david florido del corral. marineros y pescadores...
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David Florido del Corral. Marineros y Pescadores Andaluces. Proyecto Antropología de
Andalucía: Sociedad. Vol. V. Sevilla, España. Publicaciones Comunitarias S.A. Vol. 10.
2002. Pag. 246-278. ISBN: 84-931553-6-5
MARINEROS Y PESCADORES ANDALUCES.
ÍNDICE
1.- INTRODUCCIÓN: LA DIMENSIÓN SOCIOCULTURAL DEL TRABAJO.
2.- TECNOLOGÍA FÍSIOLÓGICA, SENTIDOS, SABER HACER E IDENTIDAD DE LOS
PESCADORES.
3.- LA SEGREGACIÓN SOCIAL Y ESPACIAL DE LOS PESCADORES: IMÁGENES Y
REALIDADES.
3.1. Los pescadores y la naturaleza: raíces políticas, económicas y científicas de un
discurso aislacionista.
3.2. Realidades de la segregación espacial de los pescadores.
4.- ¿Y LAS MUJERES DE PESCADORES Y MARINEROS?
5.- RITOS COLECTIVOS DE PESCADORES.
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CULTURA, TRABAJO Y ORGANIZACIÓN SOCIAL DE MARINEROS Y
PESCADORES ANDALUCES.
David FLORIDO del CORRAL. Grupo de Investigación GEISA. Universidad de Sevilla.
1.- INTRODUCCIÓN: LA DIMENSIÓN SOCIOCULTURAL DEL TRABAJO
“¡Tostados campesinos, rudos pecadores de tez cetrina e insondable mirada, descubrámonos
con respecto al paso del progreso!”
Con esta arenga, breve pero muy significativa, se animaba desde El Heraldo de Barbate
(1930) a los camperos y pescadores que se acercaban a esta localidad gaditana en el primer
tercio del siglo XX, desde diferentes localidades costeras y del interior, para que se enrolaran
en la flota de cerco que se extendía en este momento por toda la costa sudatlántica andaluza.
El objetivo era que asumieran las nuevas técnicas de pesca y de organización del trabajo y así
poder incrementar los rendimientos productivos. La frase dice mucho de cómo se percibía a
los pescadores desde la clase “letrada”, que dirigía el sistema económico, pero también oculta
aspectos fundamentales, como que la adopción de las nuevas formas empresariales y laborales
trastocarían para siempre las formas de vida de los que efectivamente se embarcaran: sus
pautas de organización doméstica, el modelo de relaciones familiares, sus comportamientos
espaciales, trayectorias y expectativas laborales de hombres y mujeres –lo que acabaría por
definir sus propios roles sociales de género-, sus sistemas vernáculos de gestión de los
recursos, alterando con ello las percepciones y valores tradicionales sobre qué actividad
pesquera desarrollar y con qué objetivos... Para los que provenían de localidades y ámbitos
agrarios, supondrá también la adopción de saberes específicos, codificados en un lenguaje
característico que requería de un proceso de aprendizaje en el trabajo. Incluso, con el tiempo,
fueron transformados los rituales religiosos, pues se adoptaron nuevos iconos y sistemas
festivos, como resultado de un programa político ambicioso que alcanzó al conjunto de las
sociedades pescadoras del Estado español.
Para explicar las amplias y profundas transformaciones aludidas como resultado de la
incorporación a un nuevo proceso productivo, esto es, para señalar la profunda imbricación de
aspectos socioculturales y laborales, los antropólogos han utilizado herramientas analíticas,
entre las que quiero destacar el concepto culturas productivas (Moreno Navarro, I. 1997;
Palenzuela Chamorro, P. 1996), que incide en la relación íntima que vincula pautas de
comportamiento, valores y percepciones, no sólo dentro sino también fuera de los sistemas
productivos, pero como resultado de participar en un proceso de trabajo común, pesquero en
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este caso. El trabajo, por tanto, mucho más que un sistema de obtener recursos y generar
riqueza, se convierte en un sistema sociocultural complejo, que desborda el propio lugar de
trabajo y afecta a otros ámbitos de la vida social y cultural, y aún íntima y particular de cada
sujeto. Por tanto, cada sujeto social, cada pescador, y cada esposa o hija de pescador,
interiorizaba y hacía suyos el conjunto de normas, prácticas y valores que estaban definidos
en la cultura de los pescadores, en continuo proceso de renovación. Aquél lema expresa esto
precisamente, pero de una manera mucho más plástica: las miradas (es decir, la voluntad y las
almas) y los cuerpos de los pescadores están hollados por esas formas de vida y de trabajo, y
sus relieves son algo así como la expresión manifiesta del quehacer que han aprendido desde
su infancia. En realidad, aquella frase no hace sino reproducir una percepción común muy
habitual, la de definir a los colectivos sociales en función de representaciones e imágenes
corporales (Sabucco i Cantó, A. 1999) -como los rostros morenos por la fuerza del sol y la
persistencia de los vientos- y de actitudes y características psicológicas, como la rudeza o la
profundidad de la mirada de aquellos que se han criado en el también insondable océano,
estableciendo una estrecha vinculación entre trabajo y cuerpos/aptitudes. ¿Por qué, debemos
preguntarnos, el autor hace especial hincapié en las huellas de los elementos meteorológicos
sobre el rostro y la mirada, para definir a los pescadores?
