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Crespo, Jorge Iván. - 1a ed. - Vicente López: Jorge Crespo Ediciones, 2013. E-Book. ISBN 978-987-27241-2-2 1. Narrativa Argentina. 2. Cuentos. I. Título. CDD A863

Diseño de la Portada: Pablo Crespo

© 2013, Jorge Crespo

© 2013, Jorge Crespo Ediciones http://jcedit.wordpress.com/

1ª edición: Abril de 2013

ISBN 978-987-27241-2-2

Editado en la Argentina

Queda hecho el depósito que establece la Ley 11723

Esta historia sólo puede ser impresa para uso personal. No se permite la reproducción parcial o total con otros fines, cualesquiera sean éstos, la traducción a otros idiomas

o la modificación de la trama, la transmisión o la transformación, en cualquier forma o por cualquier medio, ni el empleo como fuente para la producción de otras obras

artísticas de cualquier tipo sin el permiso previo y escrito del autor.

Los acontecimientos, nombres y personajes incluidos en esta historia son ficticios. Cualquier semejanza con personas reales, vivas o muertas, o eventos,

productos, empresas o instituciones reales, en especial con sus nombres o denominaciones, o con otras historias de ficción, en todo o en parte,

es mera coincidencia, y no harán lugar a acción legal alguna.

El autor asume la total responsabilidad por el empleo de modismos locales muy comunes en Buenos Aires y sus suburbios, los cuales se apartan de las reglas

gramaticales del idioma, como así también por todos los errores de ortografía y sintaxis que aparezcan en el texto.

IVAN

Jorge Crespo

Para Iván. Que comenzó mordiéndome la oreja y terminó adueñándose de mi corazón.

La imaginación es un don maravilloso. Muchas personas lo pierden con el paso del tiempo. Es fácil identificarlas. Nunca sonríen mientras viajan solas en el subte.

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1 Confidencias Nocturnas Ale se quedó muy quieto, con los ojos cerrados. Papá salió suavemente del dormitorio, dejando la puerta entornada. Era un buen truco. Casi no podía seguir adelante con la historia que noche tras noche inventaba para ayudarlo a dormirse. Debía esperar un poco para darle tiempo a que se acostara junto a mamá, que ya se hallaba en el mundo de los sueños, y cayera agotado por el cansancio de un largo día de trabajo. Pocos instantes más tarde percibió el salto del gato y sus movimientos para acomodarse a los pies de la cama. Señal que todo estaba en calma. Abrió los ojos y giró la cabeza sonriendo. La escasa luz de la lámpara que quedaba encendida se reflejaba en las dos esferas amarillas fijas en él y hacía brillar el pelaje totalmente negro del felino. Miró la camita junto a la ventana. Su hermana menor, Lucía, dormía profundamente desde que empezara el cuento. No se había movido. Se volvió hacia su compañero. — Hola Iván. El niño lo saludó muy despacio, casi en un susurro. — ¿Qué tal la cena? Mamá hizo milanesas con puré. El gato bostezó lentamente, abriendo muy grande la boca. Sus largos colmillos parecían los de las víboras en los documentales. Impresionantes. — No te burles de mí. Yo comí lo de siempre. Esas piedritas de porquería. Su voz suave tenía un tono grave, como surgida del fondo de una caverna. No sonaba enojada en absoluto. Su dueño vivía haciéndole bromas. Alejandro decidió que vendrían bien algunas palabras de elogio. — Es un alimento muy bueno. Fijate lo grande y fuerte que estás luego de comerlo por casi tres años. Tenés el pelo sedoso, y uñas y dientes de acero. — Ajá. Grande, fuerte, y aburrido. Cerró los ojos y apoyó su cabeza sobre las patas delanteras estiradas, disponiéndose a dormir, pero su última palabra obligó al chico a incorporarse levemente de la almohada. — Supongo que lo de aburrido se refiere sólo a la comida. No negarás que tenemos aventuras fascinantes, los dos juntos. Aunque algunas veces me asusto un poco. ¿Qué planeabas hacer esta noche? Es temprano todavía. — Mejor que descanses. Le dijiste a Laura que habías jugado toda la tarde en el Jardín. Ni siquiera abrió los ojos. Ale se dio cuenta de inmediato que su amigo le estaba recriminando haberle mentido a mamá. Era imposible engañarlo. Además Iván sabía que se llevaba bien con muy pocos chicos del grupo. La mayoría se burlaba de sus historias. — Me peleé con Adrián y estuve un rato largo mirando los autos, solo, contra la verja. Vino muy enojado de su casa y me dijo que el planeta Tabor, con su gran mar azul, sus densos bosques y sus altas montañas nevadas, no existía. ¿Acaso no hemos volado largo rato sobre él durante la escapada del domingo pasado? Ahora Iván lo miraba fijamente, levantado un poco la cabeza. — Si no vas a dormir podemos ver todo este asunto, paso por paso. Primero, hay algo que me parece mal. Me imagino que sabés a qué me refiero. — Si. Debía haberle dicho la verdad a mamá. — Muy bien. Tratá de acordarte para que no ocurra de nuevo. Segundo, Adrián es, sin duda, tu mejor amigo, y te aprecia mucho. Probablemente hoy haya tenido un mal día. De todos modos tu actitud no ha sido correcta. ¿Qué harás mañana cuando lo veas? — Pedirle disculpas por la pelea, sin intentar convencerlo que Tabor existe. El gato siguió con los ojos amarillos clavados en el chico, y volvió a apoyar la cabeza sobre las patas, con paciencia, preparándose para un discurso largo. — No hables para nada del planeta. Los otros chicos, aun siendo buenos amigos, no tienen un compinche como yo, duermen por las noches y no creen tus cuentos. Algunos, cuando piensan en ellos, se sienten tristes, o enojados, porque no pueden intervenir. — Siempre has desaprobado las charlas con mis compañeros. Creo que no sería honesto con ellos si mantuviera en secreto nuestras visitas a otros mundos.

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— En este caso es necesario, porque vamos a iniciar una expedición peligrosa, que nos llevará cierto tiempo, y no quiero que los krayanos se enteren de nuestros movimientos. Tienen espías muy hábiles y podrían anticiparse y tendernos alguna trampa. De repente Ale sintió frío. Tiró un poco de la frazada para taparse mejor, pero no fue capaz de moverla por el peso del gato. Iván nunca decía una cosa por otra y él había oído con claridad la palabra “peligrosa”. Lo demás era algo confuso. — No me comentaste nada cuando volamos sobre Tabor. — Bueno, he estado pensando en este asunto desde el domingo y creo que voy a necesitar tu ayuda. Ya estás preparado para las cosas importantes. Se trata de lograr un objetivo vital y no de pasear admirando el paisaje. De todos modos es normal que tengas algo de miedo. Todavía sos un niño pequeño y puedo ir solo. Ale sacudió la cabeza. Las ultimas palabras parecían ser una triquiñuela del gato para obligarlo a decir que sí. Decidió demorar un poco la decisión. — No sé qué debemos hacer. — Quizás antes de hablar de nuestra misión debería contarte algo más sobre Tabor, para que sepas dónde tendremos que movernos. Como viste durante el vuelo es un planeta muy similar a La Tierra. Hay praderas y desiertos, lagos, montes y ríos, igual que aquí. En algunos lugares hace frío, y en otros mucho calor. — ¿Y también personas, animales y plantas? — Si, aunque con ciertas diferencias. Trataré de explicarlo de manera sencilla. Allí existen tres mundos distintos. El primero es la Comarca de Tikon, habitada por seres humanos, semejantes a ustedes. Las plantas y animales son también iguales. Aún no han progresado hasta alcanzar los actuales adelantos terrestres, si bien lo harán en el futuro. Los gobierna un rey, como el que viste en la televisión hace unas dos semanas. — El rey Arturo. El de la espada en la piedra. — En Tikon se llama Aball, y es muy viejito. Prosigamos. Al este, cruzando el Mar Silencioso se hallan los Parajes de Kraya. Sus habitantes son descendientes de los reptiles, y por su aspecto suelen provocar temor en los humanos. Les encanta pelear, dominar a otros pueblos, y muchas veces, matar a los que se resisten. Tienen una gran inteligencia y la emplean para llevar a cabo sus conquistas. Son muy peligrosos. Y algunas plantas y animales también. Alejandro apretaba fuertemente el borde de la frazada, inmóvil. Sus ojos verdes, muy abiertos, daban una clara idea de lo que pensaba sobre Kraya. El gato continuó, simulando que no había notado la angustia de su amigo. — Y finalmente tenemos al Mundo de Lurac, algo difícil de explicar. Es el reino de la magia y lo integran diferentes clases de duendes. No tiene límites, porque pueden estar en cualquier lugar de Tabor en el momento que deseen. Siempre dicen que el planeta entero les pertenece. Y los duendes son capaces de transformarse en lo que se les antoje. — Eso es imposible. — Para ellos no lo es. La ilusión es perfecta. Sólo un duende Kraf puede detectar algo irreal, y únicamente un duende Ming es capaz de deshacer una transformación. En general no causan problemas. Sin embargo algunos de ellos están colaborando con los krayanos en sus correrías, con lo cual el peligro para los humanos ha aumentado muchísimo. — ¿Y por qué tenemos que ir nosotros? Esta vez el susurro de Ale fue como un suspiro. Apenas se escuchó en el dormitorio. — Dejame terminar el panorama completo. Los humanos han sido informados que sus vecinos preparan una gigantesca expedición conquistadora, y a pesar de su ferocidad, no dudan que al final lograrán vencer a aquéllos que puedan atravesar a salvo el Mar Silencioso. Los krayanos son más grandes, fuertes y sanguinarios, pero se mueven lentamente, y ellos tienen una mayor agilidad en los combates y su número y armamento es superior. Los ojos de Iván brillaban ahora como al acechar una presa. — Por su lado los lagartos saben que será muy difícil derrotar a los ejércitos del rey Aball y han raptado a su bisnieta para poder presionarlo si las cosas no salen como lo planearan. — ¿Cuándo te enteraste? ¿Quién te lo dijo? — El sábado, antes del vuelo nocturno. Y lo sé porque estoy conectado con un viejo duende, a quien le debo algunos favores.

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Azotó la frazada con la cola. Solía sacudirla en sus momentos de tensión. — Me ha pedido que intervenga para rescatar a Ingar porque el rapto sólo pudo llevarse a cabo con la ayuda de los luracianos y, según su opinión, el mundo mágico debe siempre mantenerse al margen de los problemas entre humanos y reptiles. — ¿Rescatarla? No debe ser fácil. — Por supuesto. No obstante, creo que es posible, y me gustaría que me acompañaras. Ingar es más o menos de tu edad, y se parece mucho a tu compañera del Jardín, la flaquita que tiene ojos celestes y el pelo rubio atado con una cinta, formando una colita. Vanina. Repentinamente Alejandro se sintió más tranquilo. El gato lo estaba engañando. La descripción de la chica lo había delatado. Vanina era su novia en la Salita Verde, y toda la historia parecía ahora una invención suya para burlarse de él. Decidió seguirle la corriente. — De acuerdo. Iré contigo. ¿Cuándo empezamos? — Gracias. Mañana viernes, por la noche. Durante el día me pondré en contacto con mi amigo para que prepare las cosas en Tabor. En primer lugar visitaremos a la gente de Tikon. Ya tenés una idea general, y conviene descansar todo lo posible. Dormí tranquilo. Se hizo un ovillo y dejó de moverse. Ale se dio vuelta muy despacio, se abrazó a la almohada y cerró los ojos. Tardó un rato largo en dormirse. Por su mente pasaron un montón de figuras imaginarias.

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2 La Tormenta El barco era sólo un minúsculo objeto extraño, moviéndose dificultosamente entre las grandes olas del Mar Silencioso, demasiado cerca de los farallones rocosos que formaba la cordillera de Lenard al hundirse en las aguas. El día, luminoso y calmo en la mañana, en pocos minutos se había transformado en un abismo negro al desatarse una de las tormentas repentinas a las que debía su nefasta fama. Bajo una lluvia implacable luchaba bravamente con todos los fuegos de sus faroles estancos encendidos. El propio comandante Gullam, quien rápidamente hiciera arriar todas las velas para evitar que el fuerte viento las destrozara, dirigía las maniobras de pie en la cubierta inferior, alternando el grupo de remeros que actuaba a la vez según los embates de las olas, tal de mantenerse a una distancia prudencial de la costa. Sus hombres, aunque fuertes y experimentados, ya sentían el agotamiento, si bien no cesaban de esforzarse al máximo ante cada orden suya. En la cubierta superior los soldados de la Guardia Real, empapados por el aguacero y el oleaje que superaba las barandas, se hallaban sentados contra éstas, sujetándose fuertemente de las cuerdas de seguridad para no ser arrastrados de manera imprevista. El veterano capitán había desmontado la barra del timón, asegurándola bajo la toldilla del puente de popa, la cual, a decir verdad, no protegía en absoluto a los allí presentes. Apoyado en la baranda de babor se encontraba el joven rey Aball, sentado junto a un individuo de mayor edad y porte imponente. Las ropas de ambos chorreaban con profusión, y el flamante mandatario no estaba realmente a gusto. Su preocupación era evidente. Acerco la cabeza a su compañero para que pudiera oírlo por sobre el rugido de la tormenta. — No debí haber aceptado la invitación de mi primo. Repentinamente el viaje se ha convertido en una pesadilla y estoy arriesgando la vida de un montón de valientes. — Nada serio pasará aquí. Las olas y el viento no pueden compararse con las que he visto mar adentro. Incontables naves varias veces más grandes han desaparecido en los primeros treinta segundos de algunas de sus tempestades. En un rato todo volverá a la calma. Sus ojos mostraban una seguridad absoluta. Por otra parte no utilizaba el protocolo de rutina al dirigirse a su soberano, lo cual indicaba un rango muy alto. Aball decidió pasar directamente al asunto que deseaba tratar. — Dime, Lamar, viejo amigo. ¿Por qué has venido? Una tenue sonrisa curvó los labios apretados del mayor. — Tardaste bastante en preguntarlo. — Bueno, sabía que sería imposible disuadirte, pero antes que surja alguna de las gigantescas serpientes marinas de las que hablan los pescadores y me devore de un bocado, quisiera tener una idea de lo que ronda en tu mente. Desde pequeño haz sido mi guía y mi instructor, y en los últimos dos años, al enfermarse y morir mi padre, haz llevado adelante a Tikon con honestidad y criterio. Tu hijo es ahora el jefe de mis ejércitos. Debería estar sentado en tu lugar. La mirada de Lamar se oscureció. Bajó los ojos hacia los hilos de agua que dejaban las olas al retirarse del puente. — Sentí la obligación de acompañarte. No hay que olvidar que yo derroté a tu tío Gotib y causé su destierro y el de sus seguidores, antes que nacieras. Nada supimos de ellos hasta recibir la sorpresiva invitación de un primo al que no conocés. — Gotib, por lo que todos dicen, estaba un poco loco. Sus deseos de conquista no tenían nada que envidiarle a aquéllos típicos de los krayanos. Quizás podamos obtener una alianza con su hijo, y agrupar definitivamente a los humanos. En paz. El veterano general no contestó. Se limitó a girar la cabeza y mirar hacia la baranda de estribor. — ¡Ah! Tengo la impresión que estuviste hablando con Raluc. El otro viajero inesperado. Sentado allí se encontraba un anciano escuálido, con sus largos caballos blancos empapados, tanto como la túnica rústica que lo cubría desde el cuello hasta los pies. Sujeto a una soga con su brazo derecho parecía una estatua, excepto por el casi imperceptible brillo de fuego de sus ojos negros y por el leve movimiento de los dedos de su mano izquierda, que acariciaban muy despacio la cabezota de un jaguar de respetable tamaño, acostado a su lado.

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Para el animal era común meterse en el agua. No obstante, allí había demasiada para su gusto y se mantenía quieto apoyado en el vientre, con las uñas clavadas en las tablas. Podría llegar a suponerse que el accionar de su amo tenía por objeto tranquilizarlo, mas un observador ducho habría notado que sus ojos amarillentos no mostraban temor alguno. Aball dio un rápido vistazo al mar circundante y en el momento de menor peligro cruzó el puente y se ubicó junto al viejo, en el costado opuesto al de su imponente compañero. Aquél, previendo las intenciones del rey, cerró los ojos un instante, concentrándose, y todos los sonidos alrededor del grupo se atenuaron misteriosamente para permitirles hablar. — Muy efectivo. ¿No podrías hacer algo semejante para que este infierno termine? — No es necesario usar la magia para eso. En poco rato la tormenta desaparecerá y podremos apreciar la puesta del sol. Su voz profunda y pausada no dejaba de sorprender al joven. — Raluc, hace más de quince años que no nos veíamos, y seguís tan viejo como siempre. Has estado mucho tiempo recluido. Francamente, no esperaba tu compañía. — Las dudas de Lamar sobre este asunto me han llevado a analizarlo y, contrariamente a mis costumbres, he decidido revolotear a tu alrededor en los próximos días. Se avecinan hechos de trascendental importancia para los humanos. — ¿Podrías darme más detalles? — No es conveniente. Debes vivirlo por ti mismo. De cualquier modo cuentas con mi consejo y mi experiencia. — Gracias. Pero aún estoy intrigado por la decisión del general de venir personalmente. Quizás sea un motivo de irritación para nuestros anfitriones. El anciano alzó la cabeza, miró el cielo alrededor de la nave, y luego volvió sus ojos al rey. — Creo que eso puedo explicarlo. La lluvia se mantendrá hasta que termine. Aball se tomó de la cuerda y estiró las piernas, dispuesto a escuchar. — Veamos. La antigua civilización de los Erkas, en el valle del río Verel, es reconocida como el origen común de todos los pueblos que habitan actualmente la Comarca de Tikon. Sus simples tareas, cultivar la tierra y criar animales, no les impidieron pensar en sí mismos como especie, y dejarnos sus conclusiones. Casi todas son sorprendentes por su sencillez y practicidad, y para mí siguen teniendo una validez universal. El rey se distrajo un instante. El jaguar tenía las orejas paradas, y parecía atento al relato de su amo. Seguramente sólo era un acto reflejo al oír su voz. — La actitud de Lamar es una respuesta condicionada por una de ellas. Los Erkas alguna vez dijeron “los seres vivos nacen, crecen, se reproducen y mueren”. Obvio, por supuesto. Aunque más profundo de lo que parece. — Un momento. Un momento. Eso es válido para los animales inferiores. Es una simplificación grosera en el caso de los seres humanos. Nuestra inteligencia nos permite crear cosas, desde un ánfora a un maravilloso cuadro, componer música y tocarla en los instrumentos apropiados, cantar, escribir obras literarias, curar muchas enfermedades y dedicarnos al estudio de ciencias abstractas del pensamiento, sólo por citar algunas de nuestras habilidades. Nos comunicamos, tenemos sentimientos, podemos reír y llorar. Y día a día la evolución es evidente. — Tu reacción es la que acostumbro escuchar hablando de este tema. Y todo lo que has dicho es correcto. Veámoslo un poco en detalle. Antes que nada quisiera sugerirte cambiar evolución por progreso. Su uso lleva casi siempre a una confusión profunda. Los seres humanos, una vez estabilizadas sus características como especie, no han evolucionado. Para entenderlo mejor, lo hubieran hecho si por ejemplo todo el grupo que está mojándose hasta los tuétanos para acudir a una cita, simplemente se hubiera trasladado en cuestión de segundos al lugar del encuentro con sólo desearlo, como los duendes. Claro que entonces ya no serían humanos, y en cambio pertenecerían a una especie superior. Raluc se movió levemente, cambiando de posición. — No te falta razón. Estoy muy viejo y me duele todo el cuerpo por la inmovilidad. Analicemos a los krayanos. Ellos evolucionaron a partir de los reptiles. Sus cuerpos y sus mentes sufrieron sucesivos cambios hasta llegar a una configuración estable. No han podido alcanzar el nivel de inteligencia que tienen ustedes y sin embargo son la especie dominante. También progresan. Y los avances en el conocimiento pasan de generación en generación, en ambos casos.

