cuarto certamen 2017 - jalance.es · recuperar. añoraba demasiado a ... una mujer débil. en...
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CUARTO CERTAMEN
LITERARIO DE JALANCE
2017
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Organiza: Ayuntamiento de Jalance
Agencia de Lectura Municipal Vicente Llorens Castillo
CATEGORÍA NARRATIVA .………………………………….…………………………….
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TRANSFORMACIONES (Primer Premio de la Categoría Narrativa) Ana Celsa Lacuesta Gómez ……….……………………………………………………..
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DEL AMOR Y LA AÑORANZA (Segundo Premio de la Categoría Narrativa) Mª del Carmen Tomás Asensio …………………….……….…………………………
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AUGUSTO, EL ARBUSTO Victoria Rubio Tomás ………....……………………………….………………………….
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CON LO QUE YO HE SIDO Victoria Rubio Tomás ………....……………………………….………………………….
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LOS FANTASMAS DE UNA ISLA Lidón Ruiz Salinas …………………………………………………………………………….
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MALDITA ZORRA Lucas Francisco Marín Ruiz .……………………………….…………………………….
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CATEGORÍA POESÍA .………………………………….…………………………………….
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IMAGINO AL DESPERTAR (Segundo Premio de la Categoría Poesía) Désirée Tejedor Yepes ..…………………………………….…………………………….
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HABLANDO CONSIGO MISMO Mari Carmen Tornero Gil ….……………………………….…………………………….
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CONTRA TODO PRONÓSTICO (Primer Premio de la Categoría Poesía) Lidón Ruiz Salinas ………...……………………………….…………………….…………..
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JA HA ARRIBAT LA PRIMAVERA Lucas Francisco Marín Ruiz .……………………………….…………………………….
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CATEGORÍA NARRATIVA
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TRANSFORMACIONES
Primer Premio de la Categoría Narrativa
Ana Celsa Lacuesta Gómez
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TRANSFORMACIONES
Desde que era una niña, Elisa había vivido siempre sola. Incluso cuando estaba con otras personas, sabía que estaba sola. No era algo que le hiciera feliz ni desgraciada: era simplemente un hecho. De sus primeros años, sólo recordaba que jugaba y corría con el perro en el huerto-jardín. Elisa vivía con sus padres en una casa a las afueras del pueblo, rodeada por un terreno pequeño en el que había un poco de todo: algunas hortalizas, algunos árboles frutales, algunas flores, y además un pozo y un horno, ambos de piedra. Su primer recuerdo era de cuando tenía cinco años. Su padre murió en un accidente de coche, y Elisa aún ahora podía ver a su madre llorando y sentir su angustia. Desde entonces, las cosas cambiaron a peor. Los días eran dolorosos. Su madre enfermó y no se pudo recuperar. Añoraba demasiado a su marido y, después de un año de enfermedad y tristeza, se fue con él. Elisa tenía seis años. Y estaba sola. Elisa tenía una tía, hermana de su madre, y dos primos. Los veía poco, al vivir en las afueras; pero en el entierro su tía le dijo que en adelante viviría con ellos. Elisa no pensó nada. Su mente estaba ocupada en su madre: enferma, triste, muerta… Obedeció sin rechistar y preparó sus cosas. La vida en casa de sus tíos no era fácil. Sus primos tenían diez y doce años y no pensaban en jugar con ella. Además, eran crueles: -“Tú calla, monicaca, que no tienes padre ni madre…” -“Te hemos recogido en esta casa por caridad…” Elisa no protestaba. Sabía que no le gustaba a su tío, y que su tía era una mujer débil. En cualquier conflicto, siempre ganarían sus primos, y ella no quería ocasionar problemas. Tampoco le dolía demasiado oírles, porque tenía un dolor más grande que lo llenaba todo. Así que era como si no hablaran con ella. Sabía que estaba sola.
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En el colegio, la situación no era mejor. Era buena estudiante, pero no tenía amigos. Ni le importaba. Había oído hablar a los compañeros entre ellos: -“Es huérfana del todo.” -“¿Y qué quiere decir eso?” -“Que se han muerto su padre y su madre” Y por eso prefería no hablar. Pasaba muchos ratos en el patio sola, pensando. Ya en el instituto, la cosa seguía más o menos igual: -“¿Y no tiene móvil?” -“Es que es huérfana” -“Bueno, ¡pero no tener ni móvil!...Es como ser un paria -“Sí, la pobre… Sin twitter, ni nada” -“Es como no estar en este mundo” Elisa no tenía ni quería tener ningún móvil, porque no necesitaba hablar con nadie. Ella estaba mejor sola. Podría haberlo comprado, porque recibía un dinero por su situación de orfandad. Pero ella lo entregaba a su tía, y así ésta podía aplacar a su marido, que de vez en cuando solía preguntar: “¿Y hasta cuándo la vamos a mantener?”. Cuando había empezado en el instituto, Elisa le había dicho a su tía que iría por las tardes a estudiar a su casa para concentrarse mejor. En realidad, pretendía alejarse –al menos unas horas- de su tío y de sus primos. Su tía había accedido, con la condición de que regresara antes de anochecer. Durante estos ratos de soledad y libertad Elisa se sentía en paz. Descubrió que le gustaba dibujar, y no era mala. Se sentaba en el huerto, ahora lleno de hierbajos, y dibujaba la naturaleza que le rodeaba. Un día, usando el ordenador de la biblioteca para un trabajo de clase, tropezó en internet con una página en la que aparecían vidrieras multicolores. Le impactó. Allí se describía a grandes rasgos la técnica del emplomado, y leyó con interés. De inmediato supo que quería hacer vidrieras. En adelante cambió el tema de sus dibujos. Ya no copiaba la
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naturaleza, sino que trazaba sus bocetos imaginándolos hechos vidrio, con sus colores y su transparencia, con la luz atravesándolos. Elisa tenía una meta, y le daba vueltas en su cabeza. No sabía nada del vidrio: cómo obtenerlo, cómo cortarlo o colorearlo, cómo manejar el plomo, etc., pero tenía una meta. Se le ocurrió que intentaría trabajar en una empresa o taller que se dedicara a esta actividad, y así aprendería. En cuanto pudo, volvió a buscar la página que tanto le había impresionado, y vió que pertenecía a una empresa que hacía vidrieras para ventanas, techos, catedrales…¡catedrales! Elisa anotó la página, la dirección y el teléfono, y se fue llena de alegría con su secreto a cuestas. Era como si no estuviera sola por primera vez. Esa misma tarde hizo saber a su tía que se iría a buscar trabajo a la ciudad en cuanto acabara en el instituto. Su tía dijo: -“¿Estás segura?”. Se le notaba aliviada. Quizá pensaba que había cumplido su deber para con su hermana difunta. Su tío, en cambio, sólo dijo: “¡Ya era hora!”. De modo que Elisa decidió aguantar el tiempo que quedaba madurando sus planes. Como siempre, no importaba lo que dijeran. No les oía. En los días que siguieron no estuvo parada. Se puso en contacto con la empresa de vidrio y les envió unos cuantos dibujos. Tardaron bastante en contestar, pero cuando lo hicieron la carta la llenó de alegría. Sus dibujos les habían gustado. Le enviaban un cheque por uno de ellos y le devolvían el resto. Además le encargaban uno de tema distinto y, aunque no era seguro que se lo quedaran si no era adecuado, Elisa tenía esperanzas de conseguirlo. Se fue a cenar caminando entre nubes. En un mes, ya mantenía correspondencia regular con la empresa de las vidrieras. Le aceptaron su boceto y le iban encargando otros de vez en cuando. Por otra parte, ya se habían interesado en contratarla como diseñadora de vidrieras cuando cumpliera la edad. Le parecía que el tiempo no corría… Pero llegó el día. Fue algo natural. Dejó la casa de sus tíos y se fue a la ciudad para empezar a trabajar. Estaba contratada y le gustaba el
