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En el principio. . . fue la línea de comandos Neal Stephenson 1999

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En el principio. . . fuela línea de comandos

Neal Stephenson1999

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Índice

Presentación, por M. VIDAL 5

Prólogo, por P.J. ROMERO 11

Introducción 15

Descapotables, tanques y batmóviles 17

Lanzador de bits 23

Las Interfaces Gráficas de Usuario 29

Lucha de clases en el escritorio 37

Tarro de miel, pozo de brea, lo que sea 45

La tecnosfera 53

La cultura de la interfaz 59

Morlocks y Eloi al teclado 71

El trasquilón metafórico 79

Linux 83

El «hole hawg» de los sistemas operativos 91

La tradición oral 95

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Shock de sistema operativo 99

Falibilidad, enmienda, redención, confianza... 111

Memento Mori 123

La fatiga del «geek» 131

Etre 135

Mente compartida 145

El meñique derecho de Dios 149

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Presentación

Hace años que los fabricantes de sistemas operativos —comoMicrosoft o Apple— dedican ingentes recursos a ocultar cómofuncionan realmente los ordenadores, se supone que con la ideade simplificar su uso. Para ello, algunos de sus mejores ingenie-ros han inventado toda clase de metáforas visuales e interfacesgráficas, lo cual ha permitido que mucha gente se acerque a losordenadores personales sin sentir pánico o sin provocar grandesgastos de formación de personal a sus empresas. Pero, lamenta-blemente, construir ese muro de metáforas en forma de interfazgráfica entre el ordenador y el usuario (conocida como GUI) hatenido un coste social y cultural muy notable, al contribuir deci-sivamente a que la tecnología que subyace al ordenador se percibacomo algo mágico, sin conexión alguna entre causas y efectos,recubriendo de un formidable manto de ignorancia todo lo querealmente sucede. Eso ha propiciado estrategias comerciales ba-sadas en el engaño y la trampa,1 cuando no abiertamente delic-tivas2 y explica que productos muy deficientes, como el propioWindows, sean consumidos masivamente y tolerados por el granpúblico, que soporta resignadamente una mercancía plagada deerrores y sin garantía real alguna, que acepta las pérdidas de da-

1«Trampa en el ciberespacio», Roberto Di Cosmo, 1998, http://sindominio.net/biblioweb/telematica/trampas.html

2El fallo contra Microsoft del juez Jackson, emitido en abril de 2000, esabsolutamente demoledor: califica su estrategia empresarial como «con-ducta depredadora», la compara con un «pulgar opresor» sobre sus com-petidores y la tilda de «violenta».

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tos, los virus, las vulnerabilidades, el control sobre su intimidady toda clase de errores inesperados como algo natural, inherenteal propio ordenador, y no al sistema operativo que lo hace fun-cionar. El último —y gravísimo— atropello planificado por partedel principal constructor de interfaces amigables tiene el nom-bre de TCPA/Palladium y pretende universalizar el software pro-pietario con código malicioso incorporado. Hoy son las empresaslas que «legislan» de facto mediante la tecnología y, de imponersedicho sistema —una auténtica conspiración de Microsoft e Intelcontra libertades básicas de las personas—, permitiría realmen-te la censura remota, la intrusión y el control de los ordenadorespersonales por parte de las corporaciones multimedia y de los go-biernos, a espaldas del usuario y sin su consentimiento.

La «cultura de la interfaz» se ha impuesto, pero para llegar aese punto ha hecho falta un largo recorrido salpicado de guerrasno declaradas, una auténtica «lucha de clases en el escritorio»que nos ha llevado desde la línea de comandos hasta las vistosasinterfaces gráficas actuales. Es precisamente esa historia la quenos narra, de forma amena y desenfada, Neal Stephenson, autorpor cierto de algunas de las mejores novelas de ciencia-ficción dela última década, tales como Snow Crash y Criptonomicón.

Existe una comunidad, una cultura compartida, de progra-madores expertos y gurús de redes, cuya historia se puederastrear décadas atrás, hasta las primeras minicomputado-ras de tiempo compartido y los primigenios experimentosde Arpanet. Los miembros de esta cultura acuñaron el tér-mino hacker. Los hackers construyeron la Internet. Los hac-kers hicieron del sistema operativo Unix lo que es en la ac-tualidad. Los hackers hacen andar Usenet. Los hackers ha-cen que funcione la WWW.3

El heredero de esa cultura es el movimiento del software libre,y su buque insignia: GNU/Linux. En ese ámbito sigue muy vivala interfaz de línea de comandos de la que nos habla Stephenson.Tal circunstancia no responde a ninguna clase de nostalgia o ex-centricidad, ni se debe solo a una decisión técnica, sino política,pues con ello se ha mantenido intactos el poder y la capacidad de

3«Cómo convertirse en hacker», Eric Raymond, 2001. La traduccióncastellana puede leerse en: http://sindominio.net/biblioweb/telematica/hacker-como.html

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Presentación, por M. VIDAL 13

decisión del usuario sobre lo que hace su máquina. Es de esta his-toria, no muy conocida fuera del ámbito hacker, sobre la que nosilustra EN EL PRINCIPIO. . . FUE LA LÍNEA DE COMANDOS.La obra que presentamos constituye un ensayo sobre el pasado y elfuturo de los ordenadores personales, un recorrido personal y sub-jetivo —pero no por ello menos preciso— a través de la evoluciónde los sistemas operativos que el autor ha conocido —Windows,MacOS, Linux, BeOS— y de la actitud que han representado alo largo del tiempo cada uno de estos en el uso y el tipo de usua-rio a los que ha dado lugar. No es un libro que trate de evaluar ocomparar técnicamente las prestaciones de los distintos sistemasoperativos, ni que aborde la típica (y artificiosa) controversia en-tre usuarios de Mac y de Windows. De hecho, Stephenson sitúacorrectamente en el mismo plano a Apple y a Microsoft, como doscaras de la misma moneda: tal y como no hay diferencia cualitati-va entre un fabricante de ferraris y otro de ladas (por mucho queestética e incluso funcionalmente no haya comparación posible),tampoco la hay entre Redmond y Cupertino: ambos gigantes re-presentan un modelo basado en el código cerrado, en la restriccióny la apropiación de las fuentes del conocimiento y en la venta delicencias.

La alternativa al software propietario no es otro software pro-pietario que funcione mejor o sea más vistoso, o nos salga gratis,sino un modelo de desarrollo y uso del software que devuelva alos usuarios de ordenadores el poder y la libertad que han ido per-diendo a lo largo del tiempo o, aún más, que permita a los usuariosautoorganizarse para ello: ese, y no otro, es el valor del softwarelibre, mucho más que sus excelencias técnicas, las cuales, sien-do indiscutibles, no dejan de ser un hecho circunstancial. ¿Y quées lo que caracteriza pues al software libre? el permiso de copiar,modificar y redistribuir el código (incluyendo su venta), con unaúnica restricción que se puede sintetizar con el título del himno deCaetano Veloso y del Mayo francés: «prohibido prohibir», y quelos hackers comprimen aún más llamándolo «copyleft». Esto noes una simple utopía de informáticos libertarios, sino la columnavertebral de Internet (más del 60 % de los servidores web se ba-san en un software libre llamado Apache), el modelo de negociode numerosas empresas y el sistema que usan ya más de veintemillones de personas en sus ordenadores.

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Esta obra sin duda supondrá un punto de vista novedoso pa-ra el usuario no especializado, pues le descubrirá de modo amenoun mundo que no es el que le han contado en las revistas de in-formática, ni en los rutilantes anuncios de las grandes compañíasde software propietario, que prometen facilidad de uso a cambiode aceptar la entrega ciega e incondicional a sus productos. NealStephenson muestra que no es oro todo lo que reluce debajo de esametáforas visuales y esos vistosos y (se supone) intuitivos escri-torios, que se han impuesto a costa de un ejercicio tramposo deidealización equivalente a las películas de Walt Disney.

Hay que hacer una pequeña aclaración en cuanto a la excelen-te traducción de Asunción Álvarez. En el texto aparece a menudo«software gratis» como traducción castellana de free software.En inglés, el término free es polisémico, y puede significar tantolibre como gratis. Sin embargo, free software, referido al movi-miento que abandera GNU/Linux, se emplea siempre en el sen-tido de libertad, no de precio, y debe traducirse como «softwarelibre». Pero Stephenson usa muchas veces a lo largo del texto freeen un sentido inequívoco que indica gratuidad y por supuesto latraductora ha respetado dicho sentido. Cuando el autor quiere re-ferirse a «software libre» opta por la denominación open source(«fuente abierta»). El software libre es libre incluso para ser ven-dido. Que el software se pueda copiar sin restricciones hace quetienda a llegar al usuario a coste cero, lo cual es distinto a que nohaya costado nada producirlo o a que alguien no haya pagado porsu desarrollo: la gratuidad, cuando se da, es una consecuencia delmodelo de libre copia, no su razón de ser.4

Para elaborar este libro se ha empleado únicamente softwarelibre, en concreto el sistema de composición de textos LATEX,5 el

4De hecho existe software gratuito que en absoluto es software libre: elnavegador Explorer de Microsoft es un buen ejemplo de cómo la gratui-dad puede ser parte de una despiadada estrategia de dumping.

5 TEX (pronúnciese «tej») fue creado en 1978 por Donald E. Knuth, fi-gura sobresaliente en la ciencia de la computación moderna y máximaautoridad en el estudio de algoritmos matemáticos. TEX es sin duda unode los programas libres más perfectos y de los que más orgullosos se sien-ten los amantes del software libre. LATEX (y su sucesor LATEX 2ε) es un len-guaje estructurado construido a partir de TEX, usado por gran número dematemáticos, físicos, químicos e ingenieros, si bien se puede emplear en

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Presentación, por M. VIDAL 15

editor GNU Emacs y el corrector Ispell,6 con los que se ha contro-lado todo el proceso hasta la salida final en un fichero «postcript»para la imprenta. Tenemos el empeño explícito por mostrar conhechos que el resultado de la maquetación con herramientas li-bres es incluso superior que el que se obtiene con los carísimosprogramas comerciales que se utilizan en la composición de librosen papel. Tampoco se ha usado interfaz gráfica: todo el proceso seha realizado sin efectuar un solo click de ratón desde una terminalde línea de comandos (GNU bash). Una versión digital de este li-bro, libremente reproducible para uso personal, puede encontrarseen la Biblioweb de sinDominio.7

Solo nos queda agradecer la cesión de la traducción a Asun-ción Álvarez y ciberpunk.org, en cuyo sitio se encuentra otraversión en línea de este ensayo.8 También deseamos que constenuestro agradecimiento a Pedro Jorge Romero, por permitirnosreproducir la reseña que hizo para el Archivo de Nessus.9

MIQUEL [email protected]

cualquier tipo de documento. Aunque Word está haciendo estragos, aúnmuchas revistas de Física y Matemática o, por ejemplo, los libros de laeditorial Addison-Wesley, se preprocesan utilizando TEX.

6Ispell es un programa antiquísimo de línea de comandos que tambiéntrabaja integrado en Emacs. Fue escrito originalmente para una máquinaPDP-10 en 1971 por R.E. Gorin y reescrito en C por Pace Willisson, delMIT. Después de 30 años, sigue siendo el corrector ortográfico estándarde los sistemas Unix.

7http://sindominio.net/biblioweb/telematica

8http://www.ciberpunk.com/basicos/neal_stephenson.html

9http://www.archivodenessus.com/rese/0186/

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Prólogo

Aparte de escribir buenas novelas de ciencia ficción (ocómo se llame lo que hace), Neal Stephenson tiene otra fa-ceta más periodística. No está tan marcada como la de Bru-ce Sterling, quien ha dedicado muchos esfuerzos a infor-mar desde cinco minutos en el futuro, pero es muy intere-sante, centrándose sobre todo en el mundo de la informáti-ca y las tecnologías avanzadas de comunicación. Y aquí esdonde Neal Stephenson gana a muchos de los que tratanesos temas: él realmente entiende el fundamento técnico.No es que sus comentarios sean análisis secos de posibili-dades tecnológicas, más bien todo lo contrario. Son piezasllenas de opiniones, subjetivas y claramente escritas poruna persona en concreto, pero una persona cuya opiniónmerece tenerse en cuenta porque demuestra conocer bienel campo sobre el que escribe.

Un buen ejemplo es este libro dedicado a los sistemasoperativos. EN EL PRINCIPIO. . . FUE LA LÍNEA DE COMAN-DOS es una combinación de historia del software, discusiónsobre la progresiva ocultación de la realidad tras una «in-terfaz» cada vez más bonita, meditación sobre el sentidode la vida, diario de los problemas de enfrentarse a variossistemas operativos diferentes, canto nostálgico a los díasen que las cosas se hacían como debían hacerse y, un poco,defensa de los muy masculinos valores de la potencia y elcontrol.

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Todo empieza con una analogía: los sistemas operati-vos son como los coches. La compañía Microsoft empezóvendiendo bicicletas motorizadas (MS-DOS), luego pasó aproducir una actualización (el Windows original) que per-mitía a la bicicleta ir más rápido. Y finalmente, produce uncoche, no demasiado bonito, que pierde mucho aceite pe-ro que la gente compra mucho. La otra compañía, Apple,vende unos coches muy cómodos, fáciles de usar, pero quevienen herméticamente cerrados de forma que es imposi-ble saber qué hay en su interior. BeOS vende coches de altatecnologías, hermosos, con gran estilo y capaces de volar,ir por el agua o hacer lo que uno quiera, y más baratos quela competencia. Y por último tenemos algo que no es ni si-quiera una compañía, sino más bien un campamento de re-fugiados, lleno de voluntarios de gran talento, que producetanques. Sí, tanques. Tan buenos, que nunca se rompen, fá-ciles de maniobrar, que consumen el mismo combustibleque un coche, están fabricados con la última tecnología y,lo mejor de todo, son gratuitos. A medida que uno de esostanques Linux, ¿no lo habían adivinado?, se termina, se de-ja en la calle y cualquiera puede llevárselo.

A partir de ahí, Neal Stephenson construye un discursoen el que explica el valor real de una compañía de siste-mas operativos (ninguno; su valor sólo está en la cabezade los clientes que, como Mulder, «quieren creer»), analizala necesidad de la sociedad americana (y por extensión, elresto del mundo) de ocultar la complejidad tras unos bo-nitos botones, y discute los muchos problemas de instalarLinux. Y cuando uno sospechaba que está a punto de de-fender los valores de las herramientas para hombres (des-pués de comparar a Linux con un, maravilloso en su expe-riencia, taladro industrial) se descuelga con una afirmaciónsorprendente para un hacker: el mejor sistema operativosería aquel que combinase la potencia con una buena in-terfaz gráfica. Es decir, uno que te dejase la posibilidad deabrir una ventana a la línea de comando. Es decir, BeOS.

Porque la línea de comando es la mejor forma de re-lacionarse con el mundo. La línea de comando es lo que tepermite acceder a la realidad fundamental. Seguro que dios

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Prólogo, por P.J. ROMERO 19

cuando creo el universo lo hizo como un hacker delante dela pantalla de su ordenador tecleando crípticos comandospara crear universos.

¿Son 150 páginas de un discurso laberíntico? Muy po-siblemente. ¿Tiene razón en lo que dice? En buena parte.¿Se va por las ramas? Ciertamente. ¿Es apasionante de leer?Puedes apostarlo. Porque EN EL PRINCIPIO. . . FUE LA LÍ-NEA DE COMANDOS está escrito con pasión, y por un autorque sabe utilizar atrevidas metáforas y brillantes imágenes,que a cada página puede sorprender con una observacióninteligente o un dato interesante. Cuando terminas, te que-das con el inexplicable deseo de instalar BeOS en tu orde-nador. Lo que puede resumirse diciendo que es otro buenlibro de Neal Stephenson.

PEDRO JORGE ROMERO1

1Pedro Jorge Romero (Arrecife, 1967) es licenciado en física, pero real-mente se dedica a traducir, a la programación web y a escribir ocasional-mente. Ha traducido los tres volúmenes de la monumental novela de N.Stephenson Criptonomicón (Ediciones B, 2002), y está preparando la tra-ducción de su esperada «secuela», Azogue (Quicksilver), cuya publicaciónestá prevista para octubre de este año. Ediciones B ha publicado reciente-mente su primera novela, El otoño de las estrellas, escrita en colaboracióncon Miquel Barceló.

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Introducción

HACE UNOS VEINTE AÑOS, a Jobs y Wozniak, los fundado-res de Apple, se les ocurrió la muy extraña idea de vendermáquinas de procesamiento de información para uso do-méstico. El negocio despegó, sus fundadores hicieron unmontón de dinero y recibieron el crédito que merecían co-mo osados visionarios. Pero en esa misma época, a Bill Ga-tes y Paul Allen se les ocurrió una idea todavía más extrañay fantasiosa: vender sistemas operativos de ordenador. Es-to era mucho más extraño que la idea de Jobs y Wozniak.Un ordenador por lo menos tenía cierta realidad física. Ve-nía en una caja, podía abrirse y enchufarse y se podía vercómo parpadeaban las luces. Un sistema operativo no te-nía ninguna encarnación tangible. Venía en un disco, claro,pero el disco no era, a todos los efectos, más que la caja quecontenía el sistema operativo. El producto mismo era unaserie muy larga de unos y ceros que, cuando se instalabay se cuidaba bien, te daba la capacidad de manipular otrasseries muy largas de unos y ceros. Incluso los pocos quede hecho comprendían qué era un sistema operativo de or-denador posiblemente pensaban en ello como un prodigioincreíblemente complicado de la ingeniería, como un reac-tor o un avión espía U-2, y no algo que pudiera llegar a ser(en la jerga de la alta tecnología) productizado.

Pero ahora la compañía que fundaron Gates y Allenvende sistemas operativos como Gillette vende hojas deafeitar. Se lanzan nuevas versiones de sistemas operativos

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como si fueran películas de Hollywood, con el respaldo decelebridades, apariciones en talk shows y giras mundiales.Su mercado es lo bastante vasto como para que la gente sepreocupe de si ha sido monopolizado por una compañía.Incluso los menos inclinados a la técnica de nuestra socie-dad tienen ahora al menos una idea nebulosa de lo que ha-cen los sistemas operativos; lo que es más, tienen opinionessólidas sobre sus méritos relativos. Es ya un conocimientocompartido el que, si tienes un programa que funciona entu Macintosh y lo pasas a una máquina Windows, no fun-ciona. Esto sería, de hecho, un error risible e idiota, comoclavar herraduras en las ruedas de un coche.

Una persona que entrara en coma antes de la fundaciónde Microsoft y despertara hoy, tomaría el New York Timesde esta mañana y no entendería nada —o casi:

Ítem: el hombre más rico del mundo hizo su fortuna a partirde ¿qué? ¿ferrocarriles? ¿buques? ¿petróleo? No, sistemasoperativos.Ítem: el Departamento de Justicia está investigando el su-puesto monopolio en sistemas operativos de Microsoft conherramientas legales que se inventaron para restringir el po-der de los jefes de bandas de ladrones del siglo XIX.Ítem: una amiga mía me contó recientemente que había in-terrumpido un (hasta entonces) estimulante intercambio dee-mails con un joven. «Al principio parecía un tipo tan inte-ligente e interesante —dijo— pero luego empezó a ponerseen plan “PC-contra-Mac”.»

¿Qué diablos está pasando aquí? Y ¿tiene futuro el ne-gocio de los sistemas operativos, o sólo pasado? Lo que si-gue es mi opinión, que es completamente subjetiva; pero,dado que me he pasado bastante tiempo, no sólo usando,sino programando en Macintosh, Windows, Linux y BeOS,tal vez no sea tan desinformada como para carecer porcompleto de valor. Este es un ensayo subjetivo, más críti-ca que artículo de investigación, y puede parecer injusto osesgado comparado con lo que se puede encontrar en lasrevistas de PC. Pero, desde que salió el Mac, nuestros siste-mas operativos están basados en metáforas, y, por lo que amí respecta, es legítimo cuestionar cualquier cosa con me-táforas dentro.

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Descapotables, tanques ybatmóviles

EN LA ÉPOCA EN QUE JOBS, Wozniak, Gates y Allen es-taban soñando estos planes inverosímiles, yo era un ado-lescente que vivía en Ames, Iowa. El padre de uno de misamigos tenía un viejo MGB descapotable1 oxidándose en elgaraje. A veces conseguía que arrancara y cuando lo hacíanos llevaba a dar una vuelta por el barrio, con una expre-sión memorable de salvaje entusiasmo juvenil en la cara;para sus preocupados pasajeros era un loco, tosiendo y ren-queando por Ames, Iowa, y tragándose el polvo de oxida-dos Gremlins y Pintos, pero en su propia imaginación eraDustin Hoffman cruzando el Puente de la Bahía con el ca-bello al viento.

Mirando atrás, esto me reveló dos cosas acerca de la re-lación de las personas con la tecnología. Una fue que el ro-manticismo y la imagen influyen mucho sobre su opinión.Si lo dudan (y tienen un montón de tiempo libre), pregún-tenle a cualquiera que tenga un Macintosh y que por elloimagina ser miembro de una minoría oprimida.

El otro punto, algo más sutil, fue que la interfaz es muyimportante. Claro que aquel MGB era un coche malísimo en

1El MGB fue el coche deportivo británico más exitoso de todos los tiem-pos. Salió de la producción en Abingdon en 1962. Se fabricó también unaversión coupé con la denominación MGB GT. La producción se suprimióen 1980, después de haber vendido medio millón de unidades. [N. del E.]

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casi cualquier aspecto importante: pesado, poco fiable, po-co potente. Pero era divertido conducirlo. Respondía. Cadaguijarro de la carretera se sentía en los huesos, cada matizen el asfalto se transmitía instantáneamente a las manos delconductor. Podía escuchar el motor y saber qué fallaba. Elvolante respondía inmediatamente a las órdenes de las ma-nos. Para nosotros, los pasajeros, era un ejercicio fútil de noir a ningún lado —más o menos tan interesante como mirarpor encima del hombro de alguien que introduce númerosen una hoja de cálculo—. Pero para el conductor era unaexperiencia. Durante un breve tiempo, estaba expandien-do su cuerpo y sus sentidos en un ámbito más amplio, yhaciendo cosas que no podía hacer sin ayuda.

La analogía entre coches y sistemas operativos es bas-tante buena, así que permítanme seguir con ella duranteun rato como modo de dar un resumen sumario de nuestrasituación hoy en día.

Imagínense un cruce de carreteras donde hay cuatropuntos de venta de coches. Uno de ellos (Microsoft) es mu-cho, mucho mayor que los demás. Comenzó hace años ven-diendo bicicletas de tres velocidades (MS-DOS); no eran per-fectas, pero funcionaban y, cuando se rompían, se arregla-ban fácilmente.

Enfrente estaba la tienda de bicicletas rival (Apple), queun día empezó a vender vehículos motorizados: coches ca-ros, pero de estilo atractivo, con los mecanismos herméti-camente sellados, de tal modo que su funcionamiento eraalgo misterioso.

La tienda grande respondió apresurándose a sacar unkit de actualización (el Windows original) al mercado. Setrataba de un dispositivo que, cuando se atornillaba a unabicicleta de tres velocidades, le permitía seguir, a duras pe-nas, el ritmo de los coches Apple. Los usuarios tenían queusar gafas de protección y siempre estaban sacándose bi-chos de los dientes,2 mientras los usuarios de Apple co-rrían en su confort herméticamente sellado, burlándose por

2El autor juega en este y en otras partes del ensayo con la doble acep-ción de bug: «bicho, insecto» y «error, fallo informático». [N. del E.]

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las ventanillas. Pero los Micro-motopedales eran baratos, yfáciles de reparar comparados con los coches Apple, y sucuota de mercado creció.

Al final la tienda grande acabó por sacar un coche en to-da regla: un monovolumen colosal (Windows 95). Tenía elencanto estético de un bloque soviético de viviendas paraobreros, perdía aceite y le estallaban las bujías, pero fue unéxito tremendo. Poco tiempo después, sacaron también unenorme vehículo para la circulación fuera de carretera des-tinado a usuarios industriales (Windows NT), que no eramás bonito que el monovolumen, y sólo algo más fiable.

Desde entonces ha habido un montón de ruido y gri-tos, pero poco ha cambiado. La tienda pequeña sigue ven-diendo elegantes sedanes de estilo europeo y gastándosemucho dinero en campañas publicitarias. Tienen cartelesde «¡LIQUIDACIÓN!» puestos en el escaparate desde hacetanto tiempo que ya están amarillos y arrugados. La tiendagrande sigue fabricando monovolúmenes y vehículos decirculación fuera de carretera cada vez más grandes.

Al otro lado de la carretera hay dos competidores quellegaron más recientemente. Uno de ellos, (Be, Inc.) ven-de batmóviles plenamente operativos (los BeOS). Son másbonitos y elegantes incluso que los eurosedanes, mejor di-señados, más avanzados tecnológicamente y al menos tanfiables como cualquier otra cosa en el mercado: y sin em-bargo son más baratos que los demás.

Con una excepción, claro: Linux, que está enfrente mis-mo, y que no es un negocio en absoluto. Es un conjunto detiendas de campaña, yurtas, tipis y cúpulas geodésicas le-vantadas en un prado y organizadas por consenso. La gen-te que vive allí fabrica tanques. No son como los anticua-dos tanques soviéticos de hierro forjado; son más pareci-dos a los tanques M1 del ejército estadounidense, hechosde materiales de la era espacial y llenos de sofisticada tec-nología de arriba abajo. Pero son mejores que los tanquesdel ejército. Han sido modificados de tal modo que nunca,nunca se averían, son lo bastante ligeros y maniobrables co-mo para usarlos en la calle y no consumen más combustibleque un coche compacto. Estos tanques se producen ahí mis-

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mo a un ritmo aterrador, y hay un número enorme de ellosalineados junto a la carretera con las llaves puestas. Cual-quiera que quiera puede simplemente montarse en uno ymarcharse con él gratis.

Los clientes llegan a este cruce en multitudes, día y no-che. El noventa por ciento se van derechos a la tienda gran-de y compran monovolúmenes o vehículos para circula-ción fuera de carretera. Ni siquiera miran las otras tiendas.

Del diez por ciento restante, la mayoría va y compra unelegante eurosedán, deteniéndose sólo para mirar por en-cima del hombro a los filisteos que compran monovolúme-nes y vehículos para circulación fuera de carretera. Si acasollegan a fijarse siquiera en la gente al otro lado de la carre-tera, vendiendo los vehículos más baratos y técnicamentesuperiores, estos clientes los desprecian, considerándoloslunáticos y descerebrados.

La tienda de batmóviles vende unos cuantos vehículosal maniático de los coches de ocasión que quiere un se-gundo vehículo además de su monovolumen, pero pareceaceptar, al menos de momento, que es un jugador marginal.

El grupo que regala los tanques sólo permanece vivoporque lo llevan voluntarios, que se alinean al borde de lacalle con megáfonos, tratando de llamar la atención de losclientes sobre esta increíble situación. Una conversación tí-pica es algo así:

HACKER CON MEGÁFONO: ¡Ahorra dinero! ¡Acepta uno denuestros tanques gratis! ¡Es invulnerable, y puede atrave-sar roquedales y ciénagas a ciento cincuenta kilómetros porhora consumiendo dos litros a los cien!FUTURO COMPRADOR DE MONOVOLUMEN: Ya sé que loque dices es cierto. . . pero. . . eh. . . ¡yo no sé mantener untanque!MEGÁFONO: ¡Tampoco sabes mantener un monovolumen!COMPRADOR: Pero esta tienda tiene mecánicos contrata-dos. Si le pasa algo a mi monovolumen, puedo tomarme undía libre de trabajo, traerlo aquí y pagarles para que traba-jen en él mientras yo me siento en la sala de espera durantehoras, escuchando música de ascensor.

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MEGÁFONO: ¡Pero si aceptas uno de nuestros tanques gra-tuitos te mandaremos voluntarios a tu casa para que loarreglen gratis mientras duermes!COMPRADOR: ¡Manténte alejado de mi casa, bicho raro!MEGÁFONO: Pero. . .COMPRADOR: ¿Pero es que no ves que todo el mundo estácomprando monovolúmenes?

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Lanzador de bits

LA CONEXIÓN ENTRE COCHES y modos de interactuar conlos ordenadores no se me habría ocurrido en la época enque me llevaban de paseo en aquel descapotable. Me ha-bía apuntado a una clase de programación en el Institutode Ames. Tras unas cuantas clases introductorias, nos die-ron permiso a los estudiantes para entrar en una sala di-minuta que contenía un teletipo, un teléfono y un módemanticuado consistente en una caja de metal con un par decuencas de plástico encima (nota: muchos lectores, abrién-dose camino a través de esta última oración, probablemen-te sintieron un retortijón inicial de temor de que este ensa-yo estuviera a punto de convertirse en una tediosa batallitasobre lo difícil que lo teníamos en los viejos tiempos; tran-quilícense: lo que estoy haciendo, de hecho, es colocar mispiezas sobre el tablero de ajedrez, por así decirlo, preparán-dome para realizar una observación sobre temas realmen-te interesantes y actualizados como el software de fuenteabierta. El teletipo era exactamente el mismo tipo de má-quina que se había estado usando durante décadas paraenviar y recibir telegramas. Se trataba básicamente de unamáquina de escribir ruidosa que sólo podía generar LETRASMAYÚSCULAS. Montada a un lado había una máquina máspequeña con un largo rollo de cinta de papel y una cesta deplástico transparente debajo.

Para conectar este dispositivo (que no era un ordena-dor en absoluto) con la Universidad Estatal de Iowa al otro

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lado de la ciudad, había que coger el teléfono, marcar el nú-mero del ordenador, esperar a que llegaran ruidos raros yentonces colocar el auricular en las cuencas de plástico. Siacertabas, una cuenca envolvía sus labios de neopreno entorno a la parte de la oreja y el otro en torno a la parte de laboca, consumando una especie de sesenta y nueve informa-cional. El teletipo se estremecía mientras era poseído porel espíritu del lejano ordenador, y empezaba a martillearmensajes crípticos.

Puesto que el tiempo de ordenador era un recurso es-caso, usábamos una especie de técnica de procesamientopor lotes. Antes de marcar en el teléfono, conectábamos laperforadora de cinta (una máquina subsidiaria atornilladaal costado del teletipo) y tecleábamos nuestros programas.Cada vez que pulsábamos una tecla, el teletipo imprimíauna letra en el papel delante nuestro, de tal modo que pu-diéramos leer lo que habíamos escrito; pero al mismo tiem-po convertía la letra en un conjunto de ocho dígitos bina-rios, o bits, y perforaba un patrón correspondiente de agu-jeros a lo ancho de una cinta de papel. Los diminutos dis-cos de papel salidos de la cinta caían en la cesta de plásticotransparente, que lentamente se llenaba de lo que sólo pue-de describirse como bits reales. El último día del curso, elchico más listo de la clase (no yo) saltó desde detrás de supupitre y lanzó varios kilos de estos bits por encima de lacabeza de nuestro profesor, como confetti, como una espe-cie de broma semiafectuosa. La imagen de aquel hombresentado allí, atenazado por las fases iniciales de una atávi-ca reacción de lucha-o-huye, con millones de bits (megaby-tes) cayéndole por el pelo y metiéndosele por la nariz y laboca, el rostro poniéndosele morado a medida que se apro-ximaba a la explosión, es la escena más memorable de mieducación formal.

