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BIBLIOTECA DE MÉXICO ISSN-0188-476X· NÚMERO 112· JULIO-AGOSTO DE 2009 • $ 38 .00 CHARLES BAUDELAIRE CONDE DE LAUTREAMONT (ISIDORE DUCASSE) ARTHUR RIMBAUD GUILLAUME ApOLLINAIRE BLAISE CENDRARS JULES SUPERVIELLE MARCEL SCHWOB PAUL VALÉRY O. V. DE LUBlcz-MILOSZ HENRI MICHAUX E. M. CIORAN ROGER CAILLOIS SALVADOR DíAZ MIRÓN ALFONSO REYES JULIO TORRI JAIME SABINES ERNESTO DE LA PEÑA MARCO ANTONIO MONTES DE OCA JOSÉ ASUNCiÓN SILVA MACEDONIO FERNÁNDEZ ÁNYELO SIQUELlANÓS VICENTE HUIDOBRO __ ... JORGE LUIS BORGES LUIS CERNUDA ODISEAS ELlTIS JULIO CORTÁZAR

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BIBLIOTECA DE MÉXICO ISSN-0188-476X· NÚMERO 112· JULIO-AGOSTO DE 2009 • $ 38 .00

CHARLES BAUDELAIRE

CONDE DE LAUTREAMONT

(ISIDORE DUCASSE)

ARTHUR RIMBAUD

GUILLAUME ApOLLINAIRE

BLAISE CENDRARS

JULES SUPERVIELLE

MARCEL SCHWOB

PAUL VALÉRY

O. V. DE LUBlcz-MILOSZ

HENRI MICHAUX

E. M. CIORAN

ROGER CAILLOIS

SALVADOR DíAZ MIRÓN

ALFONSO REYES

JULIO TORRI

JAIME SABINES

ERNESTO DE LA PEÑA

MARCO ANTONIO MONTES DE OCA

JOSÉ ASUNCiÓN SILVA

MACEDONIO FERNÁNDEZ

ÁNYELO SIQUELlANÓS

~~ VICENTE HUIDOBRO __ ...

JORGE LUIS BORGES

LUIS CERNUDA

ODISEAS ELlTIS

JULIO CORTÁZAR

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BAJO CUALQUIER MODA se descubre el hombre de genio. No importan

las condiciones de estilo y expresión que una época impone al artista .

creador. Si éste lo es de veras, a vueltas del tributo pagado al culto del

momento, reverenciará a los verdaderos númenes, a las normas supre-

mas del arte puro. Y los poetillas y míseros prosélitos que se adueñaron

trabajosamente de las maneras y recursos superficiales de una moda

pasajera se quedarán con sus inanes frutos. Lo lamentable es que

también pasan y se olvidan de los buenos libros. Pero este desvío e

injusticia es muchas veces transitorio, en tanto aparece un erudito que

evoque, de entre las apretadas falanges del ayer, al ingenio que no se

satisfizo plenamente con las ideas de su tiempo, y que las rebasó y superó,

en ocasiones sin que lo notaran sus desaprensivos contemporáneos. *

Julio rorri

* Brevedades de Julio Torri, Serge 1. Za'ilzeff, Gobierno del estado de Coahuila , 2004, 88 pp.

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BIBLIOTECA DE MEX

NÚMERO 112

JULIO-AGOSTO DE 2009 · $38.00

PLAZA DE LA CIUDADELA 4, CENTRO HISTÓRICO

DE LA CIUDAD DE MÉXICO, CP 06040.

TELÉFONO 4155 0830, EXTENSIONES 3851 Y 3858

CORREO ELECTRÓNICO b ibmex@conacu l ta .gob.mx

CERTIFICADO DE LICITUD DE TiTULO NÚM. 6270

CERI IFICADO DE LICITUD DE CONTENIDO NÚM, 4380

CONSEJO N A C I O N A L PARA

LA CULTURA Y LAS A R T E S

PRESIDENTA

CONSUELO SÁIZAR

DIRECTOR GENERAL DE BIBLIOTECAS

FERNANDO ALVAREZ DEL CASTILLO

REVISTA BIBLIOTECA DE MÉXICO

DIRECTOR FUNDADOR

JAIME GARCÍA TERRÉS t

DIRECTOR: EDUARDO LIZALDE

EDITOR: JOSÉ ANTONIO MONTERO

EDITOR ASOCIADO: MARIO BOJÓRQUEZ

SECRETARIO DE REDACCIÓN:

JOSÉ DE LA COLINA

CONSEJEROS FUNDADORES: JUAN ALMELA, FERNANDO

ALVAREZ DEL CASTILLO, MIGUEL CAPISTRÁN, ADOLFO

ECHEVERRÍA, ViCTOR TOLEDO Y RAFAEL VARGAS

PROMOCIÓN EDITORIAL: MIGUEL GARClA RUIZ

DISEÑO: PEDRO A, GARCÍA C.

ASISTENCIA EDITORIAL: MARINA GRAF

ASISTENCIA TÉCNICA Y CORRECCIÓN:

LINA GAFIAY VAQUERA

RAÚL ZENDEJAS DE LA PEÑA

COMERCIALIZACIÓN Y DISTRIBUCIÓN:

RUYSDAEL NAVA

IMPRESIÓN: EDITORES E IMPRESORES PROFESIONALES,

S.A. DE C.V.

2A. DE FORROS: ATENEÍSTAS Y AMIGOS DE JULIO TORRI

(AL CENTRO).. ENTRE OTROS EL PINTOR JORGE ENCISO Y

LOS ESCRITORES XAVIER ICAZA, DE PIE; GENARO ESTRA­

DA, FRANCISCO A. DE ICAZA Y MARIANO SILVA Y ACEVES,

SENTADOS.

CHARLES BAUDELAIRE

CONDE DE LAUTREAMONT (ISIDORE DUCASSE)

GUILLAUME APOLLINAIRE

BLAISE CENDRARS

JULES SUPERVIELLE

γ MARCEL SCHWOB

o. V. DE LUBICZ-MILOSZ

HENRI MICHAUX

ROGER CAILLOIS

SALVADOR DÍAZ MIRÓN

JULIO TORRI

JAIME SABINES

ERNESTO DE LA PEÑA

I MARCO ANTONIO MONTES DE OCA

JOSÉ ASUNCIÓN SILVA

MACEDONIO FERNÁNDEZ

ÁNYELOS SIQUELIANÓS

VICENTE HUIDOBRO

, LUISCERNUDA

ODISEAS ELITIS

JULIO CORTÁZAR

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CHARLES BAUDELAIRE*

(1821-1867)

DEL TRABAJO DIARIO Y DE LA INSPIRACiÓN

Y a no es la orgía hermana de la

inspiración ; hemos roto aquel pa­

rentesco adúltero. La rápida

enervación y la debilidad de al­

gunas naturalezas muy bellas,

son suficiente testimonio contra

este odioso prejuicio.

Un alimento muy substancial

y suministrado regularmente , es

lo que verdaderamente necesi­

tan los escritores fecundos .

Decididamente, la inspiración es

la hermana del trabajo diario.

Estas dos contradicciones no se

excluyen más que todas las

otras contradicciones que cons­

tituyen la naturaleza. La inspira­

ción obedece, lo mismo que el

hambre, la digestión, el sueño.

No hay duda que en el espíritu

existe una especie de mecánica

celestial de la que no debemos

avergonzarnos , sino sacar el

mejor partido posible , como

hacen los médicos con la me­

cánica del cuerpo. Si se quiere

vivir en una contemplación tenaz

de la obra del mañana, el traba­

jo diario servirá de inspiración

-lo mismo que una escritura

legible sirve para aclarar el pen­

samiento y lo mismo que el pen­

samiento tranquilo y poderoso

sirve para escribir legiblemen­

te-, puesto que la era de las

malas escrituras ha pasado.

DE LA POEsíA E n cuanto a los que se entregan

o se han entregado a la poesía

con todo éxito, les aconsejo no

abandonarla jamás. La poesía

es una de las artes que más

aportan , pero es una especie de

depósito del que no se cobran

los intereses sino más adelante

y que, en compensación , son

muy abundantes.

Charles Baudelaire, El arte romántico , traduc­ción de F. J. Solero, Editorial Schapire, Buenos Aires, 1954, 306 pp, más ilustraciones.

Desafío a los envidiosos a

que me citen algunos buenos

versos que hayan arruinado a un

editor.

Desde el punto de vista moral ,

la poesía establece un límite tan

marcado entre los espíritus de

primer orden y los de segundo

orden , que el público más bur­

gués no puede escapar a esta

que el escritor hizo La comedia

de la Muerte; sin duda, no pu­

dieron sentir todas las gracias de

aquella obra, pero saben que es

un poeta .

Por otra parte, ¿qué tiene de

extraño? ; todo hombre sano

puede pasarse dos días sin co­

mer; sin poesía , nunca.

El arte que satisface la nece-

influencia despótica. Conozco a sidad más imperiosa, tendrá que

varios que no leen los folletines

de Teófilo Gautier tan sólo por-

2 Biblioteca de México

ser siempre el más digno de ho­

nores.

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CONDE DE LAUTREAMONT*

(ISIDORE DUCASSE)

(1846-1 ~70)

CANTO PRIMERO

(Fragmentos) extendido hasta donde alcanza

la vista, de grullas friolentas y

1. Quiera el cielo que el lector, meditabundas que durante el

animoso y momentáneamente invierno vuelan briosamente a

tan feroz como lo que lee, en- través del silencio, a toda vela,

cuentre sin desorientarse su ca- hacia un punto determinado del

mino abrupto y salvaje a través horizonte, de donde parte repen­

de las ciénagas desoladas de tina mente un viento extraño y

estas páginas sombrías y rebo- violento, precursor de la tempes­

santes de veneno; pues, a no tad. La grulla más vieja , con­

ser que aplique a su lectura una vertida en avanzada solitaria, al

lógica rigurosa y una tensión ver esto mueve la cabeza -y a

espiritual equivalente por lo me- continuación hace crujir también

nos a su desconfianza, las ema- su pico- como una persona

naciones mortíferas de este libro razonable que no se siente sa­

impregnarán su alma, igual que tisfecha (yo tampoco lo estaría

el agua impregna el azúcar. No en sú lugar), mientras su viejo

es aconsejable para todos leer cuello desplumado, contempo-

las páginas que seguirán; sola­

mente a algunos les será dado

saborear sin riesgo este fruto

amargo. Por lo tanto, alma tími­

da, antes de penetrar más en

semejantes landas inexplora­

das, dirige tus pasos hacia atrás

y no hacia adelante. Escucha

bien lo que te digo: dirige tus

pasos hacia atrás y no hacia

delante, del mismo modo que los

ojos de un niño se apartan res­

petuosamente de la augusta

contemplación del rostro mater­

nal; o, mejor, como un ángulo,

Conde de Lautreamont (Isidore Ducasse), Obras completas, introducción, traducción y notas de Aldo Pellegrini , Ediciones Boa, Buenos Aires, 1964, 308 pp.

ráneo de tres generaciones de

grullas, se agita en ondas exas­

peradas que presagian la tor­

menta cada vez más próxima.

Después de arrojar, demos­

trando sangre fría , repetidas

miradas a todos lados, con ojos

saturados de experiencia, muy

prudentemente, y la primera de

todas (pues ella tiene el privi­

legio de mostrar las plumas de

su cola a las otras grullas in­

feriores en inteligencia), con su

grito alertador de centinela me­

lancólico que hace retroceder al

enemigo común, gira con flexibi­

lidad la punta de la figura geo­

métrica (podría ser un triángulo,

3 Bibl ioteca de México

MENTllIEKe

ENTRE DOS

REINOS

Nunca han sido claros los

límites, las fronteras que

dividen el reino de la prosa

y el de la poesía y mucho

menos a partir de la revolu-

ción consumada por los

narradores de una era mo-

derna que se desenvuelve

en el mundo a partir de los

últimos románticos del si-

glo XIX, los simbolistas y los

autores significativos de to-

das las vanguardias artís-

ticas que convulsionan el

universo de la plástica, la

música y la literatura en to-

das sus ramas.

Por otra parte, tampoco

puede afirmarse que la

producción de la prosa y la

de la poesía se circunscri-

be precisamente a dos gé-

neros de ejercicio creativo,

pues existen innumerables

especies poéticas, narrati-

vas y prosísticas, y no es

fácil determinar si vastas

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agujeros informes de tu asque­

roso hocico, ioh monstruo, se re­

gocijarán si previamente te ejer­

citas en respirar tres mil veces

seguidas la conciencia maldita

del Eterno. Tus ventanas nasa­

les, desmesuradamente dilata­

das por el goce inefable, por el

éxtasis inmóvil , no pedirán nada

mejor al espacio embalsamado

como de perfumes e incienso;

pues se colmarán hasta el har­

tazgo de una dicha completa,

como los ángeles que habitan en

la magnificencia y la paz de los

Conde de Lautreamont cielos deleitosos.

*

pero no se ve el tercer lado que

forman en el espacio esas curio- 3 . En pocas líneas dejaré es­

sas aves de paso) sea a babor, tablecido que Maldoror fue bueno

j Se atreve a repetirlo con esta

pluma que tiembla! Así, pues, hay

un poder más fuerte que la vo­

luntad ... iMaldición! ¿Querría la

piedra sustraerse a las leyes de

la gravedad? Imposible. Impo­

sible. Imposible que el mal se

conjugue con el bien. Es lo que

decía más arriba.

*

4. Hay quienes escriben para

lograr los aplausos humanos

mediante nobles cualidades del

corazón que la fantasía inventa

o que ellos puedan tener. Pero

yo hago servir mi genio para re­

presentar las delicias de la cruel­

dad. Delicias ni efímeras ni ar­

tificiales, sino que, nacidas con

sea a estribor, como una hábil durante los primeros años de su el hombre, terminarán cuando él

capitana : y, maniobrando con vida en los que conoció la feli - termine. ¿No puede el genio

alas que no parecen mayores cidad; ya está dicho. Luego des - aliarse con la crueldad en los se -

que las de un gorrión , como no cubrió que había nacido malo: cretas designios de la Providen­

es estúpida, emprende así un ifatalidad extraordinaria! Ocultó cia?, ¿acaso el hecho de ser

nuevo camino filosófico y más su carácter lo mejor que pudo cruel lo priva a uno de genio? Se

seguro. durante muchos años; pero final - verá la confirmación de ello en

mente, a causa de esta conten- mis palabras; en vosotros está el

*

2. Lector, quizá desees que invo­

que alodio en el comienzo de

esta obra. ¿Quién te dice que no

has de aspirar, sumergido en infi­

nitas voluptuosidades tanto cuan­

to quieras, con tus orgullosas

ventanas nasales amplias y afila­

das, volviéndote de vientre al

ció n opuesta a su naturaleza,

todos los días le subía la sangre

a la cabeza, hasta que no pu­

diendo soportar más ese género

de vida, se lanzó resueltamente

por el camino del mal. .. iatmós­

fera grata! iQuién lo hubiera

dicho! , cuando besaba a un pe­

queñuelo de cara rosada, sentía

deseos de rebanarle las mejillas

escucharme, si os place ... Per­

dón, me pareció que se me eri -

zaban los cabellos, pero no es

nada, pues con mi mano he

vuelto a colocarlos fácilmente en

su anterior posición. Aquel que

canta no pretende que sus cava -

tinas sean una cosa descono­

cida ; todo lo contrario , se precia

de que los pensamientos alta-

modo de un tiburón en el aire con una navaja, y muy a menudo neros y perversos de su héroe

hermoso y negro, como si com - lo hubiera hecho si la Justicia, estén en todos los hombres.

prendieras la importancia de ese con su largo séquito de castigos,

acto y la importancia no menor no lo hubiera impedido en cada

de tu legítimo apetito, lenta y ma - ocasión . No era mentiroso, con­

jestuosamente, las rojas emana - fesaba la verdad y declaraba ser

ciones? Te aseguro que los dos cruel. Humanos, ¿lo habéis oído?

4 Biblioteca de Mexico

*

5 . He visto durante toda mi vida,

sin encontrar una sola excepción,

a los seres humanos de hombros

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estrechos ejecutar actos estúpi- parecer azuzados por algún espí­

dos y numerosos, embrutecer a ritu infernal, con ojos repletos de

sus semejantes, y pervertir a las un remordimiento lancinante y a

almas por todos los medios. la vez rencoroso, guardando un

Justifican sus acciones con un

nombre: la gloria. Al presenciar

tales espectáculos quise reír co­

mo los otros; pero ello, imitación

extraña, no fue posible. Tomé un

cuchillo cuya hoja tenía un filo

muy agudo, y hendí mi carne en

los sitios donde se unen los

labios. Por un instante creí haber

logrado mi objeto. Contemplé en

un espejo esa boca lacerada por

mi propia voluntad. ¡Qué equivo­

cación! La sangre que manaba

profusamente de las dos heridas

impedía, por otra parte, distinguir

si realmente se trataba de la risa

de los otros. Pero al cabo de algu­

nos instantes de comparación,

comprobé que mi risa no se pare­

cía a la de los humanos, más bien

dicho, que yo no reía . He visto a

los hombres con feas cabezas y

con ojos terribles hundidos en las

oscuras órbitas, superar la dureza

de la roca, la rigidez del acero fun­

dido, la crueldad del tiburón , la

insolencia de la juventud, la furia

insensata de los criminales, las

traiciones del hipócrita , a los

comediantes más extraordinarios,

la fortaleza de carácter de los

sacerdotes, y a los seres más

ocultos para el exterior, los más

fríos de los mundos y del cielo;

hostigar a los moralistas para que

descubran su corazón, y hacer

recaer sobre ellos la cólera impla­

cable de las alturas. Los he visto

todos a un tiempo, unas veces el

puño más robusto dirigiéndose al

cielo igual que el de un niño ya

perverso contra su madre, al

silencio glacial , sin atreverse a

expresar las vastas e ingratas

meditaciones que cobijan sus

pechos, tan llenas están de injus­

ticia y de horror, y entristecer así

de compasión al Dios mise­

ricordioso; otras veces, en cual­

quier momento del día, desde que

comienza la infancia hasta que

acaba la vejez, mientras de­

rramaban increíbles anatemas,

que no tenían el sentido corriente,

contra todo lo que respira , contra

sí mismos y contra la Providencia,

prostituir a las mujeres y a los ni­

ños, y deshonrar así las partes del

cuerpo consagradas al pudor. En­

tonces los mares levantan sus

aguas que arrastran a sus abis­

mos los maderos; los huracanes y

los terremotos derriban las casas;

la peste y las enfermedades más

diversas diezman a las familias

suplicantes. Pero los hombres no

lo advierten. También los he visto

enrojecer o palidecer de vergüen­

za por su conducta en esta tierra ;

excepcionalmente. Tempestades

hermanas de los huracanes, fir­

mamento azulado cuya belleza

no acepto, mar hipócrita imagen

de mi corazón, tierra de seno mis­

terioso, habitantes de las esferas,

universo entero, Dios que lo has

creado con esplendor, a ti te invo­

co: muéstrame un hombre bue­

no ... Pero en ese caso, que tu

gracia decuplique mi vigor natu­

ral , pues ante el espectáculo de

un monstruo tal , puedo morir de

asombro; por mucho menos se

muere.

5 Biblio teca d e México

obras en verso y extensas

novelas del siglo xx perte-

necen al reino de talo cual

especie. Hay tanta poesía

en la obra de Proust o de

Thomas Bernhardt como

auténticos elementos na-

rrativos en los poemas de

Eliot, de Neruda, de López

Velarde, de Whitman y de

tantos otros típicos poetas.

Tampoco es aceptable

aquella leyenda de que la

creación poética precede

en la historia a la prosística

y la novelística, porque, así

tengan virtudes caracterís-

ticamente poéticas, los tex-

tos helénicos o latinos de la

era clásica -no importa que

se hayan redactado en ver-

so- pertenecen más bien a

la narrativa que a la poesía;

Y lo mismo puede afirmarse

del Cantar del Cid o la

Chanson de Roland en los

tiempos medios.

Se publica en el presen-

te número de la revista una

antología de textos breves,

escritos por autores que se

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Conde de Lautreamont

CANTO CUARTO

1 . Es un hombre o una piedra o nuestras entrañas se agitan en

un árbol el que va a dar comienzo toda su extensión, mucho tiempo

al cuarto canto.' Cuando el pie después del contacto. iTanto ho­

resbala sobre una rana, se expe- rror inspira el hombre a sus se me­

rimenta una sensación de repul- jantes! Es probable que al decla-

sión; pero cuando se roza apenas

con la mano el cuerpo humano, la

piel de los dedos se agrieta como

las escamas de un bloque de mi­

ca que se rompe a martillazos; y

así como el corazón de un tiburón

que ha muerto hace una hora,

palpita todavía sobre la cubierta

con tenaz vitalidad, de igual modo

, Alusión a Linneo, que al clasificar al hombre comienza diciendo: "No es ni una piedra ni una planta , es, por lo tanto, un animal. " (N. del T.)

rar esto me equivoque, pero tam­

bién es probable que diga la ver­

dad. Puedo prever y concebir una

enfermedad más terrible que los

ojos hinchados por largas medita­

ciones sobre las extrañas carac­

terísticas del hombre, pero aun­

que continúo buscando ... ino he

podido dar con ella! No me creo

menos inteligente que otros, y sin

embargo, ¿quién osaría afirmar

que el éxito ha coronado mis in-

6 Biblioteca de México

vestigaciones? i Buena mentira

saldría de su boca! El antiguo

templo de Denderah está situado

a una hora y media de la orilla

izquierda del Nilo. Hoy, falanges

innumerables de avispas se han

apoderado de las canaletas y de

las cornisas. Revolotean alrede­

dor de las columnas como las

espesas ondas de una negra ca­

bellera. Únicos moradores del frío

pórtico, custodian la entrada de

los vestíbulos como por un dere­

cho hereditario. Comparo el zum­

bido de sus alas metálicas con el

choque incesante de los témpa­

nos, precipitados unos contra

otros durante el deshielo de los

mares polares. i Pero si examino

la conducta de aquel a quien la

providencia entregó el trono en

esta tierra, las tres aletas de mi

dolor producen un murmullo más

intenso! Cuando de noche un co­

meta aparece súbitamente en

una región del cielo, después de

ochenta años de ausencia, mues­

tra a los habitantes de la tierra y a

los grillos su cola brillante y vapo­

rosa. Es indudable que no tiene

conciencia de ese largo viaje; no

pasa lo mismo contigo: acodado

en la cabecera de mi lecho mien­

tras la línea dentada de un hori­

zonte árido y sombrío se destaca

vigorosamente en el fondo de mi

alma, me sumerjo en sueños de

compasión, y me avergüenzo del

hombre. Partido en dos por el

cierzo, el marinero, después de

haber cumplido su cuarto noctur­

no, se apresura a volver a su ha­

maca: ¿por qué no tendré yo ese

consuelo? La idea de que he caí­

do, por propia voluntad , tan bajo

como mis semejantes, y de que

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tengo menos derecho que cual- mo si nos hubiésemos herido mu­

quier otro a lanzar lamentaciones tuamente con la punta de una

sobre nuestra suerte que nos daga. Diríase que el uno es cons­

mantiene encadenados a la cos- ciente del desprecio que inspira al

tra endurecida de un planeta, y otro; impulsados por el móvil de

. sobre la naturaleza de nuestra

alma perversa, me penetra como

un clavo de herrería. Se conocen

explosiones de grisú que han ani­

quilado familias enteras; pero sólo

sufrieron una corta agonía, por­

que la muerte es casi instantánea

en medio de los escombros y los

gases deletéreos; pero yo .. .

iexisto eternamente como el ba­

salto! Tanto en la mitad como al

comienzo de la vida, los ángeles

se parecen a sí mismos; ien cam­

bio hace demasiado tiempo que

no me parezco a mí mismo! El

hombre y yo, encerrados en los

límites de nuestra inteligencia,

como a veces un lago en un cin­

turón de islas de coral, en lugar de

unir nuestras respectivas fuerzas

para defendernos del azar y del

infortunio, nos separamos con el

estremecimiento del odio, toman­

do dos caminos antagónicos co-

¡ ru/m ,' DH fUjtl',

COI/dI' dI' La1Itr/(J lII o l/(

(/81ó-11170 ) , !JOr Féli\ l 'n/foll(lI/

una discutible dignidad, nos apre­

suramos a no inducir en error a

nuestro adversario; cada uno se

mantiene en su sitio aunque no

ignore que será imposible conser­

var la paz proclamada. Pues bien ,

isea!, que mi guerra contra el

hombre se eternice, ya que cada

uno descubre en el otro su propia

degradación ... ya que los dos so­

mos enemigos mortales. Tanto si

logro una victoria desastrosa, co­

mo si sucumbo, el combate será

hermoso: yo solo contra toda la

humanidad. No utilizaré armas

construidas con madera o hierro;

apartaré con el pie las formacio­

nes minerales extraídas de la tie­

rra; la sonoridad poderosa y será­

fica del arpa se convertirá por

obra de mis dedos en un terrible

talismán. En más de una embos­

cada, el hombre, simio sublime,

ha atravesado ya mi pecho con su

... CONDE DE LAUTREAMONT IISIDORE

........ ""',...""''''' COLECClÓN PERSEO

""""'''''''''' EDITORIAL POSEIDON

BUENOS AIRES ;:"tlO*~:\IJr~~~:\'"

7 Biblioteca de México

desempeñan con genio en

la poesía en prosa y lo que

llamamos prosa.

