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Cada vez creo más que no existe la casualidad en esta vida. Sé que con este nombre a veces encubrimos algo que nosotros mismos sabemos que encierra un significado importante, pero extraño y nunca del todo descifrado. ¿Por qué razón yo acabé dedicándome al teatro si estudié Derecho y trabajé en tantas cosas diferentes antes de hacerlo? Dario Fo fue uno de los autores de mis primeros años; “Tenía dos pistolas de ojos blancos y negros” y “Aquí no pasa nadie” fueron obras en las que me formé como actor en aquellos primeros años. Esto es sin duda una “casualidad”, ya que viéndole actuar a él sólo en el escenario descubrí lo que yo mismo quería hacer en el teatro: autosuficiencia. Poder ser el actor y la obra al mismo tiempo. ¡Ser un juglar!. A él le oí utilizar esta palabra por primera vez con un significado especial y nuevo para mí.

Ahora el juglar de Europa se fascina con San Francisco de Asís, el juglar de Dios y como Oscar Wilde y tantos poetas benditos y malditos, se conmueve con la belleza y la magia de la película de Rosellini sobre él; se pone a investigar y escribe un monólogo fabuloso. Y a mí – juglar de España (al menos uno de ellos)- me toca representarlo por estos caminos que tan trillados tengo con los monólogos y textos clásicos.

Pero esto es diferente. Este texto es un regalo de la Providencia como diría el Poverello de Asís, porque la verdad, está lleno de belleza, de ingenuidad y de candor pero con el punto inteligente y ¿pícaro? que sobre su figura aporta la investigación de Dario Fo. En este momento una ráfaga de luz renacentista ilumina mi vida. Me encomiendo al Santo y también ¿cómo no? A Dario Fo. Los gallegos dicen “Dios es bueno y el diablo non es malo”.

También lo sabía el Santo que cuando le apalearon los diablos por dormir varios días en casa de un cardenal, dijo que aquéllos obraban por delegación del divino poder para impedir que él se acomodara y dejara el estrecho camino que se le había encomendado. Espero que algo de su fe en el poder redentor del AMOR y LA BELLEZA nos toque a nosotros y a ustedes, el respetable público. ¡Ya verán que impresionante es esto!

Rafael Álvarez

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A quien haya seguido la trayectoria artística e ideológica de Dario Fo no le resultará extraño que su último texto se centre en la figura de San Francisco de Asís, el fraile rebelde a la suntuosa iglesia de Roma, tal vez la primera voz activamente discordante con las “normas” y dogmas de un poder eclesiástico de escasa moral y abundante ambición de poder económico y político.

Durante años, Fo había acariciado la idea de profundizar en un personaje marginal, maltratado en los libros de historia, considerado casi un hippy medieval desclasado, que hablaba con animales y astros y se ocupaba más del bienestar físico del pueblo, que de su alma inmortal.

Como suele hacer, Fo estudió a fondo la bibliografía de San Francisco y descubrió que la crónica oficial, una vez más, manipulaba la historia. No sólo a través de los libros, sino buceando en la tradición oral y popular y en anécdotas no reflejadas en los libros de texto, se llevó al santo a su territorio favorito, objeto, estudio y teorización en múltiples textos como El misterio bufo y El manual mínimo del actor. Descubrió, y decidió, que la faceta más contemporánea e interesante del personaje era que, además de fraile que escogió la pobreza como modelo ético y acto de rebelión contra la iglesia medieval, actuó como un auténtico juglar, uniendo en sus discursos prédicas y arengas, una profunda fe y el deseo de desenmascarar hipocresías e intereses espúreos. Mal visto entonces y después, Fo quiere reivindicar la verdadera historia de un revolucionario moral, con un profundo sentido solidario y una decidida obstinación por revelar la verdad. Y lo hace en su estilo habitual de juglar contemporáneo, desde la profunda empatía con el Santo, narrando su vida con el humor y la libertad que tanto le identifican con su personaje.

