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En una primera consideración superficial-"de las cosas, la distinción de Sociedad y Comunidad inter- nacional carece de toda trascendencia. Ambos términos se aceptan, tanto en la doctrina como en la práctica in- ternacionales, como ambivalentes y expresivos de una misma realidad, y podría por ello despertarse aquí la sospecha de que el esfuerzo dif erenciador no representa sino una sutileza dialéctica exenta de valor y eficacia práctica. Las cuestiones terminológicas, no obstante, cuando ao son impulsadas por un simple prurito polémico o un afán ergotista, poseen un valor que en modo algu- no es despreciable. La palabra es, en último extremo, el único medio que tenemos los humanos para expre- sar la comprensión de las cosas, y ante toda oposición, o, mejor, distinción terminológica, habrá que exami- nar, para que recaiga después juicio sobre su impor- tancia, si la distinción se apoya en una previa y real diferencia conceptual; que es el caso en que pensamos encontrarnos con respecto al tema presente. Por pobres que sean los conocimientos y datos qué sobre las relaciones internacionales se poseen es di- fícil no llegar a adivinar en ellas un especial modo

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Page 1: Comunidad internacional y Sociedad internacionalCOMUNIDAD INTERNACIONAL Y SOCIEDAD- INTERNACIONAL •que prblifera proteicamente en multitud de .formas, se •informa distintamente,

En una primera consideración superficial-"de lascosas, la distinción de Sociedad y Comunidad inter-nacional carece de toda trascendencia. Ambos términosse aceptan, tanto en la doctrina como en la práctica in-ternacionales, como ambivalentes y expresivos de unamisma realidad, y podría por ello despertarse aquí lasospecha de que el esfuerzo dif erenciador no representasino una sutileza dialéctica exenta de valor y eficaciapráctica.

Las cuestiones terminológicas, no obstante, cuandoao son impulsadas por un simple prurito polémico oun afán ergotista, poseen un valor que en modo algu-no es despreciable. La palabra es, en último extremo,el único medio que tenemos los humanos para expre-sar la comprensión de las cosas, y ante toda oposición,o, mejor, distinción terminológica, habrá que exami-nar, para que recaiga después juicio sobre su impor-tancia, si la distinción se apoya en una previa y realdiferencia conceptual; que es el caso en que pensamosencontrarnos con respecto al tema presente.

Por pobres que sean los conocimientos y datos quésobre las relaciones internacionales se poseen es di-fícil no llegar a adivinar en ellas un especial modo

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AXTONIO POCII Y G. BE CAVIEDES

de ser y de producirse. Sorprende, a primera, vistan-sil inestabilidad, en contraste con la relativa perma-nencia de otras relaciones' de tipo social como las dela familia, y aun las del Municipio y del Estado; loefímero'de sus convenciones y el quebrantamiento de-masiado frecuente de los principios en que se asientan.Todo provoca una peculiar manera de ser del orden,internacional, y, como reacción explicable, aunque nojustificada, se viene a desembocar en la noción negati-va de su inexistencia, considerándola como una estrictarelación de fuerzas, ni siquiera compensadas y armóni-cas, como en el mundo de la naturaleza física, sino des-atadas y hostiles.

La opinión de los hombres-de Occidente ha fluctua-do, con excesiva frecuencia en las últimas décadas, de-un optimismo excesivo respecto a la realidad y al por-venir de las relaciones internacionales, aceptando sin:

• reflexión el sueño mesiánico de la paz perpetua, es-peranza que se insufló en las mentes con el procesoginebrino agotado en 1939, al pesimismo más pavo-roso y desolador en orden a las posibilidades de una.normatividad internacional. En cierto modo, estos vai-venes son propios de todo lo humano porque se nu-tren como el hombre de esperanzas y desengaños, perosin duda ningnna en el orden internacional los caracte-res de inestabilidad -—dé fragilidad institucional diría-mos— se presentan con rasgos más acuciantes y agi-gantados. Algo específico tiene que darse, pues, que per-mita éste su desasosiego y caducidad institucional y nor-mativa, tan contraria a las tendencias a lo estable quetodo orden humano plantea y reclama.

La tesis que considera el orden internacional como

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COMUNIDAD INTERNACIONAL Y SOCIEDAD INTEÍtNACXOXAL

Comunidad tiene en su apoyo toda tina larga tradicióncientífica y es presupuesto constante del pensamientoescolástico ius-naturalista. Es difícil luchar con unatradición que constituye una communis opinio para to-dos los que no sustenten una postura netamente positi-vista, a la cual, desde luego, no nos adherimos. Seacepta el término de Comunidad como inconcuso, sindetenerse a meditar si coincide, si se puede connotaro no, con lo que .efectivamente se desprende de los datosobtenidos en un examen desapasionado e imparcial delas relaciones internacionales. Y, aparte de ciertos pre-juicios de escuela que cooperan a la perseverancia enel error, no entra menos en su producción. el alarde-de un descarriado idealismo.

Ente los males que aquejan al pensamiento moder-no, no se halla sólo el de un pseudo-realismo, que brotaal calor de la empiria positivista, sino también el deun no menos falaz y desgraciado idealismo, que, ini-ciado con la via modernorum de Guillermo de Oceam,.fortalecido por Renato Descartes, hecho fibra del pen-samiento con el criticismo kantiano, encamina losespíritus hacia una idealidad irreal y hacia un mun-do de sombras como el de la caverna platónica. Hayque huir de ambos extremos, de ambos Scilla y Ca-ribdis de la ideología occidental, representados porun empirismo torpe y ciego para las.realidades ideales

> y un idealismo desprendido de la realidad de los he-chos, y, en este caso, de aquellos que se manifiestanen las relaciones internacionales.

Ese idealismo no ha hecho, por otra parte, másque servir a los que dominaban el mundo por mediosmateriales; pues la ciencia, al refugiarse en las regio-nes de la abstracción, ha abandonado el campo de

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las realidades mundanas y" se ha hecho totalmenteínactuante. Patente está aún el fenómeno en la esferainternacional, donde las bellas utopías doctrinales, arre-batadas en el afán de un bien intencionado peromalhadado idealismo, han dejado el terreno libre apragmatismos políticos de todo género y no han tenidola menor influencia en la canalización del vivir con-junto de los pueblos. Confesemos, pues, para la buenacomprensión de lo que se va a decir, que somos idealis-tas sí con eso se quiere indicar que no- incurrimos enlos errores y dislates del positivismo, y que reconocemosla realidad ideal como realidad del mundo del espíritu-en todas sus gradaciones; pero este idealismo no ha dehacernos renunciar, antes al contrario ha de forzarnoscon nuevo vigor, a-una apreciación objetiva y a un re-conocimiento de los hechos. Lo cual .quiere significar•que nos confesamos y pretendemos ser, dentro de lamedida de errores que todo pensamiento humano impli-ca, realistas en el más pleno sentido.de la palabra; dadoque el realismo es el respeto al ser en sus múltiplesmanifestaciones.

Creemos percibir un rescoldo de este criticado pseu-<lo-idealismo en la. aceptación sin reservas, por unagran parte de la doctrina, del término Comunidad apli-cado a las relaciones internacionales. Se acepta comoexistiendo aquello que se desearía ver reflejado en loshechos; no deteniéndose a meditar sí los deseos seven acompañados por los mismos o son construccionesen el vacío. El deber de todo ser pensante, sin embar-go, es apreciar primero las cosas como son, o en laforma más aproximada posible a su ser, y sólo mástarde se podrá emitir una interpretación válida deellas. Los términos altisonantes de Comunidad in-

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ternacional, y sus congéneres de Familia de las Na-ciones o Gran Hermandad de los Estados, son, por .elcontrario, puestos en circulación sin que se vean apun-talados por una consideración meditada y auténtica delas relaciones internacionales. Se hace difícil cohones-tar el concepto que tenemos de la comunidad familiarcon esa Family of Natíons, que postulan los autores,británicos, especialmente, como término paralelo y quecoincide con el más generalizado de Comunidad interna-cional. La Familia de las Naciones no sólo no posee lapatria potestad —pues al fin y al cabo es posible suponer-formas familiares, y de hecho las hay, no sostenidas je-rárquicamente—, sino que .son inexistentes en ella —yesto sí que resulta indicativo—• los hilos éticos que te-jen la' institución. Es una familia tan extraña; estade las naciones, que sus miembros no se comportancomo hermanos, ni siquiera como parientes o amigos.Y sólo podremos aplicar el término de familia a las re-laciones inter-estatales, o privando a aquél de todo suvalor y significación usual,-y si se quiere natural, omixtificando éstas, atormentándolas para que encajenen los confines éticos, jurídicos y culturales de la ins-tución familiar, desprendiéndolas de su verdadera rea-lidad y transmutándolas de modo artificioso. Las. mis-mas o parecidas reflexiones podrían recaer sobre eltérmino de Hermandad de los Estados, también apli-cado, aunque de manera menos frecuente, a las rela-ciones de la vida internacional; coadyuvando, por otraparte, a esta obnubilación respecto a la imagen real delas relaciones internacionales, tal como se dan y pro-ducen en el mundo de hoy, la presencia rememorativade su modo de acaecer en el pasado que, al superpo-nerse, desdibuja los perfiles.

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En el desarrollo que subsigue se pueden distinguirdos partes perfectamente diferenciables, aunque en sufinalidad • no se opongan, sino, al contrario, tiendana un mismo logro, que es el de clarificar conceptual-mente el orden internacional que vivimos. La primeraposeerá, un carácter abstracto y estático, pues se tra-tará de penetrar y describir las categorías sociales afin de orientarnos en lo que se refiere a la vida inter-nacional; la segunda ofrecerá, por el contrario, un as-pecto dinámico y concreto de la vida internacional deOccidente. Se pretende, pues, elaborar medidas y con-ceptos y en segundo término examinar su vivencia,su existencia o inexistencia en el tiempo y en el espacioreal de la Historia.

Antes de nada es necesario, para llenar el fin quenos proponemos, verificar 'una introspección que seaa la vez remoción en el campo de las relaciones socia-'les. La vida social humana, ¿se ofrece siempre bajolas mismas formas, o es, por el contrario, multiforme ?,o, proponiendo la pregunta desde otra ladera del pro-blema y que lo penetra más, ¿dado que se presente bajoformas distintas, no se diferenciarán éstas sino en suextensión, en la cantidad de sus elementos, o hay di-ferencias cualitativas que las ordenan y matizan, sinnegar por ello su radical condición común de ser- hu-manas ? De la respuesta que demos a estos interrogan-tes depende la aceptación o refutación de lo que va aseguir.

Toda la vida social constituye, sin duda, una uni-dad, porque toda ella es producida y vivida por elagente humano; pero no es menos cierto que esta uni-dad última, que coincide con la de la especie, no esen modo alguno una unidad unívoca y compacta, sino

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•que prblifera proteicamente en multitud de .formas, se•informa distintamente, y aquéllas matizan de modopolicromo el hecho de la convivencia. Negar en aras•de la unidad última de lo social, como dimensión cons-tante de la especie humana, toda la rica gama en quese proyecta el convivir, es un procedimiento en suma•cómodo,' pero no aconsejable ni fecundo por ser eminen-temente iconoclasta y devastador. Acontece con estaúltima unidad de lo social, a la cual se le puede darel término omnicomprensivo de Sociedad, lo que con-el concepto generalísimo de Ser en Ontología, que•es término último, substratum sobre el que debe repo-.sar toda forma de ser concreto, pero, por lo mismo,grandemente 'indiferenciado,- carente de especificacio-nes y necesitado de límites que lo concreten y catego-.rías que lo nutran: de otro modo, este Ser absoluto-sólo se puede oponer válidamente a la Nada' absoluta.'

En términos más estrechos sucede lo mismo con el•vocablo Sociedad, tal como es interpretado corriente-tnente. Por ser omnicomprensivo, es indiferenciado.Con él no se nos da nada concreto de lo que acaeceen lo social, sino la base, eso sí necesaria, de concrecio-nes posteriores. Cualquier relación humana cabe den-tro de él; desde la económica a la jurídica y desde laprivada a la internacional. Este concepto incluso saltalas fronteras de lo humano, y aunque no sea más quepor analogía nos es permitido hablar, y de hecho así lohacemos, de sociedades animales f traspasando, asi-mismo, los límites del mundo, podemos referirnos a laSociedad celeste y a la Comunión de los santos. Sesiente la necesidad de penetrar este dilatadísimo mun-do de lo social, comprendido en el vocablo Sociedad, porcoordenadas mentales que faciliten su estudio; poblar-

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lo categorialmcntc, o rodearlo de un círculo equinoccialde categoremas, que permitan la captación distinta delas realidades concretas en que plasma lo social.

El primer trazo que nos3-es dable dibujar en esta in-. mensa flora de lo social es el de Comunidad y So-ciedad. Ferdin'and Tónnies trabajó los términos de So-'ciedad y Comunidad distinguiendo un concepto gené-rico de Sociedad, dentro del cual aparecen, a su vez,como conceptos específicos, los de Comunidad y So-ciedad ; pero ya esta última no coincide con su primeraacepción, como concepto general, sino de la maneraen que la especie corresponde al género ( i ) . Hoy losconceptos de Sociedad y Comunidad,son de los-másrica y ardientemente elaborados por la doctrina, es-pecialmente por el.pensamiento germano. Es de desta-car a este respecto la labor- de Max Scheler, que, alo largo de numerosos escritos, ha despejado- con ní-tida limpidez ambos términos, y las precisiones de la.obra, scheleriana son recogidas y seguidas en nume-rosos pasajes de este artículo. Aceptamos, pues, y par-timos de esta diferencia conceptual que tiene la ven-taja, como la tenían en otro tiempo las terminologías-escolásticas, de estar clarificada y escrutada por unlargo laboreo especulativo en torno a ella (2).

(1) Un estudio riguroso sobre los conceptos de Comunidad y So-'ciedad requeriría la consideración adecuada á su vez de los de Unidad,Persona y Organización, por ser ellos el tríptico ideológico dentro • decuyos límites juega la Sociedad en sus diferentes aspectos. Tal consi-deración, como muchas otras, no, puede ser ni siquiera rozada en untrabajo de este carácter.

