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Cattolica pero anarquisto Un artista gráfico argentino en París María Cristina Alonso La imagen de tapa: Cattolica. 1983. Patriotismo, en New Internationalist 1

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Héctor Cattolica fue un destacado artista gráfico que nació en Bragado pero vivió en París la mayor parte de su vida. Fue uno de los afichistas más célebres del mayo francés. El levantamiento ocurrido en París durante el mes de mayo de 1968 tuvo un fuerte impacto en Cattolica que se sumó a las protestas callejeras. Algunos de los afiches que inundaron las calles invadidas por las protestas juveniles fueron dibujados por él.

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Cattolica pero anarquisto

Un artista gráfico argentino en París

María Cristina Alonso

La imagen de tapa: Cattolica. 1983. Patriotismo, en New Internationalist

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A mi hijo Manuel

Agradecimientos

Al Intendente de Bragado Orlando Costa y a su Directora de Cultura Graciela Arceri, por creer en este proyectoA todos los que hicieron posible este libro aportando testimonios, fotos y recuerdos: Rubén Bollini, Sergio Cano, Alicia Dujovne Ortiz, Jeanaut Fabarón, Glady Issouribehere, Luis Felipe Noé, Elidé Pradás, Quino, Cándido Scarcelli, Máximo Simpson, Hebe Solves, Mercedes Sosa, Hugo Soto, Peter Stalker, Negra Tronquoy, Isaura Verón. A la paciente lectura de Marta Pasut y a los aportes de Luis Pellegrino y Mónica Coscia.

Este libro ha sido publicado con el apoyo económico de la Municipalidad de Bragado, Buenos Aires, Argentina.

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El puzzle Cattolica

Este libro nace de otro, Las perlas rojas de Alicia Dujovne Ortiz1. Novela de autoficción, como su misma autora la define. Allí se cuentan los vaivenes de una escritora para quien mudarse se convierte en una forma de vida.  Ese destino viajero la pasea por países y personas que le deparan intensas experiencias de novelista errante. Entre Francia y Argentina se suceden personajes que Alicia encubre con enigmáticos seudónimos: Milorad, el Poetazo, Zoppi, la nena. Sin embargo, en varios pasajes aparece un amigo parisino mencionado con un nombre real: Héctor Cattolica, que no sólo le da refugio en su taller de Nogent a ella y a su perro Rocky Valdez antes de viajar a Colombia, sino que también le prestará una valija emblemática: la que ha usado para viajar a Bragado. Y ahí, al doblar el codo del libro, descubro que en París vivió un artista gráfico, famoso afichista del mayo del 68 -cuando los carteles con consignas florecían en las calles tomadas por los estudiantes- y que era de Bragado, la ciudad de la llanura bonaerense donde vivo. Jamás he oído hablar de él y salgo a buscarlo. Así nace esta pesquisa, este rompecabezas. Porque armar la vida de Héctor es ir buscando en la luminosa pantalla de la computadora, sus originales dibujos que aparecen en mis búsquedas por el Google. Después voy saltando de amigo en amigo, de recuerdo en recuerdo, de pariente en pariente, de dato en dato y cada pieza trae una parte del puzzle que se transforma en anécdota o completa el hueco que me faltaba de su obra y de su vida. John Spilsbury inventó uno de los puzzles más antiguos. Era un cartógrafo londinense que, en 1760 pegó un mapa sobre una tabla y luego la cortó con la forma de los países. En sentido inverso, yo voy pegando los países y las zonas sobre estas páginas que fueron habitadas por un hombre que tuvo, a pesar de su talento, una vida desdichada y un mezquino reconocimiento. Aquí falta una pieza, una voz me la completa. Vuelvo a empezar. Me quedan huecos. Espero que alguien que llamo por teléfono me ayude con el mapa, me permita continuar con este viaje en el que busco a un hombre que parece que todos han querido tanto. Y si el hueco es demasiado grande, coloco alguno de sus dibujos que expresan ideas en síntesis perfectas, imágenes que desnudan un mundo violento, pero que empujan a recuperar la solidaridad, que son incisivos, corrosivos, conmovedores. Son los amigos, no obstante, los que impulsan este libro. Gladys Issouribehere, que fue una de sus amigas bragadenses es la primera que me da datos de él. Lo ha visitado en París en dos oportunidades y me cuenta de las divertidas salidas a bares y restaurantes a donde él la llevaba para agasajarla. Mercedes Sosa, esa voz milagrosa, viene a Bragado a dar un recital y planea con el Intendente un homenaje a Héctor a quien ella quiso mucho potenciando esta búsqueda.

1 Alicia Dujovne Ortiz nació en Buenos Aires y vive en Francia, desde 1978. Tiene una larga trayectoria como periodista. Colaboró con los periódicos La Opinión y La Nación (Argentina), Excelsior (México), La Vanguardia (España) y Le Monde (Francia). Ha publicado libros de poesía y narrativa y las biografías María Elena Walsh y Maradona soy yo. Su libro Eva Perón. La biografía (1995) ha sido celebrado unánimemente en la Argentina y en el mundo. Fue asesora de la prestigiosa editorial Gallimard. En 1986 recibió la beca de la John Simon Guggenheim Memorial Foundation. Es autora además de, El árbol de la gitana (1997) y Mireya (1998), Las perlas rojas (2005)

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El intendente Orlando Costa, toma como suyo el tema y entonces sí, a partir de su apoyo, el viaje comienza en serio. Peter Stalker, un periodista inglés, desde Indonesia, me manda sus recuerdos a través del correo electrónico. El pintor Luis Felipe Noé busca en su memoria aquellos días de la década del 60 y 70 en que juntos caminaban y compartían arte y amistad. Alicia Dujovne Ortiz me cuenta los proyectos de Héctor y su final. Y de pronto aparecen otras voces desde París: Isaura Verón, Negra Tronquoy, Luisa Futoransky. Amigos o parientes tienen para contar lo suyo. Vienen y traen una figurita, un retacito de Héctor: su manera de caminar, o de mirar o de discutir, el couscous compartido en un restaurante argelino, aquella foto rara en la que el artista mira con cara de asustado a la cámara desde sus veinte años, perdido entre los colimbas de la promoción 1945 y su máquina de dibujar que parece que tenía incorporada a su vida porque todos dicen lo mismo: Héctor dibujaba y no paraba de dibujar. Sus dibujos siguen tan actuales como el día en que los creó. Eso es el talento al que se le suman convicciones, conocimiento del arte, la política, el mundo. Spilsbury pegó un mapa y después lo seccionó en pedazos. Aquí pasa al revés: están los fragmentos: las voces de entrevistas grabadas, llamadas telefónicas, fotos, dibujos, mails, notas, evocaciones. Armemos el puzzle Cattolica a través de ciudades y países: Argentina y Francia, pero también Japón, Inglaterra, Argelia. Y ciudades: Bragado, Buenos Aires, París. Dibujos, palabras y fotos. La biografía de un hombre es un viaje, que tiene un comienzo pero nunca se sabe a dónde lleva. Empieza en las páginas de Las perlas rojas y continúa de voz en voz.

Héctor Cattolica (Foto de NI)

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(La voz de Bragado, febrero de 1969)

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El ladrillo de la memoria

Héctor Cattolica nació en Bragado, una ciudad situada al oeste de la provincia de Buenos Aires que fue línea de avanzada contra los indios en el siglo XIX y pueblo tranquilo y de casas con penumbrosos zaguanes -con aldabas de bronce con forma de mano o de cabeza de león- y una iglesia sobresaliendo entre los árboles. La rodea la llanura pampeana limitada por el horizonte dibujado con lápiz de trazo grueso. Tiene calles más anchas de lo previsible, árboles coposos y cielos violetas o rojos en días de tormenta. Hay una leyenda con un caballo suicida que prefirió la muerte antes que el cautiverio. Fue cuna de algunos poetas populares como el autor de “La cumparsita” y el ámbito en donde Florencio Constantino, un inmigrante español, tenor de gran éxito, construyó un teatro lírico como L’Ópera de París, pero enclavado en un pueblito de calles de tierra y vida provinciana. Fue anotado como Héctor Domingo Cattolica el 31 de agosto de 1933, hijo de Humberto, un albañil italiano, y de Carmen Martino. Su padre era oriundo de la región italiana de Le Marche, y había llegado a la Argentina -como tantos inmigrantes- a buscar mejores condiciones de vida. Levantó su casa en Bragado en la década del veinte, cuando todavía era un poblado comido por la llanura. En esa casa, ubicada en la calle Laprida 674 Héctor pasó su infancia y los primeros años de la adolescencia. La casa guardaba un mensaje para el futuro. En su último viaje a la Argentina, en 1988 -cuando ya habían muerto doña Carmen y su hermano Humberto- Héctor se paseó por la casa vacía y poblada de recuerdos. Aún estaba intacta, con sus muebles, su vajilla, sus roperos con perchas vacías. Pasando la mano por las paredes, dio con un hueco. Allí encontró un ladrillo flojo, lo sacó, hundió la mano y descubrió un papel de diario con una fecha y una inscripción: “Humberto Cattolica, italiano, albañil, terminó de construir la casa en tal día de 1923”. Alicia Dujovne, depositaria de esta anécdota, dice que ese acto, para Héctor, fue como meter el dedo en el centro de la memoria, que ese hecho fue la imagen más perfecta de la relación de un hombre con el pasado. Esas palabras destinadas al futuro tuvieron para el artista gráfico un significado de tal magnitud, lo conmovieron tanto que decidió, cuando regresó a París, hacer un proyecto sobre la inmigración para conmemorar los 500 años de la llegada de Colón a América. Seguramente, solo, en la casa silenciosa y llena de telarañas, Héctor habrá imaginado la aventura de su padre atravesando el mar desde el pueblito italiano, la incógnita de la tierra desconocida, los días de esfuerzo buscando trabajo, la soledad en América, la dificultad con el idioma, el orgullo de levantar ladrillo a ladrillo una casa para fundar una familia. Y así había ocurrido. Ese italiano inmigrante, ya afincado en Bragado, tuvo dos hijos, ambos inclinados hacia el arte. Héctor, el mayor, dibujante y Humberto diseñador gráfico y actor. Parece que ya en su primeros años Héctor había puesto en funcionamiento su máquina de dibujar, su incomparable facilidad para expresar en pocos trazos cualquier idea. Sus compañeras de escuela cuentan que, desde muy chico, dibujaba todo lo que había en el mundo en cuanto papel se le ponía a tiro.

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Elidé Pradás refresca su memoria y me dice que tuvo a Héctor como alumno particular. Hacía la primaria en la Escuela Nº 21 de Bragado (más tarde siguió en la Escuela Normal) y la madre se lo llevó a su casa para que lo ayudara a mejorar sus notas. Era muy inteligente, dice la maestra que hoy, con sus 79 años está tan vital como en aquellos tiempos en que era una adolescente de 15 que, en su casa, daba apoyo a un sinnúmero de chicos. “Pero no le importaba la escuela -recuerda- se lo pasaba dibujando. Dibujaba hombres, todos muy pobres, con pañuelos al cuello, hombres tristes”. Estuvo en Bragado hasta los veinte años. Ese dato es seguro. Me lo confirma Cándido Scarcelli que me llama por teléfono y me dice: “Yo hice el servicio militar con Cattolica en el Regimiento 6 de infantería, en Mercedes”, y me promete un álbum en donde hay una foto -apenas visible- de la Compañía de ametralladoras y una dedicatoria del día en que terminaron la colimba. Scarcelli ahora tiene 72 años y no para de decirme, cuando llega a mi casa con el álbum en una bolsita de plástico, que Héctor era raro,”muy raro, y zurdo”, que se lo pasaba protestando porque obviamente el servicio militar para un artista de ideas libertarias habrá sido un padecimiento. Mientras me dice esto mira de reojo el piano abierto de mi living y me cuenta que él toca música. A las diez de la mañana, con la excusa de evocar a Héctor, don Cándido me da un pequeño concierto de tangos y milongas. En la última hoja del álbum, paso la mano por el texto que Héctor Cattolica le ha dedicado en algún lejano día de 1954: “Para el amigo Scarcelli, compañero de todas las horas de esta inolvidable “colimba” de su siempre H. Cattolica.” Trazos más, trazos menos, esa firma es casi idéntica a la que encuentro en un artículo de la revista New Internationalist, de setiembre de 1993, que la incluye junto con su foto en una nota necrológica, con un epígrafe: “El artista gráfico argentino que creó algunas de las más memorables imágenes de NI murió de cáncer a principios de julio”.

