cartas desde la zona de distension libro
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Presentación del estracto del libro en Alemania, por un lector.TRANSCRIPT
A Dios, sobre todas las cosas, y aMi hermana: pusiste Paris
a mis pies, sin ninguna palabra ni gestode cansancio.
“Los liberales estaban decididos a lanzarse a la guerra. Como Aureliano tenía en esa época nociones muy confusas sobre la diferencia entre conservadores y liberales, su suegro le daba lecciones esquemáticas. Los liberales, le decía,
eran masones; gente de mala índole, partidaria de ahorcar a los curas de implantar el matrimonio civil y el divorcio, de reconocer iguales derechos a los
hijos naturales que a los legítimos, y de despedazar el país en un sistema federal que despojara de poderes a la autoridad suprema. Los conservadores,
en cambio, que habían recibido el poder directamente de Dios, propugnaban por la estabilidad del orden público y la moral familiar; eran los defensores de
la fe de Cristo, del principio de autoridad y no estaban dispuestos a permitir que el país fuera descuartizado en entidades autónomas. Por sentimientos
humanitarios, Aureliano simpatizaba con la actitud liberal respecto a los derechos de los hijos naturales, pero de todos modos no entendía cómo se
llegaba al extremo de hacer una guerra por cosas que no podían tocarse con las manos. ”
Cien años de soledad,GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ
Prologo
Este libro, no es más que una historia dibujada de la realidad. –Con un testimonio verdadero-, pero, quizás, en algún momento puede llegar a ser la historia directa de alguien que haya sufrido en carne propia las atrocidades de un ridículo conflicto que ya despierta intereses internacionales, por su antigüedad. Aunque siga solo siendo una historia imaginada, no dejara de sucumbir en hechos totalmente reales de historia contemporánea en nuestro país, donde existe el poder y el antipoder y en cualquier parte donde ellos ejercen, estamos nosotros que somos carentes de esos dos poderes, incluso el tiempo parece demostrarnos que no hay lugar en nosotros para: Poder exigir; -aunque nos auto-denominemos democráticos- poder hacer; poder vivir, y poder, incluso, elegir la forma de morir, y desgraciadamente, por el poder y el antipoder, perdemos constantemente la capacidad de poder soñar para perpetuarnos, únicamente con la resignación. Y ni que decir de intentar tomar el poder para ejercerlo contra el antipoder, eso en nuestro país nos convierte en personas que solo tienen el poder de ser temerarios, cuando antes los llamábamos: patriotas.
Se debe tener presente que las personas, que crecimos haciendo caso del poder, vimos a ese viejo antipoder, haciendo lo que mejor sabían hacer: arremeter, para después mimetizarse en lo ancho y plano de todas nuestras selvas, porque si algo sabe hacer el antipoder en su ancestral estrategia es: atacar, esconderse y pregonar ideas políticas, para unos cuantos que solo saben de sapos, reptiles y animales rastreros. Ellos piensan que el antipoder tiene ideas salvadoras, porque les paso lo mismo: crecieron solo viendo el poder de lo que para nosotros es el antipoder. No podemos culparlos, ni apresurarnos a juzgarlos, porque ellos estaban en lugares, donde el poder ni se asomaba y el antipoder, ejerciendo también su oportunismo, llego a ellos como única esperanza y oportunidad.
Es un antiguo conflicto, o quizás un antiguo dilema, donde nadie ha sido capaz de resolverlo, porque se han involucrado todas las cosas que alimentan las diferencias entre unos y otros, donde ya no hay estereotipos de ninguna clase, solamente hay prejuicios y la única forma de defenderlos y sostenerlos es la muerte del otro prejuicio, como sea y al precio que sea, porque cuando entramos a ser parte del conflicto nos convertimos en cifras, números y en sujetos prejuiciosos totalmente marginados de una condición humana, donde solo hay un instantes para acordarnos que somos prejuicios con un esporádico uso de la razón, pero esa misma razón vuelve a ser utilizada como una herramienta mas de lo mismo de siempre: argumento que solo sirve para enjuiciar y silenciar el otro prejuicio que tiene como disfraz una ridícula forma humana.
****
Algunos de los padres de nuestros padres, vieron nacer este conflicto y en su mayoría lo alimentaron, con sus inquebrantables costumbres y sus fervorosas creencias, que fueron manipulas con la ideología divina, donde desde muchos pulpitos se llegó a decir que el rojo era pecado y verlo con buenos ojos también lo era. Qué pensaría el mismo Jesús en vida, al ver que algunos de los hombres de su iglesia, utilizaron su poder como proselitismo político, para no darle cabida al drenaje de sus fieles con nuevas ideas, ni mucho menos a la posible reducción de las futuras limosnas que sostenían sus grandes arcas. Acaso no fue el mismo Jesucristo en vida, quien dijo: “Pues bien, lo del César devuélvanselo al César, y lo de Dios a Dios” Afortunadamente, aun existen algunas comunidades de la iglesia que se marginan de todo anhelo de poder, para ayudar, de forma muy silenciosa, a las personas que se convierten en victimas del poder y del antipoder. Perdón: de los números, las cifras y las estadísticas, que se convierten en victimas.
No solo nuestros ancestros alimentaron el conflicto con sus creyentes oídos, hoy por hoy nosotros, también alimentamos parte del conflicto, cuando le rendimos culto a todos los medios de información, que nos muestran solo lo que ellos nos quieran mostrar, porque en Colombia los dueños de la información son unos pocos y cuando existe algún hecho que los involucra directamente en algo, entonces pasa a ser manipulado o silenciado, mientras nosotros seguimos engullendo todo lo que nos muestran y nos dicen, sin darnos cuenta que volvemos a convertirnos en cifras y números, pero en esta ocasión no tomamos el nombre de victimas, simplemente pasamos a llamarnos de forma más “in” “rating”. Antes se le conocía como sintonía. Estamos haciendo lo mismo que hacían los abuelos con las arcas de la iglesia, pero esta vez en los bolsillos de otros y mientras ellos tengan atrocidades del conflicto para mostrar todas las noches, nosotros estamos siendo medidos por la sintonía. Perdón: “rating”.
No acepto, ni conseguiré aceptarlo, mientras viva, que los dueños de la vida en Colombia, después de largo tiempo, sigan siendo el poder y el antipoder, solo por orden de ellos vivimos si ellos lo desean y hasta que lo crean conveniente y morimos si ellos firman la orden, que pareciera mas otro contrato corrupto y lucrativo entre ellos la muerte y Caronte. No aceptaría la idea de morir a manos del poder y del antipoder, como si mi existencia o la del cualquier persona en Colombia fuera, capricho de ellos, o sea, la arbitrariedad de unos pocos, que son menos que todos nosotros, pero que lamentablemente son los dueños del poder y del antipoder y nosotros un pueblo de impotentes que día a día solo tenemos el poder de aguantar y seguir soportando todo tipo de infamias. No debemos seguir visualizándonos, como la victima entre la espada y la pared, porque ese es otro rol que nunca nos recompensará, pero si hay algo mas cruel que la muerte a manos de los dos poderes, es nuestra propia indiferencia,
que por decirlo de alguna forma es el aire que hace falta entre la espada y la pared.
Extiendo mis cuestionamientos a mis primeros años de aprendizaje, donde era una mente en blanco, sin estereotipos ni mucho menos prejuicios. Esas eran palabras de adultos; de profesores o de gente con mucho más conocimiento. Épocas en las que me enseñaron que Dios que creo el mundo, con mares, océanos montañas, desiertos y tierras que después se convirtieron en países. En esos países surgen las culturas y formas de estado, que después se expanden a lo largo y ancho de la tierra. También me enseñaron que existieron grandes lideres: “Padres de la patria” Entre ellos el más grande de la historia Colombiana: Simón Bolívar “El libertador” Con historias tan asombrosas como las que escuchaba de labios de un viejo y alcohólico soñador que nos decía: “Simón Bolívar, era capaz de estar montado en su caballo durante ocho días sin parar.” Nosotros que más podíamos hacer: ¡imaginar el gran libertador y creer todo lo que escuchábamos! Y hoy me gustaría saber si el caballo también era capaz de soportarlo a él tanto tiempo. Por el anhelo de conocer mas historias de aquel “libertador”, me encontré con otro tipo de relatos que hablaban de un hombre totalmente energúmeno, donde sus ideas eran las únicas que servían, donde necesitaba estar todas las noches con una prostituta diferente, o sea en leguaje mas abierto era lo que podríamos llamar hoy en día, un putero. Pero si algo caracterizo verdaderamente aquel padre de la patria fue su amor. Amor por el eterno y seductor poder.
A la pira me gustaría llevarme todas esas cosas que mal-aprendí, relatos de boca a oído que son la mayoría de la historia de la humanidad, muy distinta a la historia que hoy registramos con sonido e imagen, y aun así, seguimos siendo tan enfermos de poder, que somos capaces de manipular todas estas formas de registro, para seguir engañando y sometiendo un país entero.
Esta historia nace de ver como el poder es capaz de engañar, defraudar y matar, para sostenerse; como en segundos puede llegar a cambiar la historia, no solo de una persona, sino de miles y miles. Es una historia que intenta imaginar lo que piensan los que hacen la guerra por ordenes del poder y también por ordenes del antipoder, porque es sabido que: “En la guerra mueren dos que no se conocen ni se odian, en nombre de otros dos que se conocen y se odian pero no se matan”
Es normal, que para poder vivir en comunidad, sea necesaria una autoridad que gobierne, sino es la anarquía y el barullo, todo esto es la demostración exacta de una primitiva condición humana que nos conlleva a encontrarnos con la cruda verdad que las libertades absolutas no existen. El problema no es la falta de una libertad absoluta, porque dentro de las normas esenciales de convivencia hay una pequeña muestra de libertad que existe para todos y que la debemos sostener todo el tiempo, cueste lo que cueste, aunque el antipoder la quiera suplantar.
Al poder que nosotros democráticamente elegimos, debemos ayudarlo y aceptarlo aunque en ocasiones no sea de nuestro agrado, porque la democracia no es solo la política favorable a la intervención de nosotros como pueblo es también un deber que requiere de múltiples ayudas, pero no desde la oposición porque los opositores siempre serán los envidiosos del poder y la oposición, sin darse cuenta se convierte en un nuevo o segundo antipoder, que repetiría la misma historia, que ya todos conocemos.
No gozo ni de poder ni mucho menos del antipoder, pero creo que en Colombia, erradicar con los que ejercen el antipoder que tienen ínfulas de verdadero poder, no cambia el curso de las cosas; erradicar con el antipoder, que se esconde en la selva, cambia el destino de todo un país. Idea cruel e inhumana para muchos, pero cierta, si tenemos presente que esa forma de antipoder es una piedra en el zapato, que no nos permite ser vistos como un verdadero país en el mundo entero.
Andrés C.Diciembre 31/2007París.
1. HOJAS BLANCAS
15 de noviembre de 1998
Nunca escribí cartas...
No sé como comenzar, y me provoca morirme al ver estas hojas en blanco, y
mi cabeza está tan llena de tantas cosas en este momento...
Creo que lo único que se me ocurre es comenzar a contarles todo desde el
principio; de esa forma será mucho más fácil acordarme de lo sucedido para
que ustedes tengan una idea de cómo ha ocurrido todo.
Nos entregaron tres hojas blancas a cada uno, diciendo que las utilizáramos
para escribirles a nuestras familias, y que no nos demoráramos mucho
escribiendo, porque pronto pasarían a recogerlas para entregarlas a la Cruz
Roja. Inmediatamente se armó un desorden impresionante porque todos
comenzaron a buscar en sus cosas un lapicero, un lápiz o algo que les sirviera
para escribir. Yo, por mi parte, no tengo ni la mínima idea de lo que voy a
escribir, solo me provoca salir corriendo, no me importa que estos hijos de puta
me disparen por la espalda, pero no quiero estar acá.
El Comandante Pérez, después de ver mi impotencia ante las hojas y ponerlas
entre las piernas, me propuso un trato.
-Mire, Uribe, hagamos algo.
-¿Qué, podemos hacer vos y yo en este mierdero?- le respondí furioso.
-Paisa, póngale buena cara a esta situación, hágala fácil. Yo no sé escribir muy
bien, pero sé contar historias y usted sabe escribir bien, usted me escribe mi
carta, mientras yo le hablo, y con eso después tiene una idea de cómo hacer la
suya. ¿Le parece?
El Comandante Pérez comenzó hablando despacio y con mucha fluidez. Le
contaba a su mamá cómo estaba, todo lo que pensaba en ella y en sus
hermanas, de las cosas que extrañaba de Popayán y de aquellas semanas
santas en las que trabajó arreglando iglesias, pero en ningún momento se
quejó de la situación, por el contrario, todo lo que me decía lo hacía ver como
si estuviera en un paseo. “Qué paseo” pensaba yo.
Contaba todo con muchos detalles, y eran tan precisos que no se me hacía
difícil escribirlos o imaginarme todas esas cosas que iba diciendo. En un abrir y
cerrar de ojos estuvieron listas sus tres hojas y por último le decía a su mamá:
«Viejita, esta letra tan bonita no es mía, es de un paisa que escribe mejor que
yo. Ya me estoy dando cuenta por qué me regañabas cuando no iba a la
escuela; de todas formas me enseñaste que es pecado ganar indulgencias con
padrenuestros ajenos».
Me impresionó tanta sinceridad y eso era lo que yo necesitaba para comenzar
a escribirles esta carta. Cuando terminé de escribirle su carta, le dije:
-¡No seas tan cínico, por lo menos firma la carta!
-Gracias, Uribe, sí ve que nos podemos ayudar, vea qué letra tan bonita la que
usted tiene, parece letra de solterona.
-Deje de hablar bobadas, pero, gracias, por lo menos ya sé cómo voy a repartir
las hojas y a quiénes les voy a escribir.
Antes de seguir escribiendo cualquier cosa quiero que le digan a Luisa que me
estoy volviendo loco de pensar en ella, que me hace mucha falta y que por
favor sepa esperarme. Yo sé que mi mamá también está preocupada por mí y
que antes que nada quiere mis primeras letras para ella, pero siempre seré su
hijo y ella nunca dejará de ser mi mamá. Lo que pasa es que si no escribía esto
antes que nada para Luisa, me comenzarían a salir piedras en el estómago.
El tiempo en este lugar parece infinito, por eso comenzaré contando
absolutamente todo desde el principio, así como lo hizo el Comandante Pérez
con su mamá.
Al llegar ese día a Medellín, había pensado que correría con buena suerte en
los sorteos y que después haría un paseo por la ciudad; era apenas la tercera
vez que estaba en Medellín y era mi primera vez solo. Quería conocer el
estadio y sus alrededores, y después quería comprar algunas cosas para
llevar, pero con semejante noticia lo único que quería era regresar rápido.
Recuerdo perfectamente que la balota que saqué en el sorteo para la entrada
al Ejército Nacional de Colombia decía: “16 de diciembre”. Ese día, Medellín
se convirtió en un lugar del cual quería salir inmediatamente para irme a Jericó.
No quise esperar por nadie más, y en cuanto pude tomé un taxi.
Me monté en un taxi y lo primero que me dijo el chofer fue:
-Buenos días, muchacho. ¿Para dónde vamos?
-Por favor, a la Terminal del Sur. Debo tomar un bus para ir a Jericó.
Me senté adelante, y comencé a mirar por la ventana todas las calles por las
cuales pasábamos. Pensaba en cómo le diría a mi mamá la noticia, debía
haberla llamado después de que pasara todo, para que ella después le dijera a
mi papá y él hiciera lo correspondiente, en caso de que hubiera sacado la
balota para prestar el servicio, pero para mí ya todo estaba perdido.
Yo estaba muy concentrado pensando todas esas cosas, hasta que el
conductor del taxi me preguntó:
-Cuénteme, joven: ¿Hoy era el sorteo del ejército?
-Sí señor, hoy era-, le dije yo, y después me volvió a mirar y me dijo:
-Ah, ya entiendo.
Me di vuelta para mirarlo y le pregunte:
-Perdone, ¿entiende qué?
-Su cara, es muy sencillo saber que ya tiene usted cara de recluta y que pronto
tendrá esa cabeza como un durazno, pero no se aflija, eso es cuestión de abrir
y cerrar los ojos y pronto estará de nuevo afuera.
En ese momento paramos en un semáforo, se acomodó en su silla y me volvió
a hacer otra pregunta:
-¿De dónde es usted, joven?
-De Jericó-, le respondí pensando que no tendría ni la mínima idea de dónde
quedaba.
-Ah, un pueblo muy bonito y e histórico. Acá donde me ve manejando este taxi
yo he leído mucho y también conozco muchos pueblos de Antioquia y le digo
que para mí Jericó, al igual que Jardín, Ciudad Bolívar y Santa Fe de Antioquia
son pueblos muy bonitos y otros tantos que no recuerdo en este momento.
Cuando me dijo eso, lo primero que se me ocurrió preguntarle fue que si le
gustaba ir a Jericó.
-¡Claro que me gusta!
-¡Le propongo algo!
-¿Qué?
-Que me lleve hasta Jericó y yo le pago lo que cueste de acá hasta allá, le
pago los peajes y una parada a comer algo.
Inmediatamente se quedó pensando y me dio la impresión de que se
preguntaba él mismo si yo sí tendría el dinero para todo eso, y miraba su reloj
para calcular el tiempo de ida y el de venida.
-¿Cómo te llamas?
-Me llamo Alejandro Uribe Jaramillo.
-¡Ah, carajo! De Jericó y con esos apellidos, debes ser de una familia muy
paisa.
-Si, así lo somos. Pero dígame: ¿Sí puede o no puede llevarme?
-Voy a ser sincero, Alejandro. En este oficio uno se da cuenta de que aquel
dicho de que el hábito no hace al monje es totalmente cierto; he llevado
personas muy agradables físicamente y muy buenas conversadoras y después
me han robado, como también he llevado personas que tienen más presencia
cien pesos de cilantro y después me han dejado propina.
Inmediatamente saqué del bolsillo todo lo que tenía y se lo mostré. Le causó
mucha risa y me dijo que estacionaría el taxi para llamar a la empresa y pedir
el permiso para salir de la ciudad y que también llamaría a su casa para decir
que no iría a almorzar.
-Alejandro. Esas son las cosas buenas de este trabajo, uno nunca sabe a
quién llevará o a quién conocerá con cualquier persona que se monta.
Inmediatamente se dirigió a tomar la autopista Sur. Las montañas ya se veían
cubiertas por nubes grises, y daba la impresión de que pasando Caldas estaría
lloviendo muy fuerte.
-Alejandro, yo sé que usted debe estar más aburrido que mico recién
amarrado, pero no haga este viaje más largo de lo que es con tanto silencio y
cuénteme por qué esta tan pensativo; le aseguro que si me lo dice va a sentir
un poco de descanso. Cuénteme cosas de Jericó, a mí me parece un pueblo
muy agradable.
Recuerdo que antes de hablarle de Jericó, le pregunté cómo se llamaba:
-Yo me llamo Antonio Morales, ve cómo es de bueno hablar, ya por lo menos
no se le olvidará mi nombre.
Les aseguro que nunca olvidaré el nombre de ese señor y su blanco color de
piel con unos ojos muy verdes. Tomé aire para comenzar a hablar y comencé a
contarle cosas de Jericó como si estuviera de nuevo en el colegio dando una
lección de historia.
-Don Antonio, Jericó fue fundado por don Santiago Santamaría y Bermúdez de
Castro, el 28 de septiembre de 1850, con el nombre de “Aldea de Piedras”,
luego se llamó “Felicina” y finalmente el nombre que lleva en la actualidad:
“Jericó”.
-¿Pero, por qué ha tenido todos esos nombres, Alejandro?
En ese momento me di cuenta de que ese señor no me dejaría estar en
silencio ni un solo minuto del viaje y que me tendría diciéndole cosas del
pueblo. La verdad no era mucho lo que sabía de esos tres nombres, pero le
puede decir más o menos de lo que me acordaba del colegio.
-Sé que inicialmente se llamo “Aldea de Piedras” por el río que esta cerca y
que tiene muchas piedras; después se llamó “Felicina” en homenaje a un
señor que se llamaba José Félix Restrepo y quien hizo una gran labor por los
esclavos y por último le pusieron el nombre de “Jericó” por ser la primera
ciudad que encontraron los israelitas al pisar la tierra prometida.
El trayecto transcurrió de esa misma forma durante un tiempo; don Antonio me
hacia preguntas del pueblo y yo le respondía lo que podía. En los momentos,
que de milagro, se quedaba en silencio, yo intentaba darle orden a todas mis
ideas.
Nos acaban de decir en este momento que no nos demoremos tanto con las
cartas, y me levanté para mirar a mi alrededor y quedé impactado de lo que
veía: todos tienen los ojos rojos de llorar, otros les ayudan a los que no saben
escribir mucho o a los que están heridos de una mano; otros están esperando
que alguien escriba rápido sus cartas para utilizar el lapicero y el Comandante
Pérez anda como un loco diciendo que la forma más rápida de escribir la carta
es dictándome las cartas. En cuanto pueda le hago tragar esa lengua.
Bueno, espero que todo esté bien en los negocios del viejo y en la finca, y que
mi mamá se quede tranquila; con la ayuda de Dios saldré de esta y volveré a
estar muy pronto con ustedes.
PD: La última hoja es toda para Luisa para que por favor se la entreguen a ella.
Mamá, te pido que por favor no la leas, yo sé que te mueres de curiosidad por
saber qué planes tenemos, pero espera a que todo esto pase.
Intentaré comprar las hojas de alguien que no las necesite o cambiarlas por
algo de comida y con eso tendré para escribirles más; por el momento solo me
queda decirles que los recuerdo mucho.
Alejandro.
PARA LUISA
Luisa:
El solo escribirte me produce una tristeza impresionante, me imagino que ya te
debieron contar muchas cosas sobre lo que pasó antes de mi entrada al
ejército.
Yo solo quiero decirte que no te he dejado de pensar ni un solo minuto desde
que todo esto pasó, me imagino que mi mamá te debió contar absolutamente
lo que pasó después del día del sorteo en Medellín y si aún no lo sabes,
entonces te lo contaré:
Ese día, debí haberme quedado en Medellín y llamar a mi papá para que él se
comunicara con el Comandante de la Cuarta Brigada, a quien él conoce, y así
me pudieran sacar del grupo que tenía que presentarse el 16 de diciembre,
pero para mí el cielo se me derrumbó encima y olvidé todo. Solo quería estar
contigo antes de tenerme que ir. Cuando llegué a la finca y le conté a mi papá
lo sucedido, se puso como un toro y de inmediato se fue para Medellín a ver
qué podía hacer, pero ya era tarde, ya mi nombre estaba registrado en el
sistema nacional y no me podían sacar.
Yo no tenía la mínima idea de lo que se me vendría encima. Más que nadie
sabes que tenía ya todo listo para cuando me graduara del colegio.
Me pregunto si aún sales a caminar por la plaza y a tomar algo cerca de la
iglesia. La última vez que te pude llamar desde el batallón me gustó mucho
escucharte tan feliz y diciéndome que me estabas pensando mucho y que te
acordabas de nuestras caminadas por la plaza, pero lo que más recuerdo
siempre de ti es esa pregunta que nos metía a los dos en un mundo de sueños
y la pregunta que más recuerdo fue la que me hiciste la noche antes de
presentarme en el ejército:
-“¿Verdad que volverás y vendrás a buscarme? ¿Verdad que sí?”
La dejaste totalmente grabada en mi memoria. He podido conseguir otras
cuatro hojas a cambio de algunos favores, porque ofrecí un dinero que tenía
escondido, pero acá no sirve para nada, lo más importante es la comida y
cosas de uso personal.
Pero te aseguro que antes de que recojan todas las cartas volveré a escribirte
otra para ti y para mis viejos, por el momento te voy a dar algo que te escribí,
pensando en tus preguntas, y que siempre había querido darte para cuando me
hubieran dado alguna licencia.
¿VERDAD?
“¿VERDAD QUE SOS VOS?”
Soy yo, solo debes saber que soy un hombre y que esa sola condición puede
arruinarlo todo, pero mientras me permitas estaré dispuesto a no aparentarlo
tanto.
“¿VERDAD QUE LO HAREMOS?”
Siempre es más fácil entre dos, incluso hacer relevos será mas gratificante y
divertido, no llegaríamos a sentirnos cansados.
“¿VERDAD QUE NO ME DEFRAUDARÁS?”
Defraudarte sería despertar todas las tristezas, sería ver derrumbar toda mi
paz.
“¿VERDAD QUE NO ME DEJARÁS?”
Aunque llegue a dejarte es imposible olvidarte y si en medio de todo llego a
dejarte sé que tus recuerdos vivirán para atormentarme.
“¿VERDAD QUE NOS DEJARÁN Y NADIE NOS MOLESTARÁ?”
Somos parte de cualquier sociedad, y no puedo prometerte una vida como si
fuera una canción, pero puedo ponerle el pecho a cualquier situación.
“¿VERDAD QUE ME PODRÁS SOSTENER?”
Siempre y cuando tú también lo puedas hacer, cuando yo lo necesite…
“¿VERDAD QUE ME AMAS?”
Tanto como mi libertad, pregúntaselo a mi sueño, y te dirá que no hay lugar
para nadie más.
Sé que siempre me criticabas porque muy pocas veces te decía cosas bonitas
o porque me era difícil expresarte mis sentimientos, pero siempre las pensaba
y te las escribía, incluso cuando llegué al batallón. Comencé a hacerlo más
seguido y juntaba todos mis escritos para volverlos a leer cuando podía. Me
daba pena mostrártelos porque pensaba que te reirías de mí diciéndome que
ya estaba igual de loco a todos esos poetas que había en el pueblo, pero es
que contigo nunca se sabe, te quejabas por algo un día y al siguiente ya lo
reprochabas.
Ya nos están gritando para que entreguemos estas hojas y la mayoría no han
podido ni terminar la primera.
Le he escrito a mi mamá diciéndole que te entregue esta hoja y que no la mire,
yo sé que ella algo estaba sospechando.
Solo te pido que me esperes y verás cómo muy pronto volveremos a estar
juntos.
Te amo mucho: Alejito.
He logrado conseguir otras hojas a cambio de un pan y un almuerzo, pero no
se preocupen porque les aseguro que es mejor comerme la hoja que el pan y el
almuerzo, porque no es mayor cosa.
No sé si estas hojas las alcance a entregar y me las puedan poner junto con las
otras hojas que ya entregué, de todas formas les escribiré contándoles más
cosas, o de lo que rápidamente me acuerde. Debo esconderme un poco, para
que no me vea el Comandante Pérez con más hojas, porque sería capaz de
venir, pedirme hojas y además comienza a dictar como si yo fuera la secretaria
de él. Yo creo que ya lo está afectando este encierro.
En la anterior carta les estaba contando el viaje desde Medellín hasta el pueblo
después del sorteo; la verdad es que no sé por qué les estaba escribiendo
sobre ese señor del taxi, pero fue lo primero que alcancé a recordar; además,
con lo furioso que se puso mi papá cuando llegué a la finca, nunca les había
podido contar de ese viaje.
Después de unas horas de viaje y cuando ya estábamos por llegar a Fredonia,
comenzó a manejar más despacio, como si estuviera buscando algo, le
pregunté qué pasaba y me abrió los ojos como si se le fueran a salir.
-Bueno, Alejandro, el trato era con almuerzo y yo ya estoy que me como una
mano del hambre que tengo.
La verdad es que ese día lo hubiera podido pasar tranquilamente sin comer
nada, pero a ese señor se le veía en la cara que no había comido nada desde
el desayuno.
Encontramos un estadero, de esos que hay antes de llegar a Fredonia y
almorzamos, aunque la verdad es que quien almorzó fue él, yo no fui capaz ni
de comerme la mitad de lo que había en el plato. Después pidió un café y me
dijo:
-¿Seguimos?
Cuando fui a pagar la cuenta, me dijo que no, que él la pagaría y que lo haría
con mucho gusto. Me quedé frío, sin saber por qué.
Al montarnos de nuevo al carro, me dio la impresión de que se estaba pasando
las manos por los ojos como si se estuviera secando lágrimas, se puso el
cinturón de seguridad y con la voz cortada me dijo:
-Alejandro, esta guerra tan absurda se tiene que acabar, esto no puede
continuar así, no pueden seguir matándose los unos a los otros sin que nadie
haga nada.
Me causaba curiosidad, que siempre que me decía algo, lo hacia diciéndome
mi nombre.
Comenzamos a subir por la Cabaña y fue cuando empecé a sentir unas ganas
impresionantes de vomitar por el susto que sentía de solo llegar y tenerles que
decir que en dos meses tendría que estar presentándome nuevamente en
Medellín.
Siempre, desde que era pequeño, me parecía que la subida al pueblo era muy
larga y causaba mareo, pero esa vez, para mí, cada curva era como si fueran
dos más, hasta que en un momento le tuve que decir a don Antonio que parara
el carro, porque estaba por vomitarme.
-¡Tranquilo, Alejandro!
Me bajé del carro y busqué un lugar alejado, para no sentirme observado, ni
para causarle algún fastidio a don Antonio, pero para colmo de males, este
señor se bajó conmigo y se fue detrás de mí con una botella de agua.
- Vomite, Alejandro, ya verá cómo se va a sentir mejor.
Yo sentía como si me estuviera dando ánimos para vomitar y pensaba: quién
carajos necesita que le ayuden a vomitar, o que le den ánimos para que
continúe. Cuando terminé me dio la botella de agua con una servilleta y era la
primera vez que comenzaba a caerme bien este señor que hablaba hasta por
los codos.
Volvimos al carro y sin que yo le preguntara nada, comenzó a hablarme y a
contarme toda su vida o, mejor dicho, lo último y más triste de ella.
-Alejandro, yo tenía una empresa de plásticos, mi vida era envidiable, íbamos
todos los fines de semana a El Retiro y a Llano Grande, donde tenía una finca.
Un día cuando regresábamos a Medellín, nos hicieron parar unos hombres con
prendas militares y uno de ellos, con un bigote horrible, se me acercó a la
ventana del carro y me dijo:
-Somos las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia.
En el carro estábamos mi esposa y mi hijo: ¡Alejandro!
Catalina, mi hija mayor, esa vez no fue con nosotros porque se fue con su
novio para la finca de la familia de él.
Nos hicieron bajar del carro e inmediatamente comenzaron a tratarnos como si
fuéramos vacas o algo por el estilo, después nos daban un discurso, que para
mí ya estaba fuera de la época y totalmente gastado y martillado por esa
manada de vagos sin oficio de la guerrilla. A mi esposa comenzaron a revisarle
el bolso y a quitarle todo lo que llevaba con ella; a mí comenzaron a hacerme
un cuestionario lo más absurdo del mundo, mientras yo observaba cómo
sacaban todo lo que teníamos en el carro, lo tiraban al suelo y después uno de
ellos se lo llevó. A mi hijo lo hicieron subirse en un camión, que estaba
estacionado, junto con otras personas.
Después de quitarnos absolutamente todo, e incluso el carro, nos hicieron
entrar, a las otras personas restantes, en un restaurante y nos dijeron que
pronto tendríamos noticias de nuestros familiares. Fue la última vez que mi
esposa y yo vimos con vida a nuestro hijo, se llamaba Alejandro igual que
usted, estaba por comenzar la universidad y era muy inteligente. Después de
eso comenzaron a llamarnos a la casa y a pedirnos millonadas por la liberación
de él, yo vendí todo cuanto pude, hicimos dos entregas de dinero y cada vez
que nos llamaban nos pedían más, hasta que un día nos llamaron de la
Fiscalía y nos dijeron que el cuerpo de Alejandro lo habían encontrado en una
fosa común, con otros cuerpos y que debíamos pasar a hacer el
reconocimiento del cuerpo. Sentí rabia contra todo y contra nada, ya nadie
podía hacer nada por nosotros, la guerrilla lo mató al segundo día de haberlos
secuestrado y a nosotros nos seguían pidiendo dinero como si él estuviera
vivo. Lo perdí absolutamente todo y estaba con deudas hasta el cuello.
Intento nuevamente salir a flote en esta situación; mi hija tuvo que salirse de
estudiar para ponerse a trabajar y mi esposa murió un año después de lo de
Alejandro. Ella nunca pudo soportarlo ni superarlo. Hoy en día vivo con mi hija
en un pequeño apartamento en la Floresta y trabajamos muy duro para volver
a salir adelante, pero ya nadie me puede devolver a Claudia ni a mi hijo.
Me quedé mudo, no sabía qué decirle; no sabía si decirle que sentía mucho su
situación y que me perdonara por haber estado tan callado todo el viaje. Me di
cuenta de que éramos dos personas que necesitaban hablar con quien fuera y
contar sus vidas, pero lo único que se me ocurrió decirle fue:
-El nombre de Jericó fue por antojo de un obispo que se llamaba Juan de la
Cruz Gómez Plata.
Soltó una gran carcajada y me dijo que eso ya lo sabía él, y que es un dato
histórico que muy pocos saben del nombre del pueblo; cuando terminó de
reírse me dijo que él también tenía una confesión por hacerme.
-Nunca llamé a ninguna casa a decir que no iría a la hora de almuerzo, solo
llamé a Catalina para decirle que hoy llegaría más tarde.
Ya solo nos faltaban unos 15 minutos para llegar al pueblo; entonces fue
cuando yo comencé a hablarle y a contarle absolutamente todo lo que me
había pasado en el sorteo del ejército.
Cuando llegamos al pueblo, comencé a explicarle por dónde llegábamos más
rápido a la casa; en cuanto llegamos a la puerta de la casa le pregunté cuánto
le debía y me dijo que solo me pediría que hiciera todo por mantenerme vivo
en el ejército, que él ya sabía lo que valía el dinero y lo que valía una persona.
De todas formas le dejé absolutamente todo lo que tenía, sabía que él lo
necesitaba y que eso era poco, frente a lo que él hizo por mí en todo el camino.
Recuerdo que después de despedirme de don Antonio y de bajarme del carro
me paré enfrente de la puerta de la casa, me quedé un tiempo mirándola y
escuchando cómo mi mamá repetía, desde adentro, la hora, y le decía a mi
primo:
-Mira, Sergio, las cinco de la tarde ya y Alejandro ni llama ni aparece.
Toqué la puerta, y antes de dar el tercer toque habitual, la puerta se abrió y
detrás de ella mi mamá, con una angustia que la había envejecido diez años
más en una sola tarde.
Sé que no fue necesario decir nada al entrar, mi cara era toda una expresión o,
quizá, como me lo había dicho don Antonio: “ya tenía cara de recluta”.
Mamá me preguntaba repetidas veces el porqué no había llamado desde
Medellín, para que mi papá se hubiera puesto en contacto con la persona que
él conocía. Yo simplemente pensaba en cuál sería la forma más rápida de
volarme y ver a Luisa, para cuando los ánimos se calmaran en casa; en ese
mismo instante fue cuando mi papá llamó desde la finca y sin tener que
escuchar del todo a mi mamá, me hizo subir a la finca y enfatizando que ojalá
no fuera él quien tuviera que bajar a la casa para buscarme.
Cuando llegué a la finca tenía el pecho como un tambor de haber subido
corriendo, pero para ser sincero creo que era por el susto que tenía de hablar
con mi papá. Estaba como un toro, pero esa vez era distinto, tenía los ojos
rojos de haber llorado. Simplemente se limitó a pedirme todos los datos que
fueran necesarios y todos mis papeles, diciéndome que organizaría unas cosas
en la finca e inmediatamente saldría para Medellín.
Cuando nos montamos en el carro nuevamente para bajar a la casa, suspiró y
me dijo que si él no podía hacer nada con la persona que conocía, entonces
ya todo dependería de Dios y de lo prudente que yo fuera estando en el
ejército. Cuando íbamos llegando al parque principal, se pasó la calle por
donde debíamos entrar para ir a casa, fue entonces cuando yo le pregunté
para dónde íbamos.
-Yo sé que hubieras dado cualquier cosa por llegar primero donde Luisa, ella
también está muy preocupada y ha llamado a tu mamá unas ocho veces
preguntando por alguna noticia tuya. No lo hago por hacerte un gran favor de
librarte de tu mamá, porque de lo furiosa y triste que está, es ella misma la que
primero te mataría, sino porque a Luisa también le debes una explicación y
quizá la más grande de todas, y con ella debes ser más persuasivo y
convincente que con nosotros.
Pareciera mentira todo lo que he recordado y te he podido contar en un solo
instante, pero las hojas ya se me están acabando, y aún tengo tanto por decir...
Yo creo que los delegados de la Cruz Roja todavía no se han ido y podré
entregar estas otras hojas.
Increíble cómo con solo comenzar la primera línea de estas hojas ya no me
provoca parar de escribir y contarles absolutamente todas las cosas que he
comenzado a vivir estando acá. Debo hacer la letra más pequeña, para que me
rindan más las hojas y esconderme un poco sin que nadie logre ver muy bien
qué es lo que estoy haciendo, pero eso es un poco difícil, porque somos más
de 80 personas, entre soldados y policías, los que estamos en una especie de
gallinero muy pequeño.
Miro todo cuanto me rodea y me acuerdo del Gringo, el amigo del abuelo
Ignacio, cuando me mostraba todas esas fotos de los campos de concentración
en Alemania y de la Segunda Guerra Mundial. A mí me gustaba cuando entraba
a la finca de ese señor, todo parecía un museo, con todas esas fotos de
tanques de guerra y esas medallas. Recuerdo que siempre le preguntaba por
unas fotos de unas personas que se veían sentadas, encerradas, con las
cabezas peladas y totalmente desnutridas, y él solo me decía que era gente
que había tenido que sufrir mucho en esa guerra.
Hoy me veo en este lugar y me pregunto si sufrieron más ellos o nosotros en
esta estúpida guerra. Todos los días nos tratan como animales; nos dicen que
nosotros somos esclavos del Gobierno y que somos unos hijos de puta por
estar en la Policía o en el Ejército. Cuando el Ejército o la Policía les han
matado algún guerrillero en algún enfrentamiento o les han descubierto algún
laboratorio de cocaína, entonces llegan cuando todos estamos dormidos y nos
tiran agua fría y nos vuelven a decir lo mismo: “¡perros hijos de puta, esclavos
del Gobierno!”.
Ya debemos comenzar a hacer una fila para entregar las cartas y dar los datos
de las personas a las que van dirigidas las cartas. Guardaré las otras hojas
para otra oportunidad y por el momento les pido que oren mucho por mí y por
todos los que estamos acá.
Alejandro.
2. LIBRE EN LAS NOCHES
16 de noviembre de 1998
Ayer tuvimos que hacer una fila muy larga para entregar las cartas, hubo
peleas entre nosotros mismos por los puestos y nos dejaron sin comer, porque
los guerrilleros encargados de hacer la comida estaban atendiendo a los de la
Cruz Roja. Cuando me tocó entregar mis hojas, el guerrillero que estaba en la
mesa con el delegado, me preguntó por qué tenía más hojas que los demás y
si no es por el señor de la Cruz Roja, no me las hubiera recibido y es que este
lugar es tan aburridor que, mismo, los de la Cruz Roja no veían la hora de irse.
El aparente trato que nos estaban dando estos días se terminó. Nos daban
más comida y nos trataban mejor por la visita de la prensa nacional e
internacional y en especial por la Cruz Roja. Hoy ya nos dijeron que nos
alistáramos para un largo trabajito y que si había alguno muy enfermo o
cansado dijera con tiempo para que no lo fueran a pelar en el palo, o sea a
fusilar.
Cuando estaba entregando las cartas de ayer sufrí todo el tiempo pensando
que las fueran a leer y las rompieran, pero, gracias a Dios, no fue así, además
me he dado cuenta de que la mayoría de estos guerrilleros no saben ni leer, y
por eso están acá.
Después de entregar las cartas comencé nuevamente a buscar más papel,
porque algunos soldados no pudieron utilizarlo todo y a otros no les alcanzó el
tiempo, y en esa búsqueda pude conseguir cinco hojas, que al precio que las
pago espero sean bien aprovechadas, aunque no tengo ni la menor idea de
cuándo vuelva la Cruz Roja para llevar esta segunda carta.
No me atreví a contarles muchas cosas ayer por el miedo que tenía, pero hoy
comenzaré a contarles cómo han sido los días desde que llegamos a este
lugar, y también, cómo fue todo el día que nos secuestraron.
El día de la toma del puesto de policía en Mitú, el Comandante Pérez estaba
más ansioso que de costumbre y nos decía que estuviéramos en alerta porque
había rumores de un acercamiento con los guerrilleros antes de llegar a hacer
el apoyo al puesto de policía. Nos parecía extraño porque llevábamos un mes
en el monte, haciendo inspección del lugar y no los encontramos en ningún
momento, pero la información que tenía el Comandante Pérez era que
estaban escondidos en las afueras del casco urbano, disfrazados de
campesinos y esperándonos. Pensábamos que simplemente se trataría de una
falsa información.
Me sentía lleno de miedo porque era la primera vez, después de estar seis
meses en contraguerrilla, que sabíamos que tarde o temprano los
encontraríamos. Nunca nos había tocado un enfrentamiento y muchas veces
habíamos escuchado la posibilidad de que los encontráramos en el monte,
pero nunca pensé que los fuéramos a buscar dentro de un caserío o de algún
pueblo, y es que aunque nos hubieran entrenado para ser contraguerrilla el
miedo, aquel día, se sentía en todo el grupo.
El Comandante Pérez le pidió muchas veces a Arango que se comunicara con
el comando mayor para solicitar instrucciones, pero lo único que le decían era
que debíamos seguir avanzando para hacer el apoyo, porque la guerrilla ya
había entrado en Mitú y en el puesto de policía se requería ayuda inmediata.
Todos estábamos muertos del cansancio, pero después de escuchar las
instrucciones por radio solo solicitamos cinco minutos para comer y otros diez
minutos de marcha lenta en descanso.
