calvino - institución de la religión cristiana ii

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    INSTITUCINDE LA

    RELIGIN CRISTIANA

    POR JUAN CALVINOTRADUCIDA Y PUBLICADA POR CIPRIANO DE VALERA EN 1597

    REEDITADA POR LUIS DE USOZ y RO EN 1858

    CAPTULO PRIMERO

    TODO EL GNERO HUMANO EST SUJETO A LA MALDICIN PORLA CADA Y CULPA DE ADN, Y HA DEGENERADO DE SU ORIGEN.

    SOBRE EL PECADO ORIGINAL

    1. Para responder a nuestra vocacin con humildad, es necesario conocernos cual somos

    Sin causa el antiguo proverbio encarga al hombre tan encarecidamente el conocimiento de smismo. Porque si se tiene por afrenta ignorar de las cosas pertinentes a la suerte y comncondicin de la vida a, mucho ms afrentoso ser sin duda el ignorarnos a nosotros s, siendo ellocausa de que al tomar consejo sobre cualquier cosa ante o necesaria, vayamos a tientas y comociegos. Pero cuanto ms til es esta exhortacin, con tanta mayor diligencia hemos de pronoequivocarnos respecto a ella, como vemos que aconteci a los filsofos. Pues al exhortar alhombre a conocerse a s mismo, le proponen al mismo tiempo como fin, que no ignore su

    dignidad y excelencia quieren que no contemple en s ms que lo que puede suscitar en l unavana confianza y henchirlo de soberbia.

    Sin embargo, el conocimiento de nosotros mismos consiste primera en que, considerando loque se nos dio en la creacin y cun liberal se ha mostrado Dios al seguir demostrndonos subuena voluntad, sepa cun grande sera la excelencia de nuestra naturaleza, si an permanecieraen su integridad y perfeccin, y a la vez pensemos que no hay nada en nosotros que nospertenezca corno propio, sino que todo lo que nos ha concedido lo tenemos en prstamo, a fin deque siempre darnos de l. Y en segundo lugar, acordarnos de nuestro miserable , y condicindespus del pecado de Adn; sentimiento que echa por tierra toda gloria y presuncin, yverdaderamente nos humilla y avergenza. Porque, corno Dios nos form al principio a imagen

    suya para levantar nuestro espritu al ejercicio de la virtud y a la meditacin de la terna, as, paraque la nobleza por la que nos diferenciamos de los brutos no fuese ahogada por nuestranegligencia, nos fue dada la razn y el entendimiento, para que llevando una vida santa yhonesta, caminemos haca el blanco que se nos propone de la bienaventurada inmortalidad. Masno es posible en manera alguna acordarnos de aquella dignidad primera, sin que al momento senos ponga ante los ojos el triste y miserable espectculo de nuestra deformidad e ignorancia,puesto que en la persona del primer hombre hemos cado de nuestro origen. De donde in odio denosotros mismos y un desagrado y verdadera humildad, y se enciende en nosotros un nuevo

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    deseo de buscar a Dios para recuperar aquellos bienes de los que nos sentimos vacos y privados.

    2. Para alcanzar el fin, nos es necesario despojarnos de todo Orgullo y vanagloria

    La verdad de Dios indudablemente prescribe que pongamos la mano pecho y examinemos

    nuestra conciencia, exige un conocimiento tal, que destruya en nosotros toda confianza de poderhacer algo, y privndonos de todo motivo y ocasin de gloriarnos, nos ensea a someternos yhumillarnos. Es necesario que guardemos esta regla, si queremos llegar al fin de sentir y obrarbien.

    S muy bien que resulta mucho ms agradable al hombre inducirle a reconocer sus gracias yexcelencias, que exhortarle a que considere su propia miseria y pobreza, para que de ella sientasonrojo y vergenza. Pues no hay nada que ms apetezca la natural inclinacin del hombre queser regalado con halagos y dulces palabras. Y por eso, donde quiera que se oye ensalzar, se sientepropenso a creerlo y lo oye de muy buena gana. Por lo cual no hemos de maravillamos de que lamayor parte de la gente haya faltado a esto. Porque, como quiera que el hombre naturalmente

    siente un desordenado y ciego amor de s mismo, con toda facilidad se convence de que no hayen l cosa alguna que deba a justo ttulo ser condenada. De esta manera, sin ayuda ajena, concibeen s la vana opinin de que se basta a s mismo y puede por s solo vivir bien y santamente. Y sialgunos parecen sentir sobre esto ms modestamente, aunque conceden algo a Dios, para noparecer que todo se lo atribuyen a s mismos, sin embargo, de tal manera reparten entre Dios yellos, que la parte principal de la gloria y la presuncin queda siempre para ellos. Si, pues, seentabla conversacin que acaricie y excite con sus halagos la soberbia, que reside en la mdulamisma de sus huesos, nada hay que le procure mayor contento. Por lo cual cuanto ms encomiaalguien la excelencia del hombre, tanto mejor es acogido.

    Sin embargo, la doctrina que ensea al hombre a estar satisfecho de s mismo, no pasa de ser-mero pasatiempo, y de tal manera engaa, que arruina totalmente a cuantos le prestan odos.Porque, de qu nos sirve con una vana confianza en nosotros mismos deliberar, ordenar, intentary emprender lo que creemos conveniente, y entre tanto estar faltos tanto en perfecta inteligenciacomo en verdadera doctrina, y as ir adelante hasta dar con nosotros en el precipicio y en la ruinatotal? Y en verdad, no puede suceder de otra suerte a cuantos presumen de poder alguna cosa porsu propia virtud. Si alguno, pues, escucha a estos doctores que nos incitan a considerar nuestrapropia justicia y virtud, ste tal nada aprovechar en el conocimiento de s mismo, sino que sever presa de una perniciosa ignorancia.

    3.El conocimiento de nosotros mismos nos instruye acerca de nuestro fin, nuestros deberesy nuestra indigencia

    As pues, aunque la verdad de Dios concuerda con la opinin comn de los hombres de que lasegunda parte de la sabidura consiste en conocernos a nosotros mismos, sin embargo, hay grandiferencia en cuanto al modo de conocernos. Porque segn el juicio de la carne, le parece alhombre que se conoce muy bien cuando fiado en su entendimiento y virtud, se siente con nimopara cumplir con su deber, y renunciando a todos los vicios se esfuerza con todo ahnco en ponerpor obra lo que es justo y recto. Mas el que se examina y coi1sidera segn la regla del juicio deDios, no encuentra nada en que poder confiar, y cuanto ms profundamente se examina, tanto

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    ms se siente abatido, hasta tal punto que, desechando en absoluto la confianza en s mismo, noencuentra nada en s con que ordenar su propia vida.

    Sin embargo, no quiere Dios que nos olvidemos de la primera nobleza y dignidad con queadorn a nuestro primer padre Adn; la cual ciertamente debera incitarnos a practicar la justiciay la bondad. Porque no es posible verdaderamente pensar en nuestro primer origen o el fin para el

    que hemos sido creados, sin sentirnos espoleados y estimulados a considerar la vida eterna y adesear el reino de Dios. Pero este conocimiento, tan lejos est de darnos ocasin deensoberbecernos, que ms bien nos humilla y abate.

    Porque, cul es aquel origen? Aquel en el que no hemos permanecido, sino del que hemoscaldo. Cul aquel fin para que fuimos creados? Aquel del que del todo nos hemos apartado, demanera que, cansados ya del miserable estado y condicin en que estamos, gemimos y suspira-mos por aquella excelencia que perdimos. As pues, cuando decimos que el hombre no puedeconsiderar en s mismo nada de que gloriarse, entendemos que no hay en l cosa alguna de partesuya de la que se pueda enorgullecer.

    Por tanto, si no parece mal, dividamos como sigue el conocimiento que el hombre debe tener

    de s mismo: en primer lugar, considere cada uno para qu fin fue creado y dotado de dones tanexcelentes; esta consideracin le llevar a meditar en el culto y servicio que Dios le pide, y apensar en la vida futura. Despus, piense en sus dones, o mejor, en la falta que tiene de ellos, concuyo conocimiento se sentir extremadamente confuso, como si se viera reducido a la nada. Laprimera consideracin se encamina a que el hombre conozca cul es su obligacin y su deber; laotra, a que conozca las fuerzas con que cuenta para hacer lo que debe. De una y otra trataremos,segn lo requiere el orden de la exposicin.

    4.La causa verdadera de la cada de Adn fue la incredulidad

    Mas, como no pudo ser un delito ligero, sino una maldad detestable, lo que Dios tanrigurosamente castig, debemos considerar aqu qu clase de pecado fue la cada de Adn, quemovi a Dios a imponer tan horrendo castigo a todo el linaje humano.

    Pensar que se trata de la gula es una puerilidad. Como si la suma y perfeccin de todas lasvirtudes pudiera consistir en abstenerse de un solo fruto, cuando por todas partes habaabundancia grandsima de cuantos regalos se podan desear; y en la bendita fertilidad de la tierra,no solamente haba abundancia de regalos, sino tambin gran diversidad de ellos.

    Hay, pues, que mirar ms alto, y es que el prohibir Dios al hombre que tocase el rbol de laciencia del bien y del mal fue una prueba de su obediencia, para que as mostrase que de buenavoluntad se someta al mandato de Dios. El mismo nombre del rbol demuestra que el mandato

    se haba dado con el nico fin de que, contento con su estado y condicin, no se elevase ms alto,impulsado por algn loco y desordenado apetito. Adems la promesa que se le hizo, que serainmortal mientras comiera del rbol de vida, y por el contrario, la terrible amenaza de que en el punto en que comiera del rbol de la ciencia del bien y del mal, morira, era para probar yejercitar su fe. De aqu claramente se puede concluir de qu modo ha provocado Adn contra s laira de Dios. No se expresa mal san Agustn, cuando dice que la soberbia ha sido el principio detodos los males, porque si la ambicin no hubiera transportado al hombre ms alto de lo que le perteneca, muy bien hubiera podido permanecer en su estado'. No obstante, busquemos una

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    definicin ms perfecta de esta clase de tentacin que nos refiere Moiss.

    Cuando la mujer con el engao de la serpiente se apart de la fidelidad a la palabra de Dios,claramente se ve que el principio de la cada fue la desobediencia, y as lo confirma tambin sanPablo, diciendo que "por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores" (Rom. 5,19). Adems de esto hay que notar que el primer hombre se apart de la

    obediencia de Dios, no solamente por haber sido engaado con los embaucamientos de Satans,sino porque despreciando la verdad sigui la mentira. De hecho, cuando no se tiene en cuenta la palabra de Dios se pierde todo el temor que se le debe. Pues no es posible que su majestadsubsista entre nosotros, ni puede permanecer su culto en su perfeccin si no estamos pendientesde su palabra y somos regidos por ella. Concluyamos, pues, diciendo que la infidelidad fue lacausa de esta cada.

