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20 CREDO DEL ENFERMO Y EL ANCIANO CREO que Dios Padre, que ha creado todas las cosas del cielo y de la tierra, no ha creado el dolor ni el sufrimiento, pero sí los permite con designios de amor y de misericordia. CREO que Jesucristo su único Hijo, nuestro Señor ha venido a la tierra para salvarnos. A través de su muerte en cruz y su resurrección ha transformado y santificado el sufrimiento, dotándolo de un valor salvífico y redentor. CREO que el sufrimiento es para el alma el gran cooperador de la redención y la santificación. CREO que el Espíritu Santo de Dios, Señor y dador de Vida, es Amor y que, en sus manos, el dolor no es más que un medio de que se vale su amor para transformarnos y salvarnos. CREO que el sufrimiento ofrecido por amor es tanto, y aún más fecundo, que nuestras palabras y obras; y más poderosas han sido para nosotros y más eficaces a los ojos de su Padre, las pocas horas de la Pasión de Cristo, que todos los años de su predicación y de su apostolado en la tierra. CREO que a través de la enfermedad y las limitaciones de la vejez, completamos en nuestra carne lo que le falta a la cruz de Cristo y, de esta manera, colaboramos de manera incomparable con su obra redentora en beneficio de la humanidad. CREO en la Iglesia que es una, santa, católica y apostólica. CREO que en la eternidad hallaremos a aquellos que han soportado y abrazado la Cruz, y que sus sufrimientos y los nuestros, irán a perderse en el infinito Amor divino y en las alegrías de la definitiva reunión. CONFIESO que hay un solo bautismo para el perdón de los pecados. ESPERO la resurrección de la carne y la vida del mundo futuro. Amén. PASTORAL DE LA SALUD Y LA VIDA Diócesis de Lomas de Zamora Comisión para la Pastoral de la Salud y la Vida DÍA NACIONAL DEL ENFERMO DOMINGO 11 DE NOVIEMBRE CONFESIÓN UNCIÓN COMUNIÓN Las medicinas de Dios “VENDAR LAS LLAGAS DE LOS CORAZONES ROTOS” (Isaias 61,1)

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CREDO DEL ENFERMO Y EL ANCIANO CREO que Dios Padre, que ha creado todas las cosas del cielo y de la tierra, no ha creado el dolor ni el sufrimiento, pero sí los permite con designios de amor y de misericordia.

CREO que Jesucristo su único Hijo, nuestro Señor ha venido a la tierra para salvarnos. A través de su muerte en cruz y su resurrección ha transformado y santificado el sufrimiento, dotándolo de un valor salvífico y redentor.

CREO que el sufrimiento es para el alma el gran cooperador de la redención y la santificación.

CREO que el Espíritu Santo de Dios, Señor y dador de Vida, es Amor y que, en sus manos, el dolor no es más que un medio de que se vale su amor para transformarnos y salvarnos.

CREO que el sufrimiento ofrecido por amor es tanto, y aún más fecundo, que nuestras palabras y obras; y más poderosas han sido para nosotros y más eficaces a los ojos de su Padre, las pocas horas de la Pasión de Cristo, que todos los años de su predicación y de su apostolado en la tierra.

CREO que a través de la enfermedad y las limitaciones de la vejez, completamos en nuestra carne lo que le falta a la cruz de Cristo y, de esta manera, colaboramos de manera incomparable con su obra redentora en beneficio de la humanidad.

CREO en la Iglesia que es una, santa, católica y apostólica.

CREO que en la eternidad hallaremos a aquellos que han soportado y abrazado la Cruz, y que sus sufrimientos y los nuestros, irán a perderse en el infinito Amor divino y en las alegrías de la definitiva reunión.

CONFIESO que hay un solo bautismo para el perdón de los pecados.

ESPERO la resurrección de la carne y la vida del mundo futuro. Amén.

PASTORAL DE LA SALUD Y LA VIDA

Diócesis de Lomas de Zamora

Comisión para la Pastoral de la Salud y la Vida

DÍA NACIONAL DEL ENFERMO DOMINGO 11 DE NOVIEMBRE

CONFESIÓN

UNCIÓN

COMUNIÓN

Las medicinas de Dios

“VENDAR LAS LLAGAS DE LOS CORAZONES ROTOS” (Isaias 61,1)

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OBJETIVOS DEL DÍA DEL ENFERMO 1. Sensibilizar sobre la compleja realidad del enfermar del ser

humano y de su proceso de curación y sanación.

2. Iluminar desde el Evangelio y la tradición viva de la Iglesia el enfermar humano, los caminos y recursos de curación y sanación, profundizando en la dimensión curativa y saludable de la fe en la vida del enfermo, del personal sanitario, de la comunidad cristiana y concretar formas y modos de recuperarla y cuidarla.

