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CH. 16 The Instrial Revolution
1. Introducción
In el siglo 18, los trabajadores metalúrgicos usaban
grandes cantidades de carbón, que ardía con el calor
intenso necesario para fabricar hierro. Pero los
proveedores de carbón tenían un problema. Las minas
de carbón, que se abrían en la profundidad de la tierra,
se llenaban de agua. Un inventor británico llamado
Thomas Newcomen diseñó un motor para bombear el
agua y sacarla de las minas. Su motor quemaba madera
o carbón para hervir agua y producir vapor. Convertía la
energía del vapor de agua en energía mecánica que
accionaba la bomba. El motor Newcomen funcionaba,
pero no era muy eficiente.
En 1763, James Watt tuvo que reparar un motor
Newcomen en el trabajo. El oficio de Watt era hacer
instrumentos científicos, y tenía mente de inventor. Sabía
que él sería capaz de hacer un motor que no gastara
tanta de la energía potencial del combustible. Durante
meses, no encontró la solución, pero un día, caminando
por su ciudad natal de Glasgow, Escocia, se le vino de
pronto la respuesta. Watt se puso a de inmediato a
construir un modelo, y en 1769 logró una patente para su
motor de vapor, que era mucho más eficiente.
Watt pasó las dos décadas siguientes perfeccionando su motor de vapor. En 1790, había convertido su motor en una
máquina fuerte, práctica y resistente, que se usaría no solamente en las minas de carbón sino también en buques de
vapor, locomotoras y fábricas. El motor de vapor impulsaría la Revolución Industrial.
Muchos especialistas vacilan en decir que este período de industrialización fue una “revolución.” Se produjo durante un
período demasiado largo, dicen, y afectó al mundo entero. Sin embargo, los cambios producidos por el paso del poder
muscular al poder de la máquina fueron enormes, y fueron revolucionarios en su alcance. Este capítulo explora la
Revolución Industrial, empezando con su nacimiento en Gran Bretaña.
Temas
Estructuras económicas Como resultado de la Revolución Industrial, las economías pasaron de centrarse en la
agricultura y el trabajo manual a centrarse en la industria y la mecanización.
Estructuras sociales La reserva de trabajadores industriales mal pagados formó el núcleo de un grupo social nuevo: la
clase trabajadora.
Interacción humanos-medio ambiente La industrialización atrajo migrantes de las zonas rurales y de tierras lejanas a
las ciudades y a los pueblos industriales recién urbanizados.
2. Gran Bretaña a la cabeza La Revolución Industrial, encabezada por Gran Bretaña, transformó por completo la manera de trabajar. Ya a mediados del siglo 19, las manufacturas británicas excedían en mucho las de cualquier otro país. La industrialización ocurrió tan rápidamente en Gran Bretaña que le valió el sobrenombre de “el taller del mundo”. ¿Por qué comenzó la revolución en esta pequeña isla-nación europea? Factores en la industrialización Gran Bretaña fue la primera nación que se industrializó porque reunía todos los factores necesarios: 1. Estabilidad política Gran Bretaña tenía un gobierno estable que respaldaba la libertad política individual, los derechos de propiedad y la igualdad de oportunidades. Estas características estimulaban a los empresarios a tomar riesgos por buscar ganancias.
2. Mano de obra Gran Bretaña tenía mucha gente dispuesta a trabajar. Los agricultores producían tanto alimento que mucha gente del campo quedaba libre para hacer diferentes trabajos. Muchas de estas personas se fueron a trabajar en las industrias.
3. Materias primas Gran Bretaña tenía abundancia de las materias primas necesarias para la industria, como carbón para combustible y lana para textiles.
4. Sistema bancario Los bancos de Gran Bretaña daban préstamos a los empresarios para financiar proyectos grandes, como fábricas, ferrocarriles y minas de carbón.
5. Sistema de transporte Gran Bretaña también tenía una red de ríos navegables y puertos marítimos. Construyó un sistema de canales en todo el país. Más tarde, construyó una red ferroviaria, con la cual el transporte de bienes y materias primas resultaba más barato y rápido que nunca antes.
Innovación en los textiles La primera industria que se transformó en Gran Bretaña fue la producción de textiles. Antes de la industrialización, cada paso en la fabricación de telas tenía que hacerse a mano. Había que limpiar y desenredar la hilaza cruda, como lana o algodón. Había que retorcer las fibras para formar hilos. Luego había que tejer los hilos para formar telas. Cada paso era laborioso y demorado. Artesanos hábiles se valían de herramientas y equipos sencillos para hacer telas en su propio hogar. A mediados del siglo 18, los inventores ingleses hicieron máquinas para acelerar el proceso de fabricar telas. En 1733, John Kay inventó una lanzadera volante para automatizar el proceso de tejer telas. Esto aceleró el proceso, pero las hilanderas no lograban hilar con igual rapidez. Entonces James Hargreaves inventó la hiladora jenny en 1764 para que una persona pudiera hilar docenas de hilos a la vez.
