cenda - notas economia argentina n- ¦º5

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NOTAS DE LA ECONOMÍA ARGENTINA. AGOSTO 2008 05 CENTRO DE ESTUDIOS PARA EL DESARROLLO ARGENTINO.

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Notas sobre economia

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NOTASDE LAECONOMÍAARGENTINA.

AGOS

TO 20

08 05

CENTRO DE ESTUDIOS PARA EL DESARROLLO ARGENTINO.

Notas de la economía argentina | Edición 05 | Agosto 2008 | CENDA PÁG.01

Índice.

Este nuevo número de Notas de la economía argentina, el N° 5, busca contribuir a la comprensión de las trans-formaciones económicas recientes y las perspectivas que enfrenta la economía argentina. Su elaboración ha sido especialmente ardua. La ausencia de estadísticas oficiales confiables sobre la trayectoria de varias de las prin-cipales variables macroeconómicas ha convertido al análisis en una tarea más difícil y a veces incierta. A esta altura no sólo la estimación del índice de precios al consumidor realizada por el INDEC se encuentra groseramente manipulada sino que, en cadena, otras estadísticas oficiales también han perdido credibilidad. El resultado es som-brío: hoy no es posible conocer con precisión el recorrido del poder adquisitivo del salario en los últimos 18 meses, la evolución de la pobreza, el tipo de cambio real o los precios relativos. Si bien cada vez más consultoras realizan relevamientos propios o elaboran índices de precios alternativos, lo cierto es que ninguna institución privada tiene los recursos ni el personal ni la experiencia para replicar la cobertura del INDEC. Los índices privados, además, responden también a los intereses particulares de quienes los calculan (y financian). La injustificable ausencia de datos fiables no sólo complica la tarea de los analistas, lo que sería un mal menor. Esta falencia perjudica espe-cialmente a los trabajadores, que han perdido toda referencia cierta para encarar sus negociaciones, y a los propios responsables de la política económica, que navegan a la deriva.

Este informe se elaboró, además, a lo largo del conflicto desatado con posterioridad al anuncio del esquema de retenciones móviles a las exportaciones el pasado 11 de marzo. En anteriores publicaciones del CENDA hemos presentado nuestra perspectiva sobre las retenciones móviles y hemos destacado su papel anti-inflacionario, dis-tributivo y promotor de la diversificación productiva, tanto en el agro como en la industria.* Aún así, es claro que ninguna medida es suficiente o siquiera defendible por sí misma o, dicho de otro modo: toda medida analizada de manera aislada es por definición parcial e incompleta. Es más, la discusión en los groseros términos “retenciones sí, retenciones no” conduce, en realidad, a una trampa. Para defender un cambio en las alícuotas de las retencio-nes, así como para cuestionarlo, es necesario comprender cómo actúan dentro de un marco más amplio: para qué se usa ese excedente, cuál es el destino de los recursos y qué lugar cumplen en la estrategia de desarrollo nacional. Sin tal política integral de desarrollo, por más que se encuentren virtudes a un instrumento en especial, su resul-tado necesariamente se desdibuja.

Si bien las consecuencias económicas de la extensa disputa por la renta agraria entre el gobierno y “el campo” son todavía difíciles de establecer con precisión, es indudable que el conflicto contribuyó notablemente a cambiar la percepción sobre el vigoroso proceso de crecimiento económico iniciado a mediados de 2002, despertando fuertes dudas sobre su sustentabilidad. Los factores coyunturales disparados por la disputa se entremezclaron con las pro-

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En esta ediciónLa economía argentina en la encrucijada: ¿de la política macroeconómica a la estrategia nacional de desarrollo? La inflación, sus causas y los debates en torno a una política anti-inflacionaria El complejo automotriz argentino: las terminales a la promoción y el desarrollo industrial al descenso

Presentación.

* Ver, por ejemplo, el Documento de Trabajo Nº 3 de CENDA, “Renta agraria y ganancias extraordinarias en Argentina” (2006) y los artículos publicados en Le Monde Diplomatique, Nº 107 (mayo 2008), así como otras publicaciones referidas al tema también disponibles en www.cenda.org.ar.

Notas de la economía argentina | Edición 05 | Agosto 2008 | CENDA PÁG.02

pias limitaciones del patrón de crecimiento generando un cocktail difícil de desentrañar. En este marco, el presente número de Notas de la economía argentina se involucra con tres temas de indudable relevancia para comprender la situación económica actual y sus perspectivas. En el primer trabajo, examinamos la evolución económica reciente con el fin de comprender si el repentino giro al pesimismo cuenta o no con bases reales de sustentación. Se parte de un análisis de la actual coyuntura macroeconómica hasta concluir que la ausencia de una estrategia de desa-rrollo integral es el verdadero talón de Aquiles del esquema económico actual. Por ello, proponemos avanzar desde un esquema centrado en la política macroeconómica (esencialmente en la política de “dólar caro”) a otro basado en una verdadera estrategia nacional, la que se considera la única salida sustentable –y progresiva- de la actual encrucijada. El segundo artículo se sumerge de lleno en la principal preocupación económica del presente: la infla-ción. Se expone una caracterización general sobre el origen y los determinantes del sostenido incremento reciente de los precios y se presentan distintas consideraciones sobre cuáles son los instrumentos más adecuados para contener y revertir el proceso en marcha. El tercer trabajo se involucra con uno de los sectores industriales más relevantes del país: el complejo automotriz. Se estudia la trayectoria del sector desde el año 2002 a la actualidad y se analizan su desempeño y sus perspectivas. Nos interesa especialmente evaluar las consecuencias en materia de producción, empleo, comercio exterior y desarrollo tecnológico del régimen especial de protección vigente en el sector. Este examen resulta fundamental para conocer si el modelo de política industrial implementado en la actualidad es positivo, o no, para el objetivo de reindustrialización de la Argentina.

Staff.El Centro de Estudios para el Desarrollo Argentino (CENDA) es un centro de estudios económicos y sociales constituido por un grupo de jóvenes investigadores con formación en economía política. El CENDA se propone contribuir al desarrollo de la sociedad argentina a través de la producción académica crítica e independiente, integrando la discusión teórica con el análisis de la economía nacional.Consejo de redacción: Nicolás Arceo, Carlos Bianco, Nicolás Bonofiglio, Pablo Ceriani, Augusto Costa, Miguel Giudicatti, Mariana González, Axel Kicillof, Cecilia Nahón (coordinadora) y Javier Rodríguez.ISSN 1850-4779Correo electrónico: [email protected]ón: Tucumán 1452, 1º piso Of. 2, Ciudad de Buenos Aires.

Sitio web: www.cenda.org.ar

Notas de la economía argentina | Edición 05 | Agosto 2008 | CENDA PÁG.03

En esta edición.La presente edición de Notas ofrece análisis y reflexiones sobre tres cuestiones clave para comprender la situación económica actual:

01| La economía argentina en la encrucijada: ¿de la política macroeconómica a la estrategia nacional de desarrollo? En menos de un trimestre, la “sensación térmica” de la economía argentina dio un giro asombroso. Pasó de ser catalogada como una economía en vigoroso proceso de expansión a ser percibida como una economía que se acerca peligrosamente al precipicio, acosada por desequilibrios de todo tipo y comandada por un equipo de gobierno incapaz de abordarlos con eficacia. Esta nota examina la evolución económica reciente con el fin de comprender si este repentino giro al pesimismo cuenta o no con bases reales de sustentación. Para ello, se exponen los condicionantes estructurales -y los límites- del actual patrón de crecimiento. Se explica cómo las propias tendencias internas producidas por el crecimiento económico acelerado, precipitadas por los efectos de las cambiantes condiciones mundiales, acabaron por poner en máxima tensión al régimen macroeconómico. Se exa-mina por qué, en este escenario, diversos intereses sectoriales abogan por la necesidad de retocar, reencauzar o directamente abandonar el programa económico. El examen concluye que la ausencia de una estrategia de desarrollo integral es el verdadero talón de Aquiles del esquema económico actual. Hoy, más que nunca, es necesaria una intervención decidida del Estado que articule a los diversos sectores en pos de la reindustrialización de la economía argentina en el mediano plazo.

02| La inflación, sus causas y los debates en torno a una política anti-inflacionaria.Los aumentos de precios se encuentran hoy en el podio de las preocupaciones argentinas. Esta nota examina con detenimiento la dinámica de la nueva inflación, aquella generada a partir de 2005, que presenta características particulares que la diferencian de otros procesos de aumentos gene-ralizados de precios de la historia del país. Las principales causas de esta nueva inflación son –dependiendo de las características de los distintos bienes y mercados- el crecimiento de los precios internacionales de los productos transables, el proceso de reactivación económica en el marco de una economía con mercados fuertemente concentrados y/o los desacoples temporarios entre la creciente demanda y la capacidad de expansión de la oferta en sectores clave. En estas circunstancias, las respuestas del gobierno a la fecha se han probado ineficaces para controlar las presiones inflacionarias y limitar el fenómeno. Las tradicionales recetas ortodoxas centradas en una política fiscal y monetaria contractiva tampoco son las respuestas apropiadas para superar el problema. Por el contrario, se concluye en este trabajo que, teniendo en cuenta la naturaleza de la inflación en el país, es fundamental concebir una política anti-inflacionaria coherente y articulada a través de medidas que ataquen sus principales causas.

03| El complejo automotriz argentino: las terminales a la promoción y el desarrollo industrial al descenso.El presente trabajo analiza la evolución del complejo automotriz, sector que ha liderado el crecimiento de la industria manufacturera a lo largo de las últimas décadas. La vigencia de un régimen especial de protección sectorial desde el año 1991 ha sido determinante en la expansión de la producción. No obstante, los costos asociados a la implementación de dicho régimen lejos están de haber sido gratuitos en términos económicos y sociales. En efecto, el presente artículo concluye que los elevados precios de los automóviles en el mercado local, la creciente participación de insumos externos en la producción automotriz -que han redundado en un persistente y elevado déficit en la balanza comer-cial sectorial-, conjuntamente con los magros resultados en términos de generación de empleo, de divisas y de derrames tecnológicos hacia el conjunto de la industria manufacturera, argumentos que históricamente se han utilizado como justificación para las políticas de protección hacia al sector, plantean un cono de sombra sobre los efectos que ha tenido el régimen especial tras casi dos décadas de aplicación. Este proceso se ha intensificado recientemente a partir del abastecimiento creciente del mercado local con vehículos de origen extranjero y gracias a las flamantes medidas adoptadas por la Secretaría de Industria que eliminan los requerimientos mínimos de insumos locales. Frente a este panorama, se indaga acerca de las perspectivas del complejo automotriz local en el marco de las transformaciones sectoriales registradas a nivel global y, también, en el ámbito regional y se delinean los principios que, desde nuestra perspectiva, debieran conformar una verdadera política industrial automotriz.

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La economía argentina en la encrucijada: ¿de la política macroeconómica a la estrategia nacional de desarrollo?

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01| La economía argentina en la encrucijada: ¿de la política macroeconómica a la estrategia nacional de desarrollo?

En menos de un trimestre, la “sensación térmica” de la economía argentina dio un giro asombroso. Pasó de ser catalogada como una economía en vigoroso proceso de expansión, capaz de crear empleo, con elevado ahorro interno, cuentas fiscales y externas sanas y una situación macroeconómica sólida y previsible –aunque, eso sí, con un proceso inflacionario en ciernes-, a ser percibida como una economía que se acerca peligrosamente al precipicio, acosada por desequilibrios económicos de todo tipo y comandada por un equipo de gobierno incapaz de abordarlos con eficacia.

Pero no son las percepciones lo que aquí nos interesa explorar. Esta nota se propone examinar la evolución reciente de la eco-nomía argentina para comprender si este repentino giro al pesi-mismo cuenta o no con bases reales de sustentación. Los analistas más críticos del esquema económico sostienen que, más allá del extenso conflicto con el sector agropecuario, hay elementos de carácter macroeconómico que ponen en serio riesgo la sustentabi-lidad del actual ciclo de crecimiento. Como responsables, señalan a los sospechosos de siempre: el descontrol del gasto público, la excesiva emisión monetaria, el aumento de los salarios y la ame-naza latente de una espiral inflacionaria. Una novedad es que buena parte de los economistas que inicialmente defendieron la salida devaluadora hoy también han cambiado su caracterización, quitándole apoyo al programa. Desde la otra trinchera, el gobierno

y sus voceros destacan los sólidos fundamentos del esquema vigente: los superávit gemelos, el nivel récord de reservas, el dinamismo industrial, la elevada tasa de inversión, la sostenida caída del desempleo y la mejora de los indicadores sociales. Los primeros, como siempre, agitan el fantasma de la crisis inminente y el colapso asegurado, situación que sólo podría revertirse con un mayor ajuste. Los segundos celebran, una vez más, los extraordi-narios logros de los primeros años post-devaluación y niegan la existencia de fenómenos tan visibles como la aceleración de la inflación. Ni Mr. Magoo se animaría a tanto.

Tales diagnósticos, sesgados y cerrados, parecen gobernados antes que nada por la lógica política de la confrontación del oficia-lismo con una resucitada oposición, y poco ayudan a la verdadera comprensión de los acontecimientos; más bien, los oscurecen. En estas páginas nos apartaremos deliberadamente de esta línea de fuego para adentrarnos en el análisis del ADN del esquema macroeconómico. Indagaremos los condicionantes estructurales –y los límites- del actual patrón de crecimiento, así como los intereses sectoriales que laten detrás de la actual coyuntura. Nos interesa en particular realizar un aporte a la identificación de las causas económicas que llevaron al gobierno a su actual situación de debilidad política. Finalmente, presentamos una evaluación de las posibles salidas que se presentan ante la actual encrucijada.

1. Las virtudes del esquema económico de “dólar caro”

En la actual coyuntura, no está de más recordar que a mediados del año 2002 se abrió paso la etapa de más formidable creci-miento de la economía argentina en casi un siglo. Se acumulan desde entonces casi seis años consecutivos de incremento del PIB a una tasa cercana al 8%. En un inicio, este crecimiento fue caracterizado por no pocos expertos como un mero “rebote” natu-ral luego de la larga recesión y la profunda crisis que terminó con la Convertibilidad. No obstante, a medida que el crecimiento se consolidaba y, con él, se recuperaban la inversión, el consumo, la producción industrial y las exportaciones (Cuadro N° 1), la expli-cación basada en el inevitable rebote fue cayendo en el descrédito. Los dos pilares del nuevo patrón económico se exhibieron entonces con claridad: condiciones externas favorables y una política cam-biaria decidida.

En efecto, los productos exportados por la economía argentina (fundamentalmente commodities y algunos derivados) tuvieron un fuerte aumento de su demanda y de su precio a escala planetaria. La vigencia de tasas de interés internacionales sustancialmente más bajas que las de la década del noventa1 y su reflejo en menores tasas a nivel local –a veces incluso negativas en términos reales-,

estimularon también las inversiones productivas en el país. Pero no sólo el viento de cola que soplaba desde la economía mundial favoreció a la Argentina, sino que el esquema cambiario fue un elemento clave para explicar el presente ciclo de crecimiento. La política de “dólar caro” ha sido la madre de todo el esquema eco-nómico, convirtiéndose en una tendencia que incluso diferenció a la Argentina del resto de los países de la región.2

Como resultado de la devaluación y del aumento de los precios internos que la siguió de inmediato, el salario real se contrajo más de 30% en 2002, en un contexto de alto desempleo que impedía la recomposición del salario nominal. Este abaratamiento relativo de la fuerza de trabajo fue una pieza medular en la conformación del nuevo patrón de crecimiento: permitió una rápida y formidable recomposición de la rentabilidad empresaria -especialmente en los sectores transables-, lo que a su vez motorizó la producción y la inversión.3 Este nuevo esquema de precios relativos generó un marcado sesgo en el aparato productivo, ya que impulsó espe-cialmente a los sectores productores de bienes transables, que lideraron el ciclo de crecimiento.4 Las firmas exportadoras, tanto de productos agrarios como industriales, obtuvieron importantes

1. La tasa de rendimiento anual de los bonos del Tesoro de EE.UU. se desplomó en 2002 y nuevamente en 2003, año en que alcanzó su menor nivel promedio desde 1990 (1,2% anual). Es revelador comparar el promedio de esta tasa durante la Convertibilidad (5,3% anual) y durante la fase 2002-2007 (3,3% anual) (Reserva Federal). 2. El resto de los países latinoamericanos, si bien aún mantienen un nivel de tipo de cambio por encima del vigente en la década del noventa (a excepción de México), expe-rimentaron en los últimos años un sostenido proceso de apreciación de sus monedas. Para más detalle, ver el artículo “La economía local en perspectiva latinoamericana: rasgos distintivos del crecimiento argentino” en CENDA, Notas de la economía argentina, N° 3, junio 2007.3. Si bien en un primer momento el producto creció facilitado por la existencia de una elevada capacidad ociosa (el nivel de utilización medio de la industria en 2002 era del 48%; hoy se encuentra en el 70%), la inversión creció sostenidamente desde 2002 y, según el INDEC, en 2007 representaba 23,4% del PIB, el nivel más elevado de los últimos veintiséis años. Para más precisiones, ver el artículo “La demanda de inversión en la actual etapa económica”, en CENDA, Notas de la economía argentina, N° 3, junio 2007.4. La tasa anual acumulativa de expansión del sector productor de bienes fue de 10,2% y del sector productor de servicios fue de 7,2% entre 2002 y 2007 (Dirección Nacional de Cuentas Nacionales, INDEC). La dinámica inversa predominó durante la Convertibilidad.

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La economía argentina en la encrucijada: ¿de la política macroeconómica a la estrategia nacional de desarrollo?

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ganancias de competitividad-precio que les permitieron expandir sus colocaciones en el mercado mundial. A su vez, al encarecer las importaciones, el tipo de cambio se convirtió en una verda-dera barrera cambiaria de protección externa que favoreció a las empresas de orientación mercado-internista. Si bien creció fuer-temente la producción de los sectores industriales tradicionales, la novedad fue el (re)nacimiento de cierta industria sustitutiva que prácticamente había desaparecido durante los noventa y que logró desplazar al menos parcialmente a las encarecidas importa-ciones. De este modo, la industria en su conjunto creció al 10,4% anual entre 2002 y 2007, ubicándose por encima del promedio de la economía.5 Otro correlato de este proceso, potenciado por la vigencia de precios internacionales favorables, fue la aparición de un novedoso superávit comercial que, aunque se ha erosionado parcialmente, en 2007 rondaba aún los 12.500 millones de dólares (Cuadro N° 1).

El desplome inicial del salario real -y su abaratamiento en térmi-nos internacionales- también favoreció el sesgo trabajo-intensivo del patrón de crecimiento, lo que se reflejó en la acelerada incor-poración de trabajadores al proceso productivo (evidenciado en la creación de más de tres millones de puestos de trabajo). 6 No obstante, a medida que la desocupación se contraía, los salarios reales iniciaron un ciclo de recuperación. De esta manera, los tra-bajadores, sobre cuyas espaldas recayó principalmente el esfuerzo del crecimiento en los primeros años post-devaluación, recibieron gradualmente una parte de los frutos de la expansión económica. La masa de salarios creció sustancialmente desde 2002, aunque

de una forma más extensiva (creación de empleo) que intensiva (incremento de los salarios reales).7

En pocas palabras, luego de haber tocado fondo en el primer tri-mestre de 2002, la economía argentina inició un sendero de rápido crecimiento que permitió la expansión conjunta del producto, el empleo, el salario (en menor medida), la inversión, el consumo y las exportaciones. También el saldo del sector público reflejó la nueva situación de abundancia: luego de décadas de escasez, el resultado fiscal se revirtió lográndose un superávit tanto primario como financiero (Cuadro N° 1).

