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EL LIBRO DE TEXTO EN LA ENSEÑANZA SECUNDARIA (1845-1905) CARMEN BENSO CALVO (") RESUMEN. Desde el inicio y consolidación del moderno bachillerato a mediados del siglo xix hasta la entrada del siglo XX, el libro de texto representó, en el nivel edu- cativo secundario, no sólo un imprescindible recurso para la enseñanza, tanto desde el punto de vista del alumno como del profesor, sino un extraordinario instrumento al servicio de la política educativa liberal orientada a conseguir la uniformidad de la enseñanza y a garantizar la adecuada formación de las clases medias. Además de su implicación en el currículum escolar de la enseñanza secundaria, el libro de texto está ligado a cuestiones de gran interés en el contexto educativo del siglo como son la po- lémica originada acerca de la libertad de enseñanza y el proceso de profesionalización de los docentes. El presente artículo se centra en el análisis de la intervención del es- tado en lo que concierne a los manuales y programas del bachillerato decimonónico e incide en los principales problemas originados en torno a este importante instru- mento didáctico. INTRODUCCIÓN En la última década se constata un interés creciente por el estudio de los libros esco- lares, una fuente de gran potencialidad en el campo histórico educativo que en Espa- ña estaba todavía casi sin explorar'. Los trabajos se iniciaron a comienzos de los noventa siguiendo de cerca las pautas de la investigación sobre manuales escola- res realizada en el ámbito francés'. En 1992 (*) Universidad de Vigo. (1) En 1994 José María Hernández Díaz hacía una revisión bibliográfica sobre el tema y advertía que en España nos encontrábamos por aquellas fechas en una fase incipiente del tratamiento adecuado que merecía el manual escolar, «al menos si establecemos una elemental comparación con lo que sucede en otros países de nuestro entorno, como es el caso de Francia» (José María HERNÁNDEZ: «Espacios escolares, contenidos, manua- les y métodos de enseñanza», en Jean Louis GUERENA, Julio RUIZ BERRIO, Alejandro TIANA FERRER (Eds.): His- toria de la educación en la España contemporánea. Diez años de investigación. CI DE, Ministerio de Educación y Ciencia, 1994, p. 204). (2) Nos referimos, fundamentalmente, al programa EMMANUELLE iniciado hace un par de décadas por el Servicio de historia de la educación del Instituto nacional de investigación pedagógica (INRP). Véase Alain CHOPPIN (Ed.): Le Thesaurus Emmanuelle sur les manuels scolaires, Paris, INRP, 1991, y Les manuels scolai- res en France de 17893 nos jours, 7. Bilan des études et recherches, Paris, I N RP, 1995. El primer trabajo que apare- Revista de Educación, núm. 323 (2000), pp. 43-66 43 Fecha de entrada: 29-3-2000 Fecha de aceptación: 30-10-2000

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EL LIBRO DE TEXTO EN LA ENSEÑANZA SECUNDARIA (1845-1905)

CARMEN BENSO CALVO (")

RESUMEN. Desde el inicio y consolidación del moderno bachillerato a mediadosdel siglo xix hasta la entrada del siglo XX, el libro de texto representó, en el nivel edu-cativo secundario, no sólo un imprescindible recurso para la enseñanza, tanto desdeel punto de vista del alumno como del profesor, sino un extraordinario instrumentoal servicio de la política educativa liberal orientada a conseguir la uniformidad de laenseñanza y a garantizar la adecuada formación de las clases medias. Además de suimplicación en el currículum escolar de la enseñanza secundaria, el libro de texto estáligado a cuestiones de gran interés en el contexto educativo del siglo como son la po-lémica originada acerca de la libertad de enseñanza y el proceso de profesionalizaciónde los docentes. El presente artículo se centra en el análisis de la intervención del es-tado en lo que concierne a los manuales y programas del bachillerato decimonónicoe incide en los principales problemas originados en torno a este importante instru-mento didáctico.

INTRODUCCIÓN

En la última década se constata un interéscreciente por el estudio de los libros esco-lares, una fuente de gran potencialidad en

el campo histórico educativo que en Espa-ña estaba todavía casi sin explorar'.

Los trabajos se iniciaron a comienzosde los noventa siguiendo de cerca las pautasde la investigación sobre manuales escola-res realizada en el ámbito francés'. En 1992

(*) Universidad de Vigo.

(1) En 1994 José María Hernández Díaz hacía una revisión bibliográfica sobre el tema y advertía que enEspaña nos encontrábamos por aquellas fechas en una fase incipiente del tratamiento adecuado que merecía elmanual escolar, «al menos si establecemos una elemental comparación con lo que sucede en otros países denuestro entorno, como es el caso de Francia» (José María HERNÁNDEZ: «Espacios escolares, contenidos, manua-les y métodos de enseñanza», en Jean Louis GUERENA, Julio RUIZ BERRIO, Alejandro TIANA FERRER (Eds.): His-toria de la educación en la España contemporánea. Diez años de investigación. CI DE, Ministerio de Educación yCiencia, 1994, p. 204).

(2) Nos referimos, fundamentalmente, al programa EMMANUELLE iniciado hace un par de décadaspor el Servicio de historia de la educación del Instituto nacional de investigación pedagógica (INRP). VéaseAlain CHOPPIN (Ed.): Le Thesaurus Emmanuelle sur les manuels scolaires, Paris, INRP, 1991, y Les manuels scolai-res en France de 17893 nos jours, 7. Bilan des études et recherches, Paris, I N RP, 1995. El primer trabajo que apare-

Revista de Educación, núm. 323 (2000), pp. 43-66 43Fecha de entrada: 29-3-2000 Fecha de aceptación: 30-10-2000

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se pone en marcha el programa MANES(Manuales escolares españoles), un proyec-to interuniversitario e interdisciplinarioimpulsado por el Departamento de Histo-ria de la educación y Educación compara-da de la UNED, dirigido a catalogar losmanuales de enseñanza primaria y secun-daria producidos en la España contempo-ránea, y a impulsar la investigación centra-da en los libros escolares'. Fruto delestímulo que ha recibido esta línea de in-vestigación han sido dos encuentros coor-dinados por investigadores principales delprograma MANES (Madrid, 1996, Sevi-lla, 1977) 4 y un buen número de publica-ciones entre las que sobresale la dirigidapor Agustín Escolano, en dos volúmenes,con el título de Historia ilustrada del libroescolar en España (Madrid, Fundación Ger-mán Sánchez Ruipérez, 1997 y 1998).

Al mismo tiempo, el libro de texto seha consolidado como una fuente impor-tante para el estudio del currículum esco-

lar. Prueba de ello son interesantes mono-grafías publicadas en los últimos años, pro-cedentes, en su mayor parte, del campo dela historia de las distintas disciplinas cientí-ficas y académicas'. Mientras el colectivode historiadores de la educación ha centra-do preferentemente su investigación en loslibros relativos a la enseñanza primaria, loshistoriadores de algunas disciplinas parti-culares, especialmente los de historia y geo-grafía, han polarizado sus trabajos hacia elanálisis de las obras destinadas a la ense-ñanza de las correspondientes disciplinasen el Bachillerato y universidad.

Nuestro estudio pretende centrar laatención sobre el libro de texto en la ense-ñanza secundaria desde el inicio y consoli-dación del moderno Bachillerato, a me-diados del siglo xix, hasta la entrada delsiglo xx. En ese período, en lo que con-cierne a uno de los instrumentos materia-les más significativos de este nivel de ense-ñanza, el libro de texto, se pasa:

ce en España siguiendo el modelo de análisis del INRP de París sobre la producción de obras escolares, es el deBernat SUREDA GARCÍA, Jordi VALLESPIR SOLER y Elies ALLES PONS: La producción de obras escolares en Baleares(1775-1975). Palma, Universitat de les Illes Balears, 1992.

(3) Sobre los objetivos concretos del programa MANES véase la información aportada por FedericoGÓMEZ: LE PROGRAMME MANES: «Les manuels scolaires dans l'Espagne contemporaine (1808-1990)»,Histoire de !Education, número monográfico sobre L'énseignement en Espagne XVIe-XXe sikles sous la directionde Jean-Louis Guereña. Service d'histoire de l'education, INRP, 1998, pp. 258-263. Para dar a conocer los tra-bajos generados por el Proyecto MANES la UNED ha iniciado la serie «Proyecto Manes» en la que hasta el mo-mento se ha publicado el trabajo de José Luis VILIAIAN BENITO: Manuales escolares en España. Tomo I. Legisla-ción (1812-1939). Madrid, Universidad Nacional de Educación a Distancia (Serie «Proyecto Manes»), 1997.Esta recopilación de la legislación sobre manuales escolares nos ha sido de gran utilidad para la elaboración delpresente trabajo.

(4) I Simposio Manes: El libro escolar reflejo de influencias pedagógicas e intenciones políticas. Madrid, Fa-cultad de Educación. UNED, junio de 1996. II Encuentro internacional Manes: Los manuales de texto en la en-señanza secundaria (1812-1990). Sevilla, Facultad de Ciencias de la Educación, Universidad de Sevilla, diciem-bre de 1997. Las actas de ambos encuentros están en vías de publicación.

(5) Véanse, entre otros, los trabajos de Antonio HEREDIA SORIANO: Política docente y filosofia oficial en laEspaña de/sigla XIX. La era isabelina (1833-1868). Salamanca, ICE-Universidad de Salamanca, 1982; HoracioCAREL SÁEZ y otros: Geografia para todos. La geografla en la Enseñanza española durante ka segunda mitad del sigloXIX Barcelona, Libros de la Frontera, 1985; Horacio CAREL, Jordi Sot.É, Luis URTEAGA: El libro de Geografía enEspaña (1800-1939). Barcelona, Universidad de Barcelona (Geocrítica. Textos de apoyo)-CSIC, 1988; Rai-mundo CUESTA FERNÁNDEZ: Sociogénesis de una disciplina escolar: la Historia, Barcelona; Pomares-Corredor,1997, y ato en lis aulas: la enseñanza de La historia en España entre reformas, ilusiones y rutinas. Madrid, Akal,1998; Carmen BENSO CALVO: Controlar y distinguir. La enseñanza de la urbanidad en las escuelas del siglo XIXVigo, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Vigo, 1997.

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• De la suma escasez a la abundanciade manuales para el conjunto de lasasignaturas del Bachillerato.

• Del rígido control de los libros detexto por el Estado, a través del sis-tema de listas, a la práctica libertaden la utilización de manuales, so-metidos, eso sí, al cuestionario ofi-cial de carácter único.

• De la obligación por parte delalumno de adquirir el libro de tex-to señalado por el profesor, a la li-bertad para estudiar por el texto ymodo que el alumno estimara con-veniente.

• De las necesarias traducciones yadaptaciones de textos extranjeros,a la proliferación de productos tex-tuales de carácter nacional elabora-dos por el profesorado de los insti-tutos.

• De la inadecuación científica y di-dáctica de los primeros y escasosmanuales, a los abusos en la exten-sión y en el precio de los libros de laépoca de entresiglos.

• En todo este período el libroconstituyó el centro de la activi-dad docente en la enseñanza se-cundaria, y la imposición del tex-to por el profesor, a pesar de lanormativa de finales de siglo diri-gida a prohibirlo, fue un hechocontinuado.

