congreso iberoamericano de derecho … · culturales –en materia de educación-, que siempre...

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1 21 | 22 | 23 - MAYO 2019. BUENOS AIRES. ARGENTINA CONGRESO IBEROAMERICANO DE DERECHO CONSTITUCIONAL: "La Democracia Constitucional en América Latina: A 45 Años del Instituto Iberoamericano de Derecho Constitucional y a 40 Años de la Asociación Argentina de Derecho ConstitucionalS5-1010 XIV CONGRESO IBEROAMERICANO DE DERECHO CONSTITUCIONAL La Democracia Constitucional en América Latina a 45 años del Instituto Iberoamericano de Derecho Constitucional y 40 años de la Asociación Argentina de Derecho Constitucional Eje Temático:5 Poder Judicial y la Jurisdicción Constitucional -Diálogo entre tribunales e inter-poderes- Pablo Riberi Profesor Titular de Derecho Constitucional de la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Católica de Córdoba. Profesor Adjunto de Derecho Constitucional de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Córdoba. Miembro del Comité Ejecutivo de la IACL-AIDC (Asociación Internacional de Derecho Constitucional)

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Latina: A 45 Años del Instituto Iberoamericano de Derecho Constitucional

y a 40 Años de la Asociación Argentina de Derecho Constitucional”

S5-1010

XIV CONGRESO IBEROAMERICANO DE DERECHO CONSTITUCIONAL

La Democracia Constitucional en América Latina a 45 años del Instituto

Iberoamericano de Derecho Constitucional y 40 años de la Asociación Argentina de

Derecho Constitucional

Eje Temático:5

Poder Judicial y la Jurisdicción Constitucional

-Diálogo entre tribunales e inter-poderes-

Pablo Riberi

Profesor Titular de Derecho Constitucional de la Facultad de Ciencias Políticas de la

Universidad Católica de Córdoba.

Profesor Adjunto de Derecho Constitucional de la Facultad de Derecho y Ciencias

Sociales de la Universidad Nacional de Córdoba.

Miembro del Comité Ejecutivo de la IACL-AIDC (Asociación Internacional de

Derecho Constitucional)

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La relación entre Política y Justicia:

-o ¿pa´ quién se pinta la mujer del ciego-

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Buenos Aires, 2019

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Pablo Riberi

La relación entre Política y Justicia:

-o ¿pa´ quién se pinta la mujer del ciego-

“…tenía la loable costumbre de no hacer nada sino

a su capricho, y la más loable todavía de no dejarse desviar,

bajo ningún pretexto, de este principio bien establecido…”

R.E.Raspe, Las Aventuras del Barón de Münchausen

I.Proemio

El arduo desafío de la democracia, desde la antigüedad, no ha dejado de

merodear obstáculos, desconfianzas y desafíos. Con relación al Poder Judicial,

dentro de este último capítulo, podemos ver cómo se ha ido instalando un “dogma Profesor titular de Derecho Constitucional, Facultad de Ciencias Políticas UCC y Profesor Adjunto de Derecho

Constitucional de la Facultad de Derecho UNC. Vocal titular del Comité Ejecutivo de la AADC

Este texto es una monografía en desarrollo. No citar sin autorización del autor. Téngase presente que la misma

resume algunas de las conclusiones presentadas en versión inglesade un texto semilar de mi autoría cuyo título

fue “Unfettered Judges, Untamed Presidents, Reckless Representatives –prevailing traits in Latin American new

reading of separation of powers”. El pasado 7 de julio del corriente, me tocó presidir el panel Courts Unpopular

Authority and Democratic Accountability: a Story of Two Tales; panel este integrado por las prestigiosas

colegas: Suzannah Linton –Zheijiang-Gongshang University, China-, Benedetta Barbisan –Universitá de

Macerata, Italia y Donna Grescher –Victoria University, Canada-. El Encuentro I.CON.s (International Society

for Public Law) se realizó bajo el marcoCourts, Power and Public Law, en la facultad de Derecho de la

Universidad de Copenhague, Dinamarca y puede verse una reseña de este panel y estos textos en el libro editado

a propósito del encuentro. ICONS,2017, p.48, ICON.s International Society of Public Law, New York, 2017. En

la versión original, agradezco la síntesis de derecho comparado Latinoamericano que me presentara el ayudante

alumno de mi cátedra, Santiago Bravin.

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ilustrado”. Puede notarse cómo, casi ecuménicamente, el constitucionalismo

contemporáneo ha ido consolidando una fórmula de cuño tecnocrático sobre los

presupuestos funcionales de la actividad forense y judicial. A tal punto ello es así

que son pocas o tímidas las voces de la academia que cuestionan el fenómeno del

creciente activismo judicial en diversos dominios del derecho constitucional. Se

asume, por ejemplo, la eminencia impar de las cortes constitucionales-y de todo

máximo tribunal- para actuar como legislador negativo y, en muchos casos, para

directamente adjudicar derechos. Asumiendo presupuestos hermenéuticos o

principios gramaticales de autorización; al margen -o a pesar- del Congreso y/o, en

contra de la misma ciudadanía, la figura de una constitución como una estructura

viviente parece hoy ser un factum incontrastable. El activismo de los magistrados

judiciales, luego, no sería una alternativa, sino un paso imprescindible para la

consolidación del constitucionalismo.1

Desde mi punto de vista, esto es incorrecto. Es más, en mi opinión, este fue y

sigue siendo un desafío que las democracias constitucionales no pueden resolver en

abstracto. W. Murphy estaba en lo cierto cuando advertía que los jueces no podían

transformarse en un poder descontrolado capaz de acelerar o frenar los cambios

sociales. Para poder mejor comprender el núcleo de argumentos que separan a las

diversas versiones de partidarios de la “restricción judicial” frente a la amplia

miscelánea de “activistas”, desde hace algún tiempo vengo insistiendo en la

importancia teórica central que reporta identificar los presupuestos meta-normativas

que definen y precipitan cada una de las posturas prácticas en conflicto.

Personalmente, me interesa remarcar los aportes del constitucionalismo político por 1 Conviene advertir que suele ser un error conceptual corriente asociar la ecuación “activismo” con

interpretación liberal, progresista, comprometida con la expansión de los DDHH. Podemos notar que en los

EEUU ha habido históricamente dos períodos de expansión activista progresistas de la USSC con especulares

réplicas conservadoras. En efecto, a comienzos del siglo XX hubo un activismo conservador (con Lochner), el

cual fue luego sustituido por otro activismo progresista alineado con el New Deal de Roosevelt. A su vez, al

activismo reparador que tuvo lugar en ese país a partir de los años 50,60 y 70 bajo el liderazgo del Chief Justice

Warren, le siguió luego una reacción conservadora bajo la improntadel juez Kennedy.

