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BOLETÍN DEL INSTITUTO CARO Y CUERVO AÑO IV ENERO-ABRIL 1948 Número 1 DON RUFINO JOSÉ CUERVO* Señores académicos: No podía rehusar la honra que me dispensasteis de tomar parte activa en estas reuniones, encar- gándome de hacer una de las conferencias reglamentarias. He vacilado en la elección del asunto, en mi deseo de hallar uno que pudiera interesaros, aun tratado en una forma somera y sencilla, única que me permiten las circunstancias. Voy a ponerme al amparo de un pabellón ilustre para disimular la pobreza de la mercancía: voy a deciros algunas palabras sobre nuestro gran filólogo don Rufino José Cuervo. Casi a un mismo tiempo nacieron en Bogotá dos varones, destinados a ser las mayores glorias literarias de Colombia en la segunda mitad del siglo xix: Rufino José Cuervo y Miguel Antonio Caro. Ambos eran bogotanos auténticos, y proce- dían de hidalga y española estirpe. Caro tuvo por padre a don José Eusebio, uno de los grandes poetas románticos. Cuervo fue hijo de don Rufino, diplomático y hombre de Estado, que llegó a ser vicepresidente de la Nueva Granada. Por cierto * Conferencia leída en la Academia de Guatemala el 22 de abril de 1933. Es desconocida en Colombia, aun cuando fue impresa en el número 2? de las Publicaciones de la Academia de Guatemala, que a muy pocos literatos llegaban. Por eso se publica ahora, casi con carácter de inédita. Don Antonio dio una copia, cui- dadosamente corregida, al Padre José J. Ortega Torres S. S., con destino al tomo undécimo del Anuario de la Academia Colombiana, todavía no editado. Dicho pa- dre nos ha facilitado esta copia, que acogemos como un homenaje a la memoria del ilustre Maestro Gómez Restrepo.

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BOLETÍNDEL

INSTITUTO CARO Y CUERVO

AÑO IV ENERO-ABRIL 1948 Número 1

DON RUFINO JOSÉ CUERVO*

Señores académicos: No podía rehusar la honra que medispensasteis de tomar parte activa en estas reuniones, encar-gándome de hacer una de las conferencias reglamentarias. Hevacilado en la elección del asunto, en mi deseo de hallar unoque pudiera interesaros, aun tratado en una forma somera ysencilla, única que me permiten las circunstancias. Voy aponerme al amparo de un pabellón ilustre para disimular lapobreza de la mercancía: voy a deciros algunas palabras sobrenuestro gran filólogo don Rufino José Cuervo.

Casi a un mismo tiempo nacieron en Bogotá dos varones,destinados a ser las mayores glorias literarias de Colombia enla segunda mitad del siglo xix: Rufino José Cuervo y MiguelAntonio Caro. Ambos eran bogotanos auténticos, y proce-dían de hidalga y española estirpe. Caro tuvo por padre a donJosé Eusebio, uno de los grandes poetas románticos. Cuervofue hijo de don Rufino, diplomático y hombre de Estado, quellegó a ser vicepresidente de la Nueva Granada. Por cierto

* Conferencia leída en la Academia de Guatemala el 22 de abril de 1933.Es desconocida en Colombia, aun cuando fue impresa en el número 2? de lasPublicaciones de la Academia de Guatemala, que a muy pocos literatos llegaban. Poreso se publica ahora, casi con carácter de inédita. Don Antonio dio una copia, cui-dadosamente corregida, al Padre José J. Ortega Torres S. S., con destino al tomoundécimo del Anuario de la Academia Colombiana, todavía no editado. Dicho pa-dre nos ha facilitado esta copia, que acogemos como un homenaje a la memoriadel ilustre Maestro Gómez Restrepo.

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2 ANTONIO GÓMEZ RESTREPO BICC, IV, 1948

que esta identidad de nombres entre el padre y el hijo dioocasión a una confusión muy graciosa de un gran diccionarioenciclopédico español, que, haciendo de los dos personajesuno solo, cuenta que hubo un Cuervo famoso que dedicó laprimera mitad de su vida a la política activa, hasta alcanzarlos más altos puestos; y que, ya en la vejez, desengañado proba-blemente de las luchas ardientes de los partidos, se había dedi-cado a los estudios filológicos, publicando obras que le dieronuna reputación universal. El caso resultaba curioso, y extraor-dinaria la personalidad que experimentaba tan extrañas meta-morfosis, y, en las postrimerías de una existencia casi centenaria,producía tan espléndida cosecha intelectual.