    Consecuencia de la incredulidad. De ah procedi la ambicin y soberbia, a las que se junt laingratitud, con que Adn, apeteciendo ms de lo que se le haba concedido, vilmentemenospreci la gran liberalidad de Dios, por la que haba sido tan enriquecido. Ciertamente fueuna impiedad monstruosa que el que acababa de ser formado de la tierra no se contentase con ser

    hecho a semejanza de Dios, sino que tambin pretendiese ser igual a l. Si la apostasa por la queel hombre se apart de la sujecin de su Creador, o por mejor decir, desvergonzadamentedesech su yugo, es una cosa abominable y vil, es vano querer excusar el pecado de Adn.

    Pues no fue una mera apostasa, sino que estuvo acompaada de abominables injuriascontra Dios, ponindose de acuerdo con Satans, que calumniosamente acusaba a Dios dementiroso, envidioso y malvado. En fin, la infidelidad abri la puerta a la ambicin, y laambicin fue madre de la contumacia y la obstinacin, de tal manera que Adn y Eva, dejando aun lado todo temor de Dios, se precipitasen y diesen consigo en todo aquello hacia lo que sudesenfrenado apetito los llevaba. Por tanto, muy bien dice san Bernardo que la puerta de nuestrasalvacin se nos abre cuando omos la doctrina evanglica con nuestros odos, igual que ellos,escuchando a Satans, fueron las ventanas por donde se nos meti la muerte. Porque nunca sehubiera atrevido Adn a resistir al mandato de Dios, si no hubiera sido incrdulo a su palabra. Enverdad no haba mejor freno para dominar y regir todos los afectos, que saber que lo mejor eraobedecer al mandato de Dios y cumplir con el deber, y que lo sumo de la bienaventuranzaconsiste en ser amados por Dios. Al dejarse, pues, arrebatar por las blasfemias del diablo,deshizo y aniquil, en cuanto pudo, toda la gloria de Dios.

    5.Las consecuencias de la cada de Adn afectan a toda su posteridad y a la creacin entera

    Consistiendo, pues, la vida espiritual de Adn en estar unido con su Creador, su muerte fueapartarse de l. Y no hemos de maravillarnos de que con su alejamiento de Dios haya arruinado a

    toda su posteridad, pues con ello pervirti todo el orden de la naturaleza en el cielo y en la tierra."Toda criatura gime a una," dice san Pablo, "porque... fue sujetada a vanidad, no por su propiavolunta (Rom. 8,22. 20). Si se busca la causa de ello, no hay duda de que se debe a que padecenuna parte del castigo y de la pena que mereci el hombre, para cuyo servicio fueron creados. As,pues, si la maldicin de Dios lo llen todo de arriba abajo y se derram por todas las partes delmundo a causa del pecado de Adn, no hay por qu extraarse de que se haya propagado tambina su posteridad. Por ello, al borrarse en l la imagen celestial, no ha sufrido l solo este castigo,consistente en que a la sabidura, poder, santidad, verdad y justicia de que estaba revestido y

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    dotado hayan sucedido la ceguera, la debilidad, la inmundicia, la vanidad y la injusticia, sino quetoda su posteridad se ha visto envuelta y encenagada en estas mismas miserias. Esta es lacorrupcin que por herencia nos viene, y que los antiguos llamaron pecado original, entendiendopor la palabra "pecado" la depravacin de la naturaleza, que antes era buena y pura.

    Lucha de los Padres de la Iglesia contra la "imitacin" de los pelagianos. Sobre esta materia

    sostuvieron grandes disputas, porque no hay cosa ms contraria a nuestra razn que afirmar quepor la falta de un solo hombre todo el mundo es culpable, y con ello hacer el pecado comn.

    sta parece ser la causa de que los ms antiguos doctores de la Iglesia hablaran tanoscuramente en esta materia, o por lo menos no la explicasen con la claridad que el asuntorequera. Sin embargo, tal temor no pudo impedir que surgiera Pelagio, cuya profana opinin eraque Adn, al pecar, se da slo a s mismo, y no a sus descendientes. Sin duda, Satans, alencubrir la enfermedad con esta astucia, pretenda hacerla incurable. Mas como se le convenca,con evidentes testimonios de la Escritura, de que el pecado haba descendido del primer hombrea toda su posteridad, l arga que habla descendido por imitacin, y no por generacin. Por estarazn aquellos santos varones, especialmente san Agustn, se esforzaron cuanto pudieron para

    demostrar que nuestra corrupcin no proviene de la fuerza de los malos ejemplos que en losdems hayamos podido ver, sino que salimos del mismo seno materno con la perversidad quetenemos, lo cual no se puede negar sin gran descaro. Pero nadie se maravillar de la temeridad delos pelagianos y de los celestinos, si ha ledo en los escritos de san Agustn qu desenfreno ybrutalidad han desplegado en las dems controversias.

    Ciertamente es indiscutible lo que confiesa David: que ha sido engendrado en iniquidad y quesu madre le ha concebido en pecado (Sal. 51,5). No hace responsables a las faltas de sus padres,sino que para ms glorificar la bondad de Dios hacia l, recuerda su propia perversidad desde sumisma concepcin. Ahora bien, como consta que no ha sido cosa exclusiva de David, sgueseque con su ejemplo queda demostrada la comn condicin y el estado de todos los hombres. Portanto, todos nosotros, al ser engendrados de una simiente inmunda, nacemos infectados por elpecado, y aun antes de ver la luz estamos manchados y contaminados ante la faz de Dios. Porque,"quin har limpio a lo inmundo"?; nadie, como est escrito en el libro de Job (Job 14,4).

    6. La depravacin original se nos comunica por propagacin

    Omos que la mancha de los padres se comunica a los hijos de tal manera, que todos, sinexcepcin alguna, estn manchados desde que empiezan a existir. Pero no se podr hallar el principio de esta mancha si no ascendemos como a fuente y manantial hasta nuestro primerpadre. Hay, pues, que admitir como cierto que Adn no solamente ha sido el progenitor del linajehumano, sino que ha sido, adems, su raz, y por eso, con razn, con su corrupcin hacorrompido a todo el linaje humano. Lo cual claramente muestra el Apstol por la comparacinque establece entre Adn y Cristo, diciendo: como por un hombre entr el pecado en todo elmundo, y por el pecado la muerte, la cual se extendi a todos los hombres, pues todos pecaron,de la misma manera por la gracia de Cristo, la justicia y la vida nos son restituidas (Rom.5,12.18). Qu dirn a esto los pelagianos? Que el pecado de Adn se propaga por imitacin?Entonces, el nico provecho que obtenemos de la justicia de Cristo consiste en que nos es propuesto como dechado y ejemplo que imitar? Quin puede aguantar tal blasfemia? Si esevidente que la justicia de Cristo es nuestra por comunicacin y que por ella tenemos la vida,sguese por la misma razn que una y otra fueron perdidas en Adn, recobrndose en Cristo; y

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    que el pecado y la muerte han sido engendrados en nosotros por Adn, siendo abolidos porCristo. No hay oscuridad alguna en estas palabras: muchos son justificados por la obediencia deCristo, como fueron constituidos pecadores por la desobediencia de Adn. Luego, como Adnfue causa de nuestra ruina envolvindonos en su perdicin, as Cristo con su gracia volvi adarnos la vida. No creo que sean necesarias ms pruebas para una verdad tan manifiesta y clara.

    De la misma manera tambin en la primera carta a los Corintios, queriendo confirmar a lospiadosos con la esperanza de la resurreccin, muestra que en Cristo se recupera la vida que enAdn habamos perdido (1 Cor. 15,22). Al decir que todos nosotros hemos muerto en Adn,claramente da a entender que estamos manchados con el contagio del pecado, pues lacondenacin no alcanzara a los que no estuviesen tocados del pecado. Pero su intencin puedecomprenderse mejor an por lo que aade en la segunda parte, al decir que 'la esperanza de vidanos es restituida por Cristo'. Bien sabemos que esto se verifica solamente cuando Jesucristo senos comunica, infundiendo en nosotros la virtud de su justicia, como se dice en otro lugar: que suEspritu nos es vida por su justicia. (Rom. 8, 10). As! que de ninguna otra manera se puedeinterpretar el texto "nosotros hemos muerto en Adn" sino diciendo que l, al pecar, nosolamente se busc a s mismo la ruina y la perdicin, sino que arrastr consigo a todo el linaje

    humano al mismo despeadero; y no de manera que la culpa sea solamente suya y no nos toquenada a nosotros, pues con su cada infect a toda su descendencia. Pues de otra manera no podraser verdad lo que dice san Pablo que todos por naturaleza son hijos de ira (Ef.2,3), si no fuesenya malditos en el mismo vientre de su madre. Cuando hablamos de naturaleza, fcilmente secomprende que no nos referimos a la naturaleza tal cual fue creada por Dios, sino como quedcorrompida en Adn, pues no es ir por buen camino hacer a Dios autor de la muerte. De talsuerte, pues, se corrompi Adn, que su contagio se ha comunicado a toda su posteridad. Consuficiente claridad el mismo Jesucristo, Juez ante el cual todos hemos de rendir cuentas, declaraque todos nacemos malos y viciosos: "Lo que es nacido de la carne, carne es" (Jn. 3,6), y por lomismo a todos les est cerrada la puerta de la vida hasta que son regenerados.

    7. Respuesta a dos objeciones

    Y no es menester que para entender esto nos enredemos en la enojosa disputa que tanto dioque hacer a los antiguos doctores, de si el alma de hijo procede de la sustancia del alma delpadre, ya que en el alma reside la corrupcin original. Bstenos saber al respecto, que el Seorpuso en Adn los dones y las gracias que quiso dar al gnero humano Por tanto, al perder l loque recibi, no lo perdi para l solamente, sino que todos lo perdimos juntamente con l. Aquin le puede preocupar e origen del alma, despus de saber que Adn haba recibido tanto paral como para nosotros, los dones que perdi, puesto que Dios no los haba concedido a un solohombre, sino a todo el gnero humano? No hay, pues, inconveniente alguno en que al ser l

    despojado de tales dones, la naturaleza humana tambin quede privada de ellos; en que al man-charse l con el pecado, se comunique la infeccin a todo el gnero humano. Y como de una raz podrida salen ramas podridas, que a su vez comunican su podredumbre a los vstagos queoriginan, as son daados en el padre los hijos, que a su vez comunican la infeccin a susdescendientes. Quiero con ello decir que Adn fue el principio de la corrupcin queperpetuamente se comunica de unas a otras generaciones. Pues este contagio no tiene su causa yfundamento en la sustancia de la carne o del alma, sino que procede de una ordenacin divina,segn la cual los dones que concedi al primer hombre le eran comunes a l y a sus

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    descendientes, tanto para conservarlos como para perderlos.

    Es tambin fcil de refutar lo que afirman los pelagianos, que no es verosmil que los hijosnacidos de padres fieles resulten afectados por la corrupcin original, pues deben quedarpurificados con su pureza; pero los hijos no proceden de regeneracin espiritual, sino de la gene-racin carnal. Como dice san Agustn: "Trtese de un infiel condenado o de un fiel perdonado, ni

    el uno ni el otro engendran hijos perdonados, sino condenados, porque engendran segn sunaturaleza corrompida"'. El que de alguna manera comuniquen algo de su santidad es unabendicin especial de Dios, que no impide que la primera maldicin se propague universalmenteal gnero humano; porque tal condenacin viene de la naturaleza, y el que sean santificadosproviene de la gracia sobrenatural.

