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Carta XIII. A la Señora de Sade Marqués de Sade Digitalizado por http://www.librodot.com

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  • Carta XIII. A la Seora de Sade Marqus de Sade

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    Vuestros mritos, seora marquesa, y toda vuestra fina burla, tan poco ingeniosa, acerca de mi plano no me causarn la menor mella: tengo el honor de comunicroslo. Con las ideas no ocurre lo que con las obras del ingenio. Uno puede engaarse con suma facilidad cuando el nico juez de una obra de esta especie es uno mismo; pero con una idea resulta mucho ms difcil: a no ser que uno se alimente con pienso, es imposible no saber si una idea es bella o si no lo es. Ahora bien, yo afirmo ante todo el mundo que la idea de mi plano es hermosa. No temas orme decir jams otro tanto de ninguno de mis libros.

    S bastante de arquitectura, y en Italia, donde estuve todo el tiempo nada ms que con personas de este oficio, he estudiado suficientemente todas las bellezas del arte arquitectnico como para decidir si una idea es bella o no, y te repito que la ma es soberbia; tan sublime es, que queda fuera de toda ejecucin. No habra Estado alguno ni ningn soberano de Europa lo bastante ricos para hacerla ejecutar. De modo, pues, que tu dibujante, o no ha dicho lo que t le haces decir, o es un tonto desde el momento en que pide ser empleado en una ejecucin que l mismo debe reconocer imposible. Se trata, pues, slo de una bonita quimera; pero la quiero y deseo adornar con ella algn da mi gabinete. Aqu tienes un pequeo complemento para que se lo enves, pues es necesario para la exacta ejecucin de su dibujo. Basta

    Decididamente no he de responder al fastidioso parloteo de milli Rousset. Cmo es posible emplear al ingenio en decir semejantes tonteras? Concibo, y hasta lo encuentro bastante divertido, que uno abuse de su ingenio en cosas picantes (esta es la causa de que El portero de los cartujos nunca me haya asombrado), pero no concibo que se lo emplee en hablar de cacerolas, cuartos podridos, viruela, utensilios de cocina y todas las dems tonteras cuyo plan le ha llevado seguramente seis semanas a la presidenta de Montreuil para hacrselo transcribir (sic) a la pobre Rousset, cuyo ingenio se halla a cien leguas de eso. Por ejemplo, su divina carta n 223 va a caer en el ms absoluto olvido. Me rebajar a comprobar todos esos bajos pormenores cuando me encuentre all; hasta entonces no quiero ni pensar en ello. Recuerda que no estoy dispuesto a aceptar un mayordomo pagado por ella; no concibo cmo ha podido ocurrrsele esta idea ni cmo t has podido apoyarla un salo instante. Ten la bondad de rechazrsela de plano.

    De todos los libros que me has enviado no hay dos que resistan una segunda lectura, que son los que necesito. Te encarezco vivamente que me satisfagas el catlogo adjunto; vuelvo a pedrtelo. La Ilada slo sirve para una primera lectura. Las Ancdotas italianas no estn hechas para ser ledas. Son libros de cronologa que uno tiene que tener a mano cuando trabaja, pero que no se leen ms que un diccionario. Satisfceme, pues, la lista; te lo suplico.

    Aqu va una notita para Amblet, que te ruego enviarle. Cuando te haya llegado de vuelta el manuscrito, introducirs las pequeas correcciones que contiene esta nota.

    Puesto que la historia de los Mdicis no ha sido escrita, no hay por qu romper con el doctor; al contrario, halgalo. Vaya!, como amigo te pregunto: no habra sido mucho mejor que me hubiesen permitido encerrarme en su gabinete de Florencia, lo cual seguramente me habra cubierto de honor algn da antes de enviarme aqu slo para desembarazar a la presidenta de Montreuil de su inmundo vmito...? Con ustedes y toda su pandilla me animo a hacer una apuesta bien singular: al cabo de diez aos habrn gastado cien mil francos en menudencias para tenerme cien mil veces peor de lo que estaba y para agraviar cien veces ms el honor y la reputacin de mis hijos. Confiesen que es pagar muy caro el placer de cometer maldades absurdas y vulgares nmeros.

    Antiguamente, el doctor me aceptaba como pensionista. Un criado y yo en su casa, alojados y alimentados, por 800 libras bien pagadas; aadmosle 1.200 por mi manutencin, etc., y ahora calcula lo que habramos ganado en diez aos. Yo habra salido de all con cien mil francos de ms en mi bolsillo, un buen libro que entregar al pblico y la cabeza bien enriquecida. Da vuelta la moneda y mira ahora qu resultar de lo que han hecho. Eran necesarios el silencio y el encierro? Ah, resultaba muy cmodo! En Florencia hay un embajador francs que vale un poquito ms que el seor de Rougemont. Convengo en que no

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    habra desempeado, por cierto, el mismo papel (no se encuentran a cada paso militares lo bastante bajos para representarlo); pero Barbantane, que es inteligente y primo mo, me habra vigilado y habra llevado en su bolsillo una orden de prisin en caso de que yo hubiera querido alejarme de Florencia: en ocho das me habra enviado de regreso a la torre de Vincennes. Se habra encargado de la correspondencia epistolar, del dinero, etc. Yo habra adoptado un nombre extranjero. Y a los ojos de toda esta banda de sinvergenzas que a toda costa quieren tenerme bajo llave yo habra estado, segn se les habra dicho, a buen resguardo en casa del gran duque, y podran haberlo credo lo ms bien, puesto que habran dejado de verme y or hablar de m. As se procede cuando se es inteligente. Cuando no se es ms que un imbcil se procede como lo han hecho ustedes: se prefiere la proteccin de cualquier subalterno antes que el bienestar y la felicidad de los parientes.

