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¿CÓMO VIAJAN LOS DUENDES? EDICIONEZETINA EFRAÍM BLANCO

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Para ustedes, este libro de minificciones del escritor mexicano Efraím Blanco

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Page 1: ¿Cómo viajan los duendes? Efraím Blanco

¿CÓMO VIAJAN LOS DUENDES?

EDICIONEZETINA

EFRAÍM BLANCO

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¿CÓMO VIAJAN LOS DUENDES?

EFRAÍM BLANCO

EDICIONESZETINA

DISTRIBUCIÓN ELECTRÓNICA GRATUITA

Ilustraciones de Víctor Castañeda Delgado

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PRESENTACIÓN

Daniel Zetina

En autor de este libro es un obsesivo, como

todo escritor. Deja volar libres sus ideas,

alimenta sus fantasías, recrea sus recuer-

dos, comparte sus desvelos, hace listas

como la anterior.

Efraím Blanco vive en un mundo poste-

rior al posmodernismo, como sus lectores,

pero es un hombre que no se conforma

con quedarse colgado de la brocha, des-

pués de que le quitaron la escalera, sino

que usa esa misma herramienta para es-

cribir metáforas, alegorías, fábulas.

Convencido de su oficio, busca el ma-

yor número de lectores posibles para los

animales narrativos que nos presenta en

esta ocasión.

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Agrada leer a una persona con sentido del

humor y que de pronto deja de pensar en el

público y se entrega a sus personajes y ficcio-

nes, hasta el punto en que por momentos pa-

rece levitar, lejos de la realidad.

Por fortuna, los duendes del autor no se

parecen a los cronopios ni a otras criaturas li-

terarias, hermosas sin duda pero que de tan

copiadas pueden caer en el aburrimiento.

Las decenas de minihistorias no parecen

tampoco haber salido de ningún taller literario,

más bien da la impresión de que fueron escri-

tas en la cocina, en el autobús, en la cama, en

la oficina.

Algún lector afín a Blanco quizás quiera re-

conocerse en alguna de ellas, con lo que este

libro cumpliría con el extraño fin del arte de

ser un espejo de la sociedad en la que surge.

Quizás, tal vez no.

Léalas, pues, y recuerde que, como lector,

usted tampoco tiene la última palabra.

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¿Cómo viajan los duendes?

Los duendes hacen política una vez al año, solo que le llaman La gran lucha y en ella, durante un mes, se lían a golpes hasta el anochecer.

Cuando Atlas se cansa, siete humanos vírgenes son los encargados de cargar al mundo sobre sus hombros. Es cuando tiembla. Pobres.

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Los monstruos llevan a cabo sus reunio-nes en noches de luna llena. El Hombre Lobo, contrario a lo que se cree, duer-me.

Un niño duerme con la luz encendida por miedo a los aliens. Su casa es como una vela que arde en el espacio exterior.

En planetas distantes, hay seres avan-zados tecnológicamente que lloran de melancolía. Lo han visto todo, menos el mar.

Los viejos de Roswell cuentan de cria-turas extrañas, cruzas de perro y alien, que mataban cabras. Las chupaban, di-cen.

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Los niños alienígenas dibujan a sus mas-cotas en papel. Por lo general pintan a los humanos de color verde. Curioso.

El fin del mundo ocurrió tal como se es-peraba. Luego comenzó, tal como se esperaba, con sus mismos fantasmas, terrores, caminos por seguir.

¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! Así gritan los duendes en sus funerales. En efecto, ya muertos gri-tan ¡ay! Lo que causa mucha tristeza en-tre los vivos...

El mago pensó en sus últimas palabras, pero el mordisco le arrancó medio cuer-po en un instante. Abracadabra, dijo el gnomo.

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Las hadas son una plaga que carcome las escobas de las pobres brujas. Pobres de las que vuelan, sin limpiar bien esa peste.

Poco se sabe de los métodos de tortura de los duendes. Se sospecha que gustan de tener sexo frente al acusado. Esos es-candalosos.