Para apreciar en todo su valor la importancia de hombrescomo Cuervo y Caro, y como los muy eminentes que en losdemás países de la América española brillaron después de laindependencia, hay que tener en cuenta las circunstanciasimpropicias en que se formaron. Porque en ese largo períodoen que estas repúblicas, agitadas por movimientos convulsivosy faltas de experiencia, oscilaban entre la anarquía y el des-potismo, poco o ningún estímulo hallaban los espíritus supe-riores, que se complacían en frecuentar los serenos templos dela sabiduría. El aislamiento en que vivían estos pueblos eragrande, por la dificultad y lentitud de las comunicaciones; elque quería estar al tanto de las novedades científicas y litera-rias, tenía que esperar largos meses, antes de hallarse en pose-sión de la revista o del libro que le interesaban. Nuestrosgrandes sabios fueron, en mucha parte, autodidactos. Cuervoy Caro se educaron en buena escuela, pero como filólogos seformaron a sí mismos; sobre todo el primero, que se consagróexclusivamente a estos estudios, pues el segundo fue un insignepolígrafo, y su actividad se ejercitó en los campos más diversos,escribiendo con la misma pluma la traducción de Virgilio yla Constitución que desde hace medio sigle' rige en Co-lombia.

Hay que considerar además, que tanto Cuervo como Carotuvieron que luchar con circunstancias adversas. Sus familiashabían venido a menos, por causa de las guerras civiles y dela caída de su partido. Cuervo, que tenía más sentido práctico

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que su colega, comprendió que, para poder dedicarse porentero a la ciencia, debía crearse previamente una posicióndesahogada, y se convirtió en industrial. Rasgo es éste muypropio de nuestros países, en donde los hombres tienen quehacer de todo, según lo exijan las circunstancias. En Europahay una más metódica división del trabajo. ¿Se concibe a Lit-tré, por ejemplo, fundando una fábrica de cerveza? Pues esohizo Cuervo, en asocio de su hermano don Ángel. Con mo-destos recursos y con algunos conocimientos talvez más teó-ricos que prácticos, se fundó la "Cervecería de Cuervo", la se-gunda que hubo en Bogotá. Su producto nos parecería hoy,probablemente, muy poco aceptable; pero en aquellos tiemposfue estimado como excelente. Y la empresa prosperó con rapi-dez ; y era de ver a don Rufino presidiendo personalmente lasoperaciones de manipulación de la cerveza, y aprovechando losratos de tregua para ir anotando, al margen de un volumende la Biblioteca de Rivadeneira, los ejemplos que juzgabaaprovechables para las obras con que ya soñaba. Así nació elDiccionario de construcción y régimen de la lengua caste-llana.

Si el padre de los hidalgos cerveceros hubiera podido con-templarlos en medio de esas faenas, se habría complacido alver la fidelidad con que sus hiios habían seguido el consejoque les dio en ocasión memorable. Cuentan ellos en la biogra-fía que escribieron de don Rufino, que siendo niños, oyerondecir con insistencia que en un cuarto oscuro de la casa paternahabía enterrado un tesoro de la época colonial; y seducidoscon tal perspectiva, se proporcionaron instrumentos, y comen-zaron a abrir un foso en el sitio que les habían indicado.Cuando ya el hoyo estaba bastante profundo, entró inespera-damente en el cuarto el grave don Rufino, y cuando los niñoslo enteraron, no sin confusión, de la empresa que tenían entremanos, les dijo: "Cierren inmediatamente esa excavación; siquieren tener dinero, búsquenlo, no debajo de la tierra, niconfiados en un encuentro casual, sino luchando con la nece-sidad y por medio del trabajo honrado". Casi medio siglodespués, los hermanos Cuervo recordaban en la introduccióna la biografía de su padre, que a ese consejo debían la fortuna

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de vivir tranquilamente en París y de poder consagrar a lamemoria venerable de su progenitor el monumento de amorfilial que representan los dos grandes y magníficos volúmenesde esa obra histórica.