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trabajo. Ahora viviría sola, y eso era uno de los alicientes más importantes de la nueva situación. En la empresa la recibieron muy bien. Conocían su trabajo, y por eso ya parecía como si fuese uno de ellos. Aunque era de naturaleza reservada, los compañeros eran amables y pronto se encontró conversando con unos y otros. Resultaba una novedad para ella, y estaba íntimamente sorprendida de sí misma, pues había creído durante mucho tiempo que la soledad y el silencio eran el estado ideal. En realidad, no pensaba que nadie encontrase interesante hablar con ella, ¡y ahora todos lo hacían!. Reconoció para sus adentros que le gustaba… aunque quizá el jefe era un poco “empalagoso”, pero no se podía decir que fuese desagradable. Elisa trabajaba bien. Si el cliente quería un tema concreto, hacía tres bocetos diferentes, de manera que siempre había alguno que le complacía. En otras ocasiones no había ninguna idea propuesta, y se desplazaba al edificio en donde se pondría la vidriera para ver la forma y dimensiones. Eso le permitía imaginarla puesta, y también hacía tres bocetos. Después, tenía que pasar los dibujos a escala para que en el taller fabricaran y cortaran las piezas al tamaño definitivo. Le gustaba pasar por el taller, y preguntar sobre las mezclas de color, sobre la cocción y el ensamblado… Aprendía y aprendía. Gracias a la originalidad de los diseños de Elisa, fue aumentando el número de encargos. Cuando quedaba instalada una vidriera, se convertía en un escaparate que atraía nuevos clientes. Estudiaba la luz, los colores y los motivos según la estructura del edificio, persiguiendo la belleza. Los contratos llovían, y el jefe estaba contento, “demasiado” contento. Insistía en que Elisa era su trabajadora más valiosa, y en que tenía que llevarla a cenar para darle las gracias. ¡Qué plasta! Pero bueno, se zafó como pudo y se puso a pensar excitada en el trabajo especial que le esperaba al día siguiente. Tenían que reparar algunas vidrieras de la catedral, y había que hacerlo colgados con un arnés. Cuando llegó el encargo, Elisa
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enseguida dijo que quería ir. Le avisaron de que era peligroso y podían hacerlo los operarios experimentados. Pero ella insistió en que tenía que tomar las plantillas directamente, y evaluar el color. La verdad es que sentía una atracción especial por las catedrales. Entrando en ellas por abajo, ya había tenido esa sensación: el peso de la historia, el esfuerzo de los hombres que las habían construido, la fe que les movía a hacer estos edificios imponentes…todo eso quería sentirlo desde arriba. Y no quedó decepcionada. Elisa hizo su trabajo, sí; pero además disfrutó cada minuto en las alturas. No notaba el peligro, porque estaba concentrada en la grandiosidad del monumento y sentía la fuerza del ser humano, capaz de elevarse sobre sus limitaciones para construir aquella belleza. Volvió muy contenta. Había sido un día magnífico. Reflexionó sobre la suerte que tenía trabajando en algo que le encantaba y que le proporcionaba experiencias únicas. Vio que se le habían acumulado algunos dibujos pendientes y decidió quedarse un rato más. Al fin y al cabo nadie la esperaba. Absorta en su trabajo y en sus pensamientos, no se percató de su presencia hasta que le tuvo delante de su mesa. Vio su mirada y supo de inmediato lo que quería. También supo que esta vez no valdrían las excusas. Su instinto le gritó que huyera, pero no pudo escapar. Él le cerró la salida y la empujó contra la mesa. Elisa no gritó ni se resistió. ¿De qué iba a servir? Estaba acorralada y lo sabía. Se dio cuenta de que todas aquellas cosas que le hacían feliz se habían perdido en un instante. La invadió una mezcla extraña de tristeza y rabia. Pensó que toda su vida actual había sido ficticia: una ilusión. Y por eso se había caído como un castillo de naipes. ¡Qué tonta había sido por creer en la bondad de la gente! Detrás de los gestos amables sólo había suciedad y vileza. Volvería a su pueblo y a su casa en las afueras. Volvería a la seguridad de su soledad. Ni siquiera supo cuándo había acabado todo. Agradecía haberse podido evadir con la mente, tras años de práctica. Con un profundo asco, recogió sus cosas, recompuso sus ropas como pudo, y se fue
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de allí para siempre. Todo estaba como lo dejó al marchar, aunque lleno de polvo. Pero no tenía ganas de limpiar. Ni de dibujar. Miró por la ventana, y vió el horno en el jardín. Por un momento breve, se le ocurrió que allí podría fundir el vidrio, pero enseguida desechó la idea, porque tampoco tenía ganas de hacerlo. Ni siquiera tenía ganas de pensar. Se durmió en el sofá. En los días tristes que siguieron se obligó a vencer su apatía y limpiar lo imprescindible, porque era necesario. Poco a poco fue saliendo de su letargo. Empezó a madurar la idea de hacer sus propias vidrieras. Había aprendido suficiente para intentarlo. Sabía cómo obtener los productos y trabajarlos. El problema es que ya no quería hacerlo. Pero tenía que ganarse la vida con algo, porque sus ahorros se acabarían. Y además, creía que estaba embarazada. Al día siguiente fue al médico, y le confirmó lo que ya sabía. No quería aquel hijo, pero ha había tomado la determinación de seguir adelante, de no dejarse arrastrar por la melancolía como su madre. Decidió que aceptaría lo que la vida le deparase. Elisa dio a luz a una niña. Pasó los dolores del parto como un trámite necesario para seguir viviendo. No le alegró el nacimiento. Su tía vino a verla muy contenta, con ropita para bebé. A ella le dio igual, pero se lo agradeció educadamente, porque eso era lo correcto. Durante esos días, cuidaba de su hija de una forma mecánica. La alimentaba a sus horas, la bañaba y cambiaba porque había que hacerlo, pero no la amaba. Ni siquiera le había puesto nombre. Procuraba no mirarla a los ojos, porque sentía que la criatura le culpaba por su despego. Pero un día, inesperadamente, sucedió. Iba a amamantarla, cuando la niña la miró y sonrió. No era una auténtica sonrisa, pero tuvo el poder de romper la coraza de insensibilidad de Elisa. Entonces lloró silenciosamente, sin contener las lágrimas, durante un rato. Y fue una liberación. Decidió que la niña se llamaría Esperanza. Esperanza se convirtió en el centro de sus días. Elisa no comprendía cómo había podido ignorarla. La niña llenaba el espacio y el tiempo