Comimos a cinco metros entre cada uno para no ser emboscados en conjunto,
los únicos que comieron juntos fueron el Comandante Pérez y Arango que era
el encargado de la radio. Mientras comía pensaba en todos y cada uno en la
casa, y lo que debían estar haciendo en ese mismo instante, pero mi recuerdo
fue perturbado por la señal de continuar la marcha, porque nuevamente habían
informado por radio que otro grupo de contraguerrilla con el que debíamos
encontrarnos para hacer el apoyo ya estaban combatiendo con la guerrilla a 50
Km de Mitú. Todo el tiempo supimos que era una locura entrar por un solo
frente sin apoyo y sin saber cuántos guerrilleros participaban en la toma,
porque hacíamos cuentas de cuántos guerrilleros se necesitarían para entrar a
atacar el puesto de policía y rodear la población, y la respuesta a la que todos
llegamos fue que debían ser mínimo 200 guerrilleros y nosotros simplemente
éramos una tropa de quince, pero por radio nos decían que avanzáramos
porque tendríamos el soporte del avión fantasma y de los helicópteros Black
Hawk. La orden, todo el tiempo, fue una sola y concreta: avanzar y hacerle
frente a los subversivos.
Está comenzando a oscurecer y ya debemos agruparnos para pasar lista y
para pasar por la ración de comida. Me siento perturbado, triste y culpable por
estar acá, siento que los defraudé a todos cuando decidí meterme en la
contraguerrilla, como soldado profesional, después del juramento de bandera y
me duele recordarlo, sobre todo cuando sé que estaba a solo un mes y medio
de salir, pero les aseguro que después de las primeras instrucciones del
reclutamiento y a medida que iba pasando el tiempo le tomé mucho cariño al
ejército y a la patria, porque nos enseñaron a quererla, a protegerla y a luchar
por ella, todo esto como nunca me lo habían enseñado en el colegio. Sé que
Luisa y mi mamá se preocuparon cuando les dije que haría el curso de
contraguerrilla, aunque no me hubieran dicho nada. Le pido al cielo que me
perdone por haberlas perturbado y que hubieran tenido que llorar por eso, pero
sentía que era un llamado para mí y que sería la única vez que podría hacerlo
en mi vida.
No quiero que piensen que todo el tiempo estoy secuestrado, porque no es así,
en las noches cuando nos dar orden de dormir y todo es silencio, calma y
libertad en el pensamiento, es cuando en cuestión de segundos voy a Jericó y
después estoy en todas partes: en el parque principal, en la finca, en la casa,
donde los abuelos y en la casa de Luisa. No me cuesta ningún trabajo hacer
esto todas las noches, porque miro el cielo y es el mismo que se ve desde la
finca: lleno de estrellas amontonadas y otras dispersas. Entro en todas partes y
los busco a todos y les digo que estén tranquilos que yo volveré, pero que
tardaré más en hacerlo.
Cuando entro en la finca me siento en el corredor a mirar cómo papá organiza
su caballo para salir a montar y a recorrer los terrenos, y lo miro todo el tiempo
hasta que cruza todo el jardín y después se pierde en medio de los árboles. En
la casa, me siento en la sala y miro a mamá rociar sus plantas y preparar la
comida para papá, después entro en el cuarto donde está Sergio acostado en
mi hamaca y me causa risa verlo sin tener que pelear conmigo por descansar
en ella. Donde los abuelos entro sin hacer mucho ruido, porque deben estar
mirando las noticias, y tomando la merienda, entonces me siento detrás de
ellos y veo al abuelo entablar sus diarias peleas con los noticieros y con todo lo
que dicen de los diálogos de paz y después refunfuñando a diestro y siniestro
contra el Gobierno de Pastrana. A la abuela la beso, me despido y salgo para
el parque un rato para ver con a quién me encuentro y conversar, mientras
hago tiempo, antes de ir a la casa de Luisa, porque el abuelo todo el tiempo me
decía que no debía llegar a la hora que ella me dijera, porque si lo hacía así,
entonces, ella se daría cuenta de que estaba enamorado y yo llevaría las de
perder. En el parque me siento haciendo caso del consejo del abuelo, mirando
pasar la gente que va para alguna cafetería o para misa.
Cuando ya he dejado pasar diez minutos más de la hora acordada siempre con
Luisa, y eso que no hago caso de los veinte que dice el abuelo, porque la
ansiedad y las ganas de verla me pueden, entonces atravieso el parque para ir
a su casa. Entro como de costumbre, saludando a su mamá y a su papá en el
comedor y después pidiéndoles permiso para acabar de entrar y buscarla en el
patio o en su cuarto.
Cuando entro, veo a Luisa que está sentada, esperándome, en la banca que
tienen en el patio. Siempre lo dejo para último momento todas las noches,
porque debo esperar a que todos los soldados y policías estén dormidos para
que no me vean besarla cuando llego, ni me escuchen hablar con ella y
contarle todas mis cosas. No sé cuántas noches más deba seguir haciendo
esto, pero les aseguro que el día es interminable esperando este instante y no
me cansaré de hacerlo hasta que salga de este lugar.
17 de noviembre de 1998
Anoche me dormí leyendo lo que les escribí y haciendo el viaje de todas las
noches. Hoy nos levantaron muy temprano, y como de costumbre: con gritos.
Nos dijeron que teníamos que ampliar el hotel, porque vendrían más
huéspedes y que nosotros debíamos ser buenos anfitriones. Todo esto nos lo
dijo “Peque”, él es el guerrillero que da las órdenes para los policías y soldados
secuestrados y cada vez que nos tiene que informar de algo o decirnos alguna
noticia lo hace siempre de forma irónica.
Entregaron machetes, alambre, madera, palas y picos para comenzar a
ampliar el “hotel”, y en cierta forma me agradó la idea de hacerlo, primero
porque estaríamos distraídos haciendo algo todo el día, y segundo porque ya
estábamos muy incómodos y estrechos en ese gallinero en el que nos tienen
viviendo. Nadie se quedó sin trabajo, hasta los heridos y enfermos tuvieron que
trabajar y los guerrilleros se burlaban de nosotros diciendo que ellos no eran
como el Gobierno, que la guerrilla sí tenía trabajo para todo el mundo.
El trabajo, lo repartieron según la fuerza y el tamaño de cada soldado y los que
somos más grandes y de la contraguerrilla llevamos la peor parte, porque nos
dicen que somos los más regalados con el Gobierno y que por eso tenemos
que aprender a comer mierda…
-¡Y toda junta!- pensé yo. Porque nos tocó desyerbar un terreno a punta de
machete y después cavar una zanja de un metro de ancha por otro de
profundidad y el largo es casi de 500 metros en forma circular.
Después del mediodía, nos llamaron para almorzar, y nuevamente “Peque”
decía que teníamos que comer, porque la guerrilla, aparte de dar trabajo, daba
almuerzo, y gratis.
Hoy almorcé con Arango que, como ya les había dicho en la anterior carta, él
era el encargado del radio el día que nos secuestraron. Me contó que sueña
todo el tiempo con sus papás y con su sobrinita, y que está muy preocupado
por ella, porque él es el que le paga la guardería y cree que por estar
secuestrado ya no podrá seguir haciéndolo, yo le dije que estuviera tranquilo
que todo esto tiene que pasar rápido, porque somos muchos y que la guerrilla
no podrá tener tantos secuestrados al mismo tiempo y en el mismo lugar. No
me lo creía ni yo cuando se lo dije, pero lo más importante fue que él sí me lo
creyó. Arango es muy buen compañero y muy buena persona, y creo que por
eso se cree todo lo que uno le dice, porque en él no cabe ni la mínima malicia
de las cosas.
Después de almorzar reanudamos labores, y mientras trabajaba me llegó un
pensamiento que me enfrió todo el cuerpo y me hizo llorar por un segundo,
pero inmediatamente me sequé los ojos con la camiseta, porque no les quiero
dar el gusto de verme llorar. Me di cuenta de que si estábamos agrandando el
“hotel” como dicen los guerrilleros, es porque todo esto será más largo de lo
que cualquiera de nosotros se pueda imaginar.
Cuando comenzó a oscurecer, “Peque” dio la orden de terminar labores y
entrar en el gallinero y dijo que era mejor terminar antes que fuera de noche
porque de pronto se le volaba uno de sus invitados en la oscuridad y eso le
podría costar muy caro a él.
El trabajo de hoy tiene a todo el mundo muy cansado, pero por lo menos el día
pasó más rápido y quizá todos podamos dormir mejor. Nuevamente comienzo
a escribir más pequeño, porque ya solo me queda la hoja para Luisa y sé que
ya no hay más hojas entre todos los que estamos acá.
PARA LUISA
Luisa:
Hoy te he pensado mucho, porque me pregunto si ya tendrás en tus manos la
carta que te escribí. Sé que es demasiado prematuro para que así sea, sin
embargo, es lo único en lo que he ocupado mi pensamiento hoy. Pasé todo el
día imaginado el momento en el que los delegados de la Cruz Roja deben
entregar las cartas y cuando me llegaba tu rostro a mi memoria en medio del
trabajo y el calor del día, me decía a mí mismo que era porque estabas
desdoblando la hoja y me estabas comenzando a leer. Hoy solo espero que
todo esto pase pronto y volverte a tener de frente…
Tenerte de frente es cuestión de segundos, pero mucho más fácil con los ojos
cerrados, es inolvidable tu cabello liso, negro y largo que le da más vida a tu
rostro y a tus ojos negros, después me alejo un poco de ti para ver tu cuerpo,
ese mismo que le dio vuelco a mi corazón, cuando lo vi por vez primera
desnudo...
¿Lo recuerdas?
No puedo olvidar semejante momento, era la primera licencia de permiso que
tenía después de estar en el ejército. Ese día viajé desde el batallón con
deseos enormes de volver al pueblo, habían pasado dos meses desde que
entré al ejército, pero yo sentía como si hubiera sido mucho más tiempo; ese
segundo viaje de regreso a Jericó era con una ansiedad maravillosa, que no
se parecía en nada al viaje que tuve cuando supe que debía prestar servicio.
Recuerdo que cuando llegué a Jericó todo el mundo me saludaba de forma
muy efusiva y las amigas de mi mamá me abrazaban como si no me hubieran
visto en mucho tiempo...
Me da risa acordarme de la cara de mi papá cuando toqué la puerta y me vio,
ellos no sabían que iría ese día y que estaría por quince días de permiso. Lo
primero que me dijo mi papá fue que si me había escapado y se puso blanco
como el algodón; mi mamá, en cuanto escuchó que era yo, soltó todas sus
agujas y se levantó de la mecedora de la sala donde se reunían ella y algunas
de sus mejores amigas, para el costurero de todos los sábados en la casa. Si
las amigas de mi mamá me abrazaban como si no me hubieran visto en mucho
tiempo, mi mamá lo hacía como si hubiera vuelto de la Luna. Después de
abrazarme y besarme, se puso furiosa conmigo por no haber llamado a decir
que me esperaran.
-¡Alejandro, nunca podrás dejar ese vicio de aparecer como los muertos!- fue lo
primero que me dijo.
No se cansaba de mirarme y de repararme y de decirme que me veía más
delgado, a lo que inmediatamente también me preguntó si tenía hambre por el
viaje.
Me sentía feliz de volverlos a ver, de sentir el olor de la casa y de las flores del
jazmín de mi mamá, pero quería soltar inmediatamente todo y salir a
buscarte...
Mi papá, como hombre enamorado que lo ha sido toda la vida con mi mamá,
entendió muy bien mi deseo de querer verte, y me dijo que me duchara que me
cambiara, que después comeríamos y hablaríamos un rato y que por último
podría ir a buscarte.
Comíamos y mi mamá se paró detrás de mí para acariciarme la cabeza y
repitiéndome las mismas preguntas: qué si comíamos bien en el batallón; que
si era muy duro el ejército; que por qué estaba tan quemado por el sol; si me
dejaban salir a Medellín en las noches, en fin, montones de preguntas que la
única respuesta que tuvieron fue una carcajada de mi papá y de mi primo.
-¡Clara, por Dios! Lo vas a dejar sordo con tantas preguntas- fue lo único que le
dijo mi papá y después todos nos reíamos.
Cuando terminamos de comer, mi papá me estiró su mano ofreciéndome algo;
cuando me di cuenta lo que era me sentí feliz, eran las llaves de su nueva
camioneta que nunca había querido prestármela y las llaves de la puerta de la
finca.
-Ve por Luisa, llévala a comer algo y después, si quieren, van a la finca un rato.
Me sentía feliz ese sábado en la noche, primero porque podría verte y también
porque sentía que mi papá comenzaba a darme confianza en cosas en las que
antes me decía que debía madurar más.
Hoy debo confesarte que ese día hacía ensayos de lo que te diría cuando me
vieras llegar a tu casa, pero corrí con tan mala suerte que cuando estacioné
enfrente de tu casa, estabas saliendo con tu mamá y la presencia de ella nos
apaciguó todas las sensaciones y cualquier tipo de efusividad de la que
hubiéramos sido presos, hasta las mismas hormonas se me aburrieron y me
dejaron solo. De todas formas, tu mamá se alegró mucho de verme, pero yo
hubiera querido darte la sorpresa y verte sola en ese primer momento.
De nuevo me llegan los recuerdos de forma muy rápida, como si me estuvieran
dictando una película y siento cansada la mano, pero recordar todas estas
cosas me libera todo el tiempo de este lugar, nunca me imaginé que le
encontraría tanto gusto al escribir, pero me pongo triste por no saber cuánto
tiempo tardaré en poder enviar estas cartas y, además, saber si les llegan y las
pueden leer. Ya solo me queda un lado de la hoja para escribir y seguir
contándote aquel recuerdo.
Cuando volvimos para dejar a tu mamá nuevamente en casa, recuerdo que
nos preguntó qué haríamos y a dónde iríamos, y como mi papá ya tenía
confianza en mí con su camioneta y con la finca, entonces yo tampoco dudé en
decirle que iríamos a tomar algo a la plaza del parque y que después
subiríamos a la finca. Te pusiste roja y tu mamá se quedó muda ante tanta
franqueza y sintiéndose un poco aludida lo único que se le ocurrió decirme
antes de bajarse de la camioneta y de despedirse fue:
-Alejandro, te espero mañana para almorzar.
Esperamos a que abriera la puerta y entrara en la casa, después de que tu
mamá cerrara la puerta, te diste vuelta y me mirabas con una hermosa malicia
y sospechando profundamente lo que haríamos, pero no dijiste nada, solo
sonreíste y por último suspiraste.
Vivo de recuerdos en este lugar y es quizá eso mismo lo que me ayuda a
soportar este martirio.
-¿No te alegras de verme?
¡Qué más podía preguntarte, si te quedaste callada, mientras conducía hasta la
plaza del pueblo!
Volvías a sonreír y a mirarme, era como si aún no aterrizaras del asombro de
verme, pero lo disfrutábamos mucho; yo por verte, y sobre todo porque gozaba
de verme dueño de cualquier situación contigo y de verte con nervios y mucha
felicidad.
-Sabes que no me gustan las sorpresas-. Y después, en tono más burlón
agregaste: -Además, la sorpresa te la hubieras podido llevar tú.
Abrí los ojos, porque me di cuenta de que era un juego para darme celos y
también me reí, como haciéndote entender con mi risa que poco me importaba
tu sarcástico comentario.
-Tonto, sabes que me encanta verte, pero con mi mamá tuve que disimular
tanta emoción.
Antes de arrancar para la plaza, me diste un beso, muy suave, muy sutil y
tierno, pero por Dios que fue bien provocador. Aún suspiro recordándolo.
Mientras conducía las dos cuadras hasta la plaza y para que no fuera tan
notorio aquel estado de choque en el que me dejaste después de ese beso,
entonces me saqué la espina de tu sarcástico comentario diciéndote al oído:
-¡Además, no me llevaría ninguna sorpresa, porque sé que nadie, en Jericó,
se atrevería a tocar lo que es de Alejandro Uribe Jaramillo!
Volvías a sonreír y mucho, de ver que te salía adelante con un mejor
comentario.
Ya cuando por fin llegamos y terminé de estacionar la camioneta, te acercaste
y nuevamente me diste un beso y un abrazo.
-Es cierto, nadie se le acerca a lo que es tuyo.
Siempre has sabido manejar cualquier conversación y situación entre nosotros:
Primero me hacías poner como un toro, aunque fuera en broma, y después
dabas estocadas de ternura y de honestidad y ese era el momento en el que
yo nunca podía ganarte ninguna conversación.
¿Recuerdas todo esto Luisa, lo recuerdas? Yo recuerdo todo, absolutamente
todo y te repito que lo hago todas las noches. Estando acá he vuelto a cada
uno de los momentos que tuve contigo y me da rabia cuando olvido detalles de
algún día o cuando no logro recordar con exactitud algún momento.
Nos bajamos de la camioneta, y caminamos buscando dónde nos pudiéramos
tomar algo. Me sentía observado por todo el mundo, y tú comenzaste a
comportarte como una pantera que cuida lo que es suyo ante las mujeres que
me miraban con mi corte militar, que me hace ver con más años de los que
tengo. Sé que muchas personas que conocían a mi papá me querían saludar y
preguntarme cómo estaba y no disimulaban ante el cambio físico que yo tenía,
pero me sentí incómodo y por eso fue que te pedí que no nos quedáramos a
tomar nada en la plaza y que nos fuéramos para la finca.
-Alejo, veo que el ejército te está haciendo decir las cosas mas rápido de lo
que normalmente lo hacías-. ¿Qué podía yo responderte por eso? ¡Nada!
El estar viendo hombres todo el tiempo en el ejército no era algo muy
agradable, me hacías falta y la verdad el estar en la plaza tomando algo era un
momento que estaba de más, porque lo que más anhelaba aquel día era estar
en la finca contigo, tenerte y que estuviéramos mucho tiempo solos.
Cuando llegamos a la finca, la noche ya estaba en todo su esplendor y la
neblina comenzaba a bajar poco a poco. Cuando me bajé de la camioneta,
sentía como si hubieran sido décadas sin estar en aquel lugar, me encantaba
llenarme los pulmones con aquel aire fresco y frío, pero recuerdo que poco me
duró aquel instante de paz porque en un abrir y cerrar de ojos ya tenía sobre
mi pecho a Barrabás y a Judas queriendo que los saludara, que los acariciara y
que jugara con ellos; estaban tan felices de verme, que fue poco lo que les
faltó para poder hablar.
¡Pobres perros!
-Amarra esos perros o yo no me bajo ni a tiros de acá- fue lo primero que
dijiste cuando los viste.
¿Qué te podían hacer dos labradores, que lo único que saben hacer es jugar?
Incluso hasta mi papá decía que esos perros no servían para cuidar.
Ay, Luisa...
Aquel primer momento tuyo y mío, tantas veces anhelado, idealizado y soñado
y por aquella vez, por fin, materializado.
No hubo besos, como una antesala, sabíamos muy bien que este era nuestro
momento y que estaba todo dentro del marco de lo que habíamos planeado:
una noche en la finca, sin prisa sin temores y con mucho amor.
Te desnudaste en el baño, mientras yo buscaba un candelabro en la sala, no
quería que hubiera mucha luz, pero tampoco quería estar a ciegas sin poderte
apreciar, sobre todo porque mucho antes de que comenzáramos a ser novios,
y esto como una confesión que debo hacerte, yo ya te idealizaba desnuda,
además las velas estaban dentro de lo que tú habías pedido.
Mientras me desnudaba, las piernas me temblaban horrores de los nervios y
del susto que tenía esperándote, y para reírme de mí mismo y darme confianza
me decía en voz baja: -¡Párese firme, Uribe, firme, carajo!- y más risa me daba.
Cuando ya estuve totalmente desnudo me paré frente al espejo. Me podía
apreciar con la luz de las velas, que estaban detrás de mí y ver en mi reflejo
cómo resaltaba más mi pecho ante mi cuello, mi cara y los brazos que estaban
totalmente marcados por el sol. Aquel momento conmigo mismo y bajo aquella
luz tenue me gustaba, llevaba mucho tiempo sin contemplarme y sin estar solo.
Sentí que abriste la puerta del baño y que saliste, pero seguí concentrado
mirando todo el entorno desde el espejo y esperando a que tu reflejo hiciera su
aparición en aquel marco, y que te acostaras en la cama, esperando que yo
me diera vuelta y fuera hacia ti, pero, de repente, lo primero que sentí fue la
piel de tus senos en mi espalda y después tus brazos comenzaron a abrazar
mi cuerpo y tus manos también comenzaron a acariciar mi pecho y por último
tu cara apareció acomodando tu mentón sobre mi hombro y tu negro cabello
cubrió mi brazo hasta desaparecer en el reflejo. Los dos nos quedamos en
silencio mirando por un momento esa imagen de dos personas que se veían
desnudas por primera vez. Lo único que no quedó en ese espejo esa noche
fue toda nuestra tímida intención, pero después fue testigo de un momento
lleno de intensa pasión y carente de razón.
Me encantaría poder seguir plasmando tanto recuerdo pero, nuevamente, se
me acaba el papel y el único espacio que me queda es para decirte que libero
mi corazón ante este encierro y sobre todo con esta puta impotencia de estar
acá, pero soy libre en las noches cuando escribo.
Te amo mucho: Alejito.
3. UN NUEVO CUADERNO
24 de noviembre de 1998
Conseguí un cuaderno, de esos grandes y cuadriculados que se utilizan para
llevar la contabilidad en los almacenes. Me siento feliz, es como si a mis manos
hubiera llegado un tesoro enorme o incluso parte de mi libertad, y lo pienso así
porque poder volver a escribir me hace libre, pero, bueno, nuevamente los
pondré al tanto de cómo lo conseguí y de todas las cosas que han pasado en
estos últimos siete días.
Hoy al medio día, cuando los del grupo de la ampliación del “hotel”, estábamos
almorzando, me senté a la sombra del árbol en el que he almorzado por estos
días y leía y re-leía una y otra vez la última carta que les escribí, buscando
espacios en blanco donde pudiera escribir más cosas; también lo hacía con
las cartas para Luisa e incluso con los pequeños escritos que le hice a ella
estando en el batallón y con los otros que también le escribía cuando hacía de
centinela en el monte. Leyendo y organizando todos estos papelitos, se me
acercó un guerrillero. Era la primera vez que lo veía y me dijo que si se podía
sentar a disfrutar de la sombra del árbol donde yo estaba. Con tono irónico y
haciéndole saber que no había problema le dije que ellos eran los que
mandaban acá y que incluso si él quería se podía subir a orinar desde el árbol
sin tener que pedirme permiso.
Me miró haciéndome entender que no le gustaba mi comentario pero que lo
pasaría por alto, para disfrutar de la sombra del árbol, y que sin mucho
protocolo, comenzaría a almorzar.
Mientras él descargaba su fusil a mi lado y se sentaba para estar más cómodo,
yo doblaba las hojas y las metía en una bolsa de plástico donde siempre las
guardaba.
Por un momento me quedé concentrado mirando el fusil que quedó más cerca
de mí que de él, y pensando que lo podría tomar...
-¿Y qué haría usted después de matarme con ese fusil? No es mucho lo que
alcance a correr- me dijo.
Me sentí tonto, sin encontrar respuesta, pero no me quise evidenciar tanto en
lo que pensé, y mirando el arma y le dije: -hay cuatro posiciones difíciles de
combatir desde acá; además, su proveedor está flojo y ese fusil puede estar
defectuoso, no vale la pena tomar riesgos con un arma así.
Miró su fusil, en el suelo, para verificar lo que le había dicho y me dijo que era
un arma de dotación y que nunca la había usado, desde que se la cambiaron,
porque ese no era su interés. Después, mientras comía y revolvía su arroz con
las papás, me preguntó que si lo que guardaba en esa bolsita eran cartas.
-Sí, algunas cosas que he escrito desde que llegamos acá y otras que tenía de
antes, pero son solo historias para mi familia y mi novia.
Eso se lo dije para que no pensara que escribía haciendo inteligencia del lugar
y de las actividades de los guerrilleros.
-Tengo un cuaderno grande y totalmente limpio que tal vez le interese-, me dijo,
sin dejar de revolver su plato.
Dejé de comer, para levantar la mirada, pero ese solo movimiento delató mi
interés ante aquel ofrecimiento: “perdí, mostré las ganas!”, palabras textuales
que me hubiera dicho el abuelo Ignacio si hubiera sido testigo de ese
momento.
-¿Y ese cuaderno sería a cambio de qué?- pregunté.
-A cambio de de su correa-, me dijo, nuevamente sin dejar de revolver su plato.
Si yo en un breve instante, había analizado su fusil y las cuatro posiciones que
debía combatir, él lo había hecho conmigo y con mi indumentaria.
-Está bien, acepto el cambio-, dije, - pero los dos sabemos que es un cambio
ventajoso, sin embargo, y dadas las circunstancias lo acepto, también quiero
un lápiz, un borrador, dos lapiceros y otro cuaderno para cuando se me acabe
el primero, y aunque parezca mucho usted sabe que el cinturón vale mucho
más que lo que le estoy pidiendo- enfaticé.
Por primera vez dejó de revolver su plato y me miró como si le hubiera pedido
su comandancia o algo con mucho más valor para él.
-Está bien, eso es cierto-, repitió pensativo. -Lo busco cuando termine de
trabajar hoy en el “hotel”, para entregarle el cuaderno y las otras cosas que me
pide, pero sepa que no hago el cambio porque me guste mucho su cinturón
militar, no soy fanático de prendas de milicia ni nada por el estilo; acepto el
trueque porque fue usted el que claramente dijo: “¿A cambio de qué?”
Si me lo hubiera pedido a cambio de nada, no hubiera tenido ningún problema
en regalárselo, pero también ratifiqué el deseo de cambiar el cuaderno por el
cinturón, por su ordinario y poco cortés comentario de “orinar desde el árbol”.
Sepa muy bien que en el plano que nos tiene la vida en este momento,
perfectamente podría orinarme en su cara, sin ningún problema, y sin
embargo, no soy tan bárbaro ni esa sería una táctica inteligente de
humillación-.
Se quedó mirándome, con ojos bien abiertos, esperando alguna respuesta y
sosteniendo con su mano izquierda la cuchara y con la otra mano el plato,
después de ver que no modulé ningún intento de respuesta, y que tampoco,
me salía aire por la boca, bajó la cabeza y volvió a repetir su rito: revolver,
comer, revolver...
Quedé mudo. Nuevamente esta bocota me había hecho quedar como un
cuero. Todo lo que respondió fue mucho más concreto e inteligente que lo que
yo hubiera podido devolverle, pero me sentía feliz, porque ya me hacía a la
idea de tener un cuaderno para poderles escribir todas las noches.
Por un largo momento me quedé mirándolo con el rabo del ojo, y analizando
toda su figura, que no era la del típico guerrillero quemado por el sol, sucio y
bigotudo que lleva mucho tiempo en el monte: era de piel muy blanca, aunque
el cabello sí lo llevaba más largo de lo normal, incluso tenía cierto parecido a la
famosa foto del Che Guevara. Supuse que no era guerrillero raso por el
comentario que hizo de su fusil y su inteligente respuesta. También me di
cuenta de que no le gustaban las armas y de que solo la cargaba por
costumbre o por protección.
Estábamos terminando de almorzar, cuando llegó Peque, el guerrillero que les
dije que era el encargado de todos los secuestrados.
-Comandante Julián, ¿cómo le parece que está quedando el hotel?
Este tipo que me había pedido permiso para sentarse en el mismo árbol era
Comandante de primera línea de las FARC, y eso lo deduje porque ya sabía
que Peque también era Comandante, pero por lo que había acabado de
escuchar, me daba a entender que semejante enano solo era Comandante de
tercera línea, y también sabíamos todos los secuestrados que gozaba de
poco respeto e importancia entre los propios guerrilleros.
-Acá todavía no hay nada hecho, deje de preguntar por cosas que aún no
existen, más bien cuando esté listo entonces, me vuelve a hacer la pregunta,
pero por el momento no haga el ridículo, mucho menos delante de un soldado
de contraguerrilla.
Peque, que había llegado buscando palabras de adulación para él mismo con
su Comandante, tuvo que dar vuelta e irse, quizá, pensando e imaginando una
estrategia más inteligente para obtener el halago de sus superiores.
Este tipo, en algunos minutos, ya había robado toda mi atención: sabía que yo
era de contraguerrilla y yo nunca lo había visto a él, además, tenía las
respuestas más inteligentes que no hubiera encontrado entre cien guerrilleros.
Tratando de igualar sus respuestas y sus comentarios, decidí nuevamente abrir
mi boca para decirle que Peque, después de lo que él le había dicho, se
desquitaría con nosotros, haciéndonos trabajar más duro y más tiempo.
Suspiró, levantó la cabeza y volvió a mirarme.
-¿Cómo se llama, usted, soldado?– me pregunto amistosamente.
- Uribe, soldado Uribe Jaramillo, Comandante...
-No, hombre, sea sensato con usted mismo. Su nombre, el nombre por el que
toda la vida lo han conocido y por el que le gustaría que lo sigan llamando, acá
no estamos en el batallón, ¡y yo no soy su Comandante!
Si ustedes hubieran visto la vena que se le brotó en la frente cuando me decía
eso, se hubieran impresionado de ver cómo cambiaba este hombre del blanco
al rojo, y yo, mientras lo miraba, pensaba:
¡Que no se le estalle esa vena antes de darme el cuaderno! Después, en un
tono, más parco me volvió a decir: -Todo esto es una locura, una gran locura:
usted, sus compañeros, yo y este lugar somos parte de un grave error-.
Antes de que siguiera profundizando en sus pensamientos, que estaba
haciendo en voz alta, decidí lanzarme y por primera vez en todo el día decir
algo corto e inteligente.
-Alejandro, ese es mi nombre, y el suyo es Julián, ¿cierto?
-Sí, me llamo Julián.
Se levantó y recogió todas sus cosas, incluso su destartalado fusil.
-Alejandro. ¡Ya estoy yo acá en el campamento para que Peque no haga
ningún abuso de autoridad! Y otro asunto: esta tarde cuando termine su trabajo
búsqueme en este mismo lugar, para entregarle el cuaderno junto con lo
demás.
El resto del día, me lo pasé imaginándome el tamaño del cuaderno; el color de
las hojas; la cantidad de hojas y la forma en que dividiría mis siguientes cartas.
Era eterno el tiempo pensando en un cuaderno, parecía como cuando, de
pequeño, no dormía, la víspera del primer día de clases, por la ansiedad que
producía comenzar a utilizar los nuevos cuadernos.
Creo que también comienza a afectarme este encierro, como al Comandante
Pérez.
Al terminar la jornada, fui rápidamente al árbol para buscar al Comandante
Julián, cuando llegué estaba él esperándome con las cosas que habíamos
acordado e inmediatamente me dispuse a quitarme el cinturón...
-¡No, hombre! No se lo quite, he decidido que ya no lo necesito y no lo quiero,
pero usted sí necesita este cuaderno. Escriba todo lo que quiera, todo lo que
necesite escribir, haga de cuenta que usted es el apóstol Juan y que lo que va
a escribir son nuevas revelaciones apocalípticas de todo lo que acá se ve.
El cuaderno que me entregó está perfecto para comenzar a escribirles más
cartas, aunque no sé, aún, cómo hacer que estas les lleguen a ustedes.
Bueno, así fue como hoy conseguí este cuaderno y la felicidad que tengo es
tanta que hasta el sueño y el cansancio no los siento, lo único que me pregunto
es por qué el Comandante decidió darme este cuaderno, cuando acá hay
tantos que quisieran tener una solo hoja para escribirles a sus familias.
Intentaré dormirme, porque ya es tarde y mañana nuevamente estaremos
trabajando en el “hotel”.
25 de noviembre de 1998
Hoy no hemos comenzado a trabajar, porque llueve muy duro todo el tiempo y
el día está muy oscuro, pero donde estoy sentado puedo seguir escribiendo,
mientras llueve, y sin que nadie me vea.
Anoche, mientras me dormía, me acordé de que era el aniversario de la muerte
del padre García Herreros, porque después de que él murió, todos los 24 de
noviembre siguientes, la abuela nos ponía a Sergio y a mí a rezar el rosario
con ella y nos decía que cuando estuviéramos en una necesidad muy grande
le pidiéramos todo a él, porque había sido un padre muy santo en vida. Siendo
sincero con la abuela, ella debe saber que nos aguantábamos el rosario y las
mil letanías con las que ella lo rezaba, porque después había dulce de coco,
una muy buena comida y una partidita de parqués. Anoche, pero sin rosario ni
comida ni parqués ni dulce de coco, le pedía al padrecito por todos los que
estamos secuestrados... es muy duro estar así.
He decidido que mientras escampa, les seguiré contando cómo fue el día del
enfrentamiento en Mitú y pasaré al cuaderno todo lo que tengo en papeles muy
pequeños, de forma más organizada y también algunos escritos que le había
hecho a Luisa.
Seguimos caminando más rápido para llegar a una colina y establecer una
mejor comunicación con el comando. El Comandante Pérez, cada cinco
minutos, le preguntaba a Arango si había alguna novedad o alguna nueva
orden.
El equipo que cada uno de nosotros cargábamos era de unos 23 kilos y el calor
y la humedad hacían mas difícil la marcha por un terreno pantanoso.
Cuando llegamos a la colina, el Comandante Pérez logró comunicarse de
nuevo con el comando y las órdenes eran las mismas y mucho más enfáticas:
“Seguir avanzando hacia el casco urbano de Mitú, para hacerle frente a los
guerrilleros”. Después de esta misma orden, otra vez nos garantizaban el
apoyo del avión fantasma y de los helicópteros.
El Comandante, ese día, nos dijo que él tenia muchas dudas sobre esta
operación, porque en un área con población civil de por medio en un
enfrentamiento, no se podría hacer uso de los helicópteros ni del avión
fantasma, o sea que el apoyo no servía en de nada, pero que, como grupo de
contraguerrilla que éramos, debíamos cumplir la orden e intentar ayudar a los
policías que soportaban el ataque.
Antes de comenzar a bajar la colina, Arango interrumpió las palabras del
Comandante para entregarle el radio. Todos lo mirábamos impacientemente
para saber qué debíamos hacer. Su cara se transformaba en una máscara de
angustia a medida que respondía “¡Aceleraremos el paso! ¡Haré todo lo que
me ordenen! ¡Sí señor, sí señor, así lo haremos, sí señor…!” Cuando terminó,
simplemente le devolvió el radio a Arango y nos dijo:
-¡Necesitan urgentemente nuestro apoyo en ese lugar!
No dijo nada más, pero todos sabíamos que no habían sido muy buenas
noticias. Sabíamos que estábamos a un poco menos de una hora de las
afueras de Mitú y que debíamos caminar rápidamente para llegar, pero no
habíamos vuelto a tener noticia del otro grupo de contraguerrilla, con el cual
nos debíamos agrupar. Solo sabíamos que ya estaba en enfrentamiento a
cinco kilómetros de Mitú.
Sigue lloviendo muy fuerte, pareciera que en vez de escampar, cada vez
aumentara más, pero por experiencia propia sabemos que en la selva una
tempestad de estas puede durar varios días.
Miro todo esto a mi alrededor: soldados y policías que aprovechan la lluvia para
dormir un poco más, otros que conversan y se ríen, no sé de qué se ríen, pero
lo hacen, otros que se esconden para fumar y hasta los dedos se alcanzan a
quemar por aprovechar hasta la última parte de un cigarrillo. ¡Hay tanto por
mirar acá, o mejor dicho tanto por no querer mirar!, razón tuvo el Comandante
Julián cuando me dijo que escribiera sobre este nuevo Apocalipsis, pero me
pregunto qué será lo que quiso decir cuando dijo que todo esto era un error,
que tanto él como nosotros éramos un error en este lugar.
Me gustaría volverlo a encontrar y poder hablar un poco más con él, porque el
resto de Comandantes guerrilleros la verdad que son todos unos comemierdas
y bien brutos, no sirven sino para matar y asustar a todos los campesinos.
Mamá, tú pensarás que no es así, y que ellos también son personas con
sentimientos, porque para ti y para la abuela no hay nadie malo, pero te
aseguro que después de ver las cosas que son capaces de hacer tú misma
cambiarías de opinión, sobre todo, si hubieras escuchado la historia del señor
del taxi que te conté en la primera carta que se llevaron los de la Cruz Roja...
No me acordaba de eso, con tanta emoción por el cuaderno, no me acordaba
de las cartas que enviamos con los delegados de la Cruz Roja.
¿Ya les habrán entregado las cartas? Me imagino que con todo esto que está
pasando, más rabia debes tener conmigo, mamá, por haber entrado en la
contraguerrilla, pero ya te expliqué que el sentimiento que comencé a sentir era
muy fuerte y que quería hacer el curso de contraguerrilla. Si así como te
imagino estás, entonces no me quiero ni imaginar a la abuela y a Luisa por lo
mismo.
Ha comenzado a escampar un poco, creo que dentro de poco llegará Peque,
dando órdenes a todo el mundo para comenzar a trabajar. Por esa escena, que
tuvo con su propio Comandante y delante de mí, ha comenzado a tratarme con
más dureza y como con cierta rabia que lo único que me produce es risa, y
para que sepan o tengan una idea del tipo de persona que es se los voy a
describir: es bien bajito, debe medir 1.62 m, y siendo muy generoso con los dos
centímetros que le dan sus botas de caucho, porque sin zapatos debe ser
ridículo. Tiene un bigote que en la mitad se divide bruscamente, quizá de
pequeño tuvo problemas de labio leporino, debe ser por lo mismo que al hablar
se le siente como si todas las palabras las dijera con una SD y se le escucha
muy gracioso porque es como si fuera un acento de payaso, además, cualquier
orden que da es para todos nosotros un chiste. Si les hablara de su uniforme y
de cómo se ve caminado con sus cosas, necesitaría otra hoja entera, porque el
uniforme le queda bien grande, las botas le llegan casi hasta la cintura y el fusil
le queda como si llevara a alguien más grande en su espalda.
Mientras termina de llover del todo, seguiré pasando al cuaderno unos escritos
que tímidamente hacía para Luisa, y por la noche les volveré a escribir cómo
terminó este día con mi nuevo cuaderno.
Nuevamente, otra noche más y en este momento acabamos de llegar de
trabajar en el “hotel” y hoy con mucho más trabajo que ayer. Me siento muerto
de cansancio, por cargar agua, todo el día, pero cada momento que pasa, lo
pienso, y automáticamente también lo escribo en mi cabeza, para después
pasarlo al cuaderno.
Después de que escampó, tuvimos que sacar con baldes toda el agua de la
lluvia de esta mañana, que llenó las zanjas que habíamos hecho para el “hotel”.
Todo el trabajo que habíamos hecho ayer se perdió por la lluvia, y como por
variar, en la tarde nuevamente comenzó a llover mucho más fuerte y tuvimos
que parar.
Esta mañana, mientras llovía, también me disponía a organizar unas cartas y
unos escritos en el cuaderno y después llego el Comandante Julián al quiosco
donde nos escampábamos y se sentó de nuevo a mi lado para conversar un
rato. Comenzamos a conversar de muchas cosas, pero en un principio me
sentí intimidado y, en otros momentos, también interrogado, pero no dejó de
ser amable y educado al momento de hablar.
Estoy demasiado cansado, por toda el agua que me tocó cargar para
desocupar las zanjas, pero les contaré un poco mi segundo encuentro con el
Comandante Julián...
Llegó caminando despacio y se dirigió directamente adonde yo estaba
sentado. Me tomó por sorpresa porque yo estaba muy concentrado intentando
acordarme de cuál era el orden de todos los escritos que tenía en la bolsa,
para después volverlos a pasar al cuaderno.
-¿Cómo le va con el nuevo cuaderno?, ¿muchas cosas por escribir y contar?
Levanté rápidamente la cabeza, sosteniendo los papeles en una mano y en la
otra el cuaderno, para poder responderle.
-Solo hago provecho de la lluvia y paso al cuaderno algunos escritos que tengo
dispersos en papeles, pero intento organizarlos de forma coherente, para que
en algún momento mi familia los pueda leer, al igual que Luisa.
-¿Luisa?– me preguntó, como queriendo afirmar lo que él mismo había
pensado. -¿Es su novia?
-Sí, Comandante.
-Que le quede nuevamente muy claro, Alejandro, yo no soy su Comandante ni
usted es mi soldado.
4. COMANDANTE JULIÁN
Me pide que no le diga Comandante, pero es muy difícil no decirle así, incluso
cuando los otros secuestrados lo llaman Comandante Julián. Después de
decirme, nuevamente, que lo llamara por su nombre, tomó una silla, se sentó
poniendo el espaldar de frente a él para apoyar los brazos, descargó su
destartalado fusil junto a su pierna derecha y por último sacó un paquete de
cigarrillos que tenía en el bolsillo de la camisa. Todos los que estaban detrás
de él se quedaron mirando el cigarrillo. Cuando terminó de hacer la primera
aspiración del cigarrillo, sonrió, porque sabía que todos, a su espalda, lo
miraban deseosos de fumar, aunque fuera de su propio cigarrillo. Volvió a sacar
el paquete y lo lanzó hacia atrás.
-¡Repartan el paquete entre todos!- les dijo sin mirar dónde caía, quién lo
sujetaba y cómo lo repartía.