Tanto Cuervo como Caro dieron ejemplo de precocidaden géneros que no se prestan a la improvisación. Porque enpoesía ha sido muy frecuente en América el caso de grandespoetas que han dado cuanto tenían que dar de sí, antes decumplidos los treinta años; pero los estudios eruditos requierenun dilatado cultivo. A los veinticinco años, Caro tenía ya listasu magnífica traducción de Virgilio, y Cuervo la primera edi-ción de las Apuntaciones críticas sobre el lenguaje bogotano.Producir en la primera juventud obras como éstas, destinadasa enriquecer el acervo de la lengua y la literatura españolas,es una gloria envidiable.

Los dos amigos, a quienes se podría calificar, con frasevirgiliana, de arcades ambo, se unieron en esos mismos añospara la redacción de una obra importante, cuya falta era noto-ria para el fomento de los estudios clásicos, y publicaron unagramática latina, que todavía, a fines del siglo, conceptuabala Academia Española como la mejor que hasta entonces sehabía publicado en nuestra lengua. Cuervo redactó la analogíay Caro la sintaxis; y en una y otra hay, no solamente unaexposición verdaderamente didáctica, sino observaciones origi-nales, en que se revela, ya la potencia de análisis de Caro, yala ciencia de Cuervo en filología comparada.

Puede decirse, para orgullo de este continente, que la cienciafilológica, durante el siglo xix, floreció más en América queen España, a excepción, naturalmente, de los trabajos de losarabistas, en que no cabía competencia. Entre los muchos einsignes cultivadores de los estudios gramaticales — uno deellos fue vuestro gran polígrafo don Antonio José de Iriza-rri — se levantaron dos astros de primera magnitud, que ilu-minan el largo espacio que media entre la publicación de laGramática de don Vicente Salva y la organización de la escuelade romanistas que preside don Ramón Menéndez Pidal: eluno es el caraqueño don Andrés Bello, llamado con justiciael patriarca de las letras americanas; el otro es el bogotano don

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Rufino José Cuervo, a quien Menéndez y Pelayo calificó co-mo "el filólogo más grande que la raza española produjo enel siglo xix". Los nombres de los dos maestros quedaron unidosen la genial Gramática del primero, que Cuervo enriqueciócon adiciones que duplicaron su volumen y su importancia.

Las Apuntaciones críticas, no obstante su modesto título,que parecía indicar una obra de carácter local, contienen mu-cho más de lo que prometen, y fueron objeto de estudio y deimitación en toda la América española. A su ejemplo surgie-ron muchas obras, destinadas a estudiar los provincialismosde los países respectivos, y a corregir los vicios introducidosen nuestro idioma por la ignorancia, o por un instinto selváticode independencia, o por una inmoderada afición al vocabularioextranjero. Representan las Apuntaciones un movimiento deconcentración en torno al tipo castizo de la lengua española, ysu publicación fue muy oportuna, porque sirvió de correctivoa la tendencia disociadora que se manifestó en varios países deAmérica, y que algunos tomaron como una segunda guerrade independencia contra España, hasta llegar en la Argentinaescritores eminentes, como don Domingo Faustino Sarmientoy don Juan María Gutiérrez, a rehusar acatamiento a la auto-ridad central del idioma, representada por la Academia Espa-ñola, y a propender por la formación de una lengua nacional,que habría tenido que constituirse con los despojos de la fraseo-logía gauchesca y de los varios idiomas que se hablan en unaciudad cosmopolita como Buenos Aires. Un mal entendidoorgullo nacional ofuscaba a esos hombres, para hacerles creerque es preferible tener un lenguaje exclusivo a formar partede la vasta confederación de pueblos que se expresan en elidioma de Cervantes.

El libro de Cuervo obtuvo grandes elogios de eminenciaseuropeas. Lo honró el insigne Hartzenbusch en una larga yerudita carta; y lo elogiaron en sendas epístolas el grande orien-talista holandés Dozy y el formidable filólogo alemán Pott,quien, haciendo uso de la lengua latina y jugando del vocablocon el apellido del autor, le declaró que la existencia de unhombre tan sabio en un tan lejano país, le parecía tan raracomo la aparición de un cuervo blanco. Y el grande roma-

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nista francés Morel Fatio tributó a don Rufino, en diversasocasiones, los más altos elogios.