Héctor en París (gentileza Hebe Solves)

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Antes de París

Algunos amigos y compañeros de escuela me cuentan sobre Héctor en la época en que aún vivía en Bragado. Jeannot Fabarón me relata una pequeña historia de niños. Los alumnos de la Escuela Normal son convocados para participar en un concurso de dibujo sobre el general San Martín en un horario fuera de clase. Jeannot descubre a un chico mayor que dibuja de verdad, que va más allá de las tímidas y conocidas siluetas de cordilleras y caballos mal entrazados. Un chico más grande que él, de unos doce años, dibuja a un San Martín auténtico, con trazo firme. Las montañas son casi montañas reales y los caballos guardan las proporciones adecuadas. Es Héctor que ya desde la infancia puede hacer lo que quiere con un lápiz y unas pinturitas. El arquitecto Sergio Cano2 evoca una ilustración de Cattolica para un poema de Molinari, un rimador local. “Como palabra anudada” era su título, y el dibujo que lo acompañaba era el de un criollo que hacía un nudo con su caballo. Las exposiciones de poesía ilustrada eran muy frecuentes en aquella época. También recuerda que, junto a otros chicos de su edad, Héctor realizaba un arte efímero, acaso un antecedente de los graffiti que hoy son tan populares. Con una barra de amigos, hacían por las tardes dibujos sobre el pavimento de las calles del pueblo con trozos de carbón que duraban hasta que las lluvias o el paso de autos y carros los borraban. En los últimos años bragadenses Cattolica dibujaba planos para el Agrimensor Malpelli, actividad que, ya en Buenos Aires, siguió realizando en el estudio de López León donde desarrolló su talento y creatividad en la proyección de la casa del actor Luis Sandrini -una construcción con forma de barco- y en el edificio de Córdoba Y Florida que fue el primero que tuvo un frente totalmente de vidrio. Como suele pasarles a quienes tienen inclinaciones artísticas y culturales, Héctor era poco comprendido en su pueblo.  En el estrecho horizonte de una ciudad provinciana que segrega al diferente, su ingenuidad en asuntos de mujeres solía ser causa de burlas. Rubén Bollini, que fue médico de cabecera de doña Carmen y luego trató a Héctor en sus viajes a París, confirma que trabajó en la mítica Tía Vicenta, de Landrú, una revista que seguramente fue una verdadera escuela. La revista que salió entre los años 1957 y 1966, se constituyó en una de las más importantes que hicieron humor político. En ella colaboraban Quino, Miguel Brascó, Fontanarrosa, Sábat, Bróccoli, César Bruto, Alberto Breccia, Caloi, Blanca Cotta, Siulnas, Jaime Potenze, Conrado Nalé Roxlo, Copi. Muchos de ellos fueron amigos de Héctor y, según el arquitecto Cano, algunos dibujos extremadamente críticos lo enemistaron con Landrú quien lo echó por temor a que le censuraran la revista. La censura llegó finalmente en 1966 cuando Onganía le impuso la clausura porque Landrú lo parodiaba como una morsa de enorme bigotes. Sin embargo sigo buscando más precisiones sobre este episodio. Al fin puedo hablar por teléfono con Quino3 y él me da una versión más ajustada pero

2 Sergio Cano es arquitecto y vive en Buenos Aires. Recientemente se retiró de su cátedra de Teoría de la Arquitectura en la FADU - UBA, donde transmitió a los alumnos su conocimiento y experiencia sobre las relaciones entre arquitectura y construcción de la ciudad.3 Joaquín Salvador Lavado (Guaymallén, Provincia de Mendoza, 17 de julio de 1932), más conocido como Quino, es un humorista gráfico y creador de historietas argentino. Su obra más famosa es la tira cómica Mafalda (publicada originalmente entre 1964 y 1973). El humor de Quino es típicamente ácido e

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empañada por el tiempo que ha pasado. El genial creador de Mafalda me habla sobre el paso de Héctor por Tía Vicenta. Hacía fotos para la revista. El vínculo se había establecido a través de Carlos del Peral, marido por ese entonces de Pirí Lugones. El incidente que propició el alejamiento de Cattolica de la revista había surgido a raíz de su participación en una manifestación en Plaza de Mayo y de un altercado con la policía. Landrú, cuya revista estaba financiada por la Marina, no quiso que figurara más en el staff. Varios colaboradores se fueron con él y sacaron una revista de efímera duración, creación de Carlos del Peral, Cuatro Patas, que fue considerada un modelo humorístico de la época en la que también participaban Quino y Miguel Brascó, de la que sólo salieron cuatro números. En esos tiempos, sobre los finales de los años 50, el campo intelectual de la izquierda argentina se interesaba por las organizaciones populares vernáculas y del resto de los países del Tercer Mundo. Se avocaba a reinterpretar la compleja relación entre la clase media y el peronismo y revisaba críticamente cuál había sido el papel de los intelectuales respecto de los movimientos obreros y populares. Luis Felipe Noé4 recuerda que conoció a Héctor Cattolica en la casa de Piri Lugones5, la nieta del poeta y la hija del torturador como a ella le gustaba decir, cuando fue a vivir al edificio del Hogar Obrero de Caballito, entre Rivadavia y J. M. Moreno. Pirí era hija de una amiga de la madre de Noé. Mentora del mundo cultural y literario del Buenos Aires de entonces, en su departamento se reunía mucha gente interesante. A las fiestas que hacía, asistían Noé Jitrik, Osvaldo Lamborghini, Quino, León Rozitchner, Tanguito, el Tata Cedrón -entre otros- y Rodolfo Walsh6 que era, como lo señala Noé, una especie de papa en ese momento. Es de suponer que Héctor, en ese clima de debate de ideas y posiciones políticas, alimentaba sus inquietudes artísticas y compartía el clima intelectual que lo llevaría más tarde, en París, a plasmar en imágenes su visión del mundo. Luis Felipe Noé me dice en una entrevista en su casa taller de la calle Tacuarí que si él fuera novelista, ese departamento sería el eje de su hipotética novela. Ahí se debatían ideas y se hablaba de arte. Muchos de esos jóvenes, como la misma Pirí y Walsh, se volcarían al peronismo más tarde porque había una conciencia de que no se podía volver a la democracia sin Perón. Pero -

incluso cínico, ahondando con frecuencia en la miseria y el absurdo de la condición humana, sin límites de claseEs autor, entre otros libros de humor: Mundo Quino (1963) (reeditado en 1998) A mi no me grite (1972) Humano se nace A la buena mesa (1980) Potentes, prepotentes e impotentes (1989) (1991) Esto no es todo (recopilación) (2002) ¡Qué presente impresentable! (2005) 4 Luis Felipe Noé integró el grupo Nueva Figuración junto a Jorge de la Vega, Ernesto Deira y Rómulo Macció. Su exposición individual de 1959 significó para De la Vega un giro en su producción y el comienzo de una larga amistad. Juntos compartieron el viaje a París en 1962 y experimentaron la necesidad de ruptura con las prácticas de la pintura tradicional. Noé es considerado uno de los artistas más importantes de la Argentina.5 Susana Pirí Lugones, trabajó en el Diario La Opinión, en la revista Siete Días, en Crisis y en diversas editoriales, como Ediciones de La Flor y Editorial Jorge Álvarez. Tradujo del francés, entre otras obras, las Cartas de amor a León Jogiches, de Rosa Luxemburgo. Era profundamente respetada como intelectual y tenía fama de femme fatale entre sus colegas periodistas. Pirí es una desaparecida de la dictadura militar6 Rodolfo J. Walsh, nació en Choele- Choel en1927. Fue escritor, periodista, traductor y asesor de colecciones. Su obra recorre especialmente el género policial, periodístico y testimonial, con celebradas obras como Operación Masacre y Quién mató a Rosendo. Walsh es para muchos el paradigmático producto de una tensión resuelta: la establecida entre el intelectual y la política, la ficción y el compromiso revolucionario. El 25 de marzo de 1977 un pelotón especializado emboscó a Rodolfo Walsh en calles de Buenos Aires con el objetivo de aprehenderlo vivo. Walsh, militante revolucionario, se resistió pero fue herido de muerte. Su cuerpo nunca apareció. El día anterior había escrito lo que sería su última palabra pública: la Carta Abierta a la Junta Militar.

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aclara Noé- no todos eran peronistas, y Héctor profesaba una especie de anarquismo sin ser un militante. En 1957 la poeta Hebe Solves7 conoció a Héctor en una exposición colectiva de carácter experimental, ¿Qué cosa es el coso?, en Estímulo de Bellas Artes. Las obras eran de un pequeño grupo de artistas jóvenes que intentaban la ruptura con el formalismo imperante en Buenos Aires siguiendo las huellas del art brut, de dadá, de Duchamp. Los artistas llamaban –irónicamente- “cosos” a sus trabajos. Las obras anticipaban lo que a comienzos del sesenta sería el arte destructivo: Cristos pintados sobre arpillera, paneles realizados bajo los efectos del LSD, camas colgando, una botella de anís con una tetina en el pico. Los artistas -y así lo recuerda Hebe- solían frecuentar el bar Chamberí de Córdoba y San Martín. Eran lugares míticos como lo fue también el Bar Moderno en Maipú al 900. Poetas y artistas plásticos se unían para hacer trabajos conjuntos de poemas y dibujos o grabados. A través de Héctor, Hebe hizo una única colaboración para la revista Tía Vicenta, y sostiene -como otros entrevistados que ya mencionamos- que un entredicho con Landrú hizo que Cattolica abandonara la revista, acaso porque ambos estaban en las antípodas ideológicas. La amistad entre Hebe y Héctor fue cultivada durante varios años y se fue consolidando cuando el artista regresó de París en el 69, edificada en bares al calor de la poesía que en esa época lo apasionaba. Para ese entonces, dice Hebe, Héctor creía firmemente en una revolución imaginaria y que el mayo francés se continuaría en Buenos Aires. El poeta Máximo Simpson8 me cuenta que conoció a Cattolica a través de Hebe Solves en las reuniones de amigos que la escritora hacía en su casa. Su recuerdo es grato: “Un muchacho humilde y cordial, una buena persona”. Lo curioso es que Simpson no recuerda a Héctor vinculado a las artes plásticas sino a la poesía. Una circunstancia lo ayuda a confiar en este recuerdo: contemporáneamente con la publicación de su primer poemario (Túpac Amaru, 1960), Héctor publicó un libro suyo, también de poemas. Los dos trabajos fueron comentados en el mismo número de una revista por el poeta Luis Alberto Murray y evoca que la crítica de su poema fue favorable, pero más favorable aún fue la que le dedicó al libro de Héctor. Decía, tal vez, que su poesía era más personal. Quizá buscando nuevos horizontes, con ese afán tan argentino de hacer un viaje intelectual a la manera de un bautismo, Héctor Cattolica partió en 1959 y, después de un largo vagabundeo por Latinoamérica y Europa, recaló en París. Al París mítico que, desde el siglo XIX obnubilaba a los intelectuales latinoamericanos. La ciudad cuya luz emanaba del saber, de la novedad eterna, de la fascinación cultural y que era, en sí misma, un mito. Lugar de la creación, el renacimiento y la consagración.

7 Hebe Solves es poeta, narradora, escritora e ilustradora de literatura infantil, docente y autora de libros pedagógicos. Nació en Vicente López, en 1935. Vivió siempre en Buenos Aires, salvo el tiempo en que

trabajó como maestra rural. 8 Máximo Simpson, nació en  Buenos Aires en 1929. Poeta y Periodista. Fue catedrático universitario en México. Investigador, ensayista. Miembro Correspondiente de la Asoc. Prometeo de Poesía. Premios de poesía: Faja de Honor de la SADE, Consejo del Escritor, Ciudad de Buenos Aires, Fondo Nacional de las Artes, Mención del Nacional de Literatura. Nueve poemarios, desde Túpac Amaru (1960) a Esta precaria luz (plaq. 2004).

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El poder de la imaginación

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Desde el siglo XIX hasta mediados del siglo XX, París fue para los latinoamericanos un lugar mítico, la ciudad a donde había que viajar para formarse y obtener consagración. Era una construcción imaginaria que anclaba en la literatura, en la pintura, en la filosofía y en los sueños acariciados desde el romanticismo. Mito colectivo, París era para cada uno de los artistas un lugar de deseo y de búsqueda personal. Como escribe Vargas Llosa: “París era entonces un lugar mágico en el cual la historia, la invención literaria, la destreza técnica, el conocimiento científico, la sabiduría arquitectónica y plástica, y, también, en muchas dosis el azar, habían creado esa ciudad donde salir a caminar por los puentes y muelles del Sena, u observar a ciertas horas las volutas de las gárgolas de Notre Dame o aventurarse en ciertas placitas o el dédalo de callejuelas lóbregas del Marais, era una emocionante aventura espiritual y estética, como sepultarse en un gran libro" 9. Héctor Cattolica llegó a París en 1962. Allí se encontró con Luis Felipe Noé, que estaba desde 1961 y restableció la amistad que había comenzado en Buenos Aires. Noé dice que era una muy buena persona, un tanto neurótico. Tenía un enorme talento, pero no se entendía bien con la vida. Tenía mala suerte pero también trabajaba para que las cosas le salieran mal. Repasemos un poco la década del ’60 para entender cuál era el ambiente político y cultural que impregnó esos años en que Cattolica llegó a Europa, buscando sus raíces europeas y recaló en París en tiempos de grandes rupturas y cambios culturales. En los años anteriores al Mayo de 1968 se habían producido en el mundo acontecimientos que fueron vistos por los universitarios franceses como iconos de admiración: la Revolución Cubana, la guerra por la independencia de Argelia, la resistencia de Ho Chi Minh y su pueblo, la revolución cultural en China. En este contexto, la represión en la Universidad de Nanterre el 3 de mayo de 1968, tras una jornada antiimperialista, hizo que las protestas se extendieran rápidamente a la prestigiosa Universidad de la Sorbona. El arte asumía compromisos colectivos a través de una explícita preocupación por el “mensaje”, integrando en algunos casos el texto escrito como soporte de la obra, y enfatizando cierta actitud "conceptualista" en los resultados.

