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CRISIS DE LA MODERNIDAD: NUEVAS REALIDADES EN LA SALUD MENTAL Edith Liccioni Hemos pasado del infierno de los otros al éxtasis de lo mismo, del purgatorio de la alteridad a los paraísos artificiales de la identidad. JEAN BAUDRILLARD RESUMEN La crisis de la modernidad no sólo es una crisis de individuos, de gobiernos o de instituciones sociales, sino también un período transitorio de dimensiones universales, dándose un profundo desequilibrio que se halla en la base misma de nuestra crisis cultural, un desequilibrio entre el pensamiento y el sentimiento, entre los valores y el comportamiento y entre las estructuras sociales y las políticas. El resultado combinado de estos desequilibrios es una crisis global: el "malestar" de estos tiempos, aquel sentimiento que nos embarga cuando los límites nos "limitan", es por lo tanto condición de cambio histórico y se anuncia, primero, no en estructuras, ni en sistemas, sino en nosotros mismos, en nuestra alma, en miedos y desilusiones, en ese no sentirse bien por ser como somos ni por estar donde estamos. Palabras claves: Modernidad, salud mental, crisis. Es preciso reflexionar sobre algunos aspectos que afectan a todo hombre inmerso en esta crisis, las sociedades contemporáneas están gobernadas por la disociación creciente del universo instrumental y el universo simbólico, de la economía y las culturas, y por el poder cada vez más difuso, en un vacío social y político en aumento, de acciones estratégicas cuya meta no es crear un orden social sino acelerar el cambio, el movimiento, la circulación de capitales, bienes, servicios, informaciones. ¿Quién no conoció las primeras experiencias alarmantes que se producen durante los años iniciales de la infancia? De pronto se le declaraba a uno enfermo, bajo la supervisión de los padres, y esa mañana no le permitían levantarse. Durante los años subsiguientes, estas experiencias comienzan a acumularse, de modo que lo que va quedándole a uno claro es que lo extraño no es tanto la enfermedad, como el milagro de la salud. Esto da motivo para inscribir la situación científico-teórica y la situación práctica dentro de un contexto más amplio: el de la sociedad modelada por la ciencia moderna. También desencadena la pregunta acerca de ¿cómo uno debe orientarse en su vida práctica respecto a la enfermedad y de la salud? Es indudable que en la experiencia de la salud y de la enfermedad asoma parte de una problemática general que no puede referirse sólo a la posición especial de la ciencia médica dentro de las ciencias naturales modernas. Con esto, el tema, se desplaza hacia un contexto muy amplio que desde la aparición de la ciencia moderna y el establecimiento de su tensión con el acervo de experiencias de la humanidad, constituye, en el fondo, un deber común a todos. El hombre vive en un medio cada vez más modificado por la ciencia-un medio al que apenas se atreve a llamar naturaleza- y, por otra parte, en una sociedad moldeada por la cultura científica de la Edad moderna, a la cual debe

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Crisis de la identidad mental en la modernidad

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Page 1: Cris de La Identidad Mental en La Modernidad

CRISIS DE LA MODERNIDAD: NUEVAS REALIDADES EN LA SALUD MENTAL

Edith Liccioni

Hemos pasado del infierno de los otros al éxtasis de lo mismo, del purgatorio de la

alteridad a los paraísos artificiales de la identidad.

