bioy casares, adolfo - selección de cuentos

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Una selección de cuentos del gran maestro argentino

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  • Seleccin de Cuentos de A. Bioy Casares

    Numeno En memoria de Paulina El caso de los viejitos voladores

    -----0000-----

    Numeno

    Probablemente fue Carlota la que tuvo la idea. Lo cierto es que todos la aceptaron, aunque sin ganas. Era la hora de la siesta de un da muy caluroso, el 8 o el 9 de enero. En cuanto al ao, no caben dudas: 1919. Los muchachos no saban qu hacer y decan que en la ciudad no haba un alma, porque algunos amigos ya estaban veraneando. Salcedo convino en que el Parque Japons quedaba cerca. Agreg: Ser cosa de ponerse el rancho e ir en fila india, buscando la sombra. Estn seguros de que en el Parque Japons funciona el Numeno?pregunt Arribillaga. Carlota dijo que s. El Numeno era un cinematgrafo unipersonal, que por entonces daba que hablar, an en las noticias de polica. Arturo mir a Carlota. Con su vestido blanco, tena aire de griega o de romana. "Una griega o romana muy linda", pens. Vale la pena costearsedijo Arribillaga. Para hacernos una opinin sobre el asunto. Algo indispensabledijo con sorna Amenbar. Yo tampoco veo la ventajadijo Narciso Dillon. Voy a andar medio justo de tiempo previno Arturo. El tren sale a las cinco. Y si no vas, qu pasa? Tu campo desaparece?pregunt Carlota. No pasa nada, pero me estn esperando. Aunque no fuera indispensable la fila india, tampoco era cuestin de insolarse y derretirse, de modo que avanzaron de dos en dos, por la angosta y no continua franja de sombra. Carlota y Amenbar caminaban al frente; despus, Arribillaga y Salcedo; por ltimo, Arturo y Dillon. ste coment: Qu valientes somos. Por salir con este solazo?pregunt Arturo. Por ir muy tranquilos a enfrentarnos con la verdad. Nadie cree en el Numeno. Desde luego. Es de la familia de la cotorra de la buena suerte. Entonces, una de dos. O no creemos y para qu vamos? O creemos y pensaste, Arturo, en este grupo de voluntarios? La gente ms contradictoria de la Repblica. Empezando por un servidor. Nac cansado, no s lo que se llama trabajar, si me arruino me pego un tiro y no hay domingo que no juegue hasta el ltimo peso en las carreras. Quin no tiene contradicciones? Unos menos que otros. Vos y yo no vamos al Numeno batiendo palmas. Arturo dijo: A lo mejor sospechamos que para seguir viviendo, ms vale dormirse un poco para ciertas cosas. Qu va a suceder cuando entre Arribillaga y vea cmo el aparato le combina su orgullo de perfecto caballero con su ambicin poltica? Arribillaga sale a todo lo que da y el Numeno estalla dijo Dillon. Amenbar tambin tendr

  • contradicciones? No creo. Cuando conoci a Amenbar, Arturo estudiaba trigonometra, su ltima materia de bachillerato, para el examen de marzo. Un pariente, profesor en el colegio Mariano Moreno, se lo recomend. "Si te prepara un mozo Amenbar", le dijo, "no slo aprobars trigonometra, sabrs matemticas". As fue, y muy pronto entablaron una amistad que sigui despus del examen, a travs de esas largas conversaciones filosficas, que en alguna poca fueron tan tpicas de la juventud. Por Arturo, Amenbar conoci a Carlota y despus a los dems. Lo trataban como a uno de ellos, con la misma despreocupada camaradera, pero todos vean en l a una suerte de maestro, al que podan consultar sobre cualquier cosa. Por eso lo llamaban el Profe. Coment Dillon: Su idea fija es la coherencia. Ojal muchos tuviramos esa idea fija contest Arturo. l mismo dice que la coherencia y la lealtad son las virtudes ms raras. Menos mal, porque si no, con la vida que uno lleva... Qu sera de m, un domingo sin turf? Me pego un balazo! Si hay que pegarse un balazo porque la vida no tiene sentido, no queda nadie. Tambin Carlota ser contradictoria? A ella se le ocurri el programa. Carlota es un caso distintoexplic Arturo; con aparente objetividad. Le sobra el coraje. Las mujeres suelen ser ms corajudas que los hombres. Yo iba a decir que era ms hombre que muchos. Tal vez Arturo no estuviera tan alegre como pareca: Cuando hablaba de Carlota se reanimaba. No conozco chica ms independiente aseguro Dillon, y agreg: Claro que la plata ayuda. Ayuda. Pero Carlota era muy joven cuando qud hurfana. Apenas mayor de edad. Pudo acobardarse, pudo buscar apoyo en alguien de la familia. Se las arregl sola. "Y por suerte ah va caminando con Amenbar", pens Arturo. "Sera desagradable que tuviera al otro a su lado." Entraron en el Parque Japons. Arturo advirti con cierto alivio que nadie se apuraba por llegar al Numeno. Lo malo es que no era el nico peligro. Tambin estaba la Montaa Rusa. Para sortearla, propuso el Water Shoot, al que subieron en un ascensor. Desde lo alto de la torre, bajaron en un bote, a gran velocidad, por un tobogn, hasta el lago. Pasaron por el Disco de la Risa, se fotografiaron en motocicletas Harley Davidson y en aeroplanos pintados en telones y, ms all del teatro de tteres, donde tres msicos tocaban Cara sucia, vieron un quiosco de bloques de piedra gris, en papier mache, que por la forma y por las dos efinges, a los lados de la puerta, recordaba una tumba egipcia. Es acdijo Salcedo y seal el quiosco. En el frontispicio leyeron: El Numeno y, a la derecha, en letras ms chicas: de M. Cnter. Un instante despus un viejito de mal color se les acerc para preguntar si queran entradas. Arribillaga pidi seis. Cunto tiempo va a estar cada uno adentro?pregunt Arturo. Menos de un cuarto de hora. Ms de diez minutoscontest el viejo. Bastan cinco entradas. Si me alcanza el tiempo compro la ma. Usted es Cnter?pregunt Amenbar. Sdijo el viejo. No, por desgracia, de los Cnter de La Sin Bombo, sino de unos ms pobres, que vinieron de Alemania. Tengo que ganarme la vida vendiendo entradas para este quiosco. Seis, mejor dicho cinco, miserables entradas, a cincuenta centavos cada una! Ahora no hay nadie adentro?pregunt Dillon. No. Y aparte de nosotros, nadie esperando. Le tomaron miedo a su Numeno. No veo por qureplic el viejo. Por lo que sali en los diarios. El seor cree en la letra de molde. Si le dicen que alguien entr en este quiosco de lo ms campante