El juego se puso interesante cuando los cíclopes comenzaron las apuestas. Los humanos, en sus jaulas, temían el “pago por ver”.

La tierra de los gatos gigantes era todo lo que esperaba. Él, un pobre e inocente ratón enano.

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Anuncian al nuevo encargado de la Se-cretaría de Relaciones con los Duendes. Otro medio humano color gris. Conster-nación en redes sociales.

Las apuestas del Fin del Mundo comien-zan en Las Vegas. Un tal Santa, tres duendes y un reno apuestan alto a que sí llegue. ¡Qué hueva!, dicen.

Entonces, de pronto, se encuentran al gigante que habían dejado atrás.

—¡Ah, chingá! —dicen los explora-dores, antes de ser devorados.

Hay tiendas donde venden fines del mundo, apocalipsis y otras baratijas. Los hay en diferentes versiones. La más ba-rata es el suicidio.

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Lo que sueñan los sueños tiene que ver con las cosas que les pasan cuando es-tán despiertos. Aunque sean sueños. Se visten, trabajan, viven.

La verdad es que Indiana Jones nunca libró aquella gran roca rodante, que lo aplastó en la cueva, pero su fantasma sigue buscando aventuras.

La novedad no es que llueva, sino las ciudades que están cayendo como ma-res en las banquetas de la ciudad. Allí viene otra, parece New York.

Cuando habla de locos, el orate se re-fiere a esos señores de bata blanca que deambulan por los pasillos, buscando a quién molestar.

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—El mundo se ha vuelto loco —piensa el viejo Atlas, que arroja esa calurosa bola de fango fuera de la galaxia. Allá vamos. Todo vibra. Adiós.

Viajó en el tiempo tantas veces que per-dió la cordura. Consiguió trabajo en la Santa Inquisición, leyéndole sus dere-chos a las brujas.

El suspenso del siguiente paso: concre-to, césped o un hoyo negro. Es preocu-pante viajar en el tiempo.

Hay mundos sin mares, balas, pastillas, precipicios o rascacielos. Allá la gente se suicida quedándose parada, deteni-da, vestida de gris.

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En ese planeta de cerros coloridos tam-bién hay marrones y azules, pero el co-lor se nota más cuando se camina entre ellos. El boleto es caro.

La tristeza es como los cerros de un pla-neta que todavía no han descubierto: amarilla. Tan roja como sus mares. Y azul como sus tres lunas.

Envía “Nostradamus” al 571111* y reci-be cinco cuartetas de prodigiosas visio-nes del fin del mundo y un calendario de regalo. *Aplican cargos.

Alcé la vista y no vi a los Jinetes del Apo-calipsis; pero sí los escuché, eran cuatro y sus bramidos eran tan temibles como pitidos de Nextel...

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Nos quejamos de los lunes sin saber que existía un día Alfa, el primero, que de tantas quejas se eliminó de todas las semanas, para siempre.

A veces sueño con sonidos; esos seres diminutos que nacen con una canción, viven en ella y mueren con la última nota, siempre en agonía...

¿Duendes en Twitter? ¿Quién dijo eso? ¿Prender cuál luz? ¿Quién es usted? ¿Quiénes son ustedes? ¿Duendes en Twitter? ¿Quién dijo eso?

Los lunes los duendes suelen ir a tera-pia. Cuentan sus problemas y destapan las viandas con restos humanos que lle-varon para almorzar.

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Los viajeros se reparten el tesoro de las migajas del tiempo. Son esquirlas que brillan en la noche y desaparecen para encontrar nueva luz.

Lo malo de sentir tantas mariposas en el estómago es que cada día se elevaba más y más, hasta que se perdió en al-gún lugar del cielo.

Hay duendes que se mueren de amor. Cuando el corazón se les rompe, su cuerpo se desvanece poco a poco. Son una luz, que brilla a veces sí...

Los zombis se cansaron de buscar cere-bros y comenzaron a cosecharlos. Lue-go a comerciar con ellos, guardarlos en bancos, ver TV...