Los hilos producidos con la hiladora jenny se rompían con frecuencia. Richard Arkwright resolvió este problema en 1769 con su máquina hiladora hidráulica, invento capaz de producir hilos más resistentes. La hiladora hidráulica funcionaba con una rueda accionada por el agua de un río de corriente rápida.
Estas máquinas eran demasiado grandes y costosas para que un trabajador las usara en su propia casa. Los dueños de negocios de textiles comenzaron a construir fábricas donde podían instalar varias máquinas y así acelerar la fabricación de los textiles más que nunca. Ahora los trabajadores irían a las fábricas para hacer las telas. Recursos Gran Bretaña tenía abundancia de ríos, y sus primeras fábricas aprovechaban el poder del agua de estos ríos. Con el tiempo, los motores de vapor remplazaron las ruedas hidráulicas. Estos motores necesitaban carbón como combustible… y Gran Bretaña tenía carbón en abundancia. Ahora se podían construir fábricas lejos de los ríos, en más lugares que nunca.
Gran Bretaña también contaba con un suministro constante de fibra. Tenía una larga tradición de cría de ovejas para lana, y la producción de lana aumentó a más del doble entre 1700 y 1850. Los comerciantes en textiles también importaban algodón de las colonias británicas en la India y las Américas, y más tarde, de los Estados Unidos.
Transporte Gran Bretaña contaba con una buena red de transporte. Tenía muchos ríos navegables y puertos marítimos que hacían posible el comercio en las costas. Para la década de 1770 había construido un sistema de carreteras de peaje bien mantenidas. Sin embargo, el transporte de bienes por carretera era lento, así que el país abrió una red nacional de canales. Era más barato transportar bienes y materias primas por los canales. Con el tiempo, el motor de vapor se aplicó al transporte, lo cual dio por resultado la locomotora de vapor y el desarrollo de los ferrocarriles. Pronto había locomotoras de vapor atravesando todo el país en una compleja red ferroviaria. Para 1852, Gran Bretaña había construido unas 7,000 millas de vías férreas. Los trenes llevaban pesadas cargas de alimentos y otros artículos de modo veloz y confiable, ayudando así a crear un mercado nacional para los bienes. Hubo un formidable auge de la economía, ya que los fabricantes podían hacer un producto en un lugar y venderlo en cualquier lugar de la nación.
3. Se extiende la revolución La industrialización trajo una mejora continua en la economía de Gran Bretaña. Aumentó el número de artículos producidos y elevó muchísimo la productividad, o sea la cantidad de bienes producidos en promedio por cada trabajador. La riqueza generada por la industrialización elevó el nivel de vida de muchas personas. También generó más ingresos para el gobierno en forma de impuestos. Las naciones competidoras se dieron cuenta de esto y quisieron desarrollar sus industrias también. En general, adoptaron los elementos del modelo británico que convenían sus circunstancias. Bélgica Bélgica, situada frente a Gran Bretaña al otro lado del canal de la Mancha, fue el segundo país que participó en la Revolución Industrial. Bélgica tomó las técnicas y tecnología de los británicos, pero su industrialización siguió un camino diferente. El pueblo belga tenía fama por su industria de textiles de lana. En 1820, ya habían comenzado a mecanizar esa industria, aunque el proceso tradicional de tejer diseños complejos a mano persistió hasta mediados del siglo 19. La industria textil creció en Bélgica pero no tan rápidamente como en Gran Bretaña. La industrialización belga se centró más en sus reservas abundantes de carbón y mineral de hierro. Las exportaciones de carbón trajeron ingresos valiosos, y el carbón en sí impulsaba el proceso de fabricación de hierro. Bélgica usaba el hierro para construir maquinaria, locomotoras, buques y armas. Más tarde, Bélgica desarrollo una próspera industria de acero.
Francia Francia, con la ayuda de equipos, empresarios e ingenieros británicos, también comenzó a industrializarse en la década de 1820. Estableció varias plantas de textiles para producir telas de algodón. Otras fábricas producían maquinaria, incluso motores de vapor. Más tarde, Francia tuvo que importar carbón de Gran Bretaña y de Bélgica porque carecía de reservas grandes propias. Como resultado, las fábricas francesas se impulsaban más con energía del agua que con energía del vapor. Los Estados Unidos Las primeras industrias en los Estados Unidos, lo mismo que en Francia, se valían de la energía del agua, que abundaba en la región de Nueva Inglaterra. En la
década de 1820 brotaron muchas fábricas de textiles de algodón en Nueva Inglaterra. Las plantas imitaban la tecnología y organización de las fábricas británicas. El algodón crudo para Nueva Inglaterra venía, como el británico, del Sur de los Estados Unidos. En las fábricas de Nueva Inglaterra también se trabajaba el metal. Con la ayuda de equipos especializados, se producían piezas metálicas para máquinas y armas. Esta región debió su éxito a la labor cumplida anteriormente por Eli Whitney y Simeon North, quienes establecieron un método de fabricar piezas intercambiables.Estos inventores se idearon herramientas de motor para cortar, desbastar y perforar pieza tras pieza dándoles casi exactamente el mismo tamaño y forma. El uso de piezas intercambiables permitía ensamblar máquinas y otros aparatos complicados rápidamente en una fábrica, siguiendo una serie de operaciones sencillas.
