bortolini, jose - como leer la carta 1 a los corintios

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Page 1: Bortolini, Jose - Como Leer La Carta 1 a Los Corintios

JOSÉ BORTOLINI

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COMO LEER LA I 5 CARTA A LOS

SUPERACIÓN DE LOS CONFLICTOS EN LA COMUNIDAD

Page 2: Bortolini, Jose - Como Leer La Carta 1 a Los Corintios

Colección

Cómo leer LAB1LIA

AUIOKI S

Alindo Dos Santos Oliva (ASO) - Carlos Mesters (CM) 1 mida de Paula Pedro (EPP) Euclides Martins Balancín (I MI)) Itlix Moracho (FM) Ivo Slorniolo (IS) José líiiilolim (Jli) l uis Alexandre Solano Rossi (LASR) Marc < urjril (Md) Shigcyuki Nakanose (SN)

I'INIAIIUCO Cómo leci ti libro del Génesis, IS EMB 2a reimpr Como Icct el libio del hxodo, EMB IS 2a reimpr Como Icci el libro del Deuteronomio IS, 2a reimpr

IIIMX'lRK'OS

Citailcor el libio de Ruth CM la ed ( i t a i leer los libros di Samuel, IS-EMB, 2a ed (ómo leí los libios de Reyes, IS, 2a ed

SAI'II N( IAII S

( ónio Icn el libio di Job IS 2a reimpr ( orno Irt 111 libio de los Salmos MG, la reimpr Cita) Ir-ei rl libio di Piovubios, IS, la ed ( i t a i Irt 1 rl libio di 111 ksusiés IS EMB, 2a ed ( i ta ) lee) il libio di 1 ( mlai de los

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I'ROHIAS

Cómo leer el libio di Amos I MI) IS, 2a ed Cómo leer el libio de Joims I MU IS, 2a cd Cómo leu el libio >l< Mueras I MI) IS, 2a ed.

i

Como leer el libro de Habacuc, EMti IS la ed Cómo leer el libro de Sofonias EMB IS, la ed Como leer el libro de Ageo MG, la ed

EVANGELIOS

Como leer el evangelio de Mateo, IS, la reimpr Como leer el evangelio de Marcos EMB la reimpr Como leer el evangelio de Lucas, ISt la reimpr Como leer evangelio de Juan, JB, la ed Como leer los Hechos de los Apostóles, IS, la ed

CARTAS Como leer la 2" carta a los Corintios JB, la ed Como leer la carta a los Galatas, JAI} la reimpr Como leer la carta a los Filipenses JB la reimpr Como leer la carta de Judas, JB, la ed Como leer la primera carta a los

Tesalonicenses, JB, la ed Como leer las Cartas de Juan 2a ed Como leer la segunda carta a los

Tesalonicenses, JB, 2a ed Como leer la 1' carta a los Corintio^ JB, la reimpr

Historia del pueblo de Dios Euclides Martins Balancín, la ed

JOSÉ BORTOLINI

Cómo leer la Primera Carta a los

corintios Superación de los conflictos en la comunidad

SAN PABLO

Page 3: Bortolini, Jose - Como Leer La Carta 1 a Los Corintios

Título original Como ler a primen a caita aos corintios

Autor Jase Bortolim

© Paulus Editora Rúa Francisco Cruz, 229 VilaMaiiana 04117-091

Sao Paulo, SP Brasil

Título traducido Como leer la Prime i a Carta a los corintios

Traducción Maitin Gil

Impresor Sociedad de San Pablo Calle 170 No 23-31 Bogotá - Colombia

ISBN 958-607-897-3

© SAN PABLO Carrera 46 No 22A-90

Tel 3682099-Fía 2444383 Baino Qumtaparedes

E mail spduedit@cübIenetco

la reimpresión, 2004 Queda hecho el depósito legal según Ley 44 de 1993 y Decreto 460 de 1995

Distribución: Depaitamento de Ventas Calle 18 No 69-67 PBX 4114011 Fax 4114000-A A 080152 E-mail spdircom@coll telecorn com co

BOGOTÁ - COLOMBIA

COMO LEER LA BIBLIA

"... y he aquí que un etíope eunuco, alto funcionario de Candace, reina de los etíopes, que estaba a cargo de todos sus tesoros, y había venido a adorar en Jerusalén, regresaba sentado en su carro, leyendo al profeta Isaías. El Espíritu dijo a Felipe: 'Acércate y ponte junto a ese carro'. Felipe corrió hacia él y le oyó leer al profeta Isaías; y le dijo: '¿Entiendes lo que vas leyendo?'. El contestó: '¿Cómo lo puedo entender si nadie me hace de guía?'. Y rogó a Felipe que subiese y se sentase con él... El eunuco preguntó a Felipe: 'Te ruego me digas de quién dice esto el profeta: ¿de sí mismo o de otro?'. Felipe entonces, partiendo de este texto de la Escritura se puso a anunciarle la Buena Nueva de Jesús..." (Ilch 8, 27-31.34-35a).

La serie "Cómo leer la Biblia" es, al mismo tiempo, sencilla y atrevida. Sencilla porque no pretende ser un co­mentario a cada libro de la Biblia, sino más bien una clave de lectura, una especie de linterna que nos ayude a enfocar y mirar, en su conjunto, uno o más libros bíblicos. Y atrevida porque estimula a kvr los textos con los pies en el suelo de la existencia, sin pcidei nunca de vista los anhelos de vida y libertad de nueslia ¡.'.ente.

No tenemos la pielcnsión de ser como Felipe, pues la Biblia no pertenece a los estudiosos, sino al pueblo. Nuestra tarea es la ile nivicnnios u él, acompañarlo, sentarnos a su lado para escuchado, preguntando e indicando posibles

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caminos para la comprensión. Por tanto, hemos tenido el valor de sintetizar, en un subtítulo, el posible eje en torno al cual gira el libro en cuestión.

Preparamos estas pequeñas obras para las personas que se reúnen alrededor de la Biblia, hecho éste que manifiesta la presencia del Espíritu en nuestro camino. Como el etíope que vuelve a su país, la gente busca hoy el modo adecuado de encarnar la Biblia en la vida y en la sociedad. Nuestro esfuerzo es justamente el de ayudarla a entender lo que lee mientras recorre su camino en la esperanza y en la alegría (Cf. Hch 8, 39). Por tanto, estos libros parten siempre del contexto en el cual se generó el escrito bíblico, dando así pistas para su comprensión en el "hoy" de nuestro caminar.

Esperamos que esta serie aporte nuevas luces a las personas y comunidades, haciendo resonar de nuevo la alabanza de Jesús: "Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito" (Mt 11, 25-26).

La Editorial

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Introducción:

COMO NACIÓ LA COMUNIDAD DE CORINTO

Estamos alrededor del año 50 dC, durante el segundo viaje misionero de Pablo (Cf. mapa). Según los Hechos de los apóstoles (Cf. 17, 16-34), la predicación de Pablo a las élites de Atenas fue un verdadero fracaso. Los sabios y poderosos de esa ciudad, que "en ninguna otra cosa pasaban el tiempo sino en decir u oír la última novedad" (Cf. Hch 17, 21), dieron un golpe fatal al "ego fariseo" que aún mostraba señales de vida en este evangelizador itinerante. Las élites, sin quererlo, acaban mostrándole a Pablo que debe tomar otro camino, el de los pobres. Así, el "ego fariseo" de Pablo muere para dar lugar a una nueva conciencia, es decir, a la convicción de que sólo los crucificados de la sociedad están abiertos a recibir la novedad del Evangelio. En Atenas, entonces, Pablo toma la conciencia de aquello que Jesús había dicho: "¡Qué difícil es que quienes tienen riquezas entren en el Reino de Dios!... ¡Es más fácil que un camello pase por el ojo de la aguja, que un rico entre en el Reino de Dios!" (Me 10, 23.25). Sin embargo, el rechazo del Evangelio por parte de las élites no significa que la palabra esté derrotada; después, en Corinto, se harán realidad otras palabras de Jesús: "Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos" (Mt 5, 3).

Pablo se repone rápidamente del golpe recibido en Atenas, de la misma forma como se aliviará de las torturas físicas sufridas en Filipos. El llega a Corinto con la conciencia de que debe anunciar a Cristo crucificado a los crucificados de la historia. Al parecer —es Lucas quien nos relata esto—, Pablo no había hablado de Jesús crucificado en el discurso a las élites de Atenas.

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Lucas da a entender que Pablo omitió el "escándalo de la cruz". Aquí surgen algunas inquietudes: ¿Será que podemos omitir, en la evangelización, el hecho de que Jesús fuera condenado a muerte por un sistema social injusto? ¿Qué tipo de evangelización es la que esconde el "escándalo de la cruz"? ¿Por qué los poderosos quieren cambiar de tema y hasta de religión cuando mencionamos las injusticias sociales que continúan crucificando a la mayoría de las personas?

El Señor tiene un "pueblo numeroso" en Corinto

Pablo no llegó a Corinto por la puerta de los poderosos, sino por la de los esclavizados y crucificados de la historia. Dos tercios de la población de esta ciudad —una de las mayores de todo el Imperio Romano— eran esclavos.

Los Hechos de los apóstoles (Cf. 18, 1-17) no revelan el contenido de la predicación de Pablo durante los dieciocho meses que estuvo en Corinto. Pero esto no es un problema insuperable porque a partir de sus escritos sabemos que:

"No quise saber entre vosotros sino a Jesucristo, y éste crucificado. Y me presenté ante vosotros débil, tímido y tembloroso. Y mi palabra y mi predicación no tuvieron nada de los persuasivos discursos de la sabiduría, sino que fueron una demostración del Espíritu y del poder para que vuestra fe se fundase, no en sabiduría de hombres, sino en el poder de Dios" (ICo 2, 2-5).

He aquí que nace la "nueva conciencia" de Pablo luego de la muerte de su "ego fariseo". De hecho, Jesús crucificado es un escándalo para los judíos y una locura para los paganos.

Pablo entró a Corinto por la puerta de los esclavizados y crucificados de la historia. No nos debe admirar el hecho de que haya sido huésped de Aquila y Priscila, un matrimonio con cierto patrón de vida (Cf. Hch 18, 2-3). El mismo Lucas afirma que Pablo trabajaba con sus propias manos. Con esto,

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él elige bajar de condición social y situarse al nivel de los oprimidos y de esclavos de Corinto, ese "pueblo numeroso que pertenece al Señor". Así, anunciando a Cristo crucificado primero con su vida y su trabajo, encarnándose en la realidad social, y luego con las palabras, el apóstol muestra cómo el mismo Hijo de Dios se encarnó en la sociedad.

¿Por qué Pablo escoge este camino? Su punto de refe­rencia viene de muy lejos. La fundación de la comunidad de Corinto recuerda el tiempo en el cual los hebreos vivían como esclavos en Egipto. Dios oyó el clamor de su Pueblo y descendió para liberarlo, haciendo alianza con el y condu­ciéndolo a la Tierra prometida. Recuerda, sobre todo, la en­carnación del Hijo de Dios en los sufrimientos de la huma­nidad (Flp 2, 5-11). Jesús se hizo esclavo y Pablo también. Fue así como comenzó a existir en Corinto una comunidad cristiana, compuesta en su mayoría por personas marginadas:

"¡Mirad, hermanos, quiénes habéis sido llamados! No hay muchos sabios según la carne ni muchos poderosos ni muchos de la nobleza. Ha escogido Dios más bien lo necio del mundo, para confundir a los sabios. Y ha escogido Dios lo débil del mundo, para confundir lo fuerte. Lo plebeyo y despreciable del mundo ha escogido Dios; lo que no es, para reducir a la nada lo que es" (ICo 1, 26-28).

El camino de Dios es el camino de la solidaridad y de la alianza con los crucificados de la sociedad. Pablo estaba convencido de esto. Con seguridad se acordaba de un texto importante del Antiguo Testamento:

"No porque seáis el más numeroso de todos los pueblos se ha prendado Yavé de vosotros y os ha elegido, pues sois el menos numeroso de todos los pueblos; sino por el amor que os tiene y por guardar el juramento hecho a vuestros padres... Haz de saber, pues, que Yavé tu Dios es el Dios verdadero, el Dios fiel que guarda la Alianza y el amor por mil generaciones a quienes le aman y guardan sus manda­mientos" (Dt 7, 7-9).

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El "pueblo numeroso que pertenece al Señor" en la ciudad de Corinto era, entonces, un pueblo de esclavos y débiles, de los cuales la sociedad no espera sino que sean su mano de obra gratuita. Jesús, que se hizo esclavo (Cf. Flp 2, 5-11), y Pablo quien, siendo libre en relación con todos, se convirtió en el siervo de todos (Cf. ICo 9, 19), son la presencia del Dios fiel que mantiene su alianza y su amor por mil generaciones.

¿Incomodan los crucificados?