    Queras una carta para mis hijos? Aqu la tienes. Conmigo no necesitas desear mayormente nada para hacer todo lo que quieras. Esta carta la dictan mi corazn y las ganas de complacerte, y de ningn modo el menor inters, pues no quiero respuesta. Prefiero cien veces no escribir nada antes de recibir torpes frases escolares, tontsimas y emponzoadas con el bilioso y negro veneno de mi indigno verdugo. Recuerda que no quiero respuesta. Si mis hijos quieren escribirla, que la escriban; pero no me la enves.

    Esta carta es la expresin de mis sentimientos para con mis hijos. La leern y releern, y se acordarn de ella... Todava crees que soy tan enemigo de ellos y de m mismo como para contrariar jams sus principios? Si alguna vez lo hiciera, me despreciaran. Y tendran razn. Que esto te recuerde una sensata esquelita de este invierno y te convenza hasta qu punto estar siempre lejos de darles malos principios. Oh, no! Esto nunca cabr en mis ideas. Entre matarlos o echarles a perder el corazn, no titubeara un minuto: casi creo que lo primero es un mal menor. No vayas a pensar que esto es un efecto de la prisin; al revs, sta ms bien influira en sentido contrario, pues no existe mal efecto que no me produzca. Toda mi vida he pensado as, y t lo sabes. Para hacerte mi profesin de fe, no debes esperar ms que satisfaccin de todo lo que les incumbe, a ti y a ellos. Mi tarea y mi constante satisfaccin sern tan slo la felicidad de ustedes cuatro. Siempre me has odo hablar as. Tal es mi plan una vez que hayan concluido mis desgracias.

    Pero en lo que a m respecta, a m personalmente, no te prometo nada. El animal ya est muy viejo. Desengate: renuncia a educarlo. Tampoco Julia consigui nada con el seor de Wolmar y eso que ste la amaba sobremanera. Hay ciertos sistemas que se aferran demasiado a la existencia sobre todo cuando uno los ha mamado desde la infanciapara que sea posible renunciar jams a ellos.

    Lo mismo ocurre con las costumbres. Cuando se hallan tan prodigiosamente agarradas al aspecto fsico de un ser, diez mil aos de prisin y quinientas cadenas no haran ms que reforzarlas. Acaso te asombrara si te dijese que todas esas cosas y su recuerdo son siempre lo que llamo en mi auxilio cada vez que quiero aturdirme. Las costumbres no dependen de nosotros; ataen a nuestra conformacin, a nuestra organizacin. Lo que s depende de nosotros es no andar desparramando veneno, y que lo que nos rodee no slo no sufra con ste, sino que ni siquiera pueda advertirlo. Una conducta intachable para con sus hijos y otra igual para con su mujer; tanto, que a sta le resulte imposible poder sospechar, ni an comparando su suerte con la de las dems mujeres, las malas costumbres de su marido: eso es lo que depende de nosotros, y eso es lo que todo hombre decente debe hacer, porque en ninguna parte est escrito que uno sea un desvergonzado slo por tener cierta singularidad en sus placeres. Ocltala del pblico y ocltala sobre todo, de tus hijos, y que tu mujer nunca tenga a su respecto la menor sospecha; que tus deberes para con ella se cumplan por igual en todos los gneros.

    Eso es lo fundamental, y eso es lo que te prometo. Nadie est hablando de virtudes. Uno no es ms dueo de adoptar en esas cosas tal o cual gusto que de enderezarse cuando ha nacido chueco, como tampoco en materia de sistemas es ms dueo de adoptar tal o cual

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    opinin que de volverse moreno cuando ha nacido pelirrojo. Tal es mi eterna filosofa, y nunca la abandonar.

    Sin embargo, en 1777 yo era todava bastante joven, y el colmo de la desdicha en que me hallaba habra podido auspiciar la labor: mi alma no se haba an endurecido. Un plan completamente diferente del de ustedes habra podido operar grandes cosas: no lo quisieron. Gracias, muchas gracias. Prefiero expulsar de mi mente los nmeros de ustedes antes que arrojar fuera de m una infinidad de cosas y detalles que me resultan deliciosos y que tan bien saben suavizar mis penas cuando dejo vagar mi imaginacin.

    Estuviste mal aconsejada; puedo decirlo. Pero, en conciencia, prefiero que las cosas hayan ocurrido as. Dirs mil cosas a Gaufridy, pero no he de escribirle ms que a la santa, a quien tal vez este otoo, en las veladas tan largas y tristes, me pase por la cabeza la idea de decirle unas cuantas locuras. Sin lo cual, nada.

    Si me cuentas el efecto que mi carta haya producido en mis hijos y lo que te hayan dicho de ella, me dars un gran placer. Pero nada de respuestas. Con una para ao nuevo, basta.

    [P. S.] Procura conseguir el Gabinete de historia natural; vuelvo a rogrtelo. Si no

    halagas mis gustos decentes, razn de ms para entregarme a los otros. Como siempre, el maldito espritu de falsedad de todo lo que te rodea me sirve con sumo gusto, sin quererlo, y colma la medida del mal, a falta de contar con la dicha de distinguir los caminos del bien.

    Vincennes, agosto de 1782.