APROXIMACIÓN AL CONCEPTO DELIBRO DE TEXTO EN LA ENSEÑANZASECUNDARIA

En el conjunto de los libros escolares, estoes, aquellos libros escritos con la inten-ción, más o menos explícita, según lasépocas, de servir de soporte escrito a la en-señanza de una disciplina, el «libro de tex-to» representa un tipo concreto de losmismos, sin duda el más importante en elnivel educativo secundario'. Pero, ¿qué seentiende por libro texto? Con tal denomi-nación se alude a aquellos libros destina-dos a la enseñanza, que, refiriéndose a unprograma preciso, presentan al alumno elcontenido de este programa según unaprogresión claramente definida y bajo laforma de lecciones o secuencias7.

En lo que concierne a la enseñanzasecundaria del siglo XIX, el libro de textohace referencia a un instrumento didácti-co, elaborado según un método preciso,que, respondiendo a un programa deter-minado, pretende garantizar la enseñan-za conforme a los adelantos de la cienciay la idoneidad de las doctrinas. Invaria-blemente la obra destinada a servir detexto en el Bachillerato supone una guíaindispensable para el alumno en orden aseguir las explicaciones del profesor ypreparar los exámenes, y una referenciaobligada del docente para impartir suasignatura. Una buena aproximación alconcepto de libro de texto la ofrecía el

(6) Hay autores que sostienen que en español no existe delimitación precisa en la terminología emplea-da, utilizándose indistintamente denominaciones diversas como «libros de texto», «libros escolares», «libros ele-mentales» o «manuales escolares» (vid. Manuel DE PUELLES y Alejandro TIANA: «Les manuels scolaires dansl'Espagne contemporaine», Histoire de 'Education, número monográfico sobre L'enseignement en EspagneXVf-XX` siecles bajo la dirección de Jean Louis Guereña, 1988, p. 109). De hecho, en los trabajos elaborados so-bre el tema —bien es cierto que en su mayoría relativos a la enseñanza primaria—, comprobamos que los autoresemplean indistintamente los términos mencionados. Tal vez ello responde a la variedad de libros destinados a laenseñanza primaria —libros de lectura, catecismos, enciclopedias, libros de ejercicios, libros del maestro...— Noes el caso de la segunda enseñanza en la que el predominio, casi absoluto, lo representan los llamados «libros detexto».

(7) El concepto está tomado de Alain CHOPPIN: Manuels scolaires: histoire et actualité. París, Hachette,1992, p. 16.

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Consejo de Instrucción Pública en elInforme emitido con motivo de la apro-bación de listas de libros de texto en1846. En él, por primera vez los conseje-ros precisaban las características que de-bían presentar las obras destinadas a ser-vir de texto en la enseñanza:

Las obras textuales deben contener la parteelemental de la materia que forma el objetode la asignatura, con claridad, buen métodoy exactitud; reunir el complemento de no-ciones que alcance la ciencia en nuestrosdías; ser de una extensión proporcionada alnúmero de lecciones que de la materia hande darse; presentar las diferentes partes deuna ciencia dividida con arreglo a las diver-sas asignaturas en que han de estudiarse, ycomprender con la debida separación lasmaterias de las dos o más que se explican enun mismo curso".

Como ha observado Agustín Escola-no, esta definición denota una directa vin-culación del currículum con el texto. Laobra textual no sólo vincula el contenidode la instrucción, esto es, (la parte ele-mental de la materia», sino que además esexpresión de la ratio didáctica, es decir,del método. Ello significa que todo ma-nual, «a diferencia de otras publicaciones,ha de presentar la materia que trata con«claridad, buen método y exactitud», ade-cuándola en extensión al «número de lec-ciones» que componen el curso y segmen-tándola con criterios de división y

separación concordados con todo el ordencurricular y su proceso de desarrollo».

Que el libro representa en el nivel se-cundario no sólo un imprescindible re-curso para la enseñanza, tanto desde elpunto cíe vista del alumno como del pro-fesor, sino un extraordinario instrumentoal servicio de la política educativa liberalorientada a conseguir la uniformidad de laenseñanza y a garantizar la adecuada for-mación de las clases medias, se indica muyclaramente desde instancias oficiales:

Difícilmente alcanzará la enseñanza el gra-do de perfección que V. M. se propone y elGobierno desea, mientras no se obtenganbuenos libros de texto en donde los alum-nos hallen expuestas con método y claridadlas diferentes materias que deben ser objetode su estudio, y los catedráticos señalada laextensión que han de dar a sus explicacio-nes, y el orden más conveniente para la me-jor y más clara exposición de las doctrinas'°.

Siendo útil el libro de texto a toda en-señanza, para la secundaria se cree impres-cindible. Más que en ningún otro nivel, eléxito en la segunda enseñanza presuponecontar con «buenos libros de texto endonde los alumnos hallen expuestos conmétodo y claridad las diferentes materiasque deben ser objeto de su estudio, y loscatedráticos señalada la extensión que hande dar a sus explicaciones, y el orden másconveniente para la mejor y más clara ex-posición de las doctrinas»". Hacia finales

(8) Real Orden de 1 de septiembre de 1846, aprobando las listas de obras de texto presentadas oír elConsejo de Instrucción pública (José Luis VILIALAN BENITO: op. cit., p. 112). A juicio de Manuel DE PUELLESBENfTEZ éste es el primer intento oficial por delimitar con claridad el complejo concepto de libro de texto (vid.de este autor: «Estudio preliminar. Política, legislación y manuales escolares», en José Luis VILLALAIN BENITO:op. cit., p. 45).

(9) Agustín ESCOIANO BENITO: «Texto, currículum, memoria. Los manuales como programa en la es-cuela tradicional», en El currículum: historia de una mediación social y cultural. Actas del IX Coloquio de Histo-ria de la Educación, Granada, Ediciones Osuna, p. 290.

(10) Real Decreto de 11 de agosto de 1849, promoviendo la formación de libros de texto para unifor-mar la enseñanza (José Luis VILIALAIN BENITO, op. cit., p. 133).

(11) Real Decreto de 11 de agosto de 1849, promoviendo la formación de libros de texto para unifor-mar la enseñanza (José Luis VII LAIA(N BENITO, op. cit., p. 133).

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de siglo, la opinión del entonces directorgeneral de Instrucción pública, EduardoVincenti, es sumamente ilustrativa al res-pecto:

En los Institutos son, sin duda (los libros)guía de que no pueden prescindir el alum-no quien por razón de su edad es más recep-tivo que activo, debiendo ser sus facultades,no sólo excitadas, sino alimentadas; y si loprimero es obra del profesor, a lo segundocontribuirá eficazmente el texto, con cuyoauxilio se refrescan y fijan en la memoria lasexplicaciones oídas en la cátedra. En las es-cuelas superiores y Universidades, en cam-bio, la enseñanza tiende que desplegar suvuelo más libre y elevado. En esos centros lamisión del Profesor consiste principalmen-te en abrir horizontes a la actividad intelec-tual del alumno, cuyas facultades están yadesarrolladas (...) En la segunda enseñanzaes insustituible el textou.

Por otra parte, aunque es cierto que laley Moyano consolidó el libro de textocomo instrumento didáctico en todos losniveles de enseñanza, en la primaria, el li-bro, por su condición de material escaso ycaro'', no estaba al alcance de muchos ni-ños y es el maestro quien debía suplir fre-cuentemente la carencia en el aula de estematerial, razón por la que Mariano Car-

derera y Joaquín Avendaño, profesores deNormal, inspectores de enseñanza y auto-res de influyentes obras pedagógicas, opi-naban, hacia mediados de siglo, que «eninstrucción primaria el maestro lo es todo,el libro muy poco» y reclamaban la nece-saria formación del magisterio".

El predominio absoluto del libro detexto como instrumento didáctico en laenseñanza secundaria, originó algunasde las críticas más duras que se hicieron alBachillerato hacia finales del siglo XIX yprincipios del xx desde los medios rege-neracionistas e institucionistas. RicardoMacías Picavea, catedrático de instituto,señalaba como principales males de la en-señanza secundaria el verbalismo, la en-señanza libresca y memorística l6 . Por suparte, Manuel Bartolomé Cossío consi-deraba necesario el cambio de orienta-ción de esta enseñanza, desde el modelouniversitario en el 9ue estaba instaladadesde su origen, hacia el primario, cam-bio que implicaría acabar con el «maluniversitario» caracterizado por «progra-ma de asignaturas sueltas, estudiadas so-lamente durante uno, o a lo más dosaños; lecciones y explicaciones en formade conferencia o discurso durante unahora y aprendizaje de memoria en librosde texto; poco tiempo de comunicación

(12) Exposición, de 20 de octubre de 1894, al Excmo. Señor Ministro de Fomento sobre libros de texto(José Luis VILLALAIN BENITO, O. cit., p. 231).

(13) Manuel DE PUELI.ES y Alejandro TIANA apuntan una serie de factores que frenaron en el siglo xix lademanda de libros escolares en el nivel primario: la lentitud con la se implanta el método simultáneo en la prác-tica pedagógica, la limitación del programa efectivo de las escuelas primarias (reduciéndose en muchas ocasio-nes los libros a los propiamente de lectura), el precio de los manuales escolares, la adoptada actitud de rechazo allibro por parte de cierto sector del profesorado... (cfr. de estos autores «Les manuels scolaires dans l'Espagnecontemporaine», op. cit., pp. 123-124).

(14) Joaquín AVENDAÑo y Mariano CARDEFIERA: Curso elemental de Pedagogía. Madrid, Imprenta de A.Vicente, 1852, p. 250.

(15) Cfr. Jean Louis GUEREÑA: «La enseñanza secundaria en la Historia de la educación en España», enHistoria de la Educación. Revista interuniversitaria, 17 (1998), p. 423.

(16) Ricardo MACEAS PICAVF.A: El problema nacional. Hechos, causas, remedios. Madrid, Librería de Vic-toriano Suárez, 1899, pp. 125-126. Jean Louis GUERF.ÑA hace referencia a esta misma crítica en su trabajo «Laconstrucción des disciplines en Espagne au XIXe siécle», Hisroire de !Education, número monográfico sobreL'énseignement en Espagne XVIe-Xxe siécles, 1998, pp. 69-70.

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del profesor con los alumnos, y casi nin-guna relación con ellos fuera de la clase;falta de larga permanencia de los mismosen el local; de recursos educadores, fueradel trabajo en los libros y de las leccionesde clase; y de locales a propósito para rea-lizar toda esta obra»'.

PROGRAMAS Y TEXTOS. ELCONTROL DE LA SEGUNDAENSEÑANZA

El libro de texto en el Bachillerato sevincula siempre al programa de una de-terminada disciplina". El programamarca el concepto, la extensión y la se-cuencialización de los contenidos deuna asignatura. El manual los desarro-lla. Para Alain Choppin la relación ma-nual-programa es evidente: «el manual(...) hace relación siempre a una discipli-na, a un nivel, a una clase, incluso a unasección y se refiere a un programa preci-so. El manual presenta siempre al alum-no el contenido de este programa, segúnuna progresión claramente definida, ybajo la forma de lecciones o secuen-cias»19.

Manuales y programas van a centrarel interés de la política educativa liberal enrelación al control —ideológico, didácticoy científico— de la segunda enseñanza des-de su consolidación como nivel educativoautónomo hasta finales de siglo.

En efecto, la libertad limitada respec-to al manual, esto es, el llamado sistemade lista, y la imposición de los programasoficiales —más adelante llamados cuestio-narios—, constituyen los pilares de la polí-tica sobre el libro de texto en el Bachillera-to que inicia el liberalismo progresista enla década de los cuarenta y que consolidala ley Moyano unos años después 29 . Conalgún paréntesis —la época del sexenio— ydistinto empeño en su aplicación —se ate-nuará ostensiblemente en el período de laRestauración—, ésta será la política que re-girá a lo largo de todo el siglo.

