caza jenofonte

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INTRODUCCIN La primera cuestin que plantea este opsculo De la caza es su propia paternidad. Es de Jenofonte, no lo es, o lo es slo parcialmente? Los tres interrogantes tienen r espuestas afirmativas segn quin sea el que res- ponda, aunque la paternidad parcia l a muchos les pare- ce lo ms acertado. Higgins * rechaza categricamente su autent icidad sin entrar en discusiones. E. Delebecque' la admite, pues ve en las ideas , sentimientos y estilo de la obra la huella de Jenofonte. E. C. Marchant y G.W. Bower- sock' niegan su paternidad sobre el captulo 1, exor- dio retrico de estilo diferente al resto, que no puede ser anterior a la era cristiana y que ha de si tuarse, con Norden, dentro de la Segunda Sofistica, en el reinado de Adriano, po r varas razones; en cambio, la parte tc- nica (2-11) y el curioso eplogo (12-13) lo s admite como contemporneos de Jenofonte. El ataque a los sofistas puede ser del siglo iv, cuando filsofos y sofistas discu- ten sobre la teora y la prctica educati vas y proliferan los libros sobre este tema. Las dificultades para > W. E. HIGGINS, Xenophon the Athenian, The problem of (he n- dividua and the Soci ety of the Polis, Albany. 1977, pg. 12. 2 E. DELEBECQUE, Xn, L'art de la chasse, P ars, 1970, pg. 33. 3 E. C. MARCHANT. G. W. BOWERSOCK, Xen. VU. Scripta minora, Lon dres-Cambridge-Massachusetts, 1968, pgs. XXXVI y sigs. 236 DE LA CAZA Marchant-Bowersock estn en la desigualdad estilsti- ca: se echan de menos sentenci as seguidas de largos p>e- rodos; abundan las elipsis, asndeton, quiasmo e infinitivos imperativos que no encontramos en sus obras autnticas. Por eso sugieren qu e puede ser uno de los primeros escritos de Jenofonte y redactado antes de de- j ar Atenas. Desde luego, el autor es ateniense y ofrece cierto parecido con los e scritos de los primeros cnicos, con Antstenes concretamente. Sin embargo, se tropi eza con otro obstculo importante en el prrafo 13, 3-7: el pasaje ms retrico donde cu riosamente se desprecia la retrica. Tal lugar se contradice con el aprecio manife s- tado en otras obras por los mximos representantes de la oratoria que sirven de modelo en el siglo iv, Gorgias y Prdico. La cuestin la deja en el aire con la pre gunta no contestada de si cambi de opinin luego. Lesky * mantiene sus dudas sin pr onunciarse abiertamente. El problema es complejo y resulta difcil hallar prue- ba s contundentes que alejen reticencias sobre la postu- ra que se adopte, como sue le ocurrir en esta problem- tica textual. No obstante, parece arriesgado sostener la autora de Jenofonte sobre la totalidad de la obra. Plutarco es el primer auto r antiguo que menciona De la caza como de Jenofonte, aunque ya antes Deme- trio de Magnesia, contemporneo de Cicern, la incluye en la lista de sus obras. En el si glo m d. C., Filstrato, el ateniense, en su Biografa de Apolonio incluye una alusin irnica a la gran extensin que dedica a la caza de la liebre * A. LESKY, Geschichte der griechischen Literatur = Historia de la literatura gr iega [trad. J. M.' DAZ RECARN y B. ROMERO! Madrid, 1976, pg. 651. ' MARCHANT. BOWER SOCK, Scripta minora, pg. XIII. Hay otras dos obras con este nombre de De la caza o Cinegtico: una, de Flavio Arria- no (ca. 95-175), gran admirador de Jenofonte; otra, de Opiano de Apa- mea. en verso, dedicada at emperador Caracalla. (Cf. LE SKY, Hist. Lit. gr., pgs. 846 y 879-81.) I I INTRODUCCIN 237 El opsculo consta de trece captulos cuyo conteni- do es el siguiente: el captulo 1, prlogo o exordio sobre el origen y mitologa de la caza, presenta a los hroes que l a practicaron. El 2 habla del equipo del cazador, del guarda-redes y de las rede s mismas. El 3, de las razas de perros, de sus cualidades y defectos y de sus fo rmas de rastreo. Si el captulo 3 muestra cmo son los perros de caza, el 4 indica cm o deben ser: condicio- nes fsicas que han de reunir y cmo deben rastrear. El 5 se dedica a la liebre: rastro, clases, defectos y con- diciones especiales que pose e para la carrera. Como ancdota, observemos que este captulo 5 concluye pi- diendo respeto para los cultivos, frutos y aguas de las tierras de labor por dos razon es, una profesional: evitar que vean con recelo la prctica de la caza y otra mora l. El captulo 6 se ocupa del equipo y del adiestramiento de los perros; de la col ocacin de las redes y del modo de empezar la caza y llevarla a trmino. El 7, de lare- produccin y cra de los perros. El captulo 8, del ras- treo, seguimiento de hue llas y captura de la liebre en la nieve. El 9 se ocupa de la caza de ciervos y c ervatos; de la colocacin de cepos y de la caza con ellos. El 10, del jabal, del eq uipo preciso y de su captura con redes. El 11, de los procedimientos seguidos pa ra capturar las fieras. El 12, de las ventajas de la caza, para quien la practic a: mantener en perfectas condiciones fsicas y adiestrar para la guerra, sin que e llo suponga el aban- dono de los cisuntos particulares^. El captulo 13 rema- ta l a obra con un duro ataque contra los sofistas co- mo ya vimos, y su enseanza, y t raza un paralelismo ' Esta objecin vendra de Aristipo, segn algunos. Cf. MARCHANT, BOWERSOCK, Scripta m inora, pg. XLIL, quienes ven tambin un ataque contra l en 13, 10. 7 Que le habran cr iticado su obra por su estilo descuidado y fal- to de elegancia. Cf. MARCHANT, B OWERSOCK, Scripta minora, pg. XXXIX, y DELEBECQUE, L'art de la chasse, pg. 27. 238 DE LA CAZA entre los polticos ambiciosos que van a la caza de ami- gos y los autnticos cazado res de fieras. El broche final es el habitual en Jenofonte: reiteracin de la menc in inicial de los dioses y exhortacin para que la practi- quen los jvenes. Aunque, como dice Larra, la invencin de la plvo- ra fue sin duda uno de los primero golpes, casi morta- les, para la antigua manera de cazar el contenido de este opsculo sig ue siendo interesante para el hombre de nuestros das y muchas observaciones son an vlidas. E. Delebecque ' nota que el 71,5% est reservado a la liebre (caps. 2-8), el 11% a los crvidos, el 16% al jabal y el 1,5% a las fieras. Es curiosa su observ acin sobre el valor educativo de la caza y el amor progresivo que inspira por el peligro, como es patente en esta esca- la ascendente: de la inofensiva liebre se pasa a la ciza del ciervo que entraa ciertos riesgos, luego a la del peligroso ja bal, a continuacin a las fieras, para culmi- nar con el enemigo ms temible: el sofi sta. Mas ah es Jenofonte con los dioses de la caza para ayudarle a capturarlo. Por otra parte, E. R. Curtius considera el Cineg- tico como modelo de laudatio de un arte y ve en l el tpico del inventor el prtos heurets o el quin lo invent. Sobre la de composicin, ya hemos dicho algo al hablar de su autenticidad. Delebecque " la sita, asi- mismo, en una fecha temprana, entre los aos 392-388 a. C., en la poca de su estancia en Esoilunte, del escri- to de Polcrates contra Scrates, y est, segn l, en MARIANO JOS DE LARIU, Artculos de costumbres, Barcelona, 1979, pg. 643 (cLa caza). ' DELEBECQUE, L'art de la chasse, pgs. 22 y 23. E- R. CURTIUS, Literatura europea y Edad Media latina, ?-?, trad. espaola, Mjico-Madrid-Buenos Aires, 1976, pg. 761. " DELEBECQUE, L'art de la chasse, pgs. 33 y sigs. INTRODUCCIN 239 la misma lnea de las obras de Platn, de Iscrates y Alcidamante sobre los sofistas y , especialmente, de Con- tra los sofistas de Iscrates, tratado con el que tiene m u- chos parecidos. En fin, precisando ms, lo fecha en el 391/390 a. C. Traducciones En nuestra lengua hay una versin de Teresa Sem- pere (1966), autora de otras trad ucciones al cataln de obras menores de Jenofonte, adems de la versin de Gracin: De l a caza y montera, cuyo ejercicio es necesa- rio para la guerra. En francs merece q ue se ponga de reliev la de E. Delebecque, de 1970, en Les Belles Lettres, con una amplia introduccin, apndices sobre las redes y esque- mas de las mismas, un lxico e specializado de trminos de caza y notas complementarias muy tiles. El ingls cuenta, entre otras, con la muy fiel de E. C. Marchant-G. W. Bowersock en la coleccin Loe b, tantas veces citada. Texto El texto de este opsculo ofrece unas dificultades especiales, sobre todo el captul o 1 con sus dos versio- nes diferentes. Los interesados por esta problemtica pued en ver la edicin ya citada de G. Pierleoni, de 1937, que estudia estas cuestiones , y Delebecque, aunque el planteamiento de fondo es totalmente distinto, pues el primero no admite como jenofonteas ninguna de las dos versiones, mientras que p ara Delebecque lo son las dos. La traduccin presente se basa, como es nuestra nor - ma, en el texto de E. C. Marchant, de la edicin de Ox- ford, salvo algunas lect uras tomadas de la que venimos considerando como de Marchant-Bowersock, en la Loe b240 DE LA CAZA Classical Library. Indicamos a continuacin las que su- ponen una modificacin de sen tido. ED. DE LA LOEB D. DE OXFORD 6,18 ???? ??, ????? ??. 10^ ?????? ?? -??????????- ??. 13,10 ?? ????(? ????????? ? ?" ???(?. ???? ??, noc ??. ????? ?? ?????????????. ?? ?????? ?????????? ?' ?(?(? Asimismo, en 10,7 seguimos el texto de E. Dele- becque: ?????????? ??? v ???? ??? ??? ai ?^????, en lugar de las lecturas de Marchant-Bowersock. Oxford: ??? ????? ?? ??? ?? ???? ?????? ?? ^????; y Loeb: ?????????? ??? ?? ???? ?????? ?? ?????. BIBLIOGRAFlA Adems de las ediciones, traducciones y estudios ge- nerales citados en la bibliog rafa de otros opsculos y que incluyen, igualmente, al De la caza (tngase en cuen- t a esp>ecialmente la ed. de G. Pierleoni para las cuestio- nes textuales), deben recordarse las obras siguientes: EDICIONES BILINGES: E. DELEBECOUE, Xn. L'art de la chasse (Les Belles Lettres), Pars, 1970. TRADUCCIN AL ESPAOL: TERESA SEMPERE, Jen. Cinegtica o arte de la caza (El mirlo bla nco), Madrid. 1966. ESTUDIOS GENERALES: D. B. HULL, Hounds and huning in ancient Greece, The Univ. of Chica- go Press, 1964. H. RZETTE, La chasse dans l'oeuvre de Xnophon, Lovaina, 19 45 (tesis doct.). M. JOS DE LARRA, Artculos de costumbres. Barcelona. 