En ediciones sucesivas, Cuervo dio mayor amplitud a sutrabajo, incluyendo en su campo de observación las variedadesdialectales que se observan en diversas regiones de España, ylos provincialismos de toda la América española. No redujola lengua al tipo solo del léxico oficial, sino que exploró tam-bién el lenguaje popular, y con su fina crítica legitimó palabrasy giros que se habían considerado como incorrectos. Entre laprimera y la última edición de las Apuntaciones no hay contra-dicción, sino ampliación, de criterio. El que defendió primerola unidad de la lengua, abogaba luego por los legítimos fuerosde los pueblos que forman la confederación hispánica. Lasnaciones americanas pueden y deben aportar al caudal delidioma, no solamente nombres de productos exóticos, sinoexpresiones y giros que no riñen con la índole del castellano,pero sí corresponden a diferencias características entre penin-sulares e hijos de América. Muchos de esos términos, de usogeneral en el continente, pueden remontar su abolengo hastalos viejos cronistas de Indias, en cuyas páginas hay tesoros delengua clásica.

Cuervo, en la última edición de las Apuntaciones, anuncióque tenía en vía de ejecución una obra que se titularía Caste-llano popular y castellano literario. Por lo que pudo rastrearde ese proyecto, desgraciadamente no realizado, escribió eldoctísimo filólogo alemán Lenz, que tal obra "representaríauna verdadera transformación de los estudios lingüísticos so-bre el castellano" \

En sus últimos años consideró Cuervo como posible que,con el rodar de los siglos, en un futuro muy remoto, ocurrieracon el español lo que aconteció con el latín a la caída delimperio romano, es decir, que se descompusiera, para dar naci-miento a nuevas lenguas. Y el gran cultivador del idiomacontemplaba con melancolía esa lejana y talvez milenaria pers-

1 Este trabajo vio la luz pública en el volumen I de las Publicaciones del Ins-tituto Caro y Cuervo, titulado Obras inéditas de Rufino José Cuervo, editadas porel P. Félix Restrepo S. ]., Director del Instituto.

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pectiva, que comparaba con la puesta de un espléndido solde gloria. No llevó a bien don Juan Valera esta opinión conje-tural, y la combatió con su habitual modo de discutir. ReplicóleCuervo en tono no muy suave, desconociéndole a Valera auto-ridad científica, sin detrimento de sus altísimos méritos lite-rarios. La polémica no pasó adelante, ni alcanzó los tonosagrios a que hubiera podido llegar, porque Cuervo, no obs-tante su perfecta educación de caballero, no era un modelode mansedumbre.

Es curioso observar que las discusiones gramaticales y filo-lógicas suelen ser particularmente violentas. Celebérrimasfueron las de los gramáticos del Renacimiento, apellidadospor Nisard los "gladiadores literarios". Menos brutales, perotodavía feroces, fueron las de los humanistas españoles deltiempo de Forner, de Gallardo, de Martínez López, de Her-mosilla. Cultísimas, pero llenas de una ironía demoledora,fueron esta de Cuervo y la que Caro sostuvo con el escritorcubano don Juan Ignacio de Armas, a propósito de las Apun-taciones críticas. Lo del genus irritabile puede aplicarse, nosolamente al gremio de los poetas, sino a los cultivadores deotras más apacibles disciplinas.

Por lo demás, la opinión de Cuervo y la contraria sonhipótesis cuya exactitud comprobarán generaciones apartadasde las nuestras por centurias y quizás por milenios. ¿Quiénpuede predecir lo que serán nuestros países cuando, pobladospor millones de habitantes, sean graneles potencias, con ideas,sentimientos, aspiraciones y propósitos muy distintos de losnuestros? Los romanos que establecieron las primeras coloniasen Francia y España, ¿pudieron soñar lo que el destino guar-daba a estas dos naciones ? La teoría de Cuervo tiene a su favorel antecedente de la lengua del Lacio, y la ley biológica quepreside al desarrollo, decadencia y desaparición de los orga-nismos vivientes, que mueren para dar nacimiento a otros seres.Las lenguas imperiales pueden correr la suerte de los grandesimperios. Alguien objetó — creo que en la Argentina <— quesi el castellano estaba destinado a desaparecer, no valía la penade cultivarlo con tanto esmero como recomendaba y practicabael propio maestro; a lo cual Cuervo replicó, en carta a don

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Ernesto Quesada, con esta frase gráfica: "No porque sepa unoque su cuerpo ha de ser pasto de gusanos, deja de asearse y deaderezarse lo mejor que puede".