El conjunto, que nuestro

editor José Antonio Montero

ha elegido, abarca materia-

les de dos o tres siglos y ex-

pone miniaturas magistrales

que siempre resultará grati-

ficante para el lector descu-

brir o redescubrir. Entre las

novedades inéditas, decidi-

mas incluir la respuesta ad-

mirable de Ernesto de la

Peña, Fernando del Paso

en su reino, al reciente dis-

curso de ingreso a la Acade-

mia Mexicana de la Lengua

del ilustre autor de Noticias

del Imperio.

E.L •

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CONDE DE lAUTREAMONT t'SIDORE DUC A S S E )

lanza de pórfido, pero un soldado

no exhibe sus heridas por glorio­

sas que sean. Esta guerra terrible

arrojará el dolor sobre ambos

contendientes: idos amigos que

procuran obstinadamente des­

truirse! icurioso drama!

*

4 . Soy sucio. Los piojos me roen.

Los cerdos vomitan al mirarme.

Las costras y las escaras de la

lepra han convertido en esca­

mosa mi piel cubierta de pus

amarillento. No conozco el agua

de los ríos ni el rocío de las nu­

bes. En mi nuca crece, como en

un estercolero, un hongo enorme

de pedúnculos umbelíferos. Sen­

tado en un mueble informe no he

movido mis miembros desde ha­

ce cuatro siglos. Mis pies han

echado raíces en el suelo y for­

man hasta la altura de mi abdo­

men una especie de vegetación

viviente, repleta de innobles pa­

rásitos, que todavía no llega a ser

planta y que ha dejado de ser

carne. Sin embargo, mi corazón

late. Pero ¿cómo podría latir si la

podredumbre y las exhalaciones

de mi cadáver (no me atrevo a

llamarlo cuerpo) no lo nutrieran

abundantemente? Bajo mi axila

izquierda una familia de sapos ha

8 Biblioteca de México

fijado su residencia, y cuando

uno de ellos se mueve, me hace

cosquillas. Tened cuidado de que

no se escape alguno, y vaya a

frotar con la boca el interior de

vuestra oreja: sería capaz de

penetrar luego en vuestro cere­

bro. Bajo mi axila derecha hay un

camaleón que perpetuamente les

da caza para no morirse de ham­

bre: es justo que todos vivan.

Pero cuando una parte desbarata

completamente los ardides de la

otra, no encuentran nada mejor

que dejar de molestarse, y enton­

ces chupan la grasa delicada que

recubre mis costillas ; ya estoy

acostumbrado. Una víbora malig­

na ha devorado mi verga para

tomar su lugar: esa infame me ha

convertido en eunuco. ¡Oh!, si

hubiese podido defenderme con

mis brazos paralizados, pero

creo que se han transformado

más bien en dos leños. Sea lo

que fuere, importa dejar constan­

cia de que la sangre ya no llega

hasta ellos para pasear su rojez.

Dos pequeños erizos que no cre­

cen más, arrojaron a un perro,

que no los rehusó, el contenido

de mis testículos, y después de

haber lavado cuidadosamente la

epidermis, se alojaron en su inte­

rior. El ano ha quedado obstruido

por un cangrejo ; envalentonado

por mi inercia, guarda la entrada

con sus pinzas, haciéndome

mucho daño. Dos medusas cru­

zaron los mares, saboreando una

esperanza que no fue defrauda­

da. Examinaron atentamente las

dos porciones carnosas que for­

man el trasero humano, y adhi­

riéndose al contorno convexo, las

han achatado en tal forma

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mediante una presión

constante, que los dos

trozos de carne desapa­

recieron , quedando sólo

dos monstruos surgidos

. del reino de la viscosi­

dad, iguales en color, en

forma yen saña. iNo ha­

bléis de mi columna ver­

tebral porque es una ~~:.

pada! Sí, sí. .. no presta­

ba atención ... vuestro

pedido es justo. Queréis

saber, ¿no es así?,

cómo y por qué se en­

cuentra clavada vertical­

mente en mi lomo. Yo

mismo no lo recuerdo

con precisión; sin em­

bargo' si me decido a

considerar como recuer­

do lo que quizás no sea

más que un sueño, sa­

bed que el hombre,

cuando averiguó que yo

había hecho votos de vi­

vir enfermo e inmóvil

hasta lograr vencer al

Creador, vino detrás de

mí de puntillas, pero no

tan quedamente que no

lo oyese. Luego no per­

cibí nada durante un

lapso que no fue largo. Esa agu­

da cuchilla se hundió hasta el

mango entre las paletillas del

toro de las fiestas, y su osamenta

se estremeció como un terremo­

to. La hoja ha quedado adherida

tan firmemente al cuerpo, que

Conde de Lautreamont

hombre no puede repararse! Les

perdoné la profundidad de su

ignorancia innata , y los saludé

con un movimiento de los párpa­

dos. Viajero, cuando pases a mi

lado, te ruego que no me dirijas

la menor palabra de consuelo:

cable como la rotura

aparente de un palo que

penetra en el agua. Tal

como me ves, puedo

hacer todavía excursio­

nes hasta los muros del

cielo, al frente de una

legión de asesinos, y

volver para retomar es­

ta postura, y meditar de

nuevo sobre los nobles

proyectos de venganza.

Adiós, no te retendré

más, y para que te ins­

truyas y seas cauto, re­

flexiona en la suerte fa­

tal que me ha empujado

a la revuelta, cuando es

probable que haya naci­

do bueno. Contarás a tu

hijo lo que has visto, y

tomándole la mano,

hazle admirar la belleza

de las estrellas y las

maravillas del universo,

el nido del petirrojo y los

templos del Señor. Te

sorprenderá verlo tan

dócil a los consejos de

la paternidad , y lo re­

compensarás con una

sonrisa . Pero cuando

piensa que nadie lo ob­

serva, échale una mirada, y lo

verás escupir su baba sobre la

virtud; te ha engañado, el des­

cendiente de la raza humana,

pero no te engañará más: en

adelante sabrás todo lo que lle­

gará a ser. Oh padre infortunado,

nadie hasta ahora ha podido ex - debilitarías mi ánimo. Déjame prepara, para acompañar los

traerla . Los atletas, los mecáni- templar mi tenacidad en la llama pasos de tu vejez, el patíbulo

cos, los filósofos , los médicos, del martirio voluntario . Vete ...

han ensayado sucesivamente que yo no inspire piedad alguna.

los medios más diversos. ¡No El odio es más extraño de lo que

sabían que el daño hecho por el crees; su conducta es inexpli-

9 Biblioteca de Méx ico

indestructible que cortará la

cabeza de un criminal precoz, y

el dolor que te mostrará el cami­

no que lleva hasta la tumba.

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ARTHUR RIMBAUO*

(1854-1891)

ALBA He abrazado el alba del verano.

Nada se movía todavía frente a los palacios. El

agua estaba muerta. Los campos de sombra no

abandonaban el camino del bosque. He caminado

despertando los hálitos vivos Y tibios, y las pedre­

rías miraron y las alas se levantaron sin ruido.

La primera aventura fue en el sendero ya lleno

de frescos y pálidos resplandores; una flor que me

dijo su nombre.

Reí ante el Wasserfau** rubio que se desme­

lenaba a través de los pinos: en la cima plateada

con el rumor del torrente bajo el destrozo de los

bosques, con el tintineo del ganado, con eco de

valses y el clamor de las estepas.

Para la infancia de Helena temblaron las pieles

y las sombras -y el pecho de los pobres, y las le­

yendas del cielo.

y sus ojos y su danza superiores todavía a los

preciosos esplendores, a las frías influencias, el

placer de la decoración y de la hora únicas.

H reconocí a la diosa. T odas las monstruosidades violan los gestos atro-

Entonces levanté uno a uno los velos. En la ces de Hortensia. Su soledad es la mecánica eró­

avenida, agitando los brazos. Por la llanura, donde tica, su cansancio, la dinámica amorosa. Para una

la he denunciado al gallo. En la gran ciudad huía infancia vigilada, ha sido en muchas épocas, la ar­

entre campanarios y cúpulas, corriendo como un diente higiene de las razas. Su puerta está abier­

mendigo por los muelles de mármol, yo la alcan- ta a la miseria. En esto, la moralidad de los seres zaba.

En lo alto del camino, junto a un bosque de lau­

reles, la he rodeado con sus velos recogidos y he

sentido un poco su inmenso cuerpo. El alba y el

niño cayeron en la linde del bosque.

Al despertar era mediodía.

FAIRY Para Helena se conjuntaron las savias orna­

mentales en las sombras vírgenes y las claridades

impasibles en el silencio astral. El ardor del verano

fue confiado a pájaros mudos y la indolencia reque­

rida a una barca de lutos sin precio por las caletas

de amores muertos y perfumes desvanecidos.

-Sigue el momento del canto de las leñadoras,

• Arthur Rimbaud. Obras completas, Prosa y poesía, edición bilingüe, traducción de J. F. Vidal-Jover, libros Río Nuevo, Barcelona, 1972 .

•• Wasserfall en alemán en el texto. En lugar de chute d'eau, cascada.

actuales se desincorpora en su pasión en su ac­

ción -iOh terrible estremecimiento de los amores

bisoños sobre el suelo sangriento y por el hidró­

geno aclarado! buscad a Hortensia.

10 Biblioteca de México

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GUILLAUME ApOLLINAIRE*

(1880-1918)

HAY Hay un barco que se ha llevado a mi amada

Hay seis globos en el cielo y cuando llega la noche diríase que son

larvas de las cuales nacerán las estrellas

Hay un submarino enemigo que tenía ojeriza a mi amor

Hay mil pequeños abetos quebrados por los estallidos de los obuses

a mi alrededor

Hay un soldado de infantería que pasa cegado por los gases

asfixiantes

Hay que lo hemos destrozado todo en las trincheras de Nietzsche de

Goethe y de Colonia

Hay que languidezco cuando una carta se demora

Hay en mi cartera varias fotografías de mi amor

Hay los prisioneros que pasan con aire preocupado

Hay una batería cuyos artilleros se agitan alrededor de las piezas

Hay el cabo cartero que llega corriendo por el camino del Árbol aislado

Hay dícese un espía que ronda por aquí invisible como el horizonte con el cual se ha indignamente

ataviado y con el cual se confunde

Hay erguido como un lirio el busto de mi amor

Hay un capitán que espera con ansiedad las comunicaciones de la TSH sobre el Atlántico

Haya medianoche soldados que serruchan tablas para los ataúdes

Hay mujeres que piden maíz a voz en cuello delante de un Cristo sangrante en México

Hay la corriente del Golfo que es tan tibia y tan beneficiosa

Hay un cementerio lleno de cruces a cinco kilómetros

Hay cruces por todas partes aquí y allá

Hay higos de Barbaria sobre esos cactos en Argelia

Hay las largas manos suaves de mi amor

Hay un tintero que yo había hecho en un cohete de 15 centímetros y que no han dejado que

se disparara

Hay mi silla de montar expuesta a la lluvia

Hay los ríos que no remontan sus corrientes

Hay el amor que me arrastra con dulzura

Había un prisionero alemán que llevaba su ametralladora a cuestas

Hay hombres en el mundo que no han estado nunca en la guerra

Hay hindúes que miran asombrados las campiñas occidentales

Piensan con melancolía en aquellos de quienes se preguntan si volverán a ver

Porque se ha llevado muy lejos en esta guerra el arte de la invisibilidad

LA LINDA PELIRROJA A nte todos comparezco hombre en su cabal juicio

Que conoce la vida y de la muerte lo que un ser vivo puede conocer

Que ha experimentado los dolores y las alegrías del amor

Apollinaire, Poesía, con 30 dibujos de Juan Soriano, versiones de Agusti Bartra , Joaquin Mortiz, México, 1967, 428 pp.

11 Biblioteca de México

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Ha sabido a veces imponer sus ideas

Conoce varios idiomas

Ha viajado bastante

Ha visto la guerra sirviendo en Artillería yen Infantería

Ha sido herido en la cabeza trepanado bajo el cloroformo

Ha perdido a sus mejores amigos en la espantosa lucha

Yo sé sobre lo antiguo y lo moderno todo cuanto un hombre puede saber

y sin inquietarme hoy por esta guerra

Entre nosotros y para nosotros amigos míos

Juzgo esa larga disputa entre la tradición y la invención

Entre el Orden y la Aventura.

Vosotros cuya boca está hecha a imagen de la de Dios

Boca que es el orden mismo

Sed indulgentes cuando nos comparéis

Con los que fueron la perfección del orden

Nosotros que vamos dondequiera en busca de la aventura

No somos vuestros enemigos

Queremos daros vastos y extraños dominios

Donde el misterio en flor se ofrece a quien desea cogerlo

Hay allí fuegos nuevos de colores nunca vistos

Mil fantasmas imponderables

A los que es preciso infundir realidad

Queremos explorar la bondad inmensa comarca donde todo calla

Hay también el tiempo que puede expulsarse o hacer que regrese

Piedad para nosotros que luchamos siempre en las fronteras

De lo ilimitado y del porvenir

Piedad para nuestros errores piedad para nuestros pecados

Llega ya el verano la estación violenta

y mi juventud ha muerto como la primavera

Oh Sol es el tiempo de la Razón ardiente

Y espero

Para seguirla siempre la forma noble y dulce

En que encarna para que la ame solamente

Llega y me atrae como el imán al hierro

Tiene el encantador aspecto

De una adorable pelirroja

Diríase que sus cabellos son de oro

Un bello relámpago que dura

O bien esas llamas que se pavonean

En las rosas de té que se marchitan

Pero burlaos burlaos de mí

Hombres de todas partes sobre todo la gente de aquí

Porque hay tantas cosas que no me atrevo a deciros

Tened piedad de mí

12 Biblioteca de México

Guill aume Apo llinaire

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BLAISE CENDRARS*

(1887-1961)

PROSA DEL TRANSIBERIANO

Y DE LA PEQUEÑA JEANNE DE FRANCIA

Dedicada a los músicos

En aquel tiempo yo era un adolescente Apenas tenia diecisés años y ya no recordaba mi infancia Estaba a 10.000 leguas del lugar de mi nacimiento Me hallaba en Moscú, en la ciudad de los mil tres campanarios y las siete estaciones y no me bastaban las siete estaciones y las mil tres torres Porque mi adolescencia era tan ardiente y loca Que mi corazón, alternativamente, ardía como el templo de Efeso o como la Plaza Roja de Moscú Cuando se pone el sol. y mis ojos iluminaban antiguos senderos. y yo era tan mal poeta Que no sabia llegar hasta el fondo de las cosas.

El Kremlin era como una inmensa torta tártara Crujiente de oro, Con las grandes almendras de las catedrales inmensamente blancas y el oro empalagoso de las campanas ... Un viejo monje me leía la leyenda de Novgorode Yo tenia sed y descifraba caracteres cuneiformes Luego, de pronto, las palomas del Espíritu Santo volaron sobre la plaza y también mis manos alzaban el vuelo, con susurros de albatros y esto eran las últimas reminiscencias del último día Del postrer viaje y del mar.

No obstante, yo era un poeta muy malo No sabía llegar al fondo de las cosas. Tenía hambre y a todos los días y a todas las mujeres en los cafés y a todas las copas Habría querido beberlos y romperlos y a todas las vitrinas y a todas las calles y a todas las casas y a todas las vidas y a todas las ruedas de los coches que giraban como torbellinos sobre los malos empedrados Habría querido hundirlas en un gran horno de espadas y habría querido moler todos los huesos y arrancar todas las lenguas y licuar todos esos grandes cuerpos extraños y desnudos bajo la

ropa que me vuelve loco .. .

Blaise Cendrars, Poesía completa , traducción de Víctor Goldstein, Ediciones Librerías Fausto, Buenos Aires, 1976, 352 pp.

13 Biblioteca d e México

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Presentía la llegada del gran Cristo rojo de la revolución rusa ... y el sol era una inmensa herida Que se abría como un brasero.

En aquel tiempo yo era un adolescente Apenas tenía dieciséis años y ya no recordaba mi nacimiento Estaba en Moscú, donde quería alimentarme de llamas y no me bastaban las torres y las estaciones que cubrían mis ojos de estrellas En Siberia rugía el cañón , había guerra Hambre frío peste cólera y las aguas fangosas del Amor arrastraban millones de carroñas En todas las estaciones veía partir todos los últimos trenes Ya nadie podía salir porque no se vendían más boletos Y los soldados que se iban hubieran preferido quedarse ... Un viejo monje me cantaba la leyenda de Novgorode.

Yo, el mal poeta que no quería ir a ninguna parte, podía ir a todos lados Y también los comerciantes todavía tenían dinero suficiente Para ir a intentar hacer fortuna Su tren salía todos los viernes de mañana Se decía que había muchos muertos Uno llevaba cien cajas de despertadores y cucús de la Selva Negra Otros cajas de sombreros, cilindros y un surtido de tirabuzones de Sheffield Otros ataúdes de Malmoe llenos de latas de conservas y sardinas en aceite También había muchas mujeres Mujeres entrepiernas en alquiler que también podían usarse Ataúdes Todas pagaban impuestos Se decía que había muchos muertos allí Ellas viajaban con tarifa reducida Y todas tenían una cuenta corriente en el banco

Pues bien , un viernes de mañana me llegó la hora por fin Estábamos en diciembre Y también yo partí para acompañar al viajante joyero que iba a Jarbín Teníamos dos asientos en el expreso y 34 cofres de joyería de Pforzheim Pacotilla alemana "Made in Germany" Me había vestido de punta en blanco, y al subir al tr€n se me perdió un botón -Lo recuerdo, lo recuerdo, a menudo pensé en ello desde entonces-Yo dormía sobre los cofres y me sentía muy contento de poder

jugar con la browning Niquelada que también me había dado

Me sentía muy feliz despreocupado Creía jugar a los bandoleros Habíamos robado el tesoro de Golconda Y, gracias al transiberiano, íbamos a ocultarlo del otro lado del mundo Yo tenía que defenderlo contra los ladrones del Ural que habían atacado a los saltimbanquis de

Julio Verne Contra los Junguzes, los boxers de la China Y los rabiosos pequeños mongoles del Gran Lama Alibabá y los cuarenta ladrones Y los fieles del terrible Viejo de la montaña Y sobre todo, contra los más modernos Los rateros de hotel

14 Biblioteca de México

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y los especialistas de los expresos internacionales.

y sin embargo, y sin embargo Estaba triste como un niño Los ritmos del tren La "médula ferrocarrilera" de los psiquiatras americanos El ruido de las puertas de las voces de los ejes rechinando sobre los rieles congelados El ferlín de oro de mi futuro Mi browning el piano y los juramentos de los jugadores de cartas en el compartimiento de al lado La deslumbrante presencia de Jeanne El hombre de anteojos azules que se paseaba nerviosamente por el corredor y me miraba al pasar Murmullos de mujeres y el silbido del vapor y el eterno ruido de las ruedas locas en los carriles celestes Los vidrios están escarchados iLa naturaleza no existe! y detrás, las llanuras siberianas el cielo bajo y las grandes sombras de los

Taciturnos que suben y bajan Estoy acostado sobre una manta de viaje Colorinche Como mi vida y mi vida no me abriga más que esa manta Escocesa y toda Europa entrevista por el parabrisas de un expreso a toda máquina No es más rica que mi vida Mi pobre vida Esta manta Deshilachada sobre cofres llenos de oro Con los que viajo Sueño

Fumo y la única llama del universo Es un pobre pensamiento ...

Desde el fondo de mi corazón me brotan lágrimas Si pienso, Amor, en mi querida; Ella no es más que una niña, a quien encontré así Pálida, inmaculada, en el fondo de un burdel.

No es más que una niña, rubia, risueña y triste,

No sonríe y nunca llora; Pero en el fondo de sus ojos, cuando te deja beber en ellos, Tiembla un dulce lis de plata, la flor del poeta .

Es dulce y muda, sin ningún reproche, Con un largo estremecimiento cuando tú te aproximas; Pero cuando yo voy hacia ella, por aquí, por allá, festivo , Ella da un paso, luego cierra los ojos, y da un paso. Porque es mi amor, y las otras mujeres Sólo tienen vestidos de oro sobre grandes cuerpos IIameantes, Mi pobre amiga está tan desamparada, Está toda desnuda, no tiene cuerpo, es demasiado pobre.

No es más que una flor cándida , endeble, La flor del poeta, un pobre lis de plata,

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Muy frío, muy solo, y ya tan mustio Que me brotan las lágrimas si pienso en su corazón.

y esta noche es similar a otras cien mil cuando un tren rasga la noche -Caen los cometas-y el hombre y la mujer, aún jóvenes, se divierten haciendo el amor.

El cielo es como la carpa desgarrada de un circo pobre en un pueblito de pescadores En Flandres El sol es un quinqué humoso y en lo más alto de un trapecio una mujer representa la luna. El clarinete la corneta una agria flauta y un mal tambor y aquí está mi cuna Mi cuna siempre estaba cerca del piano cuando mi madre como Madame Bovary tocaba las

sonatas de Beethoven Yo pasé mi infancia en los jardines suspendidos de Babilonia y la rabona, en las estaciones frente a los trenes a punto de salir Ahora hago correr todos los trenes detrás de mí Bale-Tombuctú También jugué a las carreras en Auteuil y Longchamp París-Nueva York

Ahora hago correr todos los trenes a todo lo largo de mi vida Madrid-Estocolmo Y perdí todas mis apuestas Sólo queda la Patagonia, la Patagonia, que convenga a mi inmensa

tristeza, la Patagonia, y un viaje por los mares del Sur Estoy en camino Siempre estuve en camino Estoy en camino con la pequeña Jeanne de Francia El tren pega un peligroso salto y vuelve a caer sobre todas sus ruedas El tren vuelve a caer sobre sus ruedas El tren siempre vuelve a caer sobre todas sus ruedas

"Dime, Blaise, ¿estamos muy lejos de Montmartre?"