  • y sali con la cabeza perdida, lo cree? No se le ocurre que detrs de toda persona hay una vida que usted no conoce y tal vez motivos ms apremiantes que mi Numeno, para tomar cualquier determinacin? Arturo pregunt: Cmo se le ocurri el nombre? A m no se me ocurri. Lo puso un periodista, por error. En realidad, el Numeno es lo que descubre cada persona que entra. Y, a propsito: Adelante, seores, pasen! Por cincuenta centavos conocern el ltimo adelanto del progreso. Tal vez no tengan otra oportunidad. Desenme buena suertedijo Carlota. Salud y entr en el Numeno. Arturo la recordara en esa puerta, como en una estampa enmarcada: el pelo castao, los ojos azules, la boca imperiosa, el vestido blanqusimo. Salcedo pregunt a Cnter: Por qu dice que tal vez no haya otra oportunidad? Algo hay que decir para animar al pblico explic el viejo, con una sonrisa y una momentnea efusin de buen color, que le dio aire de resucitado. Adems, la clausura municipal est siempre sobre nuestras cabezas. Cabezas? pregunt Arturo. Las suyas o las de todos? Las de todos los que recibimos la visita de seores que viven de las amenazas de clausura. Los seores inspectores municipales. Una verguenzadijo Salcedo, gravemente. Hay que comerdijo el viejo. Despus de Cara Sucia, los de al lado tocaron Mi noche triste. Arturo pens que por culpa de ese tango, que siempre lo acongojaba un poco, estaba nervioso porque la chica no sala del Numeno. Por fin sali y, como todos la miraban inquisitivamente, dijo con una sonrisa: Muy bien. Impresionante. Arturo pens "Le brillan los ojos". Ac voy yoexclam Salcedo y, antes de entrar, se volvi y murmur:No se vayan. Felice mortegrit Arribillaga. Carlota pas al lado de Arturo y dijo en voz baja: Vos no entres. Antes que pudiera preguntar por qu, ella se trab en una conversacin con Amenbar. El tono en que haba dicho esas tres palabras le record tiempos mejores. En el teatro de tteres tocaban otro tango. Cuando Salcedo sali del Numeno, entr Amenbar. Arribillaga pregunt: Qu tal? Nada extraordinariocontest Salcedo. Explicame un poco dijo Dillon. Ah adentro consigo un dato para el domingo? Creo que no. Entonces no me interesa. Casi me alegro. Yo, en cambio, me alegro de haber entrado. Hay una especie de mquina registradora, pero de pie, y una sala, o cabina, de bigrafo, que se compone de una silla y de un lienzo que sirve de pantalla. Te olvids del proyectordijo Carlota. No lo vi. Yo tampoco, pero el agujero est detrs de tu cabeza, como en cualquier sala, y al levantar los ojos ves el haz de luz en la oscuridad. La pelcula me pareci extraordinaria. Yo sent que el hroe pasaba por situaciones idnticas a las mas. Concluy bien?pregunt Carlota. Por suerte, sdijo Salcedo. Y la tuya? Depende. Segn interpretes. Salcedo iba a preguntar algo, pero Carlota se acerc a Amenbar, que sala del quiosco, y le pregunt cul era su veredicto.

  • Yo ni para el Numeno tengo veredictos. Es un juego, un simulacro ingenioso. Una novedad bastante vieja: la mquina de pensar de Raimundo Lulio, puesta al da. Casi puedo asegurar que mientras uno se limite a las teclas correspondientes a su carcter, la respuesta es favorable; pero si te da por apretar la totalidad de las teclas correspondientes a las virtudes, la inmediata respuesta es Hipcrita, Eglatra, Mentiroso, en tres redondelitos de luz colorada. Hiciste la prueba?pregunt Carlota. Riendo, Amenbar contest que s y agreg: Te parece poco serio? A m me pareci poco serio el bigrafo. Qu cinta. Como si nos tomaran por sonsos. Despus de mirar el reloj Arturo dijo: Yo me voy. No me digas que te asusta el Numeno? pregunt Dillon. La verdad que esa puerta alta y angosta le da aspecto de tumbadijo Salcedo. Carlota explic: Tiene que tomar el tren de las cinco. Y antes pasar por casa, a recoger la valija agreg Arturo. Le sobra el tiempodijo Salcedo. Quin sabe dijo Amenbar. Con la huelga no andan los tranvas y casi no he visto automviles de alquiler ni coches de plaza. Lo que vio Arturo al salir del Parque Japons le trajo a la memoria un lbum de fotografas de Buenos Aires, con las calles desiertas. Para que esas pruebas documentales no contrariaran su conviccin patritica de que en las calles de nuestra ciudad haba mucho movimiento, pens que las fotografas debieron de tomarse en las primeras horas de la maana. Lo malo es que ahora no era la maana temprano, sino la tarde. No haba exagerado Amenbar. Ni siquiera se vean coches particulares. lba a largarse a pie, a Constitucin? Una caminata, para l heroica, no desprovista de la posibilidad de llegar despus de la salida del tren. "Dnde est ese nimo? Por qu pensar lo peor?", se dijo. "Con un poco de suerte encontrar algo que me lleve a Constitucin." Hasta Cerrito, borde el paredn del Central Argentino, volviendo todo el tiempo la cabeza, para ver si apareca un coche de plaza o un automvil de alquiler. "A este paso, antes que las piernas se me cansa el pescuezo." Dobl por Cerrito a la derecha, subi la barranca, sigui rumbo al barrio sur. "Desde el Bajo y Callao a Constitucin habr alrededor de cuarenta cuadras", calcul. "Ms vale dejar la valija." Lo malo era que de paso dejara La ciudad y las sierras, que estaba leyendo. Para recoger la valija, tendra seis cuadras hasta su casa, en la calle Rodrguez Pea y, ya con la carga a cuestas, las seis cuadras hasta Cerrito y todas las que faltaban hasta Constitucin. "Otra idea", se dijo, "sera irme ahora mismo a casa, recostarme a leer La ciudad y las sierras frente al ventilador y postergar el viaje para maana; pero, con la huelga, quin me asegura que maana corran los trenes. No hay que aflojar aunque vengan degollando". Nadie vena degollando, pero la ciudad estaba rara, por lo vaca, y an le pareci amenazadora, como si la viera en un mal sueo. "Uno imagina disparates, por la cantidad de rumores que oye sobre desmanes de los huelguistas." A la altura de Rivadavia, pas un taxmetro Hispano Suiza. Aunque iba libre, continu la marcha, a pesar de su llamado. "A lo mejor el chfer est orgulloso del auto y no levanta a nadie." Poco despus, al cruzar Alsina, vio que avanzaba hacia l un coche de plaza tirado por un zaino y un tordillo blanco. Arturo se plant en medio de la calle, con los brazos abiertos, frente al coche. Crey ver que el cochero agitaba las riendas, como si quisiera atropellarlo, pero a ltimo momento las tir para atrs, con toda la fuerza, y logr sujetar a los caballos. Con voz muy tranquila, el hombre pregunt: Por suerte anda buscando que lo maten? Que me lleven. No lo llevo. Ahora vuelvo a casa. A casita, cuanto antes. Dnde vive? Pasando Constitucin.

  • No tiene que desandar camino. Voy a Constitucin. A Constitucin? Ni loco. La estn atacando. Me deja donde pueda. Resignado, el cochero pidi: Suba al pescante. Si voy con pasajero y nos encontramos con los huelguistas, me vuelcan el coche. Que lleve a un amigo en el pescante, a quin le interesa? Hay que cuidarse, porque la Unin de Choferes apoya la huelga. Usted no es chofer, que yo sepa. Tanto da. Caigo en la volteada como cualquiera. Por Lima siguieron unas cuadras. Arturo coment: Corre aire ac. Uno revive. Sabe, cochero, lo que he descubierto? Usted dir. Que se viaja ms cmodo en coche que a pie. El cochero le dijo que eso estaba muy bueno y que a la noche iba a contrselo a la patrona. Observ amistosamente: La ciudad est vaca, pero tranquila. Una tranquilidad que mete miedoasegur Arturo. Casi inmediatamente oyeron detonaciones y el silbar de balas. Armas largasdictamin el cochero. Dnde?pregunt Arturo. Para m, en la plaza Lorea. Vamos a alejarnos, por si acaso. En Independencia doblaron a la izquierda y despus, en Tacuar, a la derecha. Al llegar a Garay, Arturo dijo: Cunto le debo? Bajo ac. Vamos a ver: viaj, s o no, en el asiento de los amigos?Sin esperar respuesta, concluy el cochero:Nada, entonces. Porque faltaba la desordenada animacin que habitualmente haba en la zona, la mole gris amarillenta de la estacin pareca desnuda. Cuando Arturo iba a entrar, un vigilante le pregunt: Dnde va? A tomar el trencontest. Qu tren? El de las cinco, a Baha Blanca. No creo que salgadijo el vigilante. "Con tal que atiendan en la boletera", se dijo Arturo. Lo atendieron, le dieron el boleto, le anunciaron: El ltimo tren que corre. En el momento de subir al vagn se pregunt qu senta. Nada extraordinario, un ligero aturdimiento y la sospecha de no tener plena conciencia de los actos y menos an de cmo repercutiran en su nimo. Era la primera vez, desde que ella lo dej, que sala de Buenos Aires. Haba pensado que la falta de Carlota sera ms tolerable si estaban lejos. Se encontr en el tren con el vasco Arruti, el de la panadera La Fama, reputada por la galleta de hojaldre, la mejor de todo el cuartel sptimo del partido de Las Flores. Arturo pregunt: Llegamos a eso de las ocho y media? Siempre y cuando no paren el tren en Talleres y nos obliguen a bajar. Vos cres? La cosa va en serio, Arturito, y en Talleres hay muchos trabajadores. Nos mandan a una va muerta, si quieren. No s. Los trabajadores estn cansados. Pasaron de largo Talleres y Arruti dijo: Tengo sed. Vayamos al vagn comedor. Ha de estar cerrado.