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de alegría. Elisa empezó a madurar sus proyectos de trabajo, porque quería lo mejor para su hija. Poco a poco, retomó el dibujo cuando la nena dormía. Pidió un envío de materiales y experimentó con los colores cociendo el vidrio en el horno del jardín. Fabricó unos motivos y los colgó en una página de internet. No tardó en recibir el primer encargo. Así transcurrían los días. Esperanza crecía en tamaño y gracia y a Elisa no le faltaba el trabajo, aunque había tenido que rechazar proyectos grandes por no tener los medios necesarios. Si tenía que viajar, dejaba a Esperanza en casa de sus tíos. La primera vez que lo hizo no estaba muy segura. Pero cuando volvió a recogerla, se sorprendió al saber que sus tíos –los dos- están encantados con ella, y deseando volverla a tener. La niña también le contaba cuánto se había divertido y lo bien que lo había pasado. Elisa recordaba su propia experiencia en esa casa, y no se lo explicaba. Cuando empezó a ir a la escuela, todavía le sorprendió más. Vino contando cuántos amigos tenía, y que la habían invitado a un cumpleaños. Además, le hizo prometer que ella también tendría una fiesta de cumpleaños, porque quería invitar a todos sus amigos. Elisa iba dándose cuenta de que su hija era muy diferente a ella, y tenía miedo de que la dañasen. Pero cuando llegó el cumpleaños y Esperanza tuvo su fiesta, vio que sus miedos no tenían base. Esperanza recibía invitados y regalos. Esperanza le presentaba a las madres: -“Ésta es la mamá de Carlitos, ésta es la mamá de Pablo…”, y manejaba todo aquello con naturalidad. Parecía invulnerable. Elisa empezó a conversar con las otras madres… Ahora, cuando Elisa iba al pueblo para cualquier cosa, la saludaban unos y otros y muchos le hablaban de lo encantadora y simpática que era su hija. Incluso en ocasiones tomaba una café con la madre de alguno de sus compañeros. Notaba que era Esperanza, con su carácter expansivo, quien le llevaba a relacionarse con la gente. Elisa, acostumbrada a reflexionar, percibía todo esto y se asombraba al darse cuenta de que no le asustaba como antaño. Al fin y al cabo, a su hija no le daba ningún miedo, y a ella tampoco. En otra ocasión,
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le oyó decirle a otra niña: -“Mi madre hace vidrieras preciosas de colores. Yo también quiero aprender a hacer vidrieras, porque de mayor quiero ser una gran artista como ella”. Sintió que nadie había estado nunca orgulloso de ella como lo estaba su hija. Cuando menos lo esperaba, recibió una carta de su antigua empresa. A esas alturas sólo le provocó curiosidad. Al abrirla vio que quien la escribía era un compañero: el más cercano a ella. Empezaba diciendo que todos se habían hecho muchas preguntas por su repentina desaparición. Todos, menos el jefe, que parecía que lo tomaba con naturalidad. Pero en el último mes, una empleada lo denunció por violación, y eso les hizo atar cabos. Aunque no sabían nada con certeza, tenía que estar relacionado con su marcha. Ahora dirigía la empresa un hermano del jefe, que era muy distinto a él. Después de dejarles Elisa, habían ido disminuyendo poco a poco los contratos, y ahora el nuevo jefe le había pedido que le escribiera en representación de la empresa para intentar convencerla de volver con ellos. Si seguían perdiendo encargos, tendrían que despedir trabajadores. Elisa reflexionó. No pensaba de ningún modo volver allí, pero se sentó y contestó a la carta. Ahora era ella quien hacía pedidos a la empresa. Cuando recibía un encargo que excedía sus recursos, ya no tenía que rechazarlo. Contrataba con la empresa la fabricación e instalación, aspectos en los que eran muy profesionales, y ella realizaba los diseños. Todos se beneficiaban, y este acuerdo le permitía conservar su independencia Por otra parte, le habían encargado reparar el rosetón de la iglesia del pueblo… Al día siguiente subió con su hija. Allí, colgadas de sus arneses, contemplaron la vista que se les ofrecía con el cielo limpio. Elisa pensaba en cómo aquel ataque indigno que sufrió se había transformado en un regalo maravilloso, que era Esperanza. No se dio cuenta –tan reflexiva como era- de que había sido ella misma quien había elegido el amor en vez del rencor. Se respiraba la paz…
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DEL AMOR Y LA AÑORANZA
Segundo Premio de la Categoría Narrativa
Mª del Carmen Tomás Asensio
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DEL AMOR Y LA AÑORANZA
Querido mío:
Esta es una carta entre las muchas que te he dedicado durante
nuestra vida en pareja. Pero pretendo que sea una carta especial. Un
resumen de lo que ha sido nuestra vida, nuestra historia. Con sus
dificultades, sus renuncias, sus logros y sus alegrías.
Después de 49 años de matrimonio y once hijos que han sido la
recompensa a nuestro esfuerzo. ¿Qué fuiste para mí?
El principio de mi vida cada mañana, mi gratitud y mi paz, por tu
apoyo, en cada anochecer. Nuestra charlas, tan largas, cada noche,
con las manos enlazadas y el corazón abierto. La alegría de nuestros
recuerdos y las discusiones para llegar a poner en común nuestras
ideas, nuestros proyectos no siempre alcanzados, pero sí
emprendidos con buena voluntad y el deseo de favorecer el porvenir
y la formación de nuestros hijos. Con actitudes de respeto y libertad.
Encuentro, compromiso. Amarse, realizarse, aprender, compartir.
Entregarse al otro.
Ideales y sueños, proyectos, esfuerzo y mucho amor. Siempre
estuvimos enamorados, siempre intentamos ponernos de acuerdo
en lo que teníamos que hacer y en cómo realizarlo.
Reímos juntos, lloramos y sufrimos. Rezamos con las manos unidas.
Nos guardamos fidelidad y respeto.
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Tú viajabas y yo estaba en casa ocupándome de los niños, que nos
necesitaban. Hombro con hombro los sacamos adelante. También
discutíamos, pero siempre recordamos la promesa que nos hicimos
al principio de nuestra vida en común: “Nunca acostarse sin darse
un beso”. Eso lo cumplimos aunque alguna noche al beso le faltaba
ternura y le sobraba rapidez. Pero todo volvía a la normalidad. Nos
disculpábamos los dos, rivalizando en generosidad. El amor estaba
allí y tenía que aflorar. No podía quedarse dentro.
Yo me di cuenta primero; No podíamos pretender que el cariño que
nos teníamos se manifestase de la misma manera para siempre.
Estaba en nosotros, pero era natural que se expresase de distinta
forma con el paso del tiempo. El entusiasmo, los proyectos, la pasión
de los primeros años, se atenúa. Está más lleno de reflexión, de
serenidad, de comunicación más pacífica.
A ti esto no te gustó demasiado:
–Has cambiado –me decías– No me quieres como antes
– Claro que sí –te contestaba– Te quiero igual pero de manera más
profunda y serena. Nos tenemos el uno al otro. Nos queremos. Los
chicos ya no nos necesitan. Acomodemos nuestro presente a estos
cambios.
Ojalá yo sepa llegar al fondo de tu corazón, cuando te digo cuanto te
quiero….
Luego te pusiste enfermo y no fuimos conscientes de la gravedad
hasta que ya no hubo remedio. Te negabas a ir al médico, pero luego
supimos que lo habías hecho privadamente, que sabías el
diagnóstico y no querías preocuparnos.
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Te cuidamos, pensando que era algo pasajero y dejamos de
presionarte para que te viese un especialista.
Cuando menos se esperaba, te fuiste. Así, tranquilamente, mientras
dormías.
Yo había rezado contigo, cogidos de la mano, como antes, como
siempre, el día anterior. Parecías más animado y me lo transmitías
con la presión de tus dedos. Nos sentimos felices.
Esa noche te acostamos y no parecía que hubiera nada especial. Tu
yerno leía en la habitación de al lado y a la madrugada pasó a darte
una vuelta. Ya no estabas.
Es así como nos lo anunció a tu hija y a mí, que dormíamos:
–Se ha ido
Habíamos prometido querernos para siempre, pero no sabíamos
cuando nos íbamos a separar y quién se iría el primero. Me dejaste
sola, rodeada de hijos y nietos. Me tuve que acostumbrar a vivir sin
ti, después de haberte dedicado toda mi vida.