Desde un principio, la uniformidadde la enseñanza del Bachillerato, objetivoprioritario de la política educativa liberal,se quiere lograr no con el «texto único»sino con el programa único y con buenoslibros que se acomoden en la extensión dela materia y en el orden de su exposición, alos programas de las distintas disciplinasque elabore el Gobierno n . Por supuesto,

(17) Manuel BARTot.omÉ Cossfo: «La segunda enseñanza y su reforma», en De su jornada. Fragmentos.Madrid, 1929, p. 45.

(18) Ello no sucedió en la enseñanza primaria, para la que no se elaboraron los programas oficiales (losprimeros «Questionarios» oficiales para este nivel se aprueban en 1953) y en la que los libros escolares funciona-ron como auténticos programas para las distintas asignaturas. Sobre este punto véanse los trabajos de AgustínESCOIANO BENITO («Texto, currículum, memoria. Los manuales como programa en la escuela tradicional», op.cit., pp. 289-296), Carmen BENSO CALVO: Controlar y distinguir. La enseñanza de la urbanidad en bu escuelas delsiglo XIX op. cit., pp 86-87 y Manuel DE PUELLES BENÍTEZ y Alejandro TIANA FERRER: «Los manuels scolairesdan» l'Espagne contemporaine», op. cit., p. 122).

(19) Alain CHOPPIN: Manuels seo/aires. Histoire et actualicé, op. cit., p. 16.

(20) No obstante, como ha observado Manuel DE PUELLES • «Estudio preliminar: política, legislación ymanuales escolares...», op. cit., p. 38, nota 53) la primera vez que aparece en la política escolar del liberalismo es-pañol el programa es en el Plan general de Instrucción Pública aprobado por el Real Decreto de 4 de agosto de1836. En él, la libertad docente, prácticamente absoluta, que consagra el Plan, sólo aparece mitigada por la obli-gación de presentar al claustro, para su aprobación, el programa de la asignatura.

(21) Excepción hecha del Plan de 1852 (Real Decreto de 10 de septiembre de 1852) que establecía elprincipio de la uniformidad de los libros de texto. El Plan corresponde a un período marcado por el proceso deacercamiento y reconciliación entre el régimen isabelino y la Iglesia —el Concordato se firma en 1851— y por el

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el programa se entiende clue ha de ser for-zosamente obra del Gobierno, porque él«es el director de la enseñanza, y sólo a éltoca fijar los límites y el objeto de cadaasignatura»". En cuanto a los libros, de-berán ser elegidos por el profesor entre loscomprendidos en las listas oficiales publi-cadas periódicamente en la Gaceta". LaReal Orden, de 31 de octubre de 1848,dictando disposiciones sobre programas ylibros de texto para la enseñanza en aquelperíodo decía así:

La perfección de la enseñanza en todos losestablecimientos destinados a la instrucciónde la juventud exige entre otras cosas doscondiciones importantes: Primera: Progra-mas bien meditados que indiquen a los pro-fesores los límites de sus respectivas asigna-turas y el orden que han de seguir en susexplicaciones. Segunda: Buenos libros detexto, arreglados cuando sea posible a losprogramas, y que a una extensión conve-niente reúnan el estar al nivel de los últimosadelantos de la ciencia'''.

En opinión de Antonio Gil de Zárate,inspirador, como se sabe, del Plan Pidal yresponsable de la política escolar entre1848 y 1851 al frente de la Dirección Ge-neral de Instrucción Pública, uno de losproblemas con los que se enfrentó la refor-ma de la enseñanza secundaria, fue la difi-cultad de los profesores para conocer loslímites y la verdadera índole de sus respec-tivas enseñanzas, lo que a su entender hizonecesario trazar aquellos límites y aun se-ñalar el orden por el que se habían de ex-plicar las varias asignaturas, tarea que seInició inmediatamente a la publicacióndel Plan de 1845 y cuyo resultado fue lapublicación de los primeros programas enagosto de 1846". Poco después, dicha ta-rea la prosiguió la recién creada DirecciónGeneral, nombrando una comisión deprofesores presidida por el propio Gil deZárate con el fin de revisar los programasiniciales. Tras un año de trabajo, los nue-vos programas se publicaron el 20 de sep-tiembre de 1850.

repliegue y pérdida de los primeros impulsos reformadores, en especial tras los sucesos revolucionarios de 1848en Francia, lo que provoca un proceso claro y decidido de decantación hacia posiciones más conservadoras en elcampo de la enseñanza (cfr. Antonio VIÑAO FRAGO: Política y educación en los orígenes de la España contemporá-nea. Examen especial de sus relaciones en Li enseñanza secundaria. Madrid, Siglo XXI de España Editores, 1982,pp. 363-371).

(22) Real Decreto de 11 de agosto de 1849, promoviendo la formación de libros de texto para unifor-mar la enseñanza (José Luis VILLALAN BENITO, op. cit., p. 135).

(23) El número de los libros que integran las listas oficiales para la segunda enseñanza variará entre losseis por asignatura establecidos por el Plan de 1845 (art. 48) y los tres que contempla el Plan de 1850 (art. 39) yposteriormente la ley Moyano (art. 90). Las listas publicadas hasta 1872 pueden consultarse en el reciente librode José Luis VILLALAIN BENITO: Manuales escolares en España, Tomo II. Libros de texto autorizados y censurados(1833-1874). Madrid, Universidad Nacional de Educación a Distancia, Serie «Proyecto Manes», 1999.

(24) José Luis VILLALMN BENITO: Manuales escolares en España. Tomo I. Legislación..., op. cit., p. 120. Eldecreto quiere conciliar las dos condiciones, aparentemente antagónicas, que se exigen a los libros de texto: uni-formidad de la doctrina y hasta de la exposición de ella, y libre concurrencia en la redacción de los manuales.

(25) Antonio GIL. DE ZÁRATE: De la Instrucción pública en España. Tomo II, Madrid, Imprenta del Cole-gio de sordomudos, 1855, pp. 45-46. Respecto a las dificultades del profesorado por conocer los límites y la ver-dadera índole de sus respectivas enseñanzas, el autor comenta lo siguiente: «La mayor parte —de los profesores—les dieron en un principio más latitud de la que convenía, haciendo explicaciones más propias de facultad quede instituto. Por ejemplo, en geografía, se empeñaban en principiar por cursos de astronomía, cuando sus alum-nos no habían saludado la ciencia geométrica; los de historia, en vez de trazar un cuadro metódico de los princi-pales sucesos, querían remontarse a consideraciones filosóficas y políticas, como si estuvieran sentados en la cá-tedra de Guizot.»

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Si la necesidad de delimitar el concep-to de las nuevas disciplinas del Bachillera-to era urgente, no lo era menos el propor-cionar buenos libros de texto quereunieran los requisitos exigibles desde elpunto de vista científico, didáctico e in-cluso ideológico, para la segunda ense-ñanza. Precisamente, según Gil de Zárate,lo que más retardó los buenos resultadosde la reforma, fue la total carencia deobras de texto acomodadas al nuevo siste-ma y a los programas. En su opinión

No bastan éstos —los programas— para quelos profesores conozcan bien los límites desu enseñanza. Con ellos quedan señaladaslas materias que deben constituirla y el or-den en que conviene presentarlas; pero to-davía puede darse a las explicaciones unaextensión y tendencia opuestas a lo que sepropone el Gobierno. Además, difícilmen-te puede adelantar un joven, si carece deuna obra que le sirva de guía, y ayude sumemoria. La mayor parte de los textos quelos catedráticos se veían en la precisión deadoptar, nada tenían que ver, ni con losprogramas, ni con sus explicaciones, encon-trándose el alumno en un singular estado deindecisión, y necesitando emplear un traba-jo muy superior al que sin este obstáculo tu-viera'''.

A tal efecto el programa constituyóuna guía muy válida para la confección delas listas oficiales de libros de texto previs-tas en el Plan de 1845 y en los sucesivos

planes de estudios27 , tarea que fue enco-mendada, primero a la Dirección Generalde Estudios, y posteriormente —desde1844— al Consejo de Instrucción Pública.En este sentido se determinó que en laelección de los manuales primara la ade-cuación de las obras, en extensión y méto-do, a los programas que rigieran para lasdiferentes asignaturas. Así se expresaba laReal Orden, de 31 de octubre de 1848,acerca de la utilidad de los programas parala elección de los manuales:

Obras hay excelentes para el estudio pro-fundo de una ciencia cuando ya se está ini-ciado en ella; mas y por su misma extensióny sublimidad no son a propósito para po-nerse en manos de alumnos que necesitantratados más reducidos y metódicos. Conpresencia de los programas se elige fácil-mente los que convienen para los textos..."

Asimismo se entendió que el progra-ma oficial podía constituir un instrumen-to de gran utilidad para que el propio pro-fesorado pudiera examinar y elegir conacierto los libro de texto. Desde este pun-to de vista la uniformidad de los progra-mas no entraban en colisión con la liber-tad —bien es cierto que restringida— delprofesor.

Los programas oficiales estuvierontambién al servicio de la política de incen-tivos a la producción de nuevas obras detexto que llevó a cabo la Dirección Gene-ral de Instrucción Pública a finales de los

(26) Antonio GIL DE -.7Á RATE, O. Cit., p. 46.(27) El artículo 48 del Plan general de estudios de 1845 (Real Decreto de 17 de septiembre de 1845) de-

cía así: «Los libros de texto se elegirán por los catedráticos de entre los comprendidos en la lista que a tal efectopublicará el Gobierno, y en la cual se designarán a lo más seis para cada asignatura. Esta lista se revisará cada tresaños, oído el Consejo de Instrucción Pública; en la Facultad de Teología se oirá también a los prelados que elGobierno designe» (MimsTERio DE EDUCACIÓN: Historia de la Educación en España. Tomo II. De las Cortes deCádiz a la Revolución de 1868. Madrid, Servicio de Publicaciones del Ministerio de Educación, p. 222). Las re-formas que se hicieron en este plan (1847, 1850) también contemplaron el sistema de lista, si bien la de 1847 loreserva únicamente al nivel secundario.

(28) Real Orden de 31 de octubre de 1848, dictando disposiciones sobre programas y libros de textopara la enseñanza (José Luis VILIALAN BENITO: Manuales escolares en España. Tomo I. op. cit.,

p. 120).

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cuarenta. Con esta política se pretendíapaliar la escasez de obras adecuadas para elBachillerato. Para conseguir este objetivose cree necesario que a la formación de losprogramas del Gobierno siga «inmediata-mente la apertura de concursos para adju-dicar decorosas recompensas a los autoresde aquellos libros de texto que con másprecisión se ajusten a las condiciones desus respectivos programas» 29 . Como se haindicado, los programas para las asignatu-ras de segunda enseñanza que habían deobservarse «en todos los institutos, semi-narios y colegios del reino» se publicaronpor Real Orden de 20 de septiembre de1850. A continuación se abrió un concur-so limitado a los «libros de texto corres-pondientes a las asignaturas comprendi-das en los cinco arios de la segundaenseñanza elemental, con sujeción al pro-grama de las mismas»", concurso que fuesuspendido al desaparecer la DirecciónGeneral y cambiar, en 1851, la orienta-ción de la política escolar hacia posicionesmás conservadoras que originarían, enmateria de libros de texto, la adopción—transitoria— del texto único'i.

