cortazar en la decada de 1940: 42 textos desconocidos

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CORTAZAR EN LA DECADA DE 1940: 42 TEXTOS DESCONOCIDOS Todo lector de Rayuela percibe de inmediato el acaudalado bagaje de lecturas que forma el andamio intelectual con cuya ayuda Cortizar levan- ta su novela. Esas lecturas aparecen a lo largo del libro a veces como puntos de apoyo sobre los cuales hace palanca la obra; otras, simple- mente como nervaduras invisibles o semivisibles que alimentan o sos- tienen sus paginas. No podia ser de otra forma en el caso de una novela que se propone desandar caminos y <<reconquistar territorios mal con- quistados o conquistados a medias>>. Para revisar esa cultura cuyo pro- ducto es el hombre contemporineo, para reflexionar sobre sus yerros y extravios, era primero necesario conocerla profundamente y conocerla, sobre todo, desde la literatura. De muy pocos escritores de nuestro tiem- po se puede decir como de Cortazar que han penetrado tan a fondo en las galerias y antecimaras de su cultura. Cortazar se entreg6 de Ileno a sus lecturas despues de dejar la Universidad en 1936: <Al terminar mis estudios -cuenta- me fui al campo, vivi completamente aislado y soli- tario. Siempre fui muy metido para adentro. Vivia en pequeiias ciudades donde habia muy poca gente interesante, practicamente nadie. Me pasaba el dia en mi habitaci6n de hotel o de la pensi6n donde vivia, leyendo y estudiando. Eso me fue itil y al mismo tiempo peligroso. Fue itil en el sentido de que devor6 millares de libros. Toda la informaci6n libresca que pueda tener la fund6 en esos afios. Y fue peligroso en el sentido de que me quit6 probablemente una buena dosis de experiencia vital>> . Continuar I leyendo y no ha dejado de leer hasta hoy con implacable voracidad. Si esas lecturas durante los afios de 1937 a 1944 se irin re- flejando luego en sus trabajos criticos desperdigados en revistas argenti- nas, sus lecturas de los afios subsiguientes, el periodo en Buenos Aires entre 1946 y 1951, estan registradas, al menos parcialmente, en resefias 1 Cabalgata. Revista mensual de letras y artes. Buenos Aires, Aiio III, No. 18, abril de 1948, p. 12.

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Todo lector de Rayuela percibe de inmediato el acaudalado bagaje delecturas que forma el andamio intelectual con cuya ayuda Cortizar levan-ta su novela. Esas lecturas aparecen a lo largo del libro a veces comopuntos de apoyo sobre los cuales hace palanca la obra; otras, simple-mente como nervaduras invisibles o semivisibles que alimentan o sos-tienen sus paginas. No podia ser de otra forma en el caso de una novelaque se propone desandar caminos y <<reconquistar territorios mal con-quistados o conquistados a medias>>. Para revisar esa cultura cuyo pro-ducto es el hombre contemporineo, para reflexionar sobre sus yerrosy extravios, era primero necesario conocerla profundamente y conocerla,sobre todo, desde la literatura. De muy pocos escritores de nuestro tiem-po se puede decir como de Cortazar que han penetrado tan a fondo enlas galerias y antecimaras de su cultura. Cortazar se entreg6 de Ileno asus lecturas despues de dejar la Universidad en 1936: <Al terminar misestudios -cuenta- me fui al campo, vivi completamente aislado y soli-tario. Siempre fui muy metido para adentro. Vivia en pequeiias ciudadesdonde habia muy poca gente interesante, practicamente nadie. Me pasabael dia en mi habitaci6n de hotel o de la pensi6n donde vivia, leyendo yestudiando. Eso me fue itil y al mismo tiempo peligroso. Fue itil en elsentido de que devor6 millares de libros. Toda la informaci6n librescaque pueda tener la fund6 en esos afios. Y fue peligroso en el sentido deque me quit6 probablemente una buena dosis de experiencia vital>> .

Continuar I leyendo y no ha dejado de leer hasta hoy con implacablevoracidad. Si esas lecturas durante los afios de 1937 a 1944 se irin re-flejando luego en sus trabajos criticos desperdigados en revistas argenti-nas, sus lecturas de los afios subsiguientes, el periodo en Buenos Airesentre 1946 y 1951, estan registradas, al menos parcialmente, en resefias

1 Cabalgata. Revista mensual de letras y artes. Buenos Aires, Aiio III, No. 18,abril de 1948, p. 12.

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aparecidas en Los anales de Buenos Aires, Realidad y Sur. En Realidadaparecieron sus notas sobre The Heart of the Matter de Graham Greeney Adan Buenosayres de Marechal; en Sur se publicaron las resefias sobreLibertad bajo palabra de Octavio Paz y La tumba sin sosiego de CyrilConnolly. Pero estos pocos testimonios son apenas agujas en el pajar desus lecturas por esos afios. El grueso quedaba en sus alforjas y solamentecon el tiempo, a lo largo de sus libros, se irian descubriendo sus lectu-ras como el suelo intelectual en el que crece la obra de todo escritor.

En 1971 buscaba yo en Buenos Aires algan relato anterior a loscuentos de Bestiario publicado en una revista local de Chivilcoy. No loencontr6. Encontr6, en cambio, como compensaci6n del azar, la revistaCabalgata, en cuyas piginas Cortazar public6 <Lejana> en febrero de1948. Cabalgata ha sido ignorada de manera inexplicable por todos losbibli6grafos de Cortizar. Para que no me acusaran de pergefiar una re-vista ap6crifa que nadie habia visto y que no figuraba ni en los catilo-gos de las bibliotecas argentinas ni en las bibliografias al uso, traje con-migo, con la asistencia de un viejo librero espafiol, toda la colecci6n,que comprende veinticuatro nmeros publicados entre junio de 1946 yy julio de 1948. Mi sorpresa fue enorme cuando descubri que, ademisde <<Lejana>>, Cortizar habia publicado en esa revista, entre noviembrede 1947 y abril de 1948, la friolera de cuarenta y dos resefias. El ntmeropuede parecer insignificante si se piensa en los <<millares de libros>> leidospor Cortizar durante los afios inmediatamente anteriores y sobre loscuales nada sabemos de manera directa, pero no lo es si se tiene en cuen-ta que esos cuarenta y dos libros fueron leidos y resefiados en menosde un afio y medio y que representan algo asi como la vertebra a partirde la cual el paleont6logo puede reconstruir todo el esqueleto de suslecturas durante esos afios formativos y claves para su futuro de escritor.

A pesar de su corta vida, y aunque Cabalgata no entr6 en el aparatobibliografico que pudo haberla preservado para lectores futuros, un ba-lance del material publicado en sus paginas permite comprobar que suimportancia literaria y cultural no es menor que la de sus compafierosde ese mismo periodo. No tenia un director-adalid como Los anales deBuenos Aires (Borges), o Realidad (Francisco Romero), o Sur (VictoriaOcampo) que le abriera camino y la protegiera. A juzgar por el formato,tampoco los medios y fondos de que disponian esas revistas. El formatomismo (semejante al del diario Clarin) y el nombre anticipaban una pu-blicaci6n mas popular que las anteriores (<<Quincenario popular>> anun-ciaba el formulario de suscripci6n). Sin un director de fuste y sin unprestigioso consejo de redacci6n que lo respaldara, Cabalgata tuvo, evi-dentemente, una circulaci6n mayor y debi6 recurrir a los avisos comer-

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ciales para sobrevivir. Aunque tenia secciones dedicadas al cine, teatro,modas, arte y ciencias, su fuerte fue la secci6n de letras. El primer ni-mero declaraba que <la idea que anima a Cabalgata es hacer en laArgentina una gran revista para todo el continente, una revista que seaexpresi6n de todas las actividades de la cultura americana y universal>.Lo americano y lo universal aparecieron en proporci6n semejante. Juntoa articulos de Ezequiel Martinez Estrada, Francisco Ayala, Alfonso Re-yes, Eduardo Mallea y Guillermo de Torre se publicaron en el primerndmero ensayos de Bernard Shaw y Andr6 Gide, un cuento de LordDunsany y poemas de W. H. Auden y T. S. Eliot. Cabalgata no fue en-tonces periodismo popular, sino 6rgano de difusi6n cultural mis amplio.El material que publicaba, aunque miscelineo y mis periodistico, estabaa la altura de lo que por esos afios hacian Sur o Realidad.

Las resefias de Cortazar empezaron a publicarse a partir del ntime-ro 13 (noviembre de 1947). Estaban firmadas con sus iniciales, peroalgunas, las mis largas, aparecieron con su nombre completo. El valorde estas breves notas (de 200 a 500 palabras aproximadamente) es varioy desigual. Su importancia mis inmediata radica en su valor informativo.Es posible que los libros reseiiados no siempre respondian a su elecci6n,pero aun aquellos reseiados por encargo constituyen un valioso testimo-nio de sus preferencias. Un simple registro de los titulos resefiados indicaque sus intereses no se reducian a las literaturas europeas; hay notas queanticipan lo que luego Cortizar definiria como <<el descubrimiento bruscode nuestra propia tradici6n>. A sus resefias sobre Paz, Marechal, Gonzi-lez Lanuza y Victoria Ocampo publicadas en Realidad y Sur hay queagregar ahora comentarios sobre libros de Enrique Wernicke, Rafael Al-berti, Cervantes, G6mez de la Serna, Martinez Estrada, Martin AlbertoBoneo, Luis Cernuda, Carmen R. L. de Gandara, Lugones, Girri, Alei-xandre, Alberto Venasco, Uslar Pietri, Jorge Enrique M6bili. Si la brevenoticia permite apenas informar sobre lo mas basico de estos libros, haycasos en que Cortizar inserta perspectivas y enfoques que trascienden losestrechos limites de la resefia periodistica. En la nota sobre la novela deVenasco, por ejemplo, dice: <<En la Argentina empezamos a salir delpozo romantico-realista-naturalista-verista, etc. (No hay varios pozos, esuno solo y negro.) A la labor solitaria de Borges, de Macedonio Fernin-dez, de Juan Filloy, principia a sumarse la creaci6n de novelistas y cuen-tistas j6venes> 2. En sus escuetos comentarios sobre Cernuda y Aleixan-dre muestra, sin enibargo, un conocimiento a fondo de los poetas de lageneraci6n de 1927. En la resefia del cuento de Carmen de Gindara <<La

2 Ibid., No. 15, enero de 1948, p. 13.

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habitada>, cita a la autora: <Cuando un pais no tiene literatura que re-fleje su vida, no es un pais, sino un conjunto de mojones humanos.,C6mo voy a saber yo que gente vive en esas casas si no me lo ha dicho

ninguna novela...?>>, y responde: <<Para decirnos eso han creado su obraGiiiraldes, Arlt, Mallea y Juan Goyanarte; la autora de 'La habitada'prueba hoy sus titulos para sumarse a ellos>> 3. Leido hoy, con una dis-tancia de treinta afios, este juicio no deja sospechar todavia al autor deRayuela, pero pone al descubierto el interes de Cortizar por esos aiios enla situaci6n y el rumbo de la novela argentina.

Mgs reveladoras ain son sus resefias sobre literaturas no hispinicas.Hay resefias dedicadas a Gide, Eden Phillpotts, Hermann Kesten, AldousHuxley, Mary Webb, Portner Koehler, Carter Dickson, Tagore, Jean-Louis Bory, O'Neill y Damon Runyon. Algunos de estos autores han sidoolvidados, otros han sido desplazados a los margenes de la literatura,pero respecto a Cortizar revelan una curiosidad insaciable y libre deprejuicios acad6micos. Cortizar lee como otros respiran, y aunque la bre-vedad de las notas apenas permite una descripci6n sumaria del libro re-sefiado, se las ingenia para otorgar a sus comentarios un relieve criticoque, si no trasciende las limitaciones de la resefia, proyecta una perspec-tiva desde la cual es posible escudrifiar otras lecturas y algunos de suspuntos de vista respecto a la ficci6n. Hay dos resefias sobre dos novelasde Andr6 Gide; su preferencia temprana por este autor aparece registra-da en escritos posteriores, pero lo que estas resefias descubren es unalectura en ancho y profundidad del novelista franc6s. Las novelas rese-fiadas son Sinfonia pastoral y La puerta estrecha, pero a trav6s de susresefias Cortizar manifiesta un vasto conocimiento de la narrativa deGide. Alude, por ejemplo, a sus novelas del periodo <<artista>>: Paludes,Les nourritures terrestres, L'inmoralist, Les caves du Vatican; y define aSinfonia pastoral y La puerta estrecha como expresiones de <<una lineaascetica que conduce a la salvaci6n por el camino del renunciamiento>>.Significativas son tambien sus observaciones sobre la forma y el sentidoiltimo de la obra de Gide; de Sin fonia pastoral dice: <<El relato de lapasi6n de Alissa, narrado con una admirable prosa de severo rigor for-mal, contiene esa virtud que Gide, en todos los momentos y los terrenosde su obra, ha fundido con la belleza hasta hacer de ambas una solaraz6n de vida: la valentia moral 4. De La puerta estrecha advierte quecon la publicaci6n en espaiol de esta novela <<tendran sus lectores unavisi6n mis dialectica del espiritu gidiano, balanceindose en los extremos

Ibid., No. 13, nov. de 1947, p. 10.Ibid., No. 18, abril de 1948, p. 12.

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de dos experiencias vitales: la aceptaci6n y el rechazo. Es de desear quea esa visi6n dialIctica se suceda el conocimiento de la sintesis, que creoesta en Los monederos falsos> 5. El bulbo de su valoraci6n de la obra deGide aparece a mitad de la resefia:

No me creo autorizado para exceder la mera alusi6n a La puertaestrecha, en la que nunca he querido (o podido) ver una obra afirma-tiva; me sigue pareciendo -en su forma mis sutil y corrosiva- unacritica al renunciamiento, su denuncia y rechazo. Prefiero, entonces,limitarme a su valor como construcci6n estdtica, sefialar la severa vic-toria de Gide sobre si mismo (repetida en La sinfonia pastoral), ellogro de una unidad formal, una arquitectura narrativa que falta en suobra anterior y en mucho de la posterior, donde se la ve reemplazadavoluntariamente por un juego sucesivo y hasta anrquico de los ele-mentos del relato. En El inmoralista, un tono oral deliberado, con loque supone de vaguedad y alifiado desalifio; en Las cuevas del Vati-cano, un falso orden desmentido por la lecci6n de su corrosivo perso-naje; en Los monederos falsos... pero aqui es mejor remitirse a JeanHytier, que ha disecado como nadie ese libro en su estudio sobreGide, y que lo define como <<una obra que avanza hacia la novela>>.

Ademis de conocer a fondo la obra de Gide, Cortizar ha leido tambiena sus criticos mas importantes, como lo indican sus referencias a AlbertThibaudet y Jean Hytier, este iltimo autor de uno de los primeros y mass6lidos estudios sobre el novelista franc6s. El valor de estas resefias estri-ba entonces no tanto en su condici6n de bar6metro de preferencias comoen abrirnos el caj6n de sastre donde Cortazar guard6 sus utensilios y ma-teriales de aprendizaje. L6ase, por ejemplo, esta (iltima observaci6n conque concluye su resefia: <<En el diario de Los monederos falsos, Gideafirm6: 'El mal novelista construye sus personajes, los dirige y los hacehablar; el novelista verdadero los escucha, los mira actuar'>> 6.

Tambien la resefia de La filosofia perenne de Huxley participa deuna familiaridad semejante respecto al escritor ingls: <<El joven Huxleypreferia referir su asombroso acopio de informaci6n a las opiniones, teo-rias y conductas de personajes que vicariamente lo representaban en susnovelas (Lqu6 otra cosa hacen los personajes del Club de la Serpienterespecto a su autor?); nos dio asi obras que sefialan los apices intelec-tuales de nuestras cuatro primeras d6cadas: Contrapunto, Un mundofeliz, Con los esclavos en la noria>7. Si se piensa en Huxley como el

SIbid., p. 12.6 Ibid.7 Ibid., No. 14, die. de 1947, p. 10.