Tus cenizas están bajo el algarrobo del jardín. Todos decidimos que
era el mejor lugar: allí donde leías y escuchabas música. Hay sitio
para mí bajo las margaritas que hemos plantado
Yo te sigo escribiendo, casi cada día, antes de que las nieblas de mi
memoria me borren los recuerdos. Porque estás aquí, en todas
partes: en los rumores de la casa, los sillones con la huella de tu
cuerpo, los lugares que fueron tuyos y que seguirán siéndolo; los
espacios donde tejimos sueños, proyectos que nunca terminamos;
ideas compartidas, lecturas disfrutadas.
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Donde yo estoy, allí te siento. Me sonríes desde todas las fotografías
y eres tú el que encuentra las cosas que olvido. Y el que abre las
flores de mis macetas, para que yo disfrute de sus colores y su
aroma. Porque nos seguimos queriendo a través del tiempo y de las
cosas: tan lejos y tan cerca, donde yo estoy tú estás; tú lo sabes, yo
sólo lo presiento.
Tuya…
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AUGUSTO, EL ARBUSTO
Victoria Rubio Tomás
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AUGUSTO, EL ARBUSTO
En la Sierra de las Corchuelas, allá donde se pierde la mirada, cerca de la aldea de la Malavuelta, se encuentra un viejo caserío que, aunque nunca fue muy concurrido, ni mucho menos bullicioso, sí vivió tiempos mejores. Hoy, sólo lo habita el viejo Augusto, el Arbusto. Augusto es un hombre enjuto, de extremidades y dedos largos. Delgados y torcidos como las ramas de un sarmiento. Los surcos que atraviesan su cara, como las anillas que se muestran en un tronco cortado, revelan la huella del tiempo. Se podría pensar que el mote de arbusto le viene de ahí, de su similitud con un árbol. Pero lo cierto es que siempre fue así, seco como masticar tierra, áspero como el restallar de una fusta. Cuando lo conocí, recuerdo haberme preguntado si era así porque estaba solo o si estaba solo porque era así. Al principio, nos limitábamos a permanecer sentados al sol, uno junto a otro, sin cruzar una palabra, sin un gesto que permitiese adivinar que éramos conscientes cada uno de la presencia del otro. Luego, nos permitimos un breve asentimiento. Apenas una leve inclinación de cabeza con la que nos reconocíamos. Durante todo el verano, cada tarde, pasamos un par de horas compartiendo aquel espacio, mirando al infinito, ocupado cada cual en sus propios pensamientos, sin cruzar una palabra. De repente, sin venir a cuento, un día, antes de marcharse, se dirigió a mí con estas palabras: Ha sido un placer hablar con usted. Me dejó sin habla. No volví a verlo. Mucho más tarde supe de él, de su historia, de su suerte, o la ausencia de ella. Mucho más tarde supe que aquellas fueron sus últimas palabras. Hacía años que no hablaba con nadie. Falleció aquella misma noche.
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CON LO QUE YO HE SIDO
Victoria Rubio Tomás
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A veces me siento como si tuviera veinte años, y otras
como si hubiera cumplido los doscientos, en estos casos
no hay aritmética que te anime o te desanime.
Billy Holiday (“Lady sings the blues”)
CON LO QUE YO HE SIDO
Era alta y de constitución fuerte.
Me llamó la atención la dignidad de su porte, pese a la sencillez de
su atuendo.
No sabría decir cuál era su nombre ya que las personas con las que
nos fuimos cruzando la llamaban de diferentes maneras. Pero
siempre con un gran afecto, con la complicidad de los que han
compartido significativas vivencias a lo largo de los años.
Entablamos conversación de la forma más tonta, hablando del
tiempo, que no terminaba de decidirse y que nos traía de cabeza.
- Sale marzo y entra abril, nubecitas a llorar y campitos a reír. – dijo,
de pronto.
No comprendí el significado del refrán que, además, desconocía, y
se prestó a aclarar mi confusión. Se notaba que le encantaba charlar
y, aunque su limitación auditiva le dificultaba la escucha, el esfuerzo
parecía merecerle la pena porque había abandonado su gesto
adusto y sonreía complacida.
- En abril se alternan días de lluvia con días de sol, por eso lo de
llorar y reír.
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Y su expresión mudó en fiel reflejo del soleado día que
disfrutábamos, sentadas en un banco, en la puerta del Museo de
Cerámica Medieval de Paterna.
Allí fue donde la vi por primera vez y allí fue donde, a fuerza de
encontrarla, despertó mi curiosidad y me animó a dirigirme a ella y
sentarme a su lado.
Desde el primer momento me sorprendió y no ha dejado de hacerlo.
Como el edificio del Museo alberga también la sede de los Servicios
Sociales Municipales, pensé de inmediato que estaría allí por ese
motivo.
No tardó en sacarme de mi error.
Disfrutaba visitando el Museo y sus salas repletas de cerámica. Le
gustaba especialmente una pieza situada en una vitrina, en la sala
del fondo, que representaba una medusa o, tal vez, un león con la
melena al viento.
No lo sabía, pero tampoco le importaba.
Le gustaba porque le recordaba a ella misma. La mujer que fue.
Vital, valiente, enérgica, apasionada. Se quedaba mirándola durante
largo rato, hasta que sus doloridas rodillas le pedían una tregua.
Entonces bajaba al banco de la puerta y, sentada en él, rememoraba
tiempos pasados.
Con apenas 19 años, llegó a Paterna, recién casada, y con las
ilusiones truncadas por la fuerte riada que azotó la ciudad de
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Valencia, y que la hizo abandonar una capital a la que apenas
acababa de llegar, siguiendo al amor de su vida.
No se dejó amilanar. Si había llegado hasta allí desafiando a su
autoritario padre, no iba a recular por un quítame allá esas pajas.
Además, la cueva en la que los habían realojado no estaba tan mal.
Era muy chica, pero ventilada y fresca, y disponía de una alcoba y de
una pequeña cocina que también hacía las veces de comedor y
recibidor. Para hacer sus necesidades debían salir a un excusado que
compartían con otros vecinos de la zona.
No era tan distinto de la casa de sus padres, allá en su Abrucena
natal, donde la vida se hacía en la calle, compartiendo con los
vecinos no sólo el retrete, también los sucesos cotidianos, las largas
tardes de verano, los fríos días de invierno.
De igual forma, en su nuevo hogar participaban de todas estas
cosas, además de la añoranza de sus respectivos lugares de origen.
Sólo que allí compartía su habitación con tres hermanas mayores y
aquí lo hacía con su esposo.
Eran jóvenes y estaban enamorados. Tenían toda la vida por delante.
Poco después, muy cerca de su pequeño hogar, construyeron los
Grupos de la Merced y nuevamente fueron trasladados. Parece que
a los que mandaban no les gustaba verlos viviendo en cuevas. A
ellos nadie les preguntó.
Con tres dormitorios, comedor, cocina y baño propio, con bidé y
polibán, aquella casa parecía un palacio. No tardaron en llegar, para
quedarse, su madre, recién enviudada, y su hermana mayor que, a
sus veintiocho años, parecía destinada a vestir santos.
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Desde su llegada al pueblo, mi nueva amiga había estado
contribuyendo a la precaria economía familiar con un pequeño
trabajo en el colegio, ayudando con el reparto de leche diario, y lo
que más le gustaba era quedarse rezagada en la calle, jugando con
los críos a la comba o al tejo. Su madre se asomaba a la ventana y la
reprendía.
- ¡Tu marido está por llegar y la mesa sin poner!
Sonreía, pícara, mientras me lo contaba.