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Aball levantó su mano libre, para interrumpirlo. — Conforme con el cambio. No afecta la esencia de lo que dije. — Gracias. Antes de ocuparnos de nuestro amigo debo hacer otra aclaración. Los sentimientos y las emociones que mencionaste son sin duda comunes a todos los seres humanos, si bien se manifiestan de diversas maneras según de quién se trate. En cambio las habilidades creativas no tienen características universales. No todos pueden pintar un cuadro, escribir buenos libros, componer música o dedicarse a las ciencias abstractas. Excelentes artesanos no saben cómo hacer sonar una flauta. Y a mayor complejidad menor es el número de individuos capaces. Del análisis de miles de generaciones resulta que sólo unos pocos sobresalen. ¿Qué trato de decir con esto? Que en general los humanos cumplen básicamente con la regla de los Erkas. Bueno, algunos no se reproducen, otros mueren sin completar el ciclo, pero lo cierto es que la inmensa mayoría se pierde en el olvido con el correr de los años. Los únicos que perduran en el tiempo son aquéllos que se destacaron por sus creaciones o sus acciones. El viejo apoyó su mano libre en el brazo del rey mientras pronunciaba la última frase, previendo su inmediata reacción. — Dejame terminar. No hay duda alguna que están muy por encima de los restantes animales, y para marcar la diferencia podríamos poner “Crecen” con mayúscula, puesto que el resto de la expresión sólo incluye funciones estrictamente biológicas. A esta altura la sonrisa de Raluc era francamente burlona, y Aball no dejó de notarlo. — ¿Dónde encaja Lamar en toda esta cháchara? El anciano volvió a ponerse serio. — Cuando me invocó debía tomar una decisión fundamental. ¿Vendría contigo o dejaría que el nuevo jefe del ejército te acompañara? Al explicarme todos los detalles lo primero que vino a mi mente fue esa antigua sentencia. Una vez que se la mencioné supo lo que tenía que hacer. El se encuentra al final del camino y su hijo recién empieza a recorrerlo. El resultado de la reunión podría ser realmente malo. — ¿Diste toda esta vuelta para decirme que temía por la vida de Galor? — Un excelente truco para que te olvidaras de la tormenta. No sé si te has dado cuenta que ya no llueve y el viento ha cambiado de dirección. Se llevará las nubes mar adentro. El rey, sorprendido, miró a su alrededor. Los soldados se hallaban de pie y sacudían sus ropas para quitarles parte del agua, aunque todavía mantenían asidas las cuerdas de seguridad. Por entre ellos avanzaba Gullam, casi exhausto, dirigiéndose al puente de popa para reponer en su lugar la barra del timón. Lamar le tendió su mano, ayudándolo en el tramo final de la escalera, y recibió un cariñoso puñetazo del corpulento comandante. — Todavía no puede con nosotros. Una vez que tuvo nuevamente el control del barco se volvió hacia la cubierta. Con lentitud, sus hombres habían comenzado a aparecer. Algunos sólo lograban mantenerse en pié apoyándose en las barandas. — Felicitaciones muchachos. Y gracias. Aquéllos que no estén a punto de morir podrían hacer un esfuerzo extra e izar las velas. Este viento es justo lo que necesitamos. Quiero pasar la roca Cabeza de Aguila antes de la cena. Pocos instantes después el cielo comenzó a despejarse hacia el lado de tierra y el sol apareció brillante, muy cerca de ocultarse tras la cordillera. Aball, ahora frente al anciano, lo miraba con expresión grave. — Raluc, me preocupa lo que no has querido contarme.

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3 Un Duende Ming Ale abrió los ojos. Se encontraba de pié en el borde de un denso bosque de altos árboles. Iván, a su lado, se estiraba para desentumecer los músculos. Siempre lo hacía después de pasar un rato inmóvil. La temperatura era agradable y, por la altura del sol sobre los campos sembrados que aparecían frente a él, la mañana estaba avanzada. Notó muchos trabajadores moviéndose entre los cultivos. Recordó que en La Tierra todavía faltaba casi media hora para las doce de la noche. El gato, al iniciar el viaje, le había dicho que en pocos segundos llegarían a Tabor. El día resultó horroroso en todo sentido. Mal dormido y nervioso, no encontraba cómo entretenerse luego del desayuno y estuvo molestando a Lucía hasta hacerla llorar, con lo cual terminó en penitencia, encerrado en su pieza dándole vueltas al asunto. En el Jardín, después de mediodía, la cosa se complicó aún más. Vanina no apareció. Extrañado, preguntó por ella. La maestra lo miró seria. Alejandro. El viernes pasado les comenté que su padre debía viajar a Rosario y la llevaría de paseo. No prestás atención cuando hablo. Le había sacado la lengua ni bien se dio vuelta, pero su inquietud creció bastante pensando en la charla con Iván. ¿De algún modo los dos mundos podían estar relacionados? En realidad no la veía desde el lunes. Y papá volvió de la oficina muy tarde. Esa noche no hubo cuento. Solamente un beso apurado antes de acostarse. Ni bien dejó el dormitorio, el gato no le dio tiempo a abrir la boca. Subió de un salto a la almohada. Vamos. Se vistió en un momento según sus sugerencias. Una remera, pantalones cortos, zapatillas y medias de verano. Luego se abrazó a su cuello y cerró los ojos, tal como lo hacía habitualmente. Iván, parado ahora junto a él, interrumpió sus reflexiones. — Al fondo a la derecha podés ver la muralla que rodea a Antar, la capital de Tikon, una ciudad fortificada muy grande. Antes de movernos hasta allá es necesario completar ciertas cosas de vital importancia. Decime. ¿Le tenés miedo a las Vaquitas de San Antonio? — ¡Son hermosas! ¿Por qué les tendría miedo? Mamá dice que traen suerte. — Magnífico. Sobre una de las hojas de esa planta a tu izquierda hay dos de ellas. Me parece que te están mirando. Saludálas. — ¡Hola! Es mi primera visita… ¡Epa! Se desvanecieron. — Bueno, sólo se trasladaron a tus oídos, aunque no las sientas en absoluto. Son inofensivas y no te harán daño. Sacá los dedos, que las aplastarás. Ale, presa del pánico ante la noticia, escarbaba en sus orejas. — Iván. ¿Cómo hago para que salgan? — El objetivo es que permanezcan allí. Sentate y te explicaré. Bien. Apoyá las manos sobre las rodillas. Eso es. ¿Notás su presencia? — No. — Ellas actuarán como traductores instantáneos de idiomas. Los tikonianos usan por lo menos tres dialectos, según la zona donde habitan, y en Kraya hay dos lenguas diferentes. Oirás todo lo que se diga en Español, y cuando hables, traducirán tus palabras a los presentes. En ambos casos bloquearán los sonidos para que no se produzcan confusiones, mediante una especie de control mental. Algo complicado. Mirando con atención te darás cuenta que tu interlocutor deja de mover los labios un poco antes de que termines de escuchar lo que dijo. — Brillante. A pesar del tiempo transcurrido seguís siendo el mismo charlatán. La voz, de un tono agudo casi chirriante, venía de lo alto. El niño alzó la vista, buscando ubicar al responsable. Este ya descendía volando para pararse frente al gato. Iván, en cambio, había cerrado los ojos. — Creo que es un pájaro carpintero. Bastante grande. Tiene las alas de color verde oscuro y el pecho blanquecino. Las plumas de la cabeza y la nuca son rojas. ¡Qué bonito! — Picus. Basta escucharlo hablar. Es absolutamente irritante. Y te parece lindo porque no has visto sus orejas. Son las más grandes de todo el planeta. — ¡Bah! Seguramente el chico no sabe nada de tu nariz larga y torcida. Y estás un poco venido a menos. Un simple gato negro.

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En un segundo el hocico de Iván rozaba la cabeza del pájaro. — ¿Sabés qué comen a veces los gatos? Picus retrocedió dos pasos y volviendo la cabeza voló hasta posarse en el hombro derecho del niño, que ya se había puesto de pie. — Creo que viajaré con él. ¿Cómo se llama? — Alejandro, o simplemente Ale. No entiendo lo que dicen ni el motivo de la discusión. Su compañero nocturno movió la cabeza a ambos lados, con resignación. — Necesitamos un duende Kraf. Sin él sería imposible movernos sin correr serios riesgos. Pedí que me asignaran uno bueno. No me imaginaba que tendría que volver a trabajar con él. Tiene la particularidad de ser insoportable. Hasta hubiera preferido a Rafoz. — Es miope y mudo como un pez. Y no ve hacia adelante. Admitilo. Yo soy el mejor. — Por lo menos no se toma todo a broma ni se pavonea como algunos. — Bueno. Bueno. Dejen de pelear. Si vamos a encarar este lío todos juntos debemos llevarnos bien. Iván. ¿Qué otras sorpresas tenés? ¿Fusiles láser? — Ves mucha televisión. Nuestras armas principales son la astucia y la inteligencia. Vayamos a la ciudad. Basta con que apoyes tu mano en mi cuello. Al instante los tres estaban junto a un pequeño lago artificial, bordeado por canteros con flores, casi en el centro de un parque no muy extenso, cubierto de verde césped. En ambos laterales dos o tres hileras de árboles dejaban ver entre ellos la pared que rodeaba el lugar. A la derecha del lago corría un ancho sendero de guijarros apisonados, hasta llegar a la entrada del caserón que aparecía al fondo, frente al grupo. No era un castillo con torres y gallardetes, pero daba una clara impresión de solidez. Dos pisos de roca, una gran puerta doble de madera y metal, y ventanas superiores de igual material, con fuertes rejas de hierro. La terraza, en la que ondeaba una bandera celeste, tenía a su alrededor gran cantidad de almenas, que daban al conjunto el aspecto de un fuerte. Entre dos de ellas un guardia agitaba un banderín de modo extraño. Ale volvió la cabeza para mirar a sus espaldas y descubrió más atrás un inmenso portón de acceso al parque, vigilado por tres soldados que los observaban con curiosidad, mientras respondían las señales. — Ya sabían que vendríamos. Alguien sale para recibirnos. Ni el gato ni el niño habían notado que Picus cerraba sus ojos en el momento de la llegada. Al oír las palabras de Iván comenzó a hablar muy suavemente. Su voz había perdido el chirrido. — Hay cuatro infiltrados, y uno de ellos es el mismísimo Kinor. Ahora mismo está excusándose y desaparecerá. Los otros tres se han escondido. Ilusos. Alejandro miró a Iván. Sus ojos se habían fruncido y tenía las orejas erguidas, giradas hacia los costados. Signos típicos de su irritación. — O sea que la pareja no ha escarmentado. ¿No habían sido inhibidos desde mi partida? El carpintero volvió a emplear su tono habitual. — Hace mucho que andan sueltos. Aball ya cumplió los ochenta. ¡Qué tipo despistado! El gato ignoró el comentario. — Creo que volverá junto a Maral. Ella seguramente asesora a los krayanos. Debería haberme ocupado de ambos años atrás. A mi manera. Quizás esta vez. Bueno, ya tenemos al comité de recepción casi frente a nosotros. El nieto menor del rey, Zumik, y su escolta. Debe sentirse muy preocupado por su hija. Ale, sólo inclínate un poco. El joven príncipe, vestido simplemente con camisa y pantalones de igual color, chaquetilla sin mangas y botas cortas, ensayó una leve sonrisa ante los recién llegados. Los dos soldados que lo seguían se quedaron inmóviles. — Bienvenidos. Y gracias por su ayuda. Iván, sentado con las cuatro patas juntas, en la posición de “estatua de porcelana”, según solía llamarla su dueño, bajó un poco la cabeza e hizo las presentaciones. — Todavía no hemos hecho nada digno de agradecerse, majestad. El niño es Ale y con él vivo actualmente muy lejos de Tabor. Tiene algunas habilidades que estimo nos serán útiles. En su hombro está Picus, un duende Kaft. Y yo soy Iván. — Mi nombre es Zumik, y les ruego dejar de lado el protocolo. Somos gente sencilla. Por favor, acompáñenme. Mi abuelo los espera. Poco después la puerta se cerraba tras ellos.

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Luego de atravesar algunas salas y recorrer varios pasillos el grupo desembocó en el Salón de Reuniones. Hacia la derecha de la entrada aparecía una gran mesa con numerosas sillas. Tras lo que debía ser la cabecera colgaba, como si fuera un tapiz, una bandera celeste, similar a la del techo. En el centro tenía dos círculos de diferente tamaño y color, que Ale no había notado en un principio por la distancia y el movimiento. El mayor era blanco y el segundo, muy cercano y apenas una cuarta parte de aquél, rojizo, como oxidado. En la pared lateral, junto a la mesa, había un mural, pintado, que seguramente representaba al planeta completo. El chico se detuvo un instante para mirarlo. Las distintas palabras, formadas por agrupaciones de símbolos, carecían de significado para él. Sin embargo, podía apreciarse con total claridad la distribución geográfica. Arriba y abajo aparecían áreas blancas, probablemente los casquetes polares. En el medio se veía un continente, que Alejandro asoció de inmediato con la Comarca en que se encontraban, atravesado oblicuamente por una cadena de montañas. A ambos lados de aquélla había zonas verdes, algunos ríos y dos lagos, casi en el extremo inferior, donde abundaban las islas. A la derecha, en azul, se hallaba a su entender el Mar Silencioso, no demasiado ancho, y luego otro continente, más pequeño y también dividido en dos por una cordillera vertical. Kraya. En el sector enfrentado con Tikon había igualmente áreas verdes, ríos y lagos. El panorama tras los montes tenía en cambio un aspecto distinto. En el centro parecía extenderse un gran desierto, color amarillo, relegando la vegetación a los extremos. Más allá se apreciaba una amplia zona celeste, como la que ocupaba todo el lado izquierdo del mural. ¿Un gran océano? Iván lo sacó de la contemplación con un susurro. — Sigamos. Después te explicaré. Ale volvió la mirada hacia su izquierda. En el fondo del salón, luego de una serie de estatuas y cuadros, había un conjunto de sillones, cercano a la chimenea, ahora apagada, y a un ventanal que seguramente daba a un patio interior. Parecía un rincón más íntimo, iluminado por el sol de la mañana. Zumik ya casi estaba allí. Apresuraron la marcha y llegaron al lugar en el momento en que un anciano se ponía de pie para recibirlos. Su movimiento paralizó al grupo entero, excepto a Iván, que siguió avanzando hasta menos de un metro de la túnica escarlata que aquél vestía, y una vez allí adoptó nuevamente su posición de “estatua”, alzando la cabeza para mirar al viejo rey. — Reconocería esos ojos en la noche más oscura. No creí volverte a ver. — Dicen que los gatos tienen siete vidas, señor. Una amplia sonrisa distendió los labios de Aball. Parecía muy emocionado, como si de repente hubiera recibido un regalo inesperado. — Me alegra que estés aquí. Pensé que nunca podría recuperar a mi pequeña. Tu intervención me hace sentir mucho mejor. Creo que muy pronto acariciaré nuevamente sus cabellos. Y nada de “señor”. A ver. ¿Quiénes te acompañan? El gato repitió las presentaciones, pero en este caso el rey, demostrando todavía gran agilidad, se acercó al chico y apretó con fuerza su brazo, a modo de saludo. Luego dio unas palmaditas en las plumas rojas de Picus. — Otro antiguo conocido. Tengo una pregunta para él. Hace apenas unos instantes el Canciller recordó que debía encontrarse con Tiner, y se retiró. ¿No te parece sospechoso? — Era Kinor. Y por supuesto, no ha ido al Campamento de Briloc. — Aball seguramente no ha olvidado tu hermosa voz de tenor. — Iván, encontraré algún modo de vengarme. Ya verás. El anciano comenzó a reírse, girando la cabeza hacia el gato. — Sólo ha cambiado tu nombre. Extrañaba sus disputas. Volviendo al asunto. Estuvo a mi lado el tiempo suficiente para que los krayanos conozcan todos nuestros adelantos militares. Quizás ya no tenemos tanta ventaja. — Nuestra prioridad es Ingar. ¿Cuándo has previsto efectuar la reunión? — Luego de almorzar, aquí mismo. Y todavía falta más de una hora para la comida. Debemos aguardar hasta que llegue mi nieto mayor. — Bueno. Mientras tanto ubicaremos a los demás infiltrados. Seguramente en el campamento hay unos cuantos, de los que nos ocuparemos luego. ¿Podemos movernos libremente? — Mi casa es tuya.

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— Gracias. Picus, guíanos lentamente. El carpintero cerró los ojos y levantó vuelo, dirigiéndose a la puerta por donde entraran. — Ale, vamos tras él. — ¿Cómo puede orientarse con los ojos cerrados? — Ahora que está concentrado te diré algo. Picus es la mano derecha de Lurac. Como él tiene la habilidad de ver hacia adelante, vale decir que sabe lo que ocurrirá en el futuro. No hay otro duende capaz de igualarlo. Ambos perciben las emociones a distancias inimaginables, a pesar de las paredes. No necesita ver. El miedo de los impostores lo guía. — ¿Lurac? ¿No se llama así el mundo de los duendes? — Debí explicártelo más claramente la noche pasada. Lurac es el Señor de los Duendes. Con su capacidad y su sabiduría los dirige desde siempre, y es habitual decir que el mundo mágico es suyo. Y hay algo que olvidé mencionarte. Cuando alguno de ellos se transforma en otro ser suele cambiar su nombre. Una costumbre muy antigua. Volviendo a Picus, le tengo muchísimo aprecio y respeto. Es en verdad extraordinario. No obstante, si lo reconociera abiertamente me perdería toda la diversión. A esta altura los dos habían cruzado varias habitaciones, sin prestar atención a los presentes, y descendían una escalera en pos del pájaro. Este se detuvo al final, frente a una puerta cerrada, y volvió a hablar suavemente, como en el parque. — La bodega. Dentro hay tres sirvientes llenando con vino los botellones para el almuerzo. Son los que buscamos. ¡Ah! Nadie debe tomar el contenido de esa barrica. — Alejandro, por favor, abrí. El chico bajó el picaporte y empujó con fuerza. La puerta era bastante pesada para él, pero se movió lo suficiente para que pasara el gato y se viera el interior. Tres individuos se volvieron al unísono, casi en el centro de la habitación, entre dos hileras de barriles. Ale miró a Iván. Había apoyado el vientre en el piso en posición de ataque y adelantaba la cabeza hacia ellos. Sólo un instante después se desvanecían, dejando en su lugar una pequeña voluta de humo verde, que no tardó mucho en disiparse. — Poco a poco las cosas se van aclarando. El gato había retomado su posición habitual y ahora tenía la vista fija en su dueño. — ¿Qué querés decir con eso? — Que en los últimos años estuve durmiendo con un duende Ming.

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4 La Reunión Tras ellos sonaban los graznidos de Picus. — ¡Kaiú, kaiú, kaiúck!... ¡Kaiú, kaiú, kaiúck! — Tu risa me recuerda a una gallina. Y creo que tendrías mejor aspecto. — Pero no podría volar muy lejos, gato bobo. El chico ha demostrado más inteligencia. Ale sonrió divertido. Zumik ya penetraba en la bodega. Seguramente venía siguiéndolos a una distancia prudencial. — El pájaro ha dicho que el contenido de ese barril y de los botellones que están caídos junto a él es muy peligroso y no hay que beberlo. — Gracias hijo. Me ocuparé personalmente de eliminar sin riesgos el líquido y destruir todo. No te inquietes. Les sugeriría que esperaran el almuerzo en los sillones del Salón. Los tres deshicieron el camino, guiados por las breves instrucciones del carpintero, quien había regresado al hombro derecho de Alejandro. Ni éste ni el gato abrieron la boca. El rincón estaba ahora vacío y la ventana abierta. El chico se sentó de espaldas a ella. Picus se apoyó en el alféizar y comenzó a mirar el patio exterior. En cambio Iván permaneció parado en la alfombra, frente al sillón. Parecía ocupado en resolver un conflicto consigo mismo, y sus ojos brillaban de manera extraña. Finalmente dio un salto y se acurrucó junto a su amo. Ale estiró la mano derecha y le zamarreó la cabeza con fuerza. — Siempre supuse que no eras un gato normal. Por lo común no hablan ni pueden viajar por el espacio casi instantáneamente. Lo acepté desde un principio, pensando que algún día sabría la verdad. Y en realidad me siento halagado porque has preferido quedarte conmigo. — Gracias. Si me acompañabas, tarde o temprano tendríamos esta charla, y tu actitud ante los hechos ha sido para mí un dilema constante. Cabía la posibilidad que me reprocharas no haber mencionado mi identidad real cuando aparecí en tu hogar. Te tengo un gran cariño. — Sin ánimo de entrometerme, creo que Iván hizo lo mejor. Es un duende horrible, tan feo que si lo hubieras visto el susto te habría cortado el hipo. Como gato es pasable. — Picus, no quiero volver a oírte por un rato. Y estamos a mano. — No lo creo. Te burlaste frente a Aball y todavía encontraré la manera de molestarte. Alejandro decidió intervenir al ver que la cola comenzaba a azotar el sillón. — Bueno. ¿Vas a contarme ahora por qué terminaste en La Tierra? — Es una historia larga y quisiera dejarla para más tarde. No es importante en este momento y te prometo no omitir ningún detalle. Tenemos poco tiempo antes de la comida y debo aclararte algunas cosas pendientes. — De acuerdo. Adelante. — En primer lugar hiciste bien en avisarle al príncipe sobre la barrica. El vino casi seguramente tenía disuelto el zumo de ciertas hierbas capaces de provocar un malestar serio a los humanos, sin llegar a matarlos. En Tabor es necesario que conozcas una regla básica. Los hombres y los lagartos no pueden eliminar a un duende. Sólo a sus congéneres o a sus vecinos. Por otro lado para los duendes es imposible asesinar a nadie, incluso de su propia especie. — ¿Qué ocurrió entonces con los tres que se evaporaron en la bodega? — Aparecieron en su forma original en un recinto cerrado, similar a una cárcel. De acuerdo a la gravedad de sus acciones serán sancionados por un Consejo Especial. Normalmente se inhibe su capacidad de transformación y desplazamiento por un tiempo determinado. En este caso la pena será muy alta. Actuaban en áreas prohibidas y con malas intenciones. — No te olvides de una aclaración fundamental. — Picus tiene razón. Ya has visto que algunos duendes poseen habilidades especiales, que los diferencian del resto. Pronto conocerás otras. No obstante, debo decirte que hay cierto tipo que no cumple con la regla mencionada. Un duende Drun es capaz de matar a cualquier ser vivo en situaciones extremas. Su número es muy escaso, Lurac los controla permanentemente y saben que una muerte se castiga con el exilio. En ese momento comenzaron a aparecer los sirvientes encargados del almuerzo, para colocar la vajilla en el extremo de la mesa próximo a la entrada.