Estamos lejos, Jeanne, viajas desde hace siete días Estás lejos de Montmartre, de la Butte que te alimentó del Sagrado

Corazón contra el cual te acurrucaste París desapareció y su enorme fogata No quedan más que las cenizas constantes La lluvia que cae La turba que se hincha La Siberia que gira

Los pesados manteles de nieve que ascienden Y el cascabel de la locura que tintinea como un último deseo en

el aire azulado El tren palpita en el corazón de los horizontes plomizos Y tu pena ríe burlona ...

"Dime, Blaise, ¿estamos muy lejos de Montmartre?"

Las preocupaciones Olvida las preocupaciones

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Todas las estaciones agrietadas oblicuas sobre la ruta Los hilos telegráficos de los que cuelgan Los postes grotescos que gesticulan y los estrangulan El mundo se estira se alarga y se retira como un acordeón atormentado por una mano sádica En las resquebrajaduras del cielo, las furiosas locomotoras Huyen y en los agujeros, Las vertiginosas ruedas las bocas las voces y los perros de la desdicha que ladran a nuestras espaldas Los demonios están desencadenados Chatarras Todo es un acorde falso El "brun-run-run" de las ruedas Choques

Rebotes Somos una tormenta bajo el cráneo de un sordo ...

"Dime, Blaise, ¿estamos muy lejos de Montmartre?"

Pero sí, me pones nervioso, bien lo sabes, estamos muy lejos La locura recalentada ruge en la locomotora La peste el cólera se alzan como brasas ardientes en nuestro camino Desaparecemos en la guerra totalmente en un túnel El hambre, puta, se aferra a las nubes en desbandada y estiércol de las batallas en montones apestosos de muertos Haz como él, haz tu oficio ...

"Dime, Blaise, ¿estamos muy lejos de Montmartre?"

Sí, estamos muy lejos, estamos muy lejos Todos los chivos emisarios reventaron en este desierto Oye los cencerros de ese rebaño sarnoso Tomsk Tcheliabinsk Kainsk Obi Taichet Verkné Udinsk Kurgán Samara Pensa-Tulún La muerte en Manchuria Es nuestro desembarcadero y nuestra última guarida Este viaje es terrible

Ayer por la mañana "Iván Ulitch tenía los cabellos blancos y Kolia Nicolai Ivanovitch se roe los dedos desde hace quince días ... Haz como ellos la Muerte el Hambre haz tu oficio Cuesta cinco francos , en transiberiano, cuesta cien rublos Afiebra los bancos y enrojece bajo la mesa El diablo está en el piano Sus nudosos dedos excitan a todas las mujeres La Naturaleza Las Busconas Haz tu oficio Hasta Jarbín ...

"Dime, Blaise, ¿estamos muy lejos de Montmartre?"

Pero .. . vete al diablo .. . déjame tranquilo Tienes caderas angulares Tu vientre es agrio y tienes blenorragia

17 Biblioteca de México

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Eso es todo lo que París puso en tu regazo También un poco de alma ... porque eres desdichada Tengo piedad tengo piedad ven hacia mí sobre mi corazón Las ruedas son los molinos de viento de Jauja y los molinos de viento son las muletas que hace girar un mendigo

Somos los lisiados del espacio Rodamos sobre nuestras cuatro heridas Nos cortan las alas Las alas de nuestros siete pecados y todos los trenes son los baleros del diablo Corral El mundo moderno La velocidad no tiene la culpa El mundo moderno Las lejanías están demasiado lejos y al final del viaje es terrible ser un hombre con una mujer ...

"Dime, Blaise, ¿estamos muy lejos de Montmartre?"

Tengo piedad tengo piedad ven a mí te contaré una historia Ven a mi cama Ven a mi corazón Te contaré una historia ...

iOh ven! iven!

En Fidji reina la primavera eterna La pereza El amor extasía a las parejas en la hierba alta y la sífilis ronda bajo los bananeros iVen a las islas perdidas del Pacífico!

Se llaman Fénix, Marquesas Borneo y Java y Célibes con forma de gato.

No podemos ir al Japón iVen a México! En sus altiplanicies florecen los tulipaneros Las lianas tentaculares son la cabellera del sol Se hablaría de la paleta y los pinceles de un pintor Colores fragorosos como gongs, Allí estuvo Rousseau Allí deslumbró su vida Es el país de los pájaros El pájaro del paraíso, el ave lira El tucán , el sinsonte y el colibrí anida en el corazón de los lirios negros iVen! Nos amaremos en las majestuosas ruinas de un templo azteca Tú serás mi ídolo Un ídolo abigarrado infantil un poco feo y extrañamente raro iOh ven!

·18 Biblioteca de México

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Si quieres iremos en aeroplano y volaremos sobre el país de los mil lagos, Allí las noches son desmesuradamente largas El antepasado prehistórico tendrá miedo de mi motor Aterrizaré y construiré un hangar para mi avión con los huesos fósiles de mamut El fuego primitivo recalentará nuestro pobre amor Samovar y nos amaremos muy burguesamente cerca del polo ¡Oh ven!

Jeanne Jeannette Juana Juanita Ninita nita tetita ninón Mi chiquita mi cosita mi tesoro mi Perú Arrorró gurrumina Pompón mi bombón Mi preferida corazoncito Nenita Querida gatita Mi lindo pecadito Chuchita Cucú Se durmió

Se durmió y no se engulló ni una sola de todas las horas del mundo Todos los rostros vislumbrados en las estaciones Todos los relojes La hora de París la hora de Berlín la hora de San Petersburgo y la hora de todas las estaciones

Yen Ufa, el rostro ensangrentado del artillero y la esfera tontamente luminosa de Grodno y el eterno avance del tren

Todas las mañanas se ponen en hora los relojes El tren adelanta el sol atrasa No le hace, oigo las sonoras campanas La enorme campana de Notre-Dame La campaneta agridulce del Louvre que convocó la San Bartolomé Los carillones enmohecidos de Brujas la Muerta Las campanillas eléctricas de la biblioteca de Nueva York Las campanas de Venecia Y las de Moscú, el reloj de la Puerta Roja que me contaba las horas cuando estaba en una oficina Y mis recuerdos El tren retumba en las placas giratorias El tren rueda Un gramófono guturaliza una marcha gitana Y el mundo, como el reloj del barrio judío de Praga, gira locamente al revés

Deshoja la rosa de los vientos Ya zumban las tormentas desencadenadas Los trenes ruedan en torbellino sobre las redes enmarañadas Baleros diabólicos

Hay trenes que nunca se encuentran Otros se pierden en el camino Los.jefes de estación juegan al ajedrez Chaquete Billar

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Carambolas Parábolas La vía férrea es una nueva geometría Siracusa Arquímedes y los soldados que lo degollaron y las galeras y las naves y los prodigiosos artefactos que inventó y todas las matanzas La historia antigua La historia moderna Los torbellinos Los naufragios Hasta el del Titanic que leí en el diario Otras tantas imágenes-asociaciones que no puedo desarrollar en mis versos Porque todavía soy un poeta muy malo Porque el universo me desborda Porque no me preocupé por asegurarme contra los accidentes de tren Porque no sé ir hasta el fondo de las cosas y tengo miedo.

Tengo miedo No sé ir hasta el fondo de las cosas Como mi amigo Chagall podría hacer una serie de cuadros dementes Pero no tomé notas de viaje "Perdónenme la ignorancia Perdónenme no conocer ya el antiguo juego de los versos" Como dice Guillaume Apollinaire Todo lo que se refiere a la guerra puede leerse en las Memorias de Kouropatkin O en los diarios japoneses que están tan cruelmente ilustrados Para qué documentarme Me abandono A los sobresaltos de mi memoria .. .

A partir de Irkutsk el viaje se hizo demasiado lento Demasiado largo Nosotros estábamos en el primer tren que rodeaba el lago Baikal Habían adornado la locomotora con banderas y farolitos y dejamos la estación con los tristes acentos del himno al Zar. Si yo fuera pintor vertería mucho rojo, mucho amarillo en el final de este viaje Pues en verdad creo que todos estábamos un poco locos y que un inmenso delirio ensangrentaba las nerviosas caras de mis compañeros de viaje

Cuando nos acercábamos a Mongolia Que retumbaba como un incendio. El tren había disminuido su marcha y en el perpetuo rechinamiento de las ruedas percibía Los acentos locos y los sollozos De una liturgia eterna.

He visto He visto los trenes silenciosos los trenes negros que volvían del Lejano Oriente y que pasaban como fantasmas y mi ojo, como el fanal de popa, aún corre tras esos trenes En Taiga agonizaban 100,000 heridos por falta de cuidados

20 Biblioteca de México

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Visité los hospitales de Krasnoiarsk y en Jilok nos cruzamos con un largo convoy de soldados locos En los lazaretos vi llagas abiertas heridas que sangraban a rabiar y los miembros amputados danzaban en derredor o alzaban el vuelo en el aire ronco El incendio se hallaba en todas las caras en todos los corazones Dedos idiotas tamborileaban sobre todos los vidrios y bajo la presión del miedo todas las miradas reventaban como abscesos En todas las estaciones quemaban todos los vagones y he visto He visto trenes de 60 locomotoras que huían a todo vapor perseguidas

por los horizontes en celo y bandas de cuervos que alzaban el vuelo desesperadamente tras ellos

Desaparecer En dirección de Port-Arthur.

En Tchita tuvimos algunos días de respiro Detención de cinco días debido a la obstrucción de la vía Los pasamos en casa del Señor Yankelevitch que quería darme a su hija única en matrimonio Luego volvió a partir el tren. Ahora me había instalado yo en el piano y me dolían los dientes Cuando quiero vuelvo a ver ese interior tan tranquilo el negocio del padre y los ojos de la

hija que de noche venía a mi cama Mussorgsky y los lieder de Hugo Wolf y las arenas del Gobi y en Jailar una caravana de sombreros blancos Realmente creo que estaba ebrio durante más de 500 kilómetros Pero estaba en el piano yeso es todo lo que vi Cuando se viaja habría que cerrar los ojos Dormir Hubiera deseado tanto dormir Reconozco todos los países con los ojos cerrados por su olor y reconozco todos los trenes por el ruido que hacen Los trenes de Europa son de cuatro tiempos mientras que los de Asia son de cinco

o siete tiempos Otros van en sordina son canciones de cuna Hay algunos que por el ruido monótono de las ruedas me recuerdan la pesada

prosa de Maeterlinck He descifrado todos los textos confusos de las ruedas y reunido los elementos

dispersos de una violenta belleza Que poseo y que me acosa. Tsitsikar y Jarbín No voy más lejos Es la última estación Me apeé en Jarbín cuando acababan de prender fuego a las oficinas de la Cruz Roja.

Oh París Gran hogar cálido con los tizones entrecruzados de tus calles y tus viejas casas que

se inclinan sobre ellas y se recalientan Como abuelas y aquí hay anuncios, rojo verde multicolores como mi pasado en suma amarillo Amarillo el arrogante color de las novelas de Francia en el extranjero

Me gusta frotarme con los ómnibus en marcha en las grandes ciudades Los de la línea Saint-Germain-Montmartre me llevan al asalto de la Butle

21 Biblioteca de México

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Los motores mugen como los toros de oro Las vacas del crepúsculo pastan en el Sagrado Corazón Oh París Estación central andén de las voluntades encrucijada de las inquietudes Únicamente los droguistas aún tienen un poco de luz sobre su puerta La Compañía Internacional de Wagons-Lits y de los Grandes Expresos Europeos me envió su prospecto Es la iglesia más hermosa del mundo Tengo amigos que me rodean como pretiles Cuando parto tienen miedo de que no vuelva más Todas las mujeres que conocí se alzan en los horizontes Con los gestos lastimosos y las miradas tristes de los semáforos bajo la lluvia Bella , Inés, Catalina y la madre de mi hijo en Italia y aquélla, la madre de mi amor en América Hay gritos de sirena que me parten el alma Allá lejos en Manchuria un vientre se estremece todavía como en un parto

Querría Querría no haber hecho nunca mis viajes Esta noche me atormenta un gran amor Ya pesar mío pienso en la pequeña Jeanne de Francia . Fue en una noche de tristeza cuando escribí este poema en su honor Jeanne La pequeña prostituta Estoy triste estoy triste Iré al "Conejo ágil" a recordar mi juventud perdida y tomar unas copitas Luego volveré solo

París Ciudad de la Torre única del gran Patíbulo y de la Rueda .

22 Biblioteca de México

París, 1913

Blaise Cendrars

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JULES SUPERVIELLE *

(1884-1960)

LA DESCONOCIDA DEL SENA

Dibujo de Madeleine

Creía que una se quedaba en el

fondo del río , pero ya veo que

vuelve a subir -pensaba confusa­

mente esta ahogada de diecinue­

ve años, que avanzaba entre dos

aguas.

Sólo poco después de cruzar

el Puente Alejandro tuvo un

miedo terrible, cuando los mo­

lestos representantes de la poli­

cía fluvial le golpearon el hombro

con sus garfios, tratando, en va­

no, de engancharla por el traje.

Felizmente, se acercaba la

noche, y no insistieron.

Pescada otra vez -pensaba-o

Tener que exponerse ante esas

gentes sobre las losas de alguna

margue, sin poder hacer el menor

movimiento de defensa ni retro­

ceso, ni siquiera alzar el meñique.

* Jules Supervielle , La desconocida del Sena, traducción de Maria Luisa Bombal, ilustraciones de Norah Borges, Editorial Losada, Buenos Aires , 1941 , 224 pp.

Sentirse muerta y que alguien le

acaricie a una la pierna. Y ni una

mujer, ni una mujer alrededor para

ros vuestro

último toca­

do.

Había, por fin , dejado atrás

París, y derivaba ahora entre

márgenes decoradas con árbo­

les y pastos; procuraba quedar­

se inmóvil , durante el día, en

algún recodo del río para no via­

jar sino de noche, cuando sólo la

luna y las estrellas vienen a

rozarse con las escamas de los

peces.

-Si pudiese llegar al mar,

ahora que no temo la ola más

alta.

Marchaba ignorando que so­

bre su rostro brillaba una son­

risa , si trémula más resistente

que una sonrisa de vivo, siempre

a merced de cualquiera cosa.

Llegar al mar. Estas tres pa­

labras le venían haciendo com­

pañía por el río.

Cerrados los párpados, juntos

los pies, con los brazos al capri-

23 Biblioteca de México

cho del agua, molesta por los plie­

gues que sobre la rodilla formaba

una de sus medias, con el pecho

buscando todavía alguna fuerza

del lado de la vida, avanzaba -hu­

milde y flotante "suceso del día"­

sin conocer otro modo de andar

que el del viejo río de Francia que,

pasando siempre por los mismos

meandros, caminaba ciegamente

hacia el mar.

Al cruzar una ciudad - "¿Estaré

en Nantes? ¿Estaré en Rouen?"­

la retuvieron algunos instantes,

contra la arcada de un puente,

algunos remolinos, y fue pre­

ciso que pasase muy cerca un

remolcador, revolviendo el agua,

para que la muchacha pudiese

reanudar su viaje.

-Nunca , nunca llegaré al

mar- pensaba en el corazón de

su tercera noche en el agua.

-Pero ya está usted en él- le

dijo allí mismo un hombre que

ella presentía muy grande y des­

nudo y que le ató un lingote de

plomo al tobillo. Después le

cogió la mano con tal autoridad ,

con tal persuasión , que ella

quizá no hubiera podido resistir

más si no hubiera sido lo que

era: una muertecita.

-Confiemos en él , puesto que

no puedo valerme por mí misma.

y el cuerpo de la muchacha

se sumergió en un agua cada

vez más profunda.

Cuando júntos hubieron al­

canzado las arenas que aguar­

dan bajo el mar, muchos seres

fosforescentes vinieron hasta

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ellos, pero el hombre -era el

Gran Mojado- los apartó con un

ademán.

-Tenga confianza en nosotros

-le dijo a la muchacha-o El error,

¿sabe?, es querer respirar toda­

vía. No se espante tampoco

cuando advierta que el corazón

ya no palpita casi nunca, y sólo

por alguna equivocación. Y no se

empeñe usted en cerrar así la bo­

ca como si tuviese miedo de en­

gullir agua de mar. Ella es ahora

-Pues bien, usted será la Des­

conocida del Sena. Eso es todo.

Crea que nosotros no estamos

mejor informados sobre nosotros

mismos. Sepa solamente que hay

aquí una gran colonia de Cho­

rreantes donde usted no sería

desgraciada.

Ella parpadeaba muy de prisa,

como cuando uno se siente mo­

lesto por el exceso de luz, y el

Gran Mojado hizo una seña a to­

dos los peces antorchas para que

Uno o dos grandes peces

domésticos o guardianes -ra­

ramente tres- se agregaban a la

persona de cada Chorreante,

prestándole menudos servicios,

como llevar en la boca diversos

objetos, o desembarazarles la

espalda de hierbas marinas que

se les habían pegado. Acudían a

la señal más pequeña, o antes

quizá. A veces, su obsequiosidad

era molesta. Se percibía en sus

ojos una redonda y simplista

para usted lo que antes era el se retiraran, excepto uno. Sí, ha- admiración que, con todo, daba

agua dulce. No tiene que temer bía allí, alrededor suyo, varios de placer. Y nunca se les vio comer

nada, ¿entiende? Nada que te- ellos que iluminaban las protundi- pececillos que, como ellos, es­

mero ¿Siente usted que le vuelven dades y que, por regla general, tuviesen de servicio.

las fuerzas? estaban inmóviles. -¿Por qué me tiré al agua?

-iAh! Vaya desmayarme. Gentes de toda edad se acer- -pensaba la recién IIegada-.

-De ningún modo. Para acos­

tumbrarse inmediatamente, vaya

pasando de una mano a otra la

arena fina que tiene en los pies.

No vale la pena ir de prisa. Así,

bien. No tardará usted en reco­

brar el equilibrio.

Ella acabó por tener conciencia

de todo. Pero de pronto sintió un

caban curioseando. Iban desnu- Ignoro hasta si allá arriba fui una

dos. mujer o una muchacha. Mi pobre

-¿ Tiene usted algún deseo cabeza sólo está ahora poblada

que expresar?- preguntó el Gran de algas y de conchas. Y tengo

Mojado. muchos deseos de decir que esto

-Quisiera guardar mi ropa. es muy triste, aunque no sepa ya

-La guardará usted, mucha- exactamente qué significa esta

chao Eso es muy sencillo. palabra.

Yen los ojos, en los gestos len- Al verla así, afligida, se le acer-

gran miedo. ¿Cómo sería posible tos y corteses de estos habitantes có otra muchacha que había nau-

comprender a este marino de los

abismos sin que él hubiera pro­

nunciado una sola palabra en

toda el agua? Pero su pánico no

duró mucho. En seguida se dio

cuenta de que el hombre se ex­

presaba únicamente por las fosfo­

rescencias de su cuerpo. Los mis­

mos brazos de ella, ligeros y des­

nudos, desprendían, a la manera

de una respuesta, lucecitas como

luciérnagas. Y los Chorreantes,

en tomo de ambos, no se hacían

comprender de otro modo.

-Y, ahora, ¿puedo saber de

dónde viene usted?- preguntó el

Gran Mojado, que se mantenía

siempre de perfil hacia ella, según

de las profundidades, se adivina­

ba el deseo de prestar sus servi­

cios a la recién llegada.

El lingote de plomo, atado a la

pierna, le molestaba. Pensaba

desembarazarse de él , o, al me­

nos, aflojar el nudo en cuanto

nadie la viese. El Gran Mojado

comprendió su intención.

-Sobre todo, no toque usted

eso, se lo ruego. Perdería usted el

conocimiento y se remontaría a la

superficie, si por acaso llegara

usted a franquear la gran barrera

de los tiburones.

La muchacha se resignó, e imi­

tando a los que la rodeaban, se

puso a hacer el gesto de separar

tragado dos años antes y era co­

nocida por La Natural.

-El permanecer en las profun­

didades, usted verá -le dijo- có­

mo le da una gran confianza.

Pero hay que dejar a las carnes

tiempo para cambiar de forma,

para hacerse suficientemente

densas, para que el cuerpo, así,

no retorne a la superficie. No es­

tar aquí para querer comer y

beber. Esas niñerías en seguida

pasan. Y creo que muy pronto le

brotarán de los ojos verdaderas

perlas, cuando menos lo piense:

ése será el indicio precursor de la

aclimatación.

-¿Qué se hace aquí?- pregun-

lo exigían las costumbres de los algas y peces. Había allí muchos tó la Desconocida del Sena al

Chorreantes cuando un hombre pececitos, muy curiosos, que ron­

se dirige a una muchacha. daban continuamente el rostro y

-No sé nada de mí misma, ni el cuerpo de la muchacha, hasta

siquiera mi nombre. tocarlos.

24 Biblioteca de México

cabo de un momento.

-Mil cosas. Le aseguro que

una no se aburre. Se visita el

fondo del mar para recoger allí a

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los solitarios y traerlos aquí, a

aumentar el poder de nuestra

colonia. iQué emoción cuando se

descubre a alguien que se cree

condenado a soledad eterna en

nuestra gran cárcel de cristal!

iCómO titubea y se agarra a las

plantas marinas! iCómo se es­

conde! Por todas partes cree ver

tiburones. Y, luego, he aquí que

un hombre se le acerca y se lo

lleva en brazos -como un enfer­

mero después de la batalla- ha­

cia regiones donde no habrá ya

nada que temer.

-y barcos que se fueron a pi­

que, ¿se ven a menudo?

-Sólo una vez he visto caer en

el fondo del mar mil y mil cosas

destinadas a la superficie. Todo lo

que se nos venia encima, se des­

peñaba en el agua: baúles, va­

jillas, cordajes, y hasta coches de

niños. Fue preciso ir a socorrer a

los que se quedaban en los ca­

marotes, quitarles ante todo sus

salvavidas. Vigorosos Chorrean­

tes, hacha en mano, rescataban a

los náufragos. y, con el hacha es­

condida, les tranquilizaban como

mejor podían. Se colocaban las

provisiones de toda clase en los

almacenes que hay bajo nuestra

propia tierra, la que hay debajo

del mar.

-Pero ¿cómo, si aquí ya no se

tienen necesidades?

-Fingimos tenerlas para que

nos pese menos el tiempo.

Un hombre avanzaba sujetan­

do a un caballo por la brida. La

bestia resplandeciente, un poco

oblicua, relucía con una majestad ,

con una gentileza, con una acep­

tación de la muerte, que eran

otras tantas maravillas. iY todas

aquellas burbujas de viva plata

alrededor de su cuerpo!

-Tenemos muy pocos caba­

llos- dijo La Natural. Eso es aquí

gran lujo. Junto a la Desconocida del Se­

na, el hombre detuvo a la bestia

que llevaba una silla de amazona.

-De parte del Gran Mojado­

dijo.

