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Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. RESEÑAS ble por la literatura fantástica y su desprecio por la literatura "terrígena", bastante "llena de tierra n. Irremediable lector de cuentos y novelas, he com- partido su devoción por Cabo Borda -el crítico y el lector más que el poeta-, por la narrativa de Policar- po Varón, discretísimo y tímido toli- mense, y por la poesía de Fernando Charry Lara, fino manjar para palada- res delicados. El de Charry es uno de esos semianonimatos que condenan en bloque a toda una nación de Matura- nas, Higuitas y Luchos Herreras. Esas y muchas otras cosas hacen de este libro una muy autorizada guía de lectura. Porque lo más importante para destacar -ahora llego a ello tras largo divagar- es la labor didáctica del crítico, la que admirablemente cumple Germán Vargas Cantillo en un país semiignorante a través de medios de cultura de masas. Descubro en estas páginas lo que él mismo llama "la labor de decantar", de pesquisar, entre la maraña absurda de volúmenes que deberían ir a la hoguera o a la basura -advierto que por malos, no por peli- grosos-, los libros básicos, los im- prescindibles, los infaltables, los de la isla desierta. Se trata de que el avaro lector comprenda, por vía de compa- ración, que tal o cual obra merece ser leída. Y siempre es bueno cumplir con ese cometido en un mundo donde hay "tantos para y tan pocos para observar". Y este es, precisamente, el aspecto que quiero destacar tras la lectura de este libro. Colombia es país que goza de ciertos privilegios de sibarita. La adquisición de un libro es uno de ellos. La rareza, la dificultad, la poca difusión del libro, hacen que su acceso sea un placer digno de filatelistas o de amantes de ocasión. Esta publicación resulta apenas un exiguo homenaje a quien no se aver- güenza de decir que no ha leído de- Boledn O.ltut&l y Bibliográfico, Vol. 28, núm. 27, 1991 terminado libro. Desde luego, no se puede leer todo y la vida no alcanza ni para lo esencial. Hay que escoger. Y a menudo se escoge mal. Para eso leen los buenos lectores, o mejor, leyentes, como quería don Miguel Antonio Caro; cuando menos para guiar a los menos buenos lectores en sus escogencias. Es lo que Germán Vargas hace habitualmente en su sección en Cromos. Mucho se podría decir acerca de esta colección de reseñas selectas. Yo prefiero indagar lo que no ha sido muy resaltado. Este libro sirve, por ejemplo, para saber que dos de los mejores cuentos colombianos son· Grieta de Jorge Zalamea y Tiempo de verano de Hemando Téllez, o que El gran arte del brasileño Rubem Fonse- ca y La isla mágica del panameño Rogelio Sinán son dos de las grandes novelas de nuestro tiempo. Es un recorrido un tanto anárquico, así lo quisieron los editores, por el mundo de un Sherwood Anderson, del mara- villoso Perfume de Suskind, de He- mingway y de sus diferencias con Faulkner... Sus juicios son cortos, certeros, contundentes. Algunos, en suma llamativos. En primer lugar, el elogio que hace de la novela Celia se pudre de Héctor Rojas Herazo: "La leí y releí maravillado". "Una novela realmente extraordinaria. Merecedora de ser colocada junto a Cien años de soledad. De lo mejor que se puede conocer no sólo en Colombia sino en la lengua española". Y si lo dice él, por algo Lo dirá ... Entre tanto, lástima grande, Celia se pudre... y se seguirá pudriendo en las estanterías de las librerías, en la vene- nosa edición de Alfaguara. Otro juicio que de inmediato impacta es el elogio sencillo que hace de la Antología de lecturas amenas de Darío Jaramillo: "Me hubiera encantado hacerlo". No todo es admiración y encomio en esta páginas. Está la diatriba, no sé que tan justa o injusta, contra los "leopardos": "No hay nada peor que los grandes oradores", fabricantes de "horrendas cursilerías literarias", des- tilando en la plaza pública "torrentes de floripondios retóricos del peor gusto y del más periclitado anacronis- mo". Varias veces nos acercamos en este volumen a Rafael Gutiérrez Girardot, un profesor alemán nacido en Doyacá CRONICA (¿una inteligencia a menudo irascible o U:na irascibilidad a menudo inteli- gente? Se supone que el que no co- nozca, como él, a Hegel y a Heideg- ger, no puede escribir). Gutiérrez Girardot es, además de profundo -a veces tal vez demasiado-, ingenioso. De Octavio Paz le dice a Germán Vargas: "Es apenas un Ortega y Gas- set de poncho". Por desdicha, la cu- riosa criptografía de la página 90 (por lo menos en mi ejemplar, pues sospe- cho que cada edición tiene particulari- dades propias) interrumpió abrupta- mente mi lectura y me impidió saber algo más sobre Gutiérrez Girardot. Agreguemos, para terminar, que aquí están de nuevo las consabidas crónicas y recuerdos acerca del Grupo de Barranquilla, "los cuatro despotri- cadores" bautizados por Próspero Morales Pradilla, la ya clásica reseña o epifanía de Cien años de sole®d y, así mismo, una serie de amplias cró- nicas viajeras: los Estados Unidos, en un viaje literario por el mundo exqui- sito de Mark Twain y de William Faulkner; dos periplos por Alemania, que cobran actualidad, con datos cu- riosos de hombre letrado (con veinte años de diferencia; una indagación con ayuda del carbono 14 nos dice que las primeras son de antes de 1972); notas sueltas para El Heraldo, de Barranqui- y otro viaje por Nicaragua. Y por ahí va enredada una hilarante entre- vista a Cochise, que se adelantó y no es inferior en modo alguno a La ya muy célebre que hiciera por esas mismas calendas Gonzalo Arango. LUIS H. ARISTIZÁBAL Es falso, retórico todo aquello que no dé una visión de conjunto, de unidad Diario del alto San Juan y del Atrato. Eduardo Cote !Amus Fundación Simón y Lola Guberek, Bogoti, 1990, 70 pigs. En septiembre de 1958 una comisión de seis representantes a la Cámara, entre los cuales figuraba el poeta 103