JEAN BAUDRILLARD RESUMEN La crisis de la modernidad no sólo es una crisis de individuos, de gobiernos o de instituciones sociales, sino también un período transitorio de dimensiones universales, dándose un profundo desequilibrio que se halla en la base misma de nuestra crisis cultural, un desequilibrio entre el pensamiento y el sentimiento, entre los valores y el comportamiento y entre las estructuras sociales y las políticas. El resultado combinado de estos desequilibrios es una crisis global: el "malestar" de estos tiempos, aquel sentimiento que nos embarga cuando los límites nos "limitan", es por lo tanto condición de cambio histórico y se anuncia, primero, no en estructuras, ni en sistemas, sino en nosotros mismos, en nuestra alma, en miedos y desilusiones, en ese no sentirse bien por ser como somos ni por estar donde estamos. Palabras claves: Modernidad, salud mental, crisis. Es preciso reflexionar sobre algunos aspectos que afectan a todo hombre inmerso en esta crisis, las sociedades contemporáneas están gobernadas por la disociación creciente del universo instrumental y el universo simbólico, de la economía y las culturas, y por el poder cada vez más difuso, en un vacío social y político en aumento, de acciones estratégicas cuya meta no es crear un orden social sino acelerar el cambio, el movimiento, la circulación de capitales, bienes, servicios, informaciones. ¿Quién no conoció las primeras experiencias alarmantes que se producen durante los años iniciales de la infancia? De pronto se le declaraba a uno enfermo, bajo la supervisión de los padres, y esa mañana no le permitían levantarse. Durante los años subsiguientes, estas experiencias comienzan a acumularse, de modo que lo que va quedándole a uno claro es que lo extraño no es tanto la enfermedad, como el milagro de la salud. Esto da motivo para inscribir la situación científico-teórica y la situación práctica dentro de un contexto más amplio: el de la sociedad modelada por la ciencia moderna. También desencadena la pregunta acerca de ¿cómo uno debe orientarse en su vida práctica respecto a la enfermedad y de la salud? Es indudable que en la experiencia de la salud y de la enfermedad asoma parte de una problemática general que no puede referirse sólo a la posición especial de la ciencia médica dentro de las ciencias naturales modernas. Con esto, el tema, se desplaza hacia un contexto muy amplio que desde la aparición de la ciencia moderna y el establecimiento de su tensión con el acervo de experiencias de la humanidad, constituye, en el fondo, un deber común a todos. El hombre vive en un medio cada vez más modificado por la ciencia-un medio al que apenas se atreve a llamar naturaleza- y, por otra parte, en una sociedad moldeada por la cultura científica de la Edad moderna, a la cual debe

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acomodarse. Hay diversidad de prescripciones y de reglamentos que establecen una creciente burocratización de la vida. ¿Cómo no perder el coraje para modelar la propia vida? Me parece muy elocuente el hecho de que en la progresista civilización técnica de nuestros días haya debido inventarse una expresión como "calidad de vida", que pretende describir lo que se ha sufrido entre tanto. Lo cierto es que uno de los temas más antiguos en la vida del hombre lo constituye la cuestión de que cada uno debe "elevar" su propia vida y debe preguntarse cómo hacerlo. Esto se da allí donde el cuidado de la salud es regido por ritos religiosos, dominados por ciertas figuras y grupos sociales importantes. Gadamer (1996) manifiesta que la cultura científica de la Edad Moderna, ha conducido a formas de vida que automatizan, en gran medida la existencia del individuo. ¿Qué posibilidades tenemos, entonces, cuando se trata de la salud? Nos preguntamos ¿porqué ha aumentado la angustia en nuestro mundo actual? ¿A qué se debe esta situación? Considero que el tipo de conocimientos y de certezas que nos ha brindado la ciencia, por medio de la experimentación y del control, ha incrementado las necesidades de seguridad del ser humano. Por otra parte, nuestro verdadero punto de apoyo no es la esperanza sino el sufrimiento del desgarramiento, como el universo de la objetivación y las técnicas se degrada en puro mercado, mientras que el universo de las identidades culturales se encierra en la obsesión comunitaria, el ser particular, el individuo, que es cada uno o cada uno de nosotros, sufre al ser desgarrado, al sentir que su mundo vivido está tan descompuesto como el orden institucional o la representación misma del mundo. En las últimas décadas -sobretodo a partir de Focault-, el concepto de enfermedad mental se ha convertido otra vez en un problema, desde el punto de vista sociopolítico. Es innegable que una conciencia social normativa y el correspondiente comportamiento de la sociedad entera siempre contribuyen a definir un concepto de enfermedad de esta naturaleza y lo tornan problemático. También los conceptos de salud y de enfermedad describen fenómenos vitales: aspectos de un aumento y una disminución de la vitalidad que acompañan a las crecientes y bajantes de nuestra sensación de vida. Considero que la salud se encuentra siempre dentro de un horizonte de perturbaciones y amenazas. Al decir de Touraine (1998), desgarramiento personal, pérdida de identidad a la que nos resistimos dando tanta importancia a la autoestima, el autodesarrollo -a la autonomía, en una palabra- nos impulsa, en primer lugar, a tratar de aliviar el sufrimiento del individuo desgarrado; dado que éste no puede ya apelar a un Dios creador, una naturaleza auto organizada o una sociedad racional. Las teorías económicas no son meros diseños o estrategias técnicas. Son, sin lugar a dudas, la expresión de concepciones éticas que afectan en su totalidad a la vida humana, a los lazos sociales, y muy especialmente a las relaciones de poder. Quizás una de las características más sobresalientes de las patologías psíquicas nuevas, la constituye la constatación en ellas de una relación es-trecha entre los rasgos subjetivos que presentan con las manifestaciones dominantes de la cultura y la vida social actual, lo cual hace que las personas puedan ser percibidas como verdaderos "paradigmas de lo social". Patologías caracterizadas por un malestar proveniente del peso represivo que ejercían sobre nosotros las prohibiciones, la ley; vivimos hoy una patología inversa, la de la imposible formación de un Yo, ya esté sumergido en la cultura de masas o encerrado en comunidades autoritarias. A mi manera de ver, estamos asistiendo al surgimiento de nuevos rasgos en los comportamientos de la cultura, de modalidades novedosas en los vínculos humanos, de formas de sociabilidad que cuestionan aspectos claves del lazo social, de transformaciones en el Estado que han modificado profundamente la organización de los ámbitos de lo público y lo privado, los nuevos dinamismos