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oposición a la preponderante visión filosófico-espistémica del dominante

neo(cripto)constitucionalismo legalista en todas sus variantes.2

I. Genealogía de los antecedentes

Advertencia preliminar: detrás de los ordenamientos jurídicos en sus respectivos

contextos epocales, lingüísticos o geográficos, hay que saber rescatar cual es la

tradición jurídica que les contiene. Veamos, en este sentido algunos hitos

esenciales.

I.1.1. El legado constitucional de Gran Bretaña

En nuestra disciplina, existe una percepción hegemónica. La misma está

alineada con una percepción de ideas constitucionales que se han ido expandiendo

a escala global. La verdad es que las consignas del llamado neo-constitucionalismo

ha impactado en distintos ordenes político-constitucionales del planeta. Incluso, en el

Reino Unido, donde por caso ha habido un proceso complejo de mutación y cambio

constitucional. Esta transformación choca con atávicas tradiciones político-

constitucionales de ese país. En efecto, la aceptación de la jurisdicción internacional,

la sanción de nuevas leyes fundamentales y la creación de nuevos órganos

jurisdiccionales a partir del último tercio del siglo pasado, sin duda, han logrado

hacer temblar pretéritas prácticas constitucionales consolidadas durante muchos

siglos en las islas Británicas.3

¿De qué manera? Repasemos algo la historia. Desde que en 1688 Jaime II

huyó del país, Comunes y Lores, con condiciones, ofrecieron el trono de Inglaterra a

2 Cfr. RIBERI, Pablo, “An uncertain dilemma: philosophical or political foundations for the Constitution?”, en

AAVV –edited by RIBERI, Pablo & LACHMAYER, Konrad, Philosophical or Political Foundation of

Constitutional Law, pp.33-75, Nomos-Facultas, Germany, 2014.

3 Cabe resaltar que desde 1998 se ha sancionado la Human Rights Act, la cual ha servido de punto de encuentro

para enfrentar las posturas liberales, más epistémicas de cuño legalista por oposición a las expresiones más

republicanas afines al constitucionalismo político. Cfr. GYORFI, Tamas, Agasint the New Constitucionalism, pp.

1-41, Edward Elgar Publishing, 2016

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Guillermo de Orange. La historia constitucional de ese país, desde ese momento

tomó un giro copernicano. Ahí está la génesis del concepto de monarquía

constitucional y se consolidó también la soberanía del Parlamento. En este tiempo,

en consecuencia, la victoria del Parlamento sobre la institución de la Monarquía

constituyó un hito inapelable para la historia constitucional. Insisto: victoria del

Parlamento que pragmáticamente se traduce en la consagración de un principio

constitucional y político central para la organización legítima del Poder. El mismo

estableció la “supremacía del Parlamento”.4Y lo cierto es que amén de la sanción del

“Bill of Rights” (1689), desde ese entonces, el Parlamento Británico logró consolidar

nuevas fronteras para sus propias competencias y, con ello, nuevos límites que, a la

postre, terminaron siendo irremontables para la Corona. La piedra de toque del

modelo de Westminster, en resumidas cuentas, nos advierte que entre las normas

que sanciona el Parlamento, no existe ningún tipo de jerarquía ni eminencia entre

ellas. A caballo de esta certeza, claro está, se terminó por instaurar la absoluta

“flexibilidad” del proceso de reforma de la Constitución como característica saliente

del orden constitucional establecido.

En síntesis, si tuviera que resumir las características que singularizan la

“Supremacía del Parlamento” en el diseño constitucional de Gran Bretaña apuntaría

a tres características esenciales:

1. En primer lugar, el “monismo en el diseño”, el cual quiere enfatizar la

aludida naturaleza indiferenciada -y sin jerarquías- de todas las normas sancionadas

por el Parlamento. No solo el Reino Unido responde a este modelo. Tanto Nueva

Zelanda como Israel, de algún modo, pueden verse incluidas en esta misma

categoría.

4 La teoría constitucional que fundamenta y explica la “Supremacía del Parlamento” resultó ser una instancia

posterior a los avatares políticos que consolidaron estos términos. Fue la obra de Albert Dicey: Introduction to

the Study of the Law of the Constitution, la obra capital que durante el siglo XIX dotó de fundamentos teóricos a

esta consolidada situación de naturaleza política-constitucional.

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2. En segundo lugar, la ausencia de límites sustantivos en materia de

legislación; la cual está exclusivamente en manos de Parlamento que, como he

apuntado, expresa, monopólicamente la soberanía del Estado.

3. Finalmente, la ausencia de control de constitucionalidad por parte de

cualquier órgano ajeno al mismo Parlamento.

A los fines de estas reflexiones, no podemos soslayar otro evento histórico en

materia de organización institucional del Poder Judicial en los registros del derecho

constitucional Inglés. Estoy aludiendo al el legado del Act of Settlement (1701),

donde la inamovilidad en el cargo de los jueces fue incorporada como regla de

garantía para los habitantes de ese país. La permanencia e inamovilidad mientras

dure la buena conducta de cualquier magistrado, fue entonces una opción

constitucional por medio de la cual se buscó afianzar la independencia de los jueces.

I.I.2. El legado Norteamericano y Francés

A diferencia del diseño monista de los ingleses, desde las postrimerías del

siglo XVIII, la historia constitucional francesa y norteamericana promovieron nuevos

hechos, prácticas e ideas que transformaron gran parte de la arquitectura conceptual

de nuestra disciplina. En efecto, a partir de estos ensayos tomó cuerpo lo que se

reconoce como el modelo “dualista de diseño constitucional”.5 Como es lógico

interpretar, si el origen del Poder monárquico había sido anterior a la Constitución

escrita, las grandes revoluciones acontecidas en ambas márgenes del Atlántico

Norte, es pleno, no tuvieron más remedio que reformular teóricamente los

fundamentos explicativos y justificativos del Poder político-estatal que había

desplazado al monarca. Y para ello, apelaron a las llamadas teorías del contrato

pos-hobbesianas, las cuales permitieron habilitar una bidimensionalidad de fuentes

5 Corresponde repasar la opinión de Bruce Ackerman en este terreno. A propósito de ello, sugiero revisar los

registros de la conferencia dada por el autor en el congreso mundial organizado por la IACL-AIDC en la ciudad

de México en el año 2010.

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en materia de normatividad constitucional. Como un recurso teórico básico de

identificación de la legitimidad del Poder (y contingentemente de las libertades),

irrumpe también el concepto de Poder Constituyente (en variable situación de

“rigidez” procedimental), por oposición a la permanente y regular actividad de los

Poderes Constituidos.