(2) Sin embargo, no hacemos cuestión cerrada de está4 terminología.En el año 1941 un joven intemacionalista griego, Panayes Papaligouras,presenta en el Instituto de Altos Estudios Internacionales de la Uni-versidad-de Ginebra una notable tesis doctoral con el título, de "Tfaeoriede la Société Internationale". En esta obra, en la que hay aciertos evi-

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COMUNIDAD INTERNACIONAL Y SOCIEDAD INTERNACIONAL

Procuraremos ahora apretar en poco espacio y enu-merativamente la caracterología y categorías distinti-'vas de Comunidad y Sociedad:

i.° Mientras que la Comunidad es siempre unaunidad natural y espontánea (3), la Sociedad es tinaunidad en cierta manera artificial. En la Comunidad,lógica y" cronológicamente coincide la vida conjuntacon la vida del individuo. No se puede pensar en unavivencia plena del individuo sino al unísono de la con-vivencia grupal. Separar o escindir supondría siem-pre mutilar, y además una deshumanización sí la Co-munidad lo es de individuos-hombres (4). En cambio,en la Sociedad, aunque cronológicamente coincida elorto individual con el grapaí, no se da exigencia ló-gica de vivir conjunto (hay, eso sí3 exigencias prag-máticas)'. Entre los socios de la Sociedad el vivir de-cada uno precede lógicamente al convivir. Vive pri-mero el ente social, o, mejor, societario, por sí y para

dentes de intuición y trabajo científico, y en la que se pretende unasíntesis, no siempre lograda, del criticismo kantiano y la otitologia.escolástica, se propone para nuestro problema la sustitución de lostérminos de Comunidad y Sociedad por los de Sociedades homogéneasy heterogéneas. Como' no nos aferramos a la terminología, ni la hacemoscuestión de principio, confesemos que muy "bien podrían ser aceptadas-estas denominaciones en lugar de las precedentes, y que, si utilizamoséstas en vez de aquéllas, es por las razones antedichas de ser términosmás trabajados y haber alcanzado un más vigoroso perfil doctrinal.

(3)' Esta división que se opera entre la Comunidad y la Sociedadno es la única que pueda realizarse. La tipología de lo social no se agotacon ello, pues el ser siempre es multiforme; aias para el propósito quenos proponemos se cree suficiente aquella fundamental división.

(4) Es en este sentido, sin duda, en el que Aristóteles denomina.al hombre ser político. Pervertido el pensamiento por la ideologíaasociacionista y empirista, que tomada como principio es desquiciadorade todo modo de ser, se ha interpretado la* fórmula ^aristotélica del hom-bre ser político como una posibilidad, como una potencia de ser, cuandoes ser inalienable, dimensión constante del ente humano.

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sí, y sólo en segundo término se decide de una ma-nera consciente y reflexiva a trabar su vida con la desus semejantes.

2." De lo dicho se colige y se puede afirmar quemientras la Comunidad es una manera de ser para elente en ella incorporado, la Sociedad es una manerade estar. Se es, y en este sentido" se pertenece a la Co-munidad; se coloca, se adhiere uno, reflexiva y cons-cientemente, en la .Sociedad (5). En la Comunidad elente social (6) es miembro, se produce lo que antes de-nominábamos una incorporación, y tanto causal comoideológicamente cada miembro se halla determinadopor el todo unitario. Sirva como bello ejemplar de lo

(5) NTo se interprete io dicho en el sentido de que en la Comu-nidad no pueda existir una reflexión- y una consciencia sobre la mismay sobre el hecho de su pertenencia a ella. Precisamente una Comuni-dad ganará en riqueza de contenido si hay una reflexión del ser sobresí mismo representado por sus miembros. Lo que. querernos hacerconstar es: a) que en la Comunidad la pertenencia a ella se verificapor unión espontánea y no reflexiva, y esto no sólo es posible, sinonecesario, para tina gran parte de los miembros que la integran (piénseseen los muchos seres incorporados a la Iglesia católica, paradigma deComunidades, que viven comunitariamente en la fe de la Iglesia yencuentran en ella su camino de salvación sin otros recursos reflexivos

. -que lo que vulgarmente se llama la fe del carbonero); b) que la re-flexión de la Comunidad por sus miembros nunca puede atentar ni a'su contenido esencial, ai a sus límites, sino que se reduce a comprendery explicar aquél y que no se puede, por tanto, poner como objeto dedecisión el hecho de la pertenencia o no pertenencia a ella, ya queesto se halla de antemano radicalmente decidido.

(6) No sólo el hombre puede agruparse en Comunidad, sinoque las mismas entidades sociales, como participantes de la esenciahumana, pueden a su vez engranarse en comunidades superiores. Estasson las oommunitas cotnmMmtatum del pensamiento escolástico, y sobreeste tipo debería organizarse la Comunidad internacional caso dé existir.La misma aclaración es válida para las Sociedades que asimismo pueden•constituirse escalonadamente; y también un grupo de Comunidades cons-tituir una Sociedad superior, aunque no viceversa. Por lo tanto, al hablarde ente social, lo hemos de entender en el sentido amplio de ser susceptible•de entrar en relación social, no en el sentido concreto del hombre.

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COMUNIDAD INTER3TACIONAI. Y SOCIEDAD INTEMACIONAL

•dicho el Corpus Mysticum cristiano en sus dos vertien-tes de Ecdessia y Respublica Christiana. Por el contra-rio, en la Sociedad la calidad de miembro es inexistente,no dándose sino la de parte, pudiéndose siempre supo-ner, hipotéticamente,'-la secesión de una de las porcio-nes del todo societario. • • •.

3.0 En la Comunidad, cuando no es del tipo delas Comunidades vitales que para nuestro estudio no

• interesan, los elementos inmanentes son piezas arqui-tecturales. Su ontologia es simétrica y orgánica; nohay suma de elementos, sino integración, y esto noocurre en el ontos de la Sociedad (7). Por eso la Co-munidad es simbólicamente monocef álica, mientras queel símbolo de la Sociedad es la hidra (y sea entendidoesto sin sentido peyorativo alguno). Debido a lo cualla forma constitutiva' que plasma la materia social enunidad comunitaria es una ley jerárquica de distribu-ción, y esta forma es, por el contrario, en la Sociedadla convención conmutativa.

4.0 . En la axiología de la Comunidad, pues todaforma social emprende la realización de valores, pri-man los valores unitivos: la belleza, la verdad, la jus-ticia, la santidad; en una palabra, el Sumo Bien. Sonvalores unitivos en el sentido de que exigen a la parconvergencia y altruismo en los agentes sociales a suservicio. Todo el cuerpo moral comunitario se hallaradicalmente en función de esos valores, y con él todosy cada uno de sus miembros. Así, la santidad de losmiembros de la Iglesia de Cristo se integra en la San-tidad de la Iglesia misma como Cuerpo Místico, y esta

(7) ISTo ocurre cabalmente, porque la Sociedad se ordena en un plano•de igualdad, mientras que la Comunidad .se eleva en un plano de jerarquíay no de simple yuxtaposición.

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Santidad, a su vez, se derrama y difunde en cada uno •de sus miembros, cerrándose en un ciclo constante. Losvalores que priman en la unidad Sociedad son, por elcontrario, valores divergentes. Hay o existe «na tras-posición en la tabla jerárquica de los mismos, predo-minando no el bien, la belleza o la santidad, sino loútil o- lo agradable. Mientras aquéllos se instrumen-tan por la virius, éstos se actualizan a impulsos de1& jnecessitas. No existe, corno en el caso de la Comu-nidad, aquella difusión o ciclo descrita, y si bien reali-zados en conjunto, sólo aislada, individualmente sonaprovechables. De. esta'distinción en el modo de serde la Comunidad y de la Sociedad respecto a los valo-res se deduce una diferencia en el cumplimiento de losfines, como acertadamente escribió Antonio deLuna (8), pues el cumplimiento' de los fines en la So-ciedad es paralelo, pudiendo coincidir o no en esteparalelismo, nunca convergente, como sucede en el casode la Comunidad.

5-° Esta diferencia en la primacía de los valoresrespecto de ambas formas sociales es causa de que enla Comunidad prime lo ético sobre lo jurídico, en elformato ético-jurídico que toda organización social en-traña —como también era la virtud la principalmentellamada a actuar su :orden—; mientras qué en la Socie-dad es lo jurídico, bajo la predominante expresión delo legal, la nota que domina —corno era asimismo la ne-cessitas el origen de su moción™. Y no es que la Co-munidad pueda pasarse sin un orden legal, que estoa ninguna clase de organización humana le es permitido

(8) España, Europa y la Cristiandad. REVISTA DÉ ESTUDIOS. POLÍTICOS,,vol. V. .

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COMUNIDAD INTERNACIONAL Y SOCIEDAD LSTESKACIONAL

SÍHO tan sólo que los motivos dominantes son éticosen un caso y legales en otro. Si nos • detenemos a exa-minar una institución .como el matrimonio, por ejem-plo, resalta claramente lo expresado. Es el matrimo-nio, sin duda, un contrato, pero a este plano legal sesuperponen otros, porque el matrimonio es, al mismotiempo, base de la institución familiar, e instituciónfamiliar por sí mismo, y elevándose en el credo cató-lico a sacramento se hace beneficiario de la gracia yalcanza caracteres inconmovibles. Si analizarnos la teo-ría de estos distintos estadios de la institución matri-monial, que no son incompatibles sino que-pueden re-solverse unitivamente, comprenderemos el proceso quesepara la Comunidad de la Sociedad. El matrimoniono descarta la formulación legal en su forma religio-sa, pero la subordina de tal'manera que el contrato,sin desaparecer, se convierte en una mera resultante yse hace perpetuo, aunque la perpetuidad repugne lafisiognómica contractual. La institución familiar, quequeda suspendida entre el. sacramento y el contrato, seinclinará hacia el polo sacramental, y debido a esto-serán los lazos éticos los predominantes, no surgiendolo jurídico, sino como un rigor último que es a la vezapoyatura y expresión de la ética matrimonial. Si, porel contrario, predomina la forma legal hasta agostarla forma religiosa, y aun la ética, pues estos son pro-cesos sucesivos, el matrimonio adquirirá rápidamenterigidez contractual y quedará ordenado de maneraconstitutiva por la convención; en una palabra, se con-vierte en Sociedad, pierde la perpetuidad y adquiere.el aspecto frágil y quebradizo que la convención lle-va consigo. Si nosotros examinásemos la historia dela institución desde la Revolución francesa a esta

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parte, con la creación del matrimonio civil y el di-vorcio conio nuncio de la Sociedad matrimonial, vería-mos desplegarse en el tiempo estas mutaciones.

6.° Como conclusión se puede afirmar que mien-tras en la Comunidad la justicia conmutativa se sub-ordina a la distributiva, en la Sociedad es la justiciaconmutativa la que rige, define y modela. Es más, deuna manera lenta, pero gradual y constante, absorbe-la justicia distributiva hasta .reducirla a la inexisten-cia, a medida que se afirma la Sociedad en su genuinoser. .Quizás este criterio diferenciado!*, por. ser másvisiblemente -apreciable, es la mejor -piedra de toquepara distinguir ambas categorías'. De estas distincio-nes que son de estructura, puesto -que afectan a la dis-

' tinta e íntima vertebración entitativa del Ser social, se-podrían desprender numerosas consecuencias que se-rían como corolarios a deducir de los anteriores pos-

En lo que se refiere taxativamente a la responsa-bilidad, mientras en la Sociedad es siempre autorres-.ponsabilidad-, de tal modo que cada socio sólo respon-de y sólo le son imputables los méritos o deméritos pro-pios de su conducta personal, en la Comunidad, por el .contrario, la responsabilidad se articula compleja ydelicadamente. Existe una autorresponsabilidad de cadamiembro, pero, además, una responsabilidad del todocon respecto a los actos de los miembros y de éstos.respecto a los actos de la totalidad, y aun se desenvuelveeste tenue encaje de responsabilidades o coorresponsa-bilidades en una responsabilidad alícuota y personal decada uno de los entes de la Comunidad por los actos im-putables a uno de ellos y que fluyen a través del ctierp5>social.

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COMUNIDAD INTRBNACIOSAL Y SOCIEDAD INTERNACIONAL

En otra resultante de su- ser, la Comunidad puedey tiene que exigir el sacrificio. De hecho lo obtiene

.mínimamente, y mínimamente también este sacrificiodebe ser voluntario, aunque pueda ser en grande partecoercitivo. La falta total de una disposición al sacri-ficio es la desintegración de la Comunidad, su muertehistórica (piénsese lo que sería una patria sin soldadosen que todos los- llamados a las armas fuese'h optantesde conciencia, una Iglesia sin mártires o ascetas o unacomunidad científica o artística sin virtuosos), por elcontrario, en la Sociedad ni existe el sacrificio ni lógi-camente se puede exigir. Y por esta razón el tono dela convivencia comunitaria es el del desprendimientoy la confianza, el de la societaria es el de la descon-fianza y el recelo.

No intentamos soslayar que las apreciaciones hastaahora hechas vSobre la fijación del concepto Sociedad, •en sentido amplio, y-la diferencia carácter ©lógica deComunidad y Sociedad, como especies de un género,implican un retorno a la metafísica del Ser que en modoalguno ocultamos. Para un criticismo kantiano no esposible hacer un análisis verdadero de la onticidad so-cial, pues en ella no se podrán utilizar claves cate-goriales, ni los apriorismds de espacio y tiempo deaplicación a esta materia que constituye el mundomoral. La ciencia, en el sentido en que la perfilóKant, permanecerá siempre ciega, falta de órga-nos apropiados, para la captación de lo social enti-tativamente considerado. Ello constituye el defecto ca-pital de la Sociología, producida al fin y a la postre alcalor de la ciencia física. La Sociología descompone la.entidad social en pura'fenomenología -—tomada la pa-labra de un estricto sentido kantiano— y se le escapa.

• • . " 3 S S

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ANTONIO POCH Y G. BE CAYXEDES

la verdadera entidad del ser moral y, por lo tanto,social (9).