La ley Moyano consagró, en primerlugar, la necesidad de los programas y, ensegundo lugar, el sistema de lista. El ar-tículo 84 de la Ley disponía la publicaciónpor el Gobierno de los programas genera-les —los cuales deberían sufrir una revisióncada seis años— «para todas las asignaturascorrespondientes a las diversas enseñanzas,

debiendo los profesores sujetarse a ellos ensus explicaciones». El artículo 86 determi-naba que todas las asignaturas de los dis-tintos niveles y modalidades de enseñanzase debían estudiar por libros de texto que«serán señalados en listas que el Gobiernopublicará cada tres años».

El corsé impuesto por los programasoficiales y la libertad restringida en laadopción de los libros de texto, si bien ga-rantizaba cierta uniformidad a la enseñan-za, también suponía una clara restriccióna la libertad de enseñanza del profesor, ra-zón por la cual en el sexenio democrático,una época de plena exaltación de las liber-tades individuales, entre ellas la de la li-bertad de cátedra, se reconocía la libertaddel profesorado «en la elección de méto-dos y libros de texto y en la formación deun programa» (Decreto, de 21 de octubrede 1868, sobre libertad de enseñanza).«Los docentes quedaban exentos de laobligación de presentar el programa de suasignatura al tiempo que se les permitíaseñalar el libro de texto que se hallara enarmonía con sus doctrinas y adoptar elmétodo de enseñanza que estimaran másconveniente» 32 . Ni el Gobierno marcará lapauta de la enseñanza con programas ge-nerales, ni el profesorado se verá obligadoa someter a la aprobación oficial el progra-ma elaborado para su asignatura. El únicocontrol al que en este período estará some-tido el programa elaborado por el profeso-rado será el académico. El Reglamento

(29) Real Decreto de 11 de agosto de 1849, promoviendo la formación de libros de texto para unifor-mar la enseñanza (José Luis VILIALAN BENITO: Manuales escolares en España. Tomo I. Legislación..., op. cit.,p. 135).

(30) Real Orden de 30 de enero de 1851, abriendo un concurso para la formación de los libros de textocorrespondientes a las asignaturas de la segunda enseñanza. (José Luis VILLAIMN BENITO: Manuales escolares enEspaña. Tomo I. op. cit., pp. 148-149).

(31) Vid. el Real Decreto de 10 de septiembre de 1852, mandando que se observe y cumpla el adjuntoreglamento de estudios (José Luis N/MALAN BENITO: Manuales escolares en España. Tomo I. Legislación..., op.cit., pp. 152-154).

(32) Decreto de 21 de octubre de 1868, sobre libertad de enseñanza (José Luis VILLALAIN BENITO: Ma-nuales escolares en España. Tomo 1. Legislación..., op. cit., pp. 187-188).

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provisional para el ingreso en el Profesora-do público, aprobado por Decreto de 15de enero de 1870, exigía a los opositoresacompañar sus solicitudes, con «un pro-grama razonado de las enseñanzas corres-pondientes a la cátedra vacante» dado queel primer ejercicio de la oposición consis-tía precisamente en «la lectura por cadaopositor del programa que hubiese pre-sentado», comprometiéndose incluso elGobierno a la publicación de los mis-mos".

Como observa Manuel de Puelles,aunque el fracaso político del 68 supuso elabandono del planteamiento de la liber-tad de enseñanza, de los libros de texto yprogramas impuesto por la revolución, elespíritu septembrino estará latente a lolargo de toda la Restauración, especial-mente a partir de los años ochenta cuandolos liberales llegaron al poder. En este sen-tido, «las cosas no volverán a ser como an-tes de la revolución», y la progresiva rela-jación sobre el control del libro de textofue clara.

Una de las primeras medidas del régi-men canovista f.t.ie restablecer la normati-va respecto a textos y programas según lasprescripciones de la ley Moyano (RealDecreto de 26 de febrero de 1875 firmadopor Orovio). Las razones que entonces seaducían para la intervención del Gobier-no en la enseñanza oficial eran: los perjui-cios que a la enseñanza había causado laabsoluta libertad, las quejas repetidas delos padres y de los mismos alumnos, el de-ber que tenía el Gobierno de velar por la

moral y las sanas doctrinas y el sentimien-to de responsabilidad que sobre él pesa-ba35 . El preámbulo del Decreto subrayabala importancia de los programas de ense-ñanza, distinguiendo los dos tipos de pro-gramas que venían funcionando, el pro-grama oficial de la asignatura, obra delgobierno, y el programa particular, obradel profesor36 . Para ambos, el decreto se-ñalaba carácter y objetivos muy diversos:

El programa de la asignatura —refiriéndoseal redactado por el profesor— tiende a losmismos fines, y no es menos importanteque el texto, al cual sirve de ampliación; ylejos de limitar la libertad de método, pue-de decirse que la garantiza, dado que en élconsigna el Profesor las variaciones y las di-ferencias que deben introducirse en el libroque sirve de guía a los alumnos.Los programas generales de estudios —enalusión a los programas del Gobierno— (...)trazan los límites entre las distintas partesde una Facultad o enseñanza; las enlazanentre sí, y procuran armonizarlas; pero nopueden ser sino un breve sumario, una enu-meración de principios que deja al Profesorcuanta amplitud conviene para desenvol-verlos.

El resultado era evidente: se volvía alsistema de lista en lo relativo a los textos,se encargaba al Consejo de Instrucciónpública la formación de los programas ge-nerales de estudios y se obligaba a los cate-dráticos de la segunda enseñanza y los dela superior y profesional a remitir al Go-bierno, por conducto de los Rectores,los programas que hubieran formado o

(33) Colección de Decretos reje rentes a Irutrucción pública, Edición oficial. Tomo I. Madrid, Imprenta yFundición de Manuel Tello, 1891, pp. 683-684.

(34) Manuel [w PUELLES: «Estudio preliminar. Política, legislación...», op. cit., p. 54.(35) Preámbulo del Real Decreto de 26 de febrero de 1875, derogando los artículos 16 y 17 del Decreto

de 21 de octubre de 1868 y disponiendo vuelvan a regir respecto de textos y programas las prescripciones de laley de 9 de septiembre de 1857 y del reglamento general de 20 de julio de 1859. En José Luis VILIALAIN BENITO:

Manuales escolares en España. Tomo I. Legislación..., op. cit., pp. 191-193.(36) Cfr. Jean Louis GUEREÑA: «La construction des disciplines en Espagne au XIX' siécle», op. cit.,

p. 78.

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adoptado para sus respectivas asignaturas.Esta situación restrictiva respecto a la li-bertad de enseñanza que llegó a provocar,tras la Circular que acompañaba al decre-to anterior, la reacción del sector más pro-gresista del profesorado universitario (lallamada «segunda cuestión universita-ria»), se prolongó hasta la llegada al poderde los liberales de Sagasta, en que una Cir-cular del ministro A_bareda (Circular de 3de marzo de 1881) retornaba al espíritudel 68 y con ello al reconocimiento de laplena libertad de cátedra. A partir de en-tonces, en palabras de Manuel de Puelles,«conservadores y liberales llegan al con-senso tácito de respetar la autonomía delprofesor, sobre todo en el ámbito de la se-gunda enseñanza y de la educación uni-versitaria o superior»37.

La práctica libertad en relación al li-bro de texto durante la Restauración" diocomo resultado la proliferación de obrasrealizadas según una gran variedad de cri-terios, de muy diversa calidad científica ypedagógica, razón por la que el Gobierno,empeñado en ejercer la tutela de la ense-ñanza pública, a partir de la última décadalanzó la idea de publicar unos cuestiona-rios generales (también se aludirá a «pro-gramas únicos y razonados» y a «índicesde materias») que determinaran el carác-

ter, la extensión y los fines de lasasignaturas y a los cuales deberían some-terse los libros de texto redactados para laenseñanza de las mismas. Ello suponía en-contrar un delicado equilibrio entre la li-bertad del profesor y la obligación delEstado de controlar la situación evitandoque «errores, extravíos o falsas direccionesindividuales alteren la naturaleza de cadagrado y clase de enseñanza y destruyan laarmonía que debe reinar en el conjun-to» 39 . El Real Decreto, de 16 de septiem-bre de 1894, reorganizando los estudioscorrespondientes a la segunda enseñanza,insistía en presentar como perfectamentecompatibles, dos esferas de acción dife-rentes, «la del Estado, en tanto que ejercesu misión tutelar en la pública Instruc-ción, para fijar el carácter, extensión, finesy reglamentación de los cuadros de ense-ñanza, y la del Profesor, a cuya libertadpersonal de criterio científico correspondeíntegramente la determinación, a partirde aquellos moldes legales, del plan, mé-todo de instrucción y de exposición de laciencia (...) y la consiguiente formacióndel programa que ha de regirla y ordenarsu práctica bajo su dirección pedagógi-ca»40.

La idea del cuestionario surgió parale-lamente a la anterior reorganización de la

(37) Manuel DE PUELLES BENÍTEZ: «Estudio preliminar: política, legislación...», op. cit., p. 56. Ello expli-ca, según este autor, «que, en la esfera estricta de los libros de texto, la Restauración, al filo del nuevo siglo, hagauna distinción clara entre la educación primaria y los restantes niveles».

(38) Aunque el Gobierno adoptó una medida provisional (Real Orden de 30 de septiembre de 1875)disponiendo que mientras se publicaran las listas adicionadas de obras de texto para la enseñanza oficial, regi-rían las que adoptasen los profesores titulares, ya fueran originales, ya traducidas de otro idioma, tal medida seconvirtió de hecho en definitiva (vid. M. MARTÍNEZ ALCUBILLA: Diccionario de la Administración Española. Ma-drid, tomo 5, 3. a ed., p. 97. Cit. por Felicidad SÁNCHEZ PASCUA: «Problemática en torno a los textos para segun-da enseñanza durante la Restauración (1874-1900)», en El currículum: historia de una mediación social y cultu-ral, op. cit., pp. 371-372).

(39) Esta era la opinión de Eduardo VINCENTI, cuando en 1894, desde la Dirección general de Instruc-ción pública, se refería por primera vez a los mencionados cuestionarios a resultas de una estadística que esa Di-rección general llevó a cabo en relación a los libros de texto, de consulta o recomendados que se venían em-pleando en todos los centros docentes del país. (José Luis VILLALAIN BENITO: Manuales escolares en España.Tomo I. Legislación..., op. cit., pp. 230-231).

(40) José Luis VILLALAIN BENITO: Manuales escolares en España. Tomo I. Legislación..., op. cit., p. 228.

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segunda enseñanza en el ministerio del li-beral Groizard. Siendo entonces directorde Instrucción pública Eduardo Vincenti,se llevó a cabo una decidida acción orien-tada a poner freno al creciente malestarsocial reinante en torno a los abusos co-metidos por el profesorado sobre la impo-sición y venta de los libros de texto. Contal fin se procedió a realizar, en primerainstancia, el catálogo de obras utilizadasen los Institutos y Universidades. Una vezcatalogados los libros de texto por la Di-rección general de Instrucción pública,hecho éste que demostraba que «el mal eragrave, estaba profundamente arraigado yurgía su remedio», se debería pasar, enopinión de Vincenti, a que las diversasReales Academias emitiesen un informesobre los libros «con el fin de que puedaapreciarse el alcance pedagógico de lasobras de estudio de los Centros de ense-ñanza (...), y decidirse de ese examen lasmedidas y reformas que deben adoptar-se», medidas que se concretaban, según suopinión, en «el programa único y la previaaprobación de todos los libros de texto»41.

