chalupa jiri - el caudillismo rioplatense del siglo xix

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    ACTA UNIVERSITATIS PALACKIANAE OLOMUCENSISFACULTAS PHILOSOPHICA PHILOLOGICA 74

    EL CAUDILLISMO RIOPLATENSE DEL SIGLO XIXAnlisis del caso concreto de Juan Manuel Ortiz de Rosas (17931877)

    Toda historia es historia contemporneaE. H. Carr

    La hora de los caudillos

    Los nuevos pases latinoamericanos salieron de las largas y extremadamente violentasguerras por la Independencia arruinados econmicamente, fragmentados socialmentey altamente inestables en lo poltico. No se hizo realidad el gran sueo bolivarianoy sanmartiniano acerca de la creacin de un gran imperio continental, homogneo, estable,prspero y poderoso, ms bien sucedi todo lo contrario. Los nuevos pases eran numero-sos, con unas economas gravemente daadas por las anteriores guerras, y sobre todoestaban dispuestos a sacrificar los exiguos restos de la riqueza nacional en las luchas porredefinir las fronteras internacionales, lo cual inevitablemente iba a ocasionar muchosconflictos armados locales, sorprendentemente sangrientos y devastadores. La destruccincasi total del sistema administrativo espaol, lgica, pero aun as poco prudente e inclusopeligrosa para el futuro de los estados independientes, produjo en muchas zonas un caosy una anarqua tremendos. El propio Bolvar hizo una comparacin acertada entre lasnuevas repblicas latinoamericanas y la Europa occidental despus de la cada del Imperioromano: un caos administrativo, una crisis econmica, decenas de conflictos armadosregionales y una alarmante decadencia de la cultura y de la enseanza. Esta sociedadruralizada y militarizada formaba un escenario idneo para los caudillos regionales y/onacionales, que con su caciquismo iban a marcar profundamente la historia latinoamerica-na del siglo XIX.

    Tambin la estructura social en el campo todos los pases recin aparecidos en elcontinente posean economas rurales, con pequeo, escaso o ningn sector industrial erapropicia para la aparicin de los caudillos. Los estancieros y los hacendados, propietariosde enormes extensiones de tierras cultivables y sobre todo de pastos, pronto ganaron uncontrol casi absoluto sobre la administracin local, y como jefes indiscutibles de las fuertesmilicias (que a veces eran ms numerosas y eficaces que los ejrcitos gubernamentales)podan ejercer una influencia decisiva sobre el parlamento y el gobierno central de la

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    Repblica. La polarizacin de la sociedad rural era absoluta. Entre los poco numerosos,pero increblemente ricos terratenientes y las masas de peones y jornaleros (dejando a unlado los totalmente desarraigados gauchos, parecidos a unos nmadas primitivos, quevagaban por el campo y a veces sobrevivan con la caza del ganado cimarrn) se abra unenorme abismo y el espacio para una potencial clase media, portadora de la estabilidady uno de los principales pilares del sistema democrtico al estilo occidental, quedabatristemente vaco. La relacin dominante entre los estancieros y sus peones era casi idnticaa la que exista en la Roma antigua entre el patrn y sus clientes. El terrateniente peda a sussbditos trabajo, obediencia y una lealtad absoluta, tanto en tiempos de paz como entiempos de guerra, y adems en estos ltimos los peones se convertan en los harapientossoldados del ejrcito personal del estanciero-caudillo. No haba muchas posibilidades deeleccin por parte de los peones: la vida en el campo, amenazada por los continuos ataquesde los indios salvajes y de los bandidos y fugitivos de la justicia, era extremadamentepeligrosa y la proteccin que brindaban los muros de la estancia a menudo significaba ladiferencia entre la vida y la muerte. La otra opcin consista en hacerse un gaucho,aparentemente libre e independiente, por otro lado siempre hambriento y muy vulnerablea los peligros arriba mencionados. Y precisamente este fenmeno de una dependencia totalde los campesinos de su Amo-semidios, Patrn, Protector y Juez (en el mundo aisladoy hermticamente cerrado de la estancia la justicia la administraba exclusivamente elestanciero) lleg a ser la base del caudillismo, cuando dicha relacin empez a extendersedel campo a la escena poltica y a todo el pas. Basada en las alianzas individuales y/ofamiliares, se levant una pirmide social, estrictamente definida, en la cual algunospatrones se convertan en clientes de otros patrones, an ms poderosos, apareciendo lafigura de un superpatrn que con su mano protectora, pero al mismo tiempo muy dura,repartidora tanto de generosos beneficios como de severos castigos, se ergua por encimade toda la nacin.

    Sin embargo, podemos encontrar tambin otras causas del surgimiento del caudillismolatinoamericano, y en concreto del rioplatense, probablemente el ms tpico de todo elcontinente. Aparte de en una gran red de dependencia, mencionada anteriormente, elcaudillo apoyaba su autoridad y prestigio tambin en su poder de intimidacin. El caudillo,en realidad, no era solamente el dueo de las tierras y el protector de sus peones, sinotambin un jefe militar, un guerrero, acostumbrado a mandar, a hacer prevalecer suautoridad en la regin con el arma en las manos cuando era necesario. En las guerras por laIndependencia y en la serie de conflictos armados locales y regionales que les siguieron, elcaudillo fue aquel condotiero capaz de reclutar, armar, abastecer y mantener en orden y endisciplina (tal vez la tarea ms difcil de todas) a un ejrcito que luego impona su voluntada los rivales. El poder del caudillo fue entonces una peculiar mezcla de su carisma, sucapacidad militar y su autoridad personal. Para ser caudillo se necesitaba fuerza, valenta,decisin y energa, all no haba espacio para los dbiles, cobardes o desconfiados.

    El caudillo a menudo representaba tan solo sus propios intereses y deseos o los de suclan familiar, por ms que en otras ocasiones sus objetos y metas podan coincidir (por lomenos parcial y temporalmente) con los de la regin, la provincia o, excepcionalmente, conlos de toda la nacin. En tal caso se converta en un personaje netamente histrico, como

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    por ejemplo fue el caso de Juan Manuel de Rosas con su intento de unificar las provinciasrioplatenses. En caso de que los caudillos llegaran a ocupar los puestos ms altos de lajerarqua administrativa, a menudo se comportaban como conquistadores en su relacinhacia las instituciones estatales, ofreciendo el botn en forma de cargos polticos o ventajososcontratos de obras y servicios para el Estado a sus amigos y familiares.