De cualquier modo, resultará obvio que mi interaccióncon el ordenador fue de una naturaleza extremadamenteformal, que estaba dividida en diferentes fases, a saber: 1)sentado en casa con lápiz y papel, a kilómetros de distanciade cualquier ordenador, pensaba mucho acerca de lo quequería que hiciera el ordenador y traducía mis intenciones

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a un lenguaje informático —una serie de símbolos alfanu-méricos sobre la página—; 2) llevaba esto a través de unaespecie de «cordón sanitario» informacional (cinco kilóme-tros a través de tormentas de nieve) hasta el colegio e intro-ducía aquellas letras en una máquina —no un ordenador—que convertía los símbolos en números binarios y los regis-traba visiblemente en cinta; 3) entonces, mediante el mó-dem de las cuencas de goma, enviaba aquellos números alordenador de la universidad, que 4) hacía aritmética conellos y devolvía números diferentes al teletipo; 5) el teletipoconvertía estos números de nuevo en letras y los martillea-ba en una página, y 6) yo, mirando, interpretaba las letrascomo símbolos significativos.

El reparto de responsabilidades que todo esto conllevaes admirablemente limpio: los ordenadores hacen aritmé-tica con bits de información. Los humanos interpretan losbits como símbolos significativos. Pero está distinción estádesdibujándose, o al menos complicándose, con la llegadade los sistemas operativos modernos que usan, y frecuen-temente abusan, del poder de la metáfora para hacer los or-denadores disponibles para un público más amplio. Por elcamino —posiblemente debido a estas metáforas, que ha-cen de un sistema operativo una especie de obra de arte—la gente empieza a ponerse emotiva y le toma cariño a frag-mentos de software del mismo modo que el padre de miamigo le tenía cariño a su descapotable.

Puede que la gente que sólo ha interactuado con un or-denador a través de interfaces gráficas de usuario comoMacOS o Windows —es decir, casi cualquiera que hayausado un ordenador— le haya sorprendido, o al menos lla-mado la atención, lo de la máquina de telégrafos que yousaba para comunicarme con un ordenador en 1973. Perohabía, y hay, una buena razón para usar este tipo particu-lar de tecnología. Los seres humanos disponen de formasdiversas de comunicarse entre sí, como la música, el arte, ladanza y las expresiones faciales, pero algunas de ellas sonmás susceptibles que otras para expresarse como cadenasde símbolos. El lenguaje escrito es la más fácil porque, porsupuesto, ya consiste en cadenas de símbolos para empezar.

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Si resulta que los símbolos pertenecen a un alfabeto fonéti-co (y no son, por ejemplo, ideogramas), convertirlos en bitses un procedimiento trivial que se fijó tecnológicamente enel siglo XIX, con la introducción del código morse y de otrasformas de telegrafía.

Teníamos una interfaz humano/ordenador cien añosantes de tener ordenadores. Cuando se crearon los orde-nadores en la época de la Segunda Guerra Mundial, loshumanos, de modo natural, se comunicaron con ellos, in-jertándolos en tecnologías ya existentes para traducir letrasa bits y viceversa: teletipos y máquinas de tarjetas perfora-das.

Estas encarnaban dos enfoques fundamentalmente di-ferentes de la computación. Cuando se usaban tarjetas, seperforaba todo un taco y se pasaban por el lector a la vez,lo cual se llamaba «procesamiento por lotes». También sepodía hacer procesamiento por lotes con un teletipo, comoya he descrito, usando el lector de cinta de papel, y cierta-mente se nos animaba a adoptar este enfoque cuando yoestaba en el instituto. Pero —aunque se hacían esfuerzospor mantenernos ignorantes de esto— el teletipo podía ha-cer algo que el lector de tarjetas no podía. En el teletipo,una vez se establecía el vínculo con el módem, se podía in-troducir sólo una línea y pulsar la tecla de retorno. El teleti-po enviaría entonces esa línea al ordenador, que podía res-ponder o no con líneas propias, que el teletipo martillearía—produciendo, con el tiempo, una transcripción del inter-cambio mantenido con la máquina—. Este modo de hacer-lo ni siquiera tenía nombre entonces, pero cuando, muchomás tarde, apareció una alternativa, se denominó retroacti-vamente la «Interfaz de Línea de Comandos».

Cuando fui a la universidad, usaba los ordenadores engrandes salas abarrotadas donde manadas de estudiantesse sentaban frente a versiones ligeramente actualizadas delas mismas máquinas y escribían programas informáticos;estos ordenadores usaban mecanismos de impresión pormatrices de puntos, pero eran (desde el punto de vista dela máquina) idénticas a los antiguos teletipos. En aquel mo-mento, los ordenadores compartían mejor el tiempo —es

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decir, los mainframes seguían siendo los mainframes, pero secomunicaban mejor con un gran número de terminales a lavez—. En consecuencia, ya no era necesario usar procesa-miento por lotes. Los lectores de tarjetas fueron desterra-dos a pasillos y sótanos, y el procesamiento por lotes seconvirtió en una cosa exclusiva de nerds,1 y en consecuen-cia adquirió un cierto tinte arcano incluso entre aquellos denosotros que sabíamos siquiera que existía. Todos evitába-mos ya los lotes, habiéndonos pasado a la línea de coman-dos: mi primer cambio de paradigma de sistema operativo,y yo sin enterarme.

Había una enorme pila de papel plegado en el suelobajo cada uno de estos teletipos glorificados, y kilómetrosde papel se estremecían mientras pasaban por sus rodillos.Casi todo este papel se tiraba o se reciclaba sin haber si-do tocado jamás por la tinta, una atrocidad ecológica tanflagrante que aquellas máquinas pronto fueron reempla-zadas por terminales de vídeo —los llamados «teletiposde vidrio», que eran más silenciosos y no desperdiciabanpapel—. Sin embargo, desde el punto de vista del ordena-dor, estos también eran indistinguibles de las máquinas deteletipo de la Segunda Guerra Mundial. A todos los efectos,seguimos usando tecnología victoriana para comunicarnoscon los ordenadores hasta cerca de 1984, cuando se introdu-jo el Macintosh con su Interfaz Gráfica de Usuario. Inclusodespués de eso, la línea de comandos siguió existiendo co-mo estrato subyacente —una especie de reflejo medular—a muchos sistemas informáticos modernos durante la edadde oro de las Interfaces Gráficas de Usuario o GUI («Graphi-cal User Interface»), como las llamaré de ahora en adelante.

1Nerd: El empollón de la clase, retratado tantas veces en las películas ylas series de televisión norteamericanas, generalmente con dificultad pararelacionarse socialmente y que en cambio suele destacar en materias talescomo las matemáticas o la astronomía. En la jerga hacker se ha asumidode forma irónica («news for nerds» es el lema de slashdot, el foro webmás importante dedicado a tecnología y software libre), perdiendo el ma-tiz originalmente despectivo, y ha acabado usándose como sinónimo dealguien que se preocupa por las cosas importantes y no se entretiene entrivialidades. [N. del E.]

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Las Interfaces Gráficas deUsuario

LO PRIMERO QUE TIENE QUE HACER cualquier programa-dor al escribir un nuevo fragmento de software es decidircómo tomar la información con que está trabajando (en unprograma gráfico, una imagen; en una hoja de cálculo, unatabla de números) y convertirla en una serie lineal de bytes.Estas cadenas de bytes se suelen denominar archivos o (demodo algo más a la última) flujos. Son a los telegramas loque los humanos actuales son al hombre de Cromañón, loque quiere decir la misma cosa con distinto nombre. Todolo que se ve en la pantalla del ordenador —Tomb Raider,los correos electrónicos de voz digitalizada, los faxes y losdocumentos de procesador de textos escritos en treinta ysiete tipos diferentes— sigue siendo, desde el punto de vis-ta del ordenador, igual que telegramas, sólo que son muchomás largos, y requieren más aritmética.

El modo más rápido de apreciarlo es abriendo el na-vegador, visitando un sitio web y seleccionando la opción«Ver Código Fuente» en el menú. Se mostrará un códigoinformático parecido a este:

<HTML><HEAD>

<TITLE>C R Y P T O N O M I C O N</TITLE></HEAD><BODY BGCOLOR="#000000" LINK="#996600" ALINK="#FFFFFF"

VLINK="#663300">

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36 En el principio. . . fue la línea de comandos

<MAP NAME="navtext"><AREA SHAPE=RECT HREF="praise.html" COORDS="0,37,84,55"><AREA SHAPE=RECT HREF="author.html" COORDS="0,59,137,75"><AREA SHAPE=RECT HREF="text.html" COORDS="0,81,101,96"><AREA SHAPE=RECT HREF="tour.html" COORDS="0,100,121,117"><AREA SHAPE=RECT HREF="order.html"

COORDS="0,122,143,138"><AREA SHAPE=RECT HREF="beginning.html"

COORDS="0,140,213,157"></MAP>

<CENTER><TABLE BORDER="0" CELLPADDING="0" CELLSPACING="0"

WIDTH="520"><TR><TD VALIGN=TOP ROWSPAN="5">

<IMG SRC="images/spacer.gif" WIDTH="30" HEIGHT="1"BORDER="0">

</TD><TD VALIGN=TOP COLSPAN="2">

<IMG SRC="images/main_banner.gif" ALT="Cryptonomicon byNeal Stephenson" WIDTH="479" HEIGHT="122" BORDER="0">

</TD></TR>

Esto se llama HTML (Lenguaje de Marcado de Hiper-Texto) y básicamente es un lenguaje de programación muysencillo que le dice al navegador cómo dibujar una páginaen la pantalla. Cualquiera puede aprender HTML y muchagente lo hace. Lo importante es que, por muchas esplén-didas páginas multimedia que representen, los archivos deHTML son sólo telegramas.

Cuando Ronald Reagan era locutor de radio, solía infor-mar de los partidos de béisbol leyendo las concisas descrip-ciones que llegaban por el telégrafo y se imprimían en cintade papel. Se sentaba solo en una habitación insonorizadacon un micrófono y la cinta de papel salía de la máquina yle caía en la palma de la mano, cubierta de crípticas abre-viaturas. Si el tanteo pasaba de tres a dos, Reagan describíala escena como se la imaginaba: «El fornido zurdo sale delpuesto de bateo para secarse el sudor. El árbitro se adelantapara limpiar el polvo de la base», etc. Cuando el criptogra-ma en la cinta de papel anunciaba un golpe en una base,Reagan golpeaba el borde de la mesa con un lápiz, creandoun pequeño efecto sonoro y describía el arco de la pelotacomo si pudiera verlo de verdad. Sus oyentes, muchos de

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los cuales presumiblemente creían que Reagan estaba dehecho en el campo de juego viendo el partido, reconstruíanla escena en su mente según sus descripciones.

Así es exactamente como funciona la WWW: los archi-vos HTML son la concisa descripción en la cinta de papely el navegador es Ronald Reagan. Lo mismo vale para lasinterfaces gráficas en general.

De modo que un sistema operativo consiste en una pilade metáforas y abstracciones que media entre los telegra-mas y tú, encarnando diversos trucos que el programadorusó para convertir la información con la que estás traba-jando —ya sean imágenes, mensajes de correo electrónico,películas o documentos de procesador de textos— en lascadenas de bytes, que son lo único con lo que funcionanlos ordenadores. Cuando usamos equipo telegráfico genui-no (teletipos) o sus sustitutos de alta tecnología (teletiposde vidrio, o la línea de comandos de MS-DOS) para trabajarcon nuestros ordenadores, estamos muy cerca de la base deesa pila. Cuando usamos la mayor parte de sistemas ope-rativos modernos, sin embargo, nuestra interacción con lamáquina se ve fuertemente mediada. Todo lo que hacemoses interpretado y traducido una y otra vez mientras se abrecamino a través de todas las metáforas y abstracciones.

El sistema operativo de Macintosh fue una revoluciónen el buen y en el mal sentido de la palabra. Obviamenteera cierto que las interfaces de línea de comandos (conoci-das como CLI, Command Line Interfaces) no eran para todo elmundo, y que estaría bien hacer los ordenadores accesiblesa un público menos técnico —si no por razones altruistas,siquiera porque este tipo de gente constituía un mercadoincomparablemente mayor—. Está claro que los ingenierosde Mac vieron todo un país nuevo que se les abría; casi seles podía oír mascullar, «¡Caray! ¡Ya no tendremos que limi-tarnos más a los archivos como flujos lineales de bytes, vivela révolution, veamos lo lejos que llegamos con esto!» Nohabía ninguna interfaz de línea de comandos disponible enel Macintosh; hablabas con la máquina a través del ratón, ono hablabas. Era una especie de declaración de principios,una credencial de pureza revolucionaria. Parecía que los di-

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señadores del Mac pretendían barrer las interfaces de líneade comandos a la papelera de la historia.

Mi propia historia de amor con el Macintosh comenzóen la primavera de 1984 en una tienda de ordenadores enCedar Rapids, Iowa, cuando un amigo mío —por coinci-dencia, el hijo del dueño del descapotable— me mostró unMacintosh ejecutando MacPaint, el revolucionario progra-ma de diseño. Terminó en julio de 1995, cuando traté deguardar un archivo grande e importante en mi MacintoshPowerBook y, en vez de eso, destruyó los datos de modotan concienzudo que dos programas distintos de recupe-ración de datos fueron incapaces de hallar rastro alguno deque hubiera existido jamás. En aquellos diez años sentí unapasión por el MacOS que por entonces parecía virtuosa yrazonable, pero que mirando atrás me parece el mismo ti-po de enamoramiento engañoso que el padre de mi amigotenía con su coche.

La introducción del Mac inició una especie de guerrasanta en el mundo de la informática. ¿Eran las interfacesgráficas una brillante innovación tecnológica que conver-tía a los ordenadores en más accesibles para los humanosy por tanto para las masas, llevándonos a una revoluciónsin precedentes en la sociedad humana, o una insultantechorrada audiovisual diseñada por hackers zumbados deSan Francisco, que despojaba a los ordenadores de su po-tencia y flexibilidad y convertía el serio y noble arte de lacomputación en un pueril videojuego?

De hecho, este debate me parece más interesante hoyen día que a mediados de los ochenta. Pero la gente máso menos dejó de debatir cuando Microsoft respaldó la ideade las interfaces gráficas al sacar el primer Windows. Enaquel momento, los partidarios de la línea de comandos sevieron relegados al estatus de viejos carcamales, mientrasse disparaba un nuevo conflicto entre usuarios de MacOSy de Windows.1

1De acuerdo con una rigurosa y algo anticuada definición de «sistemaoperativo», Windows 95 y 98 no lo son: serían un conjunto de operacionesque funcionan sobre MS-DOS, que sí es un sistema operativo. En la prác-

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Había mucho sobre lo que discutir. Los primeros Ma-cintosh parecían distintos de otros PC incluso estando apa-gados: consistían en una caja que contenía tanto la CPU (laparte del ordenador que hace aritmética con los bits) comola pantalla del monitor. Esto suponía, en aquel momento,una especie de afirmación filosófica: Apple quería conver-tir el ordenador personal en un electrodoméstico, como latostadora. Pero también reflejaba las exigencias puramentetécnicas de ejecutar una inferfaz gráfica de usuario. En unamáquina con interfaz gráfica, los chips que dibujan las co-sas en la pantalla tienen que ir integrados con la unidad deprocesamiento central, o CPU, del ordenador, en un gradomucho mayor que en las interfaces de línea de comandos,que hasta hace poco ni siquiera sabían que no estaban ha-blando sólo con teletipos.

Esta distinción era de naturaleza técnica y abstracta, pe-ro se hacía más clara cuando la máquina fallaba (como su-cede frecuentemente con tecnologías cuyo funcionamientose comprende mejor viéndolas fallar). Cuando todo se iba ala porra y la CPU empezaba a escupir bits aleatoriamente, elresultado, en una máquina de interfaz de línea de coman-dos, era líneas y líneas de caracteres perfectamente forma-dos pero aleatorios en la pantalla —lo que los conocedoresllamaban ponerse cirílico. Pero para el MacOS la pantalla noera un teletipo sino un lugar en el que poner gráficos; laimagen en pantalla era un mapa de bits, una representaciónliteral de los contenidos de una parte dada de la memoriadel ordenador. Cuando el ordenador fallaba y escribía ton-terías en el mapa de bits, el resultado era algo que recorda-ba vagamente a la nieve en una televisión estropeada: unsnow crash.2

tica, Windows 95 y 98 están comercializados como sistemas operativos, ytrataré de referirme a ellos como tales. Esta nomenclatura es técnicamen-te cuestionable, políticamente difícil y ahora también legalmente gravosa,pero es la mejor para los propósitos de este ensayo, que trata principal-mente aspectos estéticos y culturales.

2Literalmente: «cuelgue de nieve». Snow Crash es también el título deuna novela de N. Stephenson, auténtica obra de culto entre los hackers,publicada en 1994, y editada en español por Gigamesh en 1999. [N. del E.]

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E incluso, tras la introducción de Windows, las diferen-cias subyacentes persistieron: cuando una máquina Win-dows tenía problemas, la vieja interfaz de línea de coman-dos caía sobre la interfaz gráfica como un telón de amianto,sellando el escenario de una ópera incendiada. Cuando unMacintosh tenía problemas, te presentaba el dibujito de unabomba, que resultaba gracioso la primera vez que lo veías.

Y estas no eran en absoluto diferencias superficiales. Elretorno de Windows a una interfaz de línea de comandoscuando tenía problemas les demostraba a los partidariosdel Mac que Windows no era más que una fachada bara-ta, como una chillona manta afgana tendida sobre un so-fá putrefacto. Les perturbaba y molestaba la sensación deque bajo la ostensiblemente amistosa interfaz de usuariode Windows había —literalmente— un subtexto.

Por su parte, los fans de Windows podrían haber ob-servado agriamente que todos los ordenadores, incluso losMacintosh, estaban construidos sobre ese mismo subtexto,y que la negativa de los dueños de Macs a admitir ese he-cho parecía apuntar a una voluntad, incluso un deseo, dedejarse engañar.

En cualquier caso, un Macintosh tenía que mover bitsindividuales en los chips de memoria en la tarjeta de vídeo,y tenía que hacerlo muy rápido, y en patrones arbitraria-mente complicados. Hoy en día esto resulta barato y fácil,pero en el régimen tecnológico vigente a principios de losochenta, el único modo realista de hacerlo era integrar laplaca base (que contenía la CPU) y el sistema de vídeo (quecontenía la memoria proyectada sobre la pantalla) como untodo —de ahí el único contenedor, herméticamente sellado,que hacía al Macintosh tan distintivo.

Cuando apareció Windows llamaba la atención por sufealdad, y sus actuales sucesores, Windows 95 y WindowsNT, no son cosas que la gente pagaría por ver. La absolutafalta de atención de Microsoft por la estética nos proporcio-naba muchas oportunidades a todos los amantes de Macpara mirarles por encima del hombro. El que Windows separeciera un montón a un calco directo de MacOS nos da-

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ba además una fuerte sensación de ultraje moral.3 Entre laspersonas que realmente conocían y apreciaban los ordena-dores (los hackers, en el sentido no peyorativo que StevenLevy le da a la palabra4 y unos pocos otros ámbitos comolos músicos profesionales, los artistas gráficos y los maes-tros), el Macintosh, durante un tiempo, era simplemente elordenador. No sólo se consideraba una obra soberbia de in-geniería, sino la encarnación de ciertos ideales acerca deluso de la tecnología para beneficiar a la humanidad, mien-tras que Windows se consideraba una imitación patética-mente torpe y una siniestra combinación para dominar elmundo, todo en uno. Ya entonces se había establecido unpatrón que persiste hasta nuestros días: a la gente no le gus-ta Microsoft, lo cual es comprensible; pero no les gusta porrazones poco reflexionadas y, en último término, contradic-torias.

3De hecho, Apple demandó a Microsoft por plagiarle la interfaz gráfi-ca, juicio que perdió. Al parecer, Apple olvidó demasiado rápido que ellosmismos habían copiado diez años antes dicha interfaz a Xerox. [N. del E.]

4Se refiere a la ya obra clásica Hackers (1984), en la que S. Levy expusouna serie de principios que habían guiado a la ética hacker desde los añossesenta. Levy los resumió así: «El acceso a los ordenadores y a todo lo quete pueda enseñar algo sobre cómo funciona el mundo debe ser ilimitado.Toda la información debe ser libre. Desconfía de la autoridad, promuevela descentralización; los hackers deberían ser juzgados por su habilidad,no por su edad, nivel, raza o posición. Puedes crear arte y belleza con tuordenador. Los ordenadores pueden cambiar tu vida a mejor.» [N. del E.]

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AHORA QUE YA HEMOS DEJADO CLARO el trasfondo, mere-ce la pena revisar algunos hechos básicos: como cualquiercompañía de accionariado público y con fines de lucro, Mi-crosoft ha tomado prestado un montón de dinero de algu-nas personas (sus accionistas) para estar en el negocio delbit. Como ejecutivo de esa compañía, Bill Gates sólo tieneuna responsabilidad, que es maximizar el rendimiento delas inversiones. Lo ha hecho increíblemente bien. Cualquieracción emprendida en el mundo por Microsoft —cualquiersoftware que publiquen, por ejemplo— es básicamente unepifenómeno que no puede comprenderse ni entendersesalvo en la medida en que reflejan el desempeño por partede Bill Gates de su única responsabilidad.

De ello se sigue que si Microsoft vende mercancías queson estéticamente desagradables, o que no funcionan de-masiado bien, no significa que sean (respectivamente) filis-teos o medio tontos. Se debe a que la excelente direcciónde Microsoft ha llegado a la conclusión de que pueden ga-nar más dinero para sus accionistas publicando productoscon imperfecciones obvias y conocidas del que ganaríanhaciéndolos hermosos o libres de errores. Esto es irritan-te, pero (al final) no tan irritante como contemplar cómoApple se autodestruye inexplicable e implacablemente.

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No resulta difícil encontrar en la Red una hostilidadhacia Microsoft que mezcla dos elementos: resentidos quesienten que Microsoft es demasiado poderosa y desdeñososque creen que es chapucera. Esto recuerda mucho al perio-do culminante del comunismo y del socialismo, cuando seodiaba a la burguesía desde ambos lados: los proletarios,porque la burguesía tenía todo el dinero, y los intelectuales,por su tendencia a gastárselo en adornos de jardín. Micro-soft es la encarnación misma de la moderna prosperidad dealta tecnología —en una palabra, es burguesa— y atrae losmismos odios de todos.

La pantalla inicial de Microsoft Word 6.0 lo resumía to-do bastante bien: cuando arrancabas el programa, te mos-traba la imagen de un bolígrafo caro encima de un par defolios de papel de escritura hecho a mano. Obviamente, eraun intento por hacer que el software pareciera pijo, y puedeque valiera para algunos, pero no para mí, porque era unbolígrafo, y yo soy hombre de pluma estilográfica. Si lo hu-biera hecho Apple, habrían usado una pluma Mont Blanc,o quizás un pincel caligráfico chino. Dudo que esto fueraaccidental. Hace poco estuve reinstalando Windows NT enuno de los ordenadores de mi casa, y tuve que hacer dobleclick en el icono del Panel de Control muchas veces. Por ra-zones que resulta difícil comprender, este icono consiste enel dibujito de un martillo y un escoplo o un destornilladorencima de una carpeta de archivos.

Estas meteduras de pata estéticas le dan a uno unas ga-nas casi incontrolables de reírse de Microsoft, pero, de nue-vo, esa no es la cuestión: si Microsoft hubiese hecho prue-bas con grupos-diana sobre posibles gráficos alternativos,probablemente habrían hallado que el oficinista medio aso-ciaba las estilográficas con los amanerados ejecutivos derango más alto, y estaba más cómodo con los bolígrafos. Deigual forma, los tipos normales, los papás con entradas delmundo que posiblemente cargan con la responsabilidad demontar y configurar el ordenador en casa, probablementeprefieren el dibujito de un martillo (quizás al tiempo quealbergan fantasías de usar un martillo de verdad con susordenadores).

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Es el único modo en que consigo explicar cierto hechoscuriosos acerca del actual mercado de sistemas operativos,tales como el que el noventa por ciento de todos los clientessigan comprando monovolúmenes de la tienda de Micro-soft mientras que uno se puede llevar los tanques gratuitossin más, al otro lado de la calle.

A Bill Gates no le resultó difícil distribuir una sarta deunos y ceros, una vez se le ocurrió la idea. Lo duro era ven-derla: asegurarles a los clientes que de hecho estaban obte-niendo algo a cambio de su dinero.

Cualquiera que haya comprado software en una tien-da alguna vez habrá tenido curiosamente la desalentadoraexperiencia de llevarse la caja envuelta en plástico a casa,abrirla, encontrarse con que el 95 % es aire, tirar todas lastarjetitas, propaganda y basura y meter el disco en el or-denador. El resultado final (después de haber perdido eldisco) no es nada más que algunas imágenes en la pantalladel ordenador y algunas posibilidades de las que antes secarecía. A veces, ni siquiera eso —en vez de ello, uno se en-cuentra con una serie de mensajes de error—. Pero el dinerose ha ido definitivamente. Ahora casi estamos acostumbra-dos a esto pero hace veinte años era una proposición muysospechosa. De todas formas, Bill Gates consiguió que fun-cionara. No hizo que funcionara vendiendo el mejor soft-ware ni ofreciendo el precio más barato. Pero de algún mo-do consiguió que la gente creyera que estaban recibiendoalgo a cambio de su dinero.

Las calles de todas las ciudades del mundo están lle-nas de esos pesados, ruidosos monovolúmenes. Cualquie-ra que no tenga uno se siente un poco raro, y se pregunta,pese a sí mismo, si no será hora de dejar de resistirse y com-prar uno; cualquiera que tenga uno se siente seguro de queha adquirido una posesión significativa, incluso los días enque el vehículo está en el taller de reparación.

Todo esto es perfectamente congruente con la pertenen-cia a la burguesía, que es un estado tanto mental como ma-terial. Y explica por qué Microsoft se ve constantementeatacado en la Red desde ambos lados. Los que se siente po-bres y oprimidos interpretan todo lo que hace Microsoft co-

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mo parte de algún siniestro complot orwelliano. A los queles gusta considerarse usuarios inteligentes e informados,les desquicia lo chapucero que es Windows.

No hay nada que moleste más a las personas sofistica-das que ver cómo alguien que es lo bastante rico como paraevitarlo es hortera —a menos que se den cuenta, un mo-mento después, de que probablemente sabe que es horteray sencillamente no le importa y va a seguir siendo hortera,y rico, y feliz, para siempre; Microsoft tiene la misma rela-ción con la elite de Silicon Valley que la que mantenían lospaletos de Beverly con su banquero, el señor Drysdale—a quien no le irrita tanto el hecho de que los Clampetts semudaran a su barrio como el saber que, cuando Jethro ten-ga setenta años, seguirá hablando como un palurdo y lle-vando petos, y seguirá siendo mucho más rico que el señorDrysdale.

Incluso el hardware que empleaba Windows, compara-do con las máquinas que sacaba Apple, parecía cosa de pa-lurdos, y en su mayor parte sigue pareciéndolo. La razónes que Apple era y es una compañía de hardware, mientrasque Microsoft era y es una compañía de software. Appletenía así el monopolio del hardware que ejecutaba MacOS,mientras que el hardware compatible con Windows veníadel mercado libre. El mercado libre parece haber decididoque la gente no va a pagar por ordenadores elegantes; losfabricantes de hardware para PC que contratan a diseña-dores para hacer que sus productos tengan un aire distinti-vo acaban vapuleados por fabricantes taiwaneses de clonesmetidos en cajas que parecen los ladrillos que uno se en-contraría delante de una caravana. Pero Apple podía hacersu software todo lo bonito que quisiera y simplemente pa-sarle la factura a sus encantados consumidores, como yo.La semana pasada (escribo esta frase a principios de enerode 1999), las secciones de tecnología de todos los periódicosestaban llenas de reportajes aduladores sobre el lanzamien-to por parte de Apple del iMac en varios colores nuevos,como arándano y mandarina.

Apple siempre ha insistido en tener el monopolio de suhardware, salvo durante un breve periodo a mediados de

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los noventa, cuando permitieron que los fabricantes de clo-nes compitieran con ella, antes de acabar con su negocio. Elhardware de Macintosh, en consecuencia, era caro. No loabrías ni enredabas en él porque hacerlo anulaba la garan-tía. De hecho, el primer Mac estaba específicamente dise-ñado para resultar difícil de abrir: necesitabas un juego deherramientas exóticas, que podías comprar mediante pe-queños anuncios que empezaron a aparecer en las páginasfinales de las revistas unos pocos meses después de que sa-liera al mercado el Mac. Estos anuncios siempre tenían uncierto aire sórdido, como si anunciaran ganzúas en la con-traportada de sensacionalistas revistas de detectives.

Esta política de monopolio puede explicarse al menosde tres maneras distintas.

La explicación caritativa es que la política de monopo-lio sobre el hardware reflejaba el deseo por parte de Applede proporcionar una unión sin fallas de hardware, sistemaoperativo y software. Algo hay de esto. Ya resulta bastantedifícil diseñar un sistema operativo que funcione bien enun hardware específico, diseñado y probado por ingenie-ros que trabajan al lado, en la misma compañía. Diseñar unsistema operativo que funcione en un hardware cualquiera,fabricado por hacedores de clones rabiosamente competiti-vos al otro lado de la Línea de Fecha Internacional, es muydifícil, y explica gran parte de los problemas que tiene lagente cuando usa Windows.

La explicación financiera es que Apple, a diferencia de Mi-crosoft, es y siempre ha sido una compañía de hardware.Sencillamente depende de los ingresos de la venta de hard-ware, y no puede subsistir sin ellos.

La explicación no tan caritativa tiene que ver con la culturacorporativa de Apple, que tiene sus raíces en el baby boomdel Área de la Bahía de San Francisco.

Dado que voy a hablar sobre cultura durante un rato,probablemente está bien que ponga las cartas sobre la me-sa, para protegerme de las acusaciones de conflicto de in-tereses y falta de ética: 1) Geográficamente, soy de Seattle,de temperamento saturnino e inclinado a mirar con malosojos la dionisíaca Área de la Bahía de San Francisco, igual

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que a ellos nosotros les molestamos y escandalizamos. 2)Cronológicamente, pertenezco a una generación posterioral baby boom. Al menos, así me siento, ya que nunca expe-rimenté las partes divertidas y emocionantes del baby boom—sólo me pasé un montón de tiempo riéndome apropia-damente ante las irritantemente vacuas anécdotas de lospertenecientes al baby boom sobre lo puestos que iban en di-versas ocasiones, y escuchando cortés sus aseveraciones delo estupenda que era su música. Pero, incluso desde aquelladistancia, resultaba posible extraer ciertos patrones, y unoque reaparecía tan regularmente como una leyenda urbanaera el de alguien que se había mudado a una comuna dehippies con sandalias y signos de la paz para acabar descu-briendo que, bajo aquella fachada, los tipos al mando erande hecho obsesos del control; y que, dado que vivir en unacomuna donde los ideales de la paz, el amor y la armo-nía se mantenían de boquilla les había privado de válvulasde escape normales y socialmente admitidas para su obse-sión, tendía a salir de de otros modos, invariablemente mássiniestros.

Dejaré aplicar esto al caso de Apple como ejercicio parael lector —un ejercicio no demasiado difícil.

Resulta un poco desconcertante, al principio, pensar enApple como un obseso del control, porque contradice com-pletamente su imagen corporativa. ¿No fueron estos los ti-pos que lanzaron los famosos anuncios durante la SuperBowl en los que ejecutivos trajeados, con los ojos venda-dos, saltaban como lemmings de un acantilado? ¿No es es-ta la compañía que ahora mismo saca anuncios con el DalaiLama (salvo en Hong Kong) y Einstein y otros rebeldes al-ternativos?