2.- TECNOLOGÍA FÍSIOLÓGICA, SENTIDOS, SABER HACER E IDENTIDAD DE
LOS PESCADORES
Aún hoy, cuando, al menos en toda la fachada sudatlántica, una parte de la flota
andaluza artesanal se ha renovado con nuevos instrumentos tecnológicos y equipos de pesca
con la financiación parcial de las Administraciones (europea, estatal y autonómica), se
persiste en la idea de que los pescadores deben ser definidos en función de sus características
más seculares, de la vigencia de una cultura peculiar que ha pervivido durante siglos y se ha
instalado en la nueva realidad socioeconómica, política y cultural contemporáneas. Y entre las
imágenes que se generan sobre los pescadores, siguen desatacando las que insisten en sus
aspectos físicos y caracterológicos. Parece que lo que late detrás de este discurso es la idea de
que los aspectos fisiológicos, el vigor y la fortaleza como potencialidades, su listeza (la
maldad en el propio lenguaje), y su cerrazón, su ensimismamiento -el cultural sería un
trasunto del psicológico y viceversa- son elementos definidores de este colectivo. Estas
concepciones, un tanto peyorativas, no tienen en cuenta, sin embargo, otros aspectos
realmente atractivos de la “cultura pesquera”. Para los que no somos de la mar, lo
verdaderamente fascinante de los pescadores es el despliegue de habilidades para el dominio y
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la apropiación, material y simbólica a un tiempo, con técnicas de pesca y con mapas mentales
que originan sobre un espacio ilimitado e infinito para quien lo desconoce. Antonio Sáñez
Reguart, miembro de la Administración de Marina a finales del siglo XVIII, se admiraba de
esto mismo, y recreaba en este texto su capacidad para interpretar los fondos marinos,
invisibles para los demás:
“parte más esencial de la ciencia de los pescadores, igualmente que el número de brazas que
los cubren, así para saber fondearse (...) como para saber qué peces se hallan naturalmente
en ellos con mas abundancia y permanencia: qué clase de artes conviene usar: qué rumbo
seguir para efectuar su pesca, como para coger la tierra en todos los casos (...) Estos
conocimientos solo pueden adquirirlos mediante una continua y dilatada practica son que se
hallan en estado de formar cierta especie de cartas hidrográficas mentales” (Sáñez Reguart
1791, Vol. I: 353-354) [énfasis añadido]
Lo que pone de manifiesto este autor “ilustrado” son las formas de apropiación, mediante el
conocimiento transmitido, que los pescadores han generado históricamente para el dominio
económico, territorial y simbólico de un espacio que para los sujetos sociales no ligados a la
mar parece incontrolable. Son las culturas del trabajo las que propician un control de este
tipo, que se perpetúa históricamente a través de la transmisión, intergeneracional e
intergrupal, de conocimientos. Y precisamente estos sistemas cognoscitivos conforman uno
de los elementos clave de su cultura. De este sistema cultural, queremos destacar aquí la
importancia, tanto del vigor físico, como de otras capacidades intelectuales y sensoriales. A
pesar de que muchas de las faenas de pesca han conocido un acusado proceso de
mecanización en las unidades productivas, y este proceso se ha hecho extensivo también a la
flota de menores dimensiones con la incorporación de nuevos equipos, a pesar de ello, la
actividad pesquera se destaca por una alta exigencia física, cuantificable por el número de
horas de trabajo que exigen las faenas –en las temporadas más intensivas, en el estío, hasta
más de doce horas de trabajo y sin apenas descansos durante la semana. Además, hay un
aspecto esencial, y es que un buen número de pesquerías se desarrollan de noche,
aprovechando, o alternando, los comportamientos migratorios de las especies objeto y
buscando dos momentos especialmente apropiados para la captura por las condiciones de
visibilidad: la prima (primeros momentos del anochecer, sin que haya caído el manto oscuro)
y el alba. Esto obliga a navegaciones y faenas durante las horas de la noche, lo que en los
meses otoñales, invernales, y aún en el inicio de la primavera, supone una alta exigencia
física. Desde las embarcaciones, emergiendo de la negrura de las aguas, se aprecia en los días
más fríos de viento Norte, tanto en los puertos como en las desembocaduras fluviales, lo que
ellos denomina el humillo, vapor de agua que se volatiliza como consecuencia del diferencial
de temperatura entre la masa oceánica, que ha conservado algo de calor, y el aire gélido que
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rasga el rostro de los pescadores que han de permanecer en cubierta. Especialmente frías son
las noches de pesca en el caladero Mediterráneo, cuando sopla el Norte, no atemperado por el
Océano, y que provocaba en los pescadores barbateños que frecuentaban estos caladeros la
risa, estado de agarrotamiento del rostro y el conjunto del cuerpo, que obligaba a retirar al
marinero afectado de las tareas durante varias horas, y colocarlo al calor de los motores. El
trabajo en las flotas de altura es muy duro, porque los ritmos de sueño y de vigilia han de
acompasarse a la elevación de los artes de arrastre, cada cuatro horas como media, de forma
ininterrumpida. Pero en las flotas que trabajan en el litoral, la situación no es mejor,
especialmente si el pescador es dueño de la unidad productiva. En este caso, las faenas no se
restringen a las horas de preparación de la salida, navegación, capturas y venta. Se extienden
de forma continuada en las labores “complementarias”, que pueden consumir una importante
cantidad de tiempo: limpiado de redes, remienda de artes, reparación del bote, el motor y los
equipos, etc.. Como siempre, el café y el tabaco, consumidos de forma ininterrumpida durante
los períodos de faena y navegación, son recursos de consumo de este colectivo, que puede
explicar otro de sus aspectos fisiológicos más recurrentes: resfriados continuos y daños en la
faringe y en las cuerdas vocales, que producen una voz particularmente ronca en no pocos
casos.
Por otra parte, queremos destacar otro tipo de características corporales que nada tienen que
ver con el vigor físico, que entendemos como la máxima expresión de la importancia del
cuerpo y sus funciones en la actividad pesquera, y de ahí que se hayan utilizado
tradicionalmente para definir exteriormente a los pescadores: nos referimos a habilidades
sensitivas, como el uso de percepciones visuales, olfativas y auditivas, u otras intelectuales
como la memoria, para la localización de los bancos de pesca. En el mismo sentido, podemos
destacar, el uso de los apéndices y partes del propio cuerpo aplicados como sistema de medida
(pulgadas, brazas, pies, codal, palmo...), algunos de los cuales todavía siguen usándose por los
pescadores andaluces. Ello no es sino una nueva expresión de este mismo fenómeno. Este
conjunto de capacidades y habilidades conforman lo que los antropólogos denominan medios
intelectuales de producción, base técnica fundamental para explicar la apropiación material y
el rendimiento económico que los pescadores han desarrollado en la mar, también en
Andalucía. Por cierto, se trata de capacidades que aparecen con relativa facilidad en los textos
etnográficos, cuando se convive entre pescadores:
“Cuando yo empecé a pescar la única tecnología con la que yo contaba a bordo era
con la vista Hoy no, hoy ya con los aparatos te está marcando el pescao desde no sé
cuántas millas de antelación”(A. Patrón jubilado de traíña. 76 años Barbate)
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Ello indica que los propios pescadores son conscientes de estas capacidades, y que las definen
como elementos esenciales de su quehacer. Esto es, que no sólo se trata de apreciar cómo
sienten –ven, oyen, huelen, sufren en sus cuerpos- para poder ejercitar la pesca, sino cómo se
sienten, esto es, cómo estos mismas capacidades intelectivas y sensoriales, desplegadas
silenciosamente en su desempeño ordinario de su trabajo, están en el corazón de su identidad
cultural, y así lo recrean ellos mismos, para definirse respecto a otros colectivos. La metáfora
del rostro surcado de los trabajadores de la mar convocados por aquel periodista, mucho más
que una imagen literaria, expresa un aspecto fundamental de las relaciones que los pescadores
tienen con su entorno y del tipo de conocimiento que obtienen de él. Y los propios pescadores
ponen palabras para esta interacción, porque el uso de un lenguaje compartido cotidiano,
ligado en este caso al mundo del trabajo, fundamenta la función de identidad, discriminando a
aquéllos que no conocen ni el lenguaje ni el conocimiento secular y profundo que esconde.
