislocar o revisar los modos de representacin de la violencia de Estado.

    Alcoba, Laura. La casa de los conejos. Buenos Aires: Edhasa, 2007.Bonasso, Miguel. Recuerdos de la muerte. Buenos Aires: Bruguera, 1994.Bruzzone, Flix. Los topos. Buenos Aires: Mondadori, 2008._____. 76. Buenos Aires: Tamarisco, 2008.Cella, Susana. Presagio. Buenos Aires: Santiago Arcos, 2007.Dalmaroni, Miguel. La palabra justa. Literatura, crtica y memoria en Argentina 1960-2002. Santiago de Chile: Ril y Melusina, 2004.Feijo, Cristina. La casa operativa. Buenos Aires: Planeta, 2006.Figueras, Marcelo. Kamchatka. Buenos Aires: Alfaguara, 2003.Gamerro, Carlos. El secreto y las voces. Buenos Aires: Norma, 2002.Gramuglio, Mara Teresa. Polticas del decir y formas de la ficcin. Novelas de la dictadura militar en Punto de vista, 74. Buenos Aires: diciembre de 2002.Gusmn, Luis. Ni muerto has perdido tu nombre. Buenos Aires: Sudamericana, 2002._____. Villa. Buenos Aires: Alfaguara, 1995.Kohan, Martn. Dos veces junio. Buenos Aires: Sudamericana, 2002.Osorio, Elsa. A veinte aos, Luz. Buenos Aires, Planeta, 2006.Satta, Sylvia. La narrativa argentina, entre la innovacin y el mercado (1983-2003) en Marcos Novaro y Vicente Palermo (comps.) La historia reciente. Argentina en democracia. Buenos Aires: Edhasa, 2004.Sarlo, Beatriz. Poltica, ideologa y figuracin literaria en A. A. V. V. Ficcin y poltica. La narrativa argentina durante el proceso militar. Buenos Aires: Alianza/University of Minnesota, 1987.Sosnowski, Sal. (Comp.). Represin y reconstruccin de una cultura: el caso argentino. Buenos Aires: Eudeba, 1988.

    | La saturacin y la hiprbole como elementos constitutivos de la trama hacen que los textos de

    Gamerro se instalen en un cruce proliferante de versiones, que muestra as la dificultad para la

    construccin de una memoria compartida y hace visibles en su complejidad la imposibilidad de una

    interpretacin unvoca del pasado. |

  • bamos a entrevistar al Toto Schmucler. Estaba previsto indagar sobre las problemticas de la memoria pero la entrevista era una excusa para conversar.En los prolegmenos, un cierto humanismo en su posicin so-bre el tema a nosotros, generacin foucaultiana nos resul-taba vagamente inquietante. El decurso de la conversacin, su amable disposicin al dilogo, nos convenci, ms ac de toda teora, de la validez de su humanismo. Un humanismo en acto, desplegado en la situacin que nos reuni una tarde-cita, en un bar de Buenos Aires, por ms de tres horas.

    TODA MEMORIA

    ES POLTICA

    El socilogo y semilogo argentino, formado

    en los 60 con Roland Barthes, es una de las

    figuras ms destacadas de los estudios de la

    comunicacin en Amrica Latina. Exiliado

    en Mxico durante la dictadura militar, el

    tema de la memoria se halla en el centro

    de sus reflexiones. Por una parte, unido a la

    pregunta sobre el triunfo del pensamiento

    tcnico en nuestras sociedades y, por otra,

    al cuestionamiento sobre las causas del mal

    absoluto vinculado a los crmenes

    de lesa humanidad.

    por SHILA VILKER

    ENTREVISTA A HCTOR SCHMUCLER

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    | Los pueblos grafos tienen memoria. Ms an: son los verdaderos portadores de la memoria. Porque viven en la memoria, no hablan de ella. |

    Shila Vilker: Cmo podemos pensar los ejercicios de memoria

    social o este fenmeno de la memoria en la Argentina?