Lázaro es un policía con ocho tiros en el estómago, y por eso le dicen así, era
el que más cerca estaba del Comandante cuando arrojó los cigarrillos. Alcanzó
a sujetar el paquete, sin dejarlo llegar al suelo, y en cuestión de segundos,
todos se agruparon sobre él, para pedirle cigarrillos. Me quedé totalmente
perplejo mirando la velocidad con la que salían todos del letargo, para estirar la
mano y pedir cigarrillos; ni para la comida hay tanto espectáculo acá. No
terminaba de ver cómo se iban en grupos de hasta tres personas por cada
cigarrillo, cuando el Comandante me hablaba…
-Alejandro, ¿sorprendido? El letargo que produce este lugar es algo
asombroso: puede llegar a provocar un espectáculo en las escenas que
normalmente son comunes en las demás personas, y generar una alta
indiferencia en las cosas que verdaderamente nos deberían asombrar. Ese es
un gran problema, llega el momento donde perdemos todo la capacidad de
asombrarnos de las cosas y es cuando tomamos actitudes de indiferencia con
muchas de ellas. Con lo mismo que usted se sorprende en este momento, me
sorprendía yo en los primero años de universidad, cuando veía por televisión
cómo el M19 robaba camiones de leche para llevarlos a la periferia de Bogotá
y repartir la leche entre los más pobres. Por cosas como esas y deseando no
perder mi capacidad de asombro ante las indiferencias sociales, fue que
terminé metido en este cuento y que hoy me tiene lleno de apatía ante muchas
cosas. ¿Quiere que le cuente todo, Alejandro?
Les aseguro que no sabía por qué quería contarme todo lo que me contó, pero
aunque esta noche no duerma por escribirles toda su historia, lo haré, para que
no se me olvide nada, no importa que mañana Peque me ponga a cargar
mucha más agua que la que cargué hoy.
Cerré el cuaderno, guardé los papeles de la bolsa y puse los lapiceros sobre la
mesa, para adoptar una actitud de atención sobre toda su historia.
Aspiró por última vez su cigarrillo, como queriendo llenar todos sus pulmones
de ese cancerígeno humo y finalmente lo lanzó al suelo con brusquedad para
apagarlo con sus botas.
-He sido un idealista de la igualdad social y le puedo decir abiertamente que lo
ha sido también mi personalidad, porque desde pequeño me preguntaba, por
qué hay personas con más cosas que otras y por qué esas personas explotan
indiscriminadamente a los que no tienen, o por qué, simplemente, no los
ayudan. Soy consciente de que las oportunidades no son las mismas para
todos y de que también son muchos los que se forjan sus destinos, pero le
puedo asegurar algo, Alejandro: en este país son muchos los que tienen y que
explotan al que no tiene.
Me miró como si me estuviera pidiendo algún tipo de aprobación para continuar
contándome lo que él pensaba, mientras yo me colgaba de sus últimas
palabras, algo que ya conocía de memoria: el discurso de la desigualdad
social. Para mí, era el típico pensamiento del guerrillero con el cerebro lavado,
pero dentro de todo esto había dos cosas que yo compartía: la explotación del
que tiene con el que no tiene, y la de otras personas que, solas, llegan a
construir su capital, con el trabajo de todos los días, como lo había hecho el
abuelo. Me percaté de que aún me miraba, cambié de postura, para que
entendiera que me interesaba todo lo que me estaba diciendo y pudiera
continuar.
-Pero ¿cómo llegó usted acá, Comandante?- le pregunté, sin tener presente
cuál fuera a ser su respuesta.
-Alejandro, cuando yo entré a la universidad, me encontré con muchas
personas que idealizaban los mismos cambios. En la universidad se sentía
todos los días, todo el tiempo un ambiente de revolución, pero déjeme aclararle
que era esa revolución social que tenía argumentos, no puedo decir que era
una revolución con ideología, porque no existen ideas concretas para hacer
revolución, existen pensamientos que producen revoluciones y también la
revolución que después genera todo tipo de pensamientos. ¿Me entiende,
Alejandro?- me pregunto rápidamente.
-¡Le entendí, Comandante!- Veía que tenía totalmente claro lo que pensaba y
muy estructuradas y organizadas sus ideas.
-En esa época fue cuando el M19 hizo todas aquellas cosas, recuerdo que fue
en la segunda mitad de la década del 70. Yo era aún demasiado joven y
apenas comenzaba mi carrera de Psicología, pero ver todos esos cambios y
esas cosas me deleitaba. En la universidad se escuchaban rumores de
personas que eran líderes revolucionarios, pero por permanecer en el
anonimato y por la forma en la que hacían propaganda subversiva, no me
interesaban mucho ni me llamaban la atención. Continué normalmente mis
estudios de Psicología durante algún tiempo y llevaba una vida muy normal
como la de cualquier universitario de universidad pública. Pero acá está su
respuesta, Alejandro.
Y yo pensaba que todo lo que me había dicho, era ya su respuesta.
-Un día, había terminado de estudiar, tranquilamente, para un examen en la
biblioteca de la universidad, pero al igual que hoy, ese día llovía fuertemente y
debía esperar para poder irme a casa. Cuando estaba en la puerta, a punto de
salir, llegó un compañero y me dijo que había hablado por mí con las personas
indicadas, para poder ir a una reunión de presentación del M19 y que ellos me
habían aceptado por mi promedio académico, pero que debía decidir
rápidamente porque en pocos minutos nos buscarían en una cafetería que
estaba afuera de la universidad. Inicialmente, dudé en ir, de todas formas,
siempre había querido tener la oportunidad de algún contacto con alguien de
ese grupo por las cosas que mostraban en las noticias.
“Llegamos a la cafetería, donde debíamos encontrarnos con otras personas
que también eran simpatizantes del grupo y que por una u otra razón querían
ser parte de un cambio para el país o para sus propias vidas, y el M19 gozaba
de muy buena fama en las universidades, tanto en las públicas como en las
privadas, era para todos nosotros la personificación del cambio de una nueva
sociedad, donde todos tendrían por igual y donde se le robaba al rico
acaparador, para darle al necesitado. Algo muy perfecto. Solamente, en la
teoría.
”Cuando estábamos en la puerta de la cafetería, teníamos la idea de que
aquella persona que reclutaba gente joven para el M19 llegaría caminando y
que sería un estudiante más como cualquiera de nosotros. Estando en esa
espera, nos mirábamos tímidamente entre todos porque cada uno sabía por
qué había ido, y los que se conocían entre sí comenzaban a presentar a los
que íbamos por primera vez; después de algunos minutos llego una camioneta
negra, y de otra mesa se levantó un señor muy bien presentado, con aspecto
de empresario, y con una agenda en la mano. Se acercó a la mesa donde
estábamos nosotros, dio dos golpes sobre ella y nos dijo: -Muchachos, llegaron
por nosotros-. Nadie se había percatado de su presencia, pero tampoco nos
tomó por sorpresa. Rápidamente caminó dirigiéndose a la camioneta, para
subirse al lado del chofer y, para desconcierto de todos, detrás había otra
camioneta.
“En el transcurso del recorrido nadie decía nada, solo mirábamos por las
ventanas la gente que se encontraba en nuestro camino. Después de veinte
minutos de trayecto llegamos a una casa vieja en el centro de Bogotá. Nos
hicieron pasar a lo que era la sala de la casa y después nos ofrecieron
comida”.
El Comandante Julián contaba su historia, como si yo le estuviera pidiendo
detalles de todo lo ocurrido, pero me agradaba, sobre todo por sentir pasar el
tiempo de otra forma y sin tener que estar recibiendo las órdenes de Peque. En
momentos me acercaba, disimuladamente, un poco más para poder
escucharlo, porque la lluvia caía tan fuerte que me dificultaba escuchar.
Hizo una pausa para mirar el campamento y también para saber quiénes
estaban cerca de nosotros.
-Creo que tendremos más tiempo, Alejandro, aún llueve muy fuerte, pero,
¿usted todavía me quiere seguir escuchando?–. Fue una pregunta amable,
como si no quisiera aburrirme con su historia.
-¡Claro que sí, Comandante!–. Se lo dije para que no volviera a hacer ninguna
interrupción en su historia.
-Bueno, entonces, continúo-, dijo con un gesto de agrado, por sentir que su
historia era interesante para mí. -Después de haber comido, llegaron dos
hombres y, al igual que el primero, estaban muy bien vestidos, se presentaron
y comenzaron con una reseña histórica del M19.
-¿Usted sabe algo de esa historia, Alejandro?- Me sentí apenado por no saber
historia contemporánea del país, pero sin dudar le respondí que no sabía, que
lo único que sabía del M19 era que se habían tomado el Palacio de Justicia en
Bogotá.
-Bueno, veo que lo que usted tiene como referente histórico del M19 fue la
acción más sonada, y quizá lo último que lograron hacer a gran escala.
Recuerdo que fue el 6 de noviembre de 1985, fue una acción ejecutada por el
Comandante Andrés Amarales y Lucho Otero, y la noche anterior nos
informaron de que algunos de nuestros compañeros harían historia por el
pueblo de Colombia, citando a juicio al presidente Belisario Betancur, pero no
entraron en detalles.
“Al día siguiente, nos dijeron que el primer objetivo, o sea, la entrada al Palacio
de Justicia, había sido logrado. Después, cuando oí las noticias y veía como el
ejército había decidido entrar al Palacio y la forma tan heroica como mis
compañeros se defendían y todo lo que estaba pasando, sentía un viaje de
sangre caliente por mi cuerpo, al mismo tiempo que sentía rabia. Yo quería
estar allá, quería ser parte de un plan de esa magnitud, porque a pesar de que
me sentía identificado con sus ideales, nunca me imaginé que el grupo fuera a
ejecutar una acción con semejante audacia y sobre todo con tanto interés de la
opinión pública a lo largo de todos estos años.
“Los días siguientes a la toma del Palacio de Justicia, me sentía viviendo el
verdadero cambio, la verdadera lucha por los derechos de igualdad para todos,
incluso ni asistí al entierro de mi padre que había muerto por esos días,
porque para mí estaba primero la lucha, que el sentimiento familiar. ¡Qué
equivocado estaba, Alejandro! ¿Cómo pude llegar a estar tan equivocado?”
Me planteó la pregunta, desviando su mirada hacia la lluvia que aún
continuaba. Cualquiera que hubiera escuchado toda su historia, se hubiera
percatado de un instante de nostalgia por la memoria de su padre. Personas
que son protagonistas de cualquier tipo de revolución no se permiten instantes
sentimentales o de tristeza, por eso, y en pocos segundos, retomó la narración
de su historia, con el mismo tono de voz. Seguro y muy fluido.
“Retomando un poco la historia, solo puedo decirle que antes que estos
señores terminaran su exposición histórica sobre los planes realizados por
parte del M19, yo ya quería ser parte de ellos. Cuando terminó la reunión nos
decían que no era un juego, que incluso podrían estar de por medio nuestras
vidas y las de nuestros familiares, y aún así no me importó. Ya sin más detalles
entré en las filas urbanas y con el tiempo llegué a ser Comandante.
“Cuando se instauró la primera orden de captura en mi contra, por distribución
de propaganda subversiva, todos me felicitaban, me decían que esa era mi
principal causa para continuar en filas. Fue cuando tuve que dejar la
universidad y también mi casa, porque hasta allá llegó una vez la policía para
buscarme”.
No me atrevía ni a moverme un centímetro de la silla, para no distraer al
Comandante de su relato, aunque los dos ya comenzábamos a darnos cuenta
de que pronto terminaría de llover y tendríamos cosas por hacer, pero aún así,
él continuaba...
“Las cosas se pusieron muy difíciles en los grupos urbanos, después de la
toma del Palacio, la policía nos buscaba por todas las periferias de la ciudad y
el ejército hacía lo mismo en las montañas; fue, entonces, cuando se decidió
que todo el mundo se trasladaría a la montaña, porque corríamos riesgo en la
ciudad.
“Inicialmente, la vida en la montaña no me gustaba, me hacía sentir que la
causa perdía protagonismo y que la gente dejaría de creer en nosotros por
estar escondidos en el monte, pero de todas formas continué y en esa época,
pensar en una evasión era ir en contra de mis propios principios. Creo que esa
necesidad de replegarnos totalmente al monte fue lo que, en cierta forma, mató
al grupo, porque éramos una guerrilla urbana, pero, para mí, lo que
verdaderamente aniquiló al M19, fue cuando se comenzaron a escuchar
rumores de que la acción del Palacio de Justicia había sido patrocinada por los
carteles de la mafia, con la necesidad de destruir los expedientes de algunos
de sus capos y que, incluso, el Comandante Carlos Pizarro se había llegado a
reunir con el jefe del cartel de Medellín, Pablo Escobar, para hablar sobre cómo
se realizaría la toma del Palacio de Justicia, y también para acordar la cantidad
de dinero que el M19 recibiría por ejecutar el plan.
“Días después, llegamos a saber que el Comandante Andrés Amarales
supuestamente habría sido sacado vivo del Palacio de Justicia por miembros
de las Fuerzas Armadas y luego habría sido reintroducido al mismo y
presentado como muerto en combate”.
-Alejandro, ¿puede usted imaginar por qué pudieron hacer eso con el
Comandante y con otras personas que salieron vivas y después aparecieron
muertas dentro del Palacio de Justicia?- Yo estaba sumergido en todo su
relato, como para estar a la altura de una pregunta como esa.
-No lo sé, Comandante, de hecho nadie lo sabe- fue lo único que pude acertar.
-Claro que sí lo saben, Alejandro, pero nunca lo han dicho, ni lo dirán, pero la
hipótesis a la cual llegué después de todos estos años es simple: Si el
narcotráfico pudo comprar esa acción, obviamente también podía comprar
policías, por mucho menos, para que eliminaran todo tipo de testigos o
pruebas que los relacionaran directamente a ellos. Así lo veo yo, pero, como ya
le dije, es una simple hipótesis personal.
Dejaba de llover, cada vez más, pero el Comandante estaba dispuesto a
terminar de contar su historia y yo también seguía dispuesto a escucharla.
¿Qué más podíamos hacer?
-“En el monte, todos los días nos sentíamos perdidos, y así estuvimos durante
algunos años, pero seguíamos creyendo en el cambio, entonces se decidió
que uno de los requisitos para entregar las armas era la creación de una
Asamblea Nacional Constituyente, para que garantizara el desarrollo de otros
partidos políticos y espacios a las minorías, porque la vieja Constitución solo
permitía los partidos tradicionales. El Gobierno del presidente Virgilio Barco se
opuso todo el tiempo, pero, entonces, los estudiantes de las universidades,
hicieron un movimiento nacional, para que en las votaciones generales del 11
de marzo de 1990, se incluyera una “Séptima Papeleta” para que el poder
ejecutivo conformara una Asamblea Nacional Constituyente.
“Después del logro de La Constituyente, realizamos la entrega de armas en el
campamento de Santo Domingo, eso fue el 8 de marzo de 1990. Aún lo
recuerdo muy bien, Alejandro. Ese día fue histórico para el país y lo fue
también, para muchos de nosotros. Había mucha gente importante en el
campamento, todos los medios de comunicación nacional y algunos
extranjeros, parecíamos como en una fiesta. Para algunos integrantes era la
oportunidad de volver a la vida normal, después de la lucha armada; otros lo
veían como una nueva lucha desde la legalidad y la política, pero solo unos
pocos, aún, pensábamos que había mucho por hacer y nos sentíamos con el
deber de continuar de alguna forma, porque después de darle prácticamente
nuestras vidas a una causa, no era justo terminar de esa forma”.
Me parecía increíble, que este hombre hubiera tenido la oportunidad de
continuar su lucha de forma legal, pero que por una muy fuerte razón personal
no lo hubiera hecho.
Tengo la mano y los dedos ya muy cansados, pero continuaré hasta terminar
de contar el resto de las cosas que hoy pasaron y sobre todo la última parte de
la historia del Comandante Julián.
Ya nos habíamos jugado con todas las posibilidades que puede ofrecer una
silla, para sentarnos de distintas formas, pero el Comandante se empeñaba en
contar su historia y en recordarla con importantes detalles…
-Alejandro, como le dije al principio, la selva no me gustaba, pero después
encontré en ella el silencio para pensar y meditar sobre las cosas que había
hecho con el M19 y las otras cosas que quería seguir haciendo con algún
grupo parecido.
”Las FARC eran la guerrilla más grande del país y con ellos se había
conformado anteriormente la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar, para
realizar acciones militares conjuntas, y gracias a esa alianza, después de la
entrega de armas, decidí viajar a “La Ju””… Usted más que nadie debe saber
que es “La Ju”, me dijo en son de pregunta.
-Sé que lo llaman el pueblo o la casa de la guerrilla. No sé exactamente dónde
queda ni cómo se llega- le respondí.
-La primera vez que yo fui a La Julia, había que recorrer un camino que
serpentea el río Duda y solo se podía hacer a caballo o a pie, pero es punto
estratégico porque es corredor entre Huila, Meta y Caquetá. Hasta allá fui para
continuar con mis ideas. Lo más paradójico de la historia, Alejandro, es que
todo se repitió de la misma forma que cuando me reclutaron para el M19, pero
esta vez en una heladería del caserío y sin mucha presentación. De esa forma,
rápidamente, entré a formar parte de las filas de las FARC.
“Por mi experiencia con el M19 y por no haberme querido integrar a la vida
normal como las otras personas, fui nombrado, inmediatamente, Comandante.
Y así, con historias de más y menos cosas, es un breve resumen de mi vida
hasta el sol de hoy, Alejandro”.
No puedo negar que su historia me pareció interesante todo el tiempo, aunque
en ocasiones, por lo que iba contando, me parecía uno de esos hombres que
por tener presente un ideal se vuelven obstinados sin medir ninguna
consecuencia, aún así, me dejo muy asombrado.
Cuando terminó de contarme su historia, tomó de nuevo su fusil, para
levantarse de la silla y prepararse para hacer sus cosas, porque había
terminado de llover. Peque también estaba organizando los grupos de la
construcción del hotel, pero no me había llamado porque me había visto toda la
mañana hablando con el Comandante Julián. Después, recogí todos mis
papeles y los puse nuevamente dentro de la bolsa de plástico, pues, por
escuchar la historia del Comandante Julián, no había podido transcribir nada de
lo que tenía y quería pasar, al nuevo cuaderno.
Cuando me presenté ante Peque, se le notaba una fuerte curiosidad por saber
qué era todo lo que había hablado el Comandante Julián conmigo. Para tener
detalles, disfrazaba su curiosidad con una simpatía poco habitual. Como no
respondí a ninguna de sus directas e indirectas preguntas, y debido a su poca
paciencia, me ordenó sacar agua de la zanja más profunda que habíamos
cavado ayer. Mientras caminaba para buscar los baldes, me reía de ver la poca
malicia de Peque para hacer sus preguntas, pero también, al final de la tarde,
lamenté mi suerte en la zanja. Había sacado agua por montones y tenía barro y
agua hasta en los ojos.
Al final de la tarde, cuando estaba haciendo la fila para la comida, el
Comandante Julián me mando llamar con Peque, para que fuera nuevamente
al quiosco. Cuando llegué estaba tomándose una taza de café negro con una
sola rebanada de pan. Esa es su comida todas las noches.
-Alejandro, ¿Dónde carajos estaba usted metido? Tiene barro hasta en la
cabeza- me preguntó.
-Trabajando en el hotel, Comandante. Usted mismo fue testigo de toda la lluvia
que cayó esta mañana. Tuvimos que limpiar las zanjas, para poder continuar y
poner los postes mañana-. Le hablé en plural, para que pensara que había sido
un trabajo de varias personas y para evitarme futuros problemas con Peque.
-Es verdad Alejandro, llovió toda la mañana, pero lo mandé llamar para decirle
algo que pensé durante el resto del día, después de haber hablado con usted-.
Terminó su café, y se levantó de la silla.
“Lo que le voy a proponer es, quizá, una forma de liberarme de algunas culpas,
pero si usted no lo acepta, no cambia nada entre nosotros ni de las
conversaciones que hemos tenido”.
-Alejandro…-, se quedó unos segundos en silencio, mirándome, tal vez para
organizar mentalmente su propuesta.
-Dígame, Comandante…-. Era lo mejor que podía decir para ayudarlo a hablar.
-Alejandro, ¿usted, aún, seguirá escribiendo sus cartas en el cuaderno que le
di?
-Claro que sí, Comandante. ¿Qué más puedo hacer en las noches?-, le
respondí un poco nervioso, porque por un momento pensé que querría pedirme
el cuaderno.
-Alejandro, ¿le gustaría que esas cartas les lleguen a su familia y a su novia?
Yo mismo las llevaría. No me tiene que responder ya, tómese su tiempo y
después me lo dice, pero como ya le dije: es una forma de liberar culpas y
quiero comenzar con usted.
Les puedo asegurar que lo primero que sentí fue miedo, porque lo imaginé
como una trampa para mí, pero algo, tal vez lo tonto que todavía soy, me decía
que este hombre me hablaba con la verdad.
-Claro que sí, Comandante, pero ¿cómo puede, usted, hacer eso?-. Él no tenía
ninguna referencia de ustedes.
-Alejandro, usted tendrá que confiar plenamente en mí, dándome los datos de
sus padres. Después, cuando, yo viaje a Bogotá, les enviaré una primera carta,
donde usted les cuente lo que hemos acordado, porque si de entrada los
llegara a llamar no me creerían y llamarían a la policía-. Me miraba fijamente,
esperando alguna respuesta.
-¡Claro que sí, Comandante!-. Se le escapó una sonrisa, mientras yo me
sentaba de nuevo en la silla donde estuve toda la mañana, cuando el
Comandante Julián me contaba su historia. Mis cartas, mis escritos y todo lo
que escribía ya no sería en vano. Era lo único en que pensaba.
-¡Mañana no trabaja en el hotel! Estará conmigo haciendo lista de algunas
cosas que se requieren en el campamento, con eso tendrá un poco más de
tiempo, para organizar sus cartas, porque yo debo partir en dos días para
Bogotá-, continuó, después de volverse a sentar, un poco más tranquilo con mi
respuesta.
-¡Lo más importante, Alejandro…! Supuse que esto era un acuerdo, solo entre
él y yo, por eso me jugué la siguiente palabra.
-¡Lo sé, Comandante! Seguro que nadie más se enterará de este asunto.
Quería ganarme definitivamente su confianza y por eso me adelanté a decirle
eso, aún sin saber que era lo siguiente que él me diría.
-¡Así es, Alejandro! Si esto lo llega a saber alguien, nos puede costar la vida.
La suya, la de su familia y la mía; junto con la de mi madre y eso ya sería lo
último que yo no me perdonaría en mi vida. Por ahora, escríbales a sus padres,
para saber si ellos también están de acuerdo en aceptarme como mensajero.
-¡Así lo haré, Comandante! ¡Esta misma noche les escribo la carta!-. Salí
rápidamente del quiosco para limpiarme, comer y comenzar a escribir.
No se imaginan la felicidad que sentía cuando terminé de hablar con el
Comandante Julián. Cuántas personas, de las que también están acá,
quisieran tener la misma oportunidad de poder enviar sus cartas. Peor, aún, de
querer tener una sola hoja de papel, para escribir algo, para que el
debilitamiento mental no sea cada día más fuerte.
Me bañé rápidamente con agua recogida de la lluvia, para quitarme todo el
barro y escribirles todo lo que hoy pasó. Mientras me bañaba, llegaba a mi
cabeza la idea de pensar que todo esto fuera una trampa, pero tenía la ciega
convicción de que todo esto no sería en vano. No sé qué hora es, ni lo
alcanzaría a imaginar, pero de algo sí estoy seguro: creo que esta noche he
escrito todo el tiempo y que pronto amanecerá.
5. MERCURIO
Hoy me tuvieron que despertar. Tenía la impresión de de no haber dormido
nada y después pude darme cuenta de que sólo había dormido una hora y
media, pero en cuanto me despertaron recordé que hoy trabajaría con el
Comandante Julián haciendo una lista de requerimientos y organizando mi
primera carta para todos ustedes; entonces me levanté y recogí mis pocas
cosas, mientras todos se organizaban para continuar con la construcción del
hotel. Por mi parte, me dediqué a buscar al Comandante.
Subí el montículo de tierra, que debemos trepar para llegar al quiosco donde
normalmente se reúne el Comandante Julián con los otros guerrilleros en la
mañana, para impartir instrucciones. En ese momento, iba saliendo Peque y
volvió a mirarme con dudosa actitud de amistad…
-¡Soldado! El Comandante Julián le manda decir que lo espere un instante en
la misma mesa en la que estuvieron ayer en la mañana-. No me dijo ni cuánto
tiempo debía esperarlo ni algún otro detalle, simplemente que lo esperará.
Saqué el cuaderno de la bolsa, y también saqué de mi bolsillo la otra bolsa
pequeña, donde tengo los escritos que quiero pasar al cuaderno. Comencé por
leer, nuevamente, todo lo que escribí anoche e hice algunos tachones y
correcciones. Anoche, quería volverles a contar un poco más de cómo fue el
enfrentamiento, pero con toda la historia del Comandante y su propuesta lo
olvidé, pero, mientras él regresa, continuaré con una parte de esa historia, para
alcanzar a enviarla mañana con el Comandante Julián.
Después de saber que el otro grupo de contraguerrilla ya estaba enfrentando a
los guerrilleros, continuamos la caminata en forma acelerada durante media
hora o tal vez un poco más. El Comandante Pérez se detuvo y levantó el puño
izquierdo indicándonos que debíamos parar. Se pasó la voz, hombre a hombre,
de romper fila vertical, para organizar una fila horizontal a cuatro o cinco
metros entre cada uno de nosotros e introducirnos en la maleza, porque era
obvio que la guerrilla había minado todo lo que tuviera forma de camino.
Comenzamos a caminar inclinados y, en lo posible, sin hacer ruido; así
continuamos durante un poco más de diez minutos hasta que vimos el avión
fantasma que se acercaba por una montaña que estaba a nuestra izquierda.
Nos quedamos quietos para cuando estuviera pasando sobre nuestras
cabezas. Comenzó a volar en círculos y cuando estuvo cerca de donde
nosotros estábamos…
¡Taz! ¡Taz! ¡Taz! ¡Taz! Fueron disparos de una o dos M-60. Las sentíamos muy
cerca de nosotros, tal vez a unos cien metros, y a medida que el avión se
acercaba, entonces eran más las ráfagas, ya no solo de las M60, sino también
de fusiles. Estábamos a unos cien metros del primer anillo de seguridad que
había instalado la guerrilla, para hacernos frente a nuestra llegada. Nos
acostamos sobre la maleza, en posición de ataque, pero aún no teníamos
orden de disparar. Ellos no sabían, todavía, que estábamos cerca. El
Comandante Pérez comenzó a arrastrarse para tener una mejor visión del
lugar y lograr ubicar el nido desde donde disparaban las M-60. Todos
estábamos alerta y con los ojos bien abiertos.
A menos de diez metros de donde me encontraba, se levantó una enorme
nube de tierra y polvo, con un fuerte estruendo. No escuchaba nada, solo un
molesto silbido en los oídos. Me tocaba por todas partes para ver que no
estuviera herido. Nuevamente, pero esta vez más cerca, la misma nube de
tierra y polvo con un estruendo mucho más fuerte que el primero. Me cubrí la
cabeza y me quedé quieto. El tiempo se hacía eterno y aún no podía escuchar
nada. No sabía qué tenía qué hacer, solo me seguía protegiendo y guardaba
mi posición.
El polvo se desvaneció y podía ver que las plantas que había a mi derecha y a
mi izquierda se movían rápidamente, como cuando se dispara un fusil desde
una trinchera en medio de hojas grandes. ¡Ya estábamos atacando! Ellos nos
habían descubierto y nos recibieron con granadas. Entonces, comencé a
disparar buscando las hojas que se movieran donde debían estar los
guerrilleros, posteriormente retrocedí un poco, porque los huecos que dejaron
las dos explosiones me hacían más visible.
Por la espalda y arrastrándose se me acercó el Comandante Pérez: “Uribe,
pensé que le habían dado de baja. Llevamos más de quince minutos
respondiendo al ataque y usted no disparaba.” Le dije que no lo escuchaba
muy bien, porque las explosiones me tenían aturdido, pero que estaba bien.
El Comandante Pérez se quedó dos metros más adelante de donde yo estaba,
y daba órdenes con las manos de aguantar y de ser prudentes con las
municiones. Era obvio. Nosotros éramos menos que ellos y teníamos que
aguantar más hasta que llegaran los refuerzos que habían mencionado por
radio. No podíamos gastar toda la munición, si la gastábamos estaríamos
acabados.
Los guerrilleros, mientras tanto, gritaban: “¡allá están esos perros! ¡Que no
quedé ni uno solo vivo!”. Seguían insultándonos, sin dejar de disparar:
“¡esclavos del gobierno! ¡Perros hijos de puta!”.
Permanecíamos en silencio; cualquier grito en respuesta a sus insultos
delataba la posición de alguno de nosotros y esa era la intención de ellos.
Arango seguía cerca del Comandante Pérez, para darle el radio cuando fuera
necesario. Los nervios lo tenían cometiendo varios errores: levantaba
demasiado la cabeza y no disparaba cuando debía hacerlo. “¡Baje la cabeza,
Arango!”, le tuvo que decir el Comandante Pérez.
De nuevo…
¡Una explosión! ¡Dos explosiones! A todo el frente de nosotros tres, y lo
mismo: polvo, tierra, el estruendo y, esta vez, un fuerte olor a pólvora.
Otras dos explosiones, pero mucho más fuertes que las anteriores ocurrieron
detrás de nosotros, y en esas sentimos que la tierra se movía por debajo de
nosotros. ¡Eran cilindros bomba! Nos atacaban también con cilindros bomba.
Estábamos cubiertos totalmente de tierra que nos había caído en la espalda,
las piernas y la cabeza.
Arango comenzó a llorar y dejo de disparar. Parte de lo que parecía ser una
mano, con una pieza de tela del uniforme de nosotros, le había caído a su
lado. El Comandante Pérez se volvió a arrastrar hasta donde él estaba:
“Arango, ¡No sea marica! ¡Dispare! ¿O quiere terminar del mismo modo?”
Acaba de llegar el Comandante Julián, pero se detuvo antes de entrar al
quiosco, para hablar con uno de los guerrilleros.
-Alejandro, tiene usted los ojos rojos. ¿No durmió bien anoche?-, me preguntó,
mientras se acercaba y tomaba la misma silla de ayer.
Tenía un aspecto mucho más amigable e incluso se le notaba cierta felicidad
en su cara. Volvió a atender a otros guerrilleros que se acercaron a la mesa,
para preguntarle instrucciones. Mientras impartía esas instrucciones, yo lo
miraba y buscaba en él algo que definitivamente me dijera que no me
equivocaba enviando las cartas. Terminó de hablar con los guerrilleros y de
nuevo me dirigió la palabra.
-¡Estoy muy contento de volver a ver a mi madre después de mucho tiempo!-
Su comentario, zafado de su propia felicidad, me dolió.
-¡A mí también me gustaría ver a mi mamá, Comandante!- le dije mirándolo
para que entendiera lo que yo sentía.
Se sintió incómodo y después no dudó en pedirme disculpas.
-Yo sé que usted no está acá por su propia voluntad, Alejandro, pero después
de todo lo que hemos hablado y de las cosas que le he contado de mi vida, es
usted, en este momento, la única persona con la que puedo compartir mis
pocas felicidades. Después de eso, fui yo el que se sentía como un cuero ante
sus disculpas.
-Alejandro. Yo estaré en Bogotá por un tiempo de cinco días, lo primero que
haré, inmediatamente llegue, será enviarle las cartas a su familia y esperar que
ellos me den una respuesta. Sólo espero que las cosas salgan bien y que su
familia no vaya a la policía o hagan algo que nos perjudique a los dos. Hoy,
mientras me ayuda con algunas listas de cosas, también quiero que vaya
escribiendo una carta a sus papás, recomendándome y, de igual forma,
pidiéndoles todo tipo de prudencia.
Después de salir del quiosco comenzamos a ir a diferentes partes del
campamento, donde el Comandante hablaba con otros guerrilleros para saber
qué cosas se necesitaban: jabones, implementos de aseo, revistas, libros,
música, pilas, radios, dulces, cigarrillos de todas las marcas, en fin, todo este
tipo de cosas eran las que más se solicitaban.
Yo caminaba detrás de él, parecía una secretaria tomando nota de todo, y el
Comandante cada vez con un paso más rápido.
-Alejandro, yo creo que media hora más, y terminamos. Después volvemos al
quiosco yo reviso la lista, mientras usted termina las cartas. Sin dejar de
caminar y sin tenerme que mirar me daba instrucciones.
Hoy se sentía un calor muy fuerte y la humedad hacía insoportable la marcha.
La bolsa en la que tenía mi cuaderno y mis papeles se deslizaba en la mano
por el sudor. Cambiaba la bolsa, de una mano a otra, para secarme la que
quedaba libre en el pantalón sin dejar de caminar.
Llegamos al quiosco, nos sentamos: el Comandante en la misma silla, desde
donde tenía un dominio visual de todo el campamento y yo enfrente de él. Para
mi posición, el entorno visual eran unas tablas; unos bultos de arena; unas
palas y alambre. Todo lo que era el material de construcción del hotel. Parecía
como si hubiéramos establecido, mentalmente, cuál era la silla que le
correspondía a cada uno.
-Alejandro, ya regreso, olvidé algo. Termine sus cartas mientras regreso.
Me cambié de silla, quería tener una visión de todo el campamento; mientras él
regresaba, miraba a todos los que estaban construyendo el hotel: guerrilleros,
soldados y policías juntos. ¡Qué ironía!, pensé al ver semejante escena, sobre
todo porque haciendo ese trabajo todos charlaban y se reían como si fueran
amigos de toda una vida.
Volví a abrir la bolsa, para sacar nuevamente el cuaderno y los otros papeles.
Mirando las cosas que quería escribirles, me encontré con algo que escribí el
segundo día del secuestro. Quiero que lo tengan muy presente y lo guarden.
No sé qué pueda ser, no sé si es poema, no sé si es un pensamiento, pero les
aseguro que es lo que se siente cuando se está en combate luchando por el
país.
Para mi mamá y para Luisa, espero sepan perdonarme, nuevamente, por
querer convertirme en soldado profesional.
… Aunque nuestras mujeres tengan que llorar y besar lápidas y sus lágrimas
estén llenas de todos los porqués de la injusticia, que nunca tendrán respuesta.
Aunque las flores y coronas a nuestros restos nunca devuelvan ni tiempo ni
comienzo.
Aunque piernas y brazos ya solo sean un recuerdo de lo que fuimos…
Aunque nos lleven a la guerra sin dormir y sin comer.
Aunque nadie nos pregunte si sentimos miedo.
Aunque nos tengamos que esconder para llorar.
Aunque solo veamos el sol en medio de la selva.
Y…
Aunque dejemos de ser hombres para convertirnos en recuerdos…
Sin embargo, si pasa lo justo y lo injusto, solo quiero tener la certeza de que mi
entrega, mi lucha y mis privaciones solo sean para que ninguna mujer, en el
futuro, abrace el sordo y frío mármol.
Para que las flores sean al regreso de todos nosotros, y no a nuestra partida.
Que mi causa sea justa, para que nadie tenga que aprender a caminar con
hierro donde antes había piel, para que se nos permita ser hombres con pan y
sudor al final del día, no hombres con hambre y frío.
Para que todo esto cambie: ¡Le ruego a Dios me permita volver a nacer, las
veces que sean necesarias, para volver a luchar!
… Yo no sé qué tipo de carta deba escribirles; todo lo que les he escrito es más
que una carta, todo demuestra lo que vivo y pienso cada día que estoy acá,
pero de todas formas les pido que no juzguen mal al Comandante Julián, sobre
todo, si en algún momento se llegan a ver con él. La vida los puso en otras
circunstancias muy diferentes a las mías y a las de cualquiera.
En este momento, lo veo regresar, voy a doblar las hojas…
Llegó con un semblante mucho más feliz que el que tenía esta mañana, incluso
regresó sin su fusil y sin el uniforme.
-Alejandro, le tengo dos noticias, una buena y una…-. Se quedó mirándome
maliciosamente, para que yo le preguntará sobre la segunda noticia, porque
siempre es una buena y una mala. ¿Qué podría haber pasado?
-¡No sé, Comandante! ¿Qué pasó? Si quiere comencemos por la mala,
siempre que se tienen dos noticias es una buena y una mala.
-¡No, hombre! ¿Siempre es usted así de pesimista con todo? Son dos noticias:
una grande buena y la otra, no tan grande como la primera, pero también
buena.
-¡Hable de una vez por todas, Comandante! No me ponga en suspenso,
porque ya tengo el estómago lleno de piedras.
Se reía mientras abría su mochila para comenzar a buscar algo, de repente,
sacó dos latas de cerveza que, además, se veía que estaban frías.
-Tenga, Alejandro, porque vamos a brindar por la segunda noticia. Estiró su
mano para ofrecerme la lata de cerveza. Nunca me gustó mucho la cerveza,
pero dadas las condiciones y el calor, cualquier bebida fría hubiera sido un
placer.
-¿Cuál es la segunda noticia, Comandante?- le pregunté mientras me tomaba
el primer trago de cerveza.
-Bueno, la segunda noticia es respecto a las primeras cartas que todos ustedes
escribieron con el papel que se les dio. Esas cartas ya las repartieron, hoy en
Bogotá, a todos los familiares. Me imagino que alguien de su familia viajó a la
capital para buscar las suyas y, si tenemos suerte, antes que yo regrese, podré
traerle noticias de ellos. De todas formas debemos seguir el plan que le dije
desde un principio.
El primer sorbo de cerveza que tomé se me quedó entre la boca y el estómago,
ni bajaba ni subía y comencé a sentirme ahogado hasta que pude toser.
-Tranquilícese, Alejandro, si se muere ahogado acá, eso sí sería ridículo y
paradójico. Sobre todo con una cerveza.
Logré normalizar la respiración, pero no dejaba de toser y quería volver a
hablar.
-¿Cómo va a hacer, Comandante, después de llegar a Bogotá?- Aún seguía
tosiendo.
- Como pensaba hacer desde un principio. Yo envío, por correo, las cartas que
usted me entregue más tarde y seguro que si alguien de su familia, aún está en
Bogotá querrá contactarse conmigo. A propósito, Alejandro: ¿Ya les escribió a
sus papás para que sean muy prudentes?
-Ya les he escrito algunas cosas, pero de inmediato les escribiré pidiéndoles
mucha prudencia y silencio.
Me llevé a la boca otro sorbo de cerveza más grande que el primero, para
sentir que tenía la suficiente fuerza de plantearle al Comandante una última
pregunta que me hiciera sentir más liviano y sin tanta preocupación por lo que
estábamos haciendo.
-Comandante…
-¿Si? ¡Dígame, Alejandro!
-¿Puedo confiar plenamente en usted? ¿Puedo poner a mi familia en sus
manos y estar seguro de que esto no es una trampa?
-¡Téngalo por seguro, Alejandro!
Terminamos de beber. Él organizaba sus cosas en su mochila y yo
seleccionaba y arrancaba del cuaderno las hojas que debía entregarle.
-¿Debe viajar hoy, Comandante?
-En la tarde, al final de la tarde. Tiene usted, todavía, tiempo de escribir todo lo
que quiera, yo me quedaré acá leyendo un poco sin perturbarlo. ¿Le parece
bien?
-¡No hay problema, Comandante!
Siento nudos en la cabeza y en las manos para escribir. La idea de saber que
ya les entregaron las primeras cartas me produce una ansiedad incontrolable.
En la mente, igual que el día cuando cavaba la zanja, me imaginaba la entrega
de cartas, hoy con mayor razón, porque el Comandante me acaba de decir que
esas cartas han sido entregadas.
¡Estoy bien! ¡Estoy vivo! Secuestrado, pero vivo.
Quiero decirles unas últimas cosas, antes que el Comandante se vaya…
Papá: solo te pido que seas un poco comprensivo con el Comandante, si él
quisiera dejaría de ayudarnos a comunicarnos.
Mamá: te pido para que controles un poco a mi papá, él con el temperamento
que tiene sería capaz de cometer cualquier locura y eso puede ocasionarle
problemas al Comandante y ni qué decir de lo que me podría ocurrir a mí. Por
último, quiero que abraces fuertemente a los abuelos y a Sergio de mi parte.
Luisa:
¡Hola!
Estas vacaciones forzosas no estaban en mis planes. No estaba en mis planes,
tampoco la idea de tener que imaginarte todas las noches y de hacer esos
viajes nocturnos hasta llegar a tu casa. Pasan muchas cosas diariamente,
cosas que te sorprendería ver, pero te aseguro que no te pierdes de nada.
Recuérdame, mientras vuelvo, de la forma que más te guste; del recuerdo más
vivo que tengas de mí, no importa si es de los más viejos o de los últimos, pero
enróllate a esos recuerdos si aún me quieres, si todavía me quieres a tu lado…
… Así lo he hecho todas las noches, y funciona. Sé que no tienes el mismo
tiempo que tengo yo en este lugar y que mi recuerdo tal vez disminuya todos
los días en tu vivir. Yo recuerdo, todo el tiempo, para quererte y para vivir,
porque este lugar es tan muerto, que podrías llegar a anular tu mente y tus
emociones sin darte cuenta. Podrías poner en blanco todo lo que sientes, sin
martirizarte durante largo tiempo. El tiempo acá es perverso: algunas veces no
lo sientes y otras veces lo cargas.
Sé que soportar y aguantar es una dura forma de vivir, que lo mejor que
puedes hacer es enterrar mi recuerdo y partir. Éramos cómplices: de nuestros
planes y de nuestras vidas, y hoy, por esa misma complicidad, que nos
enamoró, te pido que seas fuerte, porque yo sé que regresaré, tarde o
temprano, pero lo haré y quiero tener esa seguridad acompañada de tu
palabra.
Te amo mucho: Alejito.
-Alejandro, debo partir. ¿Están listas sus cartas con las recomendaciones
pertinentes para su familia?-. Había guardado su libro y ya estaba listo para
irse.
-¡Sí, señor! Ya tengo todo listo. ¿Tiene usted algún sobre, Comandante?
-Conseguí uno cuando fui por las cervezas, son muy escasos, pero logré
conseguir uno. Para cuando regrese de Bogotá le traeré algunos. ¿Le parece
bien, Alejandro?
Si el Comandante intentaba remediar su pasado con todo lo que estaba
haciendo por mí, creo que es suficiente.
