cuentos 2015

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CUENTOS EL ELFO DEL ROSAL Hans Christian Andersen (1805 – 1875) En el centro de un jardín crecía un rosal cuajado de rosas y en una de ellas, la más hermosa de todas, habitaba un elfo tan pequeñín que ningún ojo humano podía distinguirlo. Detrás de cada pétalo de la rosa tenía un dormitorio. Era tan bien educado y tan guapo como pueda serlo un niño, y tenía alas que le llegaban desde los hombros hasta los pies. ¡Oh, y qué aroma exhalaban sus habitaciones, y qué claras y hermosas eran las paredes! No eran otra cosa sino los pétalos de la flor, de color rosa pálido. Se pasaba el día gozando de la luz del sol, volando de flor en flor, bailando sobre las alas de la inquieta mariposa y midiendo los pasos que necesitaba dar para recorrer todos los caminos y senderos que hay en una sola hoja de tilo. Son lo que nosotros llamamos las nervaduras; para él eran caminos y sendas, ¡y no poco largos! Antes de haberlos recorrido todos, se había puesto el sol; claro que había empezado algo tarde. Se enfrió el ambiente, cayó el rocío, mientras soplaba el viento; lo mejor era retirarse a casa. El elfo echó a correr cuando pudo, pero la rosa se había cerrado y no pudo entrar, y ninguna otra quedaba abierta. El pobre elfo se asustó no poco. Nunca había salido de noche, siempre había permanecido en casita, dormitando tras los tibios pétalos. ¡Ay, su imprudencia le iba a costar la vida! Sabiendo que en el extremo opuesto del jardín había una glorieta recubierta de bella madreselva cuyas flores parecían trompetillas pintadas, decidió refugiarse en una de ellas y aguardar la mañana. Se trasladó volando a la glorieta. ¡Cuidado! Dentro había dos personas, un hombre joven y guapo y una hermosísima muchacha; sentados uno junto al otro, deseaban no tener que separarse en toda la eternidad; se querían con toda el alma, mucho más de lo que el mejor de los hijos pueda querer a su madre y a su padre. -Y, no obstante, tenemos que separarnos -decía el joven. Tu hermano nos odia; por eso me envía con una misión más allá de las

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recopilación de algunos cuentos literarios. prof. marlene

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CUENTOSEL ELFO DEL ROSAL Hans Christian Andersen (1805 1875)En el centro de un jardn creca un rosal cuajado de rosas y en una de ellas, la ms hermosa de todas, habitaba un elfo tan pequen que ningn ojo humano poda distinguirlo. Detrs de cada ptalo de la rosa tena un dormitorio. Era tan bien educado y tan guapo como pueda serlo un nio, y tena alas que le llegaban desde los hombros hasta los pies. Oh, y qu aroma exhalaban sus habitaciones, y qu claras y hermosas eran las paredes! No eran otra cosa sino los ptalos de la flor, de color rosa plido.

Se pasaba el da gozando de la luz del sol, volando de flor en flor, bailando sobre las alas de la inquieta mariposa y midiendo los pasos que necesitaba dar para recorrer todos los caminos y senderos que hay en una sola hoja de tilo. Son lo que nosotros llamamos las nervaduras; para l eran caminos y sendas, y no poco largos! Antes de haberlos recorrido todos, se haba puesto el sol; claro que haba empezado algo tarde.

Se enfri el ambiente, cay el roco, mientras soplaba el viento; lo mejor era retirarse a casa. El elfo ech a correr cuando pudo, pero la rosa se haba cerrado y no pudo entrar, y ninguna otra quedaba abierta. El pobre elfo se asust no poco. Nunca haba salido de noche, siempre haba permanecido en casita, dormitando tras los tibios ptalos. Ay, su imprudencia le iba a costar la vida!

Sabiendo que en el extremo opuesto del jardn haba una glorieta recubierta de bella madreselva cuyas flores parecan trompetillas pintadas, decidi refugiarse en una de ellas y aguardar la maana.

Se traslad volando a la glorieta. Cuidado! Dentro haba dos personas, un hombre joven y guapo y una hermossima muchacha; sentados uno junto al otro, deseaban no tener que separarse en toda la eternidad; se queran con toda el alma, mucho ms de lo que el mejor de los hijos pueda querer a su madre y a su padre.

-Y, no obstante, tenemos que separarnos -deca el joven. Tu hermano nos odia; por eso me enva con una misin ms all de las montaas y los mares. Adis, mi dulce prometida, pues lo eres a pesar de todo!

Se besaron, y la muchacha, llorando, le dio una rosa despus de haber estampado en ella un beso tan intenso y sentido que la flor se abri. El elfo aprovech la ocasin para introducirse en ella, reclinando la cabeza en los suaves ptalos fragantes; desde all pudo or perfectamente los adioses de la pareja. Y se dio cuenta de que la rosa era prendida en el pecho del doncel. Ah, cmo palpitaba el corazn debajo! Eran tan violentos sus latidos, que el elfo no pudo pegar el ojo.

Pero la rosa no permaneci mucho tiempo prendida en el pecho. El hombre la tom en su mano y, mientras caminaba solitario por el bosque oscuro, la besaba con tanta frecuencia y fuerza, que por poco ahoga a nuestro elfo. ste poda percibir a travs de la hoja el ardor de los labios del joven; y la rosa, por su parte, se haba abierto como al calor del sol ms clido de medioda.

Se acerc entonces otro hombre, sombro y colrico; era el perverso hermano de la doncella. Sacando un afilado cuchillo de grandes dimensiones, lo clav en el pecho del enamorado mientras ste besaba la rosa. Luego le cort la cabeza y la enterr, junto con el cuerpo, en la tierra blanda del pie del tilo.

-Helo aqu olvidado y ausente -pens aquel malvado-; no volver jams. Deba emprender un largo viaje a travs de montes y ocanos. Es fcil perder la vida en estas expediciones, y ha muerto. No volver, y mi hermana no se atrever a preguntarme por l.