-iOh! Que perdone, pero no

me siento aún bastante fuerte.

Y el hermoso caballo repu­

diado se marchó de allí con toda

la prestancia y esplendor, como si

nada en el mundo pudiese ya

cambiarlo ni conmoverlo.

-¿Es el Gran Mojado quien

manda aquí? -preguntó la Des­

conocida del Sena, que ya estaba

bien convencida de ello.

-Sí, es el más fuerte de todos

nosotros y el que mejor conoce la

región. Y tan sólido, que puede

elevarse casi hasta la superficie.

Algunos simples de espíritu llegan

a afirmar que él tiene noticias del

sol, de las estrellas y de los hom­

bres. Nada de eso. Bastante her­

moso es poder subir así al en­

cuentro de los ahogados errantes.

Sí. Él es de los seres completa­

mente desconocidos sobre la tie­

rra, que bajo el mar han adquirido

una gran reputación. No encon­

trará usted huellas en la historia

-tal como arriba la enseñan- del

almirante francés Bernard de la

Micheletle, ni de Pristina, su mu­

jer, ni de nuestro Gran Mojado,

que ahogado como simple grume-

25 Biblioteca de México

te, a los doce años, se encontró

tan a gusto en el ambiente sub­

marino, que creció de un modo

terrible y se hizo un gigante de

nuestra fauna.

La Desconocida del Sena no

abandonaba su traje ni aun para

dormir. Es todo lo que había sal­

vado de su vida anterior. Utilizaba

los pliegues y la mojadura del

vestido, que le prestaban una

milagrosa elegancia en medio de

todas estas mujeres despojadas.

Y los hombres de buena gana

hubieran querido conocer la

forma de su pecho.

La muchacha, que quería ha­

cerse perdonar su traje , vivía

aparte, con una modestia quizá

un poco demasiado patente, y pa­

saba el día recogiendo conchas

para los niños o para los más

humildes y los más mutilados de

entre los ahogados. Era siempre

la primera en saludar, y, a me­

nudo, pedía excusas, aunque no

hubiese por qué.

Todos los días el Gran Mojado

venía a hacerle una visita, y allí se

quedaban los dos con sus fos­

forescencias, como fragmentos

de la Vía Láctea, tendidos casta­

mente uno junto al otro.

-No debemos estar muy lejos

de la costa -dijo ella un día-o iSi

yo pudiese volver al río, escuchar

algunos ruidos de la ciudad, o

sencillamente la campanilla de un

tranvía retrasado en medio de la

noche!

-Pobre niña, mala memoria ...

Se olvida de que está muerta y

que se expone a ser encerrada

allá arriba en la más odiosa de

las cárceles. A los vivientes no

les gustan nuestros vagabun­

deos y en seguida nos castigan

por ellos. Aquí está usted libre y

en seguro.

-Pero ¿usted no piensa nunca

en las cosas de allá arriba? A

menudo acuden a mí, una por

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una, sin orden alguno, lo que me

hace muy desgraciada. En este

mismo instante estoy viendo una

mesa de roble. Bien barnizada,

pero completamente sola. Desa­

parece, y he aquí que llega un ojo

de conejo. Y, ahora, la huella de

una pezuña de buey en la arena.

Todo esto parece avanzar como

una embajada, y nada me dice si­

no que está presente. Y cuando

las cosas acuden a mí por pare­

jas, son cosas que no se hicieron

para ir juntas. Ahora veo una ce­

reza en el agua de un lago. Y

¿qué quiere usted que yo haga de

esta gaviota en una casa, de esta

perdiz en el cristal de esta gran

lámpara que humea? No conozco

nada más desesperante. Estos

fragmentos de la vida, sin la vida,

¿son lo que se suele llamar la

muerte?

. Y añadía para sí:

-¿ Y usted mismo que está

aquí, junto a mí, como un guerre­

ro tallado en un témpano?

Una tras otra, las madres se

negaron a dejar que sus hijas se

tratasen con la Desconocida del

Sena, en vista del traje que ella

llevaba día y noche.

Una que había naufragado,

cuya razón estuvo quebrantada

hasta después de su muerte y

que no podía hallar sosiego, dijo:

-i Pero si ella vive! Os aseguro

que esta muchacha está viva. Si

, r

r r r r

Dibujo de Norah Borges

ral-. ¿Cómo quiere usted que

esté viva, bajo el mar?

-Verdaderamente, no se pue­

de vivir bajo el mar- respondió la

loca, abrumada, como si recorda­

se de pronto una lección aprendi­

da hace ya mucho tiempo.

Pero ello no fue obstáculo para

que, al poco tiempo, volviese a

repetir:

-¡Pues yo, yo les digo que vive!

-¿Quiere dejarnos tranquilas,

cabeza destornillada? -replicó La

Natural-. Se debería comenzar

por no permitir que se dijesen co­

sas tales.

Pero un día, aquella misma

que fue siempre la mejor amiga

de la Desconocida se le acercó

poniendo una cara que quería de­

cir: "También yo estoy enfadada

con usted".

-¿Por qué tanto apego a un

traje en el fondo del mar? -dijo La

Natural.

-Me parece que me protege

con un par de tijeras que acabó

por tirar con rabia a los pies de la

muchacha.

-¿Quiere usted marcharse?

-dijo La Natural, conmovida por

tanta crueldad.

La Desconocida, ya sola, es­

condió como pudo su dolor, en el

agua pesada y difícil.

-¿No es esto lo que en la tierra

-pensaba- se llama envidia?

Y al ver cómo de sus ojos roda­

ban tristemente pesadas perlas,

dijo:

-iAh! iDe ningún modo! Yo no

puedo, no quiero acostumbrarme.

Y huyó hasta regiones desier­

tas, tan de prisa como se lo per­

mitía el lingote de plomo que

arrastraba su pierna.

-Gestos horribles de la vida

-pensaba-, dejadme tranquila .

iDejadme ya tranquila! ¿Qué que­

réis que haga de vosotros, cuan­

do lo demás ya no existe?

Cuando hubo dejado muy le-

contra todo lo que aún no com- jos, detrás de ella, todos los pe­

prendo. ces-antorchas, y se encontró en

Entonces una mujer, que ya la la noche profunda, cortó el hilo de

había agredido de palabra, gritó: acero que la sujetaba al fondo del

-¡Es que está demasiado

satisfecha de singularizarse así!

Se trata de una desvergonzadilla.

Y por mi parte os aseguro que fui

madre de familia en la tierra, y si

tuviese conmigo a mi hija no vaci­

laría en decirle: "Quítate ese

traje, ¿me oyes?". Y tú , también ,

mar con las tijeras negras que,

antes de huir, había recogido.

-iMorir, al fin , completamente!

-pensaba, al elevarse en el agua.

En la noche marina, sus pro­

pias fosforescencias se hicieron

muy voluminosas; luego se apa­

garon para siempre. Entonces

estuviese como nosotros, le sería quítatelo -dijo a la Desconocida, volvió a sus labios su sonrisa de

igual llevar o no vestido. Estos a quien ya tuteaba para humi- ahogada errante. Y sus peces fa­

adornos no preocupan a los liarla. (Era eso, en el fondo del voritos no dudaron en escoltarla,

muertos. mar, el peor de los insultos)-. O quiero decir, en morir ahogados, a

medida que iban ganando las -Cállese usted. Ha perdido ten buen cuidado con esto, pe-

usted el sentido -dijo La Natu- queña -añadió, amenazándole aguas menos profundas.

26 Biblioteca de México

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~ o "O ro .o o ~ .c u

(/)

L ucrecio apareció en una gran fami­

lia que se había retirado lejos de la

vida civil. Sus primeros días pasaron

a la sombra del pórtico oscuro de una

alta casa empinada en la montaña. El

atrio era severo y los esclavos

mudos. Estuvo rodeado, desde la

infancia, por el desprecio por la polí­

tica y por los hombres. El noble

Memio, que tenía su misma edad,

sobrellevó, en el bosque, los juegos

que Lucrecio le impuso. Juntos se

asombraron ante las arrugas de los

viejos árboles y espiaron el temblor

de las hojas bajo el sol, como un velo

verde de luz salpicado de manchas de

oro. Contemplaron con frecuencia

los lomos rayados de los chanchos

salvajes que husmeaban el suelo.

Atravesaron palpitantes cohetes de

abejas y bandas movedizas de hormi­

gas en marcha. Y un día alcanzaron ,

* Mareel Schwob. Vidas imaginarias, traducción de Julio Pérez Millán , Centro Editor de América Latina, Bue nos Aires, 1980, 11 2 pp.

MARCEL SCHWOS*

(1867-1905)

LUCRECIO POETA

al salir de un soto, un claro totalmen­

te rodeado por viejos alcornoques,

asentados tan cerca uno de otro como

que un círculo cavaba un pozo de

azul en el cielo. La quietud en aquel

asilo era infinita. Se hubiese creído

estar en un ancho camino claro que

fuera hacia lo alto del aire div ino.

All í, Lucrecio se sintió impresionado

por la bendición de los espacios cal.­

mos.

Abandonó con Memio el templo

sereno del bosque para estudiar elo­

cuencia en Roma. El anciano gen­

tilhombre que gobernaba la alta casa

le dio un profesor griego y lo con­

minó a que no volviese sino cuando

poseyera el arte de despreciar las

acciones humanas. Lucrecio no lo

volvió a ver más. Murió solitario,

execrando el tumulto de la sociedad.

Cuando Lucrecio volvió había con él

en la alta casa vacía, en el atrio seve­

ro y entre los esclavos mudos, una

mujer africana, bella, bárbara y mal-

27 Biblioteca de México

vada. Memio estaba de regreso en la

casa de sus padres. Lucrecio había

visto las facc iones sangrientas, las

guerras de partidos y la corrupción

política. Estaba enamorado.

y en un principio su vida fue en­

cantada. La mujer africana apoyaba

en los tapices de los muros la perfila­

da masa de sus cabellos. Todo su

cuerpo se sumía largamente en los

divanes. Rodeaba las cráteras llenas

de vino espumoso con sus brazos

cargados de esmeraldas translúcidas.

Tenía una manera extraña de levantar

un dedo y de sacudir la frente. Sus

sonrisas tenían una fuente profunda y

tenebrosa como los ríos de África.

En vez de hilar la lana la deshacía

pacientemente en pequeños copos

que volaban alrededor de ella.

Lucrecio deseaba ardientemente

fundirse con ese hermoso cuerpo.

Apretaba sus senos metálicos y pe­

gaba su boca a sus labios de un vio­

leta oscuro. Las palabras de amor pa-

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Vidas imaginarias Mareel Scbwob

miradas le pare- con claridad la muerte única de la

cieron rayos más Africana; y lloró.

sutilmente carno- Sabía que las lágrimas provienen

biblioteca básica universal

sos y la imagen de

la bella bárbara, un

mosaico agradable

y coloreado, y sin­

tió que el fin del

movimiento de esa

infinitud era triste

y vano. Así como

había visto las fac­

ciones ensangren­

tadas de Roma,

con sus tropeles de

clientes armados e

insultantes, con­

templó el torbellin-

de un movimiento particular de las

pequeñas glándulas que están debajo

de los párpados, y que son agitadas

por una procesión de átomos salida

del corazón, cuando el propio cora­

zón ha sido conmovido por la suce­

sión de imágenes coloreadas que se

desprenden de la superficie del cuer­

po de una mujer amada. Sabía que la

causa del amor es la dilatación de los

átomos. Sabía que la tristeza que

causa la muerte es la peor de las ilu­

siones terrenales, pues la muerta

había dejado de ser desgraciada y de

sufrir, en tanto que aquel que la 110-

saron de uno a otro, fueron suspiradas,

los hicieron reír y se gastaron. To­

caron el velo flexible y opaco que

separa a los amantes. La voluptuo­

sidad creció en furor y quiso cambiar

de persona. Llegó hasta la extremidad

aguda en que se expande alrededor de

la came, sin penetrar hasta las entra­

ñas. La africana se acurrucó en su

corazón extranjero. Lucrecio se de­

sesperó al no poder consumar el amor.

La mujer se tornó altanera, melan­

cólica y silenciosa, parecida al atrio y

a los esclavos. Lucrecio anduvo erra­

bundo en la sala de los libros.

Fue allí donde desplegó el rollo

en el cual un escriba había copiado

el tratado de Epicuro.

En seguida comprendió la varie­

dad de las cosas de este mundo y la

inutilidad de esforzarse tras las ideas.

El universo le pareció similar a los

pequeños copos de lana que los dedos

de la Africana desparramaban en las

salas. Los racimos de abejas y las co­

lumnas de hormigas y el tejido mo­

vedizo de las hojas le parecieron

agrupamientos de átomos. Y en todo

su cuerpo sintió un pueblo invisible y

discorde, ansioso por separarse. Y las

o de tropeles de raba se afligía por sus propios males

átomos tintos en la y pensaba tenebrosamente en su pro­

misma sangre y pia muerte. Sabía que no queda de

que se disputan

una Oscura supremacía. Y vio que la

disolución de la muerte sólo era la

manumisión de esa turba turbulenta

que se lanza hacia otros mil movi­

mientos inútiles.

Ahora bien; cuando Lucrecio

hubo sido así instruido por el rollo de

papiro, en el cual las palabras griegas

como los átomos del mundo estaban

entretejidas las unas con las otras,

salió hacia el bosque por el pórtico

oscuro de la alta casa de los ances­

tros. Y vio el lomo de los chanchos

rayados que tenían siempre el hocico

dirigido hacia la tierra. Después, al

atravesar el soto, se encontró de

pronto en medio del templo sereno

del bosque y sus ojos se sumergieron

en el pozo azul del cielo. Y fue allí

donde sentó su reposo.

Desde allí contempló la inmen­

sidad hormigueante del universo;

todas las piedras, todas las plantas,

todos los árboles, todos los anima­

les, todos los hombres, con sus co­

lores, con sus pasiones, con sus ins­

trumentos, y la historia de esas

cosas diversas y su nacimiento y sus

enfermedades y sus muertes. Y entre

la muerte total y necesaria, percibió

28 Biblioteca de México

nosotros ninguna doble apariencia

para derramar lágrimas sobre su pro­

pio cadáver tendido a sus pies. Pero,

como conocía exactamente la tristeza

y el amor y la muerte y sabía que son

vanas imágenes cuando se las con­

templa desde el espacio calmo donde

hay que encerrarse, continuó lloran­

do, y deseando el amor, y temiendo

la muerte.

Por esto fue que habiendo vuelto

a la alta y sombóa casa de los an­

cestros, se acercó a la bella Afri­

cana, quien cocía un brebaje en un

recipiente de metal en un brasero.

Porque ella también había pensado,

por su parte, y sus pensamientos se

habían remontado a la fuente mis­

teriosa de su sonrisa. Lucrecio miró

el brebaje todavía hirviente. Este se

aclaró poco a poco y se volvió pare­

cido a un cielo turbio y verde. Y la

bella Africana sacudió la frente y

levantó un dedo. Entonces Lucrecio

bebió el filtro. E inmediatamente

después su razón desapareció, y

olvidó todas las palabras griegas del

rollo de papiro. Y por primera vez,

al volverse loco, conoció el amor; y

a la noche, por haber sido envene­

nado, conoció la muerte.

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CYRIL TOURNEUR

POETA TRÁGICO

Retrato de Mareel Sehwob , grabado de Félix Valloton

Cyril Toumeur nació de la unión de

un dios desconocido con una pros­

tituta. La prueba de su origen divino

se encuentra en el ateísmo heroico en

el cual sucumbió. Su madre le trans­

mitió el instinto de la revolución y de

la lujuria, el miedo a la muerte, el

estremecimiento de la voluptuosidad

y el odio a los reyes; de su padre tuvo

el amor por coronarse, el orgullo de

reinar y la alegría de crear; los dos le

dieron el gusto por la noche, por la

luz roja y la sangre.

La fecha de su nacimiento se ig­

nora; pero apareció un negro día de

un año pestilencia\.

Ninguna protección celeste veló

por la muchacha de la vida a la que

preñó un dios, pues su cuerpo fue

maculado por la peste pocos días

antes de parir y la puerta de su pe­

queña casa fue señalada con la cruz

roja. Cyril Toumeur vino al mundo

al son de la campana del enterrador

de los muertos; y así como su padre

había desaparecido en el cielo co­

mún de los dioses, una carreta verde

arrastró a su madre a la fosa común

de los hombres. Se cuenta que las

tinieblas eran tan profundas que el

enterrador debió alumbrar la abertu­

ra de la casa apestada con una antor­

cha de resina; otro cronista asegura

que la niebla en el Támesis (que ba­

ñaba el pie de la casa) fue atravesa­

da por una raya escarlata y que de

las fauces de la campana de llamada

se escapó la voz de los cinocéfalos;

por fin , parece fuera de duda que

una estrella flameante y furiosa se

manifestó por sobre el triángulo del

techo, hecha de rayos fuliginosos,

retorcidos, desatados y que el niño

recién nacido le mostró el puño por

una claraboya, mientras que ella sa­

cudía encima de él sus rizos infor­

mes de fuego. Así entró Cyril Tor­

neur en la vasta concavidad de la

noche cimeria.

Es imposible descubrir lo que

pensó o lo que hizo hasta la edad de

treinta años, cuáles fueron los sín­

tomas de su divinidad latente, cómo

se persuadió de su propia realeza.

29 Biblioteca de México

Una nota oscura y aterrorizada con­

tiene la li sta de sus blasfemias.

Declaraba que Moisés no había sido

sino un juglar y que un llamado

Heriots era más hábil que él. Que el

primer principio de la religión era

mantener a los hombres en el terror.

Que Cristo merecía la muerte más

que Barrabás, aunque Barrabás fuese

ladrón y asesino. Que si él se pro­

pusiese escribir una nueva religión,

la establecería con arreglo a un méto­

do más excelente y más admirable, y

que el estilo del Nuevo Testamento

era repugnante. Que él tenía tanto

derecho a acuñar moneda como la

reina de Inglaterra y que conocía a un

tal Poole, prisionero en Newgate,

muy diestro en la mezcla de los

metales, con la ayuda de quien espe­

raba acuñar, un día, oro con su propia

imagen. Un alma piadosa testó en el

pergamino otras afirmaciones más

terribles. Pero esas palabras fueron

recogidas por una persona vulgar.

Las actitudes de Cyril Toumeur in­

dican un ateísmo más vindicativo. Se

lo representa vestido con un gran

manto negro, llevando en la cabeza

una gloriosa corona con doce estre­

llas, el pie apoyado en el globo ce­

leste, alzando el globo terrestre con

su mano derecha. Recorría las calles

en las noches de peste y de tormenta.

Era pálido como los cirios consagra­

dos y sus ojos relucían blandamente

como quemadores de incienso. Algu­

nos afirman que tenía en el costado

derecho la marca de un sello extraor­

dinario; pero fue imposible verifi­

carlo después de su muerte, pues no

hubo nadie que viera sus despojos.

Tomó por amante a una prostituta

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Mareel Sehwob

del Bankside que frecuentaba las ca­

lles de la ribera y a ella amó única­

rriente. Era muy joven y su rostro

era inocente y rubio. En él , los rubo­

res eran como llamas vacilantes.

Cyril Tourneur le dio el nombre de

Rosamonde, y tuvo de ella una hija

a la que amó. Rosamonde murió trá­

gicamente, por haber reparado en

ella un príncipe. Se sabe que bebió

en una copa transparente veneno

color de esmeralda.

Fue entonces cuando la venganza

se mezcló con el orgullo en el alma

de Cyril. Nocturno, recorría el Mail

a lo largo de todo el cortejo real ,

agitando en la mano una antorcha de

penacho llameante con el propósito

de alumbrar al príncipe envenena­

dor. El odio a toda autoridad le

subió a la boca y a las manos. Se pu­

so a acechar en los caminos reales ,

no para robar, sino para asesinar

reyes. Los príncipes que desapare-

cieron en esos tiempos fueron ilumi­

nados por la antorcha de Cyril Tour­

neur y matados por él.

Se emboscaba en los caminos de

lareina, aliado de los pozos de gra­

va )' de los hornos de cal. Escogía a

su víctima en el séquito , se ofrecía

para alumbrar el camino por entre '

las zanjas, la llevaba hasta la boca

del pozo, apagaba su antorcha y la

empujaba. La grava llovía después

de la caída. En seguida Cyril, in­

clinado en el borde, dejaba caer dos

enormes piedras para aplastar los

gritos. Y, el resto de la noche, vela­

ba el cadáver que se consumía en la

cal, junto al horno rojo sombrío.

Cuando Cyril Tourneur hubo sa­

ciado su odio por los reyes, hizo

presa de él el odio a los dioses. El

aguijón divino que había en él lo

incitó a crear. Soñó con que podría

fundar una generación de su mi sma

sangre y propagarse como dios en la

30 Biblioteca de México

tierra. Miró a su hija y la encontró

virgen y deseable. Para consumar su

designio a la vista del cielo, no en­

contró ningún lugar más significa­

tivo que un cementerio. Juró que de­

safiaría a la muerte y crearía una

nueva humanidad en medio de la

destrucción fijada por las órdenes

divinas. Rodeado por viejos huesos,

quiso engendrar jóvenes huesos.

Cyril Tourneur poseyó a su hija en

la losa de un osario.

El final de su vida se pierde en un

resplandor oscuro. No se sabe qué

mano nos transmitió la Tragedia del

ateo y la Tragedia del vengador.

Una tradición pretende que el orgu­

llo de Cyfil Tourneur se elevó más

aún. Hizo levantar un trono en su

jardín negro, y tenía la costumbre de

sentarse allí, coronado de oro, bajo

el rayo. Algunos lo vieron y huye­

ron, aterrorizados por los penachos

azulados que bailoteaban sobre su

cabeza. Leía un manuscrito de los

poemas de Empédocles, que nadie

vio después. Expresó con frecuencia

su admiración por la muerte de Em­

pédocJes. Y el año en que desa­

pareció fue también pestilencial. El

pueblo de Londres se había retirado

a las barcas amarradas en medio del

Támesis . Un meteoro terrorífico

evolucionó bajo la luna. Era un

globo de fuego blanco, animado por

una siniestra rotación. Se dirigió ha­

cia la casa de Cyril Tourneur, que

pareció pintada de reflejos metáli­

cos. El hombre vestido de negro y

coronado de oro esperaba en su tro­

no la llegada del meteoro. Hubo,

como antes de las batallas teatrales,

un toque melancólico de trompetas.

Cyril Tourneur fue envuelto por un

resplandor hecho de sangre rosada

volatilizada. Trompetas, enhiestas

en la noche, tocaron , como en el tea­

tro , una charanga fúnebre. Así fue

precipitado Cyril Tourneur hacia un

dios desconocido en el taciturno tor­

bellino del cielo.

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V uelvo de un país que está

bastante alejado del nuestro

y que lo está de muchas

maneras diferentes. Reina

en este país una policía sin­

gular, leyes claras y un es­

píritu .. .

He temblado de miedo y

de admiración. .. Apenas

apeado de la máquina que

allí me llevó, me sorprendió

la extrema cortesía de los

ciudadanos, la nitidez de sus

relaciones. Su sonrisa gene­

ral. Los conductores, los car­

gadores, los agentes de toda

suerte, los mercaderes res­

petuosos. Pronto fue nece­

sario que me instruyera en

sus costumbres. En mi cali­

dad de extranjero tenía de­

recho a una tregua, pero mis

progresos eran vigilados.