Esta extraordinaria bonanza permitió engendrar un consenso –una verdadera coalición- entre las firmas exportadoras, tanto indus-triales como agrarias, las industrias sustitutivas y los asalariados acerca de las virtudes y conveniencias del esquema económico basado en un “dólar caro”. Más allá de las abundantes críticas que se hicieron escuchar desde el nacimiento mismo de este esquema –provenientes en su mayoría de economistas de las filas de la ortodoxia y de algunos representantes de una desvalida oposi-ción-, el gobierno nacional logró encolumnar detrás de sí tanto a los representantes de los sectores económicos más concentrados –industriales y, en menor medida, también agropecuarios- como a la naciente industria sustitutiva y al grueso de la clase trabaja-dora. Visto desde el presente, este período de elevado crecimiento de todas las variables económicas y de mejora de cada uno de los indicadores sociales no puede sino considerarse la “etapa rosa” del esquema económico basado en un tipo de cambio alto.

Cuadro N° 1: Indicadores seleccionados de la economía argentina, 2002-2007

2002Indicador 2003 2004 2005 2006 2007

PIB (en precios constantes)

Inflación

Inversión Bruta Interna Fija

Exportaciones de bienes y servicios

Importaciones de bienes y servicios

Balance comercial *

Desocupación (cuarto trimestre)

Salario real (cuarto trimestre) **

Resultado fiscal primario

Resultado fiscal financiero

Reservas internacionales

Variación anual

Variación dic. a dic.

Porcentaje del PIB

Mill. de dólares corrientes

Mill. de dólares corrientes

Mill. de dólares corrientes

Porcentaje sobre PEA

Octubre 2001 = 100

Porcentaje del PIB

Porcentaje del PIB

Stock a diciembre

-10,9%

40,9%

12,0%

29.146

13.429

15.717

17,8%

70,6

0,7%

-1,5%

10.485

8,8%

3,7%

15,1%

34.439

18.827

15.611

14,5%

76,2

2,3%

0,5%

14.119

9,0%

6,1%

19,2%

39.864

27.930

11.934

12,1%

77,2

3,9%

2,6%

19.646

9,2%

12,3%

21,5%

46.825

34.946

11.879

10,1%

85,8

3,7%

1,8%

28.077

8,5%

9,8%

23,4%

54.207

41.133

13.074

8,7%

96,7

3,5%

1,8%

32.037

8,7%

¿?

24,3%

65.838

53.358

12.479

7,5%

99,6

3,2%

1,1%

46.176

*Incluye el saldo total de bienes y servicios.** El valor del año 2007 corresponde al primer trimestre por la ausencia posterior de datos oficiales. Fuente: elaboración propia sobre la base de Secretaría de Hacienda (Ministerio de Economía), EPH-INDEC y BCRA.

5. La construcción fue otro impulsor clave del auge, destacándose como la actividad económica de más expansión entre 2002 y 2007 (a una tasa anual acumulativa de 22,1%).6. Se sugiere remitirse al informe laboral El trabajo en la Argentina. Condiciones y Perspectivas, Nº 13 (CENDA, primavera 2007) para mayores precisiones acerca de la evolución del mercado de trabajo durante la gestión del presidente Kirchner.7. En el año 2006 la masa salarial era un 76% superior a la vigente en 2002, el piso de la crisis, pero tan sólo 18% mayor a la correspondiente al año 2001 (Cuenta de Generación del Ingreso, INDEC).

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La economía argentina en la encrucijada: ¿de la política macroeconómica a la estrategia nacional de desarrollo?

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2. El régimen macroeconómico en la encrucijada

A comienzos de 2007 la etapa de crecimiento sin fuertes conflic-tos pareció haber tocado su límite. Así, la receta económica de un solo ingrediente, el dólar caro, luego de cumplir su propósito, se volvió claramente insuficiente, aun para quienes se acostum-braron a pensar en ella como la panacea. Las propias tendencias internas producidas por el crecimiento económico acelerado, y precipitadas por los efectos de las cambiantes condicio-nes mundiales, acabaron por poner en máxima tensión al régimen macroeconómico.

En términos internos, el sustancial aumento de la demanda acu-mulado durante cinco años de expansión, pese al aumento de las inversiones, comenzó a presionar sobre los precios de los productos producidos localmente.8 La rápida expansión generó un desacople entre oferta y demanda, especialmente en algunos sectores que presentan acentuados cuellos de botella (sobresale el sector ener-gético), ocasionando el aumento de precios. Al mismo tiempo, la presión de los proveedores de servicios públicos privatizados en un marco de crecimiento se tradujo en sucesivos aumentos de las tarifas de energía y transporte, que estaban prácticamente congela-das en términos nominales desde 2002. Por otra parte, la reducción del desempleo dio lugar a incrementos sostenidos de los salarios nominales (y reales) desde el año 2003, lo que alimentó el boom de demanda de productos de consumo. El salario real promedio alcanzó a inicios de 2007 los niveles de 2001, previos a la devaluación. El efecto combinado de estas tendencias comenzó a acotar la expansión de la rentabilidad, que si bien mantiene niveles supe-riores a los vigentes en la década del noventa, ha experimentado

globalmente -no así para la mayoría de las grandes firmas- una tendencia descendente desde los valores extraordinarios que alcanzó en los años 2003 y 2004.

En el frente externo, la nota distintiva ha sido la vertiginosa ace-leración de las alzas internacionales de precios de los productos de exportación de la Argentina en los últimos dos años (Gráfico N° 1). Por ejemplo, entre 2003 y 2006 el precio internacional de la tonelada de trigo se incrementó 39%, la del maíz 24% y la de la soja 9%. En contraste, entre 2007 y el primer trimestre de 2008 –tan sólo 15 meses- esos mismos precios aumentaron 93%, 63% y 102%, respectivamente.9 Son alzas de una enver-gadura histórica, que mantienen en vilo a la economía global, al borde de ingresar en una nueva crisis –no sólo financiera- de proporciones. Para la economía argentina, este incremento de los precios mundiales ha sido un arma de doble filo. Por un lado, fortaleció a la economía nacional, que produce y apropia más riqueza a través de sus ventas externas. Sin embargo, por otro lado, esta bonanza ha tenido costos crecientes, ya que genera mayores presiones sobre el esquema económico. En primer lugar, la abundante entrada de dólares en concepto de exportaciones obligó al gobierno, para sostener el tipo de cambio, a comprar cada vez más divisas recurriendo al endeudamiento y a la emisión. Expor-tar más presiona hacia la apreciación del peso y exige por tanto crecientes esfuerzos para sostener el régimen cambiario. Al mismo tiempo, el incremento mundial del precio de los alimentos y de las materias primas tiende a contagiarse a los precios internos a través de la llamada “agflación”10 o “inflación importada”, lo que reduce

8. Se sugiere ver el artículo “La inflación, sus causas y los debates en torno a una política antiinflacionaria”, en este mismo informe, para un análisis detenido de las causas y las herramientas de combate a la inflación en la actualidad.9. Las variaciones están calculadas para los precios anuales promedio de cada producto en dólares constantes según surge de la información publicada por el Fondo Monetario Internacional.10. El término “agflación” es un acrónimo entre los términos de la lengua inglesa “ag”(riculture) e (in)”flation” acuñado por los economistas de Merril Lynch Richard Bernstein y José Rasco en un informe publicado el 27 de abril de 2007 (“Global Agriculture & Agflation”), que refiere al fenómeno inflacionario a nivel mundial que se ha producido como consecuencia del aumento de los precios de los principales cultivos.

Gráfico N° 1: Precio internacional del trigo, el maíz y la soja, 1999-2008*En dólares constantes (marzo 2008) por tonelada

* El valor de 2008 corresponde al promedio del primer trimestre.Fuente: Elaboración propia en base a Fondo Monetario Internacional y Bureau of Labor Statistics.

259 256234

267

313

352

264245

340

496

0

100

200

300

400

500

600

1999 2000 2001 2002 2003 2004 2005 2006 2007 2008 (IT)

Trigo Maiz Soja

134 124 124141 141 142

116137

176

224

175

210196 199

180

216

273

418

166 159

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La economía argentina en la encrucijada: ¿de la política macroeconómica a la estrategia nacional de desarrollo?

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Gráfico N° 2: Trayectoria del tipo de cambio real multilateral y respecto al dólar (estimación oficial), 1999-2008En números índice (2001=1)

Fuente: elaboración propia sobre la base de Secretaría de Política Económica (Ministerio de Economía y Producción).

los salarios reales y eleva los costos de producción.11 Finalmente, el aumento del precio de los combustibles a escala global tiene también un notorio efecto interno, ya que la energía entra como insumo para todas las producciones, lo que agudiza las presio-nes alcistas sobre el nivel de precios.

De este modo, la dinámica de las variables internas y el cambio en las condiciones externas, conjuntamente, contribuyeron a producir un “efecto tenaza” que comenzó a ahorcar al esquema macroeconómico. Y la principal amenaza para el régimen vigente se dirigió precisamente a su columna vertebral: el tipo de cambio. Para mantener el nivel competitivo de la paridad cambiaria en términos reales, el gobierno debía garantizar dos condiciones: sostener la paridad nominal y contener los precios internos (dados los precios internacionales). Con el fin de man-tener el tipo de cambio nominal, el gobierno ha intervenido permanentemente en el mercado cambiario. Tanto el Banco Central como el propio Tesoro han sido activos demandantes de divisas en los últimos años manteniendo el tipo de cambio alrededor de los tres pesos por dólar y logrando así resistir la tendencia a la apreciación nominal del peso. Si bien esta política ha sido relativamente efectiva (incluso para frenar la reciente corrida contra la moneda local), también es cierto que, a medida que la economía crece, el costo de la polí-

tica cambiaria, incluso aquella que sólo aspira a sostener los valores anteriores, se va haciendo cada vez mayor.12

En cambio, el éxito no ha sido mucho en el terreno de los precios internos, en donde la capacidad del gobierno para frenar las presiones alcistas fue significativamente inferior. Si bien se ensayó un “paquete de medidas” con fines explícita o implícitamente anti-inflacionarios (donde pueden incluirse medidas heterodoxas y ortodoxas, como los controles de precios, las reten-ciones a las exportaciones, la contención salarial y la restricción monetaria, entre otras), los resultados han sido pobres e insuficientes. La intervención del INDEC, por su parte, es un claro -aunque inconfesado- reconocimiento por parte del gobierno de las dificultades para domar los precios internos.13 Más allá de toda especulación, hay un hecho irrefutable: la combinación de un tipo de cambio nominal prácticamente fijo y precios en ascenso ha acentuado la apreciación real del peso. En rigor, frente a las alzas de precios, las autoridades económicas tampoco han logrado –ni bus-cado- compensar la pérdida de competitividad cambiaria a través de nuevas devaluaciones nominales en el mercado de divisas. Para peor, esta medida no luce hoy como la más adecuada, en la medida en que con una demanda agregada en relativa expansión -y expectativas infla-cionarias en ascenso- podría implicar un traslado inmediato del mayor valor de la divisa a los precios internos, alimentando a su vez el fenó-meno inflacionario. Era un camino que el gobierno tenía disponible hasta hace poco tiempo y que, por acción u omisión, no escogió.

11. Los aumentos de precios internacionales generaron que no pocos países comenzaran a experimentar hambrunas y revueltas. En este punto, la ventaja de ser un país productor de alimentos es que las políticas encaminadas a sostener los precios internos bajos no requieren subsidios a las importaciones sino control de los precios de los productores cuando vuelcan su producción al mercado local, por una parte, y retenciones a las exportaciones, por otra. Las dificultades recientes para sostener ambas medidas explica, en parte, la aceleración de los precios domésticos. 12. En el caso del Banco Central, la persistente adquisición de dólares lo ha forzado a implementar diversas políticas de esterilización encaminadas a contener la expansión de la base monetaria (esencialmente la colocación de bonos Lebac y Nobac), con sus correspondientes costos financieros. La sistemática adquisición de dólares condujo a la acumulación de reservas internacionales, política que se ha defendido por su presunto carácter “prudencial”, pero que en la práctica implicó un techo para el uso de esa riqueza respondiendo a las urgentes necesidades de la población. En el caso del Tesoro, la necesidad de contar con pesos para adquirir divisas ha forzado la represión del gasto público en un contexto de recaudación fiscal creciente o, en otros términos, ha engendrado una verdadera política de austeridad fiscal (cuyo mejor reflejo es el elevado superávit público). 13. La inflación acumulada alcanzó al 91,3% entre diciembre de 2001 y diciembre de 2006. Desde enero 2007 no existe una estimación oficial confiable sobre la evolución del IPC (según el INDEC la inflación en 2007 alcanzó al 8,5%) pero existe consenso entre los especialistas respecto de que en 2007 y 2008 la inflación anual se ubicaría entre el 20% y el 30%.

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En definitiva, el tipo de cambio real de la Argentina respecto de los Estados Unidos se ha contraído considerablemente durante 2007 y 2008. La ausencia de un indicador confiable de la evolución de los precios internos hace imposible establecer con exactitud la mag-nitud de tal apreciación real, pero basta mencionar que incluso la estimación oficial (que considera un IPC notoriamente subvaluado) refleja esta tendencia bajista (Gráfico N° 2). Desde luego, la apre-ciación es más aguda cuando se emplea una estimación más rea-lista de la evolución de los precios internos.

En este punto, la situación mundial también le jugó al esquema actual una buena pasada. Mientras el tipo de cambio nominal se mantenía más o menos fijo en su relación con el dólar, a escala mundial esta divisa sufría una aguda y sostenida depreciación con respecto a otras monedas, en particular con el euro y el yuan chino, pero también con el real brasileño.14 De este modo, tanto la compe-titividad de las exportaciones argentinas como la protección ante la entrada de importaciones mejoraban en relación a los productos de estos mercados, sin necesidad de realizar esfuerzos mayores para modificar el tipo de cambio con el dólar. Hasta 2006, sin más depreciación nominal, el peso seguía sin embargo depreciándose en términos reales. Si bien la aceleración de la inflación en 2007 y 2008 cambió este panorama, la depreciación del dólar lo matizó -como se refleja en el mismo gráfico- al observar la evolución del índice de tipo de cambio real multilateral que elabora el Banco Central (con el IPC-INDEC). Desde luego, si esta estimación se hiciera con un índice de precios internos más realista su resultado no sería tan favorable pero, aún así, refleja una trayectoria más alentadora que la del tipo de cambio bilateral con EE.UU.

De todas formas, aunque sea imposible cuantificarlo con preci-sión, lo cierto es que la inflación ha erosionado parcialmente tanto la “competitividad” cambiaria de la economía argentina como las condiciones de vida de la población, los dos logros medulares del patrón de crecimiento. Este giro explica parte de la pérdida de apoyo que el gobierno nacional ha experimentado en el último semestre. Su base de sustento, aquella coalición que nutrió su legitimidad y que catapultó a Cristina Fernández a la Presidencia de la Nación, ha comenzado a debilitarse.

El impacto de este deterioro relativo ha sido diferenciado al interior del entramado productivo, en la medida en que existe una estruc-tura económica heterogénea a nivel sectorial e, incluso, al interior del sector industrial. Analicemos sus efectos en cada sector. Para la naciente industria sustitutiva, el crecimiento de los salarios nominales, las tarifas y los precios internos implicó un incre-mento de los costos en pesos y –con el tipo de cambio casi fijo- también en dólares, es decir, una pérdida equivalente de rentabilidad y “competitividad”. A medida que crecen los pre-cios internos, esta menor protección cambiaria se ha traducido en un retorno, gradual pero firme, de la competencia importada y, con ella, de los límites para su crecimiento. En la industria exportadora (altamente concentrada) estas tendencias también se reflejaron en una contracción relativa de su rentabilidad y de su competitividad externa. Pero, aún en esta situación, su

margen de ganancia sigue siendo sumamente atractivo (superior al vigente en la década del noventa) y no pone en riesgo su capaci-dad exportadora.15 Basta considerar que esta fracción industrial era capaz de competir internacionalmente incluso durante la Converti-bilidad, cuando la sobrevaluación cambiaria iba en detrimento de la producción de bienes transables.

Una situación ligeramente distinta es la que experimentan los sectores exportadores de bienes agropecuarios, el sector que más definidamente se ha enfrentado con el programa económico: el mantenimiento del tipo de cambio nominal implica que sus ingresos en pesos se mantienen, mientras algunos de sus costos se elevan al ritmo de la inflación local. De todos modos, su rentabilidad alcanza aún niveles extraordinariamente elevados debido a la conjunción de una situación estructural favorable (las condiciones agroeco-lógicas del país) y los niveles récord de los precios internaciona-les. De hecho, las condiciones de producción -y venta- son tan convenientes que el margen bruto por hectárea de los cuatro principales cultivos no sólo no ha disminuido sino que se ubica actualmente por encima del margen de las últimas cuatro cam-pañas y de los valores correspondientes a la década del noventa, aun bajo la aplicación de las retenciones.16

Los trabajadores resultan ser, finalmente, los principales damni-ficados de la actual coyuntura: en tanto el incremento de los precios se eleve por encima del crecimiento del salario nominal, la capacidad de compra de sus ingresos se verá reducida. Luego de acrecentar su poder adquisitivo y, más aún, su participación en la riqueza nacional durante cinco años consecutivos (aunque partiendo del piso histórico de 2002), la evidencia disponible sugiere que en 2007 esta tendencia, al menos, se estancó. Peor aún, si la industria –especialmente la sustitutiva- ingresa en una fase de amesetamiento, o de contracción, no sólo el salario real sino también el empleo podría verse afectado, frenando la caída de la tasa de desempleo. De hecho, las estadísticas dis-ponibles indican que la tasa de empleo se ha estancado desde fines de 2006: mientras que entre el primer trimestre de 2003 y de 2007 ésta creció desde 36,3% a 41,7% de la población, entre 2007 y 2008 prácticamente no tuvo aumento, alcanzando en este último año al 42,0% (EPH-INDEC).

De este modo, la época dulce del esquema de dólar caro, y el consiguiente apoyo casi unánime al programa del gobierno, se encuentran jaqueados por dos vías: el empeoramiento de las condiciones de vida (que amenaza con reducir el apoyo de los trabajadores) y la pérdida de protección cambiaria (que ha erosionado el soporte de los sectores sustitutivos –pequeños y medianos empresarios-, pero también el de los grandes grupos industriales y del sector agropecuario). En pocas palabras, el incremento acelerado de los precios internos deterioró la base de sustento del gobierno. Fue en este escenario de mayor debilidad que el sector agropecuario logró instalar su furioso reclamo sectorial -contrario al interés tanto de la industria como de la clase trabajadora- buscando erigirse como vocero de todos los argentinos.

