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Rodrigo Pardo Fernández, responsable. Carmen Alicia Dávila Munguía, Patrimonio cultural. Miguel Ángel Villa Álvarez, Actividades artísticas COMITÉ DE CULTURA Comisión para la Conmemoración del Centenario de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo Continuar leyendo pág.2 ... Canaima (fragmentos) Rómulo Gallegos B arra del Orinoco. El serviola de estribor lanza el escandallo y comienza a vocear el sondaje: —¡Nueve pies! ¡Fondo duro! Bocas del Orino- co. Puertas, apenas entornadas todava, de una regin donde imperan tiempos de violencia y de aventura... Una ceja de manglares flotantes, negros, es el turbio amanecer. Las aguas del ro ensucian el mar y saturan de olores terrestres el aire yodado. —¡Ocho pies! ¡Fondo blando! Bandadas de aves marinas que vienen del Sur, rosarios del alba en el silencio lejano. Las aguas del mar aguantan el empuje del ro y una cresta de olas fangosas corre a lo largo de la barra.

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Rodrigo Pardo Fernández, responsable. Carmen Alicia Dávila Munguía, Patrimonio cultural. Miguel Ángel Villa Álvarez, Actividades artísticasCOMITÉ DE CULTURA

Comisión para la Conmemoración del Centenariode la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo

Continuar leyendo pág.2 ...

Canaima (fragmentos)

Rómulo Gallegos

Barra del Orinoco. El serviola de estribor lanza el escandallo y comienza a vocear el sondaje:

—¡Nueve pies! ¡Fondo duro! Bocas del Orino-co. Puertas, apenas entornadas todavia, de una region donde imperan tiempos de violencia y de aventura... Una ceja de manglares flotantes, negros, es el turbio amanecer. Las aguas del rio ensucian el mar y saturan de olores terrestres el aire yodado.

—¡Ocho pies! ¡Fondo blando! Bandadas de aves marinas que vienen del Sur, rosarios del alba en el silencio lejano. Las aguas del mar aguantan el empuje del rio y una cresta de olas fangosas corre a lo largo de la barra.

C2 Lunes 1 de mayo de 2017. Año 6 No. 119

Rumbo al Centenario

*—¡Ocho pies! ¡Fondo duro! Deste-

llos de aurora. Arreboles bermejos... ¡Y eran verdes los negros manglares!

—¡Nueve pies! ¡Fondo blando! De la tierra todavia sonolienta, hacia el mar despierto con el ojo fulgido al ras del horizonte, continuan saliendo las ban-dadas de pajaros. Los que madrugaron ya revolotean sobre aguas centellean-tes: los alcatraces grises, que nunca se sacian; las pardas cotuas, que siempre se atragantan; las blancas gaviotas vo-races del aspero grito; las negras tijere-tas de ojo certero en la flecha del pico.

—¡Nueve pies! ¡Fondo duro! A los macareos han llegado millares de gar-zas: rojas corocoras, chusmitas azules y las blancas, de toda blancura; pero todas albean los esteros. Ya parece que no hubiera sitio para mas y aun continuan llegando en largas banda-das de armonioso vuelo.

—¡Diez pies, fondo duro! Acaban de pronto los bruscos maretazos de las aguas encontradas, los manglares se abren en bocas tranquilas, cesa el can-to del sondaje y comienza el maravillo-so espectaculo de los canos del Delta.

Termino fecundo de una larga jor-nada que aun no se sabe precisamente donde empezo, el rio nino de los ale-gres regatos al pie de la Parima, el rio joven de los alardosos escarceos de los pequenos raudales, el rio macho de los iracundos bramidos de Maipures y Atures, ya viejo y majestuoso sobre el vertice del Delta, reparte sus caudales y despide sus

hijos hacia la gran aventura del mar: y son los brazos robustos reventando chubascos, los canos audaces que se marchan decididos, los adolescentes todavia sonadores que avanzan des-pacio y los canos ninos, que se quedan dormidos entre los verdes manglares.

Verdes y al sol de la manana y flotan-tes sobre aguas espesas de limos, cual la primera vegetacion de la tierra al surgir del oceano de las aguas totales; verdes y nuevos y tiernos, como lo mas verde de la porcion mas tierna del retono mas nuevo, aquellos islotes de manglares y borales componian, sin embargo, un paisaje inquietante, sobre el cual reina-ra todavia el primaveral espanto de la primera manana del mundo.