Le resultó a Cuervo un adversario postumo en la persona delpadre Juan Mir y Noguera, hermano del académico don Mi-guel y autor de enormes librotes, unos de apologética, otrosde curiosidades gramaticales. Fue un caso de monomanía, dig-no de ser estudiado por vuestro sabio colega el doctor Mora.Nada para él era suficientemente castizo. Y esta preocupaciónfue creciendo, y llegó a ser tan dominante, que lo llevó aextremos ridículos. En un librillo llamado El centenario qui-jotesco, único pequeño entre los que escribió — porque losrestantes son artillería pesada como las culebrinas que se usa-ban hace cien años —, llegó a decir que no hallaba motivopara tanta fiesta, porque Cervantes como escritor no valía loque Pineda, Gallo y Cabrera, y el Quijote podía darse porcualquiera de las obras de estos autores. Para él fueron grandesgalicistas y pecadores contra la pureza del idioma cuantos in-signes escritores hubo en España y en América, del siglo xvmen adelante. Nadie se libró del anatema. Empezó haciendograndes elogios de Cuervo, pero más adelante escribió que erauna fortuna que se hubiera muerto sin dar cima a su Diccio-nario, seguramente por estar lleno de concesiones heréticas alos galicistas. Yo escribí entonces un artículo en que reprochéal padre Mir un sentimiento tan poco cristiano; combatí suinsensato exclusivismo, que pretendía paralizar el idioma yreducirlo a un tipo único, insuficiente para la expresión delpensamiento moderno; le recordé que Carlyle había escritoque, si Inglaterra tuviera que escoger entre perder su imperiocolonial o perder a Shakespeare, debía optar por lo primero;mientras el padre estaba dispuesto a feriar la gloria de Cer-vantes en homenaje a Pineda, Gallo y Cabrera, que puedenser, y son efectivamente, modelos de bien decir y archivos delengua clásica, pero cuyos escritos representan poco al lado dela obra maestra del sin par creador del Quijote. Y finalmente,combatí al padre Mir con el propio padre Mir, sacando, de suslibros anteriores, términos de los que él condenaba en otrosescritores, y frases que un clásico no hubiera podido entender;

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prueba clara de que nadie logra cerrarse en absoluto a todainfluencia del ambiente en que vive. Yo agregaba: si el padreMir es tan gran pecador como de estos ejemplos aparece, ¿quiénlo ha autorizado para ejercer de pontífice máximo y lanzaranatemas contra todo el mundo? No contestó directamente elpadre Mir: lo hizo uno de sus familiares; pero no pudo des-virtuar la fuerza del argumento ad hominem con que lo habíacombatido. Del padre Mir y de sus congéneres dio buena cuentael egregio hispanista Morel Fatio, en un párrafo desdeñoso delbello artículo necrológico que consagró a Cuervo en el Bulle-tin Hispamque de Burdeos.

Réstame ahora decir algunas palabras del célebre Diccio-nario de Cuervo. Desde su primera juventud tuvo éste la nobleambición de enriquecer la literatura patria con un trabajo lexi-cográfico de grande aliento, y emprendió, en asocio de otrosabio lingüista, don Venancio González Manrique, la redac-ción de un diccionario general de la lengua, que diese grandeimportancia a la parte etimológica y que ilustrase con ejemplos— como lo había hecho el Diccionario de autoridades — eluso correcto de las palabras. Publicaron como muestra dosletras del alfabeto: la L y la M. La empresa no pasó de allí.Cuervo la relegaba entre las ignorancias de la juventud. Sinembargo, esa muestra supera en mucho a las pobres edicionesque de su léxico hacía por entonces la Academia Española, ydebe de tener un valor permanente, cuando la reprodujo, nohace muchos años, la Revue Hispanique de París.

Después acometió Cuervo, por su sola cuenta, una de lasobras más formidables que pueden emprenderse en castellano:el Diccionario de construcción y régimen. No sé que en nin-guna de las lenguas latinas haya una obra semejante. Auntratándose del francés, el más disciplinado de los idiomas mo-dernos, la tarea habría asustado a cualquier lexicógrafo. ¿Quédecir del castellano, con la riqueza y variedad de sus giros, conlas libertades de su sintaxis, en que se refleja la genialidad delos grandes clásicos, como es de verse en santa Teresa, en Que-vedo, en Hurtado de Mendoza, en el propio Cervantes ? Cuer-vo va siguiendo todos los matices del régimen de las palabras,desde los orígenes de la lengua hasta los tiempos modernos,

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con tal potencia analítica, que ni la más tenue variedad desentido o de construcción se escapa a su penetrante mirada. Ytodo va copiosamente ejemplificado con autoridades clásicas.Ese diccionario no es solamente la obra de un sabio: es lamanifestación de un verdadero genio filológico.