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— Veamos otro punto. La bandera. Su color celeste es el del cielo en el momento en que sale el sol, que aquí se llama Thay. Es como el nuestro, algo más brillante. Creo que habrás notado una mayor acentuación de los colores. El disco blanco representa al único satélite de Tabor. Su nombre es Ata, tiene unas tres veces el tamaño de la Luna y se mueve casi como ella, aunque los gases en su superficie reflejan una gran cantidad de luz. El otro círculo es Tio, un pequeño planetoide compuesto de rocas de hierro que gira a su alrededor. ¿Qué me falta? — Algunas aclaraciones sobre el mural geográfico. — Creo que te habrás dado cuenta que sólo con la guía de los duendes pudo llegar a pintarse algo así. Faltan varios siglos para que cuenten con los recursos terrestres. Tikon está poblado por cuatro grandes grupos humanos, dos a cada lado de la extremadamente elevada cordillera volcánica de Lenard. En un principio tenían diferencias ideológicas, pero hace poco el rey Aball consiguió unificarlos en base a un gobierno justo y pacífico. — ¿Y por qué el Mar Silencioso es difícil de cruzar? No es muy ancho. — Las montañas continúan en el fondo marino, giran y vuelven a aparecer en el extremo sur de Kraya. Su actividad provoca casi permanentemente una violenta agitación de las aguas, que da origen a olas inmensas, acompañadas por tormentas en verdad espantosas. Los barcos no son capaces de soportarlas. Y hablando del mundo de los reptiles, habrás notado que gran parte de la región este es una meseta desértica. Los habitantes han evolucionado de igual manera que sus hermanos al otro lado de los montes, si bien no son tan numerosos y tienen una estructura corporal algo distinta. Lurac sostiene que su forma de pensar también lo es. — La amplia zona celeste parece un océano. — Veo que el Jardín te ha servido de algo. El Océano Infinito. Es realmente grande, alrededor de la mitad de la superficie del planeta. Ningún integrante de las dos especies se ha animado a cruzarlo todavía. Circulan algunas leyendas nada gratas. Luego te las contaré. El gato interrumpió sus explicaciones y volvió a la alfombra. Había percibido el ingreso de tres damas en el Salón. Ante su movimiento Ale alzó la cabeza y las descubrió, aguardando de pie en un costado de la puerta. Todas llevaban amplios vestidos, de telas claras y sencillas, desde el cuello hasta casi los pies. Tenían los brazos descubiertos y el pelo recogido, y conversaban en voz baja. Un instante después sintió el peso de Picus sobre su hombro. — Tiner ya viene hacia aquí. Ha dejado su caballo en el patio. — Una breve introducción. La señora mayor, en el centro, es Valen, la hija de Aball y abuela de Ingar. A su derecha se encuentra Mulden, la esposa de Tiner, quien pronto ocupará el trono. La chica rubia más baja, Liana, es la mamá de la niña. ¡Ah! No te olvides la leve inclinación en las presentaciones. Acerquémonos. El grupo había llegado hasta la cabecera de la mesa cuando el anciano monarca apareció con sus nietos, conversando animadamente. Al poco rato todos comían verduras frescas o cocidas, acompañando algún tipo de ave asada. Aball tenía a su derecha al niño, sentado sobre un gran almohadón para alcanzar la altura necesaria. Frente a él se hallaba Valen, y detrás, en el piso, Iván y el carpintero, dando cuenta de sus porciones en idéntica vajilla, salvo los cuencos con el agua en lugar de los vasos de los demás. Liana, a su lado, sumida en sus pensamientos, tenía el plato prácticamente lleno, y de tanto en tanto giraba la cabeza para mirarlo, con una tenue sonrisa. Alejandro supuso que le recordaba a su hija. Los cinco restantes estaban enfrascados en una charla rápida, de frases cortas, pues las vaquitas la habían silenciado. Repentinamente el rey se volvió hacia él. — ¿En tu planeta la vida es parecida a la nuestra? — Iván me dijo que somos semejantes, y que ustedes no han alcanzado todavía los adelantos existentes en La Tierra. Creo que viven como nosotros hace unos quinientos años. — Interesante. Cuando regresen me gustaría que me explicaras un poco más, para entrever el futuro que nos espera. Otra cosa. Me imagino que te entusiasman las aventuras con él. Ale agachó la cabeza. Segundos más tarde volvía a mirar al anciano. Su expresión indicaba de modo claro que se sentía profundamente avergonzado. — Son extraordinarias, aunque en este caso tengo mucho miedo. Los tres hombres prorrumpieron en sonoras carcajadas, y las mujeres sonrieron. Incluso Liana no pudo evitarlo. El chico no se había dado cuenta que nadie hablaba desde el comienzo de su diálogo con Aball, escuchándolo con atención.

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— Los niños son absolutamente sinceros al expresar sus sentimientos. Una fortuna. Tiner dejó que su abuelo terminara, se inclinó hacia adelante y agregó su parte, en voz baja. — Tranquilizate. Nosotros también estamos muy asustados. La gente grande disimula bien. Y esos dos impedirán que algo malo te ocurra. El gato, que por supuesto no se había perdido detalle, intervino suavemente. — Si han terminado el almuerzo quizás podríamos iniciar la reunión. Aball recorrió con la vista a los comensales, sólo para recibir un asentimiento general. Se puso de pie, dirigiéndose hacia los sillones. El grupo entero comenzó a avanzar tras él. — Zumik, por favor, poné un guardia afuera para que nadie interrumpa, cerrá la puerta y apagá todas las velas de este sector. Gracias. Mientras el padre de Ingar seguía sus instrucciones Iván alcanzó a los demás. Todos se fueron acomodando junto al ventanal. — Ale, nosotros nos quedaremos en el centro, sobre la alfombra. Sentate en el piso como en tu cuarto y aguardemos a Zumik. El carpintero saltó de su hombro, buscó con la mirada a Liana y se paró frente a ella. En pocos instantes el príncipe se ubicaba a su lado, abrazándola. El gato, de pie junto al chico, se dirigió entonces a sus anfitriones. — Quiero explicarles el porqué de la reunión, pero necesito que no pierdan la calma a pesar de mis palabras iniciales. Es fundamental para lograr el objetivo. Esperó tres segundos antes de continuar. — Lurac, y también Picus, pueden detectar sin dificultades dónde han encerrado a la niña. Sin embargo, desde que todo empezó no encuentran su paradero, lo cual indicaría la participación de un duende Seil. No hay muchos y ahora sabemos que se trata de Maral. Usando una de sus habilidades más negativas ha inducido a Ingar al “sueño oscuro”, tal de bloquear su mente por un cierto tiempo. No se preocupen porque al despertar seguirá siendo la misma. Giró la cabeza para apreciar el efecto de sus palabras. Una fuerte angustia se había apoderado de la familia real, y en las mejillas de Liana brillaban algunas tenues gotas. — No llores. Deberían ver el aspecto positivo de lo ocurrido. La niña está rodeada de lagartos, a los que apenas les llega a la rodilla y que, como saben, tienen un aspecto terrorífico. ¿Cómo creen que se sentiría si estuviera conciente? Su desesperación sería tal que jamás olvidaría las largas horas junto a ellos. La joven princesa se secó las lágrimas con el dorso de la mano e intentó una sonrisa. — Quizás sea mejor así. Espero que no le hagan daño. — No necesitan ni siquiera acercarse. Bien, sigamos. Lurac asegura que existe un vínculo sutil entre Ingar y cada uno de ustedes, que la han rodeado de cariño desde que nació. Ese hilo nos llevará hasta ella. Tiner, por favor, corré las cortinas para oscurecer el lugar, dejando sólo una pequeña línea de luz. Alejandro se estremeció en las sombras. Parecía muy pequeño allí en el suelo. — Ahora cerramos los ojos y nos relajamos lentamente, buscando alejar de nuestra mente los pensamientos que no incluyan a la niña, y nos concentramos en su imagen, en aquél momento inolvidable que cada uno guarda en su corazón… despacio…profundo…más profundo… La voz de Iván se fue apagando y el silencio los envolvió. Un siglo después el brusco graznido de Picus sobresaltó al grupo y desdibujó las visiones. — Ya ubiqué el lugar donde la tienen. Ale, influenciado por el gato, había retrocedido hasta el día en que conoció a Vanina, riéndose alegremente mientras se hamacaba con los cabellos al viento y los ojos encendidos. — Ni se te ocurra mencionarlo. Tiner. ¿Podrías abrir las cortinas? Cuando el rincón volvió a iluminarse Alejandro se puso de pié y el carpintero regresó a su lugar habitual. Iván retomó la palabra. — Recién se inicia la tarde y tenemos mucho que hacer todavía. Gracias por su ayuda. Ha sido invaluable. Ahora pasaremos a la segunda etapa. El viejo rey se levantó de su sillón. — Nosotros debemos agradecerles. La vida de Ingar, y probablemente el futuro de la Comarca entera, se encuentra en sus manos. Y creo que todo saldrá bien. El gato bajó la cabeza a modo de saludo, y contestó en general.

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— Quédense tranquilos. Nos veremos pronto. — Permítanme acompañarlos hasta la salida. El chico agitó su mano izquierda como despedida y los tres fueron tras el padre de la niña. Una vez fuera del Salón el gato se acercó a él. — Zumik, un último favor. ¿Tienen aquí una pintura o un dibujo donde aparezca algún guerrero krayano? Quiero que Alejandro conozca su aspecto con anticipación. — En la biblioteca hay un cuadro. Vamos por ese corredor. La sala estaba en penumbra. El joven, acostumbrado, avanzó hasta la ventana y luego de unos segundos la luz del sol iluminaba una gran cantidad de estanterías, separadas por corredores, en las que se amontonaban antiguos libros, supuestamente manuscritos, con otros de aspecto más moderno, ocupando casi la mitad del ambiente. En el sector contiguo aparecían mesas con pilas de amplios pergaminos de todo tipo, y junto al ventanal dos escritorios de lectura, a juzgar por las velas apoyadas sobre ellos en soportes de seguridad. Finalmente, en la pared derecha se veía un conjunto compacto de cuadros y dibujos de diferentes tamaños. El príncipe se había detenido a medio camino al regresar por el pasillo que corría frente a ella. Sus seguidores se acercaron. — Allí lo tienen. El cuadro mostraba a un soldado de Tikon enfrentando lanza en mano a un individuo en verdad siniestro, que lo superaba ampliamente en altura. Sus enormes piernas, calzadas con botas de cuero, eran una masa de poderosos músculos, similares a los que Ale había visto en películas de la antigua fauna terrestre, que desaparecían bajo la corta faldilla del uniforme. El atuendo se completaba con una camisa sin mangas que no ocultaba la fortaleza de su pecho, facilitando a la vez el movimiento de dos gruesos brazos, algo cortos, que habían perdido las garras de sus ancestros, reemplazadas ahora por cuatro dedos, con el pulgar opuesto. El derecho, levantado sobre la cabeza, blandía una gigantesca espada ante su oponente. Y viendo esa cabeza el chico comprendió el temor de los humanos. Un escalofrío recorrió todo su cuerpo. El cráneo, más grande y redondeado por milenios de evolución, conservaba todavía las fuertes mandíbulas provistas de afilados dientes, propios de los carnívoros, y los ojos, fríos y penetrantes, reflejaban claramente una malignidad innata. Sin duda alguna, el pintor conocía su oficio. La mirada tenía una expresividad estremecedora. La voz de Iván lo volvió a la realidad. Picus permanecía inmóvil en su hombro. — Un sujeto simpático. Muy gentil, Zumik. Y no es necesario volver al parque. Podemos partir desde aquí. Cuidá mucho a Liana. Se acercó al niño y éste apoyó la mano izquierda en su cuello. Nada se movía en la playa de arenas casi blancas al este de Tikon. Bajo el sol abrasador, poco antes de las tres, sólo se escuchaba el rugido permanente de las olas al romper. — El protocolo es agotador. ¿Ingar? — En un punto sobre la costa suroeste del lago Eiron. — Un lugar estratégico. Prácticamente inaccesible. La Selva Manchada lo rodea por completo y no me imagino cómo los propios lagartos llegaron hasta allí. Permaneció callado un instante, elaborando la estrategia. — Bien. Próximo paso, la ribera de Kraya a la misma altura del escondite. En él están más allá de las nueve de la noche y creo que podrías hacer un relevamiento previo desde el aire. — Iván, no quiero interrumpir, pero estoy preocupado. Hace mucho que llegamos y me parece que pronto deberíamos volver a La Tierra, o notarán nuestra ausencia. — Otra cosa que olvidé aclararte. Todo este asunto me tiene alterado. Al desplazarnos a Tabor se produce una distorsión temporal, como suele denominarse en tu planeta. En el lapso de una hora terrestre transcurren aquí aproximadamente seis. A pesar de lo ocurrido, en casa apenas han pasado la medianoche. — ¿Puedo dormir un rato mientras lo esperamos? Me siento algo cansado. — Arreglaremos eso. Tenemos que ver juntos un tema muy especial.

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5 En las Mazmorras El cuervo cruzó velozmente sobre el patio del castillo, reflejando en su plumaje el sol de media tarde, para lanzarse en picada hasta una ventana a media altura en la torre del oeste. Entró en la habitación, abarcándola de una mirada, y eligió para posarse el respaldo de una silla cercana al tocador donde la mujer peinaba sus cabellos. Esta no dio señales de haber notado su presencia y continuó con su tarea. Era alta y delgada, vestía una larga túnica amarilla, y su pelo, de igual color que las alas del visitante, contrastaba con la piel casi blanca de su cara levemente inclinada a un costado, juzgando los resultados. Cuando estuvo conforme dejó oír su voz de soprano, sin volverse siquiera. — ¿Vas a quedarte todo el tiempo callado? — Me gusta mirarte Maral. Tu belleza me fascina. Seguramente frente a su consejera el joven príncipe debe sentirse turbado. — Por ahora está de mal humor. Su hermosa adivina no ha podido decirle aún quiénes llegaron a puerto. Ninguno de sus emisarios fue capaz de darle novedades certeras. Ellos no conocen a los viajeros. ¿Por qué tardaste tanto? — Atracaron temprano en la mañana, presentaron sus respetos al jefe de la guarnición y luego se trasladaron a Playa Verde, con su permiso, para armar un campamento y poner a secar sus armas y ropas al sol. Atravesaron una fuerte tormenta frente a los acantilados de Lenard. Ya se habían instalado cuando llegué y, con todas las cosas colgadas y gente entrando y saliendo de las tiendas me fue difícil identificarlos. — Te hubieras aproximado. — Algo me decía que no lo hiciera. Y mi intuición casi nunca falla. Recién después de almorzar desmontaron todo y se prepararon para llegar hasta aquí. Ya se encuentran en camino, tras los guías locales, cruzando el bosque. Aball ha venido en persona, pero Galor no lo acompaña. El propio Lamar comanda la Guardia Real. Y el viejo Raluc se encuentra con ellos. Espero que no haya detectado mi presencia. — Una variante probable. Me extraña la presencia del mago. Voy a hablar con Besit. Se incorporó y miró por la ventana. Abajo en el patio se oían preparativos de un destacamento de caballería. Mientras salía y bajaba rápidamente las escaleras, el cuervo voló hasta apoyarse en el alféizar. — Como siempre, en el momento justo. Maral agradeció con una sonrisa y una leve inclinación el elogio del príncipe, y montó luego en el caballo que un sirviente sostenía para ella. De inmediato todo el grupo abandonó el palacio, dirigiéndose al medio del valle que lo separaba del borde de los árboles del este. Ninguno notó que allá en lo alto un pájaro negro los seguía. — Quizás puedas decirme quiénes han llegado. Los informantes sólo saben que aparte de una docena de soldados se acercan un joven, un individuo maduro y un anciano escuálido. Estimo que el primero debe ser Galor. — El jefe del ejército no ha viajado. Lamar ocupa su lugar y Aball viene con él. — Caramba. Eso cambia la situación. No podré torturar al hijo como pensaba. Bueno, entonces acabaré con el padre. Mi primo es un ingenuo. ¿Qué hay del viejo? — Es Raluc. Tiene poderes en verdad extraordinarios. No obstante, su política es mantenerse apartado de los conflictos entre humanos, y creo que no intervendrá. Tarde o temprano saldrá a la luz el motivo de su presencia. El grupo se detuvo y formó una línea a unos doscientos metros de la arboleda, con la dama y el príncipe en el centro. Este sacó una flecha de la aljaba y la colocó en el arco, apuntado como al descuido hacia el suelo. Pocos minutos después comenzaron a aparecer los viajeros. Gullam y sus hombres no estaban con ellos. La nave requería algunas reparaciones. Tampoco se veía al jaguar. Se había metido en el bosque desde que tocaron tierra. Lamar improvisó una pequeña formación como escolta del rey, y todos avanzaron al encuentro de los dos jinetes que se aproximaban. Mientras tanto, los soldados desplazaron sus cabalgaduras hasta encerrarlos en un círculo.

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Una inquietud ocupaba la mente de Aball desde que despertó entrando al puerto, y aún seguía allí al atravesar el prado. Su decisión de acudir a la cita le parecía ahora demasiado optimista y apresurada. De todos modos era irremediable. Se inclinó levemente frente a Besit. — Salve primo. Es un gusto conocerte. — Bienvenido. Tu presencia facilitará mucho las cosas. Y tener a Lamar delante de mí luego de tanto tiempo me provoca una alegría salvaje. He esperado mucho este momento. En un rápido movimiento alzó el arco y disparó al pecho del general. Pero éste, probablemente advertido por el tono de la frase, levantó de forma instintiva su brazo derecho y logró desviar la flecha, que fue a clavarse muy hondo en su hombro izquierdo. En tanto la sangre comenzaba a manar cayó al suelo, y Aball se arrojó sobre él para protegerlo con su cuerpo. — ¡Traidor! El príncipe, cegado por la ira, tomó una segunda flecha. En ese instante sintió que la consejera asía su brazo y se volvió hacia ella. Maral movía la cabeza a ambos lados. — Perderíamos la ventaja. Igual morirá desangrado, lentamente, y tendrás tu venganza. Apretó los ojos con furia. Luego se dirigió a todo el grupo. — Considérense nuestros prisioneros. Arrojen sus armas y sígannos hasta el castillo. Tenemos preparados unos calabozos en extremo confortables. Lamar fue alzado por cuatro soldados, y mientras avanzaban, un quinto, cuidando de no tocar el proyectil, se apresuró a vendar fuertemente la herida con jirones de su camisa. Aball, sumido en la desesperación, caminaba como un autómata junto a Raluc. De repente cambió el brillo de su mirada y giró la cabeza hacia el viejo, de seguro con intención de reprocharle su pasividad, sólo para encontrar que éste había alzado la mano izquierda reclamando silencio. Allá adelante, al paso de sus cabalgaduras, la joven mujer hablaba y Besit asentía moviendo la cabeza. De vez en cuando intercalaba alguna frase. De seguro ambos delineaban la estrategia a seguir para lograr sus propósitos. — Raluc. ¿Qué vamos a hacer? El anciano se limitó a levantar las cejas. El primer nivel de mazmorras incluía doce calabozos semienterrados, ubicados a ambos lados de un ancho pasillo, con la puerta de acceso en un extremo y un ventanuco enrejado en el otro, a ras del suelo, por el que entraba la luz del sol. Todos estaban vacíos. El jefe de los guardias, después de recibir instrucciones, dejó al mago en manos de uno de sus subordinados y llevó al grupo hasta allí. Las antorchas proyectaban sombras borrosas moviéndose en el corredor, y el olor a moho del aire enrarecido era insoportable. Ordenó a los soldados que acostaran al general en el sucio camastro de uno de los calabozos contiguos a la pequeña abertura, introdujo al rey Aball justo en el de enfrente, y distribuyó a sus hombres en las cuatro celdas más cercanas a la puerta. Luego mandó bajar una mesa, la ubicó más o menos en el centro del pasillo y sentó en las banquetas a cinco carceleros armados. Se dirigió a uno de ellos al salir. — Mosin, estás a cargo. En seis horas te reemplazará Kefor con su gente. No necesito decirte que si pasa algo malo yo mismo los ahorcaré. Mientras esto ocurría el propio Besit se acercó caminando hasta Raluc, quien se había sentado en el borde del pozo de agua del patio. El centinela seguía parado a su lado. — Mi consejera me ha dicho que es imposible igualar tu poder. Sin embargo no has intervenido para ayudar a mi primo. ¿A qué se debe entonces tu presencia? — Se avecinan hechos de gran importancia para los humanos, y no me gustaría estar ausente cuando ocurran. Aball sólo accedió a que viajara en su nave. — Tu fama es bien merecida. Yo también creo que se producirán cambios trascendentales. Te ofrezco ser huésped de mi castillo siempre que permanezcas en la misma habitación. Será por supuesto una de las más suntuosas. — Cada vez que se abra la puerta allí estaré, hasta que decida irme, o me pidas que lo haga. Poco después el anciano fue alojado en una sala similar a la de Maral, particularmente lujosa y con sanitarios propios. Ubicó al instante la abertura oculta por la que lo vigilaban, y se aproximó a la ventana, alta y aislada, permaneciendo a la vista del observador. Terminada la cena, ya pasadas las nueve de la noche, los distintos sonidos fueron decreciendo con rapidez. La comida no había sido similar para todos.