En consecuencia, si tuviera que resumir qué características singularizan el

“dualismo en el diseño constitucional” que distingue a una gran cantidad de países

que luego siguieron la estela emancipatoria que nos dejaran estas grandes

revoluciones, apuntaría nuevamente a otras tres características esenciales:

1. Arquitectura constitucional dual que contrapone la genealogía y la

titularidad popular del Poder Constituyente por oposición a la naturaleza

representativa-intitucional-funcional de los (constituidos) poderes superiores del

Estado.

2. El establecimiento de una Carta (o un bloque) de Derechos como frontera

para la actividad ordinaria de todos los poderes constituidos.

3. Control de constitucionalidad de las leyes y de otros actos del Estado, lo

cual supuso la instalación (consciente o inconsciente) de toda una narrativa en torno

a la erudita interpretación técnico-autoritativa sobre la Constitución y las leyes. Este

fue un dato fundamental para que cuerpos técnico-burocráticos pudieran

justificadamente ejercer la revisión y represión de normas y decisiones rotuladas

como inconstitucionales.

II. Núcleo del Problema

En este marco, la situación del Poder Judicial, su legitimidad, importancia

institucional, ha sido, es y seguirá siendo un tema central en la teoría y en el derecho

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constitucional.6 En este contexto, mi análisis parte desde dos preguntas

fundamentales.

1. La primera pregunta que ha servido de punto de partida para estas

reflexiones es de carácter práctico y es autoreferencial para el sistema. Me pregunto

cuán democrático debe ser el orden democrático antes que sus resultados afecten la

fortaleza y la independencia de las instituciones que, precisamente, expresan esa

misma constitución democrática-y sus principios-.7

2. El segundo interrogante tiene que ver con el diseño institucional y sobre el

grado de desconfianza que merecen las intervenciones reformistas sobre el Poder

Judicial específicamente. Me pregunto si existe algún criterio teórico plausible que

permita reconocer la sana intención política-democrática que pretende contener o

reducir el activismo y/o expansionismo judicial en materia de bienes colectivos y

políticas públicas. En pocas palabras, ¿es posible acaso reconocer algún tipo de

parámetro objetivo que permita evitar el quiebre y/o la voluntad de sometimiento

sobre la independencia del Poder Judicial?

Tanto desde el punto de visto de la práctica constitucional como desde el

punto de vista del diseño constitucional, las credenciales democráticas de cualquier

autoridad estatal es un punto central para justificar la obediencia política. Por otro

lado, la independencia institucional del Poder Judicial es también clave de bóveda

para reconocer la existencia (o no) del Estado de Derecho. Canalizar y reconducir

democráticamente el dialogo entre los poderes más políticos con un poder judicial

independiente, por lo tanto, parece ser una estrategia sensata para fortalecer la

6 Cfr. MICHAELMAN, Frank, “The interplay of constitutional and ordinary courts”, en GINSBURG, Tom &

DIXON, Rosalind, Comparative Constitutional Law, pp 278 y ss, Edward Elgar Publishing, 2011.

7 La gran cuestión está encapsulada dentro de la pregunta. El punto nodal tiene que ver con la imposibilidad

pragmática de aceptar estándares o definiciones sobre el concepto de democracia que, precisamente, pretenden

ser estipuladas en claves no-democráticas.

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responsabilidad de los jueces. Si esto fuere correcto, de todos modos, no alcanza

para conformarnos. Hay que tomar algunas precauciones adicionales. Una cosa es

aceptar el disenso, el diálogo y la reacción del Poder Legislativo -o del Poder

Ejecutivo- en desacuerdo con una decisión judicial, pero cosa muy distinta es

convalidar cualquier estrategia de copamiento institucional, tal como lo fue la fallida

ley de democratización de la justicia en Argentina.8

Al interior del modelo de separación de poderes, el llamado

“departamentalismo”, supo consolidarse en los EEUU como una categoría central en

el pensamiento constitucional democrático-republicano de ese país. Esta percepción

toma modélicamente la experiencia constitucional habida en la plataforma política de

funcionamiento original. Por ello, sobre esta letanía, sucede que no son pocas las

voces republicanas, de los viejos “anti-federalistas” y no pocos liberales (moderados)

que, de una u otra manera, mantienen sus cuestionamientos frente al creciente

activismo judicial.9

De suerte que, no tengo dudas sobre un hecho básico. Sostengo que existe

un punto central de contacto entre las demandas democráticas actuales, con

relación a esas pretéritas ideas políticas que hubieron de respaldar la separación de

poderes como contrafuerte del estado constitucional republicano. Ese punto de

contacto, en resumidas cuentas, nos revela la existencia de un cuerpo de valores

ético-políticos democrático-republicanos que, de tanto en tanto, entran en conflicto

con la lógica liberal individualista y activista dominantes. Esa lógica,

paradigmátivamente representada por el llamado “neo(cripto)constitucionalismo” ha

ido imponiendo una retórica hegemónica de los derechos como “cartas de triunfo”.

8 Un buen ejemplo de lo primero nos lo ofrece el derecho constitucional comparado. Quizás, la máxima

expresión nos lo da la célebre section 33 de la Human Rights Act de Canada.

9A propósito del llamado “departamentalismo” en los modelos de separación de poderes, conviene repasar el

amplio espectro de reflexiones cautelosas y críticas en torno a la expansión del activismo judicial de autores tales

como Mark Tushnet y Cass Sunstein.

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Una lógica erudita que pretende situar al poder judicial como una estructura

tecnocrática; prevalente, en las relaciones de los Poderes superiores del Estado.

Ello es invariablemente así, al menos en cuanto al discernimiento y sobre la latitud

de los derechos y libertades de las personas.

La tesis central de esta monografía, en pocas palabras, advierte de una clara

tensión teórica. Mi intuición indica que desde un plano práctico-descriptivo, aunque

también desde el interior de un mapa de incentivos, es posible darse cuenta que la

experiencia política y el diseño constitucional comparado, han dejado empero unas

cuantas lecciones históricas que no deben ser soslayadas. La más importante de

todas, a mi juicio, es un dilema irremontable. La experiencia comparada indica que

por más sofisticado que sea el diseño institucional, lo cierto es que resulta imposible

la maximización de al menos dos objetivos deseables. No es posible maximizar las

condiciones democráticas de legitimidad y, al mismo tiempo, maximizar también las

condiciones ambientales de autoridad institucional para el poder judicial.