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critico esceptico de la sociedad decadente de su tiempo y como un espi-ritu vastamente cultivado e interesado tambi6n en las grandes preguntas,se explica el entusiasmo de Cortizar por su obra: <<En plena madurez, lainteligencia de Huxley parece preferir la manifestaci6n directa, el ingresoa los 6rdenes fundamentales del conocimiento del hombre por via deintuici6n y meditaci6n. Todo su saber busca comunicarse sin rodeos nimascaras, en un mensaje donde la esperanza combate y se apoya en laangustia: asi se ha generado esta nueva obra, La filosofia perenne, itine-rario de despojamiento espiritual, de ascenso severo y claro al mismotiempo, nueva ruta dantesca a un paraiso de lucidez interior y posesi6ndel ser>> 8. El lector de Rayuela reconoce en este comentario una sintesisapretada del itinerario de Horacio Oliveira. Una antologia de <<va desdetextos hindies y chinos a la metafisica y 6tica modernas, pasando pormisticos y santos medievales>>, como es el libro miscelaneo de Huxley,recuerda de inmediato los libros-collage de Cortizar. Recuerda tambiensu mania a los recortes, citas y fragmentos memorables, su curiosidadenciclop6dica, su vastedad intelectual, su lucidez literaria y sus bisque-das metafisicas. Casi veinte aios mis tarde, Oliveira reflexiona: <<Teoriade la comunicaci6n, uno de esos temas fascinantes que la literatura nohabia pescado todavia por su cuenta hasta que aparecieran los Huxleyo los Borges de la nueva generaci6n> (R, 182).

Llama la atenci6n el gusto de Cortaizar por la novela policial, notanto por el ndmero de novelas resefiadas -Los rojos Redmayne de EdenPhillpotts, Caddver en el viento de R. Portner Koehler, Murid como unadama de Carter Dickson- como por sus alusiones a otras novelas y suscomentarios sobre ese g6nero. En la primera de estas resefias dice: <<Enlos iltimos afios, la novela policial ha llegado a una perfecci6n formalque, parad6jicamente, la amenaza seriamente; lo que constitufa lecturasedativa y de fin de semana, se torna dificil y comprometida tarea cuan-do se acude a autores de la talla de Dickson Carr, Black, Dashiell Ham-mett, Quentin, Innes y Agatha Christie. De ahi un claro deslinde entrela novela detectivesca de corte tradicional (Stanley Gardner, por ejem-plo) y las de los autores citados, donde implicaciones de alta cultura,ret6ricas muy finas y ambientes nada accesibles las reducen a un circulodecreciente de lectores. Los rojos Redmayne puede ser incluida en elprimer grupo>> '. Hay que recordar la popularidad de ese g6nero duranteesos aiios. Borges dirigia la colecci6n <<El S6ptimo Circulo>>, que alcanz6a publicar ciento cincuenta titulos de ficci6n policial; en 1943 apareci6

8 Ibid.9 Ibid., p. 7.

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la primera edici6n de la antologia Los mejores cuentos policiales compi-lada por el mismo Borges y Bioy Casares. La difusi6n y el arraigo delg6nero detectivesco influyeron en la producci6n literaria de varios escri-tores argentinos; en 1953 fue posible publicar una antologia de Diezcuentos policiales argentinos. El interds de Cortizar por el relato policialdurante esa dpoca, ademis de reflejar el entusiasmo que ese gdnero habiadespertado en la Argentina, anticipa algunas huellas que esas lecturasdejarin en su obra. No solamente en relaci6n a <la perfecci6n formal>que Cortizar define como atributo de las mejores novelas de este tipoy que es de una sola pieza con la puntillosa precisi6n con que 61 cons-truye sus cuentos, sino respecto a la armaz6n de algunos de sus relatosbreves y por lo menos de dos de sus novelas. <Despu6s del almuerzo>> y<<El m6vil> son buenos ejemplos de cuentos en que el lector es invitadoa poner a prueba sus dotes de detective. En Los premios, legar a lapopa representa, desde el punto de vista de la trama, resolver un miste-rio semejante al que propone el perpetrador de un crimen; 62 modelospara armar esta construida con la destreza de una novela policial en queel lector debe atar cabos y con esos episodios dislocados rearmar la his-toria de sus inauditas relaciones.

La resefia dedicada a Los papeles de Aspern de Henry James es signi-ficativa por dos motivos. Primero, porque en la an6cdota que SomersetMaugham cuenta sobre James, reproducida en la resefia de Cortazar, es-taria el embri6n de uno de sus cuentos mas perplejos, <Omnibus>. Elimpulso esencial del cuento esti anticipado en la resefia: <<En su breveensayo sobre Henry James, Somerset Maugham relata un encuentro enBoston con el novelista, y la agitaci6n casi fren6tica de 6ste ante las po-sibilidades de muerte, mutilaci6n o aplastamiento que podia correr suvisitante en el acto de ascender al 6mnibus de vuelta. 'Le asegurd queestaba perfectamente habituado a subir al 6mnibus -cuenta SomersetMaugham-, a lo que me replic6 que no era 6se el caso tratindose de un6mnibus americano; a 6stos los distinguia un salvajismo, una inhumani-dad, una violencia que excedia lo concebible. Me senti tan contagiadopor su ansiedad, que cuando el 6mnibus se detuvo y saltd a 61, tuve casila sensaci6n de que habia escapado milagrosamente de una horrible muer-te'> 10. No hay salvajismo en el <<Omnibus>> de Cortizar, pero hay unatensi6n narrativa semejante que convierte una situaci6n trivial y cotidia-na en acontecimiento espeluznante. Su comentario a la historia deMaugham es ya un adelanto y una explicaci6n a lo que ocurre en suscuentos: <<Si la anecdota muestra un James tenso y azorado ante una si-

14 Ibid., No. 16, febrero de 1948, p. 13.

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tuaci6n cotidiana como la narrada, vale simb6licamente para recordarhasta que punto la tensi6n interna de su labor creadora se propaga ycontagia del mismo modo al lector menos dispuesto 1. La resefia estambi6n importante porque en ella se reconoce a The Turn of the Screwcomo <<una experiencia poco igualada en la literatura>>, pero se enjuicia,a su vez, a Los papeles de Aspern como un tipo de novela que ha dadoya toda su medida y que como tal representa el agotamiento de un estiloy de una 6poca. Hacia el final de la nota, Cortizar agrega una coda queanticipa su aversi6n a la novela-rollo y su postulaci6n de un lector-c6mplice: <<En el ensayo antes citado, Somerset Maugham sentencia queJames 'no lleg6 a ser un gran escritor porque su experiencia era inade-cuada y sus simpatias imperfectas'; de esas simpatias y experiencias in-completas nace siempre lo mejor de la literatura -que es ansiedad infi-nita por completarlas y volverlas perfectas> 1.

Merecen tambi6n especial referencia sus tres resefias dedicadas alibros de tema filos6fico-existencial: Temor y temblor de Kierkegaard,La ndusea de Sartre y el libro de Le6n Chestov Kierkegaard y la filosofiaexistencial. El existencialismo, primero, y el surrealismo, despues, ofre-cieron a Cortizar alternativas para salir del atolladero racionalista, viaspara ahondar la crisis del pensamiento moderno. La importancia de esastres notas reside en su caricter de primeros bosquejos del ensayo quesobre el tema publicari un afio mas tarde en la revista Realidad bajo eltitulo <<Irracionalismo y eficacia>>. No nos ocuparemos de la deuda deCortizar al existencialismo; aqui solamente sefialaremos que algunos plan-teamientos del ensayo de 1949 estin ya anticipados en estas tres resefias,al igual que algunas ideas seminales que Rayuela desarrollara y profun-dizari. El parrafo inicial de la resefia sobre el libro de Chestov recuerdaen algo el tono y la materia de algunas conversaciones y reflexiones delos miembros del Club de la Serpiente: <<Para quien avance en este libroaferrindose obstinado al esquema que el promedio de la cultura occiden-tal propone y cimenta como explicaci6n de la realidad y del puesto queel hombre ocupa en ella, la lectura del estudio de Chestov tendr esaconsistencia indecible de las pesadillas en las que toda relaci6n, todajerarquia, todo canon aceptado en la vigilia se deshacen o alteran mons-truosamente 13. Y mis adelante: <<A nuestra necesidad de lucidez, Kier-kegaard responde con el grito irracional de la fe, con la demanda de lasuspensi6n de todo orden... Y a las estructuras que la raz6n defiende

n Ibid.

12 Ibid.1 Ibid., p. 12.

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y la filosofia jerarquiza, se contesta con las deducciones de la pasi6n,'las Pnicas seguras, las inicas convincentes'> 14. La resefia de La ndusea,por otro lado, condensa algunas de las ideas centrales que desarrollaridos afios mis tarde en su articulo <<Irracionalismo y eficacia>, en el queasume una defensa del existencialismo. En el ensayo, Cortizar escribe:<Llevari tiempo comprender que el existencialismo no traiciona al Occi-dente, sino que procura rescatarlo de un trigico desequilibrio en la fun-damentaci6n metafisica de su historia, dando a lo irracional su puestonecesario en una humanidad desconcertada por el estrepitoso fracaso delprogreso' segtin la raz6n> 15. Y en la resefia: <Hoy, que s6lo las formasaberrantes de la reacci6n y la cobardia pueden continuar subestimandola tremenda presentaci6n del existencialismo en la escena de esta posgue-rra, y su influencia sobre la generaci6n en plena actividad creadora, laversi6n al espaiol de la primera novela de Sartre mostrart a multitudde desconcertados y ansiosos lectores la iniciaci6n hacia lo que el autorllam6 posteriormente 'los caminos de la libertad'; caminos que liquidanvertiginosamente todas las formas provisorias de la libertad, y que ponenal hombre comprometido existencialmente en la dura y espl6ndida tareade renacer, si es capaz, sobre la ceniza de su yo hist6rico, su yo confor-mado, su yo conformista> 16. Desde una oscura y telegrafica resefia, quin-ce aios antes de la aparici6n de Rayuela, Cortizar formula ya la medulade algunos de los interrogantes que constituyen los agarraderos de sugran novela. Lo que estas resefias prueban es el largo y paciente procesode incubaci6n de su novela. Como la gran novela de Musil, El hombresin cualidades, Rayuela es el producto de una vida de vastas lecturas ylargas reflexiones, y estas resefias muestran que precisamente durante losaios en que Cortizar escribe sus primeros cuentos comienza tambien agestarse su novela.

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Harvard University.

14 Ibid.15 Julio Cortazar, <<Irracionalismo y eficacia>>. Realidad. Revista de ideas. Bue-

nos Aires, Nos. 17-18, sept.-dic. 1949, p. 259.16 Cabalgata, No. 15, enero de 1948, p. 11.

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TEXTOS DE JULIO CORTAZAR

[RESEfAS]

De CABALGATA. Aiio II, No. 13, noviembre de 1947.

El seiior cisne, por Enrique Wernicke. Lautaro, Buenos Aires. 168 pigs. a la ris-tica. $ 5 m/arg.

Un escritor capaz de lograr un relato como <<Canto de amor>> es ya un cuen-tista cabal. Saludo a ese escritor, con el jibilo de quien cree en el porvenir deun g6nero an tan joven y disponible como el cuento, y lo ve esgrimido aquf poruna mano repetidamente certera.

Algunos relatos de palpable intenci6n aleg6rica (aunque sea una alegoria gra-tuita y liviana), y otros reducidos sin rescate a una condici6n entre el poema enprosa y el ap6logo, no alcanzan a enturbiar la claridad de este libro cuyos logrosmas altos son acaso -con el ya nombrado- <<Maravillas>>, <<Los jardines de Phi-cido>, <<En la tormenta>, <<Gracias a Dios>> y <<La mudanza>>. En una fina presen-taci6n marginal, Pablo Neruda alude a la juventud de Enrique Wernicke; y eso,que en tantos libros reclama una indulgencia cordial, se propone aqui como undesaffo 1leno de belleza, que concluye casi en cada pigina con una victoria.-J. C.

Nuevo asedio a Don Juan, por Guillermo Diaz-Plaja. Editorial Sudamericana, Bue-nos Aires. 144 pags. a la ristica. $ 3 m/arg.

Elogiar en Diaz-Plaja la extensi6n y seguridad de sus criterios literarios, o lasagacidad intuitiva que le permite ubicar y ubicarse con tan certero pulso, seriareiterar conceptos que su larga labor erudita y docente ha merecido a la mas altacritica. Mas parece importante poner el acento en un aspecto poco manifiesto enla obra de los investigadores espafioles: la liviandad y la gracia sosteniendo lahondura y la verdad. Esto, que se advertia ya en un libro tan <<escolar>> como Lapoesia lirica espaiiola, brota a plena luz en Nuevo asedio a Don Juan, donde loscateos de Tirso, Moliere, Zorrilla y Unamuno son operados sin aparente esfuerzo,luego que Diaz-Plaja nos dispensa cordialmente de muchas notas y fichas (que seadivinan con admiraci6n) para dejarnos, en una rapida prosa, la sustancia mismade su bisqueda.

Asi, el Don Juan espajiol -<<cruce donde se encuentran el mundo espectralc6ltico y el mundo sensual del Mediterrineo>>- y el de Moliere -cartesiano y ra-

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cionalista- se completan con el Tenorio romintico y el angustiado Don Juanunamunesco: cuatro avatares de una arcaica encarnaci6n mitica, que Diaz-Plajarastrea en el ultimo capitulo de su breve libro para fijar sus varios origenes y suspersistentes andanzas.-J. C.

El alba del alheli, por Rafael Alberti. Losada S. A., Buenos Aires. 128 pigs. a larustica. $ 2.50 m/arg.

Ahora que Alberti esta en el filo pensativo desde donde ve ilegarle la madu-rez como un gran viento sosegado, la edici6n argentina de esta Alba de sus veinteafios nos lo afirma en esa juventud incesante contra la cual nada pueden las cro-nologias. Voz mis alta, mis de fiesta y marimorena, la de estos versos no es menosla voz que poco mas tarde nos daria el puro milagro de Sobre los dngeles y la sor-da profecia de Sermones y moradas.

Asi, este canto que retorna hoy desde el fondo de un alto destino lirico, es ale-gre y liviano amanecer a una vida todavia no marcada por el fuego que la espe-raba para acerarla. Voz de poeta a pleno sol, a plena luna, que se gasta en mo-neda y su verso para regalarlos

en cosas que son del viento:un peine, una redecillay un moio de terciopelo. J. C.

Don Quijote de la Mancha. Reducci6n de Ram6n G6mez de la Serna. EditorialHermes, M6xico. 440 pigs. a la ristica. $ 8 m/arg.

Todo epitome, florilegio o <<versi6n abreviada> suele poner en guardia al lectoradulto -si no lo es s610o en afios- y reducirse a las conveniencias del niifo y elestudiante. Nada de eso ocurre aqui por la simple raz6n de que G6mez de la Ser-na es quien ha tomado entre tijeras la labor de acercarnos el Quijote a la intimi-dad de una lectura continua y repetida.

<Sin variar una palabra de su texto>, advierte el subtitulo, a lo que agregaRam6n: <<No me atreveria a decir que sobrase nada en la gloriosa obra, pero ha-bia la necesidad perentoria de convertirla en una asequible novela de cuatrocien-tas paginas. Probablemente su inmortal autor me perdonara, porque ahora van apoder leer su Quijote muchos que no tenian ni tiempo ni paciencia para transpo-ner sus mil y pico de paginas. Y luego: <He suprimido las digresiones, las repe-ticiones, el insistente ofrecimiento de nuevas aventuras, los discursos excesivos aSancho, las erudiciones sobre los libros de caballerias, las remanserias de lo egl6-gico y lo pastoril, los solos de flauta, las novelitas afiadidas a una novela ya depor si larga...>

Esto, que el reductor nos dice con liviana modestia, significa una dificil y com-prometida tarea, que s6lo podia tener buen 6xito en manos tan espatiolas, tanconvincentes con la realidad cervantina. Para sosiego de escrupulosos, la obra in-cluye un sistema de referencias que permiten precisar los fragmentos desglosadosy los puentes que facilitan la fluencia del relato. Una edici6n de sencilla dignidadgrafica -tan adecuada a la dignidad sin empaque de quien cabalga por sus pigi-

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nas- se agrega a este esfuerzo de acercamiento cordial para ayudar al lector yseguir la ruta del manchego siempre en marcha.-J. C.