La insistencia en el cuestionario con-tinuó en las siguientes reformas del Bachi-llerato. El Real Decreto, de 13 de septiem-bre de 1898, por el que Germán Gamazovolvía a reformar la segunda enseñanza,dedicaba el Título III a marcar las condi-ciones de los «instrumentos de trabajo do-cente», en referencia a los programas y li-bros de texto. Respecto a los programas decada asignatura entiende que «salvo la li-bertad del Catedrático para formarlos encuanto al orden y distribución en leccio-nes de las materias respectivas, deberán

ajustarse, en cuanto a su contenido sus-tancial, a los índices de materias que, ajuicio del Consejo de Instrucción pública,deban comprender» 42 . Un ario después,en la reorganización de estos estudios quellevó a cabo Luis Pidal y Mon (Real De-creto de 26 de mayo de 1899) se insistíaen la adopción del programa único. A es-tos efectos, se encargaba a una Junta Su-perior Consultiva, compuesta de cuatropersonas de mérito eminente y de recono-cida competencia en Ciencias y Letras,que no prestaran servicio activo en el Pro-fesorado, la redacción de «los programas aque habrán de ajustarse los exámenes» y ladeterminación de «las condiciones de ex-tensión, de ejecución material y de preciode los libros de texto»". Antonio GarcíaAlix continuó con la política del cuestio-nario general mediante el cual se fijaba elfin, carácter y extensión de cada una de lasasignaturas incluidas en el plan de estu-dios, «a fin de que no se desnaturalice suexposición en la Cátedra, o en el libro detexto, y no resulte, en su consecuencia,duplicada una enseñanza u omitida la queel legislador ha querido establecer» (art.1. 0 del Real Decreto de 6 de julio de1900, mandando formar al Consejo deInstrucción pública un cuestionario gene-ral sobre libros de texto)". En estos mo-mentos la preocupación se centraba en ar-monizar la libertad del profesor, reducidaa desenvolver el contenido de la asignatu-ra y a redactar el programa de la misma encuanto al plan, método y doctrina, con lasujeción al cuestionario general elaboradopor el Consejo de Instrucción pública(art. 2.° de dicho Real Decreto). Poco

(41) Circular de la Dirección general de Instrucción pública, de 15 de marzo de 1895, remitiendo alConsejo de Instrucción pública un catálogo con los antecedentes relativos a los libros de texto, a fin de que de suinforme para llegar a la adopción del programa único y la previa aprobación de todo libro de texto (José LuisVII I.AlAiN BENITO: Manuales escolares en España. Tomo I. Legislación..., op. cit., p. 238).

(42) José Luis VILLAIAIN BENITO: Manuales escolares en España. Tomo I. Legislación..., op. cit., p. 240.

(43) Ibídem, op. cit., p. 244.

(44) Ibídem, op. cit., p. 237.

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después, la Ley de 1 de febrero de 1901 re-frendaba el cuestionario único de exáme-nes remitiendo de nuevo al Consejo deInstrucción pública la tarea de redactar uncuestionario para cada asignatura. En ple-na polémica sobre la imposición y ventade libros de texto por el profesorado deinstitutos —y de universidad— el cuestiona-rio oficial debía servir de única referenciaobligada para que toda clase de alumnos,oficiales y libres, pudiera preparar los exá-menes de las distintas asignaturas median-te los libros que estimara oportunos.

Pese a la continua insistencia en elcuestionario oficial su aprobación no fuetarea fácil. Algunos diputados mostraronserias reticencias ante la propuesta del go-bierno de las que se hace eco Manuel dePuelles": no hay clara distinción entrecuestionario y programa, el programaúnico podía abocar en el libro de textoúnico, para su elaboración se preveíangrandes dificultades. Tampoco había una-nimidad en cuanto al órgano competenteen la redacción del cuestionario. A tal finse ofrecen distintas alternativas: las autori-dades científicas en las respectivas mate-rias, representadas por las Reales Acade-mias, los propios profesores de lasmaterias mediante un concurso cerradoentre los profesores de segunda enseñanzao bien una comisión mixta, nombradapor el gobierno, y compuesta de Conseje-ros, Catedráticos y representantes de laenseñanza privada y padres de familia.

Ante la aguda polémica suscitada a fi-nales de siglo a causa de los abusos cometi-

dos por parte del profesorado de institutosy universidades en la imposición y ventade sus propios libros de texto o apuntes, elespectro del manual único planeó a lo lar-go de la baja Restauración aunque no lle-gó a concretarse. Precisamente con elcuestionario general, dirigido a precisar elcarácter, extensión y fines de las materias,y la intervención de los claustros que, aso-ciándolos a las responsabilidades de cadauno de los profesores, debían determinarprudencialmente la extensión y el preciode los programas y de los libros de texto,se intentó despejar el fantasma del textoúnico a favor del cual, como reconocía elReal Decreto de 6 de julio de 1900, se ha-bía levantado un favorable clamoreo'''.

En definitiva, la legislación escolarde entresiglos creó un sistema que garan-tizaba la libertad para el alumno a la horade escoger el manual y que prohibía alprofesor señalar un determinado libropara la enseñanza, pero como observaManuel de Puelles, el sistema descansabaen que tanto el programa como el textose ajustarían al cuestionario que para laasignatura publicara el gobierno". Ahorabien, el problema no se resolvió porqueconforme fueron pasando los arios, loscuestionarios para las diferentes asigna-turas no se publicaron. Prueba de elfo esque, pasados tres lustros, un profesor deinstituto, haciéndose eco del endémicoproblema sobre textos y programas en elBachillerato, aún no resuelto en España,reclamaba la fórmula del cuestionariooficial:

(45) Manuel DE PUELLES BENÍTEZ: «Estudio preliminar: política, legislación....», op. cit., pp. 60-62.(46) En este sentido la Circular de la Dirección general de Instrucción pública, de 1 de noviembre de

1894, dirigida a marcar los puntos de disciplina que habían de ser la base de los futuros reglamentos de los insti-tutos, apuntaba que cada Claustro debería determinar prudencialmente la extensión y el precio de los progra-mas y de los libros de texto (vid. José Luis VILIALAN BENITO: Manuales escolares en España. Tomo I. Legisla-ción..., op. cit., pp. 233-234). El artículo 2.° del Real Decreto de 6 de julio de 1900, firmado por GARCÍA Aux,obligaba a que, todos los cursos, los programas fueran aprobados por la Junta de Profesores (vid. José LuisVILLALAIN BENITO: Manuales escolares en España. Tomo I. op. cir.. p. 247).

(47) Ibídem.

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Creo que debe procurar evitarse a todotrance imponer al profesor un programa yun libro de texto; pero se debe limitar su ca-pacidad de elección y se ha de procurar quesu programa se adapte a un cuestionario ge-neral publicado por el Ministerio. Respectoal precio de los libros, sólo debe intervenirel Estado de una manera negativa, es decir,poniendo límites, y lo mismo decimos res-pecto a la extensión".

DE LA OBLIGATORIEDAD A LALIBERTAD EN LA ADQUISICIÓN DELLIBRO DE TEXTO EN ELBACHILLERATO

Como hemos indicado anteriormente, laenseñanza del Bachillerato decimonónicogiró en torno al programa y al libro de tex-to, dos instrumentos didácticos sometidosal control del Estado. El programa generalde cada asignatura correrá a cargo del Go-bierno. Los libros, normalmente redacta-dos por el profesorado de las distintas disci-plinas, se verán sometidos a la aprobacióndel Consejo de Instrucción pública.

Razones de diversa índole están en labase del indudable protagonismo del librode texto en la enseñanza secundaria; unas,de carácter pedagógico —la enseñanza apo-yada en el libro—; otras, de carácter políti-co —el objetivo de uniformar la enseñanzasecundaria que persigue la política liberaldesde la creación y consolidación de estenivel educativo, objetivo al que deberánservir las obras designadas como libros detexto en las distintas asignaturas del Ba-chillerato—.

La supuesta necesidad y convenien-cia del manual para el estudio de las dis-ciplinas en el Bachillerato, llevará a quepronto sea declarada obligatoria la ad-quisición, por parte del alumno, del li-bro de texto señalado por el catedráticopara la asignatura (art. 225 del Regla-mento aprobado por Real Decreto de 19de agosto de 1847 firmado por PastorDíaz), mandándole escribir en la porta-da «su nombre y apellido y el númeroque tenga en la lista» y advirtiéndole que«el profesor podrá exigir en todo tiempola presentación de la obra, y el cursanteque deje de cumplir con esta obligaciónno será admitido a examen» 49 . Incluso sedictará una Real Orden disponiendonormas precisas para dar cumplimientoal citado artículo del Reglamento. Lasrazones que oficialmente se aducen sontanto didácticas (conseguir el mayorprovecho posible de las explicacionesdel catedrático) como prácticas (reunir,cuando menos, los libros más necesariospara formar cada alumno su propia bi-blioteca). Para asegurar que cada estu-diante disponga de su propio libro se or-dena que «al término de ocho días de suasistencia a la cátedra, el alumno presen-tará al profesor su libro de texto, en cuyaportada escribirá el catedrático de supuño y letra el nombre del estableci-miento, el año del curso, el nombre delalumno y el número que éste tiene en lalista, firmando en seguida con firma en-tera» 50 . Asimismo, estas medidas garanti-zan la adquisición de los manuales por to-dos los alumnos, ya que expresamente lalegislación prohíbe «que el libro que hu-biere servido de texto a un concursante se

(48) Eloy Luis ANDRÉ: Educación de la adolescencia. Madrid, Imprenta de «Alrededor del mundo»,1916, p. 44.

(49) José Luis Vu LAIAIN BisiTo: Manuales escolares en España. Tomo I. Legislación..., p. 116.

(50) Real Orden de 24 de septiembre de 1849, dictando disposiciones con el fin de que los alumnos delas Universidades e Institutos adquieran las obras de texto de sus respectivas asignaturas (José Luis VILLALAIN

BENITO: Manuales escolares en España. Tomo I. Legislación..., op. cit., p. 138).

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traspase a otro, aunque fuera hermano opariente»bl

La aplicación rígida de esta normativaoriginó algunos abusos por parte del profe-sorado. No es de extrañar que una RealOrden, de 12 de octubre de 1850, viniera aponer freno al malestar reinante entre elalumnado y los padres de familia, ordenan-do que, una vez hecha la designación deltexto por el profesor, no podría variarse niseñalarse otra edición que la que fuera de-signada al principio de curso ni tampoco sepodría variar el texto si un profesor fuerasustituido por otro durante el curso.

Las medidas no tardaron en suavizar-se. Así, poco después, en 1854, se ordenaque no se utilicen los medios coercitivospara que los alumnos adquieran los librossino que se acuda a la autoridad moral delos profesores «cuya voz no desoye jamásla aplicada y pundonorosa juventud»(Real Orden de 13 de octubre de 1854)52.

