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CONGRESO FEPPAL -2014- REALIDADES Y FICCIONES
“APORTES DE UNA LECTURA DEL QUIJOTE A LA CLINICA
PSICOANALITICA.”
Lic. Roxana Ratinoff de Arasanz
El memorable capítulo X de la segunda parte de Don Quijote de la
Mancha narra, en mi opinión, uno de los pasajes más bellos y
luminosos para el psicoanálisis. Se anticipa allí el artificio que tuvo
Sancho “para encantar a la señora Dulcinea y otros sucesos tan
ridículos como verdaderos”.
Habiendo llegado al Toboso, el Quijote decide presentarse ante
Dulcinea porque ya es famoso y ha logrado construirse como el
Ingenioso Hidalgo. Dulcinea, suponemos, ha escuchado hablar de
él, porque la primer parte del libro ya se leyó y todos conocen las
andanzas del cabellarlo y su escudero. De modo que, tal como lo
mandan las costumbres de la época, el Quijote envía a Sancho en
su representación para que se presente ante su dama.
“Anda hijo, y no te turbes cuando te vieres ante la luz del sol de
hermosura que vas a buscar. Dichoso tu sobre todos los escuderos
del mundo. Ten memoria y no se te pase de ella como te recibe (…)
Finalmente hijo mira todas sus acciones y movimientos porque si tú
me los relatares como ellos fueron, sacaré yo lo que ella tiene
escondido en el secreto de su corazón acerca de lo que al fecho de
mis amores toca…”
No menos confuso y pensativo sale Sancho a cumplir la
inalcanzable orden sin desconocer que Dulcinea es obra de la
imaginación de su señor y aún así debe “encontrarla y describirla”
con palabras exactas en la larga enumeración de detalles de todo lo
que hubiere visto. Las dudas y vacilaciones de Sancho se
amontonan en un titubeante monólogo interior que deriva en la
siguiente reflexión: dado que el Quijote ve gigantes donde hay
molinos de viento, fácil será hacerle creer que una labradora
cualquiera es Dulcinea y el Quijote podrá verla, si Sancho por obra
de la enunciación, puede recrearla. Entonces la condición de
posibilidad de que se “encuentre” el Quijote con Dulcinea
dependerá de que se la convierta en literatura, porque si se la va a
buscar a la realidad fuera del lenguaje del Quijote, no existe, como
nada de lo que ve el Quijote existe si no se lo convierte en
literatura. Entramos así en un terreno que es central para el
psicoanálisis: la transfiguración del hombre del mundo real en un
mundo verbal, subjetivo.
La obra de Cervantes es aun hoy fundamental y vigente porque nos
dice que puestos los ojos en el mundo, lo que se impone como real
es un discurso; somos lo que el lenguaje hace de nosotros, en
conformidad con su riqueza. Entonces, ¿qué diagnóstico sobre la
realidad hace el Quijote y qué valores se pueden extraer de la
ficción que arma Sancho?
“Yo no veo Sancho, más que tres labradoras sobre tres borricos.”
“Calle, señor. No diga tal palabra sino despabile esos ojos y venga a
hacer reverencia a la señora de sus pensamientos, que ya se
acerca…”
Se adelantó Sancho a recibir a las tres aldeanas haciendo
reverencia:
“Reina y princesa y duquesa de la hermosura, vuestra altivez y
grandeza sea servida de recibir en su gracia y buen talante al
cautivo caballero vuestro (….) Yo soy Sancho Panza, su escudero, y
él es el asenderado caballero Don Quijote de la Mancha, llamado
por otro nombre el Caballero de la Triste Figura.”
“…y miraba Quijote con ojos desencajados y vista turbada a la que
Sancho llamaba reina y señora; como no descubría en ella sino una
moza aldeana. (…)Las labradoras estaban atónitas, viendo aquellos
dos hombres tan diferentes hincados de rodillas.”
“¡Apártense nora en tal camino y déjennos pasar, que vamos
depriesa”. (…)
“¡Mas joder! ¡Mirad con que se vienen los señoritos ahora a hacer
burlas…”
El pasaje es delicioso y muestra que nada es tan fácil y que la
percepción le gana a nuestro caballero andante. Entonces, ¿Dónde
cobra sustancialidad la realidad cuando ésta es puesta en duda?
La realidad para el psicoanálisis es un enigma del inconsciente ya
que no es posible escapar de la dimensión ficcional de la existencia
que es el lenguaje. Al romper con el rigor empírico de una ciencia
positivista que aspiraba a recuperar las certezas frente a las
incertidumbres planteadas por el pensamiento romántico, Freud
recategoriza la realidad dentro de un nuevo paradigma que no
depende del conocimiento del objeto sino de las significaciones del
sujeto. A partir de Freud, la realidad queda propuesta como efecto
de la existencia del inconsciente. Si la época actual, en su apuesta a
colmar las urgencias del goce, promete liberar al mundo de
enigmas, el psicoanálisis pretende hacer de la falta y la pérdida del
objeto el efecto humanizante de la especie y de la ficción la
capacidad de simbolizar la realidad.