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Page 1: CRONICA n. Se

Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.

RESEÑAS

ble por la literatura fantástica y su desprecio por la literatura "terrígena", bastante "llena de tierra n. Irremediable lector de cuentos y novelas, he com­partido su devoción por Cabo Borda -el crítico y el lector más que el poeta-, por la narrativa de Policar­po Varón, discretísimo y tímido toli­mense, y por la poesía de Fernando Charry Lara, fino manjar para palada­res delicados. El de Charry es uno de esos semianonimatos que condenan en bloque a toda una nación de Matura­nas, Higuitas y Luchos Herreras.

Esas y muchas otras cosas hacen de este libro una muy autorizada guía de lectura. Porque lo más importante para destacar -ahora llego a ello tras largo divagar- es la labor didáctica del crítico, la que admirablemente cumple Germán Vargas Cantillo en un país semiignorante a través de medios de cultura de masas. Descubro en estas páginas lo que él mismo llama "la labor de decantar", de pesquisar, entre la maraña absurda de volúmenes que deberían ir a la hoguera o a la basura -advierto que por malos, no por peli­grosos-, los libros básicos, los im­prescindibles, los infaltables, los de la isla desierta. Se trata de que el avaro lector comprenda, por vía de compa­ración, que tal o cual obra merece ser leída. Y siempre es bueno cumplir con ese cometido en un mundo donde hay "tantos para ~pinar y tan pocos para observar".

Y este es, precisamente, el aspecto que quiero destacar tras la lectura de este libro. Colombia es país que goza de ciertos privilegios de sibarita. La adquisición de un libro es uno de ellos. La rareza, la dificultad, la poca difusión del libro, hacen que su acceso sea un placer digno de filatelistas o de amantes de ocasión.