La Sociedad es necesario considerarla en sí, como•una realidad irreductible a categorías que no sean laspropias, y rio descomponerla en un complejo de fenó-menos físicos, biológicos, psicológicos, morales y ju-rídicos. Es esto precisamente lo que hace la Sociologíay no tan sólo la de tipo positivista, que auna descara-damente un pretendido exclusivismo científico a undogma ideológico (10), sino' incluso aquélla de tipomás elevado y que se produce como superadora. Que-rer captar el entresijo entitativo de lo social de modosociológico es tan imposible como el que pretendiesemedir las órbitas astrales con categorías de moral.Es el respeto al ser en sus múltiples dimensiones laprimera condición previa para la comprensión y acep-tación de lo que venimos diciendo (.11).

(9) El espacio en el terreno del ser moral y social es radicalmentedistinto, por ejemplo, del espacio como categoría teórica. El espaciosocial está lleno de colores y de formas, de objetos no analizables.

(10) Téngase presente a este respecto la Escuela Sociológica fran-cesa que, partiendo de Comte, se formula en Durkheim y Levy-Brühl,especialmente.

(11) Es este respeto por el ser a la par que por su conocimientohumano lo que nos aleja asimismo del. Existencialismo y de la Fenomeno-logía, si bien comprendamos y aceptemos sin regateos sus grandes méritos.No entrando ahora en argumentaciones que nos llevarían muy lejos,diremos que la falta capital que encontramo.s en el Existencialismo esmenospreciar el binomio fundamental de sujeto-objeto y que por ellose ensombrece ¡a tarea humana reducida a una pura vibración ante lascosas y no a un moldeamiento intelectual de las mismas. Por caminosdistintos la Fenomenología tiene un dejo de determinismo idealista plató-nico que tortura la historia y el mundo moral. En este aspecto estamose,n plena identificación con el pensamiento escolástico, que en sus másnobles vertientes es unánime (como pensamiento de Comunidad preci-samente) en este punto, por grandes que sean las desviaciones de doc-trina dentro de 61.

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COMUNIDAD INTEKNACIOSFAL Y SOCiEUABIXTEMJACJONM.

Un hombre que tuviese su mirada dispuesta'en for-aña de prisma - como para descomponer la unidad lu-mínica en espectro, estaría tan carente de sentidovisual para la realidad práctica de la. vida, para el serde la vida humana, como el más ciego de nacimiento.Y es esto, precisamente, lo que sucede con los métodossociológicos que, al tratar de captar la verdadera rea-lidad de lo social, resultan ciegos para su ser. Losfenómenos que el sociólogo observa- en el mtmdo socialexisten realmente y tienen su importancia, pero sonextraños al ser social en su sustancia y en su específicaestructura. Son tan artificiales y extraños, engorden alser social como lo pueda ser el espectro en orden a larealidad de la unidad lumínica captada por nuestra vi-sión o las leyes de la óptica para la realidad de lasimágenes que nuestra retina fija del mundo de las co-sas. Podrán explicar su operación, no la maravilla desu ser.

, Postulamos, pues, sin pretender ocultarlo, una sub-sunción de la Sociología en el ser manteniendo esteconcepto en forma similar al que de él sostuvieron losescolásticos.

Pero los conceptos de Sociedad y Comunidad, aun.siendo para nosotros categorías qiíe responden a la rea-lidad de lo social, son, sin embargo, conceptos límitesque no se muestran en genuina pureza en el campomoral de la historia humana. Esto semeja, prima fa-ciae, estar en patente contradicción con todo lo pro-puesto hasta ahora, mas no es, desde luego, así. Noaparecen en la historia humana en su absoluta- purezatanto la Sociedad como la Comunidad —ya que en todaSociedad hay gérmenes, apetencias, cuando no elemen-tos de -Comunidad y en toda Comunidad matices de

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AKT05TI0 POCH Y G. DE CAVIEDES

lo societario— porque nada -en el hombre, y porasimismo, en lo social, se manifiesta, con nuda esen-

_ cialidad. Cuando decimos que el hombre es un ser es-piritual- o racional, lo mismo que cuando predicarnosde él que es un ser emotivo o un ser material, no-pre-tendemos en estas afirmaciones probar que el hombresea pura Ratio, ni pura Materia, ni puro Physis. Aho-ra bien, sería un error sí, basándonos en esta, peculiarconformación de lo humano, negásemos la espiritua-lidad, la emotividad o la fisiología en el hombre comocosas sustancialniente distintas, aunque penetrándosey condicionándose mutuamente en el ser concre-to. Tal argumentación puede aplicarse de modo tras-laticio a las categorías de lo social antes señaladas, yel hecho de que no se den en la obra humana en dialéc-tica pureza no resta a éstas ni un ápice de su ser ni de

Ensayado un esquema del .sistema categorial que •distingue la Comunidad de la Sociedad,-, pasemos a laoperación de-verter el fluir de las relaciones interna-cionales en el cuadro que les corresponda. En posesiónde un diagrama dé las formas sociales, que si bien mí-nimo, es para nuestro problema concreto suficiente, po- .demos ya colocarle sobre la materia que ofrece la vidade relación creada por la convivencia de los Estadospara llegar a calificarla, según los precipitados socialesque un análisis objetivo depare de ella bien de co-munitaria o de societaria. La labor se ha de ver des- .glosada a su vez en dos apartados impuestos por lapropia naturaleza del objeto que se'estudia. En el pri-

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COMHKIDAB IWTERWACIQHM, Y SOCIEDA» IHTERHACIOK&I, .

mero se tratará de cuál sea la forma que convengaa la calificación de las relaciones internacionales exa-minadas en la perspectiva que ofrece el momento ac-taal. En el segundo se hará esta calificación sin redu-cirse a la imagen que de ellas ofrece el momento, hicet nunCj y apreciándolas como un resultado del curso 'de la historia de Occidente.

En esta tarea calificadora cabe en primer términoia afirmación, que no creemos sea necesario sujetar aprueba, de que la vida de relación de los Estados es lade una Sociedad política (tomando el vocablo 'Socie-dad en sentido amplio, anterior a toda reducción a for-mas específicas). Mas cabe previamente examinar, paraque nos sirvan de -hitos orientadores, cuáles sean, a'nuestro entender, las vías por las cuales puede emergeren lo social una Comunidad de tipo político. Y aquí seabren dos hipótesis, porque, o bien existe un poder po-lítico, común a la par que supremo, o bien tiene quedarse un orden cultural común del cual la nervaturaEa'de estar-constituida por un orden objetivo-ético, deética con contenidos materiales naturalmente, que seatema de creencia y operación comunitaria.

Estas dos posibilidades de inflexión de la Comu-nidad en. la materia social no son en modo alguno an-titéticas ni exclusivistas. No existe motivo alguno paraque no se entremezclen, y, de hecho,' en la vida socialaparecen las más de las veces entremezcladas, aunqueno confundidas. Puede haber un mínimo de poder po-lítico y un máximo de orden objetivo común, o, porel contrario, un máximo de poder supremo, legítima-mente constituido, y un mínimo de orden cultural. To-das las gradaciones y matices son posibles en esta con-figuración de .lo comunitario, y resulta inútil detallar-

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ANTONIO POCH Y G. BE CAVIEDES

las, porque por numerosas clasificaciones y subclasi-íicaciones que intentásemos introducir, siempre se "nosescaparían veneros abundosos de realidades concretasde los que nuestro afán aprehensivo no lograría capta-ción. Cuando mencionamos, pues, estas dos posibili-dades genéticas en el surgimiento de la comunidad po-lítica, que son a la vez condición de su ser, no se en-tiendan como entrañando tina oposición entre ellas,pues tal oposición no existe, entiéndanse tan sólo comosignificativas de que cada una de ellas, el poder po-lítico "supremo o el orden común objetivo, donde el ca-rácter ético-material predomina sobre lo jurídico-íor-mal, son de por sí suficientes para presidir la creacióny regular el ser de una Comunidad de tipo político.Porque, en efecto, cada una de estas posibilidades su-pone • y, es más, exige, como complemento a la otra..El poder político implica una Comunidad cultural y,en consecuencia, ético-jurídica. Aun suponiendo unpoder político superior' sobre una sustentación objetivaendeble, aquél trataría siempre de reforzarla y de fo-mentar su densidad por medios más' o menos coerciti-

• vos, incluso merecedores del calificativo de artificiales,pero que muy bien pueden ser eficientes, como lo sona menudo los resultados que en forma de adhesión en-cuentra el coactas voluit tamen voluit. Si el poder po-lítico superior no arriba a esta meta, en un plazo .máso menos breve para la vida de la Comunidad, a buenseguro que su desaparición está decretada como inmi-nente, quedando condicionada tan sólo por circunstan-cias internas o externas que la provoquen o suspen-dan de modo temporal. Mas, tarde o temprano, se pro-ducirá la ruptura de aquel orden histórico, y la Comu-nidad, como tal, o desaparece o su conducta se ha de

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COMUNIDAD INTEESACIOITAT, Y SOCIEDAD nSTEBUACIOÍTAL

reemprender por un nuevo poder político que ele modomás afortunado logre la conexión del grupo comuni-tario con un orden objetivo común; ya tradicional, yade nueva factura, ya, lo que' es más frecuente, simple-mente renovado.

Y si es verdad que un poder político superior en-traña la existencia de un orden objetivo generalmenteacatado, no lo es menos, sí tomamos corno punto departida la segunda hipótesis, el que un orden comúncultural lleva en su seno necesariamente un poder polí-tico que se impone. Porque el poder político superior,de que en principio carece y que desde luego se hacenecesario para la conservación y .propulsión constantedel orden comunitario, surgirá' o bien de la aglutina-ción-de los poderes de todos los miembros, caso, porejemplo, de una empresa exterior a la Comunidad, obien de algunos o alguno de sus miembros que se haceeco del orden objetivo común, lo recoge como obligaciónmoral y trata de imponerlo como regulación polííico-ju- •rídíca positiva. Este miembro se erige en defensor ya la vez en intérprete del espíritu de la Comunidad polí-tica y actúa como mentor y como fuerza visible deella en el- tiempo, frente a disidentes y reacios. Peropara que tal imposición sea válida y esté de acuerdocon el orden que exige la Comunidad se requieren trescondicionamientos:

i.° Que el ejecutante, el conservador del ordenobjetivo común, obre en estricta representación de éstey no motil proprio.

2." Que lo haga en una interpretación objetiva deese orden común superior que lógicamente debe lograr,aunque de hecho lo logre o no, el asentimiento de losque 'viven, creen y sienten dentro de él.

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AHTOMIO SOCH Y G. BE CAMEBB8

3.0 Que el disidente debe reconocer la justicia ob-jetiva que encierra la intimación, o queda de hecho almargen de la Comunidad (12).

Y una vez diseñada la que pudiéramos llamar unaactio regundorwm fittium en el terreno de lo social,que nos permite descubrir formas entitativas distintas,aceptado el que la vida internacional es la de una -So-ciedad política (tomada la palabra en su sentido ge-nérico, no específico),.y descritas las dos posibilidadesque pueden existir en su morfogénesis, podemos enfren-tarnos con el problema de la calificación específica quehan de merecer las relaciones Internacionales. Si aten-demos a su génesis, si bien la vida internacional no pue-de edificarse comunitariamente sobre la existencia de

(12) Muy distinto es que esta interpretación objetiva que domina,y en su caso castiga a un miembro por intermedio de otro, coincida ono con los intereses del primero y que éstos se hayan en algún momentosobrepuesto al espíritu común. Lo que interesa es el reconocimiento deeste espíritu, si bien contraríe intereses particulares. Si además el miem-bro castigado intenta la justificación de sn disidencia, se puede afirmar1

que, momentáneamente al menos, se ha separado realmente de la Comu-nidad, aunque continúe de iure en ella, ya por imposibilidad fácticade secesión, ya porque el cálculo mismo de. los intereses en juego selo aconseje. Ahora bien, el que momentáneamente el miembro de laComunidad, que lía elevado a justificación sn voluntad particularista,deje de formar parte realmente de la Comunidad no quiere decir quetal situación se perpetúe y que el miembro no vuelva a integrarse pieria-mente en ella sin dejar nunca de haber estado inscrito formalmente.También es indiferente a lo que venimos exponiendo que la interpreta-ción particularista del miembro, en el caso concreto que provocó larebelión, sea incluso más recta y más jmsta.cn un plano puramente abs-tracto que la interpretación común objetiva del todo social. La Comu-nidad política y su orden imponen un consentimiento y una obedienciaa los principios básicos que le sirven de armazón moral, y por ello a lasaplicaciones objetivas que de tales principios se deducen. _ Desde el mo-mento en que existe una reflexión sobre él valor de aquéllos, o, lo quees lo mismo, sobre sus aplicaciones propias, y se trate de sustituirlos ytransmutarlos en una interpretación personal, se está al borde de trans-gredir los lindes del orden objetivo común.

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COMUSTDAD INTKSWACIONAL i SOCTEBAB ISTERNACIOKAL

ier superior, pues ello equivaldría a negar supeculiar modo de articularse, no habría ningún absurdopor el contrario,- en que su configuración comunitariarespondiese a la pauta marcada por la segunda hípóte-siss o sea, mediante la existencia de un orden común ob-jetivo y superior en el que los miembros se integran,pero sin que para ello sea necesario el que haya tin podersupremo legítimamente establecido (13).