En consecuencia, si esto fuere cierto, no hay más remedio, hay que intentar

amortiguar y domeñar esta inevitable tensión. De paso, hay que intentar encontrar

fórmulas “maxi-min” o “mini-max”, donde lejos de óptimos ideales fuere posible

maxímizar o bien la legitimidad de la autoridad judicial o bien su independencia,

minimizando los costes recíprocos. Es necesario, por lo tanto, evitar el sacrificio

absoluto de alguno de estos polos. Y para ello, lógicamente, resulta imprescindible

asumir que la realización absoluta de alguno de estos polos es imposible –o

perjudicial- en el sistema. La decisión política constitucional de profundizar la

legitimidad y la responsabilidad democrática de los magistrados judiciales,

claramente entonces, no debe consagrarse a expensas de la independencia y de la

autoridad de los integrantes del Poder judicial. Y viceversa.

II.1. Una misma historia con dos finales

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Es sabido que tanto en nuestro país como en el extranjero la expansión o

restricción de las competencias de los tribunales son aspectos centrales para el

diálogo institucional. En particular, esto es así para la comunicación

interjurisdiccional. Y muy particularmente lo es para las relaciones

pluridimensionales que proponen los modelos que cuentan con sistemas paralelos o

complementarios de protección de los derechos humanos.10

Ahora bien, en nuestra tradición y cultura constitucional, el fundamento

democrático, ha sido la viga maestra del dominio legítimo estatal. Luego, cómo

volver responsables –accountable- a los jueces y cómo fortalecer la autoridad de

estos funcionarios conforma dos caras de una misma moneda. Y sobre este doble

objetivo, asoman también las siguientes preguntas adicionales: ¿Cómo?, ¿sobre qué

fundamentos? ¿Por qué es posible soslayar el carácter impopular del proceso de

selección de funcionarios del Poder Judicial? Y sobre estas incertidumbres,

preguntarnos de paso, cuáles consecuencias prácticas de la llamada objeción

contramayoritaria estamos dispuestos a sobrellevar sin complejos.11

Como telón de fondo de este marco teórico-normativo, es posible también

identificar una compleja historia institucional con hechos y resultados que, en la

práctica constitucional, han desbordado las previsiones del legislador constitucional.

De tal suerte, la repuestas a los aludidos interrogantes no se circunscriben a

hipotesis controladas de “diseño constitucional”. A guisa de síntesis preliminar,

entonces, diría que en países como el nuestro, estamos siendo protagonistas

indolentes de una peligrosa historia de cambios donde la incomodidad institucional

de muchos operadores del Estado se va multiplicando dentro de un ambiente

político, cultural, moral, social, económico; claramente descentrado de sus

10

Por ejemplo: el sistema tridimensional europeo o el modelo bidimensional del sistema interamericano de

protección de los derechos humanos

11 A propósito hago presente mi ponencia en el encuentro de la AADC, en agosto de 2015, en la Facultad de

Derecho de la UBA donde presenté el texto: “El diseño constitucional frente al trilema del Poder Judicial”.

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propósitos y valores originales. Si lo dicho fuera cierto, un proceso cuyo resultado

final es desconocido incluso por quienes son sus defensores.

Naturalmente que es necesario, nobleza obliga, que mis compromisos

teóricos e ideológicos sean plausibles. La lectura sociológica de la realidad política-

constitucional en alguna medida está sesgada por el marco nomrativo de mis

preocupaciones. Desde un punto de vista teórico-ideológico, entonces, me planto

desde lo que se conoce como el constitucionalismo político. Y desde esta

perspectiva, me parece, es importante intentar descifrar los costos políticos

institucionales que se prohíjan apartir de una determinada opción de diseño

institucional. La extrema defensa de la “independencia del Poder Judicial”, por caso,

no es una excepción. Esta es una valiosa opción cuyos arreglos e incentivos en la

plataforma constitucional siempre ha de proponer efectos colaterales –a menudo no

deseados; otras veces insospechados-. En paralelo, recordando los avatares que

hubimos de padecer en la Argentina durante los embates dirigidos a producir una

supuesta “democratización” de la justicia, es también necesario tomarse unas

precauciones adicionales. Con ello quiero enfatizar dos cosas. Por una parte, que no

hacer nada, no es una alternativa neutral en términos de la dinámica y de la

competencia del Poder. Por otro lado, que optar por fortalecer las credenciales

democráticas, también propone efectos colaterales y consecuencias insospechadas

al momento de la reforma.

Sea como fuere, sostengo que en el plano de la realidad y en la previsión de

los resultados; en toda suerte de diseño institucional sensato, hay ser conciente de

una relación compleja entre ambos objetivos. Una tensión que se precipita en claves

de proporcionalidad inversa. En efecto, el fortalecimiento de la autoridad institucional

del poder judicial con la promoción y fortalecimiento de la independencia de los

jueces, tiene una lógica no-democrática. Y en el sentido contrario: la maximización

de la legitimidad democrática en el sistema político –y al interior del Poder Judicial-,

en términos generales, plantean sacrificios en la independencia del Poder Judicial y,

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a menudo, en la misma autoridad de los jueces. Y que todo ello, a su vez, no es

neutral en cuanto qué tipo, cuáles expectativas de calidad y cuánta sofisticación en

el derecho vigente habrá de tener lugar según cuál de ambos ojetivos fuere

maximizado.12

No olvidemos que, muy elementalmente, las Constituciones han sido y siguen

siendo un dispositivo (una estructura) de Poder. La civilizada pretensión de

encapsular el monopolio legítimo de la fuerza estatal en autoridades públicas tal

como pueden ser los jueces, trae inevitablemente consigo la necesidad de reafirmar

meta-positivamente el concepto de “autoridad”. Esto es así. Ahora bien, en el campo

de la actividad política-estatal –tal como nos enseñara Max Weber-, siempre asoman

como telón de fondo expresiones diversas, competitivas, rivales de legitimidad.

Estas son las que respaldan –o las que pretenden sostener- modos singualares de

ejercicio del Poder y de la autoridad.

En tiempos donde las formas de organización y autoridad están declinando o

se hallan en crisis, no cabe duda, que sea cual fuere la noción de autoridad en

juego, la misma nunca puede evitar enfrentar cuestionamientos desde el punto de

vista del consentimiento democrático, mayoritario o popular. ¿Por qué debe haber

una autoridad que adjudique derechos o decida en la materia x? ¿Por qué el sujeto

S debe tener autoridad para definir qué es x? Y la conciencia pragmática del

concepto de autoridad, entonces, inexorablemente, nos lleva a visitar la playa de las

exigencias colectivo-igualitarias en cuanto a la legitimidad del Poder que hace la

Ley. En efecto, ello es así porque, precisamente, si entre todos –o si la mayoría de

los involucrados no se ponen de acuerdo-, en ese lugar común, al menos, es posible

encontrar una fuente confiable y robusta de legitimidad en la atribución del derecho.

12

En sintonía con el análisis comparado de Jeffrey Dunoff, a propósito de la calidad del derecho y los modos de

organizar el trabajo en tribunales constitucionales, sugiero repasar el cuerpo de ideas que presenté en la ponencia

antes aludida.