    Los frecuentes conflictos armados y escaramuzas entre los caudillos y caciques pocasveces se deban a diferencias ideolgicas aunque, por ejemplo, en la Argentina de lostiempos de Rosas los dos grandes bandos beligerantes levantaban las banderas del federalismoy unitarismo, respectivamente, en realidad stas servan como mera fachada y ya bajoRosas pronto se llegara a otra dicotoma, mucho ms personalista, entre el rosismo y elantirrosismo y ms bien se trataba de una clsica disputa por el poder entre los gruposenemistados de la lite gobernante. Y un detalle importante ms: aunque a primera vista loscaudillos rurales se identificaban culturalmente con sus sbditos, en cuanto a las costum-bres y estilo de vida pongamos como ejemplo a Rosas, excelente jinete, un gran maestrodel lazo, que a menudo sola vestir de la misma manera que sus gauchos, en realidad erantan reacios a la participacin de las masas en el poder como los doctores de las ciudades.Los caudillos utilizaban a sus peones y a sus gauchos como mano de obra o como carne decan; sin embargo, nunca se identificaban con ellos socialmente y apenas pensabanpromover cambios y reformas que a los pobres y a los marginados les permitieran unascenso social.

    Los caudillos rioplatenses no diferan del retrato general que acabamos de pintar. En lamayora de los casos procedan de las familias acomodadas, que haban amasado susenormes fortunas ya en la poca colonial. Casi todos sin excepcin posean vastas extensio-nes de tierras de los 18 caudillos que gobernaron alguna de las provincias argentinas entre1810 y 1870, 14 eran terratenientes, 15 pertenecan al grupo de las personas ms ricas delpas, y algunos conquistaron adems un puesto muy alto en las filas del ejrcito nacional.Su vida era arriesgada y su final a veces trgico: a 9 de los 18 caudillos mencionados lesesper una muerte violenta, 3 murieron en el exilio.

    Ensayos liberales y guerras civiles

    Tambin los primeros aos de la historia argentina transcurrieron bajo el signo delcaudillismo. Los intentos centralistas de los gobernadores de Buenos Aires fracasaronrotundamente en 1820, cuando el ejrcito unido de los caudillos federalistas FranciscoRamrez (17861821) y Estanislao Lpez (17861838) aniquil en la batalla de Cepeda lasfuerzas de los unitarios porteos. Sin embargo, la unin de los dos caudillos era muy frgily pronto entre ellos mismos surgira una lucha enconada que iba a desembocar en el triunfode Lpez y en la muerte violenta de Ramrez. Corran tiempos duros y Lpez record lapoco civilizada tradicin de las guerras rioplatenses contra los peninsulares, exhibiendo lacabeza cortada de su rival en una jaula de hierro colocada en un templo de Santa Fe. Lpezse autodenomin como Patriarca de la Federacin; no obstante, careca de suficientefuerza para imponer su voluntad a los restantes caudillos de la regin.

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    El centralismo levant la cabeza una vez ms, apareciendo a su frente BernardinoRivadavia (17801845), el antiguo secretario del Primer Triumvirato de 1811. Rivadavia,un hombre ilustrado, responsable y competente funcionario, fervoroso admirador de laobra de Toms Jefferson, intent hacer de Argentina un estado moderno y liberal, promo-viendo la inmigracin y atrayendo a los inversores de Gran Bretaa. Rivadavia estabafirmemente convencido de que una nueva infraestructura e instituciones liberales iban a sersuficiente estmulo para la unificacin del pas, para la erradicacin del caudillismo y parala eliminacin del gran caos poltico y administrativo que los caudillos provocaban. Pesea su indudablemente buena voluntad, Rivadavia fracas en su propsito y una Argetinaunificada y moderna surgira tan slo dos generaciones ms tarde. El fracaso del proyectomodernizador rivadaviano se deba sobre todo al hecho de que el presidente porteo no eracapaz de conquistar suficiente apoyo poltico y social para sus planes. Los estancieros-caudillos no tenan ningn inters en la instalacin de un Estado centralizado, lleno deinmigrantes europeos y orientado hacia la industrializacin y comercio. A su modo de ver,el mejor futuro imaginable para el pas se basara en la ganadera, bastante primitiva, peroprometedora de estables ganancias, la cual, adems, se compaginara idneamente con elcarcter nacional. Y tampoco es posible ocultar el hecho importante de que el pensamientorivadaviano contena ciertas graves contradicciones internas: Rivadavia por un lado afirma-ba que era un gran admirador del sistema anglosajn basado en una enorme dosis deautonoma local y regional, y por otro en la prctica intentaba introducir en Argentina msbien el modelo jacobino de la Repblica Francesa, altamente centralizado y centralista. En1826 Rivadavia y sus partidarios elaboraron una nueva Constitucin que, a diferencia de sudesdichada predecesora de 1819, ya descartaba explcitamente la posibilidad de la formamonrquica del gobierno y proclamaba sin rodeos la Repblica. Sin embargo, la magnacarta de 1826 contena unos cuantos elementos centralistas y unitarios el mandato de laejecutiva era muy largo, de 9 aos, el presidente tena derecho a nombrar y destitutir a losgobernadores de las provincias, se supona que stas disolveran sus milicias y cancelarantodos los aranceles locales e inteprovinciales, elementos que inmediatamente despertaronuna fuerte resistencia de los federalistas al texto constitucional.

    Y luego Rivadavia cometi su ltimo error, cuando se convirti en uno de los principalespromotores de la guerra contra Brasil (18251828), muy impopular entre la mayora de losargentinos, que no vean ninguna razn para derramar su sangre en defensa de los derechosde los habitantes de la Banda Oriental. En realidad, parece que el principal motivo deRivadavia para defender con tanta vehemencia la impopular guerra fue interno, no externo.Rivadavia crea que en el ambiente de una lucha patritica contra los odiados brasileospodra reclutar con ms facilidad un fuerte ejrcito, capaz de acabar con los caudillosregionales de las Provincias Unidas; por s mismo un plan inteligente que en la segundamitad de los aos sesenta, durante la Guerra de la Triple Alianza (186570), efectivamentellevarn a cabo Mitre y Sarmiento, destruyendo los ltimos feudos de los caciques provin-ciales. Uno de los colaboradores ms cercanos de Rivadavia, Julin Segundo Agero, loresumi en pocas palabras: Haremos la unidad a palos. No obstante, la guerra se convirtien una catstrofe econmica la flota brasilea incluso lleg a bloquear por un tiempo elpuerto de Buenos Aires y la manutencin de un enorme ejrcito, ms de 20.000 hombres,

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    al final cost a los argentinos ms dinero que todas las anteriores luchas por la Independen-cia sumadas. Rivadavia como guerrero perdi los ltimos restos de su autoridad y frente a lanaciente coalicin de los caudillos provinciales, decidida a enterrar tanto la Constitucin,como al presidente porteo, present su dimisin en verano de 1827. El pas se sumi enuna nueva ronda de devastadoras guerras civiles. El sucesor de Rivadavia, Manuel Dorrego,en un intento desesperado por aplacar la ira de los caudillos, anul la Constitucin, ofreciautonoma a las provincias las Provincias Unidas se convirtieron en la ConfederacinArgentina y empez a negociar una tregua con el emperador brasileo. Gracias a laintermediacin de los ingleses se lleg a la firma de un tratado de paz provisional y en laorilla oriental del ro Uruguay surgi un nuevo pas independiente, la futura RepblicaUruguaya, un algodn entre dos cristales en palabras de Lord Ponsomby, el mediadorbritnico.