  • Estaba abierto. Pidi Arturo una Bilz, y un Pernod Arruti, que explic: Lo que tombamos con tu abuelo, cuando iba a la estancia, a jugar a la baraja. Eso fue en los ltimo aos de mi abuelo. Antes lo acompaabas a cazar. De nuevo hablaron de la huelga. Con algn asombro, Arturo crey descubrir que Arruti no la condenaba y le pregunt: No ests en contra de la huelga porque penss que de una revolucin va a salir un gobierno mejor que el de ahora? No estoy loco, chereplic Arruti. Todos los gobiernos son malos, pero a un mal gobierno de enemigos prefiero un mal gobierno de amigos. El que tenemos es de enemigos? Digamos que es de tu gente, no de la ma. No saba que vos y yo furamos enemigos. No lo somos, Arturo, ni lo seremos. Ni t ni yo estamos en poltica. Una gran cosa. Sin embargo, apostara que tomamos las ideas ms a pecho que los polticos. Esa gente no cree en nada. Slo piensan en abrirse paso y mandar. Imagin cmo iba a referirle a Carlota esta conversacin. Record, entonces, lo que haba pasado. Se dijo: "Debo sobreponerme", pero tuvo sentimientos que tal vez correspondieran a una frase como: "Para qu vivir si despus no puedo comentar las cosas con Carlota?". Arruti, que era un vasco diserto, habl de su infancia en los Pirineos, de su llegada al pas, de sus primeras noches en Pardo, cuando se preguntaba si el rumor que oa era del viento o de un maln de indios. A ratos Arturo olvid su pena. Lo cierto es que el viaje se hizo corto. A las ocho y media bajaron en la estacin Pardo. Seguro que Basilio vino con el break dijo. Te llevo? No, hombrecontest Arruti. Vivo demasiado cerca. Eso s: una tarde caigo de visita en la estancia. Esta vuelta vas a quedarte ms de lo que tienes pensado. Basilio, el capataz, los recibi en el andn. Pregunt: Qu tal viaje tuvieron?y agreg despus de agacharse un poco y llevar la mirada a una y otra mano de Arturo: No olvidaste nada, Arturito? Nada. Qu deba traer?pregunt Arruti. Siempre viene con valijas cargadas de libros. Hay que ver lo que pesan. Arruti se despidi y se fue. Arturo pregunt: Cmo andan por ac? Bien. Esperando el agua. Mucha seca? Se acaba el campo, si no llueve. Emprendieron el largo trayecto en el break. Hubo conversacin, por momentos, y tambin silencios prolongados. Todava no era noche. Distradamente Arturo miraba el brilloso pelo del zaino, la redondez del anca, el tranquilo vaivn de las patas, y pensaba: "Para vida agitada, el campo. Uno se desvive porque llueva o no llueva, o porque pase la mortandad de los terneros... Lo que es yo, no voy a permitir que me contagien la angustia". Iba a agregar "por lo menos hasta maana a la maana", cuando se acord de la otra angustia y se dijo: "Qu estpido. Todava tengo ganas de hacerme el gracioso". Llegaron a la estancia por la calle de eucaliptos. Era noche cerrada. La casera le tendi una mano blanda y dijo: Bien y usted? Paseando? En el patio haba olor a jazmines; en la cocina y el cuartito de la caldera, olor a lea quemada; en el comedor, olor a la madera del piso, del zcalo, de los muebles. Poco despus de la comida, Arturo se acost. Pensaba que lo mejor era aprovechar el cansancio para dormirse cuanto antes. Un silencio, apenas interrumpido por algn mugido lejano, lo llev al

  • sueo. Vio en la oscuridad un teln blanco. De pronto, el teln se raj con ruido de papel y en la grieta aparecieron, primero, los brazos extendidos y despus la querida cara de Carlota, aterrada y tristsima, que le gritaba su nombre en diminutivo. Repetidamente se dijo: "No es ms que un sueo. Carlota no me pide socorro. Qu absurdo y presuntuoso de mi parte pensar que est triste. Ha de estar muy feliz con el otro. Al fin y al cabo este sueo no es ms que una invencin ma". Pas el resto de la noche en cavilaciones acerca del grito y de la aparicin de Carlota. A la maana, lo despert la campanilla del telfono. Corri al escritorio, levant el tubo y oy la voz de Mariana, la seorita de la red local de telfonos, que le deca: Seor Arturo, me informan de la oficina de la Unin Telefnica de Las Flores que lo llaman de Buenos Aires. Se oye mal y la comunicacin todo el tiempo se corta. Paso la llamada? Psela, por favor. Oy apenas: Un rato despus de salir del Parque Japons... Imagino cmo te caer la noticia... Encontraron el cuerpo en la gruta de las barrancas de la Recoleta. El cuerpo de quin? grit Arturo. Quin habla? No era fcil de or y menos de reconocer la voz entrecortada por interrupciones, que llegaba de muy lejos, a travs de alambres que parecan vibrar en un vendaval. Oy nuevamente: Despus de salir del Parque Japons. El que hablaba no era Dillon, ni Amenbar, ni Arribillaga. Salcedo? Por eliminacin quiz pareciera el ms probable, pero por la voz no lo reconoca. Antes que se cortara la comunicacin, oy con relativa claridad: Se peg un balazo. La seorita Mariana, de la red local, apareci despus de un largo silencio, para decir que la comunicacin se cort porque los operarios de la Unin Telefnica se plegaron a la huelga. Arturo pregunt: No sabe hasta cundo? Por tiempo indeterminado. No sabe de qu nmero llamaron? No, seor. A veces nos llega la comunicacin mejor que a los abonados. Hoy, no. Despus de un rato de perplejidad, casi de anonadamiento, por la noticia y por la imposibilidad de conseguir aclaraciones, Arturo exclam en un murmullo: "No puede ser Carlota". La exclamacin velaba una pregunta, que formul con miedo. El resultado fue favorable, porque la frase en definitiva expresaba una conclusin lgica. Carlota no poda suicidarse, porque era una muchacha fuerte, consciente de tener la vida por delante y resuelta a no desperdiciarla Si todava quedaba en el nimo de Arturo algn temor, provena del sueo en que vio la cara de Carlota y oy ese grito que peda socorro. "Los sueos son convincentes", se dijo, "pero no voy a permitir que la supersticin prevalezca sobre la cordura. Es claro que la cordura no es fcil cuando hubo una desgracia y uno est solo y mal informado". De pronto le vinieron a la memoria ciertas palabras que dijo Dillon, cuando iban al Parque Japons. Tal vez debi replicarle que el suicida es un individuo ms impaciente que filosfico: a todos nos llega demasiado pronto la muerte. Recapacit: "Sin embargo fui atinado en no insistir, en no dar pie para que Dillon dijera de nuevo que pegarse un tiro era la mejor solucin. No creo que lo haya hecho... Si me atengo a lo que dijo en broma, o en serio, podra pegarse un tiro despus de perder en el hipdromo. Ayer no fue al hipdromo, porque no era domingo". En tono de intencionada despreocupacin agreg: "Qu carrerista va a matarse en vsperas de carreras?" Quines quedaban? " Amenbar? No veo por qu iba a hacerlo. Para suicidarse hay que estar en la rueda de la vida, como dicen en Oriente. En la carrera de los afanes. O haber estado y sentir desilusin y amargura. Si no se dej atrapar nunca por el juego de ilusiones por qu tendra ahora ese arranque?" En cuanto a Carlota, la nica falta de coherencia que le conoca era Salcedo. Algo que lo concerna tan ntimamente quiz lo descalificara para juzgar. Si la imaginaba triste y