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de la política que cuestionan los sentidos tradicionales de la representación y aun de los criterios de la democracia. Esta nueva situación constituye el centro de las transformaciones que sufre en la actualidad todo el campo de la salud mental. Para Touraine (1998), el sufrimiento individual es la principal fuerza de resistencia al desgarramiento del mundo desmodernizado. Y es lógico y esperable que así suceda, ya que el conjunto de estas nuevas situaciones no transita sólo por los espacios de la organización del Estado, de la política o de la vida económica, sino que atraviesan centralmente la cultura y se reflejan en la subjetividad singular de cada uno de nosotros, producen rasgos nuevos en la subjetividad y modifican aspectos esenciales de la individualidad, y ambas dimensiones se manifiestan en las conductas concretas de los hombres. La nueva realidad de la salud mental En el ámbito de las comprensiones psicopatológicas se cuestionó la comprensión del sufrimiento mental bajo la categoría médica de "enfermedad" (década de los año sesenta) por las implicaciones de "naturaleza" y las ilusiones de objetividad que sostenía, para poder restituir en los individuos la complejidad existencial contenida en estas perturbaciones. En el nivel de las disciplinas intervinientes, se trataba de cuestionar la hegemonía de la medicina mental, facilitando que otros saberes tuvieran su lugar en la comprensión y el abordaje de estos problemas. Por lo mismo el panorama de las intervenciones psiquiátricas se complejizó, a partir de la presencia de otros profesionales que eran portadores de otros criterios de comprensión, de otros valores, y se proponían otras prácticas sobre los enfermos. Un eje central de las transformaciones que se proponían consistía en restablecer un trato menos jerarquizado de los profesionales con los enfermos, alertados por el desnudamiento que se había efectuado del poder que implicaba la antigua relación médico - paciente, y devolver a los enfermos un mayor protagonismo en los procesos de representación. Desde entonces ya no es posible hablar de las enfermedades como el "objeto" de la salud mental, ya que bajo un mismo término se definía un estado deseable de bienestar mental, los cuidados y las instituciones dedicadas a ellos. Lo cierto es que los cuidados de la salud mental, tanto la asistencia en todos sus niveles como la prevención y promoción de valores en salud mental, dejó de ser un ámbito exclusivo de los médicos, para pasar a postularse un abordaje interdisciplinario, intersectorial, interprofesional e interinstitucional. Y si bien el frente de los cambios estaba dirigido desde el sector público, éstos afectaron al conjunto de las prácticas terapéuticas también en los sectores privados y de obras sociales mutuales, que incorporaron rápidamente estos criterios y valores. La multivocidad de sentidos con los que este término de salud mental fue introducido, generó un nuevo foco desde el cual abordar los problemas, y éste era el de comprender los sufrimientos mentales del individuo en el conjunto de sus relaciones familiares, grupales y sociales en un sentido amplio. El objeto de la salud mental ya no es entonces de un modo exclusivo el individuo o los conjuntos sociales, sino las relaciones que permiten pensar conjuntamente al individuo y a su comunidad. Como resulta obvio, este nuevo lente para observar y actuar sobre los problemas de la salud mental, llevó a una reformulación de los problemas que afectan a todos los niveles implicados; las prácticas asistenciales y de rehabilitación, dirigidas a las personas singulares, deben pensar a un individuo en sus relaciones sociales reales, lo mismo que las intervenciones comunitarias que realizan desde el campo de la salud mental deben comprender a la comunidad en las interacciones subjetivas e individuales concretas, que son las que le dan vida. Ahora bien, es justamente esta relación en la que se piensan los problemas de la salud mental, de la vida de los individuos a la vida social, la que se ha tornado crítica en estos últimos años,

