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  • Simn Bolvar,escritos anticolonialistas

    I N T R O D U C C I N , N O T A S Y S E L E C C I N

    Gustavo Pereira

  • BIBLIOTECA POPULAR PARA LOS CONSEJOS COMUNALES

    Luces para la construccin de una moral socialista impul-san la Biblioteca Popular para los Consejos Comunales. As, esta coleccin que aspira difundir la palabra de pensadores, investi-gadores, activistas sociales, ensayistas, poetas y narradores, traza desde la lectura la senda de un futuro solidario.

    Por ello, es propsito de esta biblioteca el servir de herra-mienta para el desarrollo del pensamiento crtico, y a la par, pro-mover la discusin reflexiva, el debate, generados a partir del an-lisis de los textos.

    Con la publicacin de cien ttulos, cuyo tiraje individual suma un total de cincuenta mil ejemplares, se concibe una pri-mera etapa de la Biblioteca Popular para los Consejos Comunales, compendio de esfuerzo por parte de las instituciones que integran la Plataforma del Libro y la Lectura.

    En consecuencia, va el reconocimiento para cada uno de esos entes: Instituto Autnomo Centro Nacional del Libro (Cenal), Fundacin Centro de Estudios Latinoamericanos Rmulo Gallegos (Celarg), Monte vila Editores Latinoamericana C.A., Fundacin Biblioteca Ayacucho, Fundacin Editorial El Perro y La Rana, Fundacin Casa Nacional de las Letras Andrs Bello, Fundacin Libreras del Sur, Fundacin Imprenta Ministerio de la Cultura y Distribuidora Venezolana del Libro.

    Moral y Luces: que la palabra sea inspiracin para el mpetu del Poder Popular!

  • 7INTROdUCCIN: BOLvAR ANTICOLONIALISTA

    Estoy todo entero donde quiera que est una de mis partesI

    Un fantasma llamado Bolvar recorre de nuevo Nuestra Amrica.No el amurallado por la bruma o la falsa, el convertido en superhom-bre o divinidad de infranqueable vallado, objeto de culto o de litur-gia y por lo tanto, cumplido ya su afn o su destino, yerto, inofensivo, embalsamado. Ni aquel cuya estatua, para decirlo en palabras de Pocaterra, sacan a cada aniversario de su base, la ponen a danzar en una mesa de procesin de aldea con coronas barrocas y a cuya majes-tad se pronuncian discursos y se disparan fuegos artificiales.

    Ese Bolvar desposedo ya no de su sombra o su fulgor sino de su espritu, yace en plazas y homenajes como una tumba, lacrado y mortecino, impedido ya de defenderse ante quienes adulteraron, disociaron y aun falsean todo cuanto en l existi conjugado, inse-parable, persistente.

    Si hasta de sus facciones forjose perfil ajeno al suyo! Aquel rostro moreno labrado y curtido por sol e intemperie de trpicos y pramos fue convertido en almibarado semblante de saln, lo mismo que el pelo crespo, alisado para que el rasgo de pertenencia no desdijera del hroe de estirpe grecorromana que en los retratos oficiales y las monedas imponen la figura obligada o supuesta en todo gran hombre.

    Pero no es ese el ser humano que pudo sobrevivir a la hagio-grafa y al olvido.

    Al menos no es el Bolvar que hizo posible a Bolvar.Ese Bolvar orculo o semidis, infalible, todopoderoso

    y nico actor, clausurado, inaccesible, transmutado en papa o invicto guerrero para velar o tapiar o silenciar lo ms audaz y lumi-noso de su pensamiento, no es aquel hijo de las ideas que convul-

  • 8Simn Bolvar, escritos anticolonialistas/ /Gustavo Pereira

    sionaron y transformaron su tiempo ni el conductor que os ir ms all de una clase social la suya que en la Amrica meridional colonizada pugn por alcanzar con la emancipacin las riendas de su propio destino poltico: Si algunas personas escribi l mismo en cierta ocasin, premonitoriamente, a Santander interpretan mi modo de pensar y en l apoyan sus errores, me es bien sensible, pero inevitable: con mi nombre se quiere hacer en Colombia el bien y el mal, y muchos lo invocan como el texto de sus disparates.

    El fantasma que vivi y vive y trasciende y llega hasta noso-tros, o al menos hasta m, envuelto en su rada manta y presa de osadas y delirios y arrebatos y obsesiones y contradicciones y saberes e intuiciones es el Bolvar sensible, contraventor, apa-sionado, justiciero revolucionario verdadero en suma cuyo empeo, valor, generosidad, desprendimiento y talento infatiga-bles de osado dirigente y soador ayudaron a liberar y conformar naciones y mentalidades en un continente abatido por tres siglos de opresin y despojo.

    Ese Bolvar nos fue trocado o escamoteado durante largo tiempo y la historia oficial y sus enemigos y sus hagigrafos se encar-garon de reducirlo a fbula o ancdota, cuando no a omnmoda pre-sencia, desplazando el cuerpo matriz de su ideario y de sus luchas y convirtiendo su ejemplo en asignatura moldeable para justificar la iniquidad establecida y hasta la trampa o la celada vendepatria.

    Ese Bolvar, presente en casi todos los actos de su vida y en sus escritos, sobre todo en aquellos que precedieron a Ayacucho, no ba-talla ni discurre bajo dictados de tradiciones o privilegios seculares y mucho menos circunscrito a la sola accin antimonrquica e inde-pendentista. Vstago del ideario progresista que conform a lo largo de la historia el de su poca, pocas veces su pensamiento a menudo situado ms all de lo establecido, y ni siquiera su vida misma de criollo acaudalado, desmerecieron de aquel. La independencia es el nico bien que hemos logrado a costa de todos los dems, llegar a escribir, descorazonado, en las postrimeras de su vida.

  • 9Ese Bolvar progresista habase nutrido, bajo los influjos de Simn Rodrguez y en la Francia revolucionaria, de las luces y vivencias de quienes haban contribuido, antes y entonces, a hacer posible un nuevo tipo de sociedad. Entre los libros que regala a su amigo Toms Cipriano Mosquera en 1828, puede hallarse un muestrario de sus preocupaciones intelectuales: obras de Homero, Virgilio, Plutarco, Bonaparte, Voltaire, Camoens, Tasso, Humboldt, De Pradt, Madame de Stel, Montesquieu, Rousseau, Hobbes, Sismondi, La Fontaine, etc. He visto con infinito gusto escribir con doliente irona a Santander el 20 de mayo de 1825 lo que dice de Vd. Mr. de Mollien. A la verdad la alabanza de un godo servil, embustero, con respecto a un patriota que manda una repblica no deja de ser muy lisonjera. l dice que Vd. tiene talentos rarsimos de encontrarse. Esto es de un europeo que presume de sabio, que le pagan para que desacredite a los nuevos Estados. Mucho me he alegrado del sufragio que Vd. ha merecido de este caballero. Lo que dice de m es vago, falso e injusto. Vago porque no asigna mi capacidad; falso porque me atribuye un des-prendimiento que no tengo; e injusto, porque no es cierto que mi educacin fue muy descuidada, puesto que mi madre y mis tutores hicieron cuanto era posible porque yo aprendiese: me buscaron maestros de primer orden en mi pas. Robinson, que Vd. conoce, fue mi maestro de primeras letras y gramtica; de bellas letras y geografa, nuestro famoso Bello; se puso una academia de mate-mticas slo para m por el padre Andjar, que estim mucho el barn de Humboldt. Despus me mandaron a Europa a continuar mis matemticas en la Academia de San Fernando, aprenda los idiomas extranjeros con maestros selectos de Madrid; todo bajo la direccin del sabio marqus de Ustriz, en cuya casa viva. Toda-va muy nio, quiz sin poder aprender, se me dieron lecciones de esgrima, de baile y de equitacin. Ciertamente que no aprend ni la filosofa de Aristteles ni los cdigos del crimen y del error; pero puede ser que Mr. de Mollien no haya estudiado tanto como yo a Locke, Condillac, Buffon, DAlambert, Helvetius, Montesquieu, Mably, Filangieri, Lalande, Rousseau, Voltaire, Rollin, Berthot

  • 10Simn Bolvar, escritos anticolonialistas/ /Gustavo Pereira

    y todos los clsicos de la antigedad, as filsofos, historiadores, oradores y poetas, y todos los clsicos modernos de Espaa, Fran-cia, Italia y gran parte de los ingleses. Todo esto lo digo muy con-fidencialmente a Vd. para que no crea que su pobre presidente ha recibido tan mala educacin como dice Mr. de Mollien; aunque, por otra parte, yo no s nada, no he dejado, sin embargo, de ser educado como un nio de distincin puede serlo en Amrica bajo el poder espaol. OLeary por su parte recuerda que el hombre que conoci a partir de 1818 y de quien fuera edecn lea mucho, a pesar del poco tiempo que sus ocupaciones le dejaban para la lectura. Escriba muy poco de su puo, slo a los miembros de su familia o algn amigo ntimo; pero al firmar lo que dictaba, casi siempre agregaba uno o dos renglones de su letra. Hablaba y escri-ba francs correctamente, el italiano con bastante perfeccin; de ingls saba poco, lo suficiente para entender lo que lea. Conoca a fondo los clsicos griegos y latinos, que haba estudiado, y los lea siempre con gusto en las buenas traducciones francesas.

    Ese Bolvar ilustrado, librepensador, activo, fecundo, curioso, insatisfecho, inagotable, no haba asumido la lucha emancipadora suramericana cual simple y pura rebelin para cambiar las formas. A diferencia de los aristcratas mantuanos a los que por orgenes perteneca, su compromiso es de transformacin total, no slo de la realidad poltica. Su postura ante el mundo es la de quien se sabe instrumento no de un deber deber, ms que mandato expreso de las masas populares desposedas, incorporadas en gran medida durante los primeros aos de la guerra a los ejrcitos realistas sino de acendrados ideales de ruptura de un orden, de sed de glo-ria justiciera, de aquel fuego sagrado que impulsaba su voluntad a contrapelo de decepciones y descalabros.

    II

    Cmo era en verdad este fantasma reencarnado cuyos idea-les de transformacin renacen en los mismos deseos de justicia y bajo nuevos requerimientos de la historia?

  • 11

    Bolvar, escribe OLeary, tena la frente alta, pero no muy ancha y surcada de arrugas desde temprana edad (...) Pobladas y bien formadas las cejas; los ojos negros, vivos y penetrantes; la nariz larga y perfecta; tuvo en ella un pequeo lobanillo que le pre-ocup mucho, hasta que desapareci en 1820 dejando una seal casi imperceptible. Los pmulos salientes; las mejillas hundidas, desde que le conoc en 1818. La boca fea y los labios algo gruesos. La distancia de la nariz a la boca era notable. Los dientes blancos, uniformes y bellsimos; cuidbalos con esmero (...) El pelo negro, fino y crespo; lo llevaba largo en los aos de 1818 a 1821 en que empez a encanecer y desde entonces lo us corto. Las patillas y bigotes rubios; se los afeit por primera vez en Potos en 1825.

