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Costubres populares en el embarazo y pao R ecientemente, el ver parir ani- males en plena naturaleza me re- cordó la gran relación existente entre el parto humano y el de los animales y cómo todos los aspectos del parto humano recogidos en la en la Folkme- dicina y en la Antropología médica tienen relación con este parto natural. Siempre es la Naturaleza la que hace bien el parto y esta Naturaleza, para el hombre del campo, actúa a través de una fuerza mágica, de un saber na- tural. Cuando todo va bien, no pasa nada, pero si algo se altera, el hombre tiene que ponerse en contacto con las fuerza vivas de la Naturaleza, y esto lo hará a través de esa potencia, de esa fuerza adormecida que hay en él, su incons- ciente colectivo; para aflorar ese in- consci nte y hacerlo actuar necesitará apoyos mágico-religiosos sobre los que dejar abandonada su voluntad cons- ciente para que aflore la fuerza mágica del· inconsciente y la Naturaleza. Si estos apoyos mágico-religiosos no nos acercan a la vivencia de lo sen- cillo y natural, de las leyes de la Na- turaleza, no solo no son buenos, sino que a la larga destrozan a la persona y a la sociedad, pues su misión es llevar a cumplir mejor sus leyes natu- rales, no ir en contra de ellas. El color verde nos recuerda el Oxí- geno de las plantas y los árboles y nos aporta tranquilidad; este recuerdo nos tiene que llevar a ir donde hay hierba y árboles, no solo a pintar las habita- ciones de verde, pues esto sería a la larga engañoso y antinatural. Por ello, todos estos rituales mágico- religiosos costumbristas hemos de apreciarlos como cosas sencillas y na- turales y apreciar su valor y eficacia como cosas sencillas y perfectamente integradas en una medicina que como premisa principal tiene el no hacer 4 - Natura Medicatr. Invieo 1988 (n.0 18) daño, siempre respetando las leyes na- turales. Una vez que la mujer queda emba- razada, aparecen las prohibiciones (que no son muchas en relación con otros tabúes). Se prohíbe leche, cala- mares y alimentos marinos, liebres, etc. Si revisamos estas prohibiciones, todas son de animales o de sus derivados; las razones que se dan no son cientí- ficamente comprobables, pero sí efi- caces para evitar que la mujer tome cae o pescado, y así pueda derivar sus antojos o deseos vehementes hacia alimentos más saludables. Podemos poner un ejemplo: se dice que si la madre come liebre, el hijo tendrá labio leporino. Esto, más que una aseveración cienfica, es una ame- naza, pero sería difícil explicar a la madre que la liebre es un animal car- nívoro que come con especial avidez placentas de animales, y sobre todo placentas de abortos de ovejas y otros animales, que padecen brucelosis, y Pablo Saz Peiró (médico) A la izquierda, riba, el padre recibe al hijo (Ohio, USA). Abajo, postura obstétrica entre las mujeres iraníes. Entre los indios huacos, sobre estas líneas, del Perú, una ayudante sostiene a la parturienta. que el contagio de esta brucelosis seria perjudicial y una buena ocasión para producir aborto en la madre. Gracias a esta amenaza del labio leprino, la liebre se convierte en intocable para la embarazada. Otra práctica sobre la que se habla es que las gestantes no deben enredar o devanar lana, hilaza o hilo, ya que si lo hacen se puede enredar el cordón umbilical y éste puede extrangular al niño. A simple vista no hay correla- ción, pero si lo examinamos más a fondo, el trabajar con cáñamo, esparto, algodón y lana de oveja puede acarrear enfermedades como la cannabosis, producida por el polvo del cáñamo, la espartosis, por el polvo del esparto, la bisiniosis, por el polvo del algodón; todas ellas producen alveolitis alér- gicas. A esto podemos añadir las fie- bres de malta o brucelosis, producida por la lana, lo cual puede provocar aborto. ¿Y cómo explicar a veces todo esto a la mujer «del pueblo»?. Pues lo

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CostuiDbres populares en el embarazo y parto

R ecientemente, el ver parir ani­males en plena naturaleza me re­

cordó la gran relación existente entre el parto humano y el de los animales y cómo todos los aspectos del parto humano recogidos en la en la Folkme­dicina y en la Antropología médica tienen relación con este parto natural.