Ciertamente es la misma compañía, y el hecho de quehayan implantado esta imagen de sí mismos como libre-pensadores creativos y rebeldes en la mente de tantos es-cépticos inteligentes y encallecidos por los medios, real-mente hace que uno se pare a pensar. Da fe del insidiosopoder de las campañas publicitarias costosas y tal vez, encierta medida, de la facilidad de la gente para creer lo quequiere creer. También suscita la pregunta de por qué a Mi-

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crosoft se le da tan mal las relaciones públicas, cuando lahistoria de Apple demuestra que, pasándoles gordos che-ques a buenas agencias publicitarias, se puede implantaruna imagen corporativa en la mente de personas inteligen-tes que difiere completamente de la realidad. (La respuesta,para aquéllos a los que no les gustan las espadas de Damo-cles, es que, ya que Microsoft se ha hecho con las mentes ylos corazones de la silenciosa mayoría —la burguesía—, lesimporta un bledo tener una imagen elegante, igual que Ri-chard Nixon. «Quiero creer» —el mantra que Fox Muldertiene puesto en la pared de su despacho en los ExpedientesX— resulta aplicable de diferentes modos a estas dos com-pañías; los partidarios del Mac quieren creer en la imagende Apple que transmiten estos anuncios, y en la noción deque los Macs son de algún modo fundamentalmente dife-rentes de otros ordenadores, mientras que los seguidoresde Windows quieren creer que obtienen algo a cambio desu dinero, mediante una respetable transacción comercial).

En cualquier caso, en 1987 tanto MacOS como Windowsya estaban en el mercado, ejecutándose en plataformas dehardware que eran radicalmente diferentes entre sí, no sóloen el sentido de que MacOS usaba chips de CPU de Moto-rola, mientras que Windows usaba Intel, sino también en elsentido —entonces pasado por alto, pero a largo plazo mu-cho más significativo— de que el negocio de hardware deApple era un monopolio rígido y Windows era un abierto-a-todos.

Pero todas las ramificaciones de esto no estuvieron cla-ras hasta muy recientemente —de hecho, aún están desple-gándose, de modos notablemente extraños, como explicarécuando lleguemos a Linux—. El resultado es que millonesde personas se acostumbraron a usar interfaces gráficas deuna forma u otra. Con ello hicieron que Apple/Microsoftganaran un montón de dinero. La fortuna de muchas per-sonas ha acabado por ir ligada a la capacidad de estas com-pañías de seguir vendiendo productos cuyo carácter ven-dible resulta muy cuestionable.

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Tarro de miel, pozo de brea, loque sea

CUANDO GATES Y ALLEN INVENTARON la idea de vendersoftware, se encontraron con la crítica tanto de los hackerscomo de los sobrios hombres de negocios. Los hackers en-tendían que el software sólo era información, y le poníanobjeciones a la idea de venderla. Estas objeciones eran enparte morales. Los hackers salían del mundo científico yacadémico, donde resulta imperativo hacer que los resulta-dos del propio trabajo queden disponibles para el público.También eran en parte objeciones prácticas: ¿cómo puedesvender algo que puede copiarse fácilmente? Los hombresde negocios, que son el polo opuesto de los hackers en tan-tos aspectos, tenían sus propias objeciones. Acostumbradosa vender tostadoras y seguros, era natural que les resulta-ra difícil comprender cómo una larga sarta de unos y cerospodía constituir un producto vendible.

Obviamente, Microsoft remontó estas objeciones, así co-mo Apple. Pero las objeciones siguen ahí. El hacker máshacker de todos, el Ur-hacker por así decirlo, era y es Ri-chard Stallman, quien se irritó tanto con la malvada prác-tica de vender software que, en 1984 (el mismo año en quesalió a la venta el Macintosh), fue y fundó la Fundación delSoftware Libre (Free Software Foundation), que comenzó atrabajar en algo llamando GNU. GNU son las siglas de Gnu’sNot Unix («Gnu No es Unix»), pero se trata de una bro-

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ma en más de un sentido, porque GNU ciertamente es Unix.Debido a cuestiones de copyright (Unix es una marca regis-trada de AT&T), sencillamente no podían afirmar que fueraUnix, y así, sólo para asegurarse, afirmaban que no lo era.Pese al incomparable talento y empuje del señor Stallmany otros seguidores de GNU, su proyecto no pudo construirun Unix libre para competir contra los sistemas operativosde Windows y Apple: era un poco como tratar de excavarun sistema de metro con una cucharilla. Esto es, hasta lallegada de Linux.1

Pero la idea básica de recrear un sistema operativo apartir de la nada era perfectamente consistente y completa-mente factible. Se ha hecho muchas veces. Es inherente a lanaturaleza misma de los sistemas operativos.

Los sistemas operativos no son estrictamente necesa-rios. No hay razón por la que un escritor de código lo bas-tante dedicado no pueda partir de la nada en cada proyec-to y escribir nuevo código para manejar operaciones tanbásicas y de bajo nivel como controlar las cabezas lecto-ras/escritoras en los controladores de disco y activar píxe-les en pantalla. Los primeros ordenadores tenían que pro-gramarse de este modo. Pero, dado que casi todos los pro-gramas tienen que desempeñar las mismas operaciones bá-sicas, este enfoque llevaría a una tremenda duplicación delesfuerzo.

No hay nada más desagradable para el hacker que laduplicación del esfuerzo. El primer y más importante hábi-to mental que desarrolla la gente cuando aprende a escribirprogramas de ordenador es generalizar, generalizar, gene-ralizar. Hacer su código lo más modular y flexible posible,descomponer los problemas grandes en pequeñas subruti-nas que puedan usarse una y otra vez en diferentes con-textos. En consecuencia, el desarrollo de los sistemas ope-

1Stallman insiste en que este sistema operativo debería ser siemprenombrado como GNU/Linux y tiene perfectas razones para hablar así, porejemplo, para que el papel del proyecto GNU no sea ignorado. En la prác-tica, casi todo el mundo se refiere a este como Linux. Para los propósitosde este ensayo, enfatizo el papel de GNU describiéndolo explícitamente,más que usando la nomenclatura GNU/Linux.

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rativos, pese a ser técnicamente innecesario, era inevitable.Porque en el fondo un sistema operativo no es más que unabiblioteca que contiene el código más usado, escrito unavez (y con suerte, bien escrito), y puesto a disposición decualquier escritor de código que lo necesite.

Así que un sistema operativo propietario, cerrado y se-creto es una contradicción en los términos. Va contra la ra-zón de ser de los sistemas operativos. Y de cualquier modoes imposible mantenerlos en secreto. El código fuente —laslíneas originales de texto escritas por los programadores—pueden mantenerse en secreto. Pero el conjunto de un sis-tema operativo es una colección de pequeñas subrutinasque realizan tareas muy específicas y muy claramente de-finidas. Qué hacen exactamente esas subrutinas ha de serpúblico, de forma muy explícita y exacta, o de lo contrarioel sistema operativo es completamente inservible para losprogramadores; no pueden usar esas subrutinas si no tie-nen perfecta y total comprensión de lo que hacen las subru-tinas.

Lo único que no se hace público es exactamente cómohacen las subrutinas lo que hacen. Pero una vez sabes loque hace una subrutina, generalmente resulta bastante fá-cil (si eres un hacker) escribir tu propia rutina que hagaexactamente lo mismo. Puedes tardar algo, y resulta tedio-so y poco gratificante, pero en la mayoría de los casos no esdemasiado difícil.

Lo que es difícil, para un hacker como para un escri-tor de ficción, no es escribir; es decidir qué escribir. Y losvendedores de sistemas operativos comerciales ya han de-cidido, y han hecho públicas sus decisiones.

Esto se sabe desde hace mucho. MS-DOS fue duplicadofuncionalmente por un producto rival, escrito a partir de lanada, llamado ProDOS, que hacía las mismas cosas de mo-do muy parecido. En otras palabras, otra compañía pudoescribir código que hacía las mismas cosas que MS-DOS y lovendió para obtener beneficios. Si usas el sistema operati-vo Linux, puedes obtener un programa libre llamando WI-NE que es un emulador de Windows; esto es, puedes abriruna ventana en tu escritorio que ejecute programas de Win-

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dows. Quiere decir que se ha recreado un sistema operati-vo Windows completamente funcional dentro de Unix, co-mo un barquito en una botella. Y el propio Unix, que es unsistema operativo mucho más sofisticado que MS-DOS, hasido reconstruido a partir de la nada una y otra vez. Sun,Hewlett-Packard, AT&T, Silicon Graphics, IBM y otros ven-dieron versiones de él.

En otras palabras, la gente lleva reescribiendo códigobásico de sistemas operativos tanto tiempo que toda la tec-nología que constituía un sistema operativo en el sentidotradicional (pre-GUI) de esa expresión es ahora tan baratay común que es literalmente gratuita. No sólo no podríanGates y Allen vender MS-DOS hoy, ni siquiera podrían rega-larlo, porque ya se regalan sistemas operativos mucho máspotentes. Incluso el Windows original (que era el único sis-tema de ventanas hasta 1995) ya no vale nada, dado queno tiene sentido poseer algo que puede emularse dentro deLinux, que es gratuito.2

De este modo, el negocio de los sistemas operativos esmuy diferente de, pongamos, el negocio de la venta de co-ches. Incluso un viejo coche de segunda mano tiene algúnvalor. Puedes usarlo para ir al basurero, o vender sus par-tes. El destino de los bienes manufacturados es depreciarselentamente a medida que envejecen y tienen que competircontra productos más modernos.

Pero el destino de los sistemas operativos es volversegratuitos.

Microsoft es una gran compañía de aplicaciones de soft-ware. El de las aplicaciones —tales como Microsoft Word—es un área en el que la innovación lleva beneficios reales,directos y tangibles a los usuarios. Las innovaciones pue-den consistir en nueva tecnología recién salida del depar-tamento de investigación, o pueden estar en la categoría de

2El autor usa muchas veces a lo largo del texto free en un sentido ine-quívoco que indica gratuidad, como en este caso, y por supuesto hemosrespetado dicho sentido en la traducción, a pesar de que el free software —incluido por supuesto GNU/Linux— es libre en el sentido de libertad, node precio. Nos hemos extendido sobre esta cuestión en la «Presentación»de esta edición. [N. del E.]

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los lacitos decorativos, pero en cualquier caso a menudoresultan útiles y parecen contentar a los usuarios. Y Micro-soft está convirtiéndose en una gran compañía de investi-gación. Esto no se debe necesariamente a que sus sistemasoperativos sean todos tan malos desde el punto de vista pu-ramente tecnológico. Los sistemas operativos de Microsofttienen sus problemas, claro, pero son mucho mejores de loque solían ser, y son adecuados para la mayor parte de lagente.

¿Por qué digo entonces que Microsoft no es es una com-pañía de sistemas operativos tan grandes? Porque la natu-raleza misma de los sistemas operativos es tal que no tienesentido que una compañía específica los desarrolle y posea.Para empezar, es un trabajo muy desagradecido. Las apli-caciones crean posibilidades para millones de usuarios cré-dulos, mientras que los sistemas operativos imponen limi-taciones a millones de cascarrabias escritores de código, yasí los hacedores de sistemas operativos siempre estarán enla lista negra de cualquiera que cuente en el mundo de la al-ta tecnología. Las aplicaciones las usan personas cuyo granproblema es comprender todas sus características, mientrasque los sistemas operativos se ven hackeados por escritoresde código irritados con sus limitaciones. El negocio de lossistemas operativos ha sido bueno para Microsoft sólo enla medida en que les ha proporcionado el dinero necesariopara lanzar un negocio de software de aplicaciones real-mente bueno y contratar a un montón de investigadoresinteligentes. Ahora debiera estar en posición de desemba-razarse de su sistema operativo, como los cohetes se libranen algún momento de los tanques vacíos de combustible.La gran pregunta es si Microsoft es capaz de hacerlo. ¿O esadicta a la venta de sistemas operativos del mismo modoque Apple lo es a la venta de hardware?

Hay que tener en cuenta que los observadores expertoscitaban en un tiempo la capacidad de Apple de monopoli-zar su propia provisión de hardware como su gran ventajafrente a Microsoft. En aquella época, parecía situarles enuna posición mucho más fuerte. Al final, casi les mató, ytodavía puede matarlos. El problema para Apple era que

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la mayor parte de los usuarios de ordenador del mundoacaba comprando hardware más barato. Pero un hardwa-re barato no podía ejecutar MacOS, y esa gente se pasó aWindows.

Sustituyan hardware por sistemas operativos, y Applepor Microsoft y verán cómo lo mismo está a punto de su-ceder de nuevo. Microsoft domina el mercado de sistemasoperativos, lo cual les reporta ingresos y parece una granidea de momento. Pero hay sistemas operativos mejores ymás baratos, y están haciéndose cada vez más popularesen partes del mundo que no están tan saturadas de orde-nadores como los EE.UU. Dentro de diez años, puede quela mayoría de los usuarios de ordenador del mundo aca-be por tener estos sistemas operativos más baratos. Peroestos sistemas operativos, de momento, no ejecutan ningu-na aplicación de Windows, y así esta gente acabará usandootra cosa.

Por expresarlo de forma más directa: cada vez que al-guien decide usar un sistema operativo que no es de Mi-crosoft, la división de sistemas operativos de Microsoft ob-viamente pierde un cliente. Pero, tal como están las cosas,la división de aplicaciones de Microsoft también pierde uncliente. No es para tanto, dado que casi todo el mundo usasistemas operativos de Microsoft. Pero en cuanto la cuotade mercado de Windows empiece a disminuir, las matemá-ticas van a ponerse bastante torvas para los de Redmond.

Podría replicarse a este argumento diciendo que Micro-soft sencillamente podría recompilar sus aplicaciones paraque pudieran ejecutarse en otros sistemas operativos. Peroesta estrategia va contra los instintos corporativos norma-les. El caso de Apple resulta de nuevo instructivo. Cuandolas cosas empezaron a ponerse feas para Apple, debieronhaber llevado su sistema operativo a un hardware barato.Pero no lo hicieron. Por el contrario, trataron de hacer quesu brillante hardware diera lo más posible de sí, añadiendonuevas posibilidades y expandiendo la línea de productos.Pero esto sólo tuvo el efecto de hacer su sistema operati-vo más dependiente de esas características especiales delhardware, lo cual al final resulta peor para ellos.

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Igualmente, cuando la posición de Microsoft en el mun-do de los sistemas operativos se vea amenazada, sus instin-tos corporativos les dirán que apilen más posibilidades ensus sistemas operativos, y luego reconfiguren sus aplicacio-nes de software para explotar esas posibilidades especiales.Pero esto sólo tendrá el efecto de hacer que sus aplicacio-nes dependan de un sistema operativo con una cuota demercado decreciente, y al final será peor para ellos.

El mercado de los sistemas operativos es una trampaletal, un pozo de brea, una ciénaga. Sólo hay dos motivospara invertir en Apple y en Microsoft. 1) Cada una de es-tas compañías está en lo que llamaríamos una relación decodependencia con sus clientes. Los clientes quieren creer,y Apple y Microsoft saben cómo darles lo que quieren. 2)Cada compañía trabaja muy duro para añadir nuevas po-sibilidades a sus sistemas operativos, lo cual tiene el efectode asegurar la lealtad de sus clientes, al menos durante untiempo.

En consecuencia, la mayor parte del resto de este ensayotratará sobre estos dos temas.

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La tecnosfera

UNIX ES EL ÚNICO SISTEMA OPERATIVO que queda cuyainterfaz gráfica (un montón de código llamado X WindowSystem1) está separado del sistema operativo en el antiguosentido del término. Es decir, que puedes ejecutar Unix enpuro modo de línea de comandos si quieres, sin ventanas,iconos, ratones, etc., y seguirá siendo Unix y capaz de hacertodo lo que se supone que hace Unix. Pero los demás sis-temas operativos —MacOS, la familia Windows y BeOS—tienen sus GUI enmarañadas con las anticuadas funcionesdel sistema operativo en tal grado que han de ejecutarseen modo GUI o no se ejecutan verdaderamente. Así que yano es posible pensar en las GUI como en algo distinto delsistema operativo; ahora forman una parte inalienable delos sistemas operativos a los que pertenecen —y son, conmucho, la parte mayor, más cara y difícil de crear.

Sólo hay dos modos de vender un producto: precio yfuncionalidades. Cuando los sistemas operativos son gra-tuitos, las compañías de sistemas operativos no puedencompetir mediante el precio, así que compiten mediante las

1A pesar de la semejanza con el nombre del producto estrella de Mi-crosoft, el Sistema X Window de los Unices no tiene nada que ver conWindows, sino que se trata de un potente sistema de ventanas basado enuna arquitectura cliente/servidor. Una de las ventajas de la arquitecturacliente/servidor es que puede ser implementada tanto de manera distri-buida (es decir, aplicaciones y servidor gráfico ejecutándose en máquinasdiferentes) como local (todo el subsistema gráfico ejecutándose en el mis-mo ordenador). [N. del E.]

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funcionalidades. Esto significa que siempre tratan de supe-rarse unos a otros escribiendo código que, hasta hace poco,no se consideraba parte de un sistema operativo en abso-luto: cosas como las GUI. Esto explica en gran medida elcomportamiento de estas compañías.

Explica por qué Microsoft añadió un navegador a susistema operativo, por ejemplo. Resulta fácil obtener nave-gadores gratuitos, igual que sistemas operativos gratuitos.Si los navegadores son gratuitos y los sistemas operativosson gratuitos, pareciera que no hay modo de hacer dinerocon los navegadores ni con los sistemas operativos. Pero sipuedes integrar un navegador en un sistema operativo yasí llenar ambos de nuevas funcionalidades, ya tienes unproducto vendible.

Dejando a un lado, de momento, el hecho de que estocabrea de verdad a los abogados antimonopolio del gobier-no, esta estrategia tiene sentido. Al menos, tiene sentido sise asume (como parece hacer la dirección de Microsoft) queel sistema operativo ha de ser protegido a cualquier precio.La verdadera cuestión es si cada moda tecnológica nuevaque aparezca ha de usarse como muleta para sostener laposición dominante del sistema operativo. Al enfrentarseal fenómeno de la Web, Microsoft tuvo que desarrollar unnavegador web realmente bueno, y lo hicieron. Pero enton-ces tuvieron que elegir: podían hacer que ese navegadorfuncionara en múltiples sistemas operativos, lo cual daríaa Microsoft una posición fuerte en el mundo de Internetcon independencia de lo que le pasara a la cuota de mer-cado de su sistema operativo. O podían integrar el nave-gador con el sistema operativo, apostando a que esto haríaque su sistema operativo pareciera tan moderno y atracti-vo que ayudaría a conservar su dominio en ese mercado. Elproblema es que cuando la posición del sistema operativoWindows empiece a venirse abajo (y dado que actualmentees de cerca del noventa por ciento, no puede sino descen-der) arrastrará todo tras de sí.

En la clase de geología del instituto probablemente lesenseñaran que toda la vida sobre la Tierra existe en unadelgada capa llamada biosfera, que existe entre miles de

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kilómetros de roca muerta por debajo, y frío espacio vacío,muerto y radiactivo, por encima. Las compañías que ven-den sistemas operativos existen en una especie de tecnos-fera. Por debajo está la tecnología que ya es gratuita. Porencima está la tecnología que todavía ha de ser desarro-llada, o que es demasiado disparatada y especulativa paraser explotada de momento. Como la biosfera de la Tierra,la tecnosfera es muy fina comparada con lo que tiene porencima y por debajo.

Pero se mueve mucho más rápido. En diversas partesdel mundo, es posible visitar ricas capas fósiles en las quehay esqueletos apilados, los más recientes encima y los másantiguos debajo. En teoría, todos se remontan a los prime-ros organismos unicelulares. Y si se usa la imaginación unpoco, uno se dará cuenta de que, si se queda ahí el tiem-po suficiente, también quedará fosilizado, y con el tiempoalgún organismo más avanzado quedará fosilizado encimatuyo.

El registro fósil —La Brea Tar Pits2— de la tecnologíasoftware es Internet. Cualquier cosa que aparezca allí sepuede tomar de forma gratuita (posiblemente ilegal, pe-ro gratuita). Los ejecutivos de compañías como Microsofttienen que acostumbrarse a la experiencia —impensableen otras industrias— de invertir millones de dólares en eldesarrollo de nuevas tecnologías, tales como navegadoresweb, y luego ver cómo aparece en Internet el mismo soft-ware, o un software equivalente, dos años, un año, o inclu-so pocos meses después.

Al seguir desarrollando nuevas tecnologías y añadien-do posibilidades a sus productos, pueden mantenerse unpaso por delante del proceso de fosilización, pero algunosdías deben de sentirse como mamuts atrapados en La Brea,usando todas sus energías para salir adelante, una y otra

2Las canteras de Rancho La Brea Tar Pits es un yacimiento de fósilessituado en el Condado de Los Angeles (EE.UU.). Durante casi cuarentamil años, la mina (pits) ha emitido una gran cantidad de brea, chapapotepegajoso y espeso que ha dejado atrapados a lo largo del tiempo a muchosespecímenes de plantas y animales prehistóricos. [N. del E.]

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vez, escapando de la pegajosa brea caliente que quiere cu-brirles y engullirles.

La supervivencia en esta biosfera requiere colmillosfuertes y pies que puedan pisotear en un extremo de la or-ganización, y Microsoft es famosa por tenerlos. Pero piso-tear a los otros mamuts en la brea sólo puede mantenertevivo cierto tiempo. El peligro es que, con su obsesión pormantenerse fuera de las capas fósiles, estas compañías ol-viden lo que hay por encima de la biosfera: el ámbito de lanueva tecnología. En otras palabras, deben seguir con susarmas primitivas y bastos instintos competitivos, pero tam-bién han de desarrollar cerebros potentes. Parece ser queesto es lo que está haciendo Microsoft con su departamentode investigación, que contrata a personas inteligentes pordoquier. (Y aquí debo mencionar que, aunque conozco yme relaciono con varias personas del departamento de in-vestigación de esa compañía, nunca hablamos de negocios,y no tengo ni idea de qué demonios están haciendo. Heaprendido mucho más sobre Microsoft usando el sistemaoperativo Linux de lo que habría aprendido usando Win-dows).

Da igual cómo hiciera antes dinero Microsoft; hoy endía, hace dinero gracias a una especie de arbitraje tempo-ral. Arbitraje, en el sentido habitual, significa hacer dineroaprovechándose de las diferencias en los precios de algo endiferentes mercados. En otras palabras, es espacial y se ba-sa sobre el hecho de que el árbitro sabe por qué tecnologíaspagará dinero la gente el año que viene, y cuánto tardaránesas tecnologías en volverse gratuitas. Lo que el arbitrajeespacial y temporal tienen en común es que ambos pivotansobre la información extremadamente buena del árbitro; in-formación sobre los gradientes de precios en un momentodado en un caso, sobre los gradientes de precios a lo largodel tiempo en un lugar dado en el otro.

Así que Apple/Microsoft ofrecen nuevas posibilidadesa sus usuarios casi a diario, con la esperanza de que unflujo constante de genuinas innovaciones técnicas, combi-nadas con el fenómeno del «quiero creer» impedirá que susclientes miren al otro lado de la carretera, hacia los sistemas

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operativos, mejores y más baratos, que tienen disponibles.La cuestión es si esto tiene sentido a largo plazo. Si Micro-soft es adicta a los sistemas operativos como Apple lo esal hardware, entonces se apostarán la camisa por sus siste-mas operativos, y vincularán todas sus nuevas aplicacionesy sistemas operativos a ellos. Su supervivencia dependeráentonces de estas dos cosas: añadir más posibilidades a sussistemas operativos, de tal modo que sus clientes no se pa-sen a las alternativas más baratas, y mantener la imagenque, de algún modo misterioso, les da a estos clientes lasensación de que obtienen algo a cambio de su dinero.

Este último es un fenómeno cultural verdaderamenteextraño e interesante.

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La cultura de la interfaz

HACE UNOS AÑOS1 entré en una tienda cualquiera y meencontré con la siguiente escena: cerca de la entrada habíauna pareja joven frente a un gran mostrador de cosméticos.El hombre sostenía estólidamente una cesta de la compraen las manos mientras su compañera arramblaba con pro-ductos de maquillaje del mostrador y los apilaba en la ces-ta. Desde entonces siempre he pensado en ese hombre co-mo la personificación de una interesante tendencia huma-na: no sólo no nos ofenden las imágenes manufacturadassino que nos gustan. Prácticamente insistimos en ello. Esta-mos ansiosos por ser cómplices de nuestro propio engaño:por pagar dinero por el pase a un parque temático, votar aun tipo que obviamente nos está mintiendo o permanecerde pie sosteniendo la cesta que se llena de cosméticos.

Hace poco estuve en Disney World, concretamente en laparte llamada el Reino Mágico, caminando por Main StreetUSA. Esta es la perfecta pequeña ciudad victoriana y cucaque lleva al castillo Disney. Había mucha gente; nos abría-mos camino más que caminábamos. Justo delante mío ha-bía un hombre con una videocámara. Era una de esas nue-vas videocámaras en las que, en vez de mirar por un visor,contemplas una pantalla plana en color del tamaño de un

1Excusas por el título de este capítulo a Steve Johnson, autor de InterfazCulture: How New Technology Transforms the Way We Create and Comunicate,[«La cultura de la interfaz: cómo las nuevas tecnologías transforman elmodo en que creamos y comunicamos»], San Francisco, Harper, 1997.

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naipe, que televisa en directo lo que quiera que la cámaraesté grabando. Sostenía el aparato cerca de la cara, de talmodo que le tapaba la vista. En vez de ir a ver una peque-ña ciudad de verdad gratis, había pagado dinero por veruna falsa, y en vez de verla a simple vista estaba contem-plándola por televisión.

Y en vez de quedarme en casa y leer un libro, yo le es-taba mirando a él.

La preferencia de los estadounidenses por las experien-cias mediadas resulta bastante obvia, y no voy a dar la mur-ga con ello. Ni siquiera voy a hacer comentarios desdeño-sos acerca de ello —después de todo, yo estaba en DisneyWorld como cliente de pago—. Pero claramente está rela-cionado con el colosal éxito de las GUI, así que tengo quehablar algo acerca de ello. A los de Disney se le dan me-jor que a nadie las experiencias mediadas. Si entendieranqué son los sistemas operativos, y por qué los usa la gente,aplastarían a Microsoft en uno o dos años.

En la sección de Disney World llamada el Reino Animalhay una nueva atracción, que se supone abrirá en marzode 1999, llamada el Viaje por la Jungla del Maharajá. Lo ha-bían abierto como anticipo cuando yo estuve allí. Es unareproducción completa, piedra a piedra, de una hipotéticaruina en las junglas de la India. Según decían, fue construi-da por un rajá local en el siglo XVI como reserva de caza. Elrajá iba allí con sus principescos huéspedes a cazar tigresde Bengala. Con el paso del tiempo, quedó abandonada yla ocuparon los tigres y los monos; finalmente, en torno a laépoca de la independencia de la India, se convirtió en unareserva natural del gobierno, ahora abierto a los visitantes.

El lugar se parece más a lo que he descrito que ningúnedificio real que se pueda encontrar en la India. Todas laspiedras en los muros derrumbados tenían el aspecto de ha-ber sido desgastados por las lluvias monzónicas durantesiglos, la pintura de las paredes está descascarillada y apa-gada y los tigres de Bengala se mueven entre las columnasrotas. Allí donde se podrían realizar reparaciones moder-nas en la antigua estructura, se han hecho, pero no comolas llevarían a cabo los ingenieros de la Disney, sino aho-

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rrativos encargados indios, con bambú y barras herrum-brosas. La herrumbre está pintada, claro, y protegida de laherrumbre auténtica por una capa de plástico transparente,pero no se nota a menos que uno se agache.

En cierto punto se puede caminar junto a un muro depiedra con una serie de desgastados frisos antiguos escul-pidos. Un extremo del muro se ha derrumbado y caído atierra, quizás debido a algún terremoto largo tiempo olvi-dado, y uno o dos paneles tienen anchas fisuras, pero la his-toria sigue siendo legible: primero, el caos primordial llevaa la creación de muchas especies animales. Luego, vemosel Árbol de la Vida rodeado de diversos animales. Esta esuna alusión obvia al enorme Árbol de la Vida que dominael centro del Reino Animal de Disney, igual que el Casti-llo domina el Reino Mágico o la Esfera domina Epcot. Peroestá hecho en un estilo históricamente correcto, y probable-mente engañaría a cualquiera que no tuviera un doctoradoen historia del arte indio.

El siguiente panel muestra a un homo sapiens bigotudoderribando el Árbol de la Vida con una cimitarra y a anima-les huyendo en todas direcciones. El panel que va despuésmuestra al errado humano golpeado por un tsunami, partede un Diluvio presumiblemente provocado por su estupi-dez.

El panel final muestra al Brote de la Vida que vuelvea crecer, pero ahora el Hombre ha abandonado su afiladaarma y se ha unido a los demás animales, que lo rodeanpara ensalzarlo y adorarlo.

Es, en otras palabras, una profecía del cuello de botella: lasituación, planteada habitualmente por los modernos eco-logistas, de que el mundo se enfrentará pronto a un periodode graves tribulaciones ecológicas que durarán unas pocasdécadas o siglos y acabarán cuando encontremos un nuevoy armonioso modus vivendi con la Naturaleza.

En conjunto, el friso es una obra bastante brillante. Ob-viamente no es una antigua ruina india, y alguna personao personas vivas merecen ser elogiadas. Pero no hay firmasen la reserva de caza de Maharajá en Disney World. No hayfirmas en nada, porque arruinaría el efecto si largos crédi-

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tos colgaran de cada ladrillo desgastado a medida, comoen las películas de Hollywood.

Entre los guionistas de Hollywood, Disney tiene la re-putación de ser una madrastra verdaderamente malvada.No resulta difícil ver por qué. Disney está en el negocio delos productos de ilusión sin fisuras —un espejo mágico querefleja el mundo mejor de lo que realmente es—. Pero unescritor está hablando literalmente a sus lectores, no sólocreando un ambiente o presentándoles algo donde mirar;y así como la interfaz de línea de comandos abre un canalmucho más directo y explícito entre usuario y máquina quela GUI, lo mismo sucede con palabras, escritor y lector.

La palabra, al final, es el único sistema para codificar lospensamientos —el único medio— que no es fungible, quese niega a disolverse en el torrente devorador de los me-dios electrónicos (los turistas más ricos en Disney Worldllevan camisetas con los nombres de diseñadores famososimpresos, porque los propios diseños pueden copiarse fá-cilmente y con impunidad. El único modo de fabricar ropaque no puede copiarse legalmente es imprimir palabras concopyright y marca registrada; una vez se ha dado ese paso,la ropa misma ya no importa realmente, y así una cami-seta es tan buena como cualquier otra cosa. Las camisetascon palabras caras son ahora la insignia de la clase alta. Lascamisetas con palabras baratas, o sin palabras, son para elcomún de los mortales).