La Ley de 9 de septiembre de 1857consagró el protagonismo del libro de tex-to en la enseñanza ordenando en su ar-tículo 86 que «todas las asignaturas de pri-mera y segunda enseñanza, las de lascarreras profesionales y superiores y las de

las facultades hasta el grado de Licencia-do, se estudiarán por libros de texto»,libros que «serán señalados en listas que elGobierno publicará cada tres años» 53 . Elreglamento de segunda enseñanza de1859 dejaba entrever el papel dominantedel manual en la enseñanza secundaria,obligando a los alumnos a presentar «elprimer día de clase un ejemplar del librode texto señalado por el Profesor» (art.102) 54 . La dinámica del trabajo en el aulaprevista en el artículo 103 de dicho regla-mento exigía el uso continuado del ma-nual: «Las clases durarán dos horas, las de-más hora y media, que se emplearán entomar la lección, en explicarla, en los ejer-cicios prácticos que exigen las asignaturasy en preguntas sobre las lecciones anterio-res». Es pues de suponer que el profesor«tomará» la lección de acuerdo con el con-tenido del libro de texto, que en sus expli-caciones seguirá el esquema y desarrollode las lecciones del manual y que los ejer-cicios prácticos asociados a cada lecciónversarán sobre cuestiones sugeridas por elmismo... Así se entiende que el libro fueraexigido obligatoriamente al alumno desdeel primer día de clase". Además no hay

(51) Ibídem.(52) Ibídem, p. 157.(53) MINISTERIO DE EDUCACIÓN: Historia de la educación en España..., op. cit., pp. 264-265.(54) Colección de Decretos referentes a Instrucción pública..., op. cit., p. 192. El alumno tendrá ocasión de

conocer el manual designado para las distintas asignaturas unos días antes de comenzar las clases puesto que estamisma norma establece que «cinco días antes de principiar las lecciones se fijará en el lugar del edificio señaladopor los anuncios, un cuadro expresivo de las asignaturas que se enseñen en el Instituto, Profesores que las tengana su cargo, libros de texto para su estudio, locales, días y horas en que se han de dar las lecciones» (art. 101). ElReglamento de segunda enseñanza de 1867 recoge este mismo requisito en su artículo 46, ordenando, además,que «el texto designado en el cuadro de asignaturas no podrá variarse durante el curso, aunque sean distintos losProfesores que desempeñan la cátedra...» (art. 48), en clara alusión a los frecuentes abusos que tenían lugar alcambiar el profesor de una asignatura durante el curso (Real Decreto de 15 de julio de 1867, aprobando el re-glamento de segunda enseñanza, Colección de Decretos referentes a Instrucción pública..., op. cit., p. 564).

(55) Nos parece que es incuestionable la obligatoriedad, por parte del alumno, de adquirir el libro detexto señalado por el profesor determinada por el Reglamento de segunda enseñanza de 1859, en contra de laafirmación de Emilio DÍAZ DE LA GUARDIA (probablemente inducido por la misma opinión mantenida porIvonne TURÍN) de que la imposición de un texto concreto nunca había estado permitida. El autor dice lo si-guiente: «el decreto —refiriéndose a la Ley de 2 de febrero de 1901— terminaba prohibiendo algo que nunca ha-bía estado permitido, es decir, la obligatoriedad de comprar libros de texto concretos, pudiendo adquirir los

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que olvidar que el libro de texto constitui-rá un instrumento imprescindible parapreparar el examen de prueba de curso delas distintas asignaturas, un examen que,por prescripción reglamentaria, es oral yconsistirá «en responder a las preguntasque por espacio de diez minutos, por lomenos, hapn los jueces —tres profesores,el catedrático de la asignatura y otros dosque enseñen materias análogas— sobre treslecciones de las asignaturas sacadas porsuerte» (art. 157)", lecciones que por su-puesto corresponden al programa y al tex-to señalado para la asignatura.

Por si hay dudas acerca del protago-nismo estelar del libro de texto en el Ba-chillerato decimonónico, todavía el RealDecreto, de 13 de septiembre de 1898,por el que el liberal Germán Gamazo re-formaba la segunda enseñanza, determi-naba lo siguiente:

Toda asignatura de segunda enseñanza, ex-cepto el Dibujo y la Gimnasia, deberán serexpuestas con arreglo al libro de texto adop-tado por el catedrático titular, y el cual seajustará necesariamente al programa para elexamen (art. 1 8)S7.

Hacia finales de siglo, la fuerte polé-mica 9ue a nivel nacional suscitan los re-conocidos abusos cometidos en torno a la

imposición y venta de los libros de textopor parte de un profesorado sin escrúpu-los —y escaso de recursos— que se muevemás por intereses económicos que didác-ticos", originará el cambio de orientaciónde la política seguida hasta el momento.Al tiempo que, como hemos visto, el con-trol recae ahora en el cuestionario oficial,por supuesto único para cada asignatura,al que deberán atenerse los programas ylos libros de texto elaborados para las dis-tintas disciplinas, se declara no obligatoriala adquisición de libros de texto por partede los alumnos, «los cuales podrán estu-diar por los que mejor estimen, siempreque adquieran los conocimientos queconstituyen la asignatura con arreglo alcuestionario oficial»". Además se prohíbeal profesor o catedrático el señalar un de-terminado libro para la enseñanza de susalumnos, prohibición que, como es ob-vio, va acompañada de la supresión detodo manual en los cuadros de la enseñan-za que se exponen en los tablones de loscentros y que posteriormente recogen lasmemorias de curso de los institutos.

En medio de la profunda crisis ,que sevive en torno a la cuestión del libro de tex-to en los albores del siglo xx, crisis no sóloderivada de los abusos cometidos en lamanipulación y venta de los libros sino en

alumnos los que mejor estimasen» (Evolución y desarrollo de U enseñanza media en España..., op. cit., p. 215. Lareferencia a este tema puede verse en el libro de Ivonne TURÍN: La educación y la escuela en España de 1874 a1902. Madrid, Aguilar, 1967, p. 324).

(56) Colección de Decretos referentes a Instrucción pública..., op. cit., p. 202.

(57) Real Decreto de 13 de septiembre de 1898, reformando la segunda enseñanza (José Luis VILLALMNBENITO: Manuales escolares en España. Tomo I. Legislación..., op. cit., p. 240).

(58) Son muchos los testimonios de la época que aluden a las exiguas retribuciones del profesorado y alos pingües beneficios que a los docentes les reportaba la venta de sus propios libros, programas y apuntes. Véa-se, a título de ejemplo, la opinión de Adolfo POSADA: Fragmento de mis memorias. Oviedo, Universidad de Ovie-do, 1983, p. 30, citado por Jean Louis GUEREÑA: «La construction des disciplines en Espagne...», op. cit., p. 79)y Eloy Luis ANDRÉ (El espíritu nuevo en la educación española. Madrid, Sucesores de Rivadeneira, 1926,pp. 60-61).

(59) Ley de 1 de febrero de 1901, estableciendo el cuestionario único y declarando no obligatoria la ad-quisición del libro de texto. Otras disposiciones incidirán en ello: Real Decreto de 12 de abril de 1901; Real De-creto de 10 de mayo de 1901 y Real Orden de 7 de octubre de 1905 (vid. José Luis VILLAWN BENITO: Manualesescolares en España. Tomo I. Legislación..., op. cit., pp. 248-263).

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la escasa calidad didáctica y científica queexhiben muchos de ellos", se llegará in-cluso a considerar que «hasta la misma de-nominación de libros de texto hay que su-primirla»61.

De todos modos, con o sin obligaciónde comprarlo el alumno, o de señalarlo elprofesor para seguir su asignatura, el libro detexto no dejó de ser en la práctica un instru-mento de trabajo para el profesor y sobretodo una guía, casi exclusiva y por supuestoimprescindible, para el estudio del alumno.Es más, aunque por ley no hubiera obliga-ción de adquirir un determinado libro, locierto es que seguían operando presionespara que el libro del profesor siguiera consti-tuyendo la base necesaria —y exclusiva— parael estudio y preparación del examen de cur-so en las distintas asignaturas. Ya lo expresa-ba muy claramente Eduardo Vincenti en1994, al indicar que «aunque legalmente nose imponga al alumno la obligación de com-prar el texto, es claro que en la práctica la li-bertad de adquirirlo es realmente ilusoria:no entenderlo así valdría tanto como soste-ner que el texto es innecesario» 62 . Años des-pués, a propósito del precio de los libros, laReal Orden de 7 de octubre de 1905, sobreabuso en los libros de texto, hacía la siguien-te reflexión:

...libre es la obra de inteligencia y del arte, ysólo cabe que lo regule el autor con su esti-mación propia y el público con su derecho a

adquirirla o rehusarla; pero cuando se cuen-ta con un mercado fijo y, si no obligado,materialmente influido por sanción teme-rosa para la compra, ¿puede sostenerse quehay verdadera libertad en tales transaccio-nes? Consúltese la experiencia. Tal libro,que fue de texto mientras su autor explicó laasignatura, y alcanzó numerosas ediciones,costaba 15, 20 ó 30 pesetas, no quedandoun ejemplar sobrante; mas apenas aquelProfesor, por muerte o por traslado, dejó deregir aquella cátedra, su obra popular y soli-citada rodó lastimosamente a las librerías deviejo, y aun así difícilmente hallaba com-prador curioso63.

DE LA ESCASEZ DE OBRAS DE TEXTOA LA PROLIFERACIÓN DE MANUALES

Uno de los graves problemas con quehubo de enfrentarse la puesta en marchadel Bachillerato y la pretendida homoge-neidad de esta enseñanza, fue, sin duda, lagran escasez de libros adaptados a las nue-vas enseñanzas y la inadecuación de losexistentes. Realmente, la carestía de librosde texto se extendía a todos los niveles deenseñanza, pero si nos atenemos a autori-zadas opiniones de la época, como eran lade Mariano Carderera y Joaquín Avenda-ño, el problema, si ya era grande para elnivel primario, todavía era más acuciantepara el secundario". Además, como ya

(60) Estas deficiencias llevarán a Ricardo MACÍAS PIcAvEn a emitir el siguiente juicio acerca de los librosde texto: «Doctrinas arqueológicas, teorizantes de invención arbitraria, errores increíbles, ignorancias inexplica-bles, lenguaje sin arte y hasta sin gramática...: todo eso abunda en esa literatura desdichada.» (El problema nacio-nal. Hechos, causas, remedios. Madrid, 1899, p. 147).

(61) Real Decreto de 12 de abril de 1901, reglamentando los exámenes en los Establecimientos de enseñanzaoficial (José Luis VILLAIAIN BENITO: Los manuales escolares en España. Tomo I. Legislación..., op. cit., p. 250).

(62) Exposición de 2 de octubre de 1894, al Excmo. Señor Ministro de Fomento sobre libros de texto(José Luis VILLALAN BENITO: Los manuales escolares en España. Tomo I. Legislación..., op. cit., p. 232).

(63) José Luis VILLALAIN BENITO: Los manuales escolares en España. Tomo I. op. cit.,p. 260.

(64) Para ampliar esta idea puede consultase el trabajo de Carmen BENSO CALVO: «Uniformidad y vigi-lancia: el control del libro escolar en el siglo xix y principios del ›tx (1813-1913)», Revista Española de pedagogía,(199), pp. 439 y ss.

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se ha indicado, la escasez de manualesrepercutía más negativamente en la ense-ñanza secundaria, apoyada esencialmenteen el libro de texto, que en la primaria, enla que el protagonismo, como indicabanlos autores citados, recata más directa-mente en el maestro.

De la ausencia de buenos manualesdaba buena cuenta el Informe emitido porel Consejo de Instrucción Pública con mo-tivo de la aprobación de las primeras listasde obras de texto, por Real Orden de 1 deseptiembre de 18466s . En dicho informe sealudía al carácter provisional de tales listas,sólo aprobadas para un curso escolar, y sereconocía que estaban formadas por librospoco a propósito a causa de la suma escasezde obras que reunieran las circunstanciasapetecidas, lo que originaba grandes defi-ciencias en la adaptación de las asignaturasal Plan de estudios. Así se expresaba la cita-da corporación en dicho documento:

Debe contarse entre las primeras (dificulta-des) la ya mencionada escasez en España deobras originales, elementales y propias parala enseñanza, pues fueron pocas las publica-das en el primer tercio de este siglo, y nomuchas salieron a la luz en estos últimosaños (...). Malas traducciones de peores li-bros extranjeros, hechas a destajo, muchasveces por personas poco versadas en la ma-teria (...). Por contraposición a la escasez debuenos libros el Consejo se encontraba conmuchas obras antiguas, con conocimientos

desfasados y a veces incluso perjudiciales ala enseñanza, si bien contaban con muchosadeptos.