Siempre es la Naturaleza la que hace bien el parto y esta Naturaleza, para el hombre del campo, actúa a través de una fuerza mágica, de un saber na­tural.

Cuando todo va bien, no pasa nada, pero si algo se altera, el hombre tiene que ponerse en contacto con las fuerza vivas de la Naturaleza, y esto lo hará a través de esa potencia, de esa fuerza adormecida que hay en él, su incons­ciente colectivo; para aflorar ese in­consci!�nte y hacerlo actuar necesitará apoyos mágico-religiosos sobre los que dejar abandonada su voluntad cons­ciente para que aflore la fuerza mágica del· inconsciente y la Naturaleza.

Si estos apoyos mágico-religiosos no nos acercan a la vivencia de lo sen­cillo y natural, de las leyes de la Na­turaleza, no solo no son buenos, sino que a la larga destrozan a la persona y a la sociedad, pues su misión es llevar a cumplir mejor sus leyes natu­rales, no ir en contra de ellas.

El color verde nos recuerda el Oxí­geno de las plantas y los árboles y nos aporta tranquilidad; este recuerdo nos tiene que llevar a ir donde hay hierba y árboles, no solo a pintar las habita­ciones de verde, pues esto sería a la larga engañoso y antinatural.

Por ello, todos estos rituales mágico­religiosos costumbristas hemos de apreciarlos como cosas sencillas y na­turales y apreciar su valor y eficacia como cosas sencillas y perfectamente integradas en una medicina que como premisa principal tiene el no hacer

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daño, siempre respetando las leyes na­turales.

Una vez que la mujer queda emba­razada, aparecen las prohibiciones (que no son muchas en relación con otros tabúes). Se prohíbe leche, cala­mares y alimentos marinos, liebres, etc. Si revisamos estas prohibiciones, todas son de animales o de sus derivados; las razones que se dan no son cientí­ficamente comprobables, pero sí efi­caces para evitar que la mujer tome carne o pescado, y así pueda derivar sus antojos o deseos vehementes hacia alimentos más saludables.

Podemos poner un ejemplo: se dice que si la madre come liebre, el hijo tendrá labio leporino. Esto, más que una aseveración científica, es una ame­naza, pero sería difícil explicar a la madre que la liebre es un animal car­nívoro que come con especial avidez placentas de animales, y sobre todo placentas de abortos de ovejas y otros animales, que padecen brucelosis, y

Pablo Saz Peiró (médico)

A la izquierda, l'..rriba, el padre recibe al hijo (Ohio, USA).

Abajo, postura obstétrica entre las mujeres iraníes. Entre los

indios huacos, sobre estas líneas, del Perú, una ayudante

sostiene a la parturienta.

que el contagio de esta brucelosis seria perjudicial y una buena ocasión para producir aborto en la madre. Gracias a esta amenaza del labio leprino, la liebre se convierte en intocable para la embarazada.

Otra práctica sobre la que se habla es que las gestantes no deben enredar o devanar lana, hilaza o hilo, ya que si lo hacen se puede enredar el cordón umbilical y éste puede extrangular al niño. A simple vista no hay correla­ción, pero si lo examinamos más a fondo, el trabajar con cáñamo, esparto, algodón y lana de oveja puede acarrear enfermedades como la cannabosis, producida por el polvo del cáñamo, la espartosis, por el polvo del esparto, la bisiniosis, por el polvo del algodón; todas ellas producen alveolitis alér­gicas. A esto podemos añadir las fie­bres de malta o brucelosis, producida por la lana, lo cual puede provocar aborto. ¿Y cómo explicar a veces todo esto a la mujer «del pueblo»?. Pues lo

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mejor es suprimir el devanar toda clase de madejas.

La magia y la religión de nuestras la­titudes se juntan en el mito de San Ramón, santo catalán del siglo XIII, cuya historia es un canto a la vida. Su tío, vizconde de Cardona, estando la madre muerta, cogió la daga y abrió el vientre, buscando allí la vida, y apa­reció el niño Ramón Nonato; por mi parte creo que no es un canto a la ce­sárea, como algunos pretenden, sino un canto a la vida, incluso donde ya no se ve más que muerte.