Luego, con los pies, acumul hojas secas sobre la tierra mullida, y se march a su casa a travs de la noche oscura. Pero no iba solo, como crea; lo acompaaba el minsculo elfo, montado en una enrollada hoja seca de tilo que se haba adherido al pelo del criminal mientras enterraba a su vctima. Llevaba el sombrero puesto, y el elfo estaba sumido en profundas tinieblas, temblando de horror y de indignacin por aquel abominable crimen.

El malvado lleg a casa al amanecer. Se quit el sombrero y entr en el dormitorio de su hermana. La hermosa y lozana doncella yaca en su lecho soando con aqul que tanto la amaba y que, segn ella crea, se encontraba en aquellos momentos caminando por bosques y montaas. El perverso hermano se inclin sobre ella con una risa diablica, como slo el demonio sabe rerse. Entonces la hoja seca se le cay del pelo, quedando sobre el cubrecamas sin que l se diera cuenta. Luego sali de la habitacin para acostarse unas horas. El elfo salt de la hoja y, entrndose en el odo de la dormida muchacha, le cont, como en sueos, el horrible asesinato, describindole el lugar donde el hermano lo haba perpetrado y aquel en que yaca el cadver. Le habl tambin del tilo florido que creca all, y dijo:

-Para que no pienses que lo que acabo de contarte es slo un sueo, encontrars sobre tu cama una hoja seca.

Y, efectivamente, al despertar ella la hoja estaba all. Oh, qu amargas lgrimas verti! Y sin tener a nadie a quien poder confiar su dolor!

La ventana permaneci abierta todo el da; al elfo le hubiera sido fcil irse a las rosas y a todas las flores del jardn; pero no tuvo valor para abandonar a la afligida joven. En la ventana haba un rosal de Bengala; se instal en una de sus flores y se estuvo contemplando a la pobre doncella. Su hermano se present repetidamente en la habitacin, alegre a pesar de su crimen; pero ella no os decirle una palabra de su cuita.

No bien hubo oscurecido, la joven sali disimuladamente de la casa, se dirigi al bosque, al lugar donde creca el tilo, y apartando las hojas y la tierra no tard en encontrar el cuerpo del asesinado. Ah, cmo llor, y cmo rog a Dios Nuestro Seor que le concediese la gracia de una pronta muerte!

Hubiera querido llevarse el cadver a casa, pero al serle imposible cogi la cabeza lvida, con los cerrados ojos, y besando la fra boca sacudi la tierra adherida al hermoso cabello.

-La guardar! -dijo, y despus de haber cubierto el cuerpo con tierra y hojas, volvi a su casa con la cabeza y una ramita de jazmn que floreca en el sitio de la sepultura.

Llegada a su habitacin, cogi la maceta ms grande que pudo encontrar, deposit en ella la cabeza del muerto, la cubri de tierra y plant en ella la rama de jazmn.

-Adis, adis! -susurr el geniecillo, que, no pudiendo soportar por ms tiempo aquel gran dolor, vol a su rosa del jardn. Pero estaba marchita; slo unas pocas hojas amarillas colgaban an del cliz verde.

-Ah, qu pronto pasa lo bello y lo bueno! -suspir el elfo. Por fin encontr otra rosa y estableci en ella su morada, detrs de sus delicados y fragantes ptalos.

Cada maana se llegaba volando a la ventana de la desdichada muchacha, y siempre encontraba a sta llorando junto a su maceta. Sus amargas lgrimas caan sobre la ramita de jazmn, la cual creca y se pona verde y lozana, mientras la palidez iba invadiendo las mejillas de la doncella. Brotaban nuevas ramillas y florecan blancos capullitos que ella besaba. El perverso hermano no cesaba de reirle, preguntndole si se haba vuelto loca. No poda soportarlo, ni comprender por qu lloraba continuamente sobre aquella maceta. Ignoraba qu ojos cerrados y qu rojos labios se estaban convirtiendo all en tierra. La muchacha reclinaba la cabeza sobre la maceta, y el elfo de la rosa sola encontrarla all dormida; entonces se deslizaba en su odo y le contaba de aquel anochecer en la glorieta, del aroma de la flor y del amor de los elfos; ella soaba dulcemente. Un da, mientras se hallaba sumida en uno de estos sueos, se apag su vida, y la muerte la acogi, misericordiosa. Se encontr en el cielo, junto al ser amado.

Y los jazmines abrieron sus blancas flores y esparcieron su maravilloso aroma caracterstico; era su modo de llorar a la muerta.

El mal hermano se apropi la hermosa planta florida y la puso en su habitacin, junto a la cama, pues era preciosa y su perfume una verdadera delicia. La sigui el pequeo elfo de la rosa, volando de florecilla en florecilla, en cada una de las cuales habitaba una almita, y les habl del joven inmolado cuya cabeza era ahora tierra entre la tierra, y les habl tambin del malvado hermano y de la desdichada hermana.

-Lo sabemos -deca cada alma de las flores-, lo sabemos! No brotamos acaso de los ojos y de los labios del asesinado? Lo sabemos, lo sabemos! -y hacan con la cabeza unos gestos significativos.

El elfo no lograba comprender cmo podan estarse tan quietas, y se fue volando en busca de las abejas, que recogan miel, y les cont la historia del malvado hermano, y las abejas lo dijeron a su reina, la cual dio orden de que, a la maana siguiente, dieran muerte al asesino.

Pero la noche anterior, la primera que sigui al fallecimiento de la hermana, al quedarse dormido el malvado en su cama junto al oloroso jazmn, se abrieron todos los clices; invisibles, pero armadas de ponzoosos dardos, salieron todas las almas de las flores y, penetrando primero en sus odos, le contaron sueos de pesadilla; luego, volando a sus labios, le hirieron en la lengua con sus venenosas flechas.

-Ya hemos vengado al muerto! -dijeron, y se retiraron de nuevo a las flores blancas del jazmn.

Al amanecer y abrirse sbitamente la ventana del dormitorio, entraron el elfo de la rosa con la reina de las abejas y todo el enjambre, que venam a ejecutar su venganza.

Pero ya estaba muerto; varias personas que rodeaban la cama dijeron:

-El perfume del jazmn lo ha matado.