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—Todo se lo debo a mi mánager —ex-plicaba el campeón a San Pedro, que no sabía cómo explicar...

El payaso corría por toda la casa bus-cando algún refugio. Los niños, con cu-chillos en las manos, acechaban al grito de: ni uno más.

Hacían el amor cada que sus jefes mira-ban hacia otro lado. Ella soñaba con el cielo, él tan solo con no regresar nunca al infierno.

Cuando bajaron las escaleras encontra-ron la puerta principal abierta. Las hue-llas de niños, interminables, no dejaban de aparecer...

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La gran guerra interplanetaria ocurrió por un error del embajador: en las Plé-yades la alfombra roja marca el camino hacia la muerte.

El asesino mira a la calle a través de una pantalla de televisión. Tiene miedo a la gente. Por eso decide matarlos uno por uno...

Los invasores llegaron a la tierra en una tormenta de octubre. Eran diminutos. Temibles. Acorazados bajo brillantes gotas de lluvia.

En realidad, el Santo moría a manos de sus enemigos con una pasmosa facili-dad. Era alérgico a la plata. Su doble, al menos.

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Cuando miró hacia arriba entendió de qué hablaban aquellos hombres en la cantina: “luces blancas”, “ruido”, “ver-des”, “no salgas...”

El nuevo campeón mundial piensa en Iván Drago, en ese viejo rival que se muere de viejo en Siberia, donde cuen-ta historias de cuando alguna vez...

A cada oportunidad, los duendes siguen al conejo blanco. Luego lo atrapan y lo cocinan con deliciosas yerbas silvestres. El tiempo vuela...

Los duendes sueñan con tazas de café que vuelan. Ardientes naves impulsadas a vapor, que vierten justicia en las gar-gantas de los humanos.

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Los duendes de ciudad corren un poco más despacio que los de campo. Les pasa por glotones, creo. Y por esa ma-nía de arrastrar los pies.

Blues para que los duendes no moles-ten a estas horas; que suelen despertar apenas, y desayunar humanos que usen pantalones de mezclilla.

De lo que más se muere la gente es de la espera. De los nervios que los enve-jecen. De la alegría (o tristeza) que los empequeñece al final.

La máquina de la muerte estalla en lla-mas y mata a sesenta y tres clientes. El papel de cada uno decía: muerte por in-esperada ola de calor.

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El técnico encargado de aceitar la má-quina del tiempo se muere de envidia. También quiere sentarse y morir, desin-tegrado. Pobres diablos.

Nació con miedo a las nubes. Moría de miedo incluso ante esas pequeñas nu-becitas de color rosa, hechas de dulce, con un palo para llevar.

Cuerpo cortado: síntoma eterno de la esposa del aprendiz de mago.

Se vende máquina de clonación bien cuidada. Tiene un pequeño defecto con la copia de personalidad. Se incluyen clones bipolares de regalo.

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Los tristes vampiros que se han jubilado miran telenovelas todo el día. Es iróni-co, piensan. En el mundo, solo quedan alrededor de 132.

El nuevo hombre llegó a la nueva tie-rra y le sugirió a la nueva mujer un par de nuevos pecados. El nuevo Dios dijo “¡Carajo!”, de nuevo.

Dejó los zapatos para que nadie siguie-ra sus pasos. Su sombra, confundida, echaba al suelo migajas de pan.

Los monstruos no existen. Repetía para sí mismo Luis, arrastrado a la coladera por un payaso infernal.

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Hay días que las revoluciones alcanzan a todos. Los zapatos, vibrantes, urgen al dueño la hora de salir.

Su espíritu llegó antes. Desde entonces, en los baños de la ciudad, se rentan za-patos para almas desbocadas.

El truco resultó de lo más exacto para el viejo mago y desapareció. Su sombra, sin embargo, seguía ahí.

Los duendes tienen prohibido mentir en viernes. Así que en la calle se gritan desdichas, verdades, herejías y obsceni-dades. Todo se perdona.