    A finales de 1828 el ejrcito argentino levant el sitio de Montevideo y emprendi lamarcha de regreso. Las tropas bajo el mando del general Juan Lavalle volvan a BuenosAires, el resto del ejrcito, encabezado por el general Jos Mara Paz, marchaba haciaCrdoba. Los dos jefes militares intentaron asumir el poder mediante un clsico golpecaudillesco. Lavalle en Buenos Aires mand detener y luego fusilar al desdichado Dorrego;en Crdoba, Paz, a su vez, ajust las cuentas con sus competidores Bustos y Quiroga. Masde repente aparece en el tablero una nueva pieza en esta complicadsima partida de ajedrez,una figura que en un breve espacio de tiempo conquistar el poder decisivo. Al frente deuna variopinta milicia compuesta de peones y gauchos, Juan Manuel de Rosas, mediohistrin y medio profeta, como aos ms tarde lo definira su rival poltico Vicente FidelLpez, pacta una alianza con Estanislao Lpez de Santa Fe y en abril de 1829, bajo labandera federalista, sus tropas unidas aplastan a las fuerzas de Lavalle en la batalla dePuente de Mrquez. A finales de 1829 el Congreso, con el apoyo de los grandes estancieros,nombra a Rosas gobernador de Buenos Aires. Despus de dos aos de anarqua y caos, lamayor parte de los habitantes de la ciudad recibieron con entusiasmo al nuevo lder, a quienle fueron concedidos unos poderes extraordinarios, prcticamente ilimitados. Rosas vea enestos poderes dictatoriales una condicin imprescindible para que en su cargo tuviera xito,puesto que, en sus propias palabras, El arreglo de la campaa, en el estado de sumodesorden que hoy lloramos, en el estado de licencia en que se halla el comn de sushabitantes y en consideracin a la reforma que todo necesita, exige y pide una autorizacinextraordinaria. Rosas no ocultaba el hecho de que restablecer el orden deseado iba a seruna tarea ardua, llena de sacrificios: Vamos... a restablecer con nuestro esfuerzo lasautoridades y a restaurar las leyes de la Provincia... Abandonemos las faenas en quevivimos y todos los goces de la vida privada, porque as lo reclama la Patria en peligro. Selleg a una situacin bastante paradjica: Buenos Aires, centralista y unitaria, iba a sergobernada por Rosas, que se declaraba federalista empedernido, mientras que las provin-cias del interior, federalistas y autonomistas, seran controladas por Paz, el principal lderde los unitarios.

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    Un gaucho pcaro

    Una vez que Rosas subi al poder, pronto se vio claramente que iba a ser muy difcilapartarlo de l. Y ello a pesar de que l mismo afirmaba no tener inters en ocupar loscargos ms importantes, tal como recuerdan estas palabras abnegadas con las que saludabasu ascenso en 1829: Aqu me tiene Vd., seor Vzquez, en el puesto de que me he credoms distante; yo nunca cre que llegase ese caso, ni lo deseaba porque no soy para ello; peroas lo ha querido y acercado una poca que yo tema hace mucho tiempo. Con una brevepausa entre 1832 y 1835, Rosas gobernar Buenos Aires e indirectamente toda la Confe-deracin Argentina hasta 1852.

    Hasta nuestros das Rosas (probablemente junto a Pern) sigue siendo el personaje mscontradictorio de la historia argentina. Los representantes de la oposicin antirrosista lotacharon de tirano sangriento, Calgula del Ro de la Plata, y lo presentaban como unsmbolo de la barbarie y anticivilizacin; por otro lado sus partidarios vean en l uno de lospatriotas ms destacados de toda la historia del pas y lo glorificaban como el Salvador de laPatria ante el caos y la anarqua. Dejando a un lado todas las emociones, aparece antenuestros ojos un tpico caudillo rioplatense, aunque sin duda alguna mucho ms poderosoque cualquiera de sus predecesores, un caudillo que bajo el estandarte del federalismogobernara a su pueblo como un autcrata de corte conservador, a veces bastante brutal,dedicando todos sus esfuerzos a la defensa de los intereses de los ganaderos de su provincianatal bonaerense (y tambin al aumento de su fortuna personal), sacrificando a menudo losintereses del resto del pas.

    Juan Manuel Ortiz de Rosas (17931877) provena de un tradicional clan estanciero(uno de sus antecesores haba sido gobernador de Buenos Aires bajo los Borbones); sinembargo, de su familia no hered ninguna fortuna impresionante y su ascenso al poder sedeba en una buena parte a sus virtudes individuales. Ya a los veinte aos de edad seconvirti en uno de los ganaderos ms dinmicos y emprendedores del pas. En 1827 esdesignado Comandante General de las Milicias de Caballera. Su reputacin qued confir-mada definitivamente en 1828, cuando se puso al frente de una gran campaa militar contralos indios que permanentemente estaban amenazando la Frontera con sus feroces ataques.Precisamente la pasividad del presidente Rivadavia en cuanto a la proteccin de lasregiones fronterizas fue el principal motivo de la conversin de Rosas en un federalista, unametamorfosis bastante peculiar, puesto que desde joven Rosas actuaba como un autcratanato: Creen que soy federal; no seor, no soy de partido alguno, sino de la Patria... En fin,todo lo que yo quiero es evitar males y restablecer las instituciones. Entenda e interpreta-ba todo el Estado como una enorme estancia y pensaba gobernar a la nacin con la mismamano dura con la que dominaba a sus peones. Excelente jinete e indiscutible experto en larecogida y doma del ganado con el lazo, prefera siempre la vida rural a la urbana y hastacierto punto despreciaba la ciudad y su ambiente, lo cual le permita identificarse perfecta-mente con los gauchos y con la gente del campo en general; algunos bigrafos suyosescriben sobre un agauchamiento en el vestir, en las maneras y en el lenguaje el sucesorde Rivadavia, Manuel Dorrego, una vez habl de l como de un gaucho pcaro y de suintento de llevar el campo a la ciudad.

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    La primera medida de Rosas al asumir el poder radicaba en la creacin de un ejrcitobien armado, disciplinado y fiable, imprescindible para su gran objetivo: pacificarprimero la provincia de Buenos Aires, ms tarde las provincias restantes. Pronto todos lospotenciales crticos se callaran o seran callados, puesto que los mtodos de Rosas censura,intimidacin, ejecuciones, destierros eran sumamente eficaces.

    Desde un punto de vista ms general, su subida al poder representaba el ascenso de losganaderos, que pronto sustituiran la decadente clase de los comerciantes relacionados conla plata de Potos. Rosas fomentaba el campo en detrimento de la ciudad. Una importanteparte del presupuesto estatal sera destinada ahora para las campaas contra los indios, parauna mejor proteccin de la Frontera (se construiran nuevos fuertes en las zonas fronterizas)y para las subvenciones directas a los ganaderos (en los aos treinta se triplicaron losrecursos financieros destinados para el campo).