Mas, si se conserva un juicio imparcial, que no seadhiera obstinadamente a los términos, por venerablesque ellos sean, y si se posee, una imagen un tanto fiel'de la realidad internacional de hoy, resulta muy difí-cil el creer que la materia que ofrecen las .relaciones

I13) Cuando decimos que en esta clase de comunidades no existenn poder Segal superior, no se debe entender la afirmación en e,l sentido •ác «pe falta la superioridad en aquel miembro que se arroga el papelde intérprete y garantizador ejecutivo de la misma, la única diferenciaconsiste ea que tal superioridad no está ni 'pautada ni predeterminadalegalmente. Si hubiese una carencia de superioridad, el papel del miembro,intérprete y campeón del espíritu común, se confundiría coa el simplepredominio de la fttema, y esto, que puede producirse ea la Sociedad(como se comprenderá más claramente al tratar de la Hegemonía), moes posible en el seno de la unidad comunitaria sin que se desbarate suesencia. La superioridad es una noción .cualitativa, mientras que eldominio por la fuerza es simplemente - cuantitativo. Se es superior,por paite de un miembro, en el sentido y en la medida en que se com-prende más claramente y se vive con más hondura el orden y los valoresque traban la Comunidad. A esto tiene que sumarse, para que la Comu-,nidad se haga eficaz, en este tipo de Coínnnidades políticas, una fuerzasuficiente de imposición, pero es ello tin simple. condicionamiento • de laeficacia de la superioridad y no la superioridad misma. De este modovemos cómo en cualquier Comunidad se postula como necesario el ordeajerárquico, y la tínica diferencia en los dos tipos de comunidades des-critos es qoe en un caso la superioridad está otorgada legalmente y deaianera perpetua, y en el otro esta superioridad va trasladándose de miem-bro a miembro según sus méritos y el poder que de liecfao posea paraponerlo al servicio del orden común; cumpliéndose aquello que dice elEclesiastés '(cap. X, 4)": "El dominio de la tierra está «1 las manos 'deDios, y El lo dará a su tiempo a quien lo gobierne más útilmente".

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ASTTONiO rOCH Y G. BE CAVIE3ES

internacionales responda o se conjugue con el formatode la Comunidad. Estaríamos gozosos de poder darfe de que el tipo de las relaciones internacionales quevive el mundo actual descansa sobre el substratum dela Comunidad, pero, desgraciadamente, el agrio y ve-rídico aspecto de los hechos denota todo lo contra-,rio. En efecto, si colocamos los cuadros formalesde la Comunidad y de la Sociedad sobre el conjuntode las relaciones que anudan la vida internacional, paraenmarcarlas en uno de ellos, es bien notorio la adecua-ción y correspondencia que existe entre las dimensio-nes societarias y el actual ser de las relaciones inter-nacionales, así como su inadecuación respecto a la Co-munidad.

Es en primer término la forma del contrato o con-venio —medida constitutiva de-la Sociedad a diferenciade la Comunidad, que se ordena en una ley jerárquicay orgánica de distribución— la que rige y domina larelación • internacional actual. Problema de" muy dis-tinta índole es el de si esta Sociedad internacional dehoy se ha creado por forma contractual (14). Estoafecta al origen de la Sociedad, no al ser de su mo-mento presente, al cual el convenio sirve de pivote, bienen forma tácita, costumbres internacionales con o sinvalor jurídico, bien en forma expresa, tratados, COII-

(14) En realidad, el contrato, salvo muy escasas excepciones, nuncafue en las doctrinas de su nombre un modo de explicar el origen de íasSociedades, sino la descripción de su radical manera de constituirse.Incluso la doctrina roussoniana, a pesar de la confusión en que pudieranhacer caer sus tonos literarios y a pesar del influjo del americanismo,que transfiguraba esencialmente las Sociedades primitivas, y tan enboga en el siglo xrax, no intenta ser una historia real de los hechossociales pasados. Las visiones íabianas de Rousseau, más que hundirseen la Historia, son postulación de un ser racional de la Sociedad y selanzan hacia el porvenir.

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COMUNIDAD INTEKNACIOKAL í SOCIEDAD IXTKRNACIOIÍAT.

venios, etc. Es patente, por lo demás, que el origen dela Sociedad internacional no se halla en el contrato, mastampoco la Sociedad internacional fue siempre una So-ciedad en el sentido específico en que lo es hoy. Lo que,sin embargo, interesa para la calificación de su momen-to presente, fueran cuales fueren sus orígenes, es quela vida de ésta se ve regulada hoy y absorbida, en elcontrato, pues es innegable que la pauta que modelalas 'relaciones internacionales es la del pacto.

La vida de relación de los Estados en el orden dela paz se fundamenta en el principio pacta sunt ser-vando, piedra angular de toda la contratación, lo mis-mo que de cualquier convenio que no posea todavíacarácter jurídico pleno por no haberse manifestado enél' suficientemente una opinio juris (piénsese en nume-rosas costumbres diplomáticas todavía existentes).Fuera de la forma contractual no es posible suponertina firme relación entre los Estados, y en lo que hacereferencia al momento bélico, éste se rige o por con- 'venciones concluidas con anterioridad a la guerra, o,en último extremo, por el principio de reciprocidad queentra de' lleno en la economía contractual. Nada hayen la vida de relación de los Estados -que recuerde, niremotamente, una ley orgánica de distribución, signodistintivo de la Comunidad.

Se ha señalado también como otra de las caracte-rísticas del cuadro comunitario, que lo' diferencia deldéla Sociedad, el'que si bien en toda institución huma-na existe un mínimo de formalismo jurídico que per-mite la estabilidad social indispensable para garanti-zar su permanencia, este mínimo en las formas socie-tarias se agiganta hasta el punto de reducir increíble-mente las reservas éticas, anquilpsando con ello todo el

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¿S3T0HI0 POCH Y G. DE CAVIEDB3

cuerpo social. Recordemos el ejemplo que proponía-mos del matrimonio y su proceso de desvalorizaciónética cuando lo hacíamos pasar del sacramento o sim-plemente de la comunidad familiar al contrato. Al ob-servar las relaciones internacionales podemos ver queéstas obtienen realización dentro del más exigente ri-gorismo jurídico. -

En efecto, para que la vida internacional pudieraposeer la eticidad propia del orden comunitario," seríapreciso, en relación con su génesis, que se produjeseen una de las- dos soluciones antes apuntadas respectoal surgimiento de las Comunidades políticas. Es decir,se haría necesario o que un poder político supremo se'impusiese, solución que se debe rechazar a pñori por-que 'se opone al ser real de la vida de relación de losEstados, o que se hubiese llegado al tipo de Comuni-dad por unión en un orden superior al que los miem-bros se conformasen aplicándoselo recíprocamente.-Pero si esta última solución fuera existente, de modoobligado, tendría su refracción en el orden jurídico posi-tivo. En ese caso el principio pacta s-unt servando,; ex-presivo de convenio conmutativo, se vería compensa-do por el de la cláusula rebus sic stantihns. Entre am-bos quedaría tendido un arco al-través del cual flui-rían, tanto las tendencias ético-jurídicas como las..jurídico-f ormales; y los principios generales del Dere-cho, que vendrían colocados como dovelas de ese arco,quedarían irisados por esta doble fluencia, por estedoble juego de fuerzas morales y legales, contagián-dose del grado de saturación ética que toda obra deComunidad exige.- Es bien evidente, no obstante, queen el orden de la paz la .cláusula rebus sic stantibusno desempeña el principalísimo papel que en este caso

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COMtnXIDAD 1XTEKKAC1ONAL Y SOCIEDAD IHTERSÍACIQK'AIL

debería corresponderle (15). La cláusula tiene aplica-ción en el orden j'urídico positivo únicamente por pre-siones políticas unilaterales, derivadas o no de la últi-ma ratio. Mas en este caso ya no se puede decir quela clausula rebus cumpla la función de ser cauce ñor-'mal de la justicia distributiva, sino que sólo se presentacomo medio anormal de solución, lo que en último térmi-no demuestra tan sólo que tal cauce está obliteradopara la eticidad y es índice al mismo tiempo del rese-camiento moral en que se construye el orden jurídicode relación entre -los Estados. El símbolo del ordeninternacional es Sliyloek y en él se sufren las últimasconsecuencias del summum jus summa injuria (16).

Los Estados que componen el orden internacionalson partes o socios y no miembros'. Hipotéticamente,se podría suponer un Estado en completo solipsismo-a la manera de la isla utópica, sin que quedasen ne-gadas, en el orden actual' de cosas, las dimensionesesenciales del mismo. Esta posibilidad de disociaciónno sería factible si el ente social fuera realmente miem-bro. El hombre, por ejemplo, aislado por completo dela compañía del semejante, se deshumaniza, pierdehasta la posibilidad de conservación de la especie. .

(15) La cláusula es en un tope límite para el libre juego del principiopacía sunt servenda, pero no escapa a lo estrictamente conmutativo.

(16) Si analizamos la institución internacional del arbitraje podemoslegar a conclusiones muy semejantes a las que acabamos de exponerrespecto a la cláusula rebus sic stantibus. Mientras el arbitraje de lossiglos XIII , xiv y xv busca la solución justa dentro- de un orden superiory como resultado de la aplicación del mismo, el arbitraje de nuestroDerecho Internacional trata de adivinar tan sólo la solución posible entnia conciliación de intereses políticos y como £11 primordial. Tampocoimportuna a estas consideraciones el que la solución pueda ser' más3asta, abstractamente considerada, en los arbitrajes actuales, porque loque se trata de revelar es la significación y sentido del arbitraje.

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ANTONIO r«CH Y G. DE CAVIEDES

Está presente y asentado, incluso como principio dela vida internacional, la igualdad formal de los que lacomponen: las diferencias que entre ellos puedan exis-tir son de fado solamente. De modo paralelo se desta-can tres notas de la vida societaria que se nos ofrecencomo innegables, a saber: el que la participación de cadacomponente' en la vida de relación de los Estados essiempre consciente y reflexiva, el que cada componentepiensa primero en sí y para sí, no en la vida total delgrupo, y el que en la vida internacional sólo se conocela auto-responsabilidad y no aquella rica articulaciónde responsabilidades que señalábamos como propia delas formas comunitarias.

Con no menos vivos caracteres resalta el que lavida internacional se aglutina y gira en torno de va-lores o bienes divergentes, como lo útil y lo agradable.No es que estos bienes dejen de ser tan reales comolos otros, pero no hallándose dominados en jerarquíaprovocan el egoísmo y pueden' ser fuente colistantede insolidaridad. Mientras que, cuando se hallan do-minados, cooperan a la producción del bien común, quees síntesis viva del bien posible y de lo útil honesto,retornando, en definitiva, con posibilidades de nuevobien. Y no es menos cierto, por último, que en la vidainternacional por parte alguna aparece la posible exi-gencia de un sacrificio y la obligación de él en ordena motivos comunes. Si algún Estado se sacrifica es asu cuenta y riesgo y no como cumplimiento de deberessuperiores. Cuando a éstos se hace apelación debe verseen tales manifestaciones slogans políticos que sirvena fines privativos del Estado.

Carece, pues, la vida internacional de un orden co-munitario específico. La falta de él es causa de que

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COMUNIDAD IKTEKNACÍONAL Y SOCIEDAD ISTER5TACI0ITAL

no pueda hablarse tampoco de una política internacio-nal propiamente dicha. Lo que se denomina políticainternacional es el simple cruce de políticas nacionalesque se proyectan hacia el exterior. Es un entresijo, sise quiere, de políticas externas, pero ao tiene un valorcualitativo distinto del de la política nacional. Es decir,si la política es aquello que sirve al Bien Común'y queprocura la realización del orden comunitario, en lavida de relación, de los Estados no existe política comoalgo, de entidad distinta, porque ni existe Comunidad,ni orden objetivo superior, ni, por lo tanto, un biencomún, en tanto que realización de un orden al quese tienda. Por ello, los vectores de la política interna-cional no convergen hacia el mismo foco, sino que seelevan en paralelismos, coincidentes o no, desde tantoscentros como Estados-. Nada de esto sucede en.una Co-munidad. Podrán variar en ella las interpretaciones quede ese centro de converg'encia que es el Bien Común seHagan —de ahí los partidos y las diferencias de opinióndentro de un Estado—, pero nadie niega, su primacía,si bien sea diferentemente entendido. En. este sentidoKaufmann expresa una verdad,' más profunda de loque. él mismo creía, cuando afirma que todo interés, an-tes de tornarse en internacional, debe comenzar por sernacional. Esto depende de que al no existir ni un or-den comunitario internacional, ni, como- consecuencia,una política internacional, tampoco existen interesesinternacionales propios, sino intereses nacionales con•repercusión internacional.

Lo que llevarnos dicho esclarece algunos problemas,que lian sido, y siguen siendo todavía, caballo de 'ba-talla en las escuelas internacionalistas. Uno de elloses el de la soberanía. Aún se conmueven, las aulas Y

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ANTONIO POCH Y G. DE CAVIEDES

centros científicos en argumentaciones y reargumen-taciones sobre si la soberanía es o no conciliablecon un orden internacional eficiente y, por lo tanto,con el Derecho internacional. La Escuela Sociológica,con raíces positivistas y duguitianas, fue la que másse destacó en. un odio a la soberanía que casi adopta elaspecto de una enemiga personal; sin embargo, nosparece que la discusión se halla un tanto desenfilada.,El mal de la soberanía para la seguridad de las nor-_maciones internacionales, no consiste en que sea unasuprema potestas a la par que una plenitudo poiestatis;no reside ni en su monopolio ni en la omnicomprensi-vidad de su poder. Esto, al fin y al cabo, resulta unobstáculo técnico para el desarrollo de un orden ínter-

. nacional, pero no es insuperable. El defecto capital dela soberanía reside justamente en que el Estado an-gosta dentro de sus límites todo orden y todo valor.Maquíavelo da el primer paso doctrinal en este senti-do al liberar el poder de las obligaciones éticas. Apa-rentemente, Bodino, el gran y primer teórico 'de lasoberanía, vuelve a a justar aquello que la "razón deEstado" en un principio había desvinculado, pero, enrealidad, no'hace más que confirmar la obra de Maquia-velo bajo apariencias de subordinación moral, pues Bo-díno sutura al soberano directamente con la -ley divi-na. Desde este momento ya no será necesario que loshilos éticos pasen antes de llegar a las manos del so-berano por instituciones comunitarias que estén sobreel Estado, llámense Emperador, communis opinio deuna Christianitas o Pontificado. Toda transfusión devalores ha de hacerse por la vía del Estado y dentrodel mismo. Y esto sí que representa la verdadera sen-tencia de muerte de una posible comunidad interna-

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COMUNIDAD BKXERMACiaSAL Y SOCIEDAD I5STERNACIONAL

cionaL El Estado soberano (para Bodino, personali-zado, y que después se va haciendo abstracto a medidaque decae el Absolutismo) no es' sólo el supremo poder—cuestión que, al fin y al cabo, si no se puede entendercomo de poca importancia, no es destructiva de .unorden de comunidad—, sino que se rige en únicointérprete de todas las cosas. Es muy sintomático, elqtie coincida la Reforma protestante COB la eclosiónen la superficie política del Estado interprete su-premo. Pues, sean cuales fueren los orígenes de la'Reforma y su motivación dogmática, es lo cierto queella vino a ser en manos de los príncipes, esto es delEstado, el instrumento para subsumir el valor reli-gioso y detentar en ello como en todas las demás ma-terias el monopolio de la interpretación. La disgrega-ción de la comunidad religiosa y política son f eróme-aos que se interactúan y' se compenetran mutuamente.