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Las grandes migraciones de duendes ocurren siempre en años pares. Es pre-ocupante, sin embargo, que la anterior aún siga ocurriendo.

El primer candidato duende fue muy breve. El segundo también. El tercero aún más. El cuarto, tan breve, no alcan-za a subir al escenario.

El proceso político de los duendes es sencillo: destierran a los candidatos. Luego todos juntos deciden hacia qué dirección mover la aldea.

Nostradamus soñaba una gran red que derribaba reyes en el futuro. Una tela-raña enorme llena de gritos y letras que no era capaz de entender.

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La verdadera tristeza escurre desde la espalda y se convierte en sudor. Los mé-dicos, silentes, ignoran el sufrir de los pobres deportistas.

Los meteoritos se extinguieron el día de la caída de un gran dinosaurio que vino desde el cielo. Los sobrevivientes soña-ban con la venganza.

Narcominificción: Contempló la escena del crimen y lloró; al fin había matado a todos sus enemigos, ahora la vuelta a casa sería tan triste.

El viejo Da Vinci dejó de probar sus pro-pios inventos tras el fiasco del helicópte-ro de madera. Ahora jugaba en inofen-sivas redes sociales.

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El gigante asoma desde su casa flotante en las nubes. Piensa seriamente en el suicidio, pero es inmortal. ¿Y ahora? Si-gue mirando su Aleph.

Un gato reniega de los malos hábitos de su amo. Le roba el alma —un poco— cada noche y luego se pone a pensar con qué demonios llenarlo.

En ese librero las cosas no podrían estar peor: es una guerra de hojas encuera-das volando por doquier y algunas pas-tas erectas sin pudor.

Un rey pequeñísimo gobierna un país donde nadie lo quiere. Cada diez años hace una consulta y es reelegido. No entiende a los gigantes.

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El profeta escribió que un día los pobres humanos no podrían escribir más allá de 140 letras. Luego vendría el infierno, a menos, claro, que…

El fantasma de Indiana Jones corrió a través del laberinto y esquivó con auda-cia las antiguas trampas. Una vez afue-ra, lloró.

Todavía suenan los gritos de los duen-des que se quedaron atrapados en el elevador. Murieron de miedo con el es-pasmódico descenso al piso dos.

De entre el polvo salen los duendes. Lo bueno que seguimos vivos. Seguimos. Dijo el gigante, que pensaba si dar el siguiente paso o no.

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Eso que viene dando vuelta a la esqui-na es un monstruo conocido. Pensó Mr. Hyde.

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Efraím Blanco Egresó del Diplomado en Creación literaria de la Escuela de Escritores Ricardo Garibay del Estado de Morelos. Es-tudió Letras Hispánicas en el CIDHEM. Publicó en poesía El alma de las cosas e Imaginando sueños y en cuento Estos pequeños monstruos y Absurdos. Ha aparecido en diversas antologías. Ganó Juegos Florales Cuernavaca 2010 en poesía, con Los que amasan la tierra. Dirige la editorial independiente Lengua de Diablo. En 2012 ganó el XI Premio Nacional de Cuento Juan José Arreola con Dios en un Volkswagen amarillo.

Víctor Castañeda Delgado Estudió en la Escuela Profesional de Iniciación Artística del INBA y en el Centro Cultural ENEP Acatlán. Participó en diversas exposiciones colectivas e individuales. Incur-sionó en la docencia de artes plásticas. Emplea diversas de técnicas como dibujo, escultura y [email protected]

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Edición única • Marzo de 2014

©

Efraím Blanco, Víctor Castañeda Delgado, Daniel Zetina©

EdicioneZetina, diseño editorial

Los derechos patrimoniales de los textos pertenecen a los au-tores, quienes son responsables de la originalidad de su obra. No pueden reproducirse sin la autorización de los mismos.

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¿CÓMO VIAJAN LOS DUENDES?Se editó en marzo de 2014

Se aprovechó la tipografía Futura Md BTLos folios se compusieron en 12 pts

Alabado sea el cuento virtual

EdicioneZetinano es una editorial independiente