3. Promover e l compromiso de la comunidad cristiana, hogar de Salud y sacramento de salvación.

4. Celebrar la dimensión saludable de la fe y de los Sacramentos en los distintos acontecimientos de la vida.

SUGERENCIAS

• Se puede proponer a la Comunidad que realice una colecta de elementos (religiosos y de higiene personal o utensilios para comer) para donar a los enfermos a través de los voluntarios/as, ya sea en las casas de los enfermos o en los hospitales. La semana previa se motiva dicha colecta, ofreciendo también ideas de lo que se puede donar.

• Proponemos destacar durante la Misa el rezo del Credo. Para tal fin, sugerimos repartir al inicio de la Celebración velas lápiz a todos los fieles, incluidos los enfermos que asistan. Las mismas se encenderán mientras se lee el guión que anuncia este momento. Conviene, de todos modos antes de la Misa, mientras el pueblo se prepara para participar, que se explique este gesto y cómo se lo llevará a cabo.

• Se pueden dejar en los bancos, junto con los cancioneros, una copia del Credo Niceno Constantinopolitano que proponemos rezar este domingo.

• También si se desea se puede dejar copia de la oración para este día nacional del enfermo, que creemos conveniente que se rece en el momento de meditación después de la Comunión.

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Pero tenemos una cosa más profunda y más preciosa que ofreceros, la única verdad capaz de responder al misterio del sufrimiento y de daros un alivio sin engaño: la fe y la unión al Varón de dolores, a Cristo, Hijo de Dios, crucificado por nuestros pecados y nuestra salvación. Cristo no suprimió el sufrimiento y, al mismo tiempo, ni quiso desvelarnos enteramente el misterio, Él lo tomó sobre sí y eso es bastante para que nosotros comprendamos todo su valor.

¡Oh vosotros, que sentís más el peso de la cruz! Vosotros, que sois pobres y desamparados, los que lloráis, los perseguidos por la justicia; vosotros, los pacientes desconocidos, tened ánimo; vosotros sois los preferidos del reino de Dios, el reino de la esperanza, de la bondad y de la vida; vosotros sois los hermanos de Cristo paciente y con El, si queréis, salváis al mundo.

He aquí la ciencia cristiana del dolor, la única que da la paz. Sabed que vosotros no estáis solos, ni separados, ni abandonados, ni inútiles; vosotros sois los llamados de Cristo, su viviente y transparente imagen. En su nombre, el Concilio os saluda con amor, os da las gracias, os asegura la amistad y la asistencia de la Iglesia y os bendice.

8 de diciembre de 1965

Cristo fue enviado por el Padre a «evangelizar a los pobres y levantar a los oprimidos» (Lc 4,18), «para buscar y salvar lo que estaba perdido» (Lc 19,10); así también la Iglesia abraza con su amor a todos los afligidos por la debilidad humana; más aún, reconoce en los pobres y en los que sufren la imagen de su Fundador pobre y paciente, se esfuerza en remediar sus necesidades y procura servir en ellos a Cristo.

(Concilio Vaticano II, Constitución Lumen Gentium 8)

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Las medicinas de Dios

Estas “medicinas” de Dios son: el sacramento de la Confesión o Reconciliación, por el que nos reconciliamos con Dios y con la Iglesia, recobramos la paz y nos sanamos espiritualmente; el sacramento de la Unción de los Enfermos, que sana el alma y el cuerpo, ayuda a asumir la enfermedad desde la fe y prepara a esperar con serena confianza el abrazo del Padre Dios, y la Comunión, el encuentro con Jesús Eucaristía, alimento del hombre peregrino, que nos da vida.

El Papa Benedicto XVI insiste en que redescubramos la riqueza de la fe y la belleza de la vida cristiana para ofrecérselas a los hombres sedientos o heridos del mundo de hoy. María, la Madre de Jesús, con su ejemplo e intercesión nos inspira confianza y la voluntad de asumir el dolor, unirlo al sufrimiento de Cristo y convertirlo en signo eficaz de salvación.

Rogamos al Señor que los bendiga y guarde.

Los Obispos de la Comisión de Pastoral de la Salud de Argentina.

* * *

MENSAJE DEL CONCILIO VATICANO II A LOS POBRES, ENFERMOS

Y A TODOS LOS QUE SUFREN Para todos vosotros, hermanos que sufrís, visitados por el dolor en sus diferentes modos, el Concilio tiene un mensaje muy especial. Siente vuestros ojos fijos sobre él, brillantes por la fiebre o abatidos por la fatiga; miradas interrogantes que buscan en vano el porqué del sufrimiento humano y que se preguntan ansiosamente cuándo y de dónde vendrá el consuelo.