El elfo comprendi la venganza de las flores y lo explic a la reina de las abejas, y ella, con todo el enjambre, revolote zumbando en torno a la maceta. No haba modo de ahuyentar a los insectos, y entonces un hombre se llev el tiesto afuera; mas al picarle en la mano una de las abejas, solt l la maceta, que se rompi al tocar el suelo.

Entonces descubrieron el lvido crneo, y supieron que el muerto que yaca en el lecho era un homicida.

La reina de las abejas segua zumbando en el aire y cantando la venganza de las flores, y cantando al elfo de la rosa, y pregonando que detrs de la hoja ms mnima hay alguien que puede descubrir la maldad y vengarla.LA PULSERA DE TOBILLO (de noche 832. Las mil noches y una noche)

Se dice, entre lo que se dice, que en una ciudad haba tres hermanas, hijas del mismo padre, pero no de la misma madre, que vivan juntas hilando lino para ganarse la vida. Y las tres eran como lunas; pero la ms pequea era la ms hermosa y la ms dulce y la ms encantadora y la ms diestra de manos, pues ella sola hilaba ms que sus dos hermanas reunidas, y lo que hilaba estaba mejor y sin defecto por lo general. Lo cual daba envidia a sus dos hermanas, que no eran de la misma madre.Un da fu ella al zoco, y con el dinero que haba ahorrado de la venta de su lino se compr un bcaro pequeo de alabastro, que era de su gusto, a fin de tenerlo delante con una flor dentro cuando hilara el lino. Pero no bien regres a casa con su bcaro en la mano, sus dos hermanas se burlaron de ella y de su compra, tildndola de derrochadora y de extravagante. Y muy conmovida y muy avergonzada, no supo ella qu decir, y para consolarse cogi una rosa y la puso en el bcaro. Y se sent ante su bcaro y ante su rosa y se puso a hilar su lino.Y he aqu que el bcaro de alabastro que haba comprado la joven hilandera era un bcaro mgico. Y cuando su duea quera comer, l le proporcionaba manjares deliciosos, y cuando ella quera vestirse, l la satisfaca. Pero la joven, temerosa de que le tuviesen ms envidia todava sus hermanas, que no eran de la misma madre, se guard bien de revelarles las virtudes de su bcaro de alabastro. Y en presencia de ellas aparentaba que viva como ellas y vesta como ellas, y an ms modestamente. Pero cuando salan sus hermanas se encerraba completamente sola en su cuarto, pona delante de ella su bcaro de alabastro, lo acariciaba dulcemente, y le deca: "Oh bucarito mo! oh bucarito mo! hoy quiero tal y cul cosa!" Y al punto el bcaro de alabastro le proporcionaba cuantas ropas hermosas y golosinas haba pedido ella. Y a solas consigo misma, la joven se vesta con trajes de seda y oro, se adornaba con alhajas, se pona sortijas en todos los dedos, pulseras en las muecas y en los tobillos y coma golosinas deliciosas. Tras de lo cual el bcaro de alabastro haca desaparecer todo. Y la joven lo coga de nuevo, e iba a hilar su lino en presencia de sus hermanas, ponindose delante el bcaro con su rosa. Y de tal suerte vivi cierto espacio de tiempo, pobre ante sus envidiosas hermanas y rica ante s misma.Un da, entre los das, el rey de la ciudad, con motivo de su cumpleaos, di en su palacio grandes festejos, a los cuales fueron invitados todos los habitantes. Y las tres jvenes tambin fueron invitadas. Y las dos hermanas mayores se ataviaron con lo mejor que tenan y dijeron a su hermana pequea: "T te quedars para guardar la casa". Pero, en cuanto se marcharon ellas, la joven fu a su cuarto, y dijo a su bcaro de alabastro: "Oh bucarito mo! esta noche quiero de ti un traje de seda verde, una veste de seda roja y un manto de seda blanca, todo de lo ms rico y ms bonito que tengas, y hermosas sortijas para mis dedos, y pulseras de turquesas para mis muecas, y pulseras de diamantes para mis tobillos. Y dame tambin todo lo preciso para que yo sea la ms bella en palacio esta tarde". Y tuvo cuanto haba pedido. Y se atavi, y se present en el palacio del rey, y entr en el harn, donde haba festejos aparte reservados para las mujeres. Y apareci como la luna en medio de las estrellas. Y no la reconoci radie, ni siquiera sus hermanas, de tanto como realzaba su belleza natural el esplendor de su indumentaria. Y todas las mujeres iban a extasiarse ante ella, y la miraban con ojos hmedos. Y ella reciba sus homenajes como una reina, con dulzura y amabilidad, de modo que conquist todos los corazones y dej entusiasmadas a todas las mujeres.Pero cuando la fiesta tocaba a su fin, la joven, sin querer que sus hermanas regresasen a casa antes que ella, aprovech el momento en que atraan toda la atencin las cantarinas, para deslizarse fuera del harn y salir del palacio. Mas, en su precipitacin por huir, dej caer, al correr, una de las pulseras de diamantes de sus tobillos en la pila a ras de tierra que serva de abrevadero a los caballos del rey. Y no advirti la prdida de su pulsera de tobillo, y volvi a casa, donde lleg antes que sus hermanas.Al da siguiente...

En este momento de su narracin, Schehrazada vi aparecer la maana, y se call discretamente.

Y CUANDO LLEGO LA 883 NOCHE

Ella dijo:

Al da siguiente los palafreneros llevaron a los caballos del hijo del rey a beber en el abrevadero; pero no quiso acercarse al abrevadero ninguno de los caballos del hijo del rey. Y todos juntos retrocedieron, asustados, con los nasales dilatados y resoplando con violencia. Porque haban visto algo que brillaba y lanzaba chispas en el fondo del agua. Y los palafreneros les hicieron acercarse de nuevo al agua, silbando con insistencia, aunque sin llegar a convencerles, pues los animales tiraban de la cuerda, encabritndose y dando vueltas. Entonces los palafreneros registraron el abrevadero, y descubrieron la pulsera de diamantes que haba dejado caer de su tobillo la joven.Cuando el hijo del rey, que segn su costumbre, vigilaba cmo se cuidaba a los caballos, hubo examinado la pulsera de diamantes que acababan de entregarle los palafreneros, se maravill de la finura del tobillo que deba oprimir, y pens: "Por vida de mi cabeza, que no hay tobillo de mujer lo bastante fino para caber en una pulsera tan pequea!" Y le di vueltas en todos los sentidos, y se encontr con que las piedras eran tan hermosas que la menor de entre ellas valdra por todas las gemas que adornaban la diadema de su padre el rey. Y se dijo: "Por Alah, que es preciso que tome yo por esposa a la propietaria de un tobillo tan encantador y duea de esta pulsera!" Y en aquella hora y en aquel instante se fu a despertar a su padre el rey, y le ense la pulsera, dicindole: "Quiero tomar por esposa a la propietaria de un tobillo tan encantador y duea de esta pulsera". Y el rey le contest: "Oh hijo mo! no hay inconveniente. Pero ese asunto incumbe a tu madre, y ella es a quien tienes que dirigirte. Porque yo no entiendo de esas cosas, y ella entiende!"Y el hijo del rey fu en busca de su madre, y ensendole la pulsera y contndole la historia, le dijo: "T eres oh madre! quien puede casarme con la propietaria de un tobillo tan encantador, a la cual est unido mi corazn. Porque mi padre me ha dicho que t entendas de estas cosas, y que l no entenda". Y se irgui sobre ambos pies, y llam a sus mujeres, y sali con ellas en busca de la duea de la pulsera. Y recorrieron todas las casas de la ciudad, y entraron en todos los harenes, probando en el pie de todas las mujeres mayores y de todas las jvenes la pulsera de tobillo. Pero todos los pies resultaron demasiado grandes para la estrechez del objeto. Y al cabo de quince das de pesquisas vanas y pruebas, llegaron a casa de las tres hermanas, y lanz un estridente grito de alegra al comprobar que se ajustaba a maravilla al tobillo de la ms pequea.Y la reina bes a la joven, y tambin la besaron las dems damas del squito de la reina. Y la cogieron de la mano, y la condujeron a palacio, donde al punto qued decidido su matrimonio con el hijo del rey. Y comenzaron las ceremonias de las bodas, que deban durar cuarenta das y cuarenta noches.Y he aqu que el ltimo da, despus de ser conducida la joven al hammam, sus hermanas, a quienes se haba llevado ella consigo, a fin de que compartiesen su alegra y se convirtieran en grandes damas de palacio, la vistieron y la peinaron. Y como, confiada en el afecto que le mostraban, les haba revelado ella el secreto y las virtudes del bcaro de alabastro, no les fu difcil obtener del bcaro mgico todos los trajes, todos los atavos y todas las alhajas que se necesitaban para adornar a la recin casada como nunca fu adornada hija de rey o de sultn. Y cuando acabaron de peinarla le clavaron en sus hermosos cabellos grandes alfileres de diamantes a manera de airn.Y he aqu que, apenas qued clavado el ltilmo alfiler, la joven desposada se metamorfose repentinamente en trtola con un pequeo moo en la cabeza. Y sali volando muy de prisa por la ventana del palacio.Porque los alfileres que sus hermanas le haban clavado en los cabellos eran alfileres mgicos, dotados del poder de transformar a las jvenes en trtolas, y la envidia que sentan ambas hermanas les haba impulsado a pedir esos alfileres al bcaro de alabastro.Y las dos hermanas, que en aquel momento se encontraban solas con su hermana pequea, se guardaron mucho de contar la verdad al hijo del rey. Y se limitaron a decirle que su hermana haba salido un momento y que no haba vuelto. Y el hijo del rey, viendo que no apareca, mand hacer pesquisas por toda la ciudad y todo el reino. Pero las pesquisas no dieron resultado. Y la desaparicin de la joven le sumi en la pena y la amargura. Y he aqu lo referente al desolado hijo del rey, consumido de amor!En cuanto a la trtola, todas las maanas y todas las tardes iba a posarse en la ventana de su joven esposo, y arrullaba con voz melanclica durante mucho rato, mucho rato! Y al hijo del rey le pareca que aquel arrullo responda a su propia tristeza; y le tom gran cario. Y un da, al ver que ella no se asustaba aunque se acercase l, tendi la mano y la atrap. Y la trtola se ech a temblar entre sus manos y empez a dar sacudidas, sin dejar de arrullar tristemente. Y l se puso a acariciarla con delicadeza, alisndole las plumas y rascndole la cabeza. Y he aqu que, al rascarle la cabeza, sinti bajo sus dedos unos pequeos objetos duros corno cabezas de alfiler. Y los extrajo del moo delicadamente, uno tras otro. Y cuando l le hubo sacado el ltimo alfiler, la trtola di una sacudida y de nuevo se torn en joven.

Y ambos vivieron entre delicias, contentos y prosperando. Y las dos malas hermanas se murieron de envidia y de una reconcentracin de sangre. Y Alah otorg a los amantes numerosos hijos, tan hermosos como sus padres.

LA NOCHE BOCA ARRIBA

Julio Cortzar

(Libro Final del Juego, 1956)

Y salan en ciertas pocas a cazar enemigos;le llamaban la guerra florida.

A mitad del largo zagun del hotel pens que deba ser tarde y se apur a salir a la calle y sacar la motocicleta del rincn donde el portero de al lado le permita guardarla. En la joyera de la esquina vio que eran las nueve menos diez; llegara con tiempo sobrado adonde iba. El sol se filtraba entre los altos edificios del centro, y l -porque para s mismo, para ir pensando, no tena nombre- mont en la mquina saboreando el paseo. La moto ronroneaba entre sus piernas, y un viento fresco le chicoteaba los pantalones.

Dej pasar los ministerios (el rosa, el blanco) y la serie de comercios con brillantes vitrinas de la calle Central. Ahora entraba en la parte ms agradable del trayecto, el verdadero paseo: una calle larga, bordeada de rboles, con poco trfico y amplias villas que dejaban venir los jardines hasta las aceras, apenas demarcadas por setos bajos. Quiz algo distrado, pero corriendo por la derecha como corresponda, se dej llevar por la tersura, por la leve crispacin de ese da apenas empezado. Tal vez su involuntario relajamiento le impidi prevenir el accidente. Cuando vio que la mujer parada en la esquina se lanzaba a la calzada a pesar de las luces verdes, ya era tarde para las soluciones fciles. Fren con el pie y con la mano, desvindose a la izquierda; oy el grito de la mujer, y junto con el choque perdi la visin. Fue como dormirse de golpe.