    Aunque grande apreciador y conocedor de la buena cocina, coma con gusto los sencillos y primitivos manjares del lla-nero y del indio. Era muy sobrio; sus vinos favoritos eran graves y champaa; ni en la poca en que ms vino tomaba nunca le vi beber ms de cuatro copas de aquel o dos de este. Haca mucho ejercicio. No he conocido a nadie que soportase como l las fatigas. Despus de una jornada que bastara para rendir al hombre ms robusto, le he visto trabajar cinco o seis horas, o bailar otras tantas, conaquella pasin que tena por el baile. Dorma cinco o seis horas de las veinticuatro, en hamaca, en catre, sobre un cuero, o envuelto en su capa en el suelo y a campo raso, como pudiera hacerlo sobre blanda pluma. Su sueo era tan ligero y su despertar tan pronto, que no a otra cosa debi la salvacin de la vida en el Rincn de los Toros. En el alcance de la vista y en lo fino del odo no le aventaja-ban ni los llaneros. Era diestro en el manejo de las armas, y diestr-simo y atrevido jinete, aunque no muy apuesto a caballo. Apasio-nado por los caballos, inspeccionaba personalmente su cuido, y en campaa o en la ciudad, visitaba varias veces al da las caballerizas. Muy esmerado en su vestido y en extremo aseado, se baaba todos los das, y en las tierras calientes hasta tres veces al da.

    Prefera la vida del campo a la de la ciudad. Detestaba a los borrachos y a los jugadores y embusteros. Era tan leal y caballeroso que no permita que en su presencia se hablase mal de los otros.

  • 12Simn Bolvar, escritos anticolonialistas/ /Gustavo Pereira

    La amistad era para l palabra sagrada. Confiado como nadie, si descubra engao o falsa, no perdonaba al que de su confianza hubiese abusado. Su generosidad rayaba en lo prdigo. No solo daba cuanto tena suyo, sino que se endeudaba para servir a los dems. Prdigo con lo propio, era casi mezquino con los caudales pblicos. Pudo alguna vez dar odos a la lisonja, pero le indignaba la adulacin. Hablaba mucho y bien; posea el raro don de la con-versacin y gustaba de referir ancdotas de su vida pasada.

    En el despacho de los negocios civiles, que nunca des-cuid, ni aun en campaa, era tan hbil y tan listo, como en los dems actos de su vida. Mecindose en la hamaca o pasendose, las ms de las veces a largos pasos, pues su natural inquietud no se avena con el reposo; con los brazos cruzados, o asido el cuello de la casaca con la mano izquierda y el ndice de la derecha sobre el labio superior, oa a su secretario leer la correspondencia oficial y el sinnmero de memoriales y cartas particulares que le dirigan. A medida que lea el secretario iba l dictando su resolucin a los memoriales, y esta resolucin era, por lo general, irrevocable. Dic-taba luego, y hasta a tres amanuenses a la vez, los despachos oficia-les y las cartas, pues nunca dejaba una sin contestar, por humilde que fuese el que le escriba .

    Pez, quien le viera por primera vez en 1818, lo recuerda as en las pginas autobiogrficas que escribiera en su vejez: Hallbase entonces Bolvar en lo ms florido de sus aos y en la fuerza de la escasa robustez que suele dar la vida ciudadana. Su estatura, sin ser procerosa, era, no obstante, suficientemente elevada para que no la desdease el escultor que quisiera representar a su hroe; sus dos principales distintivos consistan en la excesiva movilidad del cuerpo y el brillo de sus ojos, que eran negros, vivos, penetrantes e inquietos, con mirar de guila, circunstancia que supla con ventaja a lo que la estatura faltaba para sobresalir entre sus acompaan-tes. Tena el pelo negro y crespo, los pies y las manos tan pequeos como los de una mujer, la voz aguda y penetrante. La tez tostada por el sol de los trpicos; conservaba no obstante la limpidez y lus-tre que no haban podido arrebatarle los rigores de la intemperie

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    ni los continuos y violentos cambios de latitud por los cuales haba pasado en sus marchas (...) Era amigo de bailar, galante y suma-mente adicto a las damas, y diestro en el manejo del caballo; gust-bale correr a todo escape por las llanuras de Apure, persiguiendo a los venados que all abundan. En el campamento mantena el buen humor con oportunos chistes, pero en las marchas se le vea siem-pre algo inquieto; procuraba distraer su impaciencia entonando canciones patriticas. Amigo del combate, acaso los prodigaba demasiado, y mientras duraba, tena la mayor serenidad.

    El mdico, dibujante y naturalista francs Franois Roulin le trat en el ao 28 y le hizo un retrato fsico, de perfil, que servira luego a Tenerani para la ejecucin de sus bustos y estatuas pocos aos despus, entre estas la del Panten Nacional en Caracas y la de la Plaza Mayor en Bogot. Roulin nos deja en pocos trazos y palabras su percepcin del hombre que conociera en Bogot: Era Bolvar hombre de lenguaje rpido e incisivo, as en su conversa-cin (en las que no pocas veces fue indiscreto), siempre animada, breve y cortante (a las veces aguda), como en sus Discursos y Procla-mas; y si en estas piezas se mostraba grandilocuente, deslumbrado y siempre original y encumbrado, en la correspondencia con los amigos y con los altos personajes, bien que razonaba y mostraba sencillamente su saber histrico, era ms perentorio que persua-sivo, ms conciso que seductor (...) Gran poeta como era, siquiera jams fuese versificador, y original en todo, como tena que serlo en este mundo americano, nuevo en lo social como en lo fsico, ni procur nunca en sus Discursos y Proclamas imitar la clsica sen-cillez de Csar, ni la sobriedad del flemtico y virtuoso Washing-ton; ni trat de remedar aquella petulancia heroica de Napolen, cuyo ensimismamiento saba concentrar en su persona toda idea de fuerza o de victoria. Bolvar tuvo a una vez, constantemente, el patriotismo y el buen gusto de no presentar su persona como el smbolo de la fuerza y de las glorias de la Patria, sino al contrario, atribuir totalmente a esta la obra de su redencin (cit. por Enrique Uribe White, Iconografa del Libertador, Bogot, Ediciones Lerner, 1967, pp. 18-19).

  • 14Simn Bolvar, escritos anticolonialistas/ /Gustavo Pereira

    Entre los testimonios de sus detractores destaca este de Ducoudray-Holstein, quien arrib a la Nueva Granada en los pri-meros aos de la independencia y escribi en 1829 un polmico libro que sirvi de fuente documental a Marx:

    El general Bolvar en su aspecto exterior, en su fisonoma, en todo su comportamiento, nada tiene de caracterstico o imponente. Sus maneras, su conversacin, su conducta en sociedad, nada tienen de extraordinario, nada que llamara la atencin de quien no lo cono-ciese. Al contrario, su aspecto exterior predispone en su contra.

    Todo en l es flaco y desmedrado. Da la sensacin de un hombre de sesenta y cinco aos. Camina con los brazos en per-petuo movimiento, y no puede andar largo espacio sin sentirse fatigado. Dondequiera que vaya, all permanece poco tiempo y pronto est de vuelta adonde tiene colgada su hamaca, en la que se sienta o se echa, mecindose a la manera de sus conciudadanos. Tiene cubierta buena porcin del rostro por grandes bigotes y pati-llas, y se cuida mucho de ordenar que cada uno de sus oficiales los usen diciendo que ello les da aire marcial; pero a l le prestan un aspecto feroz y amenazante, en especial cuando monta en clera. Entonces se le animan los ojos, gesticula y habla como demente; y amenazando con hacer fusilar a los que lo han contrariado, se pasea rpidamente por su cmara, o se tira sobre la hamaca para luego saltar de ella, ordenando que los culpables salgan de su pre-sencia (Uribe White, op. cit., pp. 14-15).

    III

    Aunque polticamente libres, las nuevas repblicas nacen uncidas a las mismas estructuras culturales y al mismo rgimen de produccin del coloniaje. De all que los primeros aos de la guerra, abismados en derrotas y anarqua, transcurrieran mar-cados como en los tres siglos de dominio espaol, por anlogos antagonismos sociales: lucha entre esclavos y amos criollos; entre campesinos sin tierra y terratenientes criollos; y entre pardos, indios, negros y mestizos contra blancos mantuanos.

  • 15

    Qu hacer, pues, para que no fuesen desde su infancia aquellasnaciones, como presagiaba Simn Rodrguez, viejas?

    Lo primero pareca tan necesario como perentorio: forjar conciencia de pertenencia a una patria.

    Patria hbrida, multitnica, multicultural, caso extraor-dinario, pequeo gnero humano, como se dir en la Carta de Jamaica.

    Patria, adems, inmensa, idealmente constituida, por len-gua y tradiciones, por toda la Amrica espaola. Patria de indios servidumbrados, blancos propietarios o de orilla, pardos exclui-dos y negros esclavizados. Sangre y alma comunes del planeta pero donde slo los blancos espaoles y sus descendientes haban impuesto dominio y privilegios.

    Slo a partir de la derrota de la Primera Repblica Bolvar se percata plenamente de ello. Qu otro propsito sino crear ese sentimiento de patria abrigar el Decreto de Guerra a Muerte de Trujillo, en respuesta a la guerra a muerte perpetrada por los ejrcitos realistas y dictado a dos aos apenas de la declaracin de independencia, en 1813? Se trat simplemente, como algunos historiadores aseveran, entre ellos Gil Fortoul, de terrible mani-festacin de venganza o inhumana represalia?

    Despus de la Campaa Admirable el curso de la guerra per-fila con ms claridad las contradicciones entre colonizadores y colonizados. Al vislumbrar y admitir los errores e injusticias de la llamada patria boba de la Primera Repblica, Bolvar comprende que sin el pueblo desposedo, vctima de todas las opresiones y sobre todo de una doble opresin: la endgena ejercida por los blancos criollos y la exgena, por el imperio espaol jams podr existir empresa libertadora. Infiere que a la guerra de castas deba suceder la guerra anticolonial. Que a las tretas de los escla-vistas haba que oponer la libertad de los esclavos. Que a la hege-mona o pretensiones de las viejas y nuevas potencias enfrentar la Amrica unida. Que a la ignorancia de los ms, revolucionar el rgimen educativo privilegiado de los menos. Que a la servidum-bre del pueblo, imponer el freno de un rgimen legal justo. Per

  • 16Simn Bolvar, escritos anticolonialistas/ /Gustavo Pereira

    de Lacroix nos recuerda que aquel Libertador del ao 28, cuasi abatido por las facciones, corroboraba con tristeza estas amargas realidades: Despus habl de la servidumbre del pueblo, siempre oprimido por los militares, clrigos, abogados y doctores, y dijo que eso sucedera aun con la Constitucin ms democrtica, por-que dependen de la poca educacin y de las costumbres; que en Colombia hay una aristocracia de rango, de riqueza y de empleos, equivalente por sus pretensiones a la aristocracia de ttulo y de nacimiento en Europa; pero que las leyes y la educacin iran poco a poco estableciendo el equilibrio social (Per de Lacroix, Diario de Bucaramanga, Madrid, Editorial Amrica, 1924).