Hermanos muy queridos: nosotros sentimos profundamente en nuestros corazones de padres y pastores vuestros gemidos y lamentos. Y nuestra pena aumenta al pensar que no está en nuestro poder el concederos la salud corporal, ni tampoco la disminución de vuestros dolores físicos, que médicos, enfermeros y todos los que se consagran a los enfermos se esfuerzan en aliviar.

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CREDO NICENO CONSTANTINOPOLITANO Creo en un solo Dios, Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible.

Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos.

Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, consubstancial al Padre; por quien todo fue hecho; que por nosotros los hombres y por nuestra salvación, bajó del cielo, (En estas palabras que siguen, hasta se hizo hombre, todos se inclinan) y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre; y por nosotros fue crucificado bajo el poder de Poncio Pilato, padeció y fue sepultado, y resucitó al tercer día según las Escrituras, y subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre; y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos y su reino no tendrá fin.

Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de Vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas.

Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica.

Profeso un solo bautismo para el perdón de los pecados.

Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. Amén.

ORACIÓN DEL DÍA NACIONAL DEL ENFERMO 2012 Nos has bendecido, Señor, con el don de la fe que sana y salva y, en la que todo encuentra sentido.

Señor, en momentos de duda y desconcierto, cuando se imponen el dolor y el miedo o domina el sufrimiento: aumenta nuestra fe, para descubrir tu amor entrañable, tu misericordia que sana las heridas, tu voluntad de conducirnos a la plenitud.

Señor, que en cada acontecimiento de la vida, en la salud o en la enfermedad, en la alegría o en el llanto, pasemos haciendo el bien, siendo testigos de tu amor que salva. Amén.

Conferencia Episcopal Española

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TIEMPO DURANTE EL AÑO - CICLO “B”

DOMINGO TRIGESIMOSEGUNDO

La viuda preparó una pequeña galleta con su harina y la llevó a Elías.

Lectura del primer libro de los Reyes 17, 8-16

La palabra de Señor llegó al profeta Elías en estos términos: «Ve a Sarepta, que pertenece a Sidón, y establécete allí; ahí Yo he ordenado a una viuda que te provea de alimento».

Él partió y se fue a Sarepta. Al llegar a la entrada de la ciudad, vio a una viuda que estaba juntando leña. La llamó y le dijo: «Por favor, tráeme en un jarro un poco de agua para beber». Mientras ella lo iba a buscar, la llamó y le dijo: «Tráeme también en la mano un pedazo de pan».

Pero ella respondió: «¡Por la vida del Señor, tu Dios! No tengo pan cocido, sino sólo un puñado de harina en el tarro y un poco de aceite en el frasco. Apenas recoja un manojo de leña, entraré a preparar un pan para mí y para mi hijo; lo comeremos, y luego moriremos».

Elías le dijo: «No temas. Ve a hacer lo que has dicho, pero antes prepárame con eso una pequeña galleta y tráemela; para ti y para tu hijo lo harás después.

Porque así habla el Señor, el Dios de Israel:

El tarro de harina no se agotará ni el frasco de aceite se vaciará, hasta el día en que el Señor haga llover sobre la superficie del suelo».

Ella se fue e hizo lo que le había dicho Elías, y comieron ella, él y su hijo, durante un tiempo. El tarro de harina no se agotó ni se vació el frasco de aceite, conforme a la palabra que había pronunciado el Señor por medio de Elías.

Palabra de Dios

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ofrecer ayuda concreta. Detenernos junto al enfermo y necesitado, no por curiosidad, sino con disponibilidad y sensibilidad, capaces de compadecernos del que sufre y ofrecer la ayuda eficaz, hasta la entrega de nosotros mismos.

De igual manera, estar cercanos a las familias que llevan la sobrecarga de familiares enfermos, ancianos, con capacidades especiales, o sufren las consecuencias de la violencia o del flagelo de las adicciones, a las que la sociedad actual olvida, saturada de relativismo y permisivismo y lejos del Sumo y Único verdadero Bien, que es Dios, abre el camino de la caridad a las nuevas generaciones.

Por eso es que no podemos permanecer indiferentes ante los cuestionamientos e incoherencias de una sociedad que camina a la deriva, porque ha perdido la brújula de la fe y los mandamientos de Dios. También la ignorancia, sobre todo religiosa, y la ausencia de valores en la vida personal, familiar y social, es una grave situación de pobreza a la que debemos atender.

Queremos mirar con esperanza y positivamente el futuro. Lo podemos hacer porque Jesús camina con nosotros. Él lo dice: “Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20). De esta certeza “debemos sacar un nuevo impulso en la vida cristiana” y “redescubrir el camino de la fe” hacia el encuentro con Cristo. “Ponernos en camino para rescatar a los hombres del desierto y conducirlos al lugar de la vida, hacia la amistad con el Hijo de Dios, hacia Aquel que nos da la vida, y la vida en plenitud” (Porta fidei, n.2).