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El príncipe y la chica cenaron en el comedor principal, alegres por el éxito inicial, y reviendo los siguientes pasos. Raluc recibió un servicio completo en su habitación. Y en las mazmorras los prisioneros y sus custodias dieron cuenta velozmente de sus porciones y de la bebida. El joven rey no quiso probar bocado, viendo que nadie se ocupaba de Lamar, que yacía inconciente. Pidió a gritos que alguien le llevara un poco de agua, y no cesó de hacerlo hasta que el jefe de los guardias se levantó y salió sin decir palabra. Al poco rato Besit estaba frente a él. — ¡Miserable! Ni a un perro lo dejarías morir de ese modo. — Para mí ya no existe, y tu opinión no me interesa. Pero viendo que sientes gran aprecio por él quizás podamos llegar a un acuerdo, que evitaría futuros derramamientos de sangre. — ¿Qué maldad se te ha ocurrido? — Que firmes una abdicación completa a mi nombre, ante los representantes de ambos reinos, cediéndome tus derechos soberanos y tus bienes personales, poniendo a tus ejércitos bajo mis órdenes sin condiciones, y retirándote con tu familia a un lugar alejado y solitario. Si accedes el general será tratado de inmediato. Es fuerte y se salvará, para acompañarte con los suyos. En caso contrario de seguro morirá, y yo iniciaré una guerra relámpago contra Galor, ya que tengo el rehén adecuado. Voy a leer hasta tarde, esperando tu respuesta. Giró con absoluta frialdad y al segundo había desaparecido. Aball, tomado por sorpresa, tuvo la impresión que las paredes se movían y necesitó asirse con fuerza a las rejas para conservar el equilibrio. Luego se acercó a su camastro y se sentó, con la cabeza entre las manos. Justo en ese instante una sombra casi indistinguible llegó volando hasta el ventanuco. Más allá de la medianoche pocos seguían despiertos. Besit con su libro, los nuevos carceleros, jugando silenciosamente a los naipes, Aball, aplastado por la disyuntiva en que se encontraba, y el guardián oculto de Raluc, que no cesaba de bostezar. El anciano se había arrojado vestido sobre la cama al volver del baño, sin molestarse en apagar el farol, y roncaba con estrépito. En la pequeña ventana el cuervo hacía grandes esfuerzos para no dormirse. Maral no confiaba en los hombres del príncipe y contaba con él para detectar cualquier problema. No obstante, al poco rato su cabeza cayó hacia adelante y perdió toda noción de la realidad. El mago sonrió en la penumbra del patio. De inmediato se sentaba junto al rey. Este dio un grito de sorpresa, y se incorporó asustado. No escuchaba su propia voz. El viejo puso un dedo sobre sus labios, cerró los ojos y permaneció concentrado casi un minuto. Luego miró al joven. — Los guardias se han dormido uno tras otro, sin sospechas. Podemos hablar tranquilos. — Pensé que me había quedado mudo. ¿No te encerraron como a los demás? — Besit me ofreció una habitación muy cómoda y una suculenta comida. Para mi espía duermo profundamente. — El maldito me ha colocado en una situación difícil. — Lo sé, y veo detrás la mano de su consejera. Aunque en el fondo él preferiría una respuesta negativa de tu parte, para desatar una guerra feroz. Es aquello a lo que está acostumbrado. — Me acosan las dudas. ¿Qué destino le espera a mi gente bajo su dominio? Ante los ojos de Raluc se hallaba un hombre desesperado. No lograría pensar con coherencia sin antes liberase de la opresión que atenazaba su mente. — Aball, es imperativo que dejes de preocuparte por el actual estado de las cosas. Creo que la mejor manera de lograrlo es introduciendo un pequeño cambio. El anciano había mantenido sus manos entrelazadas sobre el regazo desde que llegara. Ahora levantó su brazo derecho para señalar la celda de enfrente. El rey siguió su movimiento, y pudo ver a la luz de la antorcha cercana que un pájaro medianamente grande, de plumaje verdoso y pico afilado, con algo de rojo en la cabeza, se posaba en el pecho del general. — ¿De dónde salió? Quizás intente hacerle daño. — Es sólo un carpintero. Observa. El ave había estirado su cuello y miraba de cerca la cabeza de Lamar, caída hacia un lado. En unos segundos éste se volvió, lo descubrió a escasos centímetros y sonrió. — Picus. Me alegro que hayas venido a visitarme. — ¡Qué remedio! Si en los últimos tiempos te dedicás a detener las flechas con tu cuerpo. La respuesta del pájaro, aguda y chirriante, resonó en el silencio del lugar, mas no hubo alarma alguna en aquéllos que debían vigilar a los prisioneros. — ¡Ah! Ya recuerdo todo. Me imagino que debo agradecerte.

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El carpintero voló hasta la puerta de la celda un instante antes que el general se pusiera de pie como si nada le hubiera ocurrido, y comenzara a arrancarse los vendajes del hombro. No había en ellos una sola mancha de sangre. Casi al terminar descubrió a sus compañeros al otro lado del pasillo, se volvió hacia el camastro, recogió una larga flecha, y los saludó moviéndola sobre su cabeza, con los ojos brillantes. Aball, testigo mudo y asombrado de lo acontecido, pudo por fin articular palabra. — ¡La herida desapareció! Ese pájaro lo ha salvado. ¡Y habla! — Lamar ya conoce a Picus. Niva, el jaguar, y él son mis ayudantes de campo. Ambos poseen habilidades muy especiales. Raluc les hizo señas con la mano para que se acercaran, y ante los ojos atónitos del joven rey, el veterano comandante abrió sin dificultades la puerta de su celda y cruzó el pasillo precedido por el carpintero. De igual modo entró en la de enfrente, protestando en voz baja. — Ese idiota arruinó mi chaquetilla de gala. Al instante Aball lo abrazaba con efusión. Un par de lágrimas de alegría brillaban en su rostro, y ya había olvidado la angustia que lo embargara. Al separarse se volvió hacia el mago. — Gracias. Estoy en deuda contigo. El anciano levantó ambas manos en señal de protesta. — No. No. Yo no he hecho nada en absoluto. Ese pajarraco es el responsable de todo. — Claro. Después deberé explicarlo en el Consejo. — Sólo estás actuando para compensar acciones prohibidas. — Es algo contradictorio. También las estoy ejecutando. — Ciertamente. Un tema espinoso. Dejémoslo para más tarde. Raluc se paró, dirigiéndose ahora a los dos hombres, quienes habían asistido al rápido diálogo sin entender su significado. — Quizás convendría que compartieran la cena y el agua que recibió Aball. En su mayor parte debe ser todavía comestible. Sentados en el camastro ambos tardaron pocos minutos en acabar con ella. Mientras comía, el rey retomó el análisis de la situación en que se encontraban. Pasándole a Lamar el cuenco con la bebida miró al viejo, apoyado con indulgencia en la puerta abierta de la celda. — ¿Cuál es nuestro próximo paso? — Irnos de aquí.

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6 Río Arriba Aball sacudió la cabeza dubitativamente. — No será fácil. Somos muchos para pasar desapercibidos, y no creo que podamos llegar a la nave sin que nos descubran. — El barco navega en silencio hacia el norte. Gullam inició los trabajos, pero al caer la tarde lo sacó con rapidez del puerto. Intuía una sorpresa desagradable. La niebla cotidiana impidió que las unidades locales pudieran ubicarlo. Lo buscan rumbo a Tikon. La voz, suave y profunda, venía de la esquina más oscura de la celda. Al mirar hacia allí el rey divisó dos brillantes ojos amarillos. Sintió un escalofrío. El jaguar había surgido de la nada, del mismo modo que el pájaro, y se adelantaba ahora hacia el centro de la celda. — Estuve preparando otra vía de escape. — Que seguramente nos traerá sólo problemas. Majestad, no haga mucho caso de él. Es algo delirante. Y usa ese tono bajo para hacerse el misterioso. Los graznidos del carpintero atrajeron la atención del joven, mientras Raluc sonreía. — A ver, criticón. ¿Qué debemos hacer? — Bueno, quizás… El anciano interrumpió. — No más discusiones. Veamos un resumen de la idea. — Salimos por el túnel de emergencia que da al río Siter. En el viejo embarcadero nos espera un pequeño buque de carga que ayer estaba en el puerto, intercambiando mercaderías. Vuelve a las montañas y su capitán acepta llevarnos en las bodegas. Muchos montañeses no terminan de digerir a Besit. — De ese modo nuestras posibilidades de huir disminuyen rápidamente. Nos alejaríamos cada vez más de la costa. — Sin embargo es el camino correcto. Aball, confía en mis palabras. El mago continuó, sin darle tiempo a responder. — Vamos hasta la entrada del pasillo. Lamar, por favor, sacá sin mucho ruido a los ocupantes de las primeras celdas. Y tomen las antorchas. Las necesitaremos. Minutos después todo el grupo se agolpaba en la antesala de las mazmorras, al nivel del patio exterior. Raluc los organizó con presteza. — Detrás del jaguar, en fila india. Niva, guíanos sin demoras. Cuando amanezca el barco ya no estará aguardando por nosotros. Bajaron las escaleras hasta los calabozos más profundos, y una vez allí el gran gato se desvió hacia la boca de un túnel, que aparecía frente a aquéllos. Avanzó sin dudar un instante, y luego de varios cambios de dirección, desembocó en un largo pasadizo. Sus seguidores, moviéndose cual fantasmas tenuemente iluminados, no le perdieron pisada. Al llegar al final se detuvo junto a los peldaños ascendentes. — Esperen. Veré si hay peligro. Segundos después se asomaba en la abertura superior. — Vamos. En el muelle sólo se encuentra la nave de Yalem. Un rato después, mientras navegaban suavemente río arriba, el anciano subió a cubierta. En la bodega, entre cajas y sacos con comestibles y productos manufacturados, se amontonaban los fugitivos, demasiados para el escaso lugar libre. Un mamparo servía de división con las literas de los marineros, a popa. El mago se acercó a la barra del timón, sostenida con firmeza por el propio capitán. En unas tres horas amanecería y Ata se inclinaba hacia el oeste. El hombretón, de larga cabellera y barba tupida, tenía la vista fija en las pequeñas ondas que el agua formaba a proa, abstraído en sus pensamientos. Cuando Raluc llegó a su lado fue directo al punto que lo preocupaba. — Ayer por la tarde el joven Vain me explicó la situación y pidió mi ayuda. No lo he visto subir a bordo, y me resulta extraño. — Vain odia el despotismo y la violencia que Besit ha heredado de su padre. Permanece oculto entre su gente para mantenernos informados de sus próximas acciones.

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— ¡Ah! Buena estrategia. — Y por mi parte quiero agradecerle que haya aceptado llevarnos. Corren un gran riesgo. — Tenían serios problemas y la presencia del rey Aball y del veterano comandante en nuestras tierras me pareció importante, máxime cuando ya nos disponemos a… Yalem interrumpió bruscamente sus palabras. — Quizás sería mejor que hablemos de este asunto al llegar a Uzok. Cambiando de tema, hay otros dos barcos aguardando más adelante, a los cuales pueden pasar los soldados. Así todos estaremos más cómodos. Trate de dormir un rato. Les avisaré. — Gracias. El mago se volvió para regresar a la bodega y el capitán no alcanzó a ver su sonrisa. Pensaba en la transformación que había usado Niva para convencerlo, y en aquello que se disponían a hacer los montañeses. Ya sabía incluso sus resultados. La tenue claridad previa a la salida del sol descubrió a las tres pequeñas naves avanzando con buen viento rumbo al noroeste. Los hombres de Lamar, distribuidos en las dos últimas, habían vuelto a dormirse, pero aquél y el joven rey, demasiado excitados, no lograban hacerlo. Ambos se apoyaban en el mamparo, junto a Raluc, que tenía los ojos cerrados. Luego del encuentro sólo los acompañaban los dos animales, que de inmediato cambiaron sus posiciones. El felino era un gran ovillo moteado a los pies de Aball, mientras Picus, subido en la caja más cercana, permanecía quieto como una estatua, con los párpados caídos. La luz de los faroles dejaba ver que el primero se mantenía alerta, ya que de vez en cuando movía la cola o alzaba la cabeza. El general se dirigió a su compañero, en voz baja. — Deberíamos imitar al carpintero. — No duerme. Está concentrado, como en trance, siguiendo las instrucciones del Maestro. En ese estado impide que todos los integrantes del círculo íntimo de Besit, y él mismo, consideren siquiera la posibilidad que huyamos hacia las montañas. El comentario de Niva sorprendió al rey, animándolo a dirigirse al jaguar. — ¿Puede hacer eso? — Picus tiene casi las mismas habilidades que Raluc. Ya viste lo que hizo en las celdas. Como ventaja adicional, así no molesta a nadie. Es insufrible. — Me pareció notar que ambos se llevan de maravillas. Bueno, también entre las personas es algo muy común. ¿Y en tu caso, qué tarea te ha asignado el viejo mago? Los ojos de la fiera, que se había vuelto hacia Aball para contestarle, brillaron intensamente. — Debo permanecer a tu lado, cuidando que nada malo te pase, sin importar el precio. Según él que permanezcas con vida es clave para el futuro de tu especie. De repente el joven rey sintió frío y se estremeció. Su voz sonó ronca y apagada. — Nunca supuse tal cosa. — ¿Y no ayudarás a este viejo si se encuentra en problemas? Niva apoyó nuevamente la cabeza sobre sus patas, antes de responder a Lamar. — Podría hacer un esfuerzo. El primer día de viaje fue bastante monótono para los fugitivos. Se alternaron horas de inquieta vigilia con otras de sueño, interrumpidas por dos comidas frugales y el reparto de pieles al caer la noche. La temperatura descendía rápidamente a medida que avanzaban. Ya dormían todos cuando el viento cambió de dirección y Yalem se vio obligado a fondear los barcos. Antes que el sol apareciera en el horizonte el capitán sacudió suavemente uno de los hombros de Raluc para despertarlo. La tripulación había iniciado una febril actividad en cubierta. Con él venía el cocinero, trayendo un brebaje caliente, galletas secas, agua y un trozo de carne salada para el jaguar. En minutos el grupo desayunaba, escuchando sus explicaciones. — Ayer progresamos muchísimo y ya estamos fuera del alcance inmediato de la caballería de Besit. No obstante el viento ha girado, dejándonos inmóviles. Representa un gran riesgo y debo recurrir a los remos. Quiero pedirles que sus hombres ayuden a los marineros de las tres naves para no perder la ventaja. Es probable que hacia la noche volvamos a emplear las velas. Si es así, mañana a mediodía llegaremos. — Yalem, disponga de ellos según su conveniencia. Lamar les informará la situación. La típica impulsividad de Aball para decidir hizo que el mago sacudiera su cabeza divertido. Al momento miraba a Picus. Seguía absorto. No habría complicaciones.

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Durante la mañana los viajeros de la embarcación de vanguardia, ya descansados, empezaron a notar los inconvenientes de permanecer inactivos en la bodega. Alrededor de las diez el rey, cuya inquietud iba en aumento oyendo el bullicio de los remeros, comenzó a pasearse entre los bultos, enfrascado en oscuras cavilaciones. Raluc, contra la pared, también parecía meditar. El silencio opresivo forzó al general a salir de allí, buscando distraerse. En cubierta se dio cuenta que navegaban con buen ritmo. El río se había estrechado y en ambas márgenes podía verse ahora una vegetación típica de zonas frías. Hasta cerca del mediodía se limitó a conversar con el capitán del intercambio comercial que éste efectuaba habitualmente. Luego de un sencillo almuerzo, que el carpintero no compartió, los cuatro se ubicaron lo mejor posible, dispuestos a escuchar al mago, quien, poco antes de iniciarlo, comentara su intención de abordar un tema interesante. Niva, por su lado, al salir el cocinero, reservó una porción de lo recibido y agua para Picus. Al final colocó todo junto a la caja. — Cuando salga del trance estará muerto de hambre. No quiero soportarlo protestar. Raluc esperó que el jaguar se acostara a los pies del rey, y entonces se volvió hacia éste. — Sabiendo por anticipado lo que ocurriría durante esta visita, los hechos pasados y los que se aproximan, estimé ideal acompañarte para comentar ciertas cosas que quizás te sean útiles en la tarea de conducir a un pueblo numeroso y heterogéneo. La charla en la nave no fue un mero entretenimiento. Deberías recordarla siempre. Habla de lo efímera que es la vida humana, y de aquéllos, olvidados, que contribuyeron humildemente a vuestro progreso. El anciano inclinó la cabeza, preparando sus palabras. Sólo se oía el rítmico batir de las palas en el agua y la canción de los marineros, en el dialecto de su tierra. — Volvamos por un momento a los Erkas. Todos conocemos la historia, pero quiero recordarla a fin de destacar ciertos eventos fundamentales. Pasados algunos miles de años de avance, un grupo numeroso de habitantes del valle en el que se asienta la cabeza del reino inició un viaje de colonización hacia el interior del continente. Como bien saben es un área más inhóspita, y la crianza de animales y los cultivos se tornaron difíciles. Muchos de ellos adquirieron un carácter hosco y belicoso, y con el paso del tiempo fueron cambiando las escalas de valores de los hijos de sus hijos. El trabajo ya no les interesaba y habían perdido el respeto por aquéllos que aún lo llevaban a cabo. Su número aumentó, encontraron al líder ideal, tomaron el poder y terminaron exigiendo tributo a los que fueran sus iguales siglos antes. — Mi instructor, aquí presente, me ha hablado de esas generaciones. Provocaron una escisión entre los llamados Hombres del Oeste. Los poderosos, adictos a la violencia, y los sojuzgados, sometidos a sus caprichos. Según cuentan hubo demasiadas muertes sin sentido. — Esa situación condujo, hace unos 700 años, a la huida de los más decididos, en dos grupos pequeños que llegaron a la costa del Océano Infinito casi simultáneamente. Uno de ellos siguió de inmediato hacia el extremo sur de Tikon, donde se establecieron bajo el mando del veterano Calin. El otro, alentado por el joven Uzok, se enfrentó a la cordillera de Lenard, menos elevada al ingresar en las aguas. A aquellos que lograron atravesarla les pareció acertado organizar su hogar en los bosques que se prolongaban ladera abajo. Sus descendientes nos están llevando hasta allí. Hombres de pocas palabras, muy honestos y valientes. El comandante hizo un breve comentario. — La Gente de los Lagos también es excelente. Trabajadores incansables, sinceros y amables, luchando siempre con un clima adverso. Ya habían solicitado formar parte del reino aún antes de la partida de Gotib y sus seguidores. — Lamar acaba de mencionar el punto crítico. Tu tío era bastante turbulento y decidió pasar su juventud en la zona Oeste, incorporando así las costumbres de quienes la gobernaban. El viejo rey Emoc se vio obligado entonces a designar a tu padre, el menor de los dos hermanos, como su sucesor. Gotib lo consideró injusto y sus nuevos amigos lo apoyaron totalmente, avanzando sobre Antar para derrocarlo. Las matanzas de los inocentes pobladores que hallaron a su paso fueron inexcusables. Sólo la intuición del general, quien había preparado un fuerte ejército con absoluta reserva, pudo detenerlo y derrotarlo, logrando unificar ambas regiones. — Su destierro no sirvió de mucho. En los valles del norte se reorganizaron y sometieron a los montañeses. Yo esperaba una mejor actitud de mi primo. El odio lo domina. — Bueno, creo que esta breve reseña de hechos reales les permitirá apreciar la trascendencia del tema que quiero ver con ustedes.