Otras innovaciones encendieron la chispa de la Revolución Industrial en los Estados Unidos. Una fue la despepitadora de algodón, obra también de Eli Whitney. Su máquina para limpiar el algodón llevó a una enorme expansión de la producción algodonera en el Sur… y con ella, de la esclavitud. El proceso Bessemer, sistema de convertir hierro en acero de mejor calidad y a bajo costo, llevó a un gran aumento en la producción de acero. El acero barato fue un factor que contribuyó a la expansión de las industrias pesadas en el centro de los Estados Unidos. Aquí se usaban las abundantes reservas de mineral de hierro y de carbón para construir acerías y fábricas que producían maquinarias y rieles de ferrocarril, así como las vigas de acero que hicieron posible los primeros verdaderos rascacielos en la década de 1880.
El corazón de la fábrica era su maquinaria, y las maquinarias tienen partes móviles que interactúan. Sin lubricación, esas máquinas se recalentarían y acabarían por detenerse. Durante buena parte del siglo 19, los obreros lubricaban sus máquinas con aceite de ballena, pero en la década de 1850 los científicos hicieron un lubricante nuevo y menos costoso: el aceite de carbón. Luego, en 1859, un empresario en Pennsylvania perforó el primer pozo de petróleo comercialmente viable en el mundo. Algunos productos que se fabrican a partir del petróleo son la gasolina y el queroseno. Pronto el queroseno llegó a ser el lubricante
preferido por la industria. Comenzó poco a poco a remplazar el carbón como la fuente de energía básica de la Revolución Industrial. Con gasolina se impulsó el automóvil, accionado por un invento importante: el motor de combustión interna.
Alemania Alemania comenzó su industrialización algo tarde, en parte porque durante la mayor parte del siglo 19 el país consistía en varios estados independientes. En 1834, muchos de esos estados se unieron para formar una zona de libre comercio. Pronto, Alemania se estableció como un líder en la industria pesada, especialmente la metalurgia. Valiéndose de su abundante carbón y mineral de hierro, Alemania produjo los rieles necesarios para construir un sistema ferroviario eficiente. Los ferrocarriles y sus industrias de apoyo, entre ellas la fabricación de acero, siguieron siendo los principales sectores de la economía alemana durante todo el siglo 19. Bien avanzado el siglo, también prosperaron las industrias de sustancias químicas, equipos eléctricos y armas. Para 1914, Alemania ocupaba el segundo lugar entre las potencias industriales, después de los Estados Unidos.
Japón Los estados industrializados del Occidente aprovecharon su riqueza para formar armadas y flotas mercantes fuertes. Navegaron por el mundo en busca de comercio. Hasta mediados del siglo 19, Japón se había mantenido aislado de los extranjeros. Ahora el creciente contacto con los occidentales contribuyó a impulsar a los japoneses hacia una revolución política. Los japoneses expulsaron al shogun, es decir el más fuerte de los caciques militares, y restauró al emperador en su trono, en lo que se llama la Restauración Meiji. El nuevo gobierno siguió un curso de modernización, con el Occidente como modelo. Esto incluía la industrialización. Los japoneses mecanizaron la industria de los tejidos de seda y construyeron ferrocarriles y barcos. Pronto, Japón alcanzó una posición de dominio económico en el este de Asia. De sus colonias, y con concesiones obtenidas a las fuerza de China, Japón extraía los recursos necesarios, como carbón, y halló mercados para sus productos industriales.
4. La transformación económica
La industrialización que comenzó en Gran Bretaña fue una revolución lenta. Tardó décadas en florecer. En todos los
lugares adonde se extendía, la Revolución Industrial transformaba la economía. Las maneras de hacer artículos
cambiaron. Las maneras de cultivar cambiaron. Aparecieron nuevas estructuras financieras y de negocios.
El sistema doméstico Mucho antes de la Revolución Industrial, había gente que se ganaba la vida con artesanías. En los
pueblos y zonas rurales, artesanos hábiles producían los bienes que se consumían en la localidad. Estos eran
herramientas, ollas, objetos de vidrio, muebles y muchos más. Un indicio del cambio hacia una nueva forma de
producción fue el crecimiento de las industrias caseras, conocidas también como el sistema doméstico.