Dibujo de Cattolica publicado en La voz de Bragado, 1969

La "revolución gráfica" que tiene lugar a partir de 1960, potencia nuevas imágenes, capitaliza la experiencia creciente en el campo de la ilustración periodística y mantiene un estrecho diálogo con el lenguaje del diseño. Es la

9 Mario Vargas Llosa, El pez en el agua, Barcelona, Seix Barral, 1993.

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década de gran impulso del afichismo que será durante la revuelta de mayo del 68 la expresión de la rebelión juvenil. El arte buscaba una respuesta a los problemas sociales y culturales. En Estados Unidos e Inglaterra surgía el “pop art”, que hacía una crítica de la cultura de imágenes propia del mercado. Es el tiempo en que se critica a la obra de arte única, terminada y fetichizada. Se sale de los tradicionales circuitos del arte (museos, galerías) y, como contrapartida, se realizan obras colectivas que van de lo objetual a lo procesual (los eventos se convierten en happenings, instrucciones, performances, ambientaciones, situaciones). A fines de los 50 había surgido el movimiento “Situacionista” que tenía como característica la focalización en la acción. El movimiento, liderado por Guy- Ernest Dabord se proponía: «Nuestras ideas acerca de cómo funciona el mundo, acerca de por qué debe cambiar, están en la mente de todos en forma de sensaciones que casi nadie está dispuesto a traducir en ideas. Nosotros las vamos a traducir. Y eso es todo lo que tenemos que hacer para cambiar el mundo». La Internacional Situacionista organizó conferencias, realizó exposiciones y publicó una revista, en francés (dirigida por Dabord). Sus ideas revolucionarias estuvieron detrás de los acontecimientos del mayo del 68, en París. Para ellos la ciudad, entendida como entorno urbano, era el escenario -"un nuevo teatro de operaciones culturales"- para la consecución del cambio social y la conquista de la libertad. El movimiento se proponía la disolución de las barreras existentes entre arte y vida cotidiana, y para ello se servía del reciclaje de elementos gráficos extraídos de los mass media utilizando imágenes manipuladas -fragmentos de anuncios, cómics- que servían como vehículo de sus ideas. Lo más interesante de la gráfica utilizada por los situacionistas radicaba en su fuerza expresiva. Era el lenguaje de la revolución expresado gráficamente. Con él, y mediante la crítica, querían influir en los acontecimientos, propiciar un cambio que afectara a todo el orden establecido. Una estética de imágenes y mensajes simples, directos, provocadores, que obligaban al espectador a posicionarse ante aquello que comunicaban. Se trataba, por consiguiente, de una gráfica de alto contenido ideológico y donde la imagen estaba al servicio de la palabra. Si bien no podemos saber si Héctor participó del movimiento situacionista, esas ideas estaban en el aire y permiten contextualizar las concepciones estéticas que influyeron sus trabajos. Los días violentos de Mayo del 68 comenzaron cuando los estudiantes salieron a las calles a protestar contra el gobierno de De Gaulle y se apoderaron de los edificios subvirtiendo los discursos y las prácticas de las instituciones que allí residían: universidades, fábricas, liceos, canales de televisión, teatros, colegios profesionales. La juventud se sentía el motor de la transformación revolucionaria y el movimiento fue tan espontáneo como efímero. En esos días “las paredes hablaban”. Los jóvenes escribían grafittis anónimos mezclando textos que provenían de distintos horizontes y de sus propias vivencias de la huelga, citando a pensadores revulsivos como el marqués de Sade, líderes del marxismo y del anarquismo como Marx, Proudhon, Bakunin, Lenin, Trotski, Rosa Luxemburgo, y los poetas malditos -desde el

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decadentismo al surrealismo- como Rimbaud, Verlaine, Artaud, Breton. Paredes que criticaban la vida cotidiana y denunciaban la ideología jerárquica que inundaba la sociedad. Se leían consignas como éstas: “Prohibir. La libertad comienza por una prohibición, “Cambiar la vida. Transformar la sociedad”, “La imaginación toma el poder”, “Corre, camarada, el viejo mundo esta detrás de ti”,”La cultura es la inversión de la vida”, “¡¡¡Te amo!! Oh!, díganlo con adoquines”. Las paredes conformaban un gran texto donde se entrecruzaba el pensamiento crítico moderno con un destinatario múltiple, colectivo y anónimo. Además de los grafittis las calles se llenaron de carteles que estaban realizados con técnicas básicas de gráfica: serigrafía, litografía y estarcido. Estos carteles, puestos al servicio de los movimientos contestatarios de mayo del 68, fueron realizados por profesores, estudiantes y trabajadores en los talleres ocupados de la Escuela de Bellas Artes, en las distintas Facultades o en las agrupaciones de barrio, de forma anónima y colectiva (sobre algunos de ellos simplemente aparece un sello con la leyenda: "Talleres Populares"). Sólo los talleres de la Escuela de Bellas Artes editaron alrededor de 500.000 carteles con unos 400 motivos diferentes. Héctor Cattolica hizo varios afiches sumándose a la protesta estudiantil. Fue uno de los afichistas más célebres del mayo francés. Uno de sus afiches más conocidos representa una moneda de un franco con la imagen de la libertad tirando las piedras de las barricadas que los jóvenes levantaban en las calles de París.

.Afiche de Cattolica durante el mayo del 68, gentileza Rubén Bollini

“Antes de las manifestaciones estudiantiles- dirá Héctor a Peter Stalker en una nota que le realizan en la revista NI en 1989- había estado trabajando con un grupo de intelectuales latinoamericanos en París, ayudándoles a sacar una revista. Pero todo quedó a un lado cuando comenzaron las protestas y ganamos la calle. Estábamos comprometidos y quizá demasiado ilusionados, y luego nos deprimimos por la respuesta. Pero puedes imaginarte, todavía veo

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muchas de las imágenes que hice reproducidas en muchos países. Me gusta verlas. Me siento como un padre que observa qué fue de sus hijos.” Según me cuenta Alicia Dujovne Ortiz, Héctor arriesgó mucho en ese momento y estuvo por convertirse, en esos días revulsivos, en un artista verdaderamente importante. Muchos de los afiches que hizo Cattolica siguieron circulando y se hicieron muy conocidos y recordados en las exposiciones de carteles que se fueron sucediendo para recordar al mayo. Veinte años después, crítico y lúcido como era Héctor, hizo otro afiche revisando la significación del movimiento. “Un afiche de tono melancólico, como todo lo que hacía Héctor”, dice Alicia que es quien me lo describe. “Tenía una inscripción: MAI 68- mais MAI 86, es decir, hubo mayo del 68, pero ahora estamos en el 86, y el mundo no ha cambiado. Es que durante las semanas que duraron las tomas, las instituciones fueron apropiadas por los sujetos que las hacían posibles: los profesores y estudiantes de las universidades impugnaban el autoritarismo académico, los estudiantes de los liceos el autoritarismo pedagógico, los periodistas desembozaban la manipulación de la información. Pero eso no podía durar porque, según Tournier10, el movimiento encontró sus límites en el momento en que no atacó al aparato central del Estado, y Foucault11 -revisando su obra bajo el impacto de Mayo- señala que “el poder por definición es lo que la clase en el poder abandona menos fácilmente y tiende a recuperar antes que nada”. La imaginación explotó en las calles de París y Héctor se sumó a esa utópica sensación de que ésta tomaría el poder con el consiguiente desencanto. Los afiches que Héctor realizó para estos sucesos, y la obra que vendría después, tuvieron la genialidad de decir un máximo de cosas con una síntesis perfecta. Era un visualizador, como lo define Luis Felipe Noé, un artista capaz de concretar una idea en una imagen contundente que la resume.

10 Michel Tournier (París, 1924) es una de las figuras capitales de la literatura francesa de nuestro tiempo. Con "El Rey de los Alisos" obtuvo el Premio Goncourt en 1970, y con "Viernes o los limbos del Pacífico" el Grand Prix du Roman de la Academia Francesa. Otras obras suyas son "La gota de oro", "Gilles y Juana" y "El árbol y el camino".11 Michel Foucault (15 de octubre de 1926 - 26 de junio de 1984), filósofo y psicólogo francés y profesor de la cátedra Historia de los sistemas de pensamiento en el Collège de France de 1970 a 1984. El trabajo de Foucault ha influido a importantes personalidades de las ciencias sociales y las humanidades en Europa y Estados Unidos.

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En el afiche la idea es todo“El afiche moderno –básicamente publicitario, de gran formato y tirada numerosa– apareció hacia mediados del siglo XIX, en Francia. A aquellos primeros carteles fueron sumándose rápidamente ingredientes técnicos, estilísticos y teóricos. El afiche utilizó todas las corrientes estéticas, de modo que sirvió como una suerte de difusor de distintas tendencias y movimientos. A este gesto, durante los primeros cincuenta o sesenta años de afichismo, deben sumarse las interinfluencias con la fotografía, el cine y los dibujos animados. El abecé del afiche dice que éste debe comprenderse en pocos segundos, de modo que la estructuración de los elementos que lo componen tendría que ser descifrada por el que mira en un solo golpe de vista, porque el destino del afiche es ser visto al paso, sobre la marcha.Los carteles publicitarios son parte de la geografía ciudadana y su imagen marca etapas de la dinámica urbana. Los afiches dan cuenta de una época, no sólo por las cuestiones que anuncian, denuncian, advierten, sugieren, prometen o recomiendan, sino también por las herramientas gráficas y visuales que utilizan. La intención y el efecto del afiche son cruciales, porque entre la publicidad y la propaganda se juegan duelos sutiles y se atraviesan fronteras para nada ingenuas.El afichista francés Achille Mauzan –que vivió en la Argentina y fue autor de la célebre cabeza de Geniol, entre otras genialidades– definió el sentido y la función del afiche en unas pocas frases sencillas: “Los afiches deben ser simples y visibles de lejos”, “Son el bombo en la orquesta de la propaganda”, “Son gritos pegados en los muros”, “En el afiche, la idea es todo”.

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En 1963 Héctor se reencontró con Quino en París y diagramó sus dos primeros libros: Mundo Quino y A mí no me grite. En el prólogo a una reedición de Mundo Quino, el humorista expresa: “Este pequeño libro fue mi primer libro. La idea de editarlo nació de Héctor Cattolica, amigo diagramador, dibujante, poeta y sobretodo, idealista. Su ilusión era ganar con 'Mundo Quino' un dinero que le permitiera editar libros de poesía, suya y del grupo que lo acompañaba. Es frecuente que a un poeta no le salgan bien los negocios y así sucedió. Pero no por eso nos deprimimos. Al contrario, la alegría de haber dado a luz nuestro primer libro fue un negocio emotivo extraordinario. Por supuesto que luego, con Ediciones de la Flor el libro tuvo mucho mejor suerte y existen de él ediciones en diversos países de Latinoamérica y Europa. Los treinta y tantos años trascurridos desde aquella primera edición de 1963 hacen que cada vez que vuelvo a ojear estos dibujos experimente la extraña sensación de reencontrar 'al Quino aquél' con el que aún hoy me identifico y al que sin embargo siento completamente distinto del actual.” Quino atribuye a Cattolica el rescate de los originales de ese su primer libro en manos de la editorial Jorge Álvarez que había quebrado. De esa manera, pudo ser publicado finalmente por la editorial De la Flor. “Lo encontré un par de veces en París -me dice Quino- y trataba de explicarme la importancia de los acontecimientos del mayo del 68 que iban a cambiar el mundo y se propagarían por otros países.” Cuando regresa a la Argentina en 1969, tiene ciertos proyectos laborales, según señalan algunos entrevistados, pues piensa quedarse en el país. Hebe Solves dice, en cambio, que su verdadero proyecto era la revolución. Sobre el final de la década, Héctor, recién llegado a la Argentina del onganiato, estaba un tanto desajustado con lo que aquí pasaba. Creía en la revolución aunque no estaba de acuerdo con la visión foquista de la lucha armada, según me confía Hebe Solves. Es entonces cuando pasa unos días en Bragado, su pueblo natal, el que idealizará en los próximos veinte años, cuando en su taller de Nogent recordará con nostalgia las calles y las personas que dejó atrás.

El artista es un hombre como todos

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En La voz de Bragado, Hugo Soto, su director, busca en el archivo y encuentra una nota que el diario le hizo a Héctor en su primer regreso a la Argentina. Es del 11 de febrero de 1969. Cattolica vuelve a su pueblo con la revuelta del mayo resonándole aún en los oídos. Habla del mundo, habla de arte, habla de sus viajes. Ha estado en Chile, en Brasil, en Inglaterra. Ha vivido un año en el país vasco y ha ido a buscar sus raíces al pueblo de sus ancestros –Cattolica- en la región de Le Marche. Ha recalado en París, en el Barrio Latino, con el proyecto de hacer una película de dibujos animados que al final no se concretará. Sin embargo se ha relacionado con otros artistas latinoamericanos que hacen su experiencia en la capital de Francia: Mario Vargas Llosa, Alejo Carpentier, Julio Cortázar y Copi (Raúl Damonte Botana). Ha expuesto en algunas galerías “La reseña del artista latinoamericano de vanguardia” en Roma, y “La exposición de artistas latinoamericanos de París”. Ya ha colaborado con dibujos en medios periodísticos como L’Enragé, Le Nouvel Observateur, Le canard de Mal. Al enfrentarse con la pintura de Picasso queda impresionado. “Fue –dice al relatar esa experiencia- como la liberación de mi yo anulado por moldes que me ataban a antiguas estructuras. Empecé a pintar y a dibujar con libertad y a conocer lo que me rodeaba”. También ha escrito poemas publicados en dos libros. “Con ellos comencé a usar la imaginación”, le dirá años después a David Rawson, de New Internationalist. Ha creado y dirigido una revista, Margen, dedicada a los intelectuales de habla hispana. Él mismo la ha definido de esta manera: “para evitar el equívoco, Margen no quiere decir que se está al margen de la realidad, como algunos pudieran interpretarlo. Margen es una revista de imaginación, y la imaginación es parte de la realidad. Es lo que el mismo término margen expresa: espacio libre donde se puede anotar, hacer apostillas, comentarios y, en definitiva, contestar un mundo dominado por las cosas. Nuestra revista se encuentra ubicada al margen toda vez que no obedece a las leyes del mercado oficial o empresario de la cultura, regido por las editoriales, las instituciones, las fundaciones, los mecenas, etc. Sus vicisitudes son consecuencia de nuestro rechazo en considerar la obra de creación como una mercancía en una sociedad condicionada por el dinero, como dice Maurice Roche12, representado por el best seller. Creemos en la acción a largo plazo y en la universalidad de la obra literaria, en su valor intrínseco y no en los valores establecidos por cierta paraliteratura de consumo. Su posición estética es heterodoxa, en tanto que está abierta a todas las posibilidades de expresión, puesto que la revista “fue creada para dar a conocer a todo lo que se escriba en lengua castellana desde el continente europeo, sin excluir lo que se escriba desde nuestra América.” En el diálogo con el periodista de La voz de Bragado, Cattolica desgrana sus posiciones políticas. Está todavía impactado por los acontecimientos ocurridos en mayo del año anterior y despliega comentarios sobre su concepción del artista que, para él, no es ningún pequeño dios, sino un hombre como todo el mundo a quien las contingencias y el medio no ahogaron sus aptitudes

12 Maurice Roche en sus obras opta por una ruptura de la narración tradicional. En 1966 publica “Compacto”, su primera ficción. En sus obras siguientes continúa examinando la relación que mantienen un texto, su título y la imagen. Marginal de las letras, Maurice Roche sigue siendo una figura de la literatura experimental.