La sin fonia pastoral, por Andr6 Gide. Editorial Poseid6n, Buenos Aires. 156 pags.a la rtistica. $ 5 m/arg.

Agotado -si puede hablarse de agotamiento en este Anteo siempre pronto atocar tierra y a alzarse con nueva savia- el periodo <<artista>> de su obra (Paludes,Les Nourritures Terrestres, L'Immoraliste, Les Caves du Vatican), quiso Gide pro-longar la severa, asc6tica resonancia de La Porte Etroite con esta Sinfonia Pastoral,

que estudia almas parecidas, frustraciones anlogas, y acaso salvaciones por el ca-mino del renunciamiento. Alissa habia escogido <la puerta estrecha>>, en un gestoen apariencia tan poco gidiano que el eco de su decisi6n resuena todavia en lacritica francesa; diez afios despuds, Gertrudis escogeri la muerte para abolir en lanada una sorda confusi6n de sentimientos y realidades. El relato de su pasi6n, na-rrado con una admirable prosa de severo rigor formal, contiene esa virtud queGide, en todos los momentos y los terrenos de su obra (aludo tambien a Les FauxMonnayeurs), ha fundido con la belleza hasta hacer de ambas una sola raz6n devida: la valentia moral.

Arturo Serrano Plaja, de cuya inteligencia y sensibilidad dan sobrada muestrasus obras personales, salva la muy dificil prueba de esta versi6n con una pulcritud

incesante, con un ejemplar respeto.-J. C.

Nueve dramas de Eugene O'Neill. Editorial Sudamericana, Buenos Aires. 2 vols. a lardstica de 548 y 624 pigs. $ 20 m/arg.

Hacia 1934, el teatro de Eugine O'Neill conoci6 un periodo de marcada popu-laridad en nuestro medio mas por la versi6n impresa de algunos de sus dramas

que por las aisladas y meritorias representaciones que se intentaron. El cine (esemal interprete de O'Neill) vino luego a afirmar su nombre, pero faltaba en todomomento una edici6n castellana donde el no ficil lenguaje del dramaturgo hallaracorrespondencia formal y animica. Le6n Mirlas l1ena ese hiato con su experienciade traductor teatral, y un magnifico esfuerzo de los editores condensa, en dos volP-menes y mais de mil paiginas, las obras capitales del <<Esquilo moderno>>.

Estain ahi -mostrando cronol6gicamente la evoluci6n del genio de O'Neill-El Emperador Jones, El mono velludo, Todos los hijos de Dios tienen alas, Eldeseo bajo los olmos, Los millones de Marco Polo, El gran dios Brown, Ldzaro reia,Extraiio interludio y Electra. Su lectura sucesiva es la experiencia traigica mais alta

que pueda alcanzar un hombre despus de conocer a los griegos y los isabelinos.Como probando en el hombre contemporaineo la permanencia de las fuerzas ma-dres que lo gobiernan y o10 desgobiernan pese a la raz6n y a la tacnica, el teatrode Eugene O'Neill termina por exceder la est6tica y la literatura, irrumpe -conLazaro reia y Electra- en la dimensi6n mais abismal y mais autintica del hombre

que se angustia por no ser mas y no ser menos que un hombre. Bien o10 ha visto

Joseph Wood Krutch cuando dice en la introducci6n a las tragedias: <Nuevamentetenemos aqui un gran drama que no pretende 'decir algo', en el sentido en que se

lo proponian usualmente los dramas de Ibsen o de Shaw o Galsworthy, sino quepretende decir, por el contrario, lo mismo que Edipo y Hamlet y Macbeth:

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esto es, que los seres humanos son criaturas grandes y terribles apresadas por po-derosas pasiones, y que su especticulo no s61o es apasionante, sino tambien, y aun tiempo, horrible y purificador .- J. C.

El incongruente, por Ram6n G6mez de la Serna. Losada, S. A., Buenos Aires.196 pags. a la rdstica. $ 3 m/arg.

Bien hace Ram6n, al prologar este libro, en recordarnos que es un <<primergrito de evasi6n en la literatura novelesca al uso . Escrito en 1922, El incongruen-te conserva con redonda juventud sus valores de creaci6n pura, de demiurgia jubi-losa y sin fronteras, en un clima que el surrealismo llenaria pronto de consignasy duros espejos. Esta indefinible novela, donde capitulos cerrados y abiertos a lavez como caracoles participan del cuento, el poema y la biografia, admite ser leidaen cualquier punto de su transcurso, no termina jamas y est6 empezando a cadapagina, saltando de un mundo a otro mundo, de un tiempo a otro tiempo, mien-tras el liviano y algo triste Gustavo -dolido de incongruencia mgica- confundecuadros con espejos (y sospecha espejos en los cuadros), descubre playas 1Ienas depisapapeles y mujeres enamoradas, y vive una vida de involuntario poeta paraquien la poesia irrumpe en las cosas antes que en los versos.-J. C.

Sistema de las artes (Arquitectura, Escultura, Pintura y Mt2sica), por G. F. Hegel.Espasa-Calpe Argentina, S. A. 176 pags. a la rustica. $ 2,25 m/arg.

Este volumen continua el titulado De lo bello y sus formas y resume, en se-lecci6n de su traductor, Manuel Granell, el pensamiento fundamental de Hegelaplicado a las artes, las formas particulares en que lo bello se realiza a travis delhombre.

Como los elementos que componen un vitral, cada instancia de lo bello se orde-na en torno del eje donde reposa el gigantesco sistema del idealismo hegeliano. Siel sistema en si es hoy un ilustre tuimulo (junto con tantos otros), y la filosofiase adscribe a la problematicidad localizada antes que a las sintesis totales, el geniodel pensador de Stuttgart brilla sostenido en sus intuiciones (itantas veces henchi-das de pura poesia!) acerca de la escultura, la musica, la pintura, afirmando esaconcepci6n est6tica de hondo sentido humano con el andamiaje dialectico de unade las mayores inteligencias de la humanidad.-J. C.

Poesia. Ezequiel Martinez Estrada. Argos, Buenos Aires. 334 pags. a la rustica.$ 9 m/arg.

Hoy, en que nadie que no sea nadie duda de que Ezequiel Martinez Estradaes uno de los mas altos, continuos y necesarios maestros de la esencia argentina, laaparici6n en un volumen del total de su obra poetica sera saludada jubilosamentepor una esparcida, inquieta y esperanzada legi6n de discipulos y camaradas.

En los ultimos aijos, la presencia sucesiva de obras como La cabeza de Goliaty Sarmiento perfil6 para muchos (sobre todo los mas j6venes) nla figura de unMartinez Estrada solamente soci6logo, inclinado sobre la raiz del hecho nacional,denunciando sin sosiego la casi continua falsedad de sus «<verdades> y la falsifica-

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ci6n que las fue instaurando y sosteniendo. Dificil era rescatar de bibliotecas ylibrerfas los volamenes de una continua y paralela marcha po6tica -Oro y piedra,Nefelibal, Motivos del cielo, Argentina, Titeres de pies ligeros, Humoresca- en laque este hombre de tan hicida inteligencia se deja cantar como si reposara, perosin reposo, que tal podria ser la divisa de su obra entera.

Al acoger este esplendido volumen que lo resume como artista, se comprendehasta que punto su obra poetica reivindica entre nosotros la insultada noci6n declasicismo, y la propone al modo de Goethe como ese lado de la columna dondesobre un mismo mrmol se posa el jtbilo del sol.-J. C.

Cervantes, por Jean Babelon. Losada, S. A., Buenos Aires. 256 pags. a la rdstica.$ 7 m/arg.

No en vano se sostiene que un alto merito del investigador frances consiste encomunicar su erudici6n sin que la misma se adelante, invada el tema y agote allector, que no es precisamente un especialista. Merito en el que estd contenido unduro sacrificio: la renuncia a la satisfacci6n de volcar el farrago de datos, porme-nores, y su ardua sintesis con una prosa donde cada elemento se tomrne vivo, seinserte en la corriente del tema, y en alguna medida se desplace de lo cientificoa lo poetico. Es precisamente lo que alcanza Jean Babelon en su Cervantes, dondeel discurso -de liviana hondura- busca yuxtaponer el tiempo, el hombre y laobra en una situacidn total, un ambiente hist6rico y literario que Cervantes cono-

ci6 y padeci6, pero que raras veces se anima para nosotros con tan inmediataverdad.

La juventud, la guerra, el cautiverio, las prisiones -donde la de Sevilla estaevocada en una pigina maestra-, las obras incontables, la muerte... Y fijacionestan licidas como 6sta: <<Pocos escritores han experimentado como Cervantes el

agudo sentimiento del camino, de esa escapada hacia un porvenir multiple... al

gran azar de los vientos del cielo y las nubes que se acumulan.Libro para hombres, este Cervantes es tambien el libro que un maestro o un

padre, deseosos de crear una conciencia cervantina, habrin de poner en las manosaum dubitativas del adolescente y el estudiante.-J. C.

De CABALGATA. Afio II, No. 14, diciembre de 1947.

Los rojos Redmayne, por Eden Phillpotts. Traducci6n de Marta Acosta Van Praet.Emec6 Editores, Buenos Aires. 348 pigs. a la rustica. $ 6 m/arg.

En alguna medida, esta novela policial sefiala un curioso acontecimiento dentrodel genero, puesto que entrafia implacablemente la derrota de un detective a quienacompajiaba la simpatia y la esperanza del lector a lo largo de una serie de tene-brosos crimenes. No porque en la parte final intervenga un segundo investigador-concesi6n necesaria para detener en ultima instancia la habil progresi6n criminalde los culpables- deja de sorprendernos el tono tan distinto de que se ha validoPhillpotts en procura de una novedad provechosa.

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Este libro gustard a los que, rechazando la novela policial confinada en las di-mensiones de una habitaci6n y un didlogo, prefieren que la investigaci6n se cum-pla paralela a los sucesos, para adelantarse luego y dominar el terreno en el epilo-go. Phillpotts nos ileva de Dartmoor a la costa de Dartmouth, y de alli -por elpuente de un tercer asesinato- a los lagos italianos; este turismo y paisajismo lite-rario, que repite felizmente los ya admirados en obras como La torre y la muerte(Innes) y La maldicidn de los Dain (Hammett), quita sequedad a las situacionesdel enigma sin privarlas del rigor, que continua siendo condici6n ineludible delgenero. Tal vez Phillpotts se excede en el encubrimiento de uno de los culpablesy cae en alguna deslealtad; se hace perdonar en cuanto todo lector avisado adver-tird prontamente que es capaz de leer entre lineas (tal vez fue dsa la cordial inten-ci6n del autor) y burlarse de su trampa o su descuido.

En los ltimos aios, la novela policial ha legado a una perfecci6n formal que,parad6jicamente, la amenaza seriamente; lo que constitufa lectura sedativa y de finde semana se torna dificil y comprometida tarea cuando se acude a autores de latalla de Dickson Carr, Black, Hammett (dste, ademas, por sutiles razones casi pa-tol6gicas), Quentin, Innes y Agatha Christie. De ahi un claro deslinde entre lanovela detectivesca de corte tradicional (Stanley Gardner, por ejemplo) y las delos autores citados, donde implicaciones de alta cultura, ret6ricas muy finas y am-bientes nada accesibles las reducen a un circulo decreciente de lectores. Los rojosRedmayne puede ser incluida en el primer grupo; no seiala ninguna fecha capitalen el genero, pero tiene la claridad de todas las obras de Phillpotts, su continuadointeres, su final coherente y satisfactorio.-J. C.

Spinola, el de las lanzas (y otros retratos hist6ricos), por la condesa de Yebes.Espasa-Calpe, Buenos Aires. 160 pigs. a la ristica. $ 2.25 m/arg.

La condesa de Yebes es un curioso caso de anacronismo literario. Esta excelen-te escritora se expresa (como idea y como forma) en pleno siglo xIx, con un ro-manticismo mes atemperado del que fue comin en la Espalia romantica. Y, comocorresponde a tal actitud, se orienta hacia la resurrecci6n de un pasado que superceptible conocimiento hist6rico le vuelve claro, transitable y hasta (por ahi esde veras romantica) apetecible.

Pinta, pues -diriamos casi: ilumina-, imdgenes que tienen como ella la dis-creci6n del segundo piano y la penumbra. Spinola, un guerrero; Ana de Austria,una pobre reina; Luisa Sigea, una bas-bleu renacentista. Todo eso es simple, casicomo cr6nica de monja; pero hacia el final nos trae la condesa a Rosmithal deBlatna, aquel noble de Bohemia que en pleno siglo xv se anim6 a inventar el tu-rismo hacia el oeste y vino a Espafia con una escolta, una inagotable ingenuidady un valor digno de recuerdo dpico. El bar6n que pasea (espada atenta) y el se-cretario y el candnigo que van hilando la viva cr6nica del paseo, satisfacen en laautora el deseo de mostrar una visi6n extranjera (y, por ende, escrutadora y direc-ta) de la realidad medieval espaiola. Llena de encantadores detalles, episodiosdramaticos y costumbristas, la ruta del bar6n de Rosmithal lo Ileva por fin a San-tiago -meta de todo buen caballero, fin de este bonito libro sin empaque.-J. C.

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Yo, el Rey, por Hermann Kesten. Traducci6n de Maria Ines Rivera. Editorial Po-

seid6n, Buenos Aires. 548 pigs. a la ristica. $ 10 m/arg.

Extrafia y fascinante novela esta, donde la figura del rey Felipe II -Yo y el

tiempo- ha sido exhumada con infinita paciencia y dificultad, puesta en el centro

de un mundo tan multiple, abigarrado, espldndido y miserable como el mundo de

la Contrarreforma, encarnada aqui en el signo desp6tico del soberano espailol.

Kesten, para quien la novela hist6rica vale antes como sucesi6n de imagenes

plisticas que como relato ordenado y continuo, ha encontrado en Felipe el mira-

dor desde donde atalayar el panorama europeo del siglo xvi. Con rpidas mutacio-

nes, montajes y enfoques ingeniosos -a veces demasiado ingeniosos, o no bien

afirmados en la comprobaci6n, pero invariablemente fieles a la realidad psicol6gicade la obra-, Yo, el Rey es un gigantesco diario de tirania, una seca y amargacr6nica de decadencia, donde un Felipe nada convencional, lleno de vida desdicha-

da y ansiosa, mira su mundo y sus marionetas: Maria Tudor, Antonio Perez, lade Eboli, Guillermo de Orange, los inquisidores, Egmont el ajusticiado, Carlos elinfante loco... Novela extrafia y fascinante, como ese tiempo del que estamos tanlejos, en plena cercania.-J. C.

La danza, por Sergio Lifar. Traducci6n de Juan Carlos Foix. Ediciones Siglo Vein-te, Buenos Aires. 296 pags., encuadernadas. $ 16 m/arg.

<<El suefio de Icaro, tan propio de la naturaleza del hombre, en parte algunase resuelve tan bien como en el arte al cual sirvo>>, dice Sergio Lifar en el textode su celebre conferencia de 1937 en la Sorbona, cuando el bailarin ascendi6 a lacdtedra para fundamentar estiticamente su brillante lecci6n plastica en la Operade Paris y defender, en paginas memorables, at coreautor, al hombre que crea ladanza y la echa a girar por el mundo.