14. De hecho, la importancia del intercambio comercial con esos países es significativamente mayor que con la zona del NAFTA dependiente del dólar. En 2007, ésta sólo representó un 15% de las importaciones y un 10% de las exportaciones, mientras que China, Brasil y la Unión Europea explicaron conjuntamente un 61% de las importaciones y un 46% de las ventas externas (Ministerio de Economía y Producción). 15. En el informe anterior se desarrolló un exhaustivo estudio sobre la evolución de la rentabilidad empresaria en 2002-2007 (“La trayectoria de las ganancias después de la devaluación: la “caja negra” del crecimiento argentino”, CENDA, Notas de la economía argentina, N° 4, diciembre 2007).16. Para un mayor desarrollo de este aspecto se sugiere ver el artículo “7 preguntas clave sobre retenciones”, Le Monde Diplomatique, Edición Nº 107, mayo 2008.

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17. Desde luego, en un contexto de libre movilidad internacional de capitales, la tendencia a la apreciación cambiaria no surge solamente de la presencia de un sector primario fuerte sino que puede ser generada -o agudizada- por el ingreso de flujos de capitales financieros (como sucedió en el país en la década del noventa).

La política de piloto automático basada en una sola medida está dando signos de agotamiento. La tendencia a la apreciación del peso pone en riesgo el conjunto del esquema económico. En rigor, este no es un problema exclusivamente argentino, ya que las monedas de todos los países especializados fundamentalmente en la exportación de pro-ductos primarios están sometidas a una tendencia apreciadora, como ocurre en buena parte de la región. Basta con observar el desempeño del real brasileño o del peso uruguayo, que desde diciembre de 2002 a diciembre de 2007 se apreciaron en términos nominales respecto del dólar un 51% y un 23% respectivamente.

A pesar de la sorpresa que parece haber provocado en los analistas, el problema por el que atraviesa la economía argentina tiene causas tan profundas como antiguas. No es ningún secreto -excepto para la economía ortodoxa y sus modelos de crecimiento basados en un solo bien- que la estructura de producción de bienes de la economía argen-tina, al menos desde su etapa de industrialización trunca está, estili-zadamente, dividida en dos sectores, cuyas características son muy distintas. Por un lado, se destaca el sector agropecuario, que dispone, por las condiciones agroecológicas de la región pampeana (donde se concentra más del 85% de la producción nacional de cereales y olea-ginosas), de una elevadísima productividad que le permite colocar su producción en el mercado mundial con costos relativos bajos (y, por tanto, rentabilidades sustancialmente elevadas). Esta elevada produc-tividad no se debe a la abultada inversión en el agro -por más valiosa que sea- sino principalmente a la existencia de renta diferencial de la tierra. La fertilidad del suelo argentino lo convierte en un sector “por naturaleza” competitivo. El otro sector, con una dinámica sumamente diferente, está conformado por la industria (especialmente aquella más compleja que no se basa en la escasa elaboración de productos prima-rios). Como ocurre en la mayoría de los países periféricos, y más aún luego del largo proceso de desindustrialización experimentado por la Argentina, la mayor parte de la industria local -aunque no toda- ado-lece de severas dificultades para competir a escala internacional, ya que se encuentra lejos, muy lejos, de la frontera tecnológica.

Esta heterogeneidad estructural de la economía nacional –concreta-mente, la existencia de renta diferencial a nivel mundial en la produc-ción agropecuaria- implica que exista una tendencia inherente hacia la apreciación de la moneda (una variedad aguda de la llamada “enfer-medad holandesa”) por el continuo ingreso de la riqueza extraordinaria que obtiene el sector agrario. Esta tendencia hacia la apreciación tiene, a su vez, efectos nocivos sobre las posibilidades de crecimiento del sector industrial. Para sostener a la industria se requiere –en ausencia de otras medidas impositivas o arancelarias- de una paridad cambiaria más elevada, capaz de brindar, al menos de manera transitoria, protec-

ción de la competencia de los productos importados y de abrir la posi-bilidad de colocar productos industriales en el mercado mundial. Por ello, si la tendencia a la apreciación no es acompañada por medidas específicas de protección, la industria termina necesariamente langui-deciendo. Esto implica que el funcionamiento de la economía, dejado en manos del libre mercado, conduce casi inexorablemente hacia una especialización productiva basada principalmente en la producción y exportación de productos primarios de bajo valor agregado: una eco-nomía agroexportadora, que Martínez de Hoz sintetizó en 1977 con su célebre frase: “Construiremos un país para 15 millones de habitan-tes”.17 Frente a este panorama, las retenciones a las exportaciones no son un capricho ni una medida meramente fiscalista del gobierno, sino el más efectivo instrumento económico disponible para atacar de cuajo al fantasma que amenaza hoy a la economía argentina: la tendencia a la apreciación real. Es por eso que las retenciones ofrecen un primer beneficio para el actual esquema: al retirar una porción de los dólares que ingresan al país se reducen las presiones (a la baja) sobre el tipo de cambio nominal, a condición de que la recaudación no se gaste en la economía doméstica -es decir, que se atesore-. De ahí que un resultado necesario (aún si fuera no deseado) de este esquema sea la acumula-ción de reservas internacionales, que se registra no sólo en Argentina sino en todos los países con elevado superávit comercial (como India, China y Brasil, entre otros). Pero hay un segundo aspecto en que los derechos de exportación se convierten en una pieza clave: cuando las retenciones se aplican sobre productos alimenticios o combustibles tienen como contrapartida la reducción de los costos internos. Se trata de una medida anti-inflacionaria que apunta al nudo de la cuestión: separar la evolución de los precios internos de los internacionales, en franco proceso de expansión. De manera que, en el actual esquema, las retenciones, más que un impuesto distorsivo, deben entenderse como un instrumento correctivo: contribuyen a mantener el tipo de cambio y reducen los precios internos de los alimentos.

A partir de la identificación del papel protagónico que desempeñan las retenciones en el actual esquema económico, el aparente “desmadre” de los últimos meses se torna más comprensible. No es raro que el agro se oponga al incremento de retenciones. Tampoco es raro que el gobierno haya apostado tan fuerte a profundizar la vigencia de este instrumento: la continuidad del esquema actual de política económica depende cru-cialmente de la posibilidad de sostener, e incrementar, el nivel de los derechos de exportación. Sin retenciones habría una doble presión hacia la apreciación, por la mayor abundancia de divisas y por los aumentos de precios, que consumirían una parte significativa del salario real y de la rentabilidad empresaria, en beneficio de los productores agrarios.

3. La actual encrucijada en clave estructural

4. ¿Qué hacer? La puja por “retocar” el esquema económico

Como se dijo, desde hace un año y medio parece haberse regis-trado una fatídica colisión entre las tendencias internas y las condiciones externas. Las campanas tocaron a rebato por el tipo de cambio competitivo. Frente a este panorama, comenzaron a alzarse voces que, desde diferentes frentes, abogan por la nece-sidad de retocar, reencauzar o directamente abandonar el pro-grama económico.

El incremento de los precios internos y el alza de los precios mundiales de las commodities generó un enfrentamiento -más o menos explícito- entre los intereses de los sectores industriales y los del sector agrope-cuario, a la vez que elevó la carga fiscal necesaria para mantener el régimen económico vigente mediante subsidios e intervención cambia-ria. En este contexto, no es raro que las empresas dedicadas a la expor-tación primaria, en especial la agropecuaria, así como sus variopintos

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socios hayan roto su coalición con el gobierno e incluso se diferencien de los sectores industriales, tanto exportadores como sustitutivos, a los que el esquema -con matices- aún favorece. Es que el dólar caro bene-ficia a los exportadores primarios siempre que el costo de mantenerlo no caiga principalmente sobre “sus” espaldas a través de las retencio-nes. Además, las retenciones funcionan, en la práctica, como un tipo de cambio diferencial: si se elevaran, por ejemplo, al 50%, para ellos lo mismo daría que el precio del dólar cayera hasta $1,50 (en ausencia de retencio-nes). Es por eso que algunos representantes del sector se inclinan por defen-der un programa de apreciación de la moneda, siempre y cuando también se reduzcan (o directamente eliminen) las retenciones. Se utiliza la filosofía del libre mercado para argumentar que la injerencia estatal genera distorsiones en los precios relativos y se aboga por el final de toda intervención. Aunque no se atrevan a plantearlo directamente, no es difícil ver que esa ausencia de intervención pública que reclaman, en un contexto de precios mundiales récord es, inevitablemente, un programa apreciador. Se trata de aproximarse nuevamente a la situación de los años noventa.

También desde los cuarteles ideológicos de la industria exportadora y sustitutiva se alzaron voces exigiendo un “reajuste” en el sencillo pro-grama del dólar caro. En este caso, se plantean retoques al esquema con el fin de avanzar en su profundización. La “profundización” del esquema considera cambios en cuatro variables que afectan la rentabilidad: el tipo de cambio nominal, la inflación, los subsidios y los salarios. Primero, el tipo de cambio. Antes de que se desatara el conflicto con el sector agroexportador, algunos representantes de la industria recomendaban

depreciar aún más el peso en términos nominales. Comenzaron a exigir también una política anti-inflacionaria más activa y decidida que, en sus términos, implica un programa más severo de ajuste fiscal y una política monetaria más restrictiva. Por su parte, para favorecer la ren-tabilidad, se pide bajo la mesa -aunque se cuestiona públicamente- el mantenimiento de una cuantiosa política de subsidios a los insumos (como combustibles, energía y transporte) y de estímulos al crédito y a ciertas actividades productivas.

Desde estos sectores se demanda, además, “moderar” los incremen-tos salariales, lo que en un contexto inflacionario implica planchar las remuneraciones en sus niveles reales actuales. Este último punto es el único que, entre tanto desacuerdo, unifica a todos los sectores empresa-riales. Detrás de esta petición no se esconde ninguna sofisticada teoría, sino la simple aritmética de la rentabilidad empresaria. El único sector empresarial que podría oponerse a este reclamo es aquel que pro-duce bienes industriales salariales –la mayor parte de los nacientes sectores sustitutivos- cuya demanda está atada al crecimiento del poder de compra de los trabajadores. Así y todo, las organizaciones empresarias no mostraron fisuras en este renglón de sus reclamos. Tampoco en el pedido de control de la emisión y el gasto fiscal. En general, es a este conjunto de medidas al que se hace referencia implícitamente con el eufemismo de “enfriar la economía”. La idea de enfriar la economía a través de restricciones al crédito o vía la reducción del gasto público equivoca el diagnóstico y, en su perple-jidad, sólo atina a recurrir al remedio de la contracción.18

18. No nos explayamos más aquí acerca de la recomendación de algunos técnicos sobre la necesidad de “enfriar” la economía ya que, a la fecha, esta cuestión ha quedado fuera de la agenda, en la medida en que el propio conflicto agropecuario –con su consiguiente aceleración de los precios internos- ha impuesto un freno obligado al creci-miento de la economía nacional.19. El caso de la política de precios es, quizás, el de mayor visibilidad. Desde la Secretaría de Comercio se llevan adelante controles de precios que, si bien pudieron servir transitoriamente para contener algunos aumentos, no atacan la raíz del problema inflacionario. No es cierto que toda política de control de precios deba llevarse adelante de manera aparentemente arbitraria y casi caricaturesca, aun cuando la “clase empresarial” argentina parece poco proclive a dejarse controlar por el Estado. Así se desperdicia un instrumento de intervención estatal que, planteado dentro de una estrategia general de desarrollo, podría tener mayor sentido y utilidad en el corto plazo.

5. Hacia una estrategia nacional de desarrollo

No es difícil identificar los resultados de las alternativas en pugna. La opción apreciadora, bajo el discurso de reducir las retenciones y dejar las cosas en libertad, implica más tarde o más temprano agudizar la especialización agroexportadora de la economía argen-tina. Lo sorprendente es que la otra alternativa, aquella que plantea profundizar el actual esquema, también, más temprano que tarde, parecería conducir a un resultado similar. A esta altura, y en el pre-sente marco internacional, la mera continuidad del programa económico parece absolutamente incapaz de escapar de la tendencia apreciadora -y desindustrializadora- que ha marcado a fuego la suerte de la econo-mía argentina en el último cuarto del siglo XX. La evidencia del último año y medio confirma esta presunción. Si bien la economía argentina no marcha hacia la hiperinflación ni hacia una maxidevaluación -las dos catástrofes clásicas del ciclo argentino-, es claro que el programa eco-nómico basado en una sola medida heterodoxa ya ha rendido todos sus frutos. Este mecanismo por sí sólo no está en condiciones de resolver las numerosas dificultades y desafíos que necesariamente, luego de la larga etapa previa de treinta años de destrucción del aparato produc-tivo, presenta el proceso de crecimiento argentino y que hoy amenazan con detenerlo. Aunque el gobierno insista en lo contrario, la ausencia de una estrategia de desarrollo económico integral es el talón de Aquiles del actual esquema.

La falta de integralidad del programa económico se hace evidente al pasar revista a la organización funcional del supuesto “equipo eco-nómico”. La política de obra pública y del sector de infraestructura

se encuentra en manos del ministro de Planificación Federal, Inver-sión Pública y Servicios; la política de precios, en cabeza del secre-tario de Comercio Interior; la política industrial, en las dependencias de la Secretaría de Industria, Comercio y de la Pequeña y Mediana Empresa; la política agropecuaria, en la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Pesca y Alimentos; y finalmente, la política cambiaria y monetaria, en los comandos del Banco Central. De este modo, los diversos componentes que debieran conformar una política económica integral se encuentran así fragmentados en múltiples dependencias de distinto nivel jerárquico que obran con notoria independencia entre sí. Para peor, no queda claro, en este marco, cuál es el papel específico del Ministro de Economía, que ha sido vaciado de toda capacidad para coordinar al conjunto de la política económica.

Esta fragmentación no es una cuestión meramente técnica ni un pro-blema institucional. Por el contrario, es un fiel reflejo de la falta de articulación de la política económica donde, más allá de la columna vertebral del esquema (el tipo de cambio alto), el resto de sus com-ponentes quedaron librados al juego resultante de las fuerzas de mercado o, en algunos casos, a las intervenciones no muy hábiles, parciales e inefectivas de las oficinas a cargo.19 Este esquema no sólo se ha hecho cada vez más difícil de sostener políticamente sino que, ante todo, ha sido incapaz de guiar a la economía argentina en el salto desde un proceso de mera expansión a un proceso de transformación estructural basado en una firme reindustrialización. Esta es la verdadera oportunidad que la economía argentina podría

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estar perdiéndose. Se acabó la etapa “fácil” del crecimiento, en que –de manera engañosa- la política macroeconómica parecía ser sufi-ciente. Por ello, en la actualidad es imperioso trascender la etapa del crecimiento basado exclusivamente en la intervención macroeconó-mica y considerar una tercera salida alternativa de la encrucijada actual, a favor de la producción, el empleo y los trabajadores: la elaboración e implementación de una estrategia nacional de desa-rrollo.

Una estrategia nacional de desarrollo conlleva una ampliación sus-tancial del alcance de las políticas estatales, ya que este salto no se logra con políticas aisladas ni, tampoco, dejando el desarrollo argentino en manos del laissez faire. Aun los teóricos de la economía neoclásica reconocen que la acción del libre mercado no es capaz por sí misma de garantizar, en especial para un país atrasado, un proceso de desarrollo económico sustentable en el largo plazo. Las razones son varias. La asignación de recursos que realiza el mercado no es eficiente (sólo lo sería en un supuesto mundo libre de “imper-fecciones” de mercado), no impulsa el desarrollo de industrias de gran escala en las que existan costos decrecientes (que son las que constituyen una gran oportunidad para el crecimiento) y tampoco asegura una distribución equitativa de los frutos del crecimiento. Por ello, cuando es necesario construir una senda de crecimiento de largo plazo que haga eje en el aumento de la productividad y la competitividad genuina de la economía nacional, la instrumenta-ción de un plan de desarrollo se vuelve crucial. Solamente la acción estatal es capaz de articular las múltiples necesidades del proceso de crecimiento de manera integral y atendiendo al mediano plazo. La política macroeconómica es un componente infaltable de esta estrategia y debe estar al servicio de un plan de desarrollo; pero no lo sustituye. De esta encrucijada no se sale con menos intervención del Estado, como proponen tanto la vía de la apreciación como la de la devaluación, sino con mayor y más lúcida participación estatal en el proceso económico.

La experiencia internacional demuestra que las naciones que se industrializaron lo han hecho sobre la base de una fuerte interven-ción del gobierno en la economía. Así ha sido en los países que se desarrollaron en una etapa temprana (Inglaterra, Estados Unidos), fue también así en las economías de reciente industrialización (Corea, Taiwán, Singapur); y así está siendo también en los países que en la actualidad exhiben resultados duraderos en sus senderos de desarrollo. Más de un centenar de países cuentan hoy, por ejem-plo, con agencias de inversión que buscan identificar sectores de alto potencial para jerarquizarlos en su proceso de crecimiento eco-nómico y delinean estrategias de desarrollo a nivel nacional (Chile, Irlanda, Brasil, España e India, entre otros).

Los países desarrollados, por su parte, aun cuando prediquen las bondades del libre mercado para los países atrasados, también hoy planifican buena parte de sus economías. Se plantean objetivos en términos de innovaciones, desarrollo de capacidades tecnológi-cas, corrección de disparidades en la distribución regional de las actividades y efectos sobre la distribución del ingreso. Y no sólo la planificación es una actividad central a nivel nacional; también lo es para los grandes conglomerados industriales. No es un secreto que la planificación estratégica es clave para las grandes empresas con presencia global, con el fin de organizar las distintas etapas de

producción y de ventas y su localización a lo largo y a lo ancho del planeta. De manera que a los únicos que parece que no les corres-ponde planificar es a los países periféricos, justamente aquellos que a todas luces más lo necesitan por la complejidad que enfrentan en su camino hacia el desarrollo.

Pero, ¿qué es lo que hay planificar? Ya se ha dicho que la economía argentina, en manos del libre mercado, tiende a orientarse hacia la especialización en la producción de alimentos, materias primas y, en general, productos de escasa elaboración. Es claro que las posi-bilidades de desarrollo del país no son independientes de su patrón productivo. La historia de los países desarrollados, incluso la de aquellos que mantienen una alta incidencia en la producción mun-dial de productos agropecuarios, demuestra que el desarrollo econó-mico sostenido se asocia fundamentalmente con el crecimiento de la industria y la diversificación de la matriz productiva y exportadora. Es un hecho reconocido que las posibilidades de incrementar la pro-ductividad a lo largo del tiempo son sistemáticamente más altas en la industria manufacturera que en los servicios y las actividades primarias, de modo tal que la contribución de la industria al cre-cimiento es, por esta vía, insustituible. Además, la industria tiene mayores posibilidades de inducir el desarrollo tecnológico, ya sea propio o adaptado, ya que es en las cadenas globales de valor indus-triales donde se originan mayormente las innovaciones, que luego son trasladadas al resto de las actividades económicas. El desarro-llo industrial tiene, por tanto, el potencial de generar una estructura productiva más sofisticada que facilite, a su vez, la sustentabilidad del crecimiento económico.

No menos importantes son los efectos que los distintos esquemas productivos en pugna tendrían sobre la distribución del ingreso. La generación de puestos de trabajo a un ritmo elevado es fundamental para garantizar una distribución más igualitaria. El esquema agroex-portador, al no tener la capacidad de generar empleo en importantes proporciones, resulta en sí mismo un patrón excluyente (aun con-siderando las actividades vinculadas, como la agro-industria). En cambio, la producción industrial, a través de sus vínculos con otros sectores, contribuye más a la creación de puestos de trabajo.