Dos grandes volúmenes, que comprenden las cuatro pri-meras letras del alfabeto, alcanzó a publicar Cuervo. Duranteveinte años los colombianos permanecimos en expectativa, pro-nunciando por lo bajo la frase melancólica de Virgilio: Pen-dent opera interrupta. La edad, las enfermedades3 el desaliento,iinpidieron que Cuervo aprovechara el enorme cúmulo de ma-teriales que había allegado para la redacción de los volúmenesrestantes. Murió su hermano don Ángel, su único compañero,el elemento animador de la casa. Cuervo llevaba en París lavida solitaria de un asceta. Además, su probidad científicalo obligó a desconfiar de la exactitud de los textos clásicospublicados en la Biblioteca de Autores Españoles, de Riva-deneira, que le había servido en Bogotá para la selección deejemplos. Cuando pudo consultar en Parías las ediciones pri-mitivas, se persuadió de que, si había textos como el de la edi-ción de Quevedo por don Aureliano Fernández Guerra, dignosde fe, otros inspiraban poca confianza; y pensó que teníaque someter a revisión la mole de papeletas que tenía prepa-radas. Las fuerzas no le alcanzaban. Ciertamente, los editoresespañoles del siglo xix solían tomarse extrañas libertades conlos textos que reproducían; no sólo alteraban pasajes, sino quemodernizaban libros enteros, como ocurrió con las Guerrasciviles de Granada, de Ginés Pérez de Hita, de las cuales hizocierto editor un verdadero rijacimentó, que dio ocasión a queun crítico, engañado, expresara su admiración por un autorque, escribiendo en el siglo xvn, tenía un estilo moderno. Yvosotros sabéis las vicisitudes que ha tenido la Crónica de Ber-nal Díaz del Castillo, cuyo original auténtico guarda Guatemalacomo oro en paño.

Es verdad que Cuervo, con su profundo conocimiento detodas las épocas de la lengua, estaba en aptitud de sorprenderfácilmente cualquiera novedad sospechosa, cualquiera interpo-lación arbitraria. De ello dio prueba cuando demostró, de

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manera definitiva, mediante un riguroso análisis filológico,que el famoso Centón epistolario, atribuido por tantos años albachiller Gómez de Cibdad Real, es una falsificación, unaobra apócrifa, de época posterior a la que se le asignaba. Fuitestigo de otro caso curioso. Cuando muy joven llegué a París,Cuervo me dispensó cariñosa confianza, no obstante la dife-rencia de edades y de posiciones. Un día me dijo: "Estoyleyendo los Diálogos de fray Juan de los Angeles, en la ediciónmoderna, y hallo cosas que no parecen de un autor del sigloxvi". Me mostró varios pasajes; recuerdo que en uno de ellosestaba la palabra humanitario, en el sentido moderno que ledamos. "No he podido hacer la rectificación, — agregó —porque en la Biblioteca Nacional no está la edición príncipede fray Juan; le recomiendo que cuando vaya a Madrid, hagala confrontación". Cumplí el encargo, y resultó lo que Cuervocreía: aquellos pasajes eran remiendos puestos por el editoren el rico brocado del original. De Menéndez Pelayo en ade-lante, los textos han merecido mayor respeto.

Cuervo es, con Caldas, nuestra mayor gloria científica,porque, como dijo don Marco Fidel Suárez — el último denuestros grandes filólogos —, en otros ramos del saber hemostenido profesores eminentes, pero no se han publicado obrasque puedan competir con las europeas; en tanto que Cuervopuede ponerse al lado de Emilio Littré. En cuanto a Caldas,demostró, según Menéndez Pelayo, "verdadero genio cientí-fico".

La fama de los libros de Cuervo perdura. En donde quieraque se escribe sobre gramática o sobre filología española, secitan como autoridades la Gramática de Bello y Cuervo, lasApuntaciones críticas y el Diccionario de construcción y régi-men, las monografías publicadas en la Romanía y en otrasrevistas europeas.