    Ese Bolvar revolucionario debi muchas veces transigir con lo establecido, fuere consagrada injusticia, mojigatera o supersticin. Fuerzas oscuras, ineludibles tradiciones, privilegios seculares, vicios perpetuos, tenaces presunciones, inicuas conformaciones sociales cundan cual parsitas arraigadas en el cuerpo colectivo. No bastaba, por ejemplo, proclamar la manumisin de los esclavos para que el imperio de lo justo prevaleciese sobre el infame rgimen esclavista. Y no solo por causa de la oposicin mayoritaria de hacendados o pro-hombres de las nuevas repblicas: no pocas veces los propios esclavos prefirieron el hbito de la yunta a la imprevisible libertad.

    En aquellas patrias troqueladas y amordazadas por tres siglos de dominacin, el aparato clerical catlico contrarreformista se haba impuesto paralelamente a la collera esclavista. Per de Lacroix cuenta cmo las feroces campaas de ese clero intentaron predisponer a las clases populares contra los ejrcitos libertadores. Pese a ello Bolvar respetaba esas creencias populares y tena por costumbre acudir regularmente a misa aunque ignoraba absoluta-mente el momento en que deba ponerse de rodillas, o mantenerse en pie, o sentarse, adems de que nunca se persignaba. Interrogado sobre dichos asuntos, explicaba que no gustaba entrar en metaf-sicas que descansaban sobre bases falsas: Me basta saber y estar convencido de que el alma tiene la facultad de sentir, es decir, de recibir las impresiones de nuestros sentimientos, pero que no tiene la facultad de pensar, porque no admite ideas innatas. El hombre

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    tiene un cuerpo material y una inteligencia representada por el cerebro, igualmente material, y, segn el estado actual de la cien-cia, no se considera a la inteligencia sino como una secrecin del cerebro; llmese, pues, este producto alma, inteligencia, espritu, poco importa ni vale la pena disputar sobre ello: para m, la vida no es otra cosa sino el resultado de la unin de dos principios, a saber: de la contractilidad, que es una facultad del cuerpo material, y de la sensibilidad, que es una facultad del cerebro o de la inteligencia. Cesa la vida cuando cesa aquella unin; el cerebro muere con el cuerpo, y muerto el cerebro no hay ms secrecin de inteligencia. Deduzca usted de ah cules sern mis opiniones en materia de Eli-seo y de Fnaro o Trtaro y mis ideas sobre las ficciones sagradas que preocupan todava tanto a los mortales (op. cit.).

    Acusado de francmasn y por ello vctima de feroces descali-ficaciones en casi todos los plpitos, Bolvar, segn Per de Lacroix haba tenido la curiosidad de hacerse iniciar para ver de cerca lo que eran aquellos misterios y en Pars se haba recibido de maestro, pero que aquel grado le haba bastado para juzgar lo ridculo de aquella antigua Asociacin; que en las Logias haba encontrado algunos hom-bres de mrito, bastantes fanticos, muchos embusteros y muchos ms tontos burlados; que todos los masones se asemejan a unos nios grandes jugando con seas, morisquetas, palabras hebraicas, cintas y cordones; que sin embargo, la poltica y los intrigantes pueden sacar partido de aquella Sociedad secreta, pero que en el estado de civili-zacin de Colombia, de fanatismo y de preocupaciones religiosas, no era poltico valerse de la masonera, porque para hacerse l de algu-nos partidarios en las Logias se hubiera atrado el odio y la censura de toda la nacin, movida entonces contra l por el clero y los frailes, que habran aprovechado aquel pretexto (ibid.).

    IV

    En esta seleccin de escritos es posible vislumbrar al Bolvar que so y luch y sobrepuso a su pertenencia social la justicia de los ms, a sus prejuicios de abolengo la sencillez de los humildes,

  • 18Simn Bolvar, escritos anticolonialistas/ /Gustavo Pereira

    a su natural desasosiego la generosidad cuando pocos hubiesen osado ejercerla, o la firmeza cuando no tantos, en aciagas circuns-tancias, se hubiesen atrevido a ejecutarla. Dentro de la fecunda y copiosa correspondencia que escribi o dict, en medio de avata-res, combates y metralla o bajo la mortecina luz de menesterosos campamentos, conmueve hallar los itinerarios de su pensamiento no pocas veces amordazado por la necesidad de someter la razn suprema a la contingencia, el deber ser al deber puro y simple, o la sensibilidad a la implacable pira de la contienda.

    Un ser humano excepcional ha de serlo en todas las facetas primordiales de su vida. En cuanto escribi, el Bolvar hermano, amigo, amante, compaero, discpulo, maestro, adversario o hroe palpita, trepida, se agita, se enternece, se exaspera, se emociona, se apasiona, vacila, yerra, intuye, prev, previene, dictamina, profe-tiza, consuela, intima, resuelve, decide: sus palabras acogen por igual la transparencia y el laberinto de su espritu, sus iluminacio-nes y su respiracin, sus instantes y su eternidad.

    Vida y obra del Libertador, si bien pueden ser estudiadas fun-damentalmente como las de un hombre de accin, fundan ante todo una propuesta intelectual, una vocacin de entrega, prueba de pasin puesta al servicio de los otros y de una voluntad acerada bajo dictados de profundas y progresivas convicciones ideolgicas. Es una estupidez maligna afirm atribuir a los hombres pblicos las vicisitudes que el orden de las cosas produce en los Estados. Y en otra ocasin: La revolucin es un elemento que no se puede manejar. Es ms indcil que el viento (...) Lo ms que se podr conseguir es darle buena direccin (...) Yo antepongo siempre la comunidad a los individuos .

    De no haberse labrado en su juventud, bajo la determinante influencia de Simn Rodrguez, un pensamiento revolucionario fun-dado en vastos conocimientos polticos y literarios, y de no haber culti-vado, por aadidura, su sensibilidad, ese Bolvar probablemente habra sucumbido a las tentaciones de la ambicin o la vanidad (Usted form mi corazn para la libertad, para la justicia, para lo grande, para lo her-moso, escribe en 1823 desde Pativilca a su maestro recin llegado a Bogot. Yo he seguido el sendero que usted me seal).

  • 19

    Pero aunque sus reflexiones sean hijas de los vivaques de la guerra y de las escasas treguas de la paz, admira profundamente en l, tanto como sus resoluciones, la profundidad de su talento y la intensidad de su prosa magnfica absolutamente contempo-rnea en su entramado, en sus giros, en sus sabias ascensiones, en su sintaxis, en su elegante discurrir. Leer a Bolvar es hacerlo bajo la techumbre del disfrute intelectual: sus cartas ante todo, jams pensadas para que otros que no fuesen sus destinatarios las leyeran (*), rutilan en portentos. De no haberse salvado la mayora de ellas, quin sabe cunta patraa adicional habran adosado a su nombre y a su ideal.

    En esta seleccin hemos omitido, por razones de espacio, mucha letra esencial, pero no hemos querido excluir o silenciar aquella que refleja, con la intensidad que le fue caracterstica, las crepitaciones de la sensibilidad de quien tanto demostr poseerla.

    Tambin, en la medida en que ha sido posible, hemos hecho las necesarias correlaciones con textos, cartas o documentos de otros protagonistas del proceso. Es hora de situar en sus justas dimensiones a quienes interesada, parcial o falsa historia, promo-vida y propulsada por causahabientes o inequvocos beneficiarios, elev sobre mritos y valores verdaderos. Dejamos al lector el arbi-trio de descubrir tanto en estos como en aquellos escritos cunto de desinters o de codicia, de abnegacin o de ambicin, de humil-dad o de soberbia, de talento o de necedad, de lucidez o de simpli-cidad, de integridad o de deslealtad, de honradez o de deshonesti-dad, de transparencia o de turbiedad, de rectitud o de sinuosidad, de generosidad o de egosmo subyace en la letra o en el espritu de sus autores.

    La historia, al menos la que conocemos, no es un compendio espiritual, poco se ocupa de mviles, ambiciones o sentimientos y menos traduce los estados de alma. Pero qu duda cabe de que detrs de estos es posible hallar cauces ciertos para la comprensin del mundo de los hombres.

    Y la letra suele revelar cuanto se oculta o se enmascara. Sobre todo las cartas ntimas.

  • 20Simn Bolvar, escritos anticolonialistas/ /Gustavo Pereira

    Tales cartas, tanto como los hechos, nos descubren aspectos inditos de conciencias y personalidades.

    Que sean ellas, pues, las que hablen.

    G. P.

    * Nada me gusta que se d al pblico mi correspondencia privada escribe a Santander el 8 de octubre de 1826 cuando este intentaba mani-pularla para sus fines. Creo que es una violacin de la fe de la amistad. En Europa esto es un crimen.

  • 21

    1804

    En 1804, a poco ms de un ao de la muerte de su esposa, Bolvar est en Pars intentando, dice, hallar una finalidad para su vida. Muerta mi mujer le confiesa a Per de Lacroix y deso-lado yo con aquella prdida precoz e inesperada, volv a Espaa, y de Madrid pas a Francia, y despus a Italia. Ya entonces iba tomando algn inters por los asuntos pblicos. La poltica me atraa y yo segua sus variados movimientos. Vi en Pars, en el ltimo mes del ao de 1804, la coronacin de Napolen. Aquel acto magnfico me entusiasm, pero menos su pompa que los sentimientos de amor que un inmenso pueblo manifestaba por el hroe (...) La corona que se puso Napolen sobre la cabeza la mir como una cosa miserable y de moda gtica; lo que me pareci grande fue la aclamacin univer-sal y el inters que inspiraba su persona. Esto, lo confieso, me hizo pensar en la esclavitud de mi pas y en la gloria que conquistara el que lo libertase (...) Sin la muerte de mi mujer no hubiera hecho mi segundo viaje a Europa, y es de creerse que en Caracas o San Mateo no me habran nacido las ideas que adquir en mis viajes.

    Y en otro aparte, aludiendo a su temperamento: Aunque convengo en que mi genio no era para ser alcalde de San Mateo.

    Esta carta, fechada en Pars en 1804, ha de haber sido escrita a comienzos de ese ao puesto que Bonaparte, entonces primer cnsul vitalicio y objeto de la misma, se proclamara emperador pocos meses despus, confirmando las sospechas bolivarianas. Publicada por primera vez en El Faro Militar del Per en junio de 1845 y transcrita con reservas por Vicente Lecuna, es por muchas razones documento excepcional: no slo porque descubre los estados de alma del joven caballero suramericano posedo por la pena de haber incomodado a sus huspedes en las exaltaciones de una discusin, sino por la sensa-cin de vaco y sufrimiento que subyacentemente se manifiesta en l y, sobre todo, por develar los acendrados ideales democrticos y jus-

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    ticieros que ya en ese tiempo conformaban su pensamiento. OLeary cuenta en sus Memorias un incidente del cual parece deducir que tales ideales asomaban desde antes, al menos desde 1799, cuando an sin cumplir 16 aos fuera enviado por su to tutor a Espaa a continuar estudios y el navo en donde viajaba, el San Ildefonso, hubo de tocar y detenerse en Veracruz, lo cual permitir al joven indiano visitar la ciu-dad de Mxico. El general Alava escribe OLeary que a la sazn estaba en Mxico y conoci a Bolvar en el palacio del virrey, me ha referido que un da, rodando la conversacin sobre la revolucin fran-cesa, el joven venezolano se expres con tanta audacia, que asombr a los oyentes, y habra causado gran disgusto al virrey si otro de ms aos o de ms extensas relaciones en el pas, hubiese emitido semejan-tes opiniones (Memorias del general Daniel Florencio OLeary, Caracas, Imprenta Nacional, 1952. tomo Primero, p. 55).