    8. Definicin del pecado original

    A fin de no hablar de esto infundadamente, definamos el pecado original. No quiero pasarrevista a todas las definiciones propuestas por los escritores; me limitar a exponer una, que me

    parece muy conforme a la verdad. Digo, pues, que el pecado original es una corrupcin y per-versin hereditarias de nuestra naturaleza, difundidas en todas las partes del alma; lo cual primeramente nos hace culpables de la ira de Dios, y, adems, produce en nosotros lo que laEscritura denomina "obras de la carne". Y esto es precisamente lo que san Pablo tantas vecesllama "pecado". Las obras que de l proceden, como son los adulterios, fornicaciones, hurtos,odios, muertes, glotoneras (Gl. 5,19), las llama por esta razn frutos de pecado; aunque todasestas obras son comnmente llamadas pecado en toda la Escritura, como en el mismo san Pablo.

    1. Somos culpables ante Dios. Es menester, pues, que consideremos estas dos cosas porseparado: a saber, que de tal manera estamos corrompidos en todas las partes de nuestranaturaleza, que por esta corrupcin somos con justo ttulo reos de condenacin ante los ojos deDios, a quien slo le puede agradar la justicia, la inocencia y la pureza. Y no hemos de pensarque la causa de esta obligacin es nicamente la falta de otro, como si nosotros pagsemos por elpecado de Adn, sin haber tenido en ello parte alguna. Pues, al decir que por el pecado de Adnnos hacemos reos ante el juicio de Dios, no queremos decir que seamos inocentes, y quepadecemos la culpa de su pecado sin haber merecido castigo alguno, sino que, porque con sutrasgresin hemos quedado todos revestidos de maldicin, l nos ha hecho ser reos. Noentendamos que solamente nos ha hecho culpables de la pena, sin habernos comunicado supecado, porque, en verdad, el pecado que de Adn procede reside en nosotros, y con toda justiciase le debe el castigo. Por lo cual san Agustn 1, aunque muchas veces le llama pecado ajenoparademostrar ms claramente que lo tenemos por herencia, sin embargo afirma que nos es propio acada uno de nosotros. Y el mismo Apstol clarsimamente testifica que la muerte se apoder detodos los hombres "porque todos han pecado" (Rom. 5,12).

    Por esta razn los mismos nios vienen ya del seno materno envueltos en esta condenacin, ala que estn sometidos, no por el pecado ajeno, sino por el suyo propio. Porque, si bien no hanproducido an los frutos de su maldad, sin embargo tienen ya en s la simiente; y lo que es ms,toda su naturaleza no es ms que germen de pecado, por lo cual no puede por menos que serodiosa y abominable a Dios. De donde se sigue que Dios con toda justicia la reputa como pecado,porque si no hubiese culpa, no estaramos sujetos a condenacin.

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    2.Nosotros producimos las "obras de la carne". El otro punto quetenemos que considerar esque esta perversin jams cesa en nosotros, sino que de continuo engendra en nosotros nuevosfrutos, a saber, aquellas obras de la carne de las que poco antes hemos hablado, del mismo modoque un horno encendido echa sin cesar llamas y chispas, o un manantial el agua. Por lo cual los

    que han definido el pecado original como una "carencia de la justicia original" que deberamostener, aunque con estas palabras han expresado la plenitud de su sustancia, no han expuesto, sinembargo, suficientemente su fuerza y actividad. Porque nuestra naturaleza no solamente estvaca y falta del bien, sino que adems es tambin frtil y fructfera en toda clase de mal, sin quepueda permanecer ociosa.

    Los que la llaman "concupiscencia" no han usado un trmino muy fuera de propsito siempreque aadan - a lo cual muchos de ellos se resisten - que todo cuanto hay en el hombre, sea elentendimiento, la voluntad, el alma o la carne, todo est mancillado y saturado por estaconcupiscencia; o bien, para decirlo ms brevemente, que todo el hombre no es en s mismo msque concupiscencia.

    9. Todas las partes del alma estn posedas por el pecado

    Por esto dije antes que, despus de que Adn se apart de la fuente de la justicia, todas laspartes del hombre se encuentran posedas por el pecado. Porque no solamente su apetito inferioro sensualidad le indujo al mal, sino que aquella maldita impiedad penetr incluso a lo supremo yms excelente del espritu, y la soberbia penetr hasta lo ms secreto del corazn. As que eslocura y desatino querer restringir la corrupcin que de ella procedi, nicamente a losmovimientos o apetitos sensuales, como comnmente son llamados, o llamarla foco de fuegoque convida, atrae y provoca a pecar slo a la sensualidad. En lo cual Pedro Lombardo, a quienllaman el Maestro de las Sentencias, ha demostrado una crasa ignorancia, pues preguntando porla sede de este vicio dice que es la carne, segn lo indica san Pablo; y aade su glosa, diciendoque no es as estrictamente, sino slo porque se muestra ms evidentemente en la carne. Como sisan Pablo dijese solamente una parte del alma, y no toda la naturaleza, la cual se opone a lagracia sobrenatural. El mismo Pablo ha suprimido esta duda diciendo que el pecado no tiene suasiento en una sola parte, sino que no hay nada puro ni limpio de su mortal corrupcin. Porque aldisputar de la naturaleza corrompida, no solamente condena los movimientos desordenados delos apetitos que se ven, sino que insiste ante todo en que el entendimiento est ciego y el corazninclinado a la perversidad. Indudablemente todo el captulo tercero de la epstola a los Romanosno es otra cosa que una descripcin del pecado original.

    Esto se ve ms claramente an por la regeneracin. Porque el espritu, que se opone al viejo

    hombre y a la carne, no solamente indica la gracia con la que la prte inferior o sensualidad escorregida, sino tambin la entera y completa reforma de todas la partes. Y por ello san Pablo, nosolametne manda derribar y destruir los gandes apetitos, sino que quiere tambin que seamosrenovados en el espritu del entendimento (Ef.4,23); y en otro lugar, que seamos transformadospor medio de la renovacin del entendimiento (Rom.12,2); de donde se sigue que la parte en lacual ms se muestra la excelencia y nobleza del alma, no solamente est tocada y herida, sino detal manera corrompida, que no slo necesita ser curada, sino que tiene necesidad de vestirse deotra nueva naturaleza.

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    Luego veremos de qu manera el pecado ocupa el entendimiento y el corazn. Ahorasolamente quiero, como de paso, mostrar que todo el hombre, de los pies a la cabeza, est comoanegado en un diluvio, de modo que no hay en l parte alguna exenta o libre de pecado, y, portanto, cuanto de l procede se le imputa como pecado, segn lo que dice san Pablo, que todos losafectos de la carne son enemigos de Dios y, por consiguiente, muerte (Rom.8,7).

    10.La causa del pecado no est en Dios sino en los hombres

    Vean , pues, los que se atreven a imputar a Dios la causa de sus pecados, por qu decimos quelos hombres son viciosos por naturaleza. Ellos obran perversamente al considerar la obra de Diosen su corrupcin, cuando deberan buscarla en la naturaleza perfecta e incorrupta en la que Dioscre a Adn. As que nuestra perdicin procede de la culpa de nuestra carne, y no de Dios; puesno estamos perdidos sino porque hemos. degenerado de la primera condicin y estado en quefuimos creados.

    Y no hay motivo para que alguno replique que Dios poda haber provisto mucho mejor a

    nuestra salvacin, si hubiera prevenido la cada de Adn. Pues esta objecin, por una parte esabominable por su excesiva curiosidad y temeridad', y por otra pertenece al misterio de lapredestinacin, del cual trataremos oportunamente.

    As pues, procuremos imputar siempre nuestra cada a la corrupcin de nuestra naturaleza, yen modo alguno a la naturaleza con que Adn fue creado; y as no acusaremos a Dios de que todonuestro mal nos viene de l. Es cierto que esta herida mortal del pecado est en nuestranaturaleza; pero hay una gran diferencia en que este mal sea de origen y le afecte desde unprincipio, o que le haya sobrevenido luego de otra manera. Ahora bien, est claro que rein por elpecado; as que no podemos quejarnos ms que de nosotros mismos, como lo hace notar con grandiligencia la Escritura; porque dice el Eclesiasts: "He aqu, solamente esto he hallado: que Dioshizo al hombre recto, pero ellos buscaron muchas perversiones" (Ecl.7,29). Con esto se ve bienclaro, que solamente al hombre ha de imputarse su cada, ya que por la bondad de Dios fueadornado de rectitud, pero por su locura y desvaro cay en la vanidad.

    11. Distincin entre perversidad "de naturaleza" y perversidad "natural"

    Decimos, pues, que el hombre se halla afectado de una corrupcin natural, pero que estacorrupcin no le viene de su naturaleza. Negamos que haya provenido de su naturaleza parademostrar que se trata ms bien de una cualidad adventicia con una procedencia extraa, que nouna propiedad sustancial innata. Sin embargo, la llamamos natural, para que nadie piense que seadquiere por una mala costumbre, pues nos domina a todos desde nuestro nacimiento.

    Y no se trata de una opinin nuestra, pues por la misma razn el Apstol dice que todossomos por naturaleza hijos de ira (Ef.2,3). Cmo iba a estar Dios airado con la ms excelente desus criaturas, cuando le complacen las ms nfimas e insignificantes? Es que l est enojado, nocon su obra, sino con la corrupcin de la misma. As pues, si se dice con razn que el hombre, por tener corrompida su naturaleza, es naturalmente abominable a los ojos de Dios, con todarazn tambin podemos decir que es naturalmente malo y vicioso. Y san Agustn no duda enabsoluto en llamar naturales a nuestros pecados a causa de nuestra naturaleza corrompida, pues

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    necesariamente reinan en nuestra naturaleza cuando la gracia de Dios no est presente.

    As se refuta el desvaro de los maniqueos, que imaginando una malicia esencial en el hombre,se atrevieron a decir que fue creado por otro, para no atribuir a Dios el principio y la causa delmal.

    ***

    CAPTULO II

    EL HOMBRE SE ENCUENTRA AHORA DESPOJADO DE SUARBITRIO,

    Y MISERABLEMENTE SOMETIDO A TODO MAL

    1. Peligros del orgullo y la indolencia

    Despus de haber visto que la tirana del pecado, despus de someter al primer hombre, nosolamente consigui el dominio sobre todo el gnero humano, sino que domina totalmente en elalma de cada hombre en particular, debemos considerar ahora si, despus de haber caldo en estecautiverio, hemos perdido toda la libertad que tenamos, o si queda an en nosotros algn indiciode la misma, y hasta dnde alcanza. Pero para alcanzar ms fcilmente la verdad de esta cuestin,debemos poner un blanco en el cual concentrar todas nuestras disputas. Ahora bien, el mejormedio de no errar es considerar los peligros que hay por una y otra parte. Pues cuando el hombrees privado de toda rectitud, luego toma de ello ocasin para la indolencia; porque cuando se diceal hombre que por s mismo no puede hacer bien alguno, deja de aplicarse a conseguirlo, como sifuera algo que ya no tiene nada que ver con l. Y al contrario, no se le puede atribuir el menormrito del mundo, pues al momento despoja a Dios de su propio honor y se infla de vanaconfianza y temeridad. Por tanto, para no caer en tales inconvenientes, hay que usar de talmoderacin que el hombre, al ensearle que no hay en l bien alguno y que est cercado portodas partes de miseria y necesidad, comprenda, sin embargo, que ha de tender al bien de queest privado y a la libertad de la que se halla despojado, y se despierte realmente de su torpezams que si le hiciesen comprender que tena la mayor virtud y poder para conseguirlo.