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generando una verdadera tensión, un malestar profundo, que según Mires (1996) ese malestar es una "fuerza" que, siendo originariamente subjetiva, es-en determinados períodos- social y política. Puede hacer desear la barbarie cuando la cultura amenaza suprimir las pulsiones; puede hacer desear la cultura cuan-do la barbarie amenaza con desintegrar valores que se han probado como necesarios para la convivencia. Este malestar se extiende por todas las instituciones dedica-das al sostenimiento de estas relaciones: La escuela en primer lugar, el Estado, la justicia, la salud y de un modo especial el sector de salud mental, ya que todas ellas dependen en su desenvolvimiento de las relaciones entre lo público y lo privado. El centro de este malestar característico de la modernidad, no es otro que el de la relación de los individuos con el desenvolvimiento social. Y que sea nuevamente Mires (1996) manifestando que el malestar, tanto en la cultura como en la barbarie, para que exista, debe ser sentido; y no puede ser sentido sino por personas, en fin, por nosotros mismos. Es decir que ninguna cultura, o ninguna sociedad pueden ser entendidas independientemente de quiénes las constituyen. La tensión existe y se extiende de un modo manifiesto por todos los niveles de la vida institucional en que se ordenan las relaciones entre las cuestiones globales -de la economía, la salud, el trabajo, la educación, etc.- y las situaciones locales, el desenvolvimiento de las empresas, la vida familiar, las condiciones e incertidumbres del empleo, la indefensión ante los riesgos de la enfermedad, la vejez, la conformación de nuevos agrupamientos sociales, etc. Y creo que debemos estar atentos a esta nueva situación, ya que no se trata solamente de un malestar que ha transformado casi todas las cuestiones de lo político, sino también de una tensión subjetiva que afecta la vida emocional, el pensamiento, el cuerpo y la capacidad de acción de las personas. Sin duda son muchas las circunstancias que han llevado a esta nueva situación y a este malestar. Una enumeración simple debiera incluir las reformulaciones del Estado y concomitantemente la redefinición de lo público, la mal llamada globalización económica, los cambios en la cultura por la hegemonía del modelo de vida urbana, cierta crisis en curso sobre los criterios de propiedad, de lo privado y de lo íntimo (se convierte en acontecimiento colectivo: cuando los deseos quieren ser realidad, lo íntimo se convierte en político) y las consecuencias de los cambios sufridos en los países llamados de "socialismo real", que en mucho contribuyeron a un replanteo subjetivo sobre los proyectos, los sujetos sociales y los horizontes deseados de transformación de las relaciones sociales Lanz (1989) en el progreso de la barbarie, expresa que la ideología de "progreso" que inspira y dirige el modelo de socialismo existente es la más elemental reproducción de la lógica que gobierna el paradigma científico - técnico en la civilización del capi-tal. Esta trágica continuidad no hace sino reforzar la mentalidad universalmente que coloca la noción de "progreso" como un principio inmanente de la "naturaleza humana". Ahora lo grave no es lo que dicen las distintas concepciones del "progreso", el problema esencial no es la confrontación de las ideas de "progreso", ni la demostración del carácter reaccionario de la noción de "progreso" imperante en la sociedad capitalista. Por encima de estos -elementos subsiste un terreno intocado, "in-visible", soterrado, que alimenta y gobierna no sólo las ideologías del "progreso", sino los lenguajes, las operaciones mentales, la sensibilidad y el "alma" de todos las personas que fisiológicamente pueden aún ser considerados "seres vivos". He allí la clave de todas las claves. Una mirada atenta sobre el conjunto de la cultura actual, nos mostrará cómo este conjunto de aspectos, que parecieron transcurrir sólo por carriles específicos, está sin embargo en la base de