Lifar conoce como ninguno el exacto territorio del ballet moderno, y ha que-rido concluir con los incesantes malentendidos que dividen al puiblico frente a ladanza en dos sectores sin trmino medio: los apasionados y los indiferentes. A losprimeros les recuerda el error de conectar inexactamente el ballet con la muisica,con el gesto expresivo (<<mimica de semforo ), con la poesia y la pintura; a lossegundos les ensefia que en el comienzo era el ritmo. Ordenado, prudente, el core-autor de Icaro pone a cada arte en su justa dependencia (que es entonces inde-pendencia bien entendida), y aunque se excede en profecias -la muerte del <<artede la palabra , por ejemplo, que s6lo ve con ojos de amateur-, deslinda fina-mente la funci6n de la pintura y sobre todo de la muisica con relaci6n a la danza,y reclama para el coreautor la libertad de crear sin deformante sujeci6n a textosy partituras que en nada se conectan con la esencia ritmica y animica del ballet.

La segunda parte de la obra -en la que hay excelentes fotografias de Lifar,Nijinsky, Von Swaine e Isadora Duncan- tiene el alto interds de un estudio de laevoluci6n del ballet vista por un bailarin que es al mismo tiempo investigador yanalista de primer orden. La violenta rebeli6n de Lifar contra las tendencias des-naturalizantes de la danza, y sus audaces innovaciones en Icaro, Alejandro Magnoy El Cantar de los Cantares, son resefiadas con sincera voluntad de proselitismoy una enorme confianza en un futuro mis libre para el ballet, un tiempo a veniren el que la danza brote integra y original del impulso del coreautor y el bailarin,

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en vez de mantenerse en la mera replica a incitaciones exteriores que la condicio-nan y la humillan.-J. C.

Temor y temblor, por Soren Kierkegaard. Traducci6n de Jaime Grinberg. Edito-rial Losada, S. A., Buenos Aires. 160 pags. a la ristica. $ 4 m/arg.

La extrafia historia de Abraham, que alz6 el cuchillo sobre su hijo para cum-plir con un mandato de Jehovah, es el simbolo en torno al cual se mueve, densay enmarafiada, la sustancia de esta obra del pensador danes que se agrega valio-samente a la bibliografia filos6fica en espafiol.<<Comprender a Hegel debe ser muy dificil , observa con ironia el autor. <<iPeroqu6 bagatela comprender a Abraham! Superar a Hegel es un prodigio; Ipero quecosa ficil es superar a Abraham!>> Y porque no sabemos mirar, y porque pasamosde largo ante los especticulos mas significativos, entre los cuales se halla este epi-sodio de incalculable sacrificio -junto al cual palidecen los de Ifigenia y Bruto-,Kierkegaard alza una a una las cortinas de un meditar progresivo, donde el actode Abraham vale por <la prueba del hombre>> en su mas hondo sentido, donde latrascendencia de los valores alli jugados plantean (tal vez resuelven) la preguntadel hombre por si mismo.

«Lo que falta a nuestra 6poca no es la reflexi6n, sino la pasi6n>, dice dura-mente Kierkegaard. Asi, apasionado, indaga 61 las implicaciones y explicacionesdel simbolo de Abraham e Isaac; creo que las paginas finales del <segundo pro-blema -Si hay un deber absoluto hacia Dios-, en las que se distingue entre elheroe tragico y el <<caballero de la fe>, son de las mas reveladoras que haya escri-to. <<El hdroe tragico expresa lo general y se sacrifica a ello , ensefia Kierkegaard.<<Por el contrario, el caballero de la fe es la paradoja, es el individuo, absoluta ytinicamente el individuo... En la soledad del universo, jamas oye una voz humana;va solo, con su terrible responsabilidad.>>

Obra dificil, con frecuencia desconcertante por la multitud de sentidos que sub-yacen en el aparato expositivo, Temor y temblor es otra etapa capital para medirel mensaje de Soren Kierkegaard; Jaime Grinberg da de ella una versi6n de claraeficacia discursiva, que alienta al lector en tan sinuoso y despojado camino.-J. C.

El laberinto, por Martin Alberto Boneo. El Ateneo, Buenos Aires. 64 pags. a lardstica.

Todo libro de sonetos se presenta de algan modo pldsticamente, supone unaarquitectura po6tica donde el rigor y la libertad empefian la fraternal y continuabatalla del verso. En un periodo en el que el soneto se ha transformado en unade las formas mas fdciles y andadas, parece como si esta supervivencia dependieraya mas de una retirada al buen hermetismo que de una simplificaci6n crecientede sus t6picos.

No ha de creerlo asi Martin Alberto Boneo, porque sus sonetos se resuelvenen claras, continuas imagenes (muchas veces la imagen es el soneto integro, y entredstos encuentros los mas bellos), partiendo de una perceptible eliminaci6n de pres-tigios formales para buscar -al modo de Garcilaso- el discurso coherente y sinfricci6n dentro de la severa via que le va fijando el c6digo del verso. Asi llegaBoneo a un soneto contrapuesto a la corriente mas favorecida -la lirica isabelinay gongorista, el soneto del simbolismo, el de Ricardo Molinari- y escoge una sen-

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cillez humilde para decir del amor y de la muerte, sesgando el compromiso tras-cendente para darnos, con fidelidad, su imagen de hombre que adora, vacila, teme-en sombra leve y esperanza poca-, sin renunciar a la secreta seguridad de quetodo eso se esta recobrando y salvando por su poesia.-J. C.

La filosofia perenne, por Aldous Huxley. Traducci6n de C. A. Jordana. EditorialSudamericana, Buenos Aires. 432 pags. a la rustica. $ 7.50 m/arg.

El joven Huxley preferia referir su asombroso acopio de informaci6n a las opi-niones, teorias y conductas de personajes que vicariamente lo representaban en susnovelas; nos dio asi obras que -combatidas furiosamente, pero como combate elviento las banderas- sefialan los apices intelectuales de nuestras cuatro primerasd6cadas: Contrapunto, Un mundo feliz, Con los esclavos en la noria.

En plena madurez, la inteligencia de Huxley parece preferir la manifestaci6ndirecta, el ingreso a los 6rdenes fundamentales del conocimiento del hombre porvia de intuici6n y meditaci6n. Todo su saber busca comunicarse sin rodeos ni mas-caras, en un mensaje donde la esperanza combate y se apoya en la angustia: asise ha generado esta su nueva obra, La filosofia perenne, itinerario de despojamien-to espiritual, de ascenso severo y claro al mismo tiempo, nueva ruta dantesca aun paraiso de lucidez interior y posesi6n del ser.

Esta vasta antologia de fragmentos memorables -que van desde los textos hin-dues y chinos a la metafisica y 6tica modernas, pasando por misticos y santos me-dievales- se articula y fusiona en las distintas partes de la obra mediante enlacesescritos por el mismo Huxley. En la medida en que citar es citarse, el autor haexpuesto su actual concepci6n del hombre y sus ideales (tambien de sus logros) atravis de textos de una hondura y una belleza que exceden la calificaci6n. Artistasiempre, el fil6sofo Aldous Huxley se propuso evitar lo mis conocido para ofrecerimagenes, modos de pensamiento, ritmos de culturas arcaicas y modernas que ha-cen de esta obra un nuevo espejo donde el hombre vera su propia imagen bajouna luz distinta, y donde acaso descubra que tambien la imagen es otra y miscierta.-J. C.

De CABALGATA. Afio II, No. 15, enero de 1948.

Como quien espera el alba, por Luis Cernuda. Editorial Losada, Buenos Aires.112 pags. a la rustica. $ 4 m/arg.

Hace ya afios Luis Cernuda admiti6 en un poema que no sabia otra cosa quesu ilanto, ajeno tal vez a que en eso estaba el simple secreto de su obra; la exactaconciencia del llanto era tambien su valeroso sosten, su rechazo de todo consueloortodoxo, su continuaci6n por un camino de insalvable soledad.

A los siete libros de La realidad y el deseo se agrega hoy esta octava parte, enla que el poeta busca cerrar un prolongado itinerario con poemas que resumenen gran medida las instancias precedentes y acercan a Cernuda a ese silencio queparece siempre la meta iltima del lirico, y que el don potico burla hasta el final

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con sus iteraciones necesarias. Creo justo decir aquf que Como quien espera elalba continua -sin superarla- la desnuda grandeza de Donde habite el olvidoe Invocaciones a las gracias del mundo; y que tambien aquf se dan en ocasionesesas bruscas (para mi inexplicables) caidas en o10 falso, en el traspi6s ritmico, enel hiato que rompe un perfil purisimo, un vuelo de ala, un dibujo de viento.Aludo a poemas como <G6ngora , en un todo indigno de integrar un volumendonde figuran otros como <Apologia pro vita sua y <<A un poeta futuro>>. Estealtibajar de Cernuda prueba quiza en 61i la honesta decisi6n de ofrecer sin retaceotodo verso que le nazca con una igual autenticidad. Creo por mi parte que 61 esel poeta de la rememoraci6n y del pasado, contra la linea de presente y futuroque signan Alberti, Salinas y Aleixandre; creo que es el poeta de la pasi6n y delfracaso -de una pasi6n que es siempre un fracaso-; por eso los poemas queexceden o caen por debajo de su triste y admirable tarea de eternizar las ruinasdel tiempo y los amores son los menos suyos, los insitamente falsos. Como algunotro -pienso en <<Aplauso humano- en que Cernuda condesciende a replicar alos ataques y las excomuniones. Para qu6, poeta, si lo tuyo esta ya a salvo deltiempo, como la obra entera de tu filiaci6n, con Virgilio, Garcilaso, HIilderlin,John Keats, y ahora Gil-Albert y quiza otros.

En la poesia espafiola de este tiempo, Guill6n me parece el inico poeta cercanoa Cernuda en cuanto ambici6n de fijar lo instantineo sin quitarle el temblor, elalentar y las luces. M6s dionisiaco, mas rebelde a los prestigios de la palabra, Cer-nuda corporiza la realidad en cada poema, por sobre el puente del verso nos pre-cipita una marea de cuerpos, tulipanes amarillos, dolidos andares, regustos y esta-tuas. Si Pedro Salinas es el poeta del deseo colmado, Cernuda es el deseo en unmundo que le negar la saciedad, el puro desear que se resuelve y renueva en laoscura sustituci6n del poema. Y es aqui que el poeta define su grandeza, en lahora en que las imagenes reclaman satisfacci6n; es aqui que, rehusandose amarga-mente a la facilidad lirica, los cantos de Cernuda se van dando desnudos y lisos,a veces como estatuas mutiladas, apteras, ciegas; s61o el oido fiel podr6 completarlas musicas, s6lo el mirar hermano advertir6 la presencia caliente del musculo bajoel duro torso.

Asi se resume una obra movida desde su principio por la negaci6n faustica deltiempo,

el sufrir por lo bello que envejece.

Jardin cerrado al cual se retorna con delicia, los poemas de Como quien espe-ra el alba prolongan hoy el ardiente y contenido recinto de su antiguo templo, elsacrificio de guirnaldas y libaciones. Inclinado sobre su imagen -siempre fiel yrestante cuando la vida se leva lo demis-, Cernuda es hoy como ayer el poetade la luz, de la afirmaci6n contra la muerte, de un amor que en 61 osa decir sunombre.-Julio Cortazar.

Vuelta a la tierra, por Mary Webb. Traducci6n de Theo Verbrughe de Villeneuve.Editorial Sudamericana, Buenos Aires. 392 pags. a la rustica. $ 6 m/arg.

El sombrio, remoto trasmundo del alma c6ltica puebla las noches y los suefiosdonde halla su sustancia imponderable lo mejor de Vuelta a la tierra. Aqui, comoen toda novela de aura po6tica, o10 mucho que no se dice, que se soslaya e insi-nua da a la prosa de Mary Webb un contenido casi informulable, donde los valo-

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res dramiticos nacen de sesgos sutiles, de no rehuir jamis la solicitaci6n delmisterio.

Asi logra esta novelista comunicar la atm6sfera encendida y tragica en que semueve la silvestre soledad de Hazel, el hosco acometer de Reddin, la esteril abne-gaci6n del pastor Edward. Como sus criaturas, Mary Webb se adhiere a la tierracon violencia panica, y las descripciones de los bosques y los dias galenses, la inex-tricable fusi6n del mito y el fen6meno en las conciencias lugarefias, resulta en ellaparticipaci6n directa, que nos es alcanzada con recursos literarios de sobria belle-za. Sorprende felizmente, por ejemplo, la dialogante alternaci6n de <<humour>> y liris-mo que sostiene la primera parte de la obra: la mss bella y pura. Mary Webbresuelve este choque de sustancias disimiles con gradaciones narrativas de un cro-matismo admirable, hasta que su temperamento (muchas veces digno de una Char-lotte Bronte) supera el equilibrio estdtico y lanza resueltamente la obra por la pen-diente tragica que habri de despefiar a Hazel en la pagina final.

Curiosamente, el principio de esta novela recuerda La sinfonia pastoral deGide, en la medida en que enfrenta a Hazel, salvaje y libre, con el amor espiritua-lizado del pastor Edward. No menos curiosamente, el final parafrasea el de Lamujer vuelta zorra de David Garnett. Con tan ilustres resonancias -que cito paraelogiar y no en procura de improbables influencias-, Vuelta a la tierra es origi-nalisima por su ansiedad casi onfrica de movimiento, vuelo, contacto con las cosas;puesta en la mejor linea del realismo ingles, que consiste en dejar al lector queescoja una realidad entre muchas otras posibles, nos liega al espafiol finamentetraducida por Verbrughe de Villeneuve, fidelisimo en las imagenes, en las dificilessecuencias descriptivas.-J. C.

Morir es nacer, por Werner Bock. Editorial Americalee, Buenos Aires. 120 pigs.a la rdstica. $ 6 m/arg.

Un penetrante sentimiento de pasado llena los poemas, fragmentos y confesio-nes de este libro. Con todo, si la bisqueda y fijaci6n del pasado es en gran me-dida la raz6n misma de la poesia y las <letras>, s61o alcanzan real grandeza lasobras donde esa caceria se cumple desde un presente, en honda y cabal inmersi6nen la realidad que el escritor convive. Para ser mss claro: si el pasado que reco-br6 un Marcel Proust era finisecular, su actitud estaba plenamente definida por laslineas espirituales de la segunda decada del siglo, de donde esa recuperaci6n sehacia 1icidamente (por estar fuera, desde otro punto, mirando con la debida pers-pectiva). Mucho menos eficaz es, por tanto, la postura del poeta que prefiere elanacronismo espiritual al sentimiento ms puro de la nostalgia; que se queda deli-beradamente en el pasado, y lo celebra con una voz desacorde al sentido y alestilo de su tiempo fisico de vida. No es un secreto que numerosos escritores ha-blan hoy de 1890 porque estan en 1890. Y como resulta inevitable en tales casos,1947 les parece una monstruosidad a execrar.

Sin que esta extrema posici6n sea la de Werner Bock, Morir es nacer reflejaen todas sus paginas la conciencia de un profundo divorcio con nuestro mundo.S6lo el paisaje -en las bellas paginas cordobesas del final- lo alcanza ucr6nica-mente, como presencia eterna de la gracia. Por ese paisaje discurre un hombrebueno, sensitivo, traumatizado por medio siglo de amargas experiencias, y en elque cierta inadaptaci6n estructural lleva a perpetuar modalidades -incluso este-ticas- que poco se adecian a este duro y batallado tiempo que nos incluye.

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El lo dice en Encuentro y despedida, ponidndose en un Angulo ventajoso, peroque denuncia igualmente el pasatismo: <<Me cuento entre los excentricos para losque las setenta y tantas pulsaciones del coraz6n de ese milagro que se llama hom-bre inspiran un respeto mucho mas profundo que los millares y millares de revo-luciones del motor.>> Aqui y all-, condenaciones inapelables -como la del jazz,que era casi de esperar- delinean en Werner Bock un humanismo al modo neo-clasico, que sus frecuentes y finas remisiones a Goethe y los iluministas alemanesmuestran en su cabal filiaci6n. Y bien pudo Goethe ser el autor de esta hermosaverdad, que era tambien la de Rilke y que no todos sus necrofilicos discipulosaceptan: <<La muerte propia, que hoy muchos consideran como el mas elevadoideal humano, s61o la podra sufrir aquel que en cada instante viva una vida real-mente propia.>

Asi, al margen de una esencial discrepancia con la postura <<temporal> de Bock,y su injustificado abuso del autorretrato, adhiero en muchos instantes de su obraa la ansiedad tan humana de permanencia que trasunta, a su sostenida fe en lapreservaci6n final de valores por los cuales el hombre se reconoce y sobrevive.