    Hay que glorificar a Dios con la humildad. No hay quien no vea cun necesario es lo

    segundo, o sea, despertar al hombre de su negligencia y torpeza. En cuanto a lo primero -demostrarle su miseria -, hay muchos que lo dudan ms de lo que debieran. Porque, siconcedemos que no hay que quitar al hombre nada que sea suyo, tambin es evidente que esnecesario despojarle de la gloria falsa y vana. Porque, si no le fue lcito al hombre gloriarse de simismo ni cuando estaba adornado, por la liberalidad de Dios, de dones y gracias tan excelentes,hasta qu punto no debera ahora ser humillado, cuando por su ingratitud se ve rebajado a unaextrema ignominia, al perder la excelencia que entonces tena? En cuanto a aquel momento enque el hombre fue colocado en la cumbre de su honra, la Escritura todo lo que le permite

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    atribuirse es decir que fue creado a la imagen de Dios, con lo cual da a entender que era rico ybienaventurado, no por sus propios bienes, sino por la participacin que tena de Dios. Qu lequeda pues, ahora, sino al verse privado y despojado de toda gloria, reconocer a Dios, a cuyaliberalidad no pudo ser agradecido cuando estaba enriquecido con todos los dones de su gracia?Y ya que no le glorific reconociendo los dones que de l recibi, que al menos ahora le

    glorifique confesando su propia indigencia. Adems no nos es menos til el que se nos prive detoda alabanza de sabidura y virtud, que necesario para mantener la gloria de Dios. De suerte quelos que nos atribuyen ms de lo que es nuestro, no solamente cometen un sacrilegio, quitando aDios lo que es suyo, sino que tambin nos arruinan y destruyen a nosotros mismos. Porque, quotra cosa hacen cuando nos inducen a caminar con nuestras propias fuerzas, sino encumbrarnosen una caa, la cual al quebrarse da en seguida con nosotros en tierra? Y aun excesiva honra setributa a nuestras fuerzas, comparndolas con una caa, porque no es ms que humo todo cuantolos hombres vanos imaginan y dicen de ellas. Por ello, no sin motivo repite tantas veces sanAgustn esta sentencia: que los que defienden el libre arbitrio ms bien lo echan por tierra, que nolo confirman.

    Ha sido necesario hacer esta introduccin, a causa de ciertos hombres, los cuales de ningunamanera pueden sufrir que la potencia del hombre sea confundida y destruida, para establecer enl la de Dios, por lo cual juzgan que esta disputa no solamente es intil, sino muy peligrosa. Sinembargo, a nosotros nos parece muy provechosa, y uno de los fundamentos de nuestra religin.

    2. La opinin de los filsofos

    Puesto que poco antes hemos dicho que las potencias del alma estn situadas en elentendimiento y en el corazn, consideremos ahora cada una de ellas.

    Los filsofos de comn asentimiento piensan que la razn se asienta en el entendimiento,la cual como una antorcha alumbra y dirige nuestras deliberaciones y propsitos, y rige, comouna reina, a la voluntad. Pues se figuran que est tan llena de luz divina, que puede perfectamenteaconsejar; y que tiene tal virtud, que puede muy bien mandar. Y, al contrario, que la parte sensualest llena de ignorancia y rudeza, que no puede elevarse a la consideracin de cosas altas yexcelentes, sino que siempre anda a ras de tierra; y que el apetito, si se deja llevar de la razn yno se somete a la sensualidad, tiene un cierto impulso natural para buscar lo bueno y honesto, ypuede as seguir el recto camino; por el contrario, si se entrega a la sensualidad, sta lo corrompey deprava, con lo que se entrega sin freno a todo vicio e impureza.

    Habiendo, pues, entre las facultades del alma, segn ellos, entendimiento, sensualidad, yapetito o voluntad, como ms comnmente se le llama, dicen que el entendimiento tiene en s larazn para encaminar al hombre a vivir bien y santamente, siempre que l mantenga su nobleza y

    use de la virtud y poder que naturalmente reside en l. En cuanto al movimiento inferior, quellaman sensualidad, con el cual es atrado hacia el error, opinan que con el amaestramiento de larazn poco a poco puede ser domado y desterrado. Finalmente, a la voluntad la ponen comomedioentre la razn y la sensualidad, a saber, con libertad para obedecer a la razn si le parece, obien para someterse a la sensualidad.

    3. La perplejidad de los filsofos

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    Es verdad que ellos, forzados por la experiencia misma, no niegan cun difcil le resulta alhombre erigir en s mismo el reino de la razn; pues unas veces se siente seducido por losalicientes del placer, otras es engaado por una falsa apariencia de bien, y otras se ve fuertementecombatido por afectos desordenados, que a modo de cuerdas - segn Platn - tiran de l y lellevan de un lado para otro l. Y por lo mismo dice Cicern que aquellas chispitas de bien, que

    naturalmente poseemos, pronto son apagadas por las falsas opiniones y las malas costumbres.Admiten tambin, que tan pronto como tales enfermedades se apoderan del espritu del hombre,reinan all tan absolutamente, que no es fcil reprimirlas; y no dudan en compararlas a caballosdesbocados y feroces. Porque, como un caballo salvaje, al echar por tierra a su jinete, respinga ytira coces sin medida, as el alma, al dejar de la mano a la razn, entregndose a laconcupiscencia se desboca y rompe del todo los frenos.

    Resumen de sus enseanzas. Por lo dems, tienen por cosa cierta que las virtudes y los viciosestn en nuestra potestad. Porque si tenemos opcin - dicen - de hacer el bien o el mal, tambienla tendremos para abstenernos de hacerlo'; y si somos libres de abstenernos, tambin lo seremos para hacerlo. Y parece realmente que todo cuanto hacemos, lo hacemos por libre eleccin, eigualmente cuando nos abstenemos de alguna cosa. De lo cual se sigue, que si podemos haceralguna cosa buena cuando se nos antoja, tambin la podemos dejar de hacer; y si algn malcometemos, podemos tambin no cometerlo. Y, de hecho, algunos de ellos llegaron a taldesatino, que jactanciosamente afirmaron que es beneficio de los dioses que vivamos, pero esmrito nuestro el vivir honesta y santamente. Y Cicern se atrevi a decir, en la persona de Cota,que como cada cual adquiere su propia virtud, ninguno entre los sabios ha dado gracias a Diospor ella; porque - dice l - por la virtud somos alabados, y de ella nos gloriamos; lo cual no seraas, si la virtud fuese un don de Dios y no procediese de nosotros mismos'. Y un poco ms abajo:la opinin de todos los hombres es que los bienes temporales se han de pedir a Dios, pero quecada uno ha de buscar por s mismo la sabidura.

    En resumen, sta es la doctrina de los filsofos: La razn, que reside en el entendimiento, es

    suficiente para dirigirnos convenientemente y mostrarnos el bien que debemos hacer; la voluntad,que depende de ella, se ve solicitada al mal por la sensualidad; sin embargo, goza de libreeleccin y no puede ser inducida a la fuerza a desobedecer a la razn.

    4. Los Padres antiguos han seguido excesivamente a los filsofos

    En cuanto a los doctores de la Iglesia, aunque no ha habido ninguno que no comprendieracun debilitada est la razn en el hombre a causa del pecado, y que la voluntad se halla sometidaa muchos malos impulsos de la concupiscencia, sin embargo, la mayor parte de ellos hanaceptado la opinin de los filsofos mucho ms de lo que hubiera sido de desear. A mi parecer,ello se debe a dos razones. La primera, porque teman que si quitaban al hombre toda libertad para hacer el bien, los filsofos con quienes se hallaban en controversia se mofaran de sudoctrina. La segunda, para que la carne, ya de por s excesivamente tarda para el bien, noencontrase en ello un nuevo motivo de indolencia y descuidase el ejercicio de la virtud. Por eso, para no ensear algo contrario a la comn opinin de los hombres, procuraron un pequeoacuerdo entre la doctrina de la Escritura y la de los filsofos. Sin embargo, se ve bien claro porsus escritos que lo que buscaban es lo segundo, o sea, incitar a los hombres a obrar bien.

    Crisstomo dice en cierto lugar: "Dios nos ha dado la facultad de obrar bien o mal, dndonos

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    el libre arbitrio para escoger el primero y dejar el segundo; no nos lleva a la fuerza, pero nosrecibe si voluntariamente vamos a l. Y: "Muchas veces el malo se hace bueno si quiere, y elbueno cae por su torpeza y se hace malo, porque Dios ha conferido a nuestra naturaleza el librealbedro y no nos impone las cosas por necesidad, sino que nos da los remedios de que hemos deservirnos, si nos parece bien'13. Y tambin: "As como no podremos jams hacer ninguna obra

    buena sin ayuda de la gracia de Dios, tampoco, si no ponemos lo que est de nuestra parte,podremos nunca conseguir su gracia." Y antes haba dicho: Para que no todo sea mero favordivino, es preciso que pongamos algo de nuestra parte. Y es una frase muy corriente en l:"Hagamos lo que est de nuestra parte, y Dios suplir lo dems".

    Esto mismo es lo que dice san Jernimo: "A nosotros compete el comenzar, a Dios elterminar; a nosotros, ofrecer lo que podemos; a l hacer lo que no podemos."

    Claramente vemos por estas citas, que han atribuido al hombre, respecto al ejercicio de lavirtud, ms de lo debido, porque pensaban que no se poda suprimir la pereza de nuestra alma,sino convencindonos de que en nosotros nicamente est la causa de no hacer lo quedebiramos. Luego veremos con qu habilidad han tratado este punto. Aunque tambin

    mostraremos cun falsas son estas sentencias que hemos citado. Imprecisin de la enseanza de los Padres. Aunque los doctores griegos, ms que nadie, y

    especialmente san Crisstomo, han pasado toda medida al ensalzar las fuerzas de la voluntad delhombre, sin embargo todos los escritores antiguos, excepto san Agustn, son tan variables ohablan con tanta duda y oscuridad de esta materia, que apenas es posible deducir nada cierto desus escritos. Por lo cual no nos detendremos en exponer sus particulares opiniones, sinosolamente de paso tocaremos lo que unos y otros han dicho, segn lo pida la materia que estamostratando.