Un indicio de la dificultad para elabo-rar esa primera lista de obras de texto es elhecho de que ni se pudieran completarhasta con los seis libros que permitía elPlan de 1845 —el Plan Pidal— para cadaasignatura, ni los manuales señaladosfueran, en su mayor parte, exactamenteaplicables a las asignaturas del Plan deEstudios, hecho éste por el que se reco-mendaba a los profesores que tomasen deellos sólo aquella parte que fuera adecuadaal objeto, «supliendo con las explicacioneslo que falte, y haciendo que los discípuloslleven los correspondientes apuntes»67.Estas medidas continuaron poco despuésal reformar Pastor Díaz el Plan de 1845.De hecho, el artículo 80 del Reglamentoaprobado por Real Decreto de 19 de agos-to de 1847, determinaba que «los alumnos,además de adquirir los libros de texto quese les señalen, deberán formar para cadaasignatura cuadernos arreglados a las expli-caciones del profesor», exigiendo a éste nosólo que cuide «de pedirlos y examinarloscon frecuencia» sino que deniegue «el co-rrespondiente pase para el examen al queno se los presente en regla al fin de curso es-critos de su propia letra y con su número yfirma»68 . Era de esperar, como luego vere-mos, que el gobierno adoptase una políticade estímulo e incentivo a la elaboración de

(65) Sobre el problema de la escasez de obras en la enseñanza remitimos al trabajo de Manuel DEPUELLES BENfTEZ: «Estudio preliminar: política, legislación y manuales escolares...», en José Luis VILLALMNBENITO: Manuales escolares en España. Tomo I. Legislación..., op. cit., pp. 45-46.

(66) Informe emitido por el Consejo de Instrucción pública con motivo de la aprobación de las listas deobras de texto el 1 de septiembre de 1846. La corporación contó, para hacer las listas, con auxiliares muy válidoscomo fueron los dictámenes razonados de las Universidades del reino sobre libros textuales en los encontró elConsejo un firme apoyo (José Luis VILLAIANI BENITO: Los manuales escolares en España. Tomo I. Legislación...,op. cit., p. 113).

(67) Real Orden de 1 de septiembre de 1846, aprobando las listas de obras de texto presentadas por elConsejo de Instrucción pública (José Luis VILLALAN BENITO: Manuales escolares en España. Tomo I. Legisla-ción..., op. cit., pp. 109-110).

(68) José Luis VII IAIMN BENUO: Manuales escolares en España. Tomo I. Legislación..., op. cit., p. 104.

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obras de texto para llenar el vacío existentede las mismas.

Durante arios, el problema de la escasezde obras siguió representando un verdaderotalón de Aquiles para el impulso que los li-berales pretendían dar a la enseñanza, en es-pecial a la enseñanza de elites representadapor los estudios de Bachillerato. El preám-bulo del Real Decreto de 11 de agosto de1849 firmado por Bravo Murillo seguía ha-ciendo alusión al deplorable estado de esta en-señanza en cuanto a los manuales se refiere:

... la segunda enseñanza, con especialidad, ca-rece casi absolutamente de libros que se pue-dan poner, con esperanza de buen éxito, enmanos de la juventud. Obras escritas años ha,sin haber entre ellas unidad de doctrina ni demétodos, opuestas las más a la índole de losestudios actuales, y tal en contradicción conlos programas publicados por el Gobierno;extractos, epítomes y compilaciones hechassin discernimiento por manos imperitas en lamateria; traducciones por fin, que en el fondoadolecen de iguales defectos, y que en materiade lenguaje presentan a los jóvenes ejemplosfunestos de corrupción y mal gusto: tales sonlos libros que, por lo general y con algunas ex-cepciones, figuran en nuestras listas de textos,aun después de haber elegido los menos de-fectuosos entre ellos".

Ante esta lamentable situación, a partirde 1845, el gobierno intensificó la políticade incentivos a los autores de buenas obrasque pudieran servir de texto para la ense-ñanza. Previamente, ya el Plan general deInstrucción pública de 1836 había conside-rado un mérito profesional para el profeso-rado la redacción de libros de texto para la

enseñanza. A tal efecto el artículo 87 de di-cho Plan disponía lo siguiente:

No podrán optar a las ventajas expresadasen los artículos 58 (sobresueldo a profesorescon determinada antigüedad docente), 59(condiciones de jubilación para profesorescon determinada antigüedad docente) y 60(condiciones económicas para catedráticoscon determinada antigüedad docente encaso de que se imposibiliten en el ejerciciode su profesión) los profesores que no hu-biesen publicado alguna obra o tratado so-bre la asignatura de su cátedra70.

Aunque en el Plan general de estudiosaprobado por Real Decreto de 17 de sep-tiembre de 1845, por el que se creaba defi-nitivamente la segunda enseñanza, no secontemplaban los posibles méritos delprofesorado para la promoción profesio-nal de los mismos, y se establecía el ascen-so de categoría de los catedráticos simple-mente por oposición, pronto una RealOrden, de 30 de octubre de ese mismoario, venía a subsanar esta laguna, anun-ciando que «se incluirá en el nuevo presu-puesto una cantidad proporcionada paradar premios a los autores de los mejores li-bros que se presenten al Consejo, y que ajuicio de esta corporación merezcan seme-jante recompensa», teniendo en cuenta que«si el escritor premiado fuese catedrático, leservirá además esta circunstancia de méritopreferente para sus adelantos en la carre-ra»- i. A tal efecto el Consejo de Instrucciónpública fijó los premios (Real Orden, de 25de mayo de 1846) que habrían de adjudi-carse a las obras elementales que pudieran

(69) Real Decreto de 11 de agosto de 1849, promoviendo la formación de libros de texto para unifor-mar la enseñanza (José Luis VILIALAIN BENITO: Los manuales escolares en España. Tomo I. Legislación..., op. cit.,p. 133.

(70) Plan general de Instrucción pública aprobado por Real Decreto de 4 de agosto de 1836 (Ministeriode Educación: Historia de la educación en España..., op. cit., p. 134).

(71) Real Orden de 30 de octubre de 1845, dejando por ahora a la elección de los claustros, oyendo a losrespectivos profesores, los libros que hayan de servir de texto en las diferentes asignaturas (José Luis VILLALAIN

BENITO: Manuales escolares en España. Tomo I. Legislación..., op. cit., p. 104).

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servir de texto en las enseñanzas en razóndel mérito y utilidad de las mismas. Ade-más, en el reglamento aprobado el 19 deagosto de 1847, norma que acompañabaal nuevo plan de estudios de Pastor Díaz(Real Decreto de 8 de julio de ese mismoario) se contemplaba como mérito espe-cial para el ascenso de categoría en el pro-fesorado, el haber publicado «sobre su fa-cultad o ciencia alguna obra originaladaptada para texto, o calificada anterior-mente por el Consejo de Instrucción pú-blica de equivalente a un ejercicio de opo-sición» (art. 146)72.

Dos años después, pese al descréditoen que había caído ya la política del con-curso público y de premios a los autores delibros de texto, se sigue confiando en ella.A propósito de las medidas adoptadas porla Dirección General de Instrucción Públi-ca para uniformar la enseñanza (la elabora-ción de programas y la redacción de librosque respondieran a tales programas), seanuncia que se abrirán nuevos concursospara adjudicar decorosas recompensas a losautores de aquellos libros de texto «que conmás precisión se ajusten a las condicionesde sus respectivos programas» 73 . El decretoestablecía los plazos para presentar los ori-ginales, a contar desde la publicación de losprogramas, atendiendo a la urgente necesi-dad de obtener libros lo más pronto posi-ble: «las obras de ampliación de dos años;las elementales de matemáticas, física, quí-mica e historia natural dentro de ario y me-

dio; las de latinidad, retórica, poética, lógi-ca, religión y moral, historia y geografía,dentro de un ario». Igualmente, se fijabanlos premios a los que habían de optar losautores cuyas obras —en un máximo de trespor asignatura— fueran aprobadas: declara-ción de texto por el tiempo que se prefije—de tres a siete años—; declaración de que laobra se tendrá por mérito especial para suautor; y propuesta a favor del autor parauna mención honorífica.

Como era de esperar, una vez publica-dos los programas para las distintas asig-naturas de segunda enseñanza, se proce-dió a abrir un concurso para la formaciónde libros de texto (Real Orden, de 30 deenero de 1851), limitado a las asignaturascomprendidas en los cinco años de segun-da enseñanza elemental, fijando el tiempoque habrían de servir de texto, en seisarios, para las obras elementales de mate-máticas, física, química e historia natural,y de cinco arios, para las de latinidad, retó-rica y poética, lógica, religión y moral ehistoria y geografía. Como tantas vecessucediera en el siglo XIX, los cambios polí-ticos ocurridos en 1851, que decantaronla política escolar hacia posiciones másmoderadas llegando incluso a establecerseel principio de la uniformidad de textos74,hicieron que esta iniciativa no llegara abuen puerto. El concurso se suspendiópor Real Orden, de 13 de enero de 1852.

En adelante, desestimada la políticade incentivos a través de concursos 75 , se

(72) Real Decreto de 19 de agosto de 1847, preceptuando se observe y cumpla el reglamento que seacompaña para la ejecución del Real Decreto de 8 de julio último, por el cual se modifica el plan de estudios(José Luis VII TALAN BENITO: Manuales escolares en España. Tomo I. Legislación..., op. cit., p. 117).

(73) Real Decreto de 11 de agosto de 1849, promoviendo la formación de libros de texto para unifor-mar la enseñanza. En José imis VILIALAIN BENITO: Manuales escolares en España. Tomo I..., op. cit.,pp. 133-137.

(74) Real Decreto de 10 de septiembre de 1852, mandando que se observe y cumpla el adjunto regla-memo de estudios (José I mis VILIALAIN BENITO: Los manuales escolares en España. Tomo I. Legislación..., op. cit.,pp. 152-154).

(75) Excepcionalmente se recurre a la vía del concurso en el caso de que ninguna de las obras publicadassobre una asignatura reuniera las circunstancias necesarias para ser adoptada como texto. Véase el articulo 15

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optará por incentivar al profesorado queredacte obras de texto, declarándolascomo mérito para su carrera profesio-nal. En lo que se refiere a la enseñanzasecundaria, la Ley de Instrucción públi-ca de 9 de septiembre de 1857, prevé laformación de un escalafón general de to-dos los catedráticos de instituto, dividi-do en cuatro secciones, en el que se as-ciende por antigüedad y mérito. En elascenso, que implicaba un aumento desueldo, jugarán, por tanto, dos elemen-tos: la antigüedad y los méritos y servi-cios que cada catedrático haya contraídoen la enseñanza, señaladamente «la pu-blicación de obras y otros trabajos litera-rios o científicos» que fueran considera-dos previamente por el Consejo deInstrucción Pública como obras merito-rias para tales ascensos (art. 232). Encumplimiento de la ley, la Real Orden,de 25 de mayo de 1861, que dictabanormas —elaboradas por el Consejo deInstrucción Pública— para formar el es-calafón de catedráticos de segunda ense-ñanza76 , establecía que en la clasifica-ción de los catedráticos, en razón de losméritos contraídos, se tomaría en consi-deración «la publicación de obras uotros trabajos científicos o literarios, ca-lificados por el Consejo de Instrucciónpública como originales y de reconocidautilidad e importancia» así como «la pu-

blicación de cualesquiera otros trabajosque sean, a juicio del Consejo, de sufi-ciente interés y mérito».