A trechos apenas divisabase alguna solitaria garza inmovil, como en espe-ra de que acabase de surgir aquel mun-do retardado; pero a trechos, canos dormidos de un laberinto silencioso, la

soledad de las plantas era absoluta en medio de las aguas cosmicas.

Mas el barco avanza y su marcha es tiempo, edad del paisaje.

Ya los manglares son matorrales de ramas adultas, marana bravia que ha perdido la verde piel nina y no mama del agua sino muerde las savias de la tierra cenagosa.

Ya hay pajaros que ensayan el canto con salvajes rajeos; huellas de bestias espesura adentro: los arrastraderos de los caimanes hacia la tibia sombra internada, para el letargo despues del festin que ensangrento el cano; sende-ros abiertos a planta de pie, las trochas del indio habitador de la marisma; ca-sas tarimbas de palma todavia sobre estacas clavadas en el bajumbal. Ya se oyen gritos de un lenguaje naciente. Son los guaraunos del bajo Orinoco, degenerados descendientes del bravo caribe legendario, que salen al encuen-tro de las embarcaciones en sus dimi-nutas curiaras, por los canos angostos, sorteando los islotes de bosuros flore-cidos, bogando sobre el aguaje de los caimanes que acaban de zambullirse. Se acercan a los costados del vapor en marcha y en jerga de gerundios propo-nen comercio:

—¡Cunao! Yo dandote moriche can-ta bonito, tu dandome papelon.

—Yo dandote chinchorro, tu dandome sal.

Pero a veces los gritos son alaridos lejanos, sin que se acierte a descubrir de donde salen y quizas no sean pro-posiciones amistosas, sino airadas pro-testas del indio indomito, celoso de la soledad de sus bajumbales.

¡Canos! ¡Canos! Un maravilloso laberinto de calladas travesias de aguas muertas con el paisaje naufrago en el fondo.

Hondas perspectivas hacia otros canos solitarios, misteriosas vueltas para la impresionante aparicion repen-tina, que a cada momento se espera, de algun insolito morador de aquel mundo inconcluso.

Islotes de borales en flor, crestas de caimanes. Un brusco chapoteo estre-mece el florido archipielago y turba la paz del paisaje fantastico invertido en el espejo alucinante del cano.

A vuelta encontrada aparece una pi-ragua navegando en bolina. Un carga-mento de platanos, vuelco del cuerno de la abundancia del Delta; tres hom-bres, guayqueries de rostro atezado, buena cara para el mal tiempo de mar y

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Rumbo al Centenario

de rio; un perro que se empina en la bor-da, nocturno guardian de la casa flotan-te en el aduar de las barcas fondeadas, y un gallo, caracol para el alba marina.

El paisaje es de tiempos menos remotos. Palmeras, temiches, caratas, mo-

riches... El viento les peina la cabelle-ra india y el turupial les prende la flor del trino... Bosques. El arbol inmenso del tronco velludo de musgo, el tron-co vestido de lianas floridas. Cabimas, caranas y tacamahacas de resinas balsamicas, cura para las heridas del aborigen y lumbre para su churuata.

La mora gigante del ramaje sombrio inclinado sobre el agua dormida del cano, el araguaney de la flor de oro, las rojas marias. El bosque tupido que trenza el bejuco...

Plantios. Los conucos de los margaritenos, las umbrosas haciendas de cacao, las jugosas tierras del bajo Orinoco enterneciendo con humedad de savias fecundas las manos del hom-bre del mar arido y la isla seca.

Ya se ven caserios. Pero alla viene el chubasco que nun-

ca falta en aquella zona de bruscas condensaciones atmosfericas. Es un ceno amenazante el largo nubarron por detras del cual los rayos del sol, a traves del aguacero en marcha, son como otra lluvia, de fuego. La bri-sa marina y los gozosos escarceos se detienen de pronto asustados ante aquello que avanza de tierra, se que-da inmovil el aire un instante, vibra de subito como una plancha de acero golpeada, se acumulan tinieblas, se es-tremece el cano herido por los gotero-nes de la lluvia recia y caliente y pasa el chubasco borrando el paisaje.

Ya vuelve, con la prodigiosa riqueza de sus matices envueltos en la suave tonalidad de una luz incomparable, he-cha con los mas vivos destellos del sol de la tarde y la substancia mas trans-parente del aire. Y en el aire mismo cantan y aturden los colores: la verde algarabia de los pericos que regresan del saqueo de los maizales; el oro y azul, el rojo y azul de los

guacamayos que vuelan en parejas gritando la aspera mitad de su nom-bre; el oro y negro de los moriches, de los turpiales del canto aflautado, de los arrendajos que cuelgan sus nidos cerca de las colmenas del campate y los arpegios matizados al revuelo de la bandada de los azulejos, verdines, cardenales, paraulatas, curanatas, sie-

tecolores, gonzalitos, arucos, guirirles. Ya regresan tambien, hartas y silencio-sas, las garzas y las cotuas que salieron con el alba a pescar y es una nube de rosa la vuelta de las corocoras.