Más allá del apretado crecimiento de los últimos años, la Argentina debe revertir un proceso de desindustrialización y atraso relativo que ya lleva varias décadas. Se hace necesario reconstruir y moderni-zar la infraestructura básica (energía, transporte, comunicaciones, salud y educación) e incentivar el crecimiento de aquellos sectores industriales que muestren las mayores potencialidades. Esta es una tarea que sólo el Estado puede organizar. Por ello, la reindustriali-zación de la Argentina debe ser el eje central de esta estrategia de desarrollo.20 Un verdadero avance del país en el largo plazo sólo puede basarse en un decidido proceso de modernización y comple-jización creciente de la trama industrial, de modo de aprovechar las oportunidades existentes en las cadenas globales de valor. El man-tenimiento de un tipo de cambio competitivo resulta, en términos macroeconómicos, un incentivo para promover la industrialización pero, a diferencia del esquema actual, este macroprecio no debe ser el único instrumento, ni siquiera el medular, del plan de desarrollo. La consistencia macroeconómica es un requisito para el desarrollo, pero no su garantía. En la búsqueda conciente del desarrollo econó-mico es fundamental la selección, promoción y seguimiento de sectores

20. El artículo “¿Y dónde está el piloto? El crecimiento de la industria sin política industrial” publicado en Notas de la economía argentina, N° 4, diciembre 2007, muestra los límites que ha tenido la expansión de la industria de los últimos años y argumenta a favor de la necesidad de una intervención más activa e integral del Estado para el desarrollo industrial.

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productores que presenten elevadas potencialidades de crecimiento, dadas las características locales y las perspectivas a nivel mundial. La estrategia del Estado debe asegurar que las decisiones eco-nómicas sean eficientes y mutuamente consistentes, tomadas de acuerdo con una visión de conjunto abocada a la construcción de mediano y largo plazo.

Colocar a la industria en el centro del proceso de desarrollo eco-nómico no implica negar la necesidad de potenciar también el crecimiento del sector agropecuario en el país. Para avanzar en esta estrategia resulta indispensable multiplicar la producción agropecuaria aprovechando las ventajas naturales del territorio nacional y, también, reasignar parte de la renta agropecuaria extraordinaria hacia el desarrollo de infraestructura y el sos-tenimiento de la actividad industrial. En pocas palabras, una estrategia de desarrollo nacional involucra la intervención del Estado en la transferencia de rentas al interior de la economía.

Esto implica que habrá sectores favorecidos, y otros menos favo-recidos, respecto del resultado que se obtendría bajo la solución de libre mercado. No es un secreto, como tampoco sorprende que ciertos sectores se resistan a la intervención estatal.

Por ello, el desafío, más que técnico, es político. Se trata de articular a los diversos sectores, subordinando los intereses de cada uno a una estrategia colectiva, mediante una intervención del Estado más global y decidida, capaz de disciplinar y articular a todos los secto-res en pugna. Y es una cuestión eminentemente política porque en una economía periférica en donde opera una tendencia estructu-ral hacia la primarización, el desarrollo de la industria es para los trabajadores una cuestión de vida o muerte. En pocas palabras, la elaboración e implementación de una estrategia nacional de desa-rrollo es un proceso inherentemente complejo, y no menos conflictivo, pero imposible de soslayar si se pretende un cambio sostenible en el desarrollo presente y futuro de la Argentina. FIN

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La inflación, sus causas y los debates en torno a una política anti-inflacionaria

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02| La inflación, sus causas y los debates en torno a una política anti-inflacionaria

El país se encuentra atravesando un proceso inflacionario de significativa magnitud, más allá de lo que pretenden mostrar las estadísticas oficiales. Ello ha vuelto a colocar a la inflación en el centro del debate económico. Las razo-nes para este giro son fácilmente perceptibles: el crecimiento de los precios tiene consecuencias gravosas sobre los sectores de menores ingresos de la población, que se encuentran generalizadamente impedidos de incrementar sostenidamente sus ingresos nominales de forma de -al menos- mantener constante su poder adquisitivo. Simultáneamente, la inflación erosiona las ventajas de competitividad que brinda una moneda local depreciada y ataca, por lo tanto, el pilar del actual esquema de crecimiento económico. 1

Adicionalmente, las medidas de fuerza realizadas por las entidades del sector agropecuario (en el marco del conflicto por la aplicación de reten-ciones móviles) han generado diversos problemas de abastecimiento y, con ellos, incrementos aún mayores en los precios de venta de algunos produc-tos, en su mayoría pertenecientes a la canasta básica. Las consecuencias de los problemas de abastecimiento sobre la trayectoria de mediano plazo de los

precios es todavía difícil de discernir. Sin embargo, los picos alcanzados en el valor de venta de ciertos productos le han dado al problema de la inflación una visibilidad y unas consecuencias incluso más pronunciadas.

En este escenario, el debate sobre las causas de la inflación y las medidas necesarias para enfrentarla se ha vigorizado tanto en el ámbito político como académico. Uno de los puntos que genera mayor controversia es la caracteriza-ción respecto del origen y los determinantes del sostenido incremento reciente de los precios. Pero, también, el debate gira acerca de cuáles son los instrumentos más adecuados para contener, y revertir, el proceso en marcha. En este artículo nos involucramos de lleno con estas discusiones. Entendemos que contar con un diagnóstico adecuado sobre las causas específicas de la inflación actual es un punto de partida ineludible para el diseño de los instrumentos más efectivos para contener los aumentos de precios. En este recorrido, analizamos también la lógica de las políticas anti-inflacionarias aplicadas en los últimos cinco años, así como su efectividad, y delineamos cuales son, desde nuestro punto de vista, los requisi-tos de una estrategia anti-inflacionaria en la Argentina.

1. La naturaleza de la inflación en la Argentina en la post-devaluación

Inmediatamente después de la fuerte devaluación de la moneda local que tuvo lugar en el año 2002 se disparó un vertiginoso proceso de crecimiento de los precios que se expresó en una tasa de inflación del 41% entre los meses de diciembre de 2001 y 2002. No obstante, la trayectoria alcista se revirtió rápidamente, con un Índice de Precios al Consumidor (IPC) que en 2003 alcanzó una variación de apenas el 3,7% anual. Esta circunstancia hizo suponer al gobierno nacional que, una vez superados los efectos de la devaluación y concluido el primer reacomodamiento de precios relativos, el fenómeno se encontraba controlado. No obstante, en 2004 y 2005 se

observó un nuevo aumento del nivel general de precios, que se redujo leve-mente en 2006 (la inflación fue, en esos años, respectivamente de 6,1%, 12,3% y 9,8%). A partir de 2007, la falta de confiabilidad de las medicio-nes oficiales nacionales impide continuar el análisis tomando al IPC como referencia.2 Sin embargo, las diversas estimaciones públicas provinciales, así como las privadas, muestran un significativo incremento de la inflación durante 2007. El Gráfico N° 1 presenta la evolución de la inflación en la presente década, tomando para el 2007 la estimación realizada para la provincia de Mendoza.3

1. Para un análisis de las consecuencias del alza de precios sobre el esquema macroeconómico actual se sugiere ver el artículo “La economía argentina en la encrucijada: ¿de la política macroeconómica a la estrategia nacional de desarrollo?”, en este mismo Informe.2. Sobre los cambios arbitrarios en el IPC y, más en general, una síntesis de la manipulación de las estadísticas públicas llevada adelante por el INDEC, véase Las condiciones del trabajo en Argentina, N° 14, CENDA, otoño de 2008.3. Para los años 2005 a 2007 se ha incorporado el índice de variación de precios elaborado por la Dirección de Estadísticas e Investigaciones Económicas de la provincia de Mendoza (DEIE Mendoza). Este índice provincial refleja más fidedignamente la inflación del total del país que el elaborado por el INDEC para el año 2007. La variación del IPC elaborado por la provincia de Mendoza ha guardado una fuerte correlación con la variación del IPC GBA hasta el año 2007, por lo cual se lo toma aquí como un indicador útil para mostrar la verdadera tendencia de la inflación durante el último año.

Gráfico N° 1: Inflación anual en Argentina, 2001-2007 En porcentaje (diciembre vs. diciembre)

Fuente: INDEC y DEIE Mendoza.

-5%

0%

5%

10%

15%

20%

25%

30%

35%

40%

45%

2001 2002 2003 2004 2005 2006 2007

IPC Nacional INDEC IPC Mendoza

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Ahora bien, el estudio del fenómeno inflacionario en la Argentina exige reconocer las importantes diferencias que existen entre la naturaleza del alza de los precios que se originó en forma casi inmediatamente

posterior a la devaluación, de aquella que reapareció con fuerza a partir de 2005. En este sentido, debe hablarse de dos tipos diferentes de inflación.

El primer determinante del impulso inflacionario en la Argentina en la inmediata post-devaluación fue precisamente la salida de la regla cambiaria establecida por la Ley de Convertibilidad ($1=US$1), que tuvo como efecto directo un incremento del precio en moneda local de los productos transables. En esta clase de artículos, el precio interno se ajusta en dólares a los vigentes en los mercados internacionales. La velocidad del reacomodamiento depende de la posibilidad de colo-car la producción en el mercado internacional: cuanto mayor es la capacidad de incrementar las exportaciones de un determinado pro-ducto, menor el tiempo que tarda el precio en el mercado doméstico en alinearse con el precio internacional.

Por ello, en las denominadas commodities, donde la posibilidad de expandir las exportaciones en un breve lapso es alta (desde ya, en detrimento de las ventas en el mercado local), el precio interno se ajusta al internacional de forma casi automática. A modo de ejemplo, en el Gráfico N° 2 es posible apreciar el rápido ajuste del precio interno de los cereales y oleaginosas después de la devaluación.4 Como se observa, estas commodities habían alcanzado ya en 2002 el nivel de precios que mantendrían en los años posteriores. En el caso de la carne y las frutas, el proceso de convergencia fue más lento, pero hacia 2003 y principios de 2004 el ajuste ya se había dado de manera completa o mayoritaria.

Poco tiempo después de la devaluación, en marzo de 2002, se implementaron o incrementaron los derechos de exportación para los productos agropecuarios –con mayores alícuotas para los de origen pampeano- y para las exportaciones de hidrocarburos. Así, las retenciones actuaron disminuyendo el precio de referencia inter-nacional y, por consiguiente, también permitieron la caída del valor vigente en el mercado local de estos productos. Esta medida per-mitió que los precios internacionales en dólares no se tradujeran directamente a los precios locales, sino que resultaran abaratados en una proporción similar a las alícuotas aplicadas en cada caso.

En cuanto a los productos no transables –típicamente servicios-, la situación resultó distinta, dado que en el contexto de fuerte rece-sión reinante y alicaída demanda interna los precios no sufrieron –en un primer momento- un incremento sustancial. En rigor, para realizar un correcto análisis es necesario establecer una distinción entre aquellos servicios regulados por el Estado mediante algún tipo de contrato de concesión –o alguna otra forma en que se convino un precio- y aquellos desregulados. En estos últimos, resulta claro que los precios no se incrementaron inicialmente por la limitación de la demanda; sólo comenzaron a hacerlo cuando la reactivación

Gráfico N° 2: Precio mayorista local de productos primarios alimenticios seleccionados, 2001-2005 En números índice, base 1993 = 100

Fuente: Elaboración propia sobre la base de INDEC.

La salida de la Convertibilidad y el reacomodamiento de precios relativos

4. El ajuste de precios internos de otros productos (diferenciados) es más lento. La devaluación de la moneda local permite que la porción que se exporta incremente su precio expre-sado en moneda local en forma inmediata. Pero aquella parte que se vende en el mercado local sólo puede ajustar su precio en la medida en que la menor demanda interna pueda ser compensada por el incremento de las exportaciones. Si éste no es inmediato, el precio interno tarda un lapso mayor en ajustarse.

50

100

150

200

250

300

2001 2002 2003 2004 2005

Cereales y oleaginosas Frutas Ganado vacuno y leche

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económica empezó a cobrar fuerza. En el caso de los servicios regu-lados, en cambio, la situación ha sido distinta, ya que el Estado ideó una política específica con el fin de contener los precios: las firmas comenzaron a percibir subsidios públicos para mantener sus tarifas previas o –en todo caso- reducir los ajustes tarifarios.

Este tipo de subsidios, ante una caída tan drástica del poder adquisitivo de la población, ha tenido para las empresas un resultado claramente favorable, ya que les permitió -al menos en parte- morigerar la contracción de la demanda, incrementando el ingreso por unidad vendida.

A partir de 2005 es posible identificar una nueva inflación, donde el aumento de precios no es una consecuencia directa de la devaluación, aunque sí está vinculado –como mostraremos- a los cambios de los precios relativos originados en la salida de la Convertibilidad y a las velocidades de ajuste de dichos precios. En principio, la nueva infla-ción tiene como característica fundamental un aumento en el precio de los alimentos que vuelve a ser mayor que el nivel general de precios. Este hecho se había dado notoriamente en el año 2002, debido a que

la devaluación afectó de manera directa al precio de los alimentos y no, por ejemplo, al de los servicios. Sin embargo, hacia 2003 (aún cuando los precios de algunos alimentos todavía se encontraban en un proceso de convergencia a los precios de referencia internacional en dólares), la diferencia entre la variación del índice de precios de los alimentos y el nivel general se había hecho mucho más pequeña, llegando a revertirse en 2004, lo que representó un quiebre dentro del proceso inflacionario originado por la devaluación (Gráfico Nº 3).5

Gráfico Nº 3: Variación del índice de precios al consumidor, nivel general y alimentos, 2002-2007 En porcentaje

Observación: La letra M denota que se trata del índice de precios de la provincia de Mendoza.Fuente: 2002-2006, INDEC; 2006-2007, DEIE Mendoza.

Nuevamente, a partir de 2005, los precios de los alimentos crecieron por encima del nivel general. Este asimétrico incremento de los distintos niveles de precios implica que i) la inflación afecta más a los sectores de menores ingresos, dada la mayor participación de los alimentos en su canasta de consumo; ii) el aumento de precios ya no puede adjudi-carse en su totalidad a la devaluación de 2002.

Ahora bien, el rubro alimentos no es el único que ha crecido por sobre el promedio general a partir de 2005. También lo hacen numerosos no transables. En el período que va desde inicios de 2005 hasta enero de 2007, los precios de la indumentaria, la educación y la vivienda (estos

dos últimos rubros, con fuerte componente no transable) también pre-sentaron una gran variación, creciendo por encima del nivel medio. En la otra punta de la tabla de incrementos de precios se encuentran los servicios de transporte y comunicaciones, donde se evidencia el peso de los subsidios otorgados para contener los aumentos.6

Mostramos hasta aquí la dinámica de diversos precios desde la deva-luación. Ahora bien, para avanzar en el diagnóstico debemos identificar cuáles son las principales fuentes de los aumentos y, en particular, si diversas causas se encuentran operando con distinta intensidad en cada grupo de productos. A ello nos abocamos en la próxima sección.

La nueva inflación: la dinámica de los precios desde 2005

5. En el Gráfico Nº 3 la evolución del nivel general de precios y del precio de los alimentos hasta 2006 ha sido elaborada a partir de los datos del INDEC. Para los años 2006 y 2007 se han incluido los valores de la base de datos de la DEIE Mendoza. Las diversas estimaciones privadas para 2007 y 2008 también muestran, generalizadamente, que el incremento del precio de los alimentos se dio por encima del nivel general.6. El problema de esta política de subsidios es que -en un contexto de auge económico- para sostener un mismo nivel de subsidio por unidad transada la masa de transferencias debe mantener un ritmo creciente, dificultándose en consecuencia su persistencia. Ello puede agravarse si ante incrementos en los costos se decide ampliar el subsidio por unidad. El aumento de la masa de subsidios implicados en el sostenimiento de ciertos precios lleva a la necesidad de reexaminar las transferencias con el objetivo de disminuirlas sin afectar el poder adquisitivo de los sectores de menores ingresos.

0%

10%

20%

30%

40%

50%

60%

70%

2002 2003 2004 2005 2006 2006 M 2007 M

Nivel General Alimentos

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Los alimentos constituyen el rubro más destacado de la categoría de productos transables dentro de la canasta de consumo. En el Grá-fico N° 2 se mostró el ajuste prácticamente automático que tuvieron tras la devaluación los precios mayoristas de una clase sumamente representativa de las commodities: los cereales y las oleaginosas. Ahora bien, luego de tres años de relativa estabilidad, a partir de

2005 los precios de estos productos volvieron a mostrar un impor-tante incremento. En el período 2005-2007 (febrero) crecieron más de un 50%, lo que equivale a una variación superior en un 30% a la que tuvo el nivel general de precios mayoristas. Un efecto similar ocurre con las harinas, que en el mismo período aumentaron 30,7%, es decir, un 11% más que el nivel general (Cuadro N° 1).

El Cuadro N° 1 permite apreciar que varios rubros vinculados estrecha-mente a las exportaciones (cereales y oleaginosas, frutas y harinas), que para el año 2005 ya habían absorbido por completo los efectos de la devaluación sobre su precio local, recuperaron la tendencia alcista. Las causas de este proceso no resultan demasiado misteriosas. El princi-pal determinante es, pues, el incremento internacional de los precios de referencia, neto de los cambios en las alícuotas de retenciones. Algunos rubros se destacan por la contundencia de esta tendencia: es el caso del alza del precio mayorista de los cereales y oleaginosas. El precio del trigo FOB puerto de Buenos Aires creció un 89% en pesos, el maíz un 88%, la soja un 47% y el girasol un 39% entre 2005 y 2007. Es decir, en estos casos se trata fundamentalmente de una inflación importada como con-secuencia del vertiginoso crecimiento de los precios internacionales y del correspondiente ajuste de los precios locales.

En el caso del precio de la carne ocurre otro tanto, si bien con algunas diferencias. Aquí, al aumento en el precio de exportación se agregó que el mayor nivel de ventas externas generó una escasez relativa del producto a nivel local, lo que a su vez devino en un incremento adicional de los precios internos.7 En este caso, el gobierno ensayó, como medida anti-inflacionaria, una suspensión de las exportacio-nes y posteriormente la fijación de determinados límites físicos a las ventas al exterior. Ello dio por resultado que, durante el año 2006, el aumento del precio de la carne al consumidor estuviera contenido. Sin embargo, la medida involucraba una limitación de la producción a futuro y -ante la ausencia de un plan ganadero que implicara un incremento sustancial de la producción- la política no resultó soste-nible en el tiempo, tal como comenzó a observarse a partir de 2007 con nuevos incrementos en sus precios.

No todos los incrementos fuertes en los precios que se dieron en el período 2005–2007 se corresponden de manera tan directa con el aumento de los precios internacionales. En este sentido, sobresale el caso de la edu-cación, un servicio no transable por excelencia que muestra similitudes

con otros servicios, como los de salud. En este rubro, el incremento de precios tiene su origen en el sostenido crecimiento de la demanda, aún en un contexto de precios en ascenso, debido al aumento de la capaci-dad de compra de la población. En rigor, la posibilidad de incrementar el

2. Principales fuentes de la inflación actual en el país

Bienes y servicios no transables: reactivación económica, concentración de mercado y crecimiento de precios

Cuadro N° 1: Variación de los precios mayoristas del rubro alimentos y nivel general, 2005-2007 (febrero)En porcentaje

Fuente: Elaboración propia sobre la base de INDEC.

