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37 I dZ Agosto | Claudia Cinatti Miembro del staff de la revista Estrategia Internacional. Escrito bajo el impacto de los primeros embates de la ofensiva reaganiano-thatcherista, ¿Una política sin clases? El postmarxismo y su legado, de Ellen Meiksins Wood, aborda la discusión con los intelectuales que, producto de las derrotas de los años 70, inician una cruzada contra el marxismo. Su reedición habla de la vigencia de estos debates. Debates revisitados con el postmarxismo contra el marxismo, profundizada tras el colap- so de los regímenes comunistas. Hace tiempo que la corriente “posmarxista” con la que dis- cute la autora ha dejado de existir. Sus princi- pales exponentes han roto toda referencia –si es que alguna vez la tuvieron– con el marxismo y toda pretensión de sostener una “estrategia so- cialista” aunque más no sea por la vía utópica de la extensión de la democracia burguesa co- mo mecanismo de transformación gradual del Estado capitalista. Es el caso de Ernesto La- clau, que con su teoría de la “razón populista” devino el filósofo de cabecera de los Kirchner. Sin embargo, sus postulados se transformaron en un sentido común conservador, típico de la reacción ideológico-política de las décadas de la restauración neoliberal. Aunque las condicio- nes actuales son muy distintas, empezando por la crisis capitalista que ha puesto en cuestión el triunfalismo burgués, y siguiendo por el retorno de la lucha de clases, la influencia posmarxis- ta aún se siente en sectores de la izquierda que han reemplazado la estrategia del poder obrero» A pesar de haber transcurrido casi treinta años desde la primera edición en inglés de ¿Una po- lítica sin clases? El postmarxismo y su lega- do 1 , las principales polémicas que desarrolla Ellen Meiksins Wood con una variedad de in- telectuales de pasado izquierdista (E. Laclau, N. Poulantzas, G. Stedman Jones, entre otros), conservan una asombrosa actualidad. La cen- tralidad de la lucha de clases en los procesos históricos, el rol hegemónico de la clase obre- ra en la revolución social, o el debate en tor- no a la supuesta autonomía y neutralidad del Estado en las sociedades capitalistas y su des- tino en las sociedades de transición (posrevolu- cionarias), siguen siendo las claves estratégicas de todo proyecto revolucionario que aspire a la construcción del socialismo. Este libro, escrito bajo el doble impacto de la huelga minera británica de 1984-85 y de los pri- meros embates de la ofensiva reaganiano-that- cherista, aborda tempranamente la discusión con los intelectuales que, producto de las derro- tas de los años ‘70, habían iniciado su cruzada

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Page 1: Debates revisitados con el postmarxismolaizquierdadiario.com/ideasdeizquierda/wp-content/... · 2013-09-04 · de reforma institucional y de radicalización de la democracia. La hegemonía

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Claudia Cinatti Miembro del staff de la revista Estrategia Internacional.

Escrito bajo el impacto de los primeros embates de la ofensiva reaganiano-thatcherista, ¿Una política sin clases? El postmarxismo y su legado, de Ellen Meiksins Wood, aborda la discusión con los intelectuales que, producto de las derrotas de los años 70, inician una cruzada contra el marxismo. Su reedición habla de la vigencia de estos debates.

Debates revisitados con el postmarxismo

contra el marxismo, profundizada tras el colap-so de los regímenes comunistas. Hace tiempo que la corriente “posmarxista” con la que dis-cute la autora ha dejado de existir. Sus princi-pales exponentes han roto toda referencia –si es que alguna vez la tuvieron– con el marxismo y toda pretensión de sostener una “estrategia so-cialista” aunque más no sea por la vía utópica de la extensión de la democracia burguesa co-mo mecanismo de transformación gradual del Estado capitalista. Es el caso de Ernesto La-clau, que con su teoría de la “razón populista” devino el filósofo de cabecera de los Kirchner. Sin embargo, sus postulados se transformaron en un sentido común conservador, típico de la reacción ideológico-política de las décadas de la restauración neoliberal. Aunque las condicio-nes actuales son muy distintas, empezando por la crisis capitalista que ha puesto en cuestión el triunfalismo burgués, y siguiendo por el retorno de la lucha de clases, la influencia posmarxis-ta aún se siente en sectores de la izquierda que han reemplazado la estrategia del poder obrero»