    En cuanto a los escritores posteriores, pretendiendo cada uno demostrar su ingenio en defensade las fuerzas humanas, los unos despus de los otros han ido poco a poco cayendo de mal en

    peor, hasta llegar a hacer creer a todo el mundo que el hombre no est corrompido ms que en sunaturaleza sensual, pero que su razn es perfecta, y que conserva casi en su plenitud la libertad dela voluntad. Sin embargo, estuvo en boca de todos, el dicho de san Agustn: "Los dones naturalesse encuentran corrompidos en el hombre, y los sobrenaturales - los que se refieren a la vidaeterna - le han sido quitados del todo." Pero apenas de ciento, uno entendi lo que esto quieredecir. Si yo quisiera simplemente ensear la corrupcin de nuestra naturaleza, me contentara conlas palabras citadas. Pero es en gran manera necesario considerar atentamente qu es lo que le haquedado al hombre y qu es lo que vale y puede, al encontrarse debilitado en todo lo que respectaa su naturaleza, y totalmente despojado de todos los dones sobrenaturales.

    As pues, los que se jactaban de ser discpulos de Cristo se han amoldado excesivamente en

    esta materia a los filsofos. Porque el nombre de "libre arbitrio" ha quedado siempre entre loslatinos como si el hombre permaneciese an en su integridad y perfeccin. Y los griegos no hanencontrado inconveniente en servirse de un trmino mucho ms arrogante', con el cual querandecir que el hombre poda hacer cuanto quisiese.

    Antiguas definiciones del libre albedro. Como quiera, pues, que la misma gente sencilla sehalla imbuida de la opinin de que cada uno goza de libre albedro, y que la mayor parte de losque presumen de sabios no entienden hasta dnde alcanza esta libertad, debemos considerar pri-meramente lo que quiere decir este trmino de libre albedro, y ver luego por la pura doctrina de

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    la Escritura, de qu facultad goza el hombre para obrar bien o mal.

    Aunque muchos han usado este trmino, son muy pocos los que lo han definido. Parece queOrgenes dio una definicin, comnmente admitida, diciendo que el libre arbitrio es la facultadde la razn para discernir el bien y el mal, y de la voluntad para escoger lo uno de lo otro'. Y nodiscrepa de l san Agustn al decir que es la facultad de la razn y de la voluntad, por la cual, con

    la gracia de Dios, se escoge el bien, y sin ella, el mal. San Bernardo, por querer expresarse conmayor sutileza, resulta ms oscuro al decir que es un consentimiento de la voluntad por la liber-tad, que nunca se puede perder, y un juicio indeclinable de la razn2. No es mucho ms clara ladefinicin de Anselmo segn la cual es una facultad de guardar rectitud a causa de s misma 3.Por ello, el Maestro de las Sentencias y los doctores escolsticos han preferido la definicin desan Agustn, por ser ms clara y no excluir la gracia de Dios, sin la cual saban muy bien que lavoluntad del hombre no puede hacer nada 4 . Sin embargo aadieron algo por s mismos,creyendo decir algo mejor, o al menos algo con lo que se entendiese mejor lo que los otroshaban dicho. Primeramente estn de acuerdo en que el nombre de "albedro" se debe referir antetodo a la razn, cuyo oficio es discernir entre el bien y el mal; y el trmino "libre---, a lavoluntad, que puede decidirse por una u otra alternativa. Por tanto, como la libertad conviene enprimer lugar a la voluntad, Toms de Aquino piensa que una definicin excelente es: "el librealbedro es una facultad electiva que, participando del entendimiento y de la voluntad, se inclinasin embargo ms a la voluntad"'. Vemos, pues, en qu se apoya, segn l, la fuerza del librearbitrio, a saber, en la razn y en la voluntad. Hay que ver ahora brevemente qu hay que atribuira cada una de ambas partes.

    5. De la potencia del libre arbitrio. Distinciones

    Por lo comn las cosas indiferentes6, que no pertenecen al reino de Dios, se suelen atribuir alconsejo y eleccin de los hombres; en cambio, la verdadera justicia suele reservarse a la gracia

    especial de Dios y a la regeneracin espiritual. Queriendo dar a entender esto, el autor del librotitulado De la vocacin de los Gentiles, atribuido a san Ambrosio, distingue tres maneras devoluntad: una sensitiva, otra animal y una tercera espiritual. Las dos primeras dicen que estn enla facultad del hombre, y que la otra es obra del Espritu Santo en l. Despus veremos si esto esverdad o no. Ahora mi propsito es exponer brevemente las opiniones de los otros; no refutarlas.De aqu procede que cuando los doctores tratan del libre albedro no consideren apenas su virtudpor lo que respecta a las cosas externas, sino principalmente en lo que se refiere a la obedienciade la Ley de Dios. Convengo en que esta segunda cuestin es la principal; sin embargo, afirmoque no hay que menospreciar la primera; y confo en que oportunamente probar lo que digo.

    Aparte de esto, en las escuelas de teologa se ha admitido una distincin en la que nombrantres gneros de libertad. La primera es la libertad de necesidad; la segunda, de pecado; la tercera,de miseria. De la primera dicen que por su misma naturaleza est de tal manera arraigada en elhombre, que de ningn modo puede ser privado de ella; las otras dos admiten que el hombre lasperdi por el pecado. Yo acepto de buen grado esta distincin, excepto el que en ella se confundala necesidad con la coaccin. A su tiempo se ver cuanta diferencia existe entre estas dos cosas.

    6. La gracia cooperante de los escolsticos

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    Si se admite esto, es cosa indiscutible que el hombre carece de libre albedro para obrar bien sino le ayuda la gracia de Dios, una gracia especial que solamente se concede a los elegidos, por suregeneracin; pues dejo a un lado a los frenticos que fantasean que la gracia se ofrece a todosindistintamente. Sin embargo, an no est claro si el hombre est del todo privado de la facultadde poder obrar bien, o si le queda alguna, aunque pequea y dbil; la cual por s sola no pueda

    nada, pero con la gracia de Dios logre tambin de su parte hacer el bien. El Maestro de lasSentencias, para exponer esto dice que hay dos clases de gracia necesarias al hombre para hacerloidneo y capaz de obrar bien; a una la llaman operante - que obra -, la cual hace que queramos elbien con eficacia; a la otra cooperante - que obra juntamente -, la cual sigue a la buena voluntadpara ayudarla'. En esta distincin me disgusta que cuando atribuye a la gracia de Dios el hacernosdesear eficazmente lo que es bueno, da a entender que nosotros naturalmente apetecernos dealguna manera lo bueno, aunque nuestro deseo no llegue a efecto. San Bernardo habla casi de lamisma manera, diciendo que toda buena voluntad es obra de Dios; pero que sin embargo, elhombre por su propio impulso puede apetecer esta buena voluntad Pero el Maestro de lasSentencias entendi mal a san Agustn, aunque l piensa que le sigue con su distincin.

    Adems, en el segundo miembro de la distincin hay una duda que me desagrada, porque hadado lugar a una perversa opinin; pues los escolsticos pensaron que, como l dijo que nosotrosobramos juntamente con la segunda gracia, que est en nuestro poder, o destruir la primera graciarechazndola, o confirmarla obedeciendo. Esto mismo dice el autor del libro titulado De lavocacin de los gentiles,pues dice que los que tienen uso de razn son libres para apartarse de lagracia, de tal manera que hay que reputarles como virtud el que no se hayan apartado, a fin deque se les impute a mrito aunque no se pudo hacer sin que juntamente actuase el Espritu Santo,pues en su voluntad estaba el que no se llevase a cabo.

    He querido notar de paso estas dos cosas, para que el lector entienda en qu no estoy deacuerdo con los doctores escolsticos que han sido ms sanos que los nuevos sofistas que les hanseguido; de los cuales tanto ms me separo cuanto ellos ms se apartaron de la pureza de sus

    predecesores. Sea de esto lo que quiera, con esta distincin comprendemos qu es lo que les hamovido a conceder al hombre el libre albedro. Porque, en conclusin, el Maestro de lasSentencias dice que no se afirma que el hombre tenga libre albedro porque sea capaz de pensar ohacer tanto lo bueno como lo malo, sino solamente porque no est coaccionado a ello y sulibertad no se ve impedida, aunque nosotros seamos malos y siervos del pecado y no podamoshacer otra cosa sino pecar.

    7. La expresin "libre albedro" es desafortunada y peligrosa

    Segn esto, se dice que el hombre tiene libre albedro, no porque sea libre para elegir lo buenoo lo malo, sino porque el mal que hace lo hace voluntariamente y no por coaccin. Esto esverdad; pero a qu fin atribuir un ttulo tan arrogante a una cosa tan intrascendente? Donosalibertad, en verdad, decir que el hombre no se ve forzado a pecar, sino que de tal manera esvoluntariamente esclavo, que su voluntad est aherrojada con las cadenas del pecado!Ciertamente detesto todas estas disputas por meras palabras, con las cuales la Iglesia se ve sinmotivo perturbada; y por eso ser siempre del parecer que se han de evitar los trminos en losque se contiene algo absurdo, y principalmente los que dan ocasin de error. Pues bien, quin alor decir que el hombre tiene libre arbitrio no concibe al momento que el hombre es seor de su

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    entendimiento y de su voluntad, con potestad natural para inclinarse a una u otra alternativa?

    Mas quizs alguno diga que este peligro se evita si se ensea convenientemente al pueblo ques lo que ha de entender por la expresin "libre albedro". Yo por el contrario afirmo, queconociendo nuestra natural inclinacin a la mentira y la falsedad, ms bien encontraremosocasin de afianzarnos ms en el error por motivo de una simple palabra, que de instruirnos en la

    verdad mediante una prolija exposicin de la misma. Y de esto tenemos harta experiencia en laexpresin que nos ocupa. Pues sin hacer caso de las aclaraciones de los antiguos sobre la misma,los que despus vinieron, preocupndose nicamente de cmo sonaban las palabras, han tomadode ah ocasin para ensoberbecerse, destruyndose a si mismos con su orgullo.