J. C.

Caddver en el viento, por R. Portner Koehler. Traducci6n de A. P. Rosende. Es-pasa-Calpe Argentina, Buenos Aires. 224 pags. a la rustica. $ 3.50 m/arg.

Para que el lector no se fatigue con la incesante presencia de un detectivedesmadejando un asesinato se requiere de aquel una personalidad capaz de supe-rar el creciente tedio de las visitas, los interrogatorios y las decepciones de unmisterio mediocre. Por desgracia, Les Ivey no alcanza a interesarnos como lologran el doctor Gideon Fell, Peter Duluth o Nick Charles. Hace cuanto puedepor parecerse a este iltimo, repitiendo la cinica y despreocupada actitud de losheroes de Dashiell Hammett, pero la verdad es que ni siquiera alcanza a beberen cantidad parecida a la de Nick de The Thin Man. Lo cual lo descalifica seria-mente en este ranking riguroso que exige la escuela americana de nla novela policial.

Caddver en el viento tiene un merito indirecto: nos paga dos horas de turismoen un pueblo californiano que -iclaro!- se Ilama Cartago. No es poco conocerel ritmo de vida, las gentes, los horizontes de un americano del Oeste, y si a ratoscede en el lector la ansiedad del epilogo, del <<qui6n fue?>>, las figuras de los in-dustriales, las muchachas, los policias de ese lejano mundo vecino proporcionanatisbos pintorescos, entretenimiento finisemanal.-J. C.

La ndusea, por Jean-Paul Sartre. Traducci6n de Aurora Bernardez. Editorial Losa-da, Buenos Aires. 264 pags. a la rustica. $ 6 m/arg.

Hoy, que s610o las formas aberrantes de la reacci6n y la cobardia pueden con-tinuar subestimando la tremenda presentaci6n del existencialismo en la escena deesta posguerra y su influencia sobre la generaci6n en plena actividad creadora, laversi6n al espailol de la primera novela de Sartre mostrara a multitud de descon-certados y ansiosos lectores la iniciaci6n hacia lo que el autor llam6 posterior-mente <<los caminos de la libertad>>, caminos que liquidan vertiginosamente todaslas formas provisorias de nla libertad y que ponen al hombre comprometido exis-tencialmente en nla dura y espl6ndida tarea de renacer, si es capaz, sobre nla cenizade su yo hist6rico, su yo conformado, su yo conformista.

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Limitindose a lo que La ndusea ofrece como novela (aunque esta escisi6n esfalsa y s6lo aceptable en una rapida resefia), no se tardara en advertir la maestriade Jean-Paul Sartre en el manejo de una narraci6n que comporta incesantementelas mis sutiles intuiciones, los descensos mis abisales al centro de esa revelaci6nque constituye el martirio y la exaltaci6n de Antoine Roquentin: el hallazgo delexitir como pura contingencia, como absurdo al cual se debe dar -si se puede-un sentido. Las paginas en que Roquentin se siente excedido por la nausea, signoobjetivo de la destrucci6n de las formas hasta entonces aceptadas y vividas, yavanza de v6rtigo en v6rtigo hasta la escena terrible del jardin botinico (donde larevelaci6n tiene ese mismo balbuceo que vuelve inconfundible el lenguaje de losmisticos), entran ya en la literatura como uno de los mas admirables esfuerzos delhombre. La existencia no es algo que se deja pensar de lejos: es preciso que nosinvada bruscamente, que se detenga sobre nosotros, que pese sobre nuestro cora-z6n como una gran bestia inm6vil..., murmura Roquentin. Y ante ese existir queno se deja pensar, mide uno la eficacia de un verbo como el de Sartre, capaz decrear paralelamente en el lector la penetrante sospecha de una revelaci6n personal,de un hallazgo que se adentre en e1 como en el torturado pelirrojo de la novela.

Y si <<todo lo que existe nace sin raz6n, se prolonga por debilidad y muerepor casualidad>>, si Roquentin ambula con su nausea por la ciudad de Bouville,y va hundi6ndose en si mismo al descubrir la inconsistencia del <orden> que con-vivia -pero a la vez sali6ndose en un amargo esfuerzo por rehuir el solipsismo,el suicidio, la piedad-, los tltimos instantes de la obra lo mostraran interrogandola posibilidad de trascender el mero existir para ingresar en el ser; libre, solo,angustiado, pero a salvo del absurdo, y en algin sentido de la contingencia y laarbitrariedad. La publicaci6n de las obras posteriores de Sartre permitir seguirentre nosotros el itinerario que tan dolorosamente pero con tanto valor inicia enLa ndusea esta imagen del hombre en pleno siglo, en plena incertidumbre frentea la renovada cuesti6n de su destino.

Aurora Bernardez verti6 el dificil lenguaje de la obra con una exacta noci6ndel ritmo sartriano; en cada pigina hay pruebas de su esfuerzo y su eficacia.-J. C.

La habitada, por Carmen R. L. de Gandara. Emec6 Editores, Buenos Aires. 60 pa-ginas a la ristica. $ 2 m/arg.

Esta es la historia de un retorno a la tierra, del descubrimiento de una voca-ci6n. Si el tema asoma frecuentemente en nuestro tiempo, si es la raz6n de obrastan resonantes como Dona Bdrbara, Malaisie y The Plumed Serpent, no hay queindagar demasiado para descubrir tras de su insistencia una de las muchas varia-ciones que la nostalgia de la Arcadia asume en nuestra saturada literatura de ciu-dad y ciudadanos. El eco pastoril alcanza aun a escucharse en la saga del SantosLuzardo de Gallegos o el Rolain de Fauconnier, y ahora viene este bello relato deCarmen R. L. de Gandara a probar su presencia en el estilo de vida de un argen-tino de ciudad, dominado t6cnicamente por los prestigios urbanos, pero en quiensubyace la aptitud del estanciero, del criollo atenido a su pampa. Una fabula per-ceptiblemente romantica -el mensaje p6stumo de una abuela, que Felipe Reynalee en una tarde de la estancia- explica el desatarse de esa aptitud y el recono-cimiento de un deber y un destino mas legitimos que la ciega sumisi6n a la <cul-tura cromada> donde Felipe habia querido ordenar su existencia.

El relato excede felizmente la limitaci6n de esta an6cdota (aludo a la limita-

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ci6n de su aplicabilidad en nuestro medio, de su resonancia docente) y tiende unfino ramaje po6tico donde quedan apresados los valores mis sutiles de la historia,los instantes y los sonidos, las arboledas y las lagunas. Es por esa fijaci6n de valo-res que Carmen R. L. de Gindara da a este cuento un horizonte que no encuen-tro en la situaci6n en si -vlida a lo sumo como resoluci6n personal de unaconducta argentina-, y agrega un perdurable examen de nuestro paisaje fisico ymoral. Las paginas de la abuela son un bello poema de sostenida gracia, que laautora nos alcanza para desmentir, con los hechos, la dura afirmaci6n de su pro-tagonista: <Cuando un pais no tiene literatura que refleje su vida, no es un pais,sino un conjunto de mojones humanos. LC6mo voy a saber yo que gente vive enesas casas si no me lo ha dicho ninguna novela...?>

Para decirnos esto han creado su obra Giiiraldes, Arlt, Eduardo Mallea y JuanGoyanarte; la autora de La habitada prueba hoy sus titulos para sumarse a ellos.

J. C.

La guerra gaucha, por Leopoldo Lugones. Con treinta dibujos de Amilcar Men-doza. Ediciones Centuri6n, Buenos Aires. 304 pigs. a la rustica. $ 4.50 m/arg.

Hacia falta una edici6n a bajo precio del libro de Lugones para llevar a mil-tiples manos una obra que tan plenamente refleja una dpoca de nuestra literatura,con lo mejor de su ambici6n y tal vez de su limite. Los relatos que se agolpanprecipitados y ardientes para constituir la historia y la mitologia de la montonerade Gilemes en lucha con los realistas nacen en su mayoria del clima espiritualque determinara las obras menos duraderas de Lugones: saturaci6n, exceso, con-fusi6n, caos formal a veces insalvable. Pero el talento del poeta inclufa esas ten-dencias como parte motora de su creaci6n, y asombra advertir la belleza con queen muchos relatos se saca partido de ellos, se los exacerba y extrema hasta logrardel idioma un sinfonismo que trasciende su tema; cierto que perjudicindolo porcontragolpes, creando un sensible desequilibrio entre la seca, casi ascdtica guerragaucha y el abigarramiento desmesurado del lenguaje que la cuenta.

Mucho de este libro ha envejecido, porque carece de la economia y la verdadinterior que sostienen, por ejemplo, la hermosura liviana de El libro de los paisa-jes. Especie de antologia de lo peor y lo mejor de Leopoldo Lugones, digamos delo iltimo que relatos como <Al rastro>>, <<Jarana>>, <<Baile>> y <Vivac significan, enel momento en que se escribieron, postulaci6n de lo que podria ser una literaturasudamericana, seco toque de atenci6n despu6s de los alertas de Facundo y MartinFierro. Que ese toque ha sido escuchado lo prueba el camino que viene desde1905; y tambidn, en gran medida, que Lugones no se asimil6 ni fue asimiladodentro de la corriente espiritual que parece ya definirse en la Argentina. Todavialo vemos como un enorme arbol aislado en plena llanura, de donde salen alterna-damente los pjaros y los huracanes. La guerra gaucha tiene, como todo lo suyo,ese confuso resonar de cosa c6smica, de aguas atn no separadas; y es al mismotiempo -con otra paradoja lugoniana- esfuerzo de artesano por henchir el idio-ma, quitarle la tendencia a la pdrdida de voces y giros, agregar nuevos tubos al6rgano de los himnos.

Una loable tarea editorial nos alcanza este nunca olvidado libro, en un volu-men de pulcra y cuidadosa presentaci6n.-J. C.

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De CABALGATA. Aio III, No. 16, febrero de 1948.

Coronacidn de la espera, por Alberto Girri. Ediciones <<Botella al Mar , BuenosAires. 32 pags. a la ristica. Portada de Luis Seoane.

A esta altura de su obra -aludo a Playa sola y Crdnica del heroe-, AlbertoGirri ha de medir sin engajio lo duro de su camino, la escasa aptitud para el ecoque caracteriza su voz. Pienso -creo que con 61- que tanta aspera soledad es elprecio de un rigor casi sin parang6n en nuestra poesia, el comprensible hiato entreuna corriente de literatura que tiene por o10 comain los atributos de lo vegetal (ver-dor, fragancia, susurro) y esta obra creciendo al borde del huerto con rasgos mi-nerales -fijos, ceijidos, despiadados.

Tal diferencia, que tiene como imagen el valor y la limitaci6n de o10 anal6gico,se ahinca y perfecciona en estos poemas que prosiguen la excavaci6n del tineliniciada en Playa sola, e ingresan sin rodeos ret6ricos en la central donde se operala toma po6tica de realidad. Muchos son los tuneles para un solo contacto esen-cial, y Girri esta horadando el suyo por el lado mas rebelde de la montaia; cabepreguntarse -ante la belleza sobrecogedora de muchos poemas de Coronacion dela espera- si la empresa total de la poesia no estt condicionada por la forma dedescenso; si en esta realidad de suspensas certidumbres, el camino de piedra esel que lieva mas abajo o mis arriba, como en las montailas misticas de las ilumi-naciones medievales.

Una lectura insistente vencera el pudor que hace a Alberto Girri avaro de efu-siones y siempre pronto al perfil o la mano cerrada. Quisiera tener espacio paraaludir desde la suya a una poesia gn6mica, una poesia que se propone siemprecomo ansiedad de fijaci6n 6ntica -terminos ambos que reclamo libres de litera-tura-, y que surge tan cerca ya de la meta propuesta que Girri no puede sinoformularla con un verbo esencial, etimol6gico casi, que s61o nuestro vicio metaf6-rico ha de considerar oscuro.

Probaria alli que la aseveraci6n continua de los poemas de Playa sola y Coro-nacidn de la espera, la presencia inusitada del juicio en un momento en que seprefiere la enumeraci6n sin otro compromiso que el est6tico, encubre y manifiestael acceso a un conocimiento apenas entrevisto y cuyas etapas de autorrevelaci6nconstituyen la labor presente del poeta; encubridndolo, en cuanto el juicio comotal no tiene validez po6tica alguna, lo que desconcertara a quienes todavia buscan<<verdades en los versos; y manifestandolo como presencia anal6gica de un rico,incesante fluir de intuiciones que el atento abandonarse a los poemas ira cediendolentamente, como si vieramos a Girri abrir poco a poco el pufio, girar al fin lacabeza para dejarse mirar.

En <Razones de pereza>, un poema revelador en muchos sentidos, Girri ase-gur6 que

el orden, orden de lo que sealay!, me estd vedado.

Tal vez por eso, Coronacidn de la espera renuncia a toda ordenaci6n, salta temd-

tica y verbalmente con bruscas embestidas y repliegues, presumiendo una carcel en

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la mera sombra del 6rbol en el suelo. Pero tras de la resistencia al orden que per-siste en el poeta, la poesia de Alberto Girri parece estar urdiendo despaciosa laordenaci6n de un mundo ileno de sobresaltadas hermosuras, acercando su presenciaa un sistema de la realidad donde se continue siendo libre y creciendo en ser.

No te rindas a las sombras,Que sean otros los que mueran y perezcan,

es casi 6rficamente el resumen de un mensaje que habrd de ser oido porque eltiempo requiere a este poeta a veces cruel y siempre duro, a este poeta necesario.

Julio Cortazar

Kierkegaard y la filosofia existencial, por Le6n Chestov. Traducci6n de Jos6 Ferra-ter Mora. Editorial Sudamericana, Buenos Aires. 332 pags. a la rustica. $ 7.50m/arg.

Para quien avance en este libro aferr6ndose obstinado al esquema que el pro-medio de la cultura occidental propone y cimenta como explicaci6n de la realidady del puesto que el hombre ocupa en ella, la lectura del estudio de Chestov ten-dr. esa consistencia indecible de las pesadillas en las que toda relaci6n, toda jerar-qufa, todo canon aceptado en la vigilia, se deshacen o alteran monstruosamente(y, sin embargo, nada es monstruoso en una pesadilla; la calificaci6n la ponemosal despertar). De modo que sera inutil defender una actitud de vigilia -prolongola comparacin- si se quiere asumir, aun cuando s61o desde lejos y precaria-mente, el salto teol6gico de Soren Kierkegaard. Aplicado a mostrarnos los avances,las irrupciones y los aterrados retrocesos de esa intuici6n rebelde a toda categoria,a toda raz6n especulativa, Le6n Chestov proporciona a nuestra urgencia de apre-hensi6n existencial un itinerario paciente y reiterado por el camino solitario deldanes que <<clamaba y clamar6 en el desierto>. S61o la vanidad o la cobardia pue-den negar que nla voz de Kierkegaard est6 sola porque casi nadie es capaz decreer en ella y con ella. Nos ata la adhesi6n milenaria a lo mediterrineo, a losprestigios de una filosofia, un conocimiento ordenado por esas virtudes que alcan-zan su fil6sofo en Arist6teles y su poeta en Valry. Nadie oye sin horror a Kierke-gaard proclamando el pecado del conocimiento, la mentira de la raz6n; nadieaceptard sin desmayo que la nada nos agobie precisamente porque hemos elegidoel arbol de la ciencia y porque nla libertad ha muerto con el amanecer de la raz6n.