Las consecuencias que para la guerra tiene la 'for-ma de Sociedad en que la vida internacional se des-arrolla son igualmente de gran importancia. Sin in-tentar ahora desenvolver una teoría de la guerra, po-demos sí decir, de acuerdo con toda una tradición cris-tiano-occidental, que la guerra es un medie violento,para el logro de una paz justa.(17). Ahora bien, des-aparecido el orden justo, desde el punto de vista ético-material de la Comunidad, la guerra está condenadaáe antemano a no ser nunca solución justa dentrode un orden común, porque precisamente este- ordencomún no existe. Existe, sí, un orden formal-jurídico,convencional, propio del status societatis, pero éste esinsuficiente para garantizar el resultado de una paz

(17) Tradición doctrinal que tiene sus antecedentes remotos en laPatrística, especialmente en San Ambrosio y San Agustín.

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AKTOHIO I'OCIí Y G. DE CAVTEDES

que pueda ser considerada justa. La paz, para ser jus-ta, debe ser precipitado de las premisas éticas de un

, orden comunitario cuya objetividad y legitimidad sereconocen como indiscutibles. No queremos afirmarque toda paz que se establezca en el serio de tina Co-munidad lia de ser obligatoriamente justa —ya que hahabido y habrá siempre paces injustas dentro de lasComunidades humanas—, sino tan sólo que en el senode la Comunidad es posible el establecimiento de tinapaz que refleje contenidos indiscutibles del Kthossuperior y que. distributivamente se fije en la reali-dad de los tiempos. Mientras en ia Sociedad la- pazsólo es obra conjuntamente aceptada en la for-malidad de los preceptos que rigen para el caso (for-malidades que coinciden con.las solemnidades del tra-tado), pero nunca expresión de una justicia distribu-tiva común como ocurre con la •Comunidad.. Sucedecon la guerra lo que acontecía con la cláusula rebus sicstantibus en el orden de la paz; sencillamente, por-que no existe un orden objetivo ético, un sistema éti-co orgánico, y, al no existir, no puede trasftuidirse enlas realizaciones prácticas.

¿ Es que con ello intentamos afirmar que un tratado. de paz ha de ser siempre injusto, considerado desdetodos los puntos de vista en el status socieiaiis al noser causa de justicia distributiva? De ningún modo.Un tratado de paz puede ser considerado como justopor el vencedor que cree de buena fe haber dado'trasla-do al.máximo de justicia distributiva. Pero esta con-sideración sobre la justicia del tratado será siem-pre en última instancia la • propia del Estado o delos Estados que la.imponen. Es decir, la justicia in-ternacional tal como se proyecta al través de su pris-

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COMUNIDAD INTEIÍNACIONAL Y SOCIEDAD INTERNACIONAL

ma nacional, con arreglo a sus ideales, aunque seaninternacionales, y lo que es más, aun dado que seandesinteresados, y no al través de un acervo común denormas y de principios. Preguntemos hoy, por ejem-plo, a un disidente cristiano cuál es el verdadero sen-tido evangélico, y responderá, si realmente es creyente,•que es sólo aquel en el cual vive, y así podríamos irrecorriendo toda la gama de las sectas y de los cismas,y todos los interpelados nos responderían uniforme-mente. Mas, si hiciésemos la misma pregunta a los hom-bres que han vivido con anterioridad a la Reforma,veríamos cómo sus respuestas, todas también de buenafe, coincidirían en la designación de una única inter-pretación evangélica verdadera, válida y fiel; la de laIglesia. Pues bien, de forma paralela a esta pulveriza-

ción de las interpretaciones del dogma se produce en larealidad internacional. una pulverización de las inter-pretaciones de la justicia distributiva que ha de regir lavida de los Estados. Estas interpretaciones pueden ser•en principio tantas como Estados existentes, ya que selian desorbitado como un sistema planetario que se des-concierta. Las leyes de la gravitación internacional sonobjetivamente distintas, porque objetivamente, aunqueparezca paradoja, no son más que lo que la subjetividad•de cada Estado interpreta ser. -Con esta actitud, y ante,1a falta de un orden político-jurídico superior, reco-nocido por todos como válido y legtimó, cualquier trata-do de paz sólo es justo para el que lo impone; para elque lo recibe es siempre un diktat, una injusticia que seacepta por necesidades f ácticas.

Es aleccionador, en orden a lo que venimos expo-niendo, que en la elaboración moderna del derecho de¿guerra apenas se ha tratado del bellum justum, o sea, de

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ANTONIO POCH Y G. DE CAVIEDES

la cuestión de fondo de la justicia de la guerra, llegán-dose a acuerdos tan sólo sobre el jus in bello, que eraen lo único en que, dada la estructura formal en queaparece el orden internacional, se podían los Estados,poner de acuerdo.

Al contemplar las relaciones internacionales comouna forma de Sociedad, que es lo que realmente cree-mos les corresponde, podemos entender las leyes polí-ticas que las rigen. La vida internacional, en efecto,rueda sobre dos principios contrapuestos, que son el.de la Hegemonía y el de -el Equilibrio. Ahora bien,,estos dos principios regidores de la vida internacionalserían inexplicables, e incongruente su florecimiento,dentro del ámbito de una' Comunidad; .pero son, encambio, perfectamente lógicos y casi obligados en elcuadro de una Sociedad. La Sociedad se rige por cri-terios formales y cuantitativos, y sobre el plano deestos criterios no -hay otra solución para la dinámica,política que la Hegemonía o su correlato el Equilibrio.Desde el momento en que la < vida internacional perdió-corporeidad comunitaria, es comprensible que todo Es-- *tado no ponga otros límites a su política que el del 'sim-ple cálculo de la potencia de los deínás Estados en rela-ción con la propia (18). Y ante esto, para todo Estado se

(18) En la tendencia a la Hegemonía no hemos de ver tan sólo una.apetencia de dominio, sino asimismo la expresión de motivos más des-interesados por parte del Estado que pretende ejercerla sobre los res- "taníes. En efecto, desde <jiie el Estado se ha erigido en único intérprete-de valores es muy natural, no sólo que trate de imponer su dominio, sinoque, en cierta medida, se considere obligado a. imponerlo por creer queel orden de valores a su través alquitarado es el mejor, es decir, elmás valioso. Y a medida que se vaya descomponiendo el viejo soportecultural comunitario, del cual fue su forma político-jurídica la primera enperecer, esta tendencia a la difusión hegemónica del Estado ha de arrai-garse con más vigorosa savia.

Si observamos los últimos repartos coloniales se pulsa no sólo un.,

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COMUNIDAD INTEKXACIQNAL Y SOCIEDAD INTERNACIONAL

abre un dilema cuyas dos soluciones son: o considerarsus fuerzas jo suficientemente poderosas para imponer-se, y entonces emprende el camino de la Hegemonía bajolas formas múltiples en que ésta se puede imponer, o deaquel cálculo de fuerzas deducir la imposibilidad mate-rial de imposición, y entonces se indina hacia la políticadel Equilibrio. Pero la prueba de que estas soluciones noson sino simples métodos, o, mejor, meros arbitrios téc-nicos, es que uno y el mismo Estado pasa, sin distorsiónalguna, con enorme facilidad, de una política hegemóni-ca a otra de equilibrio, o viceversa-; porque la adop-ción de uno u otro sistema de política exterior no-obedece, aunque así se lo haya querido presentar (porejemplo, en el caso del Equilibrio), a ninguna especiede premisa moral Vemos cómo Francia, sustentadora,del Equilibrio'y protectrice de la liberté de l'Rurope,,como se tituló en los siglos xvi y buena parte del xvn,.

pulular de intereses contrapuestos que lemandan expansión, sino tam-bién una tendencia entre modos distintos de.existir político que buscan,.justificándolo, nuevos materiales sociales a- incorporar en su órbita ya ordenar en sus formas políticas. En el Mundo Antiguo impone Romasu Hegemonía, pero' al imponerla cree realizar un gran beneficio a lospueblos que domeña, los cuales entran de este modo a participar, en laórbita de su cultura, de la paz y de su régimen jurídico. Los átoyensde la Revolución y el Imperio no deseaban sólo la gloria imperial deFrancia, sino elevar a un régimen de felicidad y de razón a los demás-pueblos, sepultados en ominosa tiranía, según sus conceptos políticos.De una manera semejante puede contemplarse el fenómeno, comunistaactual. El hecho de que sea imposible separar en limpia disección elinterés del afán de bien que conduce a estos movimientos hegemónicosno debe privarnos de la comprensión de los elementos que entran en laHegemonía. La posibilidad de justificaciones de la Hegemonía es otraresultante de la tantas veces repetida ruptura del orden comunitario, puesesto arrastra el que la convivencia internacional ya no deba ser una obra.sinfónica, sino que se pueda construir monocordemente. Desaparece elrespeto al modo de existir y vivir del congénere porque se borran lospresupuestos éticos trascendentes que respaldaban y exigían en su unidadla multiplicidad.

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mientras se trataba de derrocar el poderío español, sehabía con anterioridad adherido al principio de la He-gemonía, desde los tiempos de Pfailippe le Bel, y retor-na a tal principio en el último período del gobierno deRíchelieu y durante casi todo el reinado de Luis XIV.

Por su parte, Inglaterra, en tanto que en el espa-cio marítimo sustentaba y defendía una doctrina hege-mónica, de dominio maris, en el espacio. continentaljugaba el papel de fiel del Balance of Powers. Y estoya no en tiempos sucesivos, como en Francia, sino, enel mismo lapso histórico. Esta dualidad y estos cam-bios constantes de postura en torno a los principios dela Hegemonía, y del Equilibrio son prueba, como he-mos dicho, de su carácter técnico, neutro, yació decualquier contenido ético, por grandes que hayan sido,por lo demás, los esfuerzos áulicos para imprimirleeste carácter bajo la apariencia de principios moralescomo los de Intervención o no Intervención, de Li-bertad de los mares o de Dominio de los mismos.

No podemos insistir más sobre estas ideas enca-minadas a lograr una ley de-situación de las relacio-nes internacionales. Nos hemos referido a las conse-cuencias que de esta toma de posición en el problemase derivaban para el enjuiciamiento de ciertas cuestio-nes como las de la soberanía, la guerra y el equilibrio,pero otros muchas, asimismo, podrían ser analizadasdesde la misma perspectiva (19). Examinemos ahora

(19) En el status societaüs en que vive el mundo de las relacionesinternacionales es también donde halla una explicación congruente elcarácter en extremo quebradizo que ofrece la norma jurídica internacional,pero sin arrebatarle su valor jurídico, corno lo hacen torpemente otrassoluciones. La norma que pertenece a un sistema societario está carentede contenidos éticos materiales, pierde ductilidad (al contrario de lo que

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COMUNIDAD INTEHJfACIONAr, Y SOCIEDAD IKTBKSSACIONAL

algunas de las razones que se elevan como demostrati-vas del carácter comunitario de la vida internacional,escogitando sólo aquellas que se esgrimen de modomás general y constante.

Es posible argüir que los Estados pueden llegar,y de hecho llegan, a formas de inteligencia que naofrezcan las características señaladas de la dura lex,sed lex del contrato. Estos acuerdos entre Estados, ofre-ciendo una mayor estabilidad que la corriente en losacuerdos internacionales, son siempre, o casi siempre,,acuerdos frente a terceros, y aquí también traslaticia-mente, y. parafraseando un conocido dicho, se podríadecir: Cherche l'ennemi. Entra en ellos un puro cálcu- •lo de intereses compartidos, frente al temor de unatercera potencia. Este y no otro es el origen de ciertasamistades que se denominan seculares en la historiapolítica internacional y que no expresan otra cosa quetemores y apetencias coincidentes. Sólo, esta calificaciónhan de merecer, si las queremos juzgar con criterios ob-jetivos. En estas' alianzas a largo plazo existe tan

decía Aristóteles que le sucedía a las medidas lesbias) y cristaliza en escalade tal dureza que, al no poseer poder distensivo, no logra plasmar sobreel acontecimiento vital, sino que le Eiere o lastima. Ante ello no haymás que dos soluciones, que son o el sostenimiento a ultraaza de lanorma, o, lo que es igual, de un statu quo (cuando las normas se agrupanen sistema), o su quiebra violenta. Y si la norma internacional aún no esa menudo más vulnerada, debe atribuirse a que su quebrantamiento suponeun conflicto, y esto es siempre cuestión de honda meditación para cual-quier Estado..

Si las normas internacionales presentan este carácter rígido, y, porlo tanto, quebradizo, en mayor relieve y grado que cualquier otra, debeatribuirse a que también la vida de relación de los Estados gravita soli-taria, en tanto que relación de entes políticos, en el plano formal de laSociedad, no viéndose compensada por ninguna especie de relación co-munitaria,' ya que las relaciones de este carácter que pueden unir a losindividuos de diferentes Estados están por encima o por debajo 'de 1&vida de relación política externa del Estado mismo.