Rubro / RamaCódigo del rubro Var 2005-2007 Diferencia con nivel general

1

A

111

113

121

15

1511

152

1531

1542

1553

IPIM Nivel general

Primarios

Productos agropecuarios

Cereales y oleaginosas

Frutas

Ganado vacuno y leche

Alimentos y bebidas

Productos cárnicos

Productos lácteos

Harinas

Azúcar

Cervezas

19,8%

33,2%

26,0%

50,2%

63,8%

8,9%

18,9%

23,7%

10,4%

30,7%

9,7%

21,5%

-

13,5%

6,3%

30,4%

44,0%

-10,9%

-0,9%

3,9%

-9,4%

11,0%

-10,1%

1,7%

7. Para un análisis detallado sobre la evolución del precio de la carne, véase “El misterio del precio de la carne en la post-convertibilidad”, en Notas de la economía argentina, N° 1, CENDA, junio de 2006.

Productos transables e inflación importada: los precios internacionales y su efecto en el mercado interno

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8. El caso de las cuotas que cobran los establecimientos escolares de gestión privada ha suscitado cierta discusión con respecto al por qué de su incremento. Los propietarios de los estable-cimientos suelen señalar al incremento salarial como la causa por la cual aumentan la cuota que pagan los alumnos. Sin embargo, se debe considerar que estas instituciones maximizan su rentabilidad no tanto respondiendo directamente a sus variaciones de costos, sino mirando el precio máximo que pueden cobrar sin perder (demasiados) clientes. En tal situación, el incremento del poder adquisitivo de sus clientes les permite aumentar la tarifa, máxime ante la situación particular de dicho mercado: clientes que tienen un alto costo ante la eventualidad de un cambio de institución, falta de nuevos competidores y un apreciable deterioro de la acción del Estado como proveedor de educación.9. Para una discusión teórica más detenida de otras posiciones acerca del origen de la inflación se recomienda el artículo “El retorno de la inflación a la Argentina: un problema de salarios y ganancias”, en Notas de la economía argentina, N° 2, CENDA, septiembre de 2006

En líneas generales, como determinantes de la inflación actual se encuentran operando básicamente tres factores: i) la posibilidad de obtener ganancias extraordinarias en mercados con escasa compe-tencia y con recuperación de la demanda; ii) el incremento de los precios internacionales, los cuales se transmiten de diversa forma al mercado local; iii) la existencia de “cuellos de botella” en secto-res clave de la economía. Así, existen tres componentes diferentes que tienden a generar presiones inflacionarias sobre distintos tipos de productos, pero su conjunción genera la noción de un aumento generalizado de precios con causas presuntamente únicas. A ellos se ha agregado un cuarto componente –de carácter más transito-rio-, que se corresponde con el desabastecimiento originado a partir del conflicto con las entidades del sector agropecuario. En este con-texto, existe adicionalmente la tendencia a remarcar precios ante un cambio en las perspectivas futuras, dando lugar a un proceso aún más generalizado. Hasta aquí nuestro diagnóstico. Ahora bien, no es posible soslayar que en el debate económico sobre el tema se enfatizan también otros elementos como determinantes de la inflación actual, algunos de los cuales se discuten brevemente a continuación.9

En primer lugar, es frecuente escuchar posiciones que, proponiendo el mantenimiento de un tipo de cambio real competitivo, hacen par-ticular hincapié en los mecanismos de esterilización del ingreso neto de divisas al país generado por el superávit externo. Por ello, una parte importante de la discusión ha girado en torno a la posibilidad y/o capacidad del BCRA de absorber los pesos volcados al mercado como consecuencia de la compra permanente de dólares a la que se

ve forzado para mantener la paridad cambiaria. En última instancia, en dicha preocupación radica la idea de que la facultad de impedir que se inunde de pesos el mercado local es la clave para contener la evolución de los precios. Sin embargo, como vimos, el actual pro-ceso inflacionario no posee una relación indirecta con el nivel de tipo de cambio –como supondría el planteo acerca de la esterilización- sino que, en uno de sus componentes, es mucho más directa: los precios aumentan porque la paridad cambiaria establece un precio máximo local para algunas producciones que resulta muy superior al preexistente, amén de la presencia de estructuras de mercado fuertemente concentradas. Esto no implica negar que el problema inflacionario cobra relevancia a partir de la vigencia de un esquema de moneda local depreciada y, en este sentido, reconocer que la polí-tica de sostener un tipo de cambio elevado (en un nivel que permita una mayor competitividad de la industria) engendra presiones infla-cionarias que, probablemente, desaparecerían ante una revaluación de la moneda.

Desestimando los efectos directos del tipo de cambio sobre los pre-cios locales, ciertos autores atribuyen a la política monetaria soste-nida por el Banco Central la responsabilidad principal sobre el actual proceso inflacionario. Esta explicación posee severas falencias tanto en su aspecto práctico, al analizarse el comportamiento del sistema financiero en Argentina, como teórico, por cuanto implica hacer depender la inflación de la tasa de interés. En el plano empírico, debe señalarse que los datos muestran que la política monetaria ha sido más bien prudencial, con un crecimiento de M2 por debajo del crecimiento del PIB nominal desde el tercer trimestre del 2006

3. El debate en torno al aumento de los precios en la Argentina actual

precio de venta de estos servicios reposa no sólo sobre el mayor poder adquisitivo de los consumidores, sino también sobre una estructura de mercado muy poco competitiva y, adicionalmente, un marcado deterioro del servicio que presta el Estado –expresado en una escasa inversión en infraestructura, nuevas instalaciones, etcétera.8

Ante el fuerte cambio en los precios relativos suscitado original-mente por la devaluación, aparecen luego presiones inflacionarias motorizadas por la recuperación del poder adquisitivo de los con-sumidores en un contexto de estructuras oligopólicas en diver-sos mercados. Esta situación permite incrementar el precio local independientemente de los costos en los que se incurra para proveer el servicio. De esta manera, aumentos en la demanda en un escenario de mercados concentrados crean las condiciones para que se dé una suba de precios que posibilita que quie-nes ofrecen dichos servicios o productos incrementen su tasa de ganancia, más allá del nivel al que se encontrara en forma previa. En estos casos, el incremento de precios puede dar lugar a la apari-ción de ganancias extraordinarias considerablemente mayores a las vigentes en otras ramas de la economía.

Como elemento adicional que ha contribuido al aumento genera-lizado del nivel de precios, debe señalarse también el sustancial aumento de la demanda acumulado durante cinco años de expan-

sión, el cual ha generado presiones inflacionarias en el conjunto de la economía y, especialmente, en algunos sectores que presentan acentuados “cuellos de botella”. Si bien la capacidad productiva y la oferta de bienes y servicios también han crecido con dinamismo, no lo ha hecho a igual ritmo que la demanda agregada, generándose así un desacople intertemporal entre ambas variables en determi-nados sectores o segmentos productivos. En efecto, en el caso de la Argentina post-devaluación, pese a partirse de una situación donde existía una importante capacidad ociosa, la demanda agregada experimentó un crecimiento que en algunos sectores superó el ritmo de expansión de la oferta. De esta forma, dicho desacople ha provocado un incremento extra en el nivel de precios de ciertos productos. Finalmente, el prolongado conflicto con las entidades del sector agropecuario ha agravado el proceso inflacionario, al menos en el corto plazo. La situación de desabastecimiento –parcial o total- de diversos productos (entre los cuales se destacan los alimentos en general y el combustible), provocada por las medidas tomadas por el sector agropecuario en el contexto del conflicto por las retenciones constituyó, en lo inmediato, una fuente adicional de presiones inflacio-narias. Al momento de escribir este artículo, no resulta todavía posible analizar los efectos de mediano plazo del incremento de precios provo-cado por este componente, si bien es de presumir que sus efectos no se retrotraigan por completo ante la normalización de la situación.

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hasta el presente. En base a dichos datos no habría razón para sostener que ha existido una política monetaria expansiva, res-ponsable de la inflación.

Algunos otros autores refieren a la política monetaria como la res-ponsable de la inflación, analizando para ello ya no M2 sino el crédito disponible. En esta argumentación afirman que el crédito ha crecido demasiado, y que ello es lo que estaría provocando la inflación. Aquí debe decirse que es cierto que el crédito ha crecido en forma impor-tante, pero ello es lógico y esperable tras la gravísima crisis de 2001 y el consecuente piso en que se ubicó el crédito durante 2002. Por ello, es entendible que el crédito crezca más que M2 y, de hecho, ese mayor crecimiento es una señal de la recuperación del sistema financiero. Pretender que el crédito sólo crezca en la misma propor-ción que el PIB – y aplicar para ello una política sumamente restric-tiva con respecto a M2- es insostenible por cuanto asumiría como óptima la relación vigente en 2002 entre el crédito y el producto. No hay justificación que pueda mostrar que en plena crisis (que tuvo un componente financiero importante) la proporción del crédito con respecto al producto haya sido la más deseable. Por el contrario,

ante la súbita y drástica merma del crédito, es lógico suponer que luego, en la recuperación, el mismo crezca a un mayor ritmo que el PIB. No se trata éste de un fenómeno en sí mismo inflacionario, sino de una señal de la recuperación económica.

Por último, otras explicaciones tienden a hacer depender la infla-ción de un presunto excesivo incremento del gasto o del sostenido aumento de los salarios. Con respecto al gasto, debe decirse que esta posición, que ganó numerosos adeptos cuando el Estado tenía déficit presupuestario (y debía licuar dicho déficit por medio del impuesto inflacionario) carece en la actualidad de un sustento firme, toda vez que el superávit fiscal primario actúa como un aliciente importante en la contención de la inflación. Quienes adjudican a los aumentos salariales el incremento de la inflación, exponen que unos y otros crecen al unísono. Sin embargo, la inflación actual no se encuentra motorizada por un incremento de los costos, sino impulsada por la posibilidad de incrementar los precios en el actual contexto expansivo. En este sentido, el aumento de salarios sí puede incidir en la evolución de precios, pero sólo por medio de la mayor demanda que posibilita el incremento del poder adquisitivo.

Antes de avanzar en la exposición, es relevante caracterizar y evaluar los instrumentos implementados en el último quinquenio en materia anti-inflacionaria. En una primera fase, ante el rebrote inflacionario el gobierno de Kirchner aplicó una serie de medidas tendientes a controlar el incremento de los precios, fundamentalmente mediante la rúbrica de acuerdos con representantes de diferentes sectores económicos, tanto vinculados al ámbito empresarial (Cámaras) como laboral (Sindicatos) y, en segundo lugar, a través de la ampliación del régimen de retenciones a las exportaciones.

El primer antecedente relevante en materia de acuerdos y controles de pre-cios se remonta a marzo de 2004 y alcanzó –sin demasiado éxito- a la carne vacuna. Al año siguiente, ante la persistencia del problema, la estrategia oficial apuntó a negociar con diversos sectores, ganando protagonismo un área del gobierno que se encontraba virtualmente en desuso: la Secretaría de Comercio, a cargo de Guillermo Moreno.

Sin embargo, la falta de capacidad de control de lo pactado por parte del aparato estatal llevó –al cabo de casi dos años- a un cambio en la polí-tica pública, que comenzó a desechar los acuerdos de precios sectoria-les para negociar directamente con los grandes fabricantes y la cadena comercial.10 Así, en febrero de 2006 se firmaron por primera vez acuer-dos con los supermercados para mantener fijo el precio de más de 220 productos alimenticios, de tocador, bebidas y útiles escolares. Asimismo, se comenzaron a suscribir compromisos con empresas, estipulándose un esquema de estabilidad de precios hasta finales de ese año, aunque con la posibilidad de revisar bimestralmente la estructura de costos de cada sector, dejando abierta la posibilidad de que se incrementaran los precios si se confirmaba la suba de costos. Estos acuerdos de precios tenían la particularidad de que no involucraban la difusión de ningún precio concreto, sino que solamente se explicitaba que determinados productos tenían un precio “acordado con el gobierno”. De esta manera, los consumidores no podían conocer, y por tanto constatar, el cumpli-miento de lo acordado, lo cual se agregaba a la falta de capacidad del

Estado para hacerlo. Desde ya, estos precios podían incluso variar, por ejemplo, entre cadenas de supermercados.

Tan sólo un mes después, en marzo de 2006, se produjo un nuevo cambio en la estrategia oficial con la difusión por parte del gobierno de una lista de 351 productos que fueron englobados en un acuerdo con los supermercadistas, para los cuales se fijó una banda de precios mínimos y máximos que debían respetarse hasta finales del año, aunque también estaban sujetos a revisión cada dos meses. A partir de esa fecha se firmaron otros acuerdos, dándose a publicidad los precios acordados, que tendieron a convertirse en un único valor, abandonando la situación inicial donde la banda de variación era considerablemente amplia.

Simultáneamente, como parte de los mecanismos de control de precios, el gobierno participó activamente en las negociaciones salariales llevadas a cabo por los representantes de las principales organizaciones de los traba-jadores, asegurándose la fijación de techos en los incrementos de las remu-neraciones regidas por los convenios colectivos de trabajo. El objetivo era consensuar con los sindicatos pautas de aumentos salariales “moderadas y prudentes”, procurando evitar una “espiral de precios y salarios”.

Otro instrumento de la estrategia gubernamental para contener la infla-ción fueron los derechos de exportación. Luego de haber sido amplia-mente utilizados en diversas experiencias previas a lo largo de la historia económica argentina, las retenciones fueron reimplantadas o incremen-tadas en marzo de 2002 durante la presidencia de Eduardo Duhalde.11 En abril de ese mismo año se estableció una alícuota considerablemente general del 20% para los productos agrícolas pampeanos, siendo para el caso del grano de soja de 23,5%. Entre ese momento y enero de 2007 dicha alícuota no se modificó a pesar de la marcada tendencia alcista de los precios internacionales (y su evolución diferencial por producto), lo que acotó el efecto de los derechos de exportación como medida anti-inflacionaria. En efecto, entre el 2005 y enero de 2007, los diversos productos agropecuarios (principalmente agrícolas) presentaron alzas significativas de

10. Esta política presenta ciertos dilemas en el mediano plazo ya que puede tener un efecto concentrador (de la producción y/o las ventas) al propagandizar que sólo las grandes empresas tienen los precios abaratados. De darse este proceso, podría implicar a futuro mayores márgenes y en consecuencia mayores precios. 11. Este instrumento se aplicó, bajos diversos esquemas y alícuotas, durante prácticamente toda la historia económica argentina. Podría considerarse como “el primer impuesto argentino”, cobrado por la Aduana de Buenos Aires desde la independencia y extendido durante la fase agroexportadora (1862-1888, 1890-1905 y 1918-25). Fueron especialmente importantes en la etapa de industrialización, entre 1945 y 1977, y durante la década de 1980. En los noventa fueron muy bajas (3,5% para los productores de grano de soja), por la apropiación de excedente agropecuario que, de hecho, implicó la sobrevaluación cambiaria.

4. Pasando revista a la política anti-inflacionaria del kirchnerismo

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12. Para el trigo y el maíz se tomaron precios “Golfo de México”, mientras que la soja refiere al precio “Chicago”.13. Este mecanismo puede aplicarse en el mercado de naftas, insistimos, porque resulta relativamente sencillo controlar su precio interno. Sin embargo, con un compor-tamiento maximizador de ganancias, las empresas están siempre dispuestas a romper el acuerdo referido al precio interno, incrementándolo, si se mantiene constante la alícuota del impuesto y el gobierno no observa el rompimiento del acuerdo referido al precio interno. Por ello, la visibilidad de dicho precio es lo que actúa como garantía de cierto cumplimiento del acuerdo. Aún así, aparecen otros incentivos, ya no a incrementar el precio local, sino por ejemplo a desabastecer el mercado con el objetivo de exportar un volumen mayor. Por ello, en este mercado no sorprende encontrar un tira y afloje casi permanente entre las empresas y el Estado, con respecto a si hay o no des-abastecimiento y en quién radica la responsabilidad. El conflicto con las entidades agropecuarias ha agudizado este problema de manera notable cuando el corte de rutas ha tenido fuerza. Por otra parte, las empresas petroleras han buscado cargar una parte importante del menor precio interno en los estacioneros, que, o bien han visto reducido su margen de comercialización, o bien han sumado adicionales al precio para mantener un determinado nivel de ganancia. En este contexto donde parte del menor costo de la nafta se debe a una menor ganancia de las estaciones de servicio, no sorprende encontrar una fuerte reducción en su cantidad, en el marco de un significativo proceso de concentración de las actividades de comercialización.

precios. Muchos incrementaron fuertemente sus precios (en dólares) en períodos relativamente cortos, dentro de una tendencia alcista más general. Así, el arroz aumentó en los mercados internacionales un 39,1% entre enero de 2004 y enero de 2005; el trigo lo hizo en un 40,7% entre julio de 2005 y julio de 2006; el maíz incrementó su precio un 42,4% entre agosto y noviembre de 2006; y, finalmente, la soja aumentó un 39,5% su cotización entre noviembre de 2006 y febrero de 2007.12 Pese a que el grueso del aumento de precios se dio entre 2005 y fines de 2006, en dicho período solamente se incrementó la alícuota correspondiente a la exportación de carne, mientras que se retocaron ligeramente otras tasas pero, en general, hacia la baja.

De esta forma, a comienzos de 2007 la inflación ya se había convertido en una cuestión central en la agenda de problemas del gobierno, aunque las medidas implementadas para controlarla hasta entonces se mostraban ineficaces o –en el mejor de los casos- presentaban un alcance sumamente limitado. En este contexto, la decisión política del kirchnerismo fue barrer la basura bajo la alfombra y ocultar una realidad que amenazaba con poner en riesgo tanto las bases del modelo económico como la hegemonía política del oficialismo. A tal fin, dispuso la intervención del Instituto Nacional de Estadís-tica y Censos (INDEC) y, concretamente, la manipulación del IPC, el principal indicador de la evolución de la tasa de inflación. Desde entonces, las cifras oficiales respecto de la dinámica inflacionaria perdieron progresivamente credibilidad, hasta el punto de hallarse completamente desvirtuadas en la actualidad. El efecto deseado, presumiblemente, fue contener las expectati-vas inflacionarias de los agentes económicos y los reclamos salariales de los trabajadores disfrazando la real magnitud del fenómeno.

Junto con la intervención del INDEC se produjeron algunos cambios relevantes en la política anti-inflacionaria. En enero de 2007 la alícuota del derecho a exportación de la soja se incrementó un 4%, quedando estable durante prácticamente todo el año (con niveles de 27,5% y 24% para el caso del aceite y los subproductos de soja, respectivamente). En noviembre de ese mismo año, la retención al grano se incrementó un 7,5% alcanzando un nivel de 35%. El 11 de marzo último, el enton-ces Ministro de Economía Martín Lousteau anunció el polémico nuevo esquema de retenciones móviles, medida que desencadenó un extenso conflicto con el agro que fue uno de los principales motivos de la salida de su mentor del gobierno –y de la aceleración de la inflación como resultado del desabastecimiento-.