Volvi bruscamente del desmayo. Cuatro o cinco hombres jvenes lo estaban sacando de debajo de la moto. Senta gusto a sal y sangre, le dola una rodilla y cuando lo alzaron grit, porque no poda soportar la presin en el brazo derecho. Voces que no parecan pertenecer a las caras suspendidas sobre l, lo alentaban con bromas y seguridades. Su nico alivio fue or la confirmacin de que haba estado en su derecho al cruzar la esquina. Pregunt por la mujer, tratando de dominar la nusea que le ganaba la garganta. Mientras lo llevaban boca arriba hasta una farmacia prxima, supo que la causante del accidente no tena ms que rasguos en la piernas. "Ust la agarr apenas, pero el golpe le hizo saltar la mquina de costado..."; Opiniones, recuerdos, despacio, ntrenlo de espaldas, as va bien, y alguien con guardapolvo dndole de beber un trago que lo alivi en la penumbra de una pequea farmacia de barrio.

La ambulancia policial lleg a los cinco minutos, y lo subieron a una camilla blanda donde pudo tenderse a gusto. Con toda lucidez, pero sabiendo que estaba bajo los efectos de un shock terrible, dio sus seas al polica que lo acompaaba. El brazo casi no le dola; de una cortadura en la ceja goteaba sangre por toda la cara. Una o dos veces se lami los labios para beberla. Se senta bien, era un accidente, mala suerte; unas semanas quieto y nada ms. El vigilante le dijo que la motocicleta no pareca muy estropeada. "Natural", dijo l. "Como que me la ligu encima..." Los dos rieron y el vigilante le dio la mano al llegar al hospital y le dese buena suerte. Ya la nusea volva poco a poco; mientras lo llevaban en una camilla de ruedas hasta un pabelln del fondo, pasando bajo rboles llenos de pjaros, cerr los ojos y dese estar dormido o cloroformado. Pero lo tuvieron largo rato en una pieza con olor a hospital, llenando una ficha, quitndole la ropa y vistindolo con una camisa griscea y dura. Le movan cuidadosamente el brazo, sin que le doliera. Las enfermeras bromeaban todo el tiempo, y si no hubiera sido por las contracciones del estmago se habra sentido muy bien, casi contento.

Lo llevaron a la sala de radio, y veinte minutos despus, con la placa todava hmeda puesta sobre el pecho como una lpida negra, pas a la sala de operaciones. Alguien de blanco, alto y delgado, se le acerc y se puso a mirar la radiografa. Manos de mujer le acomodaban la cabeza, sinti que lo pasaban de una camilla a otra. El hombre de blanco se le acerc otra vez, sonriendo, con algo que le brillaba en la mano derecha. Le palme la mejilla e hizo una sea a alguien parado atrs.

Como sueo era curioso porque estaba lleno de olores y l nunca soaba olores. Primero un olor a pantano, ya que a la izquierda de la calzada empezaban las marismas, los tembladerales de donde no volva nadie. Pero el olor ces, y en cambio vino una fragancia compuesta y oscura como la noche en que se mova huyendo de los aztecas. Y todo era tan natural, tena que huir de los aztecas que andaban a caza de hombre, y su nica probabilidad era la de esconderse en lo ms denso de la selva, cuidando de no apartarse de la estrecha calzada que slo ellos, los motecas, conocan.

Lo que ms lo torturaba era el olor, como si aun en la absoluta aceptacin del sueo algo se revelara contra eso que no era habitual, que hasta entonces no haba participado del juego. "Huele a guerra", pens, tocando instintivamente el pual de piedra atravesado en su ceidor de lana tejida. Un sonido inesperado lo hizo agacharse y quedar inmvil, temblando. Tener miedo no era extrao, en sus sueos abundaba el miedo. Esper, tapado por las ramas de un arbusto y la noche sin estrellas. Muy lejos, probablemente del otro lado del gran lago, deban estar ardiendo fuegos de vivac; un resplandor rojizo tea esa parte del cielo. El sonido no se repiti. Haba sido como una rama quebrada. Tal vez un animal que escapaba como l del olor a guerra. Se enderez despacio, venteando. No se oa nada, pero el miedo segua all como el olor, ese incienso dulzn de la guerra florida. Haba que seguir, llegar al corazn de la selva evitando las cinagas. A tientas, agachndose a cada instante para tocar el suelo ms duro de la calzada, dio algunos pasos. Hubiera querido echar a correr, pero los tembladerales palpitaban a su lado. En el sendero en tinieblas, busc el rumbo. Entonces sinti una bocanada del olor que ms tema, y salt desesperado hacia adelante.

-Se va a caer de la cama -dijo el enfermo de la cama de al lado-. No brinque tanto, amigazo.

Abri los ojos y era de tarde, con el sol ya bajo en los ventanales de la larga sala. Mientras trataba de sonrer a su vecino, se despeg casi fsicamente de la ltima visin de la pesadilla. El brazo, enyesado, colgaba de un aparato con pesas y poleas. Sinti sed, como si hubiera estado corriendo kilmetros, pero no queran darle mucha agua, apenas para mojarse los labios y hacer un buche. La fiebre lo iba ganando despacio y hubiera podido dormirse otra vez, pero saboreaba el placer de quedarse despierto, entornados los ojos, escuchando el dilogo de los otros enfermos, respondiendo de cuando en cuando a alguna pregunta. Vio llegar un carrito blanco que pusieron al lado de su cama, una enfermera rubia le frot con alcohol la cara anterior del muslo, y le clav una gruesa aguja conectada con un tubo que suba hasta un frasco lleno de lquido opalino. Un mdico joven vino con un aparato de metal y cuero que le ajust al brazo sano para verificar alguna cosa. Caa la noche, y la fiebre lo iba arrastrando blandamente a un estado donde las cosas tenan un relieve como de gemelos de teatro, eran reales y dulces y a la vez ligeramente repugnantes; como estar viendo una pelcula aburrida y pensar que sin embargo en la calle es peor; y quedarse.