    8. La correcta opinin de san Agustn

    Y si hemos de atender a la autoridad de los Padres, aunque es verdad que usan muchas vecesesta expresin, sin embargo nos dicen la estima en que la tienen, especialmente san Agustn, queno duda en llamarlo "siervo"'. Es verdad que en cierto pasaje se vuelve contra los que niegan el

    libre albedro; pero la razn que principalmente da es para que nadie se atreva a negar el arbitriode la voluntad de tal manera que pretenda excusar el pecado. Pero l mismo en otro lugarconfiesa que la voluntad del hombre no es libre sin el Espritu de Dios, pues est sometida a laconcupiscencia, que la tiene cautiva y encadenada'. Y, que despus de que la voluntad ha sidovencida por el pecado en que se arroj, nuestra naturaleza ha perdido la libertad. Y, que elhombre, al usar mal de su libre albedro, lo perdi juntamente consigo mismo. Y que el libre al-bedro est cautivo, y no puede hacer nada bueno4. Y, que no es libre lo que la gracia de Dios noha liberado. Y, que la justicia de Dios no se cumple cuando la Ley la prescribe y el hombre seesfuerza con sus solas energas, sino cuando el Espritu ayuda y la voluntad del hombre, no librepor s misma, sino liberada por Dios, obedece'. La causa de todo esto la expone en dos palabrasen otro lugar diciendo que el hombre en su creacin recibi las grandes fuerzas de su libre

    albedro, pero que al pecar las perdi'. Y en otro lugar, despus de haber demostrado que el librealbedro es confirmado por la gracia de Dios, reprende duramente a los que se lo atribuyenindependientemente de la gracia. "Por qu, pues" - dice -, "esos infelices se atreven aensoberbecerse del libre arbitrio antes de ser liberados, o de sus fuerzas, despus de haberlo sido?No se dan cuenta de qi4e con esta expresin de libre albedro se significa la libertad. Ahora bien,"donde est el Espritu del Seor, all hay libertad" (2Cor. 3,17). Si, pues, son siervos del pecado,para qu se jactan de su libre albedro?; porque cada cual es esclavo de aquel que lo ha vencido.Mas, si son liberados, por qu gloriarse de ello como de cosa propia? Es que son de tal maneralibres, que no quieren ser siervos de aquel que dice: sin m no podis hacer nadaT18 Qu ms?Si el mismo san Agustn en otro lugar parece que se burla de esta expresin, diciendo: "El librealbedro sin duda alguna es libre, pero no liberado; libre de justicia, pero siervo del pecado" 9. Y

    lo mismo repite en otro lugar, y lo explica diciendo: "El hombre no est libre de la servidumbrede la justicia ms que por el albedro de su voluntad, pero del pecado no se ha liberado ms quepor la gracia del Redentor" 10. El que atestigua que su opinin de la libertad no es otra sino queconsiste en una liberacin de ajusticia, a la cual no quiere servir, no est sencillamenteburlndose del ttulo que le ha dado al llamarla libre albedro?

    Por lo tanto, si alguno quiere usar esta expresin - con tal de que la entienda rectamente - yono me opongo a ello; mas, como al parecer, no es posible su uso sin gran peligro, y, al contrario,

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    sera un gran bien para la Iglesia que fuese olvidada, preferira no usarla; y si alguno me pidieraconsejo sobre el particular, le dira que se abstuviera de su empleo.

    9. Renunciemos al uso de un trmino tan enojoso

    Puede que a algunos les parezca que me he perjudicado grandemente a m mismo al confesarque todos los Doctores de la Iglesia, excepto san Agustn, han hablado de una manera tan dudosay vacilante de esta materia, de tal forma que no se puede deducir nada cierto y concreto de susescritos. Pues algunos tomaran esto como si yo quisiera desestimarlos por serme contrarios. Peroyo no he hecho nada ms que advertir de buena fe y sin engao a los lectores, para su provecho;pues si quieren depender de lo que los antiguos dijeron tocante a esta materia, siempre estarn enduda, pues unas veces, despojando al hombre de las fuerzas del libre albedro le ensean aacogerse a la sola gracia, y otras le atribuyen cierta facultad, o al menos lo parece.

    Sin embargo, no resulta difcil probar con sus escritos que, aunque se vea esa incertidumbre yduda en sus palabras, sin embargo, al no hacer ningn caso o muy poco de las fuerzas del

    hombre, han atribuido todo el mrito de las buenas obras al Espritu Santo. Porque qu otra cosaquiere decir la sentencia de san Cipriano, tantas veces citada por san Agustn, que no debemosgloriarnos de ninguna cosa, pues ninguna es nuestra?' Evidentemente reduce al hombre a la nada,para que aprenda a depender de Dios en todo. Y no es lo mismo lo que dicen Euquerio y sanAgustn, que Cristo es el rbol de la vida, al cual cualquiera que extendiese la mano, vivir; y queel rbol de la ciencia del bien y del mal es el albedro de la voluntad, del cual quienquiera quegustare sin la gracia, morir?' E igualmente lo que dice san Crisstomo, que todo hombrenaturalmente no slo es pecador, sino del todo pecado 3. Si ningn bien es nuestro, si desde lospies a la cabeza el hombre todo es pecado, si ni siquiera es lcito intentar decir de qu vale ellibre albedro, cmo lo ser el dividir entre Dios y el hombre la gloria de las buenas obras?

    Podra citar muchas otras sentencias semejantes a stas de otros Padres; pero para que no secrea que escojo nicamente las que hacen a mi propsito, y que ladinamente dejo a un lado lasque me son contrarias, no citar ms. Sin embargo, me atrevo a afirmar que, aunque ellos algunasveces se pasen de lo justo al ensalzar el libre albedro, sin embargo su propsito es apartar alhombre de apoyarse en su propia virtud, a fin de ensearle que toda su fuerza la debe buscar enDios nicamente. Y ahora pasemos a considerar simplemente lo que, en realidad, de verdad es lanaturaleza del hombre.

    10.Slo el sentimiento de nuestra pobreza nos permite glorificar a Dios y recibir sus gracias

    Me veo obligado a repetir aqu otra vez lo que dije al principio de este captulo, a saber: que

    ha adelantado notablemente en el conocimiento de s mismo, quien se siente abatido yconfundido con la inteligencia de su calamidad, pobreza, desnudez e ignorancia. Porque no haypeligro alguno de que el hombre se rebaje excesivamente, con tal que entienda que en Dios ha derecobrar todo lo que le falta. Al contrario, no puede atribuirse ni un adarme ms de lo que se ledebe, sin que se arruine con una vana confianza y se haga culpable de un grave sacrilegio, alatribuirse a s mismo la honra que slo a Dios se debe. Evidentemente, siempre que nos viene ala mente este ansia de apetecer alguna cosa que nos pertenezca a nosotros y no a Dios, hemos decomprender que tal pensamiento nos es inspirado por el que indujo a nuestros primeros padres a

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    querer ser semejantes a Dios conociendo el bien y el mal. Si es palabra diablica la que ensalza alhombre en s mismo, no debamos darle odos si no queremos tomar consejo de nuestro enemigo.Es cosa muy grata pensar que tenemos tanta fuerza que podemos confiar en nosotros mismos.Pero a fin de que no nos engolosinemos con otra vana confianza, traigamos a la memoria algunasde las excelentes sentencias de que est llena la Sagrada Escritura, en las que se nos humilla

    grandemente.El profeta Jeremas dice: "Maldito el varn que confa en el hombre, y pone carne por su

    brazo" (Jer. 17,5). Y: -(Dios) no se deleita en la fuerza del caballo, ni se complace en la agilidaddel hombre; se complace Jehov en los que le temen, y en los que esperan en su misericordia(Sal.147, 10). Y: "l da esfuerzo al cansado, y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas; losmuchachos se fatigan y se cansan, los jvenes flaquean y caen; pero los que esperan en Jehovtendrn nuevas fuerzas" (ls.40,29-31). Todas estas sentencias tienen por fin que ninguno ponga lamenor confianza en s mismo, si queremos tener a Dios de nuestra parte, pues l resiste a lossoberbios y da su gracia a los humildes (Sant. 4,6).

    Recordemos tambin aquellas promesas: "Yo derramar aguas sobre el sequedal y ros sobre

    la tierra rida" (Is. 44,3). Y: "A todos los sedientos: Venid a las aguas" (Is. 55, l). Todas ellas yotras semejantes, atestiguan que solamente es admitido a recibir las bendiciones divinas el que seencuentra abatido con la consideracin de su miseria. Ni hay que olvidar otros testimonios, comoel de Isaas: El sol nunca ms te servir de luz para el da, ni el resplandor de la luna tealumbrar, sino que Jehov te ser por luz perpetua" (ls.60, 19). Ciertamente, el Seor no quita asus siervos la claridad del sol ni de la luna, sino que, para mostrarse l solo glorioso en ellos, lesquita la confianza aun de aquellas cosas que a nuestro parecer son las ms excelentes.

    11.Testimonio de los padres

    Por esto me ha agradado siempre sobremanera esta sentencia de san Crisstomo: "Elfundamento de nuestra filosofa es la humildad'12. Y ms an aquella de san Agustn, que dice:"Como a Demstenes, excelente orador griego, fuera preguntado cul era el primer precepto de laelocuencia, respondi: La pronunciacin; y el segundo, la pronunciacin; y el tercero, tambin lapronunciacin; e igualmente si me preguntarais cual de los preceptos de la religin cristiana es el primero, cul el segundo, y cul el tercero, os respondera siempre: La humildad' 13. Peroadvirtase que l por humildad no entiende que el hombre, reconociendo en s alguna virtud, noobstante no se ensoberbece por ello, sino que el hombre de tal manera se conozca que noencuentre ms refugio que humillarse ante Dios, como lo expone en otro lugar, diciendo: "Nadiese adule ni se lisonjee; cada uno por s mismo es un demonio; el bien que el hombre tiene, deDios solamente lo tiene. Porque qu tienes de ti sino pecado? Si quieres gloriarte de lo que estuyo, glorate del pecado; porque la justicia es de Dios"'. Y: "A qu presumimos tanto del poderde nuestra naturaleza? Est llagada, herida, atormentada y destruida. Tiene necesidad de ver-dadera confesin, no de falsa defensa'12. Y: "Cuando uno reconoce que no es nada en s mismo yque ninguna ayuda puede esperar de s, sus armas se le rompen y cesa la guerra. Y es necesarioque todas las armas de la impiedad sean destruidas, rotas y quemadas y te encuentres tan desar-mado, que no halles en ti ayuda alguna. Cuanto ms dbil eres por ti mismo, tanto mejor terecibir Dios'13. Por esta razn l mismo, a propsito del Salmo 70, prohibe que recordemosnuestra justicia, a fin de que conozcamos la justicia de Dios, y muestra que Dios nos ensalza su

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    gracia de manera que sepamos que no somos nada, que slo por la misericordia de Dios nosmantenemos firmes, pues por nosotros mismos somos malos.

    As pues, no disputemos con Dios sobre nuestro derecho, como si perdisemos en nuestroprovecho cuanto a l le atribuimos. Porque como nuestra humildad es su encumbramiento, as elconfesar nuestra bajeza lleva siempre consigo su misericordia por remedio. Y no pretendo que el

    hombre ceda sin estar convencido; y que si tiene alguna virtud no la tenga en cuenta, para lograrla verdadera humildad; lo que pido es que, dejando a un lado el amor de s mismo, de suelevacin y ambicin - sentimientos que le ciegan y le llevan a sentir de si mismo ms de loconveniente - se contemple como debe en el verdadero espejo de la Escritura.

    12. Abolicin de los dones sobrenaturales

    Me agrada mucho aquella sentencia de san Agustn, que comnmente se cita: "Los donesnaturales estn corrompidos en el hombre por el pecado, y los sobrenaturales los ha perdido deltodo." Por lo segundo entienden la luz de la fe y la justicia, las cuales bastan para alcanzar la vida

    eterna y la felicidad celestial. As que el hombre, al abandonar el reino de Dios, fue tambinprivado de los dones espirituales con los que haba sido adornado para alcanzar la vida eterna. Dedonde se sigue que est de tal manera desterrado del reino de Dios, que todas las cosasconcernientes a la vida bienaventurada del alma estn en l muertas, hasta que por la gracia de laregeneracin las vuelva a recobrar; a saber: la fe, el amor de Dios, la caridad con el prjimo, eldeseo de vivir santa y justamente. Y como quiera que todas estas cosas nos son restituidas porCristo, no se deben reputar propias de nuestra naturaleza, sino procedentes de otra parte. Porconsiguiente, concluimos que fueron abolidas.