Para ciertos productos, las dos principales medidas anti-inflacionarias utilizadas por las administraciones de Néstor Kirchner y Cristina Fernández se emplearon de forma conjunta, complementándose la política de retenciones con los acuerdos de precios internos. Este es el caso de determinados combustibles. Tanto en el petró-leo como en las naftas una parte de la producción se exporta y otra se destina a un mercado local sumamente concentrado (con pocos productores y también pocos productos), por lo cual su control es relativamente sencillo. La política del gobierno consistió en negociar un precio relativamente más bajo para el mercado interno, a cambio de no incrementar las retenciones. El Gráfico Nº 4 permite apreciar que el precio de la nafta en el mercado local varió considerablemente menos que el precio internacional del petróleo descontada la retención. Así, bajo ciertas estructuras relativas de precios y costos, a las empresas del sector les convino aceptar vender localmente más barato, para poder obtener un mayor ingreso de las exportacio-nes.13 Cabe reconocer no obstante que éste es un caso especial, que tiene su razón en la estructura particular del mercado en cuestión.

Gráfico N° 4: Precio internacional del petróleo en moneda local, precios al consumidor nivel general y precios de la nafta Shell, 1999-2008

En números índice 1999 = 100

* Dada la poca confiabilidad que presentan los guarismos oficiales correspondientes al precio minorista de la nafta y los lubricantes para 2007 y 2008, en este gráfico se presentan datos de elaboración propia. Se ha elaborado un índice de precios de la nafta Shell basado en la evolución del precio en la Ciudad de Buenos Aires para la nafta súper. Puede apreciarse que este indicador guarda considerable similitud con el índice de precios minorista de las naftas y lubricantes para el período 1999–2006, justificándose por ello su utilización para el período 2007-2008.Fuente: Elaboración propia en base a EIA, INDEC y CENDA.

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En el caso de la carne vacuna, las políticas del gobierno incluyeron una serie considerablemente diferente de medidas. Por un lado, se aplicaron retencio-nes, aunque a una tasa menor respecto de otros productos del agro –como la soja- y el petróleo. Con anterioridad se habían aplicado suspensiones de las exportaciones, luego cupos y luego un mecanismo de precios acorda-dos de algunos cortes. Sin embargo, ciertas características de la produc-ción ganadera –y agropecuaria en general- difieren sustancialmente de la

producción petrolera. En el caso de la ganadería, el menor precio obtenido por el ganado puede llevar al abandono de la actividad y su sustitución en el mismo predio por otra producción (típicamente soja). Las limitaciones de las acciones realizadas por el Estado para abordar la contención del precio local de la carne, en un mercado de mayor complejidad que el de las naftas, determinó que el incremento en sus precios fuera considerablemente mayor al que tuvo el combustible.

El Gráfico N° 5 permite apreciar que el precio de la carne en el mer-cado de Liniers se incrementó muy por encima del precio de la nafta en el mercado local. Sin embargo, dicha comparación es parcial si no se contempla también el cambio en los precios mundiales que se dieron en tales productos. Comparando la evolución del precio de la nafta con el precio internacional del petróleo, se observa que

por cada incremento de 1% en el precio internacional del petróleo (expresado en pesos), el precio local de la nafta aumentó 0,148% considerando todo el período 2001-2007. En el caso de la carne ese valor es sustancialmente mayor: por cada aumento del 1% en el precio internacional de la carne vacuna (expresado en pesos), el precio en el mercado local creció 0,915%.14

Recapitulando, pese a que discursivamente el problema fue siste-máticamente negado desde las esferas gubernamentales, la gestión económica kirchnerista desarrolló políticas anti-inflacionarias acti-vas. Las principales medidas del gobierno tendientes a reducir la inflación han sido el control y/o acuerdo de precios y las retenciones. Dentro de los controles de precios, se incluye también la fijación de una pauta máxima de ajuste salarial acordada en el marco de la firma de determinados convenios de trabajo con gremios que fun-cionaron como “orientadores” de las acciones del resto. Adicional-mente, ha existido una política de prohibición o limitación física de las exportaciones (por ejemplo de carne vacuna), que podría consi-derarse como una medida anti-inflacionaria adicional. Como última

herramienta pueden mencionarse también los subsidios otorgados a diversas producciones y servicios para que no incrementen sus precios o tarifas.15

En definitiva, en la experiencia argentina reciente no ha existido un único instrumento anti-inflacionario sino un cóctel de medidas que, como está a la vista, no ha arrojado resultados demasiado alenta-dores. En rigor, la complementación de las retenciones con controles de precios, o bien directamente éstos, muestran un diverso grado de efectividad, dependiendo de las características específicas de cada mercado en cuestión. Pero el problema de la falta de resultados no se encuentra enteramente en las medidas implementadas en sí

Gráfico N°5: Precio de la nafta, carne vacuna e IPC, 1999-2008En números índice 1999 = 100

* 2008: corresponde a abril.Fuente: Elaboración propia en base a CENDA, INDEC y Mercado de Liniers.

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Indice nafta Shell

IPC

Precio en mercado de Liniers

5. Algunas consideraciones acerca de los requisitos de una estrategia anti-inflacionaria

14. En el caso de la carne vacuna existen en el nivel mundial mercados diferenciados con precios distintos, que por lo tanto evolucionan de distinta manera. Aquí se ha considerado el caso de la carne vacuna magra, para los mercados de Oceanía (Fuente MECON). Otros indicadores dan valores similares.15. En los casos de los servicios públicos concesionados, en numerosas ocasiones se ha negociado, en los hechos, una menor suba de las tarifas a cambio de aceptar menores niveles de inversión o de no aplicar multas por los incumplimientos en los que habían incurrido los concesionarios.

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mismas sino, ante todo, en las características desarticuladas, inco-nexas, poco creíbles e ineficientes de las políticas aplicadas, que trajeron como consecuencias negativas más notorias las protestas y el lock out del sector agropecuario, episodios de desabastecimiento y transferencias arbitrarias de recursos a distintas industrias a través de un sistema cada vez más complejo y sobredimensionado de subsidios. Mientras tanto, los precios continúan en franco creci-miento y los sectores de la población de menores recursos sufren una constante pérdida de poder adquisitivo y de calidad de vida.

Teniendo en cuenta la naturaleza de la inflación argentina, es fundamental concebir una política anti-inflacionaria coherente y articulada. Ello incluye la acción combinada del Estado en varios frentes. Dado que se trata de un fenómeno que tiene un fuerte componente importado, la existencia de una brecha entre el precio internacional y el precio local debería ser un objetivo fundamental de esa política. A tal fin, las retenciones constituyen un instrumento que –bien aplicado- es sumamente efectivo, más allá de que en la actual coyuntura la posibilidad de profundizar su utilización se encuentra cuestionada.16 En igual sentido, los controles de precios en mercados fuertemente concentrados también deberían ser man-tenidos (aunque de modos y en condiciones sumamente diferentes a las actuales), en la medida en que la ausencia de competencia y disciplina del mercado lleva a la obtención de ganancias extraordi-narias a expensas de la capacidad adquisitiva de los consumidores. Por último, la necesidad de incrementar la oferta es sin duda un elemento necesario en una política anti-inflacionaria, aún cuando sus resultados son de mediano plazo. Esta política interpela al Estado con respecto a cuál debe ser el rol a asumir. En trabajos anteriores hemos remarcado el papel que debe jugar el Estado como promotor y orientador de la inversión tanto pública como privada. Esto se pone de manifiesto ante la presencia de diversos “cuellos de botella” en industrias estratégicas y, especialmente, en secto-res de infraestructura, que deben ser rápidamente superados (ello incluye la producción energética y la infraestructura en transporte). Asimismo, y dado el importante incremento en el precio de servicios como la educación privada, el Estado debe asumir de forma enérgica un proceso de mejora y expansión de la oferta educativa, con la consiguiente construcción de nuevos establecimientos e incremento de la calidad del servicio.

Más allá de las limitaciones de las políticas implementadas hasta el momento, la particular naturaleza de la actual inflación en el país implica descartar las tradicionales recetas ortodoxas. Es habitual

que desde el campo de la teoría neoclásica se sostenga que frente al problema inflacionario se debe aplicar siempre la misma receta: una política fiscal y monetaria contractiva.17 Sin embargo, en el actual contexto, políticas de esta índole están destinadas de ante-mano al fracaso, toda vez que entre los factores que impulsan la inflación local se destaca especialmente la inflación internacional. Es en vistas de esto que el premio Nobel Joseph Stiglitz ha seña-lado recientemente que: “los altos precios internacionales de los alimentos y la energía generan inflación a nivel mundial, que en los países en desarrollo es mayor porque sus economías dependen de esos sectores. Pero aumentando las tasas de interés, no se solucio-naría el problema. Hay una inflación importada que existiría de todos formas” (El Cronista Comercial, 16/06/2008).

Algunos autores muestran que la inflación en Argentina ha sido superior a la de otros países de modo de argumentar que se debe a razones estrictamente internas. En realidad, la diferencia en la variación en el índice general de precios entre distintos países depende de varios factores, entre los que se incluye, en primer lugar, la composición de la canasta de bienes que se utiliza para la cons-trucción de dicho indicador. Pero, más allá de este aspecto sobre la construcción del índice, la diferencia en la variación general de precios puede estar dada por el grado de éxito que tiene cada país en aislar los precios internos de la evolución de los precios inter-nacionales. Este proceso no depende de medidas únicas adopta-das, sino que guarda una estrecha relación con las características específicas de la producción y la comercialización de commodities en cada país. Concretamente, los instrumentos más efectivos son distintos si, por ejemplo, se trata de un país exportador o importador neto de alimentos. Por lo tanto, este argumento carece de relevancia cuando se comparan países con estructuras productivas y patrones de especialización sustancialmente diferentes.

En conclusión, las circunstancias de la economía mundial imponen un enorme desafío a la política anti-inflacionaria, que debe orien-tarse fundamentalmente a mitigar los efectos sobre los precios internos de fenómenos de una naturaleza completamente distinta a otros procesos inflacionarios de la historia argentina. La produc-ción de estadísticas confiables por parte del Estado es un primer paso imprescindible para la evaluación de la realidad del fenómeno y para el diseño de cualquier política en ese sentido. No obstante, el verdadero problema en materia de lucha contra la inflación es esta-blecer un sistema eficiente y abarcativo de medidas que ataquen las principales causas del fenómeno.

16. Las retenciones a las exportaciones son un instrumento admitido por la Organización Mundial del Comercio (OMC) y utilizado por un tercio de sus naciones miembro. Casi cincuenta economías en el mundo aplican impuestos específicos a las exportaciones de arroz, café, carbón, aceites, bananas, avellanas, maderas y diamantes en bruto, entre otros. Algunos ejemplos destacados son Turquía, India, Malasia, Indonesia, Tailandia, Sudáfrica, Costa Rica y Colombia. Recientemente, ante el fuerte incremento del precio internacional de los alimentos, un gran número adicional de países adoptaron medidas tendientes a desacoplar los precios locales de los precios internacionales. Así, por ejemplo, en China el 1º de enero de 2008 el gobierno estableció derechos de exportación del 20% para el trigo, la cebada y la avena, e implantó también derechos de exportación para la soja, el arroz y el maíz, entre otros. La Federación Rusa, por su parte, incrementó los derechos de exportación del trigo del 10 al 40% (FAO, 2008).17. En los hechos, la existencia de un nivel de superávit del sector público que no registra antecedentes en la historia argentina es de por sí una manifestación de una política fiscal restrictiva.

FIN

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El complejo automotriz argentino: las terminales a la promoción y el desarrollo industrial al descenso

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El patrón de crecimiento adoptado tras el colapso del régimen de Convertibilidad ha permitido una extraordinaria recuperación de la producción manufacturera, tras casi treinta años de desmante-lamiento de la estructura productiva. En una primera etapa, esta expansión fue liderada por los sectores sustitutivos de importacio-nes, en tanto los sectores manufactureros orientados al mercado externo mostraron, a diferencia de la década del noventa, una menor tasa de crecimiento relativo. En efecto, al analizar la evolu-ción de las distintas ramas que componen el sector manufacturero se observa que aquellas que destinan la mayor parte de su pro-ducción al mercado interno registraron un crecimiento del 63,5% entre 2002 y 2005, mientras que aquellas que destinan más del 35% de su producción a los mercados externos crecieron en idéntico período un 31,1%. Este comportamiento diferencial hacia dentro del sector manufacturero se explica por la extraordinaria recuperación de los sectores sustitutivos ante la devaluación de la moneda, pero también por el reducido nivel que había alcanzado la producción en estos sectores como consecuencia del proceso de apertura y sobre-valuación cambiaria previo.

Un giro en este patrón tuvo lugar en el año 2006. Desde entonces, el crecimiento de las ramas de orientación mercado internista se fue desdibujando ante la paulatina apreciación del tipo de cambio y la elevación de los salarios reales. Como resultado, a diferencia de lo acontecido durante la primera fase de la post-Convertibilidad, en los años recientes fueron los sectores tradicionales de la industria manufacturera quienes han vuelto a liderar la expansión. Este com-portamiento deja en evidencia los límites a los que se enfrenta el actual patrón de crecimiento y como la política industrial basada en el tipo de cambio resulta insuficiente como medida de fomento.1

En este contexto, no resulta sorprendente que uno de los sectores que lideró el crecimiento de la industria manufacturera en los últimos años haya sido el automotriz, el cual se expandió incluso durante la vigencia del régimen de Convertibilidad. La evidencia es contundente: el valor bruto de producción en el complejo automotriz creció al 3,0% anual acumulativo durante la Convertibilidad, mientras que el conjunto de la industria manufacturera crecía sólo al 0,3% anual. En tanto, en la post-Convertibilidad este complejo incrementó su producción al 21,4% anual superando la expansión registrada en la inmensa mayoría de las ramas industriales. Se trata de un complejo productivo medular en la estructura fabril local y, además, prácticamente el único sector industrial amparado por la política estatal a través de un régimen de protección especial.

En el presente artículo se caracteriza la trayectoria del sector automo-triz desde el año 2002 a la actualidad y se analizan su desempeño y sus perspectivas. Tres cuestiones nos interesan especialmente. Por una parte, estudiar las consecuencias en materia de producción, empleo, comercio exterior y desarrollo tecnológico del régimen especial de protección vigente en el sector. Se discute en particular si los argu-mentos esgrimidos en torno a la necesidad de subsidiar al complejo automotriz justifican –o no- el costo implícito en dicho régimen para el conjunto de la economía argentina. Un segundo eje del artículo indaga acerca de las perspectivas del complejo automotriz local en el marco de las transformaciones sectoriales registradas a nivel global y, también, en el ámbito regional. Se analizan las estrategias recientes en la cadena global de valor automotriz y las limitaciones y oportunidades que brinda el MERCOSUR para la producción domés-tica. Finalmente, se evalúa la política estatal dirigida al sector y se delinean los principios que, desde nuestra perspectiva, debieran conforman una verdadera política industrial automotriz.

1. Regulación y desempeño del complejo automotriz argentino

La configuración actual del sector automotriz es el resultado de una extensa serie de políticas implementadas con el fin de promover su crecimiento. Los motivos que llevaron a otorgar distintos tipos de incentivos a este sector han estado vinculados, en mayor o menor medida, a tres objetivos: la generación de empleo, el ahorro de divisas y el desarrollo tecnológico. En efecto, el complejo es habi-tualmente caracterizado como un importante demandante de fuerza de trabajo, tanto de manera directa como indirecta. Asimismo, en términos de comercio exterior, se supone que la producción local tiende a sustituir las importaciones de autos y, en la medida de lo posible, a expandir su exportación, todo lo cual debiera reflejarse en un menor requerimiento de divisas. Por último, se asume que el relativamente alto contenido tecnológico involucrado en la pro-ducción automotriz requiere de un esfuerzo innovador que no sólo involucra a las terminales sino también a sus proveedores, por lo cual derramaría en el entramado productivo local.

Las regulaciones vigentes en la actualidad tienen como antece-dente el régimen automotriz establecido en el año 1991 (Decreto N° 2.677). En aquella oportunidad, haciendo caso omiso de las

normas de la Organización Mundial de Comercio (OMC), se pro-tegió a las terminales del sector de la competencia externa al establecerse una suerte de reserva de mercado mediante diver-sos instrumentos: cupos de importación, límites al contenido de piezas importadas, obligatoriedad de incorporar autopartes de fabricantes independientes y restricciones al comercio exterior, en cuyo seno las importaciones debían ser compensadas con exportaciones o con inversiones, para poder así acceder a aran-celes diferenciales.

En el año 1994, como resultado de la negociación sectorial en el ámbito del MERCOSUR, el régimen sufrió ligeras modificaciones. Particularmente se alteraron aspectos que afectaron negativa-mente al sector autopartista local, ya que las piezas importadas desde Brasil pasaron a considerarse locales siempre que fueran compensadas con exportaciones. Frente a este nuevo escenario, en el año 1996 se sancionó el Régimen Autopartista (Decreto N° 33), en virtud del cual estos fabricantes también fueron benefi-ciados con aranceles preferenciales siempre que mantuvieran un flujo de comercio compensado.

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1. Para un estudio del conjunto de la política industrial en la fase 2002-2007 se sugiere revisar el artículo “¿Y dónde está el piloto? El crecimiento de la industria sin política industrial” publicado en CENDA, Notas de la economía argentina, N° 4, diciembre 2007.

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A fines de la década del noventa, el acuerdo fue nuevamente refor-mulado, tanto en lo referido al comercio externo como intra-zona. Respecto al primero, se determinó la suba de los aranceles a los niveles máximos consolidados en la OMC para la mayoría de los vehículos y también se incrementaron los de las autopartes (a excepción de aquellas no producidas localmente). A la vez, se esta-bleció un comercio bilateral administrado a través de un coeficiente llamado flex, que determina cuantas importaciones pueden ingresar con arancel de 0% por cada dólar exportado.2 En concreto, se pro-ponía un cronograma con valores crecientes del hasta llegar, en el año 2006, a un régimen de libre comercio. Para ello, los automóviles debían cumplir un requisito de contenido regional del 60% (que para los nuevos modelos era menor en los primeros años). Como fomento al sector autopartista, se limitó el contenido máximo importado para un grupo determinado de vehículos, con metas de exigencias crecientes.

Al acercarse la fecha de liberalización del comercio intra-zona, el gobierno argentino alentó una nueva negociación del acuerdo. Así, en junio de 2006 se acordó mantener el intercambio bilateral com-pensado, pero retrotrayendo el flex a valores inferiores a los del año 2002, alcanzando los parámetros de 2,10 para 2006 y de 1,95 hasta junio del año 2008, un nivel sensiblemente inferior al que estaba vigente antes de la negociación (en el año 2005 era de 2,60). A la vez, se eliminaron los requisitos de contenido local mínimo, cuyo impacto negativo sobre el sector autopartista intentó ser morigerado con el Régimen de Incentivo a la Competitividad de las Autopartes Locales. Este régimen fue instaurado un año antes de la entrada en vigencia del nuevo acuerdo y otorga reintegros por la compra de piezas locales a las terminales con plataformas nuevas. Por último, no se pusieron plazos para liberar el comercio y se estableció que la continuidad del régimen se establecería al vencer este acuerdo.

La nueva propuesta establece un flex asimétrico, más favorable para Argentina (se mantiene en 1,95 mientras que para Brasil se eleva a 2,50), permitiendo que nuestro país incremente proporcio-

nalmente más sus exportaciones por cada dólar de importaciones. A la vez, entra en vigencia un cronograma de convergencia para liberar el comercio del MERCOSUR en el año 2013, siempre que se cumplan ciertas condiciones de desempeño -aún no especifica-das-. Nuevamente no se determinaron requisitos de contenido local mínimo, excluyendo así al sector autopartista de una protección parti-cular. A cambio, existen manifiestas intenciones de prorrogar el régimen de incentivo a las compras de autopartes locales, que vence este año y que, hasta el momento, ha sido usufructuado por unas pocas terminales (recientemente se oficializó el primer reintegro, a la empresa Toyota).