La riqueza de la fe

Si realmente vivimos la fe como experiencia de encuentro con Cristo, sabremos acercarnos a los hermanos que sufren, llevarles la buena noticia y “vendar las llagas de los corazones rotos”, ofreciéndoles la riqueza de la fe. Tenemos, en efecto, a nuestra disposición, como un don de la misericordia y providencia de Dios, en primer lugar la Palabra de Dios, y también las medicinas de Dios, que son los sacramentos de curación. A través de ellos el amor de Cristo nos libera del pecado que nos esclaviza y enferma, y nos conforta en la debilidad corporal y espiritual.

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con su competencia profesional y tantas veces en silencio, sin hablar de Cristo, lo manifiestan (cf. Homilía, S. Misa Crismal, 21 de abril de 2011).

A María, Madre de Misericordia y Salud de los Enfermos, dirigimos nuestra mirada confiada y nuestra oración; su materna compasión, vivida junto al Hijo agonizante en la Cruz, acompañe y sostenga la fe y la esperanza de cada persona enferma y que sufre en el camino de curación de las heridas del cuerpo y del espíritu.

Os aseguro mi recuerdo en la oración, mientras imparto a cada uno una especial Bendición Apostólica.

Vaticano, 20 de noviembre de 2011, solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo.

* * *

Carta Pastoral a las comunidades

AÑO DE LA FE

“VENDAR LAS LLAGAS DE LOS CORAZONES ROTOS” (Is 61,1)

Queridos hermanos y hermanas en Cristo: El 11 de noviembre es el Día Nacional del Enfermo, en el cual la Iglesia en Argentina quiere llamar la atención y despertar la conciencia de los fieles sobre la realidad del sufrimiento humano.

El lema de este año es: “Vendar las llagas de los corazones rotos”, tomado del Profeta Isaías: “¡El Espíritu del Señor está sobre mí! Porque el Señor me ha ungido. Él me envió a llevar la buena noticia a los pobres, a vendar los corazones heridos, a proclamar la libertad a los presos” (Is 61,1). Y como iluminación presentamos la figura de Jesús que sostiene al herido, según la parábola del Buen Samaritano (Lc 10, 29-37).

Es nuestro deseo que llegue una “buena noticia” a los que sufren, en el alma o en el cuerpo, y a todos los hermanos en la fe un llamado a no pasar de largo ante el dolor del prójimo herido. En la parábola del Buen Samaritano Jesús nos enseña qué actitud tomar ante el hermano caído: no desviar la mirada, sino acercarse, interesarse,

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SALMO Sal 145, 7. 8-9a. 9b y 8d y 10 (R.: 1)

R. ¡Alaba al Señor, alma mía!

O bien:

Aleluia.

El Señor mantiene su fidelidad para siempre, hace justicia a los oprimidos y da pan a los hambrientos. El Señor libera a los cautivos. R.

El Señor abre los ojos de los ciegos y endereza a los que están encorvados. El Señor ama a los justos y protege a los extranjeros. R.

Sustenta al huérfano y a la viuda y entorpece el camino de los malvados. El Señor reina eternamente, reina tu Dios, Sión, a lo largo de las generaciones. R.

Cristo se ofreció una sola vez para quitar los pecados de la multitud.

Lectura de la carta a los Hebreos 9, 24-28

Cristo, en efecto, no entró en un Santuario erigido por manos humanas -simple figura del auténtico Santuario- sino en el cielo, para presentarse delante de Dios en favor nuestro. Y no entró para ofrecerse a sí mismo muchas veces, como lo hace el Sumo Sacerdote que penetra cada año en el Santuario con una sangre que no es la suya. Porque en ese caso, hubiera tenido que padecer muchas veces desde la creación del mundo. En cambio, ahora Él se ha manifestado una sola vez, en la consumación de los tiempos, para abolir el pecado por medio de su Sacrificio.

Y así como el destino de los hombres es morir una sola vez, después de lo cual viene el Juicio, así también Cristo, después de haberse

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ofrecido una sola vez para quitar los pecados de la multitud, aparecerá por segunda vez, ya no en relación con el pecado, sino para salvar a los que lo esperan.

Palabra de Dios

ALELUIA Mt 5, 3 Aleluia.

Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.

Aleluia.

EVANGELIO Esta pobre viuda ha puesto más que cualquiera de los otros.

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 12, 38-44

Jesús enseñaba a la multitud: «Cuídense de los escribas, a quienes les gusta pasearse con largas vestiduras, ser saludados en las plazas y ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los banquetes; que devoran los bienes de las viudas y fingen hacer largas oraciones. Estos serán juzgados con más severidad».

Jesús se sentó frente a la sala del tesoro del Templo y miraba cómo la gente depositaba su limosna. Muchos ricos daban en abundancia. Llegó una viuda de condición humilde y colocó dos pequeñas monedas de cobre.