1979 (pgs. 64 1-48: La caza). J( Invento de dioses, de Apolo y Artemis, son la caza i y los perros. Lo entregaron y honraron con l a Quirn a causa de su rectitud. ste recibi el regalo con satis- 2 faccin y lo utiliz. Fueron sus discpulos en la caza y en otras nobles enseanzas Cfalo , Asclepio, Melanin, Nstor, Anfiarao, Peleo, Telamn, Meleagro, Teseo, Hi- plito, Pal amedes, Menesteo, Odiseo, Diomedes, Cstor, Plux, Macan, Podalirio, Antloco, Eneas y Aquiles. Ca- da uno de ellos fue honrado por los dioses en vida. Nadie se extrae de que muchos de stos murieran a 3 p>esar de ser gratos a los dioses, pues es la ley natural, pero grande fue su prestigio; ni tam|X)CO de que no ha- yan alcanza do todos ellos la misma edad, pues la vida de Quirn sobrepasa a la de todos. Zeus y Quirn eran, en efecto, hermanos por parte del padre, aunque la ma- dre de uno era Rea y la del otro, la ninfa Nais, de modo 4 que Quirn haba nacido antes que el los, pero muri despus, tras educar a Aquiles. Destacaron por el ejer- 5 cicio de l a caza y de los perros y por el resto de la edu- cacin y fueron admirados por su virtud. * El resto de la educacin lo constituyen la equitacin, el lanza- miento de jabalin a, los juegos, la cortesa caballeresca e, incluso, la ciruga y farmacopea. Cf. H. MARROU, Histoa de la educacin en la Antigedad, Buenos Aires, 1956, pgs. 6 y sigs. 75. 16 f 242 JENOFONTE 6 Cfalo fue arrebatado por una diosa ^ mas Asclepio logr honores mayores: resucita r a los muertos y sa- nar a los enfermos; por eso, mantiene entre los hom- 7 bre s una gloria inmortal como un dios. Melanin sobre- sali tanto en el amor al esfuer zo, que, de entr^ los mejores de su tiempo que fueron sus rivales en amor, slo l c onsigui a Atalanta, el matrimonio ms impor- tante de su poca. La virtud de Nstor se ha propagado en las tradiciones de los griegos, de modo que no po- 8 dra decir si no lo que ya saben. Anfiarao, cuEmdo hizo la expedicin contra Tebas, logr gran pre stigio y con- sigui de los dioses el honor de la inmortalidad. Peleo inspir inclus o, en los dioses el deseo de entregarle a Tetis y cantar en himnos sus bodas en casa de Quirn. 9 Telamn lleg a ser tan importante, que se cas con la mujer que l dese aba, natural de la ciudad ms gran- de, con Peribea, la hija de Alcdto, y cuando e l primero de los griegos, Heracles, hijo de Zeus, reparti los pre- mios al valor despus de la toma de Troya, le dio a He- lo sone. Los honores que recibi Meleagro s on notorios, aunque fue desgraciado por olvidarse su padre de la diosa ^ en la v ejez, no por su propia causa. Teseo, l solo destruy a los enemigos de la Hlade ente ra y an hoy es admirado por haber engrandecido mucho su pro- 11 pia patria. Hiplito fue honrado por rtemis y estaba en la boca de todos, y cuando muri fue considera do feliz por su moderacin y santidad. Palamedes, mien- tras vivi, aventaj en sabidu ra a todos sus coetneos, aunque, despus de una muerte injusta, obtuvo tal ven- ganz a de los dioses cual ningn otro hombre. Mas su muerte no fue obra de quien se pie nsa pues enton- ces no sera el uno casi el mejor y el otro igual a los ^ Aurora, que se enamor de l. ^ Su padre Eneo se olvid de Artemis. * Ulses y Diomede s. JEN., en Mem. IV 2, 3 sigue la versin co- mn que atribuye la causa a Ulises. I li DE LA CAZA 243 buenos; malvados realizaron la accin. Menesteo, por 12 el ejercicio de la caza, t anto descoll en amor por el esfuerzo, que se reconoca que los primeros de entre lo s griegos eran inferiores a l en lo referente a la gue- rra, salvo Nstor, e inclus o de ste no se dice que le aventajase sino que era su rival. Odiseo y Diomedes fu e- 13 ron brillantes, cada uno, en hazaas singulares y, en comn, son los causantes de la toma de Troya. Cstor y Plux sn inmortales por la consideracin de las en- seanz as recibidas de Quirn de que dieron prueba. Macan y Podalirio, educados igual en t odo, fueron bue- 14 nos en sus oficios en hablar en pblico y en la gue- rra. Antlo co, que muri por salvar a su padre, consi- gui gloria tan grinde, que nicamente l fue declarado pblicamente entre los griegos philoptor\ Eneas se 15 granje fama de piad oso por haber salvado a los dioses paternos y matemos y por haber salvado a su p ropio padre, de modo que incluso los enemigos le otorgaron nicamente a l, de entre los que vencieron en Troya, el honor de no ser despojado. Aquiles, criado con e sa I6 educacin, dej tan bellos y grandes recuerdos, que na- die cesa de hablar ni de or hablar de l. sos llegaron a ser tales por el ejercicio, aprendido I7 de Quirn, a quien an hoy los buenos lo aman y los malvados lo detestan, de modo que si en Grecia le ocu- rre alguna desgracia a alguien, ciudad o rey, se libran gracias a ellos; y si Grecia entera mantena disputas o guerras con todos los brbaros, graci as a ellos los grie- gos vencan, de modo que volvieron invencible a la H- lade. En consecuencia, yo aconsejo a los jvenes que no I8 desprecien la Ciza ni el resto d e la educacin, pues por 5 Cf. liada, ? 555. ' Segn la tradicin, eran mdicos e hijos de Asclepio. 7 Que ama a su padre. Muri delante de Troya por salvar a su padre Nstor. I 250 JENOFONTE ella se hacen expertos en las cosas de la guerra y en las dems que exigen pensar, hablar y obrar correctamente. Es preciso que el que ya deja atrs la infancia se dedique, primero, al ejercicio de la caza y, luego, a las dems enseanzas, teniendo en cuenta su fortuna: para quien sta sea suficiente, de una manera digna de su p ropia utilidad, y para quien no lo sea, que ponga al menos voluntad sin escatima r ningn esfuerzo personal. Voy a decir el nmero y el tipo de cosas que deben prepa rarse para dedicarse a ella, y a dar una explica- cin de todas y cada una para qu e se las conozca antes de emprender la tarea. Que nadie las considere ftiles, pue s realmente sin ellas no sera posible su prctica. Es necesario que el guarda-redes le tenga aficin a este ejercicio, que hable griego de veinte aos de edad aproxima damente, de cuerpo gil y fuerte y de es- pritu firme, para que con esas cualidades supere las fatigas y disfrute practicndolo. Las redes, de lino fino de Fasis o d e Cartago, e igualmente las redes de camino y los paneles Asimis- mo, sean las r edes de nueve hilos de lino con tres cuer- das, y cada cuerda de tres hilos, de cinco palmos de largo; las mallas de ocho dedos y que estn rodea' Desde los siete aos, segn la costumbre. Cf. PLATN, / Ale, 121e. ' No se olvide qu e es un esclavo. Ciudad de la Clquide, en la costa del Mar Negro. " Tres son los trminos griegos: hai rkus, t endia y t dktya, que traducimos, siguiendo a Delebecque. por redes cortas o simple- mente redes, redes de camino y paneles. Cf. ?. DELBECQUE, phon. L'art de la chasse, Pars, 1970, pgs. 102 y sigs. El trmino griego es pentespha moi o cinco spitham. ste equivale a medio codo o tres cuartos de pie, o sea, 21 cm . aproximada- mente, que da una longitud de cuerda de ms de un metro. Como es, ms o menos, equivalente a nuestro palmo, preferimos traducirlo por este trmino. Tngas e en cuenta en adelante. El trmino griego es diplaistoi o dos palastaL ste (palma de la mano) equivale a cuatro dedos, unos 7, 2 cm., si asignamos al dedo "? .1 i DE LA CAZA 245 das de cordones corredizos sin nudos para que se desli- cen fcilmente. Las redes de camino, de doce hilos; los 5 paneles, de diecisis; las redes de camino, del ta mao de dos, tres, cuatro, cinco brazas '*; los paneles, de diez, veinte, treinta brazas. Si son mayores, sern difci- les de manejar;.ambas, de treinta nudos y la s epa- racin de las mallas, la misma que en las redes. En los extremos de la malla, las redes de camino 6 tendrn botones los paneles, anillas que se deslicen por la s cuerdas. Las estacas ahorquilladas sean de cua- ? renta dedos de largo, las de las redes, y algunas, ms pequeas; las desiguales emplense en los terrenos de disti nta inclinacin para alcanzar la misma altura, y en los llanos, las iguales. sas se rn fciles de arrancar y lisas. Las estacas de las redes de camino sern el do- ble d e largas: las de los paneles, de cinco palmos, con horcas pequeas y acanaladuras poco profundas. Que todas sean slidas y que su grosor no est despropor- cionado co n la longitud. Pueden emplearse muchas o 8 pocas en los paneles. Pocas, si se te nsan fuertemente en el soporte; ms, si se tensan suavemente. Haya tambin,, en cual quier sitio que estuvieran las 9 redes y las de camino y los paneles, un saco de piel de becerro " y hoces para que se pueda cortar la ma- leza y obstruir la zo na que se precise. 1, 8 cm. La medida de las mallas seria, pues, de 14, 4 cm., aproximada- mente. E n adelante seguiremos reduciendo a dedos la medida griega palast, por ser esta pa labra extraa a nuestra lengua. En griego rgyia, que equivale a seis pies, cuatro c odos o nue- ve palmos y medio o dos varas castellanas, esto es, 1,672 m. aproxim a- damente. o mallas. En griego maso. Nuestro trmino creo que traduce perfecta- men te el griego si pensamos en la acepcin 4 o 5 del Dicc. de la Real Acad. de la Len gua. " Para guardar las piezas cobradas, aunque tambin se ha cre- do que era para guardar las redes. i 246 JENOFONTE 3 Las razas de perros son dos: los perros cstor y los perros zorro Los perros cstor t en ese nombre porcjue Cstor, Que fue muy aficionado a la ca- 2 za, los cuid especi almente. Los perros zorro, por- que proceden del cruce de perro y zorro, aunque a lo largo del tiempo su raza ha sufrido mezclas. stos son peores y muchos. Los hay pequeos, de nariz corva, de ojos claros, miopes, deformes, rgidos, dbiles, pelados , altos, desproporcionados, flojos, chatos, sin buenas pa- 3 tas. Lgicamente, los pequeos se apartan con frecuen- cia del trabajo por su reducida talla. Los de na riz corva son de boca defectuosa y, por ello, no retienen la liebre. Los de ojos claros y miop>es tienen poca vista. Los de- formes son de aspecto desagradable. Los de cuerpo r- gido practican la caza con dificultad. Los dbiles y los pelados son incapaces de esforzarse. Los altos y des- proporcionados, con cuerpos mal eq uilibrados, van y vienen pesadamente. Los flojos abandonan la tarea, se apartan y huyen del sol para echarse a la sombra. Los chatos pocas veces olfatean la lie bre. Los de patas de- fectuosas, aunque sean decididos, no pueden soportar esfue rzos y abandonan por el dolor de pies. 4 Son muchas las formas de rastreo de las mismas ra- zas de perros. Efectivamente, unos, despus que dan con el rastro, mar chan sin hacer ninguna seal, de modo que sera posible no darse cuenta de que estn s iguien- do el rastro. Otros mueven slo las orejas y mantienen quieta la cola; otr os mantienen inmviles las orejas y 5 agitan la punta del rabo. Otros juntan las o rejas y co- rren tras el rastro con aire fruncido bajando y apretan- do la cola Muchos no hacen nada de eso, sino que Ambos, iaconios. El segundo se llama as, por su parecido con el zorro y no porque sea un hbrido de perro y zorro. Cf. nota