De pronto huyen las riberas que en-cajonaban el cano y ante la vista se ex-tienden, pasmo de serenidad, las boli-nas del Delta.

¡Agua de monte a monte! ¡Agua para la sed insaciable de las bocas ardidas por el yodo y la sal! ¡Agua de mil y tantos rios y canos por donde una inmensa tierra se exprime para que sea grande el Orinoco! Las que manaron al pie de los paramos andinos y perdieron la cuenta de las jornadas atravesando el llano; las que vinieron desde la remota Parima, de raudales en chorreras, de cataratas en remansos, a traves de la selva misteriosa y las que acababan de brotar por alli mismo, tiernas todavia, olorosas a manantial. Todas estaban alli extendidas, reposadas, hondas, y eran todo el paisaje venezolano bajo un trozo de su cielo.

Termino sereno, como el acabar de toda grandeza, ya proximo el mar in-evitable, el Orinoco se ensimisma en los anchos remansos de las bolinas del Delta para arreglar sus cuentas con-fusas, pues junto con las propias, que ya no eran muy limpias, trae revueltas las que le rindieron los rios que fue en-

contrando a su paso. Rojas cuentas del Atabapo, como la sangre de los cau-cheros asesinados en sus riberas; tur-bias aguas del Caura, como las cuentas de los sarrapieros, a fin de que fuese riqueza de los fuertes el trabajo de los debiles por pobres y desamparados; negras y feas del Cunucunuma, que no es el unico que asi las entrega; verdes del Ventuari y del Inirida, que se las rindio el Guaviare, revueltas del Meta y del Apure, color de la piel del leon; azu-les del Caroni, que ya habia expiado sus culpas en los tumbos de los saltos y con las desgarraduras de los rapidos... Todas estaban alli cavilosas.

Ya declinaba la tarde. Detras de las costas del rio, las hondas lejanias de las tierras llanas, las profundas pers-pectivas de las tierras montuosas, sin

humos de hogares ni tajos de cami-nos, vastos silencios para inmensos rumores de pueblos futuros; arriba, la magica decoracion de la puesta del sol:

celajes de oro y lagos de sangre y llu-vias de fuego por entre grandes nubarro-nes sombrios, y bajo la pompa dramatica de estos fulgores en aquellos desiertos, ancho, majestuoso, resplandeciente, ¡Orinoco pleno, Orinoco grande!

¡Esto fue!—¡Nueve pies! ¡Fondo duro! Bocas

del Orinoco. Puertas, no bien despe-jadas todavia, de una region por don-de paso la aventura que aridece el es-fuerzo y donde clavo la violencia sus hitos funestos. Aguas de tantos y tan-tos rios por donde una inmensa tierra inutilmente se ha exprimido para que sea grande el Orinoco.

RÓMULOGALLEGOSRÓMULOGALLEGOS

* * * * * *

C4 Lunes 1 de mayo de 2017. Año 6 No. 119

Rumbo al Centenario

* * *Guayana frustrada. La que todavia no ha sido y la que ya no es.La de los caudalosos rios desiertos por cuyas aguas

solo navegan las sombras de las nubes, la de las inmensas energias baldias de los fragorosos saltos desaprovechados, y la de los pueblos tristes, ruinosos, sin transito por el dia ni luz por la noche, donde el guayanes suspira y dice al forastero:

—¡Esto fue! Por los caminos del Yuruari, sembrados de baches, ya las colleras de las mulas no entonan el canto de la abundancia y en los paraderos donde ahora nadie se de-tiene estan abandonados a la intemperie los carros de los antiguos convoyes. Los sustituyo el progreso aparente del camion, pero solo muy de trecho en trecho y de tiempo en tiempo jalona el silencio el alarido del bocinazo, y en Upata de los carreros la gente suspira y murmura:

—¡Esto fue! La del caucho sin precio para ganancias, que ya no se explota, la del oro que poco aparece y solo para enriquecer avariciosas manos extranas, la de la sarrapia, apenas, que continua manteniendo la ilusion de riqueza conquistable solo con unos meses de montana.