Teniendo en cuenta el esquema especial vigente para el sector auto-motriz, merece la pena preguntarse si su desempeño se ha dado en un marco de crecimiento consistente con los objetivos declamados para justificar la protección vigente. ¿Se expandió la producción, se ha multiplicado la generación de divisas, se ha avanzado en mate-ria de innovación tecnológica y organizacional? ¿Se ha alcanzado el objetivo de generación de empleo? A continuación se analizan uno a uno estos aspectos con el fin de evaluar la contribución de conjunto de la expansión reciente del sector automotriz.

En materia de producción de automóviles, los últimos cinco años han evidenciado un comportamiento fuertemente dinámico de las firmas del sector, produciéndose en 2007 más de 550 mil unidades, un nivel que supera el récord previo de 450 mil unidades registrado en 1998. En cuanto a las exportaciones los datos referidos a este último lustro también han sido de los más destacados en la historia de la industria automotriz local. En efecto, desde la devaluación de la moneda se registró un significativo incremento en las exportaciones del complejo automotriz que pasó de exportar 1.700 millones de dólares en 2002 a más de 5.000 millones de dólares en el 2007. Sin embargo, dicha expansión no se tradujo en una mejora en el saldo comercial del sector. Por el contrario, en los últimos años persiste, y se agudiza a medida que se incrementa el volumen de producción, el comportamiento fuerte-mente deficitario registrado en el balance comercial sectorial.

2. De esta manera, cuanto más alto sea el valor del flex más abierto está el comercio externo a las importaciones.

Gráfico N° 1: Saldo comercial del complejo automotriz argentino, 1993-2006En millones de dólares corrientes

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Saldo TerminalesSaldo Autopartes

Fuente: elaboración propia en base a datos de CEP-INDEC.

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En el caso de las terminales, en los años posteriores a la devaluación se logró recomponer tanto el nivel de producción como de exportacio-nes a un ritmo récord. No obstante, como la demanda interna tuvo una reacción más potente, a partir de 2004 se revirtió el superávit comercial de los años de crisis (2001 y 2002) y reapareció un saldo externo negativo. Por otro lado, para el sector de autopartes, la nece-sidad de proveer a las terminales de los insumos necesarios para la mayor producción de vehículos también ha funcionado como un ele-mento de peso en la demanda de mayores componentes importados, lo que explica parte importante del crecimiento reciente del déficit comercial en el sector. En suma, y a excepción de los años de la crisis, tanto en terminales como en autopartes el saldo comercial ha sido estructuralmente negativo durante los últimos quince años, con lo que el complejo en su conjunto ha funcionado como un demandante neto de divisas en lugar de convertirse en un sector generador de las mismas (Gráfico N° 1).

A su vez, el avance sostenido de la producción automotriz tampoco se ha visto fortalecido con un mayor esfuerzo en términos de cambio tec-

nológico y organizacional a partir de la realización de actividades de innovación al interior de las firmas (dentro de las cuales se inscribe la investigación y el desarrollo (I+D)). Estas actividades son especial-mente relevantes si se aspira a realizar adaptaciones de productos o procesos internamente o, directamente, a desarrollar y lanzar nuevos productos al mercado. Pero la información disponible revela que hacia el año 2004 los esfuerzos realizados por la industria auto-motriz argentina en materia de gastos de I+D en relación con sus ventas fueron muy poco significativos (0,45%), especialmente en relación con los efectuados por otros sectores industriales, tales como maquinaria y equipo e instrumentos de precisión (Cuadro N° 1)3 . Más aún, el sector automotriz –a diferencia de los sectores mencionados- exhibió una intensidad decreciente en sus esfuerzos innovativos medidos en términos de gastos en I+D. Al mismo tiempo, si se comparan los datos del sector automotor vernáculo con los esfuerzos de algunas compañías automotrices internacionales (cuyas filiales también operan en Argentina), se observa que el gasto en I+D en relación con las ventas del com-plejo nacional es definitivamente insignificante.4

Otros datos disponibles confirman esta tendencia. Por ejemplo, del total de empleados dedicados a realizar actividades de innovación durante 2004 (último año con información), los empleados del sector automotriz que han participado de este tipo de actividades sólo representaban el 9% del total. Por el contrario, sectores indus-triales tales como petroquímica, alimentos y bebidas, y maquinaria y equipo tuvieron mayores niveles de participación sobre ese total de empleados (22%, 18% y 16%, respectivamente). Con todo, las

evidencias vinculadas a los esfuerzos innovativos del complejo auto-motriz argentino, salvo alguna excepción en los años recientes (caso Peugeot-PSA con las adaptaciones locales para Peugeot 307 y Citroën C4), resultan muy pobres en materia de desarrollo de nuevos produc-tos y/o procesos y de participación de la fuerza de trabajo local. Estas evidencias dejan al desnudo el escaso nivel de relevancia de la plaza local en la estrategia innovativa de las corporaciones automotrices internacionales.

Cuadro N°1: Comparación del gasto en I+D / ventas del sector automotriz con otros sectores seleccionados a nivel nacional, 2002 y 2004

En porcentajes

Fuente: elaboración propia en base a datos de INDEC y SECYT.

20042002 Sectores industriales argentinos

Automotriz

Maquinaria y equipo

Instrumentos de precisión

Industria argentina

Economía argentina

0,74%

0,69%

0,80%

0,18%

0,39%

0,45%

1,80%

1,14%

0,20%

0,44%

3. La literatura internacional referida a los esfuerzos en materia de innovación sostiene que, para que los mismos generen cambios sustanciales en el proceso de modernización de productos y procesos, los gastos en I+D deben ser, como mínimo y más allá de ciertas consideraciones de carácter sectorial, superiores al 1% del total de facturación y, en el caso de los países emergentes, superiores al 1% del PBI. El complejo automotriz argentino no evidencia estar en sintonía con este conjunto de parámetros internacionales.4. En efecto, el gasto en investigación y desarrollo realizado por las principales empresas automotrices a nivel mundial es mucho más significativo que el efectuado por las mismas en nuestro país. En el 2002, Ford Motor destinaba el 4,7% de sus ventas a tareas de I+D, en tanto dicha participación era del 4,1% en el caso de Daimler-Chrysler, de un 4,2% en Toyota Motor Company, de un 3,1% en General Motors, de un 3,3% en Volkswagen y de un 5,5% en Honda Motor (Fuente: National Science Foundation (USA)).

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Cuadro N°2: Empleo, producción y productividad en la industria automotriz, años seleccionados

Fuente: elaboración propia en base a datos ADEFA, López y Arza (2007) y Ministerio de Trabajo (2006).

Finalmente, en materia de generación de empleo en la industria auto-motriz, si bien es cierto que tanto el sector de terminales, en particular, como el complejo, en general, han incorporado trabajadores durante los últimos tres o cuatro años, la comparación del escenario actual con las décadas pasadas indican que el sector ha tenido un fuerte proceso de destrucción de puestos de trabajo (Cuadro N° 2).5 Durante 1974, el sector de terminales ocupaba unas 57 mil personas e, incluso en años de fuertes turbulencias “macro”, como 1981 y 1990, el sector

llegó a contar con un piso mínimo de 18 mil ocupados. En cambio, para el año 2006, los datos disponibles indican que el sector cuenta con un plantel total de 19 mil puestos de trabajo, que producían 432 mil vehículos al año. Esta mejora en la productividad física (70,4% entre 2002 y 2006) indica que el sector ha sido capaz de crecer sostenida-mente a partir de la devaluación sobre la base de la reorganización del proceso productivo y del aprovechamiento de escalas y equipamiento, sin necesidad de incrementar a la par su plantilla laboral.

Otro indicador de la pérdida de importancia del sector automo-triz como generador de empleo (directo e indirecto) es el peso relativo del empleo sectorial en relación con el empleo manufac-turero (Gráfico N° 2). Si bien a partir del año 2004 se ha logrado revertir la tendencia a la caída de la participación del empleo automotor en el total industrial (tanto en terminales como en autopartes), aún no se ha recuperado el nivel alcanzado en los años previos al comienzo de la recesión de 1998. Detrás de este

proceso de contracción del empleo automotriz se encuentran los fuertes cambios ocurridos al interior del esquema de produc-ción (automatización de funciones y reorganización de proce-sos), la reconfiguración en el número de jugadores en el sector y el intenso proceso de reemplazo de componentes locales por importaciones. Estos elementos reafirman la característica poco virtuosa del sector automotriz para generar una mayor incorpo-ración de empleo en la actualidad.

Gráfico N° 2: Participación del empleo automotriz en el empleo industrial, 1991-2006En porcentajes

Fuente: elaboración propia en base a datos de CEP-INDEC.

199019811974Variable

Total empleo en terminales

Producción de autos

Productividad física (autos/ocupados)

19.095

432.101

22,62

57.000

286.312

5,02

28.000

172.363

6,16

18.000

99.639

5,54

23.000

313.152

13,62

12.000

159.356

13,28

200620021996

5. Vale aclarar que este proceso también se verifica dentro del sector automotriz a nivel internacional como consecuencia de la fuerte maquinización de la producción. No obstante, el proceso de expulsión de fuerza de trabajo sectorial ha cobrado una mayor intensidad relativa en Argentina en virtud de la creciente participación de componentes importados en el proceso productivo.

0,0

0,51,0

1,5

2,0

2,5

3,0

3,5

4,04,5

5,0

1991

1992

1993

1994

1995

1996

1997

1998

1999

2000

2001

2002

2003

2004

2005

2006

Autopartes Terminales

% d

e pa

rtic

ipac

ión

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La industria automotriz está dominada por un número relativamente pequeño de firmas transnacionales. La Argentina aparece entonces como una alternativa más donde las empresas pueden localizar su pro-ducción, con miras al mercado local, regional y global. Es por eso que se vuelve relevante considerar las transformaciones que ha sufrido el complejo a nivel global, para así analizar las alternativas viables para el país de cara al futuro.6

En los últimos años la industria automotriz ha puesto en práctica tres tipos de estrategias conducentes a mejorar sus niveles de competitivi-dad y que han modificado las formas en que se organiza la cadena de valor alrededor del mundo. La primera de ellas tiene que ver con el uso extendido de plataformas comunes (que comprenden chasis, suspen-sión, transmisión y habitáculo para el motor) y componentes mecánicos de importancia a escala global, al tiempo que implica la concentración en la casa matriz, y en sus filiales de mayor relevancia, de las activi-dades de diseño. De esta forma, se obtienen concomitantemente eco-nomías de escala (en el diseño de los vehículos y en la producción de plataformas y componentes principales) y alcance (por la posibilidad de diferenciar productos a partir de cambios menores o “estéticos” sobre el mismo tipo de plataforma y componentes principales). La segunda estrategia se relaciona con la posibilidad de reconfigurar automóviles mediante la modificación de los subsistemas que los componen, lo que ha redundado en la asignación de mayores responsabilidades a los pro-veedores de subsistemas (conocidos como proveedores del “anillo 0,5” y del “primer anillo”). Como resultado, se genera un vínculo sumamente estrecho entre los proveedores globales y las terminales, en donde no prima la competencia por precio sino las relaciones de confianza de más largo plazo. La tercer estrategia involucra el aprovisionamiento global por parte de las terminales de los principales subsistemas y compo-nentes automotrices en una serie acotada de proveedores, lo que ha resultado en que, por un lado, las primeras se especialicen aún más en las actividades de diseño de productos y, por el otro, en que los segundos incurran en sus propios procesos de transnacionalización siguiendo a las terminales en sus distintas localizaciones alrededor del mundo.

Más allá de estas estrategias que, en principio, mostrarían una fuerte tendencia a la deslocalización de la producción a nivel global, las auto-motrices tienden a concentrar sus ventas y su producción en torno a su región de origen, lo que evidencia la importancia de lo regional por sobre lo global en el funcionamiento de la cadena global de valor (CGV) auto-motriz. Las causas de este fenómeno son varias y se resumen en que: i) las terminales se relacionan fuertemente con otros actores (proveedores de autopartes y servicios varios y distribuidores) en las regiones en que producen y venden; ii) las economías de escala para la producción auto-motriz se consiguen usualmente en el mercado regional; iii) las distintas regulaciones (ambientales, de seguridad, de requerimientos de conte-nido local, etcétera) son de carácter regional; iv) existen determinados combustibles de uso específico a nivel regional (alconafta, biodiesel, GNC, etcétera); y v) los niveles de la protección externa se definen, fundamentalmente, en el ámbito regional. De esta forma, las estrate-gias regionales aparecen como las más eficientes para la producción automotriz en tanto permiten la adaptación a las condiciones locales al tiempo que aseguran cierta estandarización global a partir de la produc-ción en plataformas compartidas y módulos comunes a varios modelos, permitiendo así la obtención de economías tanto de escala (cantidades) como de gama (calidades).

En el caso de los países periféricos, las oportunidades de aprovechar los beneficios potenciales de poseer una industria automotriz propia, en este contexto, están determinadas por la localización de las terminales internacionales y de sus proveedores globales y la articulación de empre-sas autopartistas nacionales a la CGV automotriz. No obstante, el mero hecho de localización de una terminal en un país periférico no asegura, ni mucho menos, la aparición automática de tales beneficios, sobre todo de aquellos relacionados a derrames tecnológicos hacia el resto del apa-rato productivo, en tanto las actividades de mayor sofisticación suelen permanecer en la casa matriz o en las principales filiales de la firma, las que, término medio, se encuentran ubicadas en los países centrales. Asimismo, tampoco se encuentra asegurada la posibilidad de producir en las localizaciones periféricas los componentes de mayor sofisticación tecnológica (cajas de cambio, motores y equipos electrónicos), ya que al estar fuertemente sujetos a economías de escala y necesitar de fuerza de trabajo altamente calificada, su producción también suele realizarse en los países centrales, salvo excepciones.

En síntesis, en los últimos años se asiste, dentro de la CGV automotriz a la (re)configuración de una suerte de división internacional del tra-bajo interna a la firma (casa matriz y filiales) y a las empresas con las que se relaciona de manera casi directa (proveedores del “anillo 0,5” y del “primer anillo”), en donde, estilizadamente: i) la casa matriz y sus principales filiales se especializan en las actividades más “críticas” y de mayor rentabilidad dentro de la CGV (como lo son el diseño de los productos, las actividades de investigación y desarrollo y la comercia-lización); ii) las filiales de menor relevancia (periféricas) se encargan de las actividades de producción de subsistemas y componentes poco “críticos” dentro de la CGV, del ensamblaje de los automóviles, del ase-guramiento de la escala en el marco de mercados que preferentemente funcionan a nivel regional y, sólo en ciertos casos, realizan determinadas adaptaciones de productos a las condiciones de los mercados locales; y iii) los principales proveedores globales aseguran la producción en calidad, cantidad, tiempos de entrega y precios competitivos en cada uno de los mer-cados regionales participando de la CGV a través de sus propios procesos de internacionalización productiva “siguiendo” a las terminales.

En promedio, como las terminales y sus principales subsidiarias y las casas matrices y principales filiales de los proveedores globales se encuentran localizadas en los países centrales, al tiempo que las filiales de menor relevancia, en ambos casos, se localizan en la periferia, y dada la generación y apropiación de valor que implican las actividades que unas y otras realizan, el grueso del valor que se genera en el marco de la CGV permanece o se transfiere hacia los países centrales, en detrimento de los de la periferia. No obstante ello, para los países periféricos existen ciertas oportunidades de participar en la CGV automotriz bajo activida-des de mayor “calidad”. Entre tales oportunidades se cuenta la posibi-lidad de realizar diseños de automóviles específicos para determinadas regiones o de adaptar vehículos a la idiosincrasia y las especificidades de los mercados emergentes. Sin embargo, hasta el momento, los países periféricos cuyas filiales automotrices se han involucrado en estas acti-vidades más sofisticadas han sido muy pocos. Dentro del MERCOSUR, Brasil ha aparecido como el principal receptor regional de las filiales del complejo automotriz, lo que nuevamente impone ciertos condicionantes al desarrollo de estas industrias en la Argentina. De aquí el interés por analizar las políticas que el país vecino ha aplicado de modo de fomentar su propio complejo automotriz.

2. El escenario global y regional: estrategias de la industria automotriz a escala internacional

6. Parte sustantiva de esta sección se basa en información obtenida del completo trabajo coordinado recientemente por A. López y titulado “Complementación productiva en la industria auto-motriz en el MERCOSUR”, Red de Investigaciones Económicas del MERCOSUR, julio 2007.

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A partir de la constitución del MERCOSUR, Brasil se convirtió tanto en la condición como en el obstáculo para un mayor desarrollo de la industria automotriz en la Argentina. Este proceso dialéctico obedece a dos razones principales. Por un lado, a que ha sido en el ámbito del MERCOSUR que las terminales radicadas en la Argentina pudieron lograr desarrollar cier-tos procesos de especialización productiva y complementación comer-cial con Brasil en cuyo marco se pudieron obtener mayores economías de escala y alcance y, por ende, una mayor competitividad en determinados segmentos de la industria. Y por otro, a que ha sido Brasil –por varias razones que se enumeran a continuación- el principal beneficiario de la constitución del bloque comercial en términos de aprovechamiento del mercado regional y de las inversiones de las terminales para constituirse en un “jugador” de importancia en el escenario global.

El desempeño diferencial de la industria brasileña se explica por razo-nes de distinta índole: macroeconómicas, regulatorias, estructurales y empresariales. En primer lugar, hay que destacar el significativo tamaño de su mercado interno –de casi dos millones de vehículos consumidos internamente frente a los menos de quinientos mil en Argentina para el año 2006-. Así, incluso antes de la constitución del MERCOSUR, el mercado bra-sileño resultaba más atractivo, más aún si se considera la mayor densidad de su tejido industrial vis-à-vis la situación en Argentina.

Entre las razones de orden regulatorio se destaca, en primer término, la política de reactivación de la demanda automotriz nacional del primer lustro de los años noventa, consistente en la reducción de los precios de los “autos populares” (segmento de autos pequeños) a partir de la negociación entre el Estado, los sindicatos, los proveedores y las termi-nales. Dicha reducción de precios se consiguió en virtud de la entrega de incentivos fiscales desde el Estado, la aceptación de menores ren-tabilidades y el mayor aprovechamiento de la escala por parte de las empresas, y el establecimiento de parámetros de quid-pro-quo a ser cumplidos por las terminales y los autopartistas (metas de empleo,

inversión y salarios). En segundo lugar, y desde mitad de la década del noventa, el gobierno brasileño incrementó los aranceles de importación de los automóviles a 70%, fijó cupos máximos de importación libre de tarifas desde el MERCOSUR y estableció un régimen de compensación que permitía reducciones de impuestos a la importación a cambio de la exportación de automóviles y autopartes, todo ello de modo de proteger a la industria nacional en el contexto de la crisis mexicana (y regional).