Entonces Él llamó a sus discípulos y les dijo: «Les aseguro que esta pobre viuda ha puesto más que cualquiera de los otros, porque todos han dado de lo que les sobraba, pero ella, de su indigencia, dio todo lo que poseía, todo lo que tenía para vivir».

Palabra del Señor

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vida ofrecida por amor a Cristo, en la misma misión de la Iglesia. En esta perspectiva, es importante que los sacerdotes que prestan su delicada misión en los hospitales, en las clínicas y en las casas de los enfermos se sientan verdaderos « “ministros de los enfermos”, signo e instrumento de la compasión de Cristo, que debe llegar a todo hombre marcado por el sufrimiento» (Mensaje para la XVIII Jornada Mundial del Enfermo, 22 de noviembre de 2009).

La conformación con el misterio pascual de Cristo, realizada también mediante la práctica de la comunión espiritual, asume un significado muy particular cuando la eucaristía se administra y se recibe como viático. En ese momento de la existencia, resuenan de modo aún más incisivo las palabras del Señor: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día” (Jn 6,54). En efecto, la eucaristía, sobre todo como viático, es –según la definición de san Ignacio de Antioquia– “fármaco de inmortalidad, antídoto contra la muerte” (Carta a los Efesios, 20: PG 5, 661), sacramento del paso de la muerte a la vida, de este mundo al Padre, que a todos espera en la Jerusalén celeste.

5. El tema de este Mensaje para la XX Jornada Mundial del Enfermo, “¡Levántate, vete; tu fe te ha salvado!”, se refiere también al próximo “Año de la fe”, que comenzará el 11 de octubre de 2012, ocasión propicia y preciosa para redescubrir la fuerza y la belleza de la fe, para profundizar sus contenidos y para testimoniarla en la vida de cada día (cf. Carta ap. Porta fidei, 11 de octubre de 2011). Deseo animar a los enfermos y a los que sufren a encontrar siempre en la fe un ancla segura, alimentada por la escucha de la palabra de Dios, la oración personal y los sacramentos, a la vez que invito a los pastores a facilitar a los enfermos su celebración. Que los sacerdotes, siguiendo el ejemplo del Buen Pastor y como guías de la grey que les ha sido confiada, se muestren llenos de alegría, atentos con los más débiles, los sencillos, los pecadores, manifestando la infinita misericordia de Dios con las confortadoras palabras de la esperanza (cf. S. Agustín, Carta 95, 1: PL 33, 351-352).

A todos los que trabajan en el mundo de la salud, como también a las familias que en sus propios miembros ven el rostro sufriente del Señor Jesús, renuevo mi agradecimiento y el de la Iglesia, porque,

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Crismal, 1 de abril de 2010). En la unción de los enfermos, la materia sacramental del óleo se nos ofrece, por decirlo así, “como medicina de Dios… que ahora nos da la certeza de su bondad, que nos debe fortalecer y consolar, pero que, al mismo tiempo, y más allá de la enfermedad, remite a la curación definitiva, a la resurrección (cf. St 5,14)” (ibíd.).

Este sacramento merece hoy una mayor consideración, tanto en la reflexión teológica como en la acción pastoral con los enfermos. Valorizando los contenidos de la oración litúrgica que se adaptan a las diversas situaciones humanas unidas a la enfermedad, y no sólo cuando se ha llegado al final de la vida (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1514), la unción de los enfermos no debe ser considerada como “un sacramento menor” respecto a los otros. La atención y el cuidado pastoral hacia los enfermos, por un lado es señal de la ternura de Dios con los que sufren, y por otro lado beneficia también espiritualmente a los sacerdotes y a toda la comunidad cristiana, sabiendo que todo lo que se hace con el más pequeño, se hace con el mismo Jesús (cf. Mt 25,40).

4. A propósito de los “sacramentos de la curación”, san Agustín afirma: “Dios cura todas tus enfermedades. No temas, pues: todas tus enfermedades serán curadas… Tú sólo debes dejar que él te cure y no rechazar sus manos” (Exposición sobre el salmo 102, 5: PL 36, 1319-1320). Se trata de medios preciosos de la gracia de Dios, que ayudan al enfermo a conformarse, cada vez con más plenitud, con el misterio de la muerte y resurrección de Cristo. Junto a estos dos sacramentos, quisiera también subrayar la importancia de la eucaristía. Cuando se recibe en el momento de la enfermedad contribuye de manera singular a realizar esta transformación, asociando a quien se nutre con el Cuerpo y la Sangre de Jesús al ofrecimiento que él ha hecho de sí mismo al Padre para la salvación de todos. Toda la comunidad eclesial, y la comunidad parroquial en particular, han de asegurar la posibilidad de acercarse con frecuencia a la comunión sacramental a quienes, por motivos de salud o de edad, no pueden ir a los lugares de culto. De este modo, a estos hermanos y hermanas se les ofrece la posibilidad de reforzar la relación con Cristo crucificado y resucitado, participando, con su