Bien lo entendió Cervantes, al tomar distancia como narrador y
relatar, modestamente, desde lo que le contaron a él. Bien lo
ilustra la pintura de Velázquez, de este mismo período Barroco al
representar la infinidad de espejos que componen una mirada.
Análogamente, el desdoblamiento infinito del lenguaje que no
alcanza a dar cuenta de lo qué “es real”, permite su perpetuo
deambular en pos de nuevas significaciones. O, como dice Vargas
Llosa, es natural que “en la obra cervantina la realidad se vaya
desrealizando como en un cuento borgeano hasta convertirse en
ficción o en una novela de espejos.”
Transformar la ficción en historia viva, poner las palabras en acción
es el sueño que convierte a Alfonso Quijano en Don Quijote. El
proceso de ficcionalización de la realidad alcanza su apogeo, en mi
opinión, en la resolución del capítulo X de la segunda parte. No solo
porque lo que ha hecho el Quijote, sus locuras, su hambre de
irrealidad, todo lo ha emprendido para que su Dulcinea del Toboso
lo valore, sino porque ella encarna su deseo inconsciente.
La particular lectura que hace el Quijote de su mala fortuna al
reconocer tres campesinas en lugar de su princesa y sus doncellas,
no solo refuerza el argumento de Sancho de que un maligno
encantamiento lo persigue desfigurando la hermosura de Dulcinea
en una rustica labradora, sino que lo convence de cómo lo afecta a
él poniendo “nubes y cataratas” en sus ojos, impidiéndole ver,
tema princeps de nuestra praxis, dado que la realidad es aquello
con lo que trabajamos pero siempre está determinada por el
inconsciente.
“…has de saber Sancho que estos triadores han transformado a mi
Dulcinea en una figura tan baja y tan fea como la de aquella
aldeana y justamente le quitaron lo que es tan suyo de las
principales señoras, que es el buen olor, por andar siempre entre
ámbares y flores. Porque te hago saber Sancho, que cuando llegué a
subir a Dulcinea por su hacanea, que a mí me pareció borrica, me
dio un olor a ajos crudos que me encalabrinó y atosigó el alma.”
A lo que Sancho responderá:
“¡Oh, canalla! ¡Oh, encantadores aciagos y malintencionados,
sardinas en lercha! ¡Bastaros debiera bellacos haber mudado las
perlas de los ojos de mi señora en agallas de alcornoqueñas, y sus
cabellos de oro purísimo en cerdas de cola de buey bermejo y,
finalmente todas sus facciones de buenas en malas sin que le
tocárades el olor, (…) aunque a decir verdad, nunca yo vi su fealdad,
sino su hermosura, a la cual subía de punto y quilates un lunar que
tenia sobre el labio derecho…”
“-A ese lunar- dijo Don Quijote, según la correspondencia que
tienen entre sí los del rostro con los del cuerpo ha de tener otro
Dulcinea en la tabla del muslo que le corresponde al lado donde
tiene el rostro…”
Es un fragmento, éste, en el que pienso quizá con demasiada
frecuencia y que para mí está ligado a la felicidad o a su falta. Es el
pasaje que ilustra la lucha indeclinable por sostener el ideal ante lo
real que irrumpe inexorablemente. Es el pasaje literario que
describe el voltaje transferencial que motoriza nuestros vínculos,
siempre delirantes. Es el momento de reflexión que rige el
despertar de todo sueño y su creencia en él; el restablecimiento de
un orden o la interpretación que reconduce el caudal asociativo.
Quizás estén allí condensados el deseo, lo erótico, el enigma de lo
femenino, lo sexual imposible, el goce corporal.
Me pregunto si Don quijote supo reconocer su fecunda imaginación
como una forma original y novedosa de enfrentar esa realidad
inconcebible. Me gusta pensar que para él Dulcinea no encarnó
solamente el delirio de un amor inexistente o su fantasía
inconsciente sino la medida de una curiosidad a explorar, entonces
el Quijote no será sólo la más formidable novela de caballería sino
una manera de ser ante la falta.
La ficción, si es eficaz se convierte en una energía que afecta a la
realidad. Modifica a la persona, acontece en un modo de ser y en
un instrumento de permutabilidad transformador porque repara en
la subjetividad. En definitiva, este juego inquietante y enriquecedor
no es otro que la compleja relación entre la ficción y la vida,
consciente e inconsciente.