Concomitantemente, tanto el gobierno federal como los estaduales y municipales articularon diversos esquemas de incentivos para la ins-talación de empresas del complejo automotor en distintas regiones de Brasil que implicaron generosas transferencias de recursos públicos hacia empresas extranjeras y que, además, resultaban violatorios de los acuerdos y condiciones de competencia convenidos en el marco del MERCOSUR. Tales beneficios no sólo afectaron la localización de las ter-minales sino que redujeron significativamente sus costos de operación por períodos superiores a los diez años.7

Como si fuera poco, la balanza se inclinó aún más del lado brasileño a partir de la devaluación del real en enero de 1999, lo que implicó fuertes ganancias de competitividad (precio) de las empresas brasileñas frente a las argentinas, que ya de por sí enfrentaban fuertes restricciones a la compe-tencia en un ambiente de marcada apertura y liberalización y de sustancial apreciación del peso desde comienzos de la década. Dentro del complejo automotriz, tal situación condujo a la relocalización de las actividades pro-ductivas de gran parte de las terminales y a la migración de gran parte de las empresas autopartistas hacia el Brasil, en búsqueda de menores costos relativos de producción, y aprovechando también los incentivos particula-res entregados por el Estado brasileño. Asimismo, el proceso de crisis en que se vio inmersa la economía argentina a partir de entonces coadyuvó y profundizó el movimiento de producción y firmas hacia el país vecino hasta la devaluación del peso en enero de 2002, configurándose en esos años la estructura actual del complejo automotriz del MERCOSUR.

3. Brasil: ¿durmiendo con el enemigo o ejemplo de política automotriz agresiva?

7. Entre los principales incentivos a la inversión automotriz se destacaron: i) la concesión de transferencias directas por parte de los gobiernos estaduales y de préstamos subsidiados (en tér-minos de tasas de interés y plazos) por parte de instituciones financieras públicas –entre ellas, el BNDES- para la realización de las inversiones necesarias; ii) el establecimiento de exenciones impositivas variopintas (en todos los casos, por períodos mayores a los diez años); iii) la donación de terrenos (y su preparación) para la instalación de plantas y el usufructo gratuito de oficinas; iv) la construcción gratuita y la provisión subsidiada de infraestructura y servicios varios (agua, cloacas, energía eléctrica, redes de gas, telecomunicaciones, caminos de acceso, conexiones ferroviarias, terminales portuarias, servicios de capacitación y transporte, entre otras); y v) la reducción de aranceles a la importación de bienes de capital e insumos productivos (se destaca el caso particular del Régimen Automotriz Especial del Nordeste, Norte y Centro-Oeste de Brasil, el cual se constituyó en una violación directa de los principios establecidos en el MERCOSUR). Se estima que los beneficios obtenidos por las terminales en virtud del conjunto de los incentivos reseñados han sido de entre 800.000 y 1.200.000 dólares por puesto de trabajo generado.

Gráfico N° 3: Producción automotriz comparada entre Argentina y Brasil, 1999-2007*En número de automóviles

0

500.000

1.000.000

1.500.000

2.000.000

2.500.000

3.000.000

3.500.000

1999 2000 2001 2002 2003 2004 2005 2006 2007

Argentina Brasil

* Automóviles de pasajeros y vehículos comerciales (incluye vehículos comerciales livianos, camiones pesados y buses).Fuente: elaboración propia sobre la base de OICA

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En suma, las condiciones macroeconómicas, regulatorias y estructurales presentadas han redundado en la decisión de las principales transnacionales del ramo –tanto terminales como autopartistas- de realizar mayores y mejores inversiones en Brasil en relación con Argentina, en el marco de la constitución del mercado regional. Como resultado de las mejores condi-ciones para la producción automotriz en Brasil y de la deci-siva aplicación de políticas públicas activas para el sector, la industria automotriz brasileña muestra un desempeño cla-ramente diferencial frente a la Argentina. Esta mejor perfor-mance se puede ver, por ejemplo, en los mayores niveles de producción de automóviles (Gráfico N° 3), en la existencia de una balanza comercial bilateral superavitaria para el conjunto del complejo automotor desde 2003 (Gráfico N° 4) y en la realiza-ción de actividades más redituables y con mayores externalidades dentro de la CGV automotriz global y regional.

A este último respecto, en los últimos años en Brasil se han desarrollado plataformas de modelos diseñados de manera específica para las necesidades de países emergentes y han proliferado las actividades de diseño e I+D en las subsi-diarias allí establecidas (Fiat y sus modelos Siena, Palio y Strada; Ford para el lanzamiento de su modelo Ecosport; General Motors en ocasión de la adaptación del Vectra y el desarrollo del Meriva; Volkswagen a partir del diseño de los modelos Suran y Fox). Asimismo, se han realizado gran can-tidad de adaptaciones de los vehículos para la utilización de alconafta y otros combustibles alternativos y en la aplicación de nuevos materiales menos nocivos para el medio ambiente, al tiempo que se ha avanzado en la experimentación en inge-niería de procesos y organización de la producción (como es el caso de la “modularización” de plantas realizada por Fiat y difundida luego a otros países).

En síntesis, si retomamos las preguntas que animan la presente sección encontramos que en ambos casos la res-puesta es positiva: Sí, Argentina ha estado durmiendo con el enemigo desde el punto de vista de que Brasil ha imple-mentado una serie de incentivos y políticas de fomento a la localización de terminales automotrices y autopartistas glo-bales que son incompatibles con lo acordado en el seno del

MERCOSUR. Y, a su vez, ello no impide reconocer que Brasil ha sido un ejemplo de política industrial que se refleja en la mayor capacidad de planificación que ha demostrado tener el Estado respecto del argentino para desarrollar articulada-mente una industria automotriz de gran escala, más vinculada al resto de su aparato productivo interno y más integrada a la cadena global de valor.8

El complejo automotriz, como se analizó a lo largo de este trabajo, fue uno de los sectores más dinámicos de la industria manufacturera tanto durante la vigencia del régimen de Convertibilidad como tras su colapso. Es más, fue uno de los pocos sectores, junto con otros intensivos en el uso de recursos naturales, que no experimentó un franco retroceso en los años noventa. Si bien la crisis del régimen de Convertibilidad condujo a una aguda reducción de la producción automotriz -que alcanzó mínimos

históricos hacia 2002-, posteriormente, y en consonancia con la recupera-ción de la demanda doméstica, se alcanzaron volúmenes de fabricación superiores a los existentes en los mejores años de la década pasada.

Este comportamiento estuvo determinado, en buena medida, por la vigen-cia de un régimen especial de protección, cuya implementación lejos está de haber sido gratuita en términos sociales. A modo de ejemplo, un primer

Gráfico N° 4: Balanza comercial bilateral Argentina-Brasil para el complejo automotor, 1992-2006En millones de dólares corrientes

* Incluye los grupos 781, 782 y 783 de la CUCI Rev.3.** Incluye el grupo 784 de la CUCI Rev.3.Fuente: elaboración propia sobre la base de COMTRADE.

-2.000,0

-1.500,0

-1.000,0

-500,0

0,0

500,0

1.000,0

1.500,0

1992 1993 1994

1995 1996 1997 1998 1999 2000 2001 2002

2003 2004 2005 2006

Autómoviles* Autopartes** Total

8. El Estado argentino históricamente ha tenido grandes problemas en fomentar el desarrollo de una industria automotriz eficiente a nivel internacional, incluso en los períodos de mayor inter-vención sobre la economía. Este fue el caso, por ejemplo, con la aprobación en 1959 de la Ley 14.780 sobre radicación y tratamiento del capital extranjero durante el gobierno de Arturo Frondizi. Si bien un año después ya funcionaban 21 establecimientos automotrices, éstos se repartían un mercado interno de menos de 100.000 vehículos al año, lo que impedía el logro de una escala mínima eficiente para la producción del sector.

4. Límites y costos de la política automotriz actual: una evaluación crítica

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y simple indicador del costo implícito del régimen puede ser estimado a partir de los “perjuicios del consumidor” en términos de precios diferenciales abonados por los compradores en Argentina vis-à-vis los

del resto del mundo. Una sencilla comparación con España permite apreciar la diferencia de precios y rentabilidades existentes en uno y otro mercado (Cuadro N° 3).9

Cuadro N° 3: Comparación entre Argentina y España de precios de los automóviles, salarios en la industria automotriz y salarios de la industria automotriz por automóvil

En dólares corrientes

Un primer vistazo al Cuadro N° 3 permite, al menos, extraer tres tipos de conclusiones, a saber: i) que, a pesar de que los salarios promedio pagados por la industria automotriz a sus trabajadores en Argentina son significativamente menores al nominarlos en dólares (casi cinco veces menos), el precio de los automóviles producidos aquí es virtualmente el mismo que en España;10 ii) que, dada la misma diferencia salarial, el precio de los automóviles no produci-dos en Argentina es significativamente mayor (un tercio por encima) que en España; y iii) que, si bien la diferencia salarial entre uno y otro mercado no ha sido ponderada respecto de la productividad de los trabajadores automotrices, se puede arriesgar que la ren-tabilidad de la industria automotriz en Argentina es visiblemente superior a la vigente en los países desarrollados. Esto último es así como consecuencia de un esquema de protección que no fuerza a las terminales locales a realizar procesos de catching up tecnológico respecto del funcionamiento típico de las terminales localizadas en los países centrales. De acuerdo con lo dicho, también se observa el esfuerzo diferencial que deben hacer los trabajadores industriales argentinos respecto de los españoles (tomados aquí como repre-sentantes de la clase obrera del mundo desarrollado) para alcanzar tanto un automóvil de baja gama producido localmente como uno de gama mediana producido en el extranjero.

A partir de lo expuesto, se deberían reconsiderar los argu-mentos que históricamente se han utilizado como justifi-cación para las políticas de protección hacia el sector, los cuales fueron agrupados en tres grandes ejes: los derrames tecnológicos hacia el resto del tejido manufacturero, la gene-ración de empleo y el elevado nivel de divisas requerido para la importación de automotores.

Con respecto al primero de los ejes mencionados, la configuración actual de la producción automotriz a nivel mundial deja poco lugar a la existen-cia de derrames tecnológicos significativos hacia el conjunto del tejido industrial en una economía periférica como la Argentina. En efecto, las tareas de investigación, desarrollo y diseño de los nuevos productos están concentradas mayoritariamente en las casas matrices y, a dife-rencia de los años sesenta y setenta, las actividades de adaptación de los nuevos modelos a las condiciones particulares del mercado local son mucho más reducidas. Es más, difícilmente se pueda argumentar que la industria automotriz argentina haya generado derrames tecnológicos de consideración a lo largo de las últimas dos décadas. La evidencia presentada para la actualidad confirma esta tendencia.

En términos del empleo generado por el sector, se observa que éste no invo-lucra a una parte sustantiva del empleo manufacturero y mucho menos del empleo total. En efecto, en el 2006 el complejo automotriz representaba sólo el 4,3% del empleo manufacturero y menos del 1% del empleo total. Es más, a pesar del crecimiento relativo del complejo automotriz con respecto a otras ramas industriales, dicho complejo emplea actualmente un 19,4% menos de trabajadores que a comienzos de la década del noventa. Esta tendencia no se modificó durante la post-Convertibilidad, ya que si bien este sector lideró el crecimiento de la producción, al comparar los niveles de empleo en 2006 con respecto a los registrados en el 2000 se observa que el empleo creció sólo un 7,4%, mientras que en el conjunto de la industria manufacturera dicho crecimiento alcanzó el 10,3%.

Por último, a pesar del régimen compensado de importaciones y exportaciones, el sector ha mantenido a lo largo de los últimos quince años un constante déficit externo, proceso que se ha agudizado en los últimos años alcanzando en 2006 los 1.375 millones de dólares.

9. Más allá de este ejemplo particular, un reciente informe de auditoría y evaluación de los costos y beneficios del Régimen Automotriz para Argentina realizado por la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires a pedido de la Subsecretaría de Industria estima que el resultado neto final del régimen durante sus años de vigencia es claramente negativo. Tal resultado se alcanza al analizar el conjunto de variables involucradas directa o indirectamente con el funcionamiento del régimen; es decir, aquellas de carácter fiscal, financiero y de disponi-bilidad de divisas.10. Descontando, además, que el modelo de auto tomado para la comparación cuenta con mayores prestaciones y mejor equipamiento en España respecto de Argentina.

ArgentinaVariable España

Precio automóvil producido en Argentina (Peugeot 206*)

Precio automóvil no producido en Argentina (Peugeot 406**)

Salario mensual promedio trabajador industria automotriz***

Cantidad de salarios industriales**** por automóvil producido en Argentina (Peugeot 206*)

Cantidad de salarios industriales**** por automóvil no producido en Argentina (Peugeot 406**)

US$ 15.054

US$ 47.313

US$ 789

27

85

US$ 15.301

US$ 35.498

US$ 3.570

5

12

* Para el año 2008; Argentina: Peugeot 206 X-Line 5 puertas; España: Peugeot 206 XS-Line 1.4i 75 Cv.** Para el año 2008; Argentina: Peugeot 406 SW SV Sport 2.2; España: Peugeot 406 SW SV Sport 2.2i 163 Cv.*** Salarios en 2006 para los trabajadores pertenecientes a la División 34 de la CIIU Rev. 3 (Fabricación de vehículos automotores, remolques y semirremolques); elaborados a partir de salarios horarios sobre la base de una jornada laboral de 8 horas ejecutada a lo largo de 22 días al mes.**** Salarios en 2006 para el conjunto de los trabajadores industriales; elaborados a partir de salarios horarios sobre la base de una jornada laboral de 8 horas ejecutada a lo largo de 22 días al mes.Fuente: elaboración propia sobre la base de LABORSTA/OIT, www.peugeot.com.ar, www.peugeot.es, Federal Reserve y MECON.

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Según surge de los desarrollos precedentes, el actual régimen no sólo no cumple con los presupuestos para los que fue creado sino que además permite la apropiación de ganancias extraor-dinarias por parte de las terminales ante los elevados precios de los vehículos en el mercado local. Es más, este proceso se ha intensificado recientemente a partir del abastecimiento cre-ciente del mercado doméstico con vehículos de origen extranjero a precios notoriamente superiores a los registrados en el mer-cado mundial. Llamativamente, en el período 2003-2006 el 62% de los vehículos comercializados en nuestro país fue de origen externo, participación visiblemente más elevada que la registrada en el período 1999-2002, que alcanzaba “sólo” al 42%.

En pocas palabras, el actual régimen de producción automotriz genera elevados costos que no son compensados por el desarrollo de una industria integrada, que reduzca los diferenciales de pro-ductividad, genere mayor valor agregado y expanda el empleo. El achicamiento del sector autopartista, especialmente durante la década del noventa, explica gran parte de este pobre desempeño. Así, más que a su inserción en las cadenas internacionales de valor a través de un constante incremento en los niveles de productividad, la mayor parte de las terminales automotrices localizadas en nues-tro país están abocadas a la captación de ganancias extraordinarias producto de los elevados precios de venta y los atractivos costos de producción internos.

De acuerdo a lo presentado, si bien no quedan dudas de que el auto-motriz es un sector importante para el crecimiento de la industria en su conjunto, los resultados para el caso argentino no parecen ser demasiado alentadores ni en términos de empleo, ni de ahorro de divisas, ni de derrames tecnológicos. Ello es la consecuencia directa de la escasa capacidad de planificación y coordinación que ha demostrado el Estado argentino a la hora de desarrollar una industria automotriz nacional competitiva a nivel internacional. Esto no implica que se deba renunciar a poseer una industria automo-triz y de autopartes en un país de tamaño y desarrollo intermedio como Argentina sino que, por el contrario, el Estado nacional debería comprometerse mucho más fuertemente en una política de promo-ción del complejo que permita obtener tanto los beneficios del con-sumidor (menores precios locales para los automóviles) como del productor (mayores ingresos por ventas en el mercado interno y por exportación), al tiempo que posibilite la generación de las externa-lidades típicas de un sector que alguna vez fue la vedette entre las “industrias industrializantes”.

En este sentido, debe ser el Estado nacional –y no las terminales y autopartistas transnacionales- quien oriente el proceso de inver-sión y reestructuración productiva de la industria automotriz nacio-nal de modo de hacerla eficiente a nivel internacional. Para ello, dada la relativa estrechez del mercado regional como para cobijar en Argentina la producción de una gran cantidad de modelos -que, salvo excepciones se producen bien lejos de la escala de eficiencia mínima-, debería producirse un nuevo movimiento de concentración del sector en una cantidad menor de plataformas y modelos que sean exportados tanto a la región como, al menos, a otros merca-dos emergentes. De esta forma, la mayor especialización permitiría que se produzcan localmente un puñado de modelos destinados al mercado interno (ampliado) y mundial (emergente) que generarían un saldo positivo de divisas necesario como para poder complemen-tar la oferta local mediante importaciones a través de acuerdos de comercio compensado.

Por otra parte, el Estado nacional debería ser capaz de negociar con las empresas transnacionales la localización en Argentina –para la producción de los modelos en los que se especialice el país- de cier-

tos eslabones de la CGV que utilizan trabajo más calificado –y que, por ende, pagan mejores salarios- y que permiten apropiarse de una mayor porción del valor generado por la cadena, que en la actualidad se realizan en Brasil o en países de extrazona, tales como las activi-dades de diseño e investigación y desarrollo.

Por último, la concentración de la producción y la realización de acti-vidades productivas de mayor relevancia dentro de Argentina debe-ría ser acompañada por un mayor porcentaje de integración nacional y por el desarrollo de una masa crítica de autopartistas de modo de que se hagan efectivos los beneficios potenciales de la posesión de una industria automotriz tanto en términos de empleo –en tanto en la actualidad el empleo directo generado por automotrices fuer-temente maquinizadas y robotizadas no presenta la magnitud de antaño- como de externalidades y derrames tecnológicos –dado que el actual funcionamiento de enclave productivo o de “isla de moder-nidad” que muestran las terminales ha imposibilitado que tales potencialidades derramen hacia el resto del aparato productivo-.

Todas estas medidas implican un replanteo en la relación Argen-tina-Brasil, en cuyo seno el país vecino debería resignar parte de su mercado en aras de un desarrollo regional más equitativo. Es claro que este cambio de raíz de la política automotriz implica tanto un desafío de política exterior como de política industrial de propor-ciones. Parece difícil que este giro lo pueda realizar un gobierno que deja la política industrial en manos de un representante de las terminales automotrices y que, entre sus primeras medidas, eliminó los requerimientos mínimos de insumos locales en la producción sectorial. Cabe recordar que gran parte de las bondades del com-plejo se concentran en el sector autopartista, de modo que su nueva exclusión en el acuerdo es un paso desalentador para el desarrollo manufacturero del país. En este sentido, se está permitiendo un nuevo proceso de desmantelamiento de la estructura industrial y llevando a nuestro país cada vez más cerca de convertirse en una armaduría pero, eso sí, con precios internos superiores a los inter-nacionales. Hoy resulta evidente que muchos pierden y pocos ganan con la actual política y configuración del sector en el país. Es impe-rioso avanzar con decisión en la elaboración e implementación de una nueva política industrial para el sector.

5. Hacia una nueva política industrial para el complejo automotriz

FIN

Notas de la economía argentina | Edición 05 | Agosto 2008 | CENDA PÁG.031CENTRO DE ESTUDIOS PARA EL DESARROLLO ARGENTINO.

Notas de la economía argentina | 05 | Agosto 2008El Centro de Estudios para el Desarrollo Argentino (CENDA) es un centro de estudios económicos y sociales constituido por un grupo de jóvenes investigadores con formación en economía política. El CENDA se propone contribuir al desarrollo de la sociedad argentina a través de la producción académica crítica e independiente, integrando la discusión teórica con el análisis de la economía nacional.

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