    La carta est dirigida supuestamente al coronel Mariano Tris-tn, esposo de su amiga Teresa Lesnay (y no al coronel y barn Denis de Trobriand, padre de Fanny du Villars, como la recoge, con dudas, Lecuna), a raz del incidente ocurrido en un convite que el futuro Libertador le ofreciera. En la velada, dando rienda suelta a su tem-peramento apasionado, Bolvar se habra indignado ante la glorifica-cin que algunos comensales hacan de la figura del entonces todava primer cnsul. Yo no puedo contenerme siempre escribe. Por otra parte qu necesidad tengo de ello?. Y aade esta angustia reve-ladora: Hoy no soy ms que un rico, lo superfluo de la sociedad, el dorado de un libro, el brillante de un puo de la espada de Bonaparte, la toga del orador. No soy bueno ms que para dar fiestas a los hom-bres que valen alguna cosa. Es una condicin bien triste.

    Tiene 20 aos.

    Pars, 1804Al caballero Denis De Tobriand

    Coronel:Ha seis aos que os conozco; ha seis aos que os amo con una

    verdadera amistad y que os profeso el ms profundo respeto por la

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    nobleza de vuestro carcter y la sinceridad de vuestras opiniones. No tengo necesidad de deciros cun afligido estoy de haberos hecho testigo del escndalo que ocasion ayer en mi casa la exaltacin fan-tica de algunos clrigos ms intolerantes que sus antepasados y que hablan con tanta imprudencia como en Espaa, donde el pueblo les dobla la rodilla y les besa la falda de su sotana. Habis debido notar los altos empleos civiles y militares con que nos brindaron estos seores, siendo los elogios del primer cnsul los que provocaron ms mi exal-tacin que slo fue interrumpida dbilmente. Ellos ahogaron su ver-genza y se contentaron con dirigirme algunas observaciones para poner a cubierto su responsabilidad hasta que los clrigos tomando a cargo la causa de Bonaparte se reunieron a sus clamores.

    El deseo de dominar y de ocupar el primer rango en el Estado es el pensamiento de todos los clrigos. Los empleados piensan en conservar el sueldo, elogiando al que les paga; separando estas dos clases yo no concibo que nadie sea partidario del primer cnsul aun-que vos, querido coronel, cuyo juicio es tan recto, le pongis en las nubes. Yo admiro como vos sus talentos militares; pero cmo no veis que el nico objeto de sus actos es apoderarse del poder? Este hombre se inclina al despotismo; ha perfeccionado de tal modo las instituciones que, en su vasto imperio, en medio de sus ejrci-tos, agentes de empleados de toda especie, clrigos y gendarmes, no existe un slo individuo que pueda ocultarse a su activa vigilan-cia. Y se cuenta todava con la era de la libertad?... Qu virtudes es preciso tener para poseer una inmensa autoridad sin abusar de ella! Puede tener inters ningn pueblo en confiarse a un solo hombre? Ah! estad convencido, el reinado de Bonaparte ser dentro de poco tiempo ms duro que el de los tiranuelos a quienes ha destruido.

    La vehemencia con que yo hablo puede resultar de poca reflexin; pero cuando yo me entrego en la discusin, mi espritu hace abstraccin de las personas. Que los interlocutores tengan los cabellos blancos o el bigote negro, lleven la espada o la tonsura, yo no veo sino los pensamientos personificados, y disputo sin res-petar la posicin social de ninguno de ellos. Estoy lejos de tener la sangre fra de Rodrguez o la vuestra, coronel; yo no puedo

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    contenerme siempre. Por otra parte qu necesidad tengo de ello? No soy un hombre poltico, obligado a empear el debate en una asamblea deliberante; no mando un ejrcito y no estoy obligado a inspirar confianza a los soldados; no soy ni sabio que tenga que hacer con calma y paciencia una demostracin ardua ante un auditorio numeroso. Hoy no soy ms que un rico, lo superfluo de la sociedad, el dorado de un libro, el brillante de un puo de la espada de Bonaparte, la toga del orador. No soy bueno ms que para dar fiestas a los hombres que valen alguna cosa. Es una condi-cin bien triste. Ah! Coronel, si supieseis lo que sufro, seriis ms indulgente.

    Coronel perdonad; yo no seguir esta vez vuestro consejo; no abandonar Pars hasta que no haya recibido la orden para ello. Deseo saber por mi propia experiencia si le es permitido a un extranjero en un pas libre, emitir su opinin respecto a los hom-bres que lo gobiernan, y si les echan de l por haber hablado con franqueza.

    Bolvar

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    1811

    Instalado el primer Congreso Constituyente venezolano el 2 de marzo de 1811 en el que treinta diputados juran, entre otros propsi-tos, defender los derechos del rey espaol Fernando VII, a quien los ejrcitos napolenicos haban expulsado del trono, quedan eviden-ciadas las dos tendencias que se debaten en su seno. Una mayoritaria de mantuanos conservadores y clrigos, encabezada por el presbtero Juan Vicente Maya, que aboga por el acatamiento a las potestades rea-les y el entendimiento con las autoridades espaolas, las cuales, aduce, podran reconocer los derechos a una autonoma progresiva y tutelada. La otra, encabezada por Miranda y los miembros de la Sociedad o Junta Patritica, entre ellos Bolvar, que reivindica la independencia absoluta e inmediata. Aquellos acusan a los integrantes de la Junta Patritica de fomentar el cisma y querer convertirse en otro Congreso.

    El 4 de julio, ante las vacilaciones y contramarchas de una Asamblea remisa a tratar el tema de la independencia, Bolvar pronuncia en el seno de la Junta Patritica lo que se tiene por su primer discurso pblico anticolonialista. El 5 el Congreso declara finalmente la Independencia.

    El 21 de diciembre los treinta y siete diputados de las siete provincias confederadas promulgan la Constitucin, la primera de la Amrica espaola. Casi un calco de la de Estados Unidos, adopta el sistema federal.

    Miranda, a quien influyentes sectores conservadores del clero y la nobleza criolla temen y que a duras penas ha logrado ser nombrado ante la oposicin de stos diputado por El Pao, se cree obligado a salvar su voto en estos trminos: Considerando que en la presente Constitucin los poderes no se hallan en justo equilibrio ni la estruc-tura u organizacin general suficientemente sencilla y clara para que pueda ser permanente; que por otra parte no est ajustada con la pobla-cin, usos y costumbres de estos pases, de que puede resultar que en

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    lugar de reunirnos en una masa general o cuerpo social, nos divida y separe, en perjuicio de la seguridad comn y de nuestra independen-cia, pongo estos reparos en cumplimiento de mi deber.

    Con la Independencia alcanzan los blancos criollos el poder poltico que les faltaba. Dueos del econmico, social y cultural, han conseguido finalmente aprovecharse de las insurgencias de diversos sectores a los que tan solo poco antes haban combatido tenazmente y aliarse con ellos para desprenderse de la tutela imperial, mas tan pronto conquistan la cima, quieren los mantuanos desembarazarse de los que antes fueron palancas imprescindibles. No tarda en comenzar el primer captulo, propiamente dicho, de la traicin que en burla de los desposedos ser regla casi absolutamente sin excepcin en lo sucesivo (...) Proclmanse todas las libertades polticas y las garantas ciudadanas: igualdad ante la ley, abolicin de ttulos y privilegios, cese de discriminaciones entre las castas, respeto a la persona humana, libertad de pensamiento. Se acuerda la prohibicin del comercio de esclavos y de la trata de negros, pero se deja en pie la esclavitud. El Estado se compromete a proteger la propiedad; as mantiene inclume una institucin claramente cimentada sobre la usurpacin de la con-quista y los siglos de coloniaje. Se estatuye, en fin, una democracia ms o menos extica y abstracta, incomprensible y remota para las masas, ninguna de cuyas sentidas aspiraciones aparece reconocida con fran-queza. Los sectores populares no pueden amar el orden que ha nacido: no lo sienten suyo (J. L. Salcedo-Bastardo, Historia fundamental de Venezuela, Caracas, Universidad Central de Venezuela, 1976, pp. 286-287).

    Discurso pronunciado en la Sociedad Patritica de Caracas, el 4 de julio de 1811

    No es que hay dos Congresos. Cmo fomentarn el cisma los que ms conocen la necesidad de la unin? Lo que queremos es que esa unin sea efectiva y para animarnos a la gloriosa empresa de nuestra libertad; unirnos para reposar, y para dormir en los bra-zos de la apata, ayer fue una mengua, hoy es una traicin. Se dis-

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    cute en el Congreso Nacional lo que debiera estar decidido. Y qu dicen? que debemos comenzar por una confederacin, como si todos no estuvisemos confederados contra la tirana extranjera. Que debemos atender a los resultados de la poltica de Espaa. Qu nos importa que Espaa venda a Bonaparte sus esclavos o que los conserve, si estamos resueltos a ser libres? Esas dudas son tristes efectos de las antiguas cadenas. Que los grandes proyectos deben prepararse en calma! Trescientos aos de calma no bastan? La Junta Patritica respeta, como debe, al Congreso de la nacin, pero el Congreso debe or a la Junta Patritica, centro de luces y de todos los intereses revolucionarios. Pongamos sin temor la piedra fundamental de la libertad sur-americana: vacilar es perdernos.

    Propongo que una comisin del seno de este cuerpo lleve al Soberano Congreso estos sentimientos.

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    1812

    Los acontecimientos que darn al traste con la Primera Repblica abundan en incidentes contradictorios. Bolvar, desti-nado como coronel efectivo a sostener la plaza de Puerto Cabellopese a las prevenciones de Miranda, desempea en los sucesos papel significativo que de algn modo sella su destino. Perdida la plaza en sus manos, escribe a Miranda el 14 de julio:

    Lleno de una especie de vergenza me tomo la confianza de dirigir a Vd. el adjunto parte, apenas es una sombra de lo que real-mente ha sucedido.

    Mi cabeza, mi corazn no estn por nada. As suplico a Vd. me permita un intervalo de poqusimos das para ver si logro repo-ner mi espritu en su temple ordinario.

    Despus de haber perdido la ltima y mejor plaza del Estado, cmo no he de estar alocado, mi general?

    De gracia no me obligue Vd. a verle la cara! Yo no soy culpa-ble, pero soy desgraciado y basta (...).

    El castillo, bastin de la plaza, habase perdido por la trai-cin de los oficiales Vinoni y Carbonell, pero las irresoluciones de Miranda, incapaz de comprender aquella realidad compleja y embrollada de la que haba estado ausente tanto tiempo, daran la estocada final al naciente ensayo republicano.