Vino una taza de maravilloso caldo de oro oliendo a puerro, a apio, a perejil. Un trozito de pan, ms precioso que todo un banquete, se fue desmigajando poco a poco. El brazo no le dola nada y solamente en la ceja, donde lo haban suturado, chirriaba a veces una punzada caliente y rpida. Cuando los ventanales de enfrente viraron a manchas de un azul oscuro, pens que no iba a ser difcil dormirse. Un poco incmodo, de espaldas, pero al pasarse la lengua por los labios resecos y calientes sinti el sabor del caldo, y suspir de felicidad, abandonndose.

Primero fue una confusin, un atraer hacia s todas las sensaciones por un instante embotadas o confundidas. Comprenda que estaba corriendo en plena oscuridad, aunque arriba el cielo cruzado de copas de rboles era menos negro que el resto. "La calzada", pens. "Me sal de la calzada." Sus pies se hundan en un colchn de hojas y barro, y ya no poda dar un paso sin que las ramas de los arbustos le azotaran el torso y las piernas. Jadeante, sabindose acorralado a pesar de la oscuridad y el silencio, se agach para escuchar. Tal vez la calzada estaba cerca, con la primera luz del da iba a verla otra vez. Nada poda ayudarlo ahora a encontrarla. La mano que sin saberlo l aferraba el mango del pual, subi como un escorpin de los pantanos hasta su cuello, donde colgaba el amuleto protector. Moviendo apenas los labios musit la plegaria del maz que trae las lunas felices, y la splica a la Muy Alta, a la dispensadora de los bienes motecas. Pero senta al mismo tiempo que los tobillos se le estaban hundiendo despacio en el barro, y la espera en la oscuridad del chaparral desconocido se le haca insoportable. La guerra florida haba empezado con la luna y llevaba ya tres das y tres noches. Si consegua refugiarse en lo profundo de la selva, abandonando la calzada ms all de la regin de las cinagas, quiz los guerreros no le siguieran el rastro. Pens en la cantidad de prisioneros que ya habran hecho. Pero la cantidad no contaba, sino el tiempo sagrado. La caza continuara hasta que los sacerdotes dieran la seal del regreso. Todo tena su nmero y su fin, y l estaba dentro del tiempo sagrado, del otro lado de los cazadores.

Oy los gritos y se enderez de un salto, pual en mano. Como si el cielo se incendiara en el horizonte, vio antorchas movindose entre las ramas, muy cerca. El olor a guerra era insoportable, y cuando el primer enemigo le salt al cuello casi sinti placer en hundirle la hoja de piedra en pleno pecho. Ya lo rodeaban las luces y los gritos alegres. Alcanz a cortar el aire una o dos veces, y entonces una soga lo atrap desde atrs.

-Es la fiebre -dijo el de la cama de al lado-. A m me pasaba igual cuando me oper del duodeno. Tome agua y va a ver que duerme bien.

Al lado de la noche de donde volva, la penumbra tibia de la sala le pareci deliciosa. Una lmpara violeta velaba en lo alto de la pared del fondo como un ojo protector. Se oa toser, respirar fuerte, a veces un dilogo en voz baja. Todo era grato y seguro, sin acoso, sin... Pero no quera seguir pensando en la pesadilla. Haba tantas cosas en qu entretenerse. Se puso a mirar el yeso del brazo, las poleas que tan cmodamente se lo sostenan en el aire. Le haban puesto una botella de agua mineral en la mesa de noche. Bebi del gollete, golosamente. Distingua ahora las formas de la sala, las treinta camas, los armarios con vitrinas. Ya no deba tener tanta fiebre, senta fresca la cara. La ceja le dola apenas, como un recuerdo. Se vio otra vez saliendo del hotel, sacando la moto. Quin hubiera pensado que la cosa iba a acabar as? Trataba de fijar el momento del accidente, y le dio rabia advertir que haba ah como un hueco, un vaco que no alcanzaba a rellenar. Entre el choque y el momento en que lo haban levantado del suelo, un desmayo o lo que fuera no le dejaba ver nada. Y al mismo tiempo tena la sensacin de que ese hueco, esa nada, haba durado una eternidad. No, ni siquiera tiempo, ms bien como si en ese hueco l hubiera pasado a travs de algo o recorrido distancias inmensas. El choque, el golpe brutal contra el pavimento. De todas maneras al salir del pozo negro haba sentido casi un alivio mientras los hombres lo alzaban del suelo. Con el dolor del brazo roto, la sangre de la ceja partida, la contusin en la rodilla; con todo eso, un alivio al volver al da y sentirse sostenido y auxiliado. Y era raro. Le preguntara alguna vez al mdico de la oficina. Ahora volva a ganarlo el sueo, a tirarlo despacio hacia abajo. La almohada era tan blanda, y en su garganta afiebrada la frescura del agua mineral. Quiz pudiera descansar de veras, sin las malditas pesadillas. La luz violeta de la lmpara en lo alto se iba apagando poco a poco.

Como dorma de espaldas, no lo sorprendi la posicin en que volva a reconocerse, pero en cambio el olor a humedad, a piedra rezumante de filtraciones, le cerr la garganta y lo oblig a comprender. Intil abrir los ojos y mirar en todas direcciones; lo envolva una oscuridad absoluta. Quiso enderezarse y sinti las sogas en las muecas y los tobillos. Estaba estaqueado en el piso, en un suelo de lajas helado y hmedo. El fro le ganaba la espalda desnuda, las piernas. Con el mentn busc torpemente el contacto con su amuleto, y supo que se lo haban arrancado. Ahora estaba perdido, ninguna plegaria poda salvarlo del final. Lejanamente, como filtrndose entre las piedras del calabozo, oy los atabales de la fiesta. Lo haban trado al teocalli, estaba en las mazmorras del templo a la espera de su turno.