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ANTOKIO KÍCH Y G. DE CAVIEDES

sólo una coincidencia de intereses frente a un real oposible adversario y una ausencia, o al menos una me-

, ñor agudización, de intereses contrapuestos entre losaliados; pero no tiene lugar de ningún modo una co-munión en principios comunes. Los largos períodos depaz que igualmente se dan entre ciertas potencias de-ben ser atribuidos, en la inmensa mayoría de los ca-sos, a la falta de grandes intereses contrapuestos; bienporque la mayor parte de los intereses sean coinciden-tes y no contrapuestos, hipótesis que a veces se lega-liza en tratados de alianza; bien porque la densidadde relaciones sea tan escasa que no haya lugar a latoma de contacto de intereses vitales, ni posible es-cenario de su resolución violenta (recuérdense a esterespecto las relaciones que sostenían los jóvenes Es-tados europeos con el Extremo ' Oriente, con ante-rioridad a la época de los grandes descubrimientos);pero en ninguna de estas hipótesis aparece por par-te alguna el reconocimiento ti obediencia a un prin-cipio o norma superior (20).

(20) Si a veces existen relaciones internacionales de tipo comuni-tario, entre pueblos ,de distintas culturas y no sometidos a la unidad deun mismo sistema ético superior, se debe atribuir al hecho de • que doso más culturas, es decir, dos o más sistemas morales, pueden coincidiren la selección de varios principios que, semejantemente interpretados,se trasfunden a todo el cuerpo cultural y permiten el establecimientode relaciones que, aunque no tengan la reciedumbre de aquellas que seligan en el interior de un ámbito cultural, porque los principios comunesa dos sistemas no están ordenados orgánicamente, expresan al menos unacomún aceptación y un similar modo de actuar.

Esto depende de que las culturas, contrariamente a lo sustentado porSpengler, no son herméticas, sino permeables; esta permeabilidad es laque permite el trasiego de principios y el vincularse de relaciones sobreestos asentados.

Desde este punto de vista, en el conjunto de las relaciones internacio-nales habría que distinguir varios círculos, desde aquellas que se producenen el seno de una comunidad cultural, hasta las que se establecen entre

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COMUNIDAD INTERNACIONAL Y SOCIEDAD INTERNACIONAL

Pueden existir, sin embargo, relaciones entre dos•o más Estados que se fundamenten en la creencia y•adopción de principios comunes; pero esto, lejos de serun argumento contrario a lo expuesto, sirve precisa-

• mente para reforzar más la tesis defendida. Porquesi dos o más Estados encuentran una base común éticapara que sus relaciones se desenvuelvan de acuerdocon un tipo distinto del general, es ello prueba de queesa misma base común no fundamenta sus relacionescon los restantes. Es decir, no se niega que dentro de laSociedad internacional puedan existir Comunidadesparciales (el Commonwealth británico, si nos ..decidimos•en el sentido de que sus relaciones internas entre los.Dominios y la Metrópoli, o los Dominios entre sí, seaninternacionales, es un ejemplo de ello). Y pueden tam-bién sobrenadar restos comunitarios de la gran Co-munidad escindida (las relaciones entre España y Por-tugal y los -Países Hispanoamericanos, excepto en cier-tos períodos, en que priman los intereses sobre los prin-cipios, o en que ideologías de '.nuevo cuño borran el

entes internacionales cuyos órdenes éticos no ofrecen apenas más puntosde coincidencia que eí de ser ambos humanos. Es, pues, un error la con-sideración unívoca de las relaciones internacionales, error que procededel formalismo jurídico con que se las ha .querido implantar en la prác-tica. Y la visión de las relaciones internacionales como superponiéndoseen planos distintos, segán los mayores o menores contactos morales, y noplanteándose formalmente • en un mismo plano, nos descubre el porquéde muchos cambios en la posibilidad de las mismas. Así podríamos com-prender por qué hoy a un país, que realmente se sienta occidental, le es mu- .clio más fácil entablar relaciones internacionales, que se inclinan hacialo" comunitario, con los países musulmanes, por ejemplo, que con unEstado -coíao Rusia que pertenece, aunque tardíamente, al círculo denuestra cultura. Es ello justamente porque son más fuertes los lazosque unen un país occidental con el secular enemigo de la Cristiandad,que, al fin y al cabo, adora a un Dios único, Creador y Omnipotente,que la sima que se abre ante una forma p política proterva, aunque seanacida en nuestro mismo núcleo cultural.

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ANTONIO l'OCH Y G. DK CAVIEDES

viejo trasfondo común cultural, son también ejemplosde relaciones ínter-Estados que se inclinan hacia laforma comunitaria, que en otros tiempos se extendió a.todo Occidente). Lo que estrictamente hemos afirma-do es la inexistencia de una comunidad -internacionalque comprehenda no todos los pueblos y naciones de la-Tierra, que esto apenas se concibe como posible his-tóricamente, sino las naciones que poseen un común'acervo cultural y que han nacido a la vida internacio-nal en el seno de una Comunidad.

El haber citado repetidas veces la palabra interésnos lleva a refutar otra clase de argumentación que-de modo muy frecuente se utiliza, y que intenta probarla existencia de una Comunidad internacional por lacoexistencia de intereses comunes a los Estados. Mas-es falso que de una simple comunidad de intereses se-pueda desprender, como consecuencia obligada, una co-munidad en los principios que han de regularlos. Loshombres, decía Ramiro de Maeztu, se unen en las cosas,o 'en las ideas, y podríamos añadir que para que exista-unión de comunidad es necesario que los hombres seunan a la vez en las ideas y en las cosas, y sólo de la.economía de ideas y cosas (léase intereses) puede sur-gir una verdadera y estable unión comunitaria. No. setrata de que los intereses sean comunes, sino que seancomúnmente creídos, sentidos e interpretados. El bu-dista y nosotros, los cristianos, tenemos un altísimo in-terés común, que es el de la salvación de nuestro seranímico e inmortal. Pero para nosotros la meta de esteinterés está en la vida personal gloriosa, para él enla despersonalización y en el Nirvana, nosotros la em-prendemos por la ruta de las ascesis, que es fustiga-miento pero afirmación de nuestro ser personal, él por

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COMUiíIDAD INTEESTACIONAL Y SOCIEDAB IHTERNACIONAl

medio del fcarma y de la anhilatio animae. ¿ Puede du- .darse de que exista un interés común?; creemos.queno es posible, pero menos todavía puede ponerse enduda que no existe comunidad en ios fines que ese in-terés común provoca, y, por lo tanto, tampoco en la ma-nera de alcanzarlos. Los intereses comunes son factor-de solidaridad si están insertos en el círculo de. unos,comunes postulados del espíritu, en otro caso los inte-reses tanto pueden unir como desunir, y no es extrañoque lo que ayer unía separe Boy, y mañana vuelva aseparar o a unir nuevamente.

Es verdad que ciertos intereses que existen en laSociedad internacional parecen estar al margen de queun conflicto surja por su motivo. Son intereses neu-tros que a todos convienen y a nadie dañan. Porejemplo, todas las naciones estarán acordes en orga-nizar estaciones sanitarias que eviten el peligro de las-grandes epidemias, o en reprimir la trata de esclavos»Sin embargo, no prestemos excesivo valor a estas rarasexcepciones de la vida internacional. Son intereses .co-munes por todos respetados porque no afectan a nin-gún interés vital en su aceptación o no aceptación, yentonces, triunfa sin obstáculos una tesis humanitaria,que conviene absolutamente a todos. Mas, dados loshorrores a que se ha llegado en la vida internacional,,es para sospechar si los Estados, en un momento exis-tencial de ser o no ser, respetarían igualmente estosescasísimos specimens de reglas o instituciones no con-culcadas si pudiesen localizar los males en su adver-sario. :

Se pueden elevar igualmente como contraargnmen-taciones a lo sustentado otros dos órdenes de razona-mientos. La primera es la existencia de un orden ju-

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.ANTONIO l 'OCH Y G. DE CAVJEBES

rídico internacional, la segunda la supervivencia, máso menos latente y embotada, de un espíritu objetivocomún, herencia cultural de los pueblos que integranla civilización de Occidente (21).

(21) La tradición ¡usnaMralisía es unánime en aplicar el título deComunidad a las relaciones de la vida internacional. Y como a jusnatu-ralistas que somos nos es penoso discrepar en este punto concreto detal tradición. Trataremos sólo de esquematizar las causas ideológicas ehistóricas que condujeron, según nuestro parecer, al jusnaturalismo esco-lástico, especialmente a los tratadistas españoles, a sostener esta actitud.

En primer término, los clásicos escolásticos hablan de Comunidadporque en aquellos momentos la vida interestatal europea se comportaba,•aunque ya •quebrantada por la Reforma, como Comunidad. Quizá, estabaya a ponto de perder esta significación, pero cuando ellos piensan yescriben si no es la Comunidad sin resquebrajamientos el Ethos cristiano•conserva, todavía, virtualidad operante. La Comunidad occidental te-nía grandes posibilidades de restaurarse plenamente. Occidente, porotra parte, no abandonó .sino de modo lento, como son lentos todoslos procesos históricos, su antiguo orden ético común, y nada de extrañotiene, pues, que en este sentido los clásicos hablasen de Comunidad, por-que la tienen ante sus ojos, y porque corno cristianos y católicos que eranresultaba muy natural que esperasen su restablecimiento.

En segundo lugar,' los clásicos nos hablan de Comunidad porque«1 vocablo Sociedad apenas tiene para ellos una significación distinta,como la tiene hoy para nosotros, experimentados a través de múltiplesej amplificaciones históricas. Las formas de Sociedad, aunque iniciadasdoctrinalmentc con la teoría contractual desde las postrimerías del Me-dioevo, no adquieren relevancia práctica hasta períodos bastante poste-riores. Tuvo que infiltrarse el mecanicismo cartesiano y la filosofía ingle-sa asociacionista para que las formas societarias posasen en el cursode la historia de Europa. No tenían, pues,, ante sí el fenómeno societario-con la nitidez con que hoy se nos presenta y, consiguientemente, -eradifícil que llegasen a percibir de modo distinto la Sociedad. Todo era«ntotices más. o menos comunitario e incluso lo.? fenómenos de Sociedadse inervaban de formas comunitarias. Las Sociedades de hoy eran losgremios y las cofradías de entonces. No es extraño, pues, que los escolás-ticos españoles, primeros que trataron del orden internacional de modosistemático y herederos de la tradición medieval, desconociesen o intu-yesen malamente la forma Sociedad en el sentido en que hoy nos es.fácil entenderla.

Existe, sin embargo, una forma prevista por los clásicos intemacio-nalistas que trasciende a todo lo dicho hasta ahora; es la de la Comuni-dad internacional de todos los pueblos de la tierra, de una comtnumitas

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COMUNIDAD INTERNACIO1ÍAI- Y SOCIEDA» nrcERNACIONAL

Es indudable la existencia de un orden internacio-nal que no se confunde con el derecho externo del Es-

conúmwiitatum- que ordena aquéllos en un organismo moral. La presencia•de esta idea es constante cu los clásicos y no puede ser soslayada porexplicaciones de ningún' tipo.

No intentamos en breve nota un.tratamiento a fondo de una cuestiónque encierra la necesidad de un estudio arduo y paciente, sino tan sólo•apuntar las ideas que nos parecen causa de que el pensamiento escolásticointernacionalista haya tomado esta posición en orden a la Comunidadinternacional.

a) Se trasluce bajo la afirmación de la Comunidad internacional detodos los pueblos la imagen de la gran civitas máxima que después ha• emparentado con la de la res publicas cristiana. Ahora bien, los orígenesde ambos conceptos, aunque condicionándose mutuamente a lo largo dela historia del pensamiento, no son, a nuestro entender, los mismos.La respublica cristiana es en su más remoto origen una idea pauli-na, es la proyección secular del Corpus Mysticufn que en San Agus-tín cobra aliento ideológico y encarna históricamente en la Edad Media,si bien a costa de algunas deformaciones; en cambio, la civitas máximapertenece en su origen al mundo antiguo, al período helenístico y espe-cialmente, al pensamiento estoico, que tan decisiva influencia ejerció en elDerecho romano. Por estos conductos pasa al pensamiento cristiano,sobre el cual siempre estuvo suspendida la Metafísica de la Antigüedad,haciéndole plasmar en formas transaccionales tan típicas de. la Edad 'Media, constantemente llevada de un noble afán de síntesis. Por lotanto, la idea de la Comunidad internacional de todos los pueblos debe•considerarse más como derivada de la magna civitas geníkíin de ori-gen antiguo, aunque convenientemente aderezada por el Cristianismo,que como de una idea primigeniamente cristiana.

b) Otro concepto íntimamente unido al anterior, y que fundamentala tesis de la Comunidad internacional de todos los pueblos es el de laigualdad del género humano. El" concepto es certísimo, pero debe sersometido a análisis e interpretado dentro de ciertas condiciones nosiempre tenidas en cuenta. El género humano tiene unas característicasfísicas específicamente iguales, no idénticas, y unas características forma-les también iguales, y aparte de esto, todo hombre tiene una empresaque es común a todos los demás, la de la salvación de su alma. Perollegado a esté término surgen las diferencias, porque en la efectuaciónhistórica de este plano común de partida se inicia la variación, ya porla distinta potencia de la facultad individual, ya por los diferentes estadoshistóricos colectivos. Euera de este plano común que conceda la igualdad•de la especie, lo demás es diferente, y aunque sean diferencias de grado nopor ello tienen un menor valor. No todas las inteligencias son iguales,

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POCH y G. BE CAVIEHES

tado, como propugna un dilatado sector del positivis-mo; pero el nudo de la cuestión está aquí no en el

ni es igual la calidad de las voluntades. Las palabras de San Pablohan sido en esto punto deformadas a raíz, sobre todo, del Humanismorenacentista. Todos los hombres son iguales en el sentido de que todospueden participar de la vida sobrenatural, todos pueden matar dentrode sí mismos el hombre viejo y todos pueden alcanzar la salud eterna;pero de hecho, unos entran en la Iglesia y otros no. Es una igualdad enpotencia que se transforma en desigualdades en acto. A partir de aquellaigualdad bifurcan la ruta de la civitas Dei y de la civitas Diáboli, cayolugar de cruce se encuentra en la civitas Terrae-. Y esto no contradicela igualdad primera reconocida.