    Lo que ocurre inmediatamente despus ha sido tratado in extenso por los historiadores. Miranda capitula y decide embarcarse para reorganizar la lucha. Bolvar y otros jvenes oficiales creen trai-cionada la causa, lo apresan y lo entregan a las autoridades espaolas. El general Bolvar escribir aos despus el coronel Belford H. Wilson, edecn de Bolvar, a su amigo OLeary siempre se gloriaba delante de m de haber arriesgado su propia seguridad, que pudo haber conseguido, embarcndose en un buque, con el fin de asegu-rar el castigo de Miranda por la traicin que se le atribua. Sus razones

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    no carecan de fundamento, pues l arga que: si Miranda crea que los espaoles observaran el tratado, debera haberse quedado para hacerles cumplir su palabra; si no lo crea, era un traidor, por haber sacrificado su ejrcito. Invariablemente agregaba el general Bolvar que l haba querido fusilar al general Miranda como traidor, pero que otros lo haban contenido (OLeary, op. cit., tomo I, p. 114).

    Derrumbada pues la Primera Repblica y decretada en los hechos la guerra a muerte por los realistas, Bolvar parte al destie-rro y llega a Curazao el 2 de septiembre. Previamente, casi a punto de embarcar, saca tiempo para escribir al dorso de una misiva que le fuera enviada por la madre de los hijos naturales de su finado hermano Juan Vicente, de quien era heredero: Mi querida Josefa Mara: Mi primer cuidado ha sido disponer que los bienes de Juan Vicente, le toquen a tus hijos: que se te d una pensin de cincuenta pesos mensuales, hasta que estos bienes den producto, y despus el todo. Antonia tiene orden de asistirte como a m mismo y s que lo har mejor que yo. Cuenta con esto. Estoy de prisa y quizs no podr verte: pues el honor y mi patria me llaman a su socorro.

    La recepcin en Curazao no puede ser ms desafortunada. Ciertos prrafos de sendas cartas enviadas a su amigo espaolFrancisco Iturbe as lo atestiguan: Con infinitas incomodidades y penas dice en la primera he logrado llegar aqu ocho das ha. Mala navegacin, peor a bordo y detestable recepcin. Digo que mi recepcin fue detestable porque todava no haban bien llegado, cuando ya estaba mi equipaje embargado por dos causas muy raras: la primera porque mis efectos y trastos estaban en la misma casa en que estaban los de Miranda; y la segunda porque el Celozo con-trajo deudas en Puerto Cabello, que ahora he de pagar yo, porque yo era comandante de la plaza cuando las contrajo. Esta es la exacta verdad. De esto resulta que yo me hallo sin medio alguno para ali-mentar mi vida, que ya comienzo a ver con demasiado hasto y hasta con horror. Y en otra del 19 de septiembre: Yo estoy aqu, cuanto bien puede ser, en mi actual situacin. Es verdad que me han quitado inicuamente mi poco dinero y equipaje, pero yo estoy conforme en mi corazn, porque s que cuando el infortunio persigue por algn

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    tiempo, todo se conspira contra el infeliz. Pero como el hombre de bien y de valor, debe ser indiferente a los choques de la mala suerte, yo me hallo armado de constancia, y veo con desdn los tiros que me vienen de la fortuna. Sobre mi corazn no manda nadie ms que mi conciencia: esta se encuentra tranquila, y as no le inquieta cosa alguna. Qu importa tener o no tener cosas superfluas? Lo necesario nunca falta para alimentar la vida. Jams se muere el hombre de nece-sidad en tierra. Jams falta un amigo compasivo que nos socorra y el socorro de un amigo, no puede ser nunca vergonzoso el recibirlo .

    A mediados de noviembre embarca hacia la liberada Cartagena de Indias e intenta y logra en esta ciudad incorporarse al ejrcito patriota (Para nosotros la patria es la Amrica, dir dos aos des-pus en proclama del 12 de noviembre de 1814 dirigida a la Divisin de Rafael Urdaneta) no sin antes explicar a los neogranadinos, en memo-ria pblica del 15 de diciembre de 1812, las causas y errores que impulsa-ron la cada del gobierno venezolano. Aparte de imputar las razones del desastre final a las debilidades y contradicciones del Ejecutivo, a la leni-dad ante un enemigo implacable, a la dispersin de las autoridades y a la lucha de facciones, atribuye al sistema federal adoptado la razn fun-damental de la erosin del gobierno republicano. Pero aunque recalca tambin la accin asoladora del terremoto de marzo (que caus solo en Caracas diez mil muertos y destruy algunas de las ms importantes ciudades de Venezuela) fenmeno al que se uni la influencia perni-ciosa del clero contra la causa libertadora y su prdica para exacerbar el derrotismo entre las clases populares an desprovistas de conciencia de patria, no alcanza a vislumbrar todava la explicacin fundada del fracaso. Intenta OLeary en sus memorias, aos despus, desembrollar estos hechos: En un pueblo fantico e ignorante escribe los suce-sos ms triviales pueden interpretarse segn convenga a las miras e intereses de aquellos a quienes estn las masas acostumbradas a respe-tar, y por desgracia para la causa de la Independencia, el clero, que ejer-ca grande influencia en Venezuela y era adverso a la revolucin, apa-rent ver en la terrible calamidad que haba devastado el pas el azote con que la Divina Providencia castigaba la rebelin. Por lo dems aade quien fuera una de las fuentes ms autorizadas del proceso

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    independentista los auxiliares ms poderosos del ejrcito realista encabezado por Monteverde no fueron las victorias, ni la fuerza fsica, sino la decisin de los pueblos por la causa del rey lo que le haca casi invencible. Los campesinos le servan ms eficazmente que su ejrcito, sembrando el espanto por todas partes con noticias exageradas, sumi-nistrndoles vveres, caballos y acmilas, y todo cuanto necesitaba, en los lugares de su trnsito (op. cit., pp. 91-97).

    El documento bolivariano termina proponiendo al gobierno neogranadino la reconquista de Caracas: ante el poder colonial espaol la suerte de Venezuela habra de ser la de la Amrica toda.

    Menos de ocho meses despus, el 6 de agosto del ao 13, el pequeo ejrcito comandado por Bolvar e integrado por neo-granadinos y venezolanos, luego de la relampagueante campaa llamada, con toda razn, admirable, entra victorioso a Caracas como libertador. Cuatro das antes los revolucionarios de Oriente comandados por Santiago Mario haban liberado Cuman.

    Comenzaba, con dos centros de poder, la Segunda Repblica.

    Manifiesto de Cartagena

    Cartagena de Indias, 15 de diciembre, 1812Memoria dirigida a los ciudadanos de la Nueva Granada por un caraqueo

    Conciudadanos:Libertar a la Nueva Granada de la suerte de Venezuela y redi-

    mir a sta de la que padece, son los objetos que me he propuesto en esta memoria. Dignos, oh mis conciudadanos, de aceptarla con indulgencia en obsequio de miras tan laudables.

    Yo soy, granadinos, un hijo de la infeliz Caracas, escapado prodigiosamente de en medio de sus ruinas fsicas y polticas, que siempre fiel al sistema liberal y justo que proclam mi patria, he venido a seguir los estandartes de la independencia, que tan glo-riosamente tremolan en estos Estados.

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    Permitidme que animado de un celo patritico me atreva a dirigirme a vosotros, para indicaros ligeramente las causas que con-dujeron a Venezuela a su destruccin; lisonjendome que las terri-bles y ejemplares lecciones que ha dado aquella extinguida rep-blica, persuadan a la Amrica a mejorar de conducta, corrigiendo los vicios de unidad, solidez y energa que se notan en sus gobiernos.

    El ms consecuente error que cometi Venezuela, al presen-tarse en el teatro poltico fue, sin contradiccin, la fatal adopcin que hizo del sistema tolerante; sistema improbado como dbil e ineficaz, desde entonces, por todo el mundo sensato, y tenazmente sostenido hasta los ltimos perodos, con una ceguedad sin ejemplo.

    Las primeras pruebas que dio nuestro gobierno de su insen-sata debilidad, las manifest con la ciudad subalterna de Coro, que denegndose a reconocer su legitimidad, lo declar insurgente y lo hostiliz como enemigo. La Junta suprema en lugar de sub-yugar aquella indefensa ciudad que estaba rendida con presentar nuestras fuerzas martimas delante de su puerto, la dej fortificar y tomar una actitud tan respetable que logr subyugar despus la confederacin entera, con casi igual facilidad que la que tenamos nosotros anteriormente para vencerla: fundando la Junta su pol-tica en los principios de humanidad mal entendida que no autori-zan a ningn gobierno, para hacer, por la fuerza, libres a los pue-blos estpidos que desconocen el valor de sus derechos.

    Los cdigos que consultaban nuestros magistrados, no eran los que podan ensearles la ciencia prctica del gobierno, sino los que han formado ciertos buenos visionarios que, imaginndose repblicas areas, han procurado alcanzar la perfeccin poltica, presuponiendo la perfectibilidad del linaje humano. Por manera que tuvimos filsofos por jefes, filantropa por legislacin, dialc-tica por tctica y sofistas por soldados. Con semejante subversin de principios y de cosas, el orden social se resinti extremada-mente conmovido, y desde luego corri el Estado a pasos agigan-tados a una disolucin universal, que bien pronto se vio realizada.

    De aqu naci la impunidad de los delitos de Estado cometidos descaradamente por los descontentos, y particularmente por nues-

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    tros natos e implacables enemigos los espaoles europeos que maliciosamente se haban quedado en nuestro pas, para tenerlo ince-santemente inquieto, y promover cuantas conjuraciones les permitan formar nuestros jueces, perdonndolos siempre, aun cuando sus aten-tados eran tan enormes que se dirigan contra la salud pblica.

    La doctrina que apoyaba esta conducta tena su origen en las mximas filantrpicas de algunos escritores, que defienden la no residencia de facultad en nadie, para privar de la vida a un hombre, aun en el caso de haber delinquido este, en el delito de lesa patria. Al abrigo de esta piadosa doctrina, a cada conspiracin suceda un per-dn y a cada perdn suceda otra conspiracin que se volva a perdo-nar; porque los gobiernos liberales deben distinguirse por la clemen-cia. Clemencia criminal, que contribuy ms que nada, a derribar la mquina, que todava no habamos enteramente concluido!

    De aqu vino la oposicin decidida a levantar tropas vetera-nas, disciplinadas, y capaces de presentarse en el campo de bata-lla, ya instruidas, a defender la libertad, con suceso y gloria. Por el contrario: se establecieron innumerables cuerpos de milicias indisciplinadas, que adems de agotar las cajas del erario nacional, con los sueldos de la plana mayor, destruyeron la agricultura, ale-jando a los paisanos de sus hogares; e hicieron odioso el gobierno que obligaba a stos a tomar las armas y a abandonar sus familias.

    Las repblicas, decan nuestros estadistas, no han menester de hombres pagados para mantener su libertad. Todos los ciudadanos sern soldados cuando nos ataque el enemigo. Grecia, Roma, Venecia, Gnova, Suiza, Holanda y recientemente el Norte de Amrica, vencieron a sus contrarios sin auxilio de tropas merce-narias siempre prontas a sostener el despotismo y a subyugar a sus conciudadanos.