Francisco arenga contra la guerra, derrumba en sus agitados años mozos las torres de los nobles, símbolo de una riqueza injusta y abusiva, dialoga con el famoso lobo, visita al Papa en Roma... un recorrido por una vida transgresora bastante provocadora, alternando con El misterio Bufo, Historia de la Tigresa y otros textos, las explicaciones o narraciones más o menos históricas, filtradas por sus evidentes simpatías, con la escenificación a la manera de los juglares de los episodios relevantes de la vida de Francisco: describe, cambia de voces y de personajes con asombrosa celeridad, imita, mima, canta y baila en ese estilo singular que toda una vida de investigación y su talento de actor han ido plasmando. No olvidemos que, para Fo, las verdaderas raíces de la comedia italiana de los últimos siglos no se encuentran en la “Commedia dell'Arte”, sino en la práctica artística y la política de denuncia a través de la burla de los juglares del Medievo. Para Fo, San Francisco fue un santo, un juglar, un rebelde, pero sobre todo un poeta y un hombre libre y valiente.

Carla Matteini

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Ficha Artística

San Francisco, Juglar de Dios de Dario FoVersión y traducción: Carla MatteiniSan Francisco: Rafael Álvarez "El Brujo"

Cuadro artístico:

- Directora de Producción: Herminia Pascual - Ayudante de Dirección Óskar Adiego - Espacio sonoro: Javier Alejano - Música: Popular italiana/Canciones de Dario Fo - Diseño de Iluminación: Miguel Ángel Camacho - Realización Escenográfica: Sanca / Artik - Vestuario: Armando Sánchez - Diseño Gráfico: Vicente A. Serrano / Esperanza Santos - Fotografía: Chicho

Cuadro técnico:

- Dirección: Rafael Álvarez - Escenografía: Dario Fo - Equipo técnico: Óskar Adiego - Distribución: Gestión y Producción Bakty, S.L. - Asesoría Jurídica y Fiscal: Verneuil & Asociados

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TEATRO/ LA CRITICA¡ Que locura !/ EDUARDO HARO TECGLEN

Cuando Dario Fo realizaba esta obra, Francisco Juglar de Dios, en Perugia, los espectadores confesaban que no habrían entendido todo, pero que Dario Fo y la figura de San Francisco estaban allí. El mismo título en un dialecto antiguo de la Umbría –tierra de los umbros y de los etruscos, tierra de Francisco y de San Benito- indica ya su inspiración medieval. Decía Fo que “Francisco estaba dotado de una mímica y de una capacidad de comunicación comunicativa excepcionales. Conseguía hacerse entender por las multitudes en todas las ciudades de Italia gracias al lenguaje de los juglares, hecho de todos los dialectos, del latín, del español, del provenzal”. Y de todos esos elementos lingüísticos está hecha su escritura para este monólogo. No es difícil imaginarse, para quién haya visto a Dario Fo, su interpretación. En todo caso, no hace falta imaginar nada: aquí está Rafael Álvarez, “El Brujo”, que es también un juglar, no sé si también de Dios, pero sí de todo aquello en que trabaja: una expresión de gestos, saltos, de voces que van de lo grave a lo infantil, expresivo como nadie en este país. Pensé, oyendo y viendo esta locura pegadiza, en dos o tres actores que podrían interpretarla, pero no creo que ninguno tenga estas aptitudes y este talento. La dificultad de la traducción la reduce, como es lógico, Carla Matteini a un español como de goma, capaz de retorcerse en su propia prosodia, y de servir a las capacidades de “El Brujo”. Mete éste en medio sus improvisaciones, sus alusiones: lo que sería un entremés en el teatro antiguo, un intermedio actual, vivo, español: diría yo que dentro del placer general de sus espectadores, este fragmento suyo y nuestro –de este día- fue lo que tuvo más aplausos.

El espectáculo rebosa inteligencia. Yo echo de menos mi idea antigua de San Francisco, pequeñito y de voz suave y casi femenina: debía estar equivocado, puesto que Fo y Rafael Álvarez le definen como un gran juglar gritón y algo salvaje.

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CRÍTICA DE TEATROEl juglar más completo/ JULIO MARTINEZ DE VELASCO

En todo monólogo es difícil apreciar una dramaturgia al viejo estilo convencional, con su exposición, nudo y desenlace, así como admirar una escenografía detallista o una iluminación complicada, porque en este género dramático es el único actor el que tiene que llenar todo el escenario con su poder de comunicación al espectador, basado, naturalmente, en su sensibilidad y talento. En este monólogo, San Francisco, juglar de Dios, que Rafael Álvarez "El Brujo" ofrece para su deleite a nuestro público, sí está acompañado por una sugestiva y original escenografía del propio Dario Fo, y de una espléndida creación lumínica de Miguel Ángel Camacho, que acompaña a la acción unipersonal hasta el punto que la luz llega a ser el eco de la voz pluritona del Brujo. Así debe ser un diseño de iluminación escénica.

