deca. módulo 3. mensaje cristiano. trabajo tema 1
TRANSCRIPT
Responda brevemente a las siguientes cuestiones y envíelo al tutor para su corrección.
¿La figura de Jesús de Nazaret pertenece al ámbito de los cristianos o por el contrario forma parte del patrimonio cultural y religioso universal?
La persona de Jesús de Nazaret, al día de hoy, se ha convertido en un objeto cultural, por lo que
tenemos que reconocer que no es patrimonio exclusivo de los cristianos. Los esfuerzos, en las
últimas décadas, por buscar al Jesús histórico, van aportando sus frutos y hacen que cada día
se valore más su origen y biografía.
La quiebra de la unidad política y religiosa originada en el siglo XVI por el impulso reformador de
Lutero y sus seguidores, se encontró fundada en el principio de la libertad de pensamiento (y,
lógicamente, de palabra). Frente a una Iglesia institucional, que pretendía ser la poseedora de la
verdad, y cuyas verdades todos los creyentes debían aceptar, los reformadores reivindicaron
que es el sujeto individual, desde su propia experiencia, el que debía descubrir el sentido de su
fe y la verdad de Jesucristo.
Por ello, en el ámbito protestante se originó un debate en torno a Jesús del que resultaron
diferentes comprensiones de su figura, en función de los contextos y de los intereses con que se
analizará.
La libertad de pensamiento de los protestantes se manifestó, con toda su eficacia, en el
desarrollo de la teología liberal, principalmente en el siglo XIX. La quiebra de la unidad religiosa,
junto con la libre interpretación de la Biblia, conllevó para muchos intelectuales la apuesta
decidida por la primacía del sujeto y las potencialidades de la razón, frente al monopolio cultural
eclesial
. La modernidad buscaba la emancipación, el progreso y la iluminación de los hombres por
medio de una razón, de tipo científico-técnica. Una de sus convicciones más profundas fue
presentarse como auténticamente universal, como el espacio en el que todos los seres humanos
pueden encontrarse, sentir iguales y tratarse como hermanos. La máxima “atrévete a pensar” de
forma personal, se convirtió en uno de los grandes referentes para el hombre a partir de la
modernidad. Frente al dogmatismo eclesial, la libertad de una razón autónoma. Frente a una
interpretación religiosa de Jesús, la verificación racional de su persona. Como se comprueba la
razón moderna se autoproclama como el juez incuestionable para todas las realidades humanas,
incluidas las religiosas.
. Rota la unidad religiosa e impulsada la libertad de pensamiento, gracias a un modelo de razón
autónomo, fueron muchas las personas que pretendieron recuperar la “auténtica” figura de Jesús
contra la Iglesia. Considerando que la Teología no puede acceder al Jesús auténtico, al estar
supeditada a una institución con intereses y formulada en dogmas abstractos y estériles para la
vida cotidiana. El conocido grito, “Jesús SÍ, Iglesia NO”, sintetizaba el anhelo por parte de
muchas personas de mantener un debate en torno a Jesús al margen de la Iglesia y sus normas.
En suma, la modernidad puede ser calificada como el fin del monopolio eclesial, la persona de
Jesús, como cualquier otro personaje histórico, quedó convertida en un objeto entre otros, que
puede presentarse desde distintos puntos de vista e intereses, o en función de la sensibilidad
socio-cultural del momento. En el ámbito de la Filosofía se van a ir desarrollando diversas
interpretaciones de Jesús que se van a mover en función de criterios racionales, pero no
eclesiales. Es verdad que en general procuran no romper con la creencia generalizada, pero
presentan un Jesús más cercano a los ideales de la razón que a los contenidos doctrinales de la
tradición cristiana.