    Con estos antipolticos e inexactos raciocinios, fascinaban a los simples; pero no convencan a los prudentes que conocan bien la inmensa diferencia que hay entre los pueblos, los tiempos y las cos-tumbres de aquellas repblicas y las nuestras. Ellas, es verdad, que no pagaban ejrcitos permanentes; mas era porque en la antigedad no los haba, y slo confiaban la salvacin y la gloria de los Estados, en sus vir-

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    tudes polticas, costumbres severas y carcter militar; cualidades que nosotros estamos muy distantes de poseer. Y en cuanto a las modernas que han sacudido el yugo de sus tiranos, es notorio que han mantenido el competente nmero de veteranos que exige su seguridad; excep-tuando al Norte de Amrica, que estando en paz con todo el mundo, y guarnecido por el mar, no ha tenido por conveniente sostener en estos ltimos aos el completo de tropa veterana que necesita para la defensa de sus fronteras y plazas.

    El resultado prob severamente a Venezuela el error de su cl-culo; pues los milicianos que salieron al encuentro del enemigo, igno-rando hasta el manejo del arma, y no estando habituados a la disci-plina y obediencia, fueron arrollados al comenzar la ltima campaa, a pesar de los heroicos y extraordinarios esfuerzos que hicieron sus jefes, por llevarlos a la victoria. Lo que caus un desaliento general en soldados y oficiales; porque es una verdad militar que slo ejrcitos aguerridos son capaces de sobreponerse a los primeros infaustos suce-sos de una campaa. El soldado bisoo lo cree todo perdido, desde que es derrotado una vez; porque la experiencia no le ha probado que el valor, la habilidad y la constancia corrigen la mala fortuna.

    La subdivisin de la provincia de Caracas proyectada, discu-tida y sancionada por el Congreso Federal, despert y foment una enconada rivalidad en las ciudades y lugares subalternos, contra la capital: la cual decan los congresales ambiciosos de dominar en sus distritos, era la tirana de las ciudades y la sanguijuela del Estado. De este modo se encendi el fuego de la guerra civil en Valencia, que nunca se logr apagar, con la reduccin de aquella ciudad: pues conservndolo encubierto, lo comunic a las otras limtrofes a Coro y Maracaibo: y estas entablaron comunicaciones con aquella, y facilitaron, por este medio, la entrada de los espao-les que trajo consigo la cada de Venezuela.

    La disipacin de las rentas pblicas en objetos frvolos y per-judiciales; y particularmente en sueldos de infinidad de oficinistas, secretarios, jueces, magistrados, legisladores provinciales y federa-les dio un golpe mortal a la Repblica, porque la oblig a recurrir al peligroso expediente de establecer el papel moneda, sin otra garan-

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    ta que la fuerza de las rentas imaginarias de la Confederacin. Esta nueva moneda, pareci a los ojos de los ms, una violacin mani-fiesta del derecho de propiedad, porque se conceptuaban despojadosde objetos de intrnseco valor, en cambio de otros cuyo precio era incierto, y an ideal. El papel moneda remat el descontento de los estlidos pueblos internos, que llamaron al comandante de las tro-pas espaolas, para que viniese a librarlos de una moneda que vean con ms horror que la servidumbre.

    Pero lo que debilit ms al gobierno de Venezuela, fue la forma federal que adopt, siguiendo las mximas exageradas de los dere-chos del hombre, que autorizndolo para que se rija por s mismo, rompe los pactos sociales y constituye las naciones en anarqua. Tal era el verdadero estado de la Confederacin. Cada provincia se gobernaba independientemente; y a ejemplo de estas, cada ciudad pretenda iguales facultades alegando la prctica de aquellas, y la teora de que todos los hombres y todos los pueblos, gozan de la prerrogativa de instituir a su antojo el gobierno que les acomode.

    El sistema federal, bien que sea el ms perfecto, y ms capaz de proporcionar la felicidad humana en sociedad, es, no obstante, el ms opuesto a los intereses de nuestros nacientes Estados; generalmente hablando, todava nuestros conciudadanos no se hallan en aptitud de ejercer por s mismos y ampliamente sus derechos; porque carecen de las virtudes polticas que caracterizan al verdadero republicano: virtudes que no se adquieren en los gobiernos absolutos, en donde se desconocen los derechos y los deberes del ciudadano.

    Por otra parte qu pas del mundo por morigerado y repu-blicano que sea, podr, en medio de las facciones intestinas y de una guerra exterior, regirse por un gobierno tan complicado y dbil como el federal? No, no es posible conservarlo en el tumulto de los combates y de los partidos. Es preciso que el gobierno se identifique, por decirlo as, al carcter de las circunstancias, de los tiempos y de los hombres que lo rodean. Si stos son prsperos y serenos, l debe ser dulce y protector; pero si son calamitosos y turbulentos, l debe mostrarse terrible y armarse de una firmeza

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    igual a los peligros, sin atender a leyes ni constituciones, intern no se restablecen la felicidad y la paz.

    Caracas tuvo mucho que padecer por defecto de la Confede-racin que, lejos de socorrerla, le agot sus caudales y pertrechos; y cuando vino el peligro la abandon a su suerte, sin auxiliarla con el menor contingente. Adems le aument sus embarazos habindose empeado una competencia entre el poder federal y el provincial, que dio lugar a que los enemigos llegasen al corazn del Estado, antes que se resolviese la cuestin, de si deberan salir las tropas federales o provinciales a rechazarlos, cuando ya tenan ocupada una gran por-cin de la provincia. Esta fatal contestacin produjo una demora que fue terrible para nuestras armas, pues las derrotaron en San Carlos sin que les llegasen los refuerzos que esperaban para vencer.

    Yo soy de sentir que mientras no centralicemos nuestros gobiernos americanos, los enemigos obtendrn las ms completas ventajas; seremos indefectiblemente envueltos en los horrores de las disensiones civiles, y conquistados vilipendiosamente por ese puado de bandidos que infestan nuestras comarcas.

    Las elecciones populares hechas por los rsticos del campo y por los intrigantes moradores de las ciudades, aaden un obstculo ms a la prctica de la federacin entre nosotros; porque los unos son tan ignorantes que hacen sus votaciones maquinalmente, y los otros, tan ambiciosos que todo lo convierten en faccin; por lo que jams se vio en Venezuela una votacin libre y acertada; lo que pona el gobierno en manos de hombres ya desafectos a la causa, ya ineptos, ya inmorales. El espritu de partido decida en todo, y por consiguiente nos desorganiz ms de lo que las circunstancias hicieron. Nuestra divisin y no las armas espaolas, nos torn a la esclavitud.

    El terremoto del 26 de marzo trastorn ciertamente, tanto lo fsico como lo moral; y puede llamarse propiamente, la causa inmediata de la ruina de Venezuela; mas este mismo suceso habra tenido lugar sin producir tan mortales efectos, si Caracas se hubiera gobernado entonces por una sola autoridad, que, obrando con rapidez y vigor, hubiese puesto remedio a los daos sin trabas,

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    ni competencias que retardando el efecto de las providencias deja-ban tomar al mal un incremento tan grande que lo hizo incurable.

    Si Caracas, en lugar de una confederacin lnguida e insub-sistente, hubiese establecido un gobierno sencillo, cual lo requera su situacin poltica y militar, t existieras oh Venezuela! y goza-ras hoy de tu libertad.

    La influencia eclesistica tuvo, despus del terremoto, una parte muy considerable en la sublevacin de los lugares y ciudades subalternas y en la introduccin de los enemigos en el pas, abu-sando sacrlegamente de la santidad de su ministerio en favor de los promotores de la guerra civil. Sin embargo, debemos confesar inge-nuamente, que estos traidores sacerdotes, se animaban a cometer los execrables crmenes de que justamente se les acusa, porque la impunidad de los delitos era absoluta, la cual hallaba en el congreso un escandaloso abrigo; llegando a tal punto esta injusticia, que de la insurreccin de la ciudad de Valencia, que cost su pacificacin cerca de mil hombres, no se dio a la vindicta de las leyes un solo rebelde; quedando todos con vida, y los ms con sus bienes.

    De lo referido se deduce que entre las causas que han produ-cido la cada de Venezuela debe colocarse en primer lugar la natu-raleza de su constitucin que, repito, era tan contraria a sus intere-ses como favorable a los de sus contrarios. En segundo, el espritu de filantropa que se apoder de nuestros gobernantes. Tercero: la oposicin al establecimiento de un cuerpo militar que salvase la repblica y repeliese los choques que le daban los espaoles. Cuarto, el terremoto acompaado del fanatismo que logr sacar de este fenmeno los ms importantes resultados; y ltimamente, las facciones internas que en realidad fueron el mortal veneno que hicieron descender la patria al sepulcro.

    Estos ejemplos de errores e infortunios, no sern entera-mente intiles para los pueblos de la Amrica meridional, que aspiran a la libertad e independencia.

    La Nueva Granada ha visto sucumbir a Venezuela; por con-siguiente debe evitar los escollos que han destrozado a aquella. A este efecto presento como una medida indispensable para la

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    seguridad de la Nueva Granada, la reconquista de Caracas. A pri-mera vista parecer este proyecto inconducente, costoso, y quizs impracticable: pero examinado atentamente con ojos previsivos, y una meditacin profunda, es imposible desconocer su necesidad, como dejar de ponerlo en ejecucin, probada la utilidad.

    Lo primero que se presenta en apoyo de esta operacin, es el origen de la destruccin de Caracas, que no fue otro que el despre-cio con que mir aquella ciudad la existencia de un enemigo que pareca pequeo, y no lo era considerndolo en su verdadera luz.

    Coro ciertamente no habra podido nunca entrar en compe-tencia con Caracas, si la comparamos en sus fuerzas intrnsecas con esta; mas como en el orden de las vicisitudes humanas no es siempre la mayora de la masa fsica la que decide, sino que es la superioridad de la fuerza moral la que inclina hacia s la balanza poltica, no debi el gobierno de Venezuela, por esta razn, haber descuidado la extirpacin de un enemigo, que aunque aparente-mente dbil, tena por auxiliares a la provincia de Maracaibo; a todas las que obedecen a la Regencia; el oro y la cooperacin de nuestros eternos contrarios, los europeos que viven con nosotros; el partido clerical, siempre adicto a su apoyo y compaero, el des-potismo; y sobre todo, la opinin inveterada de cuantos ignorantes y supersticiosos contienen los lmites de nuestros Estados. As fue que apenas hubo un oficial traidor que llamase al enemigo, cuando se desconcert la mquina poltica, sin que los inauditos y patri-ticos esfuerzos que hicieron los defensores de Caracas, lograsen impedir la cada de un edificio ya desplomado por el golpe que recibi de un solo hombre.

    Aplicando el ejemplo de Venezuela a la Nueva Granada, y formando una proporcin, hallaremos: que Coro es a Caracas, como Caracas es a la Amrica entera: consiguientemente el peli-gro que amenaza este pas, est en razn de la anterior progresin; porque poseyendo la Espaa el territorio de Venezuela, podr con facilidad sacarle hombres y municiones de boca y guerra, para que bajo la direccin de jefes experimentados contra los grandes maestros de la guerra, los franceses, penetren desde las provincias

  • 40Simn Bolvar, escritos anticolonialistas/ /Gustavo Pereira

    de Barinas y Maracaibo hasta los ltimos confines de la Amrica meridional.

    La Espaa tiene en el da gran nmero de oficiales generales, ambiciosos y audaces; acostumbrados a los peligros y a las priva-ciones, que anhelan por venir aqu, a buscar un imperio que reem-place el que acaban de perder.