Miré todas las hojas, quería volverlas a leer antes de doblarlas y meterlas en el
sobre, lo cerré y sin ningún asalto de duda escribí la dirección de la casa. ¡Que
Dios me ayude! Fue lo último que pensé cuando terminé de escribir la
dirección.
-Quédese tranquilo, Alejandro, yo lo envío inmediatamente llegue a Bogotá.
El cuaderno quedó sin ningún escrito: todas las hojas las arranqué para
meterlas en el sobre y me siento como la primera vez cuando me dieron las
hojas en blanco: no sé qué volver a escribir. Me despedí del Comandante
Julián dándole la mano y le deseé mucha suerte. Después me quedé unos
minutos sentado pensando en todo y en nada, mirando el cuaderno. Debo
guardar, como de costumbre, todas las cosas dentro de la bolsa e ir a reunirme
con los otros secuestrados para reclamar la ración de comida.
Hace ya más de cuatro horas que se fue el Comandante, me pregunto: ¿dónde
irá? o ¿ya llegaría a su casa?
Cuando regresé con los otros secuestrados me recibió Peque con comentarios
de burla como es su costumbre. Comenzó diciéndole a los otros guerrilleros:
-“¡Abran paso! ¡Abran paso señores! ¿No ven que es la nueva secretaria del
Comandante Julián?” Guerrilleros, policías y soldados reían mientras
hacíamos fila para pedir la comida.
Acá estoy, después de comer: escondido para que nadie me vea escribir. Creo
que esta vez sí tendré el tiempo suficiente para pasar todos los escritos
pequeños que tengo en la bolsa más pequeña. Pasaré solo uno o dos, porque
esta noche sí me siento muy cansado y estoy seguro de que mañana trabajaré
en el hotel. ¡Ojalá poder despertar cuando hayan pasado cinco días!
***
Primer día: para cuando llegue de nuevo el Comandante Julián, voy a estar
muerto, si Peque me sigue poniendo a trabajar como a un esclavo. No siento ni
mis brazos ni mi espalda ni mis piernas, incluso siento que respirar es un
esfuerzo. Hoy, junto con los otros soldados del grupo antiguerrilla, cargamos
los postes de madera que servirán como bases del hotel. El calor, hoy, fue
asfixiante y con mucha humedad y Peque lo hacía más insoportable con todos
sus gritos: “Esto debe estar listo para cuando regrese el Comandante Julián.
Secretaria, ¿no le parece que debe ser así?”, me decía mientras seguía su
burla.
Me pregunto cómo estará el Comandante, pero sobre todo, si ya envió las
cartas. Pensar que aún faltan cinco días para tener alguna noticia me parece
eterno.
Si esta noche no les escribo, no quiero que piensen que es flojera. No logro
concentrarme por imaginar lo que pueda estar pasando con las cartas, además
del cansancio que tengo en los brazos y en todo el cuerpo.
Segundo día: anoche me dormí soñando que ya estaban leyendo mis cartas y
me divertía imaginando la cara de todo el mundo ante tantas hojas, pero
también lloré cuando los imaginaba llorar. Así me quedé dormido.
Hoy, como por variar, Peque gritó a todo pulmón las cosas que debíamos
hacer, e incluso estaba un poco más ansioso, talvez porque es el único a cargo
de todo mientras regresa el Comandante.
En la tarde, llegó un grupo nuevo de cinco guerrilleros con otros tres jóvenes
que no hablan muy bien el español, se veían perdidos y cansados, pero no los
volví a ver en todo el día. Creo que deben ser civiles secuestrados.
Hoy estuve pensando en Sergio mientras hacía huecos y sacaba tierra, la
verdad no sé por qué, simplemente recordaba cuando lo llevó su papá muy
pequeño a la casa, porque la tía Mónica estaba muy enferma y no podía
cuidarlo. Recuerdo que comenzó a llorar cuando su papá se fue y le dijo que él
tenía que ir a cuidar a la mamá al hospital. Después, para que no siguiera
llorando, mi mamá nos llevó a comer helado al parque y a ver una película de
caricaturas. Todos sabíamos cuál era el final que le esperaba a la tía Mónica,
incluso yo que estaba muy pequeño, pero Sergio…
… él siempre pensó que estaría en la casa solo por unos días.
Yo recuerdo perfectamente a la tía Mónica: Sus ojos verdes, como los de
mamá, con gestos muy graciosos que nos hacían reír a todos, su figura
delgada, sus cabellos negros sueltos todo el tiempo y su sonrisa permanente.
Siempre la recordaré así, porque son los recuerdos que siempre he tenido de
ella.
Recuerdo muy bien esa noche que estábamos todos comiendo, cuando Sergio,
después de tres años de la muerte de la tía Mónica, se puso a llorar de un
momento a otro hasta que dijo que no recordaba nada de su mamá. Nos
quedamos como piedras, papá no sabía dónde esconderse, y yo…
… ni qué decir: me quedé mudo, solo tenía ocho años. Teníamos la misma
edad, habíamos nacido el mismo año y me dolía mucho ver que eso le
estuviera ocurriendo a mi primo, pero mamá, con la serenidad de siempre, se
levantó de la mesa, fue a la biblioteca y volvió con un álbum de fotos para que
Sergio se sentara sobre sus piernas y ella le fuera explicando cada una de las
fotos que le mostraba. Papá y yo comenzamos a acercarnos disimuladamente
para ver también las fotos. Nunca las habíamos visto: fotos de mamá y la tía
Mónica cuando ellas aún eran solteras y vivían en Medellín. Eran fotos en
donde se veía que mamá, aún siendo mayor, y la tía Mónica eran inseparables
y muy buenas amigas…
… recuerdo que para mamá también fue muy duro cuando ella murió.
Esa noche, me di cuenta de que Sergio se quedaría viviendo con nosotros,
porque mamá lo abrazaba y le decía que ella también era su mamá. Todo
terminó en risas y burlas cuando comenzamos a ver las fotos donde estaban
disfrazadas…
… fue una noche muy recordada por Sergio y por mí. Esa noche cuando mamá
apagó la luz de la alcoba y cerró la puerta, le pregunté si quería ser mi
hermano y él, sin dudar, alargó la mano desde la cama de arriba y me dio un sí
para toda la vida.
Tercer día: anoche fue más tranquilo todo, no me sentía tan ansioso ni tan
cansado, además los recuerdos de la tía Mónica y Sergio me dieron una
inmensa calma.
Hoy trabajamos como de costumbre: haciendo huecos y poniendo postes. La
tarde fue la más sorpresiva para todos nosotros porque presentaron como
nuevos guerrilleros a los muchachos extranjeros que llegaron el otro día.
¡Nadie lo podía creer! ¿Cómo pueden existir personas en el mundo que crean
en semejante estupidez de ideología guerrillera? Pareciera ser que para ellos
esto es un juego. Lo tienen todo en sus países, pero su afán por nuevas
experiencias los conduce a cometer este tipo de estupideces fuera del alcance
de un juicio justo. Sé que ya estoy hablando como papá o el abuelo, pero es
una locura todo lo que vemos acá diariamente. Nosotros nos queremos ir y
ellos vienen aquí por su cuenta.
Solo faltan dos días y sé que son dos, porque Peque gritaba como loco
pidiendo avance en el hotel, para cuando llegara el Comandante Julián.
Cuarto día: no sé si nuevamente es la ansiedad o qué, pero no siento
cansancio ni ganas de dormir. Hoy Peque estuvo un poco más calmado,
porque todo el mundo trabajó fuertemente en estos días y los avances en el
hotel son muchos, aunque para mí eso sigue siendo un corral.
“Mañana comienza la Navidad”. Eso fue lo que dijo un policía hoy mientras
hacíamos la fila para la comida. Nadie lo recordaba, nadie estaba llevando una
cuenta de fechas y días, todos lo hicimos en un principio, pero después nos
dimos cuenta de que era mucho más agónico contar los días y las fechas.
¡Solo espero no tener que pasar la Navidad en este lugar!
Quinto día: miré el Sol todo el santo día, para intentar adivinar la hora. Al medio
día, en la hora de almuerzo, me acerqué a Peque para saber algo sobre la
llegada del Comandante Julián; no podía preguntarle directamente, porque la
última vez yo tampoco había querido responder a sus preguntas y por eso me
mandó a sacar agua toda una tarde.
Mi táctica fue más compleja: exalté el trabajo y la distribución de los postes del
hotel, haciendo comentarios en voz alta para que él los escuchara, después
cuando me sentí seguro de captar toda su atención, le pregunté si había sido él
quien diseñó el hotel.
-¡Claro que sí, soldado! Se sentía orgulloso de dirigir la construcción de
semejante gallinero.
-Yo creo que al Comandante Julián le va a gustar mucho todo el avance que
hemos logrado, gracias a su coordinación-, le dije, adulando su trabajo,
haciéndolo pensar que ninguno de nosotros hubiéramos sido capaces de hacer
algo así, si no fuera por su ayuda.
-A propósito, Comandante: ¿cuándo debe llegar de nuevo el Comandante
Julián? El solo haberle dicho Comandante era el gesto más hipócrita que no
me hubiera permitido en otro momento, pero la ocasión lo ameritaba. Yo no
podía seguir mirando el Sol para adivinar las horas y quería saber algún dato
exacto y Peque era el único que podía darme esa información.
-El Comandante Julián debe llegar hoy en la noche. Pero me parece raro que
usted, siendo su secretaria, no sepa cuándo llega-. Fuertes risas por parte de
todo el mundo, pero por haber tenido la información no me importaba, por el
contrario, también me reí cínicamente para limar asperezas con Peque.
Siempre me toca esperar a que todos estén dormidos para comenzar a escribir,
porque si me llegan a ver me piden papel o incluso me pondrían a escribir
como lo hace el Comandante Pérez, pero cada día habla menos y su
corpulento cuerpo ya comienza a verse más delgado y su mirada perdida y
demacrada. Él dice todo el tiempo que estamos acá por culpa suya, porque si
no hubiera hecho caso de las órdenes, nos hubieran castigado, pero
estaríamos libres y sin ningún muerto por su responsabilidad. Todos le hemos
dicho que era cumplimiento del deber, que era el juramento que habíamos
hecho ante Dios, la patria y la bandera, pero de todas formas él carga sus
culpas desde el día del combate.
El Comandante Pérez siguió al lado de Arango, para darle ánimos y para
hablar por radio.
-¿Base, base? ¿Me copia, me copia? ¡Operación incompleta! ¡Operación
incompleta, base! ¿Base, me copia? ¿Base…? ¡Qué mierda de radio!
Continuaba dando órdenes, con las manos, de aguantar y quedarnos en
silencio, mientras los guerrilleros continuaban con sus insultos: “¡Salgan
perros! ¡Salgan hijos de puta!”.
¡TAZ! ¡TAZ! ¡TAZ! Ya nos habían ubicado y nos disparaban con una de las M-
60 mientras que con la otra seguían disparándole al avión fantasma. Por
fortuna, me encontraba detrás de una piedra, porque una sola bala de M-60
puede atravesar el cuerpo de una vaca.
-¡Acá, base! ¿Coordenadas de ubicación?
El Comandante Pérez daba las coordenadas y repetía…
-¡Operación incompleta, base! ¡Operación incompleta, base! ¡Estamos siendo
atacados! ¡No pudimos llegar al objetivo! ¡Repito: no pudimos llegar al objetivo!
-¿Base, me copia? ¿Base, me copia coordenadas? ¿Base? Se quedó
sujetando fuertemente el radio con las dos manos, mientras se lo puso en la
frente. Sostenía su cuerpo con los codos en la tierra y con la cabeza inclinada
hacia adentro. Era una escena de impotencia que no imaginé llegar a ver en el
hombre que nos había entrenado.
-¡Agáchese bien, Comandante!- le decía Arango al Comandante mientras le
ponía la mano en el casco para que le entendiera. En menos de cinco minutos
ya era Arango quien tenía que ayudarle al Comandante. ¡Qué ironía!
***
-¡Buenos días, Alejandro!-. Quedé sentado de un solo salto. Era el
Comandante Julián quien me despertó esta mañana.
-¿Cuándo llegó, Comandante? Anoche me quedé esperando que usted llegara,
a decir verdad, lo he esperado desde que se fue.
-¡Tranquilo, Alejandro, tranquilo! Le traigo muy buenas noticias, pero antes
debo darle unas instrucciones a Peque. Espéreme en el quiosco, yo llego en
algunos minutos.
Me levanté aún aturdido, pero contento. Todo me daba a entender que las
cosas, tal cual como las planeó el Comandante, habían salido bien.
Recogí la bolsa con el cuaderno y las otras cosas, después tomé agua de
panela con pan y me fui de inmediato para el quiosco. En el camino al quiosco
intentaba adivinar cuáles serían las buenas noticias. Cuando llegué tuve que
esperarlo un rato, pero al contrario de las otras veces, esta vez no saqué el
cuaderno ni los otros escritos para pasarlos; me senté y esperé a que él
llegara.
¡Ah sorpresa la que me llevé los primeros minutos! Llegó convertido en un
diablo y con la cara totalmente roja por la ira. Era como volverlo a ver cuando
discutimos la primera vez, bajo el árbol, y que se brotaba la vena de la frente
por las cosas que yo le decía, pero en esta oportunidad él estaba parado al
frente de la mesa y yo levantaba la cabeza para mirarlo y escucharlo.
-¿Cómo es posible que en países más avanzados exista gente tan bruta de
venir a meterse y matarse en esta guerra?-. No tenía que preguntarle nada, ya
sabía por qué era su rabia: los extranjeros que habían llegado al campamento
como nuevos guerrilleros.
-Perdóneme, Alejandro, pero esto es inaudito, esto es una locura. Si yo hubiera
estado acá cuando llegaron los hubiera devuelto, pero ya no puedo hacer
nada-. Tomó la silla y se sentó.
-Yo sé que a usted, en este momento, lo que menos le interesa son los
extranjeros, pero haberme encontrado con ellos hace un rato me descompuso
el día.
Tenía razón, toda la razón: no me importaban para nada tres jóvenes jugando a
descubrir el mundo en esta guerra.
-Bueno, Alejandro ¿Quiere que le cuente todo?
-¿Comandante, siempre tiene usted la misma pregunta para contar una
historia?
-¡Sí!-. Y sonrió por un instante.
-Es algo que aprendí de mi padre. Yo amaba tiernamente a mi padre, pero
lamentablemente me di cuenta cuando él murió.
“Mi madre era una figura matriarcal muy fuerte y era dura, nunca maullaba
palabra o gesto alguno que demostrara un sentimiento: todo era orden y
disciplina, era una buena dosis contra la holgazanería, pero en ocasiones se
tornaba arbitraria. Hoy en día, sus vivencias le han desportillado su carácter,
pero no se lo han derribado”.
Mientras lo escuchaba pensaba: era lo único que me faltaba. El Comandante
volvió hecho un mar de ternura y de elocuencia. Yo solo quería otra historia: la
de las cartas.
-Alejandro…
-¿Sí, Comandante? Continúe, yo lo estoy escuchando.
¿Cómo podía haberme vuelto tan falso en tan poco tiempo? De todas formas
era un relato que él quería contarme y que lo tenía como base para otras
cosas, pero solo pude darme cuenta hasta el final…
-Mi padre era mucho mayor que mi madre. Se casó siendo un viejo, nos tuvo, a
mí y a mis hermanas, siendo viejo y nos crió siendo viejo. Es una forma muy
distinta de educar hijos, porque cuando se es un viejo, la educación y las
palabras son más indulgentes, indulgencia y calma que solo la dan los años,
Alejandro. Yo le corría a la correa de mi mamá…
-Yo se la escondía a mi papá, Comandante. Lo recordé y por eso lo dije,
interrumpiendo la historia que él contaba.
-Yo también lo hice, incluso, nunca más la volvimos a encontrar.
“Mi madre, a diferencia de muchas mujeres, era capaz de guardar un
escarmiento durante varios días, porque acostumbraba decir que las cosas
malas que se perdonaban se olvidaban y que el perdón, donde era necesario
el castigo, tenía como resultado la pérdida del respeto, pero que un buen
escarmiento o un buen castigo nunca se olvidaban y era contribución a la
responsabilidad de una persona en el futuro.
“Ella era capaz de pararse toda una tarde esperando a que yo saliera, cuando
me metía bajo la cama: “Julián, aún la tenemos pendiente y de acá no me
muevo hasta que no salgas”. Esa era mi madre, Alejandro: ¡Un roble!
”Mi padre, en cambio, cuando llegaba y veía semejante escena de abuso de
autoridad de mi madre, se sentaba sobre la cama y murmuraba: “Juli, hijo, sal,
no te pasará nada. Estoy yo aquí”. Alejandro, cuando conocí a su papá, todos
esos recuerdos de mi padre volvieron a mí. Cubiertos y plenos de
remordimientos, yo los tenía muertos, pero volvieron a mí”.
Solo puedo decirles que quedé frío. Yo tenía en mente solo intercambio de
cartas para esta vez, pero él ya había conocido a mi papá y quién sabe de
cuántas cosas hablaron entre él y ellos, para que el Comandante volviera
recordando todo el tiempo a su padre.
-¿Comandante, usted conoció a mi papá? ¡No lo puedo creer!
-Sí, Alejandro, yo conocí a su papá, a su mamá y a su novia.
-¿Qué?-. Era lo mínimo que podía preguntar. Lo poco que él me decía por el
momento, no era ni la mitad de lo que me imaginé en cinco días. Más o menos
así fue el primer encuentro que él tuvo con ustedes. Lo escribiré para no
olvidarlo, aunque olvidar todo esto sería casi imposible.
Cuando me vio un poco más calmado y dispuesto a escucharlo sin
interrumpirlo como había hecho cuando contaba la historia de su padre,
entonces comenzó.
-Yo cumplí mi palabra, Alejandro. Llegué a casa de mi madre y entrada por
salida fui al correo para enviar sus cartas. Tuve que abrir el sobre que usted
mismo selló y marcó, lo hice para poner un trozo de papel con mi nombre y el
número de teléfono de la casa de mi madre: ese fue un gran riesgo pero debía
hacerlo. Las cartas las envié por el servicio más rápido que encontré para que
llegaran el mismo día o en la mañana siguiente. Le aseguro que ni por
curiosidad miré sus cartas, si usted cree que lo hice al momento de poner mis
datos.
-Tranquilo, Comandante, no hay problema por eso-. Yo le creía todo lo que me
estaba contando, mientras seguíamos sentados.
-En las veces cuando puedo visitar a mi madre, tenemos por costumbre tomar
el desayuno muy temprano. Hablamos de todas las cosas y nos ponemos al
tanto de nuestras vidas. Por regla general, comenzamos antes de las cinco de
la mañana y hablamos hasta pasadas las ocho.
“Yo estaba terminando de contarle a mi madre toda su historia, Alejandro, y sin
ser las siete de la mañana sonó el teléfono. Mi madre es la única que contesta
en su casa y a mí… a mí nadie me llama.
”Yo me quedé sentado en la mesa, mirando los cerros de Bogotá, que se ven
desde un ventanal grande que tiene la casa de mi madre, mientras ella
respondía: “sí señora, éste es el numero que usted marcó”. De inmediato
supuse que era su mamá.
“Mi madre, cubriendo el teléfono, antes de dármelo, me dijo: “Es la mamá del
joven que me contaste, Julián. Está llorando y yo la siento muy nerviosa”.
“Le juro, Alejandro, que por un momento pensé en no hablarle, colgar el
teléfono e inventarle a usted alguna excusa para cuando volviera, pero tan
pronto logré escuchar los llantos de su madre por el teléfono, me sentí
totalmente derrumbado y arrepentido con esta causa que hoy no conduce a
nada y a mí me robó los mejores años de mi juventud caminando por la selva.
“Tomé el auricular, con más dudas que palabras de consuelo para su mamá.
Cuando dije: aló, me respondió una voz más segura, pero aún ahogada en el
llanto.
“-¿Comandante Julián?
“-¡Sí, señora!
“-Habla con Clara, la mamá de Alejandro Uribe. Mi esposo me llamó anoche
para contarme que habían llegado unas cartas escritas por Alejandro, en las
cuales habla mucho de usted. Mi esposo me las leyó anoche mismo por
teléfono, porque yo estoy acá en Bogotá. Viajé con Luisa, la novia de
Alejandro, para recoger las cartas que trajeron los delegados de la Cruz Roja y
debíamos regresar hoy mismo a Medellín, pero con la llamada, anoche, de mi
esposo, hemos decidido cambiar de planes. Incluso mi esposo tomó el primer
vuelo esta mañana desde Medellín.
“Comandante: Alejandro reiteró muchas veces, según me dijo Ignacio anoche,
que fuéramos prudentes y no habláramos con nadie más sobre esto. Nosotros
solo queremos saber si Alejandro se encuentra bien. Yo le juro, por la vida del
propio Alejandro, que nosotros no diremos a nadie más sobre estas cartas y su
existencia.
“-¿Aló, Comandante?
“-Sí, doña Clara, acá estoy y la sigo escuchando”.
-Alejandro: yo seguía mirando los cerros de Bogota, y también miraba cómo los
primeros vendedores ambulantes que trabajan cerca del estadio comenzaban
a llegar para trabajar vendiendo sus cosas a las personas que van los
domingos a fútbol. Toda la vida viví cerca del estadio y nunca fui a fútbol.
“Su mamá me dio la hora de llegada del vuelo de su papá y después me dijo
que querían verse conmigo para hablar, que donde yo quisiera y a la hora que
quisiera. Acordamos una cita para las dos de la tarde, les dije cómo estaría
vestido y les describí un poco mi aspecto físico, para que no tuvieran problema
en reconocerme. Lo mismo hizo su mamá.
”Cuando colgué el teléfono, mi madre estaba sentada, con las manos cruzadas
sobre las piernas y apretando fuertemente unas llaves, para evitar el llanto. No
se perdona que la vean llorar, sin embargo, ese día tenía los ojos llenos de
lágrimas.
“-Nunca es tarde, Juli, nunca es tarde para las buenas acciones. Tu padre
puede comenzar a descansar en paz”.
-Alejandro, si son tres, no son cuatro las veces que mi madre me ha llamado
Juli; por el contrario, mi padre siempre me llamó así.
No daba crédito a lo que escuchaba. Yo también sujetaba con fuerza la silla y
me mordía los labios y la lengua para no llorar por las cosas que me estaba
contando el Comandante.
-Después de hablar con su mamá, me bañé y me vestí, no eran ni las nueve de
la mañana y ya estaba listo, entonces mi madre al verme un poco nervioso me
invitó para acompañarla a comprar algunas cosas y caminar un poco. Por
seguridad, nunca salgo mucho cuando la visito, pero los nervios me hubieran
matado quedándome encerrado.
“Cuando, era mediodía, resolví tomar mis cosas y salir para llegar con tiempo.
En Bogotá, incluso los domingos, el tránsito es una locura.
“Llegué y todavía faltaba una hora para que sus papás llegaran, entonces
busqué un lugar donde tomar algo y que no estuviera muy lejos del punto de
encuentro. Cruzando la calle, había una cafetería, me pareció un buen lugar
para esperarlos y los podía ver cuando ellos llegaran.
“Me senté, mirando todo el tiempo hacia la calle, pedí un café, y mientras traían
el café, vi a una señora, con la descripción que me dio su mamá, bajarse de un
taxi. Con ella se bajaron una joven y un señor. No tenía la menor duda: eran
sus padres, Alejandro”.
No sé por qué la vida me escogió para que el Comandante hiciera esto o
comenzara a cambiar su vida, pero creo que de todos los que estamos acá,
soy el menos digno para recibir esta clase de favores de la vida. Levanto mi
cabeza e incluso en medio de esta oscuridad miro algunos soldados y policías
y creo que ellos merecen más esta oportunidad.
Yo no me moví de la silla, ni para limpiarme el sudor que me bajaba por la cara
el pecho y la espalda; solo quería que el Comandante dejara de enriquecer su
encuentro con detalles que para mí sobraban, pero que de todas formas quería
escuchar.
-Ellas comenzaron a mirar para todas partes, mientras su papá le pagaba al
señor del taxi. Me puse de pie sin moverme de la mesa y moví los brazos para
que ellas me vieran. El señor del taxi me vio hacer las señas con las manos
mientras su papá buscaba el dinero para pagarle, y cuando él fue a pagarle el
señor me señaló y le dijo a su papá que desde la cafetería les estaban
haciendo señas.
“Cuando llegaron a la mesa, la primera reacción de su mamá fue abrazarme y
darme las gracias. Me dijo que ella agradecía con toda su alma lo que yo
comenzaba a hacer por ellos; su padre, de forma un poco mas reservada
también me lo agradeció y después me presentaron su novia: muy bonita,
entre otras cosas, Alejandro.
“Su papá fue directo a las preguntas después de sentarnos y ordenar otros dos
cafés y un té.
“-¿Por qué nos quiere usted ayudar, Comandante?-, mientras sacaba todas las
hojas de cuaderno que usted les escribió.
“-Ignacio, Alejandro ya lo explicó en las cartas-, le dijo su mamá mientras le
tomaba la mano sobre la mesa, para que se tranquilizara, pero la rabia de su
papá se desbordaba en lágrimas.
“-¿Qué le hemos hecho nosotros a su estúpida guerrilla, Comandante?
¡Dígame!
“-¿Qué les hemos hecho nosotros, para que ustedes tengan secuestrado a
nuestro único hijo? ¡Dígamelo, por Dios!”.
-Alejandro, era la primera vez que un hombre que no está vestido bajo
ninguna ideología o partido político me hacía una pregunta con tanta autoridad
moral y yo no pude responderle. Años de mi supuesta lucha no tenían ninguna
respuesta para su papá.
“El ambiente tomó otro rumbo, cuando su novia, que no había dicho nada
desde que llegó, se quitó las gafas oscuras para preguntarme por usted.
“-Comandante, ¿cómo está Alejandro? ¿Está bien? ¿Está herido?
Cuando el Comandante nombró a Luisa, fue el punto donde no soporté
quebrarme y sin ninguna vergüenza me limpié las lágrimas con la camiseta.
-Sus papás me miraron esperando que yo comenzara a hablar de usted.
“-Él está bien, goza de buen estado físico y en ningún momento fue herido en
combate. Es un poco grosero e irónico en sus respuestas y comentarios, pero
es un buen muchacho”.
Cuando me contó esa parte, el llanto se me convirtió en risa y le pregunté por
qué había dicho eso.
-¿Eso piensa usted de mí, Comandante?
-Alejandro, ¿le parece poco cuando me dijo que podía orinar desde el árbol?-
No podía discutir ante semejante argumento.
-Seguí hablando de usted durante largo tiempo, de las conversaciones que
hemos tenido; de la forma como le conseguí el cuaderno; de Peque; del
campamento y del diario vivir acá.
“Cuando terminé de hablar, estábamos todos más tranquilos, incluso su papá.
Después su mamá, que en ningún momento fue hostil, me miró y me dijo.
“-Alejandro tiene razón: tiene usted cierto aire al Che Guevara-. Su papá, que
tuvo la cabeza gacha y los brazos cruzados mientras yo hablaba, levantó la
cabeza.
“-Clara tiene razón, es usted un poco parecido a él.
-Alejandro, no le puedo negar que fue una situación difícil, pero que al final
logramos concretar algunas cosas.
-¿Qué cosas, Comandante?- Definitivamente, por todo lo que él me contó,
estoy seguro de que mi imaginación nunca hubiera llegado tan lejos.
-Cálmese hombre y déjeme terminar de contarle todo.
“Después de hablar de usted me preguntaron qué le podían enviar conmigo.
Les dije que lo único que podía traerle sería cartas de ellos y otro cuaderno
para que usted continúe escribiéndoles.
Me preguntaron si era posible volvernos a ver el otro día, para tener tiempo de
escribirle las cartas y comprar el cuaderno, además su mamá tenía la cara
cansada y muy demacrada por todas las sensaciones que había soportado en
tres días desde que llegó a Bogotá. Me contó todos los problemas que tuvieron
para reclamar sus cartas en la sede de la Cruz Roja y la cantidad de personas
que había. Tuvieron que esperar todo un día, para que les entregaran a ellas
las primeras cartas que usted les envió con los delegados de la Cruz Roja.
Su papá ya estaba más sereno al final de la tarde, y con una mejor actitud para
la conversación, y comenzó a contarme un poco más sobre su vida y lo que
habían sido los días posteriores a la noticia de su secuestro.
-¿Qué le contó mi papá, Comandante?
Le pregunté porque, imaginarme a mi papá, toda una vida entregado de sol a
sol al trabajo de la finca y a sus otros negocios, hablando de sentimientos y
hablando de mí eso ya era el fin del mundo.
-Ya voy a terminar. Cómo es usted de pesado, Alejandro, no se puede quedar
un minuto sin hacer una pregunta o sin interrumpir con sus ironías.
-¿Y dónde están las cartas, Comandante?
-¡Espere! Déjeme terminar. En ningún momento he dicho que tengo cartas para
usted. ¿Usted me ha visto cartas o me escuchó de traer algo?
Era cierto que lo estaba ofuscando con mis preguntas y mis comentarios, pero
su situación no era la mía, ni viceversa.
Me apoyé contra el espaldar de la silla y lo miré en silencio para que continuara
hasta donde él quisiera llegar o terminar con su relato.
-Les dije que no había ningún problema en volverme a ver con ellos al otro día
en la mañana o a la hora que fuera más fácil. Su papá dijo que estaba bien en
la mañana, porque en la tarde tomaban el vuelo de regreso para Medellín, pero
su mamá insistió que si era necesario ella se quedaba con Luisa, el tiempo que
fuera necesario en Bogotá para escribirle una carta. Nos despedimos y
quedamos en vernos en la misma cafetería, la mañana siguiente.
“Ya eran casi las siete de la noche cuando regresé a la casa de mi madre. Me
abrió la puerta y me encontré con un rostro lleno de angustia y preocupación
por lo que hubiera podido ocurrir; por instantes me imaginó preso o muerto a
manos de algún familiar suyo. Era lo mínimo que podía pensar una persona en
su situación. Para ella la tarde, también, fue muy larga y turbulenta.
¡Después de entrar y tranquilizarla un poco diciéndole que todo había
transcurrido normalmente, nos sentamos a comer y le conté todo lo que había
ocurrido con sus papás.
-Alejandro, esa noche, antes de quedarme dormido pensé mucho en usted, en
su familia y en lo mucho que sufren ustedes a causa de los de arriba…
-Comandante, sé que está cansado por mis interrupciones, pero ¿quiénes son
los de arriba?
-Hombre…, no me haga hablar más, porque con usted ya he ido demasiado
lejos en todo.
De todas formas él quería decir quiénes eran los de arriba; era cuestión de
repetirle la pregunta y generarle confianza.
-Comandante: usted mismo se ha dado cuenta de las cosas y las reconoce,
que diga o no diga las cosas, en este momento, no cambia ninguna situación.
Que soy grosero, irónico e irrespetuoso a la hora de hablar, puede ser cierto,
pero que también puedo ser persuasivo con las palabras, eso no me lo niego.
-El Secretariado de las FARC. ¡Los dueños de este mierdero! Para nadie es
una mentira que son narcotraficantes, extorsionistas, asesinos a mansalva,
terroristas y calumniadores de un sistema que bien o mal ha funcionado para
sostenerles una guerra durante más de cincuenta años.
“Aún no entiendo: ¿Por qué en algunos países europeos los consideran
idealistas? Eso es lo más ilógico para mí.
“Dígame una cosa Alejandro: ¿Qué puedo escribir en mi hoja de vida, para
conseguir un trabajo: Comandante guerrillero y Psicólogo? ¿Dónde me pueden
dar un empleo con esta experiencia? Por eso no tengo más opción que seguir
acá.
“Los del Secretariado han criticado toda la vida a la clase burguesa, pero si
miráramos los sueldos dentro de la guerrilla, no encontraría usted por ninguna
parte una igualdad salarial, desde todo el grupo del Secretariado hasta el
propio Peque que es bien ignorante. Yo entré con ideas de cambio, cuando sí
eran necesarias, y hoy en día me encuentro al servicio de personas que no han
terminado ni la primaria ni conocen el país.
Algunas veces la persuasión me ha llevado a escuchar las cosas que no he
querido y que después no sé cómo manejarlas.
-¿O sea que después, en algún momento, usted logró terminar su carrera,
Comandante?
-Sí, Alejandro, con el tiempo y la perseverancia logré mi diploma y una
maestría.
Cada conversación con él, todos los días, es una sorpresa. Cuando estoy en
este tipo de situaciones con el Comandante Julián o con cualquiera de todos
los que acá estamos, me pregunto lo mismo: ¿Cómo haré, después de cada
conversación, para escribirla en el cuaderno guardando todos los detalles? Y
cuando llega la noche y puedo comenzar a escribir, los detalles viajan solos
hasta mi mano. Les parecerá ridículo o tonto, pero para mí funciona así cada
noche.
Ya faltaba poco para que el Comandante terminara toda su historia…
-El lunes, desperté temprano como de costumbre y desayuné con mi madre,
aunque no sentía ganas de comer. Ella continuaba haciendo sus cosas,
mientras no dejaba de mirarme, pero buscaba la oportunidad para lograr
decirme algo, hasta que suspendió su café, se limpió la boca y me dijo:
“-Julián, ya no puedes ni debes dudar de lo que comenzaste a hacer por ese
joven y su familia. Ya no puedes decir no más, hasta que él quede libre u otras
cosas lleguen a suceder”.
-No le respondí nada, Alejandro. Era algo que yo sabía, pero no me atrevía a
decírmelo: solo hasta el final de esta situación usted y yo estamos
comprometidos.
Más que comprometido con el Comandante, no podía dejar de sentirme indigno
de todo esto, no podía dejar de pensar en otras personas que sí merecen más
este favor, pero tampoco, al igual que el Comandante, podía decir: ¡No más!
-Tuve un retraso de diez minutos, para llegar de nuevo a la cafetería. ¿Le gusta
el pan, Alejandro? ¡Pero el buen pan! Se lo pregunto, porque en esa cafetería
venden un muy buen pan de mantequilla pura. Una cafetería clásica y elegante
como las que aún quedan en Bogotá.
-Sí, me gusta.
-Bueno, no importa. Cuando llegué sus papás ya estaban en la misma mesa, y
con sus maletas. Habían alcanzado a hacer todo lo que querían el día anterior,
incluso escribirle sus cartas.
El esfuerzo en ese momento para amarrarme la lengua fue casi doloroso. Si
había cartas y ya podía estar seguro que el Comandante las había traído, pero
aún no quería o no podía entregármelas.
-Su papá era otra persona muy distinta esa mañana: mucho más amigable
conmigo, e incluso llegó a preguntarme si yo también necesitaba algo. Su
mamá hizo lo respectivo: sacó de una maleta un cuaderno grande, y dijo que
era el más grande que había encontrado, y lapiceros de todos los colores.
Después, su novia, me entregó otro cuaderno más pequeño que el de su
mamá, y me dio las gracias por todo lo que estaba haciendo.
“Nos despedimos después de entregarme las cosas, porque tenían el vuelo en
dos horas. Su mamá, su papá y su novia se despidieron abrazándome y
pidiéndome que lo cuidara mucho. Yo me quedé durante algún tiempo en la
cafetería, porque no podía dejar de sentirme culpable por el dolor de ellos al
partir, pero le aseguro, Alejandro, que haré hasta donde yo pueda sin
arriesgarlo a usted y su familia y sin arriesgar a mi madre”.
Era ya mediodía, y tanto guerrilleros como secuestrados tenían que pasar
cerca al quiosco; entonces el Comandante decidió que me entregaba las cosas
al final del día, cuando el volviera de San Vicente, porque debía ir por algunas
cosas que se requerían en el campamento para terminar el hotel.
Yo quería, antes que nada, ver todas las cosas, pero era consciente de que
podía ser muy sospechoso y peligroso para los dos.
Trabajé toda la tarde normalmente en el hotel, e incluso un poco más de lo
normal, porque Arango, el soldado que les conté que manejaba el radio, se
está comenzando a sentir enfermo y no deja de pensar en su sobrina. Yo le dije
que estuviera tranquilo, porque el Gobierno seguiría pagando sus cosas
normalmente hasta que él quedara en libertad.
Después, mientras comía con Arango y lo tranquilizaba, llegó Peque
acompañado de una de las nuevas guerrilleras extranjeras.
-¡Soldado! Esto se lo manda el Comandante, para que mañana trabaje
conmigo haciendo los dibujos del hotel.
Por los poros respiraba felicidad de tenerme trabajando a órdenes suyas
durante un día.
Me lanzó sobre las piernas una pequeña mochila como las que usan los indios
Wayuu y Arhuacos. Era la forma más inteligente que el Comandante Julián
había encontrado para no despertar sospechas con las demás personas,
incluso con Peque que me tiene entre ceja y ceja todos los días cuando hablo
con el Comandante.
Arango, sin parar de comer, me dijo:
-Uribe, a usted lo tienen de secretaria de todo el mundo acá. Entre la
ingenuidad de Arango y la ignorancia y soberbia de Peque no se hace ni un
almuerzo.
Sin terminar de comer, me levanté y me fui al lugar donde escribo y duermo
para poder ver todas las cosas. Cuando llegué me senté en el suelo y miré
para todas partes, cerciorándome de que nadie me estuviera viendo. Metí la
mano y lo primero que saqué fue un pan de mantequilla con una nota que
decía: “Lo compré después que se fueron sus papás, pruébelo, es muy rico.
Por último: de hoy en adelante hable de mí en sus cartas como Mercurio”. No
tengo ni idea qué es Mercurio, pero si él lo dice, así lo debo hacer.
Después encontré el cuaderno grande de mamá y los lapiceros que el
Comandante me había dicho. Volví a abrir la mochila, pero esta vez mirando en
el fondo y encontré un bulto en una bolsa plástica negra. Lo saqué y comencé
a desenvolverlo. Era el cuaderno de Luisa: forrado en un cuero negro y con una
correa negra que terminaba en un broche metálico para cerrarlo con una llave
muy pequeña.
Guardé todo dentro de la mochila, rompí la nota del Comandante y me comí el
pan; más tarde cuando me sienta con las fuerzas necesarias comienzo a leer
las cartas.
He tenido una jornada muy larga que duró, casi, seis días…
6. CARTAS
He leído tus cartas: una, dos, tres y cuatros veces y en cada una se me hace
más difícil reconocerte y encontrarte. Nunca fuiste tan expresivo ni tan lleno de
detalles como los que he leído, tanto en las cartas que me escribiste como en
las de tu familia. Tengo una rabia mezclada con llanto, por lo tanto, no sé si
odiarte o si debo amarte.
Odiarte, porque nunca me decías aquellas cosas, aunque hubiera estado llena
de risas y de burlas, siempre quería algo romántico. Toda mujer sueña
momentos y palabras sentimentales en su vida, Alejandro. Te seguiré odiando,
si para el día cuando vuelvas, no me llenas de las mismas palabras que has
escrito.
Te odio por no tenerte aquí, pero te amo por todas las cosas que hemos vivido
juntos y por las cosas tan especiales que escribes. Nunca podrías imaginar
cómo me destrozaste por dentro con aquel escrito de mujeres y lápidas. Yo no
quiero eso para mí, yo quiero un hombre, como tú mismo dices: “que vuelva
con sudor y pan…”.
¿Por qué tuviste que meterte en ese curso de soldado, Alejandro? ¿Acaso no
era suficiente el servicio obligatorio? ¿Necesitabas de todo eso para sentirte
más hombre?
Me siento como heroína de novela trágica de amor, y no me gusta; prefiero al
hombre de frente al que le pueda hablar, empujar, exigir y después entregarle
mi cuerpo, pero en ninguna de esas te encuentro...
Pelear con los recuerdos y con la memoria de una persona ausente es
enfermizo, además, así lo hice los primeros días y ya me cansé.
Por tres días estuve castigada, sin motivo alguno, y mi mamá me prohibió ver
noticias y hablar con alguien, hasta que después entendí todo.
Un día, salía de la casa con mi mamá y nos encontramos con tu mamá de
frente: llevaba la cara como si tuviera un dolor muy fuerte, mi mamá
inmediatamente la vio no sabía dónde meterse ni dónde esconderme, pero en
cuanto Clara me vio, caminó más rápido y después se soltó en un fuerte
abrazo y comenzó a llorar.
Comencé a llorar. Llorar, por qué o de qué. No lo sabía, ella lloraba e
intentaba hablarme pero se asfixiaba, sentía su abrazo muy fuerte, una especie
de abrazo de dolor: abrazo de entierro. Pensé que te habían matado. Ya
sospechaba por qué llorábamos juntas sin separarnos.
Todo el mundo nos miraba, sobre todo a tu mamá. Mi mamá intentaba
hablarnos, pero yo solo escuchaba los llantos de Clara, y ella no escuchaba
nada ni a nadie. Mi mamá nos separó y nos hizo entrar en una panadería y nos
pidió un té a cada una. Cuando dejé de llorar, aún, sin saber por qué lo hacía,
le pregunté varias veces qué había pasado, y lo único que alcanzaba a
escucharle era tu nombre.
-Alejandro, Alejando…
- Doña Clara: ¿Qué le pasó a Alejandro?
Me miró como si la hubiera ofendido, como si en algo le hubiera faltado el
respeto.
-¿En qué mundo vivís, Luisa? ¿No has visto noticias, nadie te ha dicho nada?
-¿Decirme qué, ver qué, doña Clara?
Solo en ese momento entendí que había sido castigada absurdamente, y que
ni mi mamá ni nadie en mi casa había sido capaz de contarme que te habían
secuestrado.
El llanto que pensé que era por tu muerte se convirtió en una paz, una paz
capaz de dormirme y tumbarme en el mismo instante, pero después todo eran
preguntas: ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿En qué momento…?