  • arrepentida hasta el punto de suicidarse, caera en la clsica, y sin duda errnea, suposicin de todo amante abandonado. Pens despus en Arribillaga y en sus ambiciones, acaso incompatibles: un perfecto caballero y un popular caudillo poltico. Por cierto, el ms frecuente modelo de perfecto caballero es un aspirante a matn siempre listo a dar estocadas al primero que ponga en duda su buen nombre y tambin dispuesto a defender, sin el menor escrpulo, sus intereses. Es claro que el pobre Arribillaga quera ser un caballero autntico y un poltico merecidamente venerado por el pueblo y tal vez ahora mismo jugara con la idea de empuar el volante de su Pierce Arrow y darse una vuelta por la fbrica de Vasena y arengar a los obreros huelguistas. Y Perucho Salcedo? "Supongamos que no fue el que llam por telfono: tena alguna razn para suicidarse? Un flanco dbil? La deslealtad con un amigo? Birlar la mujer del amigo es algo serio? Adems cmo opinar sin saber cul fue la participacin de la mujer en el episodio?" Se dijo: "Mejor no saberlo". A lo largo del da, de la noche y de los tres das ms que pas en el campo, Arturo muchas veces reflexion sobre las razones que pudo tener cada uno de los amigos, para matarse. En algn momento se abandon a esperanzas no del todo justificadas. Se dijo que tal vez fuera ms fcil encontrar un malentendido en la comunicacin telefnica del viernes, que una razn para matarse en cualquiera de ellos. Sin duda la comunicacin fue confusa, pero el sentido de algunas frases era evidente y no dejaba muchas esperanzas: "Imagino cmo te caer la noticia", "encontraron el cuerpo en la gruta de la Recoleta", "se peg un balazo". Tambin se dijo que llevado por una impaciencia estpida emprendi esa investigacin y que ms vala no seguirla. Quiz fuera menos desdichado mientras no identificara al muerto. En la ltima noche, en un sueo, vio un saln ovalado, con cinco puertas, que tenan arriba una inscripcin en letras gticas. Las puertas eran de madera rubia, labrada, y todo resplandeca a la luz de muchas lmparas. Porque era miope debi acercarse para leer, sobre cada puerta, el nombre de uno de sus amigos. La puerta que se abriera correspondera al que se haba matado. Con mucho temor apoy el picaporte de la primera, que no cedi, y despus repiti el intento con las dems. Se dijo: "Con todas las dems", pero estaba demasiado confuso como para saberlo claramente. En realidad no deseaba encontrar la puerta que cediera. A la maana le dijeron que se haba levantado la huelga y que los trenes corran. Viaj en el de las doce y diez. Apenas pasadas las cinco, bajaba del tren, sala de Constitucin, tomaba un automvil de alquiler. Aunque nada deseaba tanto como llegar a su casa, dijo al hombre: A Soler y Aroz, por favor. En ese instante haba sabido cul de los amigos era el muerto. La brusca revelacin lo aturdi. El chfer trat de entablar conversacin: pregunt desde cundo faltaba de la capital y coment que, segn decan algunos diarios, se haba levantado la huelga, lo que estaba por verse. Quizs en voz alta Arturo pens en el suicida. Murmur: Qu tristeza. No le qued recuerdo alguno del momento en que baj del coche y camin hacia la casa. Record, en cambio, que abri el portn del jardn y que la puerta de adentro estaba abierta y que de pronto se encontr en la penumbra de la sala, donde Carlota y los padres de Amenbar estaban sentados, inmviles, alrededor de la mesita del t. Al ver a su amiga, Arturo sinti emocin y alivio, como si hubiera temido por ella. Trabajosamente se levantaron la seora y el seor. Hubo saludos; no palmadas ni abrazos. Ya se preguntaba si lo que haba imaginado sera falso, cuando Carlota murmur: Trat de avisarte, pero no consegu comunicacin. Creo que me llam Salcedo. No estoy seguro. Se oa muy mal. La seora le sirvi una taza de t y le ofreci tostadas y galletitas. Despus de un rato anunci Carlota: Es tarde. Tengo que irme. Te acompaodijo Arturo. Por qu se van tan pronto?pregunt la seora. Mi hijo no puede tardar. Cuando salieron, explic la muchacha:

  • La madre se niega a creer que el hijo ha muerto. Me parece natural. Es lo que todos sentimos. Por qu no quiso vivir? Amenbar era el nico de nosotros que no se permita incoherencias.

    En memoria de Paulina

    Siempre quise a Paulina. En uno de mis primeros recuerdos, Paulina y yo estamos ocultos en una oscura glorieta de laureles, en un jardn con dos leones de piedra. Paulina me dijo: Me gusta el azul, me gustan las uvas, me gusta el hielo, me gustan las rosas, me gustan los caballos blancos. Yo comprend que mi felicidad haba empezado, porque en esas preferencias poda identificarme con Paulina. Nos parecimos tan milagrosamente que en un libro sobre la final reunin de las almas en el alma del mundo, mi amiga escribi en el margen: Las nuestras ya se reunieron. "Nuestras" en aquel tiempo, significaba la de ella y la ma. Para explicarme ese parecido argument que yo era un apresurado y remoto borrador de Paulina. Recuerdo que anot en mi cuaderno: Todo poema es un borrador de la Poesa y en cada cosa hay una prefiguracin de Dios. Pens tambin: En lo que me parezca a Paulina estoy a salvo. Vea (y an hoy veo) la identificacin con Paulina como la mejor posibilidad de mi ser, como el refugio en donde me librara de mis defectos naturales, de la torpeza, de la negligencia, de la vanidad. La vida fue una dulce costumbre que nos llev a esperar, como algo natural y cierto, nuestro futuro matrimonio. Los padres de Paulina, insensibles al prestigio literario prematuramente alcanzado, y perdido, por m, prometieron dar el consentimiento cuando me doctorara. Muchas veces nosotros imaginbamos un ordenado porvenir, con tiempo suficiente para trabajar, para viajar y para querernos. Lo imaginbamos con tanta vividez que nos persuadamos de que ya vivamos juntos. Hablar de nuestro casamiento no nos induca a tratarnos como novios. Toda la infancia la pasamos juntos y segua habiendo entre nosotros una pudorosa amistad de nios. No me atreva a encarnar el papel de enamorado y a decirle, en tono solemne: Te quiero. Sin embargo, cmo la quera, Con qu amor atnito y escrupuloso yo miraba su resplandeciente perfeccin . A Paulina le agradaba que yo recibiera amigos. Preparaba todo, atenda a los invitados, y, secretamente, jugaba a ser duea de casa. Confieso que esas reuniones no me alegraban. La que ofrecimos para que Julio Montero conociera a escritores no fue una excepcin. La vspera, Montero me haba visitado por primera vez. Esgrima, en la ocasin, un copioso manuscrito y el desptico derecho que la obra indita confiere sobre el tiempo del prjimo. Un rato despus de la visita yo haba olvidado esa cara hirsuta y casi negra. En lo que se refiere al cuento que me ley Montero me haba encarecido que le dijera con toda sinceridad si el impacto de su amargura resultaba demasiado fuerte, acaso fuera notable porque revelaba un vago propsito de imitar a escritores positivamente diversos. La idea central proceda del probable sofisma: si una determinada meloda surge de una relacin entre el violn y los movimientos del violinista, de una determinada relacin entre movimiento y materia surga el alma de cada persona. El hroe del cuento fabricaba una mquina para producir almas (una suerte de bastidor, con maderas y piolines). Despus el hroe mora. Velaban y enterraban el cadver; pero l estaba secretamente vivo en el bastidor. Hacia el ltimo prrafo, el bastidor apareca, junto a un esteroscopio y un trpode con una piedra de galena, en el cuarto donde haba muerto una seorita. Cuando logr apartarlo de los problemas de su argumento, Montero manifest una extraa ambicin por conocer a escritores. Vuelva maana por la tardele dije. Le presentar a algunos. Se describi a si mismo como un salvaje y acept la invitacin. Quiz movido por el agrado de verlo partir, baj con l hasta la puerta de calle. Cuando salimos del ascensor, Montero descubri el