Pablo permaneció un año y medio en Corinto con el fin de fundar la comunidad. En esta ciudad se realizó la ruptura con el judaismo. Según los Hechos de los apóstoles, la predicación de Pablo encontró fuerte oposición por parte de los judíos. Estos no admitían que Jesús crucificado —un maldito según la Ley (Cf. Dt 21, 23 y Ga 3, 13)— fuera el Mesías. ¿Por qué no lo aceptaban? Es bueno recordar que Jesús fue condenado a muerte por un sistema social injusto. Pero la última palabra le corresponde a Dios, que resucitó a Jesús de entre los muertos, haciéndolo Señor, destruyendo así el tipo de sociedad que lo mató. Creer en Jesús Mesías, entonces, es abrir los ojos y percibir que una sociedad regida por la injusticia no puede seguir existiendo.

Por esto en Corinto "se echaron los judíos de común acuerdo sobre Pablo y le condujeron ante el tribunal dicien­do: 'Este persuade a la gente para que adore a Dios de una manera contraria a la Ley'" (Hch 18, 12-13). Los judíos hicieron una jugada política, pretendiendo oponer a los cris­tianos al Imperio Romano. De hecho, el poder romano re­conocía la Ley de los judíos y permitía que la observaran. Al decir que Pablo está contra la Ley, lo acusan de subversivo. Con esto pretenden conservar sus privilegios dentro de un sistema injusto que causa la esclavitud y la muerte del pueblo. Sostenes, el jefe de la sinagoga, terminó soportando una golpiza. Al poder romano, representado por el procónsul Ga-lión, no le importó este acto de violencia (Cf. Hch 18, 17).

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Un retrato de la ciudad Corinto era una de las ciudades más importantes del

Imperio Romano. Es difícil saber con exactitud su número de habitantes, pues, en aquel tiempo, los esclavos no conta­ban. Algunos estudios afirman que allí vivían 250 mil perso­nas; otros dicen que el número era mayor y llegaba a 500 mil. Era una ciudad de inmigrantes que se fueron estable­ciendo a lo largo de los años. Se convirtió en la sede (capital) de la provincia senatorial de Acaya.

La ciudad presentaba un gran movimiento debido a sus dos puertos: Laqueo (al occidente) y Cencreas (al oriente), que comunicaban al centro del Imperio (Roma) con Asia. Las naves que provenían del occidente atracaban en el puerto de Laqueo. Los esclavos debían cargar las mercancías y empujar las naves casi seis kilómetros, hasta el puerto de Cencreas. Este corredor se llamaba Dioicos. Era un trabajo duro, de esclavos, y es probable que buena parte de los cris­tianos de esta ciudad perteneciese a esta clase de trabajadores y esclavos.

En Corinto vivían la mayor parte de los latifundistas de Grecia. Esto influyó para que la ciudad sufriera un abismo gigantesco entre ricos y pobres, con la consecuente explotación de los débiles por parte de los poderosos. Al tener dos puertos, la ciudad se convirtió en un gran centro comercial: marineros y comerciantes se enriquecían allí con facilidad. Como era capital de provincia, Corinto era también un gran centro administrativo y se puede suponer que existía un considerable número de "funcionarios públicos". De igual forma, era un importante centro industrial.

Las investigaciones muestran que existían fundiciones de bronce cuyo producto era famoso en el mundo entero. Esto nos lleva a constatar que el poder económico y político se concentraba en manos de unos pocos privilegiados que vivían explotando a pobres y esclavos y divirtiéndose con fiestas, música, teatros y con los juegos ístmicos, famosos en toda la región. Estos juegos, realizados cada dos años, atraían a los grandes de la cultura griega.

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Es importante recordar el abismo inmenso entre ricos y pobres porque, al escribir a la comunidad, Pablo muestra que Dios "ha escogido lo necio del mundo, para confundir a los sabios. Y ha escogido lo débil del mundo, para confundir lo fuerte. Lo plebeyo y despreciable del mundo ha escogido Dios; lo que no es, para reducir a la nada lo que es" (ICo 1, 27-28). La opción de Dios es en favor de los despojados del saber, de poder económico o de influencia política.

En Corinto existía toda clase de religiones y cultos. Al tener dos puertos, se adoraba allí a Poseidón, dios del mar. El culto a la diosa Roma era muy fuerte, y predominaba sobre el pueblo, pues recordaba al Imperio Romano que, en nombre de la religión, mantenía al mundo entero dominado y explo­tado. Hasta el mismo emperador era considerado como dios.

En la fortaleza de la ciudad había un templo dedicado a Afrodita, diosa del amor y de la fecundidad. Cerca de mil mujeres acogían e iniciaban a los devotos de esta diosa en el arte del amor; aquellas eran llamadas "santas". Tenían incluso un puesto de honor, reservado, en las bancas del teatro de la ciudad. Cuando escribe a los corintios, Pablo evita llamar a las mujeres cristianas "santas", para no ocasionar posibles malen­tendidos. Este aspecto es importante para comprender cómo se trata el tema de las mujeres en la primera Carta a los corintios.

La ciudad tenía mala fama. En aquel tiempo, "vivir como corintio" era sinónimo de entender y vivir la sexualidad de una manera desordenada. Para muchos en aquella ciudad, el cuerpo tenía una única finalidad: el placer. Este aspecto es también de gran importancia en la lectura de la Carta, sobre todo del c. 6. En él, Pablo nos muestra lo que era "vivir como corintio", al hablar de inmoralidad, idolatría, adulterio, depravación, etc. (Cf. ICo 6, 9-10).

El retrato de la comunidad

Los cristianos de Corinto eran pocos. Tal vez no pasaban de cien personas, y no tenían ni una misma raza ni un mismo origen. Ya vimos que, desde el punto de vista social, la ma-

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yoría de ellos estaban marginados: esclavos, mujeres, gente sin acceso al "saber" intelectual; como dice la misma Carta, gente considerada loca, débil, despreciable, vil y sin ningún valor (Cf. 1, 27-28). Es decir, una comunidad de crucificados a la cual se le anuncia a Cristo crucificado. La sociedad no esperaba nada de estas personas y tampoco les brindaba la o-portunidad de participar en la vida social o en los bienes ne­cesarios para la vida y, al carecer de instrucción, eran consi­derados ignorantes e incapaces de cualquier decisión. En sínte­sis, un conglomerado de personas, una masa de mano de obra.

Al escribir la que conocemos como la primera Carta a los corintios, Pablo afirma, desde el inicio, que los cristianos de esta ciudad son "Iglesia de Dios". La palabra "Iglesia" hace pensar en una comunidad organizada, donde todas las perso­nas encuentran un espacio para compartir sus dones, su vida y los bienes que la sostienen. Con el anuncio del Evangelio, estas víctimas de una sociedad injusta dejaron de ser mano de obra para convertirse en parte del Pueblo de Dios. Comen­zaron a vivir una vida nueva, que es anuncio de la libertad y de la vida que Dios quiere para todos en cualquier tiempo y lugar.

Sin embargo, la comunidad de Corinto se vio luego ro­deada de tensiones y de conflictos. Fue ciertamente la comunidad que más problemas le trajo a Pablo. La Carta, es­crita algunos años después, revela la lista de estos continuos inconvenientes.

En primer lugar, los "partidos": después de la ida de Pablo, la comunidad se dividió, formando grupos simpatizan­tes de este o aquel agente de pastoral que pasaba por la ciudad (Cf. 1, 10-12).

En segundo lugar, las personas cerraron los ojos a un caso grave, el de alguien que vivía con su propia madrastra (Cf. c. 5).

Tercero, la comunidad recurría a los tribunales paganos para resolver sus problemas. Se habían acostumbrado tanto a la opresión de los "intelectuales", que no se sentían capaces de resolver, mediante el discernimiento y los criterios propios, los problemas y conflictos de la comunidad (Cf. 6, 1-11).

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Cuarto, había entre ellos algunos que pensaban: "Pode­mos hacer cuanto queramos"; y con esto entregaban su cuerpo a la prostitución (Cf. 6, 12-20) y destruían el cuerpo social que era la comunidad.

Quinto, existían muchas veces dudas con respecto al matrimonio, al celibato, al divorcio, a la virginidad, a la esclavitud y a la viudez. Los corintios escribieron una carta pidiéndole a Pablo que les ayudara a resolver estas cuestiones (Cf. c. 7).

Sexto, se presentaba en la comunidad un conflicto entre "fuertes" y "débiles", sobre todo en lo referente a la carne sa­crificada a los ídolos pues, en Corinto, casi toda la carne que se vendía había pasado por los templos como ofrenda a los dioses. Entonces: ¿Se podía o no comer esta carne? ¿Qué dice Pablo sobre esto? Es el tema de los capítulos 8 al 10.

Séptimo, la reivindicación de las mujeres. En vista de que los cristianos se reunían en las casas para celebrar su fe, las mujeres pasaron a asumir funciones importantes en la comunidad. ¿Qué propondrá Pablo? ¿Dará valor al papel comunitario de la mujer?

Octavo, la incoherencia en la celebración de la Eucaristía. La comunidad de Corinto había caído en la tentación de separar Eucaristía y compromiso solidario con los débiles (Cf. 11, 1-34).

Noveno, la cuestión de los carismas. Guiados por una so­ciedad injusta que privilegia a los poderosos y sabios, los corintios valoraban sólo los dones extraordinarios, como si los pobres y los débiles no fueran, por sí solos, un don de Dios a la comunidad. La Carta ayudará a iluminar esta cues­tión, dedicándole tres capítulos (12-14).

Décimo, la cuestión de la resurrección de los muertos. Algunos afirmaban que no existía, reduciendo todo a esta vida pasajera. Pablo retomará la catequesis inicial, reafir­mando la resurrección de Cristo como punto de partida para la resurrección de los cuerpos (c. 15).

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Como vemos, una comunidad con muchas dudas, tensio­nes y conflictos. En la mayoría de los casos, es posible des­cubrir que los cristianos de Corinto —consciente o incons­cientemente— estaban reproduciendo en la comunidad el tipo de sociedad injusta y discriminadora de la cual provenían.

Pablo estaba en Efeso cuando escribió la que conocemos como la primera Carta a los corintios. Habían pasado cinco años desde la fundación de la comunidad y era ya el año 54. El apóstol había escrito antes una carta (Cf. ICo 5, 9), de la cual hoy no se tiene conocimiento. En Efeso recibió la visita de algunos de la familia de Cloe (Cf. 1, 11), por medio de los cuales se puso al tanto de la situación de la comunidad.

Fue visitado también por Estéfanas, Fortunato y Acaico (Cf. 16,17), portadores de la carta que los corintios le escribieron pidiendo sus orientaciones (Cf. 7, 1).

Teniendo a su lado al hermano Sostenes, quien se había unido, en la fundación de la comunidad, a Apolo, al matri­monio de Aquila y Priscila, a Estéfanas, Fortunato y Acaico, Pablo escribe la primera Carta a los corintios, tal como la co­nocemos hoy.

Iniciemos la reflexión...

1. ¿Qué nos llamó más la atención de la fundación de la comunidad de Corinto? ¿Por qué?

2. ¿Por qué decide Pablo anunciar a Jesucristo crucificado a los esclavos de aquella ciudad?

3. ¿Incomodan los marginados? ¿A quién? ¿Por qué?

4. Al comparar el retrato de Corinto con nuestra sociedad, ¿qué semejanzas y diferencias encontramos?

5. Hagamos una comparación de las condiciones sociales de la comunidad de Corinto con las de la nuestra.

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1 LOS POBRES POSEEN

LA SABIDURÍA DE DIOS (1, 1-4, 21)

Los pobres se convierten en Iglesia (1,1-9)

Pablo tiene la costumbre de iniciar sus cartas con un des­tinatario y un saludo (1, 1-3). En la mayoría de ellas, añade una oración de agradecimiento a Dios por los dones que la comunidad ha recibido o por las victorias obtenidas en su lucha (1, 4-9). En pocas palabras, intenta resumir los temas más importantes que desarrollará a lo largo de la carta.

De hecho, al afirmar que es "Pablo, llamado a ser apóstol de Cristo Jesús por la voluntad de Dios" (1, 1), ya está lla­mando la atención de la comunidad hacia una cuestión importante, tratada en el c. 9.

Al afirmar que la comunidad de Corinto es "Iglesia de Dios" (v. 2a), Pablo está indicando la nueva realidad creada por el anuncio del Evangelio. Recordemos que los cristianos de esta ciudad no eran ni de una misma raza ni de una misma condición social.

Todas las divisiones dejaron de existir cuando se con­virtieron en Iglesia, en cuerpo social bien unido (Cf. 12, 13: "En un solo Espíritu hemos sido bautizados, para no formar más que un cuerpo, judíos y griegos, esclavos y libres"). Así, el apóstol quiere mostrar a la comunidad el nuevo modo de ser y relacionarse con Dios y con los demás, y cómo estas relaciones nuevas generan un nuevo tipo de sociedad.