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naturales. Porque para él todos pueden ser capaces de realizar un trabajo creador, “transformar el sol en un prisma, deshacer la luz, hacer colores y emplearlos para reconstruirse a sí mismo bajo otra forma”. “Muchos -dice- gracias a los que han hecho de la literatura una estatua, son los que mueren sin tener arte ni parte. Todo creador debe combatir para que el hombre alcance un conocimiento por todos los medios legales e ilegales, ya que debe ser un revolucionario.” Y, recordando a Josué Castro -sociólogo y escritor brasileño que tuvo como meta la lucha contra el hambre en los países subdesarrollados, ideas expuestas en su Geografía del hambre- Héctor dice que habría que levantarle un monumento de miga de pan, una estatua crocante, perecedera, cuyas inmensas rodajas pasaran de boca en boca alrededor de las mesas. Una obra de arte en la que a cada hombre le corresponda una parte”. Hace pocos días que ha llegado de París y no sabe nada sobre su futuro, pero expresa sus deseos de radicarse en la Argentina. Tres años estará en el país detrás de trabajos que no se concretan. Participa de la vida bohemia de Buenos Aires que se concentra en las puertas de Florida 936, epicentro de la así llamada Manzana Loca (Florida, Paraguay, San Martín, Córdoba). En ese circuito donde estaba el Di Tella13, Hebe Solves recuerda las encendidas conversaciones que sostenía con el artista gráfico en los bares que componían ese territorio de innovación y experimentación artística como el bar Moderno o el Bar Baro, a pocos metros donde los “locos del Di Tella”, como los llamaban los enemigos, todavía sostenían que la pintura de caballete había muerto y las muchachas exhibían sus minifaldas como las de Mary Quant, vestidos de hule, pantalones pata de elefante y pelos erizados de spray. Solves recuerda el vuelo de Héctor y también la manera cómo tomaba el lápiz y, al trazar la línea, dejaba el rastro de su descarga emocional. La imagen que Hebe tiene de Cattolica es la de un ser con mucho ímpetu, un espíritu creativo, y sobre todo, un hombre que sabía escuchar, en especial a las mujeres, en una relación de paridad, cosa que no era muy frecuente en aquellos tiempos. Por esta época reinicia también, su amistad con Luis Felipe Noé en Buenos Aires. Es en este momento cuando Noé realiza Una sociedad colonial avanzada, libro conceptual escrito por el artista en 1971 y diagramado e ilustrado por Cattolica. En él colaboran pintores y dibujantes como Carlos Alonso, Quino, Oski, Rómulo Maccio, Jorge de la Vega, Ernesto Deira, Alberto Alonso y Lorenzo Amengual. Todos ellos completan los textos y lo terminan de escribir con sus dibujos. Es la Argentina de la dictadura de Onganía y Aldo Pellegrini que prologa la primera edición subraya ideas que están en sintonía con el pensamiento que Héctor ha expresado en la nota del diario de su pueblo: “La sociedad actual transforma el arte en artículo de consumo”. Noé, en el póslogo de la reedición del 2003, dice que contó con el diseño de Héctor Cattolica –poeta, dibujante y muy talentoso gráfico (“comunicador”,

13 El Instituto Di Tella,  centro de investigación cultural fundado en 1958. En sus inicios albergó a las vanguardias del teatro, la música y la pintura. Allí dieron sus primeros pasos artistas luego consagrados. Su actividad marcó una nueva era en el arte local. Fue dirigido por Jorge Romero Brest.Las "Experiencias" realizadas en 1967 y 1968 reunieron a los artistas jóvenes que buscaban superar la concepción objetual de las obras de arte, en búsqueda de experiencias que involucraban el cuerpo y el diseño del espacio-tiempo mediante instalaciones, performance, happenings (como La Menesunda), etc.El Instituto Di Tella fue cerrado en 1970 por el gobierno de facto de Onganía

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decía él) amigo mío desde la época de las reuniones en la casa de los Peralta, con quien había estado en mi primer viaje a París y a quien encontré en este regreso mío que también era el suyo.”

(Tapa del libro Una sociedad colonial avanzada, de Luis Felipe Noé, diagramado e ilustrado por Cattólica)

Trabajando con la mala suerte

Héctor era, además de un artista talentoso, un hombre que sabía cultivar la amistad, ser un confidente lúcido y desplegar su humor, a veces negro. Era un

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Una sociedad colonial avanzada“Noé molesta página tras página con aforismos ácidos (a veces ingenuos) como los que dicen “Una sociedad donde la mayoría es obligada por la minoría a sentirse minoría” o “Una sociedad donde es jurisprudencia que el poder judicial es independiente del poder ejecutivo mientras no ejercite esa independencia” o “Una sociedad tan auténticamente nostálgica de otras sociedades que hace de todo lo inauténtico de ella su autenticidad”. Las frases se entrecruzan con recortes de diarios y con publicidades que hacen gala de un cinismo envidiable.(…)Noé parece recopilar esa sinceridad publicitaria maquiavélica para homenajear a esa realidad que supera siempre sus ejercicios irónicos.Y naturalmente, Caloi, Oski, Quino, Héctor Cattolica, entre otros, se suman a la obra como observadores privilegiados de entonces que querían poner en evidencia a una sociedad “cuyas virtudes consisten en la voluntad de superar sus defectos y sus defectos en la frustración de sus virtudes”, mientras “la derecha agita el fantasma de la izquierda y donde la izquierda no es más que el fantasma agitado por la derecha”.(Extraído de Radar Libros, suplemento de Página/12, 11 de enero de 2004)

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tipo divertido, pero también muy perseguido por la mala suerte que él ayudaba con una enorme capacidad de autoboicot. Luis Felipe Noé se refiere a las complicadas relaciones familiares. Casado con una francesa tuvo dos hijos -una mujer y un varón- con los que mantuvo una relación muy conflictiva. Su mujer, al separarse, les quitó el apellido Cattolica a los dos hijos por algún artilugio legal que nadie se explica. Alicia Dujovne me dice que tenía una visión muy crítica de sus hijos, que no debió haber sido un padre fácil. A veces sobredimensionaba las rebeldías adolescentes, hasta tal punto que una vez se peleó con Matías, su hijo, y el chico amenazó con pegarle una trompada. Entonces Héctor puso un abogado convencido de que el chico lo quería matar. Matías, según la escritora, era un adolescente frenético pero desde luego no pensaba pasar a mayores. Su mala suerte era proverbial, parecía que todo le salía mal y a veces él mismo contribuía a empujar la mala racha. Siempre estaba buscando desesperadamente trabajos que le permitieran sobrevivir, pero sus actitudes conspiraban para que sus acciones tuvieran éxito. Noé recuerda que en una oportunidad, tuvo que presentar su dossier a una compañía francesa con sus trabajos y él llevó todo lo que había hecho durante el mayo del 68, trabajos que tenían un carácter revulsivo que no acordaban, desde luego, con el perfil de artista que se buscaba. Hebe Solves, sin embargo, no está de acuerdo. Según esta amiga Héctor no tenía mala suerte, las cosas no le iban bien porque era una persona extremadamente sensible, que no podía hacer pie en la realidad pues no tenía la suficiente coraza para protegerse en ella. Una sucesión de acontecimientos desdichados acompañaron sus años parisinos. Admiraba la lucha del pueblo argelino que culminó con el acceso a la independencia. En un viaje de trabajo a Argelia, en los años setenta, en compañía del dibujante de historietas Jean-Jacques Sempé14, sufrió un accidente. Iban en un auto conducido por este último. Sempé salió ileso, pero Héctor se destrozó la cara y perdió los dientes. Según cuenta el doctor Rubén Bollini que lo visitaba en París, Héctor no dejaba de relatar los sufrimientos que había padecido en hospitales precarios, hacinados, con salas atiborradas de camas y sin recursos para paliar sus heridas. Este hecho le provocó una enorme frustración que contrastaba con la idealización que el artista había hecho de la revolución. Su primer departamento del Barrio Latino se quemó, y con él gran parte de su obra. Estaba invitado a cenar a casa de una amiga y llamaron los bomberos para anunciarle que las llamas lo estaban devorando todo. Fue el primer suceso que marcó de alguna manera ese destino de destrucción que tuvieron sus dibujos. Una anécdota ilustrativa que confirma lo dicho: mientras realizo esta investigación llamo a casa de un pariente para obtener algún dato. Mi interlocutor dice, en tono jocoso, que hacía unos pocos días había quemado uno de esos afiches de Héctor (uno en el que cinco pares de manos forman 14 Jean-Jacques Sempé (17 de agosto de 1932, Burdeos) es un dibujante de historietas francés. Acostumbra firmar sus trabajos simplemente con su apellido Sempé.Comenzó su carrera en Francia, en el contexto de las historietas franco-belgas. Sus acuarelas donde sus personajes práctica o definitivamente no hablan, ganaron atención internacional por su facilidad para llevar mensajes a pesar de su simpleza. Ha dibujado varias veces la cubierta de The New Yorker. Es famoso por sus carteles, y su personaje El pequeño Nicolás (Le petit Nicolas), publicado a partir de la década de 1950 junto con D'Agostini (seudónimo de René Goscinny).

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pájaros con una leyenda: “juntos podemos detener la bomba”, Irlanda 1981) que tenía en el galpón. A catorce años de su muerte Héctor sigue perseguido por la incomprensión y la mala suerte. Dice Noé, “Hacía las cosas para que le salieran mal, con sus parejas, con su familia, con su obra, con sus empleos. Pero él las contaba de tal modo que siempre se ponía en el papel de la víctima”. No obstante, también -como refiere Alicia Dujovne- era un ser increíblemente cómico, chispeante, un amigo leal, un confidente. De esas personas que saben escuchar y que son coherentes en sus convicciones. La indiferencia de los franceses lo perturbaba, le parecía espantosa. Un día llamó a Alicia y le contó dramáticamente, que había sufrido una experiencia en el metro que le había confirmado su teoría. Se había comprado una gorra y se la había puesto ni bien salió del negocio y, por supuesto, ninguno de los pasajeros lo había mirado. Cuando llegó a su casa encontró que tenía pegada en la pelada –tenía una calva reluciente, siempre bronceada- la etiqueta enorme de la gorra. -¿Vos te das cuenta- le dijo a Alicia- nadie me miró, y el subterráneo estaba lleno de chicos y nadie me miró para decirme que parecía un loco. ¿Vos te das cuenta lo que es este país? La indiferencia mata en Francia. Sus amigos contaban, como broma, que su espíritu contradictorio le hacía tomar los pequeños logros como inconvenientes. Como no era ciudadano francés penaba por obtener la carte de sejour. Un día llegó furioso de la prefectura de policía que lo había citado, ultrajado en lo más íntimo. Cuando le preguntaron qué le había pasado aclaró: -Fui a buscar la carte de sejour porque me habían citado y ¿sabés qué? ¡Me la dieron! El inconveniente estaba en que, conseguida la documentación tan preciada para permanecer en Francia, ya no tenía de qué quejarse. David Rawson redactor de NI, escribe en la nota que anuncia la muerte de Héctor: “Yo pensaba que él era un poco como París, que seguía siempre adelante, para bien o para mal, después de todos estos años. No mucho tiempo atrás, su estudio se había inundado y él se había roto el brazo con el que trabajaba, por lo tanto no podía dibujar. Uno años antes, un incendio había destruido gran parte de su trabajo. Atrasado en cuanto a los avances de la tecnología, había empezado a tomar clases por las noches en una insufrible computadora. Sabiendo que él nunca había recibido el reconocimiento que se merece, comencé a jugar con la idea de hacerlo, hasta que comenzó a sonar intrusivo.”

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Ilustraciones para las tapas de NI

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El departamento de la calle Oro

Como todos los que entrevisto para que me cuenten sobre Héctor Cattolica, Alicia Dujovne Ortiz se muestra sumamente complacida y me recibe en su departamento de Buenos Aires. Salto de la literatura a la realidad por un pasadizo inesperado. Un día estoy leyendo el relato de Alicia Dujovne que describe el departamento de su abuela y de su tía en la calle Oro y ahora estoy en ese departamento hablando sobre Héctor con Alicia frente a mí, que me ofrece un café. Los dos departamentos –el ficticio y el real- se unen. El viaje tiene sus inconvenientes. El auto que me lleva dice basta en el kilómetro 47 del Acceso Oeste, a 30 kilómetros de Buenos Aires. Son las 9.30 y la cita con la escritora es a las 11. ¿Acaso me está tocando la mala suerte que dicen todos tenía Héctor? Pero no, una milagrosa trafic que va con ese destino me recoge y llego apenas una media hora tarde. El café es rico y el departamento atiborrado de libros es casi igual al que imaginé leyendo la novela de Alicia. De todas maneras las cosas no empiezan bien. Sin querer mancho con café el primoroso mantel de hilo de la mesita donde Alicia me ha colocado el jarro y eso me pone tensa. Pero ella es alegre y fácil de abordar. Se le iluminan los ojos cuando empieza a contar sobre su amigo, al que conoció en París, en las reuniones de argentinos que conformaban una comunidad muy unida. Cuando ella llegó en el 79 enseguida se conectó con Héctor. Después de los coqueteos iniciales a los que él se sentía obligado cuando conocía a una mujer se hicieron íntimos. Tanto que, cuando estaba muriéndose en el Hospital Rothschild de París, lleno de sondas, él le preguntaba cómo le había ido y ella le contaba sus aventuras. Porque Héctor fue hasta el final una oreja para Alicia. Especialmente ella habla del final de Héctor que, aunque rodeado de amigos, se sentía solo porque estaba muy pobre. Las ofertas de trabajo disminuían cada vez más porque como dibujante gráfico no se había podido actualizar para trabajar con la computadora. Ese hecho lo había aislado. No obstante, siempre que hacía en su taller una exposición de puertas abiertas, una vez por año, casi invariablemente en primavera, se llenaba de gente, de muchas jóvenes que se sentían seducidas por el artista. “Aunque era feísimo -me cuenta y lo describe: petiso, con una cabeza en forma de huevo, con cara de japonés- siempre estaba rodeado de chicas porque era muy seductor”. Era parecido a Picasso a quien había interpretado en una película sobre el artista español. En su taller tenía los afiches de la película con su imagen en short. Eso era en los tiempos en que estaba instalado en un taller en Nogent. Pero antes, después de que se le quemara el departamento del Barrio Latino, había vivido en un taller muy hermoso en el atelier del Mozarteum Argentino, en la Cité des Arts, un edificio que aloja a artistas y a estudiantes de arte de todas partes del mundo, a orillas del Sena. Allí, refiere Alicia, pasó un año fantástico, dibujando frente a los amplios ventanales que daban al río. Luego buscó refugio en una asociación cultural, llamada Confluence donde Héctor había dictado una conferencia y le habían dado un lugar para pintar. Por allí pasó el Ministro de Cultura del presidente Mitterand, Jacques Lang. -¿Qué está usted haciendo acá?- le preguntó al ver sus obras.