de Marchant-Bowersock. Realmente, el au tor habla de clases de perras. ^^ En este prrafo hay aliteraciones y juegos de pala bras difci- les de recoger en la traduccin. V DE LA CAZA 247 dan vueltas enloquecidos y ladran alrededor del rastro, y cuando caen sobre l, lo pisotean destruyendo tonta- mente las seales percibidas. Estn, tambin, los que 6 s e valen de muchas vueltas y rodeos, toman el rastro por delante de la liebre y la abandonan; adems, siem- pre que corren tras las huellas, se imaginan al animal, y al ver delante la liebre, tiemblan y no se lanzan hasta que la ven escapar. C uantos se adelantan frecuentemen- 7 te en la carrera para examinar los descubrim ientos de los dems perros que rastrean y persiguen, no tienen confianza en s mismo s; en cambio, son osados los que no dejan avanzar a sus compaeros de tarea ms hbiles, sino que se lo impiden alborotando. Otros, amigos de ilusiones y que se des lumhran excesivamente con cualquier cosa que encuentran, avanzan, conscientes de su propio engao. Otros, inconscientemente, hacen lo mismo que stos. Intiles son lo s que no se apartan de los caminos trillados, pues no reconocen la pista correcta. Cuantos perros no reconocen el rastro que lleva a la 8 madriguera y se apre suran a correr tras el rastro que se deja al correr, no son de casta: unos comie nzan la persecucin con decisin, pero la dejan por flojedad; otros corren a derecha e izquierda y pronto se equivo- can; otros se lanzan locadamente por las sendas y se pierden, sin obedecer en absoluto. Muchos dejan la per- 9 secucin y se vuelv en porque aborrecen al animal; otros muchos, por cario al hombre. Otros ladran fu era del rastro e intentan engaar volviendo verdadero lo falso. Estn los que no hac en eso, mas en medio de la carrera lo se dejan llevar irreflexivamente a cualqui er zona de don- de oyen ruido, olvidando su tarea. Unos persiguen de un modo poc o claro; otros interpretan muy bien, pero cambian de opinin. Otros, llevados entr e el grupK) has- ta el fin, abandonan la jaura junto al rastro: unos, por ficcin, y otros, por envidia. Por supuesto, difcilmente ii se pueden emplear, si la mayor parte de esos defectos 250 JENOFONTE se deben a su naturaleza o si son conducidos sin mto- do. Tales perros pueden apa rtar de la caza a los ms aficionados. Mas voy a exponer cmo deben ser los perros d e una misma raza en su aspecto extemo y en todo lo dems. 4 Primero, pues, es nece sario que sean grandes; luego, que tengan cabezas giles; que sean chatos; que estn bien articulados; que tengan las partes inferiores de la frente musculosas; los ojos salientes, negros, brillantes; las frentes anchas, con surcos profundos; l as orejas pe- queas, finas, peladas por detrs; los cuellos largos, fle- xibles, re dondeados; los pechos anchos, que no estn sin carnes; los omplatos un poco separad os de los hom- bros; las patas anteriores pequeas, rectas, redondas, robustas; lo s codos rectos; los costados no acentuados en direccin al suelo, sino que salgan en oblicuo; los lomos carnosos, de tamao entre largos y cortos, no de- masiado li geros ni rgidos los flancos entre grandes y pequeos; las caderas redondas, carnosa s por detrs, que no estn juntas por arriba, mas ceidas por la cara in- terna; las p artes del bajo vientre flacas, y lo mismo los vientres; las colas largas, rectas , flexibles; los muslos duros; las piernas largas, redondeadas, muy slidas; las p atas posteriores mucho mayores que las anteriores y un poco recogidas, los pies redondeados. 2 Si los i>erros son as, sern de aspecto fuerte, giles, proporcionados , veloces, de expresin alegre y de bue- na boca. 3 Que rastreen apartndose en segu ida de los caminos trillados, con las cabezas inclinadas hacia el suelo, son- rin dose ante el rastro y abatiendo las orejas; asimis- mo, moviendo continuamente l os ojos, sacudiendo las colas, describiendo muchos crculos junto a las camas, 4 q ue avancen todos a la vez tras el rastro. Y cuando es- tn alrededor de la liebre misma, sin que se lo indiquen i DE LA CAZA 248 ! al cazador con idas y venidas bastante rpidas, se lo den a conocer ms claramente p or su ardor, por su ca- beza, por sus ojos, p>or el cambio de actitud, por sus m iradas al aire y a la maleza y por las vueltas sobre la cama de la liebre, por s us saltos adelante y atrs y al lado y por tener, en fin, el alma en vilo y estar ms que contentos por tener cerca a la liebre. Que i>ersigan 5 con bro y sin lanzar se con excesivos aullidos y ladri- dos, saltando siempre con la liebre. Corran d etrs, ve- loz y brillantemente, ponindose a un lado y otro cons- tantemente y, a l a vez, ladrando, adecuadamente. Que no retrocedan, a su vez, hacia el cazador de jando el rastro. Con este aspecto y proceder, sean, adems, decidi- 6 dos, de buen olfato, buenos pies y buen pelaje. Por su- puesto, sern decididos, si no dejan la caza cuando ha- ce un calor sofocante; de buen olfato, si olfatean la lie- bre en lugares descubiertos, secos y expuestos al sol cuando el astro se levanta; d e buenos pies, si durante una misma estacin no se los desgarran al correr por los montes; de buen pelaje, si tienen el pelo fino, espeso y suave. Los colores de los perros no deben ser comple- 7 tamente rojo intenso, ni negro ni blanco, pues eso no es seal de noble raza, sino de uniformidad, y propio del animal salvaje. Los rojos y los negros deben tener, 8 por tanto, pelo blanco floreciendo alreded or de la fren- te, y los blancos, rojo, y en la parte alta de las extre- midades pelos rectos, espesos y tambin en los lomos y en la parte baja de la cola, pero menos abundantes arriba. Es mejor llevar frecuentemente los perros al monte 9 y pocas veces a las tierras de labor; pues en el monte se puede rastrear y persegu ir limpiamente, y, en cam- bio, en las tierras de labor ni una ni otra cosa son posi- bles a causa de los caminos trillados. Es bueno, igual- lo mente, llevar l os perros a terrenos duros, aunque no 250 JENOFONTE se encuentre la liebre. Efectivamente, se hacen de bue- nos pies, y les es prove choso fatigar los cuerpos en ta- 11 les lugares. Sean llevdos en verano hasta el medioda; en invierno, a lo largo del da; en otoo, hasta pasado el medioda; la tarde inclusive, en primavera; realmen- te, eso es lo adecuado. 5 El rastro de la lieb re dura mucho tiempo en invier- no porque las noches son largas, y en verano, po co por lo contrario. Ahora bien, en invierno, si es muy tempra- no, cuando hay e scarcha o helada no da olor, pues la escarcha aprisiona con fuerza el calor y lo mantiene en 2 su interior; la helada, a su vez, lo fija. Igualmente, los perros con sus narices yertas no pi^eden percibirlo cuan- do hay tales fenmenos, antes de que el sol o el correr del da los derrita; entonces, los perros lo olfatean y 3 las huellas exhalan olor al ser recorridas. Tambin, el abundante roco las borra enterrndolas, y las tormen- tas que caen a intervalos levantan olores de la tierr a que dificultan la labor del olfato, hasta que la tierra se seca. Los vientos d el Sur causan ms dao todava, pues al humedecer las huellas las disuelven; en cambio , los vientos del Norte, si son firmes, las aseguran y con- 4 servan. Las lluvia s las ahogan, incluso la lluvia fina. Tambin la luna las debilita con el calor, s obre todo la luna llena. Precisamente entonces son muy espacia- das, pues las li ebres se ponen contentas con su brillo, y dan grandes saltos, rivalizando en jue gos, y las cor- tan. Confusas se vuelven tambin cuando los zorros han s pasado an tes. La estacin primaveral bien atemperada presenta pistas esplndidas, salvo si la tierra est flori- da, pues perjudica a los perros mezclando en un mismo punto lo s aromas de las flores. En verano, son ligeras e inciertas: efectivamente, como la tierra est caldeada, borra el calor que contienen, pues es dbil. Incluso los pe rros tienen menos olfato entonces porque sus cuer- pos estn extenuados. En otoo, so n puras, pues de los i S. DE LA CAZA 251 frutos de la tierra, los cultivados ya se han recogido y los silvestres se han m architado, de modo que los olo- res de los frutos no molestan al estar reunidos en el mismo punto. En invierno, verano y otoo, las huellas 6 son rectas generalme nte, mas en primavera entrelaza- das, pues el animal, aunque se empareja siempre , lo ha- ce principalmente, en esta estacin, de modo que, por eso, describen tale s huellas al corretear instintivamen- te unas con otras. Da olor durante ms tiemp o el rastro 7 de cama que el de carrera, pues en el de cama la liebre se detiene en su marcha y en el de carrera pasa veloz- mente; lgicamente, la tierra se impr egna con uno y no se satura con el otro. En las zonas frondosas exhala ms olor qu e en las descubiertas, pues al correr y levantar- se sobre sus posaderas toca mu chas cosas. Se echan bajo cualquier cosa, acudiendo a todo lo 8 que la tierra pr oduce o tiene en s misma, encima, den- tro, al lado, muy lejos, cerca o en medio de ello. A ve- ces, incluso, en el mar, lanzndose sobre lo que puede, y tambin en el agua dulce, si hay algo que emerge o crece en ella Efectivamente, la liebre, de cama, ge- 9 neralmente, se echa, cuando hace fro, en lugares abri- gados; cuan do hace mucho calor, en lugares sombros; en primavera y otoo, en lugares soleados. Las de ca- rrera no proceden as, por estar aterrorizadas por los perros. Se echacolocando las extremidades posteriores lo bajo los flancos, juntando ordinariam ente las patas de- lanteras y extendindolas, apoyando sobre la punta de sus patas la mandbula y desplegando las orejas sobre los omplatos. As protege sus partes bla ndas. Tiene tam- bin el pelo como proteccin, pues es espeso y suave. 20 Parece que esto lo hace para huir, ms que para encamarse. 2 Esta distincin de la s dos clases de liebres es inexistente y hay que pensar, ms bien, en hbitos de tod as las liebres segn las cir- cunstancias en que se hallen. Cf. ?. ad. loe. de ?. C. MARCHANT, G.'W. BOWERSOCK (Xett VII. Scripta mitwra, Londres-Cambridge-Massac husetts. 1968). 250 JENOFONTE ? Cuando est despierta, entorna los prpados, mas cuando duerme, los tiene abiertos y fijos, y los ojos in- mviles. Cuando est durmiendo, mueve mucho las na- 12 rice s, y menos, cuando no lo est. Cuando la tierra ger- mina, estn ms en los terrenos c ultivados que en el monte, aunque se refugia en cualquier parte si es ras- tread a. a menos que se llene de miedo por la noche; si le ocurre eso, se levanta. 