A nuestra necesidad de lucidez, Kierkegaard responde con el grito irracional denla fe, con nla demanda de nla suspensi6n de todo orden. El creo porque es absurdo

se levanta entre clamores (con Job, que exige nla repetici6n y nla restituci6n de loperdido; con Abraham, que alza el cuchillo sobre Isaac porque nla 6tica -otramascara de nla nada- est6 abolida en 61 y por 61). Y a las estructuras que nla ra-z6n defiende y nla filosoffa jerarquiza se contesta con las deducciones de la pa-si6n, <as unicas seguras, las uinicas convincentes>>.

Que esta imperfecta y vana caracterizaci6n del pensamiento (?) de Kierkegaardno ileve a suponerlo conectado con nla mistica; Chestov, siempre alerta para recor-tar a su <<caballero de nla fe>> de todo malentendido, ilustra su encono contra elmistico, que se refugia siempre en un conocimiento, por inefable que sea, y estipor ello tan en error como el fil6sofo, desde que todo conocer es caer...

Huelga aqui el elogio de nla tenaz, ahincada labor de Le6n Chestov frente a esanube cambiante, esa sombra que se agita en todas direcciones, ese razonar ince-

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sante contra la raz6n. El problema para el lector de Kierkegaard es y sera siempreabrirse paso en su ramaje dial6ctico para intuir la intuici6n que esconde. Bien semide alli la agonia de ese hombre tratando de precisar iluminaciones que su pro-pio espanto rechazaba. Chestov libra a su lado la batalla, y nos entrega de larealidad kierkegaardiana una visi6n donde lo anecd6tico ha sido aplazado y loesencial puesto en primer piano; el que tenga su valor, que alli se adentre.-J. C.

Cuentos ucranianos, por Nicol6s Gogol. Traducci6n de Le6n Mirlas. Espasa-CalpeArgentina, S. A., Buenos Aires. 176 pags. a la rustica. $ 2.25 m/arg.

En su biografia de Alejandro Pushkin, Henri Troyat describe la fascinada aten-ci6n y el silencioso fervor con que el joven Nicolas Gogol -feo, magro, timido-se acercaba al poeta de Boris Godunov para beber sus ensefianzas en una silen-ciosa actitud discipular. Pero la bala de Jorge d'Anthes aguardaba ya a Pushkin,y habria de ser Gogol quien alzara de entre la nieve y la sangre del duelo trigicosu imperiosa consigna de seguir adelante. Pushkin le legaba una magnifica y arduaherencia: su creaci6n de la lengua literaria nacional. Dado a lo narrativo, Gogolhabria de perfeccionar una tecnica que, expresandolo con infinita sutileza, lleg6 aconvertirlo en el padre de la novela rusa moderna.

Estos cuentos ucranianos, de los cuales el mis c6lebre es <<La feria de Soro-chin , representan la alianza no siempre cumplida del realismo clasico y el roman-ticismo hiperb6lico que el genio eslavo habia producido en Pushkin. Gogol pareceir a las leyendas que motivan los cuentos con un marcado deleite romtntico almodo aleman, pero su tratamiento no cede a los prestigios de magia y ensuefio delos temas, busca reducirlos a un relato donde el equilibrio entre la luz y las bru-mas deje al lector la impresi6n profunda del claroscuro. Asi, La noche de mayo,o la ahogada, muestra la alternaci6n del pintoresquismo bullicioso y socarr6n de lafiesta popular rusa, con el misterio de lo sobrenatural que corre por las baladasde Lenau, Uhland y los relatos de Charles Nodier.

<<Terrible venganza es quiza el cuento mas desigual e inalcanzable de esta se-rie, pero la grandeza del talento de Gogol, su adhesi6n a los balbuceos del almapopular, su sentido del color narrativo que hace inmortal a <<Taras Bulba>, con-vierte el relato en espejo donde se resume el eco de los demas, la multitud de losheroes an6nimos con sus batallas y sus travesuras, la luz de ese pueblo dondecada uno lieva un mundo en si mismo, para decirlo con Rainer Maria Rilke.-J. C.

Sombra del paraiso, por Vicente Aleixandre. Editorial Losada, S. A., Buenos Aires.192 pigs. a la ristica. $ 6 m/arg.

De vuelta esta Aleixandre, de vuelta con poemas que inclinan aquella primerabalanza -La destruccidn o el amor- hacia el puro adorar fluyente y fresco.Aleixandre, zy los poemas de antes: <«Noche sinf6nica , <Mafiana no vivirs, <<Tris-teza o pajaro , <<Soy el destino>>? Aleixandre, ,y la violencia surrealista? Nada, labalanza se ha inclinado, y a la enumeraci6n de las ruinas sucede el salto cenital.De su anterior, inolvidable libro, perduran los poemas de la angustia y el combate;6ste de ahora tendra para el recuerdo la imagen de la mujer amada ardiendo blan-damente en la arena del sol.

Hace afios, Pedro Salinas mostr6 en un fino estudio el romanticismo percepti-

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ble en Aleixandre, su aptitud lirica para la geografia po6tica, el paisaje, la enume-raci6n siempre in6dita. Si esa clara inclinaci6n a la delicia se cortaba furiosamentea cada verso, si a la maravilla de amor sucedia

una mano del tamaio del odio,un continente donde circulan venas,donde aan quedaron huellas de unos dientes,

la necesidad imperiosa de elogiar excedia ya en Aleixandre los numeros de la irao de la angustia. Ahora las puertas del paraiso estan abiertas, y su poesia pareceinclinarse en la actitud agradecida luego de tan dulce recompensa:

iOh rio que como luz hoy veo,que como brazo hoy veo de amor que a mi me llama!

Su obra busca asi <<encerrar en sus paginas un destello de sol , y tal vez poreso se inicia aconsejando al lector lo que el poeta de Les nourritures terrestresaconsejaba a Nathanael: tirar el libro, irse a mirar la luz cara a cara. Consejofalaz, que brinda el deleite de no seguirlo, de mirar la mejor luz en muchas desus paginas.

Pero -y 6ste es un precio a pagar en la poesia- la gracia acrecida y exaltadade Sombras del paraiso se alcanza con la perceptible perdida de la hondura noc-turna que habia en Vicente Aleixandre solo frente a un amor atormentado, a unaprecaria posesi6n. No se que en este volumen haya un poema comparable al mun-do infinito de <<El escarabajo>>. Hay, en cambio, un perceptible, algo ins6lito, soplocernudiano, una permanente maestria elocutiva, y el resumen gozoso de un ed6nde poeta que 61 y nosotros contemplamos

como se contempla la tarde que colmadamente termina.J. C.

Los papeles de Aspern, por Henry James. Traducci6n de Maria Antonia Oyuela.Emec6 Editores, S. A., Buenos Aires. 176 pags. a la ristica. $ 3.75 m/arg.

En un breve ensayo sobre Henry James, Somerset Maugham relata un encuen-tro en Boston con el novelista y la agitaci6n casi fren6tica de 6ste ante las posibi-lidades de muerte, mutilaci6n o aplastamiento que podia correr su visitante en elacto de ascender al 6mnibus de vuelta. <<Le asegurd que estaba perfectamentehabituado a subir al 6mnibus -cuenta Somerset Maugham-, a lo que me replic6que no era 6se el caso tratdndose de un 6mnibus americano; a 6stos los distinguiaun salvajismo, una inhumanidad, una violencia que excedia lo concebible. Mesenti tan contagiado por su ansiedad, que cuando el coche se detuvo y salt6 a 61tuve casi la sensaci6n de que habia escapado milagrosamente de una horriblemuerte...

Si la an6cdota muestra a un James tenso y azorado ante una situaci6n cotidia-na como la narrada, vale simb6licamente para recordar hasta qu6 punto la tensi6ninterna de su labor creadora se propaga y contagia del mismo modo al lector me-nos dispuesto, le transfiere con implacable insistencia las valoraciones especialisi-mas del narrador, la presencia en primer piano de elementos en apariencia me-nores, la esfumadura de las lineas capitales, la creaci6n o descubrimiento de cierta

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realidad donde las cosas y las instancias echan a valer de nuevo, de otra manera,siempre con una calidad propia y escondida que la may6utica de James busca yexpone.

Si Los papeles de Aspern carecen de la corrosiva desintegraci6n de lo real-palabra mis que nunca provisoria- que hace de The Turn of the Screw unaexperiencia poco igualada en la literatura, su acci6n discurre, en cambio, paralelaal perfil de ciertos hechos, ciertas cosas y actitudes que estin ya corroidas y des-integradas, sin necesidad de que el novelista vaya mas ally de la contemplaci6ny la cr6nica. En una Venecia con color de pergamino y olores marchitos, la tristey tragica persecuci6n de las cartas de amor del poeta Aspern sera, aleg6ricamente,la triste y tragica obstinaci6n en un ideal que sucumbi6 con un momento de cul-tura, con un agotado estilo de vida cuya ltima llama fue el talento y la obra deHenry James.

Por eso Tina, la indefensa, conmovedora heroina, casi burlesca a fuerza deternura mal colocada y ansiedad anacr6nica, aparece en el relato con los atributosmas sutiles de su creador: ella es Henry James como Madame Bovary fue Flau-bert. En el ensayo antes citado, Somerset Maugham sentencia que James <<no lleg6a ser un gran escritor porque su experiencia era inadecuada y sus simpatias im-perfectas>. AsI, exactamente asi, es Tina en su profunda casa de Venecia; de esassimpatias y experiencias incompletas nace siempre lo mejor de la literatura -quees ansiedad infinita por completarlas y volverlas perfectas.-J. C.

Miguel de Maiara. Misterio en seis cuadros, por 0. W. de Lubicz Milosz. Traduc-ci6n de Lisandro Z. D. Galtier. Pr6logo de Ram6n G6mez de la Serna. Ilus-traciones de Raul Veroni. Emec6 Editores, S. A., Buenos Aires. 118 pigs. encua-dernadas. $ 9 m/arg.

Justo es iniciar esta resefia de una obra de Milosz con el elogio de LisandroZ. D. Galtier, que desde hace afios cumple entre nosotros la tarea generosa deacercarnos a un gran poeta, acaso el tiltimo de los poetas romanticos. Milosz, sen-sitivo y misterioso, no quedar entre los hombres por sus estudios de linglifsticani sus revelaciones teos6ficas; un pufiado de poemas lo sostiene fuera del tiempo,un poco como 61 cuando vivia, en incesante exilio fisico y espiritual, poeta depaso en un existir precario, de una intensidad interior que toda su obra testimonia.

Armand Godoy ha sefialado las circunstancias que llevaron a Milosz a recogerla historia de don Miguel de Maiara, ese <<Don Juan posible , como le llama Ra-m6n G6mez de la Serna. Ahincando en el proceso moral de Mafiara su propiaconcepci6n del Amor, Milosz entrevi6 que <<el donjuanismo ideal es un modo err6-neo y frenetico de satisfacer una necesidad primordial de Ser>. Asi, el seductorbusca de mujer en mujer el huyente fantasma, <el amor inmenso, tenebroso y dul-ce>. En su sombrio pero encendido desarrollo, el <<misterio va siguiendo los mo-mentos criticos de la vida de Miguel de Maiara, al modo que los pintores primi-tivos desarrollan las vidas de santos. Las imagenes se fijan en cada cuadro conuna tan clara belleza, que el lector deberi hacer un esfuerzo para arrancarse deuna situaci6n e ingresar en la siguiente. Al magnifico proemio blasfematorio -conei mon6logo de don Miguel, donde alienta ya el entero desarrollo de su destino-,seguiry las imagenes de la pasi6n de Maiara, su renuncia y su ingreso a la vidamonastica, donde el prior habr6 de decirle: <<Aquf la vida es algo mAs que unasonrisa entre afeites o una lagrima de mujer caida sobre el vidrio; aqui las pie-

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dras estan lienas de una paciencia que espera y de una espera que escucha.>> Tu-multuoso y ardiente, el quinto cuadro tiene mas que los otros el tono medievalque Milosz debi6 de buscar al margen del tiempo hist6rico, para concluir en la pazdel huerto monacal, donde la muerte viene a don Miguel con la voz del coraz6nde la Tierra, con la paz para su cansado caminar.

Este poema, que precede en Milosz al salto metafisico de donde nacerian elCantique de la connaissance y La confession de Lemuel, nos Ilega en una edici6ndigna de su texto, y en una versi6n de Galtier que revela, como en todas las ya cono-cidas, su filial adhesi6n a una poesia que s6lo por convivencia alcanza a darse y aflorecer.-J. C.

De CABALGATA. Afio III, No. 17, marzo de 1948.

Los de Seldwyla, por Gottfried Keller. Traducci6n de Pedro von Haselberg. Ocesa,Buenos Aires. 224 pigs. a la rustica. $ 4 m/arg.

La versi6n de estas historias de gentes -su titulo original es <<La gente de Seld-wyla - viene a lienar entre nosotros un sensible hiato en la apreciaci6n de la lite-ratura alemana del siglo pasado. De Gottfried Keller no conocemos aim Der GriineHeinrich (Enrique el Verde) ni las Sieben Legenden (Siete leyendas), obras que seia-lan aspectos significativos del romanticismo de 1850, asi como el libro que nosocupa se coloca entre los mas altos exponentes de la literatura regional europea.Un pueblecito, cuya fisonomia esboza incomparablemente el pr6logo, donde <<todosviven alegremente y de buen humor, considerando a la holganza como su arte par-ticular>, es la patria de estos dramas menudos, concebidos y trabajados con la mis-ma delicadeza de los relojes que Ilevan por el mundo el nombre de la tierra deKeller. Entre sus gentes -el artesano, la burguesa, los sofiadores, los grotescos-ocurren los minimos incidentes, las inmensas desgracias ignoradas, las ejemplaresimagenes de libro afiejo.

No nos interesa ya el relato inicial, falsamente romantico y apenas feliz en ladescripci6n de la infancia del heroe. De los siguientes, <Dofia R6gula de Amrainy su hijo menor>> tiene la eficacia directa y Aspera de una talla donde los caracteresse acusan con nudoso vigor. Es, a su manera, la historia de una educaci6n senti-mental y moral; es tambidn el espejo de un matriarcado que suena ya inconcebi-blemente distante. Mucho mis inmediata nos lega la tragicomedia de <<Los trespeineros justos>>, relato sorprendente por la ironia y el humor negro, con esa acidapresencia de lo grotesco en lo conmovedor que es privilegio de los novelistas ger-manos. La lucha de los tres peineros por el coraz6n de la estupenda Susi Bunzlin,la carrera que debera decidir el premio, y los interiores de Seldwyla (con la ma-ravillosa descripci6n del contenido' del cajoncito de laca de Susi), muestran enKeller una artesania plistica que salta sobre el tiempo y sobre esta traducci6n-demasiado dura a veces, sobre todo en los dialogos-, donde el <<vos>> y el <us-ted>> se mezclan culpablemente.

Dejo de lado <<El gatito Espejo>> -un fino capricho, trastienda burlona de lodemoniaco- para volver al relato que supera el entero volumen, se levanta soloe impar como uno de los momentos mais altos de nla narrativa moderna: <<Romeo

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y Julieta en la aldea>>. Se de pocos cuentos donde la belleza de lo trdgico se alcan-ce con tan soberana perfecci6n; habria que pensar en La muerte en Venecia oLa suerte de Roaring Cam; habria que acercarse al Long Island de Lino NovasCalvo. Alzaindola a la misica, Frederick Delius hizo de la desgarradora historiade Sali y Ver6nica una 6pera cuyos intermedios pueden quiza sugerir la atm6sferade pura poesia del relato. Pero hay que dejarse Ilevar por Keller, ir por esa pri-mera mitad agreste y despiadada, con los odios de familia ascendiendo en su sordasavia oculta, y entrar despuds como en un trance -porque el exige y logra eso:arrancar de si mismo al lector, ponerlo en Seldwyla, volverlo Seldwyla-, entrarcomo en un trance en las piginas finales, la marcha de los amantes hacia la finalposesi6n que incluye a la muerte como recate. Y qud atroz hermosura de poesiala coincidencia del destino de Sali y Ver6nica con la gracia aldeana de la rome-ria, el violin diab6lico del Jardin del Paraiso y las rondas de paisanos en lanoche...