    Es muy probable, que al expirar la Pennsula, haya una pro-digiosa emigracin de hombres de todas clases; y particularmente de cardenales, arzobispos, obispos, cannigos y clrigos revolucio-narios, capaces de subvertir, no slo nuestros tiernos y lnguidos Estados, sino de envolver el Nuevo Mundo entero, en una espan-tosa anarqua. La influencia religiosa, el imperio de la dominacin civil y militar, y cuantos prestigios pueden obrar sobre el espritu humano, sern otros tantos instrumentos de que se valdrn para someter estas regiones.

    Nada se opondr a la emigracin de Espaa. Es verosmil que la Inglaterra proteja la evasin de un partido que disminuye en parte las fuerzas de Bonaparte en Espaa y trae consigo el aumento y permanencia del suyo en Amrica. La Francia no podr impedirla; tampoco Norte-Amrica y nosotros menos an, pues careciendo todos de una marina respetable, nuestras tentativas sern vanas.

    Estos trnsfugas hallarn ciertamente una favorable acogida en los puertos de Venezuela, como que vienen a reforzar a los opre-sores de aquel pas, y los habilitan de medios para emprender la conquista de los Estados independientes.

    Levantarn quince o veinte mil hombres que disciplinarn prontamente con sus jefes, oficiales, sargentos, cabos y soldados veteranos. A este ejrcito seguir otro todava ms temible, de ministros, embajadores, consejeros, magistrados, toda la jerar-qua eclesistica y los grandes de Espaa, cuya profesin es el dolo y la intriga, condecorados con ostentosos ttulos, muy adecuados para deslumbrar a la multitud, los que derramndose como un torrente, lo inundarn todo arrancando las semillas y hasta las ra-ces del rbol de la libertad de Colombia. Las tropas combatirn en

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    el campo; y stos desde sus gabinetes, nos harn la guerra por los resortes de la seduccin y del fanatismo.

    As pues, no nos queda otro recurso para precavernos de estas calamidades, que el de pacificar rpidamente nuestras pro-vincias sublevadas, para llevar despus nuestras armas contra las enemigas; y formar de este modo soldados y oficiales dignos de llamarse columnas de la Patria.

    Todo conspira a hacernos adoptar esta medida; sin hacer mencin de la necesidad urgente que tenemos de cerrarle las puertas al enemigo, hay otras razones tan poderosas para deter-minarnos a la ofensiva, que sera una falta militar y poltica inex-cusable, dejar de hacerla. Nosotros nos hallamos invadidos, y por consiguiente forzados a rechazar al enemigo ms all de la fron-tera. Adems, es un principio del arte que toda guerra defensiva es perjudicial y ruinosa para el que la sostiene, pues lo debilita sin esperanza de indemnizarlo; y que las hostilidades en el territo-rio enemigo siempre son provechosas, por el bien que resulta del mal del contrario; as, no debemos por ningn motivo emplear la defensiva.

    Debemos considerar tambin el estado actual del enemigo, que se halla en una posicin muy crtica, habindosele desertado la mayor parte de sus soldados criollos; y teniendo al mismo tiempo que guarnecer las patriticas ciudades de Caracas, Puerto Cabello, La Guaira, Barcelona, Cuman y Margarita, en donde existen sus depsitos; sin que se atrevan a desamparar estas plazas, por temor de una insurreccin general en el acto de separarse de ella. De modo que no sera imposible que llegasen nuestras tropas hasta las puertas de Caracas, sin haber dado una batalla campal.

    Es una cosa positiva, que en cuanto nos presentemos en Venezuela, se nos agregan millares de valerosos patriotas, que suspiran por vernos parecer, para sacudir el yugo de sus tiranos, y unir sus esfuerzos a los nuestros, en defensa de la libertad.

    La naturaleza de la presente campaa nos proporciona la ventaja de aproximarnos a Maracaibo por Santa Marta, y a Barinas por Ccuta. Aprovechemos, pues, instantes tan propicios; no sea

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    que los refuerzos que incesantemente deben llegar de Espaa, cambien absolutamente el aspecto de los negocios, y perdamos, quizs para siempre, la dichosa oportunidad de asegurar la suerte de estos Estados.

    El honor de la Nueva Granada exige imperiosamente, escar-mentar a esos osados invasores, persiguindolos hasta sus ltimos atrincheramientos. Como su gloria depende de tomar a su cargo la empresa de marchar a Venezuela, a libertar la cuna de la indepen-dencia colombiana, sus mrtires, y aquel benemrito pueblo cara-queo, cuyos clamores slo se dirigen a sus amados compatriotas los granadinos, que ellos aguardan con una mortal impaciencia, como a sus redentores. Corramos a romper las cadenas de aquellas vctimas que gimen en las mazmorras, siempre esperando su sal-vacin de vosotros: no burlis su confianza: no seis insensibles a los lamentos de vuestros hermanos. Id veloces a vengar al muerto, a dar vida al moribundo, soltura al oprimido y libertad a todos.

    Cartagena de Indias. En la imprenta del C. Diego Espinoza, Ao de 1813. (8 pp.)

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    1813

    El 11 de enero de 1813 un grupo de jvenes patriotas entre quie-nes se encuentran Santiago Mario, Manuel Piar, Jos Francisco Bermdez, Manuel Valds y Jos Francisco Azcue, al amparo de doa Concepcin Mario, hermana del primero, emprenden desde el islote de Chacachacare, situado entre Trinidad y Paria, con unos pocos fusiles y cartuchos, expedicin militar en la que deciden empe-ar, con el honor, sus vidas. El manifiesto que entonces redactan coincide en sus propsitos con el espritu heroico de aquellos das:

    Violada por el jefe espaol D. Domingo Monteverde la capi-tulacin que celebr con el ilustre general Miranda, el 25 de julio de 1812; y considerando que las garantas que se ofrecen en aquel solemne tratado se han convertido en cadalsos, crceles, persecu-ciones y secuestros; que, el mismo general Miranda ha sido vctima de la perfidia de su adversario; y en fin, que la sociedad venezolana se halla herida de muerte, cuarenta y cinco emigrados nos hemos reunido en esta hacienda, bajo los auspicios de su duea, la magn-nima seora doa Concepcin Mario, y congregados en consejo de familia, impulsados por un sentimiento de profundo patrio-tismo, resolvemos expedicionar sobre Venezuela, con el objeto de salvar esa patria querida de la dependencia espaola y restituirle la dignidad de nacin que el tirano Monteverde y su terremoto, le arre-bataron. Mutuamente nos empeamos nuestra palabra de caballe-ros de vencer o morir en tan gloriosa empresa; y de este compromiso ponemos a Dios y a nuestras espadas por testigos. Nombramos Jefe Supremo con plenitud de facultades, al coronel Santiago Mario.

    Pocos meses despus, mientras el ejrcito que conduce Bol-var se aproxima desde la Nueva Granada victorioso hacia Caracas, gran parte del Oriente las provincias de Cuman y Barcelona bajo la jefatura de Mario estar liberado. Piar, Bermdez, Valds, Freites, Monagas, Cedeo, Sucre (de 18 aos y ascendido a tenien-

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    te-coronel), Villapol (espaol republicano muerto el ao 14 en San Mateo) entre otros, comandan las tropas.

    El 10 de agosto, cuatro das despus de su entrada a Caracas, uno de los primeros actos de Bolvar es dirigirse por escrito al arzo-bispo de la Arquidicesis, a quien l mismo haba demandado, en rauda resolucin, informe pormenorizado del nmero, ubicacin y datos de los curas prrocos propietarios residentes en el pas. El penltimo prrafo del documento, dados los antecedentes y eje-cutorias del clero venezolano en sucesos anteriores, se explica por s mismo:

    No es ya el tiempo de burlar las disposiciones gubernativas, y todo el peso de la ley caer sobre los infractores (...) Intime V. S. Illma. bajo las penas del resorte de su autoridad a todos los prro-cos, predicadores y confesores de la arquidicesis expliquen sema-nalmente los justos principios de la emancipacin americana, persuadan la obligacin de abrazarla y defenderla al precio de sus intereses y de la vida, precavan a los sencillos contra la seduccin y los conatos de los perturbadores, y que sobre todo presten cuan-tos existen bajo la proteccin del Gobierno, la correspondiente cooperacin a sus miras.

    Paralelamente atiende asuntos ms vinculados a su cora-zn. El mismo mes escribe al coronel Pulido, gobernador de Bari-nas, para solicitar el levantamiento del secuestro de los bienes de doa Ins Mancebo de Miyares, esposa del comandante realista Fernando Miyares, amiga de su madre y su primera nodriza:

    Cuanto Vd. haga a favor de esta seora (...) corresponde a la gratitud que un corazn como el mo sabe guardar a la que me aliment como madre. Fue ella la que en mis primeros meses me arrull en su seno. Qu ms recomendacin que sta para el que sabe amar y agradecer como yo!

    A fines de septiembre el gobernador ingls de Curazao (la isla se hallaba por entonces bajo dominio britnico) le escribe intercediendo por los prisioneros espaoles y canarios encerrados en La Guaira y Caracas. La respuesta bolivariana es un compen-dio de firmeza y gentileza. En esencia constituye una relacin de

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    los crmenes perpetrados por el colonialismo espaol (tres siglos gimi la Amrica bajo esta tirana, la ms dura que ha afligido a la especie humana) y una justificacin a los ojos del mundo de la poltica de guerra a muerte. Algunas lneas, sin embargo, resaltan entre todas. Durante los tres siglos dice en que los habitantes de la Amrica espaola padecieron las iniquidades coloniales no se vio entonces a las almas sensibles interceder por la humanidad atormentada, ni reclamar el cumplimiento de un pacto que intere-saba al universo.

    Y estas palabras finales: La justicia americana sabr siem-pre, sin embargo, distinguir al inocente del culpable; y V. E. puede contar que stos sern tratados con la humanidad que es debida, aun a la nacin espaola.

    Cuartel General de Valencia, 2 de octubre de 1813Excmo. seor Gobernador y Capitn Generalde la isla de Curazao y sus dependencias

    Excmo. seor:Tengo el honor de contestar a la carta de V. E. de 4 de septiem-

    bre ltimo, que he recibido el da de ayer, retardada sin duda por causas que ignoro, en el trnsito de esa isla al puerto de La Guaira.

    La atencin que debo prestar a un jefe de la nacin brit-nica, y la gloria de la causa americana, me ponen en la obligacin sagrada de manifestar a V. E. las causas dolorosas de la conducta que a mi pesar observo con los espaoles que en este ao pasado han envuelto a Venezuela en ruinas, cometiendo crmenes que debieran condenarse a un eterno olvido, si la necesidad de justifi-car a los ojos del mundo la guerra a muerte que hemos adoptado, no nos obligara a sacarlos de los cadalsos y las horrendas mazmo-rras que los cubren, para presentarlos a V. E.