El Quijote, como Dante con Beatrice, anhela en Dulcinea su destino
final. Qué notable que los personajes de tan remarcables épicas
universales, tengan por ventura la figurabilidad de lo femenino. Y
no es extraño que en ese amor que los mantiene distanciados,
como un amor secreto, esté el misterio de todo real, la raíz misma
de la vida, la muerte, la sexualidad, el alma; quizás también el
misterio propio de cada uno. Nada más cercano que estos
interrogantes a las aspiraciones del psicoanálisis, a la alianza de una
pareja unida en el relato del sueño y la vigilia, lo real y lo ideal, la
vida y la muerte, el espíritu y la carne. Nada más cercano a la
contradictoria y fascinante condición humana.
Harold Bloom tiene razón al afirmar que Don Quijote podría ser
legítimamente llamado la Biblia de la realidad. Según expone en su
libro titulado con justicia “Genios”, la comedia de Cervantes está
ligada al dolor y al sufrimiento; Quijote estaba desesperado por
sobrevivir. Sabemos que la imagen del caballero de la triste figura
siempre quedará asociada a la dicotomía entre lo real y lo
imaginario. Shakespeare, Cervantes, contemporáneos a una misma
época, buscaron retratar el horror que le produce al hombre lo
ambiguo, porque con lo equivoco la propia identidad pierde
transparencia y se incrementan las angustias de muerte.
¿Qué verá el Quijote en lo que Sancho le cuenta? El Quijote no va a
ver con su percepción sino con las palabras de Sancho, y confía en
ese lenguaje aún cuando se le impone la percepción. Porque si
Sancho le habla bien el Quijote puede crear a Dulcinea en su
mundo interno y darle a la palabra la función significante de las
cosas. Por eso tan poderoso y curativo el efecto de las palabras y
toda la literatura, porque lo humano puede ser configurado o
desfigurado por el lenguaje.
¿Cuál es la visión de un artista?, se pregunta Rilke hablando de
Rodin: “Posee el don de ver, en todo, cosas que puede, después,
construirlas. Allí reside su grandeza. (…) Si en el mundo la cosa no
es determinada, en el arte lo debe ser menos todavía: sustraída a
todo accidente, desprendida de todo pronombre, arrebatada al
tiempo y liberada al espacio. (…) La una PARECE, la otra ES.
El conflicto entre realidad y apariencia, dado que las apariencias
engañan, alertó a Freud a relativizar el “acontecimiento real” en la
vida de sus histéricas focalizando su interés en dos ejes: las
fantasías inconscientes, artilugio de toda elocuencia, y el
inconsciente como el producto de un vínculo entre algo
determinado y su significación. Los psicoanalistas trabajamos con el
efecto de esa revelación, por eso es ingenuo plantear supremacías
entre ficción y realidad, entre inconsciente y razón, entre ciencia y
poesía. La hondura se perfila en la integración y el diálogo que el
Quijote nos enseña a practicar.
Leonardo Peskin me enseñó a pensarlo de este modo: “hay un
continuo entre todas las realidades para los humanos; la realidad
onírica, la literaria, la cotidiana, pero todas se basan en una
propiedad de la subjetividad que es la posibilidad de fantasmatizar
las cosas, los puntos ciegos para lo simbólico, que serán los
estímulos sensoriales para Freud u objetos a para Lacan y que
desembocarán en el lenguaje. Porque lo fantasmático proviene del
lenguaje que a su vez proviene de un otro. Y quien provee la materia
prima para la construcción de cualquier realidad es el Gran Otro
que determinará las inscripciones inconscientes para matizar esa
realidad que podrá ser neurótica, psicótica o perversa.”
Quizás una pregunta que sugiere la lectura de este capítulo del
Quijote, a mi parecer profundamente representativo de la dinámica
de la realidad psíquica, la función constituyente del lenguaje y la
jerarquización del acompañamiento del sujeto en la locura, es: cuál
realidad es la del sujeto mientras es objeto del goce del otro, por
ejemplo el materno, que es fundante y cómo se produce ese pasaje
de objeto de goce a sujeto deseante en el interjuego entre realidad,
lenguaje y fantasía. Y en este sentido, Sancho funciona como el
catalizador de las angustias objetales quijotescas y al modo de la
función materna ofrece ese baño de palabras reparador del mundo
interno y configurador de la identidad.