Genevieve Bianquis se adelant6 a decirlo: Gottfried Keller estd muy por enci-ma del Heimatkunst banal, y a travds de un profundo instinto lirico se alza y seavecina a los mis grandes escritores de su tiempo.-Julio Cortizar.

Diccionario de la mitologia, por M. Rubio Egusquiza. Libreria del Colegio, BuenosAires. 220 pigs. a la rdstica. $ 8 m/arg.

La mitologia grecolatina mora tan hondamente en la memoria colectiva de Occi-dente, que el recuento de sus avatares seria tema para una monograffa al modoerudito. Aparte de las razones profundas de su persistencia (<<au commencementdtait la fable>>, ha dicho lhcidamente Valdry), y las de simplificaci6n y tipificaci6nque han estudiado el mismo Valdry y Marguerite Yourcenar, el mero hecho lite-rario de su supervivencia y utilizaci6n constante basta para incitar a la reflexi6n.En este plano exclusivamente estdtico, mereceria analizarse su fisonomia en el pe-riodo renacentista y en el neoclisico, el repliegue de la mitologia mediterrdneaante la escandinava, que se precipita con impetu de vikingo desde las sagas deOssian-Macpherson a la turbamulta romdntica, y su reaparici6n (serena, marm6reay aburrida) en el Parnaso de Leconte de Lisle y Heredia, para ceijirse luego aunas pocas imigenes esenciales y enrarecidas con la podtica de Mallarmd y lossimbolistas. Su brinco a America y las etapas paralelas -el culteranismo, la ret6-rica dieciochesca, Ruben el mit6foro, James Freyre, Lugones- serian itinerario asistematizar algin dia. Para concluir con la presencia de lo mitol6gico en el voca-bulario estdtico de Paul Valdry, el teatral de Jean Giraudoux, el cientifico deSigmund Freud; culminando, de quererlo asi, con la mitologia en el existencialismo:Les mouches de Jean-Paul Sartre.

Por eso, si es cierto que en nuestros dias un lector no precisa, como el escolardel siglo xvili, saber infaliblemente que le pas6 a Leda con el cisne, a que jugabaNausicaa en la playa y por que se las tom6 Turno con Palante, toda excursi6nliteraria de alguna latitud plantea dudas mitol6gicas que un libro como el deM. Rubio Egusquiza contribuirt a despejar sin esfuerzo. El autor se apresura aadvertir que su trabajo no es una mitologia, sino un simple diccionario, un esbozode orden en el negro caos teog6nico. De una obra tan escueta en su prop6sito nose puede esperar la delicia que todavia proporcionan libros como la vetusta mito-logia de Bulfinch; es s6lo un instrumento de consulta inmediata, cefiido al prop6-sito de enseiiarnos rdpida y objetivamente que Eufeme era la nodriza de las mu-

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sas, que Argentino puede tambien ser un hijo de Esculano, que la diosa de loshechiceros se ilamaba Crateis, y que Zeus encomend6 la educaci6n de Dionisos-con los resultados deplorables de que da cuenta la referencia correspondiente-a la ninfa Coronis.

Por todo eso, y por el buen criterio de su trabajo, M. Rubio Egusquiza mere-cera la alabanza de ese lector que no admite enigmas en los autores que lee, yque se planta como el hijo de Layo (vease el articulo Edipo) ante la esfinge provo-cadora.-J. C.

Misceldnea antigua, por Jose Alfredo Hernandez. Ediciones <Revista 3>, Lima.104 pigs. a la ristica.

Para los americanos australes, el Perui precolombino y la hazafia conquistadoraseran siempre el centro y el fanal de esa historia 6pica que una cultura lieva con-sigo como unidad de medida, como spice para la imaginaci6n de la gesta. Al modoque la antigiiedad mediterranea acercaba sus heroes a la tabla homerica -valientecomo el Pelida, mas sutil que Ulises, menos feroz que Diomedes-, para virarluego en el deslumbramiento de Alejandro o Julio C6sar, asi nos es dado estable-cer pianos de gesta partiendo de la linea que en las arenas de la isla del Gallotrazara el pufial de Francisco Pizarro en el instante memorable de jugarse su des-tino. C6mo no recordar por siempre -y sobre todo si la hemos leido al salir dela infancia, con maravillada avidez- la narraci6n de Prescott, y aquella su excla-maci6n: <,Qu6 se podru encontrar en las leyendas de la caballeria que sobrepujea esto?> Mas que el Amadis para sus tiempos, el especticulo de la civilizaci6n in-caica y su caida ofrecen al sureiio ese permanente asombro que determina el pasode la historia a nla mitologia, del hecho a la obra estetica indeleble.

Jose Alfredo Hernindez es atento lector de cronistas y andador de ruinas y alti-pianos. Su breve miscelinea nos acerca al trato y la contemplaci6n de los incas,<con su corona en la cabeza y al cuello un collar de esmeraldas grandes>, comolos vio Estete; la organizaci6n y el ritmo -a nla vez grave y liviano- de la vidaperuana. Se interesa luego por la demonologia, y en el capitulo mas interesantede nla obra cataloga a multitud de limefias expertas en ensalmos, filtros y falsos6xtasis; su retrato de Angela Carranza y la ola de locura infernal que desataraaquella monja agustina dada al diablo ilumina aspectos reveladores (por eso tanbien ocultos) del tiempo colonial.

Por los valles, el alto espejo del Titicaca y las ferias indias, va Hernandezacotando el detalle sutil, el ritmo de los poemas populares, la presencia del pasadoen los reductos finales de la tierra y el hombre. Sus finas piginas acogen otra vezla presencia melanc6lica del indio, «quizu la piedra convertida en camne>. Asi losve el autor de esta pequefia gufa para viajeros fuera del tiempo; su itinerarioprueba la eficacia de un mirar sagaz aplicandose a lo americano, el valor de unlenguaje sin ret6rica y que prefiere describir a componer.-J. C.

Murid como una dama, por Carter Dickson. Traducci6n de Eva Iribarne. Espasa-Calpe Argentina, Buenos Aires. 224 pags. a la rdstica. $ 3.50 m/arg.

En The Peacock Feather Murders, diez tazas de to aguardaban a la Policiacomo mudos testimonios de un asesinato imposible; en The Judas Window, el ca-

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dlver de Avery Hume se ofreci6 a la tronante especulaci6n de sir Henry Merrivaleen la simplicidad de un cuarto donde nadie podia haber cometido el crimen, salvoun hombre que era inocente; la endiablada perversidad de las cosas (segin dilecta

expresi6n de H. M.) puso en Nine and Death makes Ten la sombria imagen deun asesino impalpable, de un nombre incorp6reo. Ahora viene este nuevo relatodel novelista ingl6s -ingls por derecho de estilo- a mostrarnos un doble suicidioen el que sibitamente se recela un doble asesinato; mas he aqui que el asesinato

parece absurdo y por eso, oh Tertuliano, doblemente posible. Sir Henry Merrivaledistribuiri imparcialmente las maldiciones, los grufiidos, las imprecaciones y lasquejas, a tiempo que su violenta inteligencia desmonta la maquina del engaiiopara reponer cada pieza en el justo lugar -ese lugar que estaba ante los ojos dellector para su confusi6n y resentimiento.

Ya que empleo la palabra, y aludo al innegable, delicioso resentimiento quenos deja toda buena novela policial, espejo para tontos donde nos asomamos rein-cidentes una vez por semana, murmurar6 aquf que Carter Dickson conduce sin fallaalguna su bien planeado misterio, pero que a la t6cnica deslumbrante de un VanDine, amigo de ponernos ante las narices al culpable, pasarlo y repasarlo delantenuestro en cada capitulo, el autor de Muri como una dama opta por una esfu-madura tal vez reprensible, no por razones de l6gica, que en eso nadie hard blan-co en 61, sino quiza por razones de... dtica.

H. M., majestuoso como en sus mejores dias, pasea por este buen libro su ima-gen neroniana y sus frases dignas de la mejor tradici6n de la novelistica inglesa;escojo dsta en su homenaje: <<Amo a los animales como San Francisco, malditossean>.-J. C.

Ciclo de la primavera, por Rabindranath Tagore. Traducci6n de Zenobia Campru-bi de Jimenez. Editorial Losada, S. A., Buenos Aires. 112 pegs. a la rustica.$ 2.50 m/arg.

<--No, Rey; los poetas no escribimos para que se nos entienda.-Entonces, ,para qud?-S61o por la melodia.>Y Tagore pone en boca de su poeta el grito mismo de la existencia, el salto

de la cosa viva que se reconoce y se celebra; pues esta feerie de encantadora gra-cia no tiene otro signo, no busca otra cosa, no alcanza otro fin.

Asi es que un bando de muchachos sale a dar caza al Viejo, y ese Viejo es laimagen inasible de todo lo que su juventud rechaza instintivamente, con el gestodel 6rbol rechazando el vacio para abrigar su verde interior de cantos. Y la ale-gre caceria, encabezada por un Dionisos atezado que se llama Chandra y brincacon el impulso de su libertad ejercitindose, leva a los muchachos de risa enrisa, de dialogo en dialogo, hasta el final, donde los cazadores se atrapan a si mis-mos en la gran revelaci6n de su existir, de su presencia en lo real.

Hermosa figura la del Jefe de los j6venes, esa encarnaci6n de lo humano en sumomento mis alto, y del que uno de ellos dire: <<No hace mis que lanzarnos yse va sin que nadie se de cuenta.>> Y cuando el vigilante se sobresalte ante tanextrafia concepci6n de la jefatura, habrin de explicarle: <No es tarea facil la dedirigir hombres. Empujarlos ya es otra cosa.>

Como en El cartero del Rey -que tambien asocia en nuestro recuerdo su poe-sia a la de sus grandes traductores-, Tagore logra en este Ciclo de la primavera

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un lirismo vehemente con la maxima economia de recursos. Su 6nfasis es naturalporque es el de los nifios y no el de los declamadores; su gracia nace de un con-tacto sutil con los aspectos menos atendibles (y atendidos) de las cosas y las imi-genes. Como lo dicen los muchachos frente al juglar ciego, <<parece que le golpeanla frente no se que mensajes. Parece que su cuerpo divisa a alguno que viene demuy lejos. Parece que tiene ojos en las puntas de los dedos>.-J. C.

Mi pueblo en la hora cilernana, por Jean-Louis Bory. Traducci6n de Joan Oliver.Editorial Sudamericana, Buenos Aires. 416 pigs. a la ristica. $ 6 m/arg.

La traducci6n a nuestro idioma de la novela de Bory, ajustado simbolo en sumomento del clima de la resistencia rural francesa, me induce a repetir casi tex-tualmente lo que escribiera en otras columnas al presentar en 1946 la edici6noriginal. Con una simple nota preliminar: creo que la critica francesa ha caido engrave injusticia (por razones bizantinas, siempre las peores) al subestimar como loha hecho frecuentemente el merito de Mon village a l'heure allemande; creo que,en gran medida, un libro tan conmovedoramente leal al espiritu de su tema es elque mejor representa la sorda palpitaci6n de Francia sometida pero insumisa, ago-tada pero inagotable.

Las primeras paginas de esta novela de sufrimiento y rebeli6n -dije enton-ces- comportan una sorpresa que el talento narrativo de Bory convierte prontoen placer intelectual. Renunciando al enfoque continuo de personajes y sucesos, ala unilateralidad del que mira de frente el cuadro, y reiterando la tdcnica que Vir-ginia Woolf hiciera famosa en The Wawes, el novelista cede la palabra, en ripidomon6logo, a los habitantes del pueblecito de Jumainville; quiere que conozcamosdirectamente, desde el fluir del pensamiento, sus sentires ante la ocupaci6n nazi,la traici6n, la esperanza y el derrotismo. Y no s61o los hombres, porque tambienhablan las cosas, los elementos, la rafz misma de la tierra. Cada tantas paginases el mismo Jumainville quien toma la palabra para describir sus sensaciones deuna noche, la rara comez6n que ha venido sintiendo hacia el lado de su panade-ria, o c6mo extraila en la piel de sus calles el antiguo roce de los neumiticos, tanescasos en el pueblo y que s61o los autos de la Gestapo echan ya a rodar...

Duro, aspero, sin concesiones cuando se trata de maldecir o de acusar, Boryha creado en esta hermosa novela caracteres como el de Germaine la cantinera-inventora de insultos fabulosos que habrin sido la tortura del traductor- yMlle. Vrin, la vieja seiorita que espia por las noches. No podrin olvidarse episo-dios como el del castigo de un colaboracionista, el concierto del teniente SiegfriedBachmann, el serm6n del mal abate Varemes. Jumainville, trocito de Francia, hasabido devolver mal por bien; su <<hora alemana entr6 como la llama en unode sus hijos martirizados, para hacer del hombre Jean-Louis Bory un grande, unconmovedor novelista del pueblo.-J. C.

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De CABALGATA. Afio III, No. 18, abril de 1948.

La puerta estrecha, por Andr6 Gide. Traducci6n de Francisco Madrid. EditorialPoseid6n, Buenos Aires. 248 pigs. a la ristica. $ 8 m/arg.

Creo que Albert Thibaudet fue el primero en mostrar La puerta estrecha comola contraparte de El inmoralista; resulta simb6lico que a la reciente edici6n enespafiol de la historia de Michel se suceda, a corto plazo, el relato del renuncia-miento de Alissa. Asi tendrin los lectores de Gide -a quien el premio Nobelhabra dado esa legi6n de repentinos interesados por su obra, lectores a quienesSartre abruma con sus sospechas en un reciente ensayo, pero entre los cuales ha-bri una buena cuota de hombres de buena fe- una visi6n mis dialectica del espi-ritu gidiano, balanceandose en los extremos (<<los extremos me tocan>) de dosexperiencias vitales: la aceptaci6n y el rechazo. Es de desear que a esa visi6ndialectica se suceda el conocimiento de la sintesis, que creo esta en Los monederosfalsos; por cierto que se hace sentir la necesidad de su nueva versi6n castellana,libro de giros vigentes en Espafia pero que aquf malograrian parcialmente la apre-hensi6n del original -sin que esto sea un reproche al fino trabajo que entoncescumpliera Julio G6mez de la Serna.

No me creo autorizado para exceder la mera alusi6n a La puerta estrecha, enla que nunca he querido (o podido) ver una obra afirmativa, apoyada por lacreencia personal del autor; me sigue pareciendo -en su forma mas sutil y corro-siva- una critica al renunciamiento, su denuncia y rechazo. Prefiero entonces limi-tarme a su valor como construcci6n est6tica, sefialar la severa victoria de Gidesobre si mismo (repetida en La sinfonia pastoral), el logro de una unidad formal,una arquitectura narrativa que falta en su obra anterior y en mucha de la pos-terior, donde se la ve reemplazada voluntariamente por un juego sucesivo y hastaandrquico de los elementos del relato. En El inmoralista, un tono oral deliberadocon lo que supone de vaguedad y alifiado desalifio; en Las cuevas del Vaticano,un falso orden desmentido por la lecci6n de su corrosivo personaje; Los monederosfalsos... pero aqui es mejor remitirse a Jean Hytier, que ha disecado como nadieese libro en su estudio sobre Gide, y que lo define como <<una obra que avanzahacia la novela>>. Nada de todo eso es La puerta estrecha; simplisima en la es-tructura novelesca, su construcci6n la carga de otras dificultades mas sutiles -nodire mas profundas-: entender de veras a Alissa, a Jerome, a Juliette, pasar masally de sus actos (tan pocos), de sus palabras (tan cldsicas, es decir, con tanta ten-dencia a lo universal), de sus destinos (tal vez tan contrapuestos en el deseo maspersonal de Gide).