En qué momento cambió todo lo que teníamos planeado; en qué momento
ocurrió todo y en qué momento volverías…
No dejaba de sostener las manos de tu mamá sobre la mesa y pedirle que
tomara un poco de té para tranquilizarla. A mi mamá la miraba con furia de
querer ocultarme las cosas y ella, que también te quiere, lloraba y se sentía
desdichada y avergonzada por ocultarme las cosas.
Desde ese día, y porque pueblo pequeño siempre será infierno grande, todos
me miran con una lástima que me provoca patearlos, porque si algo he sentido
en todo este tiempo es rabia de todo lo que te he dicho, pero te amo, Alejandro,
y aunque sienta tanta rabia no puedo describir todo lo que siento por ti.
Creo que he podido desahogar un poco mi furia, pero necesitaba hacerlo…
Todos los días, miro las noticias, leo los periódicos, y en las noches, cuando ya
estoy sola, escucho los mensajes que les envían a los secuestrados por las
emisoras…
¿Tienes radio? ¡Dime que sí, aunque sea mentira! Lloro como una infeliz hasta
quedarme dormida y al siguiente día no puedo con el propio peso de mis
párpados y me prometo no volver a escuchar los mensajes, pero me derrumbo.
Me caigo porque en la siguiente noche creo que estás escuchando y que con
cualquier mensaje que me encuentro identificada, te digo: Soy yo, Alejito, soy
yo: Luisa, y ese mensaje también es para ti. Me siento en paz por decir esas
palabras, pero tampoco puedo dejar de sentirme ridícula por hablarle a un
radio. Me conoces y sabes cómo soy.
¿Sabes qué es lo peor, Alejandro?
Yo tengo que hacerle creer a los demás que estoy bien, porque no soporto las
condolencias cerca. Soy una mujer que si se derrumba lo hace estando sola,
no necesito abrazos de todo el mundo: eso no cambia lo que siento, ni te trae
de inmediato, pero…
… algunas veces sí quiero tener esos abrazos, pero solo uno: el de tu mamá,
porque es el único con el que me siento cobijada e identificada; es el único
abrazo que se parece al mío y que me calma, pero ¿cómo se pueden consolar
dos mujeres que quieren abrazar el mismo hombre, aunque su amor sea
distinto?
Te lo pregunto, porque viajamos solas a Bogotá, para reclamar tus primeras
cartas. No exagero si te digo que lo que vi fue un purgatorio de mujeres vivas,
un salón grande, lleno en su mayoría por señoras. ¿Sabes por qué, Alejandro?
Porque existen hombres como tú que son capaces de ir a la guerra y morir en
ella, pero que están muy lejos de poder sentir de la misma forma que una
mujer, y afrontar las cosas como lo hacemos nosotras. Si la vida los pone a
ustedes en ese papel, entonces se convierten en víctimas, y nosotras en las
consoladoras. Es solo en ese momento, cuando el perfecto orgullo masculino
nos permite aparecer, haciendo uso de nuestros sentimientos hacia ustedes,
porque te puedo jurar, Alejandro, que muy pocos hombres soportarían, como lo
hace una mujer, la ausencia de su hijo y la separación y muerte del
compañero.
¿Esperabas de mí otro tipo de carta? ¡Lo sé! Pero, aunque soy muy joven, me
produce rabia ver que a lo largo de todos estos años, sigan ustedes
demostrando hombría como los animales y nosotras sigamos llorando y
sufriendo por ustedes. Por lo menos los animales eso son: ¡animales!
Cuando llegamos adonde debíamos recoger tus cartas, solo se respiraba
angustia y la gente de los noticieros parecían buitres buscando la historia más
desgarradora. Para mí todas las historias de las mujeres que fuimos allá lo
eran.
Primero mostraron un vídeo, donde aparecía cada soldado dando su nombre y
después su historia y un saludo. Todos de forma muy breve. Cada cambio de
soldado era un salto del corazón de tu mamá y del mío, esperando que
aparecieras. No apareciste en ese vídeo, por fortuna. Cada madre, hija,
esposa, compañera o novia de los soldados del vídeo quedaban en un estado
de estupor que me cortaba la respiración al verlas. Minuto a minuto, el salón se
fue convirtiendo en una clínica improvisada, porque cada vez eran más las
mujeres que se desmayaban.
Cuando anunciaron la entrega de las cartas, tu mamá me sujetó el brazo:
sabíamos que en ese grupo ya estábamos invitadas a sufrir. Se tomaron el
trabajo de organizar las cartas por apellidos y el tuyo: Uribe…
¿Puedes imaginarte cuánto tuvimos que esperar? Maldecía, para mí misma la
letra “U”, y su ubicación en el alfabeto. Llegar a sentir rabia por estas cosas no
es normal, Alejandro, pero tampoco es normal todo lo que pasa diariamente en
Colombia a causa de unos cuantos guerrilleros de pacotilla y de los
sanguinarios paramilitares.
Seguíamos esperando que dijeran tu apellido y tu nombre y, a mi derecha,
lloraba una joven de mi misma edad, te lo digo porque le pregunté la edad. No
era capaz de leer tres líneas sin ahogarse en su propio llanto y apretaba el
papel con todas sus fuerzas.
-¿Su novio?- le pregunté.
-No. Mi esposo.
No quería seguir hablando con ella, por lo menos tuvo la suerte de decir su
esposo. Yo, por capricho tuyo, aún no puedo decir lo mismo, y sabrá Dios si
podré.
-¿U-R-I-B-E---J-A-R-A-M-I-L-L-O---A-L-E-J-A-N-D-R-O?
Así lo escuché: lento y lacerante. Nos levantamos sin decir nada, como si
fuéramos dos condenadas a muerte, y la memoria, de inmediato, me transportó
a la infancia, cuando me llevaban a las vacunas obligatorias y me llamaban de
la misma forma…
- ¿J-I-M-É-N-E-Z—R-E-S-T-R-E-P-O---L-U-I-S-A?- Recuerdo exactamente que
sin que me hubieran aplicado la inyección ya lloraba.
Lloré tanto, mientras llegábamos donde estaba el delegado, pero lloraba
distinto, Alejandro. ¿Sabes cómo? Hacia adentro: un lamento que duele más
que por los ojos.
Tu mamá tuvo que firmar una planilla para que nos entregaran los sobres; no
sé qué pudo ser, pero tampoco me interesa, solo me concentré en mirar el
sobre que sostenía el delegado con cuatro dedos por debajo y el pulgar por
encima.
Tu mamá lo recibió, dio las gracias y de inmediato lo guardó en su bolso.
-Lo abriremos afuera, Luisa.
Tenía razón, nadie debía vernos llorar por el hombre que solo ella y yo
conocemos, nadie tenía el derecho de traficar información con nuestro
testimonio y tus cartas.
Tomamos un taxi y de inmediato nos fuimos para el hotel. Si el purgatorio de
mujeres me impresionó, tu mamá me dejó muda: no pronunció palabra alguna
en todo el trayecto, solo miraba por la ventana y no hizo ni un solo gesto de
querer abrir el sobre dentro del carro.
Yo, con todo lo que odié ese lugar, no hubiera tenido la fuerza y la dignidad que
tuvo Clara para no leer tus cartas allá, para no prestarse como una actriz más
a las cámaras y micrófonos del lugar. Lo hubiera hecho: hubiera leído tus
cartas sin importarme las cámaras y micrófonos, pero el sobre se lo
entregaron a ella.
Llegamos al hotel, tu mamá pidió la llave de su alcoba y después la mía.
Cuando estábamos en el ascensor, abrió su bolso, sacó el sobre y lo rompió
por un extremo. Había muchas hojas, pero cada una marcada: Luisa, mamá,
mamá, mamá, Luisa, Luisa y mamá. Clara me entregó las mías sin ninguna
curiosidad.
-Si me necesitas, me golpeas la puerta.
Fue lo único que me dijo cuando se abrió la puerta del ascensor. Entré en mi
alcoba, no leí tus cartas de inmediato, ya no tenía tanta curiosidad como la que
tuve en el salón.
Tu papá nos pagó un buen hotel y aunque no era la ocasión, salí al balcón para
entretenerme un poco y ver la ciudad, para olvidarme por un momento de todo
lo que había visto en la mañana y en la tarde. No quería volver a llorar todavía;
se me antojaba que el viento me siguiera entumeciendo todas las sensaciones
y los recuerdos…
¿Me entiendes Alejandro?
… podía ver cómo las primeras luces comenzaban a prenderse en la ciudad y
me parecía romántica. Miraba cómo el cielo cambiaba de un rosado muerto, en
el horizonte, a un azul cada vez más oscuro.
Regresé a la habitación, cerrando, con una puerta de vidrio, a mis espaldas, el
frío de esta extraña ciudad. Las cartas seguían sobre la cama y a cada paso
que daba dentro de la habitación, sintiendo el tibio tapiz entre mis dedos, les
decía: ¡esperen!
Me senté en un borde de la cama, las tomé con desgano, para comenzar a
leer, pero lo hice.
Emprendiste tu carta diciéndome: “El solo escribirte me produce una tristeza
impresionante…”.
Tuve que cambiar de posición, me recosté en la cabecera de la cama y estiré
las piernas. Volví a llorar y no me lo perdonaba, si tú sientes tristeza por
escribirme, yo siento que me estuvieran azotando por dentro. No creas que
todo lo anterior que te he escrito en esta primera carta no sea amor. Todo lo
contrario, Alejandro, es la forma más honesta que tengo para hacerlo.
Cuando llegué a tu escrito: ¿VERDAD? La rabia, la furia, el auto-control, el no
querer llorar, el odio… tantas cosas. Todo eso se perdió, ya solo quería
abrazarte, besarte y decirte que te extraño.
Doblé las cartas, apagué las luces, me desnudé y me duché, lo hice todo el
tiempo sin ningún tipo de luz, no soportaba verme en ese estado, pero la ducha
me relajó, me devolvió una parte de dignidad y la oscuridad me devolvió la paz.
Volví a la cama, me acosté, cerré los ojos y me quedé dormida, no sé por
cuánto tiempo, hasta que tocaron la puerta. Abrí la puerta, me cubría con las
manos los ojos, porque la luz del corredor me maltrataba, pero en menos de un
segundo pude ver que era Clara, con los ojos, como los míos: cansados de
llorar.
-Luisa, me llamó Ignacio y me dice que acaban de llegar unas cartas de
Alejandro a la casa en Jericó.
Entró en mi habitación, encendió la luz y se sentó sobre la cama, cruzando las
piernas y cubriéndolas con su salida de baño.
-Dice Ignacio que es un Comandante guerrillero, que está también, en este
momento, en Bogotá, ha dejado un número de teléfono, pero ya es muy tarde
Luisa, es casi la una de la mañana para llamar.
Ya podía ver mejor a tu mamá, volvía a acostumbrar los ojos a la luz, mientras
contaba mentalmente las horas, para saber cuánto tiempo dormí: ¡Menos de
una hora!
Nos quedamos las dos sentadas sobre la cama, una junto a la otra, sin decir
nada, solo mirando la pared. No podíamos creer lo que pasaba. Era como si
mentalmente nos estuviéramos diciendo que no merecíamos otro día igual al
que habíamos tenido, pero teníamos que continuar y para eso era necesario
esperar hasta mañana para poder llamar.
Tu mamá, rompiendo el silencio, me dijo:
-En el primer vuelo de la mañana llega Ignacio, y mientras él llega al hotel,
llamaré a este señor.
-¿Luisa, puedo dormir acá?
No quería dormir sola y la cama era como para tres personas y éramos dos
mujeres de delgada figura. ¿Qué le podía decir? Fue tu papá el que pagó mis
pasajes y el hotel.
Esperé que ella se acomodara en el lado que quisiera de la cama, para apagar
la luz. Se acostó mirando la pared, quedaba, para mí, el costado de la puerta
de vidrio del balcón. ¿Por qué no volver a salir a tomar un poco más de frío?
Me hubiera gustado volverlo a sentir, pero la presencia de tu mamá me
intimidaba. Cerré los ojos y dormí.
Desperté sintiendo la luz sobre mis párpados y lo primero que hice fue mirar el
cielo. Era otro cielo muy disparejo: gris y amorfo. La ciudad ya no tenía nada
romántico, solo afanes y el ruido de los carros que entraron, cuando abrí la
puerta del balcón. Me devolví en el primer paso. Ya no había nada en el paisaje
que me interesara y volví a cerrar la puerta.
Tu mamá aún dormía profundamente. Decidí vestirme en el baño, para no
despertarla y bajar al restaurante para desayunar. Cuando regresé a mi
habitación, tu mamá no estaba, decidí tocar en su alcoba y ella me abrió la
puerta hablando por teléfono y me hizo entrar; por lo que escuché cuando
llegué, era obvio que hablaba con el guerrillero. Ella le repetía que seríamos
prudentes y que lo más importante era tu seguridad.
Cuando colgó el teléfono, me preguntó:
-¿Estás lista, Luisa? Debemos salir para encontrarnos con Ignacio en el
aeropuerto y después para buscar la dirección que me dio el Comandante,
para vernos hoy con él.
Para Clara era ya un Comandante, para mí seguía siendo un vulgar guerrillero.
¿Alejandro, sabes qué?
Me pasó lo mismo que a ti: las hojas en blanco eran un desafío pero después
de escribir la primera, todo lo quiero volver letras, todo te lo quiero describir y
contar…
… liberarte por momentos con mis cartas. Eso quiero para ti, por eso te pido
que me disculpes si encuentras mis palabras muy fuertes. Es así: cuando lees
no ves los gestos, y los gestos y las palabras nunca podrán igualar a los gestos
y a las caricias.
Fuimos por tu papá al aeropuerto; cuando llegó me pareció verlo más cansado
de todo esto que estaba fuera de cualquier realidad. Él se contentaba con
saber que la Cruz Roja era mediadora y facilitadora de llevar y traer cartas,
pero al igual que a nosotras, esto también lo tomaba por sorpresa y por eso
decidió viajar para encontrarse con nosotras y para que tu mamá y yo no
estuviéramos solas.
Nacho y Clara son dos personas que comparten el mismo pensamiento y las
mismas formas de actuar, por eso creo que se han entendido muy bien a lo
largo del tiempo. ¿Sabes por qué, Alejandro? Tu papá hizo lo mismo: solo
hasta que estábamos en el ascensor del hotel y sin acordar hacer lo mismo
con Clara, sacó un sobre grande del bolsillo de su chaqueta, buscó entre todas
las hojas y comenzó a repartir: Luisa, y me entregaba la hoja, nosotros, y se la
daba a tu mamá, Luisa, nosotros, nosotros, nosotros, Luisa, Luisa y Luisa.
Recibí por parte de Nacho cuatro cartas, de hoja grande, escritas por los dos
lados con tu letra.
Tan pronto llegamos a las habitaciones, tu mamá me dijo que me tocarían la
puerta cuando fuéramos a salir para encontrarnos con el guerrillero.
Fui generosa contigo y cruel conmigo: Comencé a leer tus cartas tan pronto
cerré la puerta. Caminé despacio leyendo, hasta llegar a la cama, me acosté y
continué.
Volver a tener cartas de ti es más de lo que hubiera deseado, pero ver la
descripción que hiciste de nuestro primer encuentro es más de lo que hubiera
soñado. Una mujer nunca olvida su primer encuentro: se idealiza desde que
despiertan las hormonas, desde que te conviertes en mujer físicamente y la
naturaleza te da tu primer período. Son tantas las cosas que hacen que una
mujer mantenga un idilio con su virginidad y su imaginación, que no lograrías
entenderlo, Alejandro, pero te acercaste. Te acercaste porque ese día colmaste
mi cuerpo con cosas que yo deseaba, acondicionaste el lugar como el de dos
amantes conocidos y me hiciste sentir todo lo que alguna vez soñé.
Por eso te diré algo: mi virginidad era, quizá, ese inoportuno inquilino o ese
macro tesoro que tenemos las mujeres y que se debe cargar, pero que esa
noche…
… si era mi inoportuno inquilino, tuvo que fracturarse, y si era mi macro tesoro,
se lo otorgué a quien era mi destino. Nunca será lo mismo la virginidad de una
mujer con la castidad de un hombre, Alejandro; son dos integridades
antagónicas, pero tú comprendías la mía.
¿Me entiendes? Así lo deseo.
Yo también estaba nerviosa, incluso de verme desnuda en el baño. Me paraba
frente al espejo para ensayar, y en este momento me cuestiono: ¿cómo
puedes ensayar ser mujer?, ¿cómo puedes ensayar vivir? Se ensaya lo que se
sabe, no lo que imaginamos.
He reído, cuando te describes hablándote como a un soldado: “¡Párese firme,
Uribe, firme, carajo!” A mí también me temblaron las piernas, por eso, cuando
decidí salir del baño y te vi parado frente al espejo, escogí abrazarte por la
espalda, para apaciguar mis temores. Cuando te toqué, todo el temblor, el
miedo y el pecado desaparecieron.
***
Acabamos de llegar del encuentro con el Comandante Julián. Digo
Comandante, ahora sí, porque cambió toda mi impresión.
Terminaba de leer las cartas que con él enviaste y que hizo llegar a tu casa por
correo, cuando Nacho tocó la puerta y me dijo que si yo quería, no tenía que ir
y podía quedarme esperándolos en el hotel. Obviamente fui.
Tu mamá fue quien habló con él y fue ella quien le dijo la dirección al
conductor, después de abordar el taxi. No era muy lejos porque llegamos en
menos de quince minutos, pero con tan buena suerte que el Comandante ya
estaba esperándonos en una cafetería cuando llegamos. Muy distinto me
imaginé el lugar de la cita, lo imaginaba como esos bares oscuros donde hay
que bajar unas escaleras estrechas para entrar y que se tienen como
referencia en este tipo de encuentros, pero no. Una cafetería muy bonita: sillas
muy cómodas de cuero, vasos altos y angostos, las tazas del café muy bien
diseñadas, los meseros muy bien presentados, el techo alto, con ventiladores
antiguos y en sus paredes, de color ocre, cuadros de pintores reconocidos.
Clara lo abrazó inmediatamente entramos, y creo que para él fue sorpresivo,
como lo fue para Nacho. No sabíamos cómo entablar una conversación con
alguien como él ni tampoco sabíamos cómo lo haría él con nosotros. Fue poco
lo que hablé, porque todo el tiempo me dediqué a observar al Comandante:
posee una figura muy dura, a ojos de mujer, porque intimida, inmediatamente,
con su presencia y sus ojos negros. Un rostro irritante, un hombre que
despierta hostilidad a primera vista. Tiene el aire de no arrodillarse ante nada ni
nadie. Su voz: marca todas las pausas al hablar, ritmo sosegado, pero de
timbre muy grueso.
Mantuvo todo el tiempo una inquebrantable serenidad ante las frecuentes
ocasiones en que tu papá lo retó a él y a su guerrilla, pero en ningún momento
su voz mermó ni su mirada bajó. Este hombre me producía miedo a cualquiera
de sus palabras o movimientos, solo me sentí relajada cuando comenzamos a
hablar de ti.
Es una persona que no oculta su admiración y respeto por ti, incluso nos contó
cómo lo retaste el día que se conocieron.
Recuerdo que al final, el ambiente era menos tenso entre Nacho y él, aunque
todo el tiempo lo fue por tu papá. Acordamos volver a vernos con él, para
entregarle solamente cuadernos y lapiceros, porque es lo único que te puede
llevar.
Salimos buscando algún almacén o papelería donde pudiéramos encontrar
rápidamente estas cosas, para irnos al hotel y hacer lo correspondiente:
escribirte.
Fue una búsqueda de un poco más de una hora y tus papás no dejaban de
hablar del Comandante y de lo bien que se había portado, incluso Nacho ya
comenzó a referirse a él como el Che. Caminé detrás de ellos para no
interrumpir las cosas que hablaban y pensar lo que te escribiría. En lento
caminar encontré una miscelánea que exhibía unos cuadernos forrados en
cuero negro, gris y café, y me gustaron.
Llamé a tus papás para que se detuvieran, mientras yo entraba al local y Clara
se devolvió y entró conmigo. Yo compré el cuaderno de cuero y tu mamá
encontró otro cuaderno grande y de hojas blancas, color hueso. Nacho, por su
parte, se encargó de los lapiceros. No dejé que tu papá pagara mi cuaderno,
era yo la que lo quería pagar.
De regreso al hotel, tus papás me hicieron entrar en su alcoba, porque me
querían leer algo de las cartas de ellos, que era también para mí: todo tu relato
del combate que sostuviste con los guerrilleros.
“El día de la toma del puesto de policía en Mitú…”
Después estaba la parte en la que pedías perdón por defraudarnos, pero el
corazón se me encogió cuando escuchaba a Nacho sobre tus caminatas por
Jericó y de todo lo que hacías hasta llegar a mi casa. Cuando tu papá terminó,
les dije que quería escribirte, a solas, en mi alcoba y que después organizaría
mi maleta. Me dijeron que lo mismo harían ellos.
Quiero que vuelvas, porque me duele tu ausencia y me fastidia la lástima que
me brindan los demás.
Espero que te guste el cuaderno, y que todo lo que quieras escribirme lo hagas
en él y lo mandes cuando el Comandante vuelva, yo haré lo mismo las veces
que sea necesario hacerlo.
Un beso, un abrazo…
Tuya: Luisa.
Hijo:
Recuerdo que yo había madrugado como todos los días para despachar los
camiones de leche que salían de la finca, y cuando eran las siete de la mañana
tu mamá me llamó, a la finca, para darme la noticia de los combates en Mitú.
Lo primero que hice fue intentar tranquilizarla, diciéndole que esos combates
eran solo con los policías, pero después comencé a sentir angustia y decidí
bajar a la casa.
Entré y estaba tu mamá mirando las noticias y al mismo tiempo las escuchaba
por radio y tu abuela, que había llegado primero que yo, lloraba en la cocina.
Solo hasta la noche, y después de hacer montones de llamadas a tu batallón y
a la Cuarta Brigada en Medellín, logramos saber que estabas dentro de los
soldados secuestrados, porque no aparecías entre los muertos.
Sé que en muchas ocasiones insistí en tu falta de responsabilidad frente a la
vida y te aseguro que si en este país no se estuviera librando una guerra tan
cruda, yo hubiera sido el primero en mandarte al ejército, para que tomaras
conciencia de las cosas y un poco de responsabilidad y madurez, pero no fue
la mejor época para ti ni para ningún soldado.
Cuando supe que debías prestar el servicio militar me gustó la idea pero nunca
dije nada, ni llegué a imaginar que te fueras a inscribir en el curso de soldado
profesional. Era para mÍ estar viendo el cambio del hijo que muchos padres
desean, pero sin saber a qué precio. Hoy me arrepiento en el alma por esas
cosas que pensé y te pido, en el mutismo de tu secuestro, me sepas perdonar.
Mientras veo que tu mamá ya va por la tercera hoja, yo todavía estoy en la
primera. No soy tan expresivo como Clara, y me siento vacío de palabras para
escribirte, porque crecí aprendiendo que los hechos valen más que mil
palabras, y por eso trabajaba todo el tiempo, para que no les faltara nada. Esa
ha sido mi forma de decirles que los quiero. Eso lo digo para que entiendas
que de mí no salen fácilmente todas las palabras que quisiera decirte,
Alejandro.
Le pido al dueño del cielo que te cierre la boca cuando debas callar; que te dé
la fuerza cuando la requieras; que te llene de paciencia y que nos permita
volverte a abrazar prontamente.
Nacho.
PD: No te aflijas ni te sientas culpable por lo que te dictan tus pensamientos,
nada de esas cosas pueden cambian el curso de los acontecimientos ni todos
los sentimientos que nosotros podamos tener contigo.
Esta separación ha sido mucho más penosa de lo que puedas creer, Alejandro.
Desde que abro los ojos en la mañana y durante todo el día no hago más que
preguntarme cómo estarás, qué estarás haciendo, cómo se las arreglan para
vivir en esa selva. Quizá el tiempo en el que estuviste en el ejército me sirvió
para tomar una leve costumbre diaria de estas preguntas, porque todo el
tiempo me pregunto lo mismo, y en dos ocasiones he soñado que vuelves
como la tarde que llegaste a casa después de tu juramento de bandera, y me
despierto llorando.
Han sido pocas las cosas que han pasado desde tu secuestro: tu papá, los
primeros días, no sé en qué momento, perdió las fuerzas para trabajar, dejó de
levantarse temprano para subir a la finca y sus fuerzas fueron disminuyendo,
hasta que, al quinto día, tu abuelo, vino a la casa y le dijo: “¿Nacho, un
secuestrado y un muerto en vida? ¿Acaso pretendes enloquecer a Clara?” Él
se quedó pensando un rato mirando las flores de jazmín en el jardín y como
por arte de magia a la mañana siguiente ya estaba trabajando común y
corriente, pero el silencio en el que carga su angustia me agobia todo el
tiempo. No quiero que te perturbes por estas cosas, solo te las cuento para que
entiendas que nos preocupamos mucho por tu situación.
En este hotel de cuatro paredes, dos cuadros, un baño, una cama, un escritorio
y un balcón, siento que muchas ideas me surgen en la cabeza, de forma
desordenada, para escribirte, y que deben pasar por el corazón para sumarle
los sentimientos, pero cuando deben llegar a la mano ya las he olvidado,
porque se me quedan en recuerdos del corazón. De todas formas creo que a tu
papá le ocurre lo mismo porque lo veo suspendido durante mucho rato en la
silla sin escribir nada y mirando el papel, me imagino que es muy similar a lo
que te pasó con la primera carta que nos escribiste; solo espero que en el poco
tiempo que queda de esta noche logre un buen acuerdo entre mis ideas, mis
recuerdos, mi corazón y mi mano, y aunque pueda parecer de forma
desordenada, te iré escribiendo lo que se me vaya ocurriendo.
No me siento lo suficientemente inspirada en este lugar, por el cansancio de
estos días y porque esta ciudad es impropia para mí: la gente camina rápido y
si les hablas para preguntar una dirección, te la dicen aminorando el paso y
después se dan vuelta y continúan. No los culpo, así es la vida en la ciudades:
una vida individualista y de correr para todo y para nada, pero es así.
Cuando me casé con tu papá me dio muy duro tener que dejar Medellín para
irme a vivir a un pueblo; todo me aburría: el silencio y la calma exagerada de
las cosas y ni qué decir de las noches: eran eternas, pero con el tiempo, ese
silencio, esa calma, esa cordialidad de todas las personas en Jericó me
cautivaron hasta el punto de no querer volver a vivir en una ciudad.
Creo que no le pertenezco a esta ciudad ni ella a mí. En solo tres días he
extrañado como nunca el jardín y el patio de la casa, los primeros olores del
rocío que se levanta en la mañana, haciendo sudar las flores y ese aire limpio
que entra por todas las alcobas de la casa. Desde allá, prometo, te escribiré
una mejor carta, para la próxima oportunidad.
Desde que esto comenzó no dejo de recordarte durante todos tus años. Eras
tan pequeño cuando la enfermera te entregó. Cabías acostado en el brazo de
tu papá, tus dedos no lograban encontrarse al abrazar un solo dedo mío, tus
ojos los abrías, me mirabas y los volvías a cerrar para volverte a dormir,
mientras yo esperaba dichosamente que los volvieras a abrir. No me cansaba
de hacerlo, no soportaba que nada te hiciera llorar o que alguien te fuera a
cargar y yo me sentía feliz de traerte al mundo.
Tu abuela siempre dijo que después del primer hijo, una mujer descansa, pero
no vuelve a dormir. Es cierto, la primera noche estuve mirándote dormir, pero
no lograba dormirme.
Alejandro: cuando veníamos en el avión para Bogotá, Luisa me confesó sobre
los planes que tenían de casarse y te aseguro que si en algún momento me lo
hubieran dicho los hubiera apoyado sin ningún reproche. Me sentí feliz de
escuchar eso, porque el mundo hoy en día es más indulgente y comprensivo
con las mujeres y les permite casarse cuando ellas quieran, y tampoco las
convierte en unas solteronas si no lo hacen. Solamente les hubiera dicho que
lo pensaran un poco más antes de hacerlo, pero me hubiera equivocado al
decirte eso, Alejandro, porque, siendo una mentira del tiempo que el bebé que
sosteníamos en una mano hoy sea un hombre, ustedes dos ya tienen la misma
edad que teníamos tu papá y yo cuando nos casamos.
A tu regreso, porque estoy convencida de que mi hijo volverá, organizaremos
todo junto con los papás de Luisa para que sea una boda bien linda y
decoraremos la finca con muchas flores.
Hablando un poco de la finca, te cuento que Judas y Barrabás estuvieron
tristes durante varios días, no comían y la misma madrugada de tu secuestro
aullaron todo el tiempo repitiendo lo mismo durante tres noches seguidas,
hasta que tu papá los llevó al veterinario para que les dieran algo para dormir
en las noches. Era como si todo lo estuvieran viendo o presintiendo.
Cuando subo a la finca y abro la puerta de la camioneta los dos se suben,
comienzan a olfatear y mirar todo, después se bajan y se quedan mirándome
como si algo quisieran decir. Si a esos perros les dieran una sola oportunidad
en su vida de hablar, podría jurarte que lo único que se les ocurrirá decir es:
¿Dónde está Alejandro? Solo una vez ha subido Luisa, la arañaron y la
mordieron todo el tiempo por querer jugar con ella, no la dejaron en paz ni un
solo minuto, hasta que tu papá los amarró para que se calmaran.
Todas las personas nos han acompañado confortándonos y diciendo que
esperan que todo salga bien, y los trabajadores de la finca le dicen a tu papá
que eres un muchacho fuerte y que Dios sabrá acompañarte todo el tiempo
para que regreses pronto. Yo espero que así sea.
¿En qué momento estos hombres lograrán entender el dolor que siente una
madre por la privación de poder ver a su hijo? Creo que solo Dios y el silencio
lo saben.
Con todo el amor que yo te pueda profesar: Mamá.
PD: Discúlpame si mis ideas te parecen incoherentes o desorganizadas al
momento de escribir, pero te aseguro que fue mi mejor esfuerzo después de
estos tres días interminables que hemos tenido.
7. UNA BIBLIA
Ayer, por un instante, después de comerme el pan de mantequilla, me quedé
dormido en mi cambucho, que no es más que un montón de costales
amontonados simulando una colchoneta. Quería descansar, volar y estar lejos
de este lugar. Cuando abrí los ojos, me sentí con ánimos de leer las cartas.
Comencé por la de papá, me pareció una carta muy propia de su estilo: pocas
palabras, pero con muchos deseos de decir lo que verdaderamente siente por
dentro. Fue una carta que relacioné mucho con algo que pasó hoy.
Hoy, cuando desperté y abrí los ojos, lo primero que pensé fue en las cartas.
Estaba contento de tener escritos de ustedes antes que todo el mundo. Tomé la
mochila y me fui directo a encontrarme con Peque, porque hoy haríamos el
supuesto plano y dibujo del hotel. Llegué al lugar antes que Peque, entonces,
buscando un buen lugar, me senté en una piedra donde el sol comenzaba a
pegar de forma muy suave para calentarme. Saqué el cuaderno grande y de
forma horizontal comencé a dibujar los postes que ya habíamos puesto para la
construcción del hotel.
El hotel lo estamos haciendo en un terreno que desyerbamos: primero
cortamos los árboles con hachas, y después, con machetes, pelamos lo que
quedaba de maleza en el suelo para dejarlo limpio. De los mismo árboles que
cortamos, hicimos los poste principales, en total son ocho postes puestos en
forma circular, y en el mismo perímetro del círculo se cavó una zanja que se va
a rellenar con piedras para poner otros postes más pequeños que ayudan a
sostener el alambre que rodea todo el hotel. Entre lo que es la supuesta
entrada y la parte de atrás hay unos trescientos metros, al igual que a lo
ancho.
Peque llegó acompañado de la nueva guerrillera extranjera, me saludó y se
acercó para ver lo que había dibujado.
-Soldado, yo creo que es pertinente dejar más espacio en el plano, entre cada
una de las vigas que hemos instalado. También creo muy necesario, vital, que
conozcamos la distancia entre cada una de las vigas, para que usted las
registre en el plano.
Su forma de hablar, tan adornada para impresionar a la guerrillera me pareció
muy divertida, y decidí prestarme al juego para que el día fuera menos
monótono; entonces le dije:
-Comandante Peque, considero que tiene usted la suficiente experiencia y
conocimiento de lo que estamos haciendo. Es muy acertado, de parte suya,
descubrir esa necesidad vital de las distancias, para que sean registradas en el
plano. Creo que es un plano que puede servir de modelo para futuras
edificaciones. ¿No le parece, Comandante?
-Sí, soldado. Yo sé muy bien lo que hago.
La guerrillera parecía hipnotizada por las palabras de Peque y no dejaba de
mirarlo con cara de babosa. Yo me daba vuelta con el cuaderno para reírme,
porque me sentía desarrollando una escena de una película de Cantinflas,
donde él hacía de maestro de obra sin saber nada. No recordaba muy bien la
película, pero después de tener esa imagen de la escena, que llegó a mi
cabeza como una proyección instantánea, fue que me surgió la idea de jugar
con Peque sin que él lo supiera.
-¿Dónde podremos conseguir un metro, Comandante? Es una necesidad vital
para las distancias, Comandante.
Se rascaba la cabeza, como si tuviera que escarbarse las ideas, mientras que
yo no dejaba de reírme por lo que era su palabra más culta: “Necesidad vital”.
-Soldado, tiene usted razón, haré que me consigan uno.
Continué dibujando y riéndome de las cosas que decía Peque. La guerrillera,
mientras tanto, lo seguía como lo hacen los pollitos con las gallinas. ¿De dónde
diablos puede venir gente como ésta, extranjera, que crea en esta guerra y,
peor aún, que vea a Peque como un verdadero líder? Era lo que pensaba
mientras me reía y continuaba con el plano.
-Acá está el metro, soldado.
-Comandante, yo no puedo medir y dibujar. Creo que debe hacerlo usted para
que tengamos unas medidas bien precisas como sus ideas. ¿No le parece?
-Sí, soldado. Se requiere precisión y conocimiento para esto.
Ante mis ojos estaba pasando el mejor día de mi secuestro a costillas de
Peque, su forma de ser, sus ínfulas de conocimiento y la forma de expresarse
y hablar eran lo más divertido del trabajo que estábamos haciendo.
-Más a la izquierda, más arriba-, le gritaba, mientras él se movía entre poste y
poste y, sin darnos cuenta ni él ni yo, pasé a dirigirlo el resto del día, pero no
puedo negar que hicimos un buen trabajo y un buen plano.
Bajo ese pretexto del plano, la mañana voló como nunca; entre mis burlas,
risas y órdenes a Peque con el metro, la hora de almuerzo fue cuestión de
minutos. Después de tomar medida entre cada lugar y cada poste, Peque se
acercó cansado y sudoroso por el calor para mirar el plano y me dijo:
-Me gusta soldado, me gusta mucho. Espéreme acá, yo vuelvo en cinco
minutos.
-Comandante, pero yo voy a almorzar.
-¡Espéreme acá, soldado!
Sin refutar su decisión me quedé en la misma piedra donde estuve toda la
mañana dibujando el plano y beneficiándome de la situación de privacidad y
soledad del lugar, volví a ver el cuaderno de Luisa, a la luz del día, y las otras
cartas.
No dejaba de sentirme extraño con la carta de papá. Trataba de identificarlo en
cada una de sus frases y de intentar entrar en sus pensamientos cuando la
escribió. Cuando llegué a la parte donde me pide perdón por lo que él
consideró que era necesario para mí, fue como si por primera vez nos
hubiéramos encontrado de acuerdo en una decisión de mi vida, y quiero decirte
en este momento, papá, que no tengo nada que perdonarte; en medio de mis
irresponsabilidades el ejército fue lo mejor que me pudo haber pasado. Peque
volvió con los dos tazones de almuerzo y con un libro negro debajo del brazo.
-¿Soldado, usted es católico? Dudé mucho en responder.
-Sí, Comandante, soy católico. ¿Por qué?
-Tenga, soldado-. Me entrego el tazón con el menú de siempre: papa, yuca y
arroz. Después se sentó en el suelo, con su tazón de almuerzo, y me entregó
el libro que traía debajo del brazo: una Biblia.
-Yo creo que le puede servir más a usted, soldado; a mí ya me causa hasta
miedo abrirla.
Es una Biblia negra que dice: “Biblia de Jerusalén”. Los bordes de las hojas
son dorados y tiene una cremallera que la cubre y la protege de extremo a
extremo.
-Soldado, usted me ha ayudado mucho hoy y por eso se la quiero regalar;
además, le recomiendo que lea un poco el libro de Tobías. Estoy seguro de
que le servirá.
No logro pasar una semana completa, sin tener un día que me sienta
arrepentido por mis actos. Primero: algunas cosas con el Comandante Julián, y
hoy con Peque. Me burlé de él toda la mañana y lo hice correr de poste a poste
varias veces cuando ya me sabía la distancia de memoria, pero me divertía
hacerlo, solo por verlo correr y sudar. Cuando me regaló la Biblia, no pude
dejar de sentirme mal, por eso me prometí hacerlo mejor y con menos ironías
en la tarde.
En la tarde el trabajo fue corto, gracias a que mis burlas con Peque habían sido
eliminadas, pero debo confesar que me aguantaba las ganas por hacerlo. Al
final teníamos cinco planos distintos: uno con perspectiva de la entrada, otro
con la parte de atrás, dos de derecha e izquierda y el último que era una visión
de lo que debía ser el hotel mirándolo desde arriba. Peque estaba encantado y
los miraba como lo haría cualquier ingeniero, y para liberarme de culpas,
porque aún sudaba, le dije:
-Comandante, yo creo que usted los debe firmar, para que quede constancia
de que es su trabajo.
-Claro, soldado, pero no tengo un lapicero.
-Tenga. Y saqué de la mochila uno de los que me habían enviado. Les escribió
la fecha y después los firmó.
Impaciente por ver el libro de Tobías que me recomendó Peque, lo busqué y
comencé a leerlo…
“…Tobías se dispuso a emprender la marcha y besó a su padre y a su madre”.
Continué leyendo la historia, pero solo le encontraba algunas semejanzas:
Tobías era hijo único y debió partir de su casa para recoger un dinero de su
padre en otra parte que no era el lugar donde ellos vivían. Lo que no lograba
comprender, hasta el momento, era el porqué de la sugerencia de Peque con
este relato bíblico, y sólo hasta que llegué a la parte donde el padre de Tobías
comenzó a sentirse angustiado porque su hijo no regresaba, y su madre lloraba
todas las noches, pude entender la carta de papá.
Una historia de un viaje, donde conoce a su esposa y es acompañado todo el
tiempo por un ángel. Cada parte de ese relato pareciera ser una semejanza de
mi vida: el viaje de Tobías lo pensaba como mi tiempo en el ejército y ahora
secuestrado, el ángel, para mí, se llama Julián; su padre, al igual que papá, fue
partidario de una partida, como me lo confesó en su carta; su madre no dejó de
llorarlo un solo día, igual que mamá y la abuela desde el primer día que salí
para el batallón. Él encontró a su esposa en su viaje. Era la única diferencia
entre Tobías y yo, pero me gustó imaginar que simplemente era distinto. Que
yo debía hacer mi viaje antes de tomar a Luisa como mi esposa y sentí
placentero ese instante de imaginación: el día que Luisa y yo nos casáramos.
Ya mamá lo sabía, y prometió decorar la finca con flores, o sea, no estoy tan
lejos de mi realidad para cuando vuelva, pero me entraron unos sentimientos
de culpa cuando volví a abrir el cuaderno de Luisa y encontré, en su carta,
frases cargadas de mucha ironía y reproches:
“… No quería seguir hablando con ella, por lo menos tuvo la suerte de decir su
esposo. Yo, por capricho tuyo, aún no puedo decir lo mismo, y sabrá Dios si
podré”.
Mi pensamiento en blanco y mi mano bloqueada sin saber qué escribirte o
responderte. Hubiera dado lo que sea por tener antes un cuaderno como el que
me enviaste solo para nosotros dos y nuestras cartas, pero tu carta ha sido,
para mí, leer todo lo que soñaba y encontrarme con las palabras a las que,
también, les tuve un miedo imaginario desde el día en que partí.
De no tener hojas, ahora tengo una Biblia y tres cuadernos: el primero que me
regaló el Comandante Julián, el que tú me enviaste con ese broche y la llave, y
el que me envió mamá. Pero el que más me intimida por su carta es el tuyo, y
para sentir que comienzo a estar en paz contigo y para no tener miedo de
abrirlo y leer tu carta, te escribiré algo que tengo dentro de la bolsa más
pequeña, donde guardo las cosas que son para ti.
FAMÉLICO
De hábitos dulces y placenteros tengo el vientre lleno, pero famélico está mi
cuerpo entero por un ligero vuelo...
Famélico de un total destierro.
Famélico de volver a disfrutar mi cielo.
Famélico del tiempo entero.
Famélico de un pisar sincero.
Famélico por tocar tu cuerpo entero.
Famélico de un amor sin velos.
Famélico de violar toda mi razón.
Famélico de toda gula y perdición.
Famélico por manos más delgadas.
Famélico de mis libertades que están tan amarradas.
Famélico de sudor y pan.
Famélico de ningún encierro.
Famélico de toda inspiración.
Famélico de una muerte sin exaltación.
Famélico de tu absoluta pasión.
Famélico de tu amor entero.
Famélico...
De mí y absolutamente de ti.
Siento culpas que no me dejan estar en ningún momento en paz: culpa de
estar en este lugar, culpa de causarles tanto dolor, de ver todas las cosas que
tuvieron que pasar para reclamar unas cartas, de los llantos, las tristezas y de
los recuerdos que van y vienen sin piedad. No pensé que fuera tan difícil leer
esas cartas sin sentir esas culpas que me humillan en la garganta, en el pecho
y en la cabeza.
Sigo sentado en esta piedra, sin muchos ánimos, hoy, de escribir y de
responder esas cartas. Me quedaré sentado, rodeado de esta selva que tanto
asfixia cuando el tiempo se amarra y deja de correr, para terminar de contarles
todo lo del enfrentamiento y del lugar donde nos trajeron.