    Se me ocurren dos cosas. Una: siempre hubo memoria; es, tal vez, un rasgo sustancial de lo humano. Siempre hay una memo-ria humana. Tambin se ha desarrollado la idea de la memoria como un factor fundamental en el funcionamiento de todos los organismos. Al fin y al cabo, la ciberntica es una forma de ejercicio complejo de la memoria; es la memoria la que va re-troalimentando los actos que realizan, consciente o inconscien-temente, todos los organismos. Por eso se habla de que hay una memoria gentica, que sera una especie de reproduccin de lo mismo y que sera patrimonio de todo lo vivo. Nada ms vigente que la idea gentica de memoria. Quiero decir, la palabra memo-ria ha incursionado en el mundo de la cultura contempornea a partir de estos hechos que no hablan de la memoria como virtud humana. Imaginemos que hay una memoria biolgica realmente, que una semilla de zapallo tiene ya la memoria de todo su futuro. En el caso de los seres humanos, en general, uno dice me acuerdo de tal cosa y sabe que est haciendo un ejercicio de memoria. Mientras dice eso, que sera lo humano, seguramente la lla-mada memoria biolgica est trabajando, porque dice eso y las clulas se reproducen. Hasta ah, la memoria humana no se caracteriza por nada, sino que es similar a toda la descripcin que se hace de la memoria biolgica. Pero la palabra memoria se incorpora en todo esto con la ciencia y la tcnica contempornea. Entonces se concibe la reproduccin, el desarrollo de organismos, por ejemplo, a partir de un efecto de memoria; pero es exactamente lo mismo que pasa cuando se le pone el nombre de memoria a la memoria electrnica. Disco duro, por qu memoria? Porque se la toma como una especie de acumulacin que puede hacerse presente en un momento dado.

    SV: Cmo almacenamiento?

    El acto significativo es la acumulacin que puede hacerse pre-sente. Cmo se hace presente tal vez sera un tema para diferen-ciar la memoria humana de la memoria tcnica. Pero la memoria tcnica no sabe que est procesando algo.Los pueblos grafos tienen memoria. Ms an: son los verdade-ros portadores de la memoria. Porque viven en la memoria, no hablan de ella. Por lo tanto hay una acumulacin que tal vez, en el caso de los seres humanos, sea voluntaria, es decir selectiva. No se conoce, salvo funes el memorioso, un individuo que lo re-cuerde todo; siempre hay una seleccin. Cmo se produce esa seleccin es otro tema de larga especulacin. Lo pods vincular a otros valores humanos como la tica, las creencias...

    erneSto kreplak: La poltica?

    S, tambin; pero la poltica como parte de esto. Se acumula la memoria, se selecciona algo para que quede, de acuerdo al valor que se le otorga; he ah una seleccin previa por la cual no nos acordamos de todo, sino de algunas cosas que consideramos necesario, conveniente, satisfactorio, hacer presentes. Toda memoria colectiva y ya estamos entrando en el plano de lo so-cial, implica seleccin. Por eso no hay solo una memoria, y este es un tema importante. No hay una memoria en el sentido colectivo, hay memorias que dependen de los acuerdos de grupos que coinciden en ciertos aspectos de la historia. No hay una memoria colectiva en un sen-tido metafsico, aunque a veces el lenguaje cotidiano se confunde con esto. Hay que hacer memoria, dice la gente, hay que hacer memoria para... Para qu? generalmente cada uno dice para lo que cree que es conveniente: si tuviramos memoria no hara-mos tal cosa, si la gente se acordara no votara a tal persona.

    SV: Hay un fetiche de la memoria, no?

    Porque creo que memoria ha ido reemplazando muchos de los aspectos del quehacer humano. Por ejemplo, hoy se habla de memoria para hablar de poltica, para hablar de ideologa.Se fetichiza, como si tuviera un poder por s mismo. Pero tam-bin creo que hay un problema ideolgico. Una especie de vo-luntad de estructurar, establecer, ciertas formas de la memoria colectiva, que postulan o admiten una accin en el presente. La justificacin del accionar presente, pongmosle en el campo de lo poltico, se sustenta, muchas veces, en la memoria: hacemos esto ahora porque tenemos en cuenta este tipo de pasado. Al fin y al cabo, la memoria social es la nica forma de rescate de la historia. Y la historia aparece muchas veces como explicacin del pasado y promotora del presente. Ahora, la vigencia de la memoria es un hecho relativamente nuevo en el mundo.