En el sistema doméstico, los trabajadores caseros producían bienes en sus talleres en el hogar. Hacían artículos no para
el consumo local sino para mercados nacionales e internacionales. Típicamente, un trabajador casero vivía en el campo,
se dedicaba a la agricultura la mayor parte del año, y en las estaciones en que no estaba cultivando, hacía telas. Estos
trabajadores proveían la mano de obra barata que se necesitaba en ese momento para satisfacer las demandas de un
mercado de textiles competitivo.
La producción de telas de lana generalmente seguía cierto proceso. Un comerciante en textiles, residente de cierto
pueblo, le compraba lana a un criador de ovejas. Entregaba esta materia prima, junto con instrucciones sobre lo que
necesitaba, a un hogar rural. Los miembros de la familia cardaban la lana, la hilaban y tejían la hilaza en un telar manual
para hacer tela. El comerciante les pagaba por su trabajo y se llevaba la tela a otro taller, donde trabajadores calificados
la tejían y hacían los demás pasos para completar el proceso. Entonces el comerciante recibía la tela acabada, que
estaba lista para el mercado.
El sistema de fábricas El sistema doméstico fue dando paso,
naturalmente, al sistema de fábricas. En vez de viajar de casita
rural en casita, unos comerciantes en telas pensaron que
ahorrarían tiempo y satisfarían mejor la creciente demanda si
reunían a los trabajadores dentro de una misma fábrica. Los
comerciantes ponían las ruecas para hilar, los telares y demás
equipos que sus trabajadores necesitaban. Con el tiempo, muchos
otros productos, además de textiles, pasaron a las fábricas.
El sistema de fábricas tenía varias ventajas sobre el sistema
doméstico. En una fábrica, los comerciantes-empresarios podían
supervisar a sus trabajadores para asegurar que el producto fuese
de alta calidad. También podían aprovechar innovaciones
tecnológicas y nuevas fuentes de energía, especialmente el motor
de vapor. En una palabra, podían efectuar la transformación
revolucionaria del poder muscular al poder de la máquina.
Por otro lado, los dueños de fábricas inventaron nuevas maneras de organizar el trabajo. Observaron que cuando un
mismo trabajador calificado cumplía todas las labores necesarias para hacer un producto, cada trabajador necesitaba
varias herramientas. Al mismo tiempo, la mayoría de las herramientas permanecían ociosas la mayor parte del día. En el
sistema de fábricas, había trabajadores no calificados o semi-calificados que se especializaban en una sola de las labores
necesarias para hacer un producto. Cada trabajador cumplía esa labor única todo el día, y aprendía a hacerla
rápidamente.
La fábrica y el paso a la simplificación fueron dos aspectos claves de lo que llegó a conocerse como producción
masiva. Otro fue el uso de piezas intercambiables. Los trabajadores de fábrica podían sentarse en su estación frente a
una pila de piezas estandarizadas y saber que todas eran iguales y que cualquiera de ellas cabría bien.
El afán de acelerar aún más el proceso de manufacturación llevó al uso de la línea de ensamblaje móvil. La línea de
ensamblaje llevaba el producto sobre una correa transportadora o un riel de una estación a la siguiente. Los
trabajadores iban añadiendo una pieza en cada estación. A partir de 1913, Henry Ford de los Estados Unidos fabricó su
automóvil Modelo T en una línea de ensamblaje. Fue el primero que aplicó los principios de la línea de ensamblaje a la
fabricación en gran escala. La práctica no tardó en extenderse a otras industrias.
Todos estos cambios elevaron la eficiencia y la productividad. Al mismo tiempo, redujeron el costo de producir muchos
artículos. La reducción de los costos significaba que los precios para el consumidor también eran más bajos. Ya a finales
del siglo 19, los ingresos estaban aumentando, especialmente entre la clase media en los países industrializados. Esto
fortaleció la demanda de los consumidores por articulos manufacturados.
Una revolución en la agricultura La mecanización que ocurrió en la industria también
contribuyó a transformar la agricultura. Los agricultores ya no tenían que cosechar su
grano con herramientas manuales. En la década de 1830, el inventor estadounidense
Cyrus McCormick diseñó una cosechadora mecánica tirada por caballos que cortaba el
grano y lo recogía. En los años siguientes, aparecieron varias máquinas más que
ayudaban a los agricultores a sembrar, cosechar y procesar sus cultivos. Mediante la
mecanización, les era posible ampliar su producción a la vez que recortaban la mano de
obra necesaria para producir alimentos.
Además de las nuevas máquinas, los agricultores también
comenzaron a usar nuevos métodos agrícolas. Mejoraron el suelo con
fertilizantes químicos y abono verde. Los abonos verdes, que son
cultivos como el trébol, aportan nutrientes al suelo cuando se
entierran al arar. Los agricultores también trabajaban en controlar
plagas, aumentar el riego y criar ganado superior. La revolución
agrícola contribuyó a aumentar la población al producir más
alimentos saludables, y ayudó a los agricultores a producir alimentos
en cantidad suficiente para alimentar a la población creciente.