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esta situación crítica de las relaciones concretas entre el individuo y lo social, entre los problemas globales y las situaciones locales. Esta nueva situación se observa también en la crisis que se refleja en las diversas teorías que se ocupan del campo social y cultural, evidenciado en el número de escritos y actividades académicas dedicadas a estas cuestiones, como también por el modo cómo afectan sus diversas interpretaciones referidas a este nuevo contexto. Este conjunto de cambios que enumero, sucedidos en un tiempo real vertiginoso, han modificado sustancialmente el panorama de la realidad social y de los individuos, y ha generado también no pocas desorientaciones y dificultades para construir un pensamiento de estas relaciones que no excluya ni recorte la singularidad que le imponen las vidas individuales ni la especificidad propia de lo social. Hemos asistido en estos años, y como rasgos distintivos de esta crisis de los saberes tradicionales, a grandes desplazamientos entre teorías de lo social cobijadas bajo el amparo de las grandes ideologías del siglo XX, hacia teorías dominadas por un subjetivismo extremo, amparadas éstas por la creencia ingenua de estar asistiendo a un reflorecimiento de las autonomías individuales. El conocimiento actual que se difunde en los medios de la nueva cultura tiende a legitimar la actual desactivación de lo público ignorando los efectos reales sobre los individuos concretos, trata de hallar las ventajas del nuevo individualismo surgido en gran parte de esta caída de lo público, los beneficios de las nuevas fragmentaciones de la subjetividad, como si sólo estuviéramos frente a un crecimiento de la autonomía individual, la libertad y la creatividad personal. Este conocimiento que se está generando, de todos modos ha servido para llamar la atención sobre las condiciones antagónicas en que se desenvuelve la realidad actual: la constatación de la masificación de los individuos, las hegemonías de los nuevos poderes globales, tal como se nos hacen evidentes en la globalización de la economía, las nuevas hegemonías culturales y la degradación de la política que acompañan estos cambios y que tienen su correlato en las actuales condiciones de existencia de los ciudadanos, junto a las dificultades de brindar una explicación que muestre su racionalidad. Este movimiento no es ajeno a los problemas del campo de la salud mental, por el contrario, en cierto estallido de sus prácticas, con el ingreso de un cierto irracionalismo terapéutico, en la crisis actual de las psicoterapias, en el avance del nuevo objetivismo médico por vía de los psicofármacos, en la hegemonía de los seguros de enfermedad que han modificado las condiciones de trabajo de los profesionales y distorsionado en muchos casos la racionalidad de sus métodos terapéuticos, en el giro in-sólito de muchas preocupaciones profesionales hacia el propio campo corporativo, en desmedro del interés teórico y práctico por los problemas que enfrentan con sus pacientes, vemos las señales de esta crisis entre lo público y lo privado. En la tradición de la modernidad, el individuo mismo en el proceso de acoplamiento progresivo a la vida social debía disociar un espacio subjetivo interior "lo íntimo" (que delimita lo que le es propio, singular, de un interior privado y secreto que constituye, por vía de lo que denominamos narcisismo libidinal, la fuente de vivencias, recuerdos, sensibilidad, etc.) de "lo público", espacio en el cual se definen su pertenencia y participación en las simbólicas culturales y los intercambios sociales reglados. En cualquier caso, refiriéndome a Mires (1996), entender la barbarie moderna como forma de regresión colectiva es una idea productiva puesto que permite vincular el tema de la barbarie con el del narcisismo social; por otra parte, porque lleva el tema de la barbarie, o de la barbarización de las estructuras sociales, hacia el campo de formación de la personalidad individual y colectiva: y por último, porque permite precisar puntualmente el contenido del "malestar en la modernidad que anuncia Taylor, como una posibilidad de