Oy gritar, un grito ronco que rebotaba en las paredes. Otro grito, acabando en un quejido. Era l que gritaba en las tinieblas, gritaba porque estaba vivo, todo su cuerpo se defenda con el grito de lo que iba a venir, del final inevitable. Pens en sus compaeros que llenaran otras mazmorras, y en los que ascendan ya los peldaos del sacrificio. Grit de nuevo sofocadamente, casi no poda abrir la boca, tena las mandbulas agarrotadas y a la vez como si fueran de goma y se abrieran lentamente, con un esfuerzo interminable. El chirriar de los cerrojos lo sacudi como un ltigo. Convulso, retorcindose, luch por zafarse de las cuerdas que se le hundan en la carne. Su brazo derecho, el ms fuerte, tiraba hasta que el dolor se hizo intolerable y hubo que ceder. Vio abrirse la doble puerta, y el olor de las antorchas le lleg antes que la luz. Apenas ceidos con el taparrabos de la ceremonia, los aclitos de los sacerdotes se le acercaron mirndolo con desprecio. Las luces se reflejaban en los torsos sudados, en el pelo negro lleno de plumas. Cedieron las sogas, y en su lugar lo aferraron manos calientes, duras como el bronce; se sinti alzado, siempre boca arriba, tironeado por los cuatro aclitos que lo llevaban por el pasadizo. Los portadores de antorchas iban adelante, alumbrando vagamente el corredor de paredes mojadas y techo tan bajo que los aclitos deban agachar la cabeza. Ahora lo llevaban, lo llevaban, era el final. Boca arriba, a un metro del techo de roca viva que por momentos se iluminaba con un reflejo de antorcha. Cuando en vez del techo nacieran las estrellas y se alzara ante l la escalinata incendiada de gritos y danzas, sera el fin. El pasadizo no acababa nunca, pero ya iba a acabar, de repente olera el aire libre lleno de estrellas, pero todava no, andaban llevndolo sin fin en la penumbra roja, tironendolo brutalmente, y l no quera, pero cmo impedirlo si le haban arrancado el amuleto que era su verdadero corazn, el centro de la vida.

Sali de un brinco a la noche del hospital, al alto cielo raso dulce, a la sombra blanda que lo rodeaba. Pens que deba haber gritado, pero sus vecinos dorman callados. En la mesa de noche, la botella de agua tena algo de burbuja, de imagen traslcida contra la sombra azulada de los ventanales. Jade buscando el alivio de los pulmones, el olvido de esas imgenes que seguan pegadas a sus prpados. Cada vez que cerraba los ojos las vea formarse instantneamente, y se enderezaba aterrado pero gozando a la vez del saber que ahora estaba despierto, que la vigilia lo protega, que pronto iba a amanecer, con el buen sueo profundo que se tiene a esa hora, sin imgenes, sin nada... Le costaba mantener los ojos abiertos, la modorra era ms fuerte que l. Hizo un ltimo esfuerzo, con la mano sana esboz un gesto hacia la botella de agua; no lleg a tomarla, sus dedos se cerraron en un vaco otra vez negro, y el pasadizo segua interminable, roca tras roca, con sbitas fulguraciones rojizas, y l boca arriba gimi apagadamente porque el techo iba a acabarse, suba, abrindose como una boca de sombra, y los aclitos se enderezaban y de la altura una luna menguante le cay en la cara donde los ojos no queran verla, desesperadamente se cerraban y abran buscando pasar al otro lado, descubrir de nuevo el cielo raso protector de la sala. Y cada vez que se abran era la noche y la luna mientras lo suban por la escalinata, ahora con la cabeza colgando hacia abajo, y en lo alto estaban las hogueras, las rojas columnas de rojo perfumado, y de golpe vio la piedra roja, brillante de sangre que chorreaba, y el vaivn de los pies del sacrificado, que arrastraban para tirarlo rodando por las escalinatas del norte. Con una ltima esperanza apret los prpados, gimiendo por despertar. Durante un segundo crey que lo lograra, porque estaba otra vez inmvil en la cama, a salvo del balanceo cabeza abajo. Pero ola a muerte y cuando abri los ojos vio la figura ensangrentada del sacrificador que vena hacia l con el cuchillo de piedra en la mano. Alcanz a cerrar otra vez los prpados, aunque ahora saba que no iba a despertarse, que estaba despierto, que el sueo maravilloso haba sido el otro, absurdo como todos los sueos; un sueo en el que haba andado por extraas avenidas de una ciudad asombrosa, con luces verdes y rojas que ardan sin llama ni humo, con un enorme insecto de metal que zumbaba bajo sus piernas. En la mentira infinita de ese sueo tambin lo haban alzado del suelo, tambin alguien se le haba acercado con un cuchillo en la mano, a l tendido boca arriba, a l boca arriba con los ojos cerrados entre las hogueras.

CONTINUIDAD DE LOS PARQUES (Julio Cortzar)Haba empezado a leer la novela unos das antes. La abandon por negocios urgentes, volvi a abrirla cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar lentamente por la trama, por el dibujo de los personajes. Esa tarde, despus de escribir una carta a su apoderado y discutir con el mayordomo una cuestin de aparceras, volvi al libro en la tranquilidad del estudio que miraba hacia el parque de los robles. Arrellanado en su silln favorito, de espaldas a la puerta que lo hubiera molestado como una irritante posibilidad de intrusiones, dej que su mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo verde y se puso a leer los ltimos captulos. Su memoria retena sin esfuerzo los nombres y las imgenes de los protagonistas; la ilusin novelesca lo gan casi en seguida. Gozaba del placer casi perverso de irse desgajando lnea a lnea de lo que lo rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba cmodamente en el terciopelo del alto respaldo, que los cigarrillos seguan al alcance de la mano, que ms all de los ventanales danzaba el aire del atardecer bajo los robles. Palabra a palabra, absorbido por la srdida disyuntiva de los hroes, dejndose ir hacia las imgenes que se concertaban y adquiran color y movimiento, fue testigo del ltimo encuentro en la cabaa del monte. Primero entraba la mujer, recelosa; ahora llegaba el amante, lastimada la cara por el chicotazo de una rama. Admirablemente restaaba ella la sangre con sus besos, pero l rechazaba las caricias, no haba venido para repetir las ceremonias de una pasin secreta, protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos. El pual se entibiaba contra su pecho, y debajo lata la libertad agazapada. Un dilogo anhelante corra por las pginas como un arroyo de serpientes, y se senta que todo estaba decidido desde siempre. Hasta esas caricias que enredaban el cuerpo del amante como queriendo retenerlo y disuadirlo, dibujaban abominablemente la figura de otro cuerpo que era necesario destruir. Nada haba sido olvidado: coartadas, azares, posibles errores. A partir de esa hora cada instante tena su empleo minuciosamente atribuido. El doble repaso despiadado se interrumpa apenas para que una mano acariciara una mejilla. Empezaba a anochecer.