8. ¿DÓNDE ESTAMOS?
…Todo se quedó en silencio durante algunos minutos. Prefería el temblor
debajo de la tierra, la ráfaga de la M-60, las granadas, los cilindros bomba y los
insultos de los guerrilleros que ese silencio que cada segundo se convertía en
una zozobra y en un mal presentimiento.
El Comandante Pérez y Arango seguían juntos sin moverse, yo detrás de la
piedra, aprovechando el silencio para tocarme y mirarme que no estuviera
herido. Arango me mostraba su cartucho, para preguntarme cuánto me
quedaba de munición y con los dedos le indiqué que solo me quedaban tres,
incluyendo el que estaba utilizando.
Creo que fueron alrededor de unos veinte minutos de total silencio, hasta que
nuevamente la tierra tembló por debajo del cuerpo. Guerrero, que era el
soldado de contraguerrilla más antiguo y el más grande, voló por encima de mi
cabeza y cayó justo a los pies de los guerrilleros. Sus piernas cayeron en
diferentes partes. Gritaba de dolor y disparaba como acto reflejo, aún así,
alcanzó a herir al guerrillero que sostenía la M-60 y después fue acribillado
desde varios puntos de tiro. Agonizó durante unos cinco minutos, ahogándose
con su propia sangre. Lo vi todo el tiempo desde donde yo estaba. El
Comandante Pérez, mientras tanto, daba órdenes de intentar avanzar para
recuperar el arma y la munición de Guerrero, pero tan pronto intentamos
hacerlo comenzaron de nuevo a disparar: ráfagas e insultos. Disparamos,
respondiendo y arrastrándonos cuando podíamos, pero era obvio que ya
éramos muy pocos, porque, tanto los cilindros como las granadas, habían
matado a la mayor parte del grupo.
El avión no lo volví a ver y los helicópteros nunca llegaron; de todas formas,
después de utilizar el último cartucho, miraba al cielo esperando un milagro del
avión, de los helicópteros o incluso un fenómeno divino. Me quedé en silencio y
cubriéndome, después de hacer el último disparo y le hice señas a Arango
diciéndole que no tenía más munición. Ellos tampoco tenían.
El Comandante Pérez comenzó a gritar: “Soy el Comandante, estamos sin
munición, les pido, en nombre mío y de mis soldados, que nos dejen seguir
viviendo”.
Al comienzo del enfrentamiento, el miedo era constante, pero cuando el
Comandante gritó, me sentía liviano, desprendido de todo y sin miedo alguno.
-¡Salga, de donde esté, con las manos arriba, Comandante!-, fue el grito de
respuesta.
Se levantó como se lo pidieron: con las manos en alto y detrás de él: Arango.
No sé si por costumbre o por miedo, pero también se paró y caminó detrás del
Comandante. Detrás de mí se levantaron Bustamante y Gil, y cuando pasaron
por mi lado me dijeron: “párese, Uribe, antes de que tengan que venir por
usted”. Yo simplemente estaba buscando la bolsa pequeña que había perdido
mientras me arrastraba en el combate. Pensaba que mientras toda la tropa
pasaba podía seguir buscando; afortunadamente la encontré porque de los
soldados que quedamos vivos, yo era el último que faltaba por entregarse. Me
levanté, me quité toda la tierra de los ojos y comencé a caminar con las manos
en alto hasta donde estaban todos.
El cuerpo mutilado de Guerrero fue el lugar donde nos paramos para esperar
que los guerrilleros salieran de donde estaban apuntándonos. Guerrero y
Arango eran los mejores amigos de toda la tropa, se conocían desde la
infancia y fue precisamente Guerrero quien le dijo a Arango que entrara al
ejército, porque el Gobierno le ayudaría a pagar los estudios de su sobrino. El
mismo por el cual Arango hoy en día no deja de pensar. “Goliat, Goliat…”,
decía Arango mientras lloraba y miraba el cuerpo sin piernas de Guerrero.
“¿Qué le voy a decir a tu familia? ¿Quién les dará la noticia?”. En ese
momento Arango intentó arrodillarse frente al cuerpo de Guerrero, pero de
inmediato apareció el primer guerrillero y le dijo: “¡Quieto, soldado!”. Guerrero
aún tenía el fusil sujetado con las dos manos y por eso no dejaron que nadie
se agachara para tocarlo. Fueron apareciendo más guerrilleros, hasta que
llegó el Comandante de ellos.
-¿Quién de ustedes es el Comandante?
-Yo-, dijo el Comandante Pérez.
-Comandante: dígale al resto de sus soldados que salgan, porque si debemos
ir por ellos serán fusilados.
-No es necesario-, afirmó. Estoy seguro de que estamos acá los que
quedamos y resistimos el enfrentamiento.
Era cierto, conocía su grupo y su tropa y él mismo nos había entrenado; sabía
que los que no salieron cuando terminamos la munición, era porque estaban
muertos. El Comandante guerrillero mandó diez guerrilleros, para que
inspeccionaran el área, trajeran las armas y los cuerpos que encontraran.
Seguíamos parados alrededor del cuerpo de Guerrero, y Arango seguía
llorando sin parar, hasta que escuchamos que todos los guerrilleros gritaron:
“Viva el ejército del pueblo, vivan las FARC”. Fue cuando supieron que los
policías de la estación de Mitú también se habían quedado sin munición y ya
se estaban comenzando a entregar.
Los guerrilleros, cuando el Comandante de ellos nuevamente, les confirmó la
noticia, dispararon al aire y volvieron a gritar: “¡Viva el ejército del pueblo!
¡Vivan las FARC!”. Arango, aprovechando la euforia del instante, se arrodilló
ante el cuerpo de Guerrero.
-¡Quieto, soldado! Ese cuerpo todavía tiene un arma.
Sin inmutarse por las amenazas, Arango le abrió la camisa, sin tocar el fusil, y
de uno de los bolsillos del interior sacó una libreta, le quitó la cadena que
Guerrero llevaba puesta, y por último le cerró los ojos, mientras seguía en la
mira del Comandante guerrillero, de cuatro subversivos más y de nosotros que
éramos espectadores mudos.
-Aguja, quítele el fusil al soldado muerto-. Le dijo el Comandante guerrillero a
uno de los subversivos que también estaban mirando a Arango.
-Lo tiene muy apretado, Comandante.
-Entonces córtele las manos y los dedos, pero no me diga maricadas que
usted sabe que se deben hacer cuando eso pasa.
-¡No!-, dijo Arango, y comenzó a levantar, con las dos manos, cada uno de los
dedos de Guerrero. Sus dedos y sus manos parecían tenazas que no quisieran
soltar el fusil y ante lo infructuoso que se hacía cada vez más, liberar el arma,
el Comandante guerrillero sacó su cuchillo.
-Comandante: acá hay uno que está herido.
Se disponía a cortar los dedos de Guerrero cuando los guerrilleros que
estaban inspeccionando el área le dijeron eso.
-Soldado, voy a ver el herido que acaban de encontrar; si para cuando vuelva,
usted no le ha podido quitar el fusil, yo mismo le corto las manos.
-Aguja, usted quítele el cartucho a ese fusil, antes de que pase algo.
En ese desespero de Arango por soltar el arma, para salvar las manos de
Guerrero y el afán del guerrillero por cumplir la orden, nos concentramos hasta
que volvimos a escuchar dos disparos de pistola.
Era Valencia, un samario contento todo el tiempo con su música y su amor por
el Júnior de Barranquilla. Uno de los cilindros bomba le había destrozado la
pierna izquierda y tenía dos disparos: uno en la rodilla derecha y otro en toda
la garganta y por eso no había podido hablar ni moverse, cuando los
guerrilleros gritaron que saliéramos. Fue el primero de nueve cuerpos que
trajeron y tiraron al lado de Guerrero y el único que encontraron vivo.
-No hubiera sobrevivido en este lugar-, le dijo el Comandante guerrillero al
Comandante Pérez, cuando descargaron el cuerpo, para que supiera por qué
le había disparado. Sin darnos cuenta, Arango y el guerrillero habían logrado
su objetivo cada uno, mientras nosotros veíamos cómo descargaban el cuerpo
de Valencia. Así, sucesivamente, fueron trayendo los otros cuerpos y las armas
de los que ya estaban muertos: Cuartas, Torres, Márquez, Morales, Restrepo,
Posada, Ochoa y Londoño.
-Comandante, tome las cosas de sus soldados muertos para sus familiares,
porque partimos en diez minutos.
El Comandante Pérez se arrodilló ante los cuerpos, para comenzar a buscar
en sus pertenencias cosas que en algún momento sirvieran para sus
familiares. Sin que nos diera la orden o nos dijera, decidimos ayudar a
encontrar todo lo que se pudiera entregar como recuerdo a sus familiares:
cadenas, anillos, libretas, fotos y hasta llaveros fueron las cosas que le
entregábamos al Comandante. De ese momento y esa experiencia, siempre
tendré en mi memoria ese olor a sangre y pólvora que emanaban los cuerpos,
mientras los esculcábamos, antes de dejarlos tirados en medio de la selva para
que se los comieran los animales.
El camino hacia Mitú lo hicimos andando en fila y con cada guerrillero de por
medio entre nosotros. No pensaba en nada, tenía el estómago revuelto por el
olor de pólvora y sangre. La imagen de cada uno de los cuerpos era algo que
también me producía nauseas: estaban todos mutilados en las piernas, y los
guerrilleros se empeñaban más en buscar las piernas que los cuerpos, para
quitarles las botas. Caminamos más de cuarenta minutos, hasta llegar a lo que
parecían las primeras calles de entrada del pueblo. Parecíamos estar entrando
a una película de guerra: incendios en algunos techos, calles desoladas sin
ninguna persona, puertas cerradas y una estación de policía que fue destruida
con granadas y cilindros bomba. Nos ordenaron sentarnos en el suelo,
mientras agrupaban, con nosotros, los policías que habían defendido su
estación hasta quedarse sin munición. Me senté y me quedé dormido al
instante…
… Entré en la casa, me acosté en la hamaca y soñaba que dormía. Me veía
dormir a mí mismo todo el tiempo sobre la hamaca, aproveché la situación,
para volverme a buscar alguna herida, pero herido de qué, si estaba en mi
casa. Dejándome descansar, salí por el pueblo y lo recorrí buscando a
Luisa para decirle que fuera a la casa, que yo ya había regresado y que
estaba dormido en la hamaca. La busqué afanosamente por todas partes:
en el parque, en la iglesia y por último resolví ir a su casa, pero no podía
encontrar la calle ni la casa, entonces subí corriendo a la finca. Entré y la vi
mirándose en el mismo espejo que yo me miraba, mientras la esperaba a
ella la primera vez…
-¡Despierte, soldado!
Las calles solas, los guerrilleros por todas partes con sus ensordecedoras y
repetitivas consignas: “¡viva el ejército del pueblo, vivan las FARC!” La
estación de policía en ruinas, el olor a azufre de los cilindros, Arango sin
dejar de llorar, Bustamante y Gil con la cara negra y ensangrentada, el
Comandante Pérez haciéndose reproches, los helicópteros y el avión
fantasma por ninguna parte. Cuartas, Torres, Márquez, Morales, Restrepo,
Posada, Ochoa y Londoño: muertos. Guerrero volando, sin piernas, sobre
mi cabeza y disparando por reflejo y dolor: también muerto. La extraña
sensación de sentir la tierra temblar por debajo del cuerpo. Los policías que
combatieron y defendieron enérgicamente sus puestos, humillados y
sentados al lado de nosotros pensando en quién sabe qué, era todo lo que
me encontré cuando me despertaron para salir de Mitú. En cambio, la
hamaca en mi habitación, el parque, la iglesia, la calle y la casa que no
logré encontrar, la finca, el espejo y Luisa: un sueño muy precario que no
llegué a finalizar.
No logré ver cuántos policías eran en ese momento, pero eran mucho más
que nosotros cinco y después supimos que eran 61 policías secuestrados y
16 los que habían muerto en cumplimiento del deber. Los guerrilleros
dejaron los cuerpos de los 16 policías tirados al frente de lo que quedaba
de la estación: un asta sin bandera y un escudo de la policía lleno de
impactos de balas.
-Hay que salir por el río, antes de que lleguen los refuerzos-, fue lo que
comenzaron a decir los guerrilleros encargados de la operación, mientras
nos poníamos en marcha.
Era inconcebible que cuando eran ya las diez de la mañana y después de
cinco horas de combate los refuerzos no aparecían por ninguna parte y si
llegaban a asomar, en alguna parte, era nuestra muerte inmediata. El
Comandante Pérez no dejaba de hacer la misma pregunta todo el tiempo:
“¿Cómo es posible que medio millar de guerrilleros hagan esto y el
Gobierno, en cinco horas, no enviara tropas de apoyo?”. Era cierto:
inicialmente pensábamos que serían un centenar de subversivos o un poco
más, pero estábamos lejos de la cifra que verdaderamente tenían los
guerrilleros y los habíamos subestimado. Eso dejaba mucho que decir de
nuestra forma de operación y planificación.
Nos encaminaron hasta el río con la mirada impotente de los habitantes que
se asomaban por las ventanas de sus casas y de inmediato se volvían a
ocultar, por miedo de ser testigos visuales o porque los guerrilleros les
hacían señas para que cerraran las ventanas. Caminábamos en la misma
forma que llegamos a Mitú presos por los guerrilleros: fila india y con
guerrilleros a lado y lado de la fila pavoneándose con los trofeos de la
victoria. Cuando llegamos a la orilla del río nos sorprendimos de ver el
montaje de la operación que ellos llamaron: “OPERACIÓN
MARQUETALIA”. Tenían, estacionadas en el río, lanchas para salir de
forma inmediata, tanto ellos como nosotros. Hicieron que nos
acomodáramos en cada lancha unas cinco personas con tres guerrilleros
armados, en la parte de atrás. En el pueblo quedaron algunos pocos
guerrilleros y policías que emprendieron la salida por el mismo camino que
entramos nosotros.
La lancha hizo todo el trayecto pegada de la orilla para cubrirse con las
copas de los árboles y para no ser vista por algún helicóptero o por el
mismo avión fantasma.
-Hasta acá nos trajo el río, señores-, dijo el guerrillero que manejaba la
lancha mientras la acercaba a un borde.
-El resto del paseo es caminando-. Mientras, en tierra firme nos esperaban
otros guerrilleros, que tampoco disimulaban su felicidad por el éxito de la
operación.
Cuando terminaron de llegar las otras lanchas y ya estábamos todos
agrupados, entonces sacaron una cadena y nos amarraron con candados
pequeños, a todos de la mano izquierda.
-¡Con eso no se me vuela nadie!-, dijo, el que parecía ser el responsable de
nosotros y de la operación: un guerrillero con tipo de indio, fornido; se le
notaba que no tendría escrúpulos al momento de tener que ajusticiar a
alguno de nosotros que intentara fugarse.
Caminar por la selva requiere de preparación: son cantidades de obstáculos
naturales, donde la selva se cierra por delante y por detrás y caminar
encadenado a otras personas hace más difícil el trayecto. Tuvimos que
detenernos muchas veces, siempre había alguno que comenzaba a
vomitar, otros que se desmayaban por el calor y la sed, además la cantidad
de veces que la misma cadena se enredaba con la maleza. Después de
seis horas del primer día de camino:
-Acomódense como puedan, porque esta noche dormimos acá-, dijo uno de
los guerrilleros.
Con las propias manos nos tocó desyerbar el lugar donde nos teníamos
que acomodar y pisarlo fuertemente para lograr aplanarlo y matar cualquier
animal que nos pudiera morder o picar en la noche. El caudal del río
sonaba de forma relajante, pero el nivel de tensión en todos nosotros ya
había disminuido y comenzábamos a asimilar la realidad: estábamos siendo
secuestrados por la guerrilla en pleno proceso de paz. Se escuchaban
llantos en toda la noche y eso me causaba rabia porque también sentía las
ganas de llorar, pero nunca, desde ese día, he querido darles el gusto de
verme llorar.
-¡Levántense, señoritas! Hay que llegar rápido porque mi Comandante nos
está esperando hoy-, dijo el guerrillero con aspecto de indio.
Nadie tenía que despertarse, nadie había dormido. Las cabezas de todos,
aún, negaban la situación. Miradas extraviadas, gestos y bocas encogidas:
era lo que se veía en todos nosotros.
Nos separaron en dos grupos por mitades, para poder agilizar la marcha y
llegar más rápido a donde debíamos llegar, porque el poco cielo que se
dejaba ver entre los árboles, amenazaba con una fuerte lluvia. Esa misma
que puede caer en la selva durante días o esa que solo cae un instante,
pero que es capaz de ahogar la propia selva en diez minutos.
-Uribe, póngase de pie-. Era el Comandante Pérez con Arango.
En la división que había hecho el indio, volvimos a quedar juntos: Arango
por delante, el Comandante Pérez detrás de mí y yo en el medio de ellos
dos. El solo hecho de sentirnos cerca nos tranquilizaba; no podíamos
hablar porque estaba prohibido mientras camináramos, pero no lo
necesitábamos, ya sabíamos perfectamente lo que cada uno decía por
señas o por gestos.
Había comenzado la lluvia. Las gotas se acumulaban en las hojas de los
árboles y cuando caían en la cabeza eran unos goterones que
zarandeaban. No era, aún, mediodía, pero la propia oscuridad de la selva,
sumada a la oscuridad del cielo, parecía una noche falsa. Se escuchaban
fuertes truenos a lo lejos, que bramaban en medio de la oscuridad, pero
todo eso no evitó que el indio nos siguiera acosando cada vez más.
-¡Montón de maricas! ¿Qué tal que les hubiera tocado caminar descalzos
en la selva?-, nos decía mientras la lluvia le corría por la cara.
-Uribe…
-¡Uribe!
-¿Qué?-. Me di vuelta para ver qué era lo que quería el Comandante
Pérez.
-Tenga, hombre. Tome un poco y pásele a Arango también.
Era una hoja grande en forma de totuma que el Comandante Pérez había
dejado llenar con agua de lluvia. Tomé, aunque no sentía sed, pero me
alivió la sensación y el sabor que todavía sentía de sangre y pólvora.
Cuando terminé se la pasé a Arango.
-¿Y si me ven tomando agua?
-¡No sea bobo, Arango! ¿Qué le pueden decir por tomar agua?-, le dije, sin
importarme que me escucharan, porque la ingenuidad de Arango siempre
choca con los límites de la paciencia de los demás.
Anduvimos más de cuatro horas de camino forzoso lleno de maleza, y con
el lodo hasta las rodillas en muchas partes que debíamos pasar cerca de
algún río, y todavía llovía con mucha más fuerza. Muchos comenzaban a
temblar de fiebre, y a otros los venían ayudando para poder continuar con
la marcha.
-El que esté muy cansado que diga y yo mismo le hago el favor-, decía el
indio, cuando se detenía para mirar la fila.
No nos detuvimos en más de siete horas de marcha, hasta que por fin, y
como de la nada, aparecieron otros guerrilleros en una pequeña planicie,
donde pudimos descansar. Al igual que el primer grupo de guerrilleros que
nos esperaron, cuando nos bajamos de las lanchas, estos se felicitaban y
abrazaban por el logro de la operación.
-¿De dónde sacaron todos estos?-, decía uno de los guerrilleros
señalándonos y riéndose por la situación en la que nos traían.
-Peque se va a poner feliz cuando vea toda la gente que le trajeron-. Fue la
primera vez que escuché el nombre de Peque.
En medio de un enorme ejército de guerrilleros felices, volvimos a caminar
durante media hora, hasta que llegamos a un caserío donde, de una casa
humilde, sacaron unas canecas llenas de agua de panela y nos daban en
vasos plásticos a cada uno. Cerca, también había una carpa blanca con
una tarima improvisada. A ella se subió un guerrillero gordo de cuerpo y
cara, grasiento, con bigote negro oscuro como el pelo que se le veía por
fuera de la boina y muy sudoroso, pero con un uniforme que no tenía nada
que envidiarle al de cualquier militar.
-Soldados y policías: ustedes, por órdenes de mis camaradas del
Secretariado de las FARC, se convierten, desde hoy, en prisioneros de
guerra, para que la oligarquía de este país se dé cuenta de que nosotros
somos el verdadero ejército del pueblo.
-¡Viva el verdadero ejército del pueblo! ¡Vivan las FARC!-, vociferaba,
dirigiéndose a nosotros y en especial a todos los guerrilleros que habían
hecho la toma de Mitú.
-¡Vivan!-, gritaban también todos los guerrilleros alzando el fusil.
-Por último, quiero darles la bienvenida al regalo más grande del Gobierno
de Colombia: ¡La zona de distensión!
Han pasado ya muchos días después del combate. El orden de las
imágenes, los momentos, las palabras e incluso los muertos los tengo
intactos en mi memoria a pesar del tiempo.
Hoy, antes de tirarme rendido en este montón de costales sucios, me
encontré con el Comandante Julián. Me vio leyendo la Biblia, sentado en la
piedra y me preguntó dónde la había conseguido; cuando le dije que me la
había regalado Peque por ayudarle a dibujar los planos, se sonrió, hasta
que por fin su voz resonó:
-Peque quería ser cura-, exclamó levantando sus cejas; -la guerra puede
cambiar cualquier aspiración personal, incluso la de un cura.
9. MENSAJES
Sé que ha pasado mucho tiempo, incluso la primera Navidad. No me había
vuelto a sentir con ánimos de escribir porque los días eran lo mismo: la
construcción del hotel y después vegetar con el cuerpo y el pensamiento.
Quedaba muy cansado todas las noches, me tiraba en los costales y miraba
las cartas que ya me sé de memoria, después me repetía lo mismo:
mañana volveré a escribir, y me quedaba dormido.
Al Comandante Julián dejé de verlo durante más de dos meses, porque
estuvo enfermo y lo llevaron a San Vicente del Caguán, pero hoy volvió:
muy demacrado, flaco, con los ojos escondidos detrás de unas enormes
ojeras y aún con algodones donde, se ve, que tenía puestas las agujas del
suero.
No sé si es el embotamiento de no hacer nada después de que terminamos
de construir el hotel, pero no fue mucha la felicidad que me causó verlo
como cuando llegó con las primeras cartas. Me cuestioné en el diario vivir
que estoy llevando, porque él, lo primero que hizo, al momento de llegar fue
buscarme; y a mí (como ya les dije) no me causó sorpresa su llegada. Por
eso, y para tener la mente nuevamente ocupada, he decidido volver a
contarles y recopilar muchas de las cosas que han pasado en este tiempo.
El Comandante entró en el hotel; era la primera vez que lo veía desde que
lo terminamos, y comenzó a preguntarles a los demás soldados dónde era
mi cambucho…
-¿Uribe?, ¿Uribe?-, comenzaron a gritar todos para que yo respondiera,
hasta que por fin escuché una de las formas en las que nadie me llamaba
durante mucho tiempo:
-¿Alejandro?-. Escuchar que me llamaran por mi nombre rompió ese
entumecimiento de pensar en todo y en nada al mismo tiempo, cuando se
mira una estera o una tabla durante varios días.
-¡Comandante!-. Me incorporé sentándome sobre los costales y por acto
reflejo tomé la mochila donde no dejo de guardar las pocas cosas que
tengo: los tres cuadernos, los lapiceros y la Biblia.
-Venga, Alejandro, salgamos de acá y vamos al quiosco-, dijo el
Comandante.
A todo el frente de la salida del hotel, hay unos árboles de los cuales han
asegurado a civiles secuestrados y comienzan a vivir como perros
amarrados alrededor de cada árbol. Los trajo el guerrillero aindiado y
después de atarlos a los árboles, se enorgullecía diciendo:
-Así es como debiera estar la hijueputa oligarquía de este país: ¡Amarrada!
Ni a Peque ni al propio Comandante Julián, les gusta la idea de tener
civiles secuestrados de forma extorsiva, pero deben respetar la orden
porque es dictada por el propio Secretariado.
Entre los civiles que trajeron, he entablado amistad con un muchacho de
Medellín que se llama Kike. Los primeros días, los guerrilleros no dejaban
que habláramos con ellos, pero con el paso de los días y por verlos todo el
tiempo amarrados, nos fuimos acercando hasta llegar el día en que
pasamos horas enteras sentados junto a ellos, como si nosotros también
estuviéramos encadenados al árbol y los guerrilleros optaron por dejarnos
hablar. Aparte de Kike, hay otros diez secuestrados civiles, ocho hombres y
dos mujeres, pero yo me he entendido más con él, porque desde el primer
día que lo trajeron, supe que también era paisa. Las guerrilleras se
enamoraron de él, incluso la extranjera que anda con Peque todo el tiempo.
Yo comencé llevándole razones de Tania: una guerrillera que le dicen la
reina del despeje, porque lo que se propone lo consigue, gracias a sus
atributos físicos.
-Paisa, dígale al otro paisita que coma, que no se deje enfermar-, eran las
primeras razones que le mandaba Tania.
-Paisa, dígale al paisita que le mando esta cobijita para que no sienta frío y
que si quiere yo le doy calorcito por la noche-, y se reía maliciosamente.
Así, por varios días estuve llevando razones de Tania para Kike y me
gustaba, porque era tener algo para hacer. Cuando llegaba donde él le daba
la razón y después nos dedicábamos a hablar de su vida, sus gustos, su
novia, sus hermanas y su abuela. También me enseñó a manejar motos de
alto cilindraje: en un tronco que acostamos al lado del árbol, me mostraba
cómo debía frenar con la llanta de adelante, y acelerar al mismo tiempo,
para que la moto hiciera un giro completo, cómo saltar los cambios de la
moto para obtener mayor potencia al momento del arranque; me mostraba
también, sentados en el tronco, cómo era la mejor forma para dar una curva
a altas velocidades. Los guerrilleros, los policías y los soldados, cuando
pasaban y nos veían sentados en el tronco y bramando como una moto, se
burlaban de nosotros, pero era tanta la velocidad que llevábamos, en la
moto imaginaria de tronco de árbol, que ni los reparábamos al pasar por su
lado. Kike conocía de memoria la carretera a La Pintada, con todas sus
curvas y me decía que mirara los farallones, mientras él desaceleraba un
poco (la verdad era para descansar un poco de la garganta, por hacer ese
ruido de moto grande, que ya nos estaba dejando sin voz y con tos). En
esa carretera nos imaginábamos en un buen día de sol, porque era uno de
los lugares que teníamos en común para recordar. Yo también le enseñé
cómo ordeñar una vaca sin ponerla muy nerviosa, acercándosele de frente
con un buen puñado de hierba para darle confianza; le contaba también
como eran las noches estrelladas desde la finca y todo lo que desde allá se
podía ver cuando el cielo de Jericó estaba despejado; le mostré, también,
algunas cosas que había aprendido en el ejército y en la tropa de
contraguerrilla; le explicaba cómo funcionaban algunas armas y cómo se
afinaba la puntería. Kike también, era seguidor de fútbol y apasionado del
Nacional; sin embargo, me contó que no era muy bueno jugando fútbol,
pero sí manejando moto.
Una mañana mientras tomábamos agua de panela, hablábamos de fútbol y
de lo bueno que sería ir al estadio en un clásico: él con la camiseta de
Nacional y yo con la camiseta del Medellín, me llamó Tania desde la puerta
del hotel:
-Paisa, paisa. Entréguele esto al paisita-. Era un envuelto de papel
periódico, y una bolsa transparente en la que había seis pilas pequeñas.
Cuando volví al árbol, le entregué la bolsa, junto con el envuelto de papel y
le dije:
-Kike, otro de los regalos de tu seguidora.
-¿Qué es?-, me preguntó mirando la bolsa con las pilas.
-¡No sé! No es para mí.
Puso el tazón de agua de panela a un lado y comenzó a desenvolver
minuciosamente las hojas de periódico hasta que encontró un radio nuevo
con una nota que decía: “para que no se sienta tan solo y escuche a su
familia: Tania”.
Lo primero que hicimos fue ponerle pilas y guardar las otras; sin embargo,
las primeras emisoras que captaba el radio eran las emisoras de la guerrilla
que transmitían desde el Caguán. Durante más de dos horas, buscamos
otras emisoras donde pudiéramos escuchar noticias o música que le
gustara a alguno de los dos. Movíamos el dial lentamente para no pasar por
alto ninguna frecuencia, hasta que por fin lo logramos: habíamos
encontrado una de las emisoras donde se enviaban mensajes a los
secuestrados, pero por esas mismas raras casualidades, en las que la vida
me ha puesto muchas veces, sintonizamos la emisora en el precioso
instante que comenzaban los mensajes de la mañana. Comenzaron con
una señora: la mamá de otro soldado, que le daba todas las bendiciones
para que fuera fuerte, después una niña que decía: “Papito no me viste
nacer, no me viste dar mis primeros pasos, no me viste cuando comencé a
hablar y a jugar. Ya sé escribir mi nombre y te sigo esperando con los
brazos abiertos”. Y a continuación una novia de otro soldado que le decía:
“Lejos no estás, estás acá: junto a mí. Sé que volverás para concretar
nuestra felicidad”. Había aguantado muchas veces el llanto, pero ese día,
cuando escuché ese mensaje, no pude más. Era estar escuchando la voz
de Luisa en la carta que me decía: “…Soy yo, Alejito, soy yo: Luisa, y ese
mensaje también es para ti”. Me doblé en silencio, metí la cabeza entre las
dos piernas y comencé a llorar. En medio de mi llanto, escuchaba a Kike
también llorar y decir, en voz baja, varias veces:
-¡Malparidos! ¡Malparidos!
Apagamos el radio para evitarnos malos ratos (estar en esta situación ya es
suficiente). Escuchar los mensajes de los familiares de los otros
secuestrados era todo un dolor, pero cuando terminé de llorar, me di cuenta
de que tener apagado el radio era un sacrificio mayor.
-Kike, aunque ese radio se lo mandaron a usted, yo lo quiero volver a
prender-, le dije pasándome los dedos por los ojos, para limpiarme las
lágrimas.
-Yo estaba pensando lo mismo, Uribe-, dijo Kike con los ojos rojos también
de llorar, -pero busquemos, hoy, otra emisora, si no ese radio nos va a salir
matando de un infarto.
Volvimos a prender el radio y continuamos buscando emisoras de cualquier
tipo. El dial requería moverse lentamente, si no lo único que se captaba era
un montón de señales y silbidos como en los radios antiguos.
El radio, las razones de Tania, la moto imaginaria, las largas polémicas de
fútbol, y la construcción del cambucho para Kike cerca de su propio árbol,
fue lo que me hizo olvidar por un tiempo la costumbre de escribir
diariamente y la dependencia que estaba creando con el Comandante
Julián.
Casi después de un mes que llegaran los otros secuestrados al
campamento, intenté muchas veces hablar con Peque para que soltaran a
Kike del árbol, porque con los demás secuestrados lo hicieron después de
un tiempo, pero el fuerte carácter que él ha tenido y su estatura de 1.85 no
les da mucha confianza a los guerrilleros para soltarlo y dejarlo caminar por
el campamento como a los demás. Es el único que sigue como un perro y
solamente logré, con Peque, que le dieran más metros de cadena, para
poderse desplazar un poco más; sin embargo, esas cosas no limitaban la
rutina que diariamente manteníamos. Yo me levantaba, tomaba mi mochila
y salía del hotel (de la puerta del hotel al cambucho de Kike solo hay unos
siete u ocho metros). Cuando llegaba, esperábamos a que llegara el
guerrillero de turno para soltarle la cadena, después reclamábamos el agua
de panela, nos aseábamos y volvíamos al cambucho de Kike para prender
el radio.
El primer 23 de diciembre nos propusimos ser fuertes y escuchar los
programas enteros en los que sabíamos que habrían mensajes, canciones y
dedicatorias para los secuestrados. El locutor comenzó diciendo: “hoy en
una fecha tan especial como ésta, tendremos dos horas más de
programación y mensajes en vivo de algunos familiares que han decidido
acompañarnos en esta emisión y dar sus mensajes al aire. Hoy
comenzaremos este programa con una canción que lleva un sentimiento
muy fuerte de libertad: Libre, del desaparecido Nino Bravo”. Antes de
comenzar la canción, Kike se anticipó a decir:
-Cuando termine esa canción, vamos a estar a moco tendido.
-¡Qué más da!-, le respondí rápido. Quería cerrar los ojos y ponerle
cuidado, por primera vez, a la letra. Muchas veces la escuché pero nunca le
puse cuidado.
La grabación que tenían de la canción en esa emisora comenzaba con la
propia presentación del cantante diciendo: “… Hasta aquí unas cuantas
canciones que yo he cantado con toda la ilusión, para que les agradaran,
espero que así haya sido. Me voy a despedir con la última de mis
grabaciones: la que va a ser cara A de mi próximo single, espero que les
agrade. Buenas noches”.
La canción comenzó a sonar y de inmediato cerré los ojos. Dentro de mis
párpados se forjaban, sin haberlo pensado, todas las imágenes y los
recuerdos de la finca del Gringo con todas sus placas de guerra, sus
medallas, las fotos de todas esas personas en estado cadavérico y los
campos de concentración. Todos esos recuerdos volvieron a mi cabeza
pero esta vez en el hotel. Abrí los ojos y miré hacia la pequeña puerta del
hotel, porque cuando lo terminamos siempre dije que me recordaba algún
lugar, pero no lograba ubicarlo. La imagen que tengo de esas fotos y esos
libros es muy vaga, pero la alambrada y la entrada son una fiel copia de un
campo de concentración.
El programa continuó con todo tipo de música y de mensajes que nos
movían todas las fibras del corazón; sin embargo, también emitían algunos
mensajes graciosos que nos lograban rescatar alguna sonrisa un poco
forzada, hasta que comenzaron con un desfile de mensajes para Kike. Él
se quedó petrificado y blanco como el mármol…
-Kike, nieto de mi alma: el hecho de partir el corazón y el espíritu en dos, y
separarnos por cientos de kilómetros no quiere decir que no te tenga en mi
regazo…–, era uno de los mensajes que estaban transmitiendo en directo
desde la emisora y a la señora se le quebraba la voz varias veces, -… y que yo
te siga bendiciendo, desde acá, para que no te ocurra nada malo.
-Kike, hermano mío: en ese viaje que has emprendido, lleno de fuertes pruebas
e inolvidables anécdotas para repartir y compartir cuando vuelvas, espero que
tu alma y tu cuerpo sean lo suficientemente fuertes, para que vuelvas con
nosotros y tu presencia deje de ser un recuerdo tuyo en casa.
No necesitaba que él me dijera o me pidiera algo, era obvio que después de
semejantes mensajes que le habían enviado sus familiares necesitaba estar
solo por un momento.
Me fui a caminar para dejarlo pensar, para que pudiera llorar solo y estuviera
tranquilo. Me dediqué a recoger guayabas que encontré en un árbol y cuando
pensé que había pasado un tiempo prudente, volví con las guayabas.
-¿Guayabas?–, me preguntó Kike con cara de felicidad cuando me vio volver
con las manos llenas.
-Sí para que cambiemos, tan siquiera por un día, el menú.
-¡No! Yo sé hacer dulce de guayaba-, dijo Kike, mientras comenzaba a mirar
las guayabas-, solo necesitamos agua, azúcar o panela y leche… ¿Sí es
posible?
Si me hubiera pedido diamantes o esmeraldas, no lo hubiera imaginado tan
difícil, pero la leche… incluso había olvidado su sabor.
-Bueno, voy a ver dónde carajos puedo conseguir eso.
De camino al quiosco se me apareció la virgen: Tania. ¿A quién no se le
hubiera ocurrido pensar en ella, para hacer uso de su fascinación por Kike? De
todas formas no era mentira, lo que le iba a pedir era para él. Le conté
rápidamente nuestro propósito y de inmediato se ofreció para cualquier otra
cosa que él quisiera en Navidad.
En menos de diez minutos, ya teníamos cerca al cambucho de Kike: una olla
pequeña, con leche incluida, leña, fósforos, azúcar, panela molida, una botella
de agua y un cuchillo para cortar las guayabas.
Nos entreteníamos buenamente, y sin darnos cuenta, se fueron acercando los
otros secuestrados, para colaborar o simplemente por querer probar algo que
no fuera arroz, agua de panela, yuca y lentejas. El número de comensales fue
creciendo, porque el olor no resultaba ajeno para ninguno; entonces se decidió
que buscáramos más guayabas para que alcanzara para todos.
No fue mucho lo que le tocó a cada uno, pero nadie se quedó sin probar el
dulce, incluso algunos guerrilleros y Tania que le buscaba conversación a Kike
mientras él repartía las raciones de dulce.
-Paisita, pídame algo que quiera comer hoy, yo se lo puedo conseguir-, le dijo
Tania a Kike.
-Cereales, quiero poder comer uno cereales mañana a la media noche-, le dijo
Kike, sin dudar y sin dejar de repartir el dulce a los que se acercaban a la olla.
Después de la fiesta del dulce, de conocer a otros secuestrados que no
conocía, por no haber hablado con ellos, volvimos a quedar Kike y yo solos.
Nos sentíamos reconfortados por el dulce y por el momento de risas que
habíamos acabado de tener; entonces volvimos a sacar el radio y a prenderlo.
El programa tuvo tanta sintonía ese día, que obligó al presentador a continuar
hasta que no quedara ni un solo mensaje por presentar. Las canciones también
eran parte del programa y a petición de las personas. Kike no dejaba de
asombrarse cuando –sobre todo las madres-, se soltaban en un solo llanto ante
el micrófono y no lograban pronunciar una sola palabra, incluso con la ayuda
del propio presentador que les daba ánimos para que se tranquilizaran un
poco. Ni un solo mensaje ni una sola canción dejaron de ser llamativos para
nosotros. Después de un tango, que era de un abuelo para su nieta
secuestrada, el locutor comenzó diciendo:
-En esta fecha tan especial de amor y deseos de paz para todos los nuestros,
también tenemos personas de otras regiones del país, que nos acompañan
con sus mensajes y que hoy han venido hasta acá, para hacerle llegar esas
palabras a sus seres queridos.
- Doña Clara: ¿de dónde viene usted?
-De Jericó Antioquia.
Era mamá. La selva se me hacía tan asfixiante, y a la vez, tan pequeña para
correrla y llegar hasta donde ella estuviera y abrazarla: solamente abrazarla…
-¿Quiénes la acompañan hoy y para quién es su mensaje?-, preguntaba el
presentador, mientras yo seguía sintiendo el corazón latirme desde el
estómago.
-Me acompaña mi esposo, mi sobrino que es como otro hijo, otra persona que
es una sorpresa para Alejandro: Luisa, la novia de mi hijo que es soldado
profesional y para él son los mensajes que queremos enviar…
-Alejo: he ensayado este mensaje muchas veces, para no llorar y porque sé
que detrás de mí hay también muchas madres que quieren beneficiarse con
este programa. Tu papá, Checho y tus abuelos decidieron que tomara la
vocería de la familia con esta carta que te hemos escrito entre todos:
“Ningún día pasa inadvertido sin un recuerdo tuyo, cada momento son palabras
tuyas llenas de todas tus cosas. Hoy, especialmente, te recordamos por las
navidades en las que llorabas porque a los caballos y a los perros de la finca,
el Niño Dios no les había llevado regalos, hasta que tu papá improvisaba
cualquier cosa para que vieras que sí les había llevado comida y en los años
siguientes, hasta que estuviste más grande, también teníamos que ponerles
regalos a los animales.
Tu papá te sigue deseando mucha fuerza y coraje para que llegues hasta
donde lo debas hacer; Checho te desea un pronto regreso y se ahoga en sus
propias palabras cuando habla de ti; los abuelos, por su parte, dicen que todas
sus oraciones están puestas en tu libertad.
Yo solo espero que el ángel de tus palabras vuelva pronto, para saber de ti”.
No tuvo que pasar mucho tiempo para que Kike se diera cuenta de que era mi
mamá la que estaba hablando, mientras que yo intentaba respirar para
mantenerme vivo y con la memoria puesta en las cartas que el Comandante
Julián había llevado, convirtiéndose en un ángel mensajero…
- Señor: ¿Cuál es su nombre?
-Antonio Morales-, recordaba esa voz, pero…
-¿Es usted amigo del soldado Alejandro Uribe Jaramillo?-, le preguntó el
presentador.
-No, señor. Yo lo conocí un día que lo llevé en mi taxi desde Medellín hasta
Jericó, además también sufrí por un hijo que estuvo secuestrado y la guerrilla
después lo asesinó.
-¿Y cuál es su mensaje hoy para Alejandro?-, le preguntó, nuevamente, el
presentador, con voz de asombro por el testimonio que acababa de dar don
Antonio. Después de haber dicho su nombre lo recordé inmediatamente con
lujo de detalles del día que me llevó hasta la casa.
-Mi mensaje para todos los secuestrados y especialmente para Alejandro: no
desfallecer en esta prueba, que cada latido de tu corazón siga siendo una
señal que te recuerde que debes volver con tu familia. Dios se encargará de
llenarte de fuerza para esta experiencia tan dura que tú y tu familia deben
afrontar. Ánimo, Alejandro: ¡coraje!
-Bueno, ya para terminar con los mensajes de la familia Uribe Jaramillo,
tenemos a Luisa: la novia del soldado Alejandro.
No podía soportar más, comenzaba a sentir lo mismo que me decía Luisa en
su carta: un llanto por dentro que es mucho más fuerte y doloroso que el que
sale por los ojos. Me di vuelta porque el aire comenzaba a hacerme falta, y tan
pronto comencé a escuchar la voz de Luisa apretaba con todas mis fuerzas las
hojas, la hierba y la tierra que se salía por entre los dedos…
-Alejito: ojalá estés escuchando estos mensajes-, y yo apretando la tierra con
las manos. -Hoy quiero leerte un escrito que encontré y que describe, de
alguna forma, las largas horas en las que me siento a esperarte o a
recordarte…
DESTINO
Destino: ¿Me hablas?
