cuento número dos

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Cuento Número Dos. La última vez que viví en un edificio, me encantaba brincar en el último piso, era tenebroso; a nadie le gustaba ir allá. Yo lo conocí porque me tocó, cuando me dijo: Y tú qué? ahí haciendo nada, ven para acá, tráeme la ropa que dejé extendida, le puse mi mejor cara de palo y fui al último piso con una linterna a bajar su ropa. Era oscuro y frío, pero con ese calor que hace aquí es apenas refrescante. A los habitantes del conjunto no les gusta el último piso, les parece misterioso y lúgubre, de día es gris y en la noche es negro, pues no hay bombillos, los plafones están vacíos y sólo sale agua en algunos grifos. Regresé al día siguiente porque quedé intrigado, cada familia que vive aquí, seca su ropa, en una pieza que parece una cárcel pero en obra negra, con un pequeño lavadero a la derecha de la entrada, mide dos metros de ancho por cinco de fondo y está cerrado por una reja, con suerte que al fondo una tenía el candado abierto, por eso subí a echar un ojo, eso sí, con la luz del sol. En el momento que entré, advertí que no había ropa tendida, del sifón salía un olor podrido como a formol y el techo estaba destruido. Mi vida siguió transcurriendo normal, pero cuando necesitaba silencio y ver el color del cielo iba allì, en vez de salir al parque. Veintiún días después. Quise conocer más allá del muro, me subí en una caja y vi los edificios del lado, estos son más bajitos. Da miedo estar en el borde, entonces brinque apoyándome en la caja mientras mis brazos rodearon el muro, me arrastré sobre el muro de éste rectángulo de 10 metros cuadrados, ya en el techo salté para caer sobre el otro muro, así podía caminar, tomando los muros largos o los cortos, con el tiempo cogí confianza, puedo saltar de uno en otro como un animal volador. Me siento libre estando aquí, veo la calle, carros y a mis vecinos desde arriba, sobre mi cabeza, sólo está la cúpula celeste, media esfera que me mira, de día o de noche. Hoy es luna llena, las estrellas son mis cómplices, unos ladrillos los habían pegado con yeso barato, no quedaron bien pegados y por eso se desbarataron. Fernando Arias Leyton Estudiante, artes escénicas, tercer semestre.

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Page 1: Cuento Número Dos

Cuento Número Dos.

La última vez que viví en un edificio, me encantaba brincar en el último piso, era tenebroso; a nadie le gustaba ir allá. Yo lo conocí porque me tocó, cuando me dijo: ­Y tú qué? ahí haciendo nada, ven para acá, tráeme la ropa que dejé extendida, le puse mi mejor cara de palo y fui al último piso con una linterna a bajar su ropa. Era oscuro y frío, pero con ese calor que hace aquí es apenas refrescante. A los habitantes del conjunto no les gusta el último piso, les parece misterioso y lúgubre, de día es gris y en la noche es negro, pues no hay bombillos, los plafones están vacíos y sólo sale agua en algunos grifos. Regresé al día siguiente porque quedé intrigado, cada familia que vive aquí, seca su ropa, en una pieza que parece una cárcel pero en obra negra, con un pequeño lavadero a la derecha de la entrada, mide dos metros de ancho por cinco de fondo y está cerrado por una reja, con suerte que al fondo una tenía el candado abierto, por eso subí a echar un ojo, eso sí, con la luz del sol. En el momento que entré, advertí que no había ropa tendida, del sifón salía un olor podrido como a formol y el techo estaba destruido. Mi vida siguió transcurriendo normal, pero cuando necesitaba silencio y ver el color del cielo iba allì, en vez de salir al parque. Veintiún días después. Quise conocer más allá del muro, me subí en una caja y vi los edificios del lado, estos son más bajitos. Da miedo estar en el borde, entonces brinque apoyándome en la caja mientras mis brazos rodearon el muro, me arrastré sobre el muro de éste rectángulo de 10 metros cuadrados, ya en el techo salté para caer sobre el otro muro, así podía caminar, tomando los muros largos o los cortos, con el tiempo cogí confianza, puedo saltar de uno en otro como un animal volador. Me siento libre estando aquí, veo la calle, carros y a mis vecinos desde arriba, sobre mi cabeza, sólo está la cúpula celeste, media esfera que me mira, de día o de noche. Hoy es luna llena, las estrellas son mis cómplices, unos ladrillos los habían pegado con yeso barato, no quedaron bien pegados y por eso se desbarataron. Fernando Arias Leyton Estudiante, artes escénicas, tercer semestre.