Sin mirarse ya, atados rgidamente a la tarea que los esperaba, se separaron en la puerta de la cabaa. Ella deba seguir por la senda que iba al norte. Desde la senda opuesta l se volvi un instante para verla correr con el pelo suelto. Corri a su vez, parapetndose en los rboles y los setos, hasta distinguir en la bruma malva del crepsculo la alameda que llevaba a la casa. Los perros no deban ladrar, y no ladraron. El mayordomo no estara a esa hora, y no estaba. Subi los tres peldaos del porche y entr. Desde la sangre galopando en sus odos le llegaban las palabras de la mujer: primero una sala azul, despus una galera, una escalera alfombrada. En lo alto, dos puertas. Nadie en la primera habitacin, nadie en la segunda. La puerta del saln, y entonces el pual en la mano, la luz de los ventanales, el alto respaldo de un silln de terciopelo verde, la cabeza del hombre en el silln leyendo una novela.AUGUSTO MONTERROSO (1921 2003)

LA OVEJA NEGRA Y OTRAS FBULAS

LA OVEJA NEGRAEn un lejano pas existi hace muchos aos una Oveja negra.

Fue fusilada.

Un siglo despus, el rebao arrepentido le levant una estatua ecuestre que qued muy bien en el parque.

As, en los sucesivo, cada vez que aparecan ovejas negras eran rpidamente pasadas por las armas para que las futuras generaciones de ovejas comunes y corrientes pudieran ejercitarse tambin en la escultura.

EL ESPEJO QUE NO PODA DORMIR

Haba una vez un espejo de mano que cuando se quedaba solo y nadie se vea en l se senta de lo peor, como que no exista, y quiz tena razn; pero los otros espejos se burlaban de l, y cuando por las noches los guardaban en el mismo cajn del tocador dorman a pierna suelta satisfechos, ajenos a la preocupacin del neurtico.

LA RANA QUE QUERA SER UNA RANA AUTNTICA

Haba una vez una Rana que quera ser una Rana autntica, y todos los das se esforzaba en ello.

Al principio se compr un espejo en el que se miraba largamente buscando su ansiada autenticidad.

Unas veces pareca encontrarla y otras no, segn el humor de ese da o de la hora, hasta que se cans de esto y guard el espejo en un bal.

Por fin pens que la nica forma de conocer su propio valor estaba en la opinin de la gente, y comenz a peinarse y a vestirse y a desvestirse (cuando no le quedaba otro recurso) para saber si los dems la aprobaban y reconocan que era una Rana autntica.

Un da observ que lo que ms admiraban de ella era su cuerpo, especialmente sus piernas, de manera que se dedic a hacer sentadillas y a saltar para tener unas ancas cada vez mejores, y senta que todos la aplaudan.

Y as segua haciendo esfuerzos hasta que, dispuesta a cualquier cosa para lograr que la consideraran una Rana autntica, se dejaba arrancar las ancas, y los otros se las coman, y ella todava alcanzaba a or con amargura cuando decan que qu buena Rana, que pareca Pollo.

EL ECLIPSECuando Fray Bartolom Arrazola se sinti perdido acepto que ya nada podra salvarlos. La selva poderosa de Guatemala lo haba opresado, implacable y definitiva. Ante su ignorancia topogrfica se sent con tranquilidad a esperar la muerte. Quiso morir all, sin ninguna esperanza, aislado con el pensamiento fijo en la Espaa distante, particularmente en el convento de Los Abrojos, donde Carlos Quinto condescendiera una vez a bajar de su eminencia para decirle que confiaba en el celo religioso de su labor redentora.

Al despertar se encontr rodeado por un grupo de indgenas de rostro impasible que se disponan a sacrificarlo ante un altar, un altar que a Bartolom le pareci como el lecho en que descansara, al fin, de sus temores, de su destino, de si mismo.

Tres aos en el pas le haban conferido un mediano dominio de las lenguas nativas. Intento algo. Dijo algunas palabras que fueron comprendidas.

Entonces floreci en el una idea que tuvo por digna de su talento y de si cultura universal y de su arduo conocimiento de Aristteles.

Record que para ese da se esperaba un eclipse total de sol. Y dispuso, en lo mas intimo, valerse de ese conocimiento para engaar a sus opresores y salvar la vida.

-Si me matis -les dijo- puedo hacer que el sol se oscurezca en su altura.

Los indgenas lo miraron fijamente y Bartolom sorprendi la incredulidad en sus ojos. Vio que se produjo un pequeo consejo, y espero confiado, no sin cierto desdn.

Dos horas despus el corazn de fray Bartolom Arrazola chorreaba su sangre vehemente sobre la piedra de los sacrificios (brillante bajo la opaca luz de un sol eclipsado), mientras uno de los indgenas recitaba sin ninguna inflexin de voz, sin prisa, una por una, las infinitas fechas en que se produciran eclipses solares y lunares, que los astrnomos de la comunidad maya haban previsto y anotado en sus cdices sin la valiosa ayuda de Aristteles.

EL BURRO Y LA FLAUTATirada en el campo estaba desde haca tiempo una Flauta que ya nadie tocaba, hasta que un da un Burro que paseaba por ah resopl fuerte sobre ella hacindola producir el sonido ms dulce de su vida, es decir, de la vida del Burro y de la Flauta. Incapaces de comprender lo que haba pasado, pues la racionalidad no era su fuerte y ambos crean en la racionalidad, se separaron presurosos, avergonzados de lo mejor que el uno y el otro haban hecho durante su triste existencia.