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Tomó un sorbo de agua y prosiguió hablando. — Puede resumirse en una pregunta sencilla. ¿Qué está bien y qué está mal? Por supuesto, la misma es exclusiva para los integrantes de las especies inteligentes, sean hombres, duendes o lagartos. Hay ciertos animales superiores que tienen códigos instintivos de conducta, sobre los cuales nos atribuimos la potestad de opinar, por comparación con los nuestros. Sus compañeros, sorprendidos, dejaron que siguiera adelante. — ¿Y cuál es la primera conclusión que resulta de ella? Que, contrariamente a lo supuesto, las respuestas son relativas y no absolutas. Analicemos a los humanos. Existen diversas variantes sobre ambos conceptos teniendo en cuenta el modo de pensar y actuar de conjuntos aislados de personas. Cada uno considera que sus valores son los correctos. Ello nos lleva a cuestionar cuál es la verdad. Otro problema difícil. ¿A qué se debe esa falta de uniformidad sobre algo tan importante? Probablemente la fijación de esos valores sea producto de las costumbres que han mantenido por siglos los distintos grupos de individuos. Raluc estiró las piernas y clavó sus ojos en las gastadas sandalias. — Antes de proseguir quiero aclarar que mis principios se basan en todo aquello que el sentido común nos indica como positivo. No puedo aceptar la maldad, la esclavitud, el asesinato, y, por el contrario, estoy a favor de la conciliación, el respeto y la bondad entre las personas. Esa es mi verdad, aunque también es relativa. — En mi opinión la ética tiene una sola cara. No es posible adaptarla según convenga. El mago ignoró las palabras de Lamar, tratando de mantener el hilo de sus razonamientos. — Ahora bien, las dificultades aparecen cuando comunidades con diferencias extremas entran en contacto. La convivencia es imposible e irremediablemente comienza una lucha por imponer los respectivos puntos de vista. Y aquí surge mi gran duda. Aquéllos que, como yo, se oponen a la violencia y a la muerte, deben recurrir a esos mismos actos, que juzgan aborrecibles, para defenderse y acabar con sus enemigos. Algo paradójico, pero hasta hoy no he encontrado una solución más adecuada, y llevo muchos años tras ella. Sacudió la cabeza, como apesadumbrado, y se volvió hacia el joven rey. — Antes de huir Picus dijo en la celda algo sobre acciones contradictorias. Los duendes tienen prohibido intervenir en las actividades propias de los humanos. No obstante, algunos colaboran con aquéllos cuyos principios no aprobamos. En esos casos se hace necesario detenerlos, y a veces, como compensación, ayudar al grupo perjudicado, lo cual implica igualmente violar esa prohibición. — La realidad demuestra que nos comportamos según lo has descripto. Por lo tanto no es lícito escribir con mayúscula nuestra verdad. Una sonrisa iluminó el rostro de Raluc, al recordar su frase en la nave de Gullam. — Sin embargo, hay conjuntos de personas que tienen valores levemente distintos en aspectos no tan fundamentales, con los cuales es posible vivir en armonía. Quizás esta alternativa sea lo único rescatable de todo lo que he dicho. Por ello quiero aconsejarte que te muestres tolerante con esas congregaciones y siempre lleves a cabo un análisis desapasionado de sus principios, tal que a lo largo de los años se logre una fusión adecuada. De ese modo partirás un día con la tranquilidad de haber contribuido a un mejor entendimiento de las nuevas generaciones. El anciano recogió las piernas para incorporarse, y al moverse sus ojos se cruzaron con los del pájaro, que lo miraba fijamente. — Picus. ¿Por qué no estás concentrado? ¿Cuánto hace que abandonaste el control? El carpintero, compungido, agachó la cabeza. Su voz chillona sonó muy queda. — Desde que empezaste a hablar.

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7 Sorpresas La playa era más angosta y la arena más gruesa, con gran cantidad de guijarros. A unos doce metros de la espuma que dejaban las olas al retirarse comenzaba la masa oscura de la selva, y todo el conjunto tenía un fuerte brillo plateado. Ata se veía resplandeciente en su avance en el cielo nocturno. Alejandro no notó cambio alguno en el monótono romper de las olas. Se sentó lentamente y cruzó las piernas. Iván se dirigió al carpintero. — Antes que desaparezcas, necesito al chico con la mente fresca. Al oírlo Ale giró la cabeza para mirar a Picus. Esté hizo lo mismo y sus ojos se encontraron por un breve instante. Un segundo después el pájaro ya no estaba y él había olvidado sus deseos de dormir un rato. Por el contrario, le parecía que recién empezaba la parte divertida. — ¿Qué hacemos hasta que vuelva? — No tardará mucho. Y mientras tanto aprovecharé para comentarte algo. El gato se acostó a sus pies, como lo hacía habitualmente en casa. — Hay dos puntos por los cuales estás aquí. Comencemos por aquél que es evidente. Picus y yo no podemos rescatar solos a Ingar. Una vez frente a ella es poco probable que quiera seguir las instrucciones de dos animalitos que hablan. Me imagino la escena. Tu presencia le infundirá la confianza suficiente para que venga con nosotros. Pensaba traer a su padre en tu lugar, pero Zumik no serviría de ayuda si la cosa se complica. — No bromees. ¿Qué te parece que soy capaz de hacer mejor que él? — Ese es precisamente el segundo punto. Posterguémoslo por un momento para escuchar los armoniosos chillidos de nuestro espía nocturno. El carpintero había reaparecido sorpresivamente entre ellos y la espesura. Ale no se movió. Ya comenzaba a acostumbrarse a esta habilidad de los duendes. — Estoy llevando la cuenta de tus burlas. La venganza te va a doler. — No seas rencoroso. ¿Qué viste? — Hay tres cabañas de troncos. Ingar duerme en la más cercana a la orilla del lago, custodiada por un guerrero krayano parado bajo el alero, junto a la puerta. Los demás soldados ocupan las otras dos, algo separadas de la primera. Por las ventanas abiertas se oyen las voces apagadas de los que permanecen despiertos. Son nueve en total, y encendieron dos fogatas. — Parece sencillo. Gracias. Antes de intentarlo quiero pedirte un nuevo favor. ¿Podrías traer al guardia, en esencia, unos tres o cuatro metros delante nuestro, inhibiendo su percepción? — No. No voy a hacer tal cosa. Elegiste un modo demasiado peligroso de mostrarle al chico lo que es capaz de hacer. Si me desconcentro nos atacará. — Entonces no pierdas la concentración. Yo te aviso. Tengo que explicarlo primero. Iván se volvió hacia su dueño, que ahora lo miraba con el ceño fruncido. — El transporte en esencia es una habilidad que sólo poseen Lurac y este pajarraco. La misma les permite traer frente a ellos un duplicado exacto de cualquier ser vivo e interactuar con él sin que ninguno de los dos se traslade. En instantes Picus pondrá en la playa al soldado que cuida a la pequeña y lo verás como si fuera real. No te asustes. No nos detectará. Debes mantener la calma y seguir mis instrucciones de inmediato. — ¿Estás seguro que no notará nuestra presencia? — Absolutamente. El carpintero se lo impedirá. ¿Listo? Ale asintió con la cabeza. Se le retorcía el estómago recordando el cuadro. — Maullaré para sacarte del trance. ¡Ahora! Y allí estaba. Una montaña de músculos, iluminada por la luna. Las mismas poderosas piernas, el torso robusto bajo una coraza de cuero, un arco muy largo en su mano izquierda, el estuche con las flechas colgando del hombro y una inmensa espada en su cintura. La mirada de ambos espectadores, muy abajo en la arena, iba ascendiendo por el cuerpo del visitante, hasta llegar a la cabeza. En la boca, apenas entreabierta, brillaban los agudos dientes, y los ojos, malignos y fríos, se desplazaban constantemente observando a lo lejos, por sobre ellos. Le habían dado la orden de vigilar, y eso hacía. Por lo visto no había percibido cambio alguno. Alejandro se acordó de respirar.

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— Fijate en la espada. No tiene vaina. Se encuentra sujeta al cinturón por un soporte simple, lo cual le permite asirla con total rapidez si fuera necesario. Concentrate en ella sin pensar en otra cosa. Con decisión. Bien. Ahora traela aquí y sostenela en tus manos. La voz suave del gato causaba en él un efecto similar al que había sentido en la reunión con la familia real en Antar. Estiró sus brazos y el arma brilló en el aire fresco de la playa. No pesaba más que el escobillón viejo de mamá, y sin embargo era enorme. La ancha hoja superaba lejos su propia altura y ambos bordes parecían recién afilados. — Dejó de mover los ojos. Seguramente siente la falta en su costado. Apoyala en el suelo, con suavidad, detrás suyo. ¡Ya! El lagarto bajaba la cabeza hacia su lado izquierdo, sólo para descubrir que la espada parecía haberse caído inesperadamente. La incredulidad se reflejó en su rostro y comenzó a agacharse para recogerla. — ¡Miau! El krayano desapareció. Ale, con los brazos todavía extendidos, abrió grande la boca, y Picus, por su parte, lanzó un profundo suspiro. — ¿Conforme, gato mañoso? — Increíble. ¿Cómo pude hacer eso? — Años atrás, cuando llegué a tu casa, me di cuenta que hay en tu cerebro un pequeño sector más desarrollado que en las demás personas. Empleándolo adecuadamente podés mover casi cualquier cosa a distancia. Por ahora yo te ayudo con la concentración, pero algún día no será necesario. Bueno, vamos a buscar a la chica. — Un momento. Hay algo muy extraño en ese campamento. Tu apuro con la demostración me impidió comentarlo. Mientras observaba desplazándome por las ramas de los árboles cercanos perdí mi visión hacia adelante. Nunca me había pasado, y mis esfuerzos para predecir qué nos ocurrirá fueron inútiles. Ni sueñes que volveré allí. Iván se levantó rápidamente y se acercó al pájaro con las orejas gachas y los ojos brillantes. — A veces conseguís hacerme perder la paciencia. ¿Cómo te parece que lograré sacar a Ingar del “sueño oscuro” sin tu ayuda? En ese estado me es imposible transportarla. — Pero no sé si podré… — Sin peros. Probamos, y si has perdido tus habilidades, regresamos de inmediato y tratamos de ponernos en contacto con Lurac. Volvió junto al niño, que seguía inmóvil, intentando asimilar todo lo ocurrido y la explicación del gato. Su mente había ignorado por completo el diálogo posterior. — Poné tu mano en mi cuello. La habitación principal de la cabaña de troncos era amplia y su techo muy elevado. Dos faroles colgados en las paredes laterales la iluminaban tenuemente y sobre la mesita de luz, junto a la cama, había, además, una gran vela. La puerta ubicada al otro lado de la cabecera debía llevar al cuarto de baño. Una chimenea de piedra, con algunas brazas rojizas, calentaba el ambiente, ya que habían dejado una leve rendija en la ventana ubicada frente a ella, por la que penetraba la sutil brisa del lago, renovando el aire interior. Los tres dieron una rápida mirada a su alrededor desde el espacio libre entre la entrada, tras la que se encontraba el guardia, y el lecho en que dormía la niña. Su pequeño cuerpo era sólo un bulto bajo las mantas, allá lejos. Iván se adelantó para verla, y Ale y el carpintero fueron detrás, en absoluto silencio. Tenía la cara vuelta hacia el otro lado y la vela arrancaba destellos de oro de su cabello rubio, derramado sobre la gran almohada. Un susurro. — Picus, es toda tuya. EL pájaro estiró su cuello y miró fijamente la cabeza de Ingar. Un instante después la pequeña se volvió, miró en torno y se sentó sorprendida. — Este no es mi cuarto. ¿Quiénes son ustedes? Si bien su vocecita suave intentaba mostrar firmeza, los ojos celestes, muy abiertos, indicaban claramente que estaba bastante asustada. Se parecía mucho a su madre, y Ale pensó al verla que no tenía nada que envidiarle a Vanina. Se destapó con rapidez, giró y se sentó en el borde de la cama. Llevaba un vestido largo y no le habían sacado sus mocasines de cuero. — Ya recuerdo. Iba a acostarme cuando apareció de repente esa mujer de pelo negro, con un cuervo horrible en el hombro, y me miró fijamente. Ahora verán.

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— ¡No grites, por favor! La intervención del gato sólo complicó las cosas. La niña saltó al suelo y corrió hacia la puerta para alejarse de ellos. — ¡Papá! ¡Papá! ¡Auxilio! A partir de ese momento todo tomó un ritmo vertiginoso. El carpintero la siguió con la vista, se estremeció, y desapareció. El guerrero krayano asomó su cabeza, gruñó al comprender lo que ocurría y comenzó a entrar. Ingar se detuvo en seco, emitió un alarido de terror y retornó sobre sus pasos, acercándose al chico. Iván no dudó un instante. — Alejandro. Tranquilo. Concentrate en la espada. El tono especial de su voz seguía siendo efectivo. Ale miró fijamente el arma del gigante que ya se encontraba adentro, observándolos con curiosidad antes de avanzar. — Atraela hasta donde estás, como en la playa, y dejala suspendida en el aire, sin asirla. La larga hoja de acero flotaba ahora sobre ambos niños. El lagarto abrió la boca, sorprendido. — Clavásela en mitad de la frente, con todas tus fuerzas. Un relámpago plateado cruzó la habitación. Ingar apartó la vista y se tomó con fuerza del brazo izquierdo del chico, con sus dos manitas, mientras el enorme cuerpo caía lentamente. El golpe estremeció la cabaña entera y las tablas del piso sonaron como un tambor. Segundos después comenzaron los gritos en el exterior. El gato saltó junto a la pareja. — Vámonos. Ale se volvió hacia la chica. Ella lo miraba fascinada. Pensó en la playa desierta, bañada por la luna, lejos de ese lugar de oscuro terror. Hundió su mano libre en el pelaje de su amigo. Nada ocurrió. Los gritos y gruñidos no fueron reemplazados por el rumor de las olas. — ¡No puedo transportarme! Iván achicó sus pupilas, agachó las orejas y se alejó de los niños. — Tampoco soy capaz de cambiar de aspecto. Picus tenía razón. Algo raro está pasando. En un instante llegó a la ventana. — Cambio a metodología tradicional. Salgamos por aquí. Chicos, ayúdenme a abrirla un poco más y salten con cuidado. Les llevó bastante tiempo reunirse al otro lado. Aunque pequeña, Ale tuvo que esforzarse para moverla. Luego subió al alféizar e izó a la niña, ayudándola a bajar antes de saltar él mismo. La pieza, para entonces, estaba llena de soldados. Uno de ellos daba órdenes con voz gruesa. No hubo traducción. — ¿Y ahora? — Corremos rápidamente por la orilla del lago hasta penetrar en la selva. Es esa masa negra a la derecha, unos veinte metros adelante. Síganme y no suelten sus manos. Partió adelante y los niños fueron detrás, aunque Alejandro tuvo que ajustar su carrera al ritmo de Ingar, limitada por el vestido largo. Las dos hogueras les permitían tener una ligera visión de su camino, pero también servían para guiar a los que habían salido en su persecución. A pesar de ello lograron zambullirse en la espesura pocos segundos antes que pudieran atraparlos. Los guerreros se detuvieron de inmediato. — Quédense quietos y callados. Acostados en el duro suelo, muy juntos entre las matas, ambos observaban al grupo. El jefe dio nuevas instrucciones y se alejó hacia el campamento. Notaron que se acercaba a un individuo pequeño, inmóvil junto al fuego, con la cabeza gacha. No era posible definirlo claramente a esa distancia. El lagarto se inclinó, luego se irguió nuevamente encogiéndose de hombros y siguió su camino. Mientras tanto sus subordinados habían reunido leña para tres nuevas fogatas, que ubicaron en semicírculo alrededor del lugar donde ellos desaparecieran. Las encendieron y se sentaron en el suelo, taladrando la selva con sus ojos fríos. Iván se recostó contra el brazo derecho del chico. Su desplazamiento había sido imperceptible, y susurraba quedamente. — No son tontos. Saben que no nos moveremos durante la noche. Ya es demasiado peligroso atravesar la Selva Manchada de día. Esperarán a que amanezca. — Te van a escuchar. — Aún si sospechan cual es nuestra posición aproximada no desobedecerán sus órdenes. De cualquier modo vamos a mantenernos atentos por si deciden acercarse.

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— ¿Cómo puede hablar el gato? La intervención de la niña y su primera pregunta, en voz baja, hizo sonreír a Alejandro. — Es sólo un duende con forma de gato. Supongo que conocés la capacidad de transformarse del pueblo de Lurac. Su nombre es Iván, y el mío Ale. — Deberíamos encontrarnos en Antar. No entiendo qué pasa. — Otro integrante del mundo mágico, nada bueno por cierto, te adormeció hace una semana y te entregó como rehén a los enemigos del rey Aball, para asegurarse que tu tío Tiner desistiera de luchar contra ellos. Se preparan para invadirlos y esclavizarlos. — ¿Conocen a mi familia? — Unas horas atrás nos reunimos en la fortaleza de la ciudad, antes de venir a rescatarte. Tus padres están muy preocupados. Temen que esos monstruos te hagan daño. Los ojos de la niña se humedecieron por la emoción, si bien la densa oscuridad impidió que sus acompañantes lo notaran. El diálogo se interrumpió por un momento. Cuando volvió a hablar el tono de su vocecita era más grave. — Ahora tengo clara la presencia del cuervo y la mujer alta en mi pieza. A propósito. ¿No había un pájaro grande con ustedes? — Picus, el carpintero. Un duende con múltiples habilidades. El te sacó del sueño profundo. Me parece que se asustó y huyó a un lugar seguro. — Es justo reconocer que tenía razón. Presentía algo malo en el campamento y se rehusaba a venir. Yo lo obligué, desoyendo su advertencia. Iván sacudía suavemente la cola. El chico notó su irritación. — Y creo saber el origen de nuestros problemas. Esa criatura pequeña, cercana a la hoguera, es un duende no transformado, lo cual ya de por sí es inusual en nuestros contactos con otras especies. Está profundamente concentrado para impedirme usar algunas de mis habilidades. — ¿Sabés quién es? — No recuerdo a nadie tan poderoso. Solamente Lurac es capaz de inhibirme. Creo que Picus pudo detectarlo luego de los gritos de Ingar y escapó de su influencia. — Quizás regrese para transportarnos. — El carpintero no tiene la capacidad de mover a otras personas. Pero sería bueno contar con su ayuda dentro de unas horas. Ni bien aclare un poco debemos irnos de aquí. La respuesta de Alejandro reflejaba una gran inquietud. — Si. Los lagartos nos seguirán de inmediato. — No pensaba en ellos. Tendrán sus propios problemas. La verdad, me preocupa que hasta el presente casi nadie ha logrado salir con vida de la Selva Manchada. La niña apretó con más fuerza la mano de su nuevo amigo.

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8 En las Montañas Raluc sacudió la cabeza. Se incorporó y avanzó decididamente hacia la escalera que conducía a la cubierta. En ese momento todos notaron algo que la seriedad de la charla les había hecho ignorar inconcientemente. En el aire se percibía un cierto olor a azufre. — Enseguida regreso. Picus, tu amigo te guardó el almuerzo. El carpintero saltó de la caja, comenzó con tres largos tragos de agua y siguió con los granos, picoteando alternativamente las galletas y la carne que dejara Niva. Hizo un pequeño alto. — ¿Cuánto tiempo estuve concentrado? — Cerca de un día y medio. Siempre el mismo atolondrado. Tenías que arruinarlo faltando tan poco para llegar. — No critiques. Ya sabía que el Maestro iba a hablar de ese tema y no podía dejar de escuchar sus conclusiones. Me preocupan seriamente, y puse una alarma mental para salir del trance ni bien él comenzara. Preveo que nos descubrirán, pero en el fondo así debe ser, y por ahora no significa peligro alguno. Creo que estás muy asustado. — Seguro. Me muero de miedo. Mientras el rey y Lamar asistían en silencio a uno de los típicos diálogos entre ambos animales, el anciano, al salir por la portilla, se volvió de inmediato hacia las montañas, ya muy cercanas, a su izquierda. Uno de los volcanes arrojaba nubes de humo y cenizas, y el olor allí afuera era muy intenso. Sonrió levemente antes de mirar al grupo de remeros que continuaban inmutables con su pesada tarea. Debía actuar sin demora. Adoptó una inmovilidad absoluta, dejó caer los brazos a lo largo del cuerpo y cerró los ojos. Al cabo de varios segundos una suave brisa comenzó a acariciarle los cabellos. Rápidamente fue aumentando en intensidad y los hombres prorrumpieron en exclamaciones. Cuando levantó los párpados Yalem estaba casi a su lado. — Esperaba tener viento al oscurecer. Es una suerte que hoy se haya adelantado. Voy a enviar a los soldados de regreso a las otras naves. Necesitan un merecido descanso. Las ráfagas son cada vez más poderosas y llegaremos al puerto de Uzok antes de mi predicción. El mago se disponía a contestarle cuando su instinto lo obligó a mirar al cielo, por la banda de estribor. Un pájaro negro volaba muy alto sobre las copas de los pinos. Volvió a sonreír. — Kinor. Simultáneamente en la bodega Picus alzó la cabeza del cuenco del agua. — El cuervo. En unas horas informará a Besit que hemos recibido ayuda de los montañeses, y que viajamos ocultos hasta sus tierras. Arriba Raluc ponía al capitán al tanto de la situación, más o menos en iguales términos, y ante su cara preocupada, intentaba tranquilizarlo. — Cuando lo sepa se enfurecerá, pues ya nos hallaremos fuera de su alcance. Este fracaso lo obligará a alterar la estrategia, preparando todas sus fuerzas para atacar a vuestra comunidad, darles un buen escarmiento y recuperar a aquellos que perdió. Tiene información parcial sobre los preparativos que están llevando a cabo, y por supuesto, no les asigna gran importancia. Le aguarda una sorpresa y la batalla se librará en condiciones beneficiosas para los locales. No se inquiete y continuemos adelante. Dio media vuelta y bajó por la portilla, dejando a Yalem con la boca abierta. ¿Cómo conocía el viejo las intenciones de su pueblo, y lo que pensaba hacer Besit? — Por sus caras largas me doy cuenta que se han enterado de las novedades. Los problemas reales aparecerán en dos o tres días, y mientras tanto veremos qué tiene en mente Dorman, el líder del área. Tratemos de descansar. Nos aguardan largas horas de actividad. Las palabras del mago calmaron de inmediato a sus dos compañeros, a tal punto que, una vez terminada la cena, todos se durmieron profundamente. A media mañana los sonidos habituales de las operaciones de amarre lograron despertarlos. La llegada provocaba una gran algarabía, que incluía a los marineros y a los que esperaban por ellos. — Vine a verlos apenas amaneció, pero me dio pena molestarlos. ¿Qué les parece desayunar en tierra? Hay una cantina en el puerto.