    Corrupcin de los dones naturales. Adems de esto, se le quit tambin al hombre laintegridad del entendimiento y la rectitud del corazn. 1 esto es lo que llamamos corrupcin delos dones naturales. Porque, aun que es verdad que nos ha quedado algo de entendimiento y dejuicio como tambin de voluntad, sin embargo no podemos decir que nuestro entendimiento estsano y perfecto, cuando es tan dbil y est tan en vuelto en tinieblas. En cuanto a la voluntad,bien sabemos cuanta maldad hay en ella. Como la razn, con la cual el hombre distingue entre elbien y el mal, y juzga y entiende, es un don natural, no pudo perderse de todo; pero ha sido enparte debilitada, y en parte daada, de tal manera que lo que se ve de ella no es ms que una ruinadesfigurada.

    En este sentido dice san Juan que la luz luce en las tinieblas, ms que no es comprendida porellas (Jn. 1, 5). Con las cuales palabras se ven claramente ambas cosas; que en la naturalezahumana, por ms pervertida y degenerada que est, brillan ciertos destellos que demuestran queel hombre participa de la razn y se diferencia de las fieras brutas puesto que tiene

    entendimiento; pero, a su vez, que esta luz est tan sofocada por una oscuridad tan densa deignorancia, que no puede mostrar su eficacia. Igualmente la voluntad, como es del todoinseparable de la naturaleza humana, no se perdi totalmente; pero se encuentra de tal maneracogida y presa de sus propios apetitos, que no puede apetecer ninguna cosa buena.

    Es sta una definicin perfecta, pero hay que explicarla ms detalladamente.

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    A. CORRUPCIN DE LA INTELIGENCIA

    A fin de que la disquisicin presente se desarrolle ordenadamente de acuerdo con la distincinque antes establecimos en el alma del hombre, de entendimiento y voluntad, es necesario queprimeramente examinemos las fuerzas del entendimiento.

    Decir que el entendimiento est tan ciego, que carece en absoluto de inteligencia respecto atodas las cosas del mundo, repugnara, no slo a la Palabra de Dios, sino tambin a la experienciade cada da. Pues vemos que en la naturaleza humana existe un cierto deseo de investigar laverdad, hacia la cual no sentira tanta inclinacin si antes no tuviese gusto por ella. Es, pues, yaun cierto destello de luz en el espritu del hombre este natural amor a la verdad; cuyomenosprecio en los animales brutos prueba que son estpidos y carecen de entendimiento y derazn. Aunque este deseo, aun antes de comenzar a obrar, ya decae, pues luego da consigo en lavanidad. Porque el entendimiento humano, a causa de su rudeza, es incapaz de ir derecho enbusca de la verdad, y anda vagando de un error a otro, como quien va a tientas en la oscuridad y acada paso tropieza, hasta que desaparece aqulla; as, l, al investigar la verdad deja ver cunta essu ineptitud para lograrlo.

    Tiene adems otro defecto bien notable, y consiste en que muchas veces no sabe determinar aqu deba aplicarse. Y as con desenfrenada curiosidad se pone a buscar las cosas superfluas y sinvalor alguno; y en cambio, las importantes no las ve, o pasa por ellas despreciativamente. Enverdad, raramente sucede que se aplique a conciencia. Y, aunque todos los escritores paganos sequejan de este defecto, casi todos han cado en l. Por eso Salomn en su Eclesiasts, despus decitar las cosas en que se ejercitan los hombres creyndose muy sabios, concluye finalmente quetodos ellos son frvolos y vanos.

    13.La inteligencia de las cosas terrenas y de las cosas del cielo

    Sin embargo, cuando el entendimiento del hombre se esfuerza en conseguir algo, su esfuerzono es tan en vano que no logre nada, especialmente cuando se trata de cosas inferiores.Igualmente, no es tan estpido y tonto que no sepa gustar algo de las cosas celestiales, aunque esmuy negligente en investigarlas. Pero no tiene la misma facilidad para las unas que para las otras.Porque, cuando se quiere elevar sobre las cosas de este mundo, entonces sobre todo aparece suflaqueza. Por ello, a fin de comprender mejor hasta dnde puede llegar en cada cosa, sernecesario hacer una distincin, a saber: que la inteligencia de las cosas terrenas es distinta de lainteligencia de las cosas celestiales.

    Llamo cosas terrenas a las que no se refieren a Dios, ni a su reino, ni a la verdadera justicia y bienaventuranza de la vida eterna, sino que estn ligadas a la vida presente y en cierto modoquedan dentro de sus lmites. Por cosas celestiales entiendo el puro conocimiento de Dios, laregla de la verdadera justicia y los misterios del reino celestial.

    1.Bajo la primera clase se comprenden el gobierno del Estado, la direccin de la propiafamilia, las artes mecnicas y liberales. A la segunda hay que referir el conocimiento de Dios y desu divina voluntad, y la regla de conformar nuestra vida con ella.

    a.El orden social. En cuanto a la primera especie hay que confesar que como el hombre es porsu misma naturaleza sociable, siente una inclinacin natural a establecer y conservar la

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    compaa de sus semejantes. Por esto vemos que existen ideas generales de honestidad y deorden en el entendimiento de todos los hombres. Y de aqu que no haya ninguno que nocomprenda que las agrupaciones de hombres han de regirse por leyes, y no tenga algn principiode las mismas en su entendimiento. De aqu procede el perpetuo consentimiento, tanto de lospueblos como de los individuos, en aceptar las leyes, porque naturalmente existe en cada uno

    cierta semilla de ellas, sin necesidad de maestro que se las ensee.A esto no se oponen las disensiones y revueltas que luego nacen, por querer unos que se

    arrinconen todas las leyes, y no se las tenga en cuenta, y que cada uno no tenga ms ley que suantojo y sus desordenados apetitos, como los ladrones y salteadores; o que otros - comocomnmente sucede - piensen que es injusto lo que sus adversarios han ordenado como bueno yjusto, y, al contrario, apoyen lo que ellos han condenado. Porque los primeros, no aborrecen lasleyes por ignorar que son buenas y santas, sino que, llevados de sus desordenados apetitos,luchan contra la evidencia de la razn; y lo que aprueban en su entendimiento, eso mismo loreprueban en su corazn, en el cual reina la maldad. En cuanto a los segundos, su oposicin no seenfrenta en absoluto al concepto de equidad y de justicia de que antes hablbamos. Porqueconsistiendo su oposicin simplemente en determinar qu leyes sern mejores, ello es seal deque aceptan algn modo de justicia. En lo cual aparece tambin la flaqueza del entendimientohumano, que incluso cuando cree ir bien, cojea y va dando traspis. Sin embargo, permanececierto que en todos los hombres hay cierto germen de orden poltico; lo cual es un granargumento de que no existe nadie que no est dotado de la luz de la razn en cuanto al gobiernode esta vida.

    14.b. Las artes mecnicas y liberales

    En cuanto a las artes, as mecnicas como liberales, puesto que en nosotros hay cierta aptitudpara aprenderlas, se ve tambin por ellas que el entendimiento humano posee alguna virtud. Y

    aunque no todos sean capaces de aprenderlas, sin embargo, es prueba suficiente de que el enten-dimiento humano no est privado de tal virtud, el ver que apenas existe hombre alguno quecarezca de cierta facilidad en alguna de las artes. Adems no slo tiene virtud y facilidad paraaprenderlas, sino que vemos a diario que cada cual inventa algo nuevo, o perfecciona lo que losotros le ensearon. En lo cual, aunque Platn se enga pensando que esta comprensin no erams que acordarse de lo que el alma saba ya antes de entrar en el cuerpo, sin embargo la raznnos fuerza a confesar que hay como cierto principio de estas cosas esculpido en el entendimientohumano.

    Estos ejemplos claramente demuestran que existe cierto conocimiento general delentendimiento y de la razn, naturalmente impreso en todos los hombres; conocimiento tanuniversal, que cada upo en particular debe reconocerlo como una gracia peculiar de Dios. A estereconocimiento nos incita suficientemente el mismo autor de la naturaleza creando seres locos ytontos, en los cuales representa, como en un espejo, cul sera la excelencia del alma del hombre,si no estuviera iluminada por Su luz; la cual, si bien es natural a todos, sin embargo no deja deser un don gratuito de su liberalidad para con cada uno en particular.

    Adems, la invencin misma de las artes, el modo y el orden de ensearlas, el penetrarlas yentenderlas de verdad - lo cual consiguen muy pocos - no son prueba suficiente para conocer elgrado de ingenio que naturalmente poseen los hombres; sin embargo, como quiera que son

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    comunes a buenos y a malos, con todo derecho hay que contarlos entre los dones naturales.

    15.Cuanto produce la inteligencia proviene de las gracias recibidas por la naturalezahumana

    Por lo tanto, cuando al leer los escritores paganos veamos en ellos esta admirable luz de laverdad que resplandece en sus escritos, ello nos debe servir como testimonio de que elentendimiento humano, por ms que haya cado y degenerado de su integridad y perfeccin, sinembargo no deja de estar an adornado y enriquecido con excelentes dones de Dios. Sireconocemos al Espritu de Dios por nica fuente y manantial de la verdad, no desecharemos nimenospreciaremos la verdad donde quiera que la hallremos; a no ser que queramos hacer unainjuria al Espritu de Dios, porque los dones del Espritu no pueden ser menospreciados sin quel mismo sea menospreciado y rebajado.

    Cmo podremos negar que los antiguos juristas tenan una mente esclarecida por la luz de laverdad, cuando constituyeron con tanta equidad un orden tan recto y una poltica tan justa?

    Diremos que estaban ciegos los filsofos, tanto al considerar con gran diligencia los secretos dela naturaleza, como al redactarlos con tal arte? Vamos a decir que los que inventaron el arte dediscutir y nos ensearon a hablar juiciosamente, estuvieron privados de juicio? Que los queinventaron la medicina fueron unos insensatos? Y de las restantes artes, pensaremos que no sonms que desvaros? Por el contrario, es imposible leer los libros que sobre estas materiasescribieron los antiguos, sin sentimos maravillados y llenos de admiracin. Y nos llenaremos deadmiracin, porque nos veremos forzados a reconocer la sabidura que en ellos se contiene.Ahora bien, creeremos que existe cosa alguna excelente y digna de alabanza, que no proceda deDios? Sintamos vergenza de cometer tamaa ingratitud, en la cual ni los poetas paganosincurrieron; pues ellos afirmaron que la filosofa, las leyes y todas las artes fueron inventadas porlos dioses. Si, pues, estos hombres, que no tenan ms ayuda que la luz de la naturaleza, han sido

    tan ingeniosos en la inteligencia de las cosas de este mundo, tales ejemplos deben ensearnoscuntos son los dones y gracias que el Seor ha dejado a la naturaleza humana, aun despus deser despojada del verdadero y sumo bien.