Pero esta cualidad especial de las palabras y de la comu-nicación escrita tendría el mismo efecto sobre el productode la Disney que un graffiti de spray sobre un espejo mági-co. Así que la Disney lleva a cabo la mayor parte de su co-municación sin recurrir a las palabras, y en su mayor parte,no se echa de menos las palabras. Algunas de las propie-dades más antiguas de la Disney, como Peter Pan, WinniePooh, y Alicia en el País de las Maravillas, salieron de li-bros. Pero los nombres de sus autores se mencionan rara-mente, si es que se mencionan, y no se pueden comprar loslibros originales en la tienda Disney. Si se pudiera, pare-cerían viejos y extraños, como versiones muy raras de losoriginales más puros y auténticos de la Disney. Compara-

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dos con producciones más recientes como La Bella y la Bestiay Mulan, las películas de la Disney basadas en estos libros(en particular Alicia en el País de las Maravillas y Peter Pan)parecen profundamente extrañas, y no del todo apropia-das para niños. Lo cual es razonable, porque Lewis Carrolly J.M. Barrie eran hombres muy raros, y la naturaleza de lapalabra escrita es tal que su rareza personal se filtra a tra-vés de todas las capas de disneyficación como rayos X a tra-vés de una pared. Probablemente, por esta misma razón, laDisney parece haber dejado de comprar libros y ahora en-cuentra sus temas y caracteres en los relatos tradicionales,que tienen la cualidad lapidaria y gastada por el tiempo delos antiguos bloques de piedra de las ruinas del Maharajá.

Si siguiéramos a esos turistas a sus casas, podríamos en-contrar arte, pero sería el tipo de arte folclórico no firma-do que venden en las tiendas de la Disney de tema africa-no y asiático. En general, sólo parecen estar cómodos conmedios que han sido ratificados por su antigüedad, por suaceptación popular masiva o por ambas cosas.

En este mundo, los artistas son como los obreros anóni-mos y analfabetos que construyeron las grandes catedralesen Europa y luego desaparecieron en tumbas anónimas delcementerio. La catedral en conjunto es apabullante y con-movedora a pesar de, y posiblemente debido a, el hecho deque no tenemos ni idea de quién la construyó. Cuando ca-minamos por ella comulgamos no con obreros individualessino con toda una cultura.

Disney World funciona del mismo modo. Si se es un in-telectual, un lector o un escritor de libros, lo más amableque se puede decir al respecto es que la ejecución es so-berbia. Pero resulta fácil encontrarlo todo un poco sinies-tro, porque falta algo: la traducción de todo su contenidoa palabras escritas, claras y explícitas, las atribución de lasideas a personas específicas. No se puede discutir con ello.Parece como si se estuviera pasando por alto un montón decosas, como si Disney World nos estuviera engañando, yposiblemente colándonos todo tipo de asunciones ocultasy pensamiento débil.

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Pero esto es exactamente lo mismo que se pierde en latransición de la interfaz de línea de comandos a la GUI.

La Disney y Apple/Microsoft están en el mismo nego-cio: cortocircuitar la laboriosa y explícita comunicación ver-bal con interfaces de diseño caro. La Disney es una especiede interfaz de usuario en sí misma —y más que meramen-te gráfica—. Llamémosla interfaz sensorial. Puede aplicarsea cualquier cosa en el mundo, real o imaginada, aunque aun precio apabullante.

¿Por qué rechazamos las interfaces basadas en la pala-bra, y preferimos las gráficas o sensoriales —una tendenciaque explica el éxito tanto de Microsoft como de la Disney?

Parte de ello es simplemente que el mundo es ahoramuy complicado —mucho más complicado que el mun-do de los cazadores-recolectores con el cual evolucionaronnuestros cerebros— y sencillamente no podemos manejartodos los detalles. Tenemos que delegar. No tenemos másopción que confiar en algún artista anónimo de la Disney oen algún programador de Apple o Microsoft para que eli-jan por nosotros, nos libren de algunas opciones y nos denun resumen convenientemente empaquetado.

Pero más importante es el hecho de que durante estesiglo el intelectualismo falló, y todo el mundo lo sabe. Enlugares como Rusia y Alemania, la gente común renuncióa su control sobre los modos de vida tradicionales, costum-bres y religión, y permitió que los intelectuales llevaran elcotarro, y los intelectuales lo estropearon todo y convirtie-ron el siglo en un matadero. Aquellos intelectuales de tantapalabrería solían percibirse como algo meramente tedioso;ahora también parecen algo peligrosos.

Los estadounidenses somos los únicos que no salimosmalparados en ningún momento de todo esto. Somos libresy prósperos porque heredamos sistemas políticos y de va-lores fabricados por un conjunto dado de intelectuales delsiglo XVIII que por casualidad acertaron. Pero hemos perdi-do contacto con esos intelectuales, y con cualquier cosa pa-recida al intelectualismo, hasta el punto de no leer libros ya,aunque sabemos leer. Estamos mucho más cómodos trans-mitiéndoles esos valores a las generaciones futuras de for-

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ma no-verbal, mediante el proceso de inmersión mediática.Parece que esto funciona hasta cierto punto, porque la po-licía en muchos países ahora se queja de que los arrestadosinsisten en que les lean sus derechos, como en las pelícu-las de policías estadounidenses. Cuando se les explica queestán en un país diferente, se indignan. Puede que las repo-siciones de Starsky y Hutch, dobladas a diversas lenguas,resulten ser, a largo plazo, una fuerza más potente en favorde los derechos humanos que la Declaración de Indepen-dencia.

Una cultura enorme, rica y nuclear que propaga susvalores nucleares mediante la inmersión mediática pareceuna mala idea. Está el riesgo obvio de errar. Las palabrasson el único medio inmutable que tenemos, que es el moti-vo por el cual son el vehículo preferido para conceptos ex-tremadamente importantes como los Diez Mandamientos,el Corán y la Declaración de Derechos. A menos que losmensajes transmitidos por nuestros medios vayan ligadosa algún conjunto fijo de preceptos, pueden desperdigarsepor doquier y posiblemente llenar la mente de la gente deestupideces.

Orlando tenía una base militar llamada McCoy Air For-ce Base, con largas pistas desde las que podían despegar losB-52 para llegar a Cuba o a cualquier otro lugar, cargadosde bombas nucleares. Pero ahora McCoy ha sido desman-telada y sus instalaciones se han destinado a otros fines.El aeropuerto civil de Orlando las ha absorbido. Las lar-gas pistas se usan ahora para descargar turistas llegados envuelos 747 desde Brasil, Italia, Rusia y Japón, a fin de quevengan a Disney World y empaparse de nuestros mediosdurante un tiempo.

Para las culturas tradicionales, especialmente las basa-das en la palabra como el Islam, esto resulta infinitamentemás amenazante de lo que lo fueron jamás los B-52. Re-sulta obvio para cualquiera fuera de los Estados Unidosque nuestras archimuletillas, multiculturalismo y diversi-dad, son fachadas que encubren (en muchos casos involun-tariamente) una tendencia global a erradicar las diferenciasculturales. El pilar básico del multiculturalismo (o de «hon-

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rar la diversidad», o como se quiera llamarlo) es que laspersonas tienen que dejar de juzgarse unas a otras —dejarde aseverar (y, gradualmente, dejar de creer) que esto estábien y esto está mal, que una cosa es fea y otra hermosa,que Dios existe y tiene estas o aquellas cualidades.

La lección que la mayor parte de la gente ha extraídodel siglo XX es que, para que un gran número de diferentesculturas coexistan pacíficamente en el globo (o incluso enel barrio), es necesario que la gente suspenda el juicio deeste modo. De ahí (argumento) nuestra sospecha, u hosti-lidad, respecto de todas las figuras de autoridad en la cul-tura moderna. Como explicó David Foster Wallace en suensayo E Unibus Pluram, este es el mensaje fundamental dela televisión; es el mensaje que la gente se lleva a casa, decualquier modo, tras llevar inmersos en los medios el tiem-po suficiente. No está expresado en esos términos altiso-nantes, claro. Se transmite a través de la presunción de quetodas las figuras de autoridad —maestros, generales, poli-cías, sacerdotes, políticos— son bufones hipócritas, y que elcinismo descreído es el único modo de ser.

El problema es que una vez que nos hemos librado de lacapacidad de juzgar lo bueno y lo malo, lo verdadero y lofalso, etc., ya no queda cultura. Todo lo que queda son losbailes folclóricos y el macramé. La capacidad de juicio, decreencia, es el fin mismo de tener una cultura. Creo que poreso aparecen a veces tipos con metralletas en lugares comoLuxor, y empiezan a disparar a los occidentales. Entiendenperfectamente la lección de la base aérea McCoy. Cuandolos hijos llegan con gorras ladeadas de los Chicago Bulls,los padres enloquecen.

La anticultura global transmitida a todos los rinconesdel mundo por la televisión es una cultura en sí misma, ysegún los estándares de grandes y antiguas culturas comoel Islam o Francia, parece inmensamente inferior, al menosal principio. Los único bueno que se puede decir de ellaes que hace que guerras mundiales y holocaustos parezcanmenos probables —¡y de hecho eso es algo bastante bueno!

El único problema real es que cualquiera que no ten-ga más cultura que esta monocultura global está completa-

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mente jodido. Cualquiera que crezca viendo la televisión,que nunca vea nada de religión o filosofía, se críe en unaatmósfera de relativismo moral, aprenda ética viendo es-cándalos sexuales en el telediario, y vaya a una universidaddonde los posmodernos se desviven por demoler las nocio-nes tradicionales de verdad y cualidad, va a salir al mundocomo un ser humano bastante incapaz. Y —de nuevo— talvez el fin de todo esto es hacernos incapaces, de modo queno nos bombardeemos mutuamente con armas nucleares.

Por otro lado, si te crías en el ámbito de una cultura da-da, acabas con un conjunto básico de herramientas que sepueden usar para pensar y comprender el mundo. Puedesusar esas herramientas para rechazar la cultura en que tecriaste, pero al menos tienes algunas herramientas.

En este país, la gente que lleva el cotarro —los que lle-nan los bufetes y las juntas directivas— comprende todoesto a cierto nivel. Apoyan el multiculturalismo y la diver-sidad y la suspensión del juicio de boquilla, pero no educana sus propios hijos así. Tengo amigos altamente educadosy técnicamente sofisticados que se han mudado a peque-ñas ciudades de Iowa para vivir y criar a sus hijos, y hayenclaves judíos hasidim en Nueva York donde muchos ni-ños se crían según creencias tradicionales. Cualquier comu-nidad suburbana puede considerarse un lugar donde per-sonas que tienen ciertas creencias (básicamente implícitas)van a vivir entre otros que piensan de igual manera.

Y esta gente no sólo se siente responsable respecto a suspropios hijos, sino con el país en general. Algunos miem-bros de la clase alta son viles y cínicos, por supuesto, peromuchos pasan al menos parte de su tiempo preocupándosepor la dirección en que va el país, y sus propias respon-sabilidades. Y así, cuestiones que son importantes para losintelectuales lectores de libros, como el colapso ambientalglobal, acaban por filtrarse a través de la cultura de masasy aparecen como antiguas ruinas hindúes en Orlando.

Puede que se estén preguntando: ¿qué narices tiene quever todo esto con los sistemas operativos? Como ya he di-cho, no hay modo de explicar la dominación del mercadode sistemas operativos por Apple/Microsoft sin explicacio-

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nes culturales, así que no puedo llegar a ninguna parte eneste ensayo sin hacerles saber antes de dónde vengo en loque concierne a la cultura contemporánea.

La cultura contemporánea es un sistema de dos nive-les, como los morlocks y los eloi de La máquina del tiempo,de H.G. Wells, salvo que está del revés. En La máquina deltiempo, los eloi eran la amanerada clase alta, mantenida pormontones de morlocks subterráneos que hacían que los en-granajes tecnológicos se movieran. Pero en nuestro mundoes al revés. Los morlocks son minoría, y hacen que las cosasse muevan porque comprenden cómo funciona todo. Losmucho más numerosos eloi aprenden todo lo que saben porverse inmersos desde su nacimiento en medios electrónicosdirigidos y controlados por los morlocks lectores de libros.Así que muchas personas ignorantes serían peligrosas si selas apuntara en la dirección equivocada, con lo cual hemosdesarrollado una cultura popular que a) es increíblementeinfecciosa y b) neutraliza a toda persona que se ve infec-tada, haciéndolos reticentes a emitir juicios e incapaces detomar posiciones.

Los morlocks, que tienen la energía e inteligencia comopara aprehender los detalles, van y dominan temas com-plejos y producen interfaces sensoriales tipo Disney, de talmodo que los eloi puedan entender el meollo sin tener queforzar la mente o soportar el aburrimiento. Esos morlocksvan a la India y tediosamente exploran cientos de ruinas,luego vuelven a casa y construyen versiones higiénicas ysin bichos: el Selecciones del Reader’s Digest, por así decir. Es-to cuesta un montón, porque los morlocks insisten en queles den buen café y billetes de avión en primera, pero no esproblema porque a los eloi les gusta que los deslumbren ypagarán gustosos.

Me doy cuenta de que la mayor parte de esto proba-blemente suena desdeñoso y amargado hasta el absurdo: eltípico intelectual pijo con un berrinche por culpa de esosfilisteos analfabetos. Como si yo fuera una especie de Moi-sés bajando solo de la montaña, con las tablas de los DiezMandamientos grabadas en piedra inmutable —la interfazde línea de comandos original— y cabreándose con los dé-

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biles hebreos no iluminados que adoran imágenes. No sóloeso, sino que parece que creo que hay una especie de teoríade la conspiración.

Pero eso no es lo que quiero decir con todo esto. La si-tuación que describo aquí podría ser mala, pero no tienepor qué ser mala, y no es necesariamente mala ahora.

La cuestión es que, sencillamente, estamos demasiadoocupados hoy en día como para comprenderlo todo condetalle. Y es mejor comprenderlo por una interfaz, oscu-ramente, que no comprenderlo en absoluto. Mejor que diezmillones de eloi vayan al Safari por el Kilimanjaro en Dis-ney World que no que mil cirujanos cardiovasculares y di-rectivos de aseguradoras vayan de safari auténtico por Ke-nia. La frontera entre ambas clases es más porosa de lo quehe dado a entender. Constantemente me encuentro con ti-pos normales —albañiles, mecánicos, taxistas, gente de apie en general— que básicamente carecían de cultura has-ta que algo hizo necesario que se convirtieran en lectoresy empezaran a pensar en serio acerca de las cosas. Tal veztuvieron que vérselas con el alcoholismo, tal vez fueron a lacárcel, o enfermaron, o sufrieron una crisis de fe, o simple-mente se aburrieron. Tales personas pueden aprender sobretemas particulares a toda prisa. A veces su falta de una edu-cación amplia les lleva a acometer empresas intelectualesdesquiciadas pero bueno, al menos la empresa intelectualdesquiciada es un buen ejercicio. El fantasma de una políti-ca controlada por los caprichos y veleidades de los votantesque creen realmente que hay diferencias significativas entrelas cerveza Bud Lite y Miller Lite, y que creen que la luchalibre es real, es naturalmente alarmante para aquellos queno lo creen. Pero los países controlados mediante la interfazde la línea de comandos, por así decirlo, por sesudos inte-lectuales, ya sean religiosos o seculares, son por lo generaltristes lugares donde vivir. La gente sofisticada se burla delos entretenimientos disneyescos por facilones y asacarina-dos, pero si el resultado es provocar reflejos básicamentecálidos y simpáticos a nivel preverbal en cientos de millo-nes de iletrados inmersos en los medios, no pueden ser tanmalos. Anoche matamos una langosta en nuestra cocina y

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mi hija lloró durante una hora. Los japoneses, que solíanser el pueblo más feroz del mundo, están obsesionados conadorables personajes de dibujos animados. Mi propia fami-lia —la gente que mejor conozco— está dividida de modomás o menos equitativo entre personas que probablemen-te lean este ensayo y personas que casi con toda certeza nolo hará, y no puedo decir a ciencia cierta que un grupo seanecesariamente más cálido, feliz o mejor adaptado que elotro.

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EN LOS TIEMPOS de la interfaz de línea de comandos, losusuarios eran todos morlocks que tenían que convertir suspensamientos en símbolos alfanuméricos e introducirlos amano, un proceso insufriblemente tedioso que eliminabatoda ambigüedad, revelaba todas las asunciones ocultas ycastigaba cruelmente la pereza y la imprecisión. Entonceslos hacedores de interfaces se pusieron a trabajar en susGUI, e introdujeron una nueva capa semiótica entre la gentey las máquinas. Las personas que usan tales sistemas hanrenunciado a la responsabilidad, y al poder, de enviar bitsdirectamente al chip que lleva a cabo la aritmética, y le hanpasado esa responsabilidad y poder al sistema operativo.Esto resulta tentador porque dar instrucciones claras, a al-guien o a algo, es difícil. No podemos hacerlo sin pensary, dependiendo de la complejidad de la situación, debemospensar intensamente en cosas abstractas y considerar cual-quier número de ramificaciones para hacerlo bien. Para lamayoría de nosotros, esto es una ardua tarea. Queremosque las cosas sean más fáciles. La medida de cuánto lo que-remos viene dada por el grueso de la fortuna de Bill Gates.

El sistema operativo (por tanto) se ha convertido enuna especie de instrumento para ahorrarse trabajo inte-lectual, que traduce las intenciones vagamente expresadasde los humanos a bits. De hecho, les pedimos a nuestrosordenadores que tomen responsabilidades que siempre sehan considerado propias de seres humanos: queremos que

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comprendan nuestros deseos, que prevean nuestras necesi-dades, que establezcan conexiones, que desempeñen tareasrutinarias sin necesidad de pedírselo, que nos recuerden loque tendría que recordársenos a la vez que filtran el rui-do. En los niveles más elevados (es decir, más próximos alusuario) esto tiene lugar mediante una serie de convencio-nes —menús, botones, etc—. Estas funcionan en el sentidoen que funcionan las analogías: ayudan a los eloi a com-prender conceptos abstractos o poco familiares comparán-dolos con algo conocido. Pero se usa el término más pre-tencioso de metáfora.

El concepto que lo englobaba todo en MacOS era la«metáfora del escritorio», que subsumía cierto número demetáforas menores (y a menudo contradictorias, o al me-nos mezcladas). Con una GUI, un archivo (frecuentemen-te llamado «documento») se metafrasea como una ventanaen pantalla (al que se denomina «escritorio»). La ventanasiempre es demasiado pequeña para contener el documen-to, así que uno «se mueve» o, más pretenciosamente, «na-vega» por el documento «pinchando y arrastrando» el «de-do» en la «barra de desplazamiento». Cuando se «teclea»(usando un teclado) o «dibuja» (usando un «ratón») en la«ventana» o se usan «menús» desplegables y «cuadros dediálogo» para manipular sus contenidos, los resultados deltrabajo se almacenan (al menos en teoría) en un «archivo»,y luego la misma información se recupera en otra «venta-na». Cuando ya no se necesita, se «arrastra» a la «papelera».

Hay una mezcla masiva y promiscua de metáforas aquíy podría deconstruirla hasta que las ranas criaran pelo, pe-ro no lo haré. Considérese sólo una palabra: «documento».Cuando documentamos algo en el mundo real, creamos re-gistros fijos, permanentes e inmutables de ello. Pero los do-cumentos de un ordenador son volátiles, efímeras constela-ciones de datos. A veces (como cuando se abren o guardan),el documento que aparece en la ventana es idéntico al queestá almacenado, bajo el mismo nombre, en un archivo dedisco, pero otras veces (como cuando se hacen cambios singuardarlos), es completamente diferente. En cualquier ca-so, cada vez que se pulsa «Guardar», se aniquila la versión

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previa del documento, reemplazándola por lo que quieraque aparezca en la ventana en ese momento. Así que, in-cluso la palabra guardar, se usa en un sentido que es gro-tescamente engañoso: «destruir una versión, guardar otra»sería más exacto.

Cualquiera que use un procesador de textos durantemucho tiempo inevitablemente sufrirá la experiencia deemplear horas de trabajo en un documento largo y luegoperderlo porque el ordenador falla o se corta la luz. Hastael momento en que desaparece de pantalla, el documentoparece tan sólido y real como si estuviera impreso en papely tinta. Pero un momento después, sin avisar, se ha esfuma-do, completa e irremediablemente, como si nunca hubieraexistido. El usuario queda con una sensación de desorienta-ción (por no hablar del cabreo) proveniente de un trasqui-lón metafórico: uno se da cuenta de que ha estado viviendoy pensando dentro de una metáfora que es esencialmentefalsa.

Así que las interfaces gráficas usan metáforas para ha-cer que la informática resulte más fácil, pero son malas me-táforas. Aprender a usarlas es esencialmente un juego depalabras, el proceso de aprender nuevas definiciones de pa-labras como «ventana» y «documento» y «guardar», queson diferentes, y en muchos casos diametralmente opues-tas a las antiguas. Por muy improbable que parezca, estoha salido muy bien, al menos desde el punto de vista co-mercial, lo cual significa que Apple/Microsoft han hechomucho dinero con ello. Todos los otros sistemas operativosmodernos han aprendido que, para ser aceptados por losusuarios, han de ocultar sus entrañas bajo el mismo tipode adornos. Esto tiene ciertas ventajas: si se sabe usar unsistema operativo de GUI, probablemente se puede deducircómo usar cualquier otro en pocos minutos. Todo funcio-na de modo algo distinto, como las cañerías europeas pero,enredando un poco, se puede escribir una nota y navegarpor la red.

La mayor parte de la gente que compra sistemas opera-tivos (si es que se molestan en comprarlo) no comparan lasfunciones subyacentes, sino el aspecto y sensación superfi-

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ciales. El comprador medio de un sistema operativo no pa-ga realmente, y no le interesa especialmente, el código debajo nivel que asigna memoria y escribe bytes en el disco.Lo que compramos realmente es un sistema de metáforas.Y —mucho más importante— a lo que nos vendemos esal presupuesto implícito de que las metáforas son un buenmodo de tratar con el mundo.

Desde hace poco se ha vuelto disponible un montón denuevo hardware que les proporciona a los ordenadores nu-merosos modos interesantes de afectar al mundo real: hacerque las impresoras escupan papel, dirigir haces radiactivoshacia enfermos de cáncer, crear películas realistas sobre elTitanic. Windows se usa ahora como sistema operativo pa-ra cajas registradoras y cajeros automáticos. El sistema demi televisión por satélite emplea una especie de GUI (inter-faz gráfica) para cambiar de canal y mostrar guías de pro-gramas. Los modernos teléfonos móviles llevan una cru-da GUI metido en una diminuta pantalla. Incluso Lego tie-ne una GUI: se puede comprar un juego de Lego llamadoMindstorms que permite construir pequeños robots Lego yprogramarlos mediante una GUI en el ordenador.

Así que ahora le pedimos a la GUI que haga mucho másque servir de máquina de escribir glorificada. Ahora quere-mos que se convierta en una herramienta generalizada pa-ra tratar con la realidad. Esto ha hecho que las compañíasque viven de sacar nueva tecnología al mercado de masasvivan una bonanza económica.

Obviamente, no se puede vender un complicado siste-ma tecnológico a la gente sin algún tipo de interfaz queles permita usarlo. La dinamo de combustión interna fueuna maravilla tecnológica en su época, pero era inútil co-mo bien de consumo hasta que le conectaron una palancade cambios, transmisión, volante y frenos. Esa extraña co-lección de cacharros, que sobrevive hasta nuestros días encada coche que surca las carreteras, constituye lo que hoyllamaríamos una interfaz de usuario. Pero si los coches sehubieran inventado después que los Macintosh, los fabri-cantes de coches no se habrían molestado en diseñar todosesos complicados dispositivos. Tendríamos una pantalla de

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ordenador por salpicadero, y un ratón (o como mucho unjoystick) por volante, y cambiaríamos de marchas desple-gando un menú:

APARCAR

MARCHA ATRÁS

PUNTO MUERTO

321

Ayuda...

Así, unas pocas líneas de código pueden sustituir cual-quier interfaz mecánica imaginable. El problema es que enmuchos casos el sustituto es defectuoso. Conducir un cochemediante una GUI sería una experiencia horrible. Incluso sila GUI estuviera totalmente libre de fallos, sería increíble-mente peligroso, porque los menús y botones sencillamen-te no pueden responder tan bien como los controles mecá-nicos directos. El padre de mi amigo, el señor que restau-raba el descapotable, nunca se habría tomado la molestia sihubiera ido equipado con una GUI. No habría sido diverti-do.

El volante y la palanca de cambios se inventaron en unaera en la que la tecnología más complicada en la mayor par-te de las casas era la batidora de mantequilla. Aquellos pri-meros fabricantes de coches tenían mucha suerte, ya quepodían diseñar la interfaz que resultara más adecuada pa-ra la tarea de conducir un automóvil, y la gente la apren-día. Lo mismo sucedió con el teléfono de marcado y la ra-dio AM. Ya en la Segunda Guerra Mundial, la mayor partede la gente conocía varias interfaces: no sólo podían batirmantequillas, sino también conducir un coche, marcar enel teléfono, conectar la radio, encender un mechero y cam-biar una bombilla.

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Pero ahora cualquier cosita —relojes de pulsera, vídeos,hornillos— está lleno de funcionalidades, y cada funciona-lidad es inútil sin interfaz. Si usted es como yo y como lamayoría de consumidores, nunca ha usado el noventa porciento de las funcionalidades de su microondas, vídeo o te-léfono móvil. Ni siquiera sabe que estas funcionalidadesexisten. El pequeño beneficio que podrían aportarle que-da anulado por la pura molestia de tener que aprenderlas.Esto debe de ser un gran problema para los fabricantes debienes de consumo, porque no pueden competir sin ofrecercaracterísticas.

Ya no es aceptable que los ingenieros inventen toda unanueva interfaz de usuario para cada nuevo producto, co-mo hicieron en el caso del automóvil, en parte porque re-sulta demasiado caro y en parte porque hay un límite enlo que puede aprender la gente normal. Si el vídeo se hu-biera inventado hace cien años, tendría una ruedecita parala sintonización y una palanca para avanzar y rebobinar, yuna gran asa de hierro forjado para cargar o expulsar loscassettes. Llevaría un gran reloj analógico delante, y ha-bría que ajustar la hora moviendo las manillas en la esfera.Pero debido a que el vídeo se inventó cuando se inventó—durante una especie de incómodo periodo de transiciónentre la era de las interfaces mecánicas y las GUI— tiene só-lo unos cuantos botones delante y, para fijar la hora, hayque pulsar los botones de modo correcto. Esto le debe dehaber parecido bastante razonable a los ingenieros respon-sables, pero para muchos usuarios es sencillamente imposi-ble. De ahí el famoso 12:00 que parpadea en tantos vídeos.Los informáticos lo llaman el problema del doce parpadeante.Cuando hablan de ello, empero, no suelen estar hablandode vídeos.

Los vídeos modernos habitualmente tienen algún tipode programación en pantalla, lo cual significa que se puedefijar la hora y controlar las demás funcionalidades median-te una especie de GUI primitivo. Los GUI también tienenbotones virtuales, claro, pero también tienen otros tipos decontroles virtuales, como botones de radio, casillas que ta-char, espacios para introducir textos, esferas y barras. Las

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interfaces compuestas de estos elementos parecen ser mu-cho más fáciles para muchas personas que pulsar esos bo-toncitos en la máquina, y así el propio 12:00 parpadeanteestá desapareciendo lentamente de los salones de EstadosUnidos. El problema del doce parpadeante ha pasado a otrastecnologías.

Así que la GUI ha pasado de ser una interfaz para or-denadores personales a convertirse en una especie de me-tainterfaz que se emplea en cualquier nueva tecnología deconsumo. Raramente es ideal, pero tener una interfaz idealo incluso buena ya no es la prioridad; lo importante ahoraes tener algún tipo de interfaz que los clientes usen real-mente, de tal modo que los fabricantes puedan afirmar contoda seriedad que ofrecen nuevas posibilidades.

Queremos GUI básicamente porque son convenientesy porque son fáciles —o al menos la GUI hace que asíparezca—. Por supuesto, nada es realmente fácil y simple,y poner una bonita interfaz no cambia ese hecho. Un cochecontrolado a través de una GUI sería más fácil de conducirque uno controlado por los pedales y el volante, pero seríaincreíblemente peligroso.

Al usar GUI todo el tiempo, hemos aceptado sin darnoscuenta una premisa que pocas personas aceptarían si se lesplanteara directamente, a saber: que las cosas difíciles pue-den hacerse fáciles, y las complicadas pueden volverse sim-ples, acoplándoles la interfaz adecuada. Para comprenderlo raro que es todo esto, imagínense que las críticas de li-bros se escribieran según el mismo sistema de valores queaplicamos a las interfaces de usuario: la escritura de este li-bro es maravillosamente simple; el autor pasa por encimade temas complicados y emplea generalizaciones ramplo-nas casi en cada oración. Los lectores rara vez tendrán quepensar, y se les ahorrará toda la dificultad y el tedio ge-neralmente asociados con la lectura de libros anticuados.Mientras nos limitemos a operaciones sencillas como fijarla hora en nuestro vídeo, no es para tanto. Pero cuando tra-tamos de hacer cosas más ambiciosas con nuestra tecnolo-gía, inevitablemente nos topamos con el problema de «eltrasquilón metafórico».

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El trasquilón metafórico

EMPECÉ A USAR MICROSOFT WORD en cuanto sacaron laprimera versión en torno a 1985. Tras algunos problemasiniciales descubrí que era mejor herramienta que MacWri-te, que era su único competidor en aquel momento. Escri-bí un montón de cosas en versiones tempranas de Word,guardándolo todo en disquetes, y transferí los contenidosde todos mis disquetes a mi primer disco duro, que adqui-rí en torno a 1987. A medida que salían nuevas versionesde Word yo actualizaba fielmente, razonando que como es-critor tenía sentido que me gastara una cierta cantidad dedinero en herramientas.

En algún momento, a mediados de los ochenta, traté deabrir uno de mis antiguos documentos Word que databamás o menos de 1985 usando la versión entonces vigen-te de Word: 6.0. No funcionó. Word 6.0 no reconocía undocumento creado por una versión anterior de sí mismo.Abriéndolo como archivo de texto, pude recuperar las se-cuencias de letras que constituían el texto del documento.Mis palabras seguían allí. Pero el formato parecía pasadopor un colador —las palabras que yo había escrito iban in-terrumpidas por cuadros rectangulares vacíos y basura.

Ahora bien, en el contexto de una empresa (el princi-pal mercado de Word) este tipo de cosa sólo es una moles-tia —uno de los problemas rutinarios que comporta usarordenadores—. Es fácil comprar programitas de conver-sión de archivos que se ocupan de este problemas. Pero si

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eres un escritor, cuyo oficio son las palabras, cuya identi-dad profesional es un corpus de documentos escritos, es-te tipo de cosa resulta extremadamente desasosegante. Enmi tipo de trabajo hay muy pocos presupuestos estableci-dos, pero uno de ellos es que una vez escribes una pala-bra, queda escrita y no puede desescribirse. La tinta manchael papel, el escoplo corta la piedra, el estilo marca la arci-lla y algo ha sucedido irrevocablemente (mi cuñado es unteólogo que lee tablillas en cuneiforme de hace 3250 años—puede reconocer la escritura de algunos escribas indivi-duales, e identificarlos por su nombre—). Pero el softwarede procesamiento de textos —particularmente el tipo queemplea formatos de archivo especiales y complejos— tieneel sobrenatural poder de desescribir las cosas. Un pequeñocambio en los formatos de archivo, o unos pocos bits re-vueltos, y la producción literaria de meses o años puededejar de existir.