A veces perdido, a veces de terciopelo, otras tantas en gamuza, a veces no te
manifiestas...
Entonces, qué quieres que yo te responda... ¿Ah?
Pareces el péndulo de la indecisión entre lo trivial y lo mortal o quizá entre lo
bueno y lo malo, pero qué sabes vos de esto.
Simplemente te descargas de tal forma que me cuesta trabajo quedar de pie...
¡MÍRATE!
¿Estás feliz?
... no lo creo, estás capacitado para dármelo, pero nunca podrás sentirlo.
Hoy mi reloj marca más horas que antes y vos, destino tedioso y patético, ni te
inmutas.
-Vuelve Alejandro, vuelve pronto…
-Muy emotivo el escrito de Luisa para su novio Alejandro-, señalaba el
presentador, -y donde sea que se encuentre, en este momento, ojalá siga
recibiendo estos mensajes. Para Alejandro, de parte de su familia y su novia
es la siguiente canción: “Sé que volverás”, de Julio Iglesias.
Nunca llegué a sentir tanto cansancio y tanta tristeza que se reflejaran en dolor
físico; era como tener el cuerpo lleno de plomo por dentro, me pesaba
montones para intentar pararme de ese lugar e ir y echarme sobre mis
costales, y Kike lo único que me decía era:
-Tranquilo, Uribe; tranquilo, viejo, que de esta salimos, además, como dice mi
abuela: “no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista”. Aunque con
esta gente nunca se sabe…
La canción aún estaba sonando, pero como pude, me levanté y me fui a tirarme
en mis costales. Le había prometido a Kike compartir con él la caja de cereales
a la media noche, pero no lo hice y los días siguientes solo me levanté para lo
necesario.
Así pasaron todos estos días después de los mensajes de Navidad por radio.
Pasé con el Comandante cerca al cambucho de Kike y lo saludé rápidamente;
sin embargo, no ocultó su extrañeza por verme de nuevo fuera del hotel y
caminando al lado del Comandante Julián.
De hotel al quiosco no hay mucha distancia, pero tantos días de abandono
continuo también adormecieron los músculos y cuando llegamos al quiosco me
sentía cansado.
Como ese día cuando el Comandante Julián me contó toda su historia, hoy
también nos sentamos para que me contara sobre muchas cosas que estaban
pasando en el país y que yo desconocía totalmente.
-Alejandro, tengo que contarle varias cosas que han pasado, entre esas, la que
pasó ayer, pero antes quiero que hablemos un poco de usted. Me han dicho
que ya no sale del hotel y que solo se levanta para comer. Si usted quiere
matarse algún día, hágalo, pero no aquí-, dijo el Comandante, de pronto,
cambiando la idea de los primero que quería decir. -No quiero sentir que me
estoy equivocando ayudándolo a usted.
”Cambiando de tema y retomando lo primero que quería decirle debo contarle
que ayer el ELN secuestró un avión de Avianca en pleno vuelo y lo hicieron
aterrizar después en Simití. ¿Sabe dónde queda eso?”
No tenía ni la menor idea de dónde pudiera quedar un pueblo o alguna región
con ese nombre.
-No lo sé, Comandante. ¿Dónde queda eso?-, le respondí.
-Es una zona cenagosa al sur de Bolívar-, me indicó.
Destapaba un termo con café, para continuar con todo lo que necesitaba
contarme. El olor del café lo había olvidado totalmente, al igual que su sabor,
entonces cambiando el antiguo rito de ver tomar al Comandante su café
mientras hablábamos en el quiosco decidí pedirle café:
-Comandante…
-¿Sí, Alejandro?
-¿Me regala un poco de café?-. Tímidamente se lo pedí, porque había perdido
la costumbre de hablar con él, -es que el sabor del agua de panela ya me tiene
cansado.
-¡Claro, hombre! Traiga su tazón y le sirvo un poco.
-Comandante…
-¿Y ahora qué, Alejandro?
-Quisiera llevarle también un poco de café a una persona que me dio dulce de
guayaba en Navidad.
-Pues dígale a esa persona que venga hasta acá. ¿Quién es?-, preguntó
haciendo pausa entre un sorbo y el siguiente.
-Es un civil, pero no puede venir acá porque aún está encadenado al árbol.
-Ya sé de quién me habla, Alejandro. Lo primero que hice al volver al
campamento fue dar la orden de que lo soltaran, pero Peque me dijo que era
orden del Indio de no soltarlo. El Indio recibe órdenes directas del Secretariado,
y fue el encargado de traerlos a ustedes acá desde Mitú y aunque yo sea el
Comandante de este campamento no puedo desautorizar la orden de ese tipo-.
Lo decía como quien tuviera una deuda pendiente con él. -Vaya por su tazón
Alejandro, y cuando vuelva le cuento del avión, y después veremos qué hago
con su amigo.
Bajé al hotel y busqué mi tazón. De regreso al quiosco, cuando pasé frente al
cambucho de Kike, éste me preguntó:
-¿Uribe y ese milagro? ¿Por qué caminando tan rápido?
-Más tarde le cuento-, le dije sin detenerme.
El Comandante Julián seguía tomando su café y mirando desde el quiosco el
resto del campamento. Me sirvió el café, y era para mí como volver a estar en
alguna de las cafeterías de Jericó mirando los turistas y la gente que caminaba
por el parque, mientras Luisa y yo nos tomábamos un tinto.
-Alejandro: el secuestro que acaba de hacer el ELN representa muchas cosas
¿Tiene usted alguna idea de lo que todo eso representa?
-¡No!- Pero me decía a mí mismo: -“nunca saldrás vivo de este mierdero,
Alejandro, si la guerrilla ya es capaz de secuestrar un avión y hacerlo aterrizar
en la selva, es porque este Gobierno ya no sirve para un culo… ¡Qué más da!
Comienzo a entender la rabia y la impotencia de Luisa”-.
-Representa muchas cosas, Alejandro, más de lo que usted se puede llegar a
imaginar. Representa que el Gobierno tendrá otro asunto más para explicar
ante la opinión pública: el de una negociación que se debe realizar por las
personas que estaban en el avión. Por tal motivo ustedes, por ser simples
soldados, pueden llegar a pasar más tiempo aquí del que, incluso yo mismo,
me imaginaba.
Habíamos terminado el café, seguíamos en la mesa: el Comandante Julián
mirando el campamento, y yo mirándolo a él.
-En cuanto a su nuevo amigo…-, se pasó las dos manos por la cara como seña
de cansancio y de un poco de dolor de su convalecencia. -Por él están
pidiendo doscientos millones de pesos a su familia, con la plena seguridad de
que el Gobierno no hará nada porque es un secuestro extorsivo y hasta que no
paguen por él, no lo dejarán libre. Eso se lo aseguro; yo los conozco.
Ni una palabra de esto con él, Alejandro, no quiero problemas con el Indio ni
con nadie de los que están acá, ya tengo bastante con esta jodida peritonitis
que me dio.
-Entiendo, Comandante.
-Venga, vamos a llevarle café a… ¿Cómo se llama?-, preguntó el Comandante
mientras se levantaba de la silla para ir hasta el cambucho de Kike.
-No sé cuál es su nombre exacto, pero le decimos Kike-, respondí.
-Por último, Alejandro, debo viajar mañana para Bogotá para que me hagan
unos análisis de sangre; no tendré tiempo de verme con su familia, pero si
tiene cartas démelas y yo las envío por correo.
Hubiera querido tener más cartas o más cosas por contarles, pero es esto todo
lo que ha pasado desde la Navidad.
Los recuerdo y los quiero mucho,
Alejandro.
Luisa:
Tu cuaderno fue lo que yo más anhelé cuando estaba lleno de palabras y de
suspiros que no tenían más imagen que tu nombre y tu cara con ese pelo
negro y largo, pero no quiero que pienses que ya no siento las mismas cosas;
simplemente que esta selva duerme todo y acaba hasta con las fuerzas de
sostener un lapicero.
Lo que me leíste en Navidad lo escribí, tal cual como lo recuerdo; si hay algo
que hubiera pasado por alto te pido que me lo rectifiques y lo escribas de
nuevo en este cuaderno, que compraste solo para nosotros, pero que no deja
de intimidarme con tu primera carta. Hoy quiero darte el último de mis escritos
que tenía en la pequeña bolsa, antes de que el Comandante Julián parta de
nuevo para Bogotá; no es un escrito tan profundo y especial como el tuyo, pero
es una muestra de lo que quiero ofrecerte para cuando regrese, porque sigues
siendo mi principal razón para mantenerme vivo.
DE: MI VOZ
PARA: VOS.
El lenguaje es y será siempre una impresionante forma de enamorar, pero
nunca una pasión podrá sujetar con todas sus formas de hablar, ni mucho
menos logrará poderla expresar...
DE MI VOZ, surgieron y surgirán preguntas llenas de fingido sentido común,
para poder instaurarme en tu vida habitual.
PARA VOS, un nuevo formato de diminutas e incoherentes posibilidades de
responder.
DE MI VOZ, todo lo que quieras escuchar.
PARA VOS, palabras sin cartas ni distancias.
DE MI VOZ, vocablos sin razón.
PARA VOS, una súplica sin cansancio ni temor.
DE MI VOZ, compromiso incondicional, para conseguir nuestro pan y techo
material.
PARA VOS, innumerables formas de reposar.
DE MI VOZ, lapsus lingüísticos que delaten todas mis frases de amor.
PARA VOS, todas mis actuaciones al amar.
DE MI VOZ, disculpas que no puedo cambiar.
PARA VOS, nuevas vivencias carentes de tiempo para decir adiós.
DE MI VOZ, todo lo que soy.
PARA VOS, yo, mi sangre, y todo este amor.
Te amo mucho: Alejito.
10. UN ADIÓS Y UN LIMBO DE TIEMPO
Han pasado ya muchos días y el Comandante Julián no regresa, pero de todas
formas la vida y la rutina vuelven a ser las mismas de antes: leer la Biblia,
releer las cartas y escribir. Lo único que cambió la rutina, pero que me dejó
muy triste, fue la partida de Kike…
Un lunes por la mañana estábamos desayunando: Kike, Tania y yo.
Escuchábamos las noticias y los resultados de los partidos del domingo. Tania
y Kike entablaron una buena amistad, pero sin ningún tipo de romances,
porque Kike siempre le decía que él no estaba de acuerdo con las cosas que
ellos hacían y le sugería que se saliera de la guerrilla, que él y su familia le
ayudarían para que trabajara y estudiara, porque la vida en la guerrilla no solo
acabaría con sus ideales de ser profesora, sino que cuando menos lo supiera
estaría vieja y esa misma guerrilla a la que le entregó su juventud la dejaría o
la mataría cuando ella ya no le sirviera más. Ella le llegó a prometer que se
escaparía en un año, si él le daba la palabra de ayudarla, y así llegaron a
intercambiar promesas de ayuda dos personas que el destino nunca hubiera
juntado ni por equivocación, si a Kike no lo hubieran secuestrado y llevado al
campamento. Después de escucharlos darse la palabra, me di cuenta de que el
destino nunca se equivoca, aunque en sus hilos nos enredemos y nos
atormentemos infinidad de veces con la misma pregunta a todo: ¿Por qué?
¿Por qué? ¿Y por qué…?
Las noticias seguían como cualquier lunes: política, fútbol, orden público y
farándula, hasta que llegó Peque y se dirigió a Kike:
-Joven: aliste sus cosas que se va esta semana-. Como si fuera un orden, así
lo dijo.
Me llené de felicidad, por fin alguno de los que estábamos aquí saldría de esta
selva. Lo abracé pensando que era cierto lo que él repetía de su abuela: “no
hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista”. Pero habíamos olvidado a
alguien: Tania. Ella siempre respetó las ideas de Kike y fue consciente del mal
que se le hace a una persona cuando está secuestrada; a ella le dolía el verlo
en esas condiciones porque sí lo quería mucho. Sus ojos estaban inundados y
apretaba con fuerza el tazón de agua de panela, para que el llanto no se le
desbordara ni la delatara ante las otras personas que se iban acercando para
abrazar a Kike y para comenzar a darle mensajes que querían que él llevara al
momento de estar libre. Entre abrazos y razones, no nos dimos cuenta en qué
momento Tania se había ido del cambucho.
-Uribe, aproveche usted también y deme cualquier carta que quiera enviarle a
su familia, yo no tengo ningún problema en llevarla-.
Sus palabras me tomaban por sorpresa; para mí no existía otro mensajero que
no fuera el Comandante Julián, pero ante la oportunidad que nuevamente se
me presentaba, no lo pensé dos veces y acepté. Kike no es un guerrillero
arrepentido de sus ideales como el Comandante Julián. Él es otro secuestrado
que ha vivido en carne propia este infame flagelo. Me moría de ganas por
decirle que si estaba libre no era por generosidad de la guerrilla, sino porque su
familia debió mover cielo y tierra para conseguir el dinero.
El resto del día fue una eternidad esperando, sentados al lado de árbol, que
llegaran por él para comenzar el camino a su libertad, hasta que en la tarde
Kike se animó a decir:
-Ya no será hoy, yo creo que es mañana.
-Sí, ya está muy tarde-, le respondí, mientras me decía a mí mismo: “Tan
insoportable es el primer día, como lo debe ser el día en el que por fin le digan
a uno que es libre”. No dejaba de causarme rabia este pensamiento, porque
ellos en ningún momento son los dueños de la libertad de nadie, ni de sus
vidas, pero las circunstancias parecieran jugar a su favor y, además, es como
si les tuviéramos que agradecer por dejarnos en libertad.
Me fui a dormir al hotel, aunque no llegué a pegar el ojo hasta bien entrada la
madrugada. Pensaba en el recibimiento por parte de su familia y de sus
amigos, en lo feliz y agradable que debe ser abrazar a una persona después de
pasar por todo esto y después, como por anhelo del cuerpo, me imaginé todas
las cosas ricas que podría comer y lo bueno que sería volver a estar en una
cama y no en un cambucho con costales, plástico y ramas de árbol. Así me
quedé dormido: pensando en comida.
El martes me levanté, recogí mis cosas y sin pensarlo siquiera, me fui directo al
cambucho de Kike, para saber cuándo sería su liberación. Llegué y él ya
estaba sentado con su tazón de agua de panela y el radio prendido.
-No dormí nada-, me dijo.
-Yo tampoco-, le respondí.
Las dudas frente a lo que dijo Peque empezaron a surgir; comenzábamos a
pensar que tal vez Peque se equivocó y que el liberado no fuera Kike, sino otra
persona, pero las dudas no llegaron a durar mucho, sólo hasta que llegó Tania.
No apareció como de costumbre con su uniforme y su fusil, ni el cabello dentro
de la gorra; venía con sandalias, un vestido blanco de tela muy delgada que
dejaba apreciar sus atributos e incluso parte de su ropa interior y que, además,
resaltaba muy bien con su color de piel; el cabello lo traía suelto con ondas que
le llegaban hasta la mitad de la espalda y la cara con un maquillaje sutil que
lograba resaltar unos ojos negros y vivos que la sombra de la gorra nunca deja
ver muy bien; lo que más me impactó fue ver aflorar tanta feminidad que no
pensé que estuviera detrás de un uniforme y un fusil. Los silbidos se
escuchaban por todo el campamento, soldados, guerrilleros e incluso alguno de
los otros secuestrados no fueron ajenos al desfile de Tania dirigiéndose al
cambucho de Kike y llevando algo entre sus manos.
-Yo creo que estoy de más acá-, dije cuando llegó Tania y se quedó parada
frente a nosotros.
-¡No!-, me respondieron los dos al mismo tiempo.
-Paisa, usted siempre llevó mis razones, entonces no hay nada que no sepa-,
me dijo Tania sin dejar de mirar a Kike. -Kike y esto es para usted, porque en
media hora vienen a recogerlo-. Le entregó una carta y un muñeco hecho en
madera y tallado por ella misma.
Kike recibió las cosas y las metió dentro de una bolsa donde tenía sus pocas
pertenencias. Estaba feliz porque esa noche o la siguiente volvería a comer
pizza; sin embargo, no dejaba de sentirse mal por saber que en las mismas
condiciones en las que él estuvo ocho meses, muchos debíamos continuar;
además, le incomodaban los sentimientos que Tania le manifestó hasta el
último momento. Para Kike estaba muy claro que la quería y apreciaba todo lo
que ella había hecho por él en el campamento, que la ayudaría si ella cumplía
con su parte del pacto, pero él tenía presente que no podía retribuirle el mismo
afecto de la forma que ella lo hubiera deseado.
-¿Tania…?- dijo Kike, descargando todo en el suelo, para concentrarse en lo
que pretendía decirle a ella.
-¿Sí, paisita?-, pero de inmediato corrigió para sentirse más familiarizada con
la persona que le ayudaría si ella cumplía con su parte. -Perdón: Kike.
-Tania… -, Kike tomó aire para comenzar a hablar y despedirse de ella, y para
mí esto iba para largo, -yo la estimo mucho por todo lo que usted ha hecho por
mí en este lugar: desde el radio y las pilas que me consiguió cada vez que
necesitaba, hasta los cereales que me dio en Navidad, pero yo he sido claro
con usted: no puedo sentir lo mismo, porque extraño demasiado mi familia, mis
cosas y mi mundo. Mis sentimientos y mis fuerzas estuvieron todo el tiempo
desando mi regreso… La quiero mucho y la tendré siempre muy presente y, si
usted cumple con su parte, yo le doy mi palabra que cumpliré con la mía y la
ayudaré a rehacer su vida. Después… ya veremos qué puede ocurrir, pero por
el momento, quiero que me entienda que lo que más deseo en este momento y
desde que llegué acá, es volver a abrazar a toda mi familia.
Tania había agachado la cabeza y, aunque su abundante cabellera no dejara
ver su cara, era obvio que lloraba. Lloraba por lo que le decía Kike que le
puede doler a cualquier enamorado rechazado o por la diferencia de vidas
entre ellos o porque verdaderamente lo amaba y lo extrañaría demasiado. Las
manos le temblaban sin saber dónde ocultarlas; era como si sintiera vergüenza
propia de vestirse como nunca para escuchar palabras que no eran fuertes,
-desde otros puntos de vista-, pero que eran muy sinceras y que todo eso que
ella planeó para esa mañana no hubiera valido la pena.
Kike, sin dudar, al ver que a Tania solo le provocaba que la tierra se abriera en
un enorme hueco para llevársela, le tomó las manos para que no se sintiera
decepcionada y después la abrazó. Tania se veía perdida ante los enormes
brazos de Kike, pero creo que por primera vez, en su vida, alguien la abrazaba
sinceramente y con mucho afecto, mientras ella se despedía y continuaba
diciéndole cosas.
Los silbidos, los aplausos y los gritos de todo el mundo nos volvieron a forzar
una risa y lograron evitarnos más lágrimas. Por último, cuando llegaron por
Kike, Tania le pidió las llaves del candado y de la cadena al guerrillero que las
tenía y ella misma se encargó de soltarlo. Era la primera vez que lo veía sin el
candado y la cadena para irse del todo.
-¿Tania…? ¿Puedo dejarle el radio a Uribe?
-¡Claro que sí! Y le daré pilas las veces que necesite-, respondió ella.
Cuando por fin tuvimos que despedirnos, le entregué las cartas y nos
abrazamos y me dijo:
-No deje de escuchar los mensajes, Uribe, porque le estaré enviando las veces
que sea posible, pero estoy seguro de que nosotros nos vemos pronto.
Dio vuelta y se fue con los guerrilleros que lo acompañarían, mientras Tania,
los demás secuestrados y yo nos quedábamos diciéndole adiós con las manos.
Diez minutos después todo era lo mismo: cuerpos en este lugar y
pensamientos en otras partes. Así fue el día que Kike estuvo por última vez en
el campamento.
Los días volvieron a ser los mismos para mí: releer cartas, escribir y buscar en
la Biblia algún capítulo, historia u hoja que ya no hubiera leído. Acostumbré el
antiguo cambucho de Kike como mi lugar, no por nostalgia, sino porque ya
conocía el lugar exacto donde la señal del radio llegaba sin silbidos ni
interrupciones, y las veces que Tania, nuevamente uniformada, pasaba cerca
me preguntaba lo mismo:
- ¿Algún mensaje de Kike?
-No, ninguno.
Era obvio que Kike debía estar con los suyos compartiendo todas las historias
e intentando recuperar el tiempo perdido. Pensar en él y esperar sus mensajes
por radio me traía a la memoria una historia que escuché en el último año de
colegio en clase de Filosofía: el mito de la caverna de Platón.
Era una historia, según lo que recuerdo de la clase, donde, en una caverna sin
luz, los hombres llevaban cadenas al cuello y en los pies, y no podían girar la
cabeza y las figuras que se veían de lejos carecían de forma exacta y de
nitidez, hasta que una persona del exterior decide llevar a un cavernícola al
exterior. Sus reacciones a la luz y a los colores eran de físico miedo, incluso
intentando refugiarse en sombras para no quedar ciego y deseando matar a
quien lo sacó para volver con los suyos a la caverna. Cuando, por fin, comienza
a habituarse a todas esas nuevas cosas, a ver que hay colores y bellaza en el
exterior y que, además, es bien recibido por las otras personas, quiere que
todos los que están dentro de la caverna vean y descubran lo mismo que él,
pero después, extasiado por todas esas nuevas cosas, se olvida por completo
de los que aún quedan en la caverna…
Creo que al igual que ese mito, fue lo que le pasó a Kike, además: ¿quién va a
querer recordar este mierdero?
Solo unas semanas después, mientras escuchaba hablar en el programa,
donde escucho los mensajes, sobre una nueva prórroga para la zona de
distensión con todos los aspectos positivos y negativos de la decisión, fue
cuando recibí el primer mensaje de Kike:
-Esta noche tenemos un mensaje muy especial-, indicaba el presentador,
-porque es alguien que viene de estar secuestrado por ocho meses y quiere
compartir con nosotros su testimonio. No diremos su nombre, por cuestiones
obvias de seguridad, pero quienes estuvieron con él y nos estén escuchando
en este momento no necesitarán saberlo.
-Mi mensaje, inicialmente, es para el soldado Alejandro Uribe y para Tania: he
entregados tus mensajes Alejandro, tu familia te sigue esperando. Yo sé que
estar allá es muy duro, pero hay que conservar las esperanzas. A Tania, si no
está escuchando, dile que gracias por hacer más llevadera la situación y que
mi palabra sigue en pie, al igual que el muñeco. Para los demás secuestrados,
también les aconsejo no perder las esperanzas.
Su voz era ya más alegre y más fuerte, y me alegraba escucharlo e imaginarlo
con mejor semblante, me sentía bien por él, por saber que nuevamente
disfrutaba de todas esas cosas que hablábamos e imaginábamos al momento
de volver a estar libres. La mañana siguiente, inmediatamente vi a Tania, le
conté todo lo que había dicho Kike y la parte en la que él le agradecía por todo
y hablaba del muñeco como símbolo del pacto de ellos. Se puso muy contenta,
decía que se alegraba mucho por él, que lo extrañaba mucho, aunque hubiera
sido tan indiferente todo el tiempo, pero que ella lo entendía.
****
Muchos días han pasado con el mismo tedio y pesadez de siempre, lo más
extraño es que el Comandante Julián lleva cuatro meses sin venir y Peque no
sabe qué pasó con él. Al principio imaginaba al Comandante Julián en su casa
o en alguna clínica, sometido a todos esos exámenes que necesitaba para
mejorarse, pero después de tanto tiempo y tanto silencio, las cosas dejaron de
gustarme. El tiempo parece burlarse de todos nosotros en este lugar, es como
si se hubiera acumulado bruscamente en un solo día de varias noches, y
pronto…
Pronto estamos por cumplir un año en estas condiciones. ¿Quién lo creyera…?
En este momento pienso en Luisa recibiendo el cuaderno; aunque este último
dudé en entregarlo y solo quería enviar la hoja en la que le respondí a su
mensaje de Navidad por radio, pero como el pacto es escribirnos en el
cuaderno, las veces que sea posible, entonces lo mandé con el Comandante.
Esta noche es especial, quizá, la más especial de todas, desde que estoy acá
porque acabo de escuchar, por radio, un mensaje que me dejó…
No llegaría a identificar lo que siento en este momento, ni mucho menos lo que
debe estar sintiendo Tania.
Oíamos los mensajes, ya sin problemas de sensaciones por las canciones o
por los mensajes a terceros, había aprendido a escucharlos sin exaltarme ni
ponerme melancólico, ya solo esperaba los que fueran para mí, y si no había
me dormía sin problema después.
-Tenemos esta noche, entre los mensajes que los familiares han hecho llegar a
la emisora, una grabación para el soldado Alejandro Uribe Jaramillo.
Escuchemos-, dijo el presentador y todo esto se me hizo muy extraño, porque
era la primera vez que alguien me enviaba un mensaje grabado.
-Alejandro: soy la hermana de Kike, debo decirte que él desde hace ya algunos
días no se encuentra con nosotros…-. Ni Tania ni yo entendíamos bien de qué
hablaba su hermana, -recuerdo el día que llegó y se bajó del carro, creo que
fue el momento más feliz de mi vida y de mi familia, tengo en mi mente el
recuerdo de una mirada como perdida, su voz quebrada y a pesar de ser un
hombre muy alto, se veía indefenso y débil como un perrito callejero. Ese fue
mi pensamiento el día que lo volví a ver después de sufrir lo más triste que
pueda vivir un ser humano…
“… Habló muchas veces de ti y de un compromiso que adquirió con otra
persona en medio de la situación en la que estuvo. Él ahora está muerto, pero
yo estoy tranquila, y aunque lo extraño mucho sé que donde está nada malo le
está pasando, no tiene un arma en la cabeza todo el tiempo, ni esta amarrado
como un animal a un árbol. Está muerto sí, pero no secuestrado y eso es
peor”.
Afortunadamente ya estaba de noche y no había problema en que dos
desgraciados como nosotros nos pusiéramos a llorar, de nuevo, sin pena ni
temor de ser vistos, y en medio de los suspiros Tania llegó a decirme:
-¿Vio, Uribe, sí vio? Cuando uno nace para ser perro tiene que aprender a
revolcarse en la mierda aunque no le guste…le juro, Uribe, que yo estaba
planeando todo para irme de aquí.
-Tania, no deje de planear su futuro, usted sabe que yo sólo tengo cabeza, en
este lugar, para mi familia y mi novia; lo que le prometió Kike yo se lo sostengo
y estoy seguro de que mi familia también.
Tania estaba cansada, cansada del día y de la vida que le había tocado;
cansada, además, de querer hacer un último esfuerzo en su vida por ser
alguien y ver que la mano que le había ofrecido esa ayuda con el único abrazo
sincero de un hombre en su vida había desaparecido. Casi exhausta, se
levantó con mucha agilidad, para acercarse y sentarse a mi lado, sin tener que
hablar tan fuerte mientras en la emisora seguían transmitiendo mensajes.
-¿Verdad, Uribe, usted también me lo promete?- para eso se acercó: para
confrontarme con lo último que yo le había dicho.
-Le doy mi palabra Tania-. Le respondí mirando esos mismos ojos negros que
yo tanto extraño.
-¿Y si a usted también le llega a pasar algo?
-Hagamos algo Tania: yo le daré la dirección de mi casa y el número de
teléfono, con eso, el día que usted se decida a cambiar su vida ya sabe dónde
puede llegar, con esta nota, aun si yo tampoco estoy.
Saqué el primer cuaderno que me regaló el Comandante Julián, arranqué una
hoja y le escribí los datos y al final una nota: “Para la reina del despeje: mujer
de ojos negros y vivos, enamorada de su vida, sus sueños y de Kike, que hoy
está más libre que todos nosotros”. Cuando le entregué la hoja la leyó y
efusivamente me agradeció con un fuerte abrazo, después guardó el papel en
el pantalón prometiéndome que cumpliría.
Por eso esta noche, en medio de estos costales, es especial: se le devolvió la
esperanza a Tania que la vio perdida por un instante, y porque Kike, hoy donde
esté, es el espíritu más libre del mundo.
Ya no importa lo que pase o deje de pasar en este lugar, pero no quiero volver
a escribir mientras no sea verdaderamente importante…
Alejandro.
11. ELOGIO AL SILENCIO
Tanto tiempo ha pasado, que había olvidado lo único que escribí en la noche
del cambio de milenio y solo hasta hoy lo vuelvo a leer…
ELOGIO AL SILENCIO.
Hoy en noche inmemorable para toda la humanidad, solo me das muestras de
tu admirable inmensidad y que solo este encierro puedes auscultar. Te busqué,
aun cuando la compañía de mi vida era una instancia perfecta, lejos de este
mal…
Sos un silencio encantador y mediador de aquellas fuerzas que por instantes
pierdo, creyendo que te encontraré en la meta de aquel fin.
Me devolviste mis palabras, te convertiste en mi testigo que vigila mis hojas,
mis cartas, mis palabras y esta libre razón...
Hoy, en esta noche, cuando del mil pasamos al dos mil, hago un pequeño
elogio a tu dedicación, que en esos días me ayudaste a escribir, pero que
nunca te logro escuchar.
Diciembre 31-1999
Alejandro.
****
Lo leí porque hoy he vuelto a escribir. Esta tarde mientras miraba unos pájaros
pelear por comida…
Sin desearlo, sin anhelarlo, y cuando ya lo daba por olvidado, y casi después
de un año, volvió el Comandante. Me sentía frustrado de mi situación, no me
quiero volver a ilusionar ni a vivir la libertad por medio de sus palabras, yo solo
quiero regresar. Soy el único que queda de la tropa en este lugar. A Arango, el
Comandante Pérez, Bustamante y Gil, se los llevaron hace más de nueves
meses y no sé dónde puedan estar.
Parezco otra persona cuando me miro en el reflejo del agua y encuentro un
cadáver con ojos perdidos, el pelo largo con mechones blancos como los de un
Cristo, mejillas pálidas que cuelgan de dos protuberantes pómulos, y cuando
sonrío es como una mueca de mentira. Me siento con diez años más, siento
que ya no tengo ni salud ni juventud.
Todo este tiempo lo puedo simplificar en la misma y tediosa rutina: abrir los
ojos, desayunar, esperar el medio día, almorzar, ya ni los mensajes ni las
noticias puedo escuchar porque a Tania también la cambiaron de campamento,
además, la humedad de este lugar acabó por completo con el radio. No me
explico cómo no me mató también la humedad, cuando me dio paludismo.
Después, en la noche, vuelvo a los costales.
Por eso, cuando nuevamente lo vi, me dio rabia, se me avivaron todas las
frustraciones y las impotencias: su cuerpo fortalecido, totalmente aliviado y con
plena lucidez de sus movimientos y sus pensamientos, algo de lo que yo
desearía una mínima parte para poder sostener mis ideas y el lapicero, porque
después del paludismo me cuesta tres veces más poder hacer cualquier cosa,
incluso concentrarme en una idea o en un recuerdo.
Pasé días enteros con fiebres, dolores de cabeza, dolores en la espalda
mezclados con ardor y vomitaba hasta el agua, pero solo hasta que me vieron
delirar por la fiebre, mandaron traer, con el Indio, un enfermero de tropa que
está secuestrado en otro campamento. Cuando llegó me desvistió, pidió que
me dieran ropa seca, mientras él me bañaba, con agua fría, para bajar la
fiebre. El contacto con el agua me desvaneció hasta que desperté vestido y
escuchaba al enfermero decirle al Indio:
-Se le debe suministrar la medicina, si no se le puede desarrollar una malaria.
-Solo tres dosis, hay guerrilleros más enfermos y que me importan más que
este marica- respondió el Indio y después murmuró: -me importa un culo si se
muere.
Por fortuna y por no darle gusto al Indio me alivié. Todos esos días de
sufrimiento y soledades volvieron a mi memoria con la misma envidia que
respiraba por ver al Comandante regresar, como si solo hiciera unas horas que
se hubiera ido.
- ¿Soldado, sabe usted dónde está…?-, mientras yo continuaba, recostado a
un tronco, viendo la pelea de pájaros. Ya lo había visto subir caminado y por
eso tuve tiempo de acordarme de todas esas cosas y de sentir, por primera vez
en mi vida, envidia de ver a alguien con mejor semblante que el mío. Tan
pronto giré la cabeza para que me viera y me reconociera no tuvo más que
decir:
-¡Mierda!, Alejandro, ¿qué le pasó?-. Le costó mucho trabajo reconocer ese
cadáver, incluso, creo que me reconoció fue por la mochila que él me trajo la
primera vez.
-Lo mismo que le puede pasar a cualquiera que come, vive y duerme en la
mierda: ¡Enfermarse!-. Me levanté con la misma rabia que peleaban los pájaros
y le agregué más preguntas a mi rabia, mejor dicho, a mi envidia; -mire un
poco a su alrededor y dígame: ¿qué ve?, ¿qué mierda ve en este lugar?, ¿su
jodida y estéril revolución, que no son más que una manada de
narcotraficantes, haciéndole creer al mundo otro cuento?
Era más de lo que mi estado de salud me permitía ante semejante explosión
física, que no era más que mi impotencia, mi silencio y el desespero por verme
aún encerrado. Tuve que volver a sentarme en el tronco, mientras el
Comandante Julián, con sus gestos, no dejaba sentir culpa por las cosas que le
había dicho, pero que él mismo sabía y reconocía que eran ciertas. O quizá lo
que sentía era lástima por mí, por ese estado deplorable que ya no se parece
al del soldado Uribe que le dijo la primera vez: “… si usted quiere puede
subirse a orinar desde el árbol, sin tener que pedirme permiso”, al soldado
Uribe que cargaba el agua en la construcción del hotel, y lejos, muy lejos, como
un recuerdo, -que ya dudo que sea mío-, como el hombre que esperaba
ansiosamente, una noche frente al espejo, a su novia.
Los pájaros ya no estaban, ya no tenía dónde más mirar, y el Comandante
Julián continuaba esperando que yo volviera a decir algo más, pero ¿qué más
quería él escuchar, o qué más hubiera podido decirle? Entonces, solo me di
vuelta para volverlo a mirar.
-Esto es para usted, Alejandro-. De nuevo me entregó cartas, pero…
-¿Y el cuaderno de cuero que yo le di, dónde está?
-A mí no me pregunte por su jodido cuaderno, porque yo aunque no hubiera
estado aquí, no he dejado de intentar ayudarlo de alguna forma-. Me entregó
los sobres y se fue.
Con los dos sobres en las manos, y sin respuestas del cuaderno de Luisa, me
quedé sentado en el tronco. Después, sin mirar el nombre que tenía escrito
cada uno, abrí el primero al azar. Era el de Luisa.
****
Alejandro.
Te siento alejado. No es necesario tenerte de frente para saber cómo estás,
incluso con el tiempo, y las pocas cartas, he logrado identificar tus estados de
ánimo: en las primeras nos contabas con muchos detalles todo, absolutamente
todo y en estas últimas cartas que hemos recibido es como si tuviéramos que
buscar al verdadero Alejandro detrás de todas las palabras. Cuando leí tu
carta, pensé que ya vives más para contar las historias de las otras personas
en el campamento que tu propia historia. ¿Imaginación mía? Solo lo debes
saber tú.
El escrito que yo te leí en Navidad es el mismo que escribiste, no hay ninguna
palabra que hubieras olvidado al momento de escribirlo. ¿Te gustó? Cuando lo
encontré me pareció muy apropiado para describir exactamente lo que se
piensa y se siente mirando un reloj y esperando el regreso de alguien, es como
si fuera una broma del destino o como si el tiempo se burlara a cada minuto,
pero lo más cierto es en la última parte donde dice: “… y vos destino tedioso y
patético ni te inmutas”.
Tu descripción de ese momento nos arrancó lagrimas a todos, porque nos
hiciste vivir tu asfixiante impotencia en ese lugar, y después tu mamá dijo: “es
una tortura hacerle esto con los mensajes, ya es suficiente con las cartas”.
Es increíble, para mí, y para todos nosotros, ver que las personas que
estuvieron secuestradas en el avión de Avianca ya están libres, aunque en las
noticias dijeron que uno de ellos murió en cautiverio, pero ya todos, después
de casi un año, están libres. Te lo cuento, porque, según tus cartas, la última
vez que hablaste con el Comandante él te lo contaba como el hecho más
reciente, pero para ellos esa pesadilla ya pasó. En cambio en tu lugar y en el
de nosotros es como si el mundo hubiera decidido no volver a girar.
Las últimas cartas que enviaste las recibimos por correo, con una nota del
Comandante donde decía: “Mi situación de salud es delicada en este
momento; sin embargo, les hago llegar, por correo, cartas de Alejandro”.
Tu mamá había guardado el número de la casa de él en Bogotá, y tan pronto
supo lo llamó para darle las gracias. Él le dijo que no estaría mucho tiempo,
pero después, mientras le hacían los exámenes de sangre, sufrió una
pancreatitis y fue cuando pude viajar, para entregarle las cartas de tus padres y
esta carta que debes estar leyendo en este momento.
Viajé sola, porque tu mamá ha estado pendiente de la salud de tu abuela, pero
esta vez fue mi papá quien pagó mi viaje. Me instalé en el mismo hotel de la
primera vez porque era lo que conocía y recordaba como un buen lugar, para
verme con la mamá del Comandante, según lo acordado, por el estado de
salud en el que él se encontraba. Estuve dos días sin moverme a ninguna
parte, esperando la llamada para poder llevar las cartas o esperando que
alguien, a nombre del Comandante, las recogiera en el hotel. Al tercer día en la
mañana llamó su mamá y me dijo que si yo quería podía ir con ella al hospital,
para que entregara las cartas personalmente.
En el hospital, estaba el Comandante, acostado en una cama lleno de tubos y
mangueras. Se veía frágil y muy distinto al que vi la primera vez. Me acerqué y
le di las gracias en nombre de todos por poner, de nuevo, su vida en riesgo por
las cartas. Le puse la carta de tus padres a su lado y le dije que aún no
terminaba la mía, pero que en unos minutos lo haría para dejarlo descansar y
para regresar yo al hotel y después a Medellín; entonces hizo un guiño con el
ojo para indicarme que no había ningún problema. Me ubiqué en una mesa
pequeña que había cerca de la única ventana de la habitación, y comencé a
escribirte, pero mientras lo hacía la curiosidad por ver los títulos de los libros
que había sobre la mesa me desconcentró, entonces su mamá me preguntó:
“¿Le gusta leer?” y le respondí que solo un poco, pero que después de tu
secuestro tomé la costumbre de leer mucha poesía y poemas que me
ayudaran a identificar mis sentimientos y mis momentos de silencio. Entonces
ella me pidió el favor de leer una parte de un libro que ella le leía al
Comandante, porque que ya estaba cansada de la voz y le respondí que no
tenía ningún problema en hacerlo, pero que mi voz no era la mejor.
Era un relato triste. Cuando comencé me pareció tedioso, pero a medida que
avanzaba me fui sumergiendo en la historia del personaje.
Era un hombre a quien estaban acusando de asesinato, pero lo paradójico era
que él mismo se condenaba a muerte por no lograr su plan: matar el jefe de
una dictadura de izquierda. El relato describía a un condenado que era
retenido por varios policías durante su juicio, pero él seguía en pie y con la
mano levantada y gritando contra la dictadura…
El Comandante desde la cama le hizo un gesto a su mamá indicándole que me
diera algo de tomar. La señora se levantó, salió de la habitación y fue por agua.
Yo continué con la lectura, no solo porque le interesara al Comandante que no
dejaba de poner cuidado a pesar de su estado, sino porque ya me sentía
cautivada por la historia.
Fue condenado a muerte, pero la misma dictadura que lo condenó no lo
ejecutó para evitarse problemas con otros gobiernos del mundo y para no
convertirlo en héroe, pero nunca supo que le habían cambiado la sentencia, y
cada día lo vivía pensando que lo fusilarían.
Esa historia que le leía al Comandante me llevó a pensar en tu situación como
nunca lo he hecho en todo este tiempo, incluso… me cuesta trabajo escribirlo,
y me castigo a mí misma por haberlo pensado, pero deseé tu muerte en algún
momento, para descanso y libertad tuya, y también para enterrar esta zozobra
que come como cáncer. Aunque estas palabras me las tenga que tragar algún
día, prefiero que seas un secuestrado muerto, y no que te conviertas en un
condenado al encierro por infinidad de tiempo sin saber qué tiempo debes
pagar por antojo de unos cuantos imbéciles que se escudan con tu vida y la de
los demás secuestrados en este país.
Cuando volvió la señora, estaba en la parte de la historia donde el condenado,
después de las torturas a las que era sometido, decidió utilizar su sangre para
escribir sus propias cartas y poesías que hacía llegar por intermedio de los
guardias que lo vigilaban…
¿Cuántas veces se puede repetir la misma historia en distintas partes del
mundo, sin que lo lleguemos a saber? ¿No te parece extraño, Alejandro? ¡A
mí, sí! Pareciera que tu historia se repite a espaldas del mundo, con diferentes
nombres, diferentes lugares, momentos, épocas y, sobre todo, con la
complicidad del silencio, porque es algo que a muy pocos les está ocurriendo,
y a los demás no nos importa; aunque sea pan nuestro de todos los días en las
noticias, así como en este país.
Esa tarde, sin darme cuenta, el tiempo fue fugaz, o sea, distinto y benévolo
conmigo, y muy diferente de cuando estoy en Jericó, y mirar el reloj es como
tener un ladrillo atado a la mano. Por eso, y por petición de la mamá del
Comandante, y de él mismo también, prometí volver el siguiente día, para
terminar el relato del preso y para terminar de escribirte esta carta.
Cuando llegué al hotel me sentía bien de haber visto pasar el tiempo tan
rápido, aunque fuera en la habitación de una clínica leyéndoles un libro a una
anciana y a un enfermo que no dejaban de mirarme a cada instante de la
lectura.
Madrugué a la siguiente mañana y, tal cual como lo haces, releí lo que te
escribí y agregué todo lo que pasó ayer, después almorcé y me fui para la
clínica.