La revolución agrícola coincidió con un cambio en el concepto de los
derechos sobre la tierra. Tradicionalmente, los campesinos habían
labrado y habían pastado sus animales en tierras llamadas
comunales. Pero técnicamente, la tierra era de propiedad privada, y
los agricultores que la cultivaban tenían que pagar un derecho al
propietario.
A partir del siglo 16 en Inglaterra, luego en otros países también, y
hasta el siglo 19, los propietarios reclamaron los derechos sobre sus
tierras. Esto recibe el nombre, en la historia, del movimiento
de cercamiento. Los propietarios de la tierra, imponiendo con
frecuencia de la fuerza de la ley, cercaban sus tierras con setos o
vallas para señalar la demarcación.
Un motivo del cercamiento fue económico. Los grandes
terratenientes comprendieron que ganarían más si producían cultivos
comerciales como granos, o si criaban ovejas para la creciente industria textil, que alquilando la tierra a los
campesinos. El cercamiento tuvo varias consecuencias importantes. Los campesinos quedaron sin tierras para
cultivar. Lo mismo puede decirse de muchos propietarios pequeños, o sea agricultores que tenían terrenos más
pequeños. A raíz de alguna baja económica, o ante el costo de cercar sus tierras, acababan vendiendo los terrenos a los
propietarios más ricos. En sus propiedades, muchos terratenientes grandes montaron granjas comerciales.
De los campesinos y ex pequeños propietarios, unos se quedaron en la tierra como trabajadores asalariados. Otros
pasaron a la manufactura en su hogar y más tarde en talleres independientes o fábricas pequeñas. Pero muchos
quedaron como trabajadores sin tierra y sin empleo, o en el mejor de los casos, como trabajadores con empleo por
temporadas. A medida que los países se industrializaban, estos ex agricultores constituyeron una fuerza laboral
dispuesta para las primeras fábricas, que migraba a las zonas urbanas en busca de empleo.
El movimiento de cercamiento también tuvo efectos morales y legales. Contribuyó a generar el concepto de que era
aceptable sacar ganancias de la tierra propia aunque ello implicara poner fin a los derechos tradicionales de los
campesinos. También señaló la aparición de la agricultura capitalista, o producción de cultivos y cría de animales a gran
escala con fines lucrativos. Con el paso de los años, esta comercialización de la agricultura llevó al establecimiento de un
sistema legal que apoyaría el desarrollo del capitalismo industrial.
Financiación de la industria Sin capitalismo, quizá no habría una Revolución
Industrial. Como dice el refrán, para hacer dinero se necesita dinero. Los individuos
ricos, o capitalistas, vieron la posibilidad de lograr ganancias si invertían en fábricas y
maquinaria. Su dinero dio un empuje a la industrialización. Un grupo más amplio de
inversionistas-dueños surgió con el auge de las sociedades anónimas. Una sociedad
anónima podía acumular grandes cantidades de capital de inversión. Cuanto más
dinero tenían los capitalistas para invertir en negocios, más podían crecer los
negocios. Esto permitió la formación y expansión de las empresas gigantescas que
llegaron a dominar la Revolución Industrial.
El sistema bancario cumplió un papel clave en la industrialización. Con sus préstamos
a los industriales y fabricantes, los bancos privados dirigían los ahorros de sus
clientes hacia proyectos como la construcción de ferrocarriles y fábricas y la minería
del carbón. Promovieron la formación de capital en su forma física: los edificios, máquinas, herramientas y equipos que
se empleaban para fabricar artículos. Por otra parte, los gobiernos formaron bancos nacionales para mejorar el
comercio nacional e internacional. En conjunto, los bancos privados y nacionales proveyeron el apoyo financiero que
estimuló el crecimiento de la industria.
Las grandes empresas La industria creció, junto con las empresas que prosperaban en un mundo capitalista y
competitivo. Estas lograban una parte más grande de las ganancias generadas al vender en un mercado nacional. Su
riqueza les permitía comprar a los competidores más pequeños, fundirse con ellos o sacarlos del mercado. Para finales
del siglo 19, las economías industriales estaban dominadas por las grandes empresas.
En los Estados Unidos, varias firmas y los industriales que las manejaban adquirieron riqueza y poder enormes. En el
negocio del petróleo, John D. Rockefeller estableció un monopolio con su Standard Oil Company. Andrew Carnegie
convirtió su acería Carnegie Steel Company en la sociedad anónima más grande del mundo. También otras economías
estaban regidas por las compañías poderosas. Francia tenía su Compañía de Gas Parisiense y Gran Bretaña sus
ferrocarriles Midland Railway. En Japón, los grandes negocios estaban en manos de firmas conocidas como
zaibatsus. Mediante sus inversiones, estas controlaban muchas industrias y bancos de Japón.