13 Es tan fecunda, que o ha parido o va a parir o est preada. Los pequeos lebratos dan ms olor que los grandes, pues cuando sus miembros son an tiernos los 14 arrastran completamente por el suelo. Naturalmente, a los recin nacidos los aficionados a la caza los ceden a la diosa. Los que tienen un ao corren muy veloces su primera carrera, pero ya no las dems, pues son li- geros pero dbiles. 15 Tomen los perros las huellas de la liebre que salen de las tierras de labor, desde arriba"; y cua ntas de ellas no van hacia los terrenos cultivados, bsquenlas " en los prados, en los valles, en los arroyos, en las rocas, en las zonas frondosas. Si se levanta , no gritar, para que los perros no se vuelvan locos y tengan dificultades 16 en reconocer el rastro. Descubiertas por ellos y perse- guidas, a veces atraviesan corrientes de agua, dan vuel- tas para zafarse y se meten en simas y agujeros, pues no slo tienen miedo a los perros, sino tambin a las guilas, ya que al atravesa r las zonas montaosas y des- cubiertas, son apresadas, mientras no pasan del ao; 1 7 y a las mayores, los perros las persiguen y atrapan. Las liebres de montaa son muy rpidas; las de lla- no, menos, y muy lentas, las de zonas pantanosas. Las que rondan por todas las zonas son difciles de seguir, pues conocen los atajos, porq ue corren por cuestas o " Supone que las tierras de labor estn en la parte baja de la falda de las montaas . ^^ Siguiendo a Marchant-Bowersock, interpolamos este verbo. i DE LA CAZA 253 I llano sobre todo; por terrenos desiguales, con menos re- gularidad; por pendient es, muchsimo menos. Perseguidas, son visibles, principalmente, por tierras 18 rem ovidas, siempre que tengan alguna pinta rojiza, y por rastrojos, por el contrast e de brillo. Son visibles tambin por los pasos trillados, y en los caminos, si es - tn al mismo nivel que el cazador, pues el brillo que poseen reluce por contrast e. Mas son invisibles cuando se retiran por entre rocas, por los montes, por ter renos pedregosos o frondosos, a causa de la semejanza de co- lor. Si toman la de lantera a los perros, se paran e, ir- 19 guindose sobre las posaderas, se levanta n para escu- char si se oyen cerca gritos o ruidos de los perros y alejarse de l a zona de donde proceden. Incluso, a veces, 20 aunque no hayan odo nada, si sospe chan o se conven- cen ellas mismas de lo contrario, se retiran bordeando y atrav esando las mismas zonas, cruzando sus saltos, describiendo huellas sobre huellas . Las carreras ms 21 largas son las de las liebres que son descubiertas en terren os descubiertos, por su visibilidad; las ms cor- tas, las de los terrenos frondos os, pues la oscuridad se convierte en un obstculo. Hay dos clases de. liebres: un as, grandes, de color 22 oscuro y con una mancha blanca grande en la frente; otr as, ms pequeas, leonadas, con la mancha blanca pequea Unas con la cola con crculos d e diversos 23 colores; otras, con colores de cada lado. Los ojos claros, unas; l as otras, un poco verdosos. Con una mancha ne- gra amplia en las puntas de las o rejas, unas; las otras, pequea. La mayora de las islas, tanto las desiertas 24 com o las habitadas, tienen liebres pequeas; su nmero es mayor que en los continentes, pues en la mayora de ellas no hay zorros que las persigan y atrapen a ellas Parece oportuno indicar que en Grecia no conocan el conejo, originario de Espaa y de las islas del Mediterrneo occidental, intro- ducido en Italia y en Grecia hacia el ao 230 a. C. Cf. nota de Delebecque. 250 JENOFONTE y a sus cras, ni guilas, pues stas viven en las altas montaas ms que en las pequeas, y en las islas las montaas son, generalmente, ms bien, pequeas 25 Pocas veces llegan cazadores a las desiertas, y en las habitadas hay pocos hombres y la mayora de e llos no son aficionados a la caza. Adems, no se permite pa- sar perros a las isla s sagradas ^^ En consecuencia, co- mo se cazan pocas de las existentes y de sus descen- dientes, necesariamente tienen que abundar. 26 Generalmente, no tienen u na visin aguda, pues sus ojos son saltones, los prpados atrofiados y sin defensa c ontra el deslumbramiento; por eso, pues, la vista es 27 dbil, dispersa. Adems de e so, como estn comnmen- te durmiendo, no se ven favorecidas en lo que atae a la visin ; su rapidez contribuye mucho tambin a que sean cortas de vista, pues pasan fugac es su vista por 28 cada cosa antes de darse cuenta de lo que es. Asimismo, el te rror a los perros cuando son perseguidas, unido a todo eso, les quita, a su vez, la posibilidad de prever, de modo que, p>or esas razones, no advierte que va a tropezar contra muchos objetos y que va a caer en las 29 redes. Si huyera en lnea recta, pocas veces le ocurrira tal cosa; ahora bien, es atrapada, porque describ e un crculo y le 'gustan los lugares en que naci y se cri. En lo que atae a sus pata s, no es superada, la mayora de las veces, por los perros gracias a su velocidad cuantas son atrapadas lo son en contra de las condicio- nes naturales de su cuer po y por puro azar. Efectiva- mente, ninguno de los seres que la igualan en tamao es semejante en armona, pues su cuerpo est compues- 30 to de la siguiente manera: tiene, en efecto, una cabeza El no fijarse en el gnero le ha jugado una mala pasada a De- lebecque y no es pos ible admitir su traduccin de las dos ltimas l- neas del 24. ^ Por estar prohibida l a caza en esas islas. ^^ Que alcanza los 65 km./h., segn nota de Delebecque. ?\ i i DE LA CAZA 255 ligera, pequea, inclinada hacia abajo, estrecha por de- lante; unas orejas altas; el cuello delgado, torneado, exen- to de rigidez, de un largo adecuado; los ompl atos rec- tos, no soldados por la parte superior; las piernas conti- guas a ello s ligeras, juntas; el pecho poco profundo; los costados ligeros, proporcionados; el lomo torneado; la corva carnosa; la cavidad flexible, suficientemente suelta; las caderas oblongas, de contomo bien relleno, con la separacin precisa en la parte superior; los muslos pequeos, slidos; los msculos tensos por fuera y no fofo s por dentro; las piernas largas, slidas; las patas delanteras extremadamente fle xibles, finas, rectas; las traseras fuertes, anchas, sin que les preocupe a las cua- tro, en conjunto, la aspereza del suelo; las patas trase- ras mucho mayores que las delanteras y un poco in- clinadas hacia fuera; el pelaje corto, ligero. Es, pues, 3i imposible que el armonioso conjunto de tales cualida- des no sea f uerte, flexible, sumamente ligero. Hay una prueba de esta ligereza: cuando march a tranquila, va a saltos (nadie la ha visto ni la ver andar), poniendo los pies p osteriores ms all que los delanteros y por fuera, y as corre; esto es evidente en l a nieve. Sin em- 32 bargo, tiene una cola no adecuada a la carrera, pues no es s uficiente por su cortedad para guiar el cuerpo, aunque esto lo efecta con cada un a de las dos orejas. Y cuando es levantada por los perros, abatiendo una oreja y poniendo de lado la otra, en forma oblicua res- pecto al lado en que es molesta da, apoyndose en ella gira rpideimente y, en un momento, deja muy distante al que la acosa. Tan grato es el espectculo, que no hay 33 nadie que, al ver que es rast reada, descubierta, perse- guida, atrapada, no se olvide del objeto de sus amore s. Al cazar en los campos cultivados, se deben respetar 34 los frutos de cada es tacin, y dejar los manantiales y corrientes de agua; pues es feo e incorrecto cog erlos, y tambin para que quienes los vean no sean contrarios 256 JENOFONTE a la ley. Cuaindo se echa encima la veda se deben desmontar todos los instrument os de caza. 6 El equijK) de los perros consiste en collares, correas, ventreras. Sean los collares blandos, anchos, para que no rocen el pelo de los perros; las correas con lazo para la mano, y nada ms; no guardan bien a los perros los que h acen los collares de las mismas correas. Las ven- treras, de tiras anchas, para que no rocen sus flancos. Se cosern pas en ellas para preservar la raza. 2 No se deben sacar para la caza cuando no aceptan gustosos la comida que se les pone (es o es prueba de que no estn fuertes), ni cuando sopla un viento fuerte, pues arreb ata el rastro y no pueden olfatear ni mante- 3 nerse firmes las redes y los pane les. Mas cuando no hay ninguno de esos dos impedimentos, hay que llevarlos cada dos das. Que no se acostumbren los perros a per- seguir a los zorros, pues es una prdida enorme, y en 4 el momento preciso nunca estn presentes. Se deben lle- var a ejercicios de caza cambiando de terreno, para que adquieran experiencia y para que el propio cazador co- nozca la zona. Que salgan temprano, para que no se qu e- den sin rastro, pensando que los que llegan tarde pri- van a los perros del d escubrimiento de la liebre y a s mismos del beneficio de la caza, pues como el ra stro es de condicin dbil, no resiste todo el da. 5 El guarda-redes salga de caza co n un vestido de po- co peso. Levante las redes en las caadas, en encinares duros, en pendientes, en hondonadas, en umbras, en co- rrientes, en barranqueras o torr enteras continuas, pues generalmente huyen hacia esos lugares, y a todos los 6 d ems, cuya enumeracin no tendra fin. Dejando en esas zonas caminos laterales y trans versales, bien visi- bles, estrechos, al alba y no muy temprano, para que. ^ Se refiere, probablemente, a ciertas fiestas religiosas en que la caza estaba vedada ms que a la veda de nuestros das. DE LA CAZA 257 si la zona tendida de redes estuviese cerca de lo que se busca, no se asuste la liebre al or el ruido all mis- mo (mas si estuviesen muy alejados uno de otro, no hay tanto inconveniente en que sea muy temprano), la colo- cacin de las redes sea impecable para que nada se aga- rre a ellas. Que fije las estacas inclinadas ha cia atrs 7 para que aguanten el impulso si son empujadas. Sobre las puntas lance las mallas a igual altura y afrmelas de un modo uniforme levantando por el medio la parte cncava de la red. Al cordn que ajusta la red tese 8 una piedra alargada y grande para que la red no opon- ga resistencia cuando reciba la liebre. Extindans e en linea, alargadas, altas, para que no salten por encima. Y en los rastreos n o precipitarse, pues el coger pronto la presa de la msmera que sea no es peculia r de la caza sino de la constancia. Extienda los paneles en sitios Ha- 9 nos, la nce las redes de camino en los pasos y fuera de las vas trilladas en los sitios a decuados, atando al sue- lo los cordones corredizos, reuniendo los extremos de l as mallas, fijando las estacas en medio de las cuerdas que sostienen la red por la parte superior, colocando sobre las puntas los cordones corredizos y taponand o los pasos laterales. Monte guardia haciendo rondas, y lo si se inclinase algn e lemento de la red, levntelo. Cuan- do la liebre es perseguida hacia las redes, ad elntese a la carrera y grite corriendo tras ella. Cuando caiga en ellas, calme la irritacin de los perros apacigundo- los sin tocarlos. Muestre tambin al cazador co n gritos que ha sido apresada o que ha pasado por este lado o por el otro o que no la ha visto, o dnde la vio. Que el cazador salga de caza con vestido y calza? do ordinario, ligero, un bastn en la mano y que le acompae el guarda-redes. Acrqu ese al lugar de caza ^ Que le servir tambin para asestar el golpe mortal a la liebre cada en la red. 75. 