Cuando él dice que se dirige a "los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos, con cuantos en cualquier lugar

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invocan el nombre de Jesucristo, Señor nuestro, de nosotros y de ellos" (v. 2b), coloca a la persona de Jesús en el centro de la comunidad, al contrario de aquello que hacían algunos que ponían allí a algunos agentes de pastoral (Cf. 1, 10-16). Al mismo tiempo, señala la utopía de toda comunidad cris­tiana: llegar a la santidad, es decir, vivir de un modo nuevo y pleno la vida que Dios proyectó para todos. Además, Pa­blo recuerda que, en otros lugares del mundo, hay comu­nidades que buscan vivir el mismo proyecto. Al final de la Carta (Cf. 16, 1-4), pedirá a los corintios una prueba de soli­daridad con la comunidad de los pobres de Jerusalén.

Al afirmar que Jesús es, al mismo tiempo, Señor de Pablo, de los corintios y de todas las demás comunidades esparcidas por el mundo, él pretende iluminar la realidad conflictiva en la cual los corintios vivían. Jesús recibió el título de "Señor" después de haberse hecho siervo de todos, obediente hasta la muerte de cruz, y después de haber vencido la misma muerte (Cf. Flp 2, 5-11). Este tema aparece en varios pasajes dentro de la Carta, sobre todo en los ce. 12-14. Allí nos cuenta que los "fuertes", es decir, aquellos que habían recibido carismas extraordinarios, se consideraban "dueños de la comunidad" y de las personas (Cf. también 6, 12-14). Hace pensar en el tema del c. 15, donde Pablo recuerda la catequesis inicial, o sea, el anuncio de la muerte y resurrección de Jesús. Recuerda también las incoherencias en las celebraciones eucarísticas (11, 17-34) y muestra que Cristo es "la cabeza de todo nombre" (11, 3). Finalmente, proyecta una luz nueva sobre la sociedad entera. Sólo hay un Señor. Esta profesión de fe, tan apreciada por los primeros cristianos, los hace conscientes de vivir en una sociedad llena de ídolos: los ídolos del tener, del poder, del saber, etc.

Los pobres de Corinto son Iglesia de Dios (v. 2). Pablo les desea "gracia a vosotros y paz de parte de Dios, Padre nuestro, y del Señor Jesucristo" (v. 3). La gracia hace pensar en la bondad de Dios, que hizo alianza con un pueblo pobre, débil y marginado, revelándole todo su amor de aliado y

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compañero fiel (Cf. v. 9). Jesús es la concreción de esta alianza de amor, cuyo resultado es la paz que, para el pueblo de la Biblia, representa la plenitud de la vida.

Pablo está convencido de que los pobres y marginados de Corinto poseen la sabiduría que viene de Dios. Los crucifica­dos de la sociedad no siempre toman conciencia de la fuerza histórica que tienen. En efecto, acostumbrados solamente a escuchar y a obedecer, se arriesgan a caer en un tipo de ido­latría que ve en los poderosos a los representantes de la voluntad y del actuar de Dios.

En la oración de agradecimiento (vv. 4-9), la Carta des­monta la pretensión de aquellos que detentan el monopolio de la sabiduría. La sabiduría de Dios fue revelada a los cru­cificados de Corinto:

"Doy gracias a Dios sin cesar por vosotros, a causa de la gracia de Dios que os ha sido otorgada en Cristo Jesús, pues en El habéis sido enriquecidos en todo, en toda palabra y en todo conocimiento, en la medida en que se ha consolidado entre vosotros el testimonio de Cristo. Así, ya no os falta ningún don de gracia a los que esperáis la Re­velación de nuestro Señor Jesucristo" (1, 4-7).

A pesar de ser una comunidad llena de tensiones y conflictos, Pablo descubre en ella una serie de cosas buenas y no muestra recelo en agradecer a Dios por esto. El sabe buscar lo dulce de las cosas amargas, como se suele decir:

"Hay quien convierte lo dulce en hiél, y quien de lo amargo consigue miel".

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Continuemos la reflexión...

1. Leamos en la Biblia, ICo 1, 1-9 y anotemos todas las veces que aparezcan las palabras "Dios", "Padre nuestro", "Jesús", "Jesucristo", "Señor Jesucristo", "Señor". ¿Por qué tanta insistencia?

2. ¿Qué fue lo bueno que Pablo descubrió en la comunidad de Corinto? ¿Qué cosas buenas hay en nuestra comunidad?

3. En nuestro continente latinoamericano los pobres se han convertido en Iglesia. Comentemos este hecho.

4. Hagamos juntos un examen de los puntos de tensión y de conflicto en nuestra comunidad y en nuestra sociedad.

Luces y sombras de la Iglesia de los pobres (1, 10-4, 21)

Pablo comenzó señalando las luces de la Iglesia de los pobres, luces que provienen de Dios y de la conciencia que la comunidad va adquiriendo a lo largo del camino. Pero también hay sombras. ¿De dónde provienen? Falta tomar conciencia de que los pobres hacen historia. Tanto en el pa­sado como en el presente se ha pensado que son los grandes quienes construyen la sociedad y la historia. Los pobres, dominados por tal ideología, no hacen sino aumentar su complejo de inferioridad e idolatrar a los poderosos. A fin de cuentas, reproducen en su medio un tipo de sociedad desigual que los pone nuevamente al margen.

Esto fue lo que sucedió en Corinto. La búsqueda del pres­tigio y de la "sabiduría de los grandes" llevó a la comunidad a la división:

"Os conjuro, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Je­sucristo, a que tengáis todos un mismo hablar, y no haya

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entre vosotros divisiones; antes bien, estéis unidos en una misma mentalidad y en un mismo juicio. Porque, hermanos míos, estoy informado por los de Cloe, que existen discor­dias entre vosotros. Me refiero a que cada uno de vosotros dice: 'Yo soy de Pablo', 'Yo de Apolo', 'Yo de Cefas', 'Yo de Cristo'. ¿Está dividido Cristo? ¿Acaso fue Pablo crucificado por vosotros? ¿O habéis sido bautizados en el nombre de Pablo?" (1, 10-13).

Aquí está la primera sombra. Se trata de la división de co­munidad en partidos a favor de uno u otro agente de pastoral. Pablo había fundado la comunidad y, después de él, Apolo y Pedro también pasaron por ella. Apolo tenía el don de la palabra y Pedro, al contrario de Pablo, vivió con Jesús algunos años y anduvo con El las calles de Palestina. Además de comprometer la unidad de Cristo, la división hace a los agentes de pastoral "señores de la comunidad". Peor aún, los cristianos de Corinto reproducen entre ellos el mismo tipo de sociedad injusta en la que vivían antes.

La segunda sombra reside en la búsqueda del saber. También en este aspecto la comunidad sigue el modelo de la sociedad circuncidante. Pablo quiso conjugar estos dos temas en los cuatro primeros capítulos de la Carta. Pero, al mismo tiempo que indica los problemas de la comunidad, muestra también el modo de superarlos. En efecto, para el conflicto en torno a este o aquel agente de pastoral, él señala a Cristo como centro de la comunidad de Corinto y de todas las comunidades en el mundo, y para el problema generado por la búsqueda del saber en una sociedad injusta, habla de la sabiduría de Dios que se manifiesta en la cruz de Cristo. Los dos temas crecen juntos a lo largo de la carta, y ambos apuntan hacia una utopía que la comunidad perdió de vista: la unidad de todos sus miembros en Jesucristo.

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Cristo es el centro (y no los agentes de pastoral): 1, 10-17; 3, 1-17; 4, 1-13

> UNIDAD DE LA / COMUNIDAD

La sabiduría de Dios se manifiesta en la cruz de Cristo (y no en la sabiduría de una sociedad injusta): 1, 18-2, 16; 3, 18-23

La sabiduría de la cruz

Las élites de Corinto imaginaban a un sabio así: hermosa presencia, libre, famoso, rico; y algunos llegaban a afirmar que era poco inferior a Zeus, el dios más importante del mundo griego. Su ocupación era vender sabiduría y no traba­jar, sino vivir de privilegios y a costa de los demás. El sabio era una especie de "rey de reyes", pues conocía los misterios del mundo y sabía interpretar los acontecimientos. Pocos po­dían llegar a ser sabios en la vida, pues esto dependía del ca­pricho de los dioses al privilegiar a algunos. En pocas pala­bras, una sabiduría elitista. Los sabios, además, se consi­deraban intérpretes de la voluntad divina, decidiendo lo que podía o no venir de Dios. Así pues, en la comunidad de Co­rinto, ¿quién llegaría a ser sabio según estos criterios? ¡Nadie!

Pablo encuentra esto muy extraño, pues para él la sa­biduría es el sentido de la vida que Dios puso en toda la crea­ción. Todos tienen acceso a ella, principalmente los pobres y marginados, porque en ellos el clamor de la vida se manifiesta con mayor intensidad. Y Dios, que es el origen de la vida pa­ra todos, no fue sordo a este clamor. Así, para demostrar que está de parte de aquellos que claman por la vida, envió a su Hijo al mundo, trastornando los planes y las previsiones de los sabios, para los cuales era imposible que Dios asumiera

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la condición humana —y menos la del pueblo oprimido y esclavo— llegando a dar su vida en la cruz.

"Pues la predicación de la cruz es una necedad para quienes se pierden; mas para quienes se salvan —para nosotros— es fuerza de Dios. Porque dice la Escritura: 'Destruiré la sabiduría de los sabios, e inutilizaré la inteligencia de los inteligentes. ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde está el docto? ¿Dónde el sofista de este mundo? De hecho, como el mundo mediante su propia sabiduría no conoció a Dios en su divina sabiduría, quiso Dios salvar a los creyentes por la necedad de la predicación. Así, mientras los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a un Cristo crucificado, escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; más para los llamados, lo mismo judíos que griegos, un Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Porque la necedad divina es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad divina, más fuerte que la fuerza de los hombres'" (1, 18-25).

El proyecto de Dios acaba con los proyectos humanos. Los judíos buscaban a un Dios que realizara signos extraor­dinarios, sin darse cuenta de que el signo más extraordinario de la presencia de Dios en la vida del pueblo es justamente la encarnación de Jesús en todas las realidades humanas, sobre todo en las situaciones de sufrimiento y marginación. Los griegos, es decir, todos los no judíos del Imperio Romano, buscaban la sabiduría para acceder a Dios. Para ellos, Dios no se daba a conocer ni a los pobres ni a quienes sufren.

Pablo llegó a Corinto por la puerta de los trabajadores y crucificados, anunciándoles a Jesús crucificado. Para los judíos, esto era un escándalo: Dios no podía hacerse débil en los débiles. Para los griegos, la encarnación de Jesús y su muerte como un criminal representaban la perversión de la sabiduría: Dios no podía "enloquecer" con los locos de la ciudad, es decir, los pobres.

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El agente de pastoral y la sabiduría de la cruz

La élite intelectual de Corinto se presentaba al pueblo con todos sus títulos y privilegios, y era de este modo como pretendía hablar de Dios. Pablo —que es la imagen del agente de pastoral— se presenta como un marginado (trabaja con sus propias manos, Cf. Hch 18, 3) y anuncia a Jesús crucificado sin recurrir a los artificios de la "sabiduría humana", para mostrar que Dios ha escuchado el clamor de los pobres:

"Pues yo, hermanos, cuando fui a vosotros, no fui con el prestigio de la palabra o de la sabiduría a anunciaros el misterio de Dios, pues no quise saber entre vosotros sino a Jesucristo, y éste crucificado. Y me presenté ante vosotros débil, tímido y tembloroso. Y mi palabra y mi predicación no tuvieron nada de los persuasivos discursos de la sabiduría, sino que fueron demostración del Espíritu y del poder, para que vuestra fe se fundase, no en sabiduría de hombres, sino en el poder de Dios" (2, 1-5).

Algunos en Corinto comprendieron el mensaje de Pablo; otros, probablemente aquellos que tenían una posición social destacada, simpatizaban con Apolo, ya que su predicación brillaba por su oratoria. Pablo recuerda que los corintios fueron bautizados en nombre de Jesús, ese mismo que fue crucificado (Cf. 1, 13). Así, recibir el Bautismo es entrar en comunión con la cruz de Jesús.

Al simpatizar con este o aquel agente de pastoral, los corintios reproducen en la comunidad el tipo de sociedad desigual que privilegia a unos en perjuicio de otros; además, llevan a estos agentes a la idolatría, colocándolos en el lugar de Jesús. Con su forma de actuar, se comportan de modo humano, copiando la sociedad injusta y selectiva: "Porque, mientras haya entre vosotros envidia y discordia, ¿no es verdad que sois carnales y vivís a lo humano? Cuando dice uno: 'Yo soy de Pablo', y otro 'Yo de Apolo', ¿no procedéis al modo humano?" (3, 3b-4).