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El capitán, parado en la escalera de acceso a la bodega, sonaba muy satisfecho. Nada grave le había ocurrido a tan importante pasaje mientras estaba a su cargo, y el emisario con la noticia del arribo inesperado ya iba en camino a la sede del gobierno. Al bajar al muelle todos los montañeses presentes, informados de la identidad de los visitantes, saludaron al pequeño grupo con los brazos en alto, si bien mantuvieron prudente distancia. Los grandes felinos eran enemigos cotidianos. Hombres y mujeres llevaban gruesas vestimentas y gorros de pieles. Hacía bastante frío y el pálido sol no alcanzaba a calentar el amarradero. Los viajeros parecían monjes, cubiertos con las mantas que les proporcionara Yalem. Este se ofreció a interactuar con el cantinero, aunque los tres conocían el idioma. La presencia de ambos animales intranquilizaba al hombretón. Promediando el desayuno hicieron su entrada los soldados de la Guardia y colmaron el lugar. El capitán se vio obligado a aclarar que se haría cargo de los gastos totales, ante la mirada espantada del dueño. Un rato después caminaban apresuradamente por un ancho camino entre los árboles en busca de la ciudad. La brisa helada se metía entre los pliegues de sus coberturas improvisadas, y los hacía tiritar. Recorrieron en silencio unos dos kilómetros antes que comenzaran a aparecer las primeras cabañas, ubicadas en líneas paralelas a la vía por la que venían. Al fondo se veía una construcción de dos pisos, también de madera. Arriba, en el cielo, el humo de las chimeneas se mezclaba con el del volcán, y las cenizas les producían escozor en las gargantas. Una gran parte de los habitantes de Uzok sabían de su llegada y muchos de ellos habían salido para verlos pasar. Ya más cerca, notaron que el edificio al que se dirigían ocupaba el centro de una plaza y frente a él aparecían varios grupos de individuos, en una improvisada formación de bienvenida. Al finalizar la avenida se encontraba parado un joven con la cabeza descubierta, de barba recortada y desordenados cabellos castaños. Sonreía abiertamente. Aball y sus compañeros se detuvieron a unos diez metros de distancia. El rey arrojó al suelo su manta y los demás lo imitaron. De inmediato los soldados cerraron filas para formar la habitual escolta. Sólo Yalem continuó avanzando hasta pararse frente a Dorman. Este le dio dos o tres palmadas en la mejilla en señal de aprobación y comenzó a acercarse a los visitantes. Pero el nuevo soberano, poco amante del protocolo, decidió hacer lo mismo y ambos se encontraron a medio camino. Aball, algo más bajo que el montañés, miró por un momento sus ojos celestes y luego lo abrazó. Un sordo rugido recorrió a los toscos espectadores locales, y en la mirada del mago brilló un relámpago. Sorprendido, el líder apretó ambos brazos del rey, muy cerca de los hombros. Su voz suave fue sólo un susurro emocionado. — Gracias. Es un honor que me consideres tu amigo. — Espero serlo por siempre. Y entre amigos es común ayudarse. ¡Estoy muerto de frío! Mientras soltaba una risa franca, el joven se volvió hacia los suyos. — ¡Todos adentro, al salón de reuniones! ¡Aviven el fuego! Giró nuevamente, para enfrentar a los recién llegados. — ¡Síganme rápido, antes que se congelen! Los visitantes corrieron tras él, no sin antes recoger las pieles y volver a cubrirse. En instantes una masa compacta de gente se agolpaba en la gran sala, en la cual la temperatura era ahora bastante alta, gracias a dos chimeneas gigantes. Dorman habló tres segundos con un individuo cercano y éste desapareció enseguida. De inmediato se dirigió a sus huéspedes. — Ya pueden tirar esos trapos. Luego les proveeremos de ropas más adecuadas para moverse en el exterior. Voy a presentarlos a mis compañeros. Las circunstancias son ideales pues están presentes los representantes de las cinco ciudades que integran la comunidad. ¡Ah! Terminen de calentarse con un trago de shar, el aguardiente de piñas. Tómenlo lentamente. El sirviente con el que hablara estaba de regreso con una bandeja repleta de vasos y dos odres medianos colgados del hombro. Su jefe le indicó con un gesto que sirviera poca cantidad. Aball y el comandante tomaron un par y los alzaron ante los presentes antes de beber. El anciano se excusó. A pesar de sus precauciones el alcohol les coloreó las mejillas y tuvieron que cerrar los ojos por un momento. Los montañeses estallaron en gritos, festejando el brindis, con lo cual los comentarios de los soldados sobre el licor, en tikoniano, pasaron desapercibidos. — Bueno, ya todos identifican al joven rey de Tikon, y suponen, acertadamente, que a su lado se encuentra el veterano general Lamar. Es un privilegio darles la bienvenida.

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El silencio invadió la sala. Los brazos se elevaron en el tradicional saludo local, y las cabezas, descubiertas, se inclinaron respetuosamente. Los dos también bajaron las suyas. Dorman, por su parte, se había alejado de ambos parándose delante del mago, que con el carpintero en su hombro y el jaguar acostado a sus pies, se hallaba discretamente más atrás, sin tener a nadie demasiado cerca. Una vez allí hizo algo inesperado. Se agachó, apoyó su rodilla derecha en el suelo y miró al viejo a los ojos, logrando así la atención total de los presentes. — Han pasado cientos de años desde nuestros comienzos. Y hoy creo tener frente a mí al que fuera la leyenda de mis abuelos. Dime la verdad, Raluc. ¿Guiaste a Uzok en su camino? El anciano sonrió, mientras un suave murmullo recorría el salón. — Siempre he sido muy curioso. Me entusiasman las epopeyas de los humanos. — Entonces sabés que la rebelión es inminente. — Y también que Besit los atacará con saña en no más de dos días. Algo de información se ha filtrado, y además quiere recapturar a Aball para dominar su reino. — Bien, aquí estaremos. Espero contar con tu presencia. Se incorporó rápidamente, con la mirada brillante. Cerca de la puerta, Yalem, con el vaso vacío en la mano, encontraba ahora la explicación a muchas de sus inquietudes. En cambio, el resto de los montañeses permanecían con la vista fija en el viejo, como petrificados. El joven líder se dirigió a ellos, desbordante de alegría. — Compañeros, la presencia de este hombre es en verdad excepcional, y me parece que debe interpretarse como un buen augurio. En unas dos horas tomaremos un almuerzo ligero. Quiero pedirle al general que se reúna luego con los jefes de los diferentes cuerpos para conocer sus opiniones sobre la próxima batalla. Vamos a sacarnos de encima a ese maniático. De inmediato estalló una sensacional algarabía. Todos hablaban entre sí, y el sonido grave de sus voces parecía conmover hasta las paredes. El anfitrión y sus huéspedes asistían divertidos a la creciente manifestación de entusiasmo. Raluc se paró junto a Dorman. — Tenemos dos horas. Me gustaría aprovechar parte de ellas para conocer a aquel que tiene a su cargo la coordinación de las tareas educativas de la comunidad. Una breve charla sobre las mismas quizás sería de utilidad futura para el nuevo soberano. El joven, extrañado, volvió la cabeza hacia el mago, tratando de adivinar sus intenciones, mas no logró detectarlas. Se apresuró a contestar, al tiempo que tomaba a Lamar del brazo. — Iré en su busca. Y de paso dejaré al comandante con Sugat, mi lugarteniente, a cargo de las tropas locales. Ni bien se hubo alejado un poco, Aball, arrugando las cejas, interrogó al anciano. — ¿Qué tenés en mente? ¿Dónde encaja la educación en las actuales circunstancias? — Una sociedad que pretenda ser sana no puede dejar de lado ese asunto. Los individuos que nos rodean, entretenidos en un bullicio ensordecedor, a quienes juzgarías toscos o rudos, son aquellos de mayor cultura del continente, con excepción de algunos de tus súbditos, y tienen la capacidad de analizar a fondo casi cualquier tema, separando “la paja del trigo”, como se dice habitualmente, con escaso margen de error. Veamos por qué. Dorman emergía de la muchedumbre con su brazo sobre el hombro de un joven algo más bajo, de largos cabellos rubios atados detrás con una cinta. Su vestimenta era similar a la del resto, y traía su gruesa campera en la mano izquierda. Muy delgado, venía hacia ellos mirando hacia el suelo, como preocupado por su repentino interés. Pero una vez frente al rey clavó sus grandes ojos celestes en los del soberano, mientras el rubor cubría sus mejillas. Al instante inclinaba la cabeza, a modo de saludo. Una mujer, apenas salida de la adolescencia. — Señores, mi hermana Ingar. Normalmente se encarga de todo lo relativo a la instrucción, en sus diferentes niveles. No obstante, en las actuales circunstancias ha tomado el mando de las compañías de arqueras. Son damas muy peligrosas. Recibió una mirada furibunda de la chica y se alejó riendo. Mientras ésta repetía su reverencia ante Raluc, el otrora portador del licor les indicó por señas que había tres sillas cerca de una de las chimeneas, preparadas para ellos. Una vez allí, con Picus y Niva a sus pies, el anciano dedicó una amplia sonrisa a la muchacha, tratando de disminuir el nivel de emoción que la embargaba. — Quiero disculparme por haber interrumpido tus quehaceres. Dime, si no me equivoco ambos son descendientes directos del viejo Uzok.

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— Raluc, no debe pedir disculpas. Sólo hablábamos sobre la importancia de los hechos que se avecinan. Los pueblos al otro lado de las montañas están incluso involucrados. Y por supuesto, no se equivoca. Conozco sus habilidades. Creo que sabe todo lo relativo a nuestra comunidad mejor que nosotros mismos. El mago sacudió la cabeza y el rey abrió la boca completamente sorprendido. — Gracias por tu franqueza. No es común. Vamos entonces directamente al punto. Me interesa que Aball oiga de la persona indicada cómo han encarado ustedes la educación de su gente. — Es muy sencillo. Basta recordar que aquél que guiara al primer grupo hasta aquí escapando de la violencia de muchos de los Hombres del Oeste era sólo un maestro de escuela. Tenía un método especial para tratar los temas fundamentales, que, por lo común, causaban disidencias entre los asistentes a sus clases de nivel superior. En cambio seguía un programa básico para enseñar materias como matemáticas, geografía o idiomas. — ¿Han mantenido su sistema alrededor de 700 años? — Sin grandes variantes. Ha pasado de generación en generación, y el curso de dos años que Uzok solía llamar Humanidades, es obligatorio para la comunidad entera. El anfiteatro principal de nuestro Instituto Superior se ha encendido infinidad de veces por el calor de las discusiones de alumnos llegados desde los lugares más distantes. Nos han enriquecido. Aball la escuchaba fascinado. Nunca había visto antes tal vehemencia en una mujer, ni el brillo intenso de sus ojos a la luz de las brazas. Raluc continuó dialogando con ella. — ¿Podrías darnos algunos detalles de su desarrollo? Las clases, muy numerosas por cierto, son conducidas por varios instructores. Yo también me cuento entre ellos. Elegido el tema “difícil”, cada uno de los asistentes debe leer todo lo que se ha escrito sobre el mismo sin omisión alguna, ya sea a favor, en contra, de manera indirecta o aproximada. Pueden pedir la opinión de personas mayores, sin importar su condición. Según el asunto se asigna un plazo para ello, y es común que terminen formándose grupos debido a las consultas que lógicamente efectúan entre sí. Ingar hizo un paréntesis para soltarse el cabello, y sacudió la cabeza acomodándolo con gracia sobre sus hombros. — Luego comienza la etapa en la cual se exponen los resultados del análisis, individualmente o a través de un representante cuando varios coinciden en sus conclusiones. El debate suele ser arduo y los responsables se esfuerzan en mantener el orden, pero una vez concluido conduce a cada individuo a su opinión definitiva sobre el tema. Nunca se obtiene un consenso absoluto, lo cual carece de importancia, ya que según el viejo maestro debe primar el libre albedrío. — ¿Qué ocurre cuando aparece un tema nuevo, no visto hasta entonces? — En ese caso la etapa de análisis pasa a ser de escritura, pues todos están obligados a emitir su opinión, para exponerla después ante la asamblea general. Algunas resultan en verdad muy interesantes. Y como conclusión, puedo decirles que aquel que ha pasado por esta experiencia es un individuo difícil de engañar. Sonrió con timidez, aunque era evidente que se sentía orgullosa de su labor. En ese momento alguien entre la gente la llamó por su nombre. — Les ruego me perdonen. Helea, la esposa de mi hermano, requiere mi ayuda. Seguramente se aproxima la hora del almuerzo. Más tarde podemos continuar, si desean alguna información adicional. Estoy a su disposición. Se levantó y desapareció presurosa entre la muchedumbre. Raluc y el joven rey se miraron en silencio. Al cabo de unos segundos Aball logró articular una frase, con voz queda. — Me parece realmente extraordinaria. El mago hizo un esfuerzo para no reírse. — Estaba seguro que su vieja metodología iba a impresionarte. — ¿Qué metodología? Hablaba de la chica. ¡Y es una belleza!

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9 Calvario Ninguno de los tres pudo dormir. El chico cabeceó unas cuantas veces, seguramente agotado por la sucesión de emociones, aunque de inmediato retomó la vigilancia. Ingrid, muy asustada, no quitó la vista de los lagartos. Ambos habían perdido la noción del tiempo, cuando el susurro del gato en su oído sorprendió a Alejandro. — Uno de ellos está semiconsciente. Los otros duermen. Vamos a empezar a retroceder antes que llegue el relevo. Amanecerá en poco rato. Sin moverse, el niño respondió con voz queda. — ¿Cuál es tu plan? — Hice un análisis mientras esperábamos. Intentar el cruce de la selva es completamente inútil y demasiado riesgoso ¿Qué haríamos si logramos llegar a la playa? Sólo podemos salvarnos si consigo recuperar mis habilidades. Debo enfrentar a ese duende misterioso. Es necesario que regresemos al campamento, y para ello hay que desorientar a los guardias. — ¡Ah! Algo sencillo. — Simularemos ir hacia el mar y daremos un rodeo, volviendo por el lado opuesto. Esta no es una jungla impenetrable. La densidad es baja y podemos movernos con cierta rapidez. Tiene la vegetación típica de los bosques tropicales y alberga gran cantidad de animales, algunos muy peligrosos. Además, de forma arbitraria, aparecen zonas abiertas, casi sin árboles, con plantas de distinto color a nivel del suelo. De ahí su nombre. La mejor opción es desplazarnos siempre por los sectores de matices verde claro, evitando aquéllos como el que nos rodea. Y por ningún concepto penetrar en las zonas en las cuales el follaje es amarillo, anaranjado o rojizo. — ¿Cómo vamos a alejarnos sin que lo descubran? Todo sigue muy oscuro y me es imposible ver lo que nos rodea. — Deben arrastrarse sobre los codos y las rodillas, muy suavemente. Explicale a Ingar. Yo iré adelante, buscando la mejor vía para no sacudir los arbustos. Antes de cada movimiento tienes que verificar que me sigues. Ale acercó su cabeza a la de la chica, repitió las instrucciones y luego ambos giraron con suma cautela, adoptando la posición sugerida por Iván. La niña, inteligentemente, se tomó del tobillo de su compañero con una de sus manos. De ningún modo quería perderlos. Aquél adelantó un brazo, y encontró el costado izquierdo del gato. Comenzaron a moverse, con una lentitud exasperante, pero muy concentrados en mantener el sincronismo. El chico concluyó que los distintos giros de Iván eran producto de su análisis para reducir el roce con la espesura. Al cabo de un tiempo indefinido empezó a distinguir vagamente las plantas que los rodeaban, señal que Thay ya se disponía a aparecer. Levantó la cabeza por un instante y miró hacia atrás. Casi no veía las hogueras. El felino aceleró su marcha, y sólo se detuvo cuando la claridad fue suficiente para percibir sin dificultades los alrededores. A sus espaldas se oían órdenes y gruñidos en el campamento. Los cuatro soldados del grupo de refresco seguramente se disponían a iniciar la búsqueda. — Ya pueden pararse. No verán a dos niños entre las matas. Y no digan que les duelen brazos y piernas. Es obvio. Adelante, a la derecha, hay un claro ideal para avanzar con rapidez. No se separen, rodeen los obstáculos y nunca me pierdan de vista. En pocos instantes los tres estaban zigzagueando dentro de lo que parecía un plantío de hojas verdes y tiernas, de casi dos metros de alto. Ingar resumió los pensamientos del chico. — Parecen lechugas gigantes. — Por eso estamos aquí. Estos sectores son el hábitat principal de los herbívoros y el riesgo se reduce a la brusca aparición de depredadores que tratan de atraparlos. Otra cosa. No hablen si no es necesario. Los krayanos son buenos rastreadores y lo suficientemente inteligentes como para prever nuestros movimientos. Deben encontrarse en el borde del claro, buscando detectar algo anormal en la quietud del follaje. Pocos minutos después Iván detuvo bruscamente su marcha. Ale, un paso más atrás, optó por agacharse junto a su amigo para averiguar el motivo. — ¿Oyes unos bufidos agudos, al frente, un poco a la izquierda?

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— Alguien rasguña. ¡Ahí resopla! Otro más. ¿Qué son? — Un grupo de chanchos salvajes, escarbando bajo las plantas en busca de bulbos. Los vigías pensarán que nosotros las sacudimos. Giremos a la derecha. ¡Rápido! No había terminado de decirlo y ya se escuchaba el ruidoso avance y los gruñidos enojados de por lo menos dos de los soldados. Se alejaron velozmente, pero el cambio de rumbo no resultó del todo beneficioso. Aunque evitaron a los guardias, en esa dirección el claro terminó de forma abrupta en un bosque como aquél que habían abandonado. Algunos de los asustados jabalíes del lugar se les adelantaron a ingresar en él. — Bueno, si queremos regresar, tarde o temprano nos tocarán zonas desagradables. Sigan las mismas instrucciones en cuanto a la forma de movernos, caminando ahora más lentamente, y observen con cuidado los troncos y las ramas de los árboles. No dejen de cumplir mis órdenes de inmediato. — Tengo hambre y mucha sed. — Princesa, por favor, trate de aguantar un poco más. Una vez dentro seguramente hallaremos alguna solución. Veamos cómo se ha movido el sol. Alejandro se volvió hacia donde miraba el gato. Thay apenas asomaba sobre las altas copas al otro lado del amplio sector verde claro. Calculó que serían entre las siete y las siete y media de la mañana. El día recién comenzaba. — Teniendo en cuenta el punto de salida creo que en realidad el giro ha sido oportuno. Con él a nuestras espaldas avanzaremos de este a oeste por un rato. Luego debemos dirigirnos hacia el norte. No se preocupen. Lo verificaré más adelante. Se introdujo silenciosamente entre los arbustos bajos y los chicos lo siguieron, manteniendo la rutina de rodearlos con cuidado. El continuo zigzagueo, el calor en aumento, el esfuerzo por no perder de vista a Iván, quien a veces efectuaba cambios bruscos de dirección, y en especial, la falta de agua, acabaron por marearlos totalmente, de modo tal que sólo media hora más tarde arrastraban los pies como si hubieran caminado la mañana entera. En ese estado ninguno oyó la voz del felino. — Alto. Allí veo plantas de mirg. Verificaré si hay peligro. Ale no pudo evitar tropezarse con él y la niña lo sostuvo instintivamente para que no cayera. — Están a punto de morir de cansancio. Esperen aquí. Ambos se quedaron muy quietos, respirando profundamente para recobrarse. El gato tardó un poco en regresar. — Todo tranquilo. ¿Qué les parece si desayunamos? Minutos después, sentados entre las hojas, los niños devoraban con alegría unas frutas ocres, carnosas y húmedas, de cáscara suave, como melones pequeños. Iván también comía, si bien no dejaba de observar los alrededores entre bocado y bocado. — No integran la dieta habitual de los gatos pero tienen un gran contenido de agua y nos darán nuevas energías. Crecen igual que los zapallos y tienen el gusto de las peras terrestres. No se me ocurre cómo podríamos llevarnos algunas. Ingar se puso de pié y, muy decidida, desgarró la parte inferior de su vestido. Luego recogió las más cercanas y maduras, y con la tela formó un atado, que pasó a manos de Alejandro. — En las praderas cercanas a Antar hay plantaciones de mirg. Las frutas sirven habitualmente como postre. Bien, ya tenemos nuestra pequeña reserva. ¿Qué son las peras terrestres? — Vamos a dejar por ahora esa parte de la historia. Debemos continuar sin demoras. He visto y evitado a dos serpientes tuek desde que estamos en el bosque. Parece haber muchas, y nos detectarán si no nos movemos. Por otro lado, percibo el olor característico de los lagartos hacia el lado del campamento. De seguro se acerca uno de los guardias. Síganme. Verificó la posición del sol y, sin dudarlo, partió rápidamente, con los chicos detrás. La fatiga se había esfumado y el miedo ocupaba su lugar. Ambos comenzaron a observar con cuidado todo aquello que aparecía en su camino, manteniéndose cerca del guía. Nada malo ocurrió al cabo de un largo rato y estaban más tranquilos cuando Iván se detuvo ante un pequeño claro. — Es hora de girar hacia el norte, dejando el sol a la derecha. Antes de intentarlo quiero que se agachen y no se muevan. ¿Ven ese árbol casi al frente? Su tronco es algo más grueso que los demás. La serpiente se apoya a todo lo largo esperando alguna presa. Y muy próximo a la ruta que deberíamos tomar se encuentra el soldado del que les hablé.