17 250 JENOFONTE en silencio, para que, si la liebre estuviese cerca, no se 12 levante al or la vo z. Despus de atar en la maleza a los perros, cada uno por separado para que se le s pue- da soltar fcilmente, coloquen las redes y paneles como se ha dicho. Despus, el guarda-redes monte guardia y que l coja los perros y los gue a la zona de caza . 13 Ruegue a Apolo y a rtemis Cazadora que le hagan par- tcipe de la caza y suelt e despus un perro que sa muy hbil en el rastreo: si fuese invierno, al salir el sol ; si verano, antes de amanecer, y en las dems estaciones, 14 en un tiemp>o interm edio. Despus que el perro tome el rastro en lnea recta partiendo de la maraa de hue - llas, suelte a otro; si el rastro es continuo, suelte los dems uno a uno a pequ eos intervalos y sgalos sin apremiar llamando a cada uno por su nombre, sin de- ma siada insistencia, para que no se exciten antes de !5 tiempo. Ellos, con alegra y ardor, avanzan desenmara- ando las huellas, como es natural, dobles, triples, pa - sndo delante de ellas, a travs de ellas, entremezcla- das, circulares, rectas, c urvas, frecuentes, espaciadas, claras, confusas; pasan corriendo unos al lado de otros, meneando rpidamente sus rabos, con las orejas gachas 16 y la mirada relampagueante. Despus que estn alrede- dor de la liebre, se lo indicarn al cazador agit amdo to- do el cuerpo al comps del rabo, acosando hostilmente, pasando corriendo con emulacin, corriendo juntos con ardor, reunindose con rapidez, separndose y acos an- do de nuevo. Llegarn, por fin, a la cama de la liebre 17 y se echarn sobre ell a. sta, saltando de repente, se atraer al huir el ladrido y gritero de los perros. Grte- le al ser perseguida: Hala, perros, hala, bien, astucia, perros! Y corra con e llos, envolviendo su vestido alre- dedor de su mano, levantsmdo el bastn contra e lla, pe- 18 ro no e ponga delante, pues sera un estorbo. Ella se esquiva, desapare ce rpidamente de la vista y, general- mente, se lanza de nuevo a donde fue descub ierta desi DE LA CAZA 259 cribiendo un crculo. Grtele de nuevo: Dale mucha- cho, dale ya, dale ya! Y l, tanto si fuese apresada como si no, indqueselo. Si es apresada en la primera 19 carrera, llmese a los perros y bsquese otra; en caso contrario, corra con los perros todo l o que pueda y no afloje, sino insista con tesn. Y si vuelven a encontrar- la, al perseguirla, grteles: Bravo, bravo, perros, ade- lante, perros! Si estuviesen muy ad elantados y no pu- diese correr con ellos y seguirlos, sino que tom una direccin e rrnea o no puede verlos, aun estando cerca, porque van de ac para all o se detienen o siguen pe- gados a las huellas, infrmese corriendo y gritando a la vez a cualq uiera que se acerque: Eh!, has visto a los perros? Una vez que se entere, si estn con el 20 rastro, colquese junto a ellos y anmelos llamando su- cesivamente a cada un o por su nombre y, en cuanto sea posible, dando a su voz la gama de tonos agudo, grave, corto, largo. Adems de otros estmulos, si la persecu- cin fuera por monte, anmelos as: Hala, perros, ha- la, perros! Mas si no estn tras las huellas propiamen- t e tales, sino que las han sobrepasado, llmelos: No, atrs, no, atrs, perros! Y cuando e stn junto a ellas, 2i llvelos alrededor describiendo muchos crculos. Donde les resu lte el rastro confuso, colquese una estaca co- mo seal y a partir de ella mantngalo s agrupados has- ta que las reconozcan claramente animndolos y ha- lagndolos. Cuai ndo las huellas sean claras, corrern 22 rpidos tras ellas lanzndose encima, saltand o a los la- dos, compartindolas, interpretndolas, emitiendo sea- les, fijando los lm ites que ellos reconocen. Cuando sal- ten as, apiados, tras el rastro, corra con e llos sin de- tenerse para que no sobrepasen las huellas por emula- cin. Una vez q ue estn alrededor de la liebre y se lo indi- 23 quen claramente al cazador, prest e atencin no sea que se les adelante dando un salto por temor a los perros. 250 JENOFONTE stos, moviendo en todas direcciones el rabo, echndo- se y saltando sobre ellos fre cuentemente y redoblando sus ladridos, levantando la cabeza, mirando al cazador, dando a entender que por fin sas son las verdaderas, levantarn por s mismos la lie bre y la perseguirn la- 24 drando. Si cae en las redes o pasa de largo por dentro o por fuera, el guarda-redes comunique a gritos cada una de esas cosas. Si es a presada, busque otra. Si no, persgala empleando los mismos estmulos. 25 Cuando los perros estn fatigados de correr y ya sea tarde, entonces debe el cazador buscar una liebre can- sada, sin dejar nada de lo que la tierra hace germinar o mantien e sobre ella, volviendo a menudo sobre sus pasos para que no se la deje agazapad a al pasar, pues el animal se echa en poco espacio y no se levanta por cansancio y miedo, llevando los perros, animndolos, incitando constantemente al zalamero, raramente al osa- do y regularmente al normal hasta que la maten a la carrera o la lancen a las redes. 26 Despus de eso, recoja las redes y los paneles, d una fri ccin a los perros * y retrese del terreno de ca- za despus de aguardar, si es medio da en verano, para que los pies de los perros no se abrasen por el camino. 7 Empa rjense las perras jvenes durante el invierno, liberndolas de las fatigas, para que traigan con tran- quilidad en primavera una raza noble, pues esa es la mejor est acin para la reproduccin de los perros. Hay 2 catorce das en que necesariamente tie ne lugar. Hay que llevar las hembras a perros de buena raza, cuando va- yan a te rminar esos das, para que queden preadas pronto. Cuando sean cubiertas, no se las debe llevar de caza constantemente, sino dejar intervalos para que no aborten po r su amor al esfuerzo. Paren a los sesenta das. 3 Despus que nazcan los cachorros, se los tiene que dejar con la que los ha parido y no echarlos bajo otra ^ Es conveniente cuando estn cansados. i DE LA CAZA 261perra, pues los cuidados ajenos no favorecen el creci- miento. Adems, la leche y el hlito de las madres es bueno y sus caricias agradables. Cuando los cachorros 4 ya anden con titubeos, hay que darles leche hasta el ao con la que se alimentarn todo el tiempo, y nada ms, pues las harturas pesadas de los cachorros tuer- cen l as piernas, acarrean enfermedades a sus cuerpos y daan sus rganos internos. Pngasel es nombres cortos para llamarlos con faci- 5 lidad. Deben ser los siguientes: Ps ych, Thyms, Prpax, Styrax, Lnkhe, Lkhos, Phrour, Phylax, Txis, Xphn, Phnax, Phlgn Hyles, Mdas, Prt- khdn, Sprkhdn, Org, Brmn, Hybs, Thlldn, Rhm, Anthes, Hba, Gth Pols, ???, Stikhn, Spoud, Bryas, Oins, Sierros, Kraug, Kat- ???, Tyrbas, Sthnn, Aithr ktis, Aikhm, Ns, Gn- m, Sttbdn, Horm, Hay que llevar los cachorros a la caza: las hemb ras, 6 a los ocho meses, los machos, a los diez, y no soltarlos junto a las huel las de cama, sino que acompaen atados con largas correas a los perros que rastrea n, dejndo- los correr tras las huellas. Cuando se encuentre la lie- 7 bre, si son de buena apariencia para la carrera, no de- jarlos sueltos inmediatamente, sino lanzarlos despus de que la liebre se adelante en la carrera, cuando ya no la div isen. Efectivamente, si se suelta cerca a perros 8 de hermoso aspecto y fogosos para la carrera, al ver la liebre se quiebran por la tensin porque an no tie- nen los cuerpos consistentes. Es preciso, pues, que el cazador evite esto. Mas si so n un poco torpes para la 9 carrera, no hay ningn impedimento en dejarlos, pues co mo estn al punto deseperanzados de capturar la lie- bre, no sufrirn ese percance. En cambio, dejarlos se- guir las huellas de carrera hasta que la cojan. Si la li e- bre es apresada, hay que drsela para que la despeda- cen. Mas cuando ya no qui eran permanecer junto a las lO 262 JENOFONTE 11 huellas, sino que se dispersan, tomarlos de nuevo hasta que se acostumbren a des cubrirla corriendo tras la lie- bre, puesto que si no la buscan siempre con orde n, ter- minan por salirse de la jaura, psima leccin! Hay que darles comida junto a l as redes mientras sean jvenes, cuando se recogen, para que, si por inex- perienci a se extravan en la caza, vuelvan hacia esto y se recobren. Se les suprimir esa co mida cuando estn ya con el animal salvaje como un enemigo, pues ten- drn ms cuidado de l que preocupacin por aqulla. 