    Un continente, separado de la Espaa por mares inmensos, ms poblado y ms rico que ella, sometido tres siglos a una depen-dencia degradante y tirnica, al saber el ao de 1810 la disolucin de los gobiernos de Espaa por la ocupacin de los ejrcitos franceses,

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    se pone en movimiento para preservarse de igual suerte y escapar a la anarqua y confusin que lo amenaza. Venezuela, la primera, constituye una junta conservadora de los derechos de Fernando VII, hasta ver el resultado decisivo de la guerra: ofrece de los espaoles que pretendan emigrar un asilo fraternal; inviste de la magistratura a muchos de ellos y conserva en sus empleos a cuantos estaban colo-cados en los de ms influjo e importancia. Pruebas evidentes de las miras de unin que animaban a los venezolanos; miras dolosamente correspondidas por los espaoles, que todos por lo general abusaron con negra perfidia de la confianza y generosidad de los pueblos.

    En efecto, Venezuela adopt aquella medida, impelida de la irresistible necesidad. En circunstancias menos crticas, pro-vincias de Espaa, no tan importantes como ella, haban erigido juntas gubernativas para salvarse del desorden y de los tumultos. Y Venezuela no debera ponerse igualmente a cubierto de tantas calamidades y asegurar su existencia contra las rpidas vicisitudes de la Europa? No haca un mal a los espaoles de la Pennsula, quedando expuesta a los trastornos que deba introducir la falta del gobierno reconocido, y no deban agradecer nuestros sacrifi-cios para proporcionarles un asilo imperturbable? Hubiera espe-rado nadie que un bloqueo riguroso y hostilidades crueles deban ser correspondencia de tanta generosidad?

    Persuadida Venezuela de que la Espaa haba sido completa-mente subyugada, como se crey en las dems partes de Amrica, dio aquel paso, que mucho antes pudo igualmente haber dado, autorizada con el ejemplo de las provincias de Espaa, a quie-nes estaba declarada igual en derechos y representacin poltica. Result luego la Regencia, que tumultuariamente se estableci en Cdiz, nico punto donde no penetraron las guilas francesas; y desde all fulmin sus decretos destructores contra unos pueblos libres, que sin obligacin haban mantenido relaciones e integridad nacional con un pueblo de que naturalmente eran independientes.

    Tal fue el generoso espritu que anim la primera revolucin de Amrica, revolucin sin sangre, sin odio, sin venganza. No pudieron en Venezuela, en Buenos Aires, en la Nueva Granada,

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    desplegar los justos resentimientos a tanto agravio y violencias y destruir aquellos virreyes, gobernadores y regentes, todos aque-llos mandatarios, verdugos de su propia especie, que complacidos con la destruccin de los americanos, hacan perecer en horribles mazmorras a los ms ilustres y virtuosos, despojaban al hombre de probidad del fruto de sus sudores, y en general perseguan la industria, las artes bienhechoras y cuanto poda aliviar los horro-res de nuestra esclavitud?

    Tres siglos gimi la Amrica bajo esta tirana, la ms dura que ha afligido a la especie humana: tres siglos llor las funestas riquezas que tanto atractivo tenan para sus opresores; y cuando la Providencia justa les present la ocasin inopinada de romper las cadenas, lejos de pensar en la venganza de estos ultrajes, convida a sus propios ene-migos, ofreciendo partir con ellos sus dones y su asilo.

    Al ver ahora casi todas las regiones del Nuevo Mundo empe-adas en una guerra cruel y ruinosa; al ver la discordia agitar con sus furores aun al habitante de las cabaas; la sedicin encender el fuego devorador de la guerra, hasta en las apartadas y solitarias aldeas, y los campos americanos teidos de la sangre humana, se buscar la causa de un trastorno tan asombroso en este continente pacfico, cuyos hijos dciles y benvolos haban sido siempre un ejemplo raro de dulzura y sumisin, que no ofrece la historia de ningn otro pueblo del mundo.

    El espaol feroz, vomitando sobre las costas de Colombia, para convertir la porcin ms bella de la naturaleza en un vasto y odioso imperio de crueldad y rapia; vea ah V. E. el autor protervo de estas escenas trgicas que lamentamos. Seal su entrada en el Nuevo Mundo con la muerte y la desolacin: hizo desaparecer de la tierra su casta primitiva; y cuando su saa rabiosa no hall ms seres que destruir, se volvi contra los propios hijos que tena en el suelo que haba usurpado.

    Vale V. E. incitado de su sed de sangre, despreciar lo ms santo, y hollar sacrlegamente aquellos pactos que el mundo venera, y que han recibido un sello inviolable de todas las edades y de todos los pueblos. Una capitulacin entreg en el ao pasado todo el territorio indepen-diente de Venezuela; una sumisin absoluta y tranquila por parte de los

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    habitantes les convenci de la pacificacin de los pueblos, y de la renuncia total que haban hecho a las pasadas pretensiones polticas. Mas al mismo tiempo que Monteverde juraba a los venezolanos el cumplimiento religioso de las promesas ofreci-das, se vio con escndalo y espanto la infraccin ms brbara e impa: los pueblos saqueados; los edificios incendiados; el bello sexo atropellado; las ciudades ms grandes encerradas en masa, por decirlo as, en horribles cavernas, viendo realizado lo que hasta entonces pareca un imposible, la encarcelacin de un pueblo entero. En efecto, slo aquellos seres tan oscu-ros que lograron sustraerse a la vista del tirano, consiguieron una libertad miserable, reducindose en chozas aisladas, a vivir entre las selvas y las bestias feroces.

    Cuntos ancianos respetables, cuntos sacerdotes venera-bles se vieron uncidos a cepos y otras infames prisiones, confundi-dos con hombres groseros y criminales, y expuestos al escarnio de la soldadesca brutal y de los hombres ms viles de todas las clases! Cuntos expiraron agobiados bajo el peso de cadenas insopor-tables, privados de la respiracin o extenuados del hambre y las miserias! Al tiempo que se publicaba la Constitucin espaola, como el escudo de la libertad civil, se arrastraban centenares de vctimas cargadas de grillos y de ligaduras a subterrneos inmun-dos y mortferos, sin establecer las causas de aquel procedimiento, sin saber aun el origen y opiniones polticas del desgraciado.

    Vea ah V. E. el cuadro no exagerado, pero inaudito de la tirana espaola en la Amrica; cuadro que excita a un tiempo la indignacin contra los verdugos y la ms justa y viva sensibilidad para las vctimas. Sin embargo, no se vio entonces a las almas sensibles interceder por la humanidad atormentada, ni reclamar el cumplimiento de un pacto que interesaba al universo. V. E. interpone ahora su respetable media-cin por los monstruos feroces, autores de tantas maldades. V. E. debe creerme; cuando las tropas de la Nueva Granada salieron a mis rde-nes a vengar la naturaleza y la sociedad altamente ofendidas, ni las instrucciones de aquel benfico gobierno, ni mis designios eran ejer-cer el derecho de represalias sobre los espaoles, que bajo el ttulo de

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    insurgentes llevaban a todos los americanos dignos de este nombre, a suplicios infames, o a torturas mucho ms infames y crueles aun. Mas viendo a estos tigres burlar nuestra noble clemencia, y asegurados de la impunidad continuar aun vencidos la misma sanguinaria fiereza; entonces, por llenar la santa misin confiada a mi responsabilidad, por salvar la vida amenazada de mis compatriotas, hice esfuerzos sobre mi natural sensibilidad, para inmolar los sentimientos de una perniciosa clemencia a la salud de la Patria.

    Permtame V. E. recomendarle la lectura de la carta del feroz Zerveriz, dolo de los espaoles en Venezuela, al general Monteverde, en la Gaceta de Caracas, nmero 3; y descubrir en ella V. E. los planes sanguinarios, cuya consumacin combinaban los perversos. Instruido anticipadamente de su sacrlego intento, que una cruel experiencia confirm luego al punto, resolv llevar a efecto la guerra a muerte, para quitar a los tiranos la ventaja incom-parable que les prestaba su sistema destructor.

    En efecto, al abrir la campaa el ejrcito libertador en la pro-vincia de Barinas, fue desgraciadamente aprehendido el coronel Antonio Nicols Briceo y otros oficiales de honor, que el brbaro y cobarde Tzcar hizo pasar por las armas, hasta el nmero de dieci-sis. Iguales espectculos se repetan al mismo tiempo en Calabozo, Espino, Cuman y otras provincias, acompaados de tales circuns-tancias de inhumanidad en su ejecucin, que creo indigno de V. E. y de este papel, hacer la representacin de escenas tan abominables.

    Puede V. E. ver un dbil bosquejo de los actos feroces en que ms se regalaba la crueldad espaola, en la Gaceta nmero 4. El degello general ejecutado rigurosamente en la pacfica villa de Aragua por el ms brutal de los mortales, el detestable Suazola, es uno de aquellos delirios o freneses sanguinarios, que slo una a dos veces han degradado a la humanidad.

    Hombres y mujeres, ancianos y nios, desorejados, deso-llados vivos, y luego arrojados a lagos venenosos, o asesinados por medios dolorosos y lentos. La naturaleza atacada en su ino-cente origen, y el feto an no nacido, destruido en el vientre de las madres a bayonetazos o golpes.

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    En San Juan de los Morros, pueblo sencillo y agricultor, haban ofrecido espectculos igualmente agradables a los espaoles el brbaro Antoanzas y el sanguinario Boves. An se ven en aquellos campos infelices los cadveres suspensos en los rboles. El genio del crimen parece tener all su imperio de muerte, y nadie puede acercarse a l, sin sentir los furores de una implacable venganza.

    No ha sido Venezuela sola el teatro funesto de estas carni-ceras horrorosas. La opulenta Mxico, Buenos Aires, el Per y la desventurada Quito, casi son comparables a unos vastos cemente-rios, donde el gobierno espaol amontona los huesos que ha divi-dido su hacha homicida.

    Puede V. E. hallar la basa en que hace consistir un espaol el honor de su nacin, en la Gaceta nmero 2. La carta de Fr. Vicente Marquetich afirma que la espada de Regules, en el campo y en los suplicios, ha inmolado doce mil americanos en un solo ao; y pone la gloria del marino Rosendo Porlier, en su sistema universal de no dar cuartel ni a los santos, si se le presentan en traje de insurgentes.

    Omito martirizar la sensibilidad de V. E. con prolongar la pintura de las agonas dolorosas que la barbarie espaola ha hecho sufrir a la humanidad para establecer un dominio injusto y vili-pendioso sobre los dulces americanos. Ojal un velo impenetrable ocultara para siempre a la noticia de los hombres, los excesos de sus semejantes! Ojal una cruel necesidad no nos hiciera un deber inviolable el exterminar a tan alevosos asesinos!

    Srvase V. E. suponerse un momento colocado en nuestra situa-cin, y pronunciar sobre la conducta que debe usarse con nuestros opresores. Decida V. E. si es siquiera posible afianzar la libertad de la Amrica, mientras respiran tan pertinaces enemigos. Desengaos funestos instan cada da por ejecutar generosamente las ms duras medidas; y puedo decir a V. E. que la humanidad misma las dicta con su dulce imperio.

    Puesto por mis ms fuertes sentimientos en la necesidad de ser clemente con muchos espaoles, despus de haberlos generosa-mente dejado entre nosotros en plena libertad, aun sin sacar todava la cabeza de bajo del cuchillo vengador, han conmovido los pueblos

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    infelices, y quizs las atrocidades ejecutadas nuevamente por ellos igualan a las ms espantosas de todas.

    En los valles del Tuy y Tcata, y en los pueblos del Occidente, donde no pareca que la guerra civil llevara s