“Porque esto como quien dice ha sido una escuela pa’ mi, no es que yo sea un científico ni ná,
pero es que de tantos palos que me llevao en la cabeza, pues eso, que a mí me duele esto, de
tantos palos. .A mí me han dao muchisimo palos y yo he estado pendiente de estas cosas y las he
aprendío porque las he mamao” (J. Marinero lucero en las traíñas de Barbate. Conil, 42 años)
No nos podemos entretener en describir los sistemas históricos de pesca y navegación que en
Andalucía se han desarrollado con el auxilio de medios cognitivos y sensitivos, como la pesca
al arda, a la color, a vista, al chasmío, a la escucha... pero podemos afirmar que han estado
vigentes, y aún pueden ser utilizados, en las pesquerías seculares de este litoral: almadraba,
jábegas, barcos de cerco en las noches atlánticas y mediterráneas, o boliches que, al margen
del marco legal, siguen cogiendo crías de boquerones en el litoral malagueño. Del mismo
modo, la localización de los pesqueros se han basado secularmente en las denominadas
marcas de tierra, referencias visuales que controla en exclusividad el patrón de la
embarcación, jugando con un triángulo imaginario que dibujan la propia embarcación, dos
referencias visuales fijas que el pescador atesora en su memoria, y que complementa con la
medida, en brazas, de la profundidad en la que se encuentra. La combinación de estos
elementos le garantiza volver de forma recurrente a los mismos caladeros, a las mismas
piedras y cabezos, que él identifica en función de las especies objeto que captura en ellas, y a
las que acude regularmente en función de las estaciones del año, del régimen de vientos y
mareas, y de la demanda del mercado local. Es indudable que la incorporación de nuevos
sistemas electrónicos de navegación, interpretación de fondos y localización de recursos ha
minimizado la importancia estratégica y funcional de los sistemas intelectuales/sensitivos
aludidos, pero muchos pescadores siguen complementando la información de los aparatos
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con la de su propia cultura corporeizada en el sentido que hemos visto, transmitida entre ellos
mismos y a través de sucesivas generaciones y, quizá lo que menos se suele destacar,
sometida a una constante comprobación para lograr un perfeccionamiento basado
exclusivamente en la experiencia. Esto nos debe poner sobre la pista de algo trascendental:
estos recursos cognoscitivos, este saber hacer, se han convertido en un elemento esencial para
la generación de identidad social entre los pescadores andaluces. Y esta función identitaria, a
pesar de que aquéllos sistemas y recursos no sean ya utilizados en exclusividad por muchos
pescadores, sigue vigente y generando procesos de resistencia entre los pescadores en un
contexto, como el actual, caracterizado por transformaciones socioeconómicas y políticas que
ponen en peligro la reproducción cultural de la actividad pesquera en Andalucía. De ahí que
los programas para la reconversión profesional de muchos de los pescadores afectados por la
crisis de la flota exterior andaluza, precisamente por no tener en cuenta este aspecto
trascendental, están abocadas al fracaso. Plantear sencillamente que a través de cursos de
formación en instituciones públicas se puede reconducir las trayectorias vitales de los
pescadores es, sencillamente, ilusorio, y demuestra una absoluta falta de reconocimiento de
los sistemas de conocimiento vernáculos que están en la base de la identidad social de este
colectivo. Del mismo modo que aquél periodista olvidaba que la mayoría de los obreros a los
que dirigía su alegato eran “analfabetos”, puesto que su posición social los sustraía de las
instituciones formales de instrucción del Estado –en realidad, el verdadero lector de esa
publicación no eran los marineros, sino los patrones y armadores que todavía se resistían a
utilizar los más modernos sistemas de pesca-, de igual manera decimos, los tecnócratas que
diseñan los planes de re-formación profesional para pescadores olvidan la importancia
sociocultural de sus saberes específicos, e incluso el provecho económico que, en momentos
de crisis, muchos de ellos pueden obtener sobre una pequeña embarcación y a pocos
centenares de metros del litoral.
3.- LA SEGREGACIÓN SOCIAL Y ESPACIAL DE LOS PESCADORES: IMÁGENES
Y REALIDADES.
3.1. Los pescadores y la naturaleza: raíces políticas, económicas y científicas de un
discurso aislacionista.
Uno de los más viejos mitos de la tradición helena cuenta que Zeus se valió de ciertos
atributos de algunos de sus fantásticos seres coetáneos, todos de origen divino, para
enseñorearse del mundo de los mortales y de los dioses: la fuerza física de los hecatonquiros,
gigantes primordiales; el poder mágico del ojo agudo de los cíclopes, también de la primera
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generación a partir de Urano, y la astucia y prudencia de Metis, su primera esposa. ¿Acaso no
son estos los atributos y capacidades que usan los pescadores para poder controlar la mar,
hacerla suya, indagar dónde se encuentran sus recursos, eludir sus embates y tormentas? Ya
no se trata de imponer un nuevo orden cosmológico, sino de generar una cultura secular para
poder apropiarse de un medio, el marítimo, y vivir de él y en él.
Poner de manifiesto algunos de los recursos técnicos de los pescadores para controlar el
medio marítimo y obtener recursos de él, tal y como lo hacía aquél autor ilustrado, antes
incluso de la masiva incorporación de tecnologías electrónicas, sin embargo, no ha sido la
visión preponderante acerca de la actividad pesquera. En el tránsito del siglo XIX al XX, y
durante esta misma centuria, emergió una concepción tópica sobre los pescadores que los
ponían en relación de dependencia del mar y del resto de factores ambientales que convierten
a la pesca en una actividad que hay que definir, antes que nada, por sus riesgos y azares
“ambientales”. Hay que indagar qué factores promovieron este nuevo discurso, que ya no
valoraba las capacidades vernáculas seculares, algunas inscritas en el propio cuerpo y
desarrolladas mediante el sistema sensorial después de un adecuado proceso de aprendizaje, y
que dejaba al pescador inerme y de espaldas a su propia cultura. Nuestra idea al respecto
relaciona esta visión con la irrupción de nuevos sistemas de pesca, mucho más intensivos, y
que se extendían, también por las costas andaluzas, en las primeras décadas del siglo XX,
como las traíñas de cerco que irrumpieron en el litoral sudatlántico andaluz y entraron en
confrontación, territorial, social y económica, con los viejos artes tradicionales como la
jábega, la lavada, el boliche (todos estos del mismo tipo) o el sardinal, los cuales gozaban de
amplia extensión en puertos mediterráneos y atlánticos. Desde los agentes sociales del nuevo
proceso, entre los que se encontraban representantes de la Administración pesquera, de las
empresas altamente capitalizadas y que se dedicaban intensivamente a la explotación
pesquera, e incluso del tejido empresarial conexo a la extracción (empresarios conserveros,
agentes de comercialización a gran escala...), de este amplio espectro político y social, emerge
una concepción que ha tenido larga duración en nuestro entorno sociocultural posterior: la del
pescador como ser culturalmente poco dotado y preñado de atavismos, en los márgenes de la
civilización, enfrascado como estaba en la lucha por el control de un medio inconmensurable,
hasta el punto que su condición, cultural y psicológica, se explicaba más por esa proximidad a
la Naturaleza, que por su sistemas culturales. De nuevo aparecía la importancia de aquélla
para la concepción de la actividad pesquera y los pescadores, pero no en el sentido positivo
anterior, sino como expresión de una relación de dependencia insoslayable, a menos que se
incorporaran nuevos sistemas de pesca y nuevas tecnologías. Es en este contexto ideológico,
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que por supuesto también lo era económico y político ya que se estaba produciendo un
importante asalto colonialista en el Norte de África, en el que debemos entender la mención
del periodista de la Independencia de Barbate al progreso, siendo Barbate uno de los puertos
que mejor expresaron la nueva realidad de intensificación e industrialización del sector
pesquero andaluz en este momento. Por cierto, mención que era muy usual en algunos autores
coetáneos, como podemos comprobar si acudimos a una de las obras capitales de la pesca en