Estaba el Comandante dormido, y su mamá, sentada en una silla, me dijo que
entrara tranquila que él me estaba esperando para continuar con el libro de
ayer y tan pronto me sintió levantó la mano para saludarme.
Sin que nadie me lo pidiera tomé el libro y comencé de nuevo la lectura; en
medio de la lectura, cuando el condenado era sometido a torturas, entró una
enfermera para ponerle una inyección al Comandante y también se quedó
cautivada por la historia. Éramos ya cuatro personas imaginando la historia con
los gritos de las torturas, los torturadores, el catre sin colchón donde tenían
atado al preso, y a un hombre que no se cansaba de insultar a sus
torturadores, aun en medio del dolor físico…
A la enfermera también le pasó una hora como si hubiera sido un minuto y
cayendo de nuevo en la realidad salió apresurada para ponerse al día con los
otros pacientes, pero antes de eso me pidió el nombre del libro y el autor. Yo
no lo había tenido presente, pero cuando se lo dije, también lo copié para
comprarlo, para que me fuera igual de rápido el tiempo cuando estuviera de
nuevo en Jericó. Después entró otra enfermera anunciando el fin de las visitas
en media hora, entonces la mamá del Comandante me pidió que terminara la
lectura para que yo pudiera finalizar la carta.
No me quería ir, quería seguir yendo a pasar la tarde con el Comandante y su
mamá las veces que fuera necesario, para sentir que el tiempo no fuera más
una carga, o por lo menos hasta que ocurriera algo, así como ocurrió para los
secuestrados del avión de Avianca.
Estoy aquí, terminando todo este relato y te pido que intentes sacar fuerza de
donde sea, aunque la tengas que buscar de debajo las piedras y los árboles
que te rodean, para que regreses.
No sé durante cuánto tiempo más deba estar el Comandante en la clínica, pero
si es posible te envío otra carta para que te la adjunte con esta, aunque me
gustaría volver personalmente a entregarla junto con el cuaderno que en medio
de todas las carreras lo olvidé en mi casa, por eso esta carta te llegará como
las primeras y no en el cuaderno como debe ser.
Te quiero mucho: Luisa.
PD: Alejo…
¿El mundo en tu lugar ha dejado de girar?
****
Ya por lo menos tengo la respuesta del cuaderno. Volví a doblar la carta y a
guardarla en el sobre para destapar el siguiente sobre y leer la siguiente
carta…
****
Alejandro:
A Dios le pedí que el ángel de tus palabras regresara pronto y me envió dos.
Mejor suerte, en medio de esta realidad, no hemos podido tener: el
Comandante Julián y el joven Kike.
El otro día estábamos viendo las noticias y mostraban a un joven alto, pero
sumamente delgado que había sido entregado a la Cruz Roja y después fue
entregado a su familia. Las imágenes hicieron que tu papá se levantara de la
silla y se fuera. Sus familiares no dejaban de abrazarlo como si no lo hubieran
visto en años, y él difícilmente se sostenía de pie por la cantidad de gente a
todo su alrededor. Se veía aturdido por todo, pero feliz de volver a estar con los
suyos. Cada liberación de cualquier secuestrado es una felicidad que, siendo
yo muy lejana y ajena a las personas, la comparto como si fuera mía, por el
descanso que esto le produce a sus familiares, y me pregunto: ¿Cuándo será
que te vemos volver? Hay tantas cosas que han cambiado, Alejandro…, y eres
la única persona que falta por ver todos esos cambios, pero no te angusties, yo
tengo confianza en lo más importante de todo: verte volver.
A la mañana siguiente, después de la noticia que te dije, llamó un joven a la
casa y preguntó por tu papá, solo escuchaba que Nacho le decía: “sí, soy yo,
nosotros vimos anoche las noticias…”, y después dijo: “Yo creo que a mi
esposa Clara le gustaría saludarlo y hablar un poco con usted”, pasé al
teléfono sin saber de qué se trataba, mientras tu papá, tapando el teléfono, me
decía que era el joven que habíamos visto en las noticias.
Me temblaba la voz, porque no sabía qué decirle, pero él muy gentilmente fue
hablando y contándome todo lo que vivió contigo en el campamento. No gastó
ningún afán en hablar mucho tiempo, mientras yo escuchaba que llegaba y
llegaba gente todo el tiempo a su casa para saludarlo, pero él seguía al
teléfono conmigo respondiéndome cuanta tontería le preguntaba de ti. Sus
relatos fueron todos muy breves del día a día, pero me contó que guardaba un
muy buen recuerdo de un dulce de guayaba que hicieron en Navidad y de los
mensajes que su familia y nosotros les enviamos ese día. También me contaba
que te enseñó a manejar moto y que las cosas que le enseñaste de la finca las
quería poner en práctica porque le gustaban mucho los animales. Al terminar
me dijo que nos quería conocer y que después de muchas cosas vendría a la
casa, pero que por el momento y por su propia seguridad solamente podía
enviarnos las cartas por correo.
Cuando las cartas llegaron, las leí para todo el mundo. Los abuelos dijeron que
por lo menos tuviste un buen amigo en algún tiempo y que al igual que él solo
esperan volverte a ver. Tu papá…, ya sabes cómo es Nacho, solo escuchaba;
sin embargo, debo contarte que el 23 de diciembre que fuimos a Medellín para
enviarte los mensajes desde la emisora, él se devolvió arrepentido todo el
camino por no haber sido capaz de hablarte por el micrófono y decirte cuánta
falta le haces, Checho y yo solo lo escuchábamos, mientras él hacía repetir,
una y otra vez, la misma canción que te dedicamos y cuando llegamos a la
casa se emborrachó hasta quedarse dormido todo el tiempo escuchado la
misma canción.
Olvidaba contarte cómo conocimos a don Antonio. Un mes después de tu
secuestro, tocaron a la puerta de la casa; yo estaba escuchando las noticias y
regando las flores; cuando abrí la puerta vi un señor que inmediatamente se
presentó y me preguntó por ti; por no saber bien quién era le dije que estabas
prestando servicio; entonces me dijo: “dígale que vino don Antonio, el señor del
taxi que lo trajo el día que le dijeron que debía prestar servicio militar”. Recordé
de inmediato tu primera carta, donde contabas la historia de ese señor y para
salir de dudas le pregunté cómo se llamaban su hijo y su hija. Después que me
lo dijo, lo hice entrar para que se tomara un café y le conté todo lo que estaba
pasando y desde ese día no deja de llamar una vez por semana y siempre nos
dice lo mismo: “ánimo, hay que continuar con todo y hacer que ese muchacho
vuelva a la casa”.
Alejandro, hijo: las cosas que te escribo te pueden parecer desordenadas y
poco importantes, pero no quiero que te preocupes por nosotros, ya es
suficiente con todo lo que te ha tocado vivir solo y durante tanto tiempo.
Cosas tristes han pasado, pero la que más me movió el corazón fue la muerte
de tu amigo Kike, fue una de sus hermanas la que nos llamó y nos dio la
noticia, pero como dice ella: “prefiero saber que está muerto y no secuestrado”.
Alejandro: Luisa debe salir dentro de diez minutos para Medellín, para tomar el
vuelo y llevar esta carta, que no te puede transmitir todo lo que nosotros
queremos: volverte a ver y a abrazar.
Con todo el amor que yo te pueda profesar: Mamá.
****
Todavía no entiendo por qué las cartas están desde hace tanto tiempo escritas,
y por qué el Comandante Julián necesitó tanto tiempo para regresar al
campamento. Creo que el pasó del tiempo también ha anestesiado los
sentimientos de todo el mundo, tanto los míos como los de mi familia y de
Luisa.
De todas formas, mi palabra sigue en pie: no escribiré más cosas
intrascendentes, mientras no pase nada que lo amerite. Por el momento
procederé a ir a Jericó, mentalmente, como lo hacía las primeras veces hasta
quedarme dormido en estos costales.
Alejandro.
12. DIARIO DE INTERCAMBIO
Hoy vuelve a ser un día muy personal. Escribir nuevamente de las cosas que
han pasado ya me cansa, incluso de mi segunda Navidad en este lugar, pero
debo decirles que desde que el Comandante Julián volvió, el lugar cambió y
tomó el mismo aspecto de organización que tenía desde el principio, incluso
volvieron Peque y Tania, pero lo más importante, la razón por la cual vuelvo a
tomar estas hojas es porque hoy el Comandante Julián me habló de mi
liberación y todo lo que él hizo para que me vincularan como soldado de un
intercambio en una negociación que hubo con el Gobierno.
La mañana siguiente, después de que el Comandante me entregara las cartas,
me desperté y volví a leerlas. Una, dos, tres y cuatro veces es una costumbre
que se va adquiriendo, hasta que llega el momento que se convierten en
fotografías mentales y se leen de memoria, en la cabeza, sin tener que mirar el
papel. Después salí del hotel para pedir mi tazón de agua de panela y
sentarme en cualquier parte a ver pasar el día como de costumbre, pero me
extrañé al ver nuevos guerrilleros y en más cantidad que los que había
normalmente; sin embargo, no les presté atención: había visto ya tanto desfile
de secuestrados y guerrilleros que lo que pasara o dejara de pasar no me
importaba. En medio de ese tropel de gente, vi que venía el Comandante
Julián acompañado por Peque y Tania. ¿Quién lo creyera? Me alegré mucho
de volver a ver la cara de Peque y de escuchar su graciosa voz, pero más me
alegré de ver a Tania: seguía igual, incluso más bonita y con mejor semblante,
e inmediatamente me vio no dudó en abrazarme y saludarme efusivamente:
-Paisa, paisa. ¡Qué bueno volverlo a ver!-, dijo ella; -me jode mucho todo lo
que le ha tocado aguantar, Paisa, a mí me contaron que casi se muere de
paludismo. Pobre paisa, carajo-, dijo después mirando al Comandante y a
Peque.
-Sí, yo también lo supe-, agregó el Comandante.
Después, cuando estaba saludando a Peque, el Comandante Julián me
propuso ir al quisco, mientras Tania y Peque hacían otras cosas que él les
ordenó. Llegamos al quisco, que ya estaba bien abandonado y a punto de
caerse después de tanto lluvia que ha soportado; entramos y nos volvimos a
ubicar como siempre: él mirando el campamento y yo mirándolo a él.
-¿Leyó las cartas que le entregué ayer?-, me preguntó mientras nos
terminábamos de acomodar en las sillas, y él servia café para los dos.
-Sí. ¡Claro que las leí!- Y agregué: -además, debo pedirle disculpas por lo que
le dije, pero quiero que entienda, Comandante, que yo estuve a punto de morir
en este lugar, y como me lo dijo usted una vez: “en este lugar lo que
normalmente nos debe sorprender es costumbre y lo que no nos debiera
sorprender hace que un día cambie totalmente”. ¿Lo recuerda, Comandante?
-Sí, hombre, claro que lo recuerdo-, me respondió.
-Alejandro, déjeme hacerle un resumen de todo lo que ha pasado en este
tiempo, desde que salí del hospital por una complicación…
-Ya lo sé, Comandante-. Lo interrumpí para evitar esa parte de la historia en la
clínica que me había despertado celos, cuando volví a leer la carta en la
mañana, -Luisa me lo contó en la última carta.
-Bueno-, respondió sorprendido, pero continuó con la historia.
-En el hospital estuve un mes y medio más, después de que su novia recogiera
las cartas y me hiciera la visita, y posteriormente me quedé en casa de mi
madre durante una semana. Cuando estaba en recuperación me hicieron
llamar para viajar a San Vicente, para una reunión en la que debía participar
por ser el Comandante de este campamento. Cuando llegué me pidieron datos
de los soldados y policías enfermos que estuvieran acá. Inmediatamente pensé
en usted, su Comandante Pérez y sus otros tres compañeros, pero el problema
se presentó cuando la orden y las condiciones eran, solamente, liberar
soldados y policías rasos, que no fueran de tropas antiguerrilla, ni comandos
especiales; solamente aquellos policías y soldados que no representaran
mucho. Todo esto para que la opinión pública nacional y mundial piense que la
zona de distensión sí sirve, que las FARC sí tienen deseos de firmar la paz y, lo
más importante, que el Gobierno de Colombia quedará bien ante todo el
mundo. ¿Alejandro, entiende en qué grupo se encontraba usted, su
Comandante y sus compañeros de tropa?-, me preguntó y tomó su primer
sorbo de café, esperando mi respuesta.
- ¿En los que no debemos ser liberados?
-¡Exacto! Ellos se quieren quedar con un mínimo de cuarenta o cincuenta
soldados, pero que sean Comandantes de tropas o soldados profesionales-,
me aclaró sin dudar.
-¿Y entonces, qué pasó?
-La irónica suerte, Alejandro. Una suerte que casi lo mata de paludismo a usted
y sus compañeros fue la carta bajo la manga.
-No entiendo, Comandante. ¿Qué tiene que ver el paludismo?
-Le voy a contar para que me entienda, Alejandro-. Terminó su primer tazón de
café y ya iba para el segundo, y comenzó a aclararme lo que yo no lograba
entender. -Yo estaba en un sitio que se llama “La Y”, allá se estaban haciendo
las negociaciones para el intercambio de unos guerrilleros enfermos en las
cárceles y de los soldados y policías enfermos en cautiverio; cuando pasé los
nombres de ustedes les pusieron un signo de interrogación frente al apellido de
cada uno porque sabían que eran de una tropa antiguerrilla, y dudaban en
entregarlos. No podía mostrar mucho interés en ustedes, porque podrían
sospechar, pero sí dije varias veces que estaban muy enfermos, lo que yo no
sabía era que sus compañeros habían sido cambiados a otro campamento por
orden del Indio, y que ellos y usted, por esos días, sí estaban muy enfermos.
Lo supe cuando el Indio llegó a “La Y” y le pidieron que mirara la lista, para
saber si los soldados que yo decía, o sea usted y los otros, sí estaban
verdaderamente enfermos. No se imagina, Alejandro, lo que yo sudé mientras
el Indio miraba la lista delante de todo el mundo, hasta que dijo: “Sí, todos esos
están enfermos, en especial éste, señalando su nombre en la lista, está que se
muere”.
En ese momento, y por encima del Indio, di la orden de llevarle un enfermero y
medicina. Fue cuando le mandaron el enfermero. ¿Se da cuanta, por qué le
dije, cuando le entregué las cartas, que aunque no hubiera estado aquí lo
estaba ayudando?
-Sí, ya entiendo todo, Comandante, pero… ¿Y entonces?- Quería que me
dijera día, lugar, fecha exacta o algún dato concreto.
-Usted ya está en la lista de los soldados que serán liberados, Alejandro, si eso
es lo que quiere saber y todavía no ha podido entender.
-¿Y cuándo, Comandante?
-Yo no lo sé exactamente, pero le aseguro que usted ya pasó lo más difícil, es
tan solo cuestión de algunos días restantes-. Volvía a mirarme y terminó su
segundo tazón de café.
Me quedé si saber qué decir o hacer, era como si la vida y las ganas de vivir
que había perdido meses atrás hubieran estado caminando solas en la selva y
ese día en el quisco, entre café y café con el Comandante Julián, me hubieran
encontrado y se hubieran metido en mi cuerpo sin deseos de volverse a perder.
Otra vez me sentía vivo y con ganas de todo aunque mi cuerpo no lo reflejara,
pero sabía que los siguientes días, esperando el cuándo y el cómo, serían una
eternidad como lo fueron para los demás secuestrados y también para Kike.
La cabeza se me llenaba de preguntas y de construcciones imaginarias de
regreso, de abrazos y encuentros con mi familia y Luisa… Creo que el amor
por ella también volvió a entrar en mi cuerpo con las ganas de vivir. El
Comandante seguía sentado en la silla, con una risa maliciosa que esperaba
pacientemente el desborde de mis siguientes preguntas y mis comentarios.
-¿Y mi familia y mi novia, ya lo saben?
- No.
- ¿Cuándo podrán saberlo?
-Cuando se haga oficial el comunicado y los nombres de ustedes. Creo que es
mejor que lo sepan como todo el mundo, para que no generemos sospechas,
ni echemos a perder todo a lo último-, ya con su tercer tazón de café mientras
yo aún estaba en el primero y todavía intacto. Tenía todavía algunas preguntas
que no sabía cómo decirlas, pero la malicia del Comandante las estaba
esperando y por eso no dejaba de reírse a cada respuesta.
-¿Comandante…?- Me sentía en una escena ya aprendida de memoria, en
este lugar, entre él y yo. Un dialogo que comenzaría a extrañar.
-¿Sí, Alejandro?
- ¿Y usted, qué va a hacer después?
-También me voy. Después que todo pase me voy, además, aparte de mi
madre, tengo alguien que también me está esperando.
Perdí, mostré la curiosidad y el Comandante comenzaba a jugar con eso, y yo
no me estaba dando cuenta, porque los celos y la imaginación de inmediato se
dispararon y me llevaron a imaginarme al Comandante con Luisa, los días que
él estuvo hospitalizado. No pude más, y de nuevo tuve que ser sincero con mi
siguiente pregunta.
-¿A usted le gusta mi novia, Comandante?
-¡Claro, hombre! Es una mujer muy linda, inteligente y atractiva, además fue
muy formal conmigo y mi madre los días que me visitó en la clínica-. Ya no
tenía la sonrisa maliciosa. Era una respuesta seria de hombre a hombre.
-¡Carajo!- estallé, -no se burle más de mí, Comandante. ¿Pasó algo entre
usted y Luisa?-. Descansé, porque era la pregunta que tenía atravesada en la
garganta y no me atrevía a decir, pero descansé.
Una explosión de café sobre toda la mesa, seguida de una fuerte risa, como
nunca se la había visto al Comandante, fue lo que escuché.
-Sabía que usted me preguntaría eso, Alejandro, por eso lo llevé, con la
conversación, hasta su pregunta y déjeme decirle que lo he disfrutado y me ha
hecho reír, pero no me imaginé semejante pregunta durante todo el tiempo, y
por eso mi fuerte risa-. Sacó de su bolsillo un pañuelo para limpiar el café que
había sobre toda la mesa y continuó: -Solo me espera mi madre, la otra
persona que le dije fue intencional, porque lo he aprendido a conocer en este
tiempo, pero sí me voy con alguien. ¿Quiere saber quién?
- ¿Quién, Comandante?
-Tania. Ella, durante el tiempo de las conversaciones en “La Y” estuvo allá,
siempre la tuve como una subalterna, pero nunca la había conocido; un día dijo
que estaba cansada de semejante mentira y eso, aunque ni usted ni yo lo
creamos, nos acercó, porque vimos que teníamos muchas cosas en común.
También me contó lo que su amigo y usted le prometieron a ella, y eso se lo
agradezco mucho, Alejandro. Por eso hice todo por usted desde “La Y” y hasta
el cansancio. En cuanto a su novia-, volvió a tomar café y a reír, -fue muy
amable todo el tiempo conmigo, pero solo nos leía libros a mi madre y a mí en
la clínica.
-Discúlpeme por la pregunta, Comandante, pero…
-Yo lo entiendo, Alejandro, pero quiero aclararle una última cosa: usted ha
pasado en este lugar más de dos años. Aquí no tiene una percepción exacta
de la realidad, para usted el tiempo se detuvo el día que los trajeron, pero el
mundo no ha dejado de girar afuera, y quizá encuentre las cosas muy distintas,
y eso le tomará tiempo volverse a adaptar, no quiero ser alarmista, pero es así
la mayoría de las veces.
Después entró Tania al quisco. Saludó al Comandante como lo haría cualquier
pareja a la que el futuro le deparara nuevos retos y expectativas, pero que se
sienten muy seguros al tenerse el uno al otro. Tania buscó otra silla y se sentó
con nosotros, y aunque el Comandante había limpiado con su pañuelo el café
que quedó sobre la mesa, lo primero que ella dijo, después de sentarse:
-¿Qué pasó acá, por qué hay café hasta en el suelo?-. Solo nos reímos sin
decirle nada. Por primera y última, vez éramos tres en la misma mesa.
-Paisa, usted tiene que comer mejor, está muy delgado y no sabemos dónde lo
liberen y si le toque caminar mucho-, me dijo Tania, mientras ella y el
Comandante se tomaban de la mano sobre la mesa. Posteriormente él se
levantó y quedamos solo ella y yo. Para mí, y por la misma razón de ver que
aquí el tiempo no avanza, no lograba entender cómo había ocurrido tan rápido
todo entre ella y el Comandante, pero la verdad era otra: ha pasado más de un
año desde la noche que escuchamos juntos, por última vez, el mensaje en la
emisora, que hizo que ella dijera: “… Cuando uno nace para ser perro tiene
que aprender a revolcarse en la mierda aunque no le guste”. Sus planes ya son
otros, sus sentimientos han sido sanados por el tiempo y por otra persona;
entonces le pregunté:
-¿Tania, estás bien con el Comandante?
-Sí, paisa. Él es un hombre inteligente y yo no lo sabía, además, tenemos muy
claro el mismo deseo: nos queremos ir de aquí, de esta gran mentira que se
llama guerrilla y enterrar todas estas malas experiencias, en la tierra, como se
hace con las papas podridas para que solo sirvan de abono. Creo que nos
merecemos otra oportunidad. ¿Usted qué piensa de todo esto, paisa?
-Sí, Tania. Tienen todo el derecho a rehacer sus vidas. Usted fue muy buena
con todos los secuestrados y el Comandante ha sido…-, dudé en lo que quería
decirle, -también me ha ayudado mucho.
-Yo lo sé, Paisa, él me lo contó todo y eso me enamoró mucho de él cuando lo
supe.
Así fue como la vida me volvió al cuerpo, sufría de una ansiedad placentera
todo el tiempo, imaginando solamente en abrazar a todo el mundo, en
recuperar el tiempo, caminar, comer las cosas que hace más de dos años he
dejado de comer, emprender los estudios de Agronomía para ponerlos en
práctica en la finca, en fin… Montones de planes de los cuales decidí tomar
nota y hacer una lista para irlos cumpliendo todos, y entre los primeros he
puesto muchos propósitos para hacer junto a Luisa.
Junio 20/2001
Diario día a día.
En los meses que pasaron, desde que el Comandante me habló de mi libertad,
me he dedicado a leer nuevamente la Biblia que me regaló Peque, para calmar
la ansiedad y ocuparme en algo, también volví a cortarme el pelo y ya estoy
menos delgado. Hoy, recuerdo que yo estaba leyendo un pasaje bíblico, donde
dice que el sol se detuvo durante un día, y llegó el Comandante Julián
acompañado de Tania.
-Alejandro…-, la voz se le cortaba. Lo primero que pensé fue: algo pasó,
alguien la cagó y aquí me tengo que quedar. Entonces Tania, que no carga
agua en la boca para decir las cosas me dijo:
-Paisa, alístese, porque en media hora se va de acá y el camino es largo. Lo
van a liberar con otros soldados en zonas rurales de Antioquia.
Sin decir nada, entré al hotel, tomé mis pocas pertenencias, le di una última
mirada a mi cambucho, a los costales y salí. No podía dejar de sentir nostalgia,
no por el lugar, sino por las personas con las que lo compartí durante tanto
tiempo. Miraba el hotel y recordaba cuando ayudé a Peque a construirlo y el
día que él tomaba las medidas mientras yo me reía; después miré el quisco
donde tuve la mayoría de mis conversaciones con el Comandante, y por último
volví a mirar al Comandante y a Tania que no se habían movido para
despedirse. El resto de los soldados y policías que también serían liberados no
dejaban de gritar, silbar y alistar sus cosas.
-¿Y ustedes, cuándo lo harán?-, les pregunté mirándolos.
-Pronto, Alejandro, muy pronto, y le aseguro que tendrá noticias de nosotros
dos, desde donde estemos-, me respondió el Comandante.
Descargué la mochila en el suelo y sin medir consecuencias por los otros
guerrilleros, que habían llegado al campamento para llevarnos, abracé primero
a Tania.
-Cuídese mucho, Tania, y cuide mucho al Comandante Julián.
-Usted, también, Paisa, cuídese mucho.
-Comandante…
-Alejandro. ¿Usted nunca aprendió a decirme Julián?
-No. ¡Nunca!-, y lo abracé fuertemente. -Muchas gracias por todo… Julián,
gracias por ser quien fue durante todo este tiempo.
-Paisa, lo están esperando-, decía Tania.
-Gracias, solo puedo decirle gracias por todo lo que hizo por mí, y si alguna
vez…
-Ya lo sé, Alejandro.
-Paisa, lo están esperando-, repitió Tania.
Miré para atrás, como si tomara una última foto del lugar y de ellos con mis
ojos, y me uní a los otros soldados y policías que dejábamos ese lugar.
Ese es el último recuerdo que tengo del Comandante Julián, de Tania y del
campamento. Hemos hecho la primera pausa en la caminata, y en este
momento estoy con otra gran cantidad de soldados y de policías que también
serán liberados, pero no veo por ningún lado al Comandante Pérez, a Arango,
ni a Bustamante y Gil.
Junio 21/2001
Otra vez estamos en un descanso de caminata que aprovecho para hacer el
recuento del día a día. Ayer caminamos todo el día y cruzamos dos montañas,
después en otro campamento pasamos la noche. Esta mañana nos dieron
agua de panela y pan dulce; tanto tiempo sin probar un pan dulce, pero eso
indica que sí vamos por buen camino.
Junio 22/2001
Ya estamos en una parte menos selvática y podemos ver mejor el sol. Después
del medio día nos encontramos por primera vez con personas de la Cruz Roja y
algunos periodistas que nos tomaban fotos y hacían filmaciones. Los
enfermeros de la Cruz Roja no dieron vitaminas para las caminatas y nos
dijeron que ya faltaba poco.
Muchos no sentimos el cansancio por la ansiedad, pero cuando nos dan la
orden de detenernos para dormir en algún lugar quedamos muertos hasta el
otro día.
Anoche tuve un sueño en la finca corriendo con Judas y Barrabás, me
brincaban todo el tiempo para saludarme y no dejaban de morderme los tobillos
para que me acostara en el jardín a jugar con ellos.
Junio 23/2001
Ya caminamos en unas planicies y hemos avanzado más rápido. Hay una
pregunta generalizada entre todos nosotros por estos días: ¿No será un
engaño todo esto? También me daba miedo de solo pensarlo, pero tengo la
certeza de todo lo que me contó el Comandante Julián y eso me tranquiliza.
Por el contrario, me pregunto lo mismo todo el tiempo: ¿cómo encontraré todo,
y sí me reconocerán?
Cada vez son más los delegados de La Cruz Roja que encontramos a lo largo
del camino. Me recuerdan esos primeros días que estuvieron en el
campamento para llevar las cartas de todos los secuestrados, y hoy ya nos
están ayudando a salir.
Junio 24/2001
Hemos montado, nuevamente, en bus. Cualquiera que hubiera visto las
escenas hubiera podido pensar que esos buses iban a la Luna: gritaban,
chiflaban, le daban besos al bus, abrazaban al conductor que era delegado de
la Cruz Roja, en el camino pidieron que les pusieran música a todo volumen,
pero la única emisora que captaba era una de tangos, entonces se pusieron a
bailar tangos y milongas en el corredor del bus. Parecía un paseo de colegio,
incluso cuando todos nos mareamos y tuvieron que parar en repetidas
ocasiones para que alguno se bajara a calmar sus náuseas.
Cuando se terminó el trayecto llegamos a una finca donde había una bandera
de La Cruz Roja a la entrada, y en el techo de la casa también estaba pintada
la insignia para ser vista desde el aire. Nos dijeron que en este lugar
pasaremos los siguientes días y después nos ubicaron en un salón grande
lleno de camarotes, pero por fin en dos años y siete meses volvería a dormir en
una cama.
Junio 25/2001
El cansancio del largo trayecto en bus y el mareo que todavía sentía cuando
llegamos me provocaron un placentero sueño, además, tuvimos la oportunidad
de bañarnos con agua limpia y una comida como la que soñaba muchas veces
estando en el hotel.
Hoy en la mañana, después del desayuno, nos hicieron pasar a todos donde el
médico. Me preguntaron todas las enfermedades que tuve durante el
secuestro, me hicieron exámenes de todo e incluso radiografías de los
pulmones, después me inyectaron con diferentes medicamentos.
En la tarde me volví a acostar después del almuerzo y cuando desperté ya eran
casi las 6:30 de la tarde.
Junio 26/2001
Anoche, después de comer, nos sentamos a ver televisión, otra de las tantas
cosas que había olvidado cómo era. No podemos ver noticieros ni nada que
nos informe de nosotros mismos y de la situación, pero sí podemos ver fútbol,
varios canales de películas y otros culturales. Como había dormido ayer, toda
la tarde, pensé que no podría dormir bien en la noche, pero no llevaba más de
diez minutos viendo una película y ya se me cerraban los ojos.
Hoy también tuvimos revisión médica y nos sometieron a unos test de
resistencia física, pero cada uno de nosotros quedó muerto. No eran muy
difíciles, pero, dado el estado de salud y el grado de desnutrición de todos, era
como sin nos hubieran puesto a correr el mundo entero.
Tengo el mismo pensamiento que se afianza cada noche: ¿Cómo será el
encuentro, cómo los encontraré y cómo me mirará Luisa cuando me vea?
Junio 27/2001
¡Mañana! Hoy nos han dicho que mañana será el día. Al igual que el día del
bus, hoy también gritaban y chiflaban de la felicidad y todos terminamos
abrazándonos, incluso con los delegados de la Cruz Roja.
En la tarde, tuvimos una charla psicológica, donde nos hablaban del control de
las emociones y después, cada uno, tuvo cita privada con los psicólogos.
Me preguntó qué esperaba encontrar nuevamente. Posteriormente me dijo,
palabras más palabras menos, lo mismo que el Comandante Julián me dijo
alguna vez: “… el mundo no ha dejado de girar afuera y quizás encuentre las
cosas muy distintas”.
Esta noche han llegado los diferentes medios de información, para instalar sus
equipos para mañana y todo comienza a tomar un matiz de reinado popular por
parte de los delegados del Gobierno y de la guerrilla, incluso llegan a sugerirles
a los mismos periodistas las preguntas que ellos quieren que les hagan. Me
siento como mercancía de trueque, pero por volver a disfrutar las mismas
cosas que he vuelto a tener en estos días, cama, baño y comida, soporto
escuchar, en silencio y sin decir nada, un montón de falsas respuestas de los
guerrilleros en las entrevistas, con tal de no tener que volver a dormir en
costales ni tener que comer lo mismo todo el tiempo.
Junio 28/2001 (jueves)
Estoy despierto desde las 5:30 de la mañana. Sabemos que muchos familiares
llegarán hoy hasta donde estamos y que otros esperan impacientemente en
sus casas. Nos preguntaron quiénes queríamos un calmante para los nervios y
la ansiedad, y la mayoría lo hemos pedido, por eso ya estoy más relajado.
Abrazarlos, abrazarlos y volver es lo único que quiero, pero nos han dicho que
la entrega tendrá cierto protocolo y algunas palabras de personas importantes,
para la prensa.
Estaremos formados para el acto y la entrega; después de las palabras y
lectura del acuerdo, nos llamarán por orden alfabético para firmar el acta:
primero, policías, y después, nosotros.
Junio 28/2001 (noche)
Veía el lugar donde se encontraban los familiares, solo vi centenares de
personas que agitaban sus manos y otros que hacían lo mismo, pero con
pañuelos blancos. Los camarógrafos no dejaban pasar ni un solo gesto de
nosotros, porque muchos ya estaban llorando.
-Soldado Uribe Jaramillo Alejandro…
Pasé, me temblaba el cuerpo, las luces de las cámaras y la gran cantidad de
periodistas me impedían llegar a la tarima para firmar el texto, y uno de los
guerrilleros gritaba todo el tiempo pidiendo orden, pero era imposible.
¡Los vi! ¡Los vi! Nacho parecía que se hubiera tinturado el cabello de blanco,
pero tenía buen semblante; sin embargo, estos dos años y siete meses parece
ser que pasaron por encima de todos nosotros con más fuerza que lo harían
sobre cualquier persona.
****
Atravesé el tropel de periodistas y caminé, mientras ellos hacían lo mismo a mi
encuentro. Los abracé, lloré todo lo que no me había permitido llorar en este
tiempo, aunque las cámaras y las luces las teníamos por todos lados, el
momento lo viví con una especie de silencio y fragmentado, como si estuviera
viendo una película sin sonido y muy lenta.
Nacho no me soltaba, y su llanto desencajado y lleno de ahogos como los de
un niño desataba lágrimas hasta en los periodistas extranjeros. Mamá no
dejaba de pasarme sus manos por la cara y se colgaba del poco espacio que
quedaba entre papá y yo. Sus cabellos también blancos, pero ese blanco plata
que no es natural, ese blanco que quiso ponerse por vanidad femenina para la
ocasión, y no dejaba de decir: “Salgamos ya de acá, vamos ya…”.
-¿Y Checho, y Luisa? ¿Dónde están?-, pregunté después. Era obvio que
faltaban dos personas de las cuatro que yo quería volver a encontrar.
-Vamos, todo el mundo te está esperando en la casa de los abuelos y todos te
quieren abrazar y saludar, además el alcalde de Jericó te quiere hacer un
recibimiento-, decía papá, mientras intentábamos salir del lugar, pero
seguíamos rodeados de periodistas.
-¿Cómo se siente después de todo lo que ha vivido?-, me preguntó uno de los
periodistas con micrófono en mano.
-Bien, pero solo quiero intentar recuperar el tiempo-, fue lo único que atiné a
decir.
-Nacho, salgamos de acá-, no dejaba de decir mamá.
-Paciencia, Clara, paciencia…-, respondía él, y yo ya comenzaba a reír por ver
esas escenas entre ellos que muchas veces recordaba acostado en los
costales del cambucho o afuera del hotel cuando los días los pasaba
reconstruyendo recuerdos. Cuando por fin pudimos encontrar un lugar donde
sentarnos los tres juntos, lejos de los periodistas y de las otras escenas
desgarradoras de encuentros y llantos, mamá sacó de su bolso el cuaderno
negro de cuero de Luisa; entonces comenzó a llorar sin poderse controlar y me
lo entregó.
13. ÚLTIMA CARTA
Estábamos apartados del resto de las personas, pero no lo suficiente, como yo
lo hubiera querido cuando recibí el cuaderno. El llanto ahogado de mamá, y
también de Nacho, llamaron la atención de dos médicos y dos enfermeras que
pasaron al frente de la banca donde nos habíamos sentado. Mientras los
médicos atendían a mamá por desmayo, y a Nacho por pérdida de la presión,
yo seguía sumergido en la última carta de Luisa.
Cuando mamá se desbordó al entregarme el cuaderno, temí por la vida de
Luisa, pensando que algo le hubiera pasado, pero nunca me imaginé llegar a
encontrarme con esa carta, aunque el mundo hubiera dejado de girar para mí,
desde el 1 de noviembre de 1998.
Junio 26/2001
Alejandro:
Espero que esta sea la última carta que tenga que escribir en mi vida, me
hacen recordar toda tu historia y eso es algo que quiero olvidar, por fortuna ya
estás libre. Ninguna carta en el mundo, como te lo dije en otra, tiene los gestos
que nos hacen verdaderamente humanos; tampoco, ninguna carta me librará
de culpas y recuerdos. Hoy, debo decirte, que comparto tu felicidad por saber
que ya no tendrás que volver a ver el sol por en medio de las ramas de los
árboles, que ya no tendrás que soportar una espera y un silencio sin fecha.
Volver a disfrutar de todas esas cosas que escribiste anhelando y de las otras
que no mencionaste, es todo un derecho que tienes, y que debes comenzar a
disfrutar.
Hoy no debo estar contigo para saludarte, abrazarte y poderte decir todo esto
que estoy escribiendo. No quiere decir que no quiera, pero, tanto por tu bien,
como por el mío, te lo repito: no debo estar allá.
Antes que otras personas te cuenten sus historias reconstruidas, retransmitidas
e imaginadas, yo te la contaré y creo que soy yo quien debe hacerlo, para
responder a todos tus por qué y para tranquilidad mía. No te flageles con más
preguntas ni imagines más allá de lo que leerás, ya has sufrido demasiado y
todo eso debe ser recompensado en algún momento de tu vida. Por mi parte…
Yo me encargaré de mis deudas y mis diablos.
La primera Navidad, en la que fui con tus padres a Medellín, para enviarte los
mensajes por radio, me sentía débil, y en la siguiente era ya una muerta, con
el pensamiento puesto en un campamento, donde había un “hotel”, que era
una réplica de un campo de concentración; después sabía que a la salida del
hotel estaban personas que pasaban sus días amarradas de un árbol, más
adelante un quiosco testigo de tus entrevistas, y en esos tres puntos te
imaginaba todo el tiempo. Estuve secuestrada, sin saberlo, viviendo tu rutina
diaria.
La vida, para todos nosotros, también se frenó y cambió. Éramos esclavos de
las noticias, los periódicos, los mensajes de radio, y nos comía la rabia de ver
cómo pasaban los días sin piedad, mientras continuabas secuestrado. Pero
creo que eso hoy ya no te importa.
Tuve que cambiar mi forma de vida, porque me estaba muriendo de una
depresión, que me aflojaba lágrimas en cualquier lugar y sin ninguna razón. Así
lo hice: cambié mi vida, porque siempre me gustó vivir y quiero seguir
haciéndolo. Me prometí seguir pendiente de tu situación y de las veces que te
pudiera enviar cartas, pero inyectándome vida, y en ese deseo de querer
rescatarme me volví a enamorar. Le puede pasar a todo el mundo en cualquier
momento de su vida, pero siempre, por esos juicios de felicidad que nos hemos
dictaminado, no nos hemos dado cuenta de que no somos dueños de nuestros
sentimientos, y cada vez que intentamos manipularlos, nos hacemos más
infelices.
Me pasó, me decía todas las noches que no me podía estar pasando, que no
debía hacerte esto, que sufrirías mucho si lo llegabas a saber estando
secuestrado, pero después mi conciencia me daba otras preguntas: ¿Y si le
pasa a él? ¿Si se enamora, como le ha pasado a otros secuestrados? ¿Si ya
no siente lo mismo por mí al momento de volver y todo lo que soñé y esperé se
pierde?
En muchas cartas me demostrabas que tus sentimientos todavía estaban
presentes, en otras era yo la que buscaba alguna muestra o cambiaba
palabras escritas para tranquilidad mía, excusándote por el lugar y tus
condiciones.
Fueron muchas las ocasiones en las que me decía que lo que yo comenzaba a
sentir por la otra persona era una búsqueda de alguien que se asemejara un
poco a tu forma de ser, pero el tiempo, infalible con su paso, me demostraba lo
contrario: era otro hombre, otra forma de amar y en nada se parecía a ti… Solo
en algo.
Al principio era fácil de ocultar, pero, después ni él ni yo quisimos seguirlo
ocultando, aunque el cielo se nos viniera encima. No solo el cielo se nos vino
encima: tu familia y la mía han dejado de ser familia para nosotros y lo
entendemos, tanto así que el día que supe de tu liberación escribí esta carta y
viajé a Jericó, para estar parada toda una tarde frente a la puerta de tu casa
esperando que me abrieran y me recibieran el cuaderno. No me importaron las
humillaciones ni las miradas de todos los que me reconocían esperando a la
puerta, al final tu mamá abrió y cuando vio el cuaderno entendió el motivo de
mi espera, haciéndome pasar para que yo terminara con esta carta. Me dijo
que entrara y que cuando terminara dejara el cuaderno sobre la mesa, que
ella, aunque no lo quería hacer, te lo entregaría.
Tu alcoba la cambiaron totalmente, ya es solamente tuya. No hay ni un solo
recuerdo ni foto de nosotros dos, y de Checho es como si nunca hubiera vivido
en esa casa. Tu papá prohibió que lo volvieran a nombrar, tanto a él como a
mí, por eso el día que decidimos casarnos, también decidimos irnos de Jericó.
Ese día fueron muy pocas las personas que estuvieron en la Iglesia, pero nadie
de tu familia y la mía. Dimos la respectiva aceptación de palabra y nos fuimos.
Checho dice que tú siempre serás su hermano, aunque tú ya no seas hermano
de él. Nunca lo planeamos, Alejandro, nunca hicimos nada a espaldas tuyas,
todo pasó porque así debía ser.
Hoy, debo dejar este cuaderno sobre la mesa y salir sin decir nada, cuando
antes entraba como si fuera mi segunda casa, pero no me importa la
humillación, porque estoy feliz de saber que nuevamente serás un hombre
libre. El tiempo sabrá hacer bien las cosas en tu vida, déjalo que haga su
trabajo y no mires para atrás.
Luisa.
* * *
Ya habían logrado estabilizar a Nacho y a mamá, cuando terminé de leer el
cuaderno. Me encuentro durmiendo de nuevo en una cama, siento miedo al
cerrar los ojos porque vuelvo el hotel, en resumidas cuentas: ¿qué vida me
debo imaginar? No soy tan dueño del destino que tantas veces pensé y planeé.
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En Colombia, el 5 de marzo del 2001, en los diálogos Gobierno-FARC, en el
sitio conocido como "la Y", se especificó el acuerdo de intercambio de
personas privadas de la libertad a causa del conflicto interno. El
Gobierno, por su parte, hizo la entrega por parte del Estado colombiano de
15 guerrilleros enfermos que estaban internos en las cárceles del país, a
cambio de 42 soldados y policías retenidos por las FARC. Las liberaciones
tuvieron lugar el 28 de junio del 2001. Las FARC liberaron a 242 más en el
municipio La Macarena (Meta) y otro grupo en zonas rurales de Antioquia.
En su poder quedaron 47 oficiales y suboficiales de la Policía y el Ejército.
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Para la familia de “Kike”…
Gracias por esa dolorosa recopilación de recuerdos, para el desarrollo de
esta novela.
Andrés Candela
www.lacoctelera.com/andres-candela