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Hablaba en un susurro y su voz tenía un dejo de picardía. — Intentaremos un cambio adecuado. Ale, dale el atado a Ingar y avancemos lentamente hasta que te avise. Princesa, quédese aquí, no haga ruido y no se asuste. Los dos amigos caminaron casi hasta el centro del claro. El gato, un paso adelante, simuló que trataba de orientarse moviendo la cabeza a ambos lados. Impaciente, el krayano oculto surgió del lateral con su espada en alto y se paró frente a ellos. La muerte brillaba en su mirada, mas sólo pronunció una frase corta en su idioma. — ¿Dónde está la niña? Su voz, potente y grave, hizo estremecer al chico y, tal como Iván esperaba, desvió la atención del reptil. Un segundo después un relámpago pardo cruzaba el aire y los agudos colmillos que emergían de la enorme cabeza triangular se hundían en el cuello del lagarto, mientras el largo y poderoso cuerpo se enroscaba en su brazo armado. El guardia lanzó un grito gutural, Ale dio un salto hacia atrás y la niña, con los ojos desorbitados de espanto, corrió hacia él. El soldado cayó de rodillas y soltó la espada. Su cuerpo sufría fuertes convulsiones y gruñía de un modo lastimero. Iván se volvió hacia los chicos, blancos como el papel. — El veneno actúa en pocos instantes, es muy doloroso e imposible de detener. Supongo que no querrán ver como termina esto. Vengan conmigo. Se introdujo en la espesura, muy cerca del lugar donde apareciera su perseguidor, cambiando el rumbo según lo previsto. Ambos lo siguieron, volviendo sin pausa a la observación atenta de todo cuanto los rodeaba. Al hacerlo Alejandro descubrió, luego de avanzar un corto trecho, que la arboleda comenzaba a ralear con rapidez hacia la izquierda, por lo que supuso la existencia de un nuevo claro en esa dirección. Ya se disponía a sugerirle a su amigo un leve cambio de camino cuando éste giró en redondo, olisqueando el aire. — Debería haberlo previsto. Tenemos dos guardias a nuestras espaldas. Seguramente los que asustaron a los chanchos. Vamos a separarnos. Yo los distraeré y ustedes seguirán corriendo, con el sol siempre a su derecha. Luego los alcanzaré. ¡Ahora! Los dos chicos partieron a la carrera, tomados de la mano como al escapar de la cabaña, en el preciso momento que las plantas tras ellos eran destrozadas por el avance de los soldados. Ale giró la cabeza un segundo, preocupado por el gato, y lo vio saltar a las ramas más bajas de un árbol, ascender un poco maullando para atraer a los perseguidores, y pasar enseguida al más próximo en un sentido diferente al que ambos seguían. Se concentró en alejarse y entonces recordó el claro. Torció a la izquierda y en pocos instantes los dos, llevados por el impulso, corrían sobre grandes hojas naranja, apoyadas en el suelo. Se detuvo en el acto, e Ingar, desprevenida, golpeó contra su espalda. — Perdón. Iván me recomendó no entrar en áreas de colores. Salgamos rápido de aquí. No obstante, permanecieron juntos y quietos, girando la cabeza fascinados. A esa altura de la mañana la luz de Thay hacía brillar los alrededores de un modo mágico. La alfombra en la que estaban parados mostraba de tanto en tanto unos montículos formados por aglomeraciones de pequeñas esferas azules, con varias perforaciones. Más allá de ese sector aparecía una zona cubierta de plantas amarillas bajas, de hojas delgadas y abundantes, con frutos bulbosos color morado colgando cerca del piso. Y en la dirección en la que debían avanzar, limitando algo más adelante con el bosque tradicional que abandonaran, se encontraba un grupo de arbustos enteramente rojos, formados por un centro macizo y corto, con largas raíces a flor de tierra y un penacho de finas varillas de cerca de medio metro de longitud, tipo puercoespín. — Nunca había visto nada igual. Es realmente hermoso. — De acuerdo. Pero debemos volver. Giró para alejarse y la enorme hoja en que se apoyaban pareció detectar sus intenciones. Sus bordes se curvaron rápidamente hacia arriba, como formando una cuchara y, acto seguido, se alzó con una fuerza inusitada, arrojando a los niños contra uno de los montículos de esferas. Al mismo tiempo todo el grupo de hojas que rodeaban al centro se elevó de igual modo, tal que en un segundo ambos quedaron encerrados en una especie de copa en la que apenas entraba un poco de luz por el extremo superior, donde aquéllas se unían. El insólito envoltorio ahogó el grito de la chica. Ale se paró en el escaso espacio existente entre las paredes y el núcleo de la planta, y la ayudó a ponerse de pié.

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— Es igual a un tulipán. Claro que algo más grande. Veamos la manera de salir. En ese momento cruzó por su mente el recuerdo de una frase de Iván, en su primera mención sobre Kraya: “algunas plantas son muy peligrosas”. Quizás ésta se alimentaba de los animales que podía atrapar. Muy malo. En instantes el azul de las esferas se tornó fosforescente y éstas comenzaron a segregar gran cantidad de un líquido claro. — Agua. Nos ahogaremos. — No creo que sea sólo agua. Mejor subite sobre mis hombros mientras pienso. Tomó a la niña por la cintura y agachándose un poco la acomodó con las piernas alrededor de su cuello. Poco después el líquido había empapado sus zapatillas y medias, y sentía su avance en las pantorrillas. Un ligero adormecimiento invadía toda esa zona. Preocupado, tanteó hasta encontrar la unión entre dos hojas e inició un forcejeo frenético para separarlas. Mientras tanto, luego de tres o cuatro saltos, el gato se percató que los guardias no lo estaban siguiendo. Su objetivo era la niña. Bajó al suelo y retrocedió velozmente, usando su olfato para ubicarlos. Los descubrió en el borde del bosque, junto al claro, discutiendo. — Por aquí salieron de la espesura. — No los veo. En el último tramo avanzaban hacia el norte. Seguramente han continuado con el mismo rumbo. Adelantémonos antes de ingresar para interceptarlos. Sus zancadas los llevaron enseguida hasta la altura de los arbustos rojos. Iván no los perdió de vista. El segundo soldado observaba el claro de tanto en tanto, y al llegar allí notó el comienzo de las bruscas sacudidas en la inmensa flor. — Alto. Una laob los ha atrapado. Más atrás. — Entremos ya, o están perdidos. Las laobs no pueden con nosotros. — ¡No por aquí! Volvamos. El primer krayano, que no prestara atención al cambio de la flora tras los árboles limítrofes, en dos saltos se encontró metido entre un motón de varillas rojas. Comprendió inmediatamente el aviso de su compañero y giró para salir, pero los pequeños troncos se acomodaron al unísono y dispararon una lluvia de dardos sobre todo su cuerpo. A tan corta distancia la mayor parte de ellos logró atravesar su gruesa piel, penetrando profundamente en la carne. El lagarto aulló de dolor, dio un primer paso y luego cayó sobre las raíces. El otro guardia, inmóvil en el borde, lanzó un gruñido rabioso y cerró los ojos. Iván, oculto por el follaje cercano, observó como las supuestas raíces se levantaban del piso, sin prisa para que el tóxico terminara su trabajo, y comenzaban a envolver el cuerpo cual tentáculos. Asqueado, se volvió hacia el soldado restante. Había desaparecido. Regresó con rapidez a la zona donde los niños abandonaran el bosque. Lo halló mirando atentamente el tulipán naranja, espada en mano. El bulto formado por los dos chicos se destacaba sin dificultades, aunque los movimientos habían cesado. Giró alrededor de la planta y hundió la hoja repetidas veces junto a la base. Mientras grandes chorros del líquido comenzaban a brotar retornó frente al engrosamiento y atacó a la planta destrozando sus hojas por encima de las cabezas y a los costados de aquéllos que buscaba. Los trozos restantes, ya sin coherencia, se abrieron con lentitud y cayeron al suelo. El gato concluyó que, irónicamente, la altura y el poder de los músculos de su enemigo los había salvado. El lagarto colocó el arma en su cintura, se agachó y levantó a Ingar de los cabellos, ignorando sus gritos e insultos. Con la otra mano tomó con cuidado el cuerpo del niño, casi desvanecido y aparentemente con las piernas inutilizadas, y en dos zancadas se introdujo en el bosque. Miró al sol para orientarse, gruño nuevamente y se lanzó hacia el campamento, con sus trofeos. Una sombra negra partió tras él.

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10 Flechas y Espadas Fue necesario dividir la comida en dos tandas. En la primera el joven rey y el general, sentados uno frente al otro y rodeados por los miembros del gobierno central y los representantes de las distintas ciudades, se sometieron alegremente a un extenso interrogatorio sobre los diferentes aspectos de la vida en Tikon, yendo desde las costumbres más simples hasta el manejo de los recursos, la economía y el comercio. Todos daban por sentado que la comunidad se convertiría en muy breve plazo en la provincia septentrional del reino, y ya estaban pensando en la mejor manera de lograr una adecuada integración. Silencioso, en uno de los extremos de la mesa, el mago escuchaba satisfecho las diversas opiniones. La ausencia del carpintero y el jaguar pasó completamente desapercibida en medio del bullicio. Terminados los postres Dorman invitó a sus huéspedes a lo que llamó “el depósito de pieles”, a fin de proveerles una vestimenta más apropiada para la zona. Un rato más tarde, al salir de allí, su aspecto era totalmente distinto. Raluc se sentía extraño con su nueva zalea, los pantalones gruesos y las botas forradas. En la mano sostenía una pesada campera. De pie junto a sus dos amigos, vestidos de igual modo, sólo sus largos cabellos blancos permitían diferenciarlo. — Me pregunto si la falta de la túnica no afectará tus poderes. Nadie diría que eres un brillante hechicero. ¿Y tu vieja hacha? Seguro se ha oxidado. — Veo que la batalla no te preocupa mucho. Estás de muy buen humor. ¿Por qué será? El general le impidió contestar. Riendo le dio unas palmadas en la espalda para luego volverse camino a la sala en busca de los jefes locales. — Los dejo por un rato. Veamos qué tienen en mente. Aball, más serio ahora, tomó del brazo al anciano. — Caminemos un poco por la plaza. La brisa helada aclarará mis ideas. Raluc lo guió sin dificultades hasta la entrada del edificio, evitando encuentros inoportunos. Se colocaron las camperas, saludaron a los guardias y salieron al parque. — Tu presencia es casi una confirmación de nuestro triunfo. He estado pensando un poco más allá y se me ocurrió que al sur de las montañas convendría aplicar la metodología de Uzok para elevar el nivel cultural de la gente. Me parece que ahorraríamos mucho tiempo si la joven Ingar viajara a Tikon a fin de rever las estructuras existentes y preparar a aquellos que deberán llevar adelante las distintas tareas. Es evidente su amplia experiencia en este tema, aunque no sé si puede abandonar sus actividades locales. El mago sonrió levemente. Sus ojos oscuros brillaban con picardía. — Deberías preguntárselo personalmente, antes de regresar. La repentina aparición de Niva y Picus en el portón trasero del edificio, al cual habían llegado, no permitió que el rey continuara. Discutían como de costumbre, ante dos guardias atónitos. — Tengo mucho frío. El viento me atraviesa las plumas. — Comiste dos veces más que yo, lo cual es mucho decir. Pronto entrarás en calor. — Mejor volvamos a entrar. Se nota que han estado incursionando en la cocina. Nuevamente en el interior los tres lo siguieron de cerca. Caminaba sin duda alguna por pasillos en los que nunca había estado y atravesaba decidido distintos salones. Finalmente se detuvo a escasa distancia de una puerta de madera. Sólo un instante después ésta se abrió dando paso a Lamar, quien al verlo sacudió la cabeza. — Me preguntaba cómo haría para encontrarte. A veces olvido tus habilidades. Pasen. Vamos a analizar la situación. En la pequeña sala se encontraban Dorman y Sugat, sentados en cómodos silloncitos. El mago y el joven rey los imitaron, con los animales a sus pies. El general puso en sus manos cuencos llenos de una infusión caliente e hizo una señal al jefe de las tropas locales. — Bueno, trataré de simplificar. El punto fuerte de Besit es la caballería. Tiene un gran número de hábiles jinetes, que luchan desde una posición dominante contra hombres de a pié. Aquí el caballo es exclusivamente un pesado animal de trabajo. Nunca perdió el sueño preocupado por nuestros preparativos. Abajo en los valles nos destrozaría. En cambio no cuenta con batallones de arqueros, una de las especialidades locales.

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Dorman tomó la palabra. — Las mujeres adoptaron desde el principio ese método de defensa, que las mantiene lejos de sus enemigos. Ingar y Helea propusieron incrementar rápidamente su cantidad y someterlas a un durísimo entrenamiento como una posible solución para frenar a los jinetes. Completando lo dicho por Sugat, sus infantes son más numerosos que los leñadores, si bien no tienen la misma fortaleza. Y hemos desarrollado nuevas hachas de combate y metodologías de lucha cuerpo a cuerpo. Si la batalla se lleva a cabo en los bosques las cosas estarán parejas. — A grandes rasgos nuestro líder está en lo cierto. Sin embargo, el comandante nos ha hecho notar una variante estratégica que podría llevarnos a un desastre. Los primeros colonizadores comenzaron a desmontar árboles desde arriba hacia abajo en las laderas de las montañas y se establecieron en un poblado llamado Jaom, que, con el tiempo, ha pasado a ser una ciudad de gran tamaño. Les aclaro que Uzok impuso una sólida política de reforestación de dos por uno, en la zona límite con los valles inferiores, que nunca hemos abandonado. — Parece como si el bosque se hubiera desplazado alejándose de los montes a lo largo de los siglos. Viendo los mapas hay ahora un amplio corredor llano en ese lateral y, si yo fuera Besit, enviaría a la caballería por allí, tomaría la ciudad y luego atacaría por la retaguardia a aquéllos que luchan con los infantes. Pienso que deberían colocar a los grupos de arqueras en el tramo final del camino y en la entrada a la población. Es un punto crítico. Lamar sonaba realmente inquieto. Tras su comentario se hizo un abrupto silencio. Raluc habló entonces con su suavidad característica. — Su plan de combate, en el que ha participado Maral, coincide con tu presunción. Las tropas ya están en camino y mañana, cerca del mediodía, los jinetes llegarán al valle próximo al inicio de los bosques y levantarán un campamento esperando a la infantería. Al día siguiente, ni bien salga el sol, avanzarán en masa en ambos frentes. Para ese momento las cenizas que arroja el Ameg se habrán dispersado bastante. Y quiero mencionar algo en verdad excepcional. En este caso la naturaleza viene en nuestro auxilio. Aball, quien había permanecido callado, intervino por primera vez. — No sé. Es difícil luchar no viendo claramente a tu enemigo. — Los montañeses visten sólo con pieles. Pasarán desapercibidos en la penumbra que rodea a los árboles del bosque. En cambio los soldados llevan uniformes rojos y azules, con cascos e infinidad de partes metálicas brillantes. Su desventaja es evidente. Yo no me preocuparía. Creo que deberíamos comenzar con los preparativos esta misma tarde, suspendiendo toda actividad militar durante el día de mañana. Kinor hará una inspección aérea mientras acampan. Antes de la noche nos desplazaríamos a las posiciones más adecuadas. La expresión del comandante, aún de pié, seguía siendo dubitativa. — Me inquieta la efectividad de las mujeres. No estoy seguro si serán suficientemente rápidas para superar la velocidad de una carga de caballería tan numerosa y compacta. — Me gustaría sugerir ciertos cambios en el esquema que has propuesto. En primer lugar, los habitantes de Jaom deben evacuar la ciudad con todo lo que estimen importante, dejando sus chimeneas encendidas y a algunos leñadores en las calles. El cuervo no sospechará. Por otra parte no serán necesarias todas las arqueras en el extremo del corredor. El volcán se ocupará de la mayoría de los jinetes, aunque no debería decirlo. Un tercio del grupo podrá hacer frente sin problemas a aquéllos que consigan llegar. Es conveniente que las restantes se distribuyan entre los árboles para apoyar a los hombres en la lucha cuerpo a cuerpo. Sus palabras causaron sorpresa y estupor en los presentes. Dorman se inclinó hacia adelante y ya abría la boca cuando el anciano levantó su mano izquierda, entornó los ojos y negó con la cabeza lentamente. Lamar retomó la palabra. — No volverá a tocar el tema. Lo conozco muy bien. Bueno, ya sabemos qué hacer. Buscaré a Ingar y Helea para explicarles, pero excepto ellas nadie más debe conocer su predicción. Creo que estamos en deuda con él. ¡Ah! El rey, nuestros soldados y yo necesitaríamos espadas. No somos muy hábiles con las hachas. ¿Tendrán algunas que puedan prestarnos? Todos se pararon de inmediato y un segundo después la sala estaba vacía. Sugat llevó a Aball al depósito de armas del sótano, el líder de los montañeses regresó junto a los distintos jefes a fin de acordar los próximos movimientos, el general se encaminó hacia la cocina para localizar a las chicas, y el hechicero y sus amigos se desvanecieron en los corredores.

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Poco más tarde ambas jóvenes, junto a una de las ventanas del salón principal, veían alejarse al comandante para preparar a sus hombres. — Raluc hace honor a las leyendas que lo preceden ¿Qué estás pensando? — Helea, preferiría quedarme en los bosques. No tengo tu aplomo y me angustiaré en extremo estando tan lejos sin saber qué ocurre. — De acuerdo. Y como seremos pocas elegiré a las mejores. Voy a definir ambos grupos. — Gracias. — No lo pierdas de vista desde el principio si tu intención es protegerlo. Una expresión de asombro asomó en la cara de Ingar, se ruborizó y no atinó a responder. Con una sonrisa traviesa la esposa de Dorman se encaminó al patio interior. — Mi intuición sigue siendo muy buena. El brillo de tu mirada ya no es el mismo. El resto del día hasta la cena, liviana y tardía, todo fue verificación del armamento, prácticas de combate y análisis de ventajas posicionales por parte de los jefes de grupo. Los representantes de Jaom y Tries, la ciudad más cercana al noreste de la primera, dejaron sus hombres a cargo de Sugat y partieron de regreso para preparar la evacuación, que llevarían a cabo a la mañana siguiente, muy temprano. Avanzada la noche, con los guardias apostados en los puntos claves, los montañeses y sus visitantes dormían profundamente, si bien algunos tardaron un buen rato en conciliar el sueño, sumidos en sus pensamientos. La salida del sol fue casi coincidente con un temblor de tierra que abarcó toda el área, mientras aumentaba la columna de humo en la boca del volcán. No produjo daños y se limitó a despertar sobresaltada a la comunidad entera. La mañana transcurrió tranquila y, excepto por el traslado, no hubo actividades fuera de las habituales. Aquellos que intervendrían en la batalla se fueron distribuyendo en grupos pequeños, ocultos en depósitos, aserraderos y casas de familia, para pasar desapercibidos. Antes del mediodía los centinelas ubicados en el extremo del bosque avistaron en el fondo del valle a las primeras tropas enemigas, e informaron a Uzok. El mago y los animales aparecieron para el almuerzo, que transcurrió prácticamente en silencio. Casi habían finalizando cuando el graznido de Picus les hizo saber que el espía ya volaba sobre la ciudad. Sin moverse de la sala aguardaron pacientemente por unas tres largas horas hasta que Raluc se puso de pie. — Besit tiene su informe. No obstante ha sido entrenado para la lucha y sabe que lo estaremos esperando cuando inicie su avance, a pesar de nuestra aparente quietud. Podemos comenzar a ubicarnos según lo planeado, preparados para pasar la noche a la intemperie, durmiendo por turnos. Y si durante la batalla hubiese algún tipo de actividad sísmica o volcánica, todos deben arrojarse al suelo de inmediato hasta que finalice. Cuando Thay se disponía a ocultarse tras los montes el área mostraba este panorama. A partir de la media tarde un fuerte viento del sudeste había arrastrado gran parte de las cenizas hacia el extremo norte del continente, mejorando la visibilidad. El volcán permanecía muy quieto tras su ímpetu de la mañana. En el campamento al borde del valle ya se encontraban casi todos los batallones de infantería, y sus integrantes estaban cenando antes que el resto para extender el período de descanso. El jefe, la consejera y los comandantes de los distintos grupos repasaban en la tienda principal los movimientos a efectuarse al amanecer, mientras muchos de los jinetes intentaban calmar la inquietud de sus cabalgaduras en los corrales improvisados. Helea y sus compañeras acomodaban sus armas y provisiones antes de acostarse en un largo foso, poco profundo, que cavaran rápidamente al arribar al extremo del corredor, muy cerca de las primeras cabañas de la ciudad, ahora desierta. Frente a él habían clavado una doble hilera de lanzas inclinadas para frenar a aquéllos que lograran evitar sus flechas. Y los montañeses, organizados en equipos de cuatro a seis hombres, terminaban de acomodarse sin ruido en dos líneas de defensa que serpenteaban entre los árboles del extenso bosque al que debían entrar sus enemigos. Los soldados de Tikon, ubicados desde temprano en el borde de la foresta más próximo al comienzo del callejón por donde habría de pasar la caballería, de acuerdo al pedido de Aball, se preparaban para comer, sin notar que, ocultas a escasa distancia tras ellos, Ingar y tres de sus chicas los vigilaban celosamente. Dos horas largas después de la medianoche sólo los guardias de ambos bandos permanecían atentos en sus puestos. Sin embargo nadie notó el lento ir y venir de una delgada sombra que acariciaba los caballos hasta tranquilizarlos.