La publicación de obras destinadas aservir de texto será también un méritopara la provisión de cátedras por concursoy traslación según el Reglamento para elingreso en el profesorado público y paralas traslaciones, ascensos y jubilaciones delos Catedráticos de Universidades, Escue-las superiores e Institutos de segunda en-señanza, aprobado por Decreto de 15 deenero de 187077.

Aunque la legislación fijaba con pre-cisión las normas que en razón a los méri-tos debían servir de base para la carreraprofesional del profesorado (ascensos,traslados, acceso a cátedras vacantes...), enla práctica, las dificultades encontradaspara baremar tales méritos hizo que estecriterio fuera escasamente operativo, lle-gando a demorarse «indefinidamente laadjudicación de estos premios» según sereconocía en la exposición que precede alReal Decreto de 17 de junio de 1881aprobado en el ministerio de José LuisAlbareda. Ello implicaba que incluso nollegaran nunca a ser efectivos por comple-to «con detrimento de los interesados einobservancia de las prescripciones de lalegislación vigente»78 . Además, existía lasospecha —fundada— de arbitrariedad en laactuación de la Administración, lo que,

del Real Decreto de 20 de julio de 1859, aprobando el reglamento general para la Administración y el régimende Instrucción pública. Colección de decretos referentes a Instrucción pública, op. cit., p. 272.

(76) Real Orden de 13 de abril de 1861, dictando reglas para formar el escalafón de Catedráticos de se-gunda enseñanza (Diccionario de legislación de Instrucción pública por Eduardo ORBANEJA Y MAJADA, Valladolid,Establecimiento tipográfico de Hijos de J. Pastor, 1889, pp. 173-175). Estas mismas reglas servirán de base parala formación de las cuatro secciones o categorías de mérito en que se divide el escalafón general de catedráticosde instituto según el Real Decreto de 24 de marzo de 1876 (Diccionario de legislación de Instrucción pública, op.cit., p. 213).

(77) Colección de Decretos referentes a Instrucción pública, op. cit., pp. 688-690. En ambos casos «seránméritos especialmente atendibles al hacer la propuesta haber dado la enseñanza de la asignatura vacante, o deotras análogas, y publicado obras, hecho descubrimientos científicos o desempeñado comisiones facultativasque prueben aptitud para la cátedra objeto del concurso...»

(78) Real Decreto de 17 de junio de 1881 decretando que los premios de categoría y de mérito se cuen-tan desde la fecha de la vacante a que ascienden (Diccionario de legislación de Instrucción pública, op. cit., p. 224).

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como es de esperar, produciría en el profe-sorado el efecto contrario al potencial-mente esperado, esto, desaliento en vez deestímulo. A remediar esta situación iba di-rigida la Real Orden de 1 de julio de 1880que, una vez más, dictaba «reglas fijas yprecisas» para los ascensos del profesoradoen las categorías retributivas que contem-plaba la legislación. Según esta norma, enlas propuestas para ascender en categoríaserían preferidos, en primer lugar, «losCatedráticos que habiendo dado pruebasde aptitud y celo en el ejercicio de la ense-ñanza, fueren autores de obras o de otrostrabajos científicos o literarios calificadospor el Consejo de Instrucción públicacomo título suficiente para obtener estarecompensa» 79 . También eran reconoci-dos oficialmente los abusos cometidos enla concesión de permutas, por lo que seaprobó un Real Decreto, de 30 de no-viembre de 1883, estableciendo normasprecisas para la provisión de cátedras portraslación y concurso. En el orden de pre-ferencia para la traslación figuraban, enprimer lugar, «los catedráticos de directaoposición a cátedras igual a la vacante,que hubieren publicado obras científicassobre asuntos propios de la asignatura condictamen favorable del Consejo deInstrucción pública»80.

A partir de los años setenta se asiste aun proceso de progresiva proliferación deobras destinadas a la enseñanza secunda-ria. Si en los años cuarenta y cincuenta elproblema era encontrar libros adecuadospara el Bachillerato, y el interés del Go-

bierno se cifraba en limitar la enseñanza ala utilización de media docena de libros detexto, unas décadas después, la situaciónhabía cambiado completamente. Lo nor-mal, hacia finales de siglo, será que cadaprofesor señale para el aprendizaje de suasignatura (y por tanto para preparar elexamen) su propio libro de texto, elabora-do con este fin. No es de extrañar que enesta época las condiciones didácticas, e in-cluso las científicas, de los manuales va-ríen mucho entre la amplia oferta existen-te de material didáctico impreso para elBachillerato.

La profusión de manuales de segundaenseñanza hacia el final de la época estu-diada responde no tanto a la políticaorientada a incentivar la elaboración deobras en función de la carrera profesionaldel profesorado, obras que no se olvidedebían obtener el informe favorable delConsejo de Instrucción pública y que parasu utilización, según la ley, debían figuraren las listas de libros oficiales publicadaspor el Gobierno, cuanto al cambio adop-tado por la política escolar en el Sexenio,concediendo libertad al profesorado en laelección de libros de texto, y a la atenua-ción que experimentó el control de lasobras textuales en la posterior etapa de laRestauración. Ello originó que en las últi-mas décadas del siglo muchos profesoresse lanzaran a redactar libros sobre su asig-natura, e incluso asignaturas afines, congarantías de que se adoptaran como librosde texto, al menos en su propio centro. Esasí como un buen número de docentes

(79) Real Orden de I de julio de 1880, sobre condiciones para los ascensos en categoría (Diccionario delegislación de Instrucción pública, op. cit., p. 220).

(80) Real Decreto de 30 de noviembre de 1883, dictando reglas precisas para la provisión de cátedraspor traslación o concurso, como complemento al Real Decreto de 8 de octubre último (Diccionario de legisla-ción de Instrucción pública, op. cit., p. 231).

(81) El problema derivado de la venta de material docente se extendía a los llamados apuntes. A ellos serefería la Real Orden de 7 de octubre de 1905, en los siguientes términos: «Otro linaje de bastarda industria (...)se ha ido introduciendo en algunos Centros docentes, hasta adquirir ya aspecto de cosa lícita, o por lo menos to-lerada, el cual consiste en el tráfico y venta de ciertos apuntes anónimos, hipotéticamente aprobados o autoriza-

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Page 23: CARMEN BENSO CALVO ()0ef33ec1-136a-473b-a585-c17dca12c16d/... · Esta recopilación de la legislación sobre manuales escolares nos ha sido de gran utilidad para la elaboración del

se beneficiaron de la venta de sus pro-pios libros y apuntes", imponiendo a susalumnos la compra de los mismos, en oca-siones a un precio abusivo, hecho éste queoriginó una gran polémica a nivel nacio-nal. Lo que en definitiva reflejaba tan lamen-table situación era la penuria económica en laque se movía el profesorado públicos' y laineficacia de la política retributiva liberaladoptada para el cuerpo docente.

Ante la aguda problemática originadapor la profusión de obras de texto, mu-chas de ellas deficientes en cuanto a suscondiciones didácticas y científicas, la le-

gislación de entresiglos tratará de contro-lar la situación, obligando primero a losautores a someter sus obras a la aproba-ción del Consejo de Instrucción pública,cuyo dictamen deberá figurar al Frente delos libros que se adopten para la enseñan-za", y determinando, poco después, que«para que las obras escritas por los Cate-dráticos o Profesores oficiales les sirvan demérito en sus carreras, deberán estar apro-badas, desde el punto de vista de sus con-diciones didácticas, por el Consejo deInstrucción pública y por la respectivaReal Academia»84.

dos por el catedrático de la asignatura, sin que éste acepte la responsabilidad, con su firma, de las doctrinas ex-puestas o de los errores, a veces crasísimos, que contienen. Dichos apuntes no sólo desvirtúan las explicacionesde la Cátedra y se eximen del juicio de los Centros docentes, como voluntarios incluseros sin bautizar, sino quese convierten en una carga onerosa para los estudiantes, que los pagan caros y aun anticipan cantidades por cua-dernos que, empezados a publicar, se interrumpen o dejan de terminar la serie ofrecida...» (José Luis VILLALAINBENITO: Manuales escolares en España. Tomo I. Legislación..., op. cit., p. 262).

(82) A ello alude Ivonne TURÍN en su obra La educación y la escuela en España de 1874 a 1902 (op. cit.,p. 324), al tratar este problema. Los abusos en relación a la imposición, si no legal, moral, respecto a los libros detexto continuó en las primeras décadas del siglo. Tampoco se resolvieron los problemas económicos del profe-sorado. En los años veinte, el catedrático de instituto Eloy Luis ANDRZ en su obra El espíritu nuevo en la educa-ción española (op. cit.), se expresaba en los siguientes términos: «Conformes con la Junta en el empeño de cortarde raíz los abusos del libro de texto, que existe en todos los países, y en estimular al profesorado para lograr lasmejoras justas, dejando en segundo plano la venta de ejemplares y el lucro consiguiente. Pero para razonar asíhay que pagar al profesorado de modo que ni codicie con exageradas pretensiones sueldos fabulosos, ni deje devivir decorosamente de su profesión y para ella. El sueldo medio del profesorado de Instituto no llega a 8.000pesetas nominales, y es poco mayor de 5.000 pesetas efectivas. En Francia, Bélgica y Alemania puede llegar elprofesor de Instituto hasta 20, 25 y 30.000 pesetas anuales. Norteamérica tiene directores de Highs Schools con50.000 pesetas de sueldo. El abuso del libro de texto merece castigo; pero el uso, suprimidos los derechos deexamen y las residencias al profesorado de Institutos, es un suplemento sobrio al sueldo para no morirse dehambreo (pp. 38-39).

(83) Real Decreto de 13 de septiembre de 1898, reformando la segunda enseñanza firmado por el mi-nistro Germán Gamazo. El dictamen deberá versar sobre los siguientes puntos: 1. 0 Si el libro está escrito con co-rrección. 2.° Si no contiene errores notorios independientes de toda apreciación de escuelas y doctrinas. 3 • 0 Sino es contrario a la moral ni a las instituciones fundamentales del Estado. 4.° Si se ajusta al índice de materias (amodo de cuestionario o programa general) acordado por el Consejo independientemente de su doctrina, ordeny desarrollo. 5.° Si tiene las proporciones correspondientes a la extensión y carácter de la asignatura de que setrate. Como resultado de estas declaraciones, el dictamen concluirá aprobando o desaprobando el libro; y si losponentes lo estimaran de extraordinario valor científico, literario o pedagógico, lo declararán de mérito, razo-nando sus afirmaciones (José Luis VILLALAIN BENITO: Manuales escolares en España. Tomo I. Legislación..., op.cit., pp. 240-241).

(84) Real Decreto de 12 de abril de 1901, reglamentando los exámenes en los Establecimientos de ense-ñanza oficial (art. 29) y Real Decreto de 10 de mayo de 1901, aprobando el reglamento de exámenes y grados enlas Universidades, Institutos, Escuelas Nacionales, de Veterinaria y de Comercio (art. 29). En José LuisVILLALAIN BENITO: Manuales de enseñanza en España. Tomo I. Legislación..., op. cit., p. 250.

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