el Estado español, el diccionario de Benigno Rodríguez Santamaría, que había sido publicado
en 1923 tras varios años de trabajo de campo por todo el litoral español. En la introducción de
esta obra ingente, se afirma sin ambages: “el pescador mira con desconfianza todo cuanto
signifique progreso, porque le cuesta dinero y desconfía de los demás” (Rodríguez
Santamaría, 1923: vii), trasladando una respuesta económica, la defensa de las artes propias
de pesca y los sistemas vernáculos de capturas, a una cualidad innata del pescador como
sujeto social. Posteriormente, cuando las flotas estatales se capitalizaron y se especializaron
en algunas pesquerías, este tipo de concepciones que situaban a los pescadores en el límite
entre la Naturaleza y la Cultura se afianzaron, y se enriquecieron con nuevas “cualidades”. En
este sentido, la irrupción de la bioeconomía como ciencia fundamental de la gestión pesquera
significó la definición del pescador como ser individualista, rapaz, incapacitado, por su
egoísmo, de ejercer una actividad pesquera coordinada con otros explotadores para garantizar
la reproducción de los recursos pesqueros. Hablaban estos autores de una “tragedia de los
recursos comunales”, teoría que era demostrada mediante la realización de progresiones
matemáticas ideales por la mayor parte de biólogos y economistas y que defendía el
agotamiento de los recursos que no estuvieran sometidos a un régimen de propiedad
individualizada o controlada rígidamente por el Estado. Estos autores pasaban por alto dos
aspectos esenciales: que eran las mismas condiciones de explotación generadas por la
intensificación del siglo XX las que estaba en la raíz de actitudes más agresivas con los
recursos; y que los pescadores, si se habían caracterizado históricamente por algo, era por
haber reproducido formas comunales de gestión de los recursos, con el objetivo de garantizar
la reproducción biológica de las especies que capturaban, y en consecuencia la reproducción
social y económica de la propia actividad pesquera. Y en Andalucía tenemos innumerables
muestras de ello. Antes bien, lo que hacían aquéllos era aplicar a los pescadores los
principios de acción y pensamiento del empresario moderno del modelo capitalista, basados
en una racionalidad económica individual, cuyo máximo objetivo es la obtención de
beneficios económicos. Es decir, que desde la propia ciencia –en este caso la que se
autodenominaba “bioeconomía”- se profundizó en una imagen colectiva sobre el pescador,
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aislado de cualquier contexto social y cultural, y del propio contexto económico y político que
estaba provocando algunas transformaciones radicales en sus formas de organización
económica y social.
3.2.- Realidades de la segregación espacial de los pescadores.
Desempeñando el papel de visitante estacional o turista, es posible que nos hayamos sentido
atraídos en alguna ocasión por el barrio de pescadores de cualquier localidad costera
andaluza, cuando no hemos acudido a una determinada localidad al reclamo de que se trata de
un pueblo marinero. Efectivamente, hemos de partir de una incontestable segregación
espacial de los colectivos de pescadores y queremos explicar algunas de las claves de la
perpetuación de barrios de pescadores, en función de aspectos de política social y espacial,
definidas desde el Estado, y de pautas organizativas domésticos y laborales, correspondientes
a las culturas del trabajo de los pescadores andaluces.
Por una parte, es un hecho elucidado por diferentes autores que el mercado de trabajo
pesquero se caracteriza por una acusada especialización, como resultado de la especificidad
de sus culturas laborales, lo que genera una acusada movilidad espacial de los trabajadores de
la mar, y en ocasiones, de sus familias. Así, cuando existe demanda de fuerza de trabajo para
el mercado de trabajo en una pesquería específica, se recurre a grupos de trabajadores
expertos en esa actividad, por mucho que sus localidades de origen estén a centenares de
kilómetros. Por ello, almadraberos onubenses, portugueses, almerienses y valencianos han
acudido –los de Poniente lo siguen haciendo- a la costa meridional de Cádiz para trabajar en
las almadrabas que se siguen calando desde Conil a Tarifa. La acusada estacionalidad de este
tipo de actividad y, sobre todo, el significativo grado de control social que los empresarios
pesqueros han tenido sobre los trabajadores, explican que las propias empresas armadoras de
estos enormes ingenios de pesca construyeran caseríos específicos para los trabajadores
provenientes desde otras localidades. Cuando no aparecían, como ocurría durante el Antiguo
Régimen y todavía en el siglo XX, enormes asentamientos de autoconstrucción de los
trabajadores de almadrabas u otras pesquerías ocasionales, poblamientos que acababan
convirtiéndose en focos de marginalidad. En Barbate, centro industrial del atún por
excelencia, siguen en pie, y en uso, dos conjuntos de casas unifamiliares que acogen
estacionalmente, desde Febrero a Julio aproximadamente, a los almadraberos de Isla Cristina
o Lepe. Mediante este sistema se reproducía una típica y secular organización espacial en
torno a la industria del atún, modalidad industrial desde sus orígenes, que tenemos
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documentada en localidades andaluzas desde hace siglos: la conformación de núcleos
estables, y estacionales, de población, en torno a la extracción y manipulación del atún –antes,
salado, hoy sobre todo en conservas-, en derredor de las chancas o centros de procesamiento.
La literatura cervantina da cuenta de este sistema a inicios del siglo XVII, en un régimen
prácticamente de acuartelamiento, y poblaciones como Conil de la Frontera tienen su origen
en la evolución de un agrupamiento inicial de trabajadores del atún. Estamos ante claros
procesos de segregación espacial promovidos desde los poderes económicos y políticos que
controlaban esta actividad económica (casas ducales en régimen de monopolio en el Antiguo
Régimen y industriales valencianos, italianos y gallegos en concesión administrativa desde
finales del siglo XIX) y que gestionaban de esta manera la especialización laboral que
demandaba el trabajo del atún en un régimen estrictamente mercantilista desde finales de la
Edad Media.
Ya en el siglo XX, la política asistencial de viviendas del Estado, tanto durante el franquismo
como posteriormente, incidió en esta línea de segmentación socio-espacial. Núcleos de
viviendas, muy delimitadas en entornos definidos, eran entregados a los marineros de las
localidades donde se habían desarrollado modalidades de pesca más intensivos. Así, como
resultado del la intensificación capitalista en la economía pesquera, el Estado asistencial
promovió configuraciones urbanas diseñadas desde una perspectiva de segmentación
expresada espacialmente. El mapa urbano de localidades históricamente pesqueras como
Barbate reflejan a la perfección esta dinámica: mientras que en las décadas iniciales y
centrales del siglo se generó un imponente suburbio de chozas y viviendas autocontruidas por
la población de aluvión que acudía a este mercado de trabajo, centrífugamente dinámico hasta
1965, el Estado franquista y democrático decidió reubicar esta población, de más de dos mil
familias atrapadas en lo que era ya el corazón urbano, en zonas periféricas del núcleo urbano,
ganando espacio a los montes de pinos que circundaban la localidad: una vez más los
pescadores del capitalismo eran arrojados a los márgenes de la sociedad, a los límites de la
Naturaleza y la Cultura, pero esta vez no en los discursos y teorías políticos o científicos, sino
en la praxis político-territorial. Muchos de los problemas de marginación social y cultural que
afectan actualmente a Barbate tienen, entre sus factores, estas prácticas de segregación de
gran raigambre histórica. A este proceso hay que sumar la política asistencial del Estado
promovida desde la década de los veinte y muy desarrollada durante el franquismo,
caracterizada por la conformación de un conjunto de organismos burocráticos y sistemas de
servicios (educativos y sanitarios) específicos para las poblaciones pescadores, entramados
paralelos a los del resto de la población. Este proceder administrativo se justificada desde el
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poder político en función de la especificidad sociolaboral de los colectivos pesqueros.