He intentado analizar el acontecimiento que el capítulo X de la
segunda parte del Quijote me significó. Su lectura me aporta la
convivencia con la irresolución del problema entre ficción y realidad
y la necesidad que como humanos tenemos de ambas. Laplanche,
en esta línea, es quien nos advierte cómo la noción de realidad es
renovada desde el psicoanálisis a partir de descubrimientos
fundamentales como el complejo de Edipo y la construcción
progresiva del objeto libidinal. “Lo que el psicoanálisis entiende por
acceso a la realidad no puede reducirse a la idea de discriminación
entre lo irreal y lo real, ni a la de una puesta a prueba de los
fantasmas y deseos inconscientes al contacto con un mundo
exterior.” En este sentido agregaría que tampoco puede reducirse a
la disminución de tensión, como queda planteado en el “Más allá
del principio de placer”. La relación placer-realidad plantea el
problema de las significaciones atribuidas. Placer, para el
psicoanálisis, no se restringe a satisfacción de las pulsiones de
autoconservación. Por lo contrario, cuando hablamos de
satisfacción consensuamos deseo inconsciente, en todo su evidente
carácter arreal, que inspira la aplicación de una lógica a-lógica. En
este sentido, el Quijote viene a recordarnos que difícilmente pueda
interpretarse la significación de la realidad independiente del deseo
inconsciente y la conflictiva edípica. Edipo es un ciego, como el
Quijote también lo es en la medida que está constituido por el
lenguaje de Sancho; ve literatura, y se configura en el enigma de
una identidad posible a partir del valor revelador que da a la
ficción, no porque transforme a las palabras en imágenes, casi en
forma alucinatoria, sino por el tratamiento que hace de la realidad
advirtiendo que las palabras ante todo son significados. Entonces el
Quijote, un personaje barroco del 1600, nos enseñará el valor de
escuchar, como la tarea del analista actual consistirá en releer los
significados no advertidos en lo dicho. Hasta donde he avanzado,
me pregunto, ¿Ante quién estamos? ¿Ante un loco? ¿Ante un
vanguardista que no alcanzamos a comprender?
Si, el mundo sería más triste y más opaco sin el Quijote y su
pequeña revolución. Sus páginas fundamentales brindan una
oportunidad para cuestionar lo establecido, lo real indescriptible, la
libertad de inventar la vida y los deseos del inconsciente que son
como una gran familia silenciosa que se extiende más allá, en
inagotables significaciones.
Para explorar el inconsciente se requieren maestros. Uno no llega
solo allí, es necesario ser guiado por las ficciones y los lenguajes
que lo habitan en los que se encarna la vida.
DESCRIPTORES
Realidad-Ficción-Lenguaje-Significante-deseo
RESUMEN
El presente trabajo propone pensar los conceptos de realidad y
ficción desde el aporte de la lectura del capítulo X de la segunda
parte de Don Quijote de la Mancha. Cuando el Quijote llega al
Toboso para encontrarse con Dulcinea, solo podrá verla si Sancho la
convierte en relato, dado que Dulcinea no existe, como nada de lo
que el Quijote ve existe más que en su fantasía. A partir de la
experiencia transformadora del mundo real en verbal, el cruce
entre realidad y ficción quedará vehiculizado por el lenguaje. La
lectura del Quijote es un aporte fundamental para el psicoanálisis,
donde la ficción va construyendo la realidad a partir del lenguaje y
la realidad se hace ficción a partir de los deseos inconscientes. La
obra de Cervantes es oportuna y vigente porque nos dice que
puestos los ojos en el mundo, lo que se impone como real es un
discurso. Análogamente, Freud replanteó su teoría del trauma al
relativizar, en la escucha de sus pacientes histéricas, la
materialización del “acontecimiento real”, focalizando su interés en
dos ejes: las fantasías inconscientes, artilugio de toda elocuencia, y
el inconsciente como el producto de un vínculo, de una relación
entre algo determinado y su significación. La noción de realidad es
renovada a partir del Barroco y del psicoanálisis. Desde el Barroco,
Don Quijote nos sumergirá en las profundidades de la identidad
humana para confrontarnos con el conflicto entre apariencia y
realidad; quiénes somos y quién creemos ser. Desde el
psicoanálisis, la noción de realidad será replanteada a partir de
descubrimientos fundamentales como el complejo de Edipo y la
construcción progresiva del objeto libidinal, determinantes de los
vínculos y sus significantes.
BIBLIOGRAFIA
- Cervantes, Miguel De. “Don Quijote de la Mancha”, Real
Academia Española, Brazil, 2004.
- Laplanche, J. “Diccionario de Psicoanálisis”, Ed Labor, España
1981.
- Freud, S. “Más allá del principio de placer” (1920), AE, Tomo
18, Bs. As, 2001
- -- “Escritos breves” (1923), AE 19, Bs. As, 2001
- -- “Formulaciones sobre los dos principios del acaecer
psíquico”(1911), AE 12, Bs. As, 2001
- Lacan, J (1958): “El deseo y su interpretación”, Lacan Oral,
Xavier Bóveda, Bs. As 1983.