. El debate en torno a Jesús se manifiesta igualmente en las posturas que las diferentes
religiones tienen sobre Jesús, en función de los propios contenidos doctrinales y de las
relaciones históricas mantenidas con el cristianismo. Jesús no es patrimonio exclusivo de la
religión cristiana, también para otras religiones es un personaje relevante:
Judaísmo: Siguen esperando al mesías y no aceptan la divinidad de Jesús; la persecución
histórica del cristianismo a los judíos, que tantos odios ha ocasionado. En las últimas décadas se
ha ido abriendo camino la pretensión de redescubrir y valorar el componente judío de Jesús.
Islamismo: Mahoma en el Corán ofrece una imagen positiva de Jesús como profeta colmado de
bendiciones y concebido virginalmente; incluso, para muchos, se presenta como un modelo
verdadero musulmán. Aunque rechaza el rango divino de Jesús, ya que la transcendencia de Alá
no puede quedar cuestionada de ningún modo y resultaría indigno de dios decir que tiene un
hijo, porque su majestad quedaría dañada. Últimamente el Islam mantiene un actitud de clausura
con el cristianismo por considerarlo vinculado al mundo occidental.
Hinduismo: A partir del s XVIII se ha ido prestando atención a la figura de Jesús como gran
preceptor moral. Las bienaventuranzas que polarizan en dos ideas: verdad y no violencia. Para
los hinduistas la esencia de Jesús es la de un hombre singular, que ocupa un lugar destacado
entre los profetas de la humanidad, cuya ética es camino hacia la paz y la felicidad.
Budismo: Para muchos existe un paralelismo entre Buda y Jesús. Buda predicó un mensaje de
liberación; Jesús predicó la Bueba Noticia del Reino de Dios, buda lo hizo con la autoridad que le
confería una experiencia religiosa extraordinaria (el nirvana); la autoridad de Jesús brotaba de su
experiencia filial con Dios. No son pocos los que buscan el rostro asiático/budista (por la vía de
la paz, la contemplación…) de Jesús.
Hoy más que nunca se multiplican y se entrecruzan historias y relatos divergentes de Jesús. El
debate de Jesús está más vivo que nunca, fuera de la Iglesia, entre los pensadores y los
creyentes de otras religiones, y dentro de la Iglesia, porque las exégesis y las teologías se han
ido multiplicando.
Cada creyente deberá realizar su propio proceso de reflexión para legitimar su fe en Cristo y las
actitudes fundamentales de su vida cristiana.
Características de la religión en tiempo de Jesús.
El escenario historio de Jesús, situarle en el drama de su pueblo, es clave para comprender las
opciones, las palabras, la acción salvífica y la novedad de Jesús que siendo judío, es el Hombre
universal. Los evangelios son ante todo testimonios de fe, donde la Resurrección del Crucificado
ilumina toda su existencia terrena. Pero la fe que en ellos queda testimoniada no se sostiene en
el vacío, sino en una historia realmente acaecida. No hay ningún foso, sino una verdadera
correspondencia entre el Jesús de la historia y el Cristo de la fe. Aceptando que el método
histórico crítico no es el definitivo y que la historia debe ser iluminada por la fe, lo cierto es que el
conocimiento de la vida concreta de Jesús de Nazaret permitirá una mejor comprensión de su
misión salvífica.
La vida de Jesús se desenvuelve de modo prácticamente total en Galilea: nació en Belén, vivió
en Nazaret, ejerció como artesano, y a partir de los treinta años inició su actividad pública en
torno al lago de Tiberíades, con Cafarnaúm como punto de referencia. Una doble coordenada
resulta imprescindible para comprender su vida y su ministerio concreto:
Nacido en el pueblo elegido por Dios:
Había nacido en un ambiente humilde, pero profundamente religioso. La religión lo impregnaba
todo, y se sentían orgullosos de ser el Pueblo Elegido por Dios, como lo mostraba sus libros
sagrados. Jesús educado, como el resto de los niños de su pueblo, en la sinagoga, pertenecía a
este judaísmo veterotestamentario. Jesús, como su familia, amigos y futuros discípulos, pensó,
rezó y actuó dentro del marco de la religiosidad y de la fe de los judíos