    Al haber consolidado su posicin en Buenos Aires, Rosas inmediatamente lanz unataque contra Paz. ste haba establecido su sede en Crdoba, donde cre la Liga delInterior, nombrndose l mismo su Protector. Paz se autodefina como unitario, pero suunitarismo, ms que a un centralismo moderno al estilo de la Repblica Francesa, separeca a la visin de un caudillo central, unitario en el sentido de haberse deshecho detodos sus potenciales competidores y rivales. Rosas, a su vez, segua bajo la bandera delfederalismo; sin embargo, en la prctica no haba mucha diferencia entre su federalismoencarnado en el personaje de un supercaudillo que controlase todo el Estado y el unitarismocaudillesco de Paz. Rosas una vez ms se ali con Lpez de Santa Fe, juntos firmaron elllamado Pacto Federal y en 1831 las tropas de Lpez capturaron a Paz. Despus de variosaos de guerras civiles, que devastaron y empobrecieron en gran medida toda la zona, laConfederacin Argentina (que sustituy a la llamada Liga Litoral, es decir, al conglomera-do de las provincias litorales federalistas que se oponan a la Liga del Interior de losunitarios) ahora se encontraba bajo el control de tres grandes caudillos: Rosas, EstanislaoLpez y Juan Facundo Quiroga, apodado el Tigre de los Llanos. Este triunvirato, noobstante, no tendra larga vida, puesto que Rosas, que controlaba el puerto y el centrocomercial ms importantes del pas, demostraba tener una clara ventaja en comparacincon sus colegas.

    Durante su primer periodo gubernamental, entre 1829 y 1832, Rosas entre otras cosasreanud las relaciones con la Santa Sede, fue implantada la enseanza obligatoria de lareligin catlica en las escuelas y tambin fueron establecidos unos impuestos nuevos parasanar los presupuestos pblicos. En noviembre de 1832, al finalizar su primer mandato detres aos, Rosas abandon su cargo, renunci a la reeleccin puesto que no estaba deacuerdo con que se le hubiera despojado de los poderes extraordinarios y sali para unaexpedicin contra los indios pampeos, llegando su ejrcito hasta el Ro Negro, unos 1.100km al sur de Buenos Aires. Esta Campaa del Desierto fue una de las ms famosasy exitosas de toda la historia de las luchas contra los indios y Rosas hbilmente completsus triunfos en los campos de batalla con xitos diplomticos, negociando con los caciquesderrotados, de modo que al final pudieron repartirse decenas de miles de kilmetroscuadrados de tierras nuevas, con abundantes ros y arroyos, es decir, ideales para los pastos,lo cual, a los ojos de los ganaderos, hizo de Rosas un verdadero hroe legendario.

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    El Redentor

    Desde el punto de vista ideolgico el desciframiento del pensamiento poltico de Rosasno ofrece demasiadas complicaciones. Rosas divida la sociedad tan slo en dos grupos: losque mandaban y, mucho ms numerosos, casi siempre prescindibles, los que obedecan. Locierto es que la obediencia fue probablemente la virtud que el gobernador rioplatense msapreciaba. Para Rosas la meta suprema del desarrollo social era el orden y la estabilidad noen vano uno de sus ttulos oficiales rezaba Restaurador de las Leyes, aun cuando stos separecieran ms bien a un estancamiento (en esto coincida con varios dictadores ultra-conservadores, por ejemplo, con el general Franco). Sus tpicos amor al orden y temor a laanarqua estn presentes ya en su Manifiesto fechado el 10 de octubre de 1820: Hastacundo vagaremos de revolucin en revolucin? Hasta cundo el crimen ser halagadocon la impunidad? Cundo ser el da en que los juramentos tengan algo de sagrado?Cundo las leyes sern respetadas?... Odio eterno a los tumultos! Amor al orden!Fidelidad a los juramentos! Obediencia a las autoridades constituidas!. Si exista algo

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    que le pareciera todava ms repugnante que la democracia (para Rosas democraciaequivala a caos y anarqua, puesto que no estaba dispuesto a tolerar que un pen incultoy hambriento tuviera, gracias a su derecho de votar, la misma participacin en el poder queun estanciero), sin duda se trataba del liberalismo. Su permanente conflicto con losunitarios (en su caso tal vez sera ms apropiado hablar de un odio visceral hacia todo lounitario; en marzo de 1835 Rosas lanza este apasionado discurso: Ya lo vern ahora. Elsacudimiento ser espantoso, y la sangre argentina correr en porciones.) se deba, msque a las diferencias de los dos bandos en cuanto a la meta principal, es decir, unificar elpas Rosas tambin deseaba una Argentina unificada, aunque su visin concreta diferasustancialmente de la de los unitarios, a su profundo liberalismo, su fe en el continuoprogreso de la sociedad, su apasionada defensa de los derechos individuales. Rosasa menudo calificaba a los liberales de masones e intelectuales (aqu tambin podramosencontrar muchos puntos comunes con el general Franco), y los tachaba de subversivosy traidores que con sus doctrinas intentaban hacer volar el orden tradicional, ademsprobablemente como mercenarios a sueldo de las potencias extranjeras. Como un tpicolder autoritario de corte conservador, Rosas despreciaba a los polticos profesionales, enlos cuales vea tan slo intiles artistas verbales, incansables oradores y charlatanes,incapaces de una accin eficaz y radical, de buscar una solucin prctica, no cargada deideologa, de un problema concreto. Rosas, en cambio, era un pragmtico nato y para l lapoltica era la ciencia de lo ms til y conveniente. Rosas en general estimaba muy pocoa los intelectuales y prefera ofrecer la imagen de un hombre del campo, sencillo y natural,aunque l mismo no careca de cierta cultura. Como escriben Carlos A. Floria y CsarA. Garca Belsunce, haba recibido una educacin mediana, pero era culto por suslecturas, con una erudicin un tanto fragmentaria que saba utilizar cuando el auditorio lorequera, pero que naturalmente ocultaba, sobre todo en presencia de gentes de pocas letras.Despreciaba la pedantera doctoral y senta una instintiva repugnancia por las teoras.Rosas daba un buen ejemplo de lo vagas y poco transparentes que pueden ser las ideologas.Aunque formalmente lder nominal del Partido Federal, en la prctica Rosas gobernabaBuenos Aires como un centralista empedernido. Supo vaciar a la perfeccin, lingsticamentey materialmente, los trminos de federalismo y unitarismo, que con el tiempo desaparece-rn de la escena poltica, sustituidos por otra dicotoma, mucho ms personalista y muchoms concreta, es decir, la del rosismo y antirrosismo.