Aprendí así que en esta

tierra extraordinaria las fal­

tas del lenguaje son casti­

gadas muy severamente .

PAUL VALÉRY*

(1871-1945)

VIAJE AL PAís DE LA FORMA

Las multas son pesadas. Algunos solecismos de extranjero, por exceso de velocidad en la deduc-

más conducen al calabozo. Los anuncios y todos ción , fui seriamente amonestado.

los escritos públicos son rigurosamente vigilados. y en suma, todo lo que está destinado a actuar

(Los autores son ... ) por violencia, por seducción, por ilusión sobre nues-

Las faltas contra la lógica, los razonamientos tros sentidos o nuestra mente, es tratado en este

sofísticos, las afirmaciones ligeras y violentas no reino como se trata en los otros a lo que actúa con

escapan a un correctivo. Yo mismo, aun siendo violencia sobre los cuerpos. Se considera que los

ojos, las orejas, la imaginación, la memoria y el me-

canismo lógico de los ciudadanos deben ser respe­

tados como sus bienes y, de hecho, como su bien Paul Valéry, Historias rotas , traducción de Salvador Elizondo Editorial Aldus, México, 2003, 104 pp. ' más preciado.

31 Biblioteca de México

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O. V. DE; LUBICZ-MILOSZ*

(1877-1939)

VENECIA

Escabel aterciopelado para las rodillas de la plegaria,

palacio de ámbar, de mirra y de azul de la ternura,

Venecia es también el lacrimatorio precioso de todo el

amoroso dolor humano, y el cielo que se mira en ella

tiene la palidez de las últimas horas y la inmovilidad

prosternada de las separaciones.

Aquí, la salvaje nostalgia ilumina con sus llantos el

rostro de la ignominia y los ojos de la crueldad misma;

y cuando la isla flotante de San Jorge se recorta en

negro fúnebre contra la púrpura del viento, y cuando la

* Las uvas del racimo, antología traducida por Javier Sologuren, Instituto Nac ional de Cultura. Lima. Perú , 1975, 200 pp.

tormenta ruge sobre la vacilante ciudad, es

el horroroso Shylock, sofocante de amor y

odio, quien llama en la tarde a la desa­

parecida Y ésica. Y esta Venecia tiene el

alma lacerada, esta dominadora de antaño

con los atavíos sucios de reina de carnaval

es también una Venecia mimosa, felina,

arrulladora; y quienquiera guste coquetear

con la melancolía o juguetear con el dolor

como una moza, se place también en pasear,

por las callejuelas leprosas y galantes, la

mentira de un vestido rosa y de una flor anu­

dada por el tallo a la empuñadura de la espa­

da. Y esta Venecia perfumada con las

pimientas de Levante es así mismo una

manera de Roma afeminada por el culto de

dulía; y cuando sus campanas de suave gaz­

nate de comulgantes de antaño entonan el

cántico azul grisáceo de las tardes, ellas nos

recuerdan de modo singular que anti­

guamente a nuestro amo el Amor le plugo

nacer de una virgencita muy humilde y ado­

rable. Y esta Venecia enferma de ternura es

también la hermana de las santas lánguidas

y turbadoras; y cuando el oro de una luna

que madura dulcemente se apoya en el hom­

bro de una torre inclinada, pensáis en María Magdalena

toda sofocada bajo la carga de la urna de piadosos per­

fumes.

Demasiado noble para ser cortesana, demasiado gra­

ciosa para ser madre, Venecia la Hechicera es amante y

sólo amante; bella hasta las lágrimas, conoce de sobra el

poder de los viejos encantos paganos, y se complace en

reinar en nuestros corazones por el misterio así como

por la gracia. Es que, poderosa como Venus, ha nacido

de los mares, atestando de este modo, una vez más y pa­

ra siempre, que todo símbolo posee una carne, todo

sueño una realidad.

32 Biblioteca de México

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HENRI MICHAUX*

(1889-1984)

EN MI CAMPO En un campo de mi propiedad tengo a nobles encerrados. ¿Por qué? Como rehe­

nes. ¿Por qué como rehenes? Porque sí.

No me sirven ni yo les sirvo. Qué más da, no dejo que se marchen.

Quien sabe .. . 10 que se me reclamará un día sin que pueda proporcionarlo, y a

cambio de lo cual estarán acaso contentos de recibir nobles, y yo aliviado, sí,

Íntensamente aliviado y libre de esos aristócratas que son para mí una carga tan

embarazosa, pero gracias a la cual podré por fin saldar las deudas siempre cre­

cientes que contraigo sin pausa y, por otro lado, en gran parte por su culpa.

* Henri Micbau)(, Adversidades, exorcismos, traducción de Jorge Reichmann. Poesía/Cátedra, Madrid, 1988, 88 pp.

33 Biblioteca de México

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ESTÁ ESCRIBIENDO

Está escribiendo . ..

El papel deja de ser papel, poco a poco se convierte en una larga, larguísima

mesa sobre la cual viene, dirigida, él lo sabe, lo siente, lo presiente, la víctima

todavía desconocida, la víctima alejada que te está destinada.

Está escribiendo ...

Su oído aguzado, aguzado, su oreja única escucha una onda que viene, aguza­

da, aguzada, y la onda siguiente que va a venir de una lejanía de espacios y de

edades para dirigir, traer a la víctima que habrá de someterse a su suerte.

Su mano se apresta.

¿ y él? Se limita a mirar.

Cuchillo desde la coronilla hasta su entraña más recóndita, vela, listo para

intervenir, listo para degollar, para decapitar lo que no es, no sería suyo, para

degollar dentro de ese vagón que el universo rebosante empuja hacia él a quien

no sería "su" víctima ...

Está escribiendo ...

Henri Michaux

34 Biblioteca de México

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E. M. CIORAN*

(1911-1995)

VALÉRY y LOS ESTRAGOS DE LA PERFECCIÓN**

la merece totalmente. ¿Cómo un

espíritu tan desengañado como

él pudo extraviarse hasta ese

punto? Debería haberse dedica­

do al poema didáctico, único

género que le hubiese conveni­

do realmente, haber tomado co­

mo modelo a Lucrecio en lugar

de a Mallarmé, y haber puesto

en verso la filosofía de Comte o de Spencer. Para la poesía se

necesita un desequilibrio espe­

cial, que él no tuvo la suerte de

De joven yo era arrogante y no seria vertiginosa, una centena padecer. El moralista no es, por

me interesaban más que los filó- de borradores). Por más que lo definición, poeta; y Valéry es un

sofos y su jerga. Valéry era en- intento, no puedo continuar. moralista, comparable a los ma­tonces un dios que no me preo- ¿Releeré "El cementerio"? Re- yores, tan hábil como ellos en el

cupaba en absoluto, al que no nuncio a ello: es demasiado per- arte de elevar sus secretos al

hacía el mínimo caso. El culto fecto. La indigencia de la poesía rango de verdades impersona­

que se le rendía me pareció in- francesa en general es casi trá- les, como lo demuestran sus li­

debido e incluso ridículo, hasta gica. Por todas partes ese gusto bros de aforismos, cuyo fondo

el día en que caí por casualidad desastroso por la perfección, por es despiadado e incluso feroz, a

sobre este fragmento de frase: la perfección vacía, a causa del pesar de una apariencia de de­

" ... el sentimiento de serlo todo y cual perecerá. En el caso de Va- senvoltura. En cuanto se trata de la evidencia de no ser nada". Es­

ta magnífica trivialidad fue para

mí un acontecimiento, tras el

cual me puse a leer a Valéry, al

léry las cosas se complican , emitir un juicio sobre las costum­pues sus teorías sobre la poesía bres o el estilo de una época,

son un crimen contra la poesía: Valéry se halla en su elemento.

esterilizantes, peligrosas, consa- Su prólogo a las Cartas persas

prosista, por supuesto. Pues gran y reivindican la impotencia, es una obra maestra: no conoz­

nunca he podido comprender asimilan el acto poético a un cál- co nada más conciso y sutil so­

que hiciese una carrera de po e- culo, a una tentativa premedita- bre la Ilustración. Abundan en él

tao Abro "La joven Parca": ma- da. La poesía es todo salvo eso: las alusiones a nuestra época, a

lestar incalificable, el mismo que la poesía es inacabamiento, ex- las dificultades y las contradic­

siempre he experimentado ante plosión, presentimiento, catás- ciones de la libertad; me inclino

semejante elaboración hiper- trofeo No esa geometría cargan- incluso a ver en ese texto una

consciente, artificial, penosa en te ni esa sucesión de adjetivos apología del "despotismo ilus­

grado sumo (que le exigió, mi- exangües. Somos todos dema- trado", único régimen que, dicho

E. M. Cioran. Ejercicios de admiración y otros textos. (Ensayos y retratos), traducción de Rafael Panizo, Tusquets editores, Barce­lona, Espa/'la, 1992, 232 pp. ..

Encargado por un conocido semanario francés para celebrar el centenario del naci­miento de Valéry, este articulo fue finalmente rechazado. (N. del T.)

siado vulnerables, estamos de- sea entre paréntesis, puede se-

masiado cansados, y en nuestra

fatiga somos demasiado bárba­

ros para apreciar aún esas galas

y esas joyas. La palabra oficío,

atroz aplicada a un poeta, Valéry

35 Biblioteca de México

ducir a un espíritu desengañado,

incapaz de ser cómplice de las

revoluciones, dado que ni siquie­

ra lo es de la historia.

De ésta, en el doble sentido de

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saber y de devenir, Valéry fue un

enemigo constante, apasionado.

No cesó de denunciarla y de re­

bajarla. Sin embargo, ello no le

impidió poseer un excelente olfa­

to histórico, y comprender mara­

villosamente el sentido de nume­

rosos acontecimientos. Su inca­

pacidad para la utopía le ayudó

sin duda a ello. En su pap.el de

espectador, no se le sorprende

nunca en flagrante delito de inge­

nuidad. La lucidez, que tan bien

calificó de "mortífera", tenía en él

la dignidad de un defecto, y es

en ella donde hay que buscar el

origen de su interés por el drama

de ser consciente y más precisa­

mente de saber que se es cons­

ciente. Ser consciente es una ca -

lamidad; ser doblemente cons­

ciente es padecer una doble

calamidad , cuya expresión inme­

diata e inevitable es el hastío,

mal noble sin el cual Valéry

nunca hubiera tenido acceso a

ciertos abismos, sin el cual sobre

todo no hubiese comprendido a

Pascal hasta el punto de temerlo

y odiarlo. No quería exponerse a

. los mismos peligros ni a las mis­

mas perplejidades que él ; de ahí

que no haya dedicado más que

sarcasmos a las aventuras inte­

riores o a las tribulaciones meta­

físicas. El hastío fue su mal y su

obsesión, su experiencia capital, E. M. Cioran

y para huir de él se refugió en hundirse. Pero hoy, naufragio No es verdad que un poema

esa elegancia ininterrumpida que mucho más grave, no se cree ya se haga con pal~bras. Nada se

confiere a su obra cierta mono- en el verbo sino en la ciencia del hace con palabras. Las palabras

tonía. verbo. A la pasión por el lengua- son accesorios o pretextos. Esto

Los positivistas (y él lo fue) ie ha sucedido la lingüística , se olvida demasiado, y de ahí

acabanfácilmente cayendo en la nueva prueba, si falta hiciera, de que la literatura -y todo- lan­

teología. Valéry hizo del lenguaje nuestra decadencia espiritual. Lo guidezca en este c;:ontinente

su dios, se entregó a él, como derivado · sustituye en todo a lo-desde hace tiempo, debemos

todos aquellos que, una vez original , a fa esencial. La idolatría reconocerlo . Es necesario · un

excluido lo absoluto, se aferran a del lenguaje representaba ya un mínimo de fatalidad en las cosas

sucedáneos. Escogió las apa - paso lamentable hacia esa deca- del espíritu , como en las demás.

riencias , se convirtió , él , tan

atento al matiz, en un fanático

del verbo, o, si se prefiere, de la

"forma". Fue ésa su manera de

dencia . ¡Qué decir entonces de La vida, la sangre han desertado

esta segunda idolatría, mucho este rincón del mundo. Valéry es

más desmoralizadora que la pri- el representante más destacado

mera! en el crepúsculo occidental. .

36 Biblioteca de México

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ROGER CAILLOIS*

(1913-1978)

EL PULPO CON MIRADA DE SEDA1

El pulpo es un cazador que permaneGe constan- . minación. Según Herbert Wendt: los ojos, tan pa­temente en acecho, inmóvil, camuflado, con los ojos recidos a los nuestros, que brotan del cuerpo de un

solos siguiendo el acercamiento o los movimientos de la presa. De alú la fascinación específica que menciona Hugo y Lautréamont. Pero, antes de ellos, todo el mundo había notado la enormidad de los ojos y, por así decirlo, hl calidad de la mirada del pulpo. Las cerámicas y la alfarería minoanas, los mosaicos romanos y helenísticos se complacen en agrandar sus glóbulos oculares, tanto en el vaso de Gurnia o del Metropolitan Museum de Nueva York, como en el ánfora de Pseira del museo de Candía o en la cOm­posición de la Casa del Fauno en Pompeya, donde el

pulpo está ocupado en devorar una langosta. En el Japón, los pulpos-juguetes de yeso pintado o de tripa, los que representan al Emperador y a la Emperatriz, los que acompañan a la rana kappa y los de las estampas también tienen ojos hipertrofiados como los tienen en Venecia los pulpitos de vidrio colado de los talleres de Murano.

Los ojos enormes son unas de las características más notables del kraken. Cuando Denys-Montfort dibuja su pulpo colosal que asalta un barco de tres palos , no deja de acicalarlo con pupilas inmensas formadas por cuatro círculos concéntricos a través de los cuales irradia, como los pliegues apretados de una escarapela, o como alrededor de un cubo de rueda, una red de líneas finas y divergentes.

Pescadores, naturalistas, viajeros o escritores están sorprendidos y seducidos por la mirada "hu­mana" del molusco, por su expresión conmovedo­ra o temible que arrebata por su belleza o conturba

por su insistencia. Los testimonios . son unánimes: en los ojos patéticos, cada uno lee a voluntad la inquietud o la ferocidad, la tristeza o la deter-

* Roger Cai llo is. MiTOlogía del pulpo (Ensayo sobre la lógica de lo imagi ­nario) . traducc ión de Pierre de Place, Monte Ávi la Editores. C. A., 1976, 144 pp. , Se hán suprimido las referencias bibliográficas, innecesarias para d isfrutar este capítulo. pero indispensables si se va a leer todo el libro, pues ilustran )a erudic ión del autor.

mollisco, provocan un sentimiento de malestar cuando se ven por primera vez. El Dr. Brisco Owen, de la Linnean Society, le confiesa a H. Lee, en 1873, que recuerda con admiración los ojos de un pulpo al cual persiguió en 1843 en el estrecho de Torres: estaban abiertos como los ojos de los búhos, a los que se parecían. En cuanto a Lee, así

describe la mirada del pulpo: "Su prima la sepia está provista de un ojo, redondo como el ojo del búho, que le mira fijo hasta que uno pierde la sere­nidad y le intriga por su inmoviliaad; la pupila del

ojo de un pulpo se parece a la de un tigre que daría

vuelta la cabeza. La pupila de un gato, estirada per­pendicularmente, brilla de ferocidad; la mirada

quieta y astuta del pulpo, que pasa por la estrecha

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Roger Caillois

hendidura horizontal de sus párpados apretados,

hiela por su fría crueldad."

Perú según el padre Hennah, y los habitantes de las

islas Sándwich, de acuerdo con el señor Stutchbury,

las vendían a los rusos como si fueran perlas.

Le dejo a H. Lee la responsabilidad de esta utili­

zación sin duda inesperada de los ojos del pulpo.

Pero su perfección anatómica es absolutamente cier­

ta. Para no precisar más que uno de los elementos de su superioridad, su retina contiene un promedio de

50.000 células por milímetro cuadrado y hasta

105.000 en las partes más nutridas, contra aproxi­

madamente 100.000 para la retina del hombre.

Como justa compensación de las cosas, el pulpo,

quien, si no hipnotiza a su víctima, en todo caso la

fascina, puede ser a su vez hipnotizado. El método

más eficaz consiste en mirarlo fijamente soste­

niéndolo en la mano, con los tentáculos colgando y

Frank Bullen narra el combate de un pulpo gi- cuidando de que éstos no se agarren del brazo del

gante contra un cachalote. "Sobrecogía la inten- operador, lo cual interrumpiría la experiencia. La hip-

sidad de sus ojos. Podían tener un pie de diámetro.

Eran de color glauco que contrastaba con la blan­

cura lívida de la cabeza y su aspecto sobrenatural

que ponía piel de gallina". A Thor Heyerdhal le

coge la pierna derecha un pulpo de tamaño regular,

nosis es completa: respiración airada, inmovilidad

absoluta. El pulpo está completamente pasivo. Si se

levanta a uno de sus tentáculos, en seguida vuelve a

caer, mientras que la reacción en estado normal es

diametralmente opuesta. J. ten Cate, quien llevó a

que se desprende cuando el navegante regresa a la cabo estos experimentos, declara que el contraste es

orilla: el animal se retira lentamente con los brazos casi increlbJe. Puede arrojarse el pulpo de una mano

estirados y sin dejar de mirarlo. a la otra, sin que manifieste más vida que una mera

Esta última observación es importante: el pulpo no pelota. Para despertarlo, hay que pincharlo fuerte­

deja de seguir con los ojos, fingiendo a la vez la in- mente con un instrumento apropiado o someterlo a

diferencia, al objeto en movimiento que le interesa.

De allí, a mi parecer, la impresión de una insistencia

móvil y vigilante que deja suponer una intención

implacable, quizá a la vez algún poder hipnótico. Por

eso, probablemente, esta mirada aparece como

"humana" o sobrehumana.

Hay algo más. El ojo de los cefalópodos en

general, el de los pulpos más que los otros , es emi­

nentemente complejo; aunque difiera de ella en va­

rios puntos notables, su organización iguala la de

los ojos de los vertebrados más evolucionados. Por

eso, si los ojos del pulpo sorprenden en un mo­

lusco, sorprenderían también en un pez. Supongo

que por ese motivo los observadores los comparan

espontáneamente con los ojos del búho o del tigre.

El cristalino de los cefalópodos es calcáreo, sóli­

do; consiste en dos espesuras cóncavas a las que

separa una hendidura en la cual está fij ada la barre­

ra ciliar. Los dos glóbulos que pueden despegarse

fácilmente reflejan la luz. Presentan una opalescen­

cia en la que juegan reflejos irisados. En algunas

partes de Italia, las mujeres l.tilizarían estas lentejas

para convertirlas en collares. H. Lee ha visto algunos

de este tipo en Génova. Ocurriría lo mismo en el

tratamientos aún más radicales.

Sin duda, la imaginación ha estado más discreta

con los ojos y con la mirada que con los tentáculos y

las ventosas. No obstante, la constancia con la que

agrandó los unos o se conmovió con la otra, de­

muestra que también fue impresionada por ellos.

Además, no se equivocó al humanizarlos. Estos ojos,

efectivamente, poseen una apariencia hUffima, \0

cual no hace más que reforzar la manera que tiene de

usarlos un depredador siempre en acecho y vuelto

casi invisible tanto por su inmovilidad como por sus

aptitudes miméticas excepcionales. La vÍCtima no ve

más que ellos y cuando ya es tarde. El hombre no

está acostumbrado a que lo miren de esta manera.

Ciertamente, los ojos del pulpo no constituyen ór­

ganos tan singulares y tremendos como las ventosas

montadas en correas, pero se diferencian sufi­

cientemente de los ojos de los animales marinos para

que la fabulación, naturalmente excitada, no haya

podido desdeñarlos. Además, le basta el menor tram­

polín. En caso de necesidad, se conforma con un sín­

toma que la confunde, tal como sucedió para un últi­

mo carácter retenido por la leyenda: la salacidad del

pulpo.

38 Biblioteca de México

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SALVADOR DíAZ MIRÓN*

(1853-1928)

DISCURSO-HOMENAJE EN LA MUERTE DE VíCTOR HUGO

(Sesión del 23 de mayo de 1885)**

Señores diputados:

El mundo civilizado ha sufrido

ayer una verdadera decapitación:

Victor Hugo, la más grande y la

más pura de cuantas glorias han

ilustrado la Tierra, ha muerto.

Cábeme la honra altísima de

pedir a la Cámara que apruebe,

con dispensa de trámites, la pro­

posición a que la secretaría aca­

ba de dar lectura, y que ha sido

inspirada por el sentimiento de

que esta Asamblea, representa­

ción del pueblo mexicano, a

quien amó y admiró el difunto

bardo, debe hacer una solemne

manifestación de duelo ante ese

inmenso eclipse de sol que ha

privado de tanta luz al ingenio

humano.

Pontífice de los místicos idea­

les que se ciernen por encima de

las almas, como esas radiantes e

informes condensaciones de ma­

teria cósmica que flotan en el éter

infinito, y de las cuales se des­

prende, acaso a cada instante,

un astro como una lágrima de

oro; profeta épico a quien Dios

había dado la sonora trompeta , a

• Salvador Díaz Mírón, Poesía completa, recopilación , introducción , bibliografía y notas de Manuel Sol , Letras mexicanas, Fondo de Cultura Económica, México, 1997, 644 pp .

•• Diario de los Debates de la Cámara de Diputados, México, Imprenta de G. Horcasitas, 1885 p. 624.

cuyos recios sonidos vienen a tie­

rra los muros de las ciudades

antiguas; Victor Hugo era el mag­

nífico resumen de todas las aspi­

raciones modernas , como el

hombre es el vivo compendio de

todos los esfuerzos geológicos;

como la República es el brillante

resultado de todas la evoluciones

históricas; como Dios es la supre­

ma síntesis de todos los princi­

pios universales.

¿Quién podría enumerar las

ideas redentoras que han ger­

minado en el cerebro del inmortal

poeta, y que en incomparables

músicas han brotado de sus

labios, para dilatar sus luminosas

gamas por los espacios del hu­

mano espíritu? ¡Eso sería casi

tan difícil como contar las estre-

39 B ibliot eca de México

lIas, por la mano de Dios espar­

cidas en las inmensidades del

cielo; esas misteriosas estrellas

que vemos brillar en la pompa

nocturna, única capilla ardiente

digna de tan insigne muerto!

Francia, por su parte, merece

que le tributemos, ante el cadáver

de su divino hijo, un homenaje de

consideración y de amor: Francia

es la nación sagrada; Francia se

distingue de todas las demás na­

ciones en que sus grandes movi­

mientos no son movimientos

nacionales, sino movimientos hu­

manos; Francia ha dado al mundo

las tablas de la nueva ley desde el

más alto, desde el más fulgurante

Sinaí que han visto los siglos;

Francia ha sido el Cristo armado,

el Mesías redentor de todos los

pueblos oprimidos, el caballero

andante de la libertad humana;

Francia, en fin , es la suprema re­

presentación de la raza latina.

Pero, en realidad , estoy ha­

blando estérilmente; apoyar una

proposición conducente a que

hagamos una manifestación de

dolor por el fallecimiento de Victor

Hugo, es fatiga inútil ; es más,

acaso; es, quizá, infligir una ofen­

sa a esta ilustrada Cámara. Para

conseguir el objeto, basta la sim­

ple moción.