Esta publicación resulta apenas un exiguo homenaje a quien no se aver­güenza de decir que no ha leído de-

Boledn O.ltut&l y Bibliográfico, Vol. 28, núm. 27, 1991

terminado libro. Desde luego, no se puede leer todo y la vida no alcanza ni para lo esencial. Hay que escoger. Y a menudo se escoge mal. Para eso leen los buenos lectores, o mejor, leyentes, como quería don Miguel Antonio Caro; cuando menos para guiar a los menos buenos lectores en sus escogencias. Es lo que Germán Vargas hace habitualmente en su sección en Cromos.

Mucho se podría decir acerca de esta colección de reseñas selectas. Yo prefiero indagar lo que no ha sido muy resaltado. Este libro sirve, por ejemplo, para saber que dos de los mejores cuentos colombianos son· Grieta de Jorge Zalamea y Tiempo de verano de Hemando Téllez, o que El gran arte del brasileño Rubem Fonse­ca y La isla mágica del panameño Rogelio Sinán son dos de las grandes novelas de nuestro tiempo. Es un recorrido un tanto anárquico, así lo quisieron los editores, por el mundo de un Sherwood Anderson, del mara­villoso Perfume de Suskind, de He­mingway y de sus diferencias con Faulkner... Sus juicios son cortos, certeros, contundentes. Algunos, en suma llamativos. En primer lugar, el elogio que hace de la novela Celia se pudre de Héctor Rojas Herazo: "La leí y releí maravillado". "Una novela realmente extraordinaria. Merecedora de ser colocada junto a Cien años de soledad. De lo mejor que se puede conocer no sólo en Colombia sino en la lengua española". Y si lo dice él, por algo Lo dirá ...

Entre tanto, lástima grande, Celia se pudre.. . y se seguirá pudriendo en las estanterías de las librerías, en la vene­nosa edición de Alfaguara. Otro juicio que de inmediato impacta es el elogio sencillo que hace de la Antología de lecturas amenas de Darío Jaramillo: "Me hubiera encantado hacerlo".

No todo es admiración y encomio en esta páginas. Está la diatriba, no sé que tan justa o injusta, contra los "leopardos": "No hay nada peor que los grandes oradores", fabricantes de "horrendas cursilerías literarias", des­tilando en la plaza pública "torrentes de floripondios retóricos del peor gusto y del más periclitado anacronis­mo".

Varias veces nos acercamos en este volumen a Rafael Gutiérrez Girardot, un profesor alemán nacido en Doyacá

CRONICA

(¿una inteligencia a menudo irascible o U:na irascibilidad a menudo inteli­gente? Se supone que el que no co­nozca, como él, a Hegel y a Heideg­ger, no puede escribir). Gutiérrez Girardot es, además de profundo -a veces tal vez demasiado-, ingenioso. De Octavio Paz le dice a Germán Vargas: "Es apenas un Ortega y Gas­set de poncho". Por desdicha, la cu­riosa criptografía de la página 90 (por lo menos en mi ejemplar, pues sospe­cho que cada edición tiene particulari­dades propias) interrumpió abrupta­mente mi lectura y me impidió saber algo más sobre Gutiérrez Girardot.

Agreguemos, para terminar, que aquí están de nuevo las consabidas crónicas y recuerdos acerca del Grupo de Barranquilla, "los cuatro despotri­cadores" bautizados por Próspero Morales Pradilla, la ya clásica reseña o epifanía de Cien años de sole®d y, así mismo, una serie de amplias cró­nicas viajeras: los Estados Unidos, en un viaje literario por el mundo exqui­sito de Mark Twain y de William Faulkner; dos periplos por Alemania, que cobran actualidad, con datos cu­riosos de hombre letrado (con veinte años de diferencia; una indagación con ayuda del carbono 14 nos dice que las primeras son de antes de 1972); notas sueltas para El Heraldo, de Barranqui-11~. y otro viaje por Nicaragua. Y por ahí va enredada una hilarante entre­vista a Cochise, que se adelantó y no es inferior en modo alguno a La ya muy célebre que hiciera por esas mismas calendas Gonzalo Arango.

LUIS H. ARISTIZÁBAL

Es falso, retórico todo aquello que no dé una visión de conjunto, de unidad

Diario del alto San Juan y del Atrato. Eduardo Cote !Amus Fundación Simón y Lola Guberek, Bogoti, 1990, 70 pigs.