  • jardn que hay en el patio. A veces, en la tenue luz de la tarde, vindolo a travs del portn de vidrio que lo separa del hall, ese diminuto jardn sugiere la misteriosa imagen de un bosque en el fondo de un lago. De noche, proyectores de luz lila y de luz anaranjada lo convierten en un horrible paraso de caramelo. Montero lo vio de noche. Le ser francome dijo, resignndose a quitar los ojos del jardn. De cuanto he visto en la casa esto es lo ms interesante. Al otro da Paulina lleg temprano; a las cinco de la tarde ya tena todo listo para el recibo. Le mostr una estatuita china, de piedra verde, que yo haba comprado esa maana en un anticuario. Era un caballo salvaje, con las manos en el aire y la crin levantada. El vendedor me asegur que simbolizaba la pasin . Paulina puso el caballito en un estante de la biblioteca y exclam: Es hermoso como la primera pasin de una vida. Cuando le dije que se lo regalaba, impulsivamente me ech los brazos al cuello y me bes. Tomamos el t en el antecomedor. Le cont que me haban ofrecido una beca para estudiar dos aos en Londres. De pronto cremos en un inmediato casamiento , en el viaje, en nuestra vida en Inglaterra (nos pareca tan inmediata como el casamiento). Consideramos pormenores de economa domstica; las privaciones, casi dulces, a que nos someteramos; la distribucin de horas de estudio, de paseo, de reposo y, tal vez, de trabajo; lo que hara Paulina mientras yo asistiera a los cursos; la ropa y los libros que llevaramos. Despus de un r ato de proyectos, admitimos que yo tendra que renunciar a la beca. Faltaba una semana para mis exmenes, pero ya era evidente que los padres de Paulina queran postergar nuestro casamiento. Empezaron a llegar los invitados. Yo no me senta feliz. Cuando conversaba con una persona, slo pensaba en pretextos para dejarla. Proponer un tema que interesara al interlocutor me pareca imposible. Si quera recordar algo, no tena memoria o la tena demasiado lejos. Ansioso, ftil, abatido, pasaba de un grupo a otro, deseando que la gente se fuera, que nos quedramos solos, que llegara el momento, ay, tan breve, de acompaar a Paulina hasta su casa. Cerca de la ventana, mi novia hablaba con Montero. Cuando la mir, levant los ojos e inclin hacia m su cara perfecta. Sent que en la ternura de Paulina haba un refugio inviolable, en donde estbamos solos. Cmo anhel decirle que la quera! Tom la firme resolucin de abandonar esa misma noche mi pueril y absurda vergenza de hablarle de amor. Si ahora pudiera (suspir) comunicarle mi pensamiento. En su mirada palpit una generosa, alegre y sorprendida gratitud. Paulina me pregunt en qu poema un hombre se aleja tanto de una mujer que no la saluda cuando la encuentra en el cielo. Yo saba que el poema era de Browning y vagamente recordaba los versos. Pas el resto de la tarde buscndolos en la edicin de Oxford. Si no me dejaban con Paulina, buscar algo para ella era preferible a conversar con otras personas, pero estaba singularmente ofuscado y me pregunt si la imposibilidad de encontrar el poema no entraaba un presagio. Mir hacia la ventana. Luis Alberto Morgan, el pianista, debi de notar mi ansiedad, porque me dijo: Paulina est mostrando la casa a Montero. Me encog de hombros, ocult apenas el fastidio y simul interesarme, de nuevo, en el libro de Browning. Oblicuamente vi a Morgan entrando en mi cuarto. Pens: Va a llamarla. En seguida reapareci con Paulina y con Montero. Por fin alguien se fue; despus, con despreocupacin y lentitud partieron otros. Lleg un momento en que slo quedamos Paulina, yo y Montero. Entonces, como lo tem, exclam Paulina: Es muy tarde. Me voy. Montero intervino rpidamente: Si me permite, la acompaar hasta su casa. Yo tambin te acompaarrespond. Le habl a Paulina, pero mir a Montero. Pretend que los ojos le comunicaran mi desprecio y mi odio. Al llegar abajo, advert que Paulina no tena el caballito chino. Le dije: Has olvidado mi regalo. Sub al departamento y volv con la estatuita . Los encontr apoyados en el portn de vidrio,

  • mirando el jardn. Tom del brazo a Paulina y no permit que Montero se le acercara por el otro lado. En la conversacin prescind ostensiblemente de Montero. No se ofendi. Cuando nos despedimos de Paulina, insisti en acompaarme hasta casa. En el trayecto habl de literatura, probablemente con sinceridad y con fervor. Me dije: l es el literato; yo soy un hombre cansado, frvolamente preocupado con una mujer. Consider la incongruencia que haba entre su vigor fsico y su debilidad literaria. Pens: una caparazn lo protege; no le llega lo que siente el interlocutor. Mir con odio sus ojos despiertos, su bigote hirsuto, su pescuezo fornido. Aquella semana casi no vi a Paulina. Estudi mucho. Despus del ltimo examen, la llam por telfono. Me felicit con una insistencia que no pareca natural y dijo que al fin de la tarde ira a casa. Dorm la siesta, me ba lentamente y esper a Paulina hojeando un libro sobre los Faustos de Muller y de Lessing. Al verla, exclam: Ests cambiada. Sirespondi. Cmo nos conocemos! No necesito hablar para que sepas lo que siento. Nos miramos en los ojos, en un xtasis de beatitud. Graciascontest. Nada me conmova tanto como la admisin, por parte de Paulina, de la entraable conformidad de nuestras almas. Confiadamente me abandon a ese halago. No s cundo me pregunt (incrdulamente) si las palabras de Paulina ocultaran otro sentido. Antes de que yo considerara esta posibilidad, Paulina emprendi una confusa explicacin. O de pronto: Esa primera tarde ya estbamos perdidamente enamorados Me pregunt quines estaban enamorados. Paulina continu. Es muy celoso. No se opone a nuestra amistad, pero le jur que, por un tiempo, no te vera. Yo esperaba, an, la imposible aclaracin que me tranquilizara. No saba si Paulina hablaba en broma o en serio. No saba qu expresin haba en mi rostro. No saba lo desgarradora que era mi congoja. Paulina agreg: Me voy. Julio est esperndome. No subi para no molestarnos. Quin?pregunt. En seguida temcomo si nada hubiera ocurridoque Paulina descubriera que yo era un impostor y que nuestras almas no estaban tan juntas. Paulina contest con naturalidad: Julio Montero. La respuesta no poda sorprenderme; sin embargo, en aquella tarde horrible, nada me conmovi tanto como esas dos palabras. Por primera vez me sent lejos de Paulina. Casi con desprecio le pregunt: Van a casarse? No recuerdo qu me contest. Creo que me invit a su casamiento. Despus me encontr solo. Todo era absurdo. No haba una persona ms incompatible con Paulina (y conmigo) que Montero. O me equivocaba? Si Paulina quera a ese hombre, tal vez nunca se haba parecido a m. Una abjuracin no me bast; descubr que muchas veces yo haba entrevisto la espantosa Verdad. Estaba muy triste, pero no creo que sintiera celos. Me acost en la cama, boca abajo. Al estirar una mano, encontr el libro que haba ledo un rato antes. Lo arroj lejos de m, con asco . Sal a caminar. En una esquina mir una calesita. Me pareca imposible seguir viviendo esa tarde. Durante aos la record y como prefera los dolorosos momentos de la ruptura (porque los haba pasado con Paulina) a la ulterior soledad, los recorra y los examinaba minuciosamente y volva a vivirlos. En esta angustiada cavilacin crea descubrir nuevas interpretaciones para los hechos. As, por ejemplo, en la voz de Paulina declarndome el nombre de su amado, sorprend una ternura que, al principio, me emocion. Pens que la muchacha me tena lstima y me conmovi su bondad como antes me conmova su amor. Luego, recapacitando, deduje que esa ternura no era para m sino para el nombre pronunciado.