- ¡Con lo que yo he sido!
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LOS FANTASMAS DE UNA ISLA
Lidón Ruiz Salinas
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LOS FANTASMAS DE UNA ISLA
“PERIODISTA ASESINADO EN VALDELAÍSLA”.
“El escritor y periodista Ignacio Domínguez ha sido asesinado de un
tiro en la cabeza en su despacho, en la localidad de Valdelaísla”.
Así de breve y concisa presentaba la necrológica un diario de tirada
nacional líder en ventas. Apenas unos apuntes en un rincón perdido
del periódico sobre un suceso que habría de levantar escamas
durante las próximas semanas.
Fue leer esto y quedé conmocionada. Tenía que regresar allí, ver
primera persona qué había sucedido. Tenía claro que tal asesinato
no había tenido lugar, pero necesitaba estar en aquella simbiosis de
valle y de isla de la que no quiero separarme. Pero antes, tendría
que cerrar unos asuntos sin despertar recelos a mi alrededor.
Para mi propia sorpresa, la noticia había alcanzado un revuelo
inesperado en los medios de comunicación. De repente las redes
sociales se habían movilizado como si fueran empujadas por unos
resortes hasta el momento ocultos. Lo que en unos primeros
instantes fueron escuetos mensajes de condolencia por la fúnebre
noticia, pasó a conformar toda una red de investigación por conocer
más sobre el asunto:
Quién era el tal escritor.
Y dónde diantres se encontraba Valdelaísla.
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Solo dos personas conocemos su verdadera identidad. Solo dos
personas conocemos su auténtico paradero.
Él y yo.
Por entonces no se llamaba Valdelaísla. Es más, nunca lo hizo. Solo
es un nombre que usábamos entre nosotros. Hace solo unos meses
que había residido allí durante una breve temporada. Llegué por
motivos laborales, al cargo de un estudio sobre el terreno para
informar sobre la viabilidad de unas inversiones ya denegadas de
antemano. Puro trámite, para que ningún nieto despistado nos
pudiera echar los perros encima.
Ustedes me permitirán que no desvele más datos, ni la identidad del
falso difunto ni el verdadero topónimo que se esconde detrás de
Valdelaísla. Todavía queda gente, muy poca ya, que así lo prefieren.
Mis planes iniciales consistían en pasar allí el mínimo tiempo
posible, cumplir con lo que me habían encomendado, sonreír y
regresar. Valdelaísla es una localidad remota en el seno de la
serranía celtibérica, uno de los miles de pueblos de este país que se
hallan inevitablemente próximos a su extinción. Poco más de una
docena de habitantes viven allí esperando pacientemente que el
tiempo pase. Todos ancianos. Hace décadas que cerraron las
escuelas porque hace décadas que no nace nadie aquí.
No cabían sentimentalismos en este trabajo. No se trataba de un
encargo con nada de particular para que pudiese desplegar
habilidades específicas. Sencillamente, se delega en los más jóvenes
el hacer kilómetros y trabajo de campo. De las decisiones de oficina
ya se encargan otros. Tampoco me quejaba. Alejarse del asfalto en
pequeñas dosis no estaba tan mal y con el estrés de la boda en
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ciernes, respirar aires nuevos suponía un beneficio añadido. Aunque
claro, lo de aires nuevos…es mucho decir, si tenemos en cuenta la
edad media de sus moradores.
Llegué una fría mañana de mediados de febrero. Según avanzaba
hacia el norte y penetraba en esta provincia, lo que comenzó siendo
una aguanieve asustadiza se fue transformando en nieve densa,
espesa, que iluminaba las profundas y recónditas pinadas de las
comarcas de la región más occidental. Si bien este dato no aporta
nada sustancial, pues viene siendo lo habitual por esta zona, he de
admitir la atracción casi hipnótica por el paisaje níveo que sentí y
que me impelía a seguir más allá.
Casi tres horas más tarde detenía el motor del coche, dejándolo
aparcado de cualquier manera, completamente segura de no
estorbar la circulación del tráfico, que era inexistente.
Me dio la bienvenida el silencio más absoluto que había
experimentado en mi vida. Pronto se le unió un hombre que deduje
sólo unos años mayor que yo, no sé si de verdad o por el efecto
óptico que producía el contraste con el pueblo en su totalidad. Se
acercó a presentarse con la firmeza del que ya sabe de antemano
quién es el otro y para qué ha venido.
- ¿Tiene idea de cuántos días le llevará?
- En realidad no. Dependerá de cómo vaya la toma de muestras, el
estudio de la documentación… - mentí como una bellaca. La decisión
estaba tomada. Valdelaísla suponía gastos y cero beneficios. Cuanto
antes acabáramos con todo aquello, mejor para todos. Pero la
presencia de mi interlocutor, tan lejos de la edad media de 79 años
que figuraba en los datos de mi agenda, no auspiciaba nada bueno.
31
- En cualquier caso, le he preparado un lugar donde hospedarse. Aun
acabando esta misma tarde, no sería buena idea coger el coche de
noche, sin conocer estas carreteras y sin un vehículo bien
preparado.
- Se lo agradezco. Sí, será lo mejor.
- Como ya sabe – explicó de nuevo con ese aplomo – aquí no hay ni
pensión ni cafeterías. Tendrá que convivir con nosotros. Estoy seguro
de que su informe será mucho más atinado con ese extra que da
una comida casera y un buen fuego en la estufa.
Las horas que siguieron a mi llegada cumplieron lo prometido en
cuanto a comida y calor, además de presentarme a la población en
su totalidad (que tampoco tenía mucho mérito). Los prejuicios que
inconscientemente había ido generando se quedaron con las ganas
de decir “¿ves? Se veía venir.” Supongo que venía preparada para
que escenografiaran una situación que apelase a mi empatía y
humanidad: unos ancianos desvalidos pero insistentes, dando pena,
para inclinar la balanza a su favor; una serie de súplicas
desesperadas, puede que amenazantes, para conseguir la
financiación necesaria para llevar a cabo su infructuoso plan de
revivir el pueblo. Parches. Nada más lejos. Aquellas mujeres y
hombres no formularon ruegos ni alusiones al motivo por el que
estaba allí con ellos. Siempre amables, me ofrecieron todo cuanto
tenían a mano y continuaron con su vida.
Los días siguientes transcurrieron en calma, sin novedades,
evaluando la situación. Algunos paseos acompañaron al trabajo y él
siempre ejerció de guía, analizando cada páramo, cada construcción,
los colores de la tierra oculta por la nieve.
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No hace falta ser adivino. Todos intuirán que algo pasó. Sí. Acaeció
que una noche bailé sola entre copos escarchados. Sucedió que el
frío dio paso a una tímida primavera. Sucedió que él amaba la
poesía y recitaba a Benedetti:
El Jardín Botánico es un parque dormido
en el que uno puede sentirse árbol o prójimo
siempre y cuando se cumpla un requisito previo:
Que la ciudad exista tranquilamente lejos.
Y comprendí la tierra. Alcancé el silencio. Adiviné un pasado en
Valdelaísla que había desaparecido y del que no quedaba más que el
recuerdo de sus narradores, próximo a la extinción, como pasa con
las icnitas de aquellos dinosaurios que quedaron atrapados en estas
tierras. Ellos las muestran serenos, sabedores de su destino y, no
obstante, curiosos y sorprendidos como niños cada vez que
contemplan estas huellas y perfiles fosilizados en la roca. Y
vislumbré sus vidas contenidas aguardando lo que tenga que llegar.
Y concebimos un nombre mitad valle y mitad isla, con todas las
riquezas de sus posibilidades.