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Guión para la santa Misa (Domingo 32° “durante el año”)

Ambientación Hermanos: en este nuevo domingo del Año de la Fe en el que las lecturas de la Misa nos proponen el compartir cristiano, la Iglesia en Argentina celebra el día nacional del enfermo bajo el lema:

“VENDAR LAS LLAGAS DE LOS CORAZONES ROTOS” (Is 61,1)

Nos dice el Papa Benedicto XVI en la Carta con la que convoca este Año especial que estamos viviendo (Nº 14): “El Año de la Fe será también una buena oportunidad para intensificar el testimonio de la caridad (…). Las palabras de Jesús: «Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt

25, 40), son una advertencia que no se ha de olvidar, y una invitación perenne a devolver ese amor con el que él cuida de nosotros. Es la fe la que nos permite reconocer a Cristo (en el necesitado), y es su mismo amor el que impulsa a socorrerlo cada vez que se hace nuestro prójimo en el camino de la vida” .

Este día nacional del enfermo es una ocasión privilegiada para ejercitar nuestra fe, orando con y por los que sufren y para reflexionar sobre nuestra solidaridad para con Cristo presente en ellos. Este día es también tiempo para dar gracias a Dios Padre por los gestos de hospitalidad de tantos voluntarios y voluntarias que son, en los lugares de dolor, palabra viva de esperanza y de consuelo.

Entrada (luego del Saludo inicial del Sacerdote):

Todos juntos formamos en torno a la mesa la comunidad que refleja la realidad del Cristo completo, terapeuta y paciente al mismo tiempo. De esta forma, la Eucaristía puede ser sentida y expresada como lo que esa palabra significa: acción de gracias.

Acto Penitencial Conscientes de nuestras dificultades, limitaciones y fragilidades, acudimos con confianza a la misericordia de Dios.

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• Tú que conoces que somos de barro. Por las veces que no escuchamos. SEÑOR, TEN PIEDAD.

• Tú que curaste a los enfermos. Por las veces en que nuestro amor es pobre. CRISTO, TEN PIEDAD .

• Tú que nos alimentas con la Palabra y con la Eucaristía. Por las veces en que somos flojos y cobardes para anunciarte a Ti, nuestra Esperanza. SEÑOR, TEN PIEDAD.

Liturgia de la Palabra Primera lectura: El profeta, cansado y hambriento, pide ayuda a una mujer pobre. Este relato nos prepara para escuchar el Evangelio de hoy.

Segunda lectura: Cristo volverá al fin de los tiempos para salvar a los que lo esperan. Comprometámonos también nosotros a anunciar esta Esperanza.

Evangelio: El valor del compartir no radica sólo en la cantidad. Escuchemos la enseñanza de Jesús al respecto.

Introducción al encender las velas del cirio pascual El cirio pascual encendido es signo y presencia de Cristo Resucitado, Luz del mundo. En el Bautismo se nos ha dado esta Luz, para ser siempre iluminados como hijos de la Luz y, perseverando en la fe, poder algún día salir con todos los santos en el cielo al encuentro del Señor. Esta luz que encendemos es signo de la fe que profesamos.

Introducción antes de recitar el Símbolo o Profesión de la fe (La hace quien preside la celebración)

«Profesar la fe en la Trinidad –Padre, Hijo y Espíritu Santo– equivale a creer en un solo Dios que es Amor (Cf. 1Jn 4,8): el Padre, que en la plenitud de los tiempos envió a su Hijo para nuestra salvación; Jesucristo, que en el misterio de su muerte y resurrección redimió al mundo; el Espíritu Santo, que guía a la Iglesia a través de los siglos en la espera del retorno glorioso del Señor» (Porta fidei, n. 1).

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rechazo de la comunión les ha encerrado en el aislamiento y en la división, los llama a reunirse en torno a su mesa, en la alegría de la fiesta del perdón y la reconciliación. El momento del sufrimiento, en el cual podría surgir la tentación de abandonarse al desaliento y a la desesperación, puede transformarse en tiempo de gracia para recapacitar y, como el hijo pródigo de la parábola, reflexionar sobre la propia vida, reconociendo los errores y fallos, sentir la nostalgia del abrazo del Padre y recorrer el camino de regreso a casa. Él, con su gran amor vela siempre y en cualquier circunstancia sobre nuestra existencia y nos espera para ofrecer, a cada hijo que vuelve a él, el don de la plena reconciliación y de la alegría.