A pesar de haber transcurrido casi treinta años desde la primera edición en inglés de ¿Una po-lítica sin clases? El postmarxismo y su lega-do1, las principales polémicas que desarrolla Ellen Meiksins Wood con una variedad de in-telectuales de pasado izquierdista (E. Laclau, N. Poulantzas, G. Stedman Jones, entre otros), conservan una asombrosa actualidad. La cen-tralidad de la lucha de clases en los procesos históricos, el rol hegemónico de la clase obre-ra en la revolución social, o el debate en tor-no a la supuesta autonomía y neutralidad del Estado en las sociedades capitalistas y su des-tino en las sociedades de transición (posrevolu-cionarias), siguen siendo las claves estratégicas de todo proyecto revolucionario que aspire a la construcción del socialismo.

Este libro, escrito bajo el doble impacto de la huelga minera británica de 1984-85 y de los pri-meros embates de la ofensiva reaganiano-that-cherista, aborda tempranamente la discusión con los intelectuales que, producto de las derro-tas de los años ‘70, habían iniciado su cruzada

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por la de “radicalizar la democracia”, reactuali-zada a la luz del surgimiento de variantes neo reformistas como Syriza en Grecia o el Front de Gauche de J.L. Mélenchon en Francia. Esto ha-ce que su lectura crítica siga aportando elemen-tos teóricos de interés para los debates actuales en el marxismo revolucionario.

El nuevo “Socialismo Verdadero” La principal tesis de Meiksins Wood es que la

corriente postmarxista es el equivalente en el si-glo XX al “socialismo verdadero” (o socialis-mo alemán) que critican Marx y Engels en el Manifiesto Comunista: esto es, una variante reaccionaria que había transformado la litera-tura socialista francesa en una abstracción, una “fantasía filosófica” al servicio del poder con-servador en la que los intereses del proletariado eran sustituidos por los intereses de la humani-dad en general.

Efectivamente, este Nuevo Socialismo Verdade-ro se caracterizó por reafirmar la autonomía abso-luta de la ideología y la política de toda condición material y, en particular, de toda relación de» cla-se, postulando la construcción discursiva de lo social. Estas ideas no son originales sino que tie-nen sus antecedentes en los “aparatos ideológicos del Estado”y la “interpelación ideológica” de L. Althusser, y en la teoría de las clases y el Estado de su discípulo, Nicos Poulantzas. La autora seña-la como contexto histórico de este giro el pasaje de la influencia maoísta post 1968 al surgimiento del eurocomunismo, que supuso la adopción por parte de los partidos comunistas de una estrate-gia explícitamente reformista, cuyo propósito era “penetrar” el Estado burgués mediante elecciones y “transformarlo desde adentro”.

Podemos agregar que, siguiendo la tradición de Bernstein y de la socialdemocracia, para el “nue-vo socialismo”, la democracia es indeterminada, no tiene un carácter de clase, por lo que no es necesario destruir el Estado burgués, sino que la

transición al socialismo se limita a un proceso de reforma institucional y de radicalización de la democracia.

La hegemonía burguesa y la separación de lo político y lo económico

Meiksins Wood demuestra cómo el postmar-xismo, al postular la autonomía absoluta de la esfera política con respecto a la económica, es tributario de la tradición liberal y del plato-nismo. Efectivamente, esta separación es uno de los fundamentos de la teoría política de H. Arendt, quien siguiendo a Platón, plantea que so-lo pueden dedicarse a la política quienes están liberados del trabajo material, y que cualquier re-volución que se vea contaminada por la “cues-tión social” está condenada a la degeneración.

Esta concepción lleva a la paradoja de que cuanto menos explotado se es, más se entiende el socialismo, lo que deriva inevitablemente en una concepción elitista, reservada a los intelectuales.