Esto era técnicamente un fallo de la aplicación (Word 6.0para Macintosh), no del sistema operativo (MacOS 7 puntoalgo), así que el blanco inicial de mi enfado fueron los res-ponsables de Word. Por otro lado, yo podía haber elegido laopción guardar como texto en Word y haber guardado todosmis documentos como simples telegramas, y este problemano habría surgido. Por el contrario, me había dejado sedu-cir por todas esas vistosas opciones de formateo que ni si-quiera existían hasta que las GUIs aparecieron y las hicieronpracticables. Había caído en el hábito de usarlas para quemis documentos tuvieran un bonito aspecto (tal vez másbonito del que merecían; todos esos viejos documentos enlos disquetes resultaron ser más o menos una porquería).Ahora estaba pagando el precio de mi autoindulgencia. Latecnología había avanzado y hallado maneras de que misdocumentos parecieran aún más bonitos, y la consecuenciade ello era que todos los viejos y feos documentos habíandejado de existir.

Era —si me disculpan una pequeña y extraña fantasíadurante un momento— como si hubiera ido a alojarme enun hotel exquisitamente diseñado, poniéndome en manosde los antiguos maestros de la interfaz sensorial, me hubie-

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ra sentado en mi habitación y hubiese escrito una historiacon un bolígrafo en papel amarillo y, al volver de la cena,me hubiese encontrado con que la doncella se había lleva-do mi trabajo y en su lugar había dejado una pluma y unaresma de pergamino —explicando que la habitación teníamucho mejor aspecto así y era todo parte de una actualiza-ción rutinaria—. Pero escritas en aquellas hojas de papel, enimpecable ortografía, habría largas secuencias de palabrasescogidas al azar del diccionario. Espantoso, cierto, pero le-galmente no podría demandar a la dirección, porque al alo-jarme en ese hotel había dado mi consentimiento para ello.Había entregado mis credenciales de morlock y me habíaconvertido en un eloi.

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Linux

A FINALES DE LOS AÑOS OCHENTA y principios de los no-venta me pasé un montón de tiempo programando paraMacintosh, y al final decidí pagar varios cientos de dólarespor un producto de Apple llamado el Macintosh Program-mer’s Workshop, o MPW. MPW tenía competidores, peroera incuestionablemente el mejor sistema de desarrollo desoftware para el Mac. Los propios ingenieros de Apple so-lían escribir código Macintosh con él. Puesto que MacOSera con mucho el sistema operativo más desarrollado tec-nológicamente en aquel momento, y puesto que Linux nisiquiera existía todavía, y puesto que este era el programaque usaba de hecho el equipo de ingenieros creativos deelite de Apple, tenía grandes expectativas. Venía en una pi-la de disquetes de un pie de alto, así que tuve tiempo paraque mi emoción creciera durante el interminable procesode instalación. La primera vez que inicié MPW, probable-mente me esperaba algún tipo de quisquilloso muestrariomultimedia. Por el contrario, era austero, casi hasta el pun-to de resultar intimidatorio. Era una ventana desplazableen la que se podía escribir texto simple, sin formato. El sis-tema interpretaba entonces esas líneas de texto como co-mandos, y trataba de ejecutarlos.

Era, en otras palabras, un teletipo de vidrio ejecutan-do una interfaz de línea de comandos. Venía con todo tipode comandos crípticos pero potentes, que podían invocarsetecleando sus nombres, y que sólo gradualmente aprendí a

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usar. Sólo algunos años después, cuando empecé a enredarcon Unix, comprendí que la interfaz de línea de comandosencarnada en MPW era una recreación de Unix.

En otras palabras, lo primero que habían hecho los hac-kers de Apple cuando consiguieron que MacOS fuese fun-cional —posiblemente antes de que lo fuera— había sidorecrear la interfaz de Unix, para poder hacer algún trabajoútil. En aquel momento, mi mente no daba para entenderesto pero, en lo que concernía a los hackers de Apple, lamuy pregonada Interfaz Gráfica de Usuario del Mac era unimpedimento, algo a evitar incluso antes de que el aparati-to saliera siquiera al mercado.

Incluso antes de que mi PowerBook fallara y destruyerami gran archivo en julio de 1995, había habido señales depeligro. Un viejo amigo mío, que crea y lleva compañías dealta tecnología en Boston, había desarrollado un productocomercial usando el Macintosh. Básicamente el Mac funcio-naba como terminal gráfico de alto rendimiento, escogidopor su bonita interfaz de usuario, que daba al usuario acce-so a una gran base de datos de información gráfica almace-nada en una red de ordenadores mucho más potentes, perode uso menos orientado al usuario. Este tipo era la segundapersona que llamó mi atención sobre el Macintosh, por cier-to, y a mediados de los ochenta compartíamos la emociónde ser expertos en alta tecnología y de usar la tecnologíaApple en un mundo de tontainas usuarios de DOS. Las pri-meras versiones del sistema de mi amigo funcionaron bienpero, cuando se unieron varias máquinas a la red, empeza-ron a producirse misteriosos fallos; a veces todo el sistemasencillamente se detenía. Era uno de esos fallos que no po-dían reproducirse fácilmente. Finalmente se dieron cuentade que estos errores del sistema se producían cada vez queun usuario, buscando algo en los menús, mantenía el botóndel ratón pulsado durante más de dos segundos.

Básicamente, el MacOS sólo podía hacer una cosa porvez. Desplegar un menú en la pantalla es una cosa. Así quecuando de desplegaba un menú, el Macintosh no era capazde hacer nada más hasta que el usuario indeciso soltaba elbotón.

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Esto no es algo tan terrible en una máquina de un so-lo usuario y un solo proceso (aunque es una cosa bastantemala), pero es un desastre en una máquina que forma partede una red, porque formar parte de una red conlleva algúntipo de interacción continua de bajo nivel con otras máqui-nas. Al no responder a la red, el Mac provocó un fallo entodo el sistema de red.

Para trabajar con otros ordenadores, y con diferentes ti-pos de hardware, un sistema operativo ha de ser incompa-rablemente más potente que MS-DOS y que el MacOS origi-nal. El único modo de conectarse con Internet que merece lapena tomarse en serio es PPP, el Protocolo Punto-a-Punto,que (no importan los detalles) convierte a su ordenador—temporalmente— en un miembro de pleno derecho dela Internet Global, con su propia dirección única, y diver-sos privilegios, poderes y responsabilidades. Técnicamen-te, significa que su máquina ejecuta el protocolo TCP/IP,que, brevemente, se basa en el envío de paquetes de datos,en ningún orden en particular, y en momentos impredeci-bles, siguiendo un inteligente y elegante conjunto de reglas.Pero enviar un paquete de datos es una cosa, así que unsistema operativo que sólo pueda hacer una cosa por vezno puede formar parte de Internet y hacer otra cosa simul-táneamente. Cuando se inventó TCP/IP, ejecutarlo era unhonor reservado a los Ordenadores Serios —mainframes yminiordenadores de alta potencia usados en contextos téc-nicos y comerciales—, así que el protocolo está diseñadocon el presupuesto de que cada ordenador que lo usa esuna máquina seria, capaz de hacer muchas cosas a la vez.Hablando pronto y mal, una máquina Unix. Ni MacOS niMS-DOS se construyeron originalmente pensando en eso,así que cuando Internet se puso caliente, hubo que llevar acabo cambios radicales.

Cuando mi PowerBook me partió el corazón y cuandoWord dejó de reconocer mis antiguos archivos, me pasé aUnix. La alternativa obvia a MacOS habría sido Windows.En realidad yo no tenía nada contra Microsoft, ni contraWindows. Pero ya resultaba bastante obvio que los anti-guos sistemas operativos de PC estaban funcionando más

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allá de sus posibilidades y lo mostraban, así que tal vez eramejor evitarlos hasta que hubieran aprendido a caminar ymascar chicle al mismo tiempo.

El cambio tuvo lugar un día particular en el verano de1995. Llevaba un par de semanas en San Francisco, usan-do mi PowerBook para trabajar en un documento. El docu-mento era demasiado grande para caber en un solo disque-te, así que no había realizado ninguna copia desde que salíde casa. El PowerBook se colgó y borró todo el archivo.

Sucedió justo cuando salía a visitar una compañía lla-mada Electric Communities, que en aquella época estabaen Los Altos. Me llevé mi PowerBook conmigo. Mis ami-gos en Electric Communities eran usuarios de Mac que te-nían todo tipo de software para recuperar archivos y datosperdidos por fallos de disco, y estaba seguro de que podríarecobrar la mayor parte del archivo.

Resultó que dos utilidades diferentes para la recupera-ción de datos por fallo del Mac fueron incapaces de hallarrastro alguno de que mi archivo había existido alguna vez.Estaba completa y sistemáticamente borrado. Peinamos eldisco duro bloque a bloque, y encontramos fragmentos dis-juntos de incontables archivos antiguos, descartados y ol-vidados, pero nada de lo que yo quería. El trasquilón me-tafórico fue especialmente brutal ese día. Fue algo así comover cómo la chica de la que llevas diez años enamorado semata en un accidente de tráfico, y luego estar presente ensu autopsia, para darte cuenta de que bajo la ropa y el ma-quillaje era sólo carne y hueso.

Debí de vagar por los pasillos de la Electric Communi-ties en una especie de fuga jungiana primaria, porque enaquel momento sucedieron tres cosas extrañamente sincró-nicas.

1. Randy Farmer, cofundador de la compañía, llegó enuna visita rápida con su familia (estaba recuperándo-se de una operación en la espalda en aquel momento).Traía noticias candentes: «Hoy han masterizado Win-dows 95.» Quería decir que el nuevo sistema operati-vo de Microsoft había sido colocado ese mismo día en

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un disco compacto especial conocido como el «masterdorado», que se usaría para sacar trillones de copias,preparando su estruendoso lanzamiento unas pocassemanas después. Esta noticia fue recibida con fasti-dio por los empleados de Electric Communities, in-cluyendo uno que tenía la puerta del despacho llenade las viñetas y novedades habituales, por ejemplo.

2. Un cómic de Dilbert en el que Dilbert, el sufridor inge-niero de software de una empresa, se encuentra conun hombre barbudo y peludo de cierta edad, algo pa-recido a Santa Claus, pero más siniestro, y con cier-ta sorna. Dilbert reconoce a este hombre, por su apa-riencia y efecto, como un hacker de Unix, y reaccionacon una cierta mezcla de nerviosismo, respeto y hos-tilidad. Dilbert realiza endebles intentos por metersecon el perturbador extraño durante un par de viñe-tas; el hacker de Unix le escucha con una especie deirritante calma beatífica y luego, en la última viñeta,mete la mano en el bolsillo. «Ten una moneda, chico»,dice, «y ve a comprarte un ordenador de verdad».

3. El dueño de la puerta y del cómic era un tal DougBarnes. Era sabido que Barnes tenía ciertas opinionesheréticas sobre el tema de los sistemas operativos. Adiferencia de la mayoría de los techies del Área de laBahía, que adoraban el Macintosh, considerando queera la máquina del verdadero hacker, a Barnes le gus-taba señalar que el Mac, con su arquitectura herméti-camente sellada, era de hecho hostil a los hackers, aquienes les gusta enredar y para los que la apertura esun dogma. En cambio, las máquinas compatibles conIBM, que pueden montarse y desmontarse fácilmente,eran mucho más hackeables.

Así que cuando volví a casa empecé a enredar con Li-nux, que es una de las muchísimas distintas implemen-taciones concretas del ideal abstracto y platónico llamadoUnix. No me apetecía cambiarme a un nuevo sistema ope-rativo, porque mis tarjetas de crédito todavía echaban hu-

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mo después de todo el dinero que me había gastado enhardware para el Mac en el curso de los años. Pero la granvirtud de Linux era, y es, que podía ejecutarse en exacta-mente el mismo tipo de hardware que el sistema opera-tivo de Microsoft —es decir, el hardware más barato queexiste—. Como para demostrar que esto era una gran idea,una o dos semanas después de volver a casa pude hacer-me con un ordenador entonces bastante bueno (un 486 a33Mhz) gratis, porque conocía a un tipo que trabajaba enuna oficina en la que estaban tirándolos. Una vez llegué acasa, le quité la funda, metí las manos y empecé a cambiarlas tarjetas. Si algo no funcionaba, iba a una tienda de or-denadores de segunda mano, buscaba en una cesta llena decomponentes y compraba una nueva tarjeta por unos cuan-tos dólares.

La disponibilidad de todo este hardware barato peroefectivo fue una consecuencia involuntaria de decisionesque se habían tomado hacía más de una década en IBM yMicrosoft. Cuando salió Windows y llevó la GUI a un mer-cado mucho más amplio, el régimen del hardware cambió:el precio de las tarjetas de vídeo en color y los monitores dealta resolución empezó a caer, y sigue cayendo. Este enfo-que del hardware gratis-para-todos significó que Windowsera inevitablemente torparrón comparado con MacOS. Pe-ro la GUI llevó la informática a un público tan vasto queel volumen aumentó muchísimo y los precios se vinieronabajo. Mientras tanto Apple, que tanto deseaba un sistemaoperativo limpio e integrado, con el vídeo totalmente in-tegrado en el hardware de procesamiento, había quedadomuy por detrás en la cuota de mercado, en parte al menosporque su precioso hardware costaba tanto.

Pero el precio que tuvimos que pagar los dueños de unMac por una estética y un diseño superiores no fue mera-mente financiero. Había un precio cultural también, debidoal hecho de que no podíamos abrir el ordenador y enredarcon él. Doug Barnes tenía razón. Apple, pese a su reputa-ción de ser la opción de los hackers creativos y contestata-rios, había creado de hecho una máquina que desalentabael hackeo, mientras que Microsoft, considerada una perezo-

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sa tecnológica y una plagiaria, había creado un vasto bazarde componentes sin orden ni concierto: una sopa primor-dial que había acabado autoorganizándose en Linux.

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El «hole hawg» de los sistemasoperativos

UNIX SIEMPRE HA ESTADO PULULANDO provocativamen-te en el trasfondo de las guerras de los sistemas operativos,como el Ejército ruso. La mayor parte de la gente sólo cono-ce su reputación, y su reputación, como sugiere el cómic deDilbert, es mixta. Pero todo el mundo parece estar de acuer-do en que sólo con que se planteara su actuación en serioy dejara de cederle enormes extensiones de ricos terrenosagrícolas y cientos de miles de prisioneros de guerra a losinvasores, los aplastaría, a ellos y a cualquier otra oposi-ción.

Resulta difícil explicar cómo se ha ganado Unix este res-peto sin meterse en horrorosos detalles técnicos. Tal vez elmeollo pueda explicarse contando una historia sobre tala-dradoras.

«Hole Hawg» es una gama de máquinas de taladrar fa-bricadas por la Compañía de Herramientas Milwaukee. Siobservan el escaparate de una típica ferretería, pueden en-contrar taladros de Milwaukee más pequeños, pero no el«hole hawg», que es demasiado potente y caro para usua-rios domésticos. El «hole hawg» no tiene el diseño en formade pistola del barato taladro doméstico. Es un cubo de me-tal sólido con un mango que sale por un lado y una protu-berancia en otro. El cubo contiene un motor eléctrico des-concertantemente potente. Se puede sostener el mango y

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apretar el gatillo con el índice pero, a menos que se sea ex-cepcionalmente fuerte, no se puede controlar el peso del«hole hawg» con una mano: hay que sujetarlo con ambasmanos. Para compensar el contratorque del «hole hawg»,se usa un mango adicional (viene incluido), que se atorni-lla en uno u otro lado del cubo de hierro, dependiendo desi se usa la mano izquierda o la derecha para apretar el gati-llo. Este mango no es esbelto y ergonómico como lo sería enun taladro doméstico. Es simplemente un pedazo de tube-ría galvanizada normal de un pie de largo, con un agujeroen un extremo, con un mango de goma negra en el otro. Silo pierdes, simplemente vas a la tienda de fontanería localy compras otro pedazo de tubería.

Durante los ochenta hice algo de albañilería. Un día,otro obrero apoyó una escalera contra la fachada del edi-ficio que estábamos construyendo, subió al segundo piso yuso el «hole hawg» para hacer un agujero en el muro ex-terior. En algún momento, la broca se atascó en el muro.El «hole hawg», siguiendo su único imperativo, siguió fun-cionando. Giró el cuerpo del obrero como una muñeca detrapo, haciendo que tirara la escalera. Por suerte, se mantu-vo agarrado al «hole hawg», que permaneció encajado enel muro, y simplemente colgó de él y pidió ayuda hasta quevino alguien y puso de nuevo la escalera.

Yo mismo usé un «hole hawg» para hacer muchos agu-jeros a través de remaches, lo cual hice como una picadorapica coliflor. También la usé para hacer unos cuantos agu-jeros de seis pulgadas de diámetro en un viejo techo de es-cayola. Introduje una nueva sierra, subí al segundo piso,metí la mano por entre las recientes juntas del suelo y em-pecé a cortar el techo del primer piso. Allí donde mi bro-ca doméstica las había pasado canutas para hacer girar elenorme hierro, y se había detenido a la menor obstrucción,la «hole hawg» rotaba con la estúpida consistencia de unplaneta giratorio. Cuando la sierra ganó velocidad, el «ho-le hawg» giró sobre sí mismo y me hizo girar a mí también,aplastando una de mis manos entre el mango de acero yuna junta, produciéndome algunas laceraciones, cada unarodeada por una amplia corona de carne magullada. Tam-

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bién dobló la propia sierra, aunque no tanto como para queno pudiera volver a usarla. Tras unos pocos encontronazosparecidos, cada vez que tenía que usar el «hole hawg» micorazón empezaba a latir con terror atávico.

Pero nunca le eché la culpa al «hole hawg»: me eché laculpa a mí mismo. El «hole hawg» es peligroso porque ha-ce exactamente lo que se le pide que haga. No se ve cons-treñido por las limitaciones físicas inherentes a un taladrobarato, ni por los cierres de seguridad que puede incluir unfabricante temeroso de las responsabilidades penales en unproducto doméstico. El peligro no está en la máquina mis-ma, sino en la incapacidad del usuario de contemplar todaslas consecuencias de las instrucciones que le da.

Una herramienta más pequeña también es peligrosa,pero por razones completamente distintas: trata de dar loque se le pide, y falla de un modo que resulta impredeci-ble y casi siempre indeseable. Pero el «hole hawg» es comoel genio de las antiguos cuentos de hadas, que lleva a cabolas instrucciones de su amo literalmente, con precisión y unpoder ilimitado, a menudo con desastrosas consecuenciasimprevistas.

Antes del «hole hawg», solía examinar el surtido de ta-ladros en las ferreterías de un modo que consideraba sensa-to, desechando los modelos más pequeños y levantando losgrandes y caros apreciativamente, deseando poder permi-tirme una de aquellas bellezas. Ahora las miro a todas contal desdén que ni siquiera considero que sean taladros deverdad —son simplemente juguetes diseñados para explo-tar las tendencias delirantes de urbanitas que quieren creerque han comprado una herramienta de verdad—. Sus estu-ches de plástico, cuidadosamente diseñados y verificadoscon grupos-diana para transmitir una sensación de solidezy potencia, me parecen asquerosamente frágiles y baratos,y me avergüenzo de haber picado alguno vez y compradotales menudencias.

No resulta difícil imaginar qué aspecto tendría el mun-do para alguien que hubiese sido criado por constructores yque nunca hubiese usado más taladro que el «hole hawg».Tal persona, al ver el mejor y más caro taladro de una ferre-

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tería, ni siquiera lo reconocería como tal. Por el contrario,puede que lo confundiera con un juguete de niños, o conuna especie de destornillador motorizado. Si el vendedor oconfuso urbanita se refiriera a ello como un taladro, se rei-ría y les diría que estaban equivocados —sencillamente, sehabían confundido con la terminología—. Su interlocutorse marcharía irritado, y probablemente bastante a la defen-siva en lo tocante a su sótano lleno de vistosas herramientasbaratas, peligrosas y coloridas.

Unix es el «hole hawg» de los sistemas operativos,1 y loshackers de Unix, como Doug Barnes y el tipo del cómic deDilbert y muchas otras personas que pueblan Silicon Valley,son como hijos de constructores que se criaron usando só-lo taladros industriales «hole hawg». Podrían usar los sis-temas operativos de Apple/Microsoft para escribir cartas,jugar a videojuegos o llevar las cuentas, pero no consiguentomarse esos sistemas operativos en serio.

1Nathan Myhrvold, [director técnico] de Microsoft, ha establecido supleistocénica elección, ha tomado el reto y ha contraatacado con una mor-daz analogía de taladradoras, de propia cosecha, que giran en sentidocontrario al que lo hacía la nuestra. Su analogía de la taladradora es pro-bablemente, al final, mejor que la mía. No la presentaré aquí porque unduelo público sobre analogías de taladradoras presentaría un espectáculoridículo e indigno. He aquí algunos extractos:

«Existe un estúpido romanticismo de que, cuanto más pri-mitivo es el instrumento y más habilidades requiere para eloperador, debe de alguna manera ser más poderoso. Estonormalmente es una cagada. . . »«Una razón fundamental por la que Linux se ha converti-do en algo interesante es porque Internet ha causado tem-poralmente una fase de retroceso en la que de repente losprogramas interesantes son muy poco sofisticados. Apache,o un servidor NNTP, es un software muy simple que no leexige demasiado a un sistema operativo. Lo mismo ocurrecon muchas tareas orientadas a la Web. Linux está bien paraesto.»

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La tradición oral

UNIX ES DIFÍCIL DE APRENDER. El proceso de aprenderlotiene múltiples pequeñas epifanías. Lo típico es estar a pun-to de inventar una herramienta o utilidad necesaria cuandote das cuenta de que alguien ya la inventó, y la incorporó,y eso explica algún extraño archivo o directorio que vistepero que nunca comprendiste realmente antes.

Por ejemplo, hay un comando (un pequeño programa,parte del sistema operativo) llamado whoami, que permitepreguntarle al ordenador quién cree que eres —en una má-quina Unix, siempre entras bajo un nombre, ¡posiblemen-te, incluso el tuyo!—: con qué archivos puedes trabajar oqué software puedes usar, depende de tu identidad. Cuan-do empecé a usar Linux, tenía una máquina sin conectara la red en mi sótano, con sólo una cuenta de usuario, asíque cuando descubrí el comando whoami me pareció ri-dículo. Pero cuando entras como una persona, puedes usartemporalmente un pseudónimo para acceder a diferentesarchivos. Si tu ordenador está conectado a Internet, puedesentrar en otros ordenadores siempre que tengas un nombrede usuario y una contraseña. En ese momento la máquinadistante no difiere en nada de la que tienes justo delante deti. Estos cambios de identidad y localización pueden ani-darse unos dentro de otros, con muchas capas, incluso sino se está haciendo nada criminal. Cuando te olvidas dequién eres y dónde estás, el comando whoami es indispen-sable. Yo lo uso todo el tiempo.

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Los sistemas de archivos de las máquinas Unix tienentodos la misma estructura general. En los sistemas opera-tivos endebles, se pueden crear directorios (carpetas) y po-nerles nombres como «Frodo» o «Mis Cosas» y ponerlosmás o menos donde a uno le dé la gana. Pero en Unix elnivel más alto —la raíz— del sistema de archivos siemprees designado por el carácter único «/» y siempre contieneel mismo conjunto de directorios de nivel superior:

/usr /etc /var /bin /proc /boot /home /root/sbin /dev /lib /tmp

y cada uno de estos directorios típicamente tiene su propiaestructura distintiva de subdirectorios. Fíjense en el uso ob-sesivo de abreviaturas y en cómo se evitan las mayúsculas;se trata de un sistema inventado por gente a la que el desor-den repetitivo por estrés es lo que la silicosis a los mineros.Los nombres largos se desgastan hasta convertirse en coli-llas de tres letras, como guijarros pulidos por el río.

Este no es el lugar para tratar de explicar por qué exis-te cada uno de los anteriores directorios, y qué contiene. Alprincipio todo parece oscuro; peor, parece deliberadamenteoscuro. Cuando empecé a usar Linux, estaba acostumbradoa poder crear directorios donde quisiera y a darles los nom-bres que me apeteciera. Con Unix se puede hacer eso, porsupuesto (eres libre de hacer lo que quieras), pero a medidaque se adquiere experiencia con el sistema se llega a com-prender que los directorios listados antes se crearon por lasmejores razones y que la vida de uno será mucho más fácilsi se sigue el juego (dentro de /home, por cierto, uno tienelibertad ilimitada).

Cuando este tipo de cosa ha sucedido varios cientos omiles de veces, el hacker comprende por qué Unix es comoes, y está de acuerdo en que no podría ser lo mismo de nin-gún otro modo. Es este tipo de aculturación lo que les da alos hackers de Unix su confianza en el sistema, y la actitudde reposada, inamovible, irritante superioridad que refleja-ba el cómic de Dilbert. Tanto Windows 95 como MacOS sonproductos diseñados por ingenieros al servicio de compa-ñías específicas. Unix, en cambio, no es tanto un producto

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La tradición oral 103

como una historia oral escrupulosamente compilada de lasubcultura hacker. Es nuestra épica de Gilgamesh.

Lo que hacía que las antiguas épicas como la de Gilga-mesh resultaran tan poderosas y tan longevas se debía aque eran cuerpos vivientes de narrativa que mucha gen-te se sabía de memoria, y contaban una y otra vez, aña-diendo sus propios adornos cuando les apetecía. Los malosadornos no gustaban, los buenos eran retomados por otraspersonas, pulidos, mejorados, y con el tiempo se incorpora-ban a la historia. De igual modo, Unix es conocido, amadoy comprendido por tantos hackers, que puede recrearse apartir de cero cuando alguien lo necesita. Esto resulta muydifícil de entender para la gente acostumbrada a pensar enlos sistemas operativos como cosas que tienen que ser com-pradas.

Muchos hackers han lanzado reimplementaciones máso menos exitosas del ideal de Unix. Cada una lleva nue-vos adornos. Algunos mueren rápidamente, otros se fun-den con innovaciones semejantes y paralelas creadas pordiferentes hackers que atacaban el mismo problema, otrosse adoptan e incorporan a la épica. Así, Unix ha crecido len-tamente alrededor de un núcleo simple y ha adquirido unacomplejidad y asimetría a su alrededor que es orgánica, co-mo las raíces de un árbol, o las ramificaciones de una arteriacoronaria. Comprenderlo se parece más a la anatomía quea la física.

Durante al menos un año, antes de mi adopción de Li-nux, había oído hablar de él. Personas creíbles y bien infor-madas me decían que unos cuantos hackers habían cons-truido una implementación de Unix que podía descargarsegratuitamente de Internet. Durante mucho tiempo no pu-de tomarme la idea en serio. Era como oír rumores de queun grupo de entusiastas de las maquetas de cohetes habíancreado un Saturno V completamente funcional intercam-biando planos por la Red y enviándose mutuamente vál-vulas y alerones.

Pero es cierto. Normalmente el mérito de Linux se atri-buye a su tocayo humano, un tal Linus Torvalds, un fin-landés que inició el asunto en 1991, cuando usó algunas de

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las herramientas de GNU para escribir el principio de unnúcleo Unix que pudiera ejecutarse en hardware compati-ble con PC. Y ciertamente Torvalds merece todo el créditoque se le ha dado, y mucho más. Pero no podría haberloconseguido él solo, como tampoco habría podido RichardStallman. Para escribir el código, Torvalds necesitó tenerherramientas de desarrollo baratas pero potentes, y obtuvoéstas del proyecto GNU de Stallman.

Y tenía un hardware barato en que escribir ese código.El hardware barato es algo mucho más difícil de lograr queel software barato: una sola persona (Stallman) puede es-cribir software y colgarlo en la Red de modo gratuito, peropara fabricar hardware hay que tener toda una infraestruc-tura industrial, lo cual no es barato ni de lejos. Realmente,el único modo de hacer que el hardware resulte barato essacar un número increíble de copias, de tal modo que elprecio por unidad acabe cayendo. Por las razones ya ex-plicadas, Apple no tiene ninguna gana de ver cómo cae elprecio del hardware. La única razón por la que Torvaldstenía hardware barato era Microsoft.

Microsoft se negó a entrar en el negocio del hardware,insistiendo en hacer que su software pudiera ejecutarse enhardware que cualquiera podía fabricar, y creó así las con-diciones de mercado que permitieron que los precios delhardware cayeran en picado. Al tratar de comprender elfenómeno Linux, pues, tenemos que contemplar no a unúnico innovador, sino una especie de extraña Trinidad: Li-nus Torvalds, Richard Stallman y Bill Gates. Elimínese cual-quiera de estos tres y Linux no existiría.

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Shock de sistema operativo

LOS JÓVENES ESTADOUNIDENSES que dejan su gran paíshomogéneo y visitan otra parte del mundo típicamentesufren varios grados de shock cultural: primero, inmensoasombro. Luego, un acercamiento tentativo a las costum-bres, cocina, sistemas públicos de circulación y retretes delnuevo país, lo cual lleva a un breve periodo de confianzafatua en que son expertos instantáneos en el nuevo país. Amedida que continúa la visita, empieza la morriña y el via-jero empieza a apreciar, por primera vez, cuánto daba porsentado en casa. Al mismo tiempo, empieza a resultar ob-vio que las propias culturas y tradiciones son esencialmen-te arbitrarias: conducir por la derecha, por ejemplo. Cuan-do el viajero vuelve a casa y hace balance de la experien-cia, puede haber aprendido bastante más sobre los EstadosUnidos que sobre el país que fueron a visitar.

Por los mismos motivos, merece la pena probar Linux.Ciertamente, es un país extraño, pero no hay por qué vivirahí; una breve estancia basta para experimentar el gustodel lugar y —lo que es más importante— revelar todo loque se da por sentado, y todo lo que se podría haber hechode modo distinto, en Windows o MacOS.

No se puede probar sin instalarlo. Con cualquier otrosistema operativo, instalarlo sería una transacción sencilla:a cambio de dinero, una compañía te daría un CD-ROM, yya está. Pero hay un montón de cosas subsumidas bajo esetipo de transacción, y hay que verlas y diferenciarlas.

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En Estados Unidos nos gustan los tratos simples y lastransacciones sin complicaciones. Si vas a Egipto y, ponga-mos, tomas un taxi en algún sitio, te conviertes en parte dela vida del taxista; se niega a aceptar tu dinero porque re-bajaría vuestra amistad, te sigue por la ciudad y llora comoun crío cuando te metes en el taxi de otro. Acabas por cono-cer a sus hijos en algún momento y tienes que ingeniártelaspara hallar algún modo de compensarle sin insultar su ho-nor. Es agotador. A veces simplemente quieres tomar untaxi como en Manhattan.

Pero para tener un sistema de estilo estadounidense, enel que puedes salir, parar un taxi y ya está, tiene que habertodo un aparato de licencias, inspectores, comisiones, etc.,lo cual está muy bien siempre que los taxis sean baratos ysiempre que puedas llamar a uno. Cuando el sistema nofunciona de alguna manera, resulta misterioso y enervantey convierte a personas habitualmente razonables en teóri-cos de la conspiración. Pero cuando el sistema egipcio seviene abajo, se viene abajo de forma transparente. No pue-des tomar un taxi, pero aparecerá el sobrino del taxista, apie, para explicarte el problema y disculparse.

Microsoft y Apple hacen las cosas al estilo de Manhat-tan, con una vasta complejidad oculta tras el muro de lainterfaz. Linux hace las cosas al estilo de Egipto, con unavasta complejidad desperdigada por todo el paisaje. Si aca-bas de llegar de Manhattan, tu primer impulso será llevartelas manos a la cabeza diciendo: «¡Esto es de locos! ¿Por quénarices no os comportáis como es debido?» Pero esto no tegranjearía más amigos en Linuxlandia que en Egipto.