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Pablo presenta dos comparaciones. La primera viene de la labranza, y compara la comunidad con una plantación. El arrojó la semilla del Evangelio en el suelo de la comunidad y Apolo, que pasó más tarde por Corinto, regó lo que ya había nacido. Pero la capacidad de hacer nacer y crecer venía de Dios (3, 6). Y concluye: "De modo que ni quien planta es algo, ni quien riega, sino Dios que hace crecer. Y quien plan­ta y quien riega son una misma cosa" (3, 7-8a). De esta for­ma, subraya que la vida de la comunidad viene de Dios.

La segunda comparación viene de la ciudad. La comuni­dad es como una construcción, y Pablo fue el ingeniero que puso los cimientos. Más tarde, Apolo construyó encima. Sin embargo, ¡atención!: "Nadie puede poner otro cimiento que el ya puesto, Jesucristo" (3, 11). Todo agente de pastoral es­tá sometido al juicio de Dios, representado por el fuego (3, 13). De esta forma, la Carta refuerza la idea de que una evan-gelización basada en el prestigio de los agentes de pastoral, en el poder de los conocimientos o en el del dinero, acaba consumiéndose como paja en el fuego.

El agente de pastoral es, entonces, un servidor a través del cual las personas son llevadas a la fe en Jesús crucificado (Cf. 3, 5). La comunidad es el campo y la construcción de Dios (3, 9), templo de Dios en donde habita su Espíritu (Cf. 3, 16). Por esto, Pablo concluye:

"¡Nadie se engañe! Si alguno entre vosotros se cree sabio según este mundo, hágase necio para llegar a ser sabio, pues la sabiduría de este mundo es necedad a los ojos de Dios... Así que, no se gloríe nadie en los hombres, pues todo es vuestro: ya sea Pablo, Apolo, Cefas, el mundo, la vida, la muerte, el presente, el futuro, todo es vuestro; y vosotros de Cristo y Cristo de Dios" (3, 18-19a.21-23).

No existe otro modo de evangelizar si no es asumiendo la sabiduría de la cruz. Si el agente de pastoral no se orienta hacia Jesús crucificado, crea una caricatura de comunidad. En primer lugar, él mismo es infiel, pues se hace señor y no

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servidor (Cf. 4, 1-2). Además, impulsa en la comunidad la competencia de los fuertes en perjuicio de los débiles. Aun el mismo agente que se pone al lado de los débiles es mar­ginado (4, 3-5). Los fuertes dominan a los débiles, se sienten satisfechos, ricos y reyes (4, 8). En otras palabras, la injus­ticia, la desigualdad y la opresión de la "sociedad establecida" invade la comunidad convirtiéndola en un lugar de explotación y marginación.

Pero, una vez más, Pablo muestra el lugar social del agente de pastoral:

"Porque pienso que a nosotros, los apóstoles, Dios nos ha asignado el último lugar, como condenados a muerte, puestos a modo de espectáculo para el mundo, los ángeles y los hombres. Nosotros, necios por seguir a Cristo; voso­tros, sabios en Cristo. Débiles nosotros; mas vosotros fuer­tes. Vosotros llenos de gloria; mas nosotros despreciados. Hasta el presente, pasamos hambre, sed, desnudez. Somos abofeteados y andamos errantes. Nos fatigamos trabajando con nuestras manos. Si nos insultan, bendecimos. Si nos persiguen, lo soportamos. Si nos difaman, respondemos con bondad. Hemos venido a ser, hasta ahora, como la basura del mundo y el desecho de todos" (4, 9-13).

Este trozo deja bien claro que el camino del agente de pas­toral es el mismo de Jesús. De hecho, Jesús vino para servir (Me 10, 45; Le 22, 27) y fue condenado a muerte. Fue tacha­do de loco por lo que hacía (Me 3, 21), considerado débil, impuro y poseído por el demonio (Cf. Me 3, 30), sin vivienda (Le 9, 59), calumniado, perseguido y muerto. Pablo está se­guro de recorrer el camino de Jesús, pero este camino es el de la marginación y el de la cruz.

Por haber sido el fundador de la comunidad, Pablo se considera su padre, quien educa y ayuda a crecer (4, 14-16). Hizo esto trabajando con sus propias manos, colocándose junto a los crucificados de la historia. Otros agentes, que pasaron luego de él, se comportaron como dueños y señores

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de la comunidad. En su calidad de sembrador, arquitecto y padre, quiere con su ejemplo ayudar a la comunidad a crecer, sin hacer uso del poder. Es así como la comunidad debe ver a Pablo: no como alguien cuyo poder reside en un látigo (como entre los romanos), sino como quien ayuda a crecer con amor y suavidad (Cf. 4, 18-21).

Continuemos la reflexión...

1. Los pobres poseen la sabiduría de Dios. ¿En qué consiste esta sabiduría?

2. Los corintios se dividieron por causa de los agentes de pastoral. ¿Qué consecuencias trajo esto?

3. Pablo comparó la comunidad con un sembrado y con una construcción. Si hiciéramos un cartel que representara nuestra comunidad, ¿qué comparación usaríamos? Realicémoslo.

4. Comparemos el modo en que las élites de Corinto imaginan al sabio y la forma en que Pablo vive y anuncia a Cristo cru­cificado. Enseguida, profundicemos el "lugar social" del agente de pastoral.

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2 SUPERAR JUNTOS LOS CONFLICTOS

(ce. 5-6)

La comunidad de Corinto estaba envuelta en conflictos. Pablo fue informado de tres casos: 1) un hombre convive con la mujer de su padre, o sea, su madastra (5, 1); 2) una persona es llevada a juicio por otra de la misma comunidad (6, 6); y 3) algunos frecuentan prostitutas y lo consideran tan normal como calmar el hambre o la sed.

Los tres casos tienen mucho que ver con los "fuertes" de la comunidad, es decir, con aquellos que, por haber sido so-cialmente más importantes antes del anuncio del Evangelio, pretenden mantener sus privilegios. Son ellos quienes generan estos conflictos. A los "fuertes" no les importaban las conse­cuencias de su gesto, en este caso, extraviar a los hermanos débiles y, lo que es más grave, transformar la comunidad cristiana en una copia de la sociedad que habían dejado de lado cuando recibieron el Evangelio.

1. La comunidad es "masa nueva" (5,1-13)

Los "fuertes" afirmaban: "Todo me es lícito" (6, 12), y esta era su norma. Uno de ellos llegó a convivir con su ma­drastra (5, 1). No sabemos si el padre de este hombre había muerto ya, y por esto es difícil precisar si la madrastra era viuda o sólo separada. Tenemos la impresión de que ella no pertenecía a la comunidad.

Pablo enfureció con el hecho. El recuerda que el Antiguo Testamento prohibía este tipo de relación (Cf. Lv 18, 8), y

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sabe, además, que las leyes del Imperio Romano prohibían igualmente casos semejantes. La mayoría de maestros judíos era tolerante al respecto si se trataba de paganos convertidos. Al fin y al cabo, éstos nunca llegarían a ser pueblo de Dios plenamente.

La indignación de Pablo tiene así un sentido. El escribe: "Sólo se oye afirmar de inmoralidad entre vosotros, y una inmoralidad tal, que no se da ni entre los gentiles, hasta el punto de que uno de vosotros vive con la mujer de su padre" (5, 1).

Pablo probablemente preguntó a quienes le trajeron esta noticia cuál había sido la reacción de la comunidad. Supo así que ésta —posiblemente los "fuertes", pues los "débiles" no tenían voz ni voto—, en vez de entristecerse, se llenó de orgullo y consideró a aquel hombre como un héroe (Cf. 5, 2).

La preocupación de Pablo por la reacción de la comunidad es importante. Si damos crédito a la hipótesis de que los "débiles" estaban marginados, el asunto se hace más claro. Al tomar una posición enérgica contra tal hombre, Pablo está renovando su opción por los débiles y marginados. El declara:

"Pues bien, yo por mi parte corporalmente ausente, pero presente en espíritu, he juzgado ya, como si me hallara presente, a quien así obró: que en nombre del Señor Jesús, reunidos vosotros y mi espíritu, con el poder de Jesús Señor Nuestro, sea entregado este individuo a Satanás pa­ra destrucción de la carne, a fin de que el espíritu se salve en el día del Señor... ¡Arrojad de entre vosotros al malva­do!" (5, 3-5.13b).

Toda la comunidad, reunida en asamblea, es convocada para resolver el caso. El Antiguo Testamento prescribía la muerte de tales personas, pero Pablo ordena que aquella sea "entregada a Satanás", es decir, alejada de la comunidad, para que experimente lo que representa carecer del apoyo de los hermanos. De este modo, descubrimos que la preocupa-

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ción de fondo es pastoral. No se trata simplemente de alejar a una persona de la comunidad ni de condenarla. Lo que se busca es que, tanto la persona culpable como la totalidad de la comunidad, tomen conciencia: "A fin de que el espíritu se salve en el día del Señor". Pablo cree que es posible superar el conflicto (conversión de aquel que falló) e integrar de nue­vo a la persona en la comunidad (restablecimiento de la fraternidad).

Pablo dejó para el final la razón por la cual él y la comunidad deben actuar de este modo:

"¡No es como para gloriamos! ¿No sabéis que un poco de levadura fermenta toda la masa? Purificaos de la levadura vieja, para ser masa nueva; pues sois ázimos. Porque nuestro cordero pascual, Cristo, ha sido inmolado. Así que, celebremos la fiesta, no con vieja levadura, ni con levadura de malicia e inmoralidad, sino con ázimos de pureza y verdad" (5, 6-8).

La razón que llevó a Pablo a tomar esta posición se sitúa en el acontecimiento central de la fe de la comunidad. Du­rante la fiesta de la pascua judía no se podía comer pan fermentado, pues el fermento era, al mismo tiempo, símbolo de la corrupción y de la sociedad injusta. Para celebrar la alianza de Dios con su pueblo, los judíos debían eliminar to­do fermentado. Ahora, Jesús es el Cordero pascual que, en su sangre, selló para siempre la Nueva Alianza de Dios con las comunidades que le pertenecen. Los cristianos, entonces, son como panes sin fermento, es decir, personas sin ninguna atadura con la injusticia y la desigualdad, representada en el fermento. Son "masa nueva". Esta novedad tiene sus exigen­cias: ser aquello que Jesús, con su muerte y resurrección, inició en cada uno de nosotros. Sólo así es legítima la fiesta de la vida.

Pablo había tocado ya este tema cuando escribió por pri­mera vez a los corintios. Esta carta se perdió, y la comunidad no atendió el mensaje. En ella se afirmaba que ellos no de-

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bían tener nada en común con gente inmoral (Cf. 5, 9), pero los cristianos entendieron que debían "huir del mundo" como si debieran vivir en otro planeta, librándose así del compromiso de transformar la sociedad. Pablo les aclara:

"No me refería a los impuros de este mundo en general o a los avaros, a los ladrones e idólatras. De ser así, tendríais que salir del mundo. ¡No!, os escribí que no os relaciona­rais con quien, llamándose hermano, es impuro, avaro, idólatra, ultrajador, borracho o ladrón. Con esos, ¡ni comer! (5, 10-11).

Detrás de este texto podemos descubrir un retrato de la comunidad. En medio de una sociedad injusta y explotadora, ella es "masa nueva" llamada a vivir relaciones nuevas con las personas (pan sin fermento de malicia y perversidad). No es posible ser "hermano" y seguir oprimiendo al otro (avaricia, calumnia, robo); no es posible ser "hermano" y vivir al modo de antes (inmoralidad y borracheras); no es posible ser "hermano" y continuar ligado a los ídolos de la sociedad (idolatría) que generan muerte.

Continuemos la reflexión...

1. ¿Cómo reaccionamos frente a casos semejantes al anterior? ¿Cuál es nuestra principal preocupación?

2. ¿Hay en nuestra comunidad "fuertes" y "débiles"? ¿Por qué?

3. ¿Por qué Pablo quiere que la comunidad participe de las decisiones?

4. ¿Qué significa que las comunidades sean "masa nueva" en la sociedad? ¿Qué consecuencias trae esto?

5. ¿Ha iluminado nuestro camino lo visto hasta ahora? ¿Cómo?

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2. La fuerza histórica de los pobres (6,1-11)

El segundo caso se refiere a un juicio en tribunales paganos. Ya vimos que en la comunidad de Corinto había in­justicias y Pablo ve en ellas la señal de que la comunidad ha fallado completamente (Cf. 6, 7a). Todo lleva a creer que había robos en la comunidad (Cf. 6, 7b). En el caso anterior, se pedía que la comunidad no tuviese ningún tipo de relación con la sociedad injusta que tenía el robo como una de sus características (Cf. 5, 11). Desde ese momento, percibimos la imitación que los corintios hacían de esta sociedad en medio de ellos. Aún más, para resolver sus problemas apelan a la "justicia" de la sociedad corrupta: "Cuando algunos de voso­tros tiene un pleito con otro, ¿se atreve a llevar la causa an­te los injustos y no ante los santos?" (6, 1).