    SV: Es un efecto post Segunda Guerra? Es el efecto de la

    Sho?

    fundamentalmente. La memoria empieza a hacerse popular en el mundo mucho despus de la Segunda guerra. Hasta muchos aos despus de la Segunda guerra nadie hablaba de la Sho. Y aqu vienen las vicisitudes de la memoria. Despus de la gue-rra, la historia dominante, que era la de los que haban triunfado, era la condena del nazismo y el triunfo de esta expectativa de la democracia. Pasa que inmediatamente se desarrolla la gue-rra fra entonces las memorias empiezan a ser todas diferen-ciadas pero contra un enemigo comn. Entonces qu es lo que recupera la memoria tiene que ver con proyectos polticos, ideo-lgicos, etc.

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    Vuelvo a la Sho porque es fundamental. Hasta los aos 60, la idea de condenar como un acto especfico el genocidio, la perse-cucin de sectores de la humanidad por el solo hecho de ser lo que son, que sera una breve definicin de lo que es el genocidio, no exista. Un ejemplo paradigmtico: la primera pelcula que mostr los campos de concentracin, casi el documental constitutivo de la imagen, fue el famoso Noche y niebla, que tiene el libreto de Jean Cayrol, gran poeta francs. Es muy notable, porque en la pe-lcula qued consagrada la iconografa de la Sho en realidad de lo que todava no se llamaba Sho, los campos de exterminio.Algo significativo de la pelcula es que no se nombra la palabra judo. Pero todas las imgenes, los huesos, las montaas de zapatos y todo lo que ha pasado a ser la iconografa del extermi-nio, viene en su mayora de los judos. Interesante, porque hasta ese momento no haba aparecido esto. Cuando en la Unin So-vitica se hablaba de esto y se lo condenaba, se mencionaban nacionalidades, polacos, rumanos, pero nunca se deca judo. Y es cierto que eran polacos, rumanos, pero murieron por judos. No estaban mintiendo, pero estaban falseando algo sustancial. Tuvo que pasar mucho tiempo y en el transcurso tuvo un papel fundamental el juicio a Eichmann. Israel instal el tema y ese fue uno de los objetivos del juicio, instalarlo. Qu es lo que se exalta en Israel? Esto lo analiza muy bien Hannah Arendt en Eichmann en Jerusaln: los hroes, los que se resistieron, y un manto de sombra sospechosa y denigrante sobre la inmensa masa de los judos que fueron sin resistirse. De ah nace la idea de que los judos fueron como ovejas al matadero, cosa que en un sentido es verdad; lo nico que no se dice ah es cmo se poda ser len en esas condicio-nes. Pero, por qu el Estado de Israel construye ese relato? Porque estaba construyendo su propia memoria: la memoria de la tenaci-dad, la fuerza y el herosmo para defender el Estado de Israel.

    EK: Se puede pensar que todo ejercicio de memoria establece

    una mitologa?

    S, pero que no se narra como mitologa. La memoria siempre es verdad, no verdad verificable por documentos, pero como me-moria siempre es verdad. Para m, mi memoria es verdad. So-cialmente pasa lo mismo, y en ese sentido creo que est prximo a lo mtico: son verdades que no exigen verificacin.Uno de los temas ms interesantes y complicados es la memoria como justificacin inmediata de lo que actuamos ahora. As se jus-tifica lo poltico, al mismo tiempo que se borra. La gran vacancia que hay es la idea de la discusin poltica, de pensar que el pasado argentino, por ejemplo, a los que se dedican a la memoria en su versin ms difundida, tiene que ver con un pensamiento poltico. Algunos insistimos en la gran tarea de la memoria como re-flexin sobre en qu condiciones se hicieron posibles determina-dos hechos. Tengo un gran amigo, sobreviviente de Auschwitz, Jack fuchs, que a veces llega a esta conclusin: me dijo he pen-

    | Hasta los aos 60, la idea de condenar como un acto especfico el genocidio, la persecucin de sectores de la humanidad por el solo hecho de ser lo que son, no exista. |