Era ello, unido a las ideas de un derecho natural, que en su pro-ducción histórica había de ser en una cierta medida igual en sus coa-tenidos materiales, lo que daba una base de sustentación a la Comunidad'de todas las gentes que en realidad no coincidía con los hechos, pueslo tínico que realmente queda establecido es que los hombres parten deun mismo plano de potencial igualdad y deben aspirar a un destinoque les es común, pero el camino a recorrer entre este punto de partiday este término es obra humana que el hombre rellena distintamente.

c) Existe, además, un prejuicio dialéctico en la formulación de feComunidad internacional de todos los pueblos de la manera como lo hacenlos clásicos. En efecto, la escolástica, con un vigoroso criterio lógico,establece que todo aquello que socialmente tiene un fin propio debe,para su ejecución, ser ordenado en Comunidad. Así-la familia, comotiene un fin privativo que no puede ser realizado por el individuo aisla-do, debe constituirse en comunidad familiar, y el Estado, con fines dis-tintos, aunque congruentes con los de los individuos,' familias y esta-mentos, que son los del bien común, se constituye en comunidad sibisufficiens. De modo muy lógico, se discurría, si existe un fin super-estatal que no puede ser cumplimentado por el Estado, sino por la cola-boración y cooperación de los Estados, un fin privativo de la vida derelación de éstos, obligatoriamente, surge la necesidad de una Comuni-dad que venga a cumplimentar este fin. Y como la Paz es un bien uni-versal, obligatoriamente, también, han de ser todas las gentes del universolas que contribuyan.

Siendo muy congruente y concluyente esta manera de pensar, hayacaso, como decíamos, en ella un cierto prurito dialéctico. Si se nos diceque esto debiera ser así, estamos de todo punto conformes, mas. si se afir-ma que esto sea así, de hecho, ya no pddemos estar tan seguros. A estamanera de razonar sobre la Comunidad internacional de todas las gentesse le podría reargüir como lo hacían los medievales frente al argumentoontológico de San Anselmo, diciendo que es muy distinto el concebir y el

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COMUNIDAD EÍTERXACIOJTAIJ y SOCIEDAD HJTEHITACIOKAL

•reconocimiento de este orden, cosa que no hemos ne-gado nunca, sino en la calificación que tal orden me-rezca, dadas sus características. Y analizada la índolede este orden nos resulta ser la formal de la Sociedad ydel Contrato, sin detrimento por ello de su valor jurídi-co, pero sí de su contenido ético, que es lo -que lo elevaríaal rango comunitario.

Respecto a la supervivencia de un espíritu objetivocomún en los pueblos occidentales, y en aquellos queparticipan de la cultura occidental en virtud de la fuer-za expansiva de esta civilización, tampoco ofrece du-das su existencia. Nadie negará que dos hombres deOccidente pertenecientes a distintas nacionalidades ten-drán una serie más o menos grande, pero siempre muynumerosa, de motivos comunes, que si se quiere son.principio de otras tantas comunidades culturales. Am-ibos, por ejemplo, manifestarán una misma admiraciónpor el saber clásico, sentirán un mismo deleite espiri-tual ante las grandes obras maestras, musicales, litera-rias o pictóricas- de nuestra cultura, y una' semejanteunción, incluso, ante el mismo Dios, y más si son coinci-dientes en la forma dogmática. Todo esto es innegable,y es ya la única base que queda al porvenir occidental.

3, lo que hay que.preguntarse, en lo que se refiere a

ser. De la misma manera nosotros podemos comprender la necesidad dela familia para cumplir un fin privativo innegable y, sin embargo, puedenexistir pueblos que no conocen la familia y vivan en promiscuidad.Incluso un sistema tan archiidealista como el platónico de la Repúblicala suprime programáticamente, y si los príncipes de Siracusa* hubierandecidido la ejecución y la puesta en práctica del sistema platónico, lafamilia habría desaparecido de una parte de la Magna Grecia durantenn período más o menos largo. Una cosa es ver un fin y la necesidadde'una ordenación determinada en relación con ese fin y otra muy dis-finta la observación real de si esa ordenación se ha producido o no.

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ANTONIO POCIX Y G. DE CAVIEDES

nuestro concreto problema, es si esas numerosas co-muniones son de por sí lo bastante robustas y poseen elpoder suficiente para ligarnos en un sistema moral uni-tario que acarree a su vez la mínima coherencia político-jurídica, que es el signo de la Comunidad. Es una her-mosa plataforma sobre la que un día se elevó la Comu-nidad occidental de los pueblos y de las gentes, pero.que.hoy, por desgracia, espera reconstrucción. Entre nacio-nes que se ordenan en la fe cristiana, ¿ sería suficiente-.para imponer un status determinado, en un posible con-flicto entre ellas, la confirmación de que ese status se-había dado según las leyes y normas intangibles de la.moral cristiana ? ¿ Sería suficiente la decisión de la más.pura doctrina de la Iglesia, de sus juntas de teólogos,más eximios, para inclinar la mayor parte de los subdi-tos de un Estado' a tomar las armas o a deponerlas en.una disidencia en que entren en juego importantes inte-reses y donde ideologías de otro tipo presionen ? ; Cuán-tos monarcas o jefes de Estado tienen hoy en cuenta,los principios concretos del Ethos cristiano para de-cidir una guerra ? A este grado de' desvitalización para,las cuestiones internacionales lia llegado la moral queen otros tiempos pobló las conciencias de reyes, prín-cipes y pueblos. Y si esto sucede con un credo moral"que sigue siendo aún, si bien quebrantado por la Re-forma religiosa y por todo el proceso que subsiguió,,el dé la inmensa mayoría de los europeos; ¡ qué no acon-tecerá con todos esos tipos de comunidades que se ba-samentan en valores que por muy elevados y exquisi-tos que sean no poseerán nunca el poder de intimación:que ante la conciencia obtiene la religión dogmática ylas reglas morales de ellas derivadas!

Infundado es hablar asimismo de la coexistencia,

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COMIESIDAD INTERNACIONAL Y SOCIEDAD INTERNACIONAL

de los Estados como de una exigencia lógica de Co-munidad, pues la coexistencia, de manera semejantea lo que sucedía con la comunidad de intereses antesrefutada, no lleva implícita la Comunidad ni es sucausa, si bien sea su supuesto. Y no es-menos endebleel conocido argumento de la convivencia creciente-queimpone el tráfico internacional potenciado de maneraextraordinaria por el desarrollo alcanzado mediantela técnica, argumento muy caro a los doctrinarios delas últimas décadas, porque coincidía con su fe progre-sista. El número y el acrecentamiento de relacionesno impone la Comunidad, es, sí se quiere, un acicatepara su desarrollo una vez dada su existencia, puesla Comunidad' no es un fenómeno cuantitativo, sinocualitativo; no depende del número, sino de la inten-sión y sentido de las relaciones que se operen. Nos-otros podemos sostener relaciones obligadas, e inclusomuy constantes, en el curso de nuestra vida con per-sonas a las que apenas nos ligan vínculos comunita-rios de ninguna especie, salvo, sí acaso, la pertenen-cia a una misma Comunidad política estatal. Es decir,sostenemos en tal caso relaciones puramente conven-cionales, societarias. Podemos, por el contrarío, ver-nos apenas con el amigo (la amistad es uno de los másacabados y delicados ejemplos de Comunidad) y, siaembargo, en tal caso, las relaciones son comunitarias,aunque no existan de presente y aunque una inmensadistancia física nos separe. Incluso en caso de muerte-la amistad sigue actuante en nosotros por el recuerdo,porque la Comunidad, en cierto modo, vence a la muer-te y a la materia; la Sociedad perece con ella.

La hipótesis esbozada de la Sociedad internacionaltiene la ventaja de las hipótesis realistas, y es el que,

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ANTONIO POCH Y G. DE CAVIEDJES

puesta sobre las realidades del mundo internacional,se armoniza, acuerda y coincide con el plano intelec-tual elevado, mientras que la de la Comunidad sólocon incongruencias y contradicciones constantes es po-sible hacerla coincidir.

Pasemos ahora al estudio del segundo apartado queseñalábamos en un principio, o sea, a la consideraciónde los conceptos de Comunidad y Sociedad tal comose proyectan sobre la materia de las relaciones inter-nacionales, pero no ya aislando ésta en uno de susmomentos, sino observando- la proyección de los cate-.goremas de lo social al través y en función de la His-toria. Es necesario, a partir de este momento, el quea la vía inventionis, a la que hasta ahora hemos pro-curado reducirnos, se aune la via iudicii, es decir, queen las anteriores partes nos hemos conservado dentro•de una visión imparcial, conseguida o no, una vez sen-tados un cierto número de postulados básicos que seestablecieron apriorísticamente. En lo que va a con-tinuar no pretendemos permanecer en esa estricta im-parcialidad —y la imparcialidad no es nunca más queuna pretensión—, sino que por decisión previa añadire-mos a la observación de los hechos una estimación crí-tica, un juicio de valor.

Se ha afirmado repetidas veces que la vida inter-nacional ofrece a nuestra mirada la imagen de una es-tructura societaria, pero que no ha constituido siempreuna Sociedad, sino que comenzó siendo Comunidad quese convierte de modo paulatino en Sociedad. En-tender y valorar cómo se ha producido esta mu-tación es, en nuestra creencia, entender y valorarlo que, según frase ya estereotipada, ha dado en lla-marse "crisis del mundo occidental". En efecto, la vida

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CÜMCBSIBAB INTERKACIOHAL Y SOCiEBAB rHTE.'OíACIOKM.

internacional no constituye nunca un círculo aisladoen las formaciones culturales, sino que se halla en evi-dente trabazón con todas las demás fonñas en que haido condensándose una cultura., A cada momento inter-

ioso, y todos ellos están íntimamente «aparenta-formando una fina textura cuando se les conteni-en la plenitud de un estadio de la Historia.Pulsar y describir con pulcritud todas y cada una

en .Sociedad esimposible, porque los momentos históricos no son comoñgtaras geométricas que se puedan colocar o separar,

las en sus planos sin que cada tina pier-i su ser, sino tejidos que se compe-

aetran en interacción de elementos, y en donde desesti-marlos en beneficio de la claridad de .exposición es vul-gar simplismo. Sólo se pueden indicar, pues, aquellos

se producen en el senocultura occidental. Al explicar estos cambios ope-en las relaciones internacionales, partimos de una

e, para nosotros, tiene carácter evidencia!, yes la -de que toda forma de cultora necesita de un núcleoreligioso para subsistir. Si esto es así en toda cultura oen cualquier formación histórica, en-lo que se refiere a

hecho se presenta con caracteres incues-.

Occidente- se despliega sobre la'ba-se de dos gran-áes' motivos: uno es la tradición científica, heredadaya de la antigüedad greco-altina, otro, la religión cris-

como credo dogmático. Los más bellos períodos

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AKT03TIQ POCH Y G. DE CAVIEBES

de la historia de Occidente son aquellos en que se buscauna síntesis de ambas motivaciones y en que armóni-camente se compenetran. Todo el vigor de nuestra cul-tura deriva de esa conjunción interna que le permitíacomprender las ideas sin sustanciarlas trascendental-'mente porque, se hallaban subordinadas a Dios, y con-siderar este mundo como paso, pero paso obligado por•decreto, de la voluntad divina, que nos preceptúa viviry actuar en él. No es otro el origen, del denominado ac-tivismo occidental.

Pero en esta dualidad de elementos la nota domi-nante era el motivo religioso, y sólo éste podía ser, por-que sólo el credo religioso informa plenamente la vidade la que la ciencia no está más que al servicio. Tam-bién el factor religioso es el único que puede erigir unsistema ético valedero y crear un mundo de valores ac-tuantes. Cualquier excesiva inclinación, cualquier mo-vimiento exagerado que se produjese,en este organis-mo moral y que trastornase la' economía de esta sín-tesis había de producir, ipso fació, un comienzo de des-composición de la Comunidad • cultural y una disgre-gación del sistema ético umversalmente tenido por le-gítimo (22).

A medida que Occidente va abandonando la pleni-tud del credo dogmático se desvaloriza su sistema éti-co, hasta llegar a la situación cuyos resultados hoypalpamos. Describir la crisis de la Comunidad interna-cional es rememorar la fractura progresiva del Ethos

(22) Hablamos de Comunidad internacional de Occidente:. En primergar, porque es el problema que vitalmente nos afecta, y en segundo tér-mino, porque Occidente ha impuesto su orden internacional, aunque demanera formal, como su técnica, al mundo.

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COMUNIDAD INTERNACIONAL Y SOCIEDAD INTERNACIONAL

cristiano; analizar el proceso de su formalización esesbozar el proceso de la razón humana (23).

Constituye, un lugar común el afirmar que con elquebranto del orden medieval y .la aparición del Re-nacimiento comienza la descomposición del SistemaCristiano. Es esto en parte cierto,, pero dista muchode ser verdad plenamente. El Renacimiento represen-ta lo que se ha llamado la revolución espacial; con élcambia la comprensión de los espacios astrales y sebautizan rutas hasta entonces desconocidas, y en unmomento las ciencias,, hasta entonces sujeta;; a férreadisciplina dogmática, solicitan y acceden a su autono-mía. Es cierto que el Renacimiento entrañaba una frui-ción iconoclasta respecto de la Edad Media, pero no loes menos que, en gran parte, a pesar de su oposiciónaparente, era continuador de los postulados medievales,y, en gran parte, también una potente necesidad de losespíritus atormentados en formas ya vacías de conteni-do. Con todos los peligros que representa la irrupciónde ingentes energías, como lo eran las del Renacimiento,rio cabe duda que con él no se produjo catástrofe alguna.insuperable para el porvenir de la Unidad occidental. ElEtlios cristiano hubiese logrado encauzar, .en esfuerzo•de propia superación, la oleada, distendiéndose hastaconstreñir en sus eternos'y siempre frescos moldes aquelprodigioso alumbrar de una nueva época. Un ejemplomuy poderoso de ello lo dio nuestra Patria, que lleva acabo la doble reforma de la Iglesia y de las cienciassin contradecir el más puro dogmatismo en un caso, yla más viva tradición medieval en el otro, pero sin des-

(23) En realidad la disgregación del Ethos cristiano y de la Comu-nidad internacional de Occidente son procesos que corren paralelos al dela razón en sus distintas proyecciones.