  • Acept la beca, y, silenciosamente, me ocup en los preparativos del viaje. Sin embargo, la noticia trascendi. En la ltima tarde me visit Paulina. Me senta alejado de ella, pero cuando la vi me enamor de nuevo. Sin que Paulina lo dijera, comprend que su aparicin era furtiva. La tom de las manos, trmulo de agradecimiento. Paulina exclam: Siempre te querr. De algn modo, siempre te querr ms que a nadie. Tal vez crey que haba cometido una traicin. Saba que yo no dudaba de su lealtad hacia Montero, pero como disgustada por haber pronunciado palabras que entraaransi no para m, para un testigo imaginariouna intencin desleal, agreg rpidamente: Es claro, lo que siento por ti no cuenta. Estoy enamorada de Julio. Todo lo dems, dijo, no tena importancia. El pasado era una regin desierta en que ella haba esperado a Montero. De nuestro amor, o amistad, no se acord. Despus hablamos poco. Yo estaba muy resentido y fing tener prisa. La acompa en el ascensor. Al abrir la puerta retumb, inmediata, la lluvia. Buscar un taxmetrodije. Con una sbita emocin en la voz, Paulina me grit: Adis, querido. Cruz, corriendo, la calle y desapareci a lo lejos. Me volv, tristemente. Al levantar los ojos vi a un hombre agazapado en el jardn. El hombre se incorpor y apoy las manos y la cara contra el portn de vidrio. Era Montero. Rayos de luz lila y de luz anaranjada se cruzaban sobre un fondo verde, con boscajes oscuros. La cara de Montero, apretada contra el vidrio mojado, pareca blanquecina y deforme. Pens en acuarios, en peces en acuarios. Luego, con frvola amargura, me dije que la cara de Montero sugera otros monstruos: los peces deformados por la presin del agua, que habitan el fondo del mar. Al otro da, a la maana, me embarqu. Durante el viaje, casi no sal del camarote. Escrib y estudi mucho. Quera olvidar a Paulina. En mis dos aos de Inglaterra evit cuanto pudiera recordrmela: desde los encuentros con argentinos hasta los pocos telegramas de Buenos Aires que publicaban los diarios. Es verdad que se me apareca en el sueo, con una vividez tan persuasiva y tan real, que me pregunt si mi alma no contrarrestaba de noche las privaciones que yo le impona en la vigilia. Elud obstinadamente su recuerdo. Hacia el fin del primer ao, logr excluirla de mis noches, y, casi, olvidarla. La tarde que llegu de Europa volv a pensar en Paulina. Con aprehensin me dije que tal vez en casa los recuerdos fueran demasiado vivos. Cuando entr en mi cuarto sent alguna emocin y me detuve respetuosamente, conmemorando el pasado y los extremos de alegra y de congoja que yo haba conocido. Entonces tuve una revelacin vergonzosa. No me conmovan secretos monumentos de nuestro amor, repentinamente manifestados en lo ms ntimo de la memoria; me conmova la enftica luz que entraba por la ventana, la luz de Buenos Aires. A eso de las cuatro fui hasta la esquina y compr un kilo de caf. En la panadera, el patrn me reconoci, me salud con estruendosa cordialidad y me inform que desde hacia mucho tiemposeis meses por lo menosyo no lo honraba con mis compras. Despus de estas amabilidades le ped, tmido y resignado, medio kilo de pan. Me pregunt, como .siempre: ,Tostado o blanco'? Le contest, como siempre: Blanco. Volv a casa. Era un da claro como un cristal y muy fro. Mientras preparaba el caf pens en Paulina. Hacia el fin de la tarde solamos tomar una taza de caf negro. Como en un sueo pas de un afable y ecunime in diferencia a la emocin, a la locura, que me produjo la aparicin de Paulina. Al verla ca de rodillas, hund la cara entre sus manos y llor por primera vez todo el dolor de haberla perdido.

  • Su llegada ocurri as: tres golpes resonaron en la puerta; me pregunt quin seria el intruso; pens que por su culpa se enfriara el caf, abr, distradamente. Luegoignoro si el tiempo transcurrido fue muy largo o muy brevePaulina me orden que la siguiera. Comprend que ella estaba corrigiendo, con la persuasin de los hechos, los antiguos errores de nuestra conducta. Me parece (pero adems de recaer en los mismos errores, soy infiel a esa tarde) que los corrigi con excesiva determinacin . Cuando me pidi que la tomara de la mano ("La mano!", me dijo. "Ahora!") me abandon a la dicha. Nos miramos en los ojos y, como dos ros confluentes, nuestras almas tambin se unieron. Afuera, sobre el techo, contra las paredes, llova. Interpret esa lluviaque era el mundo entero surgiendo, nuevamentecomo una pnica expansin de nuestro amor. La emocin no me impidi, sin embargo, descubrir que Montero haba contaminado la conversacin de Paulina. Por momentos, cuando ella hablaba, yo tena la ingrata impresin de or a mi rival. Reconoc la caracterstica pesadez de las frases; reconoc las ingenuas y trabajosas tentativas de encontrar el trmino exacto; reconoc, todava apuntando vergonzosamente, la inconfundible vulgaridad. Con un esfuerzo pude sobreponerme. Mir el rostro, la sonrisa, los ojos. Ah estaba Paulina, intrnseca y perfecta. Ah no me la haban cambiado. Entonces, mientras la contemplaba en la mercurial penumbra del espejo, rodeada por el marco de guirnaldas, de coronas y de ngeles negros, me pareci distinta. Fue como si descubriera otra versin de Paulina; como si la viera de un modo nuevo. Di gracias por la separacin, que me haba interrumpido el hbito de verla, pero que me la devolva ms hermosa. Paulina dijo: Me voy. Julio me espera. Advert en su voz una extraa mezcla de menosprecio y de angustia, que me desconcert. Pens melanclicamente: Paulina, en otros tiempos, no hubiera traicionado a nadie. Cuando levant la mirada, se haba ido. Tras un momento de vacilacin la llam. Volv a llamarla, baj a la entrada, corr por la calle. No la encontr. De vuelta, sent fro. Me dije: "Ha refrescado. Fue un simple chaparrn". La calle estaba seca. Cuando llegu a casa vi que eran las nueve. No tena ganas de salir a comer; la posibilidad de encontrarme con algn conocido, me acobardaba. Prepar un poco de caf. Tom dos o tres tazas y mord la punta de un pan. No saba siquiera cundo volveramos a vernos. Quera hablar con Paulina. Quera pedirle que me aclarara... De pronto, mi ingratitud me asust. El destino me deparaba toda la dicha y yo no estaba contento. Esa tarde era la culminacin de nuestras vidas. Paulina lo haba comprendido as. Yo mismo lo haba comprendido. Por eso casi no hablamos. (Hablar, hacer preguntas hubiera sido, en cierto modo, diferenciarnos.) Me pareca imposible tener que esperar hasta el da siguiente para ver a Paulina. Con premioso alivio determin que ira esa misma noche a casa de Montero. Desist muy pronto; sin hablar antes con Paulina, no poda visitarlos. Resolv buscar a un amigoLuis Alberto Morgan me pareci el ms indicadoy pedirle que me contara cuanto supiera de la vida de Paulina durante mi ausencia. Luego pens que lo mejor era acostarme y dormir. Descansado, vera todo con ms comprensin. Por otra parte, no estaba dispuesto a que me hablaran frvolamente de Paulina. Al entrar en la cama tuve la impresin de entrar en un cepo (record, tal vez, noches de insomnio, en que uno se queda en la cama para no reconocer que est desvelado). Apagu la luz. No cavilara ms sobre la conducta de Paulina. Saba demasiado poco para comprender la situacin. Ya que no poda hacer un vaco en la mente y dejar de pensar, me refugiara en el recuerdo de esa tarde. Seguira queriendo el rostro de Paulina aun si encontraba en sus actos algo extrao y hostil que me alejaba de ella. E1 rostro era el de siempre, el puro y maravilloso que me haba querido antes de la abominable aparicin de Montero. Me dije: Hay una fidelidad en las caras, que las almas quiz