Correctamente, Meiksins Wood sostiene que la separación entre lo político y lo económico es lo que permite a la burguesía ejercer su hege-monía. A partir de aquí estructura su polémica con quienes sostienen que hay una contradic-ción entre el capitalismo, basado en la propie-dad privada, y la democracia liberal, basada en la igualdad formal, más allá de la propie-dad. Siguiendo a Marx, lejos de existir una con-tradicción, la libertad e igualdad jurídica son condiciones y partes fundamentales de las rela-ciones capitalistas.

Una vez más el Estado y la revoluciónSi bien Meiksins Wood no suscribe la idea de

que existe una continuidad entre liberalismo y socialismo, reconoce una lección que habría de-jado el liberalismo, a saber, que incluso en una sociedad sin clases persiste el problema del Es-tado como forma del poder público y aparato de administración y que, por lo tanto, el socialismo

requiere algún tipo de representación, es decir, de autoridad y de subordinación de unos a otros, aunque no se trate del dominio de clase.

Meiksins Wood cita la discusión que hace Marx en la Crítica del Programa de Gotha contra la concepción de Estado Libre y su famosa pregun-ta de quién ejercerá en la sociedad de transición las funciones sociales análogas a las que asume el Estado. Indudablemente, el rol del Estado en cuanto a las “funciones sociales” luego de la to-ma del poder siguió siendo no solo una discusión teórica, sino un problema práctico. Basta con re-pasar textos clásicos de Lenin –como “La ca-tástrofe que nos amenaza y cómo combatirla” o “¿Se sostendrán los bolcheviques en el poder?”– para ver la importancia estratégica que tenía es-ta reflexión para los marxistas, reafirmada por Trotsky tras la burocratización de la Unión So-viética y la consolidación del estalinismo.

La debilidad mayor del texto de Meiksins Wood quizás esté en que, llegado a este punto, la justi-ficación de la necesidad del Estado surge de un análisis literario y abstracto de los textos de Marx y Engels, sin ninguna referencia a la experiencia histórica de las revoluciones proletarias concre-tas, incluida su degeneración estalinista, ni a la relación entre el Estado obrero de la fase de tran-sición y el objetivo último del comunismo.

Para Marx, el Estado que necesariamente sur-giría tras el derrocamiento de la burguesía como expresión del proletariado como clase dominan-te y de su voluntad de reorganizar la sociedad sobre nuevas bases, era un Estado transitorio que contenía en sí mismo el germen de su propia extinción. Este es el fundamento de la definición que da Lenin en El Estado y la revolución, de un “semiestado proletario”, partiendo de que el de-sarrollo de la técnica, el avance cultural de las masas y la reducción progresiva de la jornada la-boral simplificaban las tareas de administración y las ponían al alcance de la mayoría de los tra-bajadores. Las medidas de la Comuna de París: la destrucción del ejército y la policía y su sus-titución por el pueblo armado, la liquidación de los privilegios materiales estableciendo que los funcionarios cobraran el salario de un obrero medio, los criterios de elegibilidad y revocabili-dad de los mandatos, apuntaban a la liquidación de la maquinaria estatal. Los soviets de la revo-lución rusa fueron una expresión más acabada del nuevo poder constituyente en el que se ba-saría el (semi) estado proletario, que al fusionar la “democracia económica” con la “democracia política” y asumirse como instrumento de la re-volución proletaria internacional, sentaban las bases de su propia extinción. El estalinismo al consolidar una burocracia totalitaria, cuyos pri-vilegios emanaban del control estatal, y adoptar la política del “socialismo en un solo país”, fue la negación de esta dinámica. Se trata, justamente, de retomar la tradición del marxismo revolucio-nario que liga los pasos actuales al objetivo de la conquista del comunismo, como una nueva or-ganización social de productores libres sin ex-plotación, sin clases, sin dinero y sin Estado.

1 Ediciones RyR, Buenos Aires, 2013.