Señores diputados: itomemos

nuestra parte en este inmenso

luto de la humanidad; hagamos

nuestro deber en la fúnebre con­

sagración del semidiós de la ra­

za latina!

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Saltó de la cama. Tentaleando, volcó el vaso sobre

la mesilla y sintió caer, en la oscuridad, el hilo de

agua.

Nurica pudo hallar la pantufla del pie derecho (o

del izquierdo).

Cón una pantufla en un pie y un zapato en el

otro, el espacio ofrece una cuarta dimensión. A tra­

vés de esta dimensión , dio con la cabeza en la luna

del armario y todavía tropezó tres veces antes de

alcanzar el tirante de la persiana.

Pleno día, de luz amarilla y grosera. Rechinaban

las golondrinas. Frente a la ventana -nueva geórgi ­

ca- la acacia casada con el farol , suma del paisaje

madrileño.

En el grífo de la fría , no había agua; y en el de la

calíente, helada. Allí se dejó el torpor del sueño,

aligerados los párpados y la nuca.

La hora del desayuno no tiene sorpresas. Y el pe­

riódico de la mañana es un amigo bilioso, solterón.

¡Solterón!

La palabra se le quedó en el hueco del alma, y

estaba timbreando todavía cuando se asomó a la

ventana, para consultar la hora -en las nubes!

Poco a poco, su ánimo empezó a brillar como un

espejo sin vaho. Las golondrinas venían casi a rayar

su frente. Llameaban, a lo largo de la calle, en los

terrenos sin construir, tres amapolas espontáneas,

casi intrusas. Y después, el campo desaparecía en el

mar del aire. La luz matinal reverberaba.

... y la conciencia del día aciago, solitario, mien­

tras la casa se gasta de desuso, el desorden irrumpe

por entre las cosas domésticas, diezma los ejércitos

de la cocina y confunde las reservas de arcas y

armarios .. .

• Alfonso Reyes. La ca.\O del grillo. colecc ión ··Lunes'·. Méx ico. D. F. . 1945. 48 pp.

ALFONSO REYES*

(1889-1959)

MARTES

Cuando vino /a maiiana que quería alborear,

salto diera de /a cama, que parece un gavilán .

Un día amanecen todas las corbatas raídas, tras­

pillado el gabán, y desvencijado el si llón; y a un

mismo tiempo, hay que reponer los pequeños uten­

silios de vestir, comer y dormir, faltos todos de pro­

videncia. Así sucumbe todo, sin la restauración

incesante del hilván, remiendo y zurcido, meneste­

res de esposa, de santa y de araña.

y grito de pronto, amenazando a la calle con el

puño cerrado:

- ¿ Yo vivir solo? ¿Yo no tener a quien decir:

"Cósanme este botón"?

Y, a los pocos meses , se casaba.

~LFONSO R E Y E~

LA CASA

DEL GRILLO V/fi¡ETAS DE

ALBERTO BELTRAJv

COLECCION "LUNES" 5

MEXICO . O . P .

J!liS

40 Biblioteca de México

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JULIO TORRI*

(1889-1970)

LAS BARRIADAS

En los barrios bajos vive el pue- se, allá en su interior, de estas

blo, donde reside lo que consti- buenas gentes que sanamente

tuye la fisonomía y carácter pe- se injurian y abofetean por cau­

culiar de cualquier agrupación sas baladíes.

humana. El visitante extranjero Hoy en la Plaza de Mixcalco,

la semana próxima en la de Tala­

vera, luego en la Ramita y des­

pués en Santa Julia, a todos los

des de los estados. Son como

prolongaciones, en plena metró­

poli, de la vida provinciana . A los

ojos del observador menos aten­

to se revela este aspecto de la

barriada. Las casas son sólo de

un piso; por la calle mal empe­

drada nunca pasan automóviles .

que no vaya a los arrabales, co­

nocerá la ciudad de México, pe­

ro nada sabrá de lo que el pue­

blo de la capital de la República

tiene de pintoresco.

barrios les llega el turno de su ni simones; los chicuelos juegan

feria. No carece de atractivos . en mitad del arroyo; las gentes

Es preciso aventurarse por las

Gallejas del rumbo de San Anto­

nio Tomatlán , a la hora del me­

diodía, o pasear por el barrio de

la Merced, para enterarse de có~

mo viven nuestras clases infe­

riores. Creeréis hallaros en algu­

na ciudad de Oriente: bajo los

cálidos rayos del sol discurre

una abigarrada muchedumbre

en el más lastimoso estado de

miseria y desaseo. El olor nau­

seabundo de sus comidas os

hará huir más que de prisa . De

pronto, la gente se arremolina en

torno de dos valentones que se

acuchillan , o de dos mujerzuelas

que se desgreñan. Es una de

tantas riñas de mercado. Las pa­

labras injuriosas o zumbonas,

llenas siempre de agudeza, se

cambian ' entre los camorristas,

entre los mirones que en apre­

tado círculo se divierten a costa

ajena . Las pendencias de las

mujeres son particularmente

graciosas. El osado transeúnte

no puede menos de sorprender-

Julio Torri , El ladrón de ataúdes, Fondo de Cultura Económica, México, 1987, 72 pp.

una visita a la miserable feria de

arrabal. La plazoleta irregular se

anima con el gentío que pulula

entre las tiendas de lona. La no­

che está próxima y las lampa­

rillas de petróleo, con su luz

vacilante y roja, iluminan brutal­

mente las caras atezadas de los

pilluelos, los rimeros de naranjas

y dátiles, las ollas relucientes de

barro. En un extremo de la pla­

zuela se distingue la negra silue­

ta de un edificio del tiempo del

los virreyes; las sombras han bo­

rrado piadosamente la lepra de

la fachada, embadurnada de cal

en menguada hora; y las gracio­

sas proporciones de la fábrica

colonial regalo son de la vista .

Los vendedores vocean ale­

gremente sus mercaderías; y do­

minando sus gritos estridentes,

un organillo vierte, desde una

esquina próxima, su melancólica

música. Oíd : es un aire popular,

la A de lita , la canción que evoca

el camino polvoriento por donde

van al trote los indios cargados

con sus huacales.

Algunos barrios tienen la se­

renidad enervante de las ciuda-

viven en la cómoda sencillez de

costumbres de la aldea; en el

pesado silencio del villorrio se

destacan el ladrido de los pe­

rros, un aire vulgar de opereta'

que tararea una mujer del pue­

blo, las pisadas cada vez más

lejanas de un vagabundo.

La vecindad del campo acen­

túa la intervención de la natura­

leza en el paisaje. ¿Habéis expe­

rimentado alguna vez en las bulli­

ciosas calles de Plateros el me­

lancólico influjo del crepúsculo?

Seguramente que no; así como

tampoco paráis mientes, a diario,

en las infinitas variaciones que

tiene a ciertas horas nuestro es­

pléndido cielo de altiplanicie. En

cambio el que vive en los barrios,

aun cuando carezca del gusto por

la naturaleza, sentirá que ésta le

penetra su vida, con las matinales

sinfonías en rosa y perla, del am­

biente; con el sedante añil del

cielo, en el mediodía; con la gran

riqueza de tonalidades y finos ma­

tices, en la puesta del sol.

En los barrios se vive aún,

desde cierto punto de vista , en

plena Edad Media . Hay aspec-

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tos en la vida de las clases ile­

tradas que tienen la esponta­

neidad y la ingenuidad de los

tiempos medios.

Todos recordamos los recien­

tes milagros, que inusitadamen­

te en nuestra época, obraba una

imagen que se venera en la igle­

sia de la Candelaria de los Pa­

tos. La prensa diaria nos enteró

de que en torno a la capilla los

devotos formaban compacta

muchedumbre. En las calles ad­

yacentes se instalaron los pues­

tos de frutas, refrescos , etc., y

los vendedores ambulantes se

entregaron a un activo comercio.

y a no ser por la intervención de

las autoridades municipales, hu­

biéramos asistido a la formación

de una leyenda piadosa.

Yo he visto vender romances

impresos en pliegos sueltos;

quien en tanta castiza ocupación

se entretenía cantaba ante nu­

meroso concurso sus canciones.

Tenían éstas por asunto el des­

carrilamiento de Maltrata, la de-

sesperación del infeliz que se

arrojó desde una torre de Cate­

dral, el incendio del Palacio de

Hierro o La Colmena; o bien eran

de carácter puramente lírico (La

Valentina, La Juanita , etc.). Un

amigo mío ha sorprendido en los

barrios de esta ciudad nada me­

nos que una versión del bellísimo

romance de Gerineldos, que se

canta no sólo en la Península

nó vivamente la sensibilidad

popular, y que comenzaban de

esta manera: "El día nueve de

febrero / Todo el mundo se es­

tremece; / Porque comienza el

gran crimen / De mil novecientos

trece .. . " En general , el coplero del vul­

go trata únicamente de sucesos

recientes. Algunas veces la vena

regocijada de nuestro pueblo

Ibérica, sino también en el Brasil , aparece rebosante de ingenio y

las Islas Azores, y entre los ju- donosura , a todo propósito. Aun

díos españoles de Levante. Las los cantarcillos de pedir limosna

barriadas reservan aún muchas (que tienen el ilustre abolengo

sorpresas a los folkloristas. Y de las cantigas de ciegos y es-

Manuel M. Ponce ha mostrado

entre nosotros, con sus merití­

simas canciones, serenatas y

rapsodias, todo el partido que se

puede sacar de la música po­

pular mexicana.

El pueblo tiene sus poetas, las

más veces un ciego que tañe la

vihuela y canta sus coplas con

endeble voz. He oído algunas re­

lativas al asesinato del Presiden­

te Madero, suceso que impresio-

colares, del Arcipreste de Hita)

abundan en rasgos chistosos y

bufonadas. El buen humor de la

pobretería es patente así como

la generosa interpretación de la

vida, el sano optimismo, que

constituyen la filosofía del pue­

blo, y que tienen en la novela pi­

caresca española, y en sus deri­

vaciones mexicanas del Peri­

quillo, su más acabada expre­

sión artística.

ESTAMPA ANTIGUA

No cantaré tus costados, pálidos y divinos que

descubres con elegancia; ni ese seno que en los

azares del amor se liberta de los velos tenues; ni

los ojos, grises o zarcos, que entornas, púdicos;

sino el enlazar tu brazo al mío, por la calle, cuan­

do los astros en el barrio nos miran con picardía, a

ti linda ramera, ya mí, viejo libertino.

42 Biblioteca de Méx ico

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JAIME SABINES*

(1926-1999)

MAL TIEMPO

Animales simultáneos, los poetas , decentes o in , se Tú sólo mirarás las llamas, el resplandor instan-

reúnen gráficamente en las exposiciones del siglo. táneo de este fuego perpetuo que soy yo.

En el camino de las tentaciones siempre estará

presente tu imagen, desamada mía.

Yo soy sólo un investigador de la noche.

Cuando te beso allí es que estoy buscando, sin

darme cuenta, el refugio de la humedad primera, de

la ciega, tibia, infinita célula derramada, crecida.

En la insistencia de la muerte he visto el mismo

cuestionario tonto, la misma vieja preocupación de

los aspirantes: para las moscas encerradas en un

frasco es muy difícil ingresar a la vida.

¿Que voy a morir pronto? Lo sé. Siempre será

demasiado pronto. Por eso duermo poco, quiero

estar despierto a todas horas , morir con los ojos

abiertos para mirar un poco más.

En el final fue el verbo. En el principio fue el en­

tendimiento armonioso, el silencioso amor.

* Jaime Sabines. Nuevo recuento de poemas. Joaquín Morti z. Méx ico. 1977.

296 pp.

*

Ahora me pongo lentes para escribir. Es el 3 de

Enero de 1970. Próximamente cumpliré 44 años.

Desde hace dos o tres meses digo: ¿Llegaré a fin

de semana? No creo que tenga cáncer ni ninguna

otra enfermedad incurable, pero siento que de un

momento a otro me voy a desplomar. ¡ Veo morir la

gente tan fácilmente!

Por lo general no tengo miedo, pero a veces , en

la madrugada, hay una eternidad de pesadillas , me

alejo de mi cuerpo, estoy al acecho, espero el

¡basta ! definitivo. Y me tengo lástima: ¡es tan her­

moso todo! , ¡ amo tanto!

¡Qué remedio! Por todos lados veo venir mi ca­

dáver, pero se desvanece constantemente. No habrá

más que esperar, sentado a la puerta de mi casa ...

43 Biblioteca de México

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ERNESTO DE LA PEÑA

1927

FERNANDO DEL PASO EN SU REINO*

Las más hondas manifestaciones

de la novelística nos han acos­

tumbrado a que el cosmos en su

totalidad puede estar comprendi­

do en un texto. Una teoría herma­

na afirma que todos los hechos

de la cultura y de la vida están

interrelacionados y que, por con­

siguiente, tienen efecto unos en

los otros y en cierta medida se

determinan recíprocamente. El

tañido de una diminuta campana

en un sótano ultima a un manda­

rín lejano.

Las obras de la imaginación

ocupan un lugar de privilegio

comparable al del propio creador

universal , ya que cada artista

(sobre todo el escritor, porque la

• Discurso en el ingreso del escritor Fer­nando del Paso a la Academia Mexicana de la Lengua.

literatura es el arte de mayor es­

pecificidad e intencionalidad

más explícita) ordena, articula ,

combina y omite a su arbitrio

datos y pormenores que convie­

nen o no a la estructuración de

su texto. Obras como Genji Mo­

nogatari, Gargantua et Panta­

gruel, El ingenioso hidalgo don

Quijote de la Mancha, Tristram

Shandy, La guerra y la paz, A la

recherche du temps perdu,

Horcynus Orca o Ulysses, para

citar sólo algunos casos emble­

máticos, son galaxias plurimem­

bres que acuñan las reglas gra­

vitatorias, el magnetismo y las

normas de interrelación de sus

unidades constitutivas. Y así co­

mo en el universo físico existe

un grado determinado de azar

que contribuye a la labilidad de

44 Biblioteca de México

cualquier sistema físico, en las

novelas totalizadoras también

suele colarse algo imprevisto

como principio de incertidumbre.

De otra manera se caería en un

esquematismo seco y muy ex­

traño a nuestra condición huma­

na. El propio cosmos físico ado­

lece de imprecisiones y está so­

metido a un proceso repetitivo

de expansión y disolución. Cier­

ta vieja cosmogonía oriental afir­

ma que la totalidad del cosmos

viajará a la nada (la Mahapra­

laya) aunque a esta extinción ha

de seguir, quizás, una restitu­

ción . El arte, eco transformador,

creador de la realidad , terminará

su vigencia cuando mueran los

hombres.

Fernando del Paso se yergue

en su obra , tras la cual induda-

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blemente estuvieron las pregun- Paso la agudeza literaria que dis­

tas más dolorosas: ¿para qué pone a su arbitrio de un lenguaje

escribir? ¿qué sentido tienen la sin término y la vocación artística

creación, la fabulación? ¿es sufi- . integral de convertir su vehículo

ciente dejar un indicio, afincar un de expresión, el propio lenguaje,

testimonio, para intervenir creati- en el conducto privilegiado para

vamente en el curso del deve- decir el mundo, para expresar y

nir? Arte, filosofía, ciencia , reli- analizar la vida. Por el ámbito (el

gión, responden de manera afir- hambre ecuménica que sabe

magna extensión en que se ma­

nifiesta, está la voluntad de for­

ma y la visión clara de una es- .

tructura novelística de muy diver­

sos niveles imbricados unos en

los otros, donde la tenuidad de la

subordinación hace pensar en un

denodado prurito de hacer que el

lector contribuya mediante sus mativa porque tienen la certi- descubrir lo cósmico en lo míni- . preferencias a establecer una

dumbre muy válida de que sU mo), esas tres novelas de Del Pa- gradación. El texto, terso, a me-respuesta a la interrogante es in­

dudablemente, si no definitiva y

perenne, la huella indeleble que

so están empeñadas en la misma

Ud . Encuentro en ellas, en estre­

cha similitud con las obras que

nudo luminoso y siempre de in­

sólita efectividad , tiene la apa­

riencia de una superficie homó-el hombre deja de su paso por la cité · al principio, un propósito re- loga sin ninguna solución de con­

vida. Es, de manera contradic- suelto de abarcar la totalidad sin tinuidad. No conozco otro caso

toria y paradójica, el instante de reducirla , sino al contrario , recon- en la literatura mexicana en que

eternidad que tiene todo lo efí- figurándola en tres parajes en las diferentes lecturas de un mero. La obra de Fernando del

Paso es una demostración irre­

futable de este aserto. Lo es por

su proyección, el uso del lengua­

je y el eco universal de la estruc­

tura. Reflexivo, responsable de

que coexisten, inseparables, el

ser y el decir.

. Una de las virtudes que más

aprecio en este escritor impar es

la morosidad, la falta de prisa , el

empleo inteligente, pertinente

su creación , no se ha prodigado del tiempo para no dejar un solo

valiéndose exclusivamente de . cabo suelto en el desarrollo de

las grandes luces de su ima- tramas · peculiarmente comple­

ginación y de su envidiable do- jaso En esos tres poemas en

minio de la lengua. Como las prosa no sé qué admirar más si

constelaciones, ha trabajado sin el maridaje cabal de situación ,

prisa, pero sin pausa . personaje y entorno o el lujo in-

Tres obras fundamentales for- terminable de un español sin

man la parte medular del opu- cortapisas. El lenguaje de Del

lento reino de Fernando del Pa­

so: José Trigo, Palinuro de Mé­

xico y Noticias del Imperio. Tres

novelas encomiablemente ambi­

ciosas que contienen, cada una a

su manera, y en su propia cir­

cunstancia, una visión totaliza­

dora de la realidad real y de la

realidad ficcional. Y debo decir,

de una vez por todas, que lo ad­

mirable, lo envidiable de la crea­

ción de Del Paso se nutre por

igual de todas las disciplinas en

que ha incursionado siguiendo su

omnívora curiosidad, su interés

siempre despierto por el ser y el

hacer del hombre. En muy pocos

casos de las letras coexisten con

tal intensidad como en el de Del

Paso otorga carta de ciudadanía

a todos los matices y niveles de

nuestra lengua, creando un es­

pacio sagrado donde resuenan

por igual , con sus propios a·rmó­

nicos, los tecnicismos ferrovia­

rios, los cultismos científicos de

la medicina, las quejumbres pa­

sionales, los denuestos, las re­

clamaciones amorosas y la ex­

presiva jerigonza con que nos

comunicamos cotidianamente ,

para no mencionar el inderrota­

ble lirismo de la locura de amor.

Suena, pues, casi a lugar co­

mún decir. que el verdadero hé­

roedee~astresobrns cumbffis

es el idioma. Pero hay que aña­

dir que detrás de él, en toda la

45 Biblioteca de México

mismo pasaje se puedan justi­

ficar con mayor rotundidad .

Pero esta hazaña indisputa~

ble, que para el texto literario

colma las medidas, no se de­

tiene en su propia valía: en el

fondo de su primera novela ,

José Trigo , ambientada delibe­

radamente en un medio paupé­

rrimo de recursos y de relieve

social , Del Paso sitúa tal vez la

disquisición más grave en torno

al ser humano. El personaje

epónimo es objeto de dudas

radicales porque aluden a la

hondura del ser ¿cuál es su fiso­

nomía verdadera? ¿puedo tener

la certidumbre de conocer y

haber tratado a José Trigo? En

una palabra: se nos plantea uno

de los problemas más viejos de

la filosofía : el de la certidumbre

del conocimiento, el problema

gnoseológico fundamental : los

datos de los sentidos, las coin­

cidencias, el consenso con los

demás, todos los puntos de apo­

yo que abonan una certidumbre

determinada pueden resquebra­

jarse (y suelen hacerlo) ante

cualquier pregunta que ponga

en crisis los fundamentos de mis

o tus asertos. Un kantiano diría,

en contra de cualquier opti~

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mismo, que el noúmeno se yer­

gue impertérrito en su reino ,

solapado por el fenómeno.

y si es verdad , como se ha

afirmado, que la novela es la

epopeya moderna, el final de Jo­

sé Trigo es un colosal contra­

punto épico entre el personaje

epónimo y Luciano, y esta suer­

te de contradiálogo silencioso

nos sacude al escuchar el canto

antifonal que entonan vencedo­

res y vencidos, vivos y muertos,

unidos por el previsible final que

la vida nos depara a todos. Y

paralelamente nos duele la acer­

ba verdad social del relato.

Pero por encima de estas pro­

yecciones, los personajes de Del

Paso viven su vida pluralmente,

con la pluralidad que les da una

urdimbre textual que con minu-

mes diversos que dan color y

sentido a este individuo que,

pese a ser el epónimo del texto,

disputa con el iluminado Luciano

el primer lugar. Debería decirse

que es una novela con protago­

nista desplazado. A pesar de

que. sus acciones son menudí­

simas y que las de Luciano pro­

ducen resultados especta­

culares en su medio, la novela

recibe el nombre del desfavore­

cido como para indicarnos que la

casi microscópica estatura de

José Trigo reclama sus dere­

chos artísticos, fundamentados

en la concepción filosófica y las

exigencias de la urdimbre ma­

gistral de la novela. José Trigo y

el carismático Luciano, el indi­

viduo sin palabras y el que las

emplea vocacionalmente ante

mente la información y las viven­

cias. Colosal poema del conoci­

miento, pero del éonocimiento

científico, epistemológico, pare­

ce basarse en la admonición de

Píndaro:

iAlma mía! iNo te apresures a la

vida inmortal agota

antes todo lo factible!

Estudiantes como Palinuro y

muchachas como Estefanía, la

propia equívoca duplicidad del

personaje que da nombre a la

novela, las argumentaciones, los

ergotismos, las digresiones y va­

riantes, en una palabra, toda la

sal y pimienta que forman la pul­

pa de la conversación vivaz de

una cotidianidad novelesca apa­

recen magistralmente tratados

cia los va poniendo en contacto, los demás son, ni más ni menos, en las reflexiones y los ires y ve­

próximo o distante, con la rea- dos destinos humanos que se nires de estos individuos. Y no

lidad total , con el mundo his- entrecruzan. Pero José Trigo so- es menor la sapidez de un in­

tórico en que se mueven al lado mos nosotros, todos los hom- cesto abrazado con un fervor

de los demás seres humanos bres de este malhadado mundo comparable al de El hombre sin

con quienes se interrelacionan

en el decurso de los tiempos, las

generaciones y el azar, a través

de las sigilosas asechanzas de

la circunstancia y de la herencia.

José Trigo, en la poética de

Fernando del Paso, es el gran

poema del conocer, la esplen­

dorosa hazaña gnoseológica: to­

dos los individuos, pese a su

rotundidad inmediata, engaño­

sa, pueden suscitar razonables

dudas en torno a su .sustancia.

Más que nada inquietan al lector

atento bajo cuyos pies el suelo

parece movedizo pues los per­

sonajes se escapan por los pun­

tos de fuga de un texto admi-

sublunar:

y nosotros que éramos José Tri­

go, nosotros estábamos allí , en el

atrio del templo de Santiago y

vimos acercarse a los hombres,

vimos las antorchas, vimos las

banderas rojinegras y fuimos un

hombre bañado por la luz: así nos

vieron , así nos viste tú, tú que

tenías mil caras también bañadas

por la luz de las antorchas, y así

nos vimos nosotros, reflejados

dos veces en tus ojos y mil veces

despedazados en los cristales de

sudor que cubrían tu piel , la piel

de una y de otra cara

atributos. Junto a los pormeno­

res que dan un tinte capitalino a

la novela, en el mismo ámbito

resuena un aliento universal , co­

mo si se nos dijera tácitamente

que, por momentos, ese México

es Kakania , pero de modo per­

manente es el mundo entero.