3. De la lectura del Evangelio emerge, claramente, cómo Jesús ha mostrado una particular predilección por los enfermos. Él no sólo ha enviado a sus discípulos a curar las heridas (cf. Mt 10,8; Lc 9,2; 10,9), sino que también ha instituido para ellos un sacramento específico: la unción de los enfermos. La carta de Santiago atestigua la presencia de este gesto sacramental ya en la primera comunidad cristiana (cf. 5,14-16): con la unción de los enfermos, acompañada con la oración de los presbíteros, toda la Iglesia encomienda a los enfermos al Señor sufriente y glorificado, para que les alivie sus penas y los salve; es más, les exhorta a unirse espiritualmente a la pasión y a la muerte de Cristo, para contribuir, de este modo, al bien del Pueblo de Dios.

Este sacramento nos lleva a contemplar el doble misterio del monte de los Olivos, donde Jesús dramáticamente encuentra, aceptándola, la vía que le indicaba el Padre, la de la pasión, la del supremo acto de amor. En esa hora de prueba, él es el mediador “llevando en sí mismo, asumiendo en sí mismo el sufrimiento de la pasión del mundo, transformándolo en grito hacia Dios, llevándolo ante los ojos de Dios y poniéndolo en sus manos, llevándolo así realmente al momento de la redención” (Lectio divina, Encuentro con el clero de Roma, 18 de febrero de 2010). Pero “el Huerto de los Olivos es también el lugar desde el cual ascendió al Padre, y es por tanto el lugar de la Redención… Este doble misterio del monte de los Olivos está siempre “activo” también en el óleo sacramental de la Iglesia… signo de la bondad de Dios que llega a nosotros” (Homilía, S. Misa

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actúa la proximidad Dios mismo, el cual, de manera absolutamente gratuita, “nos toca por medio de realidades materiales…, que él toma a su servicio y las convierte en instrumentos del encuentro entre nosotros y Él mismo” (Homilía, S. Misa Crismal, 1 de abril de 2010). “La unidad entre creación y redención se hace visible. Los sacramentos son expresión de la corporeidad de nuestra fe, que abraza cuerpo y alma, al hombre entero” (Homilía, S. Misa Crismal, 21 de abril de 2011).

La tarea principal de la Iglesia es, ciertamente, el anuncio del Reino de Dios, «pero precisamente este mismo anuncio debe ser un proceso de curación: “…para curar los corazones desgarrados” (Is 61,1)» (ibíd.), según la misión que Jesús confió a sus discípulos (cf. Lc 9,1-2; Mt 10,1.5-14; Mc 6,7-13). El binomio entre salud física y renovación del alma lacerada nos ayuda, pues, a comprender mejor los “sacramentos de curación”.

2. El sacramento de la penitencia ha sido, a menudo, el centro de reflexión de los pastores de la Iglesia, por su gran importancia en el camino de la vida cristiana, ya que “toda la fuerza de la Penitencia consiste en que nos restituye a la gracia de Dios y nos une a Él con profunda amistad” (Catecismo de la Iglesia Católica, 1468). La Iglesia, continuando el anuncio de perdón y reconciliación, proclamado por Jesús, no cesa de invitar a toda la humanidad a convertirse y a creer en el Evangelio. Así lo dice el apóstol Pablo: “Nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo os exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo, os pedimos que os reconciliéis con Dios” (2 Co 5,20). Jesús, con su vida anuncia y hace presente la misericordia del Padre. Él no ha venido para condenar, sino para perdonar y salvar, para dar esperanza incluso en la oscuridad más profunda del sufrimiento y del pecado, para dar la vida eterna; así, en el sacramento de la penitencia, en la “medicina de la confesión”, la experiencia del pecado no degenera en desesperación, sino que encuentra el amor que perdona y transforma (cf. Juan Pablo II, Exhortación ap. postsin. Reconciliatio et Paenitentia, 31).

Dios, “rico en misericordia” (Ef 2,4), como el padre de la parábola evangélica (cf. Lc 15, 11-32), no cierra el corazón a ninguno de sus hijos, sino que los espera, los busca, los alcanza allí donde el

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(Guía) La fe es luz que ilumina nuestra vida. Con la fe vemos la realidad desde otro punto de vista. La fe nos abre el horizonte hacia Jesús. El que cree nunca está solo. La fe es así fuerza de la vida. Gracias, Señor, por el don de la fe. Creemos, Señor, aumenta nuestra fe.

Todos recitemos ahora en forma pausada y solemne el Símbolo de nuestra Fe.

Oración de los Fieles A cada intención respondemos: ¡Enséñanos, Señor, a compartir!

† Por la Iglesia que está viviendo el Año de la Fe, para que, como María, seamos escucha, caridad y anuncio junto a la cruz de los que sufren. Oremos.

† Por la prioridad diocesana: que, a través de decididos evangelizadores, los jóvenes que no están incluidos en nuestras Comunidades puedan encontrar cercanía y contención, y la esperanza y caridad que vienen del encuentro con Cristo. Oremos.

† Para que el derecho a la salud y a la asistencia sanitaria pueda ser ejercido por todos los ciudadanos argentinos, sin excepción. Oremos.