Sin preguntar, supe más de lo que aprendería en mi vida.
La sucesión de días se convirtió en semanas y, con ella, llegó el
deshielo.
- ¿Y bien?
- ¿Y bien qué? – nos habíamos sentado sobre una horma desde la
que contemplábamos el caer de la tarde de nuestro particular Jardín
Botánico.
33
- ¿Cuál es el veredicto?
- Verás, eso no depende de mí. Hay que hacer cálculos, barajar la
rentabilidad que conlle…
- Ninguna. No conlleva ninguna rentabilidad. Un día tras otro, unos
morirán, a otros se los llevarán. Una vez que nadie viva aquí, se
apagará todo. Y ya lo ves, nadie quiere vivir aquí.
Y el meteorito cayó, pero de una forma totalmente inesperada. Me
contó su idea. Me hizo cómplice de su plan.
Regresé y todo parecía menos real. La boda ya no fue boda, mi vida
y mis rutinas me eran ajenas sin saber aún qué iba a pasar. Hasta
que un día al fin me atreví a buscar en el periódico el pseudónimo
con el que venía firmando sus escritos desde la adolescencia:
Ignacio Domínguez. En un rincón perdido, seguro de que nadie lo
leería, entre anuncios y esquelas, pues los lectores suelen pararse
más en los textos que firmaba con su nombre real. Hablaba de
Valdelaísla, nuestra isla en clave. Anunciaba viajes sin teléfono de
contacto. Hacía alusiones a conversaciones privadas que solo
conocíamos nosotros dos. Textos tan breves que preguntaban o
afirmaban si mantenía mi opinión. Algunos analistas de los medios
de comunicación, tras el revuelo levantado por la noticia del
periodista pseudoasesinado, han rebuscado en la prensa de los
últimos meses y han hallado las incongruencias publicadas por este
hombre acerca de ese lugar. Creo que todavía se afanan en descifrar
alguna especie de código secreto oculto. Y los más osados se
inclinan por una explicación basada en el terrorismo.
Las mejoras solicitadas para el pueblo fueron rechazadas. En
cuestión de meses se cortarían todos los suministros por
34
renovaciones necesarias que no iban a llegar. Y mientras, semana
tras semanas, iba recogiendo sus mensajes en prensa, siempre
amables, cargados de sentidos únicos, siempre estimulantes. Hasta
que anunció su propia muerte. Era mi llamada. Era el momento de
intervenir y regresar.
De momento, ningún suministro ha sido cortado ni lo será; de eso ya
me he ocupado yo personalmente (de ahí que mantenga los
verdaderos nombres en secreto, para protegernos de posibles
represalias jurídicas). De momento, Valdelaísla continúa su declive,
lento pero seguro. El resto del plan, se verá con el tiempo.
Han llegado las lluvias y parece ser que con el agua todo el asunto
del periodista asesinado y del pueblo inexistente ha quedado en
papel mojado: un bromista de mal gusto, concluyen muchos,
incapaces de comprender la magnitud de los hechos. No logran
entender cómo se las habrá apañado para ir colando esos extraños
mensajes sin que ninguna barrera de control se alzara. Sin embargo
no han hallado mal alguno escondido. Sí que se han dado casos de
personas reclamando su autoría (y toneladas de atención) sin poder
demostrarla.
Todo ha caído en la costumbre del olvido en pocos días. Y he
aprovechado para solicitar un año de permiso en el trabajo, de
modo provisional. He vuelto a Valdelaísla para quedarme. He sido
recibida con la calidez del que regresa al hogar.
Hace un par de días vino una ambulancia con instrucciones para
llevarse a una residencia a quienes quedaran allí, de vaciar el
pueblo, de no prolongar lo inevitable. Los empleados se encontraron
solos, nadie contestó a ninguna puerta. Aquello parecía un pueblo
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fantasma, como si alguien se les hubiese adelantado en la faena.
Sujeto con la aldaba de todas las puertas, una lluvia finísima
empapaba los últimos versos del poema de Mario Benedetti. El
conductor, al leerlos, hizo una seña a su compañero; dieron media
vuelta y se fueron por donde habían venido. El texto decía así:
Cuando la lluvia cae sobre el Botánico
aquí se quedan solo los fantasmas.
Ustedes pueden irse.
Yo me quedo.
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MALDITA ZORRA
Lucas Francisco Marín Ruiz
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MALDITA ZORRA
En un pequeño rincón del mundo Vivian Tomas y Juana, con sus
hijos Tom y Lidia, y el pequeño bebé de tres meses que había vuelto
a enloquecer sus apaciguadas vidas. Su hogar, una pequeña caseta
de campo, se encontraba en la vega del río, donde sus
melocotoneros ecológicos crecían sanos y productivos. Eran
orgullosos agricultores, y vivían de ello, de su aceite, sus almendras
y sus preciados frutos naranjas de piel áspera.
Era una cálida mañana de Junio cuando Tomas entro en casa hecho
una furia, era una cosa extraña, el siempre sonreía, a pesar del mal
tiempo o de la inacabable faena en el campo.
- No me lo puedo creer! porque hoy? Maldita sea. Maldita zorra.-
gritaba Tomas
- Que ocurre papá? Preguntaron sus hijos que estaban a la mesa
desayunando.
- Nada pequeños, comer tranquilos, lo siento por los gritos. Solo ha
sido una zorra que ha entrado al gallinero y se ha llevado a una de
las pitas. No pasa nada. -Les contesto su padre mas calmado.
- Nos enseñaras a rastrearla y a cazarla papa? Nos lo prometiste.
Dijiste que cuando ocurriera algo así nos enseñarías.
- Es imposible pequeños, no tengo tiempo. Sabéis que tengo que
empezar a embolsar los melocotones tempranos, con vuestro
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hermanito mama no puede ayudarme, y a mi sólo me va a llevar
toda la semana.
- Pero la zorra no volverá esta noche? -Pregunto la pequeña Lidia
- Seguramente, pero le dejaremos la faena a Iba y Trots, ellos la
mantendrán a raya. – Dijo Tomas.
- No podrán papa, tu mismo lo dijiste, Iba casi no se ve y Trots
apenas puede correr, están mayores. Necesitamos adoptar otro
perro. – dijo Tom
- O dos o tres – añadió Lidia rápidamente
- Basta – salto su madre desde el cuarto mientras amamantaba al
bebe. Ella sabia que los dos pequeños serian capaces de convencer a
su padre de traerse una jauría entera si iban a la protectora y eso ya
lo habían discutido. Trots no aceptaría a otro macho en la camada,
no lo había hecho cuando era joven así que menos ahora que era un
viejo gruñón. Y la pequeña Iba no se veía la pobre, tenia miedo a su
propia sombra. No, un nuevo miembro en la manada no era
aceptable, y su marido lo sabía.
- Vuestra madre esta en lo cierto, de momento no puede ser.
Confiaremos en que se trate de un macho solitario, y tal vez no
vuelva en unos días. Ya lo cazare. Me voy, pasarlo bien.
Los niños se quedaron desayunando con cara pensativa, su madre
los miraba atentamente, sabia que tramaban algo.
- Que vais a hacer hoy? Me ayudareis a preparar algo rico? – les
pregunto Juana.
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- Tu que dices Tom? -Le pregunto Lidia a su hermano.
- No. Tenemos faena que hacer. Vamos a rastrear a la zorra hasta su
guarida. Ya veras Lidia, será genial.- Contesto Tom entusiasmado.
- Pues tened cuidado – les dijo su madre mientras se contenía para
no reírse de ellos.