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Mi intuición básica, por lo tanto, puede resumirse en el siguiente par de

enunciados problemáticos que contingentemente se muestran en recíproca

oposición.

1. Intuyo, por una parte, que la mayor carga de legitimidad democrática en el

sistema político trae aparejado como efecto colateral, una correlativa pérdida de

autoridad institucional (y de independencia concreta) de los tribunales.

2.Por otro lado, hago notar que el robustecimiento institucional de la autoridad

(y la independencia) del Poder Judicial, como efecto secundario, tiende a producir

consigo una inevitable pérdida de legitimidad (y responsabilidad) democrática para

todo el orden constitucional establecido.

III. Una lectura degradada del principio de separación de poderes

¿Cuáles efectos devastadores concretos podemos identificar en la región -y

en particular en la Argentina- a partir de la consolidación del hiper-presidencialismo?

¿Existe acaso un estigma atávico que nos condena ineluctablemente a no poder

cumplir y defraudar las expectativas establecidas en los diversos ordenes

constitucionales? ¿O acaso, ha mediado un fracaso político-intelectual por errores

intepretativos; analítico-conceptuales de quienes han dispuesto un inadecuado y fútil

juego de incentivos institucionales al interior de la parte orgánica en nuestras

constituciones?

Estas son preguntas básicas. Creo poder presentar un cuerpo de hechos y

razones más o menos plausibles que, tal vez, puedan permitirnos develar algunas

de las causas materiales que han precipitado tamaña colección de efectos

negativos. Ello ha sido regularmente así, al menos en países como el nuestro.

Para ese propósito, es importante ser conscientes de una distinción básica en

términos epistémicos y metodológicos. Me refiero a que es elemental reconocer

cuales efectos están atados a causas establecidas en el “diseño institucional” de los

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poderes superiores del Estado y cuales son lisa y llanamente un efecto directo del

comportamiento para-constitucional. Advertir este diverso rango de hechos es

esencial toda vez que, los distintos niveles de lenguaje involucrados, amén de la

diversa naturaleza de la observación requerida, imponen a su vez analíticas

precauciones en la selección y ordenamiento de las conclusiones y de las

potenciales soluciones de lege-ferenda.

Mi impresión es que el carácter sociológico-descriptivo de los enunciados que

dan cuenta de la observación constitucional en la materia, nos informa de un

determinado “ethos constitucional”. El ethos específico, es claro, trae en su misma

percepción efectos constitucionales endogámicos y performativos que se repiten sin

solución de continuidad. Muy elementalmente, este trae consigo una suerte de

resilencia y desconfianza propositiva en el campo de las soluciones normativas que

surgen de las mismas instituciones y actores afectados por el sistema que les tiene

por protagonistas.

En otro renglón, la postulación de una anatomía psicológica de incentivos

para modificar el comportamiento institucional, a su vez, supone otros grandes

desafíos. En efecto, cualquier dispositivo de reglas que pretenda estimular la

coordinación y actuación autónoma de los poderes del Estado, por propia definición,

no puede evitar soslayar o relegar a un segundo plano, las demandas o resistencias

culturales –en materia de educación-, que siempre hacen su trabajo en la memoria

emocional de una comunidad dada.

Habíamos dicho que como telón de fondo de este marco teórico-normativo,

debíamos tener presente la permanencia inalterable de una historia institucional con

hechos y resultados que desbordan las previsiones constitucionales originales. Que

en países como el nuestro, estamos sumergidos en una doble tenaza de

frustraciones. Una pinza donde la incomodidad institucional está siendo sometida a

una fuerza negativa equivalente que proviene desde un ambiente político, cultural,

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moral, social, económico totalmente descentrado de sus propósitos y valores

originales.

La percepción de la realidad, en este contexto, nos ha ofrecido una variable

sumatoria de calamidades.13 Una sumatoria de desconciertos institucionales. En

términos político-constitucionales, éstas pueden ser resumidas de la siguiente

manera.

1. Por un lado Jueces sin ataduras de ninguna naturaleza ni prudencia; jueces

Hercúleos y/o jueces con el temple desaprensivo de Procusto.

2. Por otro lado, Ejecutivos fuera de todo control que rompen el círculo de

límites y controles legalmente establecidos; cuando no, presidencialismos imperiales

y/o afines a la demandas de los populismos mesiánicos que cíclicamente se

reinventan en la región.

3. Finalmente, representantes indolentes; legisladores burócratas, sumisos,

carentes de habilidades deliberativas. Sujetos que terminan alterando la gradiente

constitucional del Poder del llamado “gobierno limitado”. Sujetos que no tienen

problemas en exportar sus propias incapacidades deliberativas en pos del fenómeno

de la “judicialización de la política”. Sujetos que no resisten la cíclica reproducción de

emergencias que ellos mismos ayudan a consolidar

IV. Pensando la “parte orgánica” en clave de diseño e incentivos

En América Latina en general, pero muy particularmente en nuestro país,

hemos estado asistiendo a un fenómeno larvado de nítida mutación constitucional.

Deseo remarcar que con respecto al modelo original plasmado en la Constitución

Norteamericana de 1781, esta nueva lectura pragmática de la “separación de

13

A propósito del concepto específico de calamidad sería conveniente revisar las reflexiones de Ernesto Garzón

Valdés en el diario El País. Cfr. https://elpais.com/diario/2004/06/03/cultura/1086213608_850215.html

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poderes”, nos ha alejado definitivamente del desempeño y control de los poderes del

Estado en su plataforma original de equilibrios y contrapesos.

En este escenario, las expectativas orgánicas sobre las relaciones inter-

órganos y aquellas que redefinen la latitud del control de constitucionalidad, se

encuentran hoy desdibujadas y extrañadas de la mecánica y el marco teórico que

daba fundamento a la independencia del Poder Judicial en sus orígenes.14

La diversidad de modelos y la riqueza experimental en el diseño constitucional

a lo largo de la historia del sub-continente, está claro, ha contribuido también a

producir un desacople entre algunos presupuestos teóricos supérstites con las

nuevas adaptaciones prácticas que se han ido reproduciendo en distintas

experiencias regionales.

Desde el punto de vista de la teoría constitucional y para el derecho

constitucional comparado es importante ser conscientes de algunas precauciones

metodológicas que ya hube de remarcar renglones arriba. Insisto: es relevante

advertir el diverso temple reflexivo que supone el análisis teórico constitucional que

verse sobre el “diseño constitucional” por oposición al análisis empírico-político que

se concentra en las prácticas y sobre la realidad concreta. Insisto.