12 Asimismo, generalmente, debe el propio cazador dar el alimento a los perros cuando lo reclaman, porque cuan- do no estn necesit ados no saben quin es el causante de ello, pero si lo reciben cuando tienen ganas , se enca- rian con quien se lo da. 8 Rastrese la liebre cuando nieva hasta cubrir el sue- lo, pues si hay manchones negros ser difcil la bs- queda. Cuando nieva y h ay viento norte, las huellas su- perficiales son evidentes durante mucho tiempo, pues no se derrite pronto; pero si hay viento sur y brilla el sol, lo sern duran te poco tiempo, ya que la nieve se derrite con rapidez. Cuando nieva sin cesar, no se debe intentar nada, pues la nieve las cubre, ni cuando el viento 2 sea fue rte, pues las borra amontonando la nieve. En consecuencia, no se debe salir jams con perros a este tipo de caza. Efectivamente, la nieve quema sus narices y sus pies, y el hielo excesivo borra el olor de la liebre, Hay que tomar las redes, d ejar las tierras de labor e irse con un compaero al monte, y despus de coger 3 las huellas. caminar por ellas. Si estn enmaraadas, salir de ellas dando un rodeo y v olver al mismo punto describiendo crculos buscando a dnde se dirigen, pues muchas veces la liebre se extrava y no encuentra dn- de echarse, y al mismo tiempo suele emplear trucos en I : l I Esto es, claros o zonas del suelo sin nieve. DE LA CAZA 263 la marcha por la persecucin constante a partir de sus huellas. Cuando aparece la pista, marchar adelante. Lie- 4 var a un lugar sombro o a uno escarpado, pues los vientos suelen llevar la nieve por encima de tales luga- res; en consecuencia, q uedan muchos lugares adecua- dos para la cama. Busque, realmente, esas zonas. Cu an- 5 do la pista conduzca a semejantes lugares, no hay que acercarse demasiado para que no se levante, sino ro- dearlos por fuera, pues hay esperanzas de que e st cer- ca, y ser evidente porque las huellas no continuarn por ningn lado. Cuando e st claro que est all dejarla, 6 pues all se quedar, y buscar otra antes de que las hu e- llas se hagan invisibles, pensando en el tiempo, de mo- do que si se encuentran otras, quede el suficiente para cercarlas. Llegado ese momento, se deben tend er los 7 paneles alrededor de cada una, de la misma manera que en los manchones negros, encerrando dentro cualquier objeto junto al cual pueda estar, y cuando e stn coloca- dos, acercarse y levantarla. Si rodando se sale de los 8 paneles, hay que correr tras la pista. sta llegar a otras zonas semejantes, si, naturahnente, no se agazapa en la misma nieve. Hay que observar, pues, dnde est y cercarla. Si n o se queda, correr tras ella, pues ser atra- pada incluso sin las redes; en efect o, renuncia pronto, debido al espesor de la nieve y porque se le adhiere mucha c antidad de ella, ya que la parte inferior de sus pies es velluda. Para los cerva tos y ciervos se debe contar con pe- 9 rros indios, pues son fuertes, grandes, rp idos, no exen- tos de ardor. Con estas cualidades son capaces de so- portar gran des esfuerzos. Cazar a los cervatillos recin nacidos en primavera, pues nacen en esta estacin. Hay 2 que penetrar en los claros con vegetacin y observar dnde est la manada de ciervos. Donde se encuentre, que llegue el cazador a ese lugar gintes del amanecer con los perros y los dardos; ate a los perros lejos del 250 JENOFONTE bosque para que no ladren al ver los ciervos, y l per- 3 manezca al acecho. Al ro mper el da ver a las hem- bras llevando los cervatillos al lugar donde va cada una a echar el suyo. Una vez que lo han acostado, dado de mamar y observado si son vistas por alguien, cada una guarda el suyo retirndose a cierta distancia frente a 4 l. Al ver eso, que suelte los perros, tome los dardos y se acerque a donde vi o que estaba echado el primer cervatillo, atento para no equivocarse de sitio, p orque son muy diferentes para los ojos del que se acerca de 5 lo que parece que son desde lejos. Despus de verlo, que se acerque. l se quedar quieto agachndose contra la tierra y se dejar coger bramando fuertemente si no est mojado; en este cas o, no se quedar, pues la humedad que tiene encima, al condensarse rpida- 6 mente p or el fro, le hace alejarse. Aunque ser apre- sado por los perros si es perseguido con tesn. Despus de cogerlo, que lo entregue al guarda-redes. l bramar y la cierva, al ver aquello y or esto, correr contra el 7 que lo tiene intentando quitrselo. En ese momento es preciso que anime a los perros y emplee las jabalinas. Despus de dominarla, marche contra los dems y utili- 8 ce contra ellos el mismo tipo de caz a. Los cervatillos jvenes son'atrapados as; en cambio, los que ya son grandes, difc ilmente, pues pastan en medio de las ma- dres y los otros ciervos y cuando se le s persigue, se re- tiran entre ellas, a veces delemte y pocas veces detrs. 9 Las ciervas pisotean a los perros para defenderlos, de modo que no son presa fcil, sa lvo si se mete uno entre elloS' rpidamente y los va dispersando hasta que quede 1 0 slo uno de ellos. Con este esfuerzo, a la primera carre- ra los perros quedan a trs, pues la ausencia de las cier- vas llena de miedo al cervatillo y la velocida d a tal edad no tiene parecido con nadie, mas a la segunda y tercera carrera pro nto son atrapados, pues no pueden resistir la fatiga por ser sus cuerpos demasia do jvenes an. i DE LA CAZA 264 Asimismo, se colocan cepos para los ciervos en los ti montes, alrededor de los p rados, corrientes y manantia- les, en las encrucijadas y en las tierras de labor junto a cualquier cosa a la que se acerquen. Es necesario que 12 los cepos estn trenzados con madera de tejo, sin corte- za, para que no se pudran, con coronas circulares y cla- vos de hierro y madera alternando fijados al trenzado. Los de hierro, mayores para que los de madera cedan ante el pie y los primeros se clave n. El nudo corredizo 13 de la cuerda que se colocar sobre la corona, de trenza de esparto y tambin la cuerda, pues es lo que menos se pudre. El nudo corredizo deb e ser fuerte e, igualmente, la cuerda. La traba que va atada sea de roble o enci na, de tres palmos de tamao, con corteza, de cuatro dedos de espesor. Colquense lo s cepos abriendo en la tierra H un hoyo de veinte dedos, que sea redondo, y en l a parte superior igual a las coronas de los cepos, pero que se vaya estrechando hacia el fondo. Abrase tambin la tie- rra lo justo para asentar tanto la cuerda c omo la traba. Despus de hacer esto, coloqese l cepo sobre el hoyo 15 a un nivel un poco ms bajo, y alrededor de la cubierta el nudo corredizo de la cuerda. Despus de haber deja- do la cuerda y la traba en sus sitios respectivos, col- quense sobrela cubierta tallos de cardos que no so- bresalgan por fuera y encima hojas pequ eas que haya en esa estacin. Luego, chese tierra sobre ellas, pri- I6 mero la tierr a de la superficie cavada, y sobre ella tie- rra compacta trada de lejos para que el firme sea lo ms invisible que se pueda para el ciervo. La tierra so- brante l lvese tambin lejos del cepo, porque si olfatea tierra recin removida, se turba, y s uele hacer eso en- seguida. Examina con los perros los cepos colocados 17 en el monte preferentemente a la aurora, aunque tam- bin es necesario hacerlo durante e l resto del da; en las tierras de labor, muy temprano, pues en el monte 250 JENOFONTE son apresados no slo durante la noche, sino tambin durante el da por la soledad; pe ro en las tierras de la- bor, slo durante la noche, porque por el da tienen mie- d o al hombre. 18 Cuando se encuentra el cepo volcado, suelta los pe- rros, inctalo s y corre tras el rastro de la traba, exa- minando por dnde es arrastrada. No ser invisible ge- neralmente, pues las piedras estarn removidas y el arrastre de la t raba ser manifiesto en los terrenos cul- tivados, y si atraviesa lugares escarpad os, las piedras tendrn restos de corteza arrancada de la madera de la 19 traba. P or ello, la persecucin ser bastante fcil. Si es apresado por la pata delantera, pro nto ser cogido, porque durante la carrera la traba le golpear todo el cuerpo inclu so la cara, y si lo es por la trasera, la traba que arrastra ser un obstculo para el cuerpo entero e, incluso, a veces, se enganchar, al tirar, en las hor- quetas de la maleza, y si no rompe la cuerda, se le coge- 20 r all mismo. Si es apresado as o si es dominado por cansancio, no debe uno acercarse mucho, pues comea y coce a, si es macho, y si es hembra, cocea. Lanza, pues, la jabalina desde lejos. Son apresados incluso sin cepo persiguindolos en la estacin estival. Efectivamente, s e agotan hasta tal extremo que se quedan quietos aunque sean alcanzados con la j abalina. Incluso se lanzan al mar si se ven forza- dos, y a las aguas dulces si no encuentran salida. A ve- ces caen tambin por falta de respiracin. 10 Para el ja bal, que se adquieran perros indios, cre- tenses, locros, laconios; redes, jabali nas, dardos, cepos. Primero, por supuesto, conviene que los perros no sean de un a raza cualquiera para que estn dispuestos a luchar con la fiera. 2 Las redes, de l mismo lino que las de las liebres, sean de tres cuerdas de cuarenta y cinco hi los, cada cuerda i DE LA CAZA 266 de quince hilos, de diez nudos " de tamao desde la cresta, y la abertura de las m allas de veinte dedos Los cordones corredizos, una vez y media el espesor de los hilos de las redes; en los extremos tengan anillas; deslcense bajo el impulso de las mallas; el extremo de los cordones corredizos sobresalga a travs de las anillas. Basta con quince anillas. Las jabalinas sean de todas clases, con las pun tas 3 bastante anchas y cortantes como navajas y los astiles fuertes. Los dardos : primero, con puntas de veinte de- dos ^ de tamao; hacia el centro del cubo, la cruceta revestida de bronce, slida, y los astiles de cornejo, del espesor de la l anza. Los cepos, semejantes a los de los ciervos. Tenga compaeros de caza, porque la fiera es apresada difcilmente, incluso, por muchos cazadores. Ahora voy a ens ear cmo se deben emplear en la caza cada uno de estos instrumentos. Primero, es ne ce- 4 sario que, despus de ir a donde piensan realizar ia ca- za, desaten uno de los perros laconios, manteniendo ata- dos los dems, y que vayan describiendo crcul os con el perro. Cuando coja las huellas, deben ir tras la bs- 5 queda de la pist a acompaando abiertamente al perro que dirige. Adems, los cazadores tendrn muchas s e- ales del jabal: en los terrenos blandos, sus huellas, y en los frondosos, ramas partidas; donde hay rboles, dentelladas de sus colmillos. Siguiendo el rastro, e l perro llegar, generalmente, 6 a un lugar lleno de maleza, pues la fiera se enca ma or- dinariamente en tales sitios, porque en invierno son c- lidos y en verano frescos. Despus de llegar al cubil, ladra. El jabal no se levantar la mayora de las veces. O mallas. En griego un pygn, medida de veinte dedos, cuatro menos que el codo o pk hys, que tiene veinticuatro. Equivale ^^ cm., aproximadamente. ^ En griego pente palastous. Vase n. 13. 250JENOFONTE 7 Entonces cogiendo el perro, habr que atarlo tambin con los dems, bastante lejos de l cubil; lanzar las redes en los lugares penetrables, colocando las mallas sobre ramas ahorquilladas del bosque, y hacer de la misma red una bolsa grande y prom inente, poniendo a los dos lados en la parte inferior interna ramas como soporte s, de manera que en la bolsa p>enetre el mayor nmero posible de rayos de luz a tr avs de las mallas, a fin de que el interior sea muy claro para el animal cuando s e lance hacia ella. Hay que atar el cordn corredizo a un rbol fuerte y no a las za rzas, pues stas se enganchan en los hilos. Y por encima de cada red obstruir con ma- leza tambin los lugares de difcil acceso para que efec- te la carrera hacia las redes y no se escape. 