    16. Aunque corrompidas, esas gracias de naturaleza son dones del Espritu Santo

    Sin embargo, no hay que olvidar que todas estas cosas son dones excelentes del EsprituSanto, que dispensa a quien quiere, para el bien del gnero humano. Porque si fue necesario queel Espritu de Dios inspirase a Bezaleel y Aholiab la inteligencia y arte requeridos para fabricar eltabernculo (x. 31,2; 35, 30-34), no hay que maravillarse si decimos que el conocimiento de lascosas ms importantes de la vida nos es comunicado por el Espritu de Dios.

    Si alguno objeta: qu tiene que ver el Espritu de Dios con los impos, tan alejados de Dios?,respondo que, al decir que el Espritu de Dios reside nicamente en los fieles, ha de entendersedel Espritu de santificacin, por el cual somos consagrados a Dios como templos suyos. Peroentre tanto, Dios no cesa de llenar, vivificar y mover con la virtud de ese mismo Espritu a todassus criaturas; y ello conforme a la naturaleza que a cada una de ellas le dio al crearlas. Si, pues,Dios ha querido que los infieles nos sirviesen para entender la fsica, la dialctica, lasmatemticas y otras ciencias, sirvmonos de ellos en esto, temiendo que nuestra negligencia sea

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    castigada si despreciamos los dones de Dios doquiera nos fueren ofrecidos.

    Mas, para que ninguno piense que el hombre es muy dichoso porque le concedemos esta granvirtud de comprender las cosas de este mundo, hay que advertir tambin que toda la facultad queposee de entender, y la subsiguiente inteligencia de las cosas, son algo ftil y vano ante Dios,cuando no est fundado sobre el firme fundamento de la verdad. Pues es muy cierta la citada

    sentencia de san Agustn, que el Maestro de las Sentencias y los escolsticos se vieron forzados aadmitir, segn la cual, al hombre le fueron quitados los dones gratuitos despus de su cada; y losnaturales, que le quedaban, fueron corrompidos. No que se puedan contaminar por proceder deDios, sino que dejaron de estar puros en el hombre, cuando l mismo dej de serlo, de tal maneraque no se puede atribuir a si mismo ninguna alabanza.

    17. La gracia general de Dios limita la corrupcin de la naturaleza

    Concluyendo: En toda la especie humana se ve que la razn es propia de nuestra naturaleza, lacual nos distingue de los animales brutos como ellos se diferencian por los sentidos de las cosas

    inanimadas Porque el que algunos nazcan locos o estpidos no suprime la gracia universal deDios; antes bien, tal espectculo debe incitarnos a atribuir lo que tenemos de ms a una granliberalidad de Dios. Porque si l no nos hubiera preservado, la cada de Adn hubiera destruidotodo cuanto nos haba sido dado.

    En cuanto a que unos tienen el entendimiento ms vivo, otros mejor, juicio, o mayor rapidezpara aprender algn arte, con esta variedad Dios nos da a conocer su gracia, para que ninguno seatribuya nada como cosa propia, pues todo proviene de la mera liberalidad de Dios. Pues porqu uno es ms excelente que otro, sino para que la gracia especial de Dios tenga preeminenciaen la naturaleza comn, dando a entender que al dejar a algunos atrs, no est obligada aninguno? Ms an, Dios inspira actividades particulares a cada uno, conforme a su vocacin. Deesto vemos numerosos ejemplos en el libro de los Jueces, en el cual se dice que el Seor revistid su Espritu a los que l llamaba para regir a su pueblo (6,34). En resumen, en todas las cosasimportantes hay algn impulso particular. Por esta causa muchos hombres valientes, cuyo cora-zn Dios haba tocado, siguieron a Sal. Y cuando le comunican que Dios quiere ungirlo rey,Samuel le dice: "El Espritu de Jehov vendr sobre ti con poder... y sers mudado en otrohombre" (1Sm. 10, 6). Esto se extiende a todo el tiempo de su reinado, como se dice luego deDavid que "desde aquel da en adelante (el de su uncin) el Espritu de Jehov vino sobre David"(1 Sin. 16,13).

    Y lo mismo se ve en otro lugar respecto a estos impulsos particulares. Incluso Homero diceque los hombre tienen ingenio, no solamente segn se lo dio Jpiter a cada uno, sino tambinsegn como le gua cada da'. Y la experiencia nos ensea, cuando los ms ingeniosos se hallan

    muchas veces perplejos, que los entendimientos humanos estn en manos de Dios, el cual losrige en cada momento. Por esto se dice que Dios quita el entendimiento a los prudentes, parahacerlos andar descaminados por lugares desiertos (Sal. 107,40). Sin embargo, no dejamos de veren esta diversidad las huellas que an quedan de la imagen de Dios, las cuales diferencian algnero humano de todas las dems criaturas.

    18. 2.Las cosas celestiales. Por nosotros mismos no podemos conocer al verdadero Dios

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    Queda ahora por aclarar qu es lo que puede la razn humana por lo que respecta al reino deDios, y la capacidad que posee para comprender la sabidura celestial, que consiste en tres cosas:(1) en conocer a Dios; (2) su voluntad paternal, y su favor por nosotros, en el cual se apoyanuestra salvacin; (3) cmo debemos regular nuestra vida conforme a las disposiciones de su ley.

    a. No podemos por nosotros mismos conocer al verdadero Dios. Respecto

    a los dos primeros puntos y especialmente al segundo, los hombres ms inteligentes son tanciegos como topos. No niego que muchas veces se encuentran en los libros de los filsofossentencias admirables y muy atinadas respecto a Dios, pero siempre se ven en ellas confusasimaginaciones. Ciertamente Dios les ha dado como arriba dijimos un cierto gusto de Sudivinidad, a fin de que no pretendiesen ignorancia para excusar su impiedad, y a veces les haforzado a decir sentencias tales, que pudieran convencerles; pero las vieron de tal manera, que nopudieron encaminarse a la verdad, y cunto menos alcanzarla!

    Podemos aclarar esto con ejemplos. Cuando hay tormenta, si un hombre se encuentra de

    noche en medio del campo, con el relmpago ver un buen trecho de espacio a su alrededor, perono ser ms que por un momento y tan de repente, que, antes de que pueda moverse, ya est otravez rodeado por la oscuridad de la noche, de modo que aquella repentina claridad no le sirve paraatinar con el recto camino.

    Adems, aquellas gotitas de verdad que los filsofos vertieron en sus libros con cuntashorribles mentiras no estn mezcladas! Y finalmente, la certidumbre de la buena voluntad deDios hacia nosotros -sin la cual por necesidad el entendimiento del hombre se llena de confusin- ni siquiera les pas por el pensamiento. Y as, nunca pudieron acercarse a esta verdad niencaminarse a ella, ni tomarla por blanco, para poder conocer quin es el verdadero Dios y qu eslo que pide de nosotros.

    19. Testimonio de la Escritura

    Pero como, embriagados por una falsa presuncin, se nos hace muy difcil creer que nuestrarazn sea tan ciega e ignorante para entender las cosas divinas, me parece mejor probar esto conel testimonio de la Escritura, que con argumentos.

    Admirablemente lo expone san Juan cuando dice que desde el principio la vida estuvo enDios, y aquella vida era la luz de los hombres, y que la luz resplandece en las tinieblas, y lastinieblas no la comprendieron (Jn. 1,4-5). Con estas palabras nos da a entender que el alma delhombre tiene en cierta manera algo de luz divina, de suerte que jams est sin algn destello deella; pero que con eso no puede comprender a Dios. Por qu esto? Porque toda su penetracin

    del conocimiento de Dios no es ms que pura oscuridad. Pues al llamar el Espritu Santo a loshombres "tinieblas", los despoja por completo de la facultad del conocimiento espiritual. Por estoafirma que los fieles que reciben a Cristo "no son engendrados de sangre, ni de voluntad decarne, ni de voluntad de varn, sino de Dios" (Jn. 1, 13). Como si dijese que la carne no es capazde tan alta sabidura como es comprender a Dios y lo que a Dios pertenece, sin ser iluminada porel Espritu de Dios. Como el mismo Jesucristo atestigu a san Pedro que se deba a unarevelacin especial del Padre, que l le hubiese conocido (Mt. 16,17).

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    20. Sin regeneracin e iluminacin no podemos reconocer a Dios

    Si estuvisemos persuadidos sin lugar a dudas de que todo lo que e Padre celestial concede asus elegidos por el Espritu de regeneracin 1 falta a nuestra naturaleza, no tendramos respecto a

    esta materia motivo alguno de vacilacin. Pues as habla el pueblo fiel por boca del Profeta"Porque contigo est el manantial de la vida; en tu luz veremos la luz' (Sal. 36,9). Lo mismoatestigua el Apstol cuando dice que "nadie puede llamar a Jess Seor, sino por el EsprituSanto" (1 Cor. 12,3). Ysan Juan Bautista, viendo la rudeza de sus discpulos, exclama que nadie puede recibir nada, si no le fuere dado del cielo (Jn. 3,27). Y que l por "don" entiende unarevelacin especial, y no una inteligencia comn de naturaleza, se ve claramente cuando se quejade que sus discpulos no hablan sacado provecho alguno de tanto como les haba hablado deCristo. Bien veo, dice, que mis palabras no sirven de nada para instruir a los hombres en lascosas celestiales, si Dios no lo hace con su Espritu. Igualmente Moiss, echando en cara alpueblo su negligencia, advierte al mismo tiempo que no pueden entender nada de los misteriosdivinos si el mismo Dios no les concede esa gracia. "Vosotros", dice, "habis visto... las grandes

    pruebas que vieron vuestros ojos, las seales y las grandes maravillas; pero hasta hoy Jehov noos ha dado corazn para entender, ni ojos para ver, ni odos para or" (Dt. 29,2-4). Qu mspodra decir, si les llamara "leos" para comprender las obras de Dios? Por eso el Seor por suprofeta promete como un singular beneficio de su gracia que dara a los israelitas entendimiento para que le conociesen (Jer. 24,7), dando con ello a entender evidentemente, que elentendimiento humano en las cosas espirituales no puede entender ms que en cuanto esiluminado por Dios. Esto mismo lo confirm Cristo con sus palabras, cuando dijo que nadiepuede ir a l sino aquel a quien el Padre lo hubiere concedido (Jn.6,44). No es l la viva imagendel Padre en la cual se nos representa todo el resplandor de su gloria?

    Por ello no poda mostrar mejor cul es nuestra capacidad de conocer a Dios, que diciendoque no tenemos ojos para contemplar su imagen, que con tanta evidencia se nos manifiesta. Nodescendi l a la tierra para manifestar a los hombres la voluntad del Padre? No cumpli fiel-mente su misin? Sin embargo, su predicacin de nada poda aprovechar sin que el maestrointerior, el Espritu, abriera el corazn de los hombres. No va, pues, nadie a l, si no ha odo alPadre y es instruido por l.

    Y en qu consiste este or y aprender? En que el Espritu Santo, con su admirable y singular potencia, hace que los odos oigan y el entendimiento entienda. Y para que no nos suene anovedad, cita el pasaje de Isaas, en el cual Dios, despus de haber prometido la restauracin desu Iglesia, dice que los fieles que l reunir de nuevo sern discpulos de Dios (1s.54,13). Si Dioshabla aqu de una gr