    En qu consista el llamado rosismo? Su principal pilar sin duda lo formaba la estancia,entendida como el centro del poder econmico y al mismo tiempo un sofisticado sistemadel control social. Rosas ya desde los tiempos de sus campaas contra los indios salvajesera partidario y promotor de una gran expansin territorial que trajera a los ganaderosnuevas extensiones de tierras y pastos y de una posterior colonizacin de estos territorios.Con el tiempo lleg a ser el gran Repartidor de las tierras, cuya posesin por aquel entoncesequivala a riqueza y alto estatuto social, y como un gran patrn, regalando enormesparcelas recordando as parcialmente el sistema de las encomiendas de los primerostiempos de la Conquista espaola, iba a convertir a los otros estancieros, aun los ms ricosy poderosos, en meros clientes. La tierra poco a poco se iba convirtiendo en moneda,e incluso a menudo hasta las pensiones o los sueldos de los altos funcionarios se cobraban

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    en tierras. En cambio, una confiscacin de stas era el peor y ms severo castigo, queaparte de en lo econmico, perjudicaba a la vctima tambin en lo social. En este sentido fueel rosismo, ms que ideologa, un sofisticado y complicado sistema piramidal de interesescomunes de los ganaderos. Bajo Rosas se lleg a una situacin en la cual 74 terratenientesposean parcelas que excedan las 40.000 hectreas y 42 latifundistas controlaban dominioscon una extensin superior a las 53.000 hectreas. El mismo Rosas en el transcurso de sumandato lleg a ser uno de los diez propietarios de tierras ms importantes del pas, alcontrolar ms de 360.000 hectreas. Los pequeos agricultores posean menos de un unopor ciento de toda la superficie de tierras agrcolas.

    El rosismo, entendido como un sistema para el reparto de tierras entre los amigos,familiares, potenciales aliados, etc., tena sus repercusiones tambin en lo poltico: un 60por 100 de los diputados de aquellos tiempos eran grandes propietarios de tierras. Y estegrupo de hombres ricos e influyentes, que tan agradecidos se sentan al gobernador, era enrealidad el principal y ms importante apoyo del rosismo.

    Incluso as, Rosas no pensaba compartir el verdadero y decisivo poder con nadiey pronto convirti la Cmara de Representantes en mero organismo consultativo losdiputados no tenan derecho a proponer ni aprobar las leyes, no podan controlar elpresupuesto estatal, un adorno seudodemocrtico de su rgimen dictatorial. No menosdainas y escandalosas fueron las incursiones del dictador en el terreno de la justicia. Fueun verdadero hombre de accin, que aparte de elaborar las leyes y aprobarlas por s mismo,encontr suficiente tiempo para aplicarlas rigurosamente a la sociedad. Con mucha fre-cuencia Rosas personalmente supervisaba la instruccin de los casos, permaneca en sudespacho durante horas y horas leyendo los informes policiales y, para instruir debidamentea los jueces, escriba sobre las actas de los procesos sus famosas sentencias lacnicas:multadle, encarceladle, fusiladle.

    Las armas del rosismo

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    La principal arma del rgimen rosista, sin embargo, la constitua la represin, llevadaa cabo tanto por el ejrcito como por la polica. En rigor, la dictadura de Rosas ms que unatradicional dictadura militar fue un gobierno civil autoritario que saba aprovechar a laperfeccin la lealtad de los militares y de los policas. Las fuerzas armadas no servan tanslo para la defensa del pas ante un enemigo exterior (aunque stos tampoco faltaran),sino tambin, y en algunas pocas ante todo, para la ocupacin del pas mismo por eldictador y por su grupo de colaboradores. El ejrcito de Rosas fue un conglomeradobastante variopinto compuesto sobre todo de peones, gauchos (como dijo Rosas en algunaocasin, se trataba de Hacer del pobre gaucho un hombre til), vagabundos de todandole, en muchos casos reclutados por mtodos violentos, mandado por profesionales,buenos y competentes militares que saban imponer a sus tropas la necesaria disciplina, demodo que al final pudieron decir algunos historiadores sobre el ejrcito rosista que sucrueldad fue eficaz, su barbarie patritica. Frecuentemente la oposicin antirrosista habla-ba despectivamente y con satisfaccin de las hordas rosistas, subrayando el hecho de quea veces en vez de pagarle a la tropa su soldada correspondiente, los oficiales tolerabansaqueos y desmanes de todo tipo. No obstante, sera bastante injusto reprocharle estasprcticas exclusivamente a Rosas, cuando en realidad el reparto del botn fue y sera unaprctica casi regular entre todas las tropas armadas de la regin, hasta los tiempos de Mitrey Sarmiento y su moderno ejrcito estatal. Lo que s se puede reprochar al dictadorrioplatense fue el tamao de su ejrcito, que era enorme en algunos tiempos el nmero desoldados del ejrcito regular sobrepasaba los 20.000 hombres; para poder comparar, en1816 Buenos Aires contaba con unos 40.000 habitantes y los gastos de su manutencinpesaban gravemente sobre los presupuestos pblicos. Sin embargo, todo suele ser bastanterelativo, dependiendo del punto de vista particular, y si algunos consideraban el ejrcitorosista un lastre para la economa y un obstculo para el desarrollo del pas, otros vean enl una idnea ocasin para amasar fortunas y enriquecerse, como por ejemplo fue el caso delos Anchorena, unos primos de Rosas, que haban invertido grandes sumas en las manufac-turas textiles y pronto llegaron a ser los suministradores exclusivos de los uniformes paralos soldados de Rosas. Una cosa, no obstante, es cierta e indudable: el ejrcito rosistaconsuma enormes sumas de dinero en los tiempos del bloqueo francs el captulo militardel presupuesto estatal ascendi a 29,6 millones de pesos, cifra que representaba el 71 por100 del total del presupuesto estatal y en los ltimos aos de la dictadura la proporcin delos gastos de lo militar no bajaba del 49 por 100 del presupuesto estatal total.

    Pese a la existencia y la frecuente y regular utilizacin de un gran aparato represivo,exista en el pas cierta oposicin al rgimen. Con violentas diatribas mostraban su

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    desacuerdo y descontento con la dictadura los unitarios, los liberales, y en general todos losreformistas (no excesivamente numerosos, a decir verdad) que vean el mejor futuro delpas en la imitacin de los modelos democrticos y liberales del mundo occidental. Suintento de sublevacin de 1839 fracas y muchos de ellos tendran que permanecer en elexilio, sobre todo en Montevideo, hasta la cada del dictador en 1852. Esta oposicinliberal, modernista y prooccidental fue lgica y era de esperar. Ms sorprendente fue elhecho de que con el tiempo empezaran a protestar contra Rosas los ganaderos del sur,hartos de los eternos reclutamientos y confiscaciones en nombre del ejrcito que perjudica-ban sus estancias, ms que nunca en la poca del bloqueo martimo, durante el cual susganancias disminuyeron notablemente. Si sumamos la oposicin externa, es decir, la deotras provincias, ms la posterior hostilidad de las potencias extranjeras, parece que dehaberse pactado una gran coalicin de todos los antirrosistas, el rgimen probablementepudiera haber sido derribado mucho antes de 1852. No obstante, precisamente aqu puedeobservarse la habilidad poltica de Rosas, que siempre (por lo menos hasta su amargo fin enel 52) supo fragmentar la oposicin, sembrar cizaa en sus filas y luego liquidar un grupotras otro.