Se puede extraer Linux del aire mismo, por así decir,descargando los archivos adecuados y poniéndolos en loslugares adecuados, pero posiblemente no más de unos po-cos cientos de personas en el mundo podrían crear un sis-tema Linux funcional de ese modo. Lo que realmente senecesita es una distribución de Linux, lo cual quiere decirun conjunto preempaquetado de archivos. Pero las distri-buciones son una cosa distinta de Linux per se.

Linux per se no es un conjunto específico de unos y ce-ros, sino una subcultura autoorganizada de la Red. El re-

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Shock de sistema operativo 107

sultado final de sus elucubraciones colectivas es un vastocuerpo de código fuente, casi todo escrito en C (el lengua-je de programación dominante). El código fuente es senci-llamente un programa de ordenador escrito y editado poralgún hacker. Si está en C, el nombre del archivo probable-mente llevará .c o .cpp al final, dependiendo del dialec-to empleado; si está en otro lenguaje llevará otro sufijo. Amenudo, este tipo de archivos pueden encontrarse en undirectorio con el nombre /src, que es la abreviatura he-braica del hacker para source, «fuente».

Los archivos fuente son inútiles para el ordenador, y depoco interés para la mayoría de usuarios, pero tienen unaenorme significación cultural y política, porque Microsoft yApple los mantienen en secreto, mientras que Linux los ha-ce públicos. Son las joyas de la familia. Son el tipo de cosaque en los thrillers de Hollywood se usa como McGuffin: elnúcleo de la bomba de plutonio, los planos de alto secreto,el maletín lleno de documentos financieros, el microfilm.Si los archivos fuente de Windows o MacOS se hicieranpúblicos en la Red, esos sistemas operativos se volveríangratuitos, como Linux —sólo que no tan buenos, porqueno habría nadie para arreglar los fallos y responder a laspreguntas—. Linux es software de fuente abierta,1 lo cualsencillamente quiere decir que cualquiera puede obtenercopias de sus archivos de código fuente.

Un ordenador no necesita código fuente más de lo quelo necesita usted: necesita «código objeto». Los archivos decódigo objeto típicamente llevan el sufijo .o y son ilegiblespara todo el mundo salvo unos pocos humanos altamenteextraños, porque consisten en unos y ceros. En consecuen-cia, este tipo de archivo normalmente aparece en un direc-torio con el nombre /bin, por binario.

Los archivos fuente son sencillamente archivos de textoASCII. ASCII denota un modo particular de codificar las le-tras en patrones de bits. En un archivo ASCII, cada carácter

1Open Source software es otro modo de denominar al software libre: estoes, aquel que puede ser usado, copiado, modificado y redistribuido sinrestricciones. [N. del E.]

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tiene ocho bits para él solito. Esto crea un alfabeto potencialde 256 caracteres distintos, dado que ocho dígitos binariospueden formar ese número de patrones únicos. En la prác-tica, por supuesto, nos limitamos a las letras y dígitos fa-miliares. Los patrones de bits empleados para representaresas letras y dígitos son los mismos que se introducían fí-sicamente agujereando la cinta de papel de mi teletipo delinstituto, que a su vez eran los mismos que había usadoantes la industria telegráfica durante décadas. Los archivosde texto ASCII, en otras palabras, son telegramas, y comotales no tienen adornos tipográficos. Pero por eso mismoson eternos, porque el código nunca cambia, y universales,porque todo el software de edición y procesamiento de tex-tos existente conoce este código.

Por tanto, se puede usar cualquier software para crear,editar o leer archivos de código fuente. Los archivos de có-digo objeto, entonces, son creados a partir de estos archivosfuente por un software llamado compilador, y son converti-dos en una aplicación funcional por otro software llamadoenlazador.

La tríada de editor, compilador y enlazador, tomadosjuntos, constituye el núcleo de un sistema de desarrollo desoftware. Ahora es posible gastarse un montón de dineroen sistemas de desarrollo envueltos en plástico, con pre-ciosas interfaces gráficas de usuario y diversas mejoras er-gonómicas. En algunos casos puede que hasta resulte unmodo bueno y razonable de gastar el dinero. Pero en estelado de la carretera, por así decir, el mejor software es a me-nudo el gratuito. Editor, compilador y enlazador son a loshackers lo que ponies, estribos y arcos y flechas eran a losmongoles. Los hackers viven a caballo, y hackean sus pro-pias herramientas incluso mientras las usan para crear nue-vas aplicaciones. Resulta bastante inconcebible que herra-mientas superiores de hacking pudieran haber sido creadasen una hoja en blanco por ingenieros informáticos. Inclusoaunque fueran los ingenieros más inteligentes del mundo,se verían sencillamente superados.

En el mundo de GNU/Linux hay dos grandes progra-mas de edición de textos: el minimalista vi (conocido en

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Shock de sistema operativo 109

algunas implementaciones como elvis) y el maximalistaemacs. Yo uso emacs, que puede considerarse un procesa-dor de textos termonuclear. Fue creado por Richard Stall-man, y con esto ya está todo dicho. Está escrito en LISP, quees el único lenguaje de ordenador que es hermoso. Es co-losal, y sin embargo sólo edita archivos de texto ASCII, locual significa: nada de fuentes, nada de negrita, nada desubrayado. En otras palabras, las horas que dedicaron losingenieros, en el caso de Windows, a cosas como la fusiónde correo y la capacidad de incrustar películas de dos ho-ras en memorandos de empresa, se dedicaron, en el casode emacs, con intensidad maníaca al engañosamente sim-ple problema de editar texto. Si eres un escritor profesio-nal —esto es, si otra persona está siendo pagada para preo-cuparse de cómo se formatean e imprimen tus palabras—emacs hace sombra a cualquier otro software de ediciónmás o menos del mismo modo que el sol de mediodía hacesombra a las estrellas. No sólo es mayor y más luminoso:sencillamente hace que todo lo demás se desvanezca. Pa-ra el formateo y la impresión de la página se puede usarTEX: un vasto corpus de ciencia tipográfica escrito en C ytambién disponible en la Red gratuitamente.2

Podría decir un montón de cosas sobre emacs y TEX, pe-ro ahora mismo trato de contar una historia acerca de cómoinstalar de hecho Linux en el ordenador. El enfoque de pu-ra supervivencia sería descargarse un editor como emacs ylas herramientas GNU —el compilador y el enlazador– queson tan pulidas y elegantes como emacs. Equipado con es-to, uno ya puede empezar a descargar archivos de códigofuente ASCII (/src) y a compilarlos en archivos de códi-go objeto binario (/bin) ejecutables por el ordenador. Pe-ro para llegar siquiera a este punto —para ejecutar emacs,por ejemplo— hay que tener Linux instalado y funcionan-do en el ordenador. E incluso un sistema operativo mínimo

2Esta versión castellana de la obra que tiene el lector en sus manosha sido maquetada y compuesta íntegramente con LATEX —un lenguajeestructurado construido a partir de TEX— y con el editor GNU Emacs. [N.del E.]

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110 En el principio. . . fue la línea de comandos

de Linux requiere miles de archivos binarios actuando enconcierto, dispuestos y vinculados para que lo hagan.

Por tanto, diversas entidades se han ocupado de creardistribuciones de Linux. Por extender algo más la analogíacon Egipto, estas entidades se parecen algo a los guías tu-rísticos que te reciben en el aeropuerto, hablan tu idiomay te ayudan con el shock cultural inicial. Si uno es egip-cio, claro, se puede ver del otro modo; los guías turísticosexisten para evitar que los brutos extranjeros se metan enlas mezquitas haciendo las mismas preguntas una y otra yotra vez.3

Algunos de estos guías turísticos son organizaciones co-merciales, como Red Hat Software, fabricante de una distri-bución llamada Red Hat, que tiene un cierto aire comercial.En la mayoría de casos metes un CD-ROM de Red Hat en elPC, lo inicias y él solito maneja todo lo demás. Así como elguía turístico egipcio esperará algún tipo de compensaciónpor sus servicios, hay que pagar por las distribuciones co-merciales. En la mayoría de los casos no cuestan casi naday merece la pena.

Yo uso una distribución llamada Debian4 (la palabraes una contracción de «Deborah» e «Ian»), que es no-comercial. Está organizada (o más bien debiera decir «seha organizado») siguiendo las mismas líneas que Linux engeneral, esto es, consiste en voluntarios que colaboran en laRed, cada uno responsable de cuidar de un pedazo distinto

3En un país exótico, el mejor guía es un nativo que tenga buen inglés.Eric S. Raymond es un eminente hacker del software de fuente abierta,que se ha convertido en el principal antropólogo de la tribu del softwa-re de fuente abierta. Tiene series continuas de artículos disponibles en laweb. El primero y mejor conocido es «La catedral y el bazar». El segun-do es «Cultivando la noosfera». Otros están planeados. Probablemente elmedio más seguro para encontrar estos artículos es visitar la web de Ray-mond, en http://www.tuxedo.org/˜esr [ambos artículos se encuen-tran disponibles en castellano en la BiblioWeb del Proyecto sinDominio:http://sindominio.net/biblioweb (N. del E.)]

4De nuevo, el vocablo adecuado de acuerdo a la terminología propues-ta por Stallman sería «Debian GNU/Linux». Esta nomenclatura es un mo-do implícito de recordarnos algo que he intentado hacer explícito en esteensayo: que nada de esto existiría sin GNU.

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Shock de sistema operativo 111

del sistema. Estas personas han dividido Linux en diversospaquetes, que son archivos comprimidos que pueden des-cargarse a un sistema Linux de Debian ya en funcionamien-to, luego se abren y descomprimen usando una aplicaciónde instalación libre. Por supuesto, como tal, Debian no tie-ne rama comercial —no tiene mecanismo de distribución—. Se pueden descargar todos los paquetes de Debian por In-ternet, pero la mayoría de la gente prefiere tenerlos en CD-ROM. Diversas compañías se han ocupado de meter todoslos actuales paquetes de Debian en CD-ROM y venderlos.Yo compré el mío de Linux Systems Labs. Un conjunto detres discos, que contenía Debian completo, me costó menosde tres dolares. Pero (y esta es una distinción importante) niun centavo de esos tres dólares va a parar a ninguno de losprogramadores que codificaron Linux, ni a los empaque-tadores de Debian. Va a parar a Linux Systems Labs y nopaga el software ni los paquetes, sino el coste de imprimirlos CD-ROM.

Toda distribución de Linux encarna algún truco más omenos astuto para evitar el proceso normal de encendidoy hacer que cuando el ordenador arranque se organice nocomo un PC ejecutando Windows, sino como un host5 queejecuta Unix. Esto resulta algo alarmante la primera vezque se ve, pero es completamente inofensivo. Cuando seinicia un PC, lleva a cabo una pequeña autocomprobaciónde rutina, realizando un inventario de los discos y memo-ria disponibles, y luego empieza a buscar un disco desdeel que arrancar. En cualquier ordenador Windows normal,ese disco será el disco duro. Pero si el sistema está bienconfigurado, primero buscará un disquete o un disco deCD-ROM, y arrancará a partir de uno de estos si están dis-ponibles.

Linux explota esta rendija en las defensas. El ordenadorpercibe un disco de inicio en la disquetera o en la unidad deCD-ROM, carga el código objeto de ese disco y ciegamenteempieza a ejecutarlo. Pero no es código de Microsoft o Ap-

5En el mundo Unix, host es sinónimo de máquina capaz de conectarsea una red. [N. del E.]

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112 En el principio. . . fue la línea de comandos

ple, es código Linux, así que en este punto el ordenador seempieza a comportar de un modo muy distinto al acostum-brado. Empiezan a aparecer mensajes crípticos en pantalla.Si se hubiera iniciado desde un sistema operativo comer-cial, en este momento se vería un dibujito de «Bienvenido aMacOS», o una pantalla llena de nubes en el cielo azul y ellogo de Windows. Pero con Linux aparece un largo telegra-ma impreso en crudas letras blancas en una pantalla negra.No hay ningún mensaje de bienvenida. La mayor parte deltelegrama tiene el semiescrutable aire amenazante de losgraffitis:

Dec 14 15:04:15 theRev syslogd 1.3-3#17: restart.Dec 14 15:04:15 theRev kernel: klogd 1.3-3, log source =

/proc/kmsg started.Dec 14 15:04:15 theRev kernel: Loaded 3535 symbols from

/System.map.Dec 14 15:04:15 theRev kernel: Symbols match kernel version

2.0.30Dec 14 15:04:15 theRev kernel: No module symbols loaded.Dec 14 15:04:15 theRev kernel: Intel MultiProcessor

Specification v1.4Dec 14 15:04:15 theRev kernel: Virtual Wire compatibility

mode.Dec 14 15:04:15 theRev kernel: OEM ID: INTEL Product ID:

440FX APIC at: 0xFEE00000Dec 14 15:04:15 theRev kernel: Processor #0 Pentium(tm) Pro

APIC version 17Dec 14 15:04:15 theRev kernel: Processor #1 Pentium(tm) Pro

APIC version 17Dec 14 15:04:15 theRev kernel: I/O APIC #2 Version 17 at

0xFEC00000.Dec 14 15:04:15 theRev kernel: Processors: 2Dec 14 15:04:15 theRev kernel: Console: 16 point font, 400

scansDec 14 15:04:15 theRev kernel: Console: colour VGA+ 80x25,

1 virtual console (max 63)Dec 14 15:04:15 theRev kernel: pcibios_init : BIOS32

Service Directory structure at 0x000fdb70Dec 14 15:04:15 theRev kernel: pcibios_init : BIOS32

Service Directory entry at 0xfdb80Dec 14 15:04:15 theRev kernel: pcibios_init : PCI BIOS

revision 2.10 entry at 0xfdba1Dec 14 15:04:15 theRev kernel: Probing PCI hardware.Dec 14 15:04:15 theRev kernel: Warning : Unknown PCI device

(10b7:9001). Please read include/linux/pci.hDec 14 15:04:15 theRev kernel: Calibrating delay loop..

ok - 179.40 BogoMIPSDec 14 15:04:15 theRev kernel: Memory: 64268k/66556k

available (700k kernel code, 384k reserved, 1204k data)Dec 14 15:04:15 theRev kernel: Swansea University Computer

Society NET3.035 for Linux 2.0Dec 14 15:04:15 theRev kernel: NET3: Unix domain sockets

Page 106: Command es

Shock de sistema operativo 113

0.13 for Linux NET3.035.Dec 14 15:04:15 theRev kernel: Swansea University Computer

Society TCP/IP for NET3.034 Dec 14 15:04:15 theRevkernel: IP Protocols: ICMP, UDP, TCP Dec 14 15:04:15theRev kernel: Checking 386/387 coupling... Ok, fpu usingexception 16 error reporting.

Dec 14 15:04:15 theRev kernel: Checking ’hlt’instruction... Ok.

Dec 14 15:04:15 theRev kernel: Linux version 2.0.30(root@theRev) (gcc version 2.7.2.1) #15 Fri Mar 2716:37:24 PST 1998

Dec 14 15:04:15 theRev kernel: Booting processor 1 stack00002000:Calibrating delay loop.. ok - 179.40 BogoMIPS

Dec 14 15:04:15 theRev kernel: Total of 2 processorsactivated (358.81 BogoMIPS).

Dec 14 15:04:15 theRev kernel: Serial driver version 4.13with no serial options enabled

Dec 14 15:04:15 theRev kernel: tty00 at 0x03f8 (irq = 4) isa 16550A

Dec 14 15:04:15 theRev kernel: tty01 at 0x02f8 (irq = 3) isa 16550A

Dec 14 15:04:15 theRev kernel: lp1 at 0x0378, (polling)Dec 14 15:04:15 theRev kernel: PS/2 auxiliary pointing

device detected -- driver installed.Dec 14 15:04:15 theRev kernel: Real Time Clock Driver v1.07Dec 14 15:04:15 theRev kernel: loop: registered device at

major 7Dec 14 15:04:15 theRev kernel: ide: i82371 PIIX (Triton) on

PCI bus 0 function 57Dec 14 15:04:15 theRev kernel: ide0: BM-DMA at

0xffa0-0xffa7Dec 14 15:04:15 theRev kernel: ide1: BM-DMA at

0xffa8-0xffafDec 14 15:04:15 theRev kernel: hda: Conner Peripherals

1275MB - CFS1275A, 1219MB w/64kB Cache, LBA,CHS=619/64/63

Dec 14 15:04:15 theRev kernel: hdb: Maxtor 84320A5, 4119MBw/256kB Cache, LBA, CHS=8928/15/63, DMA

Dec 14 15:04:15 theRev kernel: hdc: , ATAPI CDROM driveDec 15 11:58:06 theRev kernel: ide0 at 0x1f0-0x1f7,0x3f6 on

irq 14Dec 15 11:58:06 theRev kernel: ide1 at 0x170-0x177,0x376 on

irq 15Dec 15 11:58:06 theRev kernel: Floppy drive(s): fd0 is

1.44MDec 15 11:58:06 theRev kernel: Started kswapd v 1.4.2.2Dec 15 11:58:06 theRev kernel: FDC 0 is a National

Semiconductor PC87306Dec 15 11:58:06 theRev kernel: md driver 0.35 MAX_MD_DEV=4,

MAX_REAL=8Dec 15 11:58:06 theRev kernel: PPP: version 2.2.0 (dynamicchannel allocation)

Dec 15 11:58:06 theRev kernel: TCP compression codecopyright 1989 Regents of the University of California

Dec 15 11:58:06 theRev kernel: PPP Dynamic channelallocation code copyright 1995 Caldera, Inc.

Dec 15 11:58:06 theRev kernel: PPP line disciplineregistered.

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114 En el principio. . . fue la línea de comandos

Dec 15 11:58:06 theRev kernel: SLIP: version0.8.4-NET3.019-NEWTTY (dynamic channels, max=256).

Dec 15 11:58:06 theRev kernel: eth0: 3Com 3c900 Boomerang10Mbps/Combo at 0xef00, 00:60:08:a4:3c:db, IRQ 10

Dec 15 11:58:06 theRev kernel: 8K word-wide RAM 3:5 Rx:Txsplit, 10base2 interface.

Dec 15 11:58:06 theRev kernel: Enabling bus-mastertransmits and whole-frame receives.

Dec 15 11:58:06 theRev kernel: 3c59x.c:v0.49 1/2/98 DonaldBecker http://cesdis.gsfc.nasa.gov/linux/drivers/vortex.html

Dec 15 11:58:06 theRev kernel: Partition check:Dec 15 11:58:06 theRev kernel: hda: hda1 hda2 hda3Dec 15 11:58:06 theRev kernel: hdb: hdb1 hdb2Dec 15 11:58:06 theRev kernel: VFS: Mounted root (ext2

filesystem) readonly.Dec 15 11:58:06 theRev kernel: Adding Swap: 16124k

swap-space (priority -1)Dec 15 11:58:06 theRev kernel: EXT2-fs warning: maximal

mount count reached, running e2fsck is recommendedDec 15 11:58:06 theRev kernel: hdc: media changedDec 15 11:58:06 theRev kernel: ISO9660 Extensions:

RRIP_1991ADec 15 11:58:07 theRev syslogd 1.3-3#17: restart.Dec 15 11:58:09 theRev diald[87]: Unable to open options

file /etc/diald/diald.options: No such file or directoryDec 15 11:58:09 theRev diald[87]: No device specified. You

must have at least one device!Dec 15 11:58:09 theRev diald[87]: You must define a

connector script (option ’connect’).Dec 15 11:58:09 theRev diald[87]: You must define the

remote ip address.Dec 15 11:58:09 theRev diald[87]: You must define the local

ip address.Dec 15 11:58:09 theRev diald[87]: Terminating due to

damaged reconfigure.

Las únicas partes de esto que resultan legibles para laspersonas normales son los mensajes de error y las adver-tencias. Y sin embargo, es notable que Linux no se detiene,o se viene abajo, cuando encuentra un error; escupe un ge-mido quejumbroso, abandona los procesos dañados, y si-gue adelante. Decididamente, esto no era así en las prime-ras versiones de los sistemas operativos de Apple y Micro-soft, por el sencillo motivo de que un sistema operativo queno es capaz de andar y mascar chicle a la vez no puede re-cobrarse de los errores. Buscar y solucionar errores requiereun proceso aparte que corra en paralelo al que ha fallado.Una especie de superego, si lo prefieren, que mantiene vigi-lados a los demás y entra en acción cuando uno se desvía.Ahora que MacOS y Windows pueden hacer más de una

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Shock de sistema operativo 115

cosa a la vez se les da mucho mejor tratar con los erroresque antes, pero no se aproximan siquiera a Linux o los de-más sistemas Unix en este aspecto; y su mayor complejidadles ha hecho vulnerables a nuevos tipos de error.

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Page 110: Command es

Falibilidad, enmienda,redención, confianza y otros

arcanos conceptos técnicos

LINUX NO ES CAPAZ DE TENER POLÍTICAS centralmente or-ganizadas que dicten cómo escribir mensajes de error y do-cumentación, así que cada programador escribe los suyospropios. Habitualmente están en inglés, aunque montonesde programadores de Linux son europeos. Frecuentemen-te son graciosos. Siempre son honestos. Si ha ocurrido algomalo porque el software sencillamente todavía no está aca-bado, o porque el usuario fastidió algo, lo dirán con todaslas letras. La interfaz de línea de comandos facilita que losprogramas escupan pequeños comentarios, advertencias ymensajes aquí y allí. Incluso si una aplicación está implo-sionando como un submarino dañado, habitualmente pue-de seguir lanzando un pequeño mensaje de SOS. A veces,cuando se deja de trabajar con un programa y se cierra, unose encuentra con que ha dejado detrás una serie de adver-tencias y mensajes de error no muy graves en la ventanasde la interfaz de línea de comandos desde la que se ejecutó.Como si el software te contara cómo le iba mientras traba-jabas con él.

La documentación, en Linux, viene en forma de pági-nas man (abreviatura de manual. Se puede acceder a ellasbien mediante una GUI (xman) o desde la línea de coman-

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118 En el principio. . . fue la línea de comandos

dos (man). Esta es una muestra de la página man de un pro-grama llamado rsh:

Detener señales detener sólo el proceso rsh local; esto es po-siblemente erróneo, pero actualmente bastante difícil de so-lucionar por razones demasiado complicadas para explicar-las aquí.

Las páginas man contienen un montón de material pa-recido, que suena como las murmuraciones de pilotos pug-nando con los mandos de aviones averiados. La sensacióngeneral es la de miles de monumentales pero oscuras pug-nas vistas a la luz paralizante de un estroboscopio. Cadaprogramador está tratando con sus propios obstáculos yfallos; está demasiado ocupado solucionándolos, y mejo-rando el software, para explicar las cosas en detalle o tenerelaboradas pretensiones.

En la práctica casi nunca se encuentra un fallo serio enLinux. Cuando se encuentra, es casi siempre en el softwarecomercial (varios vendedores comercializan software quefunciona en Linux). El sistema operativo y sus programasfundamentales de utilidad son demasiado importantes pa-ra contener fallos serios. Llevo ejecutando Linux cada díadesde finales de 1995 y he visto cómo muchos programasde aplicaciones caían pasto de las llamas, pero nunca hevisto que el sistema operativo se venga abajo. Nunca. Niuna sola vez. Hay unos cuanto sistemas Linux que llevanmeses o años funcionando continuamente y trabajando du-ro sin necesidad de reiniciarlos.

Los sistemas operativos comerciales tienen que adop-tar la misma postura oficial hacia los errores que teníanlos países comunistas frente a la pobreza. Por razones dedoctrina, no resultaba posible admitir que la pobreza eraun serio problema en los países comunistas, porque la ideamisma del comunismo era erradicar la pobreza. Igualmen-te, las compañías de sistemas operativos comerciales comoApple o Microsoft no pueden ir por ahí admitiendo que susoftware tiene errores y se cae todo el rato, no más de loque Disney puede emitir comunicados de prensa firmandoque el ratón Mickey es un actor disfrazado.

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Falibilidad, enmienda, redención, confianza... 119

Esto es un problema, porque los errores existen y suce-den. Cada pocos meses Bill Gates trata de hacer una demos-tración de un nuevo producto de Microsoft ante un granpúblico sólo para que le reviente en las narices. Los distri-buidores de sistemas operativos comerciales, como conse-cuencia directa de ser comerciales, se ven forzados a adop-tar la posición groseramente tosca de que los errores sonraras aberraciones, habitualmente la culpa de otro, y portanto no merece la pena hablar de ello en detalle. Esta pos-tura, que todo el mundo sabe que es absurda, no se limitaa comunicados de prensa y campañas publicitarias: consti-tuye el modo mismo en que estas compañías hacen nego-cios y se relacionan con sus clientes. Si la documentaciónestuviera bien escrita, mencionaría fallos, errores y caídasdel sistema en cada página. Si los sistemas de ayuda en lí-nea que vienen con estos sistemas operativos reflejaran laexperiencia y preocupaciones de sus usuarios, estarían de-dicados básicamente a instrucciones acerca de cómo tratarcon los fallos y errores del sistema.

Pero esto no sucede. Las compañías de accionistas sonmaravillosos inventos que nos han dado muchos excelentesbienes y servicios. Se les dan bien muchas cosas. Admitirel fracaso no es una de ellas. Diablos, ni siquiera admitenfallos menores.

Por supuesto, este comportamiento no es tan patológicoen una compañía como lo sería en un ser humano. La ma-yoría de la gente hoy en día entiende que los comunicadosde prensa de las empresas se lanzan para quedar bien conlos accionistas de la compañía, no para ilustrar al público.A veces los resultados de esta deshonestidad institucionalpueden ser espantosos, como en el caso del tabaco y delamianto. En el caso de los distribuidores de sistemas ope-rativos comerciales no es nada así, por supuesto; solamentees irritante.

Algunos podrían argüir que la irritación de los consu-midores, con el tiempo, se convierte en una especie de placaendurecida que puede ocultar un serio deterioro, y que lahonestidad podría ser así la mejor política a largo plazo; eljurado aún tiene que decidir acerca de esto en el mercado

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120 En el principio. . . fue la línea de comandos

de los sistemas operativos. El negocio se está expandiendolo bastante rápido como para que siga siendo mucho mejortener miles de millones de clientes crónicamente irritadosque millones de clientes contentos.

La mayoría de administradores de sistemas que conoz-co que trabajan siempre con Windows NT están de acuerdoen que cuando tiene un fallo hay que reiniciarlo, y cuandose fastidia en serio el único modo de arreglarlo es reinstalarel sistema operativo desde el principio. O al menos éste esel único modo que conocen de arreglarlo, lo cual viene aser lo mismo. Es muy posible que los ingenieros de Micro-soft tengan un montón de información privilegiada sobrecómo arreglar el sistema cuando va mal, pero si la tienen,no parecen estar transmitiendo el mensaje a ninguno de losadministradores de sistema que yo conozca.

Debido a que Linux no es comercial —porque es, de he-cho, gratuito, así como bastante difícil de obtener, instalar, yoperar1— no tiene que mantener ninguna pretensión acer-ca de su fiabilidad. En consecuencia, es mucho más fiable.Cuando algo falla en Linux, el error es detectado y dis-cutido vivamente de inmediato. Cualquiera con los cono-cimientos técnicos necesarios puede ir derecho al códigofuente y señalar el origen del error, que es rápidamente so-lucionado por el hacker que fuera responsable de ese pro-grama en particular.

Por lo que yo sé, Debian es la única distribución deLinux que tiene su propia constitución,2 pero lo que real-mente me convenció fue su impresionante base de datosde errores3, que es una especie de Archivo de Indias inte-ractivo del error, la falibilidad y la redención. Es la simplici-dad misma. Cuando tuve un problema con Debian a prin-

1Recordemos que este ensayo se escribió a principios de 1999: ha pa-sado casi un lustro, y desde entonces se han dedicado grandes esfuerzosa distribuir y facilitar la instalación de cualquier sistema GNU/Linux, porlo que hoy día es fácil hacerse con uno y su dificultad de instalación y deuso no es mayor a la de cualquier sistema operativo comercial. [N. del E.]

2http://www.debian.org/devel/constitution

3Se la conoce como BTS (Bug Tracking System), «Sistema de seguimientode fallos»: http://www.debian.org/Bugs [N. del E.]

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Falibilidad, enmienda, redención, confianza... 121

cipios de enero de 1997, mandé un mensaje describiendo elproblema a [email protected]. De inmediato, ami problema se le asignó un número de informe de fallo(#6518) y un nivel de gravedad (las opciones disponibleseran: crítico, grave, serio, importante, normal, menor, arre-glado y petición de características [wishlist]) y se reenvió alas listas de correo por las que merodea la gente de Debian.En veinticuatro horas había recibido cinco emails que medecían cómo solucionar el problema: dos de Norteamérica,dos de Europa y uno de Australia. Todos estos emails medaban la misma sugerencia, que funcionó, e hizo que miproblema se desvaneciera. Pero al mismo tiempo se envióuna transcripción de este intercambio a la base de datos defallos de Debian, de tal modo que si otros usuarios teníanel mismo problema más adelante, podrían buscar y hallarla solución sin tener que realizar un nuevo y redundanteinforme de fallo.

Compárese esto con la experiencia que tuve cuando tra-té de instalar Windows NT 4.0 en el mismo ordenador cer-ca de diez meses después, a finales de 1997. El programa deinstalación sencillamente se detuvo a mitad del proceso sinemitir ningún mensaje de error. Fui al sitio web de Micro-soft y traté de buscar documentos de ayuda que abordasenmi problema. El motor de búsqueda no funcionaba en ab-soluto; no hizo nada. Ni siquiera me dio un mensaje queme dijera que no funcionaba.

Al final decidí que mi placa base debía de ser defectuo-sa; era una marca y modelo ligeramente inusuales y NTno soportaba tantas placas base como Linux. Siempre andobuscando excusas por muy endebles que sean para com-prar nuevo hardware, así que compré una nueva placa ba-se compatible con Windows NT, lo cual quería decir quellevaba el logotipo de Windows NT impreso en la caja. Lainstalé en mi ordenador, arranqué Linux y traté de instalarWindows NT de nuevo. De nuevo la instalación falló sinningún mensaje de error y ninguna explicación. Para en-tonces ya habían transcurrido un par de semanas y penséque tal vez el motor de búsqueda del sitio web de Microsoftestaría funcionando. Lo intenté, pero seguía sin funcionar.

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122 En el principio. . . fue la línea de comandos

Así que creé una nueva cuenta de ayuda Microsoft, meregistré e informé del incidente. Di el número de ID de miproducto cuando me lo pidieron y empecé a seguir las ins-trucciones en una serie de pantallas de ayuda. En otras pa-labras, estaba enviando un informe de fallo igual que en elsistema Debian. Solamente que la interfaz era más elegante—yo escribía mi queja en pequeños cuadros de edición detexto en formularios web, haciéndolo todo a través del GUI,mientras que con Debian se envía un telegrama en forma deemail—. Sabía que cuando terminara de enviar el informede fallo, se convertiría en propiedad intelectual de Micro-soft, y otros usuarios no podrían verlo. Muchos usuariosde Linux se negarían a participar en tal proceso por mo-tivos éticos, pero yo quise probar como experimento. Sinembargo, finalmente nunca pude enviar mi informe de fa-llo, porque la serie de páginas web enlazadas que estabarellenando acabó por llevarme a una página completamen-te en blanco: un callejón sin salida.

Así que volví atrás, hice click en los botones de «ayudatelefónica» y acabaron por darme un número de teléfonode Microsoft. Cuando marqué este número, me respondióuna serie de pitidos punzantes y un mensaje grabado de lacompañía de teléfonos que decía «Lo sentimos, el númeroque ha marcado no existe».

Probé de nuevo con la página de búsqueda: seguía sinfuncionar. Luego probé PPI (Pago Por Incidencia) de nuevo.Esto me llevó a otra serie de páginas web hasta que acabéen una que decía: «Atención: no hay ninguna página webque corresponda a su petición.»