No solo Tomas era un buen rastreador, ella también era capaz, y
sabía que no era una cosa que dos mocosos, que solo pensaban en
jugar, pudieran lograr. Pero ella estaría bastante mas tranquila si se
quedaba sola en casa con su bebe, sus hijos acostumbraban a
pasarse los días enteros en el río, aprendieron a nadar casi antes que
a hablar. No había peligro alguno para ellos.
Tomas volvió a casa a la hora de comer, le dio un beso a su mujer
otro al bebe y se dio cuenta que no estaban los pequeños.
- Y los niños? -Le pregunto a su mujer.
- De cacería, sal y llámalos, habrán perdido la noción del tiempo.
Dijo Juana mientras se reía.
Tomas salio y silbo, eso solía bastar para que tanto animales como
hijos acudieran a el. Enseguida aparecieron al fondo, por el sendero
que se adentra en el río, estaban lejos, pero su padre podía ver con
claridad que estaban cubiertos de fango hasta las orejas. Se sentó en
el patio de la casa y se lío un cigarrillo a esperar que llegaran sus
hijos.
- Vaya! Ya estáis aquí. Ha ido bien la caza? – Pregunto sonriente
Tomas.
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- Si!! – respondieron los dos hermanos a la vez
- Hemos seguido sus huellas, se adentraban en el bosque al lado del
río, y las hemos seguido hasta que nos ha llevado a su zona de
juegos. – explico Tom.
- Zona de juegos? Explícate mejor.
- Era un barrizal y había pelo, seguro que es allí donde se revuelcan.
-Dijo Lidia.
- Y por que habéis acabado así vosotros? – pregunto su padre
- Tom me empujo y me tiro al barro. – Dijo Lidia a su padre con ojos
de víctima.
- Papa yo le explique porque sabia que eso era la casa de la zorra y
ella no lo entendía, así que la empuje para que lo comprobara, y dio
resultado. – matizo Tom todo convencido.
- Si papa, es muy divertido, las zorras saben pasárselo muy bien.
- Ja, ja, ja – río complacido su padre. Tienes razón, la comprobación
empírica es la mejor manera de aprender. Pero hay un pequeño
problema en tu teoría.
- Cual es papa? – preguntaron los hermanos con cara de decepción.
- Que vuestra zorra no come gallinas y puede pesar cien kilos, y
además no vive allí, lo que habéis encontrado es una bañera de
jabalíes. así que a la ducha y a comer.
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Los niños comían cabizbajos mientras su padre lamentaba el no
tener tiempo de encontrar a la maldita zorra. Quien sabe, tal vez sus
hijos encontraran algo, el sabia que la decepción en la que estaban
envueltos les iba a durar bien poco, hasta que volvieran a salir por la
puerta. Y si no hallaban nada al menos dejarían su olor por todos los
alrededores. Eso ayudaría.
La larga tarde de Junio paso volando, los niños llegaron a última hora
antes del ocaso y sin decir a nada a sus padres que estaban en la
puerta de casa se fueron a la ducha directamente. Nuevamente iban
empapados y se les notaba con frío, pero llevaban algo en las manos
escondido y una sonrisa de oreja a oreja.
- que habrán encontrado? Pregunto Juana a Tomas.
- Ni idea. – contesto Tomas.
Al rato salieron los dos hermanos.
- Esta vez si. –dijo Lidia emocionada, yo la encontré. Y le mostró una
piel de sapo a sus padres. Esto ha sido el aperitivo de la zorra antes
de nuestra gallina.
- Y esto estaba en mitad del río, o estaba en tierra en una orilla? -
pregunto su padre.
- En la orilla. – respondió Lidia.
- Y entonces porque estabais empapados cuando ya era tarde para
estar bañándose? –pregunto Juana
- Fue Lidia, - dijo vengativo Tom, ella vio la piel, y yo baje a cogerla, y
cuando estaba agachándome me empujo al río.
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- Se la debía por lo de esta mañana – dijo Lidia, además salte
enseguida a rescatarle
- Dirás a ahogarme – grito Tom
- Basta! – sentencio su madre. Eso tampoco es de la zorra.
- Y de quien va a ser sino? – pregunto Lidia
- Solo hay un animal lo bastante hábil para pelar un sapo así, y esa es
la nutria. –sentencio su padre- así que a cenar y a dormir, y un
consejo para mañana, las zorras marcan su territorio con los
excrementos.
A la mañana siguiente Tom y Lidia se levantaron sobresaltados
cuando escucharon gritar a su padre:
- Maldita zorra!!
Esta vez habían sido dos gallinas, debía ser una zorra que estaba
criando y había encontrado su paraíso, un lugar repleto de gordas y
hermosas gallinas, protegido por dos perros viejos y dormilones.
Tomas sabia que esto era malo, si no la paraban no dejaría ni un
alma, pero los melocotones iban primero.
- Niños intentarlo por última vez, sino veis nada esta noche la pasare
esperando a esa maldita y no me apetece. –les dijo su padre.
- Vale papa, la encontraremos! – respondieron a dúo los hermanos.
Los hermanos se fueron hacia el río con un nuevo propósito, buscar
excrementos de la zorra. Estaban decididos a encontrarla.
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Tomas llego a casa a la hora de la comida y al entrar enseguida supo
que algo no iba bien.
- Qué ha pasado Juana? Y los niños? – preguntó seriamente
preocupado tomas.
- Nada serio, están bien, solo están cansados y tienen un poco de
fiebre. Van llenos de arañazos, se han debido meter en un buen
zarzal. Contesto Juana.
- Voy a verlos. – dijo mientras se dirigía hacia la habitación.
- Que ha pasado pequeños? estáis bien? – Les pregunto dulcemente
su padre.
- Si papa, esto no es nada. – dijo haciéndose el valiente Tom, que
temblaba de la fiebre provocada por la infección de tantos arañazos.
- La hemos visto papa, pero no tenia las orejas puntiagudas, no se,
no parecía una zorra. Pero hemos visto sus excrementos, eran como
plastilina pegada en las piedras, parecía que había dejado un
sendero marcado para que la encontráramos, pero tuvimos que
cruzar el zarzal y me quede enganchada. Tom me tuvo que ayudar,
pero mientras me soltaba a mi, se enganchaba el, y fue entonces
cuando la vimos, salio de su madriguera. -Explicó Lidia.
- Pero no era nuestra maldita zorra, ni siquiera era una zorra . Eso
era una garduña. Y menos mal que no ha sido ella la que ha entrado
en el gallinero. – dijo tomas.
- Por qué papa? – pregunto Tom.
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- Sus excrementos son así porque se alimenta solamente de sangre,
así que si entra en un gallinero las mata a todas, es aun peor que la
zorra. Pero no os preocupéis y dormir hijos- les dijo su padre
mientras les daba un beso. Buenas noches.
- Buenas noches papa. – respondieron los dos mientras bostezaban.
Se despertaron de golpe, pero aun no había amanecido, un ruido les
había despertado. Ya sabían lo que era. Su padre debía haber
pasado la noche al raso, esperando a la zorra, el ruido sin duda
alguna había sido su escopeta. Los niños volvieron a dormirse, se les
había quitado un peso de encima, ya no desaparecerían más
gallinas.
Cuando salieron del cuarto vieron desayunando a su padre, tenía
cara de cansado, no había dormido nada.
- Como estáis pequeños? – pregunto tomas.
- Muy bien papa, los ungüentos de mama son increíbles- respondió
muy enérgicamente Lidia.
- Mataste a la zorra, papa? – pregunto Tom.
- Le di, pero escapo. Ahora voy a buscarla, queréis venir?
- Si! –respondieron los niños.