Más allá de los diversos niveles de lenguaje potencialmente involucrados en

claves de enunciados descriptivos, enunciados normativos y/o en la reflexión

filosófica-política, no tengo dudas que la percepción habida sobre lo que es el

“estado de derecho” y el “orden constitucional de derecho”, “los derechos

fundamentales”; todo ello, se encuentra subdeterminado por las concretas relaciones

14

Cabe distinguir el concepto de independencia externa e independencia interna.

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de Poder que están habilitadas, enervadas y/o estimuladas en la parte orgánica de

la Constitución.15

Ratifico otro llamado de atención. Desde la perspectiva del “observador”, no

debiera ser un detalle menor reconocer cuáles son las características particulares

que pudieran ayudar a distinguir el “ethos” constitucional de una comunidad político-

constitucional que se ha visto marcada por una serie de fracasos colectivos en

materia de calidad institucional, respeto a los derechos humanos y/o aptitud

democrática. Esto es, reflexionar sobre cuáles son los efectos concretos han ido

consolidando la percepción de deficitarias relaciones inter-órganos; debilidad del

Estado de Derecho y/o escasa participación y deliberación pública, por ejemplo. En

efecto, el entendimiento del comportamiento del Poder Judicial; su rango de

autonomía y la responsabilidad relativa de sus operadores, ciertamente, son

aspectos centrales para promover una adecuada evaluación político-institucional de

su funcionamiento. La independencia y el equilibrio de poderes dependen de la

relación de los factores citados, aunque también cuentan otras cosas.

IV.1. Pensando el Poder Judicial desde otro lugar

En países como la Argentina, para evaluar los estándares democráticos de

“responsabilidad institucional” del Poder Judicial, hay que intentar un conocimiento

realista de las expectativas civiles en juego. En la región y en nuestro país, en primer

término, la saturación de demandas sobre estados endeblemente democráticos, nos

sitúa ante particulares desafíos constitucionales. Y está claro, la realidad siempre

desborda con su mano torcida, las prolijas previsiones de los diseños institucionales

más sensatos. En términos estructurales, la dinámica funcional de los diversos

poderes superiores del Estado se encuentra hoy constantemente minada por una

deficiente asignación de recursos humanos y materiales. Eso es lo que está

15

Sobre este orden de ideas, resulta insoslayable revisar los aportes de Roberto Gargarella. Como dice el

nombrado, hay que concentrarse en la “sala de máquinas de la Constitución”.

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pasando en países como la Argentina. Esto es un dato elemental que no puede ser

soslayado. No debe puede ser soslayado porque estamos ante un obstáculo

adicional. Me refiero a los sistémicos problemas internos que tiene cada institución

en particular. Esos que precisamente desbordan el marco práctico de expectativas

civiles sobre el lugar y sentido de la actividad pública; sobre cómo la lógica interna

de la burocracia, la puja electoral, la falta de conveniencia democrática, terminan

erosionando el cauce de las instituciones. Y cuando ello sucede, naturalmente, el

ciclo de expectativas frustradas empuja el espiral de la desilusión y la desesperanza.

En concreto, sobre el Poder Judicial, amén de problemas internos de eventual

ineptitud y fragilidad de carácter en los funcionarios, existe también una endémica

patología funcional que afecta la confianza pública. Me refiero a los diversos modos

de corrupción. Me refiero a cómo ésta se manifiesta no solo en la impunidad

instalada en diversas capas de la actividad estatal, sino también al interior de la

misma administración de justicia. A cómo la ilegalidad y la corrupción invaden y

corroen todas las capas de la vida moral y política de una comunidad dada. Esto es,

en el interior del mismo Poder -en todos los vínculos que este pudiere trazar con la

sociedad civil-, también se puede notar el impacto de la cultura de la ilegalidad, el

oportunismo, la decadencia. Algunos jueces, claro está, escapan a la trama de

complicidad y al hecho estadístico que habilita la percepción colectiva al respecto.16

Reparemos cómo ello es posible.

En Argentina y en no pocos países de la región, dos formas básicas pueden

sintetizar las causas de degradación y corrupción de magistrados judiciales. Ello,

ciertamente, son figuras que retratan y permiten explicar la frustración constitucional

de los buenos ciudadanos. En primer lugar, dentro de un sistema desequilibrado de

16

Con respecto a la Argentina, conviene ver sendos trabajos de Hernández y Zovatto. Cfr. HERNANDEZ,

Antonio María, ZOVATTO, Daniel y FIDANZA, Eduardo, Segunda encuesta de Cultura Constitucional.

Argentina: una sociedad anómica. Editorial Eudeba, Buenos Aires, 2016. Asimismo, ver HERNANDEZ,

Antonio María, ZOVATTO, Daniel y MORA y ARAUJO, Manuel, Encuesta de Cultura Constitucional.

Argentina: una sociedad anómica,Instituto de Investigaciones Jurídicas UNAM, México, 2005.

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autoridad declinante y pobre responsabilidad democrática, no nos sorprende que

(una parte importante) de los jueces adopte una postura “partisana” en el ejercicio de

sus funciones. En países como en Venezuela –también en Argentina-, hemos sido

testigos como el copamiento simbólico y efectivo del poder estatal por parte del

oficialismo hegemónico o mayoritario, es acompañado por jueces jenuflexos o

cómplices. En segundo lugar, dentro de un sistema desequilibrado de autoridad

declinante y pobre responsabilidad democrática, resulta también inevitable ver cómo

(una parte importante) de los jueces puede convertirse en vanguardia o en el mejor

intérprete del estratégico resguardo hegemónico de intereses privados o partisanos

que, sutilmente, van imponiendo en la esfera de lo público programas mezquinos

reñidos con el bien común. Algunos jueces, en países con déficit de independencia,

autoridad y legitimidad democrática, son artífices o cómplices en el secuestro de

bienes y valores extraídos del espacio público. Ambos efectos, son devastadores

para el orden constitucional. Muy elementalmente, ambos factores son negativos

porque afectan directamente las expectativas democrático-republicanas de libertad,

igualdad y fraternidad cívica.

IV.1.2. Lo que nos pasa, es no saber lo que nos pasa

El panorama político-institucional sobre el lugar y actividad del Poder Judicial

en las relación inter-órganos ha cambiado desde la segunda mitad del Siglo XX. Aun

cuando ciertos estándares dominados por prácticas y conceptos auto-referenciales

nacidos en países centrales dan cuenta de solo un rango de entre 25-50

consolidadas democracias constitucionales, es también un hecho indiscutible que en

la actualidad, 170 (sobre 193) países del planeta, tienen alguna forma de revisión de

constitucionalidad

Detrás de los pliegues de la autoridad y al interior de las demandas de

legitimidad democrática, por lo tanto, resulta importante reconocer la narrativa

política, moral, cultural que está sosteniendo el marco de expectativas simbólicas de

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la comunidad en torno a la actuación independiente de la administración de justicia.