No puede haber un apoyo psicoló­gico mejor para que el inconsciente de la mujer salte por encima de tabúes y arquetipos que atacan al parto y, aban­donada al poder de San Ramón, deje fluír la vida a su través.

Cuando comienza la dilatación, a la mujer le ponen escapularios y le dan a tragar pastillas hechas con estampas

Distintas posturas adoptadas por

parturientas en pueblos primitivos de

Siam, México y en un poblado del Nilo

Blanco.

o reliquias de santos; la verdad es que no van a ayudar al parto, pero sí a me­jorar el estado psicológico de la mujer y apoyarla en ese momento.

Nuestra Medicina actual, impregnada del positivismo y del cientifismo, no le ha dado a esto ninguna importancia, pero es una costumbre que se extiende por toda la Tierra. En la Medicina del Tíbet y del Bután de hoy día encon­tramos una explicación: muchos de los medicamentos que se dan están pre­parados con diluciones homeopáticas de plantas, cenizas y reliquias de lamas y hombres santos, y la verdad es que estas medicinas son efectivas, por más que le pese a la medicina cientifista.

En España perviven todavía alguas formas tradicionales respecto al pe­riodo de expulsión, que puede consi­derarse más fisiológicas que la de parir en la cama. Se hace ir de pie, colgada del marido o sentada en sus rodillas,

o en una paridera especial como la que se conserva en el museo de San Sebas­tián (y diremos que no es una postura mala, ya que durante mucho tiempo la adoptaron las mujeres vascas, cuyos neonatos pesan con facilidad en el mo­mento del parto más de 4 kilos).

La posición de sentada en el parto es de lo más fisiológico y, además de aprendida de los animales (ovejas, cerdos, vacas, se sientan, no se tumban; yeguas y burras se ponen de pie para parir), estas formas arquetí­picas de parir van ligadas al arquetipo fisilológi<:o "de la espeCie; es lini he­renciarecibida.q.ui.zá�a.tta.Yé.�d�.IJ.l,les­tros genes y costumbres durante miles de años.

Hay auxiliares del parto que ayudan a cronometrar el tiempo del mismo, lo cual es alivio, sobre todo si se alarga el período expulsivo (por el sufri­miento fetal que esto podria suponer) o a controlar el período de alumbra­miento de la placenta, para prevenir hemorragias. Lo controlan por ejemplo con la «vela de la Mare de Deu»; a una altura de la vela hay una medalla de la Virgen y antes de que la llama llegue hay que acabar el parto. Otro control se hace con la rosa de Jericó. Un ca­pullo se pone a remojo y se va abriendo, para quedar totalmente abierto al finalizar el parto.

Para ayudar a expulsar la placenta se utilizan métodos que siguen te­niendo eficacia:

1) Intentar contracciones musculares del útero a base de:

- Provocar náuseas con las trenzas de la mujer haciéndole cosquillas en la úvula o campanilla u ofreciéndole a beber orina de su marido, que por supuesto nunca bebe, pero que le da náuseas.

- Soplar una botella o vaso de cuello pequeño.

2) Otro método para expulsar la pla­centa es el manteo: coger a la mujer y ponerla en una manta sujetada por cuatro o más personas y lanzarla al aire.

Para que la placenta pueda salir mejor y el cordón no se meta, se suele atar al muslo de la mujer. Esto se hace también con los animales, yo lo he

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visto hacer a los pastores con toda de­licadeza: atar el cordón umbilical a la pata de la oveja mientras el pastor lleva el cordero o corderos y así la oveja puede andar, mientras que de otro modo el cordón quedaría enredado.

Esto nos hace pensar y actuar tam­bién en algo muy importante : el cordón umbilical no hay que cortarlo hasta que no deja de latir; después ya se puede enredar, pero no hay que darse ninguna prisa para cortarlo.

También se conserva la costumbre de guardar el cordón como amuleto, el cual servirá para toda la vida del re­cién nacido. En principio, este cordón lleva en sí gran cantidad de sustancias, sobre todo inmunoglobulinas tipo IgM. Si se frota con él el ojo como una ma­niobra de Credé protegerá de la con­juntivitis meningocócica y muchas de las sustancias de este cordón pueden servir como dilución homeopática para solucionar algún problema a su portador, y siempre será revitalizador de su «vix medicatrix». De ahí que este amuleto sea uno de los principales protectores contra el mal de ojo (mal

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de ojo = decaimiento de la fuerza vital).