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desintegración social, o de derrumbe de lo social sobre sí mismo. El "malestar en la modernidad" sería, en ese contexto, "el miedo a la barbarie". La separación entre lo íntimo y lo público, cuya nitidez objetiva es sólo aparente, requiere de un proceso mental de disociación que el sujeto debe asumir para la dialéctica de su vida social. Pero esto no debe confundirnos acerca de restringir la subjetividad a lo íntimo y atribuir objetividad a lo público. Lo público es también una instancia del individuo, un existente en su economía psíquica, tanto como la subjetividad forma parte de la realidad social, es la base de los desenvolvimientos de la cultura, y constituyente de la vida pública. Por otra parte, si observamos desde el ámbito de la cultura, veremos que ésta sólo es captable en relación con las interacciones entre individuos de una época y lugar determinado que observan entre sí alguna tradición en sus intercambios y producciones, en las formas de significación (morales, éticas, estéticas, etc.), en los modos de producción y apropiación del sentido. Y estos procesos son indiscernibles de la subjetividad que les sostiene y que es producida por ellos. Estas cuestiones, no vehiculan solamente por las reformulaciones globales y el reordenamiento político y social a que dan lugar, sino que están también presentes en el devenir concreto de la existencia de cada uno. Cada vez de un modo más radical es observable que el individuo, cada uno de los que habitamos el planeta, se ve sometido a fuerzas que deciden sobre aspectos esenciales y muy concretos de su vida -su trabajo, su ingreso económico, su cultura, su medio ambiente, su residencia etc.- a la vez que es exhortado constantemente a un ejercicio de libertad, afirmación personal y competencia con los demás, que carga sobre su responsabilidad personal los fracasos, los riesgos (enfermedad, discapacidad, vejez, etc.) y aun los impedimentos que encuentra para la concreción de su autonomía personal o para decidir sobre las condiciones deseadas de su vida. Creo que una de las razones esenciales del desarrollo del sector salud mental en los últimos treinta años fue justamente esta situación crítica de las relaciones entre las cuestiones globales y las situaciones locales, entre el individuo y las formas de lo social. Por una parte, porque estos verdaderos dislocamientos de lo social modifican rápidamente la producción de subjetividad y su transcurrir práctico (significaciones sociales de organización subjetiva como la familia, la descendencia, la contención de los vínculos de amistad y de pareja, etc.) exponiendo a todos de un modo mayor al fracaso personal y al sufrimiento mental. Al mismo tiempo que crece el número de individuos pertenecientes a los sectores sociales. más expuestos a la marginalización o a la exclusión de los intercambios económicos y simbólicos de la vida social. Por otra parte, porque el sector Salud Mental generó un campo práctico de acción sobre estas tensiones, haciendo de los problemas de la integración socio comunitaria del individuo y las vicisitudes de la cura del sufrimiento mental un mismo problema y una misma estrategia de abordaje. CRISIS OF THE MODERNITY: NEW REALITIES IN MENTAL HEALTH By Edith Liccioni ABSTRAC,T The modernity crisis is not just a crisis of individuals, goverment or social institutions but it is also a transitional period of universal dimensions, where there is a deep umbalance which is on the same base of our cultural crisis. An umbalance between thoughts and feelings, between values and behaviour, and between social structures and politics. The combined result between

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these umbalances is a global crises: the "malaise" from nowadays, that feeling which involves us every time we find limits that do not let us go on. So it is a condition of a historical change and it anounces first, neither in structures nor in systems but in ourselves, our soul, in fears and désilutions, in that bad feeling because of the way we are and the place we belong to. KEY WORDS: Modernity, mental health, crisis LA CRISE DE LA MODERNITÉ: DE NOUVELLES RÉALITÉS DANS LA SANTÉ MENTALE Par Edith Liccioni RÉSUMÉ La crise de la modernité n'est pas seulement une crise des individus, des gouvernements ou des institutions sociales. Elle est aussi une période de transition de dimensions universelles entrainant un déséquilibre profond qui est á la base méme de notre crise culturelle. C'est un déséquilibre entre la pensée et les sentiments, entre les valeurs et la conduite, entre les structures sociales et politiques. Il en résulte une crise globale: le «malaise» de ces temps-ci, ce sentiment qui nous prend lorsque nous sommes limités. C'est donc une condition de changement historique qui s'annonce d'abord non dans des structures ou des systémes mais dans nous-mémms, dans notre áme, dans des peurs et des désillusions, dans ce mauvais sentiment dü á notre façon d'étre et á la place oú nous nous trouvons. MOTS CLÉ: modernité, santé mentale, crise.

BIBLIOGRAFÍA

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TOURAINE, ALAIN (1997): ¿PODREMOS VIVIR JUNTOS? LA DISCUSIÓN PENDIENTE, EL DESTINO DEL HOMBRE EN LA ALDEA GLOBAL. MÉJICO, FONDO DE CULTURA ECONÓMICA.