8 Cuando estn colocadas, hay que ir junto a los pe- rros, desatarlos a todos a la vez, y avanzar con las jaba- linas y dardos. Uno, el ms e xperto, que anime a los perros; los dems sigan en orden, muy separados uno de otr o para que el jabal tenga paso suficiente entre ellos, pues, si al retirarse, cae entre ellos apiados, co- rren peligro de ser heridos ya que descarga su furor 9 en aquel que encuentra. Cuando los f>erros estn cerca del cubil, lo acosarn. El ja bal se levantar alborotado y lanzar por los aires a cualquier perro que le ataque d e frente; mas intentar correr y caer dentro; en caso contrario, hay que perseguirl o. Si el lugar donde la red lo retiene fuese inclinado, se levantar pronto; si es lla- no, se quedar quieto un momento envuelto en la red. 10 En ese instante, los perros lo acosarn. Con precaucin, los cazadores deben herirlo con sus jabalinas y lanzarle piedras, ponindose alrededor, detrs y a bastante dis- tancia, hasta que avance arrastrndose y tire del cor- dn corredizo de la red. Entonces, el cazador ms ex- perto de los presentes y que mejor se domine acrquese 11 de frente y clvele u n dardo. Pero si no quiere tirar del cordn corredizo, aunque sea alcanzado por lo s dardos i DE LA CAZA 268 y piedras, sino que, dejndose ir y dando una vuelta rpida, resiste al que se acerc a, cuando est as, hay que acercarse con el dardo y ponerse a su lado con la mano i zquierda delante y la derecha detrs, pues la iz- quierda lo dirige y la derecha l o impulsa; por delante el pie izquierdo, que acompae a la mano del mismo nombre, y el derecho a la otra. Al acercarse hay que 12 cubrirse con el dardo, sin abrir las piernas mucho ms que en la lucha, volviendo el costado izquierdo hacia la ma no homnima y mirando entonces a los ojos de la fiera mientras se vigila el movimi ento de su cabeza; se le tiene que dirigir el dardo con cuidado de no lan- zarlo de las manos con un giro de la cabeza, pues ese movimiento suele seguir ai impu lso del lanzamiento. Siempre que suceda esto, hay que echarse boca aba- 13 jo y agarrarse a la maleza que haya debajo, pues si la fiera se precipita contra quie n est en esa posicin, de- bido a la curvatura de sus colmillos no puede coger su c uerpo por debajo; mas si est levantado, necesariamente ser herido. Efectivamente, intentar lanzarlo por el aire, y si no puede, lo rodea y pisotea. Slo hay una nica I4 salida cuando se est en ese aprieto: que se aproxime uno de los compaeros de ca za con un dardo y lo pro- voque como si se lo fuera a arrojar, pero sin hacerlo nunca, no sea que alcance al que est cado. El jabal, 15 al ver eso, dejar al que tie ne debajo y se volver contra el que lo provoca, encolerizado y furioso. El pri- m ero, que enseguida se levante de un salto y que se acuerde al levantarse de coge r el dardo, pues no hay salvacin gloriosa ms que para el vencedor. Que ata- I6 que de nuevo de la misma forma y apunte a la parte interior del omplato donde est la parte vital de la gar- ganta, y empuje y aguante con fuerza. El jabal avanza- r fu rioso, y si no lo impidiera la cruceta de la punta, llegara hasta el que sostiene el dardo a travs del astil por propio impulso. Tanta es su fuerza, que lo que na - ? 250 JENOFONTE die se imaginara se encuentra en l. As, si se ponen sobre sus colmillos cerdas inme diatamente despus de muerto, se contraen de tan calientes que estn. Y cuan- do est vivo, se le inflaman si se le provoca, pues de lo contrario, no quemara las punta s del pelo de los pe- le rros al fallar el golpe contra su cuerpo. En fin, el ma - cho es apresado despus de ofrecer tantas o, incluso, ms dificultades. Si es la hembra la que cae en la red, hay que correr sobre ella y atacarla evitando ser em pujados y caer. Si a uno le ocurre esto, necesariamente ser pisoteado y mordido. En consecuencia, se debe evitar caer debajo en lo que de uno dependa; mas si a s u pesar incurre en ello, los medios de levantarse son ls mismo que cuan- do se ca e bajo el macho. Una vez levantado, hay que herirla con el dardo hasta que muera . 19 Otra forma de cazarlos es colocndoles las redes de camino en los pasos de lo s valles frondosos que van ha- cia los encinares, caadas, lugares escarpados, ent ra- das a las tierras frtiles, zonas pantanosas y aguas. El cazador designado vig ila las redes provisto de un dar- do. Los otros llevan los perros buscando los l ugares me- 20 jores. Despus que es descubierto, se le persigue. En- tonces, si ca e en la red, el guarda-redes que levante el dardo, se acerque y lo maneje como h e dicho. Si no ca- yera en la red, que corra tras l. Se caza tambin cuando el calo r es sofocante, perse- guido por los perros; porque la fiera, aunque los aven- 2 1 taja en fuerza, se rinde cuando est jadeante. Mueren muchos perros en este tipo de caza, e incluso los pro- pios cazadores corren peligro, cuando, en la persec u- cin, se ven obligados a aproximarse al animal rendido con los dardos, si est en una corriente de agua o se queda quieto junto a un lugar escarpado o no quiere salir de un lugar frondoso; naturalmente, no le impide la red ni ninguna otra co sa desplazarse hacia el mismo i DE LA CAZA 270 punto que el que se acerca. Sin embargo, hay que apro- ximarse cuando est en esa situacin y mostrar la deci- sin que les movi a elegir el esfuerzo que entraa esta af icin. Se han de emplear el dardo y los medios de 22 defensa propia como se ha dic ho; si ocurre algo, que no ocurra, al menos, por no haber actuado correcta- ment e. Igualmente se les p>onen cepos como a los ciervos y en los mismos lugares; la observacin, persecucin, aproximacin y manejo del dardo sern tambin los mis- mos. Sin embargo, a sus jabatos, cuando se intenta apre- 23 sarlos, difcilmente les ocurr e tal cosa, pues no se que- dan solos mientras son pequeos y, adems, cuando los pe rros los descubren o ven algo delante de ellos, desa- parecen al instante por el bosque, y, generalmente, los acompaan ambos progenitores, que entonces son terri - bles y luchan an ms por aquellos que por ellos mismos. Leones y leopardos, lince s, panteras, osos y todas 11 las dems fieras de la misma clase son capturadas en pases extranjeros, en los alrededores del monte Pangeo y del Cito, que est detrs de Macedonia, en los del Olim- po de Misia y del Pind, los de Nisa, pasada Siria, y en otros montes adecuados para la cra de tales fieras. Unas se capturan en los m ontes con veneno, con ac- 2 nito, por la dificultad de los terrenos. Los que se d edi- can a la caza lo mezclan con el mismo alimento que cada fiera prefiere y lo ponen cerca de las aguas o jun- to a otro lugar cualquiera al que se acerque. A lgunas 3 de las que bajan al llano por la noche son cercadas con caballos y arma s y cazadas con peligro para los cazado- res. Para otras hacen grandes fosos red ondos, profun- 4 dos, dejando en medio una colunma de tierra sobre la que coloca n de noche una cabra atada, y cierran el con- tomo del foso con madera de modo q ue no lo vean pre- viamente, sin dejar entradas. Las fieras la oyen balar 250 JENOFONTE durante la noche y corren alrededor del cierre circular, y, al no encontrar paso , saltan por encima y son capturadas. 12 He terminado de hablar sobre la prctica de la caza propiamente dicha. Sacarn gran provecho los que tie- nen aficin a este ejercicio, pues procura salud a los cuerpos, perfecciona la vista y odo, retrasa la vejez y, 2 sobre todo, educa para la guerra. En primer lugar, cuan- do marche n con las armas por caminos difciles, no se rendirn, ya que soportarn las fatigas " por estar acostumbrados a apresar las fieras por medio de las armas. Sern capace s, adems, de acostarse en lecho 3 duro y ser buenos centinelas del puesto asignad o. En las marchas ^ contra el enemigo, sern capaces de cumplir las rdenes transmit idas y, a la vez, de atacar, porque as cobran ellos las piezas de caza. Cuando fo r- men en primera lnea, Jio abandonarn la formacin por- 4 qUe sabrn resistir. Si los enemigos huyen, perseguirn a sus contrarios con orden y seguridad en todo terren o gracias a su hbito. Si el ejrcito propio sufre un desca- labro en terrenos frond osos, escarpados o difciles p>or otro motivo, podrn salvarse ellos mismos sin desh on- rar y salvar tambin a otros, porque la prctica del ejer- 5. cicio les proporcionar un conocimiento superior. In- cluso unos pocos hombres de esta clase, despus de re- troceder un gran nmero de sus propios aliados, han camibiado de signo una batalla con su disciplina y auda- cia, obligando a retroceder a enemigos que haba n ya vencido, pero que cometieron errores por la dificultad del terreno. Efectiv amente, los hombres con buenas con- diciones fsicas y mentales tienen siempre cer ca el triunfo. " Pnos. Es importante el papel formativo que reiteradamente se le atribuye en esta obra. Cf., igualmente. PLATN, Leyes 823c, y para la caza en gene ral. 822d-824a. ^ Marchant-Bowersock indican que el sentido del trmino griego emp leado aqu, prsodos, es propio de cazadores. i DE LA CAZA 273 Asimismo, nuestros antepasados, conscientes de que 6 a partir de ah alcanzaban el triunfo frente al enemigo, hicieron de ello la ocupacin de los jvenes; y, aunque andaban escasos de frutos, sin embargo desde un prin- cipio impusieron la ley de no impedir a los cazadores cazar en ninguno de los cultivos del suelo. Y, adems, 7 no cazar de noche dentro de un espacio de muchos esta- dios, para que los que tienen esa habilidad no priven a los jvenes de la caza, porque vean que la caza e ra el nico placer para los ms jvenes que proporciona muchsimas ventajas, pues los ha ce sensatos y justos p>or educarse en la verdad. Realmente se daban cuenta 8 de que obtenan xitos, adems de en otras cosas, espe- cialmente en la guerra gracias a ellos; aparte de que no les priva de ninguna otra noble ocupacin que de- seen pra cticar como ocurre con otros placeres funestos que no deben aprender. Naturalmen te, de tales jvenes nacen los buenos soldados y estrategos. En efecto, son 9 los mejores aquellos cuyos esfuerzos eliminan del alma y del cuerpo bajeza e insolen cia y acrecientan el amor a la virtud; no podrn ver, adems, a su ciudad ofendi- da ni a su pas maltratado. Dicen algunos que no hay que apasionarse por la ca- lo z a para no descuidar los asuntos familiares sin dar- se cuenta de que todos los q ue procuran el bien de las ciudades y de los amigos son los ms cuidadosos de sus propios asuntos. Si los aficionados a la caza se prepa- ii ran personalmente par a ser de gran utilidad a la patria en los mayores peligros, no podrn descuidar su s asun- tos, pues con la ciudad se salvan o perecen los bienes familiares de cad a uno. De modo que tales hombres salvan, con los bienes propios, tambin los de lo s res- tantes particulares. Muchos de los que dicen eso, a quie- 12 nes la envid ia les priva totalmente de razn, prefieren Vase la Introduccin. 