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Racul se sentó en el suelo, apoyó la espalda en uno de los árboles del límite con el corredor, y tomó su cabeza entre ambas manos. Bajo la luna el Ameg brillaba ante sus ojos. — Las pobres bestias presentían el peligro. Otra acción prohibida. Tiemblo al pensar que estoy colaborando con la muerte de una multitud de seres inocentes, llevados hasta este extremo por la abyecta ambición de poder de algunos individuos desquiciados, hombres y duendes. Jamás podré perdonármelo. El carpintero, en silencio, fue a posarse en una rama baja, mientras Niva se encaminaba hacia el interior del bosque con paso lento. — Voy a cumplir mi parte. Aball se hallaba dormido profundamente y los resoplidos de los animales y el tintineo del metal lo sobresaltaron. La claridad era aún escasa pero los jinetes, en líneas sucesivas, ya entraban en el callejón, muy despacio. Miró a su alrededor. Sus soldados estaban preparados y atentos al avance de los infantes, que comenzaban a moverse. Lamar, en el otro extremo del grupo, lo saludó con el brazo en alto. Supuso que la actividad enemiga, antes del amanecer, había sido detectada por los guardias y todos los montañeses esperaban alertas. A poca distancia de los primeros árboles los distintos batallones y sus jefes, a caballo, hicieron un alto expectante. Los minutos parecían eternos hasta que el corto sonido de una trompa llegó desde el corredor, repetido por el eco de las montañas. Marcaba el comienzo de la carga y era la señal esperada para lanzarse hacia adelante. Los soldados comenzaron a correr. Cinco segundos después una explosión atronadora paralizó la escena. El volcán lanzó una roja llamarada al cielo y se partió en tres segmentos desformes, mientras un breve temblor sacudía todo el entorno arrojando al suelo a quienes se hallaban de pie. Las dos grietas en los costados del Ameg se propagaron por el terreno, aumentando su tamaño y profundidad en instantes. La primera atravesó la ciudad detrás de la trinchera tragándose cabañas y depósitos en su avance irregular, y la segunda cortó en dos a la caballería, arrastrando a su interior a la mayor parte de los hombres y los animales. Solamente las tres líneas iniciales lograron escapar de esa trampa mortal, aunque los jinetes rodaron por tierra al encabritarse sus monturas. Relinchos de pánico y gritos de dolor y agonía llenaron el callejón. Y tan repentinamente como se iniciara, el fenómeno se detuvo. La presión interna disminuyó, al tiempo que toneladas de lava hirviendo se derramaban en ambas grietas, ocultando con piedad una multitud de cadáveres. El mago, parado allí donde terminaba la fractura, cerró los ojos con pena y sacudió la cabeza, antes de desaparecer con el pájaro en su hombro. El espanto había paralizado tanto a las defensoras como a los sobrevivientes. Los caballos, por su lado, huían entre los árboles cercanos. Pero la furia tardó muy poco en dominar a los jinetes y azuzados por su jefe cerraron filas y corrieron hacia el foso, gritando cual posesos. Sólo cinco cayeron cerca de las lanzas. La esposa del líder se apresuró a empujar a sus compañeras lejos del lugar. Algunas temblaban y otras tenían lágrimas en sus mejillas. — Vamos. Quizás necesiten nuestra ayuda. En el bosque, los integrantes de ambos bandos nada sabían sobre lo que estaba ocurriendo en el corredor, excepto Besit y su Guardia Real, apostados al inicio del mismo, observando ambos conjuntos de su ejército. Se habían puesto de pie, perdidas sus cabalgaduras con la explosión, y asistían asombrados al escalofriante espectáculo. Al aquietarse el terreno los infantes entraron a la carrera en la arboleda y atacaron con fiereza a los montañeses. Estos, muy serenos, aplicaron entonces una táctica extraña. Cada pequeño grupo se movía al unísono, deteniendo los golpes de las espadas con sus escudos de troncos entrelazados, y girando un poco el cuerpo, como si fuese un ballet, herían profundamente en el vientre a sus adversarios con las hachetas de hoja larga. En las situaciones más peligrosas las flechas surgidas de los árboles inclinaban la balanza a su favor. En menos de diez minutos las dos líneas dominaban casi la totalidad del bosque. En cambio, en el extremo suroeste las acciones eran algo distintas. Aball y sus hombres hacían frente a los infantes empleando los métodos tradicionales de combate, y en un primer momento se vieron avasallados por la superioridad numérica. Además Lamar ya no tenía el vigor de años atrás y requería constante auxilio. No obstante, la habilidad del grupo de élite y el fuerte apoyo de Ingar y sus compañeras, que disparaban casi permanente, lograron equilibrar la situación en poco tiempo, permitiendo que los tikonianos iniciaran un feroz contraataque.

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Pero, cuando ya se consideraban victoriosos, Besit y sus guardias, ciegos de ira, irrumpían por la derecha corriendo desde el callejón. El tirano, experto con el arco, derribó a los dos hombres de Aball más cercanos, mientras los demás se unían a sus compañeros. El grito del rey se alzó por sobre el estruendo de la batalla. — ¡Retrocedan! Protéjanse tras los árboles. Y antes que todos los soldados llegaran a cumplir su orden aparecían por el otro lateral, con el propio Dorman a la cabeza, varios grupos de montañeses que en escasos segundos pasaron a la ofensiva, interponiéndose entre ambos bandos. Su particular estilo y las flechas de aquéllas que venían detrás, diezmaron rápidamente a las tropas de Besit. Este, anticipando la derrota, buscó a Aball con la mirada para acabar con él. Lo ubicó luchando con su espada junto al líder local y dio un rodeo para acercarse. Ya disparaba cuando la flecha de Ingar se clavó en el tronco en que se había apoyado, a milímetros de su cuello. La sorpresa hizo que la suya se desviara hacia abajo, atravesando la bota izquierda de su objetivo. El joven rey soltó el arma y cayó al suelo. Simultáneamente los pocos enemigos en pie se rendían, y un profundo silencio inundaba el bosque. Besit se separó del árbol y colocó un nuevo proyectil en el arco. La chica buscó también en su aljaba, mas nada halló. Sus compañeras no estaban suficientemente cerca. Desesperada, sacó el cuchillo y corrió buscando impedir el disparo, aun sabiendo que no llegaría. Y en el momento en que la cuerda comenzaba a tensarse un cuerpo amarillo, de más de cien kilos, caía sobre el tirador como surgido de la nada, derribándolo. El jaguar hundió los largos colmillos en el cráneo de su víctima con un rápido movimiento de su enorme cabeza, para volverse luego con lentitud y permanecer inmóvil. Ingar, sorprendida, frenó su carrera y cambiando de rumbo, se dirigió hacia donde su hermano se inclinaba sobre el herido. Al llegar y agacharse a su lado notó el dolor en los ojos del rey. El general también se había acercado presurosamente. — Yo lo atenderé. Voy a cortar la bota. No llegó a hacerlo. Una exclamación surgió de todos los allí reunidos. Racul, con el carpintero en su hombro, se hallaba ahora parado frente a Niva. — Gracias. Sé que no ha sido nada fácil. Yo asumiré la responsabilidad ante el Consejo. Sus miradas se encontraron, el anciano sonrío a su amigo, y casi en el acto la fiera se disolvió en una nube de humo verde que el viento desvaneció enseguida. Aquél se volvió, recuperando la seriedad, y se aproximó al pequeño grupo, que compartía el asombro general. — Aball, la herida no reviste peligro. La joven te curará. Sentimos tener que dejarlos. Nos resta atrapar a dos ratas traicioneras. Sin embargo antes de irnos quiero hacer notar a ambos líderes que una inmigración masiva de la Gente de los Lagos, en todo ajena a lo sucedido, resultará el método ideal para integrar a las familias de los valles del este, que han perdido a la mayoría de sus hombres. Bastarán apenas unas dos generaciones. Los jóvenes asintieron suavemente con la cabeza. Racul nunca se equivocaba. — ¡Ah! No olvides la pregunta pendiente. El rey miró a la chica. El celeste de sus ojos, fijos en él, brillaba con intensidad. Ya creía saber la respuesta.

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11 De Regreso El guerrero krayano notó más adelante el brillo de las aguas del lago y disminuyó el ritmo de su carrera. No obstante permanecía alerta y el chillido proveniente de uno de los árboles próximos lo impulsó a elevar su mirada en busca del intruso, sólo para encontrar los ojos magnéticos del carpintero. De inmediato un profundo cansancio se adueñó de su mente y su cuerpo, todos sus músculos se aflojaron con lentitud y tres segundos después se había deslizado hasta el suelo y dormía plácidamente. Ingar, libre al fin, se acercó con cuidado al sitio donde cayera el chico. El gato, unos metros más atrás, no esperó a que llegara. — ¡Qué tipo inútil! ¿Dónde estuviste desde anoche? — En medio del follaje, completamente paralizado. Pero primero ocupémonos de Alejandro. Descendió rápidamente y, una vez frente a él, estiró el cuello hacia su cabeza. Un instante más tarde Ale se sentaba sorprendido. Sus piernas regresaban a la normalidad. — ¡Picus! Me alegra verte. El tulipán gigante ya no está. ¿Y la princesa? Notó entonces que la niña, de rodillas a su lado, sonreía gozosa apretando con cariño su mano derecha. El rubor apareció en sus mejillas. — Fuiste muy valiente al levantarme para que no me afectara el veneno. Nuevamente estoy en deuda contigo. Gracias. Iván interrumpió, socorriendo a su amigo, que no encontraba la respuesta adecuada. — Por suerte recuperaste tus habilidades. ¿Vas a explicarlo de una vez? — Cuando Ingar corrió gritando hacia la puerta de la cabaña percibí la presencia de un duende que se acuclillaba junto a la hoguera más grande. Inexplicable, y de seguro peligroso. Opté por salir de allí y me trasladé al bosque, fuera de los límites del campamento, para no caer bajo su control. Sin embargo, en un momento me invadió un sopor insoportable y perdí el sentido. — Un individuo demasiado poderoso. Sólo Lurac ha podido ayudarte. — Ya era media mañana cuando su voz resonó en mi cabeza como un cuerno de caza. Picus, voy a expulsarte del planeta. ¿Cómo no adoptaste Protección Alfa frente a lo desconocido? Los cuatro debían haber llegado a Tikon antes del amanecer. Analizando su situación busqué en mi memoria cuál de nuestros congéneres estaba interfiriendo. Me llevó un largo rato darme cuenta que únicamente Molot podía inhibirlos a ambos a la vez. — ¡Hace más de dos mil años que ha muerto! Me ocupé personalmente de ello. La segunda frase del gato fue apenas un susurro. El chico abrió la boca sorprendido, mientras el pájaro continuaba, repitiendo las palabras del Maestro. — Tuve que rever los libros antiguos para confirmar mi presunción. Un duende Harm no muere realmente si no se destruye un bulbo muy pequeño que tiene bajo la frente, el cual se encarga de regenerar, con lentitud, cualquier órgano dañado. Según el caso emplea siglos en volverlo a la vida. Bien. Te diré cómo lo encararemos. Iván y los chicos se encaminan hacia donde estás y necesitarán de tu ayuda. Yo mismo eliminaré la influencia que te impide actuar, y una vez que hayas resuelto los problemas sacarás a Molot del trance. Tu amigo se hará cargo, con cuidado, porque es capaz de causarle daños irreparables si prevé su ataque. Iván echó las orejas hacia atrás y azotó el piso con la cola. A su lado los niños parecían pálidas estatuas, de grandes ojos asustados. Un mismo pensamiento ocupaba sus mentes. Seres que pueden resucitar con el tiempo. De la multitud de cosas sorprendentes que habían visto en las últimas horas, ésta ocupaba sin duda el primer lugar. — ¿Y los demás lagartos? — Cuando volví a la realidad no había ninguno en el campamento. Supuse que todos registran la selva buscando recuperar a la princesa. Si no lo consiguen la pasarán mal. — Parece ser nuestra oportunidad. Vamos allá. Ahora tengo claro qué debo hacer. Arrancó adelante. Los chicos se pararon para seguirlo y el carpintero volvió a su lugar habitual, en el hombro de Ale. Se detuvieron en el borde del bosque, observando cada detalle. Nada se movía. Los fuegos se habían apagado y sólo aparecían unas pocas brasas rojas. Junto al montículo mayor los cuatro vieron el cuerpo del duende, sentado sobre las plantas de sus pies desnudos, con la cabeza gacha y los párpados bajos.

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Thay, acercándose al cenit, resaltaba el color verdoso de su piel arrugada. La calvicie, la barba blanca y el cuerpo esquelético hablaban de muchos años. Sus orejas eran enormes, alargadas, y las puntas finas no lograban mantenerse erguidas. La nariz ganchuda apuntaba al suelo y los huesudos dedos se crispaban sobre los muslos. Por toda vestimenta usaba una chaquetilla sin mangas y un pantaloncito corto. — Ustedes esperen aquí. Picus y yo nos adelantaremos. Ambos avanzaron hacia la pequeña figura. A unos diez metros de ella el pájaro se detuvo. Iván en cambio continuó avanzando en silencio un pequeño trecho, desplazándose lateralmente. A sus espaldas los niños, excitados, contenían la respiración. El gato se encogió para saltar. — Es tu turno. Todo pareció acelerarse. El carpintero adelantó su cabeza y se concentró. El duende abrió los ojos. El cuerpo de Iván creció instantáneamente dando paso a un gigantesco jaguar, una gran mancha amarilla que ya volaba rumbo a su objetivo. Este levantó la mirada, volviéndose hacia el felino con una sonrisa mordaz. Un instante más tarde, al producirse el choque, una inmensa bola de fuego azulado los envolvió completamente. — ¡Iván! Alejandro soltó la mano de la niña y corrió hasta donde se encontraba Picus. La desesperación se reflejaba en su rostro. Ingar comenzó a llorar, mientras las llamas se alzaban por encima de los dos metros. Un segundo después se redujeron a la nada, dejando en su lugar una columna de humo negro y maloliente. En el pesado silencio sonó la voz chillona del pájaro. — Está bien. No te preocupes. El gato salía lentamente de la humareda, sacudiendo todo su cuerpo. — ¡Qué asco! Necesito un baño. No había terminado la frase y ya tenía al chico de rodillas a su lado, zamarreando con cariño su cabezota. La niña, que perdiera sus lágrimas en la carrera, se les unió enseguida y comenzó a acariciarlo alegremente. La pregunta surgió de inmediato. — ¿Cómo saliste vivo de esa trampa? — Su expresión lo delató y antes de caer sobre él recordé las palabras de Lurac. La protección es muy efectiva. Consiguió huir, pero lo buscaré y acabaré con sus maldades. Picus se acercó al grupo. — Salgamos de aquí de una vez. Sin duda los krayanos han visto las llamas y el humo, y no se demorarán en aparecer. Se encaramó sobre Ale, éste tomó la mano de Ingar y se apoyó en el cuello de su amigo. Eran las cinco de la mañana y el parque de la fortaleza real de Antar se hallaba aún iluminado por los fuegos que encendieran los guardias, como de costumbre, esperando la luz del sol. Los cuatro aparecieron en las sombras, sobre las lajas que bordeaban el pequeño lago, más allá de los canteros con flores. Nadie notó su presencia. — Voy a meterme un rato en el agua. No puedo presentarme así. El carpintero descendió al piso y los dos chicos se sentaron muy juntos. Finalmente estaban de regreso y ambos sentían la misma alegría, luego de tantas vicisitudes. No lograban ver al gato, si bien oían sus suaves movimientos al desplazarse. Alejandro, llevado por la quietud, comenzó a repasar mentalmente los últimos acontecimientos. Se destacaba algo en extremo importante, y, sin pensarlo, murmuró en voz alta sus conclusiones. — Parece que mi compañero de cuarto posee personalidades múltiples. — No entiendo. ¿Por qué decís eso? — Bueno, resultó ser un duende Ming, capaz de anular las transformaciones de aquellos de su especie. Y teniendo en cuenta lo que dijo haber hecho y lo que intentó repetir momentos atrás, debería agregársele una nueva habilidad, propia de los… ¿Cómo se denominaban? — Duendes Drun. Aptos para matar. La respuesta, con el tono grave típico de Iván, venía del costado opuesto a Picus. Tomados de improviso ambos se volvieron hacia allí, sin pronunciar palabra. Dos ojos amarillentos brillaban en la penumbra. Un escalofrío recorrió el cuerpo de Ingar e instintivamente apretó con fuerza el brazo del niño. Ale cambió de tema con rapidez. — No te muevas. Nos salpicarás. — Estaré seco antes que amanezca.

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La claridad previa a la salida del sol aumentaba minuto a minuto y en poco tiempo los guardias detectaron a los pequeños intrusos y se acercaron silenciosamente, con los arcos preparados. — No hagan ningún movimiento e identifíquense. — Soy la princesa Ingar, con mis protectores. Por favor, avisen a mi padre. A partir de entonces se inició una gran conmoción. Se encendieron luces en la fortaleza entera e instantes más tarde la niña entraba corriendo al dormitorio de Liana y Zumik para caer en sus brazos. En segundos los demás integrantes de la familia real estaban allí, riendo y llorando. Ale, el carpintero y el gato prefirieron en cambio una incursión por la cocina. El personal había comenzado los preparativos diarios para el desayuno y los tres recibieron un buen adelanto. En el exterior Thay se asomaba lentamente. Aball decidió tomar la primera comida del día en una reunión informal en el Salón, que incluía a los participantes del almuerzo anterior. Ambos niños eran los personajes principales, sentados en el mismo sillón, muy sonrientes en medio de la alegría general. Tiner los instaba a contar lo ocurrido de inmediato, mas Iván, de pie en su posición acostumbrada, levantó una de sus patas para solicitar la palabra. El anciano rey lo autorizó con un gesto. — Ingar debe dormir un poco. Las cosas se complicaron bastante y la tensión nerviosa llegó a veces a niveles altos. Terminamos extenuados. Durante el almuerzo de seguro les relatará con lujo de detalles nuestras peripecias en la zona del lago Eiron. Por otra parte, es necesario que Alejandro y yo volvamos a casa. Y quiero destacar que es una chica muy valiente. — ¿Te parece que hace honor al nombre de su bisabuela? — Sin duda alguna. La cara de la niña se ensombreció. Giró la cabeza y encaró a su compañero. — No te vayas todavía. Tengo que mostrarte cómo es la vida en Antar, y en la Selva Manchada me prometieron hablarme sobre La Tierra. — Regresaremos pronto. Iván. ¿Cuándo podría ser? — Antes que transcurra una semana, según los tiempos de ambos planetas. Les informaré con anticipación. — Bien. Los espero. Con mamá prepararemos bizcochos para la tarde. Acto seguido lo abrazó con cariño y le dio un sonoro beso en la mejilla. Mientras la cara de Ale se ponía roja saltó del sillón, se arrodilló ante el gato y refregó la nariz contra su hocico. Luego dio unas palmadas en las plumas rojas de Picus, para terminar en las rodillas de Aball. — Quiero saber lo que aún no me has dicho sobre la bisabuela. — Cuando te despiertes te daré algunos datos. Creo que ya estás en condiciones de entender esa parte de la historia de Tikon. Los tres se habían reunido en medio de la alfombra. Ingar se volvió hacia ellos. — Gracias. — Todos les agradecemos. No dudaba que la traerían de vuelta. Sin hablar inclinaron sus cabezas, y desaparecieron instantáneamente. De pie en el borde del bosque, fuera de las murallas de la ciudad, el chico bajó al carpintero de su hombro y lo apretó con suavidad contra el pecho. — Picus, me alegro de haberte tenido a nuestro lado. Nada hubiera sido posible sin tu ayuda. — Alguien que reconoce mis habilidades superiores. Ha sido un gusto conocerte. — Hacía mucho que no escuchaba alguna de tus tonterías. No te vanagloriabas así en la playa cuando teníamos que ir por la niña. Son las siete, algo pasadas. Nos vemos aquí mañana a la misma hora. Hay que ubicar al resto de los infiltrados y enviarlos de regreso. — De acuerdo. ¡Qué mal carácter! Y la deuda sigue pendiente. Mientras se desvanecía Ale vio a las dos vaquitas que lo acompañaran. Volaban en torno a su cabeza, fuera de sus oídos, a modo de saludo. Agitó una de sus manos, esperando contar con ellas en el próximo viaje. Ni bien entraron en la espesura quedó solo con el gato. Ahora su voz sonó menos imperiosa. Parecía cansado. — Ale, vámonos a la cama. Allá son casi las tres de la mañana.

Jorge Crespo nació allá por 1945 en el Suburbio Sur del Gran Buenos Aires. Su inclinación por los números lo llevó a la Ingeniería, y ese fue su campo laboral por largos años, aunque desde temprano la tecnología se mezcló con la música, el cine y los libros. No hace mucho se dio cuenta que había dedicado demasiado tiempo al área técnica y decidió abandonarla, sin considerar que de ese modo se quebraría el equilibrio logrado. Y de la noche a la mañana se encontró frente al espejo, como perdido. Al verlo así su hijo menor le dijo: “viejo, escribí un cuento y no rompas”. Jorge analizó el consejo y concluyó que no debía ser una tarea fácil para él, pero quizás podría escribir el argumento de alguna película sencilla… Aquí está el tercero. [email protected]