Las grandes empresas podían reunir suficiente capital para satisfacer las necesidades de un mercado de consumo
creciente. Construyeron fábricas enormes y las llenaron con cientos de trabajadores. Producían artículos en masa a
precios más bajos para satisfacer la demanda creciente de los consumidores y aumentar sus propias ganancias. Apareció
también una creciente variedad de tiendas grandes y pequeñas que vendían esta gran variedad de productos
nuevos. Algunos de estos productos eran máquinas de coser, máquinas de escribir, teléfonos, fonógrafos, bombillas
eléctricas, bicicletas, máquinas lavaplatos, radios, aspiradoras y máquinas lavadoras.
5. Consecuencias sociales y políticas
La Revolución Industrial fue, ante todo, un fenómeno
económico. Pero se puede llamar revolución en parte porque
también transformó las esferas social y política. La industrialización
alteró la estructura de la vida diaria del individuo. Además, la
industrialización llevó al auge de los gobiernos grandes.
Mano de obra industrial En el sistema doméstico, la fabricación de
tela a menudo era un negocio familiar. Padre, madre e hijos tenían
su papel en los diferentes procesos necesarios para convertir la
fibra cruda en tela. Las familias trabajaban unidas en un medio
conocido, que era su propio hogar.Los miembros de la familia
podían trabajar a su propio ritmo y tomar descansos cuando
quisieran.Podían comer juntos y administrar juntos el hogar. Hilar o tejer o teñir eran parte de su rutina doméstica
cotidiana. Además, tenían una relación personal y de igualdad social con el comerciante que dirigía su rutina de trabajo.
Laborar en una fábrica era algo muy diferente. Allí el objetivo principal era la productividad, y los patronos se esforzaban
por sacar el máximo provecho de cada trabajador. La clave era la disciplina. Los obreros de fábrica tenían que seguir
órdenes y obedecer las reglas; de lo contrario, los podían multar. Se esperaba que los trabajadores aparecieran en el
lugar de trabajo puntualmente seis días a la semana y que cumplieran una jornada completa, típicamente 12 horas
durante buena parte del siglo 19. Para 1900, los trabajadores estaban marcando tarjeta para indicar el momento de su
llegada y salida hasta el minuto.
En el taller casero, las familias conversaban o cantaban mientras trabajaban. No así en la fábrica. Los patronos insistían
en que sus empleados de la fábrica se concentraran por completo en su labor. Hacia finales del siglo 19, los patronos
comenzaron a contratar expertos en eficiencia. Estos ingenieros industriales se ideaban instrucciones específicas sobre
cómo los trabajadores debían cumplir cada labor, llegando hasta detalles como la mejor manera de mover las manos. Le
meta siempre era acelerar la producción. La relación entre patrono y empleado se había vuelto impersonal. Y lo que es
más, ahora los empleados constituían un grupo social separado y más bajo: la clase trabajadora.
A los trabajadores se les trataba más y más como las máquinas que ellos manejaban. Un escritor británico, John Byles,
describió así el trabajo en fábrica:
Noche y día, el pistón infatigable y portentoso sigue troquelando. Noche y día, relevos de carne humana luchan por
mantenerse a la par con su marcha implacable y despiadada.
—Sir John Barnard Byles, Sophisms of Free-Trade and Popular Political Economy Examined, 1872
Mujeres y niños En la industria doméstica, las mujeres y los niños
cumplían labores vitales en el taller casero. Al comienzo de la
Revolución Industrial, las mujeres y los niños siguieron tomando
parte en la fabricación de bienes. Los dueños de fábricas se valían
de ellos para cumplir labores no calificadas, y podían pagarles
menos que a los hombres.
En sus primeros años, la industria de textiles en Nueva Inglaterra
contrataba muchas mujeres para manejar las máquinas de hilar y
tejer las telas. La mayoría de las trabajadoras en estas fábricas
eran jóvenes solteras. Se les conocía como “chicas de
fábrica”. Cuando Rusia y Japón se industrializaron más entrado el siglo, necesitaban mano de obra barata para competir
con los textiles occidentales. Por esta razón, llenaron muchas de las vacancias en las fábricas de textiles con mujeres.
No obstante, fueron muchas las mujeres que perdieron el empleo durante la transición del sistema doméstico al sistema
de fábricas. Unas lograron hallar empleo fuera del hogar, a menudo como sirvientas domésticas o maestras. Otras
comenzaban un servicio de lavado de ropa en su hogar.