Todavía hoy, en sociedades locales eminentemente pesqueras, se sigue distinguiendo por
parte de la población a los de mar respecto de los de tierra, en función tengan acceso a uno u
otro tipo de servicios sanitarios y, en mucha menor medida, educativos, pues el Instituto
Social de la Marina, organismo creado en 1930, sigue siendo la entidad encargada de la
administración de prestaciones sociales, servicios sanitarios y algunos servicios educativos y
formativos a la gente de la mar en todo el ámbito estatal.
Por otra parte, nos encontramos con pautas de organización doméstica que favorecen la
concentración espacial de los pescadores en determinadas zonas del espacio urbanizado en el
que habitan. A este respecto entendemos que la organización socioeconómica de la unidad
doméstica, que en el modelo de flota más artesanal es también productiva, vinculada a
algunos de los aspectos más sobresalientes de las culturas productivas de los pescadores, se
convierte en un factor que promueve pautas de habitación conjunta entre familias de
pescadores artesanales. Así, las embarcaciones pesqueras de menor tamaño se caracterizan
por un solapamiento entre relaciones laborales y familiares, tanto consanguíneas como de
afinidad, de modo que los hermanos, hijos y yernos, pueden formar parte de la unidad
productiva que posee y trabaja el “cabeza de familia”. En el modelo más acabado de este
sistema, la unidad doméstica lo es también productiva y laboral, y para la reproducción
económica del grupo doméstico-económico, sobre todo cuando el pescador sólo tiene hijas, se
puede incorporar a la unidad el yerno, en el que puede recaer la responsabilidad económica de
la embarcación en un futuro. Todo ello propicia alianzas matrimoniales dentro de un mismo
grupo socio-laboral, lo que a su vez incide en formas de localidad en un mismo ámbito
espacial. En este sentido, hay otros rasgos de organización laboral que repercuten de un modo
similar en las formas de habitabilidad. Cuando las rentas de los trabajadores del mar se
caracterizaban por su exigüidad, y sobre todo por su irregularidad, las peores épocas podían
ser compensadas con formas de reciprocidad y ayuda económica mutua, que seguían las redes
previamente establecidas en torno a relaciones de parentesco o/y vecindad. Incluso, mientras
que los nuevos matrimonios no lograran acumular un peculio mayor, no eran infrecuentes
prácticas de cohabitación en las casas de los ascendientes de uno de los cónyuges. El
problema de la vivienda en los pueblos con pescadores en Andalucía era muy agudo en las
décadas centrales de siglo, con realidades de hacinamiento de más de un grupo familiar en un
espacio doméstico de reducidas dimensiones, hasta el punto que requirió de una política
asistencial específica por parte del Estado.
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De otro lado, el proceso de capitalización de muchas flotas andaluzas, a partir de las primeras
décadas de este siglo, propició que los varones salieran de sus hogares para viajes –período de
salida para la captura y venta del pescado- por intervalos prolongados de tiempo, de modo que
las mujeres permanecían en tierra desarrollando formas de cooperación y convivencia
siguiendo básicamente la línea diádica madre-hijas: comidas en común, formas de
cooperación en el cuidado de hijos, etc. Una vez más, las relaciones sociales no laborales
exigían formas de interacción muy condicionadas por las exigencias del trabajo, repercutiendo
en formas de habitabilidad agrupada en contextos espaciales definidos.
Hay otros elementos de trascendental importancia, como las formas de transmisión de
conocimientos específicos, siguiendo líneas de parentesco, o, en su defecto, en relaciones
sociales basadas en la confianza, uno de cuyos factores puede ser la vecindad. Los sistemas de
conocimiento del saber hacer de los pescadores siguen una forma restringida de
reproducción, porque la información sobre pesqueros, técnicas precisas, etc. es un capital
productivo de esencial importancia para el éxito económico de la unidad productiva. Por otra
parte, la vida en la mar, ligada a la actividad pesquera, requiere de una socialización
generalizada, menos específica, pero igualmente restringida, que favorece formas de
ocupamiento concentrado del espacio, que quedan reflejadas en los barrios de pescadores de
algunos pueblos y ciudades andaluzas. Saber del trajín de la mar, como ellos mismos dicen,
exige el control de códigos culturales específicos –desde expresiones lingüísticas hasta pautas
de sociabilidad-, lo que, por sí mismo y al margen de políticas de segregación del espacio
como las comentadas en el anterior apartado, explica la existencia de concentraciones de
familias de pescadores en un entorno más o menos definible. Asumir esto, sin embargo, no
implica concebir a los colectivos de pescadores como agregados sociales marginados y
desumbilicados respecto a las sociedades locales a las que pertenecen. La amplísima tradición
de articulación de las cofradías de pescadores en el aparato administrativo estatal y la fuerte
vinculación de los pescadores respecto a los circuitos comerciales, a pesar de que generan
formas de dependencia política y económica, son la expresión formal de cómo los pescadores
están plenamente insertos en las instituciones dominantes en las sociedades contemporáneas.
Incluso en grandes metrópolis como Málaga se pueden visitar hoy núcleos de habitación
ocupados casi exclusivamente por gente de la mar, o que han tenido que ver con la pesca,
como demuestra el caso de los chanqueteros que habitan en El Bulto. En este caso,
precisamente es la amenaza creciente de un contexto económico y social caracterizado por la
recesión de la actividad pesquera -al margen de que se trata, la captura de chanquetes, de una
práctica al margen del marco legal- la que propicia formas de solidaridad vecinal o/y familiar,
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que tiene en la ocupación concentrada de un espacio una estrategia social de defensa y
resistencia. Y ello es particularmente importante en un momento en que el entorno portuario y
la política urbanística pretende redefinir estos espacios y convertirlos a otros usos ligados al
ocio y a los servicios. Por fin, no podemos olvidar que hay sociedades locales andaluzas,
como Barbate o Isla Cristina, en la que los límites entre las familias de pescadores y el
conjunto de la sociedad local son muy difíciles de establecer, por no decir casi imposible.
En definitiva, formas de reclutamiento de trabajadores, sistema de aprendizaje no formal,
formas de transmisión de información privilegiada, pautas de auxilio y cooperación entre
pescadores o marineros o sus mujeres, exigencias prácticas como el desarrollo de algunas
tareas auxiliares en el ámbito doméstico (armado de artes, remienda...) son todos factores
socio-culturales que favorecen la adopción de un patrón de ocupación espacial caracterizado
por la concentración y segregación respecto de otros colectivos sociales. La cuestión hoy
radica en analizar de qué forma las profundas alteraciones que afectan a la actividad pesquera
en Andalucía transformarán estas formas seculares de organización sociocultural que generan
una particular fisonomía espacial en no pocas sociedades costeras andaluzas, y que,
desgraciadamente, se han convertido poco más que un atractivo para el mercado de imágenes
del turismo.