En seguida, Pablo activa la memoria de la fuerza social que tienen los pobres; la cual ha sido completamente olvi­dada por los corintios. El recuerda aquello que Jesús había dicho a los suyos: "Yo os aseguro que vosotros que me habéis seguido, en la regeneración, cuando el Hijo del nombre se siente en su trono de gloria, os sentaréis también vosotros en doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel" (Mt 19, 28). En otras palabras, la comunidad que busca vivir el proyecto de Jesús es un juicio de condenación para la sociedad que vive el proyecto de sus ídolos. Por esto Pablo pregunta a la comunidad: "¿No sabéis que los santos han de juzgar al mundo? Y si vosotros vais a juzgar al mundo, ¿no sois acaso dignos de juzgar esas naderías? ¿No sabéis que hemos de juzgar a los ángeles? Y ¡cómo no las cosas de esta vida!" (6, 2-3).

Pablo ironiza contra aquellos que en la comunidad se con­sideran "fuertes", y pregunta si entre ellos hay alguno lo sufi­cientemente sabio para juzgar a los hermanos (6, 5). ¡Claro que lo hay!, pues si la comunidad está dividida entre "fuertes" y "débiles", ¡los "débiles" son ya un juicio de condenación para los "fuertes"!

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Con esto, el apóstol destaca dos temas importantes: 1. la fuerza histórica de los pobres, al poder crear leyes más justas que aquellas de la sociedad; 2. la comunidad tiene en el Evangelio el más eficaz instrumento para transformar la sociedad. El Evangelio engendra, da a luz y alimenta relacio­nes fraternas en la sociedad, acabando con la explotación de unos por otros.

Al recurrir a la sociedad injusta para resolver sus pro­blemas, la comunidad de Corinto está manteniendo el ciclo de injusticia, en cambio de romperlo definitivamente. Rom­per este ciclo significa creer en la fuerza que poseen los po­bres, valorarla, darle expresión y consistencia.

Con seguridad eran los "fuertes" quienes recurrían a los tribunales paganos. Pablo les aconseja mostrándoles que, a veces, para no reproducir una sociedad injusta en la co­munidad, es mejor sufrir las injusticias: "¿Por qué no preferís soportar la injusticia? ¿Por qué no dejaros más bien despo­jar? ¡Al contrario! ¡Sois vosotros quienes obráis la injusticia y despojáis a los demás! ¡Y esto, a hermanos!" (6, 7b-8).

La comunidad de Corinto está llamada a llevar el Reino de Dios mediante sus relaciones justas. Pablo afirma que la sociedad injusta nunca llegará al Reino de Dios (Cf. 6, 9-10). Algunos en la comunidad se habían mezclado con la injusticia antes de entrar (Cf. 6, l ia) . Con todo, lo que el Evangelio propone es pasar de una sociedad injusta a otra en la cual la justicia sea la característica principal. Es la justicia la que hace hermanos a los miembros de una comunidad.

Pablo explica al final la razón de su posición:

"Habéis sido lavados, habéis sido santificados, habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios" (6, 11b).

Esta es la novedad que distingue a la comunidad de la sociedad injusta. En esta frase percibimos la presencia de la Trinidad, punto de referencia para el actuar de la comunidad.

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Con su muerte y resurrección, Jesús venció la sociedad injusta, realizando así el proyecto de Dios. Este Proyecto continúa ahora en la comunidad, iluminada por el Espíritu, que es la memoria activa de todo cuanto Jesús realizó y dijo.

Continuemos la reflexión...

1. ¿Creemos en la fuerza histórica de los pobres?

2. Si los pobres crearan leyes que regularan las relaciones so­ciales, ¿cómo sería nuestra sociedad?

3. ¿Por qué los poderosos sólo quieren "sacar ventaja"?

4. ¿Cómo resolver en comunidad nuestros asuntos?

5. La comunidad es el lugar donde aprendemos a crear nuevas relaciones sociales. Comentemos con ejemplos.

6. El Evangelio es la herramienta eficaz que las comunidades tienen para transformar la sociedad. Comentemos mediante ejemplos.

3. El cuerpo, lugar de la gloria de Dios (6,12-20)

El tercer caso se refiere a la prostitución, ante la cual los "fuertes" de Corinto gritaban sus lemas: "Todo me es lícito" (6, 12a) y "la comida para el vientre y el vientre para la comida. Mas lo uno y lo otro destruirá Dios" (6, 13a). Así defendían la idea de que frecuentar una prostituta era calmar el hambre o la sed. Para ellos, la mujer era un objeto.

Los "débiles" pensaban distinto. Ellos sostenían que, tanto la prostitución como las relaciones entre marido y mujer debían evitarse: "Bien le está al hombre abstenerse de mujer" (7, 1). Para ellos, la mujer era una fuente de impureza que alejaba a los hombres de Dios.

Los "fuertes" afirmaban que el frecuentar la prostitución no afectaba ni las relaciones con Dios ni las relaciones entre

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la personas de la comunidad. El cuerpo de los demás —en este caso, el de una prostituta— era algo desechable, que se usaba y se tiraba. Los "débiles", al contrario, defendían que si se querían unas relaciones perfectas con Dios y con la comu­nidad, era preciso abstenerse de cualquier relación sexual.

Pablo centra su atención en el tema de los "fuertes". En parte, él está de acuerdo cuando afirman: "Todo me es lícito". Sin embargo, anota: "Sí, mas no todo me conviene; no me dejaré dominar por nada" (6, 12). El acepta, también en parte, que "la comida es para el vientre y el vientre para la comida. Mas lo uno y lo otro lo destruirá Dios" (6, 13a); pero añade: "El cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor, y el Señor para el cuerpo. Y Dios, que resucitó al Se­ñor, nos resucitará también a nosotros mediante su poder" (6, 13b-14). Por tanto, el cuerpo no está destinado a la destruc­ción sino a la resurrección (Cf. c. 15).

"Mas no todo me conviene; ¡no me dejaré dominar por nada!". Con estas dos observaciones, Pablo lleva a la comu­nidad a profundizar la cuestión. En primer lugar, la relación sexual no es una función orgánica como comer o beber. Si así fuera, la otra persona sería simplemente un objeto de con­sumo, algo desechable. Así se pensaba en Corinto y así pien­sa mucha gente hoy. Peor aún cuando creemos que la pros­titución es un mal necesario.

En segundo lugar, la unión de los cuerpos supone una unión mayor y más profunda. Pablo sabe esto, pues recuerda una frase del Génesis: "Los dos se harán una sola carne" (6, 16b; Cf. Gn 2, 24). En el plan de Dios, la unión de los cuer­pos es algo importante y serio. Tan intensa es que, tanto los cuerpos como las emociones y los sentimientos se convierten en una sola cosa. Por esto Pablo pregunta: "¿O no sabéis que quien se une a la prostituta se hace un solo cuerpo con ella?" (6, 16a). La unión sexual es, entonces, una especie de espejo de la armonía y de la comunión que Dios puso en toda la creación.

En la Biblia, varias veces percibimos que la alianza entre Dios y su pueblo se ve como la unión del esposo (Dios) con

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su esposa (el pueblo, la comunidad). Dios pertenece al pueblo y el pueblo pertenece a Dios. Pablo está seguro de esto (Cf. 2Co 11, 2) y, de esta manera, si alguien de la comunidad se prostituye es signo de que la Alianza con Dios se ha visto afectada. Por esto él ordena: "Huid de la fornicación" (6, 18). Si la comunidad como un todo es esposa de Dios, la prostitu­ción de uno de sus miembros ya es señal de infidelidad a su Esposo.

Pablo no sólo habla del cuerpo en cuanto tal, pues la comunidad es un "cuerpo social". Es a través de ella que podemos relacionarnos y encarnarnos. Si nuestras relaciones son justas, el cuerpo estará sano; pero si no lo son, éste acabará corrompiéndose, creando una sociedad en que unos dominan, explotan y esclavizan a los otros. La comunidad de Corinto está llamada a ser un "cuerpo social" alternativo, es decir, capaz de crear relaciones de justicia y fraternidad. En caso contrario, terminará por copiar la sociedad en que vivía antes. Aquí está la razón principal del pensamiento de Pablo:

"¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo?... ¿O no sabéis que vuestro cuerpo es santuario del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis? ¡Habéis sido bien compra­dos! Glorificad, por tanto, a Dios en vuestro cuerpo" (6, 15a. 19-20).

El cuerpo de cada uno es parte del cuerpo de Cristo, y el cuerpo de todos forma el templo del Espíritu Santo (cons­trucción del cuerpo social). Así, todo acto violento contra el propio cuerpo o el ajeno es una mutilación del cuerpo de Cristo y una profanación del Espíritu que habita en cada uno y en todos. Es la destrucción del cuerpo social.

Pablo concluye su pensamiento recordando lo que Jesús hizo con su muerte y resurrección. El pagó el rescate por nosotros, de modo que le pertenecemos. En aquel tiempo, los poderosos compraban en el mercado a aquellos que les iban

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a pertenecer como esclavos Pablo afirma que Jesús nos "rescató" y, así, le pertenecemos para siempre, a fin de que nuestro cuerpo sea el lugar donde El manifieste su gloria Pero |atención' No basta glorificar a Dios con el propio cuer­po Es necesario que el cuerpo social, es decir, la comunidad y la sociedad entera, sea el lugar de la manifestación de la glona de Dios

Continuemos la reflexión...

1 ¿Qué pensamos de la prostitución7 ¿Hemos tenido la oportunidad de escuchar a alguien que vive en tal situación9

2 ¿A quien se parecen hoy los "fuertes" de Connto7

3 ¿Qué se puede pensar de una sociedad en que todo, aun las relaciones personales, es desechable7

4 ¿Hay lugar entre nosotros para los marginados7 ¿Como nos relacionamos en la comunidad7

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3 INTENTANDO ILUMINAR

LAS TENSIONES (7, 1-11, 1)

Pablo había recibido una carta de la comunidad en la que se le pedía que aclarase vanos aspectos de la vida cotidiana En algunos casos, él mismo no estaba seguro de haber encontrado la solución Algunas veces afirma que es precepto del Señor, y otras reconoce que no tiene ningún mandato suyo, y por eso se limita a aconsejar De esto, aprendemos dos cosas 1 a iluminar las tensiones de la comunidad, tal como Pablo hizo, pensando en las palabras y en las acciones de Jesús, pues El es la fuente de donde brota la práctica cristiana La comunidad, como ya vimos, es "masa nueva", y cada uno está llamado a ser "pan ázimo" Aquélla fue lavada, santificada y justificada en el nombre del Señor Jesús, de modo que ya nadie, en razón del alto rescate pagado, se pertenece a sí mismo, 2 asimismo, las comunidades no pueden pretender respuestas rápidas y acabadas frente a las situaciones nuevas que se les presentan Se hace camino al andar, y se construye la comunidad en la convivencia diana, enfrentando y superando tensiones y conflictos

1. Personas casadas (7,1-7)

Algunos casados pensaban así "Bien le está al hombre abstenerse de mujer" (7, 1 Cf c anterior), y de ello sacaban consecuencias para la vida diana Pablo no está de acuerdo y afirma "No obstante, por razón de la impureza, tenga cada hombre su mujer, y cada mujer su mando Que el mando de a su mujer lo que debe y la mujer, de igual modo, a su

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marido" (7,3). Si quisieran abstenerse de relaciones sexuales, que lo hagan de común acuerdo, por un tiempo determinado, para dedicarse a la oración (7, 5). Y ayuda a profundizar el tema, mostrando que en la relación marido-mujer ninguno es el dueño del cuerpo del otro y sin embargo: "No dispone la mujer de su cuerpo, sino el marido. Igualmente, el marido no dispone de su cuerpo, sino la mujer" (7, 4). Termina diciendo que cada uno recibe un don particular de Dios: algunos para el celibato, otros para el matrimonio.

2. Separados, solteros y viudos (7, 8-9) Pablo aconseja a quienes aún no se han casado, a los

separados y a los viudos que sería mejor permanecer como él. Pablo cree que tales personas podrían ser grandes colabo­radores en la tarea de llevar la Palabra de Dios a otras co­munidades. Sin embargo, si lo prefieren, que se casen.

3. Separación (7,10-11)

Al respecto, Pablo tiene un precepto del Señor (Cf. Mt 19, 1-9). El matrimonio es indisoluble. Marido y mujer tienen la tarea conjunta de preservar el matrimonio.

4. Matrimonios mixtos (7,12-16)

Para este caso, Pablo no tiene un mandato del Señor y es­tá frente a una novedad desafiante: se trata del matrimonio de una persona cristiana con otra que no lo es. Pablo cree que es posible la conversión de la parte no cristiana por medio de la cristiana, sin embargo, no está seguro de esto. Si lo quieren, pueden separarse.

5. ¿Circuncisión o no circuncisión? (7,17-20)

La comunidad de Corinto estaba compuesta por judíos (circuncisos) y paganos (no circuncisos). Esto no tiene

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importancia; sí la tiene, en cambio, observar los manda­mientos (v. 19). Pablo concluye: "Que permanezca cada cual tal como le halló la llamada de Dios" (v. 20).