Alrededor de 1900, las sociedades occidentales habían llegado a la conclusión de que el trabajo industrial estaba en
general reservado a los hombres. Sólo el 20 por ciento, aproximadamente, de las mujeres siguieron trabajando en
manufacturación. De estas, muchas laboraban en fábricas pequeñas, típicamente en la industria de ropa, donde los
salarios eran bajos y las condiciones de trabajo eran malsanas.
Los niños también ayudaban en la fabricación de telas en las fábricas de textiles de Gran Bretaña, los Estados Unidos,
Francia, Bélgica y otros países. También trabajaban en otros sectores industriales, como la minería del
carbón. Trabajaban, como las mujeres, por un salario bajo. Pero los ingresos de muchas familias eran tan bajos que
dependían de lo que pudieran ganar todos sus miembros, incluidos los niños. Hacia finales del siglo 19, la educación de
los niños recibió más importancia y los gobiernos empezaron a reglamentar el trabajo infantil. Primero, se recortaron las
horas laborales para niños. Después, se prohibió por ley que las fábricas contrataran niños.
Urbanización Antes de la Revolución Industrial, la
manufacturación tenía lugar principalmente en las zonas
rurales, en talleres caseros. Los pueblos eran ante todo
centros de gobierno y de comercio. Con la
industrialización, el pueblo se convirtió en el principal lugar
de manufacturación. Las fábricas atraían una corriente
constante de trabajadores de la campiña, donde la
revolución agrícola había reducido la demanda para mano
de obra agrícola. Estos migrantes se establecían cerca de
las fábricas, lo cual aumentó grandemente la población de
las ciudades y pueblos existentes y generó pueblos donde
antes no existían.
La industrialización también estimuló la migración masiva
de un país a otro. Durante todo el siglo 19, los Estados
Unidos fue uno de los principales puntos de destino para
los inmigrantes. Unos atravesaban el Océano Pacífico
desde China y Japón. Pero la mayoría venían de Europa,
incluso de países que se estaban industrializando, como
Alemania, pero donde había demasiadas personas
compitiendo por pocos empleos. Los Estados Unidos eran
un país en crecimiento que ofrecía trabajo de fábrica, pero
también atraía a agricultores inmigrantes a sus espacios
abiertos en el Oestes.
La explosión en el número de fábricas y el río de migrantes a las fábricas dieron como resultado un proceso rápido
de urbanización. Dentro de esos centros recién urbanizados, las condiciones de trabajo frecuentemente eran
deplorables. En esa época, al contrario de hoy, prácticamente no había reglamentaciones oficiales ni restricciones
legales sobre la industria. Afuera, las chimeneas echaban nubes de humo que contaminaban el aire. Las fábricas
despedían sustancias químicas y otros desechos tóxicos que ensuciaban y deterioraban los ríos, lagos y aguas
costeras. Otro tanto ocurría con las aguas negras que salían de ciudades y pueblos en rápida expansión.
Adentro, las condiciones de vida en las zonas urbanas eran igualmente malas.
Las casas de apartamentos mugrientas y hacinadas facilitaban la propagación de enfermedades contagiosas como
cólera, viruela y fiebre tifoidea. No obstante, antes de la segunda mitad del siglo 19 eran muy pocos los programas del
gobierno para resolver problemas de salud pública. Los índices de mortalidad urbana se dispararon.
Sindicatos laborales Para muchos trabajadores industriales, las condiciones en el trabajo no eran menos duras que en la
casa. Muchos pasaban su jornada de 12 horas en una fábrica sucia y húmeda, entre los golpazos y chillidos
ensordecedores de las máquinas. Además, las fábricas eran peligrosas, con pocas de las precauciones de seguridad que
hoy damos por sentadas. Otro problema era la paga. Para ganarse la vida, los comerciantes tienen productos para
vender. Los agricultores tienen cosechas. En cambio, los trabajadores solamente tienen su trabajo. Y sin embargo, los
patronos trataban de mantener los salarios más bajos posibles.
El afán de ganancias era lo que motivaba a los industriales que manejaban las fábricas. Ellos podían aumentar sus
utilidades si mantenían bajos los gastos. Por tanto, tenía sentido, desde un punto de vista enteramente económico, que
ellos pagaran lo menos posible en salarios y gastaran lo mínimo en el mejoramiento de las condiciones de
trabajo. Durante la mayor parte del siglo 19, el gobierno no luchaba por los derechos de los trabajadores. Para esto, los
trabajadores tuvieron que acudir a sindicatos laborales.
Un sindicato laboral es una organización formada por trabajadores para negociar con los empleadores a fin de resolver
asuntos relacionados con el trabajo. Durante la era de la industrialización, esos asuntos generalmente tenían que ver
con salarios, horarios y condiciones laborales. Para finales del siglo 19, los sindicatos fuertes en Europa y los Estados
Unidos habían comenzado a lograr mejoras económicas para los trabajadores, valiéndose a menudo de huelgas o
amenazas de huelga. Una huelga es un acuerdo entre los trabajadores de suspender su trabajo hasta que el patrono
cumpla con sus exigencias. Las huelgas podían degenerar en violencia, con los trabajadores batallando contra la policía o
contra guardias privados contratados por las empresas para tratar de romper la huelga y obligarlos a regresar al trabajo.