  • no comparten. O todo era un engao? Yo estaba enamorado de una ciega proyeccin de mis preferencias y repulsiones? Nunca haba conocido a Paulina? Eleg una imagen de esa tardePaulina ante la oscura y tersa profundidad del espejoy procur evocarla. Cuando la entrev, tuve una revelacin instantnea: dudaba porque me olvidaba de Paulina. Quise consagrarme a la contemplacin de su imagen. La fantasa y la memoria son facultades caprichosas: evocaba el pelo despeinado, un pliegue del vestido, la vaga penumbra circundante, pero mi amada se desvaneca. Muchas imgenes, animadas de inevitable energa, pasaban ante mis ojos cerrados. De pronto hice un descubrimiento. Como en el borde oscuro de un abismo, en un ngulo del espejo, a la derecha de Paulina, apareci el caballito de piedra verde. La visin, cuando se produjo, no me extra; slo despus de unos minutos record que la estatuita no estaba en casa. Yo se la haba regalado a Paulina haca dos aos. Me dije que se trataba de una superposicin de recuerdos anacrnicos (el ms antiguo, del caballito; el ms reciente, de Paulina). La cuestin quedaba dilucidada, yo estaba tranquilo y deba dormirme. Formul entonces una reflexin vergonzosa y, a la luz de lo que averiguara despus, pattica. "Si no me duermo pronto", pens, "maana estar demacrado y no le gustar a Paulina". Al rato advert que mi recuerdo de la estatuita en el espejo del dormitorio no era justificable. Nunca la puse en el dormitorio. En casa, la vi nicamente en el otro cuarto (en el estante o en manos de Paulina o en las mas). Aterrado, quise mirar de nuevo esos recuerdos. E1 espejo reapareci, rodeado de ngeles y de guirnaldas de madera, con Paulina en el centro y el caballito a la derecha. Yo no estaba seguro de que reflejara la habitacin. Tal vez la reflejaba, pero de un modo vago y sumario. En cambio el caballito se encabritaba ntidamente en el estante de la biblioteca. La biblioteca abarcaba todo el fondo y en la oscuridad lateral rondaba un nuevo personaje, que no reconoc en el primer momento. Luego, con escaso inters, not que ese personaje era yo. Vi el rostro de Paulina, lo vi entero (no por partes), como proyectado hasta m por la extrema intensidad de su hermosura y de su tristeza. Despert llorando. No s desde cundo dorma. S que el sueo no fue inventivo. Continu, insensiblemente, mis imaginaciones y reprodujo con fidelidad las escenas de la tarde. Mir el reloj. Eran las cinco. Me levantara temprano y, aun a riesgo de enojar a Paulina, ira a su casa. Esta resolucin no mitig mi angustia. Me levant a las siete y media, tom un largo bao y me vest despacio. Ignoraba dnde viva Paulina. El portero me prest la gua de telfonos y la Gua Verde. Ninguna registraba la direccin de Montero. Busqu el nombre de Paulina; tampoco figuraba. Comprob, asimismo, que en la antigua casa de Montero viva otra persona. Pens preguntar la direccin a los padres de Paulina. No los vea desde haca mucho tiempo (cuando me enter del amor de Paulina por Montero, interrump el trato con ellos). Ahora, para disculparme, tendra que historiar mis penas. Me falt el nimo. Decid hablar con Luis Alberto Morgan. Antes de las once no poda presentarme en su casa. Vagu por las calles, sin ver nada, o atendiendo con momentnea aplicacin a la forma de una moldura en una pared o al sentido de una palabra oda al azar. Recuerdo que en la plaza Independencia una mujer, con los zapatos en una mano y un libro en la otra, se paseaba descalza por el pasto hmedo. Morgan me recibi en la cama, abocado a un enorme tazn, que sostena con ambas manos. Entre vi un lquido blancuzco y, flotando, algn pedazo de pan. Dnde vive Montero?le pregunt. Ya haba tomado toda la leche. Ahora sacaba del fondo de la taza los pedazos de pan. Montero est presocontest. No pude ocultar mi asombro. Morgan continu: Cmo? Lo ignoras?

  • lmagin, sin duda, que yo ignoraba solamente ese detalle, pero, por gusto de hablar, refiri todo lo ocurrido. Cre perder el conocimiento: caer en un repentino precipicio; ah tambin llegaba la voz ceremoniosa, implacable y ntida, que relataba hechos incomprensibles con la monstruosa y persuasiva conviccin de que eran familiares. Morgan me comunic lo siguiente: Sospechando que Paulina me visitara, Montero se ocult en el jardn de casa. La vio salir, la sigui; la interpel en la calle. Cuando se juntaron curiosos, la subi a un automvil de alquiler. Anduvieron toda la noche por la Costanera y por los lagos y, a la madrugada, en un hotel del Tigre, la mat de un balazo. Esto no haba ocurrido la noche anterior a esa maana; haba ocurrido la noche anterior a mi viaje a Europa; haba ocurrido haca dos aos. En los momentos ms terribles de la vida solemos caer en una suerte de irresponsabilidad protectora y en vez de pensar en lo que nos ocurre dirigimos la atencin a trivialidades. En ese momento yo le pregunt a Morgan: Te acuerdas de la ltima reunin, en casa, antes de mi viaje? Morgan se acordaba. Continu: Cuando notaste que yo estaba preocupado y fuiste a mi dormitorio a buscar a Paulina, qu haca Montero? Nadacontest Morgan, con cierta vivacidad. Nada. Sin embargo, ahora lo recuerdo: se miraba en el espejo. Volva a casa. Me cruc, en la entrada, con el portero. Afectando indiferencia, le pregunt: Sabe que muri la seorita Paulina? Cmo no voy a saberlo?respondi. Todos los diarios hablaron del asesinato y yo acab declarando en la polica. El hombre me mir inquisitivamente. Le ocurre algo?dijo, acercndose mucho. Quiere que lo acompae? Le di las gracias y me escap hacia arriba. Tengo un vago recuerdo de haber forcejeado con una llave; de haber recogido unas cartas, del otro lado de la puerta; de estar con los ojos cerrados, tendido boca abajo, en la cama. Despus me encontr frente al espejo, pensando: " Lo cierto es que Paulina me visit anoche. Muri sabiendo que el matrimonio con Montero haba sido un equivocacin una equivocacin atrozy que nosotros ramos la verdad. Volvi desde la muerte, para completar su destino, nuestro destino". Record una frase que Paulina escribi, hace aos, en un libro: Nuestras almas ya se reunieron. Segu pensando: "Anoche, por fin. En el momento en que la tom de la mano". Luego me dije: "Soy indigno de ella: he dudado, he sentido celos. Para quererme vino desde la muerte". Paulina me haba perdonado. Nunca nos habamos querido tanto. Nunca estuvimos tan cerca. Yo me debata en esta embriaguez de amor, victoriosa y triste cuando me preguntmejor dicho, cuando mi cerebro, llevado por el simple hbito de proponer alternativas, se preguntsi no habra otra explicacin para la visita de anoche. Entonces, como una fulminacin, me alcanz la verdad. Quisiera descubrir ahora que me equivoco de nuevo. Por desgracia, como siempre ocurre cuando surge la verdad, mi horrible explicacin aclara los hechos que parecan misteriosos. Estos, por su parte, la confirman. Nuestro pobre amor no arranc de la tumba a Paulina. No hubo fantasma de Paulina. Yo abrac un monstruoso fantasma de los celos de mi rival. La clave de lo ocurrido est oculta en la visita que me hizo Paulina en la vspera de mi viaje. Montero la sigui y la esper en el jardn. La ri toda la noche y, porque no crey en sus explicacionescmo ese hombre entendera la pureza de Paulina?la mat a la madrugada. Lo imagin en su crcel, cavilando sobre esa visita, representndosela con la cruel obstinacin de los celos. La imagen que entr en casa, lo que despus ocurri all, fue un a proyeccin de la horrenda fantasa de Montero. No lo descubr entonces, porque estaba tan conmovido y tan feliz, que slo tena voluntad para obedecer a Paulina. Sin embargo, los indicios no faltaron. Por ejemplo, la lluvia. Durante la visita de la verdadera Paulinaen la vspera de mi viajeno o la lluvia. Montero, que estaba en el jardn, la sinti directamente sobre su cuerpo. Al imaginarnos, crey que la habamos