4.- ¿Y LAS MUJERES DE PESCADORES Y MARINEROS?
¿Dónde estaban las mujeres de aquellos campesinos y pescadores que eran convocados a las
nuevas flotas, más tecnificadas, que se extendían por el litoral andaluz? Ellos acudían a los
puertos con sus familias, y en éstas el papel de las mujeres había de resultar trascendental,
tanto en el mercado de trabajo pesquero con en el ámbito estrictamente doméstico (Cáceres
Feria, 1999). En aquélla proclama, sin embargo, no sólo se invisibilizaba a las mujeres de los
pescadores, sino que éstos eran adjetivados con cualidades relativas a lo curtido de sus rostros
o la rudeza de su carácter –de nuevo la importancia de las representaciones basadas en los
cuerpos- que reforzaban la representación “masculina” del mundo laboral pesquero. Para
explicar esta omisión de bulto, que expresa una peculiar “generización” de la idea común
sobre el trabajo pesquero, no basta con acudir a esa secular visión “sexista” que ha
caracterizado al análisis sociológico, casi exclusivamente “masculino”; hay que tener en
cuenta, además, que el mundo social de la pesca en Andalucía se peculiariza, en el contexto
estatal, por la tajante separación de la mujer del trabajo en la unidad productiva pesquera. La
mejor muestra de este rasgo está en que mientras que las hijas y hermanas de pescadores
pueden recibir la propiedad de embarcaciones y otros útiles de pesca en herencia, sin
embargo, los saberes específicos, los medios intelectuales de producción, circulan
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completamente al margen de las mujeres, dentro y fuera de los entornos familiares, porque
son patrimonio exclusivamente masculino. Ello significa su práctica exclusión del trabajo en
los barcos, bien como pescadoras, bien como remendaoras o en cualquier otra labor. Es decir,
salvo algunas excepciones, que habría que analizar más en profundidad con trabajos históricos
y de campo específicos, la mujer no participa en labores dentro de la unidad productiva
pesquera, como son la remienda de redes o las tareas ligadas a la comercialización de las
capturas1, según lo que ocurre en otros ámbitos socio-culturales y geográficos (cornisa
cantábrica, Islas Canarias o vertiente mediterránea).
Para entender en toda su magnitud el papel de la mujer en los colectivos de pescadores, la
unidad de análisis privilegiada no puede ser la unidad productiva –el barco y los locales de
almacenamiento de enseres, incluida la vivienda-, sino la unidad doméstica. En las familias de
pescadores de los puertos más industrializados del sector pesquero andaluz, como los focos
onubenses de Ayamonte o Isla Cristina, o Barbate-Tarifa en el ámbito del Estrecho de
Gibraltar, la aportación de los salarios “femeninos” procedentes de las fábricas de conservas
ha sido históricamente trascendental. Y ello por un doble motivo. Por una parte, porque
condicionaba manifiestamente la organización doméstica, ya que las niñas empezaban a
incorporarse a este mercado extraordinariamente “generizado” desde la pubertad, nutriendo,
desde formas muy crudas de destajo, las economías de sus familias de ascendencia. Su vida
laboral se interrumpía, prácticamente hasta los años setenta, con el matrimonio. Por tanto, la
organización doméstica, en sus pautas de reproducción económica, ellos trabajando en los
barcos y ellas en las fábricas, se acompasaba a las exigencias de reproducción del capital
industrial de las empresas conserveras y de propietarios de barcos, que hasta los años sesenta
quedaba concentrado en las mismas manos las más de las veces. Pero por otra parte, y
relacionado con ello, porque las hijas eran desde muy pronto reclamadas para su mercado de
trabajo específico, y aquí puede estar el qvid de la cuestión del apartamiento de las mujeres
del trabajo en las unidades productivas pesqueras2. En el mismo sentido, la participación de
mujeres en labores de comercialización era dificultada por la presencia de importantes
empresas comercializadoras en el ámbito andaluz desde principios de siglo, que
monopolizaban agentes y redes de abastecimiento. Eran los intermediarios de los que habla
Rodríguez Santamaría en su obra, muy criticados por las relaciones de dependencia impuestas
sobre los productores.
Por otro lado, la esposa es la que asume las labores de administración económica doméstica,
incluso antes del matrimonio. Es ella quien va acumulando una porción de las rentas salariales
del novio –la denominada media parte- hasta juntar un patrimonio suficiente para crear una
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nueva unidad de residencia. Esta función es continuada durante el matrimonio, de modo que
el patrón de comportamiento casi exclusivo es el de la mujer que recibe la parte del marinero
esposo, las de los hijos enrolados –y, en su caso, las de las hijas que trabajan. Como nos
comentaba con cierta sorna un marinero jubilado de Barbate, se había pasado su vida
entregando el dinero de su trabajo a las mujeres: hasta el matrimonio a su madre, y a partir de
entonces a su mujer, “olvidando” intencionadamente que la distribución de rentas en los
barcos de pesca incluyen formas de gratificación, que no cuentan como retribución salarial, y
de las que los marineros, si así lo desean, pueden hacer uso libremente, y así lo respetan sus
madres y esposas respectivamente (es la que se conoce en puertos atlánticos como harampa,
que se percibe como porción para el tabaco y el café del marinero, aunque hay trabajadores
que lo reúnen para la economía familiar también).
Al hablar del papel de la mujer en la organización doméstica, tenemos que hacer referencia a
aspectos económicos, pero también a otros socio-culturales. En lo económico, el tener que
controlar las rentas de una actividad caracterizada por la irregularidad, le otorga una
importancia especial. Ser una espilfarrona, según el lenguaje vernáculo, es una de las peores
cualidades que puede coronar a una mujer de pescador. Este rol exige, en momentos de crisis
de pesquerías más capitalizadas, adoptar decisiones. Así, en las situaciones de carencias, las
mujeres acudían a la casa de la dueña, la mujer del armador de la embarcación, a pedir
anticipos hasta el regreso del marido, que habían de ser descontados de la soldada de ese
período. Esta pauta muestra la capacidad de actuación, tanto de las mujeres de los marineros
como de los armadores, no sólo en el ámbito doméstico, sino también en el empresarial,
aunque aquí mucho más limitado. Como hemos comentado, durante las ausencias de los
marineros, es común que las esposas desarrollen fórmulas de cohabitación y auxilio siguiendo
las líneas consanguíneas, tanto entre hermanas como entre madre e hija. En sistemas sociales
menos jerárquicos, las esposas de pescadores habían de recurrir a préstamos alimentarios de
formas de ayuda mutua, acudiendo a familias menos ligadas a la mar, y que tenían
abastecimiento alimentario por otro cauce. Pero además, la ausencia del marido, que aunque
duerma diariamente en casa pasa gran parte del tiempo entre las faenas y sus espacios propios
de socialización, propicia un papel director femenino en la socialización y educación de hijos
e hijas, que se crían en la separación de la figura paterna en sus primeros años.