En septiembre de 1958 una comisión de seis representantes a la Cámara, entre los cuales figuraba el poeta

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Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.

CRONICA

Eduardo Cote Lamus, viajó al Chocó con el fin de conocer las necesidades y problemas de esta comarca del país y presentar un informe con las posi­bles soluciones. Meses después del informe oficial, Cote publicó sus ob­servaciones personales en Mito (núm. 24, marzo-abril-mayo de 1959): "Diario del alto San Juan y del Atra­to". El [nstituto Colombiano de Cultu­ra lo reeditó en Mito, 1955-1962, Selección de textos por J.G. Cobo, y en 1976 en Eduardo Cote Lamus, Obra literaria (edición dirigida por Guillermo A Arévalo ). Ahora la Fun­dación Simón y Lola Guberek, en su Colección Literaria, núm. 35, lo edita por cuarta vez.

Cuando Diario del alto San Juan y del Atrato apareció en Mito, no hacía mucho que Eduardo Cote había regre­sado al país, con el propósito de hacer carrera política, luego de una larga estancia en Europa. Un año después del Diario publica lA vida cotidiana, libro de poemas iniciador de un nuevo ciclo (muy prometedor y admirado por algunos poetas posteriores) que se trunca, en 1964, con la temprana muerte del poeta en un accidente de tránsito, cuando era gobernador de Norte de Santander.

El Diario, fiel a su título, registra las impresiones de Cote a su paso por diversos ríos y pueblos del Chocó, desde el 12 hasta el 18 de septiembre de 1958. Estructurado a manera de contrapunto, el texto se mueve casi siempre entre dos polos -Andagoya y Andagoyita, la maestra negra de traje rojo y la maestra negra de traje azul, el barequco y la draga, Luzmila y Yamila-, a partir de una oposición mayor, fundante, que se constituye en el principio constructivo del libro: el contraste entre el San Juan, río del Pacífico, móvil, lleno de nubes y de oro, y el Atrato, río del Caribe, tran­quilo, lleno de mariposas, de pájaros y de música. A lo largo del libro se van intercalando múltiples enumeraciones sobre los males del Chocó -la explo­tación, el abandono del gobierno cen­tral, la falta de vías de comunicación y de iniciativa comercial, la horrible situación social, la miseria, la pobreza, el desamparo, el sol, el río, las ser­pientes, los yanquis, el clima inhóspi­to, la prostitución, el pian, la malaria,

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la tala de árboles, etc.-, elementos del desastre que, como en la narrativa de la tierra, cumplen una función tran­quilizante de denuncia social.

No obstante, y fiel a su título, el texto se ocupa menos del hombre del Chocó que del paisaje, los crepúscu­los, los grandes árboles, las lianas, la vegetación virginal, las lluvias enemi­gas, "expresión de la cólera del Dios energúmeno", y, sobre todo, del "rey de la selva", el río que, a veces, es un "1 ago que anda". El ser humano prác­ticamente no existe: si la mujer es "expresión de la naturaleza chocoana" en correspondencia exacta con "la virtud musical de los ríos" y "las ramas de los árboles movidas por el viento", los hombres, castigados por las pavorosas fuerzas del mundo natu­ral, "no son sino exclamaciones, inter­jecciones'' (pág. 62) o "una cadena de resentimientos en medio de la mani­gua", es decir: entes indistinguibles del irracionalismo de la fauna feroz. Cuando existen, los chocoanos son negros amables, cordiales, festivos y, principalmente, pintorescos: seres que bailan sin música; obsesionados por la palabra de plaza pública; oradores présbitas que al pronunciar un discur­so leen hojas en blanco porque impro­visar es de mal gusto; alcaldes que tocan trompeta; poetas que conocen la poesía de Gaitán Durán, Cote Lamus y Fernando Arbeláez; encantadores de culebras, etc. La única ocasión en que se intenta ahondar en la ontología del chocoano, la conclusión (o su expre­sión) es pobre: "Es mentira aquello de la pereza del negro. Lo que sucede es

RESEÑAS

que para ellos en el Chocó existe otro 'tempo vital'. Y los hay de todas clases y grados" (pág. 36).