75. 18 250 JENOFONTE perecer por la propia cobarda antes que salvarse por la virtud de otros, pues la mayora de los placeres son malos y, vencidos por ellos, se lanzaii a decir o hace r 13 lo peor. Luego, por las vanas palabras se levantan ene- mistades y por las malas acciones enfermedades, casti- gos y muertes, de ellos y de sus hijos y ami gos; sin dar- se cuenta de los males, aunque se dan cuenta ms que nadie de los pl aceres. Quin los emplear para salvar la ciudad? 14 Por tanto no habr nadie que no se aparte de sos males y no desee vivamente lo que yo recomiendo, pues una buena ed ucacin ensea a cumplir las leyes y a 15 hablar y or lo justo. En resumen, los que s e presten a trabajar constantemente y a ser enseados tienen co- mo tareas propias lecciones y ejercicios, ms la salva- cin para sus propias ciudades; mientras que los que no quieren ser instruidos a causa del esfuerzo, y se en- tretienen en pl aceres inoportunos, sos son por natura- 16 leza los peores, pues no obedecen a le yes ni a buenas palabras, porque, por no esforzarse, no descubren c- mo debe ser el hombre de bien; de modo que no pueden ser ni piadosos ni sabios y, basndose en su falta de educacin, censuran constantemente a las personas edu- 17 cadas. En f in, gracias a stos nada p>odr marchar bien; en cambio, gracias a los mejores se ha llan todas las ven- tajas para el hombre. En resumen, los mejores son los que qu ieren esforzarse. 18 Adems, eso se ha demostrado con un gran ejemplo: los ms antig uos que he mencionado que estuvieron con Quirn, siendo jvenes comenzaron por la ca za a apren- der muchas nobles lecciones. De esto les vino una gran virtud y, gra cias a ella, an ahora son admirados; vir- tud que es bien claro que todos desean vivamente, pero que, como hay que lograrla con esfuerzo, la mayora 19 la abandona n. En efecto, su adquisicin no se ve y, en cambio, los esfuerzos que entraa son patentes. Si fuei DE LA CAZA 274 se visible su cuerpo, probablemente los hombres des- cuidaran menos la virtud, sa biendo que como aqulla es evidente para ellos, iguahnente ellos son vistos por el la. Realmente, cuando es visto por su amada, todo 20 hombre se vuelve mejor y no dice ni hace ninguna gro- sera ni incorreccin por temor de que lo vea. Mas co- 21 mo piensan que no son examinados por la virtud, come- ten delante de ella mucho s actos incorrectos y grose- ros, ya que ellos no la ven; sin embargo, en todas partes est presente, porque es inmortal, y premia, adems, a los que son buenos con ella y menosprecia a los ma- los. En resumen, si supieran que los contempla, se lan- zaran al esfuerzo y enseanzas, con las que es apresa- da con dificultad, y l a podran adquirir. Me sorprende que la mayora de los llamados sofis- 13 tas afirmen que guan a los jvenes a la virtud, aun- que, realmente, los guen a su contrario. Ef ectivamente, jams hemos visto a un hombre a quien hayan hecho bueno los sofistas actuales, y no publican escritos que muevan a ser buenos, aunque s muchos libros se han 2 escrito por ellos sobre temas ftiles, de los cuales los jvenes obtienen p laceres superluos, pero en los que, por supuesto, no encontrarn la virtud. A los q ue te- nan esperanzas de aprender algo de ellos les propor- cionan un vano pasati empo y, a su vez, les apartan de otras cosas tiles y les ensean las malas. Les cen suro, pues, seriamente sus graves errores, y, 3 en cuanto a sus escritos; reprue bo que anden rebuscan- do las frases, pero jams sentencias que sean correctas, co n las que son educados en la virtud los jvenes. Yo, 4 realmente, soy un profano, pero s que lo ms impor- tante es que se ensee el bien conforme a su propia naturale za, y lo segundo en importancia, que lo sea por quienes tienen algn conocimiento del bien, ms que por quienes poseen plenamente el arte del engao. Qui- 5 zs no me e xprese con palabras sofisticadas, pero tam250 JENOFONTE poco lo pretendo. Intento decir aquello que precisan pa- ra su virtud los que ha n sido bien educados, y que es reconocido como correcto. Realmente, palabras no pue- den educar, pero s mximas, siempre que sean buenas. 6 Muchos ms reprueban tamb in a los sofistas actuales, y no a los filsofos, porque son ingeniosos en palabras y no en ideas. No me pasa inadvertido que de lo que est bien es- crito e hilvana do quiz diga alguno de sos que no est bien escrito ni hilvanado pues fcil les ser hac er 7 una crtica rpida e injusta, por ms que se haya escri- to as para que est correct o, y no para hacer hbiles sofistas, sino hombres sabios y buenos. No prefiero que los escritos parezcan tiles, sino que lo sean, para que 8 permanezcan siempre ir refutables. Los sofistas hablan para engaar y escriben para su lucro personal, y no ayudan a nadie en nada, f>orque ninguno de ellos fue sabio ni lo hay ahora, s ino que cada uno se contenta con ser llamado sofista, lo que es una ofensa para las 9 personas sensatas. Recomiendo, pues, guardarse de los preceptos de los sof istas, y no despreciar, por el contra- rio, las recomendaciones de los filsofos, porque ios so- fistas andan a la caza de los ricos y de los jvenes, y los filsofos , en cambio, comparten su amistad con todos los hombres y ni aprecian ni menospr ecian sus fortunas. 10 No hay que envidiar, igualmente, a los que corren locamen te en pos de la ambicin tanto privada co- mo pblicamente, pensando que los mejores que, de en- tre ellos, estn bien considerados son aborrecidos, y los 11 peores s on maltratados y estn mal considerados, por- que, como arrebatan los bienes priva dos y pblicos, son ms intiles que los simples particulares en lo que se refiere a l os intereses comunes, y tienen los peores cuer- pos y los ms torpes para la guerr a, pues son incapaces ^ Algn sofista. Cf. Introduccin, n. 7. Los polticos profesionales. i DE LA CAZA 276 de hacer un esfuerzo. En cambio, los cazadores ofrecen a la comunidad de ciudada nos sus cuerpos y bienes en perfecto estado. Los unos van a la caza de fieras, l os 12 otros a la caza de-amigos. Por ello, los que van a la caza de amigos tiene n mala reputacin entre todos, y buena, por el contrario, los cazadores de animale s sal- vajes, pues si los capturan, vencen a enemigos, y si no lo consiguen, reciben elogios, primero, por intentar so- meter a enemigos de la ciudad entera; se gundo, porque no van para perjudicar a nadie ni por codicia, y tercero, 13 porqu e se perfeccionan en muchos aspectos con el mis- mo ejercicio y se hacen ms sabio s por lo que vamos a demostrar: lgicamente, si no sobresaliesen en esfuer- zos, i deas y en muchos cuidados, no cobraran las pie- zas de caza. En efecto, sus adver sarios, que luchan por i4 su vida y en su propia casa, estn muy fuertes, de modo que los esfuerzos del cazador se vuelven vanos si no Ids dominan con una firmeza mayor y con mucha habi- lidad. En fin, los que desean saciar su ambicin en la ci u- I5 dad se ejercitan en vencer a los amigos; los cazadores, en cambio, a enemi gos comunes. A los unos, este ejerci- cio los hace mejores contra los dems enemig os; a los otros, mucho peores. Para los unos, la caza va acompa- ada de moderacin; para los otros, de vergonzosa osa- da. Los unos saben despreciar la maldad y la codicia; 16 los otros son incapaces. Los unos emiten voces elocuen- tes, los otr os, desagradables. En cuanto a lo divino, a unos nada les impide su impiedad; lo s otros son los ms piadosos. Por eso, antiguos relatos recogen que hay, incluso, 17 dioses que se recrean en esta actividad, tanto en practi- carla como en verla practicar. De modo que con estas reflexiones es posible que los jvenes, al hacer lo que yo recomiendo pensando que sus actos son vistos por algn dios, sean grato s a los dioses y piadosos. Estos 154 JENOFONTE jvenes sern buenos para sus progenitores, para toda la ciudad y para todos y cada uno de sus conciudada- 18 nos y amigos. En fin, no slo fueron buenos todos los ca zadores que se apasionaron por la caza, sino tambin las mujeres a quienes la dios a ^ otorg esa aficin, co- mo Atalanta, Procris y otras. ^ rtemis. INDICE DE NOMBRES PROPIOS Y MATERIAS guila, 5, 16, 2, 4. Alcato. 1, 9. ambiciosos, 13, 10-16. Anfiarao, 1, 2, 8. Antloc o, 1, 2, 14. Apolo, 1, 1; 6, 13. Aquiles. 1, 2. 4, 16. Artemis, 1, 1, 11; 6, 13; 13, 18. Asclepio, 1, 2, 6. Atalanta, 1, 7; 13, 18. cabra, 11, 4. Cartago, 2, 4. Cstor, 1, 2, 13; 3, 1. caza, 1, I. 2. 5. 12. 18; 2, 1-3; 3, 1; 4. 6; 6, 12-13; 7 , 11; 12, 1, 7, 10. 11; 13, 12. cazador, 4, 4, 5; 5, 18, 25; 6, 4, 11-26; 7, 8, 12; 10, 5, 10-14, 21; 12, 6; 13, 11-18. Cfalo, 1, 2, 6. cepos, 9, 11-20; 10. 22. Cito, 11. 1. dardo, 10, 3. 8, 11. 12. 15. 18-22. Diomedes, 1, 2. 13. educacin, ensei^anza, 1, 2. 5, 13, 16. 18; 2. 1; 12, 14-16. 18; 13,2-5. Eneas, 1, 2, 5. esfuerzo (amor al esfuerzo), 1. 7, 12; 2, 1; 12, 9. 17-19, 21. e stacas, 2, 7, 8; 6, 7, 9. Fasis, 2, 4. filsofos, 13, 6. 9. foso, 11, 4. guarda-redes, 2, 3; 6, 5-12, 24; 9, 6; 10, 20. guerra (caza preparacin para la gu erra), 1. 12, 17. 18; 12. 1-5. 8; 13, 11, 17. heladas. 5. 1. Hlade (Grecia), 1, 10. 13. Heracles, 1, 9. Hesione, 1, 9. Hiplito, 1, 2. 11. hoz, 2. 9. huellas, 3. 6; 5. 2; 6, 22; 7, 6, 9, 10; 8, 1-8; 10. 5. infancia. 2, 1. islas, 5. 24-25. jabal. 10. 1 y ss. jabalina. 9, 7, 20; 10. 3. 8, 10. 154 JENOFONTE jabato, 10, 23. jvenes, 12, 6-9, 18; 13, 2, 9. leones, 11 1 y ss. leopardo, 11, 1 y ss. liebre, cap. 3^, y especialmente, 3, 6; 4. 10; 5. 4, 8-33; 6, 5, 10, 11. 16-26; 7, 7-10; 8, 2, 6 y ss. lince, 11, 1 y ss . lluvia, 5, 3 y ss. Macan. 2, 4. Macedonia, 11, 1. Meianin, 1, 2, 7. Meleagro, 1. 2, 10. Menesteo, 1, 2, 12. Misia, 11, 1. monte, 4, 9; 5, 12; 8. 2; 9, 17. Nais, 1, 3. Nstor, 1, 2, 7, 12. nieve, 8, 1 y ss. Nise, 11, 1, Odiseo, 1, 2. 13. Olimpo, 11, 1. osos, 11. 1 y ss. Palamedes. 1, 2. 11. Pangeo. 11, 1. panteras, 11, 1 y ss. Peleo, 1, 2, 8. Peribe a, l, 9. perros, l, 15; 3, 1-11; 4, 1-11; 5, 2, 9, 15, 19, 28, 32; 6, 1-4, 12-26; 7, M2; 9, 1.6, 9, 10, 17, 18; 10, I, 4, 6-10, 17. 19-23. Pind, 11, 1. Podalirio, 1, 2, 1 4. Plux, 1, 2, 13. Procris, 13. 18.Ouirn, 1, 1-4, 8. 13, 17; 12, 18. rastreo, 3, 4, 5, 6; 4, 3, 9; 6. 8. 13. Rea. 1, 3. redes. 2, 4-9; 6, 5-10, 24, 2 6; 7, 11; 8, 2. 7. 8; 10. 2, 7, 8. 9. 18-21. saco, 2, 9. Siria. 11, 1. sofistas. 13, 1-9. Tebas, 1. 8. Telamn, 1, 2. 9. Teseo, 1, 2, 10. Tetis, 1. 8. Troya, 1, 9, 13. 15. tierras de labor, 4, 9; 5, 12. 15, 34; 8, 2; 9. 17. veda, 5, 34. veneno {caza con). 11, 2. Zeus. 1. 3, 9, zorro, 5, 4, 24; 6, 3.