Tradicionalmente, los hijos varones se ligaban a la unidad productiva, familiar o no, desde
muy pronto, con apenas diez años, lo que alteraba las primeras formas de convivencia y
enculturación dentro del ámbito doméstico. Hoy en día, ni todos los hijos de familias de
pescadores ingresan en el mercado de trabajo pesquero, ni lo hacen a edades tan tempranas,
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pero cuando esto sucede, siendo muy jóvenes ya están embarcados, y desde más pequeños
están en derredor de los chismes del barco y en los espacios del trabajo pesquero (muelles,
salones, puerto, etc.). En definitiva, tanto por razones económicas como socio-culturales, es
de destacar el papel desempeñado y estatus disfrutado por las mujeres en los colectivos
pesqueros, al margen de que esta posición no tenga un expresión clara en ningún mercado de
trabajo, ni un refrendo en términos salariales. De ahí que durante las manifestaciones de
marineros y pescadores como resultado de las diversas crisis de caladeros que han afectado a
la pesca andaluza en las dos últimas décadas, las mujeres han tenido un papel de
protagonismo reivindicativo ciertamente revelador. Podemos ejemplificar esta dinámica
haciendo hincapié en otras “inversiones de roles” significativas. Aunque los marineros sean
afamados, en la ideología construida sobre este colectivo, por prácticas sexuales al margen del
matrimonio cuando están enrolados en flotas que faenan en caladeros alejados, nadie se
pregunta sobre el comportamiento sexual de las mujeres de pescadores, y quizá no sea posible
obtener respuestas si se hace directamente, pero en este caso nos podríamos encontrar con
llamativas alteraciones de papeles respecto a los modelos dominantes de género y relaciones
sexuales. Así ocurre en otros ámbitos de la vida doméstica: uno de los aspectos que más nos
llamaron la atención durante el trabajo de campo en Barbate era el especializado
conocimiento que los pescadores tenían de cocina y preparación de recetas –casi siempre
recreando una profunda cultura culinaria ligada al mar. La razón estriba en que durante los
años de embarque, los más han realizado labores de ayuda al cocinero de los barcos que
permanecían más tiempo en la mar. Ahora bien, en casa, la mujer no permitía que estos
conocimientos fueran aplicados para el desempeño de una función que le correspondía a ella,
según los patrones de la cultura de género dominante.
Concluimos este apartado con una nueva expresión cultural de esta generización de pautas de
comportamiento. Los pescadores tienen espacios propios de socialización, los bares -también
denominados tiendas en algunos puertos sudatlánticos-, en los que extienden su jornada de
trabajo: allí hablan del día de pesca, de los aconteceres puntuales más sobresalientes y de los
aspectos genéricos que afectan al colectivo; allí se intenta escudriñar información, realmente
restringida, sobre caladeros y capturas del resto de productores. Es un epílogo en el trabajo,
diario o semanal según las modalidades de pesca, pero también un preámbulo para los días
siguientes, porque las tabernas se convierten en un espacio trascendental de socialización en
las cosas de la mar, entre los vasos de vino a los que da derecho la harampa o lo que se
descuenta de la soldada que habría que entregar a la esposa. Estos espacios, y a ciertas horas,
no son frecuentados por mujeres en absoluto, lo que ha dado pie a que se interprete la
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organización social del espacio de las sociedades de pescadores en términos de fuerte
segmentación entre mar-puerto/tierra, hombre/mujer, barco/casa, (Oliver Narbona, 1995;
Pascual Fernández, 1991) pares de términos correlacionados. Como todas estas lecturas
dicotómicas de la realidad social, presuponen y reifican más que explican los
comportamientos, puesto que no hay una segmentación tajante en estos términos. Solamente
teniendo en cuenta la muy acusada generización del proceso de trabajo en los barcos y
actividades anexas, y que espacios como algunos bares (y horarios) son una prolongación más
del contexto laboral pesquero-masculino, podremos tender este tipo de procesos, que no
debemos leer en términos de dominación estructural de un grupo de género sobre otro, sino de
la articulación de elementos de las culturas de género y culturas del trabajo en el referente
andaluz, y como un nuevo referente de que el trabajo da sentido a determinadas prácticas
sociales.
5.- RITOS COLECTIVOS DE PESCADORES.
Entre aquéllos “campesinos y pescadores” de los años treinta que faenaron en las traíñas de
Barbate y la generación actual, descendiente de aquéllas familias, hay muchas diferencias
significativas, y una de ellas es, sin duda, la centralidad que en la sociedad local barbateña
tiene hoy la festividad del Carmen. Ello nos permite afirmar que formar parte de procesos
productivos ligados a la pesca en el litoral andaluz supondría, con el paso del tiempo, la
reordenación de elementos festivos, abandonando prácticas previas y asumiendo y
protagonizando nuevos contextos y referentes icónicos. Un análisis intensivo de los rituales
festivo-religiosos de los colectivos de pescadores en Andalucía desborda las posibilidades de
este trabajo, pero son algunos los elementos que podemos apuntar aquí.
Si bien hoy se da por supuesto que las fiestas marineras, en el litoral andaluz, tienen como
símbolo central el icono carmelitano, ello no puede aceptarse acríticamente como tradición
inveterada, pues su extensión está muy ligada a su denominación como patrona oficial de la
Marina al alborear el siglo (1901). En 1917, la recién fundada Sociedad de Obreros
Pescadores de Conil se intitulaba con la advocación de la patrona local, la Virgen de las
Virtudes, y esta festividad, celebrada a principios de Septiembre, era el proceso ritual al que
se incorporaban los pescadores de la localidad en la década de los veinte. En 1930, y aún dos
y tres décadas después, la fiesta por excelencia de Barbate era la Virgen de la Oliva, del ciclo
de Mayo, a la sazón patrona de Vejer, localidad de la que había dependido aquélla hasta 1938.
Ello nos demuestra que los pescadores, durante la primera mitad de siglo, se incorporaban a
las festividades locales más que desarrollaban procesos festivos propios, de identificación
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socio-laboral. Pero la conformación de un espacio festivo-religioso exclusivo y característico
se potenció extraordinariamente durante el franquismo, como forma de socialización y
educación política de los pescadores tras su integración en el cuerpo sindical del Estado a
través de la figura de la cofradía. Desde 1940, es en esta festividad cuando el Estado organiza
ceremonias de entrega de donativos a los pescadores, en el contexto de las cofradías, o aporta
fondos para un lograr un mayor empaque de las procesiones de la Virgen del Carmen, lo que
suponía un ejercicio de legitimación de las nuevas estructuras político-administrativas y el
“orden social” que corría a él parejo. Aparecen las hermandades religiosas para el culto de
imágenes carmelitanas y la procesión y honras religiosas, festivas y públicas, se convierten en
un contexto particular de los pescadores como colectivo social. Ello no quiere decir que la
devoción religiosa de la gente de la mar andaluza a la Virgen del Carmen haya sido generada
desde instituciones y procesos políticos y con objetivos de legitimación política. El
sentimiento religioso personal, en el que estaban socializados los marineros y pescadores,
tenía a esta imagen como advocación principal al menos desde principios de siglo, pero nos
parece indudable que la dimensión pública y festiva sí es un resultado de procesos con una
inequívoca dimensión política. Caracteriza a localidades pesqueras en Andalucía la fuerte
vinculación entre el colectivo y esta festividad, mientras que en otros referentes (vascos,
gallegos, canarios) las fiestas patronales locales, al margen de o complementariamente a la
festividad del Carmen, sigan siendo las que aglutinan una mayor participación de pescadores.
