cuentos por haití
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CUENTOS POR HAITÍ (cuentos para niños) Introducción Agustí Villaronga
Ed. Cultivalibros
WANUK, por Germán Giménez Imirizaldu 1
CUENTOS POR HAITÍ (cuentos para niños) Introducción Agustí Villaronga
Ed. Cultivalibros
WANUK, por Germán Giménez Imirizaldu 2
WANUK (cuento para niños)
Por Germán Giménez
Cuenta la leyenda que un niño esquimal, llamado Wanuk, se encon-‐
traba perdido en las aguas del Polo. Estaba solo, encaramado a un
iceberg a la deriva. Y tenía miedo.
En las islas Nunivak, donde vivía con su familia yupik, el suelo era
una capa de hielo. El hielo era la tierra que Wanuk pisaba. Siempre
había sido así. Pero un día Wanuk descubrió que ya no era tan fir-‐
me. En realidad, se estaba derritiendo día tras día. Pero nadie lo
podía ver, porque el deshielo ocurre muchos metros bajo el suelo.
En su pueblo esquimal, cada persona tenía una tarea que cumplir.
Wanuk tenía una fácil, ya que era pequeño. Un día por semana de-‐
bía subir a los acantilados y desde ahí pedir a Kaila, el dios del cielo,
que protegiese a su pueblo y les trajese sol. Y como cada semana, el
pequeño había montado en su qamutik, el trineo que le fabricó su
padre con madera y barbas de ballena, para ir a rezar a Kaila.
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No tardó en llegar. Era el acantilado más alto, pero a Wanuk no le
costó subir por la pared resbaladiza. Tenía la ayuda de su bastón,
hecho con cuerno de Caribú, y sus piececitos iban enfundados en
botas de piel de foca, peludas como el resto de sus ropas. Todo
Wanuk era como una bola de pelo.
Desde ahí veía cómo el mar se extendía hacia todos lados. El océano
era de un azul intenso, roto por pequeños puntos blancos, los ice-‐
bergs. A Wanuk le pareció que cada vez había más, pero no le dio
ninguna importancia y se dispuso a comenzar sus rezos. Nada la
hacía pensar que el hielo se iba a desprender.
De repente, un temblor hizo que Wanuk se agarrase fuertemente al
hielo. Pero sus manitas no pudieron sujetarle cuando hubo un se-‐
gundo temblor, y empezó a resbalar. Wanuk creyó que dos gigantes
tuniq debían estar luchando ferozmente. El tercer golpe fue mucho
más fuerte, seguido de un gran ruido, y el pequeño cayó a las frías
aguas, tan oscuras y tan profundas.
En seguida salió a flote y no tardó en recuperarse del susto. Los
mayores le habían enseñado a sobrevivir en el agua y, además, su
traje era impermeable, pues estaba hecho con intestino de foca.
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El agua estaba muy revuelta y había trozos de hielo a su alrededor.
Por eso no vio venir la aleta y, de pronto, se encontró, frente a fren-‐
te, con una orca larga como un kayak y pesada como un iglú. El pá-‐
nico se apoderó del pequeño, que quedó inmóvil pensando que la
ballena le iba a atacar. El abuelo le había narrado cuentos sobre
Amarok, el espíritu del lobo que habitaba en las ballenas, y ahora
Wanuk pensó que la orca se lo comería en un abrir y cerrar de ojos.
Pero no fue así. Era solo una cría de ballena que se había separado
de su madre y de su manada, y también tenía miedo. Al fin, Wanuk
lo comprendió. Se observaron el uno al otro. Ninguno de ellos había
visto a otro ser, tan distinto a ellos mismos, y ahora ambos tenían
curiosidad y temor a la vez.
Wanuk notó que algo brillaba dentro de aquella enorme boca. Se fi-‐
jó más y pudo ver que en la lengua del animal había algo. Algo que
la apretaba, que molestaba a la ballena y le impedía abrir bien la
boca. Muy despacito, Wanuk se atrevió a meter su pequeña manita
en la boca de la orca, y bajo su lengua pudo notar un trozo de plás-‐
tico. Tiró de él y la ballenita se quejó moviendo la cabeza a los la-‐
dos. Wanuk lo intentó de nuevo. Por alguna razón, la orca le dejó
hacer y esta vez pudo sacar un pedazo.
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Era una de esas redes de plástico con las que se unen varias latas
de refrescos, como las que compramos en el súper. Buscó un poco
más, y consiguió sacar la otra mitad del plástico, que se había enre-‐
dado en un diente.
Wanuk no se imaginaba cómo algo así había podido llegar hasta la
boca del animalito. Cuando fuera mayor, ya no le costaría tanto
comprenderlo, pero ahora era todo un misterio para él, igual que
porqué se derretía el hielo tan rápido.
Ahora la orca solo quería jugar, estaba contentísima. Ya nada le mo-‐
lestaba, Wanuk le había liberado la lengua, y ahora podía emitir to-‐
dos sus diferentes sonidos, podría llamar a su mamá y a su grupo,
que no tardarían en encontrarla.
Se sumergió, nadó divertida de un lado a otro, emergió dando un
salto y regresó a donde Wanuk flotaba. Agradecida, la ballenita
subió al pequeño hasta la plataforma helada de un Iceberg, con el
suave empujoncito de su morro, y permaneció mirando cómo el ni-‐
ño rebuscaba en su macuto.
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Wanuk había traído bacalao seco y carne de Caribú, como ofrendas
para el dios Kaila. Pero creyó que la ballenita lo merecía más. Había
sido muy buena, estaba sola y seguro que tendría hambre, así que
le echó a la boca lo poco que tenía.
Mientras tanto, toda la familia esquimal se apresuraba hacia la cos-‐
ta, alertada por el ruido que había provocado el derrumbe del acan-‐
tilado. Los hombres más fuertes ya remaban con sus Kayak, y la
mamá y los hermanitos de Wanuk esperaban impacientes en la
playa helada, con sus miradas apuntando hacia el horizonte.
A partir de ese día, el pequeño esquimal y la ballenita fueron muy
amigos. Wanuk la llamó Sedna, como la muchacha que, según la le-‐
yenda inuit, habita en el mar. Un día a la semana se reunía con ella,
poco después de la media tarde, cuando el sol comienza a ponerse
en el horizonte. Justo a la misma hora en que se habían encontrado
por primera vez.
Fin