A la circunstancia de haber sido cuna de Cuervo y de Caro,debió probablemente Bogotá el calificativo que se le dio porentonces de "Atenas de la América del Sur", título exorbitante,que no fue inventado en Colombia, y que los hijos de la capitalno aciertan a tomar en serio. Pero si en alguna ocasión pudosignificar algo, fue cuando al lado de esos dos grandes varones

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florecían: González Manrique, el consumado lingüista; Eze-quiel Uricoechea, profesor de árabe en la universidad de Bru-selas, para cuya cátedra tradujo y adaptó la gramática alemanade Caspari; Marco Fidel Suárez, cuyos Estudios gramaticalesson, con las anotaciones de Cuervo, los dos mejores comenta-rios de Bello; Emiliano Isaza, autor de la Gramática prácticay del Diccionario de la conjugación castellana; y tantos otrosgramáticos que compendiaron y expusieron la obra de Bello,del cual se pudo decir que había escrito en Chile, pero que susdoctrinas habían fructificado en Colombia. Hasta el gran ge-neral revolucionario Uribe Uribe, publicó un diccionario deprovincialismos. Agregúese que al propio tiempo vivían yproducían, poetas como Pombo, Ortiz, Fallón y el juvenil Jo-sé Asunción Silva; novelistas como Jorge Isaacs, el autor deMaría; costumbristas como Ver gara y Vergara, Caicedo Rojas,Marroquín y Ricardo Silva; publicistas como Mariano Ospina,Manuel Ancízar, Salvador Camacho Roldan y Sergio Arbo-leda; oradores parlamentarios como José María Samper yRicardo Becerra; predicadores como Carrasquilla y Cortés;periodistas como Felipe Zapata, Santiago Pérez y Carlos Mar-tínez Silva; historiadores como Groot y Posada Gutiérrez;arqueólogos como Liborio Zerda y Vicente Restrepo; geógra-fos y naturalistas como Manuel Uribe Ángel y José Triana;astrónomos como Julio Garavito Armero; prelados como Paúl;un hombre de Estado como Rafael Núñez, poeta y pensadorque realizó con su pluma la evolución política más trascen-dental que ha presenciado el país; y tantos otros que sería pro-lijo enumerar. En todos ellos, no obstante la diversidad deideas y de tendencias, se advierte la común afición al cultivocorrecto y elegante del idioma, uniéndose en este punto tradi-cionalistas intransigentes como Ortiz, y furibundos revolucio-narios como Juan de Dios Uribe y Antonio José Restrepo.

Quedan de esa época publicaciones que se solicitan y apre-cian dentro y fuera del país, como el primitivo Anuario denuestra Academia, el Repertorio Colombiano, el Papel Perió-dico Ilustrado, y aun colecciones de periódicos como El Mo-saico, La Caridad y El Tradicionista. En salones aristocráticoshabía veladas literarias y artísticas, y se cultivaba el difícil y

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exquisito arte de la conversación, ahora tan descuidado. Esteconjunto pudo en un día dar la impresión de una modestaAtenas criolla, salvando la distancia infinita que media entrela ciudad de Pericles, cuna de la cultura intelectual y artísticadel mundo, y la que fundó Jiménez de Quesada en el corazónde los Andes.

Perdonad que por un legítimo sentimiento de amor patriome haya extendido en el recuerdo de estas glorias pasadas.Muchos de esos nombres os son conocidos, porque he podidoapreciar con satisfacción y con agradecimiento, que aquí sesigue con interés el movimiento intelectual de Colombia, yque las estrofas de nuestros poetas, ya antiguos, como Posaday Gutiérrez González, ya modernos, como Silva y Flórez, noson extrañas en labios guatemaltecos. Yo mismo he experi-mentado vuestra benevolencia hospitalaria; me habéis hechoolvidar que soy extranjero; entre los gratos recuerdos quellevo de Guatemala, uno de los más vivos y duraderos seráel que guarde de esta corporación ilustre y de cada uno desus miembros. Mi ausencia no interrumpirá, así lo espero,nuestra comunicación amistosa y literaria. Desde mi lejanoretiro de Bogotá, seguiré vuestras labores con la admiracióny el cariño que habéis sabido despertar en mí. ¡Gracias, amigosy colegas!

ANTONIO GÓMEZ RESTREPO.