Desde siempre ha tenido impor­tancia el que la persona nazca con la bolsa de agua íntegra, ya que entonces será una persona con suerte. Ya su sa­lida a la vida, en su paso por el canal del parto, ha sido protegida al máximo, pues el líquido amniótico empujó y di­lató el canal del parto, en lugar de ha­cerlo en la cabeza; el paso que el niño ha hecho por el canal del parto será un reflejo de su paso por la vida. Para recordarle este hecho y aumentar la in­fluencia del mismo sobre su incons­ciente, se coge la bolsa de aguas y se deja secar; luego, el niño la llevará como amuleto.

Una de las prácticas que más gra­badas se me han quedado fue la rela­tada por un médico de pueblo y criti­cada por algunos antropólogos. Él nos la cuenta por haberla observado en Al­balate del Cinca y Osso del Cinca (Huesca). Otros la han observado en México y Perú. Se trata de que si el niño tarda en respirar, debe metérsele por el ano el pico de un pollo o ga-

llina, preferentemente negra. Se su­pone que el ave muere y el niño ab­sorbe su aliento.

Pero veamos lo que dicho farmacéu­tico nos cuenta que vio con sus pro­pios ojos en lo que respecto a la ga­llina insufladora. Nos comenta cómo una cosa es decir simplemente que se mete el pico y otra es verlo cómo su­cede realmente: allí están todas las ve­cinas, cada una con su gallina, pues a veces se muere en la operación más de una. El niño es zarandeado, sacu­dido, encogido, estirado, de tal manera que involuntariamente le están produ­ciendo una respiración aritificial muy «Sui generis», equivalente a los masajes y golpecitos que hacen hoy los espe­cialistas, pero en rústico. Hay que pensar que con este método se da una buena explicación de la respiración ar­tificial; ésta se hizo a muchos niños, a los cuales salvó la vida y que de otra forma hubiesen muerto ante la pasi­vidad de los que le rodeaban, inca­paces de hacer nada; muchos de los niños que así se salvaron estarán agra­decidos al que inventó la gallina in-

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sufladora. Después de nacer, lo lógico, a imi­

tación de las crías de los animales es poner al niño en el pecho de la madre y a la madre fajarla; este hecho evita que la madre quede sucia y sin lavar por miedo al agua; por lo menos, al fajarla queda limpia y ésto ayuda a ma­sajear el útero, al estilo de la maniobra de Crede, para practicar una hemos­tasia por compresión.

A la madre se le dan de beber prefe­rentemente líquidos, también a imita­ción de los animales; los pastores siempre nos cuentan que los animales, después del parto, beben grandes can­tidades de agua, ellos dicen que a causa de la sed que les produce el co­merse las membranas y la placenta, pero también lo hacen para estimular la producción de leche. Las madres, al imitar a los animales, también toman los primeros días grandes cantidades de líquido; se habla de caldo de ga­llina como cosa apetitosa, pero que en mayoría de casos no se tomaba; lo que sí se ingería eran horchatas a base de chufa, piñones o almendras, que ver­daderamente tienen gran influencia en la producción de leche.

El padre se mete en la cama y se pone al recién nacido entre los dos. Esta práctica se hacía en España hasta cerca de 1 830. Y tiene gran impor­tancia para la formación de unos fuertes lazos afectivos entre padre, madre e hijo, la cual se da en gran me­dida en el momento del nacimiento, como hoy día lo atestiguan muchas in­vestigaciones, parte de las cuales re­coge Droscher en su libro «Calor de hogar».

Una práctica relacionada también con la higiene del niño en el momento del puerperio es el bautizo; el arque­tipo está fuertemente arraigado y es muy importante que el niño sea bau­tizado. Esta costumbre o ha sido im­puesta por la Iglesia católica, sino que se debe a un ritual germánico consis­tente en sumergir a los niños recién nacidos en aguas frías para que puedan resistir mejor su adaptación al medio ambiente; esto es una verdadera prác­tica higiénica que la Iglesia católica adoptó, incluso contraponiéndola al ri­tual del bautizo judío, a la circunci-

swn; ·ésta, propia también de los árabes, no ha sido bien vista y por ello se hace una separación ya clásica entre bautizados según ritos germánicos y los no bautizados así, que serán «moros».