Padre e hijos salieron de la casa en dirección al río, Tomas había
cogido su escopeta por si tenia que acabar la faena. No era cazador,
o almenos no disfrutaba matando, pero cuando algún animal se
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metía con sus cosechas o sus gallinas, no lo dudaba, debía defender
su territorio.
Siguieron el rastro al margen del río medio kilómetro y se
adentraron en un Cañar, tras unos pasos complejos aparecieron en
un pequeño claro y allí estaba, la maldita zorra. Estaba
completamente ensangrentada, moribunda… y allí estaban también
sus seis cachorros lloriqueando y al mismo tiempo mordisqueando
como podían lo que les quedaba de las gallinas de la otra noche. Era
una estampa dolorosa para Tomas, pero sabia lo que tenia que
hacerse. Apartó a sus hijos y encañonó a la pequeña camada, pero
antes de que disparara sus hijos le cogieron del brazo:
- No papa, déjala, no la mates. – dijo Lidia llorando
- Tengo que hacerlo Lidia, la madre va a morir, y los pequeños
morirán de hambre.
- No papa, les traeremos comida- dijo Tom.
- Entonces aun peor, cuando crezcan no será una maldita zorra, sino
una maldita familia de zorros. – les dijo su padre
- No papa, nos los llevaremos lejos de aquí, donde no viva gente y
los soltaremos en el bosque.- dijo Lidia mientras ponía su mas
lograda carita de lastima.
- Esta bien, vosotros ganáis, volvamos para casa.
- Bien!! . gritaron les hermanos
Y colorín, colorado este cuento ha..
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- Espera, espera mama- dijo Carlitos muy ofuscado. No puede
acabar así.
- Por que no? Que falta? – Le pregunto Samanta a su hijo que como
siempre quería una segunda parte del cuento.
- Y que pasa con la zorra y los zorritos? Tan mala es la zorra? Solo
quería alimentar a sus cachorros, no? – preguntaba efusivamente
Carlitos que era ya todo un experto en sacarle a su paciente madre
una segunda o una tercera parte de los cuentos de cada noche.
- Esta bien Carlitos te contare lo que la zorra le dijo a sus cachorros.
Cuando se fueron Tomas y los niños, la mama zorra se relajo, se
levanto como pudo y escarbó para sacar un trozo de gallina que
había enterrado, sabia que le quedaba poco tiempo y pocas
energías, pero hizo un último esfuerzo para desmenuzarles la carne
a sus cachorros. Mientras los pequeños comían, ella se recostó a su
lado:
- Comer pequeños, esos cachorros humanos han dicho que os
traerán comida, y les creo. Portaros bien y cuando os cojan para
llevaros a otro sitio dejarles hacer. No los odiéis por lo que me han
hecho, ellos no son culpables, son tan solo una victima más de ellos
mismos.
- Los humanos no nos entienden, nos creen malévolos y codiciosos
por atacar a sus animales, pero algún día lo entenderán. Mis
pequeños, hubo otro tiempo en el que nosotros vivíamos
libremente en el bosque, éramos felices y comíamos perdices, pero
el cuento cambio. El humano fue reproduciéndose cada vez más e
hicieron crecer sus negras casas, ensuciaron los ríos, quemaron o
47
talaron los bosques, pero no se conformaron con eso, sino que
además venían constantemente a cazar al monte, nos quitaban
nuestras presas y nos mataban a nosotros porque decían que les
robábamos su comida. Nos disparaban, nos envenenaban, nos
atrapaban con cepos… fueron tiempos horribles. Nos lo quitaron
todo y por ello apenas sobrevivimos unos cuantos de los nuestros.
Antes o después desapareceremos, y poco a poco seguirán
extinguiéndose mas formas de vida, hasta que el humano consiga lo
que el quiere, quedarse solo, quedárselo todo para el. Por ello os
digo que no los odiéis, sino más bien tener compasión por ellos,
pues cuando solo quede el hombre en el planeta, y solo entonces,
será cuando se den cuentan de lo necesarios que éramos. Vivir libres
mis pequeños cachorros.
Colorín, colorado
este doble cuento ha terminado.
Y los cachorros felices no pudieron ser
pues no había perdices que comer!!
48
CATEGORÍA POESÍA
49
IMAGINO AL DESPERTAR
Primer Premio de la Categoría Poesía
Désirée Tejedor Yepes
50
IMAGINO AL DESPERTAR
Imagino al despertar
que el dolor ha terminado
que ya no es tan cruel
que la guerra es el pasado.
Ya no se discute
que dios es más sagrado
ya no hay niños bomba
ni genitales castrados.
Ya no hay corrupción
pues están encarcelados
el planeta ya no llora
el cambio se ha parado.
Imagino al despertar
que este mundo destrozado
aun puede salirse
de su rumbo demoniaco.
Me niego a aceptar
un futuro desolado
llamarme ingenuo si queréis
o mejor, tonto enamorado.
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HABLANDO CONSIGO MISMO
Segundo Premio de la Categoría Poesía
Mari Carmen Tornero Gil
52
HABLANDO CONSIGO MISMO
¿No te dieron tres denarios? ¿Por qué los derrochas?
¿Quién eres? No sé de qué me hablas.
Soy tu conciencia.
¿Quién te ha llamado? ¡Vete!
Estoy siempre aquí. Y siempre estaré.
¡Pero no te quiero oír! Ruido,
música, televisión… Venid a ayudarme;
quiero que aplaquéis esta voz.
Tres denarios te dieron al nacer,
y los estás malgastando.
¡Qué murga con los denarios!
¿No puedo hacer que te calles?
Me voy con los amigos. No quiero aguantarte.
Más vale que te quedes. ¡Adiós!
Tres denarios es tu tiempo de vida.
¿Por qué me has seguido?
Ya te he dicho que voy contigo siempre.
Dadme una copa, que no la aguanto más.
Cuando se acaben los denarios, no tendrás nada.
¿No tendré conciencia tampoco?
No
Dadme un “chute”, que me libre de ésta.
Te quedan pocos denarios.
Otro más, por favor, que quiero paz…
53
CONTRA TODO PRONÓSTICO
Lidón Ruiz Salinas
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CONTRA TODO PRONÓSTICO
Contra todo pronóstico,
no llega el día en que se ame
la penumbra más infame.
Contra todo pronóstico.
Habrá un día en que levantes
ojos, corazón y orgullo,
El daño ajeno hagas tuyo.
Habrá un día en que levantes.
De una forma diferente,
nunca más gente sin casa.
El que roba es quien fracasa.
De una forma diferente.
La tierra te pertenece.
Los trileros quedan presos
en su infierno para aviesos.
La tierra te pertenece.
Hay un día en que proclamas:
He aquí mi educación,
la primera condición.
Se terminaron las tramas.
55
JA HA ARRIBAT LA PRIMAVERA
Lucas Francisco Marín Ruiz
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JA HA ARRIBAT LA PRIMAVERA
Ja ha arribat la primavera
I tot és plena de verdor
Les matinades son molt fredes
I a la vesprada fa calor.
El camp és plena d’herba
Les flors l’omplin de color
Es nota que tenen aigua
Açò és meravellós
Els arbres és preparen
Per a acollir els pardalets
Una volta triat el lloc
Faran el níu, en un no res.
Carrancs, ardatxos i serps,
Cabres i porcs senglars,
A criar comencen tots
Aquest any sobra el menjar.
L’aigua a tots dona la vida
Això no és pot comprar
Pero l’huma la vol per a ell
I a la terra…
Res li deixarà.
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Recopilación de las obras del
IV Certamen Literario de Jalance
2017
Ayuntamiento de Jalance