En el Cantábrico vasco, por ejemplo, la seriación de ritos festivo-religiosos de pescadores se
ajusta a la secuencia de temporadas de pesca o costeras, de modo que cada grupo de
pescadores de una pesquería celebra enfáticamente una festividad propia, en un particular
ejemplo de adecuación de calendario de trabajo y ceremonial (Homobono Martínez, J.I.
1997). El referente andaluz, sin embargo, es el de una mayor uniformidad en las
celebraciones, en torno a la festividad del Carmen, sólo enriquecida en localidades con
almadrabas, por las fiestas de San Juan, que marcan el fin de la temporada del atún tal y como
se explota en la actualidad. La presencia de fuerza de trabajo del Poniente onubense en los
pueblos con almadrabas, ya que aquel contexto se cuenta con una importante tradición de las
fiestas de Junio, puede explicar la extensión de la quema de juan y juana en localidades como
Barbate o Conil. En cualquier caso, la fiesta marinera por excelencia sigue siendo la
festividad del Carmen. Los barcos se limpian, pintan y engalanan con banderas y se embarcan
hombres y mujeres siguiendo antes líneas de organización familiar y redes amicales que la
estructura de la tripulación de cada unidad productiva.
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El aspecto más destacado del ritual es el embarque de la imagen para el desarrollo de una
procesión marítima, en una nueva manifestación de un rasgo secular de la religiosidad popular
andaluza, a saber, la personalización de las relaciones hombre-divinidad (Moreno Navarro, I.
1993). Un caso extremo de esta manifestación lo tenemos en Barbate, cuando, en el momento
del embarque, la Virgen del Carmen es oficialmente enrolada, como si se tratara de un
miembro más de la tripulación y así consta en el cuaderno de inscripciones del barco. Con
posterioridad, la procesión establece un recorrido por las aguas cercanas, hasta culminar en
una ofrenda floral, como sucede en la mayor parte de los puertos andaluces. Este proceso se
caracteriza por su espectacularidad cromática, tanto bajo el pleno sol de mediodía, como en el
crepúsculo que anuncia la noche –donde las luces se incorporan a la textura de colores y
contrastes-, según nos situemos en una u otra localidad. El recorrido de la embarcación de la
Virgen, que es custodiada por una escuadra de barcos engalanados, a la que cada vez más se
suman yates y otras embarcaciones de procedencia exterior a la sociedad local, puede ser
significativo, en el sentido que marca límites territoriales (Bernabé Salgueiro, A. 1999). En
Conil, por ejemplo, el convoy, en una armónica formación, recorre las dos millas que separan
el puerto-refugio de la localidad, en un ejercicio de apropiación simbólica que excede el
espacio portuario y se extiende al casco urbano y su litoral, que se puede identificar con el
conjunto de la sociedad local.
En este sentido, hemos de señalar la sustantiva diferencia que se produce entre localidades en
las que el sector pesquero es uno más en el conjunto de ámbitos socioeconómicos y culturales
de la sociedad local respectiva, y aquéllos en que el sector pesquero se confunde con el
conjunto de la sociedad local, tanto en la estructura socioeconómica como en los discursos
públicos, como ocurre en Barbate. En este caso, la fiesta de los pescadores es la fiesta local, y
el proceso ritual adquiere significaciones político-culturales realmente profundas: en un
contexto de recesión de la actividad pesquera y de crisis, muy particularizada en esta
localidad, el proceso festivo se convierte en un ritual de identificación colectiva, mucho más
allá de posibles instrumentalizaciones que se hagan desde el poder local con vistas al mercado
turístico. Por tanto, los ritos incorporan nuevas dimensiones en los nuevos contextos,
demostrando una extraordinario vitalidad: aquéllos iniciales rituales de integración social de
colectivos muy segmentados en la estructura socio-económica y de expresión de culturas
productivas específicas incorporan nuevas dimensiones como la reivindicación de
tradicionales laborales y culturales en una coyuntura de incertidumbre y recesión de la
actividad pesquera. Además, la participación, al menos como espectadores, se abre a los
visitantes estivales, lo que colma las aspiraciones de poderes locales que intentan utilizar
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elementos de la cultura local para atraer a los turistas. Entre la percepción exterior de éstos y
los sentimientos de los pescadores que se afanan en la limpieza, pintura y colocación del
código (banderas de señalización) de su embarcación, o los de la mujer que acude a la misa o
a la ofrenda floral a la imagen el 16 de Julio, que se sienten absolutamente protagonistas en la
fiesta, media un abismo de sentido socialmente construido. Una vez más, los rituales aparecen
como contextos sociales definibles, antes que nada, por su capacidad para incorporar
significados distantes, en función de la perspectivas y posiciones de los participantes. Lo que
parece innegable es que, bien se entienda reductivamente como producto para el mercado
turístico, bien como proceso de identificación colectiva de un colectivo sociolaboral, la fiesta
del Carmen radica en elementos culturales basados en el mundo social de la pesca andaluza.
Por debajo subsiste un sentimiento religioso que cada pescador y mujer viven en silencio, bien
en sus visitas particulares a la imagen, bien en los momentos de peligro en la mar –y para ello
los puentes de los barco se revisten de fotografías de la imagen-, o de apreturas en la vida
económica, o bien como pauta cotidiana de unos y otras, y ese sentimiento vuelve a
canalizarse a través de un referente icónico religioso, como es habitual en Andalucía. Pero la
explosión festiva de Julio es una manifestación social que significa al colectivo de pescadores,
como un todo imaginario sin fisuras, en el contexto local, cuando no alcanza al conjunto de la
sociedad local, amenazada en su estructura en un contexto de recesión de la actividad
pesquera.
1 Sin embargo, a partir de una inicial incursión entre los chanqueteros de Málaga, sabemos que las mujeres han
participado en labores de remienda y comercialización, lo que las vincula a las pautas de organización del trabajo
del Mediterráneo. Habría que hacer una investigación intensiva al respecto para elucidar el grado de extensión de
estas prácticas en el litoral mediterráneo andaluz, y aquí sólo podemos esbozar una teoría muy general al
respecto. Los pescadores fluviales del Guadalquivir siguen este modelo de organización laboral pesquera, con al
aporte de trabajo de mujeres (Agudo Torrico, 1991). Por otra parte, en todo el litoral andaluz tenemos
atestiguada la participación de las mujeres en las labores de recogida del arte de la jábega, a las que acudía
cualquier persona, incluidas mujeres y niños, a cambio de una parte de las capturas, o su equivalente en salario. 2 Eso no logra explicar por qué en Galicia, y en menor medida en Canarias, las mujeres, que también han
trabajado y trabajan masivamente en fábricas de conservas, sí participaban en labores de remiendas y
comercialización. En cualquier caso, parece que las culturas de género son diferentes en Galicia, Canarias y
Andalucía, y que la imbricación de éstas con las culturas étnicas y productivas dan lugar a diferentes resultados
a pesar de que estemos hablando de procesos productivos idénticos.