Los germanos, con mucha facilidad se dejaban pasar por agua o bautizar, pero no circuncidar, y posteriormente se dieron gran importancia a su bau­tismo.

La Iglesia católica lo reafirma entre sus siete sacramentos importantes en el Concilio de Trento y, junto con los otros, es un verdadero ritual, dador de Gracia y salud. Antiguamente, medi­cina y religión van ensambladas; una práctica tan importante como es la de que el recién nacido tenga un mínimo de higiene a través del lavado, debía implantarse de tal manera que la gente la ligue y nada mejor en aquellos tiempos que a través de la religión y en forma de sacramento, para darle mayor relevancia. No nos olvidamos del simbolismo del agua en la contra­parte espiritual, pero aquí solo habla­remos de higiene y salud.

En los programas de educación para la salud que se hacen hoy día es im­portante tener estos hechos en cuenta, no para ir en contra de ellos, sino para promocionar estas formas autóctonas y a la vez tan arraigadas de mantener la salud. Si la costumbre está mal ten­dremos que demostrarlo y luego pro­mover una norma de conducta que sea posible, eficaz, sencilla y natural para sustituir a la anterior. El trabajar la educación sanitaria respecto a las cos­tumbres y arquetipos populares hará que se pueda conseguir una salud autónoma que emana y se sostiene por el propio individuo solidaria de unos individuos con otros, que se respetan entre sí y respetan la ecología natural del medio que les rodea, y a la vez alegre y gozosa porque emana de sus más profundos sentimientos.

Terminaré con otro tratamiento que se da en algunos pueblos en animales y mujeres; consiste en la curación con azúcar o miel de las heridas infectadas en desgarros vaginales o de la vulva. La gente del pueblo a veces tiene miedo de decir al médico que se trata de «eSO», por temor a que éste le grite

en la era de los antibióticos. Sin em­bargo, tenemos que M. Drouet en la Presse Médical, Enero 1984, n? 3 nos habla de la importancia del azúcar y la miel en una desinfección rápida, una ausencia de escaras y queloides; recoge trabajos de Cavanagh y Bulman, los cuales lo utililzan en la cicatrización de vulvectomías.

Con esto recibimos otra vez la prueba de que muchos saberes popu­lares tienen un gran valor, respetan la Naturaleza y rara vez perjudican y que además siempre tienen una razón científica ya descubierta o todavía por descubrir.

La infracción de simples tabúes o normas basadas en las tradiciones pueden traer consecuencias poco ha­lagüeñas, porque la tradición cultural a veces recoge un conocimiento supe­rior al individual o de la medicina ac­tual.

La interpretación en la antigüedad de estos conocimientos se daba a base de hechos mitológicos, que hoy día pueden aparecer desfasados, pero no por ello pierden el valor de ser ciertos.

Las reglas de juego del embarazo y parto están cambiarrdo en esta so­ciedad industrial, distinta a la sociedad rural que creó su propia medicina y tabúes, pero la respuesta del organismo antes esta situación natural sigue siendo parecida, no es tan cambiante como nos dicen los que manejan la medicina industrializada, y esta res­puesta del organismo se basa en unos mecanismos mucho más lógicos y sa­bios que los que pueda hacer cualquier médico o computador con el saber mé­dico de hoy día.

En suma, es bueno conocer cientí­ficamente y en todos los sentidos lo relativo a la Naturaleza, todo lo que nos acerca a esa gran verdad sobre el hombre y su mundo, pero después de este conocimiento nuestra actitud será más sana si es de respeto y no de ma­nipulación.

BIBLIOGRAFÍA - V. Droscher, Calor de Hogar. Ed. Planeta. - Kenny y M. de Miguel, La Antropología médica en España. Ed. Anagrama. - V jornadas Antropológicas de Aragón. Ed. D.G.A. • Dirección del autor: Pablo Saz Peiró. Vía His­panidad, bl. 21, 7? B. Zaragoza-9.

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