    En casos de extremo peligro adems Rosas poda recurrir al ltimo de sus triunfos: elterror. Este terror presentaba distintas caras, dependiendo de las circunstancias concretas,pero en general lleg a ser uno de los rasgos ms tpicos del rosismo. A veces su autor fueel propio dictador, cuando mandaba ejecutar sin juicio a los presos y cautivos. Con eltiempo, sin embargo, de la tarea de organizar las actividades violentas empez a encargarsela Mazorca (cuyo nombre a veces se interpretaba entre la gente fonticamente como mshorca), brazo armado de la Sociedad Popular Restauradora, asociacin poltica, propagan-dstica y policial de los rosistas. La Mazorca, una combinacin de polica secreta y guardiapretoriana del dictador, poco a poco iba ganando independencia y algunas de sus accionesprobablemente se llevaran a cabo sin el consentimiento explcito del dictador, tal vezincluso sin que ste hubiera sido informado con antelacin. Los militantes de la Mazorca sereclutaban tanto entre los policas y milicianos, como entre los delincuentes e individuossospechosos del hampa. Las expediciones de castigo, realizadas por los grupos armados dela Mazorca, consistan en saqueos, palizas, o incluso asesinatos de los enemigos de laPatria, es decir, los oponentes al rgimen (recordemos los descamisados de Pern quesembraran terror y miedo en las ciudades argentinas una centuria ms tarde). El terrorfuncionaba como un eficaz instrumento para la conservacin del poder rosista y serva paraeliminar a los enemigos, para castigar a los apstatas y para intimidar a todos los quevacilaran o tuvieran sus dudas acerca de la obra del dictador.

    Rosas nunca se decidi a elaborar e imponer al pueblo una Constitucin, puesto queafirmaba que en su opinin ste todava no tena suficiente madurez para una vidaconstitucional y adems haba tareas ms apremiantes, por ejemplo, en sus palabras, ladestruccin del unitarismo. As que aunque las trece provincias oficialmente se aliaron en laConfederacin de las Provincias Unidas del Ro de la Plata, en realidad mantenan unrelativamente alto grado de autonoma, cediendo al centro, es decir, a Buenos Aires,solamente las competencias en cuanto a la defensa y la poltica exterior. Por otro lado, aunsin Constitucin, Rosas era capaz, si realmente se lo propona, de convencer a las

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    provincias de su Verdad, de modo que su unificacin federalista del pas a veces separeca a una conquista de las provincias del interior y del litoral por Buenos Aires.

    En lo econmico Rosas, por lo menos hasta mediados de los aos cuarenta, cuando losexcesivos gastos militares definitivamente acabaron con la prosperidad de los exportadores,mantena rigurosamente su poltica de incondicional apoyo a los grandes ganaderosy terratenientes en general. Una de las graves consecuencias de las medidas proexportadorasde Rosas fue una constante y muy alta inflacin Rosas adems, en su esfuerzo por evitar lanecesidad de aumentar los impuestos, lgicamente muy impopulares entre los estancieros,mandaba emitir ms y ms moneda: en los ltimos 15 aos de su gobierno el circulanteaument en un mil por ciento, lo cual tambin haca crecer la inflacin que empobrecaa las clases medias y obligaba a luchar por la mera supervivencia a las amplias masas delproletariado urbano. Un buen ejemplo concreto de la poltica proteccionista de Rosas es laprohibicin de la importacin de cereales, maz y mantequilla de 1836, medida que por unlado serva como estmulo para los productores nacionales, y por el otro signific unainmediata y muy alta subida de los precios de los productos mencionados, lo cual llev alborde de la inanicin a vastos sectores de la poblacin urbana. Aunque los ganaderos de vezen cuando se rebelaban ante los excesivos gastos militares, nunca protestaban contra lainflacin, puesto que pronto descubrieron sus ventajas para sus actividades comerciales:mientras que, como exportadores, cobraban en el mercado internacional en libras, enmarcos o en francos, en su papel de empresarios argentinos vean disminuir sus costes deproduccin a medida que, debido a la inflacin, iba disminuyendo el valor de la monedanacional.

    Curiosamente, pese a todos los esfuerzos de Rosas por promover la exportacin decarnes y cueros, durante su mandato las relaciones comerciales con Gran Bretaa, conmucho el socio comercial ms importante de la regin rioplatense en el siglo XIX, primerose estancaron y ms tarde se deterioraron considerablemente: mientras que en 1821 fueron128 los barcos ingleses que descargaron sus mercancas en el puerto de Buenos Aires, en1831 su nmero descendi a 44. Si en la poca rivadaviana los comerciantes inglesespodan gozar de toda clase de ventajas y preferencias apenas pagaban impuestos, tenanplena libertad de culto, los britnicos que haban establecido su sede permanente en laregin tenan los mismos derechos que los argentinos pero no se vean obligados a servir enel ejrcito, etc., con Rosas las cosas cambiaron profundamente. Muchos britnicos,decepcionados por la prdida de sus ventajas, abandonaron la ciudad y se mudarona Montevideo. Sus puestos enseguida fueron ocupados por comerciantes de Francia, Ale-mania, Italia o incluso de EE.UU., lo cual hasta cierto punto poda considerarse unadiversificacin saludable de las relaciones comerciales del pas con el exterior: en los aoscuarenta los britnicos participaran solamente con una cuarta parte en el volumen total dela importacin de la Confederacin. Sin embargo, Rosas en realidad pronto se enemisttambin con los franceses y un conflicto comercial desemboc en 1838 en un bloqueo delpuerto de Buenos Aires por una flota francesa. El sitio naval de la ciudad, el centro de todoslos productos exportables e importables del pas, se prolongara durante dos aosy perjudicara gravemente la economa de la zona. La situacin se repetir en 1845, cuandoal segundo bloqueo francs de Buenos Aires se le unirn tambin los britnicos.