A este lucentino, soberbio ejemplar de la más pura fauna histriónica, dotado por la naturaleza del más amplio registro de expresión oral, gestual y corporal que yo conozco, es muy difícil adjetivar su actuación para calificar el grado de eficacia en la comunicación actor-espectador, porque se sale de los límites de lo normal. Toda España le admira desde que le descubrieran aquel papelazo de betunero que hizo en la serie televisiva “Juncal” que protagonizara el desaparecido Paco Rabal. Y la admiración fue creciendo a cada personaje que interpretaba en sucesivos montajes, como El Lazarillo de Tormes, anciano, en el cómico jubilado que rememoraba sus tenorios, o en el molieresco Avaro, o en El Arcipreste, o el Contrabajista, etc...

Lo que sí me atrevo es a calificar la presente creación como la mejor de todas las suyas, la que nos ratifica que es el juglar español más completo del siglo. El público rió con risa inteligente, aplaudió espontáneamente en numerosas ocasiones. No le faltó tiempo para hacerlo, ya que el espectáculo duró dos horas y media, sin descanso. Si lo bueno y breve, dos veces bueno, le sobró casi una hora. Porque el poder de seducción del Brujo es tal, que el público no aprecia tanto lo que dice, sino el como lo dice. La forma supera al fondo.

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EL LICEO APLAUDE LA VERSIÓN DEL TEXTO DE DARIO FOEl Brujo, magistral en su interpretación de San Francisco

Soberbia. Esta es la palabra que define la interpretación de Rafael Álvarez "EL Brujo", ayer en el Liceo. San Francisco, juglar de Dios supo conectar con el público desde el comienzo, momento en que el actor transformando el escenario en una plaza pública (plaza de juglaría) espetó al respetable un “¿se ve desde todos los lados?”, en referencia a los espectadores del segundo anfiteatro quienes, por supuesto, le respondieron al instante: “¡No, no se ve. Se oye mal y se ve peor!” (aunque todo hay que decirlo, sin ser óptima, la visibilidad ha mejorado notablemente)

Por supuesto, "El Brujo" no se calló y tranquilizó los ánimos asegurando: Ha sido con todo el mimo. Daos cuenta que en cualquier momento se puede producir un milagro”. La conexión desde ahí fue total. Se palpaba la magia del teatro antiguo, casi se rozaba –con la guía del actor que explicaba las escenas, el contexto social, a Dario Fo... esa Bolonia de 1222 donde todo el público viajó sin moverse del asiento.

La imaginación se iba desbordando progresivamente a lo largo de una sesión teatral magnífica, querida y necesaria, sencilla, encantadora, realmente pura y atrevida en su simplicidad. Una auténtica lección de maestro. “El Brujo” consiguió que El Liceo dejar de ser Liceo, que los hombres y mujeres del siglo XXI se sumergiesen en la edad Media y que él mismo fuera a veces San Francisco y a veces Rafael; era una delicia escuchar a ese santo medio loco y medio cuerdo, un mimo absurdo y genial que hacía reír a carcajadas al patio de butacas que aplaudía y aplaudía sin cesar.

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CRÍTICA FESTIVAL INTERNACIONAL DE TEATRO, MÚSICA Y DANZA DE SAN JAVIER

Una obra hecha con el corazón / JAVIER GONZÁLEZ SOLER

* Ni la lluvia pudo impedir que se celebrara la clausura del 33 Festival Internacional de San Javier. El Auditorio presentó un lleno casi absoluto, pese a que minutos antes de la representación estuvo lloviendo y las nubes amenazaban con hacerlo de nuevo. No sabemos si por San Francisco, por “El Brujo” o los dioses del teatro que este año se han fijado en San Javier, el caso es que se abrió un paréntesis, y hasta una vez concluido el espectáculo no volvió el agua.