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Y fue así como Cattolica tuvo hasta el final un taller en un suburbio de París, en Nogent. Si bien todos los talleres en Nogent eran muy lindos, a él le tocó uno medio absurdo. Tenía un desnivel en el que estaba la cocina y un lugar de estar donde había colocado una cama. En la parte de abajo, la más oscura, tenía el lugar de trabajo, con enormes plantas que embellecían el lugar pero que tapaban la luz, de tal manera que era el sitio menos iluminado. Héctor decía que la gente que pasaba más arriba y lo veía por los ventanales le hacía sentir que estaba como en una pecera. Aunque era poca la que pasaba porque el taller quedaba en un suburbio muy elegante y poco transitado. Junto a su taller tenía un amontonamiento de trastos y cacerolas quemadas de su anterior departamento, quizá porque le encantaba recordar sus desdichas. Héctor disfrutaba de ese paisaje porque los barrancones de madera le hacían acordar a las casas del Tigre y por ellas resonaban los pasos sobre la madera. El arquitecto que lo había construido había desplegado su imaginación delirante, en medio de jardines. Un buen sitio para un artista. Pero Héctor siempre le veía los inconvenientes y se quejaba igual. -Qué maravilla este lugar, es un sueño dorado- le decía Alicia. -Ah, pero mirá la bombita, ¿y si tengo que cambiarla?- retrucaba Héctor y señalaba la luz que estaba verdaderamente inalcanzable, en el techo de la parte más alta del taller. -Conseguís una escalera- era la solución -Ah, si ¿y de dónde voy a sacar una escalera? Y Alicia se lo imaginaba a Héctor colgado de una liana tirándose desde el entrepiso. Usaba permanentemente las expresiones “Qué absurdo”, o “pero qué extraño”, aplicadas a situaciones muy sencillas como frente a un dato de la realidad o al relato más absurdo. Y se presentaba humorísticamente, haciendo un juego de palabras: “Soy Cattolica, pero anarquisto”. Pero cuando dibujaba, tenía la genialidad de decir un máximo de cosas con una síntesis absoluta, como en el dibujo que le publicó Ignacio Ramonet en Le Monde Diplomatique, cuando cayó el muro de Berlín. Había dibujado el muro que separaba el Este del Oeste y después una maza que caía sobre él y volvía a dividir el mundo en Norte y Sur. También es de recordar la serie de cerebros. Uno de ellos es un cerebro humano todo compuesto de cifras que había hecho con la ayuda de la informática, y otro sobre la identidad que tiene la imagen del dedo pulgar.

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Dibujo de Cattolica para Ruedo Ibérico

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El paseo de los sueños

Hacia el final de su vida, a comienzos de los noventa, Héctor se propuso un proyecto desmedido. Así lo cuenta Alicia Dujovne en Las perlas rojas: ”Lo que tiene en la cabeza es una inmensa exposición sobre Cristóbal Colón, para los Quinientos años del Encuentro de Dos Mundos, seguida por un lujoso, original y gigantesco Museo de la Inmigración, que Francia deberá regalarle a la Argentina. Estará compuesto por dos hemisferios, el “Paseo de los sueños” y el “Jardín de los Mitos.” Alicia debía escribirle los textos y, con una amiga, ella comenzó a recorrer ministerios franceses para armar la exposición. Desde luego el proyecto no pudo realizarse porque era extraordinario pero imposible. Se hubiese podido concretar si Héctor hubiese sido un artista muy importante, pero no era tan conocido como para que el gobierno francés se embarcara en un plan tan complejo. El Museo iba a tener varias entradas o recorridas: en el primer nivel habría fotos; en el segundo, filmaciones y en el tercero, computadoras. Con el tiempo, dice Alicia, se hicieron algunos museos con esas características. Era un artista de avanzada pero le faltaban contactos y, además, no tenía la menor capacidad diplomática. No obstante, sus proyectos eran pensados hasta en sus menores detalles. Alicia había visitado- a su pedido- el Museo de los Inmigrantes de Nueva York y, cuando se lo describió, Héctor no podía creer que sólo hubiera en él fotos y algunos monumentos hechos con bolsos de viaje. Su proyecto era mucho más ambicioso, más perfecto, más imaginativo. Para terror de su amiga, Héctor había empezado a decir que ese proyecto era toda su vida. Ella intentaba convencerlo de que no podía cifrar todas las expectativas en un solo trabajo que podía fracasar. Pero él no entendía las razones que ella le daba: él era un dibujante y para demostrarlo necesitaba sólo lápiz y papel; el Museo que tenía in mente requería toda una estructura que no estaba a su alcance. -Si fracasa me muero- replicaba él. Hasta que, finalmente, un día llamó a Alicia y, haciendo gala de su humor negro, le comentó: -¿Viste que yo te había dicho que lo de Colón era toda mi vida? Bueno, me pesqué un cáncer de colon. Otro de los proyectos maravillosos e irrealizables que Héctor le propuso a Alicia Dujovne, fue La caperucita informática, un libro para niños que narraba el cuento tradicional con fines múltiples. Los juegos interactivos para computadoras, en la década del 80 eran novedosos, casi no existían, y él había planeado lo mismo en un objeto libro. Tenía, describe Alicia, tres colores: la Caperucita roja, la amarilla y la azul. A través de tres solapas con esos colores, el lector buscaba las distintas historias y salidas posibles: iban desde la tradicional hasta las más delirantes. La historia azul era el delirio total. La escritora dice que fue muy divertido hacer el libro que se leía parado sobre la mesa. Los dibujos que había hecho Héctor imitaban los de las primeras computadoras. Una vez terminado, Alicia inició la recorrida por las editoriales que le habían publicado cuentos para chicos. En todas ellas elogiaban el libro, decían que era un objeto maravilloso, absolutamente ingenioso, pero carísimo para su

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publicación. Pasaba lo mismo que con su proyecto del Museo de la inmigración. Emprendimientos demasiado ambiciosos, como si inconscientemente él hiciera cosas excesivamente pensadas, perfectas, controladas, extraordinarias, pero imposibles.

Dieta mortal, New internationalistissue 221 - July 1991

Rastreos por el Google

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Rastreo en el Google información sobre Héctor Cattolica. Miles de páginas consultadas en noches en que pongo su nombre y una página me lleva a otra. Esto ocurre en los primeros tiempos, cuando todavía no sé bien quién es Héctor, cuando aún no he hablado con sus amigos, cuando apenas es el personaje de una novela leída en el verano de 2006. Lo primero que encuentro son las tapas de New Internationalist que él ilustró durante los últimos diez años.

NI es una revista de Oxford, Inglaterra, que aborda temáticas relacionadas con la injusticia, la pobreza y las diferencias existentes en el mundo. Sus artículos analizan las relaciones entre la riqueza y pobreza, las cuestiones sobre inmigración, y aporta ideas y soluciones sobre cómo accionar para luchar por un desarrollo mundial más justo. Eran las ideas que compartía Héctor, como lo señala Peter Stalker, que dirá cuán apreciados eran sus dibujos. Cuando tomo contacto con la revista y cuento el proyecto de este libro, me dan la dirección electrónica de Peter Stalker, un periodista inglés que ya no pertenece a la revista pero que ha admirado a Héctor. Le escribo y me promete una nota que se transcribe al final de este libro. Está en Asia y desde allí me dice que está muy contento de saber que estoy escribiendo sobre Héctor porque era una persona maravillosa y un gran artista gráfico. En el Google también encuentro las caricaturas que hizo Cattolica para Ediciones Ruedo Ibérico. La editorial Ruedo Ibérico fue fundada en 1961 en París y creó un espacio estético de lucha contra el franquismo, abierto al pensamiento crítico disidente de las organizaciones políticas tradicionales. Sus ediciones fueron un punto de referencia, en el exilio y en el interior y un puente entre la intelectualidad de adentro y de afuera del país. Entre las publicaciones de la editorial se encontraban los Cuadernos, cuyas caricaturas se burlaban de Franco, también de Fraga y de los dirigentes franquistas. Su director era Pepe Martínez. La editorial Ruedo ibérico había logrado consolidarse en muy poco tiempo como uno de los instrumentos propagandísticos más efectivos de la oposición al franquismo. En noviembre de 1964 fueron expulsados del Partido Comunista de España los revisionistas Fernando Claudín y Jorge Semprún, y en diciembre de 1964 la editorial, que estaba sumida en una importante crisis económica, lanzó una suscripción de acciones que fue muy bien acogida y permitió abordar nuevos proyectos, entre ellos una revista que José Martínez quería lanzar

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desde hacía ya tres años. En marzo de 1965 se integraron al proyecto de la nueva revista Jorge Semprún y Fernando Claudín, y parece que fue éste quien propuso el nombre de Cuadernos de Ruedo ibérico. En su primer número (junio-julio 1965) figuran precisamente como redactores jefe el anarquista José Martínez Guerricabeitia y el comunista Jorge Semprún Maura. Héctor dibuja una serie de caricaturas de personajes del franquismo publicadas en CRI (Cuadernos de Ruedo Ibérico) y suplementos: están caricaturizados Raimundo Sánchez Cuestas, Camilo Alonso Vega, Alberto Lustres, Ministro de Comercio (huyendo en puntas de pies llevándose una bolsa de dinero), Joaquín Ruiz Jiménez, Laureano López Rodó, Ministro del Plan y Desarrollo, Agustín Muñoz Grandes, Manuel Fraga Iribarne, Ministro de Turismo e Información (sentado sobre las rodillas de Franco como si fuera el muñeco de un ventrílocuo), Fernando Castiella, Ministro de Asuntos Exteriores, Luis Carrero Blanco, Manuel Fraga Iribarne, Agustín Muñoz Grandes.

Caricaturas: Fraga Iribarne, Mussolini, Ullastres

Hay una historieta, además, en homenaje a Shakesperare en su 400 aniversario, que muestra a un Hamlet caricaturizado como Franco: el

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personaje, con la calavera entre las manos, recorre varios cuadros sin saber qué hacer con ella hasta que al fin la deposita en una enorme pila de otras calaveras. El título de la historieta es “Hamlet español” en abierta alusión a los asesinatos cometidos por el franquismo.

Hamlet español (Homenaje a Shakespeare en su 400 aniversario

También hay una serie de viñetas de cabezas absolutamente originales en el libro de Ediciones Ruedo Ibérico titulado España hoy, publicado en Turín, en 1963.

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Viñetas de Cattolica publicadas en “España Hoy”

Otras búsquedas me llevan a encontrar tapas de libros que Héctor ha ilustrado: como el de Luis González Mata, Terrorismo internacional, Barcelona, Chimenos, S.A. Argos Vergara, S.A. 1978 y la tapa de Tiempos de sombras 1978 por V. Botella Pastor, librería editorial Argos S.A. Barcelona, impreso en España.

Buscando y buscando, en “Búsquedas avanzadas”, encuentro un dato que me sorprende. El nombre de Héctor asociado al de Vargas Llosa. Me fijo la referencia y se trata de un pequeño libro, de Ediciones Amadís, 1976, que contiene un cuento del escritor peruano: Día domingo. Recuerdo que ese libro está en algún lugar de mi biblioteca desde los tiempos de la facultad. Lo busco durante una tarde y al fin lo encuentro, es tan delgado que casi se ha perdido en el estante. Paso sus páginas y hallo, al final, un reportaje que le hacen al escritor Efraín Hurtado y Héctor Cattolica. El reportaje tiene un título inquietante: “Los novelistas son como los buitres”. El encuentro, se menciona, tiene lugar en París antes de la partida de Vargas Llosa rumbo a Lima. Todavía el autor de La casa verde es un escritor de izquierda y cree en las transformaciones que va a sufrir América Latina. La inquietud de los entrevistadores intenta esclarecer ese fenómeno de repercusión que tiene la nueva narrativa latinoamericana en Europa. Estamos en la década del 70 -el reportaje es de 1974- cuando el boom de la literatura latinoamericana era una fiesta. Vargas Llosa les dice a los dos entrevistadores algo sorprendente: “…yo

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no viviría de mis libros porque hay el terrible peligro de que el autor que se gana la vida con su pluma acabe escribiendo para vivir. Yo creo que el escritor es aquel que hace precisamente, lo contrario: vive para escribir”. Bien. El tiempo desteje palabras.