Un aspecto del chocoano atrae es­pecialmente la atención del autor: el habla. En el libro no sólo se registra una serie de vocablos y expresiones dialectales (cluzscarri, corró, la cho­cosana, el agüita, está pariendo el arroz), sino que también se formulan observaciones fonológicas, morfosin­tácticas y semánticas. Se plantea, por ejemplo, que el habla popular está llena de diminutivos, elipsis y eufe­mismos. O se nos comenta que "el alcalde habla un lenguaje dulce, bien pronunciado. La$ vocales al lado de las consonantes agudas tienen un especial sonido" (pág. 13).

Pero Cote va más allá de la simple sensibilidad filológica: reflexiona también sobre el poder de las pala­bras. Tal inquietud se advierte parti­cularmente en la presentación de dos casos extremos: el de don Cacú, un negro que "hablaba poco, pero sus palabras eran verdad, un fiel reflejo de lo circundante, de esa naturaleza que tiene su propia verdad" y el de un honorable representante (en este caso, de nuestra tradición letrada) que se dirigió a la multitud de Condoto así: "Hubo una época de la humanidad, maravillosa, en la que el progreso iba al lado de las guerras. Entonces unos ilustres caballeros manejaban con igual destreza la pluma y la espada: se llamaban condotieri. Así, pues, los condotieri del Renacimiento y los condoteños del Chocó se juntan a través del tiempo, y del espacio". Cote comenta que "la gente, en verdad, no entendía mayor cosa, pero las frases sonaban y la voz del orador colmaba la calle [ ... ] tratando de comprobar que la semejanza fonética de los tér­minos era casual" (pág. 23). Pese a la distancia que, al parecer, alcanza a tomar con el colega, la actitud esen­cial de Cote no es muy diferente.

Hay un momento singularmente revelador en el texto, testimonio de una manera no sólo de ver y escribir poesía, sino de vivir la realidad del país por parte de los colombianos. Allí nos habla el representante y el poeta y se pone de manifiesto esa triste o fa laz función que, según Hernando Valencia Goelkel en su "Nota preliminar a

Boledn O.ltural y BibliogrUioo, Vol. 28, oúm. V. 1991

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Estoraques "incluida en Crónicas de libros, (pág. 80), según se le ha otor­gado a la poesía en Colombia: "el papel imposible de justificar una rea­lidad cada vez más ruin, cada vez más odiosa".

Anota Cote: "Al escuchar las quejas de esas gentes uno se llenaba de un remordimiento patriótico, porque el país ha hecho sin quererlo una segre­gación infame con el Chocó". Pero, ¿cuál es, entonces, su reacción? Esa noche: "Había necesidad de escribir versos. Entonces intenté hacer unas coplas populares. Recordé unos versos de Góngora, aprendidos en la infancia, y los puse de epígrafe" (pág. 44). Y problema resuelto: Se antepone una retórica a la expresión de la realidad con los previsibles (catastróficos) resultados tanto en lo poético corno en lo político.

Vuelto a editar 31 años después de su publicación inicial, el Diario acusa un valor histórico muy particular: es un texto clave dentro de la trayectoria poética de Cote. Sólo a través de él podrían los críticos clarificar el paso de una poesía inicial -como la de casi todo poeta que empieza-, artificial, llena no sólo de ecos, sino de voces ajenas, heterogéneas (de Barba a Va­llejo, de Ar1uro a Aleixandre), que se oyen alto; una poesía abstracta, nega­da para la imaginación visual, en la que el hablante lírico importa e im­posta el tono y simula una sabiduría falsa, y, raras veces, habita un ámbito concreto. El Diario perrnitió el acer­camiento a un paisaje, anuncio de la inminente aparición de una obra ma-

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dura que, en verdad, nunca alcanzó a realizarse.