Rafael Álvarez “El Brujo” es sin duda el rey del monólogo. Apoyándose, por supuesto, en un texto se planta en escena y a su lado los hombres.com y sus monólogos de 20 minutos se quedan en un trabajito de aficionados. Sólo unos cuántos, como Fidel Castro, superan quizá su capacidad de monologar, con la diferencia de que “El Brujo” lo hace ameno y divertido y el público asiste voluntariamente, y agotando las localidades.En esta ocasión Rafael Álvarez “El Brujo” ha escogido un bonito texto y trabajo de puesta en escena del Premio Nóbel, Dario Fo para montar su espectáculo: San Francisco, juglar de Dios. Y lo ha hecho con todo respeto y cuidado; llevándoselo a su terreno, eso sí –pues la cabra siempre tira al monte-, y pasándole el tamiz propio de la casa.

Fo dice haber hecho una reconstrucción histórica de la figura de San Francisco de Asís, alejándose de la historia oficial manipulada, y acercándolo más a la faceta del revolucionario moral. Fo lo hace al estilo del juglar contemporáneo, su terreno, y explica por qué Rafael Álvarez “El Brujo” hace lo mismo y lo hace completamente suyo.La puesta en escena es muy sencilla y eficiente, según la concepción del propio Dario Fo; todo está basado en unas bombillas que cuelgan del techo con unos cables bastante visibles que darán todo el juego a los distintos ambientes que la narración evoca. El vestuario también es muy sencillo; Un sayón entre clown y juglar con capucha franciscana. El juego de luces será el encargado de lograr los distintos cambios de ambientación y, por encima de todo, la interpretación de “El Brujo” será la que nos guíe por la historia y haga que el espectador imagine lo que deba imaginar.

Rafael Álvarez “El Brujo”es sin duda uno de los grandes de nuestra escena, si no el más grande: su poder de convocatoria lo avala. No nos queda más remedio que asumir como propio de su estilo las concesiones populares que realiza. Se va de texto, cuenta un chascarrillo, vuelve, se mete conmigo ( a mucha honra, pero que me cite bien que luego los “méritos se los lleva otro”) vuelve de nuevo,... y así se mete al público en el bolsillo con un oficio que sólo los maestros dominan. Pero sobre todo se nota cuando lo que se recibe es cariño, y en eso “El Brujo” lo tiene todo, porque también lo da todo. Si nos dejamos de academicismos y tecnicismos de los críticos nos queda un espectáculo hecho con el corazón, o mejor, los corazones del santo, el autor y el otro juglar: El Brujo.

Un gran cierre para una edición marcada más por la calidad que por los grandes presupuestos.

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TEATRO/ LA CRITICAEmbrujamiento /ANÍBAL LOZANO

La primera gran aparición en el teatro de Rafael Álvarez “El Brujo” se debió a La taberna fantástica, bajo uno de los personajes que daban calor y color a la hermosísima obra de Alfonso Sastre. Después el cine se encargó de ir modulando arpegios de este actor camaleónico que limpiaba los zapatos a Paco Rabal tras la sombra de un torero arruinado. Bien, pues en el teatro “El Brujo” ha hecho un género, ha construido una modulación tan personal como antigua, pero tan inquietante y difícil como bárbara y genial, me refiero a la creación –porque de ello se trata- del monólogo. El se ha hecho a sí mismo desde que José Luis Alonso de Santos le dio alas y ha buceado en la textura intelectual del teatro del actor solitario, tan hondo, que hay algo en este magistral Juglar de Dios de aquel Lazarillo y no menos que del Don Juan. En este San Francisco de esparto está el clima del auténtico juglar que improvisa, provoca, suscita, conmueve e implica al público en el viaje del tiempo y la farsa de la humanidad. Coinciden en esto dos espíritus tan capaces como el oficio impecable como actor de “El Brujo” y el texto de Fo en el que sin advertirlo –y de ahí la genialidad- dirige al personaje, lo convierte, lo rompe, naturaliza su gesto y lo coloca de rodillas, en pie o en el aire hasta hacerlo a él espectador de la representación del público que ríe ¡o llora! o aplaude. Esa es la gran provocación que se cumple en este San Francisco, juglar de Dios: el fascinante juego que sugiere la complicidad del teatro, la madurez armónica entre la naturalidad de la madurez y la naturaleza del personaje. A fe que se siente dentro.