Dibujo de Cattolica publicado en New Internationalist Octubre 1989

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Un día de verano muy frío

Durante la enfermedad, refiere Alicia, Héctor estuvo cuidado por Denise Méndez una amiga italiana que se ocupaba de todas las cuestiones referentes a su mal y con la que se entendía políticamente. La familia estuvo ausente, y Alicia lo visitaba en el hospital de Rothschild para darle ánimos. Fue operado finalmente. Había salido bien de la operación y, cuando lo mandaron a un lugar de recuperación, se murió. Ese hecho resultó inexplicable. Un médico amigo dijo en su entierro que, si hubiera habido una mujer de la familia que se ocupara de él, que se peleara con los médicos, tal vez su final hubiera sido distinto. “Ese día fue un tremendo dramón”, rememora Alicia, “porque estaban los hijos que no lo habían visto durante años y pidieron que nosotros, los amigos, no estuviéramos en el final al lado de Héctor y nos dijeron con un modo bastante reivindicativo: “Ustedes lo tuvieron todo este tiempo y nosotros no, déjennos solos”. Entonces a Denise -que se había ocupado mucho de él- le dio una ataque de histeria, y todo se convirtió en un dramón a la italiana.” Sus restos fueron cremados. Era un día de verano muy frío, del mes de julio, recuerda la escritora, con mucha niebla. En varios autos lo acompañaban sus amigos, muchos artistas argentinos, entre ellos Antonio Seguí y Julio Le Parc. El crematorio quedaba lejos de París y el séquito anduvo perdido, haciéndose señas, desandando caminos, riéndose a pesar del dolor porque todos pensaban que esa era la última broma de Héctor, dando vueltas como en una calesita. Hay una imagen que la escritora recuerda. El hijo, con la urna de las cenizas en la mano, frágil y desorientado prometía a los amigos que iba a cumplir con los deseos de Héctor, llevarlas a Bragado, donde a él le hubiera gustado estar. No se sabe si cumplió. “Lo cierto es que nadie puede, me dice Alicia, cuando uno se pone hablar de Héctor, dejar de hablar y hablar”. Recordar su humor negro, su manera desafiante de ir siempre en contra de la corriente, sus miles de formas de autoagresión. Pero también su increíble creatividad, la enorme admiración que despertaba su talento, porque después de todo, es necesario que exista gente así, que queda fuera de los clisés, que no se adapta a lo que la sociedad reclama de ellos. Era diferente porque él cuestionaba el sentido de tener éxito, de vivir tranquilo, puesto que, cuando creaba y hacía sus proyectos era el hombre más feliz de la tierra.”Y no es una imagen pesimista la que su amiga da de él, sino la de un ser extraordinariamente divertido y genial.

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Imágenes de un compromisoClaude Baillargeon, nacido en 1949 es un autodidacta. La fotografía es su modo de expresión predilecto. Utiliza el fotomontaje con imágenes fuertes y un mensaje social comprometido.Los afiches de Baillargeon testimonian, por su dimensión social o por su relación histórica, su compromiso desde los años 70.Su encuentro con Héctor Cattolica y el descubrimiento de los trabajos de Román Cieslewicz, consolidan su reflexión sobre la función poética de la imagen, asociándole el poder de extrañeza, de sorpresa inherente al fotomontaje. Extrañeza reforzada por la utilización del blanco y negro que ya no es más dominante en nuestro mundo de difusión masiva de imágenes coloreadasDonde el afiche de autor, en consecuencia, persistiría. En 1981, realiza junto a Héctor Cattólica los afiches de la campaña presidencial del partido socialista.

Le Centre du graphisme

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Ireland, 1981, Héctor Cattolica

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Las damas de París

Isaura Verón me llama desde París. Me doy cuenta de algo, Héctor es una llave que abre todas las puertas. Isaura ha sido su psicoanalista y por supuesto dice que no puede revelar nada de la vida de Cattolica, pero me habla del afiche que Héctor le ha regalado, con ese gesto tan hermoso que él solía tener -dice- el famoso de los dedos con las huellas digitales que me promete fotografiar y enviármelo por el correo electrónico para que lo ponga en este libro. También menciona nombres de artistas que fueron amigos de Héctor y que me permiten imaginar los presupuestos estéticos, la concepción artística que él sustentaba. Lea Lublin por ejemplo, una artista conceptual muy importante, argentina que residió en Paris, precursora de la instalación y Julio Le Parc, artistas ambos que experimentaron con el Op-art, el arte cinético y el arte conceptual. Promete volver a llamarme para conectarme con otros artistas que lo conocieron. Isaura Verón me telefonea un domingo a las seis de la tarde, me dicta dos teléfonos de París, de dos amigas, me dice, que tienen fotos, poemas, cartas: Negra Tronquoy y Luisa Futoransky. Una mañana de lunes llamo a Negra Tronquoy a París. Debe ser naturalmente afable y habla hasta por los codos. Cuando le cuento el proyecto de este libro me descerraja: ¿Y Ud. por qué? Le cuento, como les cuento a todos los entrevistados, la historia del verano en que leí el libro de Alicia Dujovne donde aparece Héctor Cattolica como personaje, que ha nacido en Bragado, mi pueblo y que quiero difundir su obra. Momentáneamente se queda conforme con mi explicación. “Se merece que se acuerden de él, me dice, porque era un ser excepcional”. En algún lado tiene fotos, poemas, dibujos de Héctor, tiene que buscarlos, tiene que encontrar el tiempo para buscarlos porque ahora, a los setenta y pico es más abuela que pintora. Vive en una casa enorme y tiene que recorrerla para encontrar la dirección electrónica de su nieto, porque no se entiende bien con las computadoras. Sus pasos resuenan sobre un piso de madera a miles de kilómetros de distancia. Espero en la línea telefónica sentada en el sillón del intendente -me ha cedido su despacho para que hable tranquila- y escucho sus pasos en una casa de París. Miro por la ventana la plaza del pueblito de Héctor. Héctor me lleva a través de sus amigas a escuchar los sonidos de París. Me dice que conoce a Cattolica –lo llama Catto- desde la época de Buenos Aires, cuando era empleado de su marido en un estudio de arquitectura. En cuanto al tema de los hijos me cuenta que la suegra fue la que aconsejó a la mujer ponerle el apellido francés y no Cattolica. Arriesga una explicación sobre la falta de reconocimiento de Cattolica: “No trascendió porque Europa es muy lenta para reconocer a los talentos, pasó con Picasso y todo lo que tuvo que esperar Mitterand. También a Cortázar le costó ese reconocimiento y conseguir la nacionalidad francesa.” En ese momento tenía una cita con Luisa Futoransky. Se iban a encontrar en un café para hablar de Héctor y de mi proyecto y ver qué cosas me enviarían. Por la tarde hablo con Luisa. La cosa es distinta y nada fácil. Se hacen silencios y tengo una tarjeta que se consume rápidamente. No me dice mucho, salvo que Cattolica escribió un libro de poemas que se titulaba A falta de otra

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cosa y que algunas de sus obras están en el Centro Cultural Pompidou. No sé si me promete cartas y fotos, pero ahora sé que las tiene y que Héctor fue a visitarla a Japón cuando ella trabajaba allí. Luisa es una escritora argentina que vive en París desde 1981 y que ocupa el cargo de Conferenciante en el Centro Pompidou, y desde 1995 es redactora de la agencia de noticias France Press. Autora de varios libros de poemas, cuentos y novelas. Mientras hablo con ella sobre este libro me pregunto en estas recorridas por las personas que fueron sus amigas: ¿Encontraría a Héctor Cattólica?, parafraseando el comienzo de Rayuela. No hay citas precisas, los que se citan son los mismos -como dice Cortázar- que necesitan papel rayado para escribirse o que aprietan desde abajo el tubo de dentífrico. Y esas cosas, estoy segura, Héctor las detestaba con su espíritu rebelde, su manera de protestar injusticias, de hacer síntesis sobre los males del mundo. No hay formalismos entonces. Pero ¿qué se tiene de un hombre que hay que seguirlo a través de entrevistas, llamadas telefónicas, mails, búsquedas en Internet, fotos –tan pocas- dibujos, artículos de viejos diarios? A veces creo verlo en una zona brumosa, en una callecita perdida, es ese lugar impreciso en que biógrafo y biografiado se buscan a tientas. No lo puedo encontrar en París porque sólo conozco esa ciudad a través de la literatura, aunque de todas maneras salgo a buscarlo por el Barrio Latino o miro en las aguas del Sena por las dudas encuentre su reflejo. Tampoco lo encuentro en Buenos Aires aunque acciono mi máquina del tiempo para recalar en los fines de los 50 cuando él era tan joven. Pruebo en Bragado, ese pueblo natal que tenía idealizado y al que no pudieron volver ni siquiera sus cenizas. Sin embargo, hay otros espacios en los que voy buscándolo hasta atisbar su figura, apenas su sombra. Toda biografía, no obstante, es un relato ficcional hecho de recuerdos de otros, de imágenes de su obra que aparecen en el Google, de citas de libros que lo mencionan lateralmente. ¿Quién era, de verdad Héctor Cattolica, me pregunto mientras repaso los reportajes, los datos, los recuerdos sueltos, las fotografías? Lo encuentro a Héctor en esos pasos que resuenan sobre un piso de madera, en una casa o un departamento de París cuando Negra Tronquoy va a buscar la dirección electrónica para que me comunique con ella. Estoy en Bragado, en un despacho oficial y, por la ventana abierta, veo la plaza 25 de mayo. Desde el sillón del poder municipal sólo busco a un hombre que vivió en París, que comía gratis en el restaurant de su amiga Negra y a veces no tenía qué comer. Que era un dibujante de un talento inusual, un ser extraordinario como lo describen sus amigas parisinas, hasta el punto de realizar exposiciones en el Centro Pompidou, y sin embargo siempre tenía su bolsillo vacío. Unos pasos en París retumban sobre un piso de madera. Tengo 72 años, dice Negra, la misma edad que tendría Héctor si viviera, los escandalosamente jóvenes de los sesenta hoy son setentones que se ufanan de ser abuelos y de haber abandonado la vida bohemia para arrodillarse junto a los nietos y contarles cuentos. Tal vez Héctor esté también esa tarde rondando el café en el que se encuentran Negra y Luisa para hablar de esta llamada telefónica que hace una desconocida que anda resucitando al amigo. A lo mejor él pasa por al lado de ellas sin ser visto, y tal vez no puedan reconocerlo. Dos damas conversando en un café, mirando por el ventanal una callecita parisina, recordando a Catto, hablando enternecedoramente de él, de épocas pasadas.

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Ellas tienen el idioma de París para hablar, el idioma de los amigos comunes, de las genialidades y excentricidades de Cattolica, el idioma de un tiempo en el que ellos eran jóvenes y paseaban junto al Sena o iban a las exposiciones de arte o cantaban en las noches regadas por el vino y la poesía. Ellas, sus amigas, tienen su recuerdo. Aquí están sus voces, y su silueta cruzando una calle, atravesando un puente, haciendo dibujos sobre un papel.

En París, Héctor Cattolica (Gentileza Hebe Solves)

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Cattolica por los otros

Héctor Cattolica por Mercedes Sosa15

Conocí a Héctor hace muchos años, en la casa de Vicente Batista. Yo había ido con Oscar Matus y Armando Tejada Gómez, años después lo reencontré en Francia.  Para ese entonces, Héctor ya había estado en Argelia, donde tuvo un accidente terrible. Un rasgo de su personalidad para destacar: ¡su gran sentido del humor! y que era un hombre muy, muy culto. Dibujaba siempre para Londres y era Asesor del Centro Pompidou... es terrible tanto olvido sobre alguien tan importante.  No tuvo la suerte que debería haber tenido.  Son cosas incomprensibles porque no tuvo el éxito, la suerte que merecía. Tengo en la casa-museo un trabajo de Héctor... es Sandino.  Bellísima obra: se puede interpretar que detrás de Sandino hay un enorme sol... o que esa imagen de luz es el sombrero que Sandino solía usar.

15 Mercedes Sosa (n. el 9 de julio de 1935 en San Miguel de Tucumán) es una cantante argentina muy reconocida en América y en Europa. Con sus raíces en la música folclórica argentina, se convirtió en una de las exponentes principales de la nueva canción. Junto con su primer marido, Manuel Oscar Matus, con el que tuvo un hijo, fueron intérpretes clave del movimiento de la nueva canción a mediados de los años 60 (que fue llamado nuevo cancionero en Argentina). Luego de publicar su primer disco en 1959, grabó el que sería su lanzamiento, Canciones con fundamento, una colección de folclore argentino editada en 1965.En 1967, hizo una exitosa gira por los Estados Unidos y Europa. En los años subsiguientes, continuó actuando y grabando, extendiendo su repertorio hasta incluir material de toda América Latina.En 1976, tras el golpe militar, fue prohibida en su propio país y se exilió en Paris y después en Madrid. Volvió a Argentina en 1982, unos meses antes de que el régimen militar sucumbiera tras la Guerra de Malvinas, dando una serie de conciertos en el Teatro Ópera de Buenos Aires, donde invitó a muchos de sus jóvenes colegas a compartir el escenario. Durante los años siguientes continuó dando recitales dentro y fuera de Argentina, actuando en escenarios tan prestigiosos como el Lincoln Center, el Carnegie Hall, el Mogador de París y el Concertegebuw de Ámsterdam y el Teatro Colón de Buenos Aires.Siguió siempre ampliando su repertorio, y grabando en varios estilos. En 2000 participó de la producción de la Misa Criolla del célebre Ariel Ramírez.En el año 2005 el "Honorable Senado de la Nación Argentina" la condecoró con el premio "Sarmiento" en reconocimiento a su trayectoria artística, su compromiso social y su constante lucha en materia de Derechos Humanos.Actualmente se desempeña como Embajadora de buena voluntad de la UNESCO para Latinoamérica y el Caribe. Encabezó junto a León Gieco y Víctor Heredia el show "Argentina quiere cantar".