† Por los que están enfermos y por sus familias para que, por intercesión de María, Salud de los enfermos, sean escuchados en sus necesidades, y para que experimenten en todo momento la cercanía del Padre. Oremos.

† Por todos los Voluntarios y Voluntarias de la Pastoral de la Salud, especialmente por quienes en este día hacen oficialmente su promesa de servir a los que sufren y reciben el envío de la Iglesia, que Jesús, buen samaritano, les conceda el don de seguir sirviendo con desinterés, competencia y alegría. Oremos.

† Para que cada día surjan en nuestras Comunidades parroquiales muchas vocaciones al servicio del Evangelio: jóvenes para nuestro Seminario y los Noviciados, y Voluntarios y Voluntarias para acompañar a los que sufren. Oremos.

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Presentación de Ofrendas Dirigiéndose a los enfermos, escribieron los Obispos del Concilio Vaticano II: “Ustedes son los hermanos de Cristo paciente y con El, si quieren, salvan al mundo”. En este momento de las Ofrendas, ofrezcamos también nuestros sufrimientos para que, unidos a la Pascua del Señor que enseguida se actualizará en al Altar, den fruto para la vida del mundo. Entreguemos también todo lo que en la Iglesia se hace para consolar y anunciar el Evangelio.

Comunión En la Eucaristía descubrimos el verdadero rostro de Dios, tenemos la certeza para mirar el futuro y la garantía de un amor auténtico y duradero. Vayamos al encuentro del Señor Sacramentado.

Acción de Gracias: se puede rezar la oración del día nacional del enfermo.

Salida Acabamos de recibir la bendición de Dios. Que seamos desde ahora, con nuestras obras, portadores de esta misma bendición. El Señor nos ha fortalecido para “VENDAR LAS LLAGAS DE LOS CORAZONES ROTOS” (Is 61,1). Vayamos como la Virgen de la Visitación, con prontitud y alegría.

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MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI CON OCASIÓN DE LA XX JORNADA MUNDIAL

DEL ENFERMO (11 de febrero de 2012)

“¡Levántate, vete; tu fe te ha salvado!” (Lc 17,19)

¡Queridos hermanos y hermanas!

En ocasión de la Jornada Mundial del Enfermo, que celebraremos el próximo 11 de febrero de 2012, memoria de la Bienaventurada Virgen de Lourdes, deseo renovar mi cercanía espiritual a todos los enfermos que se están hospitalizados o son atendidos por las

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familias, y expreso a cada uno la solicitud y el afecto de toda la Iglesia. En la acogida generosa y afectuosa de cada vida humana, sobre todo la débil y enferma, el cristiano expresa un aspecto importante de su testimonio evangélico siguiendo el ejemplo de Cristo, que se ha inclinado ante los sufrimientos materiales y espirituales del hombre para curarlos.

1. Este año, que constituye la preparación más inmediata para la solemne Jornada Mundial del Enfermo, que se celebrará en Alemania el 11 de febrero de 2013, y que se centrará en la emblemática figura evangélica del samaritano (cf. Lc 10,29-37), quisiera poner el acento en los “sacramentos de curación”, es decir, en el sacramento de la penitencia y de la reconciliación, y en el de la unción de los enfermos, que culminan de manera natural en la comunión eucarística.

El encuentro de Jesús con los diez leprosos, descrito en el Evangelio de san Lucas (cf. Lc 17,11-19), y en particular las palabras que el Señor dirige a uno de ellos: “¡Levántate, vete; tu fe te ha salvado!” (v. 19), ayudan a tomar conciencia de la importancia de la fe para quienes, agobiados por el sufrimiento y la enfermedad, se acercan al Señor. En el encuentro con él, pueden experimentar realmente que ¡quien cree no está nunca solo! En efecto, Dios por medio de su Hijo, no nos abandona en nuestras angustias y sufrimientos, está junto a nosotros, nos ayuda a llevarlas y desea curar nuestro corazón en lo más profundo (cf. Mc 2,1-12).

La fe de aquel leproso que, a diferencia de los otros, al verse sanado, vuelve enseguida a Jesús lleno de asombro y de alegría para manifestarle su reconocimiento, deja entrever que la salud recuperada es signo de algo más precioso que la simple curación física, es signo de la salvación que Dios nos da a través de Cristo, y que se expresa con las palabras de Jesús: tu fe te ha salvado. Quien invoca al Señor en su sufrimiento y enfermedad, está seguro de que su amor no le abandona nunca, y de que el amor de la Iglesia, que continúa en el tiempo su obra de salvación, nunca le faltará. La curación física, expresión de la salvación más profunda, revela así la importancia que el hombre, en su integridad de alma y cuerpo, tiene para el Señor. Cada uno de los sacramentos, además, expresa y