Es posible, tal vez, que algunas hegemonías y no pocos poderes ocultos (los arcana

imperii de Bobbio), de una u otra manera, estén alimentando endogámicas formas

de justificación de los poderes consolidados. Convivimos en el vientre de un orden

mundial injusto que reproduce sus injusticias a escala doméstica.

Hace algún tiempo que vengo sosteniendo una intuición “teórico-práctica

fundamental”. La misma va a contramano de lo que piensa la mayoría de muchos

colegas y expertos. Mi percepción me indica que nuestra desorbitación ciudadana; el

desapego a la constitución, las leyes y la decadencia político-jurídica que revierten

en un pobre respeto por la autoridad democrática y por los derechos humanos, tiene

una causa fundamental. Esta causa fundamental –entre otros males-, ciertamente no

es la ignorancia sobre el valor y significado del Estado de Derecho. Tampoco lo es la

falta de cultura cívica ni es producto del desentendimiento colectivo sobre los

beneficios de acatar la constitución a secas. Esta visión epistémica, legalista,

ficticiamente hace tiempo que intenta hacernos creer que las falencias siempre están

en los otros, en la gente en general. Nos quiere convencer que es la debilidad moral

y emocional colectiva la que nos mantiene incivilizados. La justicia, la verdad, los

derechos están ahí, a la mano, para el observador atento que los quiera ver. Este

entendimiento, de tal manera, se muestra anclado en un telón de fondo epistémico-

moralista de carácter individualista.

Así, la suerte está sellada. Y ello es así porque este temperamento propone

una malla holista de responsabilidades indiferenciables. Una manera de mirar las

relaciones civiles y los conflictos de derechos desatenta con nuestras

responsabilidades cívicas. No nos da instrumentos para advertir la viga en el ojo

propio. Solo somos capaces de notar la paja en el ojo ajeno. Luego, la plataforma

epistémico-legalista de justicia, verdad y derechos objetivos, en resumidas cuentas,

debe asumir injustificadamente una ilusoria lectura ético-cognitiva de las relaciones

civiles. Sus respuestas al conflicto, lógicamente, intentan alinearse dentro de un

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“protocolo socrático” de sabiduría política aun cuando, en la práctica, desconocen el

poder de la deliberación y falibilidad de los juicios involucrados. Fundamentalmente,

del juicio de los expertos que se equivocan tanto como los ciudadanos comunes.

Para robustecer la teoría, el recurso retórico del cripto-constitucionalismo ha sido

blindar al juez -o al erudito emisor que acompaña el main-stream académico- de

toda responsabilidad. Los más audaces, sutilmente están susurrándonos al oído.

Ellos nos dicen que alguna vez, las mayorías, los políticos, (quienes estén

equivocados o sean malintencionados), más temprano que tarde, van a adquirir sus

iluminadas certezas. Y esto que parece un noble deseo, en mi opinión, es lo que los

griegos llamaban “falsa esperanza”.

De manera que aquí hay un grave error. Es más, me parece que aun en la

más idílica representación liberal del mundo de los derechos, así las cosas, dicho

temperamento solo puede sumirnos en una desorientación radical sin salida. Y tal

desorientación no obedece solo a que nos haría falta un mapa que nos indique el

camino de la paz y la concordia civil. Porque está claro que sobran predicadores del

neo-(cripto)-constitucionalismo que aseguran la restricción mínima del Estado y la

ampliación máxima de la libertad y los derechos no es un obstáculo para que la paz

civil pueda consolidarse.17 En mi opinión, el problema está dado en que un protocolo

epistémico de los derechos infinitos, impide captar el sentido cardinal de nuestros

propios pasos en círculos. En otras palabras, no hay brújula ni norte magnético.

Nuestra desorientación tiene que ver con la ceguera política. Hemos dejado de mirar

hacia arriba y en ello, ya no somos capaces de distinguir los valores y los objetivos

que brillan en el firmamento político.

Lo que estamos soslayando, en pocas palabras, es algo muy elemental. No

vemos lo que en algún momento fue algo plausible en momentos de sanidad y

cultura. Algo que la historia se ha encargado de repetirnos una y otra vez. Lo que no

17

En otros textos he especificado qué entiendo por “criptoconstitucionalismo”.

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estamos comprendiendo es algo que alguna vez supimos. Algo que los países más

civilizados y estables han aprendido sobre la experiencia y la inteligencia colectiva.

No advertimos que, muy raigalmente, la idea de Constitución fue producto de la

percepción del conflicto civil entre sujetos libres e iguales. No atinamos a entender

que la Constitución reposa sobre la naturaleza política de la vida en comunidad. Que

el respeto, la libertad y la igualdad son notas necesarias de la vida política

democrática, antes bien, que el saldo contingente de una suma retórica de

contenidos poéticos y morales que unos pocos redactores y/o intérpretes iluminados

de la Constitución quieran postular ad-libidum. Porque claro, esa aptitud moral o

intelectual especial en el común de los ciudadanos, es un hecho deseable, aunque

ineludiblemente incierto. A veces ocurre otras veces no.

En consecuencia, en países como Argentina, hay que recuperar un temple

político-republicano fundamental que asoma en la fórmula del preámbulo de la

Constitución Nacional. Es necesario comprometerse con los objetivos y los valores

de la Constitución. Algo que pueda permitirnos superar los desafíos del pre-

compromiso constitucional siempre confrontado por el oportunismo o por las

emergencias auto-infligidas. Lo que debe haber, en pocas palabras, es una

conciencia plena sobre el sentido y valor de la Constitución. Una conciencia que

permita diferenciar la “política constitucional” por oposición a la “política ordinaria”.

He ahí, la clave de bóveda del respeto a la Constitución, el fortalecimiento de la

política y la valoración del principio de ciudadanía. Sobre esa dicotomía, es posible

robustecer la cultura constitucional.

Lo concreto, en síntesis, es que en la Argentina -y en algunos otros países de

la región-, se ha ido consolidando un proceso constitucional endeble, calamitoso. Un

proceso constitucional escatológico donde, de tanto en tanto, empobrecidos valores

republicanos y escasos compromisos democráticos reinan en un mar de

ensoñaciones y palabras hueras. Afuera de los claustros, en la calle, el desencanto,

matizado con cinismo, desplaza los sueños de los fundadores de la Patria.

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En este panorama, mi intuición más elemental percibe patente un doble juego

de circunstancias dominantes. En el núcleo de este desencanto se ha ido

consolidando un inadecuado comportamiento institucional. Una mecánica de

incentivos y reacciones vacilantes al interior de un Estado saturado por demandas y

problemas cada vez más complejos. La “sala de máquinas” tiene las bielas fundidas.