No hay que perder de vista

que, a pesar de la realidad uni­

versal anterior, Fernando del

Paso hace novelas que trans­

curren o que tienen vínculos pro­

fundos con la Ciudad de México

y que el interés de la acción y el

medio en que se desenvuelven

tienen prioridad. Por esta razón,

las tres obras que estoy consi-

rabie. Para consolidar la audacia derando nos dan noticias pun­

del trazo, José Trigo se va de- Palinuro de México, suma de sa- tuales de la pluralidad de sitios y

lineando ante nuestros ojos por beres y sabidurías, entreteje los lugares que recorren los perso-

la pluralidad mínima de sus ac- datos de una erudición pasmosa najes y nos sumergen en la inte­

rioridad de hombres que viven y ciones mínimas. Todas y cada

una de ellas son objeto de co­

mentarios, de glosas, de chis-

con las andanzas de un indivi-

duo, o varios, que están dis- sufren sus pasiones ante noso­

puestos a agotar simultánea- tros. Esta doble capacidad es,

46 Biblioteca de Méx ic o

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tal vez, el factor fundamental de

la grandeza de este escritor. Y si

bien la vocación médica de los

personajes de Palinuro de Méxi­

co nació y creció en la vieja

Facultad de Medicina, en la "ca­

sa chata", en ella podemos oír

ecos de la escuela hipocrática,

de las hipótesis y teorías de Sa­

lerno, algunos postulados cientí -

ficos de Montpellier y, al mismo

tiempo, los hallazgos de una po­

liclínica contemporánea.

El verdadero triunfo, sin embargo,

estaba siempre a la misma dis­

tancia y para alcanzarlo, y como

todo caballero camino al paraiso,

como toda alma musulmana que

se dirige a la cima de la montaña

del Jacinto, como todo espíritu

hebreo que se encamina al Mi­

draskh Konen , Palinuro supo que

debería primero triunfar en todas

las pruebas que le prescribiera la

providencia después de contestar

al llamado al héroe y de recono­

cer el disfraz, miserable del por­

tador del destino, que bien po­

dría, por ejemplo, aparecer con la

forma de una ranita de tela sinté­

tica que diera saltos sinópticos

mientras cantaba: iCro-Cro, Cro­

Cro-Crolán!

Fernando del Paso

En Noticias del Imperio, Del

Paso dice, Carlota está condena­

da irremediablemente porque co­

metió el único delito imperdona­

ble para el ser humano: vivir den­

tro de la insania de sus propios

sueños, tramar con ellos la ur­

dimbre de sus días y relegar

tiempo y espacio al desván de

las cosas inútiles: sólo existe el

presente eterno en que se mez­

clan predicciones y memorias,

intuiciones superiores al conoci -

miento y visiones que no necesi­

tan justificación fáctica . Senten-

la emperatriz de México no bus­

ca redención alguna porque la

lleva en sí misma.

Porque ni el dia ni la noche se in­

ventaron para los sueños. Ni las

luces del amanecer pueden con­

tarnos cómo nacen los sueños de

sus cenizas, ni la penumbra del

ocaso cómo los sueños se con­

sumen en llamas. Porque por los

sueños no pasa el tiempo, no se

inventaron para ellos ni el sol ni

las estrellas y ni los granos de oro

de los relojes de arena pueden

contarnos cómo se desmoronan

los sueños para hacerse sueños

de nuevo, ni las lágrimas lentas

de las clepsidras pueden decirnos

cómo se ahogan los sueños en su

propio llanto, en su propia risa, en

su locura y su lucidez, en sus pro­

pios sueños como en las sombras

y el resplandor de una noche y un

mediodia sin fin y sin principio que

danzan y se aman y se confunden

para celebrar las bodas eternas

de la luz y las tinieblas.

ciada como Segismundo al pe - Este tercer poema, el de la cer­

renne crepúsculo de su fantasía , tidumbre de la verdad más pro-

47 Biblioteca de México

funda , la de nuestra insania, la

de nuestra contingencia, nos de -

ja sin respuesta porque no he­

mos franqueado el umbral de

cierta cordura tranquilizadora .

La inveterada enemistad que se­

para a la pasión y el conocimien­

to no puede atemperarse me­

diante la simple voluntad . Car­

lota de México pagó con su pro­

pia vida haber vislumbrado, uni­

dos de nuevo, los dos hemisfe­

rios de nuestra condición huma­

na. Valdría la pena preguntarse

si el panorama que descubrió

compensa el tributo, el sacrificio

de la satisfacción cotidiana y la

armonía superficial de lo social -

mente conveniente. Tengo para

mí que esta mujer eligió el mejor

partido en una causa perdida de

antemano.

Proclamemos, pues, nuestra

entusiasta gratitud a Fernando

del Paso por habernos descu­

bierto estas certidumbres y ha­

bernos instilado una duda que no

vacila en afirmar su coherencia.

¡Muchas gracias, Fernando,

y bienvenido a casal

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MARCO ANTONIO MONTES DE OcAIr

(1932-2009)

LECTURA DE HENRI MICHAUX

Invento cebras de difícil ejecución. La receta posee

aspectos de magia, pero en sí misma no encierra

problemas avasalladores: se toma un poco de ce­

bolla, una pizca de sal; se agrega un caballo blanco

y mis huellas digitales -ya crecidas- que al im­

primirse sobre el caballo blanco consuman el pro­

digio con maestría infalible: las huellas crecidas se

adhieren al nuevo cuadrúpedo y ya tenemos ante la

vista una verdadera cebra. Por otra parte los muer­

tos que maté al morir aman mis huellas digitales

pero las ceden para cumplir la maravilla antes des­

crita por la gracia de atávicos poderíos infusos. No

hablaré esta vez de mis edificios de jirafas preña­

das que también los muertos admiran con fervor

candente. Dejo de lado mis rascac ielos de pegasos

ya que dulces muertos que nadie siembra, los aman

todavía, aunque sean mirados con venenoso rec~lo .

i Pobres muertos! Les llevan flores pero ellos

permanecen horizontales y por lo demás bastante

activos en la circunscripción adorable de su inagia

portentosa. De todos modos ahí están los difun­

titos, pálidos y podridos pero felices porque sus

rostros aún no les han estallado. Los vivos que se

atan en parejas bajan al pueblo con la piel dorada y

con musgo en las uñas; siempre dueños de sí, sim­

plones y perdidos en asuntos estúpidos que los

retienen por modo indecible. Algunos muertos van

a la iglesia con la mitad de sus facciones en la nuca.

Ustedes saben : un ojo adelante, otro atrás, como si

al no mirar su retaguardia el pasado se esfumara, el

persistente pasado que gotea lámparas para que

nadie resbale en su travesía por el desfiladero de la

• Marco Anton io Montes de Oca. VII truello 1II1 resplandor y ILlego nada.

VerdehaJago, UAM, UAP, México. 2002. 146 PP

experiencia. Sin embargo algunos muertos triunfan

al tejer sus cabe lleras como pabellones bélicos.

Siempre ocupan la vanguardia contra los muertos

enemigos. En caso de morir de nuevo, desaparecen

al instante. Cuando los muertos guerrean -se me

olvidaba recordarlo- lo hacen en cami lla. Entonces

el grupo golpea, como un persistente pleamar bos­

coso, bajo el mando de un mariscal ahorcado.

Henri Michaux

48 Biblioteca de México

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JOSÉ ASUNCiÓN SILVA * (1865-1896)

LA PROTESTA DE LA MUSA

En el cuarto sencillo y triste, cer­ca de la mesa cubierta de hojas escritas, la sien apoyada en la mano, la mirada fija en las pági­nas frescas, el poeta satírico leía su libro, el libro en que había tra­bajado por meses enteros.

La oscuridad del aposento se iluminó de una luz diáfana de madrugada de mayo; flotaron en el aire olores de primavera, y la Musa, sonriente, blanca y grácil, surgió y se apoyó en la mesa tos­ca, y paseó los ojos claros, en que se reflejaba la inmensidad de los cielos, por sobre las hojas recién impresas del libro abierto.

-¿Qué has escrito? .. -le dijo. El poeta calló silencioso, trató

de evitar aquella mirada, que ya no se fijaba en las hojas del libro, sino en sus ojos fatigados y tur­bios . ..

-Yo he hecho -contestó, y la voz le temblaba como la de un niño asustado y sorprendido-, he hecho un libro de sátiras, un libro

* José Asunción Silva, Poemas y prosas, Editorial Norma, Bogotá, Colombia, 1990, 116 Y 118 pp.

de burlas.. . en que he mostrado las vilezas y los errores, las mi­serias y las debilidades, las faltas y los ' vicios de los hombres. Tú no estabas aquí... No he sentido tu voz al escribirlos, y me han inspirado el genio del odio y el genio del ridículo, y ambos me han dado flechas , que me he divertido en clavar en las almas y en los cuerpos, y es divertido ... Musa, tú eres seria y no com­prendes estas diversiones; tú nunca te ríes; mira, las flechas al clavarse herían y los heridos ha­CÍan muecas risibles y contrac­ciones dolorosas ; he desnudado las almas y las he exhibido en su fealdad, he mostrado los ridícu­los ocultos, he abierto las heridas cerradas; esas monedas que ves sobre la mesa, esos escudos bri­llantes son el fruto de mi trabajo, y me he reído al hacer reír a los hombres, al ver que los hombres se ríen los unos de los otros. Mu­sa, ríe conmigo ... La vida es ale­gre.

y el poeta satírico se reía al decir esas frases, a tiempo que

49 Bibliote ca d e México

una tristeza grave contraía los labios rosados y velaba los ojos profundos de la Musa ...

-jOh profanación! - murmuró ésta, paseando una mirada de lás­tima por el libro impreso y viendo el oro-; joh profanación! , ¿y para clavar esas flechas has empleado las formas sagradas, los versos que cantan y que ríen, los aleteos ágiles de las rimas, las músicas fascinadoras del ritmo? ... La vida es grave, el verso es noble, el arte es sagrado. Yo conozco tu obra. En vez de las pedrerías brillantes,

José Asunción Silva, a los 4 ai'los

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José Asunción Silva

de los zafi ros y de los ópalos, de los esmaltes policromos y de los camafeos delicados, de las filigra­nas áureas, en vez de los encajes que parecen tejidos por las hadas, y de los collares de perlas pálidas que llevan los cofres de los poe­tas, has removido cieno y fango donde hay reptiles, reptiles de los que yo odio. Yo soy arrilga de los pájaros, de los seres alados que cruzan el cielo entre la luz, y los inspiro cuando en las noches cIa­ras de julio dan serenatas a las es­trellas desde las enramadas som­brías; pero odio a las serpientes y a los reptiles que nacen en los pantanos. Yo inspiro los idilios verdes, como los campos floreci­dos, y las elegías negras, como los paños fúnebres, donde caen las lágrimas de los cirios ... , pero no te he inspirado. ¿Por qué te ríes? ¿Por qué has convertido tus insultos en obra de arte? Tú podrías haber cantado la vida, el rril sterio profundo de la vida; la inquietud de los hombres cuando piensan en la muerte; las conquis­tas de hoy; la lucha de los buenos; los elementos domesticados por el hombre; el hierro, blando bajo su mano; el rayo, convertido en su esclavo; las locomotoras, vivas y audaces que riegan en el aire penachos de humo; el telégrafo, que suprime las distancias; el hi lo por donde pasan las vibraciones rrilsteriosas de la idea. ¿Por qué

has visto las manchas de tus her­manos? ¡Por qué has contado sus debilidades? ¿Por qué te has en­tretenido en clavar esa flechas, en herirlos, en agitar ese cieno, cuan­do la misión del poeta es besar las heridas y besar a los infe lices en la frente, y dulcificar la vida con sus cantos, y abrirles, a los que yerran', abrirles amplias, las puer­tas de la Virtud y del Amor? ¿Por qué has seguido los consejos del odio? ¿Por qué has reducido tus ideas a la forma sagrada del ver­so, cuando los versos están he­chos para cantar la bondad y el perdón, la belleza de las mujeres y el valor de los hombres? Y no me creas tírrilda. Yo he sido tam­bién la Musa inspiradora de las

estrofas que azotan como látigos y de las estrofas que queman co­mo hierros candentes; yo soy la musa Indignación que les dictó sus versos a Juvenal y al Dante; yo inspiro a los Tirteos eternos; yo le enseñé a Hugo a dar a los alejandrinos de los Castigos c1ari­neos estridentes de trompetas y truenos de descargas que humean; yo canto las luchas de los pue­blos, las caídas de los tiranos, las grandezas de los hombres li­bres ... pero no conozco los insul­tos ni el odio. Yo arrancaba los carte lones, que f ij aban manos desconocidas en el pedestal de la estatua de Pasquino. Quede ahí tu obra de insultos y de desprecios,

50 Biblioteca de México

que no fue dictada por mí. Sigue profanando los versos sagrados y conviértelos en fl echas que hie­ran, en repti les que envenenen, en Inris que encarnezcan, remueve el fango de la envidia, recoge cie­no y arrójalo a lo alto, a riesgo de mancharte, tú que podrías llevar una aureola si cantaras lo subli­me, acti va las envidias dormidas. Yo voy a buscar a los poetas, a los enamorados del arte y de la vida, de las Venus de mármol que sonríen en el fondo de los bos­ques oscuros, y de las Venus de carne que sonríen en las alcobas perfumadas; de los cantos y de las músicas de la naturaleza, de los besos suaves y de las luchas ás­peras; de las sederías mult icolo­res y de las espadas severas; ja­más me sentirás cerca para dic­tarte una estrofa. Quédate ahí con tu Genio de l odio y con tu Genio del rid ícul o.

y la Musa gráci l y blanca, la Musa de labios rosados, en cuyos ojos se reflejaba la inmensidad de los cielos, desapareció del aposento, llevándose con ell a la luz diáfana de la alborada de Mayo y los olores de pri mavera, y el poeta quedó solo, cerca de la mesa cubierta de hojas escritas, paseó una rrilrada de desencanto por el montón de oro y por las pág inas de su libro satírico, y con la frente apoyada en las manos sollozó desesperadamente.

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MACEDONIO FERNÁNDEZ*

(1874-1952)

CARTA A BORGES

esa calle por comodidad, quejáronse de que

se la mantenía tan oscura que escaseaba la

luz para su trabajo y se veían forzados a asal­

tar de día, cuando debían descansar y dormir.

Querido Jorge Luis: De modo que la calle Coronda antes era ésa y frecuentaba ese paraje, pero ahora es

Iré esta tarde y me quedaré a cenar si hay otra; creo que atiende al público de 10 a 4,

inconveniente y estamos con ganas de tra- seis horas. Lo más del tiempo lo pasa cruza­

bajar. (Advertirás que las ganas de cenar las da de veredas en alguna de sus casas: quizá

tengo aun con inconveniente y sólo falta ase- anoche estaba metida en lo de Galíndez: ese

gurarme las otras). día le tocó a él vivir en la calle.

Tienes que disculparme no haber ido ano- Es por turnos Y éste es el de que yo me

che. Soy tan distraído que iba para allá y en el calle.

camino me acuerdo de que me había que­

dado en casa. Estas distracciones frecuentes

son una vergüenza y me olvido de avergon­

zarme también.

Estoy preocupado con la carta que ayer

concluí y estampillé para vos; como te en­

contré antes de echarla al buzón tuve el atur­

dimiento de romperle el sobre y ponértela en

el bolsillo: otra carta que por falta de dirección

se habrá extraviado. Muchas de mis cartas no

llegan, porque omito el sobre o las señas o el

texto. Esto me trae tan fastidiado que rogaría

que se viniera a leer mi correspondencia en

casa.

Su objeto es explicarte que si anoche vos y

Pérez Ruiz en busca de Galíndez no dieron

con la calle Coronda, debe ser, creo, porque la

han puesto presa para concluir con los asaltos

que en ella se distribuían de continuo. A un

español le robaron hasta la zeta, que tanto la

necesitan para pronunciar la ese y aun para toser. Además los asaltantes que prefieren

• Macedonio Fernández. Papeles de Macedonio Femández. Editorial Universitaria de Buenos Aires. 1967. 128 pp.

M.

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ÁNYELOS SIQUELIANÓS *

(1884-1951)

JOHN KEATS

En la ancha, luminosa, playa de Pilos yo pensaba

en que vendrías de compañero

en la alta nave de Mentor anclada ya muy tarde

en brazos de la arena.

Ligados con la amistad alada de los efebos,

que vuelan con los dioses,

iríamos a los asientos de piedra, que el tiempo

y el pueblo han vuelto lisos,

y veríamos al hombre que sobre su tercera estirpe

gobernaba sereno,

cuya palabra, en la vejez, hacía rebosar su corazón

de viejas y piadosas sentencias ...

En el sacrificio a los dioses de las novillas de tres años

nos hallaríamos, al alba,

y oiríamos el grito que alzaron las tres hijas

cuando el hacha chirrió,

los ojos de cejas negras, y de mirada lenta, de pronto

en la tiniebla ahogándolos,

con la pálida medialuna de los cuernos sin vida,

forrados de oro . ..

En tu virginal baño , como la hermana en un hermano,

mi amor pensó,

cuando desnudo te lavaría y con bella túnica

te vestiría Policasta.

Pensaba en despertarte, empujándote con el pie,

en cuanto despuntara el alba,

para no perder tiempo, puesto que uncido espera

el luminoso carro.

* Ocho poetas (griegos) del siglo xx, prólogo, introducción y traducción de Ramón Irigoyen, Mondadori . España, S. A .. 1989,280 pp.

52 Biblioteca de México

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y todo el día, en silencio, o con palabras llanas,

que vienen y se van,

guiaríamos los caballos, que sacuden el yugo sin cesar

a un lado y a otro.

Pero más pensaba en cuando esos ojos

que tienes de ciervo

en el palacio de Menelao se olvidaría en el bronce

y en el oro radiante

y observarían firmes, hundiéndolos en el fondo

tenaz de la memoria,

los macizos ámbares, el nácar blanco o verdoso,

las historiadas platas.

Pensaba en cuando inclinándome al oído te diría muy bajo

con lenta voz:

Conserva tus ojos, querido, porque en breve aparecerá

ante nuestros ojos Helena,

frente a nosotros aparecerá la única hija del Cisne

en breve, aquí delante,

y entonces sí en el río del Olvido

hundiremos los párpados.

Te me apareciste así de esplendoroso; y ¡qué herbosos caminos

me llevaron a ti!

Las lIameantes rosas, que esparcí por tu tumba,

y Roma florece para ti,

me muestran tus aúreas canciones, como los cuerpos,

fuertes y armados,

que en tumba antigua recién descubierta miras intactos y apenas

[ vistos

se hunden perdidos-

y el precioso tesoro de Micenas, que pensaba

depositar ante ti ,

las copas, las espadas y las anchas diademas­

y en tu belleza muerta

una máscara, como la que cubriera bajo tierra

al rey de los Aqueos,

toda de oro y arte, trabajada a martillo,

a la luz de la muerte.

53 Biblioteca d e México

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VICENTE HUIDOBRO*

(1893-1948)

ALTAZOR

PREFACIO

Nací a los treinta y tres años, el día de la muerte de Cristo; nací en el Equinoccio, bajo las hor­

tensias y los aeroplanos del calor.

Tenía yo un profundo mirar de pichón , de túnel y de automóvil sentimental. Lanzaba suspiros

de acróbata.

Mi padre era ciego y sus manos eran más admirables que la noche.

Amo la noche, sombrero de todos los días.

La noche, la noche del día, del día al día siguiente.

Mi madre hablaba como la aurora y como los dirigibles que van a caer.

Tenía cabellos color de bandera y ojos llenos de navíos lejanos.

Una tarde cogí mi paracaídas y dije: "Entre una estrella y dos golondrinas." He aquí la muerte

que se acerca como la tierra al globo que cae.

Mi madre bordaba lágrimas desiertas en los primeros arcos iris.

y ahora mi paracaídas cae de sueño en sueño por los espacios de la muerte.

El primer día encontré un pájaro desconocido que me dijo: "Si yo fuese dromedario no tendría

sed . ¿Qué hora es?" Bebió las gotas de rocío de mis cabellos , me lanzó tres miradas y media y

se alejó diciendo: "Adiós" , con su pañuelo soberbio.

Hacia las dos, aquel día , encontré un precioso aeroplano, lleno de escamas y caracoles.

Buscaba un rincón del cielo donde guarecerse de la lluvia .

Allá lejos, todos los barcos anclados, en la tinta de la aurora . De pronto , comenzaron a des­

prenderse, uno a uno, arrastrando como pabellón jirones de aurora incontestable.

Junto con marcharse los últimos, la aurora desapareció tras algunas olas desmesuradamente

infladas.

Entonces oí hablar al Creador, sin nombre, que es un simple hueco en el vacío, hermoso como

un ombligo:

"Hice un gran ruido y este ruido formó el océano y las olas del océano.

"Este ruido irá siempre pegado a las olas del mar y las olas del mar irán siempre pegadas a él ,

como los sellos en las tarjetas postales.

"Después tejí un largo bramante de rayos luminosos para coser los días uno a uno; los días

que tienen un oriente legítimo o reconstituido, pero indiscutible.

"Después tracé la geografía de la tierra y las líneas de la mano.

"Después bebí un poco de coñac (a causa de la hidrografía).

"Después creé la boca y los labios de la boca , para aprisionar las sonrisas equívocas, y los

dientes de la boca , para vigilar las groserías que nos vienen a la boca.

"Creé la lengua de la boca que los hombres desviaron de su rol , haciéndola aprender a

hablar ... , a ella, ella , la bella nadadora, desviada para siempre de su rol acuático y puramente

acariciador."

Vicente Huidobro, Poesías. Selección y prólogo de Enrique Lihn . Casa de las Américas . La Habana, Cuba, 1968. 184 pp.

54 Biblioteca de México

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Vicente Huidobro y amigas

Mi paracaídas empezó a caer vertiginosamente. Tal es la fuerza de atracción de la muerte y del

sepulcro abierto.

Podéis creerlo , la tumba tiene más poder que los ojos de la amada. La tumba abierta con todos

sus imanes. Y esto te lo digo a ti , a ti que cuando sonríes haces pensar en el comienzo del mundo.

Mi paracaídas se enredó en una estrella apagada que seguía su órbita concienzudamente,

como si ignorara la inutilidad de sus esfuerzos.

y aprovechando este reposo bien ganado, comencé a llenar con profundos pensamientos las

casillas de mi tablero:

"Los verdaderos poemas son incendios . La poesía se propaga por todas partes, iluminando sus

consumaciones con estremecimientos de placer o de agonía .

"Se debe escribir con una lengua que no sea materna.

"Los cuatro puntos cardinales son tres: el sur y el norte.

"Un poema es una cosa que será .

"Un poema es una cosa que nunca es, pero que debiera ser.

"Un poema es una cosa que nunca ha sido, que nunca podrá ser.

"Huye del sublime externo si no quieres morir aplastado por el viento.

55 Biblioteca de México

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"Si yo hiciera al menos una locura por año, me volvería loco."

Tomo mi paracaídas, y del borde de mi estrella en marcha me lanzo a la atmósfera del último

suspiro.