Ya para 1900, mediante huelgas y también por cambios en la ley, la mayoría de los trabajadores en el Occidente estaban
trabajando menos horas. Aunque las horas todavía variaban de una industria a otra, la jornada de 10 horas y la semana
laboral de 6 días se convirtieron en la norma. Aun así, quedaban muchos asuntos pendientes, y los trabajadores
siguieron confiando en los sindicatos laborales para que los resolvieran hasta bien entrado el siglo 20.
De laissez-faire a reglamentación Durante el primer siglo,
o más, de la Revolución Industrial, las industrias crecieron
sin intervención del gobierno. Los gobiernos occidentales
hacían caso en general de las leyes económicas fijadas por
Adam Smith en su libro La riqueza de las naciones,
publicado en 1776. Smith escribió el famoso dictamen: “No
es por la benevolencia del carnicero, el cervecero ni el
panadero que esperamos nuestra cena, sino por su
preocupación por su propio interés”. En otras palabras, los
productores crean alimentos y otros bienes porque buscan
ganancias. El gobierno, según sostenía Smith, no debía
interferir en este proceso.
Las leyes económicas de Smith formaban el corazón de una doctrina conocida como
laissez-faire (lé-se fér), un término francés que se traduce más o menos como “déjalo
solo”. Los industriales occidentales no deseaban que el gobierno interfiriera con la
economía. Su fuerza económica les daba poder político. Como resultado, el gobierno los
dejó solos, lo mismo que a la economía en general. Las políticas de laissez-faire tenían
sus raíces en un elemento clave del liberalismo: el derecho a la propiedad privada.
A finales del siglo 19, el auge de las grandes empresas llevó al gobierno, especialmente
en los Estados Unidos, a revaluar su posición respecto de laissez-faire. Las sociedades
anónimas se estaban uniendo en varias combinaciones: —unión de recursos, fusiones,
monopolios, carteles— para obtener el control de los mercados. Estas actividades eran
perjudiciales para el consumidor porque al lograr el control de los mercados, las
empresas podían fijar precios altos artificiales e impedir que los competidores entraran al mercado. El Congreso de los
EE.UU. tomó medidas gradualmente para restablecer la equidad y la competencia mediante leyes y reglamentos. Con el
tiempo, los grandes gobiernos frenarían los excesos de las grandes empresas.
Una tendencia mundial Hasta el siglo 20, la industrialización se limitó a un puñado de países occidentales, además de
Rusia y Japón. Pero el afán de ganancias y el deseo general de mejorar el nivel de vida llevaron a un impulso general en
favor de la industria. Por otra parte, a medida que más y más pueblos del mundo han exigido una voz en el gobierno, la
democracia liberal se ha extendido por el mundo. El capitalismo, con su doctrina de la propiedad privada, se ha asociado
estrechamente a la democracia en el gobierno.
Hubo otro fenómeno que debió su éxito, al menos en parte, a la Revolución Industrial. Las naciones que se
industrializaban frecuentemente empleaban su nueva riqueza en fortalecer su ejército. A finales del siglo 19, algunas de
esas naciones ejercieron su poder estableciendo colonias en tierras extranjeras. Sobre esta base, formaron o ampliaron
imperios. Su imperialismo es el tema del próximo capítulo.
Resumen
En esta lección, leíste acerca de la Revolución Industrial, que comenzó en Gran Bretaña y se extendió a países de todo
el mundo. La industrialización transformó de manera fundamental la manera como se trabajaba y vivía.
Estructuras económicas La Revolución Industrial transformó las economías mecanizando la manufactura y la agricultura
y pasando del sistema doméstico de producir bienes al sistema de fábricas. La necesidad de contar con medios para
financiar la industrialización llevó al auge del capitalismo industrial.
Estructuras sociales En la industria casera, los miembros de la familia trabajaban juntos para producir bienes a su propio
ritmo. El trabajo en fábrica exigía mucha más disciplina. Además, distanciaba al empleador de sus empleados, cuya
mano de obra no calificada y bajos salarios los señalaban como miembros de la clase trabajadora. En el Occidente, las
mujeres y niños se fueron eliminando de la fuerza laboral en las fábricas.
Interacción humanos-medio ambiente El sistema de fábricas resultó práctico gracias a nuevas tecnologías, como el
motor de vapor. El trabajo en fábrica atraía a migrantes de las zonas rurales y de otros países. Como resultado, la
población urbana aumentó mucho, lo mismo que la contaminación del aire y el agua y las enfermedades mortales, las
cuales se extendían rápidamente por los edificios de apartamentos hacinados.