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    sado que los hombres hacen las guerras para tener ocasin para matar. No es que matan porque hay guerra, sino que inventan la guerra porque la ocasin de matar tiene que tener algn jus-tificativo. Yo no lo veo as, salvo que seamos producto del dios negativo, del dios malo, que hizo un mundo malo y que hay que esperar que este mundo se liquide para que haya otro mejor. A nuestra racionalidad no le satisface tan rpido esta explicacin. Porque entonces uno podra preguntarse qu hace posible esto. Nada, lo nico que se genera son condiciones posibles para que la maldad, implcita en los humanos, se desencadene. Respuesta tal vez valedera, pero que para mi gusto, para un sentido de la responsabilidad humana, es tranquilizante. Si furamos as por-que somos as no habra responsabilidad. Por qu? Porque no tendramos libertad, no podramos optar, por lo tanto cumpli-ramos con la memoria de la semillita de zapallo. Si aceptamos esta respuesta, nuestra vida sera distinta, no estaramos ahora hablando. Porque hablar esto es querer encontrar alguna explica-cin, algn camino de entendimiento de esto que no nos gusta. Hay algo, hay ideas, y las ideas no son pura memoria. Cuando se discute el concepto de enemigo, para poner un ejemplo clave para cualquier consideracin de estos temas, no es sim-plemente una memoria de lo que pas, hay una idea actuante. La divisin entre amigos y enemigos, como categora sustancial que ordena la relacin entre los seres humanos, es esencial para nuestra historia. El enemigo adems puede ser destruido. Eso es el nazismo, pero tambin es la Argentina. Cuando se dice que la gente deca por algo ser y se lo toma tan descalificadora-mente, habra que pensar en que tal vez tena razn. Tena razn en un sentido brutal. Lo digo casi parodiando el lenguaje, por qu un buen burgus (no eran solo burgueses, eran los proleta-rios, los campesinos, pero para ser casi pardico) tena que acep-tar que haya una cantidad de muchachos que, alzados en armas, queran cambiar la sociedad? La discusin es de poltica. La discusin de poltica es lo que ha quedado bastante obliterado por la preeminencia de la memoria. Con ello, hacemos de la me-moria algo as como una memoria gentica: porque hay memo-ria de esto ahora se tiene que producir esto, porque bombar-dearon la Plaza de Mayo hay que hacer esto, porque los judos eran dueos de gran parte del capital haba que eliminarlos. La memoria, entonces s, como decas vos, aparece como mito.

    SV: Habls de la memoria como un regalo, como un don, y

    nunca se habla del olvido. Cul sera el lugar del olvido?

    Hay olvido porque hay memoria, me parece. Es difcil pensar lo contrario. Si lo que hace que existamos como humanidad fuera el olvido, en realidad no nos estaramos acordando. No sera posible el vivir humano si todo fuera olvido. Sin embargo, de hecho, casi todo es olvido. Todo lo que se ha olvidado es infinito al lado de lo que queda en la memoria humana. Ac viene toda la cuestin de

    la transmisin de la memoria, de la transmisin de la tradicin, que son formas de memoria. Pero no hay un olvido inicial.El olvido es tan necesario como la memoria para vivir, porque no podemos recordar todo y no seramos mundanos si record-ramos todo. Seramos como funes o seramos como un disco duro Uno de los grandes problemas de la tcnica, con la que se quiere homologar nuestra memoria, es que no selecciona, la memoria tcnica no tiene semntica. En cambio nosotros, no podemos vivir sin recordar y no podemos vivir sin olvidar. Pero cmo se hace para olvidar? Hay una especie de olvido en el sentido de lo que va quedando en la nada, pero en cuanto uno recuerda que tiene que olvidarlo, ya se acord. El olvido se per-fecciona y ah vienen muchas de las cosas que se hablan sobre los desaparecidos. El olvido se perfecciona cuando se olvida que se olvida. En lugar del olvido hay otra cosa, que son los contra-tos sociales, la amnista.

    SV: Y el perdn?

    El perdn es otra cosa. La amnista es diferente: solamente se puede amnistiar si no se perdona. Por un acto de conveniencia social, obligamos al olvido. Eso es la amnista: la obligacin im-puesta a la sociedad de olvidar ciertas cosas. Es como un olvido, pero un olvido pactado: no podemos hablar ms de esto. Y tal vez si no se habla, no se habla, no se habla, las generaciones si-guientes se olvidan que existe. La amnista es el olvido obligato-rio, o sea, hacer como si se hubiera olvidado; pero no tiene nada que ver con el perdn.

    SV: Son compatibles perdn y memoria?

    S, yo creo que s. Ms an: es condicin del perdn. Por lo mismo que decamos recin, no es el olvido, es este acto de reconoci-miento. Se puede tener infinidad de razones, de explicaciones, de valores, pero en cuanto a la capacidad de perdonar como, paradigmticamente, Jess perdon a Judas no importando las razones. Uno podra imaginar una paradoja: conde