  • odo. Por eso anoche o llover. Despus me encontr con que la calle estaba seca. Otro indicio es la estatuita. Un solo da la tuve en casa: el da del recibo. Para Montero qued como un smbolo del lugar. Por eso apareci anoche. No me reconoc en el espejo, por que Montero no me imagin claramente. Tampoco imagin con precisin el dormitorio. Ni siquiera conoci Paulina. La imagen proyectada por Montero se condujo de un modo que no es propio de Paulina. Adems, hablaba como l. Urdir esta fantasa es el tormento de Montero. El mo es ms real. Es la conviccin de que Paulina no volvi porque estuviera desengaada de su amor. Es la conviccin de que nunca fui su amor. Es la conviccin de que Montero no ignoraba aspectos de su vida que slo he conocido indirectamente. Es la conviccin de que al tomarla de la manoen el supuesto momento de la reunin de nuestras almasobedec a un ruego de Paulina que ella nunca me dirigi y que mi rival oy muchas veces.

    El caso de los viejitos voladores

    Un diputado, que en estos aos viaj con frecuencia al extranjero, pidi a la cmara que nombrara una comisin investigadora. El legislador haba advertido, primero sin alegra, por ltimo con alarma, que en aviones de diversas lneas cruzaba el espacio en todas direcciones, de modo casi continuo, un puado de hombres muy viejos, poco menos que moribundos. A uno de ellos, que vio en un vuelo de mayo, de nuevo lo encontr en uno de junio. Segn el diputado, lo reconoci "porque el destino lo quiso". En efecto, al anciano se lo vea tan desmejorado que pareca otro, ms plido, ms dbil, ms decrpito. Esta circunstancia llev al diputado a entrever una hiptesis que daba respuesta a sus preguntas. Detrs de tan misterioso trfico areo, no habra una organizacin para el robo y la venta de rganos de viejos? Parece increble, pero tambin es increble que exista para el robo y la venta de rganos de jvenes. Los rganos de los jvenes resultan ms actrativos, ms convenientes? De acuerdo: pero las dificultades para conseguirlos han de ser mayores. En el caso de los viejos podr contarse, en alguna medida, con la complicidad de la familia. En efecto, hoy todo viejo plantea dos alternativas: la molestia o el geritrico. Una invitacin al viaje procura, por regla general, la aceptacin inmediata, sin averiguaciones previas. A caballo regalado no se le mira la boca. La comisin bicameral, para peor, result demasiado numerosa para actuar con la agilidad y eficacia sugeridas. El diputado, que no daba el brazo a torcer, consigui que la comisin delegara su cometido a un investigador profesional. Fue as como El caso de los viejos voladores lleg a esta oficina. Lo primero que hice fue preguntar al diputado en aviones de qu lneas viaj en mayo y en junio. "En Aerolneas y en Lneas Areas Portuguesas" me contest. Me present en ambas compaas, requer las listas de pasajeros y no tard en identificar al viejo en cuestin. Tena que ser una de las dos personas que figuraban en ambas listas; la otra era el diputado. Prosegu las investigaciones, con resultados poco estimulantes al principio (la contestacin variaba entre "Ni idea" y "El hombre me suena"), pero finalmente un adolescente me dijo "Es una de las glorias de nuestra literatura". No s cmo uno se mete de investigador: es tan raro todo. Bast que yo recibiera la respuesta del menor, para que todos los interrogados, como si se hubieran parado en San Benito, me contestaran: "Todava no lo sabe? Es una de las glorias de nuestra literatura". Fui a la Sociedad de Escritores donde un socio joven, confirm en lo esencial la informacin. En realidad me pregunt: Usted es arquelogo? No, Por qu?

  • No me diga que es escritor? Tampoco. Entonces no lo entiendo. Para el comn de los mortales, el seor del que me habla tiene un inters puramente arqueolgico. Para los escritores, l y algunos otros como l, son algo muy real y, sobre todo, muy molesto. Me parece que usted no le tiene simpata. Cmo tener simpata por un obstculo? El seor en cuestin no es ms que un obstculo. Un obstculo insalvable para todo escritor joven. Si llevamos un cuento, un poema, un ensayo a cualquier peridico, nos postergan indefinidamente, porque todos los espacios estn ocupados por colaboraciones de ese individuo o de individuos como l. A ningn joven le dan premios o le hacen reportajes, porque todos los premios y todos los reportajes son para el seor o similares. Resolv visitar al viejo. No fue fcil.En su casa, invariablemente, me decan que no estaba. Un da me preguntaron para qu deseaba hablar con l. "Quisiera preguntarle algo", contest. "Acabramos", dijeron y me comunicaron con el viejo. Este repiti la pregunta de si yo era periodista. Le dije que no. "Est seguro? pregunt. "Segursimo" dije. Me cit ese mismo da en su casa. Quisiera preguntarle, si usted me lo permite, por qu viaja tanto? Usted es mdico? me pregunt. S, viajo demasiado y s que me hace mal, doctor. Por qu viaja? Por qu le han prometido operaciones que le devolvern la salud? De qu operaciones me est hablando? Operaciones quirrgicas. Cmo se le ocurre? Viajara para salvarme de que me las hicieran. Entonces, por qu viaja? Porque me dan premios. Ya un escritor joven me dijo que usted acapara todos los premios. Si. Una prueba de la falta de originalidad de la gente. Uno le da un premio y todos sienten que ellos tambin tienen que darle un premio. No piensa que es una injusticia con los jvenes? Si los premios se los dieran a los que escriben bien, sera una injusticia premiar a los jvenes, porque no saben escribir. Pero no me premian porque escriba bien, sino porque otros me premiaron. La situacin debe de ser muy dolorosa para los jvenes. Dolorosa Por qu? Cuando nos premian, pasamos unos das sonseando vanidosamente. Nos cansamos. Por un tiempo considerable no escribimos. Si los jvenes tuvieran un poco de sentido de la oportunidad, llevaran en nuestra ausencia sus colaboraciones a los peridicos y por malas que sean tendran siquiera una remota posibilidad de que se las aceptaran. Eso no es todo. Con estos premios el trabajo se nos atrasa y no llevamos en fecha el libro al editor. Otro claro que el joven despabilado puede aprovechar para colocar su mamotreto. Y todava guardo en la manga otro regalo para los jvenes, pero mejor no hablar, para que la impaciencia no los carcoma. A m puede decirme cualquier cosa. Bueno, se lo digo: ya me dieron cinco o seis premios. Si continan con este ritmo usted cree que voy a sobrevivir? Desde ya le participo que no. Usted sabe cmo le sacan la frisa al premiado? Creo que no me quedan fuerzas para aguantar otro premio.