Probé de nuevo, y acabé llegando una pantalla de PagoPor Incidencia que decía: «NO HAY INCIDENCIAS. No hayninguna incidencia sin usar en su cuenta. Si desea adquiriruna incidencia de ayuda, haga click en OK: entonces podrápagar por anticipado por una incidencia. . . » El precio porincidencia era de 95 dólares.

El experimento empezaba a resultar bastante caro, asíque renuncié a abordarlo desde el PPI y decidí intentar-lo con las «Preguntas Frecuentes» (FAQ, Frecuently AskedQuestions) en el sitio web de Microsoft. Ninguna de las pre-

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guntas habituales disponibles tenía nada que ver con miproblema, salvo una titulada «Tengo problemas al instalarNT», que parecía escrita por publicistas, no por ingenieros.

Así que me rendí, y hasta el día de hoy no he instala-do Windows NT en ese ordenador. Para mí, el camino demenor resistencia era simplemente usar Debian Linux.

En el mundo del software de fuente abierta, los infor-mes de fallo son una información útil. Hacerlos públicoses un servicio para los demás usuarios y mejora el siste-ma operativo. Hacerlos públicos sistemáticamente es tanimportante que personas altamente inteligentes inviertentiempo y dinero en mantener bases de datos de fallos. Enel mundo de los sistemas operativos comerciales, sin em-bargo, informar de un fallo es un privilegio por el que hayque pagar mucho dinero. Pero si lo pagas, resulta que el in-forme de fallo debe ser confidencial. . . ¡de otro modo, cual-quiera puede beneficiarse de tus noventa y cinco pavos! Ysin embargo, nada impide a los usuarios de NT el montarsu propia base de datos de fallos pública.

Este es, en otras palabras, otro rasgo del mercado de sis-temas operativos que sencillamente carece de sentido a me-nos que se examine en su contexto cultural. Lo que Micro-soft está vendiendo a través del Pago Por Incidente no estanto un apoyo técnico como la ilusión continuada de quesus clientes están llevando a cabo una especie de transac-ción racional de negocios. Es una especie de tasa rutinariade mantenimiento para sostener la fantasía. Si la gente qui-siera realmente un sistema operativo sólido, usarían Linux,y si realmente quisieran apoyo técnico encontrarían un mo-do de obtenerlo; los clientes de Microsoft quieren otra cosa.

En el momento en que escribo esto (enero de 1999), labase de datos de Debian Linux contiene cerca de 32.000 fa-llos. Casi todos fueron solucionados hace mucho tiempo.Hay doce fallos «críticos» todavía en pie, el más antiguo delos cuales fue enviado hace 79 días. Hay 20 fallos «graves»en pie, el más antiguo de los cuales tiene 1166 días. Hay 48fallos «importantes» y cientos de fallos «normales» y me-nos importantes.

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Igualmente, BeOS (al que llegaré en un momento) tienesu propia base de datos de errores4 con su propio sistemade clasificación, incluyendo tales categorías como «No esun fallo», «Característica reconocida» y «No se va a arre-glar». Algunos de estos fallos no son nada más que hac-kers de Be desfogándose, y se clasifican como «Input reco-nocido». Por ejemplo, encontré uno que se envío el 30 dediciembre de 1998. Está en mitad de una larga lista de fa-llos, entre uno llamado «El ratón funciona de modo muyraro» y otro llamado «El cambio de marco BView no afectasi BView no va unida a una BWindow». Este se titula:

R4: A BeOS le falta un cabeza de turco megalómano paracentrar y mantener bajo control la furia del programador

y dice lo siguiente:

Be Status: Input ReconocidoBeOS Versión: R3.2Componente: desconocido

Descripción Completa:

El BeOS necesita un megalómano egomaníaco sentado ensu trono para darle un personaje humano que a todo elmundo le encante odiar. Sin esto, el BeOS languidecerá enel ámbito impersonificable de los sistemas operativos que lagente nunca consigue manejar. Se puede juzgar el éxito deun sistema operativo no por la calidad de sus característi-cas, sino por lo infames y detestados que son sus líderes.

Creo que esto es un efecto colateral de la camaradería en-tre programadores en condiciones penosas. Después de to-do, a la desdicha le encanta la compañía. Creo que hacerque el BeOS sea menos accesible conceptualmente y mu-cho menos fiable requerirá que los programadores se unan,desarrollando el tipo de comunidad en la que los extrañosse hablan, algo así como en un supermercado antes de unaenorme tormenta de nieve.

Siguiendo el mismo programa, probablemente resulte nece-sario desplazar el cuartel general del BeOS a un clima mu-cho menos agradable. El incómodo ambiente general gene-rará esta actitud, y realmente no hay mejor receta para eléxito. Yo sugeriría Seattle, pero creo que ya está ocupado.

4http://www.be.com/developers/bugs/index.html

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Podría intentarse Washington DC, pero definitivamente noun sitio como San Diego o Tucson.

Por desgracia, el sistema de informes de fallo de Be eli-mina los nombres de las personas que informan de los fa-llos (¿para protegerles de la venganza?), así que no sé quiénescribió esto.

Así que pareciera que estoy pregonando la superiori-dad técnica y moral de Debian Linux. Pero como casi siem-pre sucede en el mundo de los sistemas operativos, es máscomplicado. Tengo Windows NT instalado en otro ordena-dor y el otro día (enero de 1999), cuando tuve un proble-ma con él, decidí probar con la ayuda técnica de Microsoftotra vez. Esta vez el motor de búsqueda sí que funciona-ba (aunque para llegar a él tuve que identificarme como«avanzado»). Y en vez de hacerme las inútiles preguntashabituales, localizó cerca de doscientos documentos (yo es-taba usando unos criterios de búsqueda muy vagos) queeran obviamente informes de fallos —aunque se llamabande otro modo—. Microsoft, en otras palabras, tiene monta-do un sistema que es funcionalmente equivalente a la basede datos de fallos de Debian. Tiene un aspecto diferente,claro, pero contiene datos técnicos y no disimula la existen-cia de errores.

Como he explicado, vender sistemas operativos por di-nero es una posición bastante insostenible, y el único mo-do en que Apple y Microsoft lo consiguen es llevando losavances tecnológicos adelante lo más agresivamente quepueden, y haciendo que la gente crea en, y pague por, unaimagen particular: en el caso de Apple, la de un librepen-sador creativo y, en el caso de Microsoft, la del respetabletecnoburgués. Igual que la Disney, están haciendo dinerovendiendo una interfaz, un espejo mágico. Tiene que estarpulido y perfecto o toda la ilusión se arruinará y el plan denegocios se desvanecerá como un espejismo.

En consecuencia, hasta hace poco la gente que escribíamanuales y creaba sitios web de apoyo técnico al clientepara sistemas operativos comerciales se veía impedida, porlos departamentos legales o de Relaciones Públicas de sus

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empresas, en admitir, aunque fuera indirectamente, que elsoftware podría contener fallos o que la interfaz podría su-frir el problema del doce parpadeante. No podían tratar lasdificultades reales de los usuarios. Los manuales y sitiosweb eran por tanto inútiles, y hacían que incluso los usua-rios seguros de sí mismos en el terreno técnico se pregun-taran si se estaban volviendo sutilmente locos.

Cuando Apple tiene este tipo de comportamiento cor-porativo, uno quiere creer que realmente lo hacen lo mejorque pueden. Todos queremos darle a Apple el beneficio dela duda, porque el malvado Bill Gates les hizo morder elpolvo, y porque tienen unas buenas Relaciones Públicas.Pero cuando lo hace Microsoft, uno casi no puede evitarconvertirse en un paranoico de las conspiraciones. ¡Obvia-mente nos están ocultando algo! ¡Y además son tan pode-rosos! ¡Están tratando de volvernos locos!

Este modo de tratar con los clientes está tomado direc-tamente del totalitarismo centroeuropeo de mediados delsiglo XX. A uno le vienen los adjetivos kafkiano y orwellianoa la mente. No podía durar, no más que el Muro de Berlín,así que ahora Microsoft tiene un base de datos de fallos pú-blicamente disponible. Se llama de otro modo, y lleva unrato encontrarla, pero está ahí.

En otras palabras, se han adaptado a la estructura dedos niveles eloi/morlock de la sociedad tecnológica. Si eresun eloi, instalas Windows, sigues las instrucciones, esperasque todo vaya bien y sufres mudamente cuando se rom-pe. Si eres un morlock, vas al sitio web, le dices que eres«avanzado», encuentras la base datos de fallos y obtienesla verdad directamente de algún anónimo ingeniero de Mi-crosoft.

Pero una vez que Microsoft ha dado este paso, surge lacuestión, de nuevo, de si tiene algún sentido estar en el ne-gocio de los sistemas operativos en absoluto. Los clientespueden estar dispuestos a pagar 95 dólares por informar aMicrosoft de un problema si, a cambio, les dan un conse-jo que ningún otro usuario va a obtener. Esto tiene el útilefecto secundario de mantener a los usuarios mutuamentealienados, lo cual contribuye a mantener la ilusión de que

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los fallos son raras aberraciones. Pero una vez que los re-sultados de esos informes de fallo están abiertamente dis-ponibles en el sitio web de Microsoft, todo cambia. Nadieva a soltar 95 dólares por informar de un problema cuandolo más probable es que algún otro tipo ya lo haya hecho, ylas instrucciones para solucionar el fallo aparezcan de for-ma gratuita en un sitio web público. Y a medida que creceel tamaño de la base de datos de fallos, acaba convirtién-dose en una clara admisión, por parte de Microsoft, de quesus sistemas operativos tienen tantos fallos como los de suscompetidores. Eso no es ninguna vergüenza; como mencio-né, la base de datos de fallos de Debian contiene 32.000 in-formes hasta ahora. Pero pone a Microsoft al mismo nivelque los demás y hace mucho más difícil que sus clientes—que quieren creer— crean.

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Memento Mori

UNA VEZ QUE LA MÁQUINA LINUX ha terminado de es-cupir su telegrama de inicio en jerga, me insta a que in-troduzca un nombre de usuario y una contraseña. En estemomento la máquina todavía está ejecutando la interfaz delínea de comandos, con letras blancas sobre fondo negro.No hay ventanas, menús ni botones. No responde al ra-tón; ni siquiera sabe que el ratón está ahí. En este punto,sin embargo, ya es posible ejecutar un montón de software.Emacs, por ejemplo, existe tanto en versión linea de coman-dos como en versión gráfica (de hecho hay dos versionesGUI, que reflejan una especie de cisma doctrinal entre Ri-chard Stallman y algunos hackers que se hartaron de él).Lo mismo puede decirse de muchos otros programas Unix.Muchos no tienen siquiera una GUI, y muchos de los que latienen pueden ejecutarse desde la línea de comandos.

Por supuesto, dado que mi ordenador sólo tiene unapantalla, sólo puedo ver una línea de comandos, así quepuede que crean que sólo puedo interactuar con un pro-grama cada vez. Pero si mantengo apretada la tecla Alt yluego pulso el botón de función F2 en lo alto de mi tecla-do, aparece otra pantalla negra vacía que me pide que démi nombre de usuario y contraseña. Puedo entrar e iniciarotro programa, luego pulsar Alt-F1 y regresar a la prime-ra pantalla, que sigue haciendo lo que quiera que estuvierahaciendo cuando la dejé. O puedo pulsar Alt-F3 y entrar enotra pantalla, y una cuarta, y una quinta. En una de estas

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pantallas puedo entrar como yo mismo, en otra como root(el administrador del sistema), y en otra puedo entrar enun ordenador distinto a través de la Red.

Cada una de estas pantallas se llama, en jerga Unix, untty, que es la abreviatura de teletipo. Así que cuando usomi sistema Unix de este modo regreso a esa pequeña ha-bitación en el Instituto de Ames donde escribí mi primercódigo hace veinticinco años, excepto que el tty es mássilencioso y rápido que un teletipo, y es capaz de ejecutarun software incomparablemente superior, tal como emacso las herramientas de desarrollo de GNU.

Resulta fácil (fácil para el estándar de Unix, no el de Ap-ple/Microsoft) configurar un sistema Unix de modo quevaya directamente a un GUI cuando lo inicies. De este mo-do nunca se ve una pantalla tty. Yo todavía hago que elmío se inicie con esta pantalla de teletipo, blanco sobre ne-gro, como un memento mori computacional. Solía estar demoda que los escritores tuvieran un cráneo humano sobresu escritorio como recordatorio de su mortalidad, de quetodo era vanidad. La pantalla tty me recuerda que lo mis-mo sucede con las elegantes GUI.

El X Window System, que es la GUI de Unix, ha de sercapaz de ejecutarse en cientos de tarjetas de vídeo diferen-tes con diferentes chips, memoria y buses de placa base.Igualmente, hay cientos de tipos distintos de monitores enel mercado nuevo y usado, cada uno con diferentes espe-cificaciones, así que probablemente haya más de un millónde combinaciones posibles de tarjeta y monitor. Lo únicoque todas tienen en común es que funcionan en modo VGA,que es la vieja pantalla de línea de comandos que se ve du-rante unos pocos segundos al iniciar Windows. Así que Li-nux siempre arranca en VGA, con una interfaz de teletipo,porque al principio no tiene ni idea de qué clase de hard-ware está conectado al ordenador. Para ir desde el teletipohasta el GUI, hay que decirle a Linux exactamente qué tipode hardware hay. Si te equivocas, obtendrás una pantallaen blanco en el mejor de los casos y, en el peor, podríasdestruir físicamente el monitor, al enviarle señales que nopuede manejar.

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Cuando empecé a usar Linux, todo esto había que ha-cerlo a mano. Una vez me pasé casi un mes tratando dehacer que un monitor rebelde funcionara, y llené la mayorparte de un cuaderno con notas garabateadas cada vez másdesesperadas. Hoy en día, la mayor parte de las distribu-ciones Linux incluyen un programa que automáticamenteexamina y configura el sistema, así que instalar X Windowes casi tan fácil como instalar una GUI de Apple/Microsoft.La información crucial va a un archivo (un archivo de tex-to ASCII, naturalmente) llamado XF86Config, al que mere-ce la pena echar un vistazo incluso aunque la distribuciónlo cree automáticamente. Para la mayor parte de la genteparece una serie de ensalmos crípticos sin sentido —y esaera la idea de mirarlo—. Un sistema Apple/Microsoft de-be de tener la misma información para lanzar su GUI, peroposiblemente esté escondida en las profundidades, o pro-bablemente esté en un archivo que ni siquiera puede abriry leer un editor de textos. Todos los archivos importantesque hacen que los sistemas Linux funcionen están a la vis-ta. Siempre son archivos de texto ASCII, así que no hacenfalta herramientas especiales para leerlos. Se pueden mirarsiempre que se quiera, lo cual es bueno, y se puede enredarcon ellos y volver el sistema completamente disfuncional,lo cual ya no es tan bueno.

En cualquier caso, asumiendo que mi archivoXF86Config esté tal cual, introduzco el comandostartx para iniciar el sistema X Window. La pantallaqueda en blanco durante un minuto, el monitor emiteextraños ruidos chirriantes, luego se reconstituye comoun escritorio gris en blanco con un cursor de ratón en elmedio. Al mismo tiempo inicia el gestor de ventanas. XWindow es software de bastante bajo nivel: proporcionala infraestructura para una interfaz gráfica de usuario,y es una infraestructura pesada e industrial. Pero notrabaja con ventanas. Eso lo maneja otra categoría de laaplicación colocada encima de X Window, llamada «gestorde ventanas». Hay varios disponibles, todos gratuitos, porsupuesto. El clásico es Tom’s Window Manager (twm, el«Gestor de Ventanas de Tom») pero hay una variante más

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pequeña y supuestamente más eficiente llamada fvwm,que es la que yo uso. Le tengo el ojo echado a un gestor deventanas completamente diferente llamado Enlightenment,que puede ser el producto tecnológico más elegante quehaya visto nunca, puesto que a) es para Linux, b) es libre,c) está siendo desarrollado por un número muy pequeñode hackers obsesos, y d) tiene un aspecto asombrosamenteestiloso; es el tipo de gestor de ventanas que podríaaparecer en el trasfondo de una película de Alien.

En cualquier caso, el gestor de ventanas funciona comoun intermediario entre X Window y el software que se es-té usando. Dibuja los bordes de las ventanas, los menús,y demás, mientras las aplicaciones dibujan el contenido delas ventanas. Las aplicaciones pueden ser de cualquier tipo:editores de texto, navegadores web, paquetes gráficos o uti-lidades, como un reloj o una calculadora. En otras palabras,a partir de este punto, da la sensación de haber pasado aun universo paralelo bastante parecido al familiar univer-so de Apple o Microsoft, pero ligera y ubicuamente dife-rente. El principal programa gráfico en Apple/Microsoft esAdobe Photoshop, pero en Linux es algo llamado Gimp.En vez de Microsoft Office, se puede comprar algo llamadoApplixWare.1 Hay muchos paquetes de software comercial,tales como Mathematica, Netscape Communicator y Ado-be Acrobat, disponibles en versión Linux y, según cómo seconfigure el gestor de ventanas, se puede hacer que tenganel mismo aspecto y se comporten igual que lo harían enMacOS o Windows.

Pero hay un tipo de ventana que se verá en la interfazgráfica de Linux y que es raro o inexistente en otros siste-mas operativos. Estas ventanas se llaman xterm y no con-tienen nada más que líneas de texto —esta vez texto negrosobre fondo blanco, aunque se pueden cambiar los colores:cada ventana xterm es una interfaz de línea de comandosen sí misma—, un tty en una ventana. Así que incluso

1Como sustituto de Microsoft Office, hoy día hay disponible una mag-nífica suite ofimática libre y multiplataforma llamada OpenOffice: http://www.openoffice.org [N. del E.]

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cuando se está en pleno modo gráfico, se puede seguir ha-blando con el ordenador Linux a través de una interfaz delínea de comandos.

Hay mucho buen software de Unix que no tiene inter-faz gráfica en absoluto. Esto puede deberse al hecho de quese desarrolló antes de que X Window estuviera disponible,o porque las personas que lo escribieron no querían sufrirtodo el agobio de crear una GUI, o sencillamente porque nolo necesitaban. En cualquier caso, esos programas puedeninvocarse introduciendo sus nombres en la línea de coman-dos de una ventana xterm. El comando whoami, mencio-nado antes, es un buen ejemplo. Hay otro llamado wc (wordcount, recuento de palabras) que sencillamente devuelve elnúmero de líneas, palabras y caracteres en un archivo detexto.

La capacidad de ejecutar este programitas de utilidadesen la línea de comandos es una gran virtud de Unix, y unaque es improbable que dupliquen los sistemas operativosde interfaz gráfica pura. El comando wc, por ejemplo, es eltipo de cosa que resulta fácil de escribir con una interfazde línea de comandos. Probablemente no consiste más quede una pocas líneas de código, y un programador listo qui-zá podría escribirlo en una sola línea. En forma compiladasólo ocupa unos pocos bytes de espacio de disco. Pero el có-digo requerido para darle una interfaz gráfica de usuario aese programa probablemente tendría cientos o incluso mi-les de líneas, dependiendo del capricho del programador.Compilado en un software ejecutable, tendría un montónde código GUI. Sería lento de iniciar y ocuparía un mon-tón de memoria. Este esfuerzo sencillamente no valdría lapena, así que wc nunca se escribiría como un programa in-dependiente. Los usuarios tendrían que esperar a que el re-cuento de palabras viniera incluido en un paquete de soft-ware comercial.

Las interfaces gráficas tienden a imponer un montón decódigo superfluo al software, incluso al más pequeño, y es-te plus cambia completamente el entorno de programación.Las pequeñas utilidades ya no merecen la pena escribirse.Esta funciones tienden a ser aglutinadas en paquetes más

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amplios de software. A medida que las interfaces gráficasse vuelven más complejas, e imponen cada vez más códigosuperfluo, esta tendencia se vuelve omnipresente, y los pa-quetes de software se hacen cada vez más colosales; a partirde cierto punto empiezan a fusionarse, como Word, Excely PowerPoint se fundieron en Microsoft Office: un enormeCorte Inglés de software al borde de una ciudad llenas detiendecitas en quiebra.

Es una analogía injusta, porque cuando una tiendecitaquiebra significa que un tendero ha cerrado el negocio. Porsupuesto, nada de eso ocurre cuando wc queda subsumi-do en uno de los incontables elementos del menú de Mi-crosoft Word. El único inconveniente real es la pérdida deflexibilidad para el usuario, pero es una pérdida que la ma-yoría de clientes obviamente no nota o no les importa. Elinconveniente más serio del «enfoque Corte Inglés» es quela mayoría de usuarios sólo quieren o necesitan una peque-ña parte de lo que contienen estos gigantescos paquetes desoftware. El resto es basura, peso muerto. Y sin embargo elusuario en el cubículo de al lado tendrá opiniones comple-tamente distintas acerca de qué es útil y qué no lo es.

La otra cosa importante que hay que mencionar aquíes que Microsoft ha incluido una característica verdadera-mente elegante en Office: un paquete de programación enBasic. Basic es el primer lenguaje de ordenador que apren-dí, allá cuando usaba la cinta de papel y el teletipo. Usandola versión de Basic que viene incluida en Office uno pue-de escribir sus propias utilidades que saben cómo interac-tuar con todos los enredos, pijaditas, lacitos y pomponesde Office. Basic es más fácil de usar que los lenguajes utili-zados habitualmente en la programación Unix de línea decomandos, y Office ha llegado a muchas más personas quelas herramientas GNU. Así que es bastante posible que estacaracterística de Office acabe por generar mucho más hac-king que GNU.

Pero ahora estoy hablando del software de aplicaciones,no de sistemas operativos. Y como he dicho, el software deaplicaciones de Microsoft tiende a ser muy bueno. Yo no louso mucho, porque no entro dentro de su mercado diana.

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Si Microsoft saca alguna vez un paquete de software que youse y me guste, entonces será el momento de que se desha-gan del stock, porque yo soy un segmento de mercado deuna persona.

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La fatiga del «geek»

EN LOS AÑOS QUE LLEVO TRABAJANDO CON LINUX1 hellenado tres cuadernos y medio registrando mis experien-cias. Sólo empiezo a escribir cosas cuando estoy haciendoalgo complicado, como instalar X Window o enredar conmi conexión de Internet, así que estos cuadernos sólo con-tienen el registro de mis luchas y frustraciones. Cuando lascosas me salen bien, trabajo feliz y contento durante mu-chos meses sin anotar nada. Así que estos cuadernos sonuna lectura bastante lúgubre. Cambiar nada en Linux escuestión de abrir varios de esos pequeños archivos ASCIIy cambiar una palabra aquí y un carácter allí, de modosque resultan extremadamente significativos para el funcio-namiento del sistema.

Muchos de los archivos que controlan el funcionamien-to de Linux no son nada más que líneas de comando quese volvieron tan largas y complicadas que ni siquiera los

1Los geeks son primos hermanos de los nerds y de los hackers. De hechomuchos de ellos son las tres cosas. El hacker se autodenomina a menudogeek en lugar de hacker, término reverencial y con demasiado peso que raravez un hacker usará para referirse a sí mismo. Los geeks suelen ser gentecon buenas aptitudes tecnológicas, que adoran los gadgets, van cargados atodas partes con diferentes cacharros electrónicos y llevan siempre cami-setas de congresos de tecnología, de hacklabs o de series de ciencia ficción.No son necesariamente adolescentes: un geek puede ser uno de los altos yserios directivos de una empresa tecnológica, el joven estudiante univer-sitario que insiste en que haya conexión por cable o ADSL en la residenciade estudiantes o un abuelo que acaba de descubrir Internet. [N. del E.]

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hackers de Linux podrían escribirlas correctamente. Cuan-do se trabaja con algo tan potente como Linux, fácilmentese puede dedicar toda una media hora a escribir una so-la línea de comando. Por ejemplo, el comando find, quebusca en todo el sistema de archivos aquellos ficheros quecumplan ciertos criterios, es fantásticamente potente y ge-neral. Su man tiene once páginas, y son páginas concisas;podrían expandirse a todo un libro. Además, como si esono fuera lo bastante complicado por sí mismo, siempre sepuede dirigir la salida de un comando Unix a la entrada deotro igualmente complicado. El comando pon, que se usapara activar una conexión PPP con Internet, requiere tantainformación detallada que básicamente resulta imposiblelanzarlo todo desde la línea de comandos. En lugar de eso,se abstraen grandes pedazos de su entrada a tres o cuatroarchivos distintos. Hace falta un script2 de marcación, quede hecho es un programita que le dice cómo marcar el te-léfono y responder a diversos sucesos; un archivo llamadooptions, que lista cerca de sesenta opciones diferentes so-bre cómo instalar la conexión PPP; y un archivo llamadosecrets, que incluye información sobre las contraseñas.

Presumiblemente hay hackers cuasidivinos de Unix enalgún lugar del mundo que no tienen por qué usar estos pe-queños scripts y archivos de opciones como muleta, y quesencillamente pueden sacar líneas de comando fantástica-mente complejas sin cometer errores tipográficos y sin te-ner que pasarse horas hojeando la documentación. Pero yono soy uno de ellos. Como casi todos los usuarios de Linux,dependo de miles de pequeños archivos de texto ASCII queocultan todos esos detalles y que a su vez están metidos enrecovecos del sistema de archivos de Unix. Cuando quierocambiar algo acerca del modo en que funciona mi sistema,edito esos archivos. Sé que si no sigo la pista de cada peque-ño cambio que he realizado, no podré hacer que el sistema

2Un script o «guión» es un fichero de texto que contiene una serie deinstrucciones que se pueden invocar en la línea de comandos, y que seejecutarán de forma secuencial. En ese sentido es semejante a un ficherocon extensión BAT de MS-DOS, si bien es muchísimo más potente y puedeser programado de modo mucho más complejo. [N. del E.]

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funcione tras haber enredado con él. Mantener registros es-critos a mano es tedioso, por no decir algo anacrónico. Peroes necesario.

Probablemente me habría ahorrado un montón de do-lores de cabeza trabajando con una compañía llamada Cyg-nus Support, que existe para proporcionar ayuda a losusuarios de software libre. Pero no lo hice, porque queríaver si podía hacerlo yo solo. La respuesta resultó ser quesí, pero por los pelos. Y hay muchos retoques y optimiza-ciones que probablemente podría hacer a mi sistema quenunca he llegado a probar, en parte porque algunos díasme canso de ser un morlock, y en parte porque me da mie-do estropear un sistema que en general me funciona bien.

Aunque Linux me vale a mí y a muchos otros usuarios,su potencia y generalidad son su talón de Aquiles. Si unosabe lo que está haciendo, puede comprar un PC barato decualquier tienda de ordenadores, tirar los discos de Win-dows que lleva incluidos y convertirlo en un sistema Linuxde desconcertante complejidad y potencia. Puede enchu-farlo a otros doce ordenadores Linux y convertirlo en partede un ordenador paralelo. Puede configurarlo de tal modoque cien personas diferentes puedan entrar en él a través deInternet, por vía de otras tantas líneas de módem, tarjetasEthernet, sockets TCP/IP, y enlaces de packet radio.3 Puedeunirlo a media docena de monitores diferentes y jugar aDOOM con alguien en Australia mientras sigue a satélitesde comunicaciones en órbita y controla las luces y termos-tatos de casa y la grabación en directo de su webcam y na-vegar en Internet y diseñar circuitos en las demás pantallas.Pero la potencia y complejidad del sistema —las cualidadesque lo hacen tan enormemente superior en el aspecto téc-nico a los demás sistemas operativos— a veces hacen queparezca demasiado formidable para el uso cotidiano.

3El packet radio es un sistema de comunicación digital basado en lasemisoras de radioaficionados. Consiste en la transmisión-recepción, a tra-vés de la radio, de señales digitales empaquetadas con reconocimiento deerrores en recepción. Su nombre es debido a que envía los datos digitalesagrupándolos en pequeños paquetes. El kernel Linux soporta perfecta-mente este protocolo. [N. del E.]

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A veces, en otras palabras, sólo quiero ir a Disneylandia.Mi sistema operativo ideal sería uno que tuviera una

interfaz gráfica bien diseñada, que resultase fácil de instalary usar, pero que incluyera ventanas de terminal desde lasque pudiera regresar a la interfaz de línea de comandos,y ejecutar software GNU, cuando tuviera que hacerlo. Haceunos cuantos años, Be Inc. inventó exactamente ese sistemaoperativo. Se llama BeOS.

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MUCHAS PERSONAS EN EL NEGOCIO de los ordenadores lohan pasado mal para vérselas con Be, Incorporated, por elsimple motivo de que no parece tener ningún sentido. Sefundó a finales de 1990, lo cual lo hace más o menos con-temporáneo de Linux. Desde el principio se ha dedicadoa crear un nuevo sistema operativo que es, por su diseño,incompatible con todos los demás (aunque, como veremos,es compatible con Unix en algunos aspectos muy importan-tes). Si una definición de celebridad es la de alguien que esfamoso por ser famoso, entonces Be es una anticelebridad.Es famoso por no ser famoso; es famoso por estar condena-do. Pero lleva condenado muchísimo tiempo.

La misión de Be podría tener más sentido para los hac-kers que para otra gente. Para explicar la razón tengo queexponer el concepto de cruft,1 que para los que escriben có-digo es casi tan aberrante como una repetición innecesaria.

Si han estado en San Francisco habrán visto viejos edi-ficios que han sido sometidos a actualizaciones sísmicas, locual frecuentemente significa que se han erigido grotescassuperestructuras de acero moderno alrededor de edificiosconstruidos, por ejemplo, en un estilo clásico. Cuando lle-guen nuevas amenazas —si tenemos otra Era Glacial, por

1Cruft no suele traducirse. Tampoco aparece en ningún diccionario deinglés, aunque sí en el Jargon File, que es el archivo oficioso de la jerga hac-ker: significa «excesivo», «superfluo», «basura», los hackers lo empleanpara referirse en particular al código redundante o sobrante. [N. del E.]

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ejemplo —podrán construirse capas adicionales de tecnolo-gía todavía más alta, a su vez, alrededor de estas, hasta queel edificio original sea como una reliquia en una catedral—un pedazo de hueso amarillento incrustado en media to-nelada de un bonito amasijo decorativo.

Se pueden tomar medidas análogas para hacer que vie-jos sistemas operativos renqueantes sigan funcionando. Sehace todo el tiempo. Remendar un viejo sistema operati-vo desgastado debiera verse simplificado por el hecho deque, a diferencia de los viejos edificios, los sistemas operati-vos no tienen ningún mérito estético o cultural que les hagaintrínsecamente dignos de salvarse. Pero en la práctica nofunciona así. Si trabajan con un ordenador, probablementehayan personalizado su escritorio, el entorno en el que sesientan a trabajar cada día, y se han gastado mucho dineroen software que funciona en ese entorno, y han dedicadomucho tiempo a familiarizarse con el modo en que todofunciona. Esto lleva mucho tiempo, y el tiempo es dinero.Como ya mencioné, el deseo de simplificar las interaccio-nes con las tecnologías complejas a través de la interfaz, yde rodearse de enanitos de jardín y figuritas de Lladró vir-tuales, es natural y omnipresente —presumiblemente unareacción contra la complejidad y formidable abstracción delmundo informático—. Los ordenadores nos dan más opcio-nes de las que realmente queremos. Preferimos elegir unasola vez, o aceptar la configuración por defecto que nos danlas compañías de software, y dejar las cosas tranquilas. Pe-ro cuando un sistema operativo se cambia, todo se desma-dra.