6. ¿Esclavos en la comunidad? (7, 21-24)

Es fácil suponer que muchos eran esclavos cuando reci­bieron el Evangelio. Pablo estimula a los esclavos a luchar por su libertad: "Si puedes hacerte libre, no desperdicies la ocasión" (v. 21b). El recuerda que todos pertenecen a Cristo (v. 22), que Jesús pagó por ellos un elevado precio (Cf. c. anterior), y recomienda no nacerse esclavo de los hombres (v. 23).

7. Virginidad (7, 25-35)

Pablo no tiene un precepto del Señor y, así, sin un punto de referencia, se limita a dar un consejo (v. 25). El considera la virginidad como un valor por varias razones. En primer lugar, cree que "el tiempo es corto" (v. 29). Tal vez estaba pensando en la venida inminente del Señor, o también es posible, en la gran ayuda que estas personas podrían prestar a la evangelización. De hecho, en el Antiguo Testamento, el pueblo de Dios se limitaba a una raza: el pueblo judío. Ahora, el pueblo de Dios lo conformaban todos aquellos que han recibido el anuncio del Evangelio. En este sentido, hay mucho por hacer; además, Pablo piensa en las innumerables tareas de la esposa que le dejan poco espacio para una mayor actuación en la comunidad. Con todo, la virgen es libre de casarse o no.

8. Los novios (7, 36-38)

Alguien en la comunidad, guiado por quienes afirman "bien le está al hombre abstenerse de mujer", vivía en el terrible conflicto entre casarse o permanecer soltero. Pablo responde: "Conviene actuar en consecuencia, haga lo que quiera" (v. 36).

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9. Las viudas (7, 39-40)

Pablo piensa que las viudas serían más felices si perma­necieran así. Pero, si quieren casarse, que lo hagan; desde que sea con un cristiano.

Continuemos la reflexión...

1. ¿Hay conflictos y tensiones en nuestra comunidad?

2. ¿Dónde buscamos luz para superarlos?

3. Pablo no tiene "precepto del Señor" para varias situaciones, y esto lo obliga a enfrentar lo nuevo. ¿Tenemos nosotros miedo a los nuevos desafíos del camino?

4. Pablo no pretende tener respuestas para todo. ¿Y nosotros?

10. La sabiduría que margina (8,1-13)

En el capítulo 8 reaparece el conflicto entre "fuertes" y "débiles". Los "fuertes" se enorgullecen de ser sabios: "Todos tenemos ciencia" (8, la). Pablo ya había tratado este tema al inicio de la carta y quiso dejar claro que la sabiduría de este mundo no corresponde a la sabiduría de Dios. Como ya se subrayó, la sabiduría de Dios es el sentido de la vida, presente en toda la creación. La sabiduría de Dios engendra armonía y fraternidad entre todos. Por esto ella no se iguala a la sabiduría de este mundo, que privilegia a unos en perjuicio de los otros. Los sabios de este mundo terminan oprimiendo al débil, y su sabiduría es un modo sofisticado de mantener sus privilegios y libertades a costa de la marginación y esclavitud de los demás.

Pablo está de acuerdo con los "fuertes" en afirmar que la comunidad entera posee la sabiduría, pues a ella le fue dado a conocer Jesucristo crucificado y ha entrado en comunión con El (Cf. 2, 2). La comunidad no necesita enorgullecerse

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de la sabiduría de este mundo, pues ésta envanece (8, 2) y discrimina. Sólo el amor y la solidaridad son capaces de reconstruir la armonía desecha por la sabiduría de este mundo.

Un caso concreto de lo anterior es éste: casi toda la carne que se consumía en Corinto, antes de llegar a las carnicerías, había sido ofrecida a los ídolos. Esto creaba problemas de conciencia a los "débiles". Ellos creían que comer esa carne era lo mismo que entrar en comunión con los ídolos. Por eso, tampoco asistían a las fiestas que, muchas veces, se celebraban en los templos de estos ídolos. Los "fuertes" pen­saban lo contrario: "Sabemos que el ídolo no es nada en el mundo y no hay más que un único Dios" (8, 4). Pablo pien­sa igual, sin embargo, les señala que no todos han llegado a este grado de claridad en la fe:

"Mas no todos tienen este conocimiento. Pues algunos, acostumbrados hasta ahora al ídolo, comen la carne como sacrificada a los ídolos, y su conciencia, que es débil, se mancha. No es ciertamente la comida lo que nos acercará a Dios. Ni somos menos porque no comamos ni somos más porque comamos. Pero tened cuidado que esa libertad vuestra no sirva de tropiezo a los débiles... Por tanto, si un alimento causa escándalo a mi hermano, nunca comeré carne para no dar escándalo a mi hermano" (8, 7-9.13).

Continuemos la reflexión...

1. ¿Qué es la libertad?

2. El principio fundamental de la sabiduría es el amor que genera la fraternidad. Comentemos.

3. Descubramos juntos cuáles son los ídolos de nuestra so­ciedad y qué sacrificios hace la gente para mantenerlos.

4. ¿Cómo actuar cuando alguien no tiene una fe clara?

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11. Un retrato del agente de pastoral (9,1-27)

El capítulo 9 es un retrato del agente de pastoral que renuncia a sus privilegios. Pablo tiene conciencia de su libertad, pero ha preferido llegar a Corinto por la puerta de los crucificados de la historia. No todos entendieron su forma de anunciar el Evangelio. Tanto es así, que el tema de este capítulo retorna con mucha frecuencia en la segunda Carta a los corintios (ce. 10-13).

Algunos corintios acusaban a Pablo de no ser una persona libre. ¿Por qué? En primer lugar, porque no quiso depender económicamente de la comunidad, como lo hacían los otros Apóstoles. A partir de esto, llegaron a concluir que Pablo ni siquiera era un apóstol, pues no había vivido con Jesús como Pedro y los demás. Con esto ponían también en juego su acción evangelizadora y, sobre todo, la fundación de co­munidades.

Pablo sabe que Jesús había mandado "que quienes predican el Evangelio vivan el Evangelio" (9, 14; Cf. Mt 10, 10); y sabe, entonces, que la comunidad tiene el deber de sostenerlo y que puede también llevar en sus viajes a una mujer cristiana, como hacía Pedro (9, 5). Pablo evoca la fi­gura del soldado que va a la guerra: él necesita salario y sustento; igual que el agricultor, tiene derecho a los frutos que ha plantado, y el pastor a alimentarse de su rebaño (9, 7). Hasta cita el Antiguo Testamento para mostrar que podría hacer valer sus derechos (9, 8-9; Dt 25, 4). Recuerda a los corintios que los sacerdotes del Antiguo Testamento vivían del producto del templo y del altar (9, 13; Cf. Lv 7-8; Nm 18, 8-31; Dt 18, 1-8). En pocas palabras, Pablo habría podido vivir de la comunidad, pero ha preferido trabajar para ganar su sustento. El apóstol ha abandonado sus privilegios, pues es Jesucristo la lámpara que ilumina su misión:

"Mas yo, de ninguno de esos derechos he hecho uso. Y no escribo esto para que se haga así conmigo. ¡Antes morir que...! Mi timbre de gloria. ¡Nadie lo eliminará! Predicar el

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Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe. Y ¡ay de mí si no predicara el Evangelio! Si lo hiciera por propia iniciativa, ciertamente tendría derecho a una recompensa. Mas si lo hago forzado, es una misión que se me ha confiado. Ahora bien, ¿cuál es mi recompensa? Predicar el Evangelio entregándolo gratuitamente, renunciando al derecho que me confiere el Evangelio" (9, 15-18).

Pablo, a semejanza de Jesús (Cf. Flp 2, 5-11), se hizo siervo de todos. Se hizo débil con los débiles, y todo para todos por el Evangelio (9, 19-23). El les demuestra a los "fuertes" que el terreno en el que brota el Evangelio es el servicio gratuito y desinteresado, sin ostentación de derechos o privilegios adquiridos, aunque éstos vengan de un mandato del Señor Jesús.

Continuemos la reflexión...

1. ¿Qué nos llamó la atención de Pablo? ¿Por qué? 2. ¿Por qué rechazó él sus derechos y privilegios? 3. ¿Se parecen nuestros agentes de pastoral a Pablo? ¿En qué? 4. ¿Qué significa hoy "hacerse siervo y todo para todos"?

En resumen: la lección de la historia (10,1-11,1)

Después de presentar el retrato del agente de pastoral (c. 9), Pablo vuelve al c. 8. Su intención es iluminar un poco más aquella cuestión, estimulando a la comunidad para que sea agente de una nueva práctica en la sociedad.

El recuerda el tiempo en que el pueblo de Dios estuvo en el desierto, después de haber sido liberado de la esclavitud de Egipto. Fue un tiempo difícil. No sólo porque el desierto careciera de medios para la vida, sino porque el pueblo de

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Dios no entendió que aquél era un tiempo de organización para la conquista de la libertad y de la Tierra prometida. En el desierto, el pueblo se dejó llevar por la codicia (10, 6), cayó en idolatría (v. 7), se entregó a la inmoralidad (v. 8), tentó al Señor (v. 9) y murmuró (v. 10). Es decir, en cambio de asumir la precariedad del momento y organizarse para conquistar la libertad y la vida, el pueblo de Dios quiso volver a la opresión en Egipto.

Dios, sin embargo, siempre fiel, no abandonó a su pueblo. Pablo recuerda las señales de fidelidad del Dios aliado: la nu­be que protegía al pueblo, la travesía del mar Rojo, el maná y las codornices, el agua que brotaba de la roca... Según la tradición de los maestros de Israel, esta roca (Cf. Nm 20, 1-13) acompañó al pueblo durante toda su peregrinación en el desierto. La nube y la travesía del mar fueron para Israel una especie de Bautismo que lo unía a Moisés y a Dios (Cf. 10, 2). Pero el pueblo respondió con infidelidad al Dios fiel.

Todos estos acontecimientos arrojan luz sobre la co­munidad de los corintios. Con el anuncio del Evangelio, ellos se convirtieron en pueblo de Dios. El Bautismo selló su com­promiso con Cristo, y El es la roca que acompaña continua­mente al Pueblo. Reproducir en la comunidad aquel tipo de sociedad llena de ídolos promotores de la injusticia sería como querer volver a Egipto y a la muerte. La comunidad de Corinto necesita tomar conciencia de su responsabilidad en la construcción de una nueva sociedad, y su mayor aliado es Jesucristo, con el cual ella está comprometida por medio del Evangelio y del Bautismo. El momento presente es difícil y precario. A pesar de esto, querer volver atrás es lo mismo que ir al encuentro de la esclavitud y de la muerte, rehusando la libertad y la vida. "No habéis sufrido tentación superior a la medida humana. Y fiel es Dios que no permitirá que seáis tentados sobre vuestras fuerzas. Antes bien, con la tentación os dará modo de poderla resistir con éxito" (10, 13).

Los corintios acostumbraban a celebrar la Eucaristía: "La copa de bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión

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con la sangre de Cristo? y el pan que partimos ¿no es comu­nión con el cuerpo de Cristo?" (10, 16). Celebrar la Eucaris­tía es entrar en comunión con Jesucristo, la roca que sostiene la peregrinación de la comunidad en la conquista de la libertad y la vida. Quien participa de ella se coloca radi­calmente contra toda clase de idolatría.

Pablo da las últimas orientaciones en relación con la participación de los cristianos en banquetes sagrados ofrecidos en honor de los ídolos:

"Sí un infiel os invita y vosotros aceptáis, comed todo lo que os presente sin plantearos cuestiones de conciencia. Mas si alguno os dice: 'Esto ha sido ofrecido en sacrificio', no lo comáis, a causa del que lo advirtió y por motivos de conciencia. No me refiero a tu conciencia, sino a la del otro; pues, ¿cómo va a ser juzgada la libertad de mi con­ciencia por una conciencia ajena?... No deis escándalo ni a judíos ni a griegos ni a la Iglesia de Dios; lo mismo que yo, que me esfuerzo por agradar a todos en todo, sin pro­curar mi propio interés, sino el de la mayoría, para que se salven. Sed mis imitadores, como yo lo soy de Cristo" (10, 27-29.32-33; 11, 1).

Continuemos la reflexión...

1. Los antiguos decían que la historia es maestra de la vida. ¿Vale esto para nosotros?

2. ¿Cuáles son las señales de la presencia de Dios en nuestro camino?

3. Para nosotros, que vivimos en una sociedad llena de ídolos, ¿qué significan el Bautismo y la Eucaristía?

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4 ILUMINANDO LAS CELEBRACIONES

(11, 2; 15, 58)

Las celebraciones de la comunidad de Corinto eran parti-cipativas y llenas de vida. Sin embargo, siempre hay el riesgo de separar la fe de sus exigencias y de los acontecimientos cotidianos. Cuando esto pasa, la fe se convierte en magia y la celebración en un puro rito donde se exhiben los privilegios. La Eucaristía es el memorial del servicio de Jesús hasta entregar su vida. Es recordar lo que Jesús hizo, y continuar haciéndolo en todos los tiempos y lugares, iluminando nuestro presente con su forma de obrar.