Y frente a ello, mi intuición indica que, por un lado, hemos naturalizado nuestra

resignación acerca de la pobreza significativa de nuestra vida democrática y

ciudadana. Por otro lado, que nos hemos acostumbrado a readaptar el

funcionamiento ineficiente y a veces irracional de las instituciones del Estado al ritmo

de los egoísmos dominantes. Al interior de esta tenaza, la legitimidad y la autoridad

se ahogan alternativa o conjuntamente en una mala combinación que asfixia. Las

constantes emergencias desde el Estado, y la labor predadora de las fuerzas

económicas hegemónicas -sobre los bienes colectivos-, terminan colapsando o

destruyendo la malla de los derechos del común de las personas.

Los tribunales no están al margen de esta realidad. Las reacciones populistas,

democrático-mayoritaristas o los arrestos oligárguico-tecnocráticos pugnan por

prevalecer en la narrativa simbólica que justifica predicados de (escasa) justicia. En

cualquier línea de tiempo, más o menos constante, los mismos magistrados suelen

consecutivamente treparse a bordo de distintos navíos del Poder. A veces apoyando

la impronta conservadora otras veces apurando el “activismo” liberal que potencia o

resiste predicados de derechos para-legales. En ocasiones respaldando los

atropellos de los líderes mesiánicos, otras veces enfrentando sus delirios. En ambos

casos, la supremacía de la constitución; la autoridad y la legitimidad democrática,

están a merced de la arbitrariedad interpretativa.

V.Epílogo

¿Pá’ quién se pinta la mujer del ciego? Las veleidades de la justicia -como las

de esa señora- no debieran estar automáticamente naturalizadas. Tampoco el

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eventual narcisismo de quienes con el vocabulario erudito del derecho, administran o

invocan predicados de justicia. Porque claro, la mujer del ciego, no se pinta para el

ciego y es poco probable que lo haga para sí misma. Esto es bastante obvio. Lo que

el dicho popular pretende enfatizar, en consecuencia, es otra cosa. Y lo que yo

quiero decir aquí, más allá de toda anécdota, precisamente tiene que ver con este

instinto. Deseo poner de relieve que la Política es el único espacio capaz de poner al

descubierto (casi todas) las razones y los móviles que agrupan y precipitan el

conflicto de deseos, creencias y/o intereses. Desde la perspectiva del participante,

entonces, en una comunidad constitucional civilizada, solo la Política puede

organizar y fortalecer las autenticas pretensiones de justicia que demandan los

agentes involucrados. Para evitar la desconfianza y sentimientos mezquinos, saber

esto es importante.

Y ahora un pensamiento final para apuntalar la docta Spes que nuestro oficio

de académico y/o docente requiere. Sostengo: no alcanza con declamar que

debemos “respetar el estado de derecho”. Ante el solapamiento de política y

derecho, toda retórica erudita, esperanzadora, puede resultar insuficiente o

superflua. Poco o nada la misma nos ha dejado al menos en la experiencia

Argentina. Y nada indica que en el futuro, la prédica ilustrada podrá lograr resultados

distintos. Por el contrario, hay que comprometerse en prácticas republicanas,

virtuosas; hay que–como sostiene Gargarella-, afinar la parte orgánica para que los

desajustes funcionales no saboteen la realización de las promesas constitucionales.

Y entre muchas ideas contestes, es interesante señalar algo importante. Digo,

concretamente, que la recuperación de las balizas democráticas puede ser un punto

de partida fundamental para la orientación de los comportamientos institucionales de

los involucrados.

Conforme fuera enfatizado renglones arriba, la distinción entre política

ordinaria y política constitucional, es también una marca conceptual que puede

ayudarnos a reconocer el camino de la tolerancia, la reconciliación y la convivencia

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entre quienes piensan distinto. Esto puede asimismo ser un mojón práctico que

ilumina las condiciones genealógicas excepcionales de la autoridad y la

independencia de los jueces. Las demandas de legitimidad democrática, de tal

suerte, pueden de algún modo verse atemperadas y coordinadas dentro de un

concierto de razones constitucionales exigentes.

Cuando empecé a pensar esta monografía tenía algunas vacilaciones. Ahora

tengo unas cuantas más. Si a los lectores les pasara lo mismo, no tengo dudas, he

logrado algunos de mis objetivos. Y coronando esta intención de problematizar,

polemizar críticamente, entonces, voy a valerme de una última cita provocadora.

Curiosamente, quiero terminar recordando al Sócrates retratado por Platón. A ese

Sócrates visto en su propio juicio. Sócrates asediado aunque firme. Recordar como

en el momento más difícil y dirimente de su vida, Platón, apologéticamente, rescata

las desafiantes palabras de su maestro. En efecto, recuerda la cita que Sócrates,

con firme voz se dirige a la audiencia para afirmar: “mientras me quede aliento, no

voy a dejar de hacer (buena) filosofía.

Pues bien, ¿qué nos está diciendo el obstinado pensador? Lo que sostiene

Sócrates es algo evidente y naturalmente provocador. Lo que nos está insinuando

es que mientras le quedaran fuerzas no iba a dejar de hacer filosofía. Y no puede

hacer otra cosa, porque la filosofía socrática es un mandato de sentido para el alma

y el tiempo humanos. Hacer filosofía, en su contexto, era una exhortación para que

los atenienses nunca abandonaran su compromiso con la justicia. La filosofía, por lo

tanto, no era un juego solipsista y sofisticado de mentes con mucho tiempo libre. La

filosofía, era más bien, una actividad casi imprescindible. Lo era porque su práctica

era necesaria para interpelar los desafíos de justicia que abrumaban a la comunidad.

El tábano de Sócrates, así las cosas, les acicala. Y todavía sigue preparándonos

para cuestionar, renovar y fortalecer las demandas de verdad, justicia y bien moral

que nos aquejan.

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En definitiva, retomando estas abstractas intuiciones, se me ocurre

complementar sus términos con la reivindicación de otro atávico temple también

olvidado. Mientras seamos ciudadanos de una república, se me ocurre, nunca

debiéramos dejar de reivindicar el magisterio llano de la práctica Política. En su

regazo, claro es, nos es posible encontrar la simiente que hace crecer el árbol de la

Justicia. Si la virtud más entera y cabal de todas es la justicia, la pegunta que sigue,

entonces, es por qué no puede haber justicia sin política. Pues bien, como enseñara

Aristóteles, la justicia es la virtud más importante. Y lo es, precisamente, porque su

eminencia nace y se consolida en la práctica política. Y es natural que así sea. La

justicia –junto a las virtudes asociadas a su desarrollo- es/son de naturaleza política

porque, al fin y al cabo, se trata de la única virtud cuya práctica y evaluación solo

puede hacerse con la inteligencia y la buena voluntad de nuestros semejantes.