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AHTOITIQ EOCH Y G. DE OWIEDES

conocer ni por un momento ninguna de las exigenciasde la Edad Nueva. Nuestro pueblo acepta las nuevasrealidades creando el primer Estado moderno sin con-culcar el antiguo sistema moral, y se lanza al descu-brimiento de nuevos mundos para doctrinarlos en lamisma fe que había enfervorizado las conciencias me-dievales. Toda esta época de tránsito que representael Renacimiento no era una. época negativa en modoalguno, sino, al contrario, intensamente positiva, puesnunca es negativo aquello en que se despliega el podercreador humano, y el Renacimiento fue creador enmodo máximo.

Por lo que a la Comunidad internacional se refiere,en este período, que podemos emplazar desde el Conci-lio de Constanza hasta las Guerras de Religión,.'aquéllacontinuaba en pie. Era una época inestable, eso sí, porla propia pujanza de los nuevos brotes, que en políticaeran los Estados nacionales, pero nada esencial del an-figmo sistema ético se había volatilizado, fuesen cuales

y los crímenes a que conducía. Aunque agitada, comoes agitación- todo lo nuevo y.vivo, el sistema moral,repetimos, se sostenía y las fórmulas para su produc-ción o moldeamiento en orden a los nuevos elementos-aparecidos en la escena del mundo se hubiesen encon-trado tarde o temprano, y ya se habían iniciado, en estesentido, rutas venturosas. Lo mismo que la Iglesia con-seguía que los grandes artistas renacentistas pintasen.o esculpiesen, si bien con sabor clásico, temas cristia-nos, los nuevos factores o motivos políticos se habríanorquestado en la Etica de la Iglesia.

En donde se inicia, en verdad, la crisis del mundocristiano, y con ella la del status communüaíis es con la

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COMOTIBAB INTEBNACIONÁL Y SOCIEDAD. IHTEBSTACIONAI.

Reforma, y no en el Renacimiento —cualquiera que seael parentesco que entre los dos acontecimientos exista—.La Reforma abre una hendidura en la misma entrañadel credo religioso, y, como consecuencia,, en el ordenmoral; se inicia entonces el período de las Guerras deReligión, que son (como sucede en la guerra actual,aunque por motivaciones muy-distintas) luchas a lapar internas e internacionales, porque afectan a labase misma del sistema ético que era común a ambosórdenes. Esta época internacional se cerrará con laspaces de Westf alia y Pirineos.

España se alza entonces como campeona de la uni-dad del.credo dogmático y del sistema moral, y a ello,sacrifica las más lozanas reservas de su. ser histórico.Es necesario hacer hincapié en esto porque se intentadesconocerlo -en la mayor parte de la literatura his-tórica extranjera, asegurando que España luchó' poruna hegemonía continental. España no batalló por un.aumento físico de su poder, sino por lo que conside-raba misión propia, deber irrecusable, que era el de unirlo que se estaba «desuniendo y apuntalar lo que se ve-nía abajo. Los autores extranjeros, sobre todo los fran-ceses, insisten frecuentemente en el término hegemo-nía española o. hegemonía de la Casa de Austria comoprecediendo en el tiempo a la francesa. De esta manera,la reacción queda justificada por la acción por ser deuna y la misma especie. El término hegemonía, sinembargo, no corresponde ni es expresión de la obracontrarreformista emprendida por España. La situa-ción, a grandes trazos, podría describirse dé este modo:España -era consciente, más que nadie, de que la uni-dad política de la Cristiandad en torno a un poder'su-premo legalmente. consagrado, constituía un sueño ya

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ANTONIO POCH Y G. DE CAVIEDES

irrealizable. Para bien o para mal, el Imperio, comoarmazón del edificio político del Medioevo, carecía deviabilidad; el Imperio era sólo un hernioso sueño en elpasado,, y las nuevas formas políticas se imponían. Unaposibilidad imperial fue, sin duda, la de Carlos, el últi-mo emperador de gran estilo, en frase de Bezold, peroesto había sido como un meteoro en la noche del nuevoepos. España se hallaba, pues, de lleno en el nuevo for-mato político y dispuesta a propulsarlo. Pero lo que nopudo consentir fue la ruptura de aquel sistema moralque hasta entonces había sobrevivido a todas las tem-pestades y que constituía la base de la convivencia occi-dental. Toma entonces las armas al servicio de las fuer-zas centrípetas y de unidad y en frente de las fuerzasdisgregadoras que querían multiplicar el dogma y los.sistemas de moral por el número de soberanos y pueblos.No tuvo otro fin ni otra pretensión la potencia española,y esto no se semeja, ni remotamente, a un ansia hegemó-nica, tal como despierta más tarde en los restantes Es-tados. Para el •cumplimiento de-aquel logro, eso sí, uti-liza y apura todas las armas que tíene a mano, y, deacuerdo con la tónica de los nuevos tiempos; desde las' más cerradas medidas mercantiíistas en el interior delEstado hasta la más perfecta y sutil obra diplomática.Donde hay un elemento al servicio y al mismo tiempodefensor de la idea de unidad lo apoya, donde hay unpeligro de ascensión al trono de un príncipe hugonotepromueve pleito dinástico. Y mientras tanto no parasu brazo de luchar ni su espíritu de combatir con lasmás afinadas armas de la controversia. Es una entregatotal, absoluta y sin reservas a una empresa trascen-dente ; no un afán sin límites de dominio, que es comose lo ha querido presentar.

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COMUNIDAD INTEESTACIQNAL / SOCIEDAD INTERNACIONAL.

Este período esencial para la historia de Europa,en sus múltiples manifestaciones, finaliza con la de-rrota de las fuerzas al servicio de la unidad. La pazwestf aliana es el status legal en que se legitima la rup-tura del sistema ético, y con ello comienza el procesode formalización de los principios morales que ha dedesembocar en la Sociedad internacional que hoy vi-vimos.

El período que corre desde la paz de Westfalia ala Revolución francesa y que tiene un punto álgido desu curva en la paz de Utrecht, contradice en aparien-cia todas las afirmaciones hechas sobre la ruptura dela Comunidad, si nos dejamos prendar de hechos su-perficiales. En él, con la política del sistema de Esta-dos, si no se logra el bien, de la paz, se alcanza almenos que la guerra sea, tanto en sus repercusionescomo en el modo de llevarse a efecto, lo más tempe-rada posible. Occidente, cansado por el agotador es-fuerzo de las Guerras de Religión, reposa y cura susheridas. Esta paz le es deparada por el'legitimismo di-nástico en el interior, encauzando y reordenando loselementos medievales en torno al poder real, y de don-de brota la plenitud del Estado barroco, y por el sistemadel equilibrio en el exterior que obtiene, incluso, en lamencionada paz de Utrecht, formulación legal.

Un nimbo de placidez rodea la vida europea quegira alrededor de ese centro nuclear del Equilibrio quese hace símbolo de medida y ponderación. El Equilibriorepresenta ante los ojos de los hombres del xvn y xvínalgo más que una manera de disponer, es un principioy un sistema. Se expresa en la visión deísta de un Diosgran arquitecto, tanto como en la música de Mozart, oen la gravitación newtoniana. Todo se encuadra en un

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ANTONIO I'OCII Y <;. Mi CAV1JSDES

ritmo de graciosa gentileza rococó, y hasta la.guerrase tifie de maneras cortesanas: "Tires les premiersmessieurs les ungíais." Pareciendo recordar en su con-ducta el ritmo de un baile de corte o las reglas de unapartida de ajedrez. Es la época también de lacia más exquisita en que se juega con pulcritud deademanes caballerescos.

Pero no se-deben ver signos positivos en donde I©único que se decanta es carencia, sin que por ello ne-guemos ni la hermosura ni las grandes realizaciones t|.eesta edad. Era fácil ya poner de acuerdo en el interiorde los Estados y en la esfera internacional a protestan-tes y católicos, porque las ideas religiosas habían en-friado, habían cedido en, tensión y con. ello las ideas mo-rales; como era fácil para el poder real sostener/losmandos sobre una aristocracia que había perdido arres-tos feudales para hacerse prestigio cortesano, y sobreuna burguesía que iba adquiriendo muy lentamente con-

Pero esta edad no era más que un respiro,' un re-plegarse de Occidente sobre sí mismo, para elevar mástarde, con más vigor que nunca, Jas antinomias quedesde la ruptura del mundo moral cristiano crepitabanen él. Europa fue durante esta época, a pesar de lasfalsas apariencias de orden dinástico y equilibrio deEstados, una Sociedad internacional. Ahora bien, notodas las sociedades pueden medirse por un mismo ra-sero. No es posible comparar la de un club aristocrá-'tico con una sociedad de menestrales, ni es la mismala que se establece en el gran trasatlántico de lujo ala forzada y arrumbada convivencia de un barco deemigrantes empobrecidos, y, sin embargo, todas estasformas son societarias, aunque de distinto grado.

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COMWSIDAB INTERNACIONAL Y SOCISBAB INTERNACiGSJAL

La vida internacional de los siglos xvn y XVIIIfue la de una Sociedad, pero una Sociedad de gentiles-hommes; fes reyes se trataban de hermanos, y una altaclase común a toda Europa, la nobleza, detentaba eldominio de los resortes públicos y ocupaba los altos

. cargos, entre ellos los de la vida exterior del Estado.Si ya no se conservaban las ideas, sino que más biense iban sustituyendo indolente y elegantemente por lasque habían "de ser la ruina de este período, al menosse conservaba el gesto y la manera. Mas este remansose iba a embravecer. El equilibrio del siglo XVIII era,vsi se quiere, bello y sutil, pero, como todos los equili-brios, formal e inestable. Acumuladas ya nuevas ener-gías,'gastadas ya, por otra parte, las últimas reservasdel orden común, que aún teñían el ambiente, aunque .de modo tibio, aparece.el período revolucionario, y esentonces cuando se llega a las últimas consecuenciasde la ruptura del orden que había mantenido a Euro-pa en haz y cuando van a exaltarse in extremis lasantítesis que aquella ruptura implicaba.

Juan Jacobo traspasa de un hálito místico las ca-bezas hasta entonces frías de los ingenios dieciochescosde la Enciclopedia, y en cálido pathos revive en lasconciencias, y con ello en una nación, la idea de con-siderarse portadoras de' un credo de felicidad, de unsistema de verdad —ya no el cristiano unitivo, natural- •mente— que se derrama hacia el exterior y que quiereimponerse porque debe imponerse. En .ese mismo díase han lanzado al surco los gérmenes de la guerra total.

No es momento de describir con detalle todas lasetapas que nos conducen desde aquella hora a'la ac-tual ; baste decir que todos los sistemas ensayados des-de entonces para contener la vida internacional en una

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AKTONIÜ POCH Y G. DE CAVIEDES

soportable convivencia lian fracasado. Ni la SantaAlianza bien intencionada, pero soñando en revivir nos-talgias del pretérito anden regime, ni el principio delas nacionalidades, panacea romántica que también pe-rece, ni la fe en la ciencia y la religión del progreso,son otra cosa que débiles diques que no logran conte-ner el empuje de la riada. Los acontecimientos habíande seguir la lógica de sus premisas, pues en la His-toria no es necesario que se produzcan los hechos, mas,una vez producidos, han de explotar su inmanenciacuando no se- les cercena en la rnisma cansa que lospromueve.

Todos estos movimientos, vigorosamente concate-nados a posturas del espíritu, se lian disputado el mapaeuropeo y han escindido no menos las naciones quelas almas. El Estado se hizo hoy, al ejemplo de Fran-cia, en el 89, sustentáculo y resorte de una tesisradical y absoluta, que tiende a abatirse en formasuniversales. El Estado, aparato formal, casi abstracto,que permitió la política del Equilibrio, ha acabado parasiempre. Cada Estado lleva su credo como en la teoríaeinsteniana cada tren lleva su hora. En estas condi-ciones, la Comunidad internacional se hace imposible,y aun la misma coexistencia difícilmente soportable. Abuen seguro que en el interior de las formas estatalesla situación no es tampoco de ninguna manera hala-güeña ; causas iguales producen iguales efectos, y cuan-do se rompe un orden, como era aquel de Occidente, quetransía todas las capas de la vida humana, el quebran-to ha de repercutir a su vez en todos los estratos so-ciales.

Las revoluciones representan en el interior de losEstados lo que la .guerra para la vida internacional, y

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ANTONIO POCH Y G. HE CAVIEBES

torios sombríos en las apreciaciones hechas sobre larealidad internacional; pero es vulgar un optimismoque se alimente de quimeras y ensoñaciones. Curarun mal es conocer su sintomatoiogía y sólo más tardese puede pensar en la aplicación de tina terapéutica.Si Occidente, y con él los occidentales, quiere salvarsedel abismo que se abre ante él, amenazando devoraruna obra de dos mil años, ha. de poseer una nocióndescarnada de los males que le abruman, así corno desus causa,s. No se crea en modo alguno que nos sumi-mos en un pesimismo sin horizontes. Es dicho popularque grandes males traen grandes remedios, y Occiden-te construyó sus mayores, grandezas en el sufrimientoy en el dolor; la noche del siglo v desembocó en la epi-fanía del XIII, y de la inmensidad de la tragedia pue-den,, brotar las luminarias de un renacer. Pero, sólode un revival del Sistema ético ha de surgir la fuentede salud de un mundo trastornado. Su realización exi-girá sacrificios sin fin, en que se inmole lo contingenteen la salvación de lo esencial. A su servicio se han deponer claridad de mente y esfuerzo heroico, la mayorvirtud y la mayor proeza al. mismo tiempo. Que nadiepiense en un retorno a lo pasado (que no es negar sucontinuación, pues esto es precisamente lo que se quie-re salvar), pues la Historia, como tanto se-ha re-

io, es irreversible. Menos se puede suponer aún> un reajuste económico sea suficiente cuando lo que

está en crisis es el espíritu. Cualquier sistema, ya in-ternacional, ya, nacional, que se presente sobre basesestrictamente económicas, no puede conducir sino a unefímero orden de paz, o la opresión más abyecta. Siel sistema moral está lacerado, sólo por él primordial-mente se ha de iniciar la curación.

ANTONIO POCH Y G. DE CAVIEBES.