En el diario de Los monederos falsos, Gide afirm6 que <<el mal novelista cons-truye sus personajes, los dirige y los hace hablar; el novelista verdadero los escu-cha, los mira actuar>> . No se si la historia de Alissa prueba la profunda fidelidaddel novelista Gide; en la sombra -la primera persona del relato es una miascara-e1 escucha y ve actuar a los seres de su libro; quedar al buen lector (que tam-bi6n sabe escuchar y ver) preguntarse si el novelista ha sido fiel a su visi6n o sila sombra ir6nica y despiadada de Lafcadio -tal vez de Menalcas- no estabaalli con G1, guiandole la pluma.-Julio Cortizar.

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Sin embargo, Juan vivia, por Alberto Venasco. Edici6n del H. I. G. O. Club, BuenosAires. 128 pags. a la ristica.

Hay reparos que hacer a este libro, pero me adelanto a presumir que sus defi-ciencias son en gran medida las que Alberto Vanasco superari en su obra suce-siva; no por la manida secuencia del <<progreso literario, sino porque su no ordi-naria inteligencia rechazar6 los elementos impuros, intrusos, initiles, que impidenal presente libro ser ya un logro total. El mejor elogio que cabe hacer al novelistaes imaginarlo plenamente consciente de tales r6moras una vez que el libro se des-gaja de 61 y asume su temporalidad privada. Vanasco ha de advertir ya los fre-cuentes desalifios verbales que enturbian la construcci6n no verbal de su novela;las recaidas en el falso humor, que se oponen a ese humor profundo que circulabajo el relato y sostiene su trabaz6n dramitica; el a veces reprochable desinter6scon que cumple su tarea creadora, en una situaci6n que acaso exigia mayor com-promiso personal de su parte y menos complacencia hed6nica.

Por sobre todo esto -a lo que sumo el prologo, mucho menos maduro y ne-cesario que la novela- Sin embargo, Juan vivia se ofrece como una prueba deque en la Argentina empezamos a salir del pozo romantico-realista-naturalista-verista, etc. (No hay varios pozos, es uno solo y negro.) A la labor solitaria deBorges, de Macedonio Fernandez, de Juan Filloy, principia a sumarse -desde susAngulos personales- la creaci6n de novelistas y cuentistas j6venes que, como Va-nasco, <<no creen que algo pueda darse o ser o hacerse , pero parten de esa nocreencia para probar sus fuerzas. Si algunos ven en el surrealismo la ruta necesa-ria, Vanasco se planta en un sincretismo donde Ram6n, Lewis Carroll, Kafka y larue de Grenelle no le impiden jamas ser 61 mismo en la sintesis del libro. Unasola cosa falta en su obra, y es carga po6tica; pero ino serd un progreso nove-lesco, no tendrd raz6n el autor al preferir el humor y el puro juego dial6ctico ala incitaci6n sentimental y lirica? Incluso recuerdo momentos -como el enterocapitulo IX, que me parece perfecto- donde una poesia de la inteligencia deter-mina las situaciones y las conduce con ciega clarividencia (sic).

Sin embargo, Juan vivia pone a Venasco frente a la exigencia de una obrasuperior, y le prueba desde ya que es capaz de ddrnosla. A la inversa de tantoescritor argentino, que se inicia con su mejor libro para continuar luego copian-dolo con letra cada vez peor, el contenido virtual de esta novela reclamard de suautor actualizaci6n y desarrollo. Y ya que a Vanasco le agrada sentirse en la lineade Ulysses, me place decirle que este libro suyo es tambi6n -por analogia- suretrato del artista adolescente; lo demds viene despu6s, y lo estd esperando.-J. C.

Poesia inglesa contempordnea, con los textos originales, selecci6n y traducci6n deWilliam Shand y Alberto Girri. Dibujos de Luis Seoane. Nova, Buenos Aires.102 pags. encuadernadas. $ 8 m/arg.

La noci6n de o10 contemporaneo se ha visto tan parcelada en lo que va desiglo (<<atomizada , diria un contemporaneo bien al dia), que repentinamente sedescubren distancias vertiginosas entre periodos literarios que apenas separa unageneraci6n. En esta antologia de poetas ingleses, los cuatro primeros nombres-Owen, Sassoon, Lawrence y Eliot- parecen pertenecer a una realidad en tododesvinculada de la que conviven las obras de los restantes -Read, Day Lewis,

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Auden, Spender y MacNeice-. Asi lo han acentuado los compiladores, guiandosepor la cronologia y el doble hito de ambas guerras mundiales; y aunque la filia-ci6n poetica (incluso temaitica) acerca a todos los incluidos en este libro, no es difi-cil establecer diferencia entre ambos grupos, diferencia extratemporal y por ellodoblemente significativa. Es como si los j6venes de la segunda guerra fuesen unpoco los mismos <viejos> de 1914, confrontados con una reiteraci6n de la cat6s-trofe, y reaccionando ante ella de distinto modo que la primera vez; excediendola mera repulsi6n, el asco y el cansancio. Si Owen, Sassoon o Eliot ven el horror,la futilidad y la liquidaci6n del mundo 1914-18 (The Hollow Men es su mejorresumen), estos avatares suyos que se ilaman MacNeice o Read dan un paso ade-lante, paso que me parece definitivo para el destino tiltimo del hombre; detras dela vordgine atisban y proponen la realidad de otro camino que es o puede ser sal-vaci6n. El mundo, para T. S. Eliot, no termina con un estruendo, sino con unplafiido; el mundo, para Stephen Spender, puede estar naciendo y el plafiido es yasu verificaci6n de vida. Asi, esta antologia emprendida inteligentemente por Shandy Girri eslabona y articula una continuidad por encima de las conclusiones indi-viduales de cada poeta, y aun hist6ricamente vale como permanencia de valorespor sobre las alharacas. Si ambos grupos se dan la espalda desde un puente deveinte ailos, su poesia los excede y los retine, alcanza unidad final mis alli delhiato de las generaciones.

Las versiones de esta antologia responden a un exigente deseo de fidelidad.Como ocurre parad6jicamente en tales casos, no siempre la versi6n conserva elsentido lato del poema original, y se que en alguin momento estas obras descon-certaryn al lector que no frecuenta a los poetas ingleses. Con todo, es preferiblela severidad un poco seca, y a trechos con errores de buena fe, a las versionesdonde la <<personalidad del traductor cumple la misma nefasta tarea que el <<vir-tuoso en la interpretaci6n de la mtisica. Al fin y al cabo, lo que un libro comodste pretende del lector es que use las versiones espaiolas como trampolin parasumirse en los textos originales, que lo esperan fieles en la pdgina de enfrente.

J. C.

El camino de El Dorado, por Arturo Uslar Pietri. Losada, Buenos Aires. 320 pigs.a la rstica. $ 8 m/arg.

Si la conquista espafiola de America fue una gesta donde la acci6n improvisadapor las circunstancias determin6 las hazailas y las catistrofes, entonces ArturoUslar Pietri acierta con el tono directo y siempre objetivo de su narraci6n. Contodo, un sumario examen de los m6viles y los individuos, de los imponderablesque subyacen en todo acaecer hist6rico, tiende a probar lo falso de esa concepci6ny lo riesgoso de su empleo en el orden literario. No soy el primero en afirmar queel magnifico fracaso que en su momento represent6 Salarnb se explica por estevoluntario sacrificio de lo oculto a lo superficial, de la raz6n al acto. Uslar Pietrisigue (tal vez lo escandalizara la comparaci6n) el m6todo flaubertiano en estacr6nica de las andanzas del tirano Lope de Aguirre. Los hombres se mueven, lu-chan, sucumben, traicionan, sin que en ningtin momento se de al lector la posibi-lidad de ahondar en esas corazas y esos petos castellanos. Una hazajia como la deAguirre no se sostiene ni explica con las solas razones de la codicia y la crueldad.La sublevaci6n del tirano contra Felipe II, su famosa carta de desafio, su entradaen el espanto de la selva y su 16brego final exceden los cuadros en que UslarPietri, obstinadamente, ha querido limitarlos.

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Por eso el escamoteo de lo subjetivo en un episodio que debi6 estar tan ilenode sutiles gradaciones psicol6gicas Ileva al autor a ciertas fijaciones que amenazancon el lugar comuin, a frecuentes recetas novelescas que en rigor son ya insalva-blemente anacr6nicas. Citar6 un caso: casi todos los asesinados (que jalonan lamarcha de Lope de Aguirre) sucumben pidiendo confesi6n a gritos. Si tal cosa erareacci6n natural en la 6poca, Uslar Pietri se excede al atribuir con tanta regulari-dad ese deseo final a los moribundos, sobre todo a aquellos que reciben un cu-chillo en la espalda y el Amazonas sobre la cabeza; pienso que ya sabemos algomis sobre lo que puede esperarse en tal caso de un agonizante.

Estos reparos merecen consignarse precisamente porque El camino de El Dora-do es una excelente novela, en cuanto el talento narrativo de Uslar Pietri lograel dificil equilibrio entre una tensi6n que somete irresistiblemente al lector y lareiteraci6n de episodios no muy variados. Es dificil navegar el entero curso delMarai6n sin una fluvial monotonia; el novelista triunfa en base a una cuidadareconstrucci6n de ambientes, que muchas veces ocupan el lugar que corresponderiaa los hombres mismos. Mis feliz con el paisaje que con las almas, Uslar Pietrialza a primer plano los rios, las barcas, las sabanas y las islas; toda la obra estiimpregnada de esa convivencia con lo telirico que signa la mejor novelistica ame-ricana. Y la hazajia espafiola -aun monstruosa, como en este caso- alcanza asiuna realidad y un relieve que el tratado hist6rico le escamotea casi siempre, cuan-do no nace de la pluma de un Salvador de Madariaga o de un German Arci-niegas.-J. C.

El hombre rnmds dindmico del mundo, por Damon Runyon. Traducci6n de HectorJ. Argibay. Ocesa, Buenos Aires. 200 pags. a la ristica. $ 3.50 m/arg.

Harta raz6n tiene el traductor de estos relatos al sorprenderse de que no hayansido <<descubiertos>> antes por nuestros editores; por mi parte, sostengo desde haceafios que los cuentos de Damon Runyon constituyen una obra maestra del g6nero-genero perfectamente delimitado por su tema, desarrollo y tratamiento, de unrigor poco frecuente en literatura <<popular>>-, y celebro que el lector argentinopueda por fin asomarse a su mundo fascinante, aun con las penosas limitacionesde una versi6n casi imposible por los problemas que planteaba el especialisimolenguaje, la atm6sfera verbal que nace del sabio empleo del slang neoyorquino yun super-slang privativo de las criaturas de Runyon. El mismo traductor lo advier-te asi, con una lealtad que habla de su meritorio esfuerzo.

Se agrupan aquf los mejores cuentos del autor, y entre ellos <<Madame LaGimp (de donde nacid aquella pelicula que se llam6 <Dama por un dia>), <<Ca-balleros, iel Rey!> (que se malogr6 en el cine como <<Soldado profesional >), <<Lily,la de Saint Pierre>> -que yo incluiria en cualquier colecci6n de grandes cuentos-,y <<Los sabuesos de Broadway>>, <Presi6n arterial>> y <<El cerebro se va a casa>>,que Runyon no sobrepas6 jamis. Alli la delineaci6n de personajes -tan tipicos ydiferenciados, tan ellos mismos dentro de la semejanza que los refine y explica-se alia a un lenguaje de una frescura expresiva como s6lo puede darle el hablapopular cuando quien la usa sabe someterla a sus mias sutiles flexiones. Si los epi-sodios son ingeniosos como construcci6n, no es por ellos que Runyon resulta ungran cuentista: la forma, la resoluci6n verbal de las situaciones, dan a esos episo-dios su eficacia extraordinaria. Los <<tipos>> y las <<pibas>> -Princesa O'Hara, Harrythe Horse, Little Isadore, Big Jule- se fijan en el recuerdo porque han sido plan-

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JAIME ALAZRAKL

tados alli con la misma agresividad y el mismo humor con que circulan porBroadway y viven sus casi siempre breves vidas.

De E. C. Bentley, en su pr6logo a una antologia de Damon Runyon publicadaen 1940, son estas frases: <No puede usted impedir que le gusten estos tipos yestas pibas. No quiero decir que resultara agradable conocerlos -sobre todo a los

tipos-, y menos ain seguro. Si de mi dependiera, antes preferiria ir a bafiarme

en un banco de tiburones, y ain mas rpido que antes (lo siento, pero es impo-sible no caer en el idioma de Runyon cuando se escribe sobre las criaturas de sumente). No quiero decir que usted derramard ligrimas cuando Angie the Ox seaenfriado por Lance McGowan, o cuando Joey Perhaps reciba lo que le esta lie-

gando de parte de Ollie Ortega -que es un cuchillo en la garganta-. Simple-mente seijalo que todos ellos tienen una inquieta, valerosa vitalidad que le hace

agradable tener noticias suyas, esto es, si usted pertenece al tipo humano normal,que siempre se ha complacido oyendo cosas de los desesperados... Habria quecitar el entero prologo, verdadera introducci6n sistemdtica al conocimiento deDamon Runyon. Baste con ello para mostrar al lector que en esos relatos le espe-ra una realidad a la vez autentica e irreal -los t rminos no se rechazan-, po-blada por seres dignos de conocimiento; sin mencionar la riqueza de humor queRunyon deja en cada frase, en cada episodio, en cada presentaci6n de unos de sus

tipos, <<que no estin en la carcel simplemente porque acaban de salir de ella>>.

J. C.

La raiz verdadera, por Jorge Enrique M6bili. Buenos Aires. 92 pigs. a la ristica.

Con razones, con estados, con climas negativos y dolientes, Jorge Enrique M6-bili cumple obra de poeta al remontarlos a una condici6n donde sus limitacionesdan a la luz lo ilimitado, donde su pequefiez individual se resuelve en infinitudcreada y creadora. Todo es en su libro vastedad gris anochecida -titulo de un

poema clave-, pero el sosten poetico cumple de nuevo la maravillosa paradojade exigir el dolor para desmentirlo y trascenderlo. «Panegirico para un esc6ptico

(que creo el mejor poema de este libro) no somete la visi6n del hombre que, pa-sando

con su triste hombria y su fulgor,mondtonamente se incendia en histdrica angustia

y pesadamente se espanta y acaece.

Eso es existir, pero no es la existencia. En el dificil salto de la derrota perso-nal a la victoria poetica -negarse a una poesia de sola nostalgia-, M6bili entrev6mas ally de esa

criatura que se quema en el tiempobuscando desnuda un eco que sobreviva a su Ilanto...

y asoma a la visi6n, y le dice:

Existenciaentre el camino de la muerte

sostenida por tun rumor, por raices eternas,

por rios de sangre, por ruidos de metales helados,

que se pegan al alma en sus horas de largo extravio.

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Para afirmar, hermosamente:

Vale mds este aroma que pasa, esta criaturasin voz, este rumor de suefio pegado a la tierraen su impotencia y su larga congoja,que destrozar el pensamiento esperando la aurora,que la metal isica buscando lo justo, lo f rio,lo desnutridamente exacto entre la historia.

La raiz verdadera, modestarnente subtitulada «<cantos de la adolescencia >, estd

mucho ma's adentro en la edad poetica de Jorge Enrique Mobili. Se advierte eneste libro una voluntad de rigor que a veces enfri a el verso, la eleccion de mate-rias sin turbio prestigio estetico, la constante vigilancia sobre la ruta; todo esto essigno de pronta madurez formal; y si Mobili ha ceflido con demasiada severidadsu elocucion, cabe decirle que lo creemos a salvo de todo desfallecimiento futuro:suya es una poesfa que parece esperar viento alto para henchirse. El se definealli Como

una enhiesta soledad, habitando la masica.

Tal vez su camino sea ahora el de dejar que la miisica habite su soledadenhiesta, darse a ella sin el temor a lo efusivo -ya no temible en un cabal poetacomo el.-J. C.

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