cabildos_alquitranados_(2)

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CABILDOS ALQUITRANADOS Era la única procesión en la que el diablo caminaba junto con el cura, ni el aguacero perpetuo de los días anteriores había podido inundar el hábito, las tradiciones demostraban ser impermeables ante los eventos climáticos y los decretos gubernamentales, porque todos sabíamos que la Gorda Botero que caminaba frente a nosotros no era una persona, sino el alma, la idea de aquel artista que escapaba hacia el cemento para inmiscuirse entre las marimondas; visiones profundas e imperturbables que dejaron de obedecerle al ser humano y avergonzaron a los cabildos de la independencia por carecer de seres fantásticos. Así que los negritos de aceite quemado siguieron correteándose empuñando machetes: alguna señora devota pensaría que en la multitud pagana las sombras se desprendían para asesinar a sus dueños. Aunque trataron de erradicar a los buscapiés por su fetichismo pendenciero todavía se patinaban con su pirotecnia terráquea en los andenes. –Álzame que no veo -el Cabildo que pasa por la casa de mis abuelos es una serpiente carnosa y policroma que repta las cuadras de los barrios con sus gaitas y tambores- álzame ¿sí? –Allá va el presidente de la república, los lanceros, mira las viejitas bailando cumbia, están jarochas -el cielo era una hoja de papel rayada a lápiz, un gris líquido de acuarela. Las muñeconas vilipendiaban a los demás a un mundo de enanos con su cuerpo de obelisco acartonado en cuyas polleras se resguardaba una personita. –Ya me echaron espuma, esa espumita me tiene mal -gruñe un trueno que hubiese sido el eco amplificado en la estratosfera de los platillos de la banda del Liceo Bolívar. Aquel peregrinaje tornasolado nos arrimaba al concepto de la vida eterna:-Mira a Celia Cruz, la mismita morisqueta del año pasado, la Mujer Cobra, a esa también la conoces ¿verdad? –Sí, ése el de los zancos va como amargado -La Muerte, confundida, se le ve amagando con su hoz de palo, desde la terraza alguna señora devota piensa que en realidad así debe

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CABILDOS ALQUITRANADOS

Era la única procesión en la que el diablo caminaba junto con el cura, ni el aguacero perpetuo de los días anteriores había podido inundar el hábito, las tradiciones demostraban ser impermeables ante los eventos climáticos y los decretos gubernamentales, porque todos sabíamos que la Gorda Botero que caminaba frente a nosotros no era una persona, sino el alma, la idea de aquel artista que escapaba hacia el cemento para inmiscuirse entre las marimondas; visiones profundas e imperturbables que dejaron de obedecerle al ser humano y avergonzaron a los cabildos de la independencia por carecer de seres fantásticos.

Así que los negritos de aceite quemado siguieron correteándose empuñando machetes: alguna señora devota pensaría que en la multitud pagana las sombras se desprendían para asesinar a sus dueños. Aunque trataron de erradicar a los buscapiés por su fetichismo pendenciero todavía se patinaban con su pirotecnia terráquea en los andenes.

–Álzame que no veo -el Cabildo que pasa por la casa de mis abuelos es una serpiente carnosa y policroma que repta las cuadras de los barrios con sus gaitas y tambores- álzame ¿sí? –Allá va el presidente de la república, los lanceros, mira las viejitas bailando cumbia, están jarochas -el cielo era una hoja de papel rayada a lápiz, un gris líquido de acuarela. Las muñeconas vilipendiaban a los demás a un mundo de enanos con su cuerpo de obelisco acartonado en cuyas polleras se resguardaba una personita.–Ya me echaron espuma, esa espumita me tiene mal -gruñe un trueno que hubiese sido el eco amplificado en la estratosfera de los platillos de la banda del Liceo Bolívar. Aquel peregrinaje tornasolado nos arrimaba al concepto de la vida eterna:-Mira a Celia Cruz, la mismita morisqueta del año pasado, la Mujer Cobra, a esa también la conoces ¿verdad?–Sí, ése el de los zancos va como amargado -La Muerte, confundida, se le ve amagando con su hoz de palo, desde la terraza alguna señora devota piensa que en realidad así debe de ser el infierno: un desfile de demonios y sacerdotes descarriados donde La muerte, sardónicamente, hace parte de un uso social que no muere. Los voladores estallan en el aire con la misma vocación de fuegos artificiales invisibles-, tráete la maicena que le voy a echar al del toro, si quieres te traes menudo y te compras los raspados. –Está serenando, hay que recoger la ropa guindada en el callejón y vamos a tener que rodar las camas, se me va a dañar la mesita de noche del cuarto -el cielo era una cubeta gaseosa dispuesta a derramarse en un aguacero invernal, sin embargo la panorámica hídrica no detenía los pasos monocordes del bullerengue, detrás venía un grupo de hombres y mujeres guepardos, más lejos una reina sobre una carreta jalada por burros -¡la puerta! Hay que taparla se nos mete el barro como apriete, cerrar las ventanas, apartar los baldes de las goteras…– ¡Espérate! Te dije que me pasaras la maicena que se la quiero echar al del toro, después ensuciamos al cura para que nos bendiga el azulin -explota un buscapiés, que acaso como la viejita ondulando su pollera no está esperando a que escampe.

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ORLANDO JOSÉ OLIVEROS ACOSTAESTUDIANTE DE DERECHO UNIVERSIDAD DE CARTAGENA