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    Estas guerras contra los europeos como casi todo el legado rosista a la historiaargentina despiertan hasta hoy entre los historiadores y/o polticos argentinos fuertespolmicas. Si algunos (Vicente Fidel Lpez, Lucio V. Mansilla, Jos Ingenieros, ErnestoH. Celesia y otros) vean en ellas un signo ms del insano nacionalismo, incluso chauvinis-mo rosista, su temor a la penetracin en su imperio de las ideas revolucionarias y modernistasdel mundo occidental y su hostilidad hacia los comerciantes frente a su vocacin para elcampo y su incansable defensa de los intereses de los ganaderos, los representantes del otrogrupo (Julio Irazusta, Federico Ibarguren, Jos Mara Rosa, Gabriel A. Puentes, EnriqueGuerrero Balfagn y muchos ms, en su mayor parte relacionados por su trabajo de algunamanera con el Instituto de Investigaciones Histricas Juan Manuel de Rosas) hablan de unpatriota valiente que intentaba defender su pas ante el ataque de las potencias extranjeras,vidas de lucro y de pinges y excesivos beneficios en detrimento de la economa nacional,y escriben sobre un gran argentino que defenda a ultranza la independencia polticay cultural de Argentina, amenazada por la brutal y daina presin de los europeos. Recor-demos que en verano de 1849, cuando Rosas con (relativo) xito termin su enfrentamientoarmado con los ingleses y franceses, el mismo San Martn, el Libertador, le regal suespada reconociendo as los mritos patriticos del dictador. A veces da la impresin de queestas dos distintas valoraciones de Rosas son totalmente incompatibles y sus correspon-dientes autores mutuamente se combaten como los peores enemigos. Como irnicamentepregunta Julio Irazusta en su obra clsica Vida poltica de Juan Manuel de Rosas a travs desu correspondencia: No sera la mejor regla de hermenutica creer sobre Rosas todo elbien que dicen de l sus detractores... y todo el mal que dicen de l sus panegiristas? Ellapuede aproximarnos a la verdad.

    Un tirano acorralado

    En los aos cuarenta el nmero de enemigos de Rosas creci hasta tal punto que eldictador argentino empez a comportarse como un hombre acorralado y atacado desdetodos los lados. El frgil sistema de promesas, regalos, sobornos e intereses creados en elque consista el rosismo comenz a derrumbarse, puesto que Rosas ahora prcticamentetodos los recursos financieros tuvo que dedicarlos a sus campaas militares y no le quedabasuficiente dinero para sobornar a los terratenientes con sus proyectos de promocin de laganadera y agricultura en general. Su rgimen ahora cada vez ms se pareca a una vulgardictadura militar, y el propio dictador se asemejaba a un Gran General, lo cual significcierto distanciamiento de los antiguos aliados de Rosas, ganaderos y grandes propietariosde tierras que vean con malos ojos cmo las interminables guerras y bloqueos econmicosarruinaban sus estancias y haciendas. En busca de nuevos ingresos para el presupuesto lasituacin financiera del rgimen lleg a ser crtica y en su desesperado intento de reducir losgastos pblicos y dedicar todo el dinero disponible a la polica y al ejrcito Rosas cerr laUniversidad y suprima los asilos y los hospitales, Rosas bloque, es decir, fsicamentecerr con cadenas, en 1848 (no por primera vez) el ro Paran, para poder cobrar losderechos de aduana a todos los buques mercantes que intentaran subir por l. Sin embargo,

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    esta vez su medida despert una fuerte resistencia, no slo de las provincias afectadas y delos comerciantes franceses e ingleses, sino tambin de los brasileos, que necesitabanurgentemente un Paran libre a modo de una importante lnea de comunicacin entre suprovincia de Mato Grosso y el Atlntico. Montevideo, asilo de miles de refugiados polticospara los cuales no haba espacio en la Argentina rosista, se convirti en el principal centrode conspiracin antirrosista. Unitarios, liberales, ingleses, franceses, brasileos: todosunieron sus fuerzas para derrotar al tirano.

    Y un importante enemigo de Rosas ms. La provincia de Entre Ros entre los aos 1830y 1850 se convirti en una importante fuerza econmica con la cual tena que contarseriamente cualquiera que quisiera controlar la regin rioplatense. En Entre Ros trabaja-ban 17 saladeros y en sus extensos pastos de alta calidad se movan enormes rebaos deganado vacuno (6 millones de reses) y de ovejas (2 millones). Y la provincia, gobernada porla mano dura de Justo Jos de Urquiza (1801-1870), tambin observaba cmo su prsperaeconoma estaba gravemente amenazada por el bloqueo del Paran y por los intentos deRosas de hacer del puerto de Buenos Aires un exclusivo monopolio controlado por suadministracin. Urquiza encontr poderosos aliados en los brasileos y, junto con losuruguayos y sus aliados de Corrientes, desafi a Rosas al ltimo duelo cuando en mayo de1851 se opuso a la reeleccin de Rosas como gobernador de Buenos Aires con especialespoderes en cuanto a la poltica exterior de la Confederacin. Urquiza desempolv laantigua reivindicacin de las provincias de convocar un Congreso nacional que empezaracon una seria discusin sobre una Constitucin, puesto que por lo visto Urquiza, aunquetpico caudillo y cacique provincial, probablemente estaba firmemente convencido de queun verdadero Estado unificado poda surgir tan slo basndose en la igualdad de todas lasprovincias, fijada y asegurada por una magna carta nacional. Y como, a diferencia deRosas, estimaba mucho ms que ste la enseanza, la cultura y a los intelectuales engeneral, supo ganarse las simpatas de los argentinos exiliados en Montevideo. Urquizaprimero liber la capital uruguaya, sitiada desde haca muchsimos aos por los soldados deRosas, y luego con su ejrcito 28.000 hombres, compuesto de peones de Entre Ros y deCorrientes, unitarios exiliados en Montevideo, uruguayos y brasileos, march contraBuenos Aires. El rgimen rosista, que a tantas graves crisis anteriores supo enfrentarsey sobrevivir, ahora se derrumb con sorprendente rapidez, puesto que aparte del dictadorya apenas haba personas dispuestas a seguir con las devastadoras guerras.

    El 3 de febrero de 1852, abandonado por casi todos sus admiradores de ayer, Rosas enMonte Caseros sufri una derrota tal vez ms convendra llamarlo un golpe de gracia,puesto que una buena parte de sus tropas huy an antes de que empezara la batalla quesignificara el punto final para su dictadura. Urquiza entr en la ciudad y sus soldadosmataron unas cuantas decenas de los partidarios del dictador derrotado y humillado quequedaban. El propio Rosas abandon su patria a bordo de una fragata britnica; se quedaraen el exilio ingls hasta el final de su vida en 1877, falleciendo a la edad de 84 aos enSwathling (Hampshire). El exdictador, amargado y decepcionado, cambi de polticodinmico y enrgico en pensador y escritor, elaborando obras sobre fe, filosofa y una idealorganizacin de la sociedad. Escribi incluso una gramtica y un diccionario del lenguajede la Pampa.