El usuario medio de ordenador es un anticuario tecno-lógico al que realmente no le gusta que las cosas cambien.Es un profesional urbano que acaba de comprarse un pre-cioso chalet adosado y está poniendo los muebles y la deco-ración, y reorganizando las alacenas, de tal modo que todoesté bien. Si es necesario que una banda de ingenieros hur-guen en el sótano reforzando los cimientos para que pue-dan soportar la nueva bañera de hierro con patas, metiendonuevos cables y tuberías en las paredes para instalar elec-trodomésticos modernos, bueno, que así sea —los ingenie-

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Etre 143

ros son baratos, al menos cuando millones de usuarios desistemas operativos se reparten el coste de sus servicios.

Igualmente, a los usuarios de ordenador les gusta tenerel último Pentium, y poder navegar por la red, sin alterarlas cosas que les hacen sentir como si supieran qué demo-nios está pasando. A veces esto resulta posible, de hecho.Añadir más RAM al sistema es un buen ejemplo de una ac-tualización que probablemente no estropee nada.

Por desgracia, muy pocas actualizaciones son así depulcras y sencillas. Lawrence Lessig, que fue durante untiempo Maestro Especial en el pleito antimonopolio del Mi-nisterio de Justicia contra Microsoft, se quejaba de que ha-bía instalado Internet Explorer en su ordenador, y al hacer-lo había perdido toda su lista de páginas favoritas (su listapersonal de señales que usaba para navegar por el laberin-to de Internet). Era como si hubiera comprado un nuevojuego de llantas para su coche y luego, al marcharse deltaller, descubriera que, debido a algún inescrutable efectocolateral, todas las señales y mapas de carreteras del mun-do hubieran sido destruidos. Si es como la mayoría de no-sotros, habría gastado un montón de esfuerzo en compilaresa lista de favoritos. Este es sólo un pequeño ejemplo deltipo de problema que pueden provocar las actualizaciones.Los sistemas operativos viejos y desvencijados tienen valoren el sentido básicamente negativo de que los nuevos noshacen desear no haber nacido.

Todos los apaños y remiendos que tienen que hacer losingenieros para proporcionarnos los beneficios de la nuevatecnología sin forzarnos a pensar en ello, o a cambiar nues-tras costumbres, producen un montón de código que, conel tiempo, se convierte en un gigantesco pegote de chicle,engrudo, hilo de embalaje y cinta aislante que rodea a todosistema operativo. En la jerga de los hackers, se llama cruft.Un sistema que tiene muchas, muchas capas se describe co-mo crufty, «cruftoso». Los hackers detestan hacer las cosasdos veces, pero cuando ven algo cruftoso, su primer impul-so es arrancarlo, tirarlo y empezar de nuevo.

Si Mark Twain volviera a San Francisco hoy y estuvieraen uno de estos viejos edificios sísmicamente restaurados,

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le parecería igual, con todas las puertas y ventanas en elmismo sitio: pero si saliera a la calle, no lo reconocería. Y—si hubiera vuelto con su ingenio intacto— podría cues-tionar si había merecido tomarse tanta molestia para salvarese edificio. En algún momento, hay que hacerse la pregun-ta: ¿merece la pena, o deberíamos derribarlo y levantar unobueno? ¿Deberíamos poner otra ola humana de ingenierosa estabilizar la Torre Inclinada de Pisa, o deberíamos senci-llamente dejar que la dichosa torre se caiga y construir unaque no esté mal hecha?

Como la restauración de un viejo edificio, el cruft siem-pre parece una buena idea cuando se ponen las primeracapas —sólo es mantenimiento rutinario, una gestión sóli-da y prudente—. Este resulta especialmente cierto cuando(por así decir) nunca se baja al sótano, ni se mira detrás delencofrado. Pero cuando eres un hacker que se pasa todo eltiempo mirando las cosas desde ese punto de vista, el cruftes fundamentalmente asqueroso, y no puedes evitar que-rer sacarlo a golpe de escoplo. O, mejor aún, sencillamentesalir del edificio —dejar que la Torre Inclinada de Pisa secaiga— y ponerse a construir una nueva que no se incline.

Durante mucho tiempo, resultaba obvio a Apple, a Mi-crosoft y a sus clientes que la primera generación de sis-temas operativos con interfaz gráfica estaba condenada, yque acabarían por ser desechada en favor de sistemas com-pletamente nuevos. A finales de los ochenta y principiosde los noventa, Apple realizó unos cuantos esfuerzos es-tériles para crear nuevos sistemas operativos posteriores aMacOS, tales como Pink y Taligent. Cuando estos esfuerzosfallaron, realizaron un nuevo proyecto llamado Copland,que también falló. En 1997 coquetearon con la idea de ad-quirir Be, pero en vez de eso adquirieron NeXT, que tieneun sistema operativo llamado NextStep que es, de hecho,una variante de Unix. A medida que estos esfuerzos se su-cedían y fracasaban, uno detrás de otro, los ingenieros deApple, que eran de los mejores en la profesión, no dejabande añadir capas de cruft. Estaban tratando de convertir lapequeña tostadora en una máquina multitarea y apta paraInternet, y les salió sorprendentemente bien durante cier-

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to tiempo: algo así como el héroe de una película que cruzaun río en la selva saltando sobre los lomos de los cocodrilos.Pero en el mundo real los cocodrilos terminan por acabarse,o bien pisas a uno realmente listo.

Hablando de ello, Microsoft abordó el mismo problemade un modo considerablemente más ordenado, creando unnuevo sistema operativo llamado Windows NT, que estáexplícitamente pensado para ser un competidor directo deUnix. NT quiere decir New Technology, «Nueva Tecnología»,lo cual podría leerse como un rechazo del cruft. Y de hechoNT tiene la reputación de ser mucho menos cruftoso de loque acabó siendo MacOS; en un momento dado, la docu-mentación necesaria para escribir código en el Mac llenabaalgo así como 24 carpetas. Windows 95 era, y Windows 98es, cruftoso porque tienen que ser retroactivamente compa-tibles con los anteriores sistemas operativos de Microsoft.Linux trata con el problema del cruft del mismo modo enque los esquimales trataban con sus jubilados: si insistesen usar viejas versiones de software Linux, antes o despuésacabarás por encontrarte flotando por el Estrecho de Beringen un iceberg cada vez más pequeño. Pueden permitírseloporque la mayor parte del software es gratuito, así que nocuesta nada descargarse versiones actualizadas, y la mayorparte de los usuarios de Linux son morlocks.

La gran idea detrás de BeOS fue partir de una hoja depapel en blanco y diseñar un sistema operativo del modocorrecto. Y eso es exactamente lo que hicieron. Esto era ob-viamente una buena idea desde el punto de vista estético,pero no es un buen plan de negocios. Algunas personasque conozco en el mundo GNU/Linux están molestos conBe por haber emprendido esta aventura quijotesca cuan-do sus formidables capacidades podían haber contribuidoa extender Linux.

De hecho, no tiene ningún sentido hasta que uno recuer-da que el fundador de la compañía, Jean-Louis Gassée, esde Francia —un país que durante muchos años mantuvo supropia versión separada e independiente de la monarquíainglesa en la corte de St. Germain, con cortesanos, ceremo-nias de coronación, religión estatal, y política exterior—.

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Ahora, la misma fastidiosa pero admirable testarudez quenos dio a los jacobinos, la force de frappe, el Airbus y las seña-les de Arrêt en Quebec, nos ha dado un sistema operativorealmente chulo. ¡Me cisco en vosotros, perros anglosajo-nes!

Crear completamente un sistema operativo a partir dela nada, sencillamente porque ninguno de los existentes eraexactamente adecuado, me pareció un acto de tal chule-ría que me vi compelido a apoyarlo. Me compré un BeBoxen cuanto pude. El BeBox era un ordenador de procesadordual, con chips de Motorola fabricados específicamente pa-ra ejecutar el BeOS; no podía ejecutar ningún otro sistemaoperativo. Por eso lo compré. Sentí que era un modo dequemar las naves. Su característica más distintiva son dospilotos en el panel frontal que suben y bajan como tacóme-tros para dar la sensación de lo duro que está trabajando ca-da procesador. Me pareció elegante, y además, calculé queen cuanto la compañía quebrara en unos poco meses, miBeBox sería un valioso objeto de coleccionista.

Han pasado dos años y estoy escribiendo esto en miBeBox. Los pilotos (Das Blinkenlights, como los llaman enla comunidad Be) parpadean alegremente junto a mi cododerecho mientras pulso las teclas. Be, Inc. sigue en activo,aunque dejaron de fabricar BeBoxes casi inmediatamentedespués de que yo comprara el mío. Tomaron la triste peroprobablemente bastante acertada decisión de que el hard-ware era mal negocio, y se llevaron el BeOS a Macintoshy a clones del Mac. Puesto que estos usan el mismo tipode chips Motorola que usaba el BeBox, no resultó especial-mente difícil.

Muy poco tiempo después, Apple estranguló a los fabri-cantes de clones del Mac y restauró su monopolio del hard-ware. Así que durante un tiempo Apple fabricó los únicosnuevos ordenadores que podían ejecutar BeOS.

A estas alturas Be, como Spiderman con su sentido arác-nido, había desarrollado un agudo sentido de cuándo ibana aplastarlo como a un bicho. Incluso aunque no lo hubie-ran tenido, la idea de depender de Apple —tan frágil ysin embargo tan letal— para seguir existiendo hubiera es-

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pantado a cualquiera. Emprendiendo su propia aventurade salto de cocodrilos, trasladaron el BeOS a chips de Intel(los mismos chips que usan los ordenadores de Windows).Y justo en el momento adecuado, cuando Apple lanzó sunuevo hardware, basado en el chip G3 de Motorola, man-tuvieron en secreto los datos técnicos que los ingenieros deBe habrían necesitado para ejecutar el BeOS en aquellos or-denadores. Esto habría matado a Be como una bala entreceja y ceja, de no haber dado ya el salto a Intel.

Así que ahora el BeOS se puede ejecutar en una gamaincreíblemente variada de hardware: BeBoxes, viejos Macsy huérfanos clones del Mac y ordenadores Intel para usocon Windows. Por supuesto estos últimos son ubicuos ysorprendentemente baratos hoy en día, así que parecieraque los problemas de hardware de Be han llegado a su fin.Algunos hackers alemanes incluso han creado un sustitutode Das Blinkenlights: es un circuito que se puede enchufara máquinas compatibles con PC que ejecuten BeOS. Llevalos pilotos en forma de tacómetro que habían sido una ca-racterística tan popular del BeBox.

Mi BeBox ya empieza a estar viejo, como les pasa a to-dos los ordenadores cada dos años o así y, antes o después,tendré que sustituirlo por un ordenador Intel. Incluso des-pués de eso, sin embargo, podré seguir usándolo. Porque,inevitablemente, alguien ya ha llevado Linux al BeBox.

En cualquier caso, BeOS tiene una interfaz gráfica extre-madamente bien pensada, construida sobre un marco tec-nológico sólido. Se basa desde el principio en modernosprincipios del software orientado a objetos. El software delBeOS consiste en entidades cuasiindependientes de softwa-re llamadas objetos, que se comunican enviándose mensa-jes unas a otras. El sistema operativo mismo está compues-to de tales objetos, y funciona como una especie de oficinade correos o Internet a través de la cual se mandan mensa-jes de objeto a objeto. El sistema operativo tiene múltipleshilos, lo cual quiere decir que como todos los demás siste-mas operativos modernos puede caminar y mascar chicle ala vez; pero les da a los programadores un montón de po-der sobre la generación y eliminación de hilos, o subproce-

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sos independientes. También es un sistema operativo mul-tiprocesador, lo cual significa que se le da inherentementebien ejecutarse en ordenadores con más de una CPU (Linuxy Windows NT también hacen esto con eficacia).

Para este usuario, un punto fuerte de BeOS es su apli-cación incrustada «Terminal», que permite abrir ventanasequivalente a las ventanas xterm de Linux. En otras pa-labras, la interfaz de línea de comandos está disponible sila quieres. Y debido a que BeOS sigue cierto estándar lla-mado POSIX, puede ejecutar la mayor parte del softwareGNU. Es decir, que la inmensa cantidad de software de lí-nea de comandos desarrollado por los de GNU funciona enuna ventana terminal de BeOS sin problemas. Esto incluyelas herramientas de desarrollo de GNU —el compilador y elenlazador—. E incluye todos los programitas de utilidades.Estoy escribiendo esto usando una especie de moderno edi-tor de texto llamado Pe, escrito por un holandés llamadoMaarten Hekkelman, pero cuando quiero averiguar cuántohe escrito, paso a una ventana terminal y ejecuto wc.

Como sugiere el informe de fallo que cité antes, la gen-te que trabaja para Be, y los programadores que escriben elcódigo de BeOS, parecen divertirse más que sus homólo-gos en otros sistemas operativos. También parecen ser másdiversos en general. Hace un par de años fui a una uni-versidad local para asistir a la conferencia de unos repre-sentante de Be. Fui porque asumí que el auditorio estaríadesierto, y me pareció que merecían un público de al me-nos una persona. De hecho, acabé de pie en el pasillo, pueshabía cientos de estudiantes llenando la sala. Era como unconcierto de rock. Uno de los dos ingenieros de Be en elescenario era negro, lo cual desgraciadamente es algo muyraro en el mundo de la alta tecnología. El otro denuncióanimadamente el cruft, y cantó las loas de BeOS por suscualidades libres de cruft, y de hecho acabó diciendo queen diez o quince años, cuando BeOS se volviese tan crufto-so como MacOS y Windows95, sería hora de tirarlo y crearun nuevo sistema operativo a partir de la nada. ¡Dudo queesto fuera política oficial de Be, pero impresionó a todo elmundo en la sala! A finales de los ochenta, el MacOS fue,

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durante un tiempo, el sistema operativo de los artistas enla onda y los hackers —y BeOS parece tener el potencialpara atraer a la misma gente hoy—. Las listas de correo deBe están llenas de hackers con nombres como Vladimir yOlaf y Pierre, poniéndose a parir unos a otros en quebradotecnoinglés.

La única pregunta real acerca de BeOS es si está conde-nado o no.

Últimamente, Be ha respondido a la cansina acusaciónde que están condenados con la aseveración de que BeOSes un «sistema operativo multimedia» fabricado para loscreadores de contenidos multimedia, y por tanto no entraen competición con Windows. Esto es un poco ingenuo. Porvolver a la analogía de los concesionarios de coches, es co-mo si el dueño de la tienda de batmóviles afirmara que enrealidad no compite con los demás porque su coche puedeir tres veces más rápido y además puede volar.

Be tiene una oficina en París y, como mencioné, la con-versación en las listas de correos sobre Be tiene un saborfuertemente europeo. Al mismo tiempo se han esforzadomucho por hallar un nicho en Japón, e Hitachi acaba de em-pezar a meter BeOS en sus PC. Así que, si tuviera que lanzaruna predicción, yo diría que están jugando al go mientrasMicrosoft juega al ajedrez. Por el momento, se mantienenlejos de la posición abrumadoramente fuerte de Microsoften Norteamérica. Están tratando de asentarse en los bordesdel tablero, por así decir, en Europa y Japón, donde la gentepuede estar más abierta a sistemas operativos alternativos,o al menos puede ser más hostil a Microsoft, que en los Es-tados Unidos.

Lo que mantiene a Be trabado en este país es el hechode que a la gente inteligente le da miedo parecer imbécil.Corres el riesgo de parecer ingenuo cuando dices: «He pro-bado BeOS, y esto es lo que opino.» Parece mucho más so-fisticado decir: «Las probabilidades de que Be encuentreun nicho en el mercado altamente competitivo de los sis-temas operativos se aproximan a cero.» Es, en jerga técnica,un problema de mente compartida. Y en el negocio de lossistemas operativos, la mente compartida es algo más que

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una mera cuestión de RP; tiene efectos directos sobre la tec-nología misma. Todos los enredos periféricos que puedenenchufarse a un ordenador personal —las impresoras, escá-neres, interfaces de PalmPilot y Lego Mindstorms— preci-san de unos elementos de software llamados controladoreso drivers. Igualmente, las tarjetas de vídeo y (en menor me-dida) los monitores necesitan drivers. Incluso los diferentestipos de placas madre en el mercado se relacionan con elsistema operativo de diferentes maneras, y se precisa uncódigo distinto para cada una. Todo este código específicopara el hardware no sólo ha de escribirse, sino también pro-barse, mejorarse, actualizarse, mantenerse, y repararse. De-bido al hecho de que el mercado del hardware se ha vuel-to tan enorme y complicado, lo que realmente determinael destino de un sistema operativo no es lo bueno que seatécnicamente, ni cuánto cueste, sino la disponibilidad delcódigo específico del hardware. Los hackers de Linux tie-nen que escribir ese código ellos mismos, y han mantenidouna rapidez asombrosa. Be, Inc. tiene que escribir todos suspropios drivers, aunque a medida que BeOS ha ido ganan-do impulso programadores independientes han empezadoa contribuir con drivers, que están disponibles en el sitioweb de Be.

Pero Microsoft lleva ventaja, de momento, porque notiene que escribir sus propios drivers. Cualquier fabricantede hardware que lance hoy día una nueva tarjeta de vídeoo un nuevo periférico al mercado sabe que será invendiblea menos que incluya el código específico del hardware quehaga que funciones con Windows, y así todos los fabrican-tes de hardware han aceptado la carga de crear y mantenersu propia biblioteca de drivers.2

2A finales de 2001, Be Inc. cerró sus puertas y vendió su propiedadintelectual a Palm, incluido BeOS. Unos cuantos días antes de anunciarsela venta, un grupo de hackers iniciaron el «OpenBeOS Project» (http://open-beos.sourceforge.net), un proyecto dedicado a re-crear, yluego extender, un clon libre de BeOS. [N. del E.]

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Mente compartida

LA AFIRMACIÓN DEL GOBIERNO DE LOS EE.UU. de que Mi-crosoft tiene el monopolio del mercado de sistemas opera-tivos puede ser la aseveración más obviamente absurda ja-más presentada por la mente legal. Linux, un sistema ope-rativo técnicamente superior, se regala, y BeOS está dispo-nible por un precio nominal. Esto es sencillamente un he-cho, que hay que aceptar te guste o no Microsoft.

Microsoft es realmente grande y rica, y si hay que creera algunos de los testigos del Gobierno, no son muy agrada-bles. Pero la acusación de monopolio sencillamente carecede sentido.

Lo que realmente está pasando es que Microsoft se hahecho, de momento, con cierta ventaja: dominan la compe-tición por la mente compartida, así que cualquier fabricantede hardware o software que quiera ser tomado en serio sesiente obligado a fabricar un producto que sea compatiblecon sus sistemas operativos. Dado que los fabricantes dehardware escriben drivers compatibles con Windows, Mi-crosoft no tiene por qué escribirlos; a todos los efectos, losfabricantes de hardware están añadiendo nuevos compo-nentes a Windows, convirtiéndolo en un sistema operativomás capaz, sin cobrar a Microsoft por sus servicios. Es unabuena posición en la que estar. El único modo de combatira tal adversario es tener un ejército de programadores al-tamente competentes que escriban drivers equivalentes deforma gratuita, que es lo que hace Linux.

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Pero la posesión de esta ventaja tecnológica es diferentede un monopolio en cualquier sentido normal de la pala-bra, porque aquí el dominio no tiene nada que ver con losresultados técnicos o el precio. Los antiguos monopolios debarones ladrones eran monopolios porque controlaban físi-camente los medios de producción y/o distribución. Peroen el negocio del software, los medios de producción sonlos hackers que escriben código, e Internet es el equivalentea los medios de distribución, y nadie afirma que Microsoftcontrole eso.

Aquí, por el contrario, el dominio se encuentra en lasmentes de la gente que compra software. Microsoft tienepoder porque la gente cree que lo tiene. Hace mucho dine-ro. A juzgar por los recientes procedimientos judiciales enambos Washingtons, pareciera que este poder y este dine-ro impelieron a algunos ejecutivos muy peculiares a traba-jar para Microsoft, y que Bill Gates debiera haber realizadotests de saliva antes de darles tarjetas de identidad de Mi-crosoft.

Pero este no es el tipo de poder que encaja con cualquierdefinición normal de la palabra monopolio, y no es regulablelegalmente. Puede que los tribunales ordenen a Microsoftque haga las cosas de otro modo. Incluso puede que par-tan la compañía.1 Pero en realidad no pueden hacer nadarespecto del monopolio de la mente compartida, a menosque agarren a cada hombre, mujer y niño en el mundo de-

1En 1999, el juez federal Thomas Penfield Jackson dictaminó que Mi-crosoft había incurrido en las prácticas monopolistas ilegales de las que sele acusaba, y ordenó una división de la empresa en dos firmas, una queproduciría el sistema operativo Windows y otra dedicada a programas deaplicaciones. En 2000, en respuesta a una apelación de Microsoft, el Tribu-nal Supremo de Estados Unidos anuló el fallo de ese juez federal y remitióel caso al tribunal de la juez Kollar-Kotelly. Después de tres años de asediojudicial, el nuevo gobierno del presidente George W. Bush, a través de suDepartamento de Justicia, ofreció una salida fácil a la compañía de Red-mond, renunciando a dividirla en dos y liberándoles de la obligación depublicar las especificaciones técnicas del sistema operativo, que hubierapermitido a terceros desarrollar aplicaciones en igualdad de condiciones.Muchos atribuyeron este cambio de actitud y la magnífica sintonía entreMicrosoft y la Casa Blanca a las suculentas contribuciones de campañarealizadas por Microsoft a los republicanos. [N. del E.]

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Mente compartida 153

sarrollado y los sometan a un largo proceso de lavado decerebro.

El dominio de la mente compartida es, en otras pala-bras, una cosa muy rara, algo que los creadores de las leyesantimonopolio nunca podrían haberse imaginado. Se pa-rece a uno de esos desquiciados fenómenos modernos deteoría del caos, algo relacionado con la complejidad, en laque un montón de entidades independientes pero conecta-das (los usuarios de ordenadores del mundo), tomando suspropias decisiones, según una pocas reglas elementales, ge-neran un enorme fenómeno (el dominio total del mercadopor una sola compañía) que no tiene sentido por ningúnanálisis racional. Tales fenómenos están llenos de puntospivotales ocultos y enmarañados con extraños bucles deretroalimentación, y no pueden entenderse: los que lo in-tentan acaban

1. Volviéndose locos

2. Rindiéndose

3. Desarrollando teorías desquiciadas, o

4. Convirtiéndose en consultores sobre teoría del caosmuy bien pagados.

Puede que haya una o dos personas en Microsoft lo bas-tante tontas para creer que el dominio de la mente compar-tida es una posición estable y duradera. Tal vez eso expli-ca alguno de los chiflados que han contratado en el sectorde negocios, los fanáticos que jueces enfurecidos constan-temente llevan a los tribunales. Pero la mayoría de ellosdeben de tener la inteligencia para comprender que fenó-menos como estos son desquiciantemente inestables, y queno se puede decir qué suceso extraño y aparentemente irre-levante podría hacer que el sistema pasara a una configu-ración radicalmente diferente.

Por expresarlo de otro modo, Microsoft puede estar se-gura de que el juez Thomas Penfield Jackson no emitirá unaorden para que se reprogramen sumariamente los cerebros

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de todos los habitantes del mundo desarrollado. Pero nohay modo de predecir cuándo la gente decidirá, en masa,reprogramar sus propios cerebros. Esto podría explicar par-te del comportamiento de Microsoft, como su política de te-ner reservas extrañamente grandes de dinero, y la angustiaextrema que les entra cuando aparece algo como Java.

Nunca he visto el interior del edificio de Microsoft don-de están todos los altos ejecutivos, pero tengo la fantasíade que en los pasillos, a intervalos regulares, hay grandescajas rojas de alarma atornilladas a las paredes. Cada unacontiene un gran botón rojo protegido por un cristal. Unmartillo de metal cuelga por una cadena junto a él. Encimahay un gran cartel que dice:

ROMPER EL CRISTAL EN CASO DE DESPLOMEDE LA CUOTA DE MERCADO

No sé qué sucede cuando alguien rompe el cristal yaprieta el botón, pero seguro que sería interesante averi-guarlo. Me imagino bancos arruinándose en todo el mundomientras Microsoft retira sus reservas, y paquetes de bille-tes de cien envueltos en plástico cayendo del cielo. Sin du-da, Microsoft tiene un plan. Pero lo que realmente me gus-taría saber es si, a cierto nivel, sus programadores respira-rían aliviados si la carga de escribir la Única Interfaz Uni-versal para Todo fuera súbitamente retirada de sus hom-bros.

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El meñique derecho de Dios

EN SU LIBRO La vida del cosmos, que todo el mundo debe-ría leer, Lee Smolin da la mejor descripción que he leídonunca de cómo nuestro universo emergió de un equilibriosorprendentemente preciso de diferentes constantes funda-mentales. La masa del protón, la fuerza de la gravedad, elámbito de la fuerza nuclear débil y unas pocas docenas másde constantes fundamentales determinan por completo quétipo de universo surgirá de un Big Bang. Si estos valoreshubieran sido incluso ligeramente diferentes, el universohabría sido un enorme océano de gas tibio o un nudo ca-liente de plasma o alguna otra cosa básicamente poco in-teresante —pura filfa, en otras palabras—. El único modode obtener un universo que no sea filfa —que tenga estre-llas, elementos pesados, planetas y vida— es calcular bienlos números básicos. Si hubiera algún ordenador, en algúnlugar, que pudiera escupir universos con valores aleatoria-mente escogidos para sus constantes fundamentales, porcada universo como el nuestro produciría 10

229 universosfallidos.

Aunque no me he sentado a hacer el cálculo, a mí estome parece comparable a la probabilidad de hacer que unordenador Unix haga algo útil entrando en un tty e intro-duciendo líneas de comando cuando te has olvidado de to-das las opciones y palabras clave. Cada vez que tu meñiquepulsa la tecla ENTER, lo estás intentando. En algunos casosel sistema operativo no hace nada. En otros casos borra to-

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dos tus archivos. En la mayoría de los casos simplementete da un mensaje de error. En otras palabras, obtienes mu-chas filfas. Pero a veces, si lo haces todo bien, el ordenadorrumia durante un rato y luego produce algo como emacs.De hecho, genera complejidad, que es el criterio de Smolinpara la propiedad de resultar interesante.

No sólo eso, sino que además parece que, una vez quevas por debajo de cierto tamaño —mucho más abajo del ni-vel de los quarks, al ámbito de la teoría de supercuerdas—el universo no puede describirse con la física que se prac-tica desde tiempos de Newton. Si se mira a una escala lobastante pequeña, se ven procesos que parecen de natura-leza casi computacional.

Creo que el mensaje está muy claro: en algún lugar fue-ra y más allá de nuestro universo hay un sistema operativo,codificado a lo largo de incalculables periodos de tiempopor algún tipo de demiurgo-hacker. El sistema operativocósmico usa una interfaz de línea de comandos. Se ejecu-ta en algo parecido a un teletipo, con montones de ruidoy calor; los bits introducidos revolotean a la papelera co-mo estrellas fugaces. El demiurgo está sentado frente a suteletipo, introduciendo una línea de comando tras otra, es-pecificando los valores de las constantes fundamentales dela física:

root@god:~# universe -G 6.672e-11 -e 1.602e-19 \-h 6.626e-34 --protonmass 1.673e-27....

y cuando acaba de escribir la línea de comandos, su meñi-que derecho titubea sobre la tecla enter durante uno o doseones, preguntándose qué va a pasar; luego cae —y el boomque se oye es otro Big Bang.

Ese sí que es un sistema operativo chulo, y si estuvieradisponible en Internet (libre, por supuesto) todos los hac-kers del mundo se lo descargarían enseguida y se pasaríantoda la noche enredando, escupiendo universos a diestroy siniestro. La mayoría serían universos bastante sosos pe-ro algunos serían simplemente asombrosos. Porque los queesos hackers estarían tratando de conseguir sería algo mu-cho más ambicioso que un universo con unas pocas estre-

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El meñique derecho de Dios 157

llas y galaxias. Cualquier hacker corrientucho podría hacereso. No, el modo de labrarse una gran reputación en Inter-net sería ser tan bueno con la línea de comandos que losuniversos desarrollaran vida espontáneamente. Y una vezque el modo de conseguir eso se convirtiera en un cono-cimiento común, esos hackers irían más allá, tratando dehacer que sus universos desarrollaran el tipo adecuado devida, tratando de hallar el único cambio en el n-ésimo lugardecimal de una constante física que nos daría una Tierra enla que, pongamos, aceptaran a Hitler en la Escuela de Be-llas Artes después de todo, y acabara como artista callejerocon curiosas opiniones políticas.

Incluso si esa fantasía se volviera realidad, sin embar-go, la mayoría de los usuarios (incluyéndome a mí mis-mo, algunos días) no querrían molestarse en aprender to-dos esos arcanos comandos, y pugnar con todos los fraca-sos; unos pocos universos fallidos realmente pueden ati-borrarte el trastero. Tras pasar un rato introduciendo lí-neas de comando y pulsando la tecla enter y engendran-do aburridos universos fallidos, empezaríamos a desearque hubiera un sistema operativo que fuera todo lo con-trario: un sistema operativo que tuviera la potencia parahacerlo todo: para vivir nuestra vida por nosotros. En es-te sistema operativo, todas las decisiones posibles que tu-viéramos que tomar habrían sido predeterminadas por as-tutos programadores, y condensadas en una serie de cua-dros de diálogo. Pulsando en botones de radio podría-mos escoger de entre opciones mutuamente excluyentes(HETEROSEXUAL/HOMOSEXUAL). Las columnas de cuadri-tos a tachar nos permitirían seleccionar las cosas que quisié-ramos en nuestra vida ((CASARSE/ESCRIBIR LA GRAN NO-VELA AMERICANA) y para las opciones más complicadaspodríamos rellenar cuadritos de texto (NÚMERO DE HIJAS:NÚMERO DE HIJOS).

Incluso esta interfaz de usuario empezaría a parecer tre-mendamente complicada pasado un tiempo, con tantas op-ciones y tantas interacciones ocultas entre opciones. Se vol-vería casi inmanejable —el problema del doce parpadean-te de nuevo—. La gente que nos la proporcionó tendría

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que proporcionar también asistentes y plantillas, dándonosunas pocas vidas por defecto que pudiéramos usar comobase para diseñar la nuestra. Lo más probable es que estasvidas por defecto le parecieran bastante buenas a la mayo-ría de la gente, de todas formas, así que les fastidiaría enre-dar con ellas por miedo a empeorarlas. Así que, tras unaspocas versiones, el software sería aún más simple: lo ini-ciarías y te presentaría un cuadro de diálogo con un únicobotón grande en medio etiquetado: vivir. Una vez pul-saras ese botón, empezaría tu vida. Si algo fuese mal, o norespondiese a tus expectativas, podrías quejarte al Departa-mento de Atención al Cliente de Microsoft. Si te atendieseun empleado de atención al público, te diría que tu vidaiba bien, que no le pasaba nada y que en cualquier caso irámucho mejor con la próxima actualización. Pero si insistie-ras, y te identificaras como avanzado, podrías hablar con uningeniero de verdad.

¿Qué diría el ingeniero, una vez hubieras explicado tuproblema y enumerado todas las insatisfacciones de tu vi-da? Probablemente te diría que la vida es una cosa muydifícil y complicada; que ninguna interfaz puede cambiareso; que cualquiera que crea lo contrario es un imbécil; yque si no te gusta que escojan por ti, deberías empezar aelegir por ti mismo.