Cuatro cuestiones preocupan a Pablo: el papel de la mujer en las celebraciones (11,2-16), la celebración de la Eucaristía (11,17-34), los carismas (12,1; 14, 40) y la resurrección (15, 1-58). Inicia con un elogio a la comunidad (11, 2), señal de que las cosas buenas son mayores y más numerosas que los conflictos y tensiones.

1. Las mujeres profetizan (11, 2-16)

Las comunidades fundadas por Pablo acostumbraban reu­nirse en casas de familia. Parece que fue él mismo quien in­trodujo esta práctica en las comunidades cristianas primi­tivas. De lejos, se tiene la impresión de un gesto valiente, pues integró de modo inseparable la fe en Jesús resucitado a la vida diaria.

Las mujeres ganaron con esto, pues, tanto en el mundo judío como en el greco-romano, tenían poco espacio para ac­tuar en la sociedad. Al llevar las celebraciones a las casas, Pablo abrió un camino para que ellas asumieran funciones de liderazgo en la casa-comunidad. Así entendemos que Pablo

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tuviera varias mujeres entre sus mayores colaboradores. En Cencreas (puerto de Corinto), había una diaconisa de nom­bre Febe. Pablo la llama "hermana" (Cf. Rm 16, 1).

El camino abierto por Pablo es un espacio nuevo, nunca imaginado, que no existía ni en el mundo greco-romano ni en el judío. El apóstol se comporta así porque sigue un principio: "Ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús" (Ga 3, 28).

Fue así como las mujeres de Corinto comenzaron a conquistar espacios y derechos iguales a los de los hombres. Empezaron a rescatar aquel principio fundamental del Génesis: hombre y mujer son imagen de Dios (Cf. Gn 1, 26-27). El texto en cuestión muestra un aspecto de lo dicho en la comunidad reunida: la mujer reza y profetiza con los hombres (Cf. 11,5). Para los corintios, profetizar era una de las funciones más importantes. Significaba discernir, en medio de los hechos, la presencia de Jesús en la comunidad. Las mujeres ejercían, junto a los hombres, este servicio pionero de liderazgo. Profetizar era abrir un camino entre el follaje espeso para la comunidad.

Pablo quiere que las mujeres profeticen con la cabeza cu­bierta. ¿Era esto un signo de sumisión a los hombres? ¡No! ¿Estaría Pablo diciendo que la mujer no es imagen y seme­janza de Dios? ¡Tampoco! El apóstol establece una jerarquía descendente: Dios es cabeza de Cristo; Cristo es cabeza del hombre y el hombre es cabeza de la mujer. Es claro, en este caso, que se dejó llevar por el machismo de la época, pero con esta "jerarquía" no afirma que la mujer no sea imagen y semejanza de Dios. Al decir que "Dios es cabeza de Cristo", no quiere significar que Jesús esté debajo de Dios, igual su­cede en la expresión "el hombre es cabeza de la mujer".

Pablo, a pesar de sus límites, quiere ayudar a las mujeres. No quiere que se les confunda con las prostitutas sagradas del templo de Afrodita o de otros templos de la ciudad. Estas, al ejercer su función, danzaban soltando su cabello para seducir a los hombres que frecuentaban estos sitios. Por

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tanto, el velo sobre la cabeza de las mujeres cristianas no era señal de sumisión, sino de libertad: ellas podían piol'cti/ar a voluntad, sin arriesgarse a ser confundidas con una proslilula. El velo era símbolo de su poder carismático y proíético. La comunidad cristiana de Corinto no debía tener nada en común con el culto a los ídolos, y la mujer que profetizaban en ella debía verse como "hermana".

El uso del velo en las mujeres de la comunidad de Corinto era una simple cuestión de decencia. No se les negó su libertad y su igualdad de derechos en relación con los hombres. Si bien la cultura judía era machista, y se consideraba a la mujer inferior por haber sido sacada del costado del hombre, Pablo intenta corregir esto: "Por lo demás, ni la mujer sin el hombre, ni el hombre sin la mujer, en el Señor. Porque si la mujer pro­cede del hombre, el hombre, a su vez, nace mediante la mujer. Y todo proviene de Dios" (11, 11-12). En este punto, Pablo to­ma distancia de la cultura machista judía. Si el hombre nace de la mujer, no puede haber discriminación.

Frente a lo nuevo, Pablo no está completamente seguro, pero tampoco se cierra a ello, pues su surgimiento es señal de vida. Se da cuenta que esta "tradición", adoptada también por otras comunidades (11, 16), puede ser rechazada. ¿Por quién? ¿Por las mujeres mismas? ¿O por los hombres acos­tumbrados al machismo? No lo sabemos. Sólo podemos arriesgarnos a intuir: las mujeres cristianas de Corinto su­pieron que Pablo estaba con ellas, pues no suprimió su fun­ción de profetizar en comunidad.

Continuemos la reflexión...

1. En su opinión, ¿satisfizo a las mujeres de Corinto lo que Pablo escribió? ¿Por qué?

2. ¿Tienen las mujeres de hoy más espacio en la comunidad que las de Corinto?

3. ¿Cómo discrimina hoy la sociedad machista a las mujeres? ¿Qué diría Pablo al respecto?

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2. Eucaristía y fraternidad (11,17-34) La comunidad de Corinto celebraba la Eucaristía en las

casas. No sabemos quién presidía, pero sí que era precedida por una comida fraterna: cada uno traía algo de su casa para compartirlo entre todos. Desde el inicio, Pablo dejó claro que celebrar la Eucaristía es compartir todo lo que tenemos, a semejanza de Jesús, que se entregó totalmente. Conmemo­rar la muerte y la resurrección de Jesús es continuar en nosotros su entrega total.

Pablo percibe que la comunidad ha separado la Eucaristía del deber de solidaridad entre los hombres. Por eso no alaba lo que la comunidad está haciendo (11, 17). ¿Qué ocurría? El apóstol explica: "Cuando os reunís, pues, en común, eso ya no es comer la Cena del Señor; porque cada uno come primero su propia cena, y mientras uno pasa hambre, otro se embriaga. ¿No tenéis casas para comer y beber? ¿O es que despreciáis a la Iglesia de Dios y avergonzáis a quienes no tienen?" (11, 20-22a).

Aquí se revela, una vez más, el conflicto entre "fuertes" y "débiles". Los "fuertes" llegaban primero (tal vez porque no laboraban) y traían lo que habían preparado en casa para comerlo antes de que llegaran los "débiles" de su trabajo. ¿Qué pretendían con esto? En primer lugar, no comer lo que preparaban los pobres, pues no era de la misma calidad que lo suyo y podía caerles mal. En segundo lugar, no querían com­partir, y por eso comían lo que ellos mismos traían. En tercer lugar, desligaban la Eucaristía del deber de poner en común todo lo que se tiene. De este modo, su celebración, en vez de eliminar las desigualdades sociales, las aprobaba y fortalecía.

Pablo constata los resultados de este gesto: "Por eso hay entre vosotros muchos enfermos y muchos débiles, y mueren no pocos" (11, 30). Y ordena: "Así pues, hermanos míos, cuando os reunáis para la Cena, esperad los unos a los otros" (v. 33). El muestra que la Eucaristía es el lugar de la comunión y de la participación de todos en todo, eliminando así los privilegios de clase social. Celebrar la Eucaristía sin solida­ridad ni fraternidad es comerse la propia condenación (Cf. v. 29).

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Surge, así, algunos años antes de la redacción de los Evangelios, la narración más antigua sobre el origen de la Eucaristía:

"Porque yo recibí del Señor lo que os he transmitido: que el Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan, y después de dar gracias, lo partió y dijo: 'Este es mi cuerpo que se da por vosotros; haced esto en recuerdo mío'. Asimismo también la copa después de cenar diciendo: 'Es­ta copa es la Nueva Alianza en mi sangre. Cuantas veces la bebiereis, hacedlo en recuerdo mío'. Pues cada vez que coméis este pan y bebéis esta copa, anunciáis la muerte del Señor, hasta que venga" (11, 23-26).

Eucaristía es comunión con Jesús y con los hermanos. No es posible una cosa sin la otra. Podemos desconfiar de las celebraciones que no llevan a una transformación personal, comunitaria y social. Los corintios habían perdido de vista esta perspectiva y Pablo les garantiza que ya no están "co­miendo la Cena del Señor". A esto podríamos añadir: la co­munidad había transformado la Eucaristía en una especie de idolatría de la sociedad establecida, la cual mantenía pri­vilegios y discriminaciones. Por esto, de fuente de vida pasó a ser fuente de condenación.

Continuemos la reflexión...

1. ¿Por qué hay débiles, enfermos y muertos en nuestra socie­dad? ¿Qué hay detrás de todo esto?

2. Los poderosos evitan sentir la vida de los pobres. Comen­temos con un ejemplo.

3. ¿La Eucaristía aprueba las desigualdades sociales? ¿Por qué?

4. ¿Cuándo una Eucaristía, que es fuente de vida, se hace fuente de condenación?

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3. El mayor carisma es el amor (12, 1-14,40)

Ya desde el inicio de la Carta, Pablo agradecía la plenitud de dones de la comunidad (Cf. 1, 5-7). Ahora, él hablará de este asunto, dedicándole tres capítulos, lo que significa que es un tema de gran importancia. Una vez más, quiere que la comunidad se distinga de la sociedad que se dejó arrastrar hacia los ídolos mudos (12, 2).

Los corintios valoraban los dones espectaculares, en especial, hablar en lenguas y profetizar. Quienes poseían tales dones se creían los dueños de la comunidad. Así pues, tenemos más de un conflicto entre "fuertes" y "débiles", ya que los primeros pretendían conservar sus privilegios y su posición social. Su afán de dominación pervertía el sentido de las celebraciones y de la vida comunitaria. Era una vuelta a los ídolos mudos.

Ellos se comparaban al ojo, a la mano y a la cabeza, pues ejercían funciones nobles en la comunidad; mientras los "débiles", que eran comparados a los pies o a los ídolos, debían sólo escuchar y obedecer, dedicándose a las tareas humildes y escondidas. El atrevimiento de los "fuertes" llegó a tal punto que uno de ellos, sintiéndose movido por el Espíritu, había dicho "anatema es Jesús" (Cf. 12, 3) en medio de la comunidad, sin que nadie tomara medidas al respecto.

Pablo ayuda a la comunidad a ampliar los horizontes: "Hay diversidad de cansinas, pero el Espíritu es el mismo, diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo, diversidad de operaciones, pero es el mismo Dios que opera todo en todos" (12, 4-6). Él apóstol habla del Espíritu, del Señor Jesús y de Dios Padre. La Trinidad es, en su comunión y diversidad, el origen de la comunidad y la fuente de donde ella bebe el agua para saciar su sed. Pablo muestra a los "fuertes" que el don de lenguas o el de profecía son menos importantes que otros. De hecho, en la lista de dones que presenta (12, 7-11), coloca la profecía en quinto lugar y el don de lenguas en el último, condicionándolo, además, al don de interpretación. Hablar en lenguas sin intérprete algu-

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no es puro exhibicionismo y no representa ninguna ayuda para el crecimiento de la comunidad. Es pura exaltación, semejante a la idolatría de la sociedad establecida.

Pablo había dicho ya que la comunidad entera es cuerpo de Cristo y templo del Espíritu Santo (6, 15.19), y lo reafirma enseguida (Cf. 12, 27). Así como el pie, por no ser mano; o el oído, por no ser ojo, no dejan de ser miembros del cuerpo (vv. 15-16), de la misma forma la mano no puede decir que no necesita del pie, ni el ojo que no necesita del oído. Todos son importantes, cada uno en su función.

Todo esto nos lleva a constatar que la comunidad privile­giaba a los "fuertes" en perjuicio de los "débiles". Los pobres eran víctimas de un complejo de inferioridad creado por las personas "de bien". Pablo afirma que si es necesario pri­vilegiar a alguien en la comunidad, que sea justamente a los pobres y marginados: "Más bien, los miembros del cuerpo que tenemos por más débiles, son indispensables. Ya quienes nos parecen más viles del cuerpo, los rodeamos de mayor honor. Así a nuestras partes deshonestas las vestimos con mayor honestidad" (12, 22-23). ¡Ahí está la intocable opción de Pablo por los pobres! Marginarlos es mutilar el cuerpo de Cristo, pero promoverlos es reconstruirlo.