Ruedo interminablemente sobre las rocas de los sueños, ruedo entre las nubes de la muerte.

Encuentro a la Virgen sentada en una rosa, y me dice:

"Mira mis manos: son transparentes como las bombillas eléctricas. ¿Ves los filamentos de

donde corre la sangre de mi luz intacta?

"Mira mi aureola. Tiene algunas saltaduras, lo que prueba mi ancianidad .

"Soy la Virgen, la Virgen sin mancha de tinta humana, la única que no lo sea a medias, y soy

la capitana de las otras once mil que estaban en verdad demasiado restauradas.

"Hablo una lengua que llena los corazones según la ley de las nubes comunicantes.

"Digo siempre adiós, y me quedo.

"Ámame, hijo mío, pues adoro tu poesía y te enseñaré proezas aéreas.

'Tengo tanta necesidad de ternura, besa mis cabellos, los he lavado esta mañana en las nubes

del alba y ahora quiero dormirme sobre el colchón de la neblina intermitente.

"Mis miradas son un alambre en el horizonte para el descanso de las golondrinas.

"Ámame."

Me puse de rodillas en ese espacio circular y la Virgen se elevó y vino a sentarse en mi para­

caídas.

Me dormí y recité entonces mis más hermosos poemas.

Las llamas de mi poesía secaron los cabellos de la Virgen, que me dijo: gracias y se alejó, sen-

tada sobre su rosa blanca.

y heme aquí, solo, como el pequeño huérfano de los naufragios anónimos.

Ah, qué hermoso ... , qué hermoso.

Veo las montañas, los ríos, las selvas, el mar, los barcos, las flores y los caracoles.

Veo la noche y el día y el eje en que se juntan.

Ah, ah , soy Altazor, el gran poeta, sin caballo que coma alpiste, ni caliente su garganta con

claro de luna, sino con mi pequeño paracaídas como un quitasol sobre los planetas.

De cada gota del sudor de mi frente hice nacer astros, que os dejo la tarea de bautizar como

a botellas de vino.

Lo veo todo, tengo mi cerebro forjado en lenguas de profetas.

La montaña es el suspiro de Dios, ascendiendo en termómetro hinchado hasta tocar los pies

de la amada.

Aquel que todo lo ha visto, que conoce todos los secretos sin ser Walt Whitman , pues jamás

he tenido una barba blanca como las bellas enfermeras y los arroyos helados.

Aquel que oye durante la noche los martillos de los monederos falsos , que son solamente

astrónomos activos.

Aquel que bebe el vaso caliente de la sabiduría después del diluvio obedeciendo a las palomas

y que conoce la ruta de la fatiga, la estela hirviente que dejan los barcos. Aquel que conoce los

almacenes de recuerdos y de bellas estaciones olvidadas.

Él , el pastor de aeroplanos, el conductor de las noches extraviadas y de los ponientes amaes­

trados hacia los polos únicos.

Su queja es semejante a una red parpadeante de aerolitos sin testigo.

El día se levanta en su corazón y él baja los párpados para hacer la noche del reposo agrí­

cola .

Lava sus manos en la mirada de Dios, y peina su cabellera como la luz y la cosecha de esas

flacas espigas de la lluvia satisfecha.

Los gritos se alejan como un rebaño sobre las lomas cuando las estrellas duermen después de

una noche de trabajo continuo.

56 Biblioteca de México

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Vicente Huidobro

El hermoso cazador frente al bebedero celeste para los pájaros sin corazón.

Sé triste tal cual las gacelas ante el infinito y los meteoros, tal cual los desiertos sin mirajes.

Hasta la llegada de una boca hinchada de besos para la vendimia del desierto.

Sé triste, pues ella te espera en un rincón de este año que pasa.

Está quizá al extremo de tu canción próxima y será bella como la cascada en libertad y rica

como la línea ecuatorial.

Sé triste, más triste que la rosa, la bella jaula de nuestras miradas, y de las abejas sin expe­

riencia.

La vida es un viaje en paracaídas y no lo que tú quieres creer.

Vamos cayendo, cayendo de nuestro cenit a nuestro nadir, y dejamos el aire manchado de san­

gre para que se envenenen los que vengan mañana a respirarlo.

Adentro de ti mismo, fuera de ti mismo, caerás del cenit al nadir porque ése es tu destino, tu

miserable destino. Y mientras de más alto caigas, más alto será el rebote, más larga tu duración

en la memoria de la piedra.

Hemos saltado del vientre de nuestra madre o del borde de una estrella y vamos cayendo.

Ah mi paracaídas, la única rosa perfumada de la atmósfera, la rosa de la muerte, despeñada

entre los astros de la muerte.

¿Habéis oído? Ese es el ruido siniestro de los pechos cerrados.

Abre la puerta de tu alma y sal a respirar al lado afuera. Puedes abrir con un suspiro la puerta

que haya cerrado el huracán.

Hombre, he ahí tu paracaídas, maravilloso como el vértigo.

Poeta, he ahí tu paracaídas, maravilloso como el imán del abismo.

Mago, he ahí tu paracaídas, que una palabra tuya puede convertir en un parasubidas maravi-

lloso como el relámpago que quisiera cegar al creador.

¿Qué esperas?

Mas he ahí el secreto del Tenebroso que olvidó sonreír.

y el paracaídas aguarda amarrado a la puerta como el caballo de la fuga interminable.

57 Bibliotec a de México

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JORGE LUIS BORGES*

(1899-1986)

EL SUEÑO DE PEDRO HENRíQUEZ UREÑA

El sueño que Pedro Henríquez Ureña tuvo en el

alba de uno de los días de 1946 curiosamente no

constaba de imágenes sino de pausadas palabras. La

voz que las decía no era la suya pero se parecía a la

Pedro Henríquez Ureña

• Jorge Luis Borges, El oro de los ¡igres, Emecé Editores. S. A .. Bueno Aires. 1972. 172 pp.

suya. El tono, pese a las posibilidades patéticas que

el tema permitía, era impersonal y común. Durante

el sueño, que fue breve, Pedro sabía que estaba dur­

miendo en su cuarto y que su mujer estaba a su lado.

En la obscuridad el sueño le dijo:

Hará unas cuantas noches, en una esquina de la

calle Córdoba, di scuti ste con Borges la invocación

del Anónimo Sevillano Oh Muerte, ven callada

como sueles venir en la saeta. Sospecharon que era

el eco deliberado de algún texto latino, ya que esas

traslaciones correspondían a los hábitos de una

época, del todo ajena a nuestro concepto del plagio,

sin duda menos literario que comercial. Lo que no

sospecharon, lo que no podían sospechar, es que el

diálogo era profético. Dentro de unas horas, te apre­

surarás por el último andén de Constitución, para

dictar tu cIase en la Universidad de La Plata. Alcan­

zarás el tren , pondrás la cartera en la red y te aco­

modarás en tu asiento, junto a la ventanilla. Al­

guien, cuyo nombre no sé pero cuya cara estoy

viendo, te dirigirá unas palabras. No le contestarás,

porque estarás muerto. Ya te habrás despedido

como siempre de tu mujer y de tus hijas. No re­

cordarás este sueño porque tu olvido es necesario

para que se cumplan los hechos.

58 Biblioteca de México

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LUIS CERNUDA * (1902-1963)

PANTERA Su esbelta negrura aterciopelada, ra está iluminada por la luz glau­

que semeja no tener otro peso ca de los ojos, a los que asoma

sino el suficiente para oponerse al a veces el afán de rasgar y de

aire con resistencia autónoma, va triturar, idea única entre la masa

y viene monótomamente tras de mental de su aburrimiento. ¿Qué

los hierros, ante quienes seduci- poeta o qué demonio odió tanto

dos por tal hermosura maléfica . y tan bien la vulgaridad humana

allá se detienen a contemplarla. circundante?

La fuerza material se sutiliza ahí Y cuando aquel relámpago se

en gracia dominadora, y la volun- apaga, atenta entonces a otra

tad construye, como en el baila- realidad que los sentidos no vis­

rín, un equilibrio corporal perfecto, lumbran, su mirada queda indife­

ordenando cada músculo exacta rente ante la exterior fantasma­

y aladamente, según la pauta ma- goría ofensiva. Aherrojada así, su

temática y musical que informa potencia destructora se refugia

sus movimientos. más allá de la apariencia y esa

No, ni basalto ni granito po- apariencia que sus ojos no ven, o

drían figurarla , y sí sólo un peda- no quieren ver, inmediata aunque

zo de noche. Aérea y ligera lo inaccesible a la zarpa, el pensa­

mismo que la noche, vasta y te- miento animal la destruye ahora

nebrosa lo mismo que el todo de sin sangre, mejor y más entera­

donde algún cataclismo la pre- mente.

cipitó sobre la tierra, esa negru- (Ocnos)

Luis Cernuda, Facsímil del homenaje a Luis Cernuda en la revista Cántico, Córdoba, Es­paña, 1955, sin folios.

59 Biblioteca de México

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EL INDIO

Con sus hijos a veces, otras Demasiado sería pedir su cias por dejarnos ver todavía

solo; vendiendo algo que pa- descuido ante la pobreza, su alguien para quien Tu mundo

rece no importarle, o sin pre- indiferencia ante la desdicha, no es una feria demente ni un

texto para su presencia inmó- su asentimiento ante la muer- carnaval estúpido.

vil; descalzo y en cuclillas te. Pero gracias, Señor, por

sobre el polvo, el sombrero de haberle creado y salvado; gra- (Variaciones sobre tema mexicano)

paja escondiendo los ojos,

donde acaso pudiera adi­

vinarse lo que siente y lo que

piensa, mírale.

Cayeron los amos antiguos.

Vencidos a su vez fueron los

conquistadores. Se abatieron

y se olvidaron las revolucio­

nes. Él sigue siendo el que

era; idéntico a sí mismo, deja

cerrarse, sobre la agitación

superficial del mundo, la haz

igual del tiempo.

Es el hombre a quien los

otros pueblos llaman no civi­

lizado. Cuánto pueden apren­

der de él. Ahí está. Es más

que un hombre: es una deci­

sión frente al mundo. ¿Mejor?

¿Peor? Quién sabe. Tú, al

menos, confiesas no saberlo.

Pero allá en tus entrañas le

comprendes.

Mírale, tú que te creíste

poeta, y tocas ahora en lo que

paran tareas, ambiciones y

creencias. A él, que nada po­

see, nada desea, algo más

hondo le sostiene; algo que

hace siglos postula tácita­

mente. Lástima que el azar no

te hiciera nacer uno entre los

suyos. Foto tomada del libro Luis Cernuda en México, James Valender, compi lador,

FCE, 2002, 260 pp

60 Biblioteca de México

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LECTURA PRIMERA

LA MARCHA HACIA EL FRENTE

La madrugada de San Juan, el día después de

Epifanía, recibimos la orden de volver a avanzar

hacia los lugares donde no hay laborables y fes­

tivos. Teníamos que tomar, decían, las líneas que

hasta entonces mantenían los de Arta, desde Qui­

mara hasta Tepeleni. Y es que ellos estaban lu­

chando desde el primer día, sin parar, y habían que­

dado reducidos a la mitad y ya no resistían más.

Habíamos pasado doce días enteros allá atrás,

en los pueblos. Y ahora que otra vez se nos había

hecho el oído a los dulces estremecimientos de la

tierra y a penetrar el ladrido del perro o el tañido

de una campana lejana, ahí estaba la necesidad,

decían, de volver al único ruido que conocíamos:

al lento y pesado de los cañones, al seco y rápido

de las ametralladoras.

Noche tras noche caminamos sin parar, uno

detrás de otro, igual que ciegos. Despegando a

duras penas el pie del fango, donde a veces nos

hundíamos hasta la rodilla. Pues con mucha fre­

cuencia lloviznaba fuera, en las calles, igual que en

nuestra alma. Y las pocas veces que hacíamos un

alto para descansar ni cruzábamos palabra -sólo

gravedad y silencio-, y alumbrándonos con una

pequeña tea, una a una nos repartíamos las pasas.

y otras veces, si se podía, nos soltábamos de prisa

* Ocho poetas (griegos) del siglo XX, prólogo, introducción y tra-

ducción de Ramón Jrigoyen, Mondadori, España, S. A., 1989, 280 pp.

ODISEAS ELlTIS*

(1911-1996)

LA PASiÓN

la ropa y nos rascábamos con rabia horas enteras

hasta hacernos sangre. Que estábamos de piojos

hasta el cuello yeso era aún más insufrible que el

cansancio. Por fin se oía en las tinieblas el silbato,

señal de que partíamos, y otra vez como bestias

tirábamos hacia adelante para ganar terreno, antes

de que amaneciera y los aviones nos tomaran por

blanco. Mas como Dios no entendía de blancos y

esas cosas, siguiendo su costumbre, siempre a la

misma hora clareaba el alba.

Entonces, hundidos en las vaguadas, recliná­

bamos la cabeza por el lado pesado, por el que no

salen los sueños. Y los pájaros estaban irritados

con nosotros simplemente porque no dábamos

importancia a sus palabras -y quizá también por­

que sin motivo afeábamos la creación. Éramos

campesinos de otra especie, empuñando piquetas

y herramientas de otro tipo, malditas sean.

Doce días enteros, allá atrás en los pueblos,

nos habíamos pasado las horas mirándonos en el

espejo el contorno de nuestro rostro . Y ahora que

nuestros ojos se habían vuelto a acostumbrar a

nuestras familiares facciones de antes, y que ya

deletreábamos tímidamente nuestro labio desnu­

do o las mejillas saciadas de sueño, he aquí que

la segunda noche estábamos como cambiados la ,

tercera más, y la última, la cuarta, más claramen­

te, no éramos los mismos. Sólo que parecía que

íbamos en revuelto tropel gentes de todas las ge­

neraciones y épocas, unos de hoy, otros de tiem­

pos muy antiguos, blancos por sus pobladas bar­

bas. Ceñudos capitanes con la cabeza vendada, y

rudos popes, sargentos del 97 o del 12, hoscos

zapadores blandiendo el hacha sobre el hombro ,

apelates y escuderos cubiertos aún de sangre de

búlgaros y turcos. Todos juntos, sin hablar, tiem­

pos inconmensurables jadeando hombro con

hombro, cruzamos cimas y gargantas sin pensar

en ninguna otra cosa . Porque así como cuando a

los mismos hombres agobian siempre recíprocos

reveses, ellos se acostumbran al Mal , y terminan

6 1 Biblioteca de México

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Odiseas Elitis

por cambiarle el nombre, y lo llaman Fatalidad o

Destino, del mismo modo nosotros íbamos dere­

chos a lo que llamábamos Calamidad, como quien

dice Niebla o Nube. Despegando a duras penas el

pie del fango donde a veces nos hundíamos hasta

la rodilla. Pues con mucha frecuencia lloviznaba

fuera , en las calles , igual que en nuestra alma.

y que estábamos muy cerca de los lugares

donde no hay laborables y festivos , ni enfermos y

cuanto oían para dónde íbamos, movían la cabe­

za y contaban historias de presagios y horrores.

Sin embargo nosotros a lo único que atendíamos

era a las voces que subían en la oscuridad,

ardientes todavía por la brea o el azufre de las

profundidades. "Oi oi, mana mu", "oi oi, mana mu"

y a veces, con menos frecuencia , un resuello aho­

gado, igual que un ronquido, del que decían los

que lo conocían, este es el estertor de la muerte.

sanos, ni pobres y ricos , lo comprendimos. Y como Había veces que conducían prisioneros, captu­

el estruendo de aliado, una especie de tempestad rados apenas unas horas antes en el curso de ata­

tras las montañas, crecía sin cesar, terminamos ques sorpresa de las patrullas. El aliento les apes­

leyendo claramente la lentitud y pesadez de los taba a vino, los bolsillos llenos de conservas y

cañones, la sequedad y rapidez de las ametralla- chocolate. Y nosotros sin nada, porque los puen­

doras. Y después porque, cada vez más a menu- tes estaban cortados a nuestras espaldas, y nues­

do, empezamos a encontrar las lentas caravanas tros pocos mulos no podían con aquellas cuestas

de heridos, que venían en dirección contraria . Y en la nieve y los resbaladizos barrizales.

los enfermeros, con brazaletes de la cruz roja , Por fin , en la lejanía, empezaron a aparecer las

depositaban en tierra las camillas , escupiéndose columnas de humo y en el horizonte los primeros

en las manos, los ojos locos por un cigarro. Y en rojos, refulgentes fogonazos .

62 Biblioteca de México

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JULIO CORTÁZAR*

(1914-1984)

FIN DEL MUNDO DEL FIN

Como los escribas continuarán, los pocos lectores que

en el mundo había van a cambiar de oficio y se pondrán

también de escribas. Cada vez más los países serán de

escribas y de fábricas de papel y tinta, los escribas de

día y las máquinas de noche para imprimir el trabajo de

los escribas. Primero las bibliotecas desbordarán de las

casas, entonces las municipalidades deciden (ya esta­

mos en la cosa) sacrificar los terrenos de juegos infan­

tiles para ampliar las bibliotecas. Después ceden los tea­

tros , las maternidades, los mataderos, las cantinas, los

hospitales. Los pobres aprovechan los libros como

ladrillos, los pegan con cemento y hacen paredes de

libros y viven en cabañas de libros. Entonces pasa que

los libros rebasan las ciudades y entran en los campos,

van aplastando los trigales y los campos de girasol, ape­

nas si la dirección de vialidad consigue ' que las rutas

queden despejadas entre dos altísimas paredes de libros .

A veces una pared cede y hay espantosas catástrofes

automovilísticas. Los escribas trabajan sin tregua por­

que la humanidad respeta las vocaciones, y los impresos

llegan ya a orillas del mar. El presidente de la república

habla por teléfono con los presidentes de las repúblicas ,

y propone inteligentemente precipitar al mar el sobran­

te de libros , lo cual se cumple allnismo tiempo en todas

las costas del mundo. Así los escribas siberianos ven sus

impresos precipitados al mar glacial , y los escribas in­

donesios etcétera. Esto permite a los escribas aumentar

su producción, porque en la tierra vuelve a haber espa­

cio para almacenar sus libros. No piensan que el mar

tiene fondo , y que en el fondo del mar empiezan a

amontonarse los impresos, primero en forma de pasta

aglutinante, después en forma de pasta consolidante, y

por fin como un piso resistente aunque viscoso que sube

diariamente algunos metros y que terminará por llegar a

la superficie. Entonces muchas aguas invaden muchas

tierras , se produce una nueva distribución de conti­

nentes y océanos, y presidentes de diversas repúblicas

son sustituidos por lagos y penínsulas , presidentes de

* Julio Cortázar, Historias de cronopios y de famas , Ediciones Minotauro. Buenos Aires, 1962, 158 pp.

otras repúblicas ven abrirse inmensos territorios a sus

ambiciones etcétera. El agua marina, puesta con tanta

violencia a expandirse, se evapora más que antes , o

busca reposo mezclándose con los impresos para formar

la pasta aglutinante, al punto que un día los capitanes de

los barcos de las grandes rutas advierten que los barcos

avanzan lentamente, de treinta nudos bajan a veinte, a

quince, y los motores jadean y las hélices se deforman.

Por fin todos los barcos se detienen en distintos puntos

de los mares, atrapados por la pasta, y los escribas del

mundo entero escriben millares de impresos explicando

el fenómeno y llenos de una gran alegría. Los presiden­

tes y los capitanes deciden convertir los barcos en islas

y casinos, el público va a pie sobre los mares de cartón

63 Biblioteca de México

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a las islas y casinos donde orquestas típicas y caracte­

rísticas amenizan el ambiente climatizado y se baila

hasta avanzadas horas de la madrugada. Nuevos im­

presos se amontonan a orillas del mar, pero es imposible

meterlos en la pasta, y así crecen murallas de impresos

y nacen montañas a orillas de los antiguos mares. Los

escribas comprenden que las fábricas de papel y tinta

van a quebrar, y escriben con letra cada vez más menu­

da, aprovechando hasta los rincones más imperceptibles

de cada papel. Cuando se termina la tinta escriben con

lápiz etcétera; al terminarse el papel escriben en tablas

y baldosas etcétera. Empieza a difundirse la costumbre

de intercalar un texto en otro para aprovechar las en­

trelíneas, o se borra con hojas de afeitar las letras im­

presas para usar de nuevo el papel. Los escribas tra­

bajan lentamente, pero su número es tan inmenso que

los impresos separan ya por completo las tierras de los

lechos de los antiguos mares. En la tierra vive precaria­

mente la raza de los escribas, condenada a extinguirse,

y en el mar están las islas y los casinos o sea los tran­

satlánticos donde se han refugiado los presidentes de las

repúblicas, y donde se celebran grandes fiestas y se

cambian mensajes de isla a isla, de presidente a pre­

sidente, y de capitán a capitán.

Julio Cortázar

64 Biblioteca de México

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El Consejo Nacional para la Cultura y las Artes

a través de la Biblioteca de México "José Vasconcelos",!

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se complacen en invitarle a la exposición 1

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CONDE DE LAUTREAMONT (ISIDORE DUCASSE)

ME PROPONGO, SIN ESTAR EMOCIONADO, declamar con voz potente la

estrofa seria y fría que vais a oír. Prestad atención a su con­

tenido y no os dejéis llevar por la impresión penosa que al

modo de una contusión ha de producir seguramente en

vuestras imaginaciones alteradas. No creáis que yo esté a

punto de morir, pues todavía no me he vuelto esquelético ni

la vejez está marcada en mi frente. Descartemos, por lo tan­

to, toda idea de comparación con el cisne en el momento en que su existencia lo aban­

dona, y no veáis ante vosotros sino un monstruo cuyo semblante me hace feliz que no

podáis contemplar: si bien es menos horrible que su alma. Con todo, no soy un crimi­

nal. .. Pero dejemos esto. No hace mucho tiempo que he vuelto a ver el mar y que he

puesto los pies sobre los puentes de los barcos, y mis recuerdos son tan vivos como si

lo hubiera dejado ayer. Tratad, con todo, de mantener la misma calma que yo en esta

lectura que ya estoy arrepentido de ofreceros, y de no enrojecer ante la idea de lo que

es el corazón humano. iOh pulpo de mirada de seda, tú, cuya alma es inseparable de la

mía, tú, el más bello de los habitantes del globo terráqueo, que mandas sobre un serra­

llo de cuatrocientas ventosas, tú, en quien residen noblemente como en su morada natu­

ral, en perfecto acuerdo y unidas por lazos indestructibles, la dulce virtud comunicativa

y las divinas gracias, ¿por qué razón no estás junto a mí, tu vientre de mercurio contra

mi pecho de aluminio, ambos sentados sobre alguna roca de la costa, para contemplar

ese espectáculo que idolatro?

Viejo océano de ondas de cristal, te pareces, guardadas las proporciones, a esas mar­

cas azuladas que se ven en el dorso magullado de los grumetes, eres una inmensa equi­

mosis que se muestra sobre el cuerpo de la tierra: me encanta esta comparación. Así,

al primer golpe de la vista, un soplo prolongado de tristeza, que se tomaría por el mur­

mullo de tu brisa suave, pasa, dejando rastros inefables sobre el alma profundamente

sacudida, y recuerdas a la memoria de tus amantes, sin que ellos lo adviertan, los duros

comienzos del hombre en los que inicia sus relaciones con el dolor, que no ha de aban­

donarlo nunca más. iTe saludo, viejo océano!

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