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New Internationalist, issue 156 | February 1986 NICARAGUA The fruits of revolution Sandino sunrise

 Héctor era amigo de todos los socialistas, los comunistas... siempre hablábamos mucho... digamos que también era como una especie de asesor mío, además de mi amigo. Fue amigo de Violeta Parra -que también tenía un gran sentido del humor-... Violeta le cantaba a Héctor: "Cattolica, cuando te nombro" (con la música de la zamba "Angélica"). Y muy amigo de Julio Cortázar, a cuyo entierro asistió. Yo le hablaba siempre por teléfono: desde mi casa, desde cualquier lugar del mundo donde estuviera.  Un día lo llamé desde acá (Mercedes se refiere a su casa en Buenos Aires) y él me dijo: "el miércoles me opero"... yo le contesté en broma -nos hacíamos bromas permanentemente- "no sigás jorobando haciéndote operar a cada rato"... y seguimos nuestra conversación.  En ese momento, mi Mamá estaba en casa y escuchó mi charla con Héctor.  En cuanto cortamos, me dijo muy seria "No le digas nunca eso"... es como si ella hubiera sabido qué iba a suceder después...  Cuando lo llevaban al entierro, sus hijos fueron a su casa y sacaron toda su obra.  Yo no sé qué habrán hecho con su obra.  Hoy la obra de Héctor Cattolica tendría que estar exhibida en el Museo del Centro Pompidou. Siempre nos reuníamos con los amigos... una vez nos fuimos con él y Jack Lang a verlo a Theodorakis, que estaba haciendo la obra de Neruda.  Siempre los invitaba a comer a Horacio Molina y a él... Una vez, en París, vino a un concierto mío... yo le conté de dónde venía de cantar, todos los países de Europa y América que aún tenía que recorrer con mis conciertos antes de terminar esa gira... y él me contestó: "¿Quién te creés que sos... Mercedes Sosa? Cuando Héctor regresó a la Argentina en 1988, primero vino a parar en casa: acomodamos una habitación especialmente para él: con un tablero para que pudiera dibujar, le regalé unos anteojos enormes... después nos fuimos a Tucumán el 28 de diciembre (yo había tenido un concierto el día anterior en Buenos Aires).   Hicimos el viaje en auto, manejando yo y con Doña Petrona acompañándonos.

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Héctor no sabía que en algunos lugares del Interior el agua era salada: ¡todo era motivo de risa para él! Probó agua y como era salada... se reía y hacía bromas.  Descansamos esa noche en Rafaela, el 29 llegamos a Tucumán.  Pasamos el 31 con mi Mamá y mis hermanos. El viaje de regreso lo hicimos también con mi hermano Cacho -con quien nos turnábamos para manejar-.  Allí tendría que haberme dado cuenta... teníamos que parar seguido a  pedido de Héctor... él decía que -a raíz del accidente que había tenido en Argelia- tenía mucho miedo... yo le contestaba: "No te aflijas, que mis hermanos y yo manejamos muy bien"... Ahí fue la primera vez que lo vi enfermo...  Después lo vi en Francia, paró en mi casa en Madrid... allí estábamos cuando cayó el Muro de Berlín.  Héctor estaba muy triste. Es muy difícil contar la vida de un amigo que ha sufrido tanto... uno puede contar algunas cosas y otras no... Yo les pido a los hijos de Héctor Cattolica que -si leen este libro- que entreguen la obra de su padre... para que sea custodiada por intelectuales, preservada para la posteridad, exhibida como su calidad merece.  En su faz artística era extraordinario, extraordinario.  Agradezco muchísimo al Intendente de Bragado, Ing. Orlando Costa y a la Sra Gladys Issouribehere que estén apoyando el proyecto de este libro.

Héctor Cattolica por Peter Stalker16

Tuve el privilegio de trabajar con Héctor en varias ocasiones durante la década del ochenta, cuando yo era coeditor de la revista New Internationalist en Oxford, Inglaterra. Siempre estábamos a la pesca de artistas talentosos. De pronto encontramos -en una colección de otro editor británico- una de las ilustraciones de Héctor. Averiguamos su teléfono y, cuando hablamos con él, nos encantó descubrir que era argentino. New Internationalist es una revista que se ocupa fundamentalmente de temas de país en desarrollo y siempre estábamos predispuestos a encontrar colaboradores provenientes de esos países- aunque, para entonces- Héctor había hacía muchos años que vivía en París. Hubo un pequeño inconveniente: Héctor hablaba muy poco inglés. Por lo tanto, teníamos que comunicarnos o bien en francés que él hablaba con un acento argentino muy fuerte –arduo para los oídos ingleses– o en castellano.

16 Peter Stalker es un escritor y editor freelance de Oxford, UK. Está graduado en ciencias y especializado en asuntos económicos y sociales, particularmente en migración internacional. Ha publicado los siguientes libros: No-Nonsense Guide to International Migration, (New Internationalist/Verso 2001) y The Oxford A-Z of Countries of the World (OUP, 2004), The Work of Strangers: A Survey of International Labour Migration (ILO, 1994); y Workers Without Frontiers: The Impact of Globalization on International Migration (ILO/Lynne Rienner, 2000). Ha trabajado para agencias de las Naciones Unidas. Entre 1991 y 1997 editó el reporte anual acerca del desarrollo humano producido por el programa de desarrollo de las Naciones Unidas. En la actualidad trabaja en Asia desde donde escribió este artículo.

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Esta alternativa resultó ventajosa para mí, ya que, en aquel momento, era la única persona en la revista que sabía hablar ese idioma. A principios de los ’80, la revista luchaba para sostenerse, de modo que no estábamos en condiciones de pagar a los colaboradores lo que hubiéramos querido. Pero, además de publicar la revista, trabajábamos bajo contrato para diversos organismos de las Naciones Unidas, elaborando artículos e ilustraciones que debíamos distribuir en nombre de éstos a la prensa internacional. Por eso podíamos subcontratar a personas como Héctor. Aún así, él recibía mucho menos de lo que merecía. Más adelante, pudimos pagarle más por trabajar en la revista. Una de las tareas iniciales fue la realizada para el Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA). Cada año el Fondo debía redactar un informe denominado “Estado de la Población Mundial”. Nosotros teníamos que elegir cuatro temas a partir de esos informes y –sobre la base de estos- generar artículos, fotografías e ilustraciones. En un lapso muy breve, Héctor se hizo cargo de todas las ilustraciones gráficas. Yo redactaba una sucinta reseña en la cual le indicaba lo que deseábamos transmitir –que podía abarcar desde la importancia de la educación de las niñas al daño causado por la contaminación acústica en las ciudades–; luego, invariablemente, él devolvía una interpretación asombrosamente original. De hecho, me preocupó un poco que sus ilustraciones pudieran resultar -hasta cierto punto- demasiado originales para los organismos de las Naciones Unidas, pero ellos quedaron tan impresionados como nosotros con lo que Héctor producía. Se trató, en gran medida, de una cuestión de entendimiento. Al principio, solía escribirle para explicarle las ideas con algún detalle, pero pronto me di cuenta de que él sabía de esos temas más que yo. Después de un tiempo, todo lo que tenía que hacer era llamarlo por teléfono y comentarle más o menos de qué se trataba el asunto para que él simplemente dijera “¡Ah sí, sí, Peter!” e inmediatamente me señalara qué cuestiones era necesario considerar en la ilustración. Debajo de esta capacidad de comprensión subyacían, por supuesto, valores sociales y políticos compartidos. New Internationalist es una revista de izquierda y allí, evidentemente, también se ubicaban las simpatías de Héctor. Pero, reforzando las ideas, había además una técnica poderosa. Una de sus mayores virtudes era la forma en que podía combinar fotos y dibujos provenientes de toda clase de fuentes para producir algo inédito y original. Y esto en tiempos muy anteriores a las computadoras y el Photoshop. Héctor sólo contaba con cámaras sencillas para trabajar, pero el resultado era altamente sofisticado. Abrir un nuevo envío de ilustraciones de Héctor era un placer. Éstas eran pasadas de inmediato por toda la redacción con regocijo. Cuanto más uno las miraba, mejores se volvían. Aunque al cabo de los años llegué a considerarlo un buen amigo, en realidad sólo nos encontramos dos veces. La primera ocasión fue en París. Cuando por fin nos conocimos personalmente, se mostró como una persona muy cálida y amistosa e inmediatamente me abrazó. Me invitó a su departamento para mostrarme más obras suyas y recuerdo que salimos a cenar con una dama encantadora, amiga de él. La segunda oportunidad fue en Oxford. Él había venido a visitar a otro amigo en Londres, creo que el editor del libro a través del cual lo habíamos descubierto, y luego se quedó una noche en mi casa, en el centro de Oxford.

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Estaba sorprendido de saber que yo vivía en un distrito llamado Jericó (efectivamente, hay más de uno). En esa época, la ruta más rápida para ir desde mi casa hasta la redacción de New Internationalist era una caminata de diez minutos a lo largo de un sendero a la vera del canal de Oxford. Héctor quedó extasiado con este paseo. Debe haber sido en primavera o a comienzos de verano, ya que todo tenía un verde intenso. “¡Maravilloso!”, decía, deteniéndose todo el tiempo para admirar los cisnes o los botes o los árboles o la superficie del agua y señalándome cosas que yo apenas había notado anteriormente. Como siempre, Héctor podía hacerme contemplar todo de manera diferente. Tras mi alejamiento de New Internationalist en 1990, ya no tuve la responsabilidad de encargar ilustraciones y comencé a pasar más tiempo en Asia. Desafortunadamente, perdí por esto la oportunidad de seguir trabajando con Héctor. Pero la revista, que entonces contaba con muchos hispanoparlantes, continuó empleando sus talentos (y yo pude disfrutar de los resultados, que se publicaban regularmente). Siempre me sorprendió que otras publicaciones británicas no aprovecharan a Héctor; tal vez fuera por la distancia, tal vez por el idioma. Sea como fuere, esto parecía otorgarnos derechos exclusivos, si bien no merecidos, en idioma inglés sobre su obra. Cuando estoy en mi hogar, en Oxford, me despierto todas las mañanas contemplando a Héctor. Uno de los obsequios que me hizo fue una copia firmada de un póster del que estaba especialmente orgulloso, realizado para una exposición en París sobre la vida de Einstein. Héctor había combinado un retrato de Einstein, cuando éste era un niño, con la ecuación e=mc2. El póster tiene una cualidad tan atemporal, que ha permanecido en la pared de mi dormitorio desde entonces. Gracias, Héctor.

Peter Stalker, Yakarta, 11 de Febrero de 2007.

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Afiche de Cattolica (gentileza de Peter Stalker)

Héctor Cattolica por Alicia Dujovne Ortiz

Como me habían cortado el teléfono en casa de la nena, salí a llamar a mi amigo Héctor Cattolica desde una cabina. Se oía mal. Puras vocales sin una sola consonante. Le grité:

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-Héctor, ¿podés alojarme una semanita en tu casa antes de mi viaje a Colombia? Ignoro qué deformación habrán sufrido mis palabras. En cambio sé que la respuesta, “sí”, me llegó convertida en una especie de “ahhhh” tremendamente parecido a la contestación de mi padre cuando se estaba muriendo y yo le vociferé en la oreja: “Sos Carlos Dujovne. ¿Me oís? Sos Carlos Dujovne” y él no me respondió otra cosa que “ahhhh”, pero un “ahhhh” de afirmar, de donde colegí que, en lengua moribunda, me decía que sí, que recordaba su nombre. -Héctor- insistí en el teléfono para no venirle después con sorpresas- es que estoy con el perro. -¿O el é? -¡Con el perro, digo que si me alojás con el perro! -¡Ahhhh! Así, pues, Rocky Valdés y yo compartimos el taller de Cattolica semienterrado en un jardín que quedaba a la altura de los inmensos ventanales. Los talleres de Nogent son construcciones de madera pintada de lila que rodean un precioso jardín situado a nivel del mar. Para entrar al de Héctor se bajaba varios escalones, también de madera (los pasos resonaban como en la casa de mis tíos en el Tigre), de modo que el nivel del jardín estaba sobreelevado. El resultado era una casa radiante por un lado y sombría por el costado mismo donde el artista trabajaba. (Extraído de Las perlas rojas, de Alicia Dujovne Ortiz, Buenos Aires, Alfaguara, 2005)

Héctor Cattolica por Rubén Bollini17

Héctor Cattolica fue un ser humano querible, idealista, romántico, inconformista, con una gran sensibilidad artística y humana y un talento natural que lamentablemente no pudo brillar en toda su magnitud por multitudes de circunstancias adversas que siempre le deparó la vida.Mi relación con él comienza por ser el médico de su familia y, especialmente, de su madre a quien atendí toda la vida en su casa de la calle Pringles. Pero la verdadera relación se establece en los viajes cuando él estaba exiliado en París. Mi primer encuentro se produjo el 12 de junio de 1964 cuando almorzamos couscous en un restaurante argelino de la calles San Severin, en el Barrio latino. A continuación tomamos café en el célebre Les Duex Magots del Bolulvard Saint Germain frente a la iglesia del mismo nombre y que frecuentaban los existencialistas con Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir a la cabeza. Durante un mes me paseó por todos los museos, el de Arte Moderno, el de los Impresionistas entonces en el Jeu de Paume en la esquina del Jardín de las Tullerías frente a la Place de la Concorde. Por supuesto Héctor Cattolica tenía una concepción clara del desarrollo del arte, sobre todo

17 Rubén Bollini, nació en 1928, en Bragado donde vive y ejerce su profesión. Médico cirujano y militante político del Movimiento de Integración y Desarrollo. Fue Presidente del Concejo Deliberante de la Municipalidad de Bragado entre los años 1962-1964, y entre el 73- 76. En 2003 fue candidato a gobernador de la Provincia de Buenos Aires por el MID.

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pictórico y escultórico desde los períodos clásicos, el impresionismo, el fauvismo, el cubismo (influencia de Eistein), el surrealismo (influencia de Freud), el arte abstracto, etc. Fue mi compañero y asesor incomparable en otros viajes de1971, 1975, 1980 y 1986, año en que fue la última vez que lo vi en París. Su hija acababa de cumplir 15 años. Tuvo experiencias de vida desgraciadas, una vida difícil en París. Comenzó por diagramar la portada de una revista dedicada a carreras de caballos. La falta de un trabajo permanente le impedía la radicación definitiva y su visa era temporaria, por lo que cada seis meses debía salir de Francia y volver para renovarla (en Francia se le dice “carte de sejour”)Tenía fascinación por la revolución argelina de la independencia, pero su viaje a Argelia resultó penoso. Tuvo un grave accidente, fue atendido en hospitales precarios, hacinados, naturalmente con salas de múltiples camas y sin recursos. Esto le provocó una gran frustración por el contraste con la idealización que había hecho de la revolución.Colaboró en una época con la revista Margen de difusión en América latina y editada en España. Tengo para Héctor Cattolica el eterno agradecimiento por lo que me enseñó y el recuerdo imborrable de los interminables debates ideológicos por su postura libertaria.