El Diario representa una toma de conciencia de ese distanciamiento entre su poesía y la realidad; la fre­cuente repetición de adjetivos en el libro corno: extraña, increíble, miste­riosa, enigmático, es reveladora de ese fenómeno. En ocasiones el libro revela la impotencia para la captación de la realidad, su duda frente al testimonio de los sonidos: "Hay que mirar me­jor"; "Es imposible recoger en una sola mirada lo que nos circunda", "es falso, retórico todo aquello que no dé una visión de conjunto y de unidad". El poeta comprende que es preciso hablar "desde el hondón del alma y sin retórica".

El Diario es, así mismo, el testimo­nio de un drama muy particular de la obra de Cote: la confusión genérica. Obra llena de tanteos, en ella se in­tentan el poema, el cuento, la epístola, el ensayo lírico, la poesía en prosa, la poesía popular, la anécdota, la crónica, pero no la reflexión. Cote, que había sido reflexivo, filosófico, en el poema lírico (Los sueños), es paradójicamente lírico en la prosa que se supondría el cauce, la forma más apropiada para la meditación grave, trascendental.

Si se compara la obra con dos tex­tos afines, ya por el género (los frag­mentos del Diario de Jorge Gaitán Durán publicados en Mito) o por su tema ("El Chocó que Colombia des­conoce" [1954), de Gabriel García Márquez), el texto de Cote nos mues­tra, de manera evidente, su anacronis­mo. Pese a la toma de conciencia de la que se ha hablado, la obra no se libra de esa retórica que es todavía la de Piedra y Cielo, que, a su vez, es Bécquer, etc. La de Cote es todavía esa prosa de frases a la manera de Ellas, los días y las nubes, por ejem­plo, que caen, con no poca frecuencia, en la sensiblería, en lo cursi. Así, en un cementerio: "Las cruces sacaban la cabeza entre la llovizna como para proteger a los muertos de la incle­mencia del clima". Las carrozas eran "como pétalos de una gran flor de la madera". La escopeta terciada en la espalda de un cargador negro "sacaba su cañón lustroso ( ... ] y en paz ame­nazaba a algún pájaro invisible''. El río San Juan, "cordial [ ... ) abre sus aguas, se expande igual que los brazos en ademán de abrazo, se hace límpido,

LITERATURA INFANTIL

tierno, deja ver las piedrecillas del fondo ... ". 0: "la maldita draga que no respeta la selva, ni los cultivos, ni la piedra, hambrienta siempre de oro".

Por lo anterior, nos extraña que un crítico de la talla de Darío Jaramillo Agudelo, al referirse a la prosa de Cote afirme en "Los poetas de los años 40", en Casa Silva, núm. 1, que "las páginas de ese diario se pueden incluir entre las mejores de la prosa colombiana". Seria como proponer a Platero y yo como paradigma de la prosa española. Si esa es la mejor prosa ...

ARIEL CASTILLO

El equívoco de la literatura infantil

Torta de cumpleaños: Historias de Euse­bio, [ Jvar da Ce/l. Ilustraciones del autor. Carlos Valencia Editores, Bogotá, 1989, 28 págs.

Tengo miedo: Historias de Eusebio, ll Jvar da Col/. Ilustraciones del autor. Carlos VaJe'ncia Editores, Bogotá, 1989, 36 págs.

Garabato: Historias de Eusebio, III Ivar da Col/. Ilustraciones del autor. Carlos Valencia Editores, Bogotá, 1990, 32 págs.

Isabel en invierno Antonio Caballero. Ilustraciones del autor. Carlos Valencia Editores, Bogotá, 1989, 24 págs.

Pégale duro, Joey Beatriz Caballero. Ilustraciones de Ernesto Díaz Carlos Valencia Editores, Bogotá, 20 págs.

Conjuros y sortilegios Irene Vasco, CristiM L6pez. Ilustraciones de CristiM L6pez. Carlos Valencia Editores, Bogotá, 1990, 24 págs.

Si pretendo suponer que por primera vez oigo mencionar el término litera­tura infantil, que ignoro de qué se trata y que, por lo tanto, no puedo hacer cosa distinta de especular res­pecto a su significado, establecería alrededor de él las siguientes relacio­nes: en principio, una evidente fami-

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