Pablo aprovechó un antiguo himno cristiano (13, 1-13) y lo adaptó. Con esto quiso reformular la cuestión de los carismas. El mayor don que puede existir es el amor. Sin él, todos los demás son pura exaltación y exhibicionismo. Es interesante ver, en este himno, que Pablo comienza citando precisamente los carismas ambicionados por los "fuertes": hablar en lenguas, profecía, conocimiento, fe, etc. Todos ellos, sin el amor solidario, no tienen sentido:

"Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo caridad soy como bronce que suena o címbalo que retiñe. Aunque tuviera el don de profecía, y conociera todos los misterios y toda la ciencia; aunque tuviera plenitud de fe como para trasladar montañas, si no tengo caridad, nada soy. Aunque repartiera todos mis bie-

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nes, y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad, nada me aprovecha. La caridad es paciente, es servicial; la caridad no es envi­diosa, no es jactanciosa, no se engríe; es decorosa, no bus­ca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta.

La caridad no acaba nunca. Desaparecerán las profecías. Cesarán las lenguas. Desaparecerá la ciencia. Porque parcial es nuestra ciencia y parcial nuestra profecía. Cuan­do venga lo perfecto, desaparecerá lo parcial. Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño. Al hacerme hombre, dejé todas las cosas de niño. Ahora vemos en un espejo, en enigma. Entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de un modo parcial, pero entonces conoceré como soy conocido.

Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de todas ellas es la caridad" (13, 1-13).

Después de mostrar que, sin el amor, todo el bien que se haga no pasa de ser exhibicionismo infantil, Pablo reco­mienda que la comunidad busque este don mayor (14, 1) y que valore la profecía. Ella es la palabra cierta que ilumina los momentos inciertos del camino. Ella percibe el rumbo del proyecto de Dios, para que la comunidad no pierda de vista su misión transformadora en la sociedad. Es la voz que exige fidelidad al Dios fiel en medio de las circunstancias de la comunidad. Pablo sabe "hablar en lenguas" mejor que cualquier corintio. Sin embargo, prefiere decir cinco pala­bras con su mente, para instruir a los demás (profecía), que diez mil en lenguas (Cf. 14, 18-19).

El da la siguiente orientación:

"Cuando os reunís, cada cual puede tener un salmo, una instrucción, una revelación, un discurso en lengua, una interpretación; pero que todo sea para edificación. Si se habla en lengua que hablen dos, o a lo más tres, y por tur-

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no; y que haya un intérprete. Si no hay quien interprete, quédese en silencio en la asamblea; hable cada cual consigo mismo y con Dios... Pues podéis profetizar todos por turno para que todos aprendan y sean exhortados" (14,26b-28.31).

Finalmente, una palabra a las esposas cristianas. En un primer momento, da la impresión de que Pablo deja de lado todo cuanto había dicho sobre la participación de la mujer en la asamblea (comparar 11, 5 con 14, 34-35).

Sin embargo, creemos que Pablo no abandonó el principio de igualdad entre hombre y mujer (Cf. Ga 3, 28). Es verdad que hombre y mujer tienen los mismos derechos, pero la conquista de ellos no se hace de la noche a la mañana. Las mujeres fueron mantenidas en silencio durante muchos siglos, especialmente en la sociedad judía. Cualquier tipo de liberación —inclusive la de la mujer— no se da por decreto. Es necesario un camino. En el caso de las esposas cristianas, este camino está representado por la educación, a la cual ellas no habían tenido acceso. Era normal, entonces, que las mujeres continuamente preguntaran y pidieran aclaraciones en las celebraciones comunitarias. Pablo cree que es mejor no hacer de la celebración una discusión interminable. Por eso aconseja que se busque otro espacio para la emancipación de la esposa, y pide que los maridos mismos las instruyan en casa (Cf. 14, 35).

Continuemos la reflexión...

1. ¿Cuáles son nuestros dones, servicios y modos de actuar en comunidad?

2. ¿Por qué el amor es el carisma más importante? 3. ¿Nuestra sociedad admira los dones extraordinarios? ¿Y

nosotros? 4. Los pobres y los débiles son el don de Dios para la comunidad.

Comentemos. 5. ¿Qué entendemos por profecía? ¿Es importante para nosotros?

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4. La resurrección de Cristo y la nuestra (15,1-58)

En torno a la resurrección, circulaban en Corinto las más diversas opiniones. Algunos no admitían la posibilidad de una vida más allá de la muerte. Para ellos, lo mejor era aprovechar la vida mientras la tenían: "Comamos y bebamos, que mañana moriremos" (Cf. 15, 32). Otros creían que el alma era inmortal, pero despreciaban la materia como algo ruin y, por esto, negaban la resurrección de los muertos. Otros pensaban que, cuando Cristo viniera al final de los tiempos, los muertos no participarían de la vida de Dios. Junto a quienes no creían en la resurrección de los cuerpos, éstos preguntaban: "¿Cómo resucitan los muertos?" (15, 35). Otros, finalmente, pensaban que la resurrección consistía en pertenecer, desde ahora, a Jesucristo, y nada más.

Pablo recuerda la catequesis básica del inicio de la evan-gelización:

"Que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escri­turas; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se apareció a Cefas y luego a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales todavía la mayor parte viven y otros murieron. Luego se apareció a Santiago, más tarde, a todos los após­toles. Y en último término se me apareció también a mí, como a un abortivo... Pues, tanto ellos como yo, esto es lo que predicamos; esto es lo que habéis creído" (15 , 3b-8.11).

La resurrección de Cristo es el punto central de la fe, de ella abundan los testimonios y así se constituye en el anuncio fundamental de quienes estuvieron con Jesús. Negarla es, entonces, negar la fe misma y poner una barrera insuperable en el camino de la comunidad.

Las consecuencias de esta negación son evidentes. En medio de una sociedad idólatra, la comunidad pierde toda ca­pacidad de resistencia y confrontación, porque si es cierto que la sociedad injusta mató a Jesús para siempre, no vale la pena luchar. El Evangelio sería mala nueva, pura fantasía.

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¿De qué le serviría a la comunidad creer o bautizarse? ¿Qué habría ganado Pablo con enfrentarse a las "bestias" de Efeso? (Cf. 15, 29-32),

La resurrección de Cristo es el motor de vida que vence la muerte y la injusticia: "Cristo resucitó de entre los muertos como primicia de quienes durmieron" (15, 20). Pablo recuer­da a la comunidad la esperanza que anima la vida de todo campesino. Cuando éste ve los primeros frutos maduros, se alegra, sabiendo que, dentro de poco, toda la plantación esta­rá madura. Así sucedió con Cristo. El es el primer fruto ma­duro, y nuestra suerte será semejante a la suya, para que Dios sea todo en todos (15, 20-28). Aquí está la solidaridad de Jesús para con nosotros: El es nuestro compañero de camino no sólo en la vida, sino también en la muerte, que es el paso definitivo hacia la vida en Dios.

Pablo intenta aclarar las dudas de quienes decían: "¿ Cómo resucitan los muertos? ¿Con qué cuerpo vuelven a la vida?" (15, 35). Para esto no quiere especular, pues basta mirar la naturaleza. La semilla no es la planta. La planta nace con la muerte de la semilla. "YDios le da un cuerpo a su voluntad: a cada semilla un cuerpo peculiar" (15, 38). Es con esta esperanza con la cual Pablo cierra la cuestión, recordando que las mismas comunidades, en sus celebraciones, ya festejan la victoria de Jesús sobre la muerte; victoria que nosotros, desde ahora, celebramos como nuestra (15, 54-56).

Continuemos la reflexión...

1. ¿Por qué la victoria de Cristo sobre la muerte es también nuestra? ¿Qué consecuencias trae esto para nuestra vida?

2. Según lo que Pablo escribió, ¿cómo podemos entender la muerte? ¿Qué implica esto para la evangelización?

3. ¿Es necesario orar por los difuntos? ¿Por qué?

4. Pablo insiste más en la dignidad del cuerpo que en el destino del alma. ¿Qué consecuencias trae esto para la pastoral?

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Conclusión:

"OS AMO A TODOS EN CRISTO JESÚS" (16, 1-24)

Pablo está en una comunidad de agentes de pastoral: Timo­teo, Apolo, Estéfanas, Fortunato, Acaico y el matrimonio de Aquila y Priscila. Son personas que los corintios conocen, Aquila y Priscila acogieron a Pablo cuando llegó por primera vez a Corinto y, ahora, están en Efeso. Un grupo de personas se reúne en su casa (16, 19). Estéfanas, Fortunato y Acaico son probablemente quienes la comunidad envió al encuentro de Pablo en Efeso, con una carta llena de dudas y preguntas (7, 1). Apolo estaba en Corinto cuando Pablo llegó a Efeso (Cf. Hch 19, 1). Los Hechos de los apóstoles afirman que, "una vez allí fue de gran provecho, con el auxilio de la gracia, a quienes habían creído" (Hch 18, 27). Sin embargo, la primera Carta a los corintios da a entender que su acción fue una de las causas de la división entre "fuertes" y "débiles". Pablo insistió para que Apolo fuera a Corinto, pero éste se rehusó (16, 12). Timoteo ya estaba en camino hacia Corinto para visitar la comunidad en nombre de Pablo (Cf. 4, 17). Todos ellos hacen parte de la comunidad en que el apóstol se encuentra, y comparten con él su preocupación por las tensiones y conflictos en Corinto.

Pablo tiene planes. Quiere visitar la comunidad de los co­rintios y quedarse un buen tiempo con ellos (16, 5-7). Cuando estuvo por primera vez, les motivó a solidarizarse con los hermanos pobres de Jerusalén. Parece que inventaron una serie de disculpas para no hacerlo. En primer lugar, diciendo que ellos eran también pobres y, luego, dudando sobre a quién debían encargar llevar los donativos. Probablemente,

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algunos llegaron a insinuar que Pablo hacía esto para financia sus viajes (Cf. 2Co 12, 16). Pablo les da todas las garantí^ de honestidad:

"En cuanto a la colecta en favor de los santos, haced tambi6*1

vosotros tal como mandé a las Iglesias de Galacia. primer día de la semana, cada uno de vosotros reserve en s

casa lo que haya podido ahorrar, de modo que no se haga11

colectas cuando llegue yo. Cuando me halle allí enviaré a

quienes hayáis considerado dignos, acompañados de cartas' para que lleven a Jerusalén vuestra liberalidad. Y si vale 1 pena que vaya también yo, irán conmigo" (16, 1-4).

El deja claro, así, que la pobreza no es disculpa para fl0

solidarizarse. Pablo quiere que su carta sea leída en comunidad. A es1

se refiere cuando pide que todos se saluden con el beso saflt (16, 20). Es el deseo de que las tensiones y conflictos sS

superen, y la fraternidad vuelva a ser el vínculo que una a J comunidad. No obstante los problemas, el apóstol ama a Ia

comunidad con el amor de Jesucristo (16, 24).

Terminemos nuestra reflexión...

1. ¿Por qué motiva Pablo a los corintios a solidarizarse con los pobres?

2. Los pobres saben compartir. Comentemos con ejemplos.

3. ¿Amamos nuestra comunidad a pesar de los problemas?

4. ¿Cuál es el mayor mensaje de esta carta?

5. ¿Qué temas quisiéramos profundizar más?

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ÍNDICE

Cómo leer la Biblia 5

Introducción: Cómo nació la comunidad de Corinto 7

El Señor tiene un "pueblo numeroso " en Corinto 9 ¿Incomodan los crucificados? 11 Un retrato de la ciudad 12 El retrato de la comunidad 13

1. Los pobres poseen la sabiduría de Dios (1, 1-4, 21) 17

Los pobres se convierten en Iglesia (1, 1-9) 17 Luces y sombras de la Iglesia de los pobres (1, 10-4, 21) 20 La sabiduría de la cruz 22 El agente de pastoral y la sabiduría de la cruz 24

2. Superar juntos los conflictos (ce. 5-6) 29

1. La comunidad es "masa nueva" (5, 1-13) 29 2. La fuerza histórica de los pobres (6, 1-11) 33 3. El cuerpo, lugar de la gloria de Dios (6, 12-20) 35

3. Intentando iluminar las tensiones (7, 1-11, 1) 39

1. Personas casadas (7, 1-7) 39 2. Separados, solteros y viudos (7, 8-9) 40 3. Separación (7, 10-11) 40

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4. Matrimonios mixtos (7, 12-16) 40 5. ¿Circuncisión o no circuncisión? (7, 17-20) 40 6. ¿Esclavos en la comunidad? (7, 21-24) 41 7. Virginidad (7, 25-35) 41 8. Los novios (7, 36-38) 41 9. Las viudas (7, 39-40) 42 10. La sabiduría que margina (8, 1-13) 42 / / . Un retrato del agente de pastoral (9, 1-27) 44 En resumen: la lección de la historia (10, 1-11, 1) 45

4. Iluminando las celebraciones (11, 2; 15, 58) 49

1. Las mujeres profetizan (11, 2-16) 49 2. Eucaristía y fraternidad (11, 17-34) 52 3. El mayor carisma es el amor (12, 1-14, 40) 54 4. La resurrección de Cristo y la nuestra (15, 1-58) 58

Conclusión: "Os amo a todos en Cristo Jesús" (16, 1-24) 61

TALLER SAN PABLO BOGOTÁ

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