Rubén Bollini, Bragado, Febrero 2007

Héctor Domingo Cattolica por Gladis Issouribehere18

 

Lo vi por última vez en París a mediados del año 1992, sólo unos meses antes de su muerte. Entonces vivía en un barrio de artistas en decadencia sostenido por la Comuna parisina y cobraba el desempleo. Estaba mortificado y había perdido el entusiasmo y el empuje que siempre lo acompañó, porque se sentía caído, sin retorno.Lo atormentaba el descarado accionar de la que fuera su compañera, que llegó hasta el extremo de la crueldad: consiguió suprimir el apellido Cattolica del acta de nacimiento de sus dos hijos y cuando él recibió la noticia ya era tarde para apelar. ¡Estaba tan triste! Lo disimuló como pudo ese anochecer de junio cuando cenábamos en una barcaza-restaurante a orillas del río Marne, mientras los patos silvestres pasaban rozando nuestras cabezas. Nunca imaginé que era nuestro encuentro final. Han quedado lejos en el tiempo las vivencias de nuestro paso de niños por la Escuela Normal, cuando quedábamos sorprendidos por su extraordinaria habilidad para dibujar. Había kilómetros de distancia entre sus ilustraciones y las nuestras, pero entonces no podíamos comprender que a nuestro lado estaba despuntando un talento.

18 Glady Issouribehere es escribana e historiadora, autora de Pequeñas historias de cien años, libro que reseña la historia de los habitantes de Bragado.

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Terminada la escuela primaria dejé de verlo durante mucho tiempo y volví a entrar en contacto con él a través de su madre. Héctor jamás le escribió una carta. Mantenía vigente el vínculo enviándole tarjetas postales o telegramas y ella se acostumbró a esas pocas líneas porque lo importante era saber que estaba bien. Nunca se enteró de que estuvo a punto de morir en Argelia. Se inclinó por el grafismo y comenzó a hacerse conocido hasta que un concurso europeo lo consagró vencedor. Esas manos dibujadas que tenían la forma de la paloma de la paz se distribuyeron masivamente y logró trascender. Me visitó a mediados de la década del setenta en uno de los pocos viajes que hizo al país y lo reencontré en la ciudad que había elegido para vivir en 1979.Fue un anfitrión extraordinario. Conocía París como la palma de su mano. La había recorrido sin descanso porque jamás estaba quieto, además hablaba sin parar y tenía la capacidad de hacer amigos por todos lados, porque ofrecía su afecto sin retaceos. Con él pude conocer los lugares más típicos de la ciudad, bares y piringundines a los que nunca llega un turista. Me mostró la ciudad que viven los franceses, no la gente que llega de afuera. Y esa actitud tan generosa, esa disposición para entregarse como guía se mantuvo cada vez que tuve la suerte de regresar. Con todo su talento no logró un triunfo definitivo en lo artístico y los nuevos tiempos le jugaron una mala pasada. Comenzaron a surgir artistas jóvenes con estudios universitarios que poco a poco inundaron el mercado. Los títulos siempre han sido las primeras cartas de presentación y Héctor solamente tenía capacidad y experiencia. Así comenzó el deterioro económico que finalmente lo llevó al desempleo y en esa instancia debió ocupar “un lugar en la fila de fracasados a los que se debe mantener”. Así lo dijo con crudeza la última vez que lo vi, sin que me diera cuenta de su creciente fragilidad y hoy lamento no haberlo abrazado más tiempo y más fuerte, para consolarlo en esos duros momentos de derrota y orfandad de cariño familiar.

Gladis Issouribere, Bragado, marzo de2007

Cattolica por Hebe Solves  ¿Héctor, estás ahí? ¿Estás escuchando, como solías, con la inquietud del solidario/solitario que espera compartir el mal y el bien, el pan y el vino, la noche y el día, lo que sea...? No estás, pero si estuvieras ahí, leerías esta carta con rigor crítico. Como hiciste con mis primeros poemas cuando los dos éramos artistas plásticos y no sabíamos que el arte es uno solo. Y me enseñaste que la más rigurosa disciplina es la libertad.Vos, que sabías apuntar con mínimos trazos los más complejos ideales. Que guiabas a tus amigos con la misma certeza con que trazabas una recta impecable sobre el papel.Y eras poeta: del espacio, de cada momento, del silencio, de la mirada, de la palabra.Nos conocimos en el Chambery, seguro, a fines de los cincuenta. En alguna mesa de artistas limbados con el aura de la vanguardia. Me llevaste a una

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lectura de Aullido, en una casa secreta donde la gente se sentaba en el suelo, apretujada. Me instaste a dibujar humor y llevaste mi versión de la moda femenina a Tía Vicenta que la publicó (asombrosamente). Pero no me definí como humorista ni dibujante sino como escritora: fuiste mi primer lector, el culpable. Nos volvimos a cruzar en el 69, vos atravesado por el sueño de la revolución; yo escribiendo mi primera novela (impublicada). Escéptica, te invité a una reunión de escritores que desdeñaban los viajes espaciales: eran iniciados que se transportaban a sí mismos y levitaban a gusto, sin necesidad de tecnología. Se parecen a vos, te dije. Emigraste otra vez. Años después, alojaste a mi hijo en París y fuiste su Virgilio. También el mío y el de mi marido psicoanalista, cuando pasado el tiempo y al amparo del dólar barato cumplimos los viajes de rigor. Volviste, rezongabas por todo y, junto con Mercedes Sosa compartimos la visión, desde la ruta a Ezeiza, del estallido de La Tablada, vos con el pasaje en la cartera que colgabas del hombro, sin poder creer que una vez más eras testigo de lo imposible: ser argentinos. Tal vez por eso fuiste el más argentino de mis amigos, el que vivió su incendio personal al amparo de una época exiliada que siempre está volviendo.

Hebe Solves, Buenos Aires, mayo de 2007

Lo que nos dejó

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Héctor Cattolica fue un artista comprometido con su tiempo. Su compromiso era con los oprimidos y en sus dibujos expresaba su odio frente a la crueldad del capitalismo. Plasmaba esas ideas en imágenes que despertaban percepciones poderosas, sensibles. Era, como él mismo lo expresaba: un “visualizador”. Era conciente de que no había obtenido el reconocimiento que merecía, pero él era por sobre todas las cosas un hombre libre, fuera de todo convencionalismo y no pensaba su obra en términos económicos. Era un idealista y mantuvo hasta el final aquellas banderas levantadas por los jóvenes en los lejanos días de mayo de 1968. A pesar de las múltiples desgracias que jalonaron su vida, Cattolica era –como señala David Rawson- tan incansable como París, y siempre seguía adelante. Todos los que lo recuerdan no dejan de exaltar su originalidad, su condición de artista excepcional, su capacidad de brindar amistad, su solidaridad con los más humildes, con el dolor humano. Fue mucho más que una buena persona, que un argentino en París que buscaba sus brillos y fulgores. Fue un hombre de una creatividad fuera de lo común. Se definía como un artista popular, en el sentido de que cada una de sus imágenes trataba de expresar cosas que pertenecían a millones. En las dos veces que regresó a la Argentina no se sintió identificado con un país que parecía estar siempre debatiendo sus conflictos. En el 69 encontró a los estudiantes influidos por los eventos europeos pero anclados en el pasado pidiendo el retorno de Perón. En el 88, el triunfo de Menem le hizo pensar que ese regreso del peronismo representaba la contradicción que atravesaba la Argentina. “Somos algo así como un país civil en uniforme militar, o un régimen militar con ropa de civil”, dirá en un reportaje en la revista NI. En Francia era, según sus propias palabras, un comodín, “me muevo en literatura, en arquitectura y en diseño gráfico. El único periodismo que he hecho regularmente ha sido para NI, que fue el grupo con que más me he entendido en Europa. No tengo la misma relación con ningún otro grupo de Francia.”19

Decía que de su producción, las imágenes que más le gustaban, eran también las que más le gustaban a la gente, como la cara y la mandíbula para ilustrar el negocio de las armas, o la oreja y los gritos sobre la contaminación de los ruidos. Hacía imágenes que implicaban otras imágenes para que pudieran decir algo cada vez que se las miraba.

Y en el mismo artículo define su postura artística absolutamente clara: “Trato de trabajar siempre contra la idea comercial, contra la idea de que el trabajo de un artista no es otra cosa que un producto de consumo. Me gusta tratar a los demás como me gustaría que me trataran a mí, como un ciudadano.”

19 Stalker, Peter, Citizen Cattólica, New Internationalist, octubre de 1989.

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Héctor Cattolica fue el paradigma del intelectual de los sesenta que se involucró en los procesos sociales de su época y que supo contar en imágenes las contradicciones del mundo del que fue testigo.

Una de las últimas fotos de Cattolica (Gentileza Gladis Isouribere)

Ilustración de Cattolica, New Internationalist, noviembre 1982

Hay un cuento de Cortázar, Continuidad de los parques, en el que un lector termina convertido en personaje de la novela que lee. Este libro sobre Cattolica me permitió reafirmar la convicción de que entre la literatura y la realidad hay imprecisas fronteras, pequeños intersticios por donde se puede pasar de los espacios descriptos en las páginas a los reales que le dieron origen casi sin transición. La novela de Alicia me regaló el personaje que salí a buscar a través del recuerdo de sus amigos, y Alicia terminó en Bragado escribiendo por unos días su nueva novela en mi casa, en el mismo lugar donde yo, un verano, leí su libro y donde comenzó esta historia. Ficción y realidad son un continuum, una cinta de Moebius, las fronteras desaparecen y tanto estamos del lado de acá como del lado de allá. Un viaje, un recorrido, una huella. De todo eso hubo en esos días en que fui recogiendo fragmentos de un hombre cuya obra desapareció casi totalmente. Tal vez estas páginas hagan las veces de botella tirada al mar. Acaso alguien desde esta u otra orilla la recoja y vuelvan esos dibujos, esos afiches, esos

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proyectos en los que un hombre, Héctor Cattolica, dibujaba pensando en un mundo más humano, en un mundo mejor.

Hebe Solves y Cattolica en París

Cronología

1933Nace en Bragado, Provincia de Buenos Aires, el 31 de agosto de 1933. Fueron sus padres Humberto Cattólica y Carmen Martino.Cursa estudios primarios en las escuelas Nª 21 y Normal de Bragado.

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1954 Hace el servicio militar en el Regimiento 6 de Caballería de Mercedes, Pcia de Bs. As.

1958Está en Buenos Aires.Luis Felipe Noé lo conoce en el departamento de Pirí Lugones. Colabora en la revista humorística de Landrú, Tía Vicenta.

1959 Viaja a Europa. Visita el pueblo de su padre en Cattolica, Le Marche, Italia. Vive un año en el país vasco.

1962 Se instala en París. Crea la revista Margen dedicada a los intelectuales de América Latina. Su primera casa es un departamento en el Barrio Latino.

1968 Participa de los acontecimientos del Mayo Francés. Realiza afiches con consignas revolucionarias.

1969 Regresa a la Argentina. Visita Bragado.

1971Se reencuentra con Luis Felipe Noé. Diagrama e ilustra el libro de Noé, Una sociedad colonial avanzada.

1972Regresa a Paris.Desarrolla una activa vida intelectual. Como artista realiza exposiciones, dibuja para diversas revistas, ilustra tapas de libros, se relaciona con artistas vanguardistas como Lea Lublin, Julio Le Parc, Antonio Seguí.

198… Vive en un taller de Nogent. Realiza exposiciones de puertas abiertas una vez por año. Comienza a ilustrar las tapas y notas de la revista de Oxford New Internatinalist.

1988Último viaje a la Argentina, después de la muerte de su madre y su hermano.

1989El 23 de enero, regresa a París

1990Comienza a interesarse en la Informática. Concibe el proyecto del Museo de la Inmigración.

1993Enfermo de cáncer, muere en el hospital de Rothschild , en julio, después de una operación.

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(Para la contratapa)

María Cristina Alonso, escritora y docente, nació en Bragado, Pcia de Buenos Aires en 1955. Es profesora en Letras (UNLP). Es autora de las novelas, Tías de infancia (Club de Estudio, 1994), Aventuras en borrador (Colihue-La movida, 1998) y Último foco, (Colihue- La Movida,2005). Escribió un libro de artículos sobre la lectura Tierra de lectores (Editado por la Municipalidad de Bragado) e Historias de inmigrantes, cuentos infantiles en colaboración con Marta Pasut, (Homo Sapines 2005). Ha recibido premios y distinciones por sus relatos y su novela Aventuras en borrador fue distinguida por Alija (Asociación de literatura infantil y juvenil) en 1999.Obtuvo la beca de perfeccionamiento para escritores del interior del Fondo Nacional de las Artes en 2005.Ha colaborado con la colección Protagonistas de la Cultura Argentina, La Nación- Aguilar, en la biografías de Sarmiento y Alberdi.Como docente dicta las cátedras de Historia Social y Cultural de la Literatura en el profesorado de Lengua y Literatura y en las escuelas medias de Bragado.

Este libro habla de un artista gráfico, Héctor Cattolica. Su obra ha quedado desperdigada y olvidada, pero es necesario recuperarla para las nuevas generaciones. Cattolica fue uno de los afichistas más famosos del Mayo del 68. Su compromiso con los oprimidos se manifestaba  en imágenes capaces de despertar percepciones poderosas, sensibles. Era, como él mismo lo expresaba: un “visualizador”. Era conciente de no haber obtenido el reconocimiento que merecía, pero -esencialmente- era un hombre libre, fuera de todo convencionalismo, y no pensaba su obra en términos económicos. Fue un idealista. Mantuvo hasta el final las banderas alzadas por los jóvenes en esos tiempos en que la imaginación estuvo por tomar el poder. Entendida una biografía como el armado de un rompecabezas, aquí aparecen las voces de sus amigos –importantes artistas con los que Cattolica compartió su ingenio y sus excentricidades- y también la historia de esa búsqueda. Tal vez estas páginas hagan las veces de botella tirada al mar. Acaso alguien, desde esta u otra orilla, la recoja y vuelvan esos dibujos, esos afiches, esos proyectos que Héctor Cattolica hacía pensando en un mundo más humano, en un mundo mejor.

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