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    A modo de balance

    Los ms de veinte aos del rgimen autoritario de Rosas en realidad trajeron a Argentinapocos cambios sustanciales en lo social y lo poltico. En las provincias seguan dominandolos tradicionales caudillos en Santiago del Estero Felipe Ibarra sobrevivi en su indiscu-tible posicin toda la poca de Rosas, gobernando a sus sbditos en el mismo estiloabsolutista y patriarcal de siempre y el mismo vencedor sobre el tirano fue Urquiza, otrocaudillo. No nos dejemos engaar, Urquiza se rebel contra Rosas no por sus sentimientosdemocrticos en lo caudillesco no haba mucha diferencia entre uno y otro, sino sobretodo por hacer frente a la dominacin y hegemona portea, cuyo representante mximo eraprecisamente Rosas. El legado econmico de Rosas consista sobre todo en un enormedesequilibrio entre Buenos Aires y el resto del pas. Si los ingresos anuales de Buenos Airesya en 1824 fueron de 2,5 millones de pesos, en 1839 en Jujuy, la ms pobre de lasprovincias de la Confederacin, los ingresos anuales representaban tan slo 9.000 pesos,distribuyndose adems esta exigua suma de dinero de una forma tan absurda que lasituacin mucho recordaba la extrema polarizacin social de la sociedad medieval del viejocontinente: mientras que el gobernador de Jujuy cobraba 1.500 pesos de salario anual, a laeducacin pblica se le adjudicaban 480 pesos anuales. Las consecuencias de tal polticaeducativa fueron lgicas. El primer censo nacional de 1869 descubri que un 80 por 100de los argentinos no saban escribir ni leer. Pese a todos los intentos de Rosas de cambiar lasituacin de la campia el dictador, por ejemplo, dejaba mandar a las prostitutas detenidasa las estancias, que en general carecan de mujeres el campo segua siendo un espaciohabitado casi exclusivamente por los hombres, ms que nada por los indomables y sumamenteindisciplinados (o libres e independientes, depende del punto de vista del que valore)gauchos.

    Por otro lado, ya podan vislumbrarse algunos nuevos y hasta cierto punto prometedoreshorizontes. En su base montevideana los unitarios y centralistas, en el transcurso de loslargos aos de su exilio, formaron toda una generacin poltica, literaria, filosfica y culturalque entrara en la historia bajo la denominacin de la Generacin de 1837 y cuyos mximosrepresentantes seran Esteban Echeverra, Domingo Faustino Sarmiento o Juan BautistaAlberdi. Gente influida por renombrados analistas y defensores del sistema democrticocomo fueron Toms Jefferson o Alexis de Tocqueville, Alberdi y Sarmiento veran el futurode Argentina en un estado centralista y democrtico, bien organizado, promotor de unamasiva inmigracin el famossimo lema de Alberdi rezaba Gobernar es poblar y sobretodo un despiadado enemigo de todo caudillismo y separatismo, smbolos de la barbariey del despotismo, tal como los defina Sarmiento en su inmortal diatriba metafrica contrael rosismo (el personaje real de Juan Facundo Quiroga es una personificacin de ladictadura rosista) y el caciquismo en general titulada Facundo o Civilizacin y Barbarie enlas Pampas Argentinas (publicada por primera vez en 1845, durante el exilio chileno delautor). Segn Sarmiento, la aparentemente eterna crisis latinoamericana es causada por unhistrico duelo entre una civilizacin al estilo occidental, representada por la Ciudad, y labarbarie, hasta cierto punto el legado colonial de un absolutismo monrquico y despticoespaol, encarnada en la campia y los caudillos rurales. Y precisamente una decidida

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    y sangrienta lucha contra el individualismo autocrtico de los caudillos ser el principalsigno de los nuevos tiempos, en los cuales un nuevo Estado, centralizado, provisto de unejrcito federal moderno y bien armado, del tren, del telgrafo y de las otras armas delmundo modernista, reformado, acabar con los jinetes del pasado e impondr su autoridada todos los habitantes del pas. Dos grandes personajes, polticos-intelectuales, los presi-dentes Bartolom Mitre (18621868) y Domingo F. Sarmiento (18681874), se ocuparncon xito de la tarea histrica de limpiar el pas de caudillos, y puesto que un viejo refrnlatinoamericano constata que Los caudillos no mueren sin luchar, se tratar de unalimpieza despiadada, brutal y a veces bastante sangrienta, sea el caso de Vicente Pealoza,El Chacho, de La Rioja, sea el de Felipe Varela, el heredero del anterior, o el caso delltimo gran caudillo federalista, Ricardo Lpez Jordn de Entre Ros, el cual cae en1874. Fue una verdadera Guerra a Muerte contra los caudillos, durante la cual Sarmiento,en nombre de la civilizacin, no iba a tomar prisioneros; la cabeza cortada de uno de loscaudillos vencidos, la de El Chacho, en 1863 sera colgada pblicamente en la picota, en lapeor tradicin colonial. Desde mediados de los setenta el gobierno central ya dominartodo el pas con su mano firme y el federalismo caudillesco con sus guerras civiles prontoser relegado a las pginas de los libros de historia. En la dcada de los ochenta el trminocaudillo ya perdera su original significado de cacique regional o provincial, despticoe independiente del poder central, y empezara a utilizarse ms bien en relacin con losnuevos polticos que a travs de chantajes, sobornos y manipulacin electoral monopoliza-ran el poder en sus manos.

    Mas pese a la eliminacin fsica de los caudillos rurales, la victoriosa lucha contra elcaudillismo tradicional en la regin rioplatense no significara en el futuro una eliminacincompleta del caciquismo, ni del pensamiento rosista acerca del poder, del nacionalismoy de la sociedad. Sarmiento estaba convencido de que la ya antes mencionada barbarieestaba tan profundamente arraigada en las almas de los latinoamericanos que la nicaposibilidad de destruirla radicara en el fomento de la inmigracin la nueva sangreeuropea traera ms democracia y ms respeto hacia el Estado y sus leyes y en unasestrechas relaciones con el mundo occidental, el cual contagiara con su civilizacin alcontinente latinoamericano. Como para Sarmiento y sus colegas la Civilizacin equivalaa la Ciudad y a la penetracin extranjera, es lgico que muchos compatriotas suyos lereprocharan cierto antinacionalismo y falta de patriotismo. Y as, aunque la influencia deSarmiento y de sus amigos ser importantsima, por otro lado es caracterstico y simblicode la historia rioplatense, y ms en general de la latinoamericana, que la real identidadnacional de los pueblos iberoamericanos nacer de la eterna lucha entre este modernismoeuropesta, progresista e imitador, y entre la lealtad a sus propias e idiosincrticas racesy tradiciones, tal vez un tanto caudillescas, no siempre democrticas y si se quiere utilizareste trmino, a lo mejor un poco brbaras, pero en todo caso originales y autnticas. Elresultado final ser una mezcla original de las dos posturas y corrientes ideolgicas,llegndose al final a una armona que los fervorosos partidarios de Rosas por un lado,y los de Sarmiento, por el otro, en sus tiempos difcilmente podran haberse imaginado.

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    DICTATOR OF ARGENTINA: JUAN MANUEL ORTIZ DE ROSAS

    Summary

    After the war of independence the Argentinian economy was disrupted and the countryexposed to civil wars. At that time appeared the contradictory figure of Juan M. de Rosas,who ruled with a heavy hand between 182952. The author analyses his rise to power andthe period of his government in the context of the evolution of the countries along the LaPlata river, untill he was deposed and forced into exile.

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