—¡Esto fue! Y en Tumeremo dicen y en Guasipati lo repiten:—Si este ano no aparece oro en Cuyuni, este pueblo se

acaba definitivamente.Por El Callao, a orillas del Yuruari, el negro Ricardo, ya

viejo, va todavia saltando sobre su muleta de palo, con una piedra en la mano libre en busca de botellas que romper.

—¿Cuantas, Ricardo? –le preguntan diariamente los que con su demencia se divierten.

Y el responde, satisfecho del estrago causado:—¡Veinte, chico! ¡Veinte! Y prosigue su marcha, zangolo-

teando la pierna tronchada.Pero en las riberas del turbio Yuruari, todavia la negra Da-

miana continua lavando las arenas que ya no arrastran oro.—¡Esto fue! Por los caminos de los alrededores de Upata

todavia vaga Jose Francisco Ardavin de regreso de su iluso-ria pelea de El Caujaral, desquijarado, babeante, mustia de demencia la mirada. Pero musiu Giacomo, ya viejo tambien, aun conserva el pergamino de “El Espanolito” y junto con el muchos esperan que algun dia se descubrira el tesoro de los frailes y que entonces Upata volvera a ser Upata.

Mientras que Childerico continua diciendo que el tiene su corcel y algun dia lo jineteara por los caminos del orbe asombrado, porque esta escribiendo un libro que lo hara fa-moso, una gran obra que estremecera al mundo... Aun se

Romulo Gallegos (1884-1969), escritor y politico venezolano

candidato al Premio Nobel, autor de novelas tan conocidas como

Dona Barbara o Cantaclaro, vivio en Morelia, exiliado, en el verano

de 1952. En esta ciudad escribio su ultima novela, de tema y contexto

mexicano, La brasa en el pico del cuervo (de acuerdo con las

memorias de Jesus Silva Herzog), la cual fue publicada como

Tierra bajo los pies, de manera postuma, en 1971. La Universidad

Michoacana de San Nicolas de Hidalgo le otorgo el Honoris Causa

el 18 de enero de 1943.

ignora sobre que versara y se sospecha que la escriba duran-te las horas muertas, porque ahora en “Los Argonautas” no hay mucho que vender.

—¡Esto fue! En Tumeremo, la intemperie y las lluvias han descolorido la tijera de oro pintada en la muestra de la sastreria de Arteaguita, que ya a veces se come el trazo estropeando la tela, y cuando el sastre, agobiado de hijos mal vestidos, se sienta a la puerta por las noches y levanta la mirada hacia la polvareda de mundos del Camino de San-tiago, suelen asaltarlo nostalgias de su ciudad natal y se le oye murmurar:

—¡Caracas! ¡Caracas! ¡Quien estuviera a esta hora en la esquina de Las Gradillas!...

Solo en “Tupuquen” restan esperanzas bien cifradas. La tierra produce, los ganados se multiplican, los hijos crecen y van saliendo buenos. De tiempo en tiempo alli se recuerda a Marcos Vargas e invariablemente se exclama:

—¿Que se habra hecho? ¡Aquella esperanza fallida! ¡Aquella fuerza gozosa que se convirtio en atormentada! Aracelis, cansada de esperarlo, se caso con un ingeniero ingles de las minas de El Callao. El habia insistido mucho y ella por fin tuvo que decidirse, para luego acceder:

—¡Esto fue! Pero un dia se detiene en “Tupuquen” un via-jero acompanado de un joven como de doce a catorce anos.

—Don Gabriel –dice el primero–, aqui le mandan este mucha-cho para que usted lo eduque como esta educando a sus hijos.

—¿Quien lo manda? –pregunta Urena–. ¿Quien es ese chico? —Pregunteselo a el mismo –responde el viajero.

Urena lo mira a los ojos y ve brillar la inteligencia, le opri-me luego los musculos de los brazos y siente la fortaleza, se lo queda contemplando, porque ya lo reconoce, y descubre la bondad. Es un mestizo, bien templado el rasgo indio.

—¿Como te llamas? –le pregunta.Y el muchacho responde:—Marcos Vargas.Bocas del Orinoco. Aguas del Padamu, del Ventuari... Alli

mismo esta esperandolas el mar.Apoyado sobre la barandilla del puente de proa va otra

vez Marcos Vargas. Urena lo lleva a dejarlo en un colegio de la capital donde ya estan dos de sus hijos, y es el Orinoco quien lo va sacando hacia el porvenir... El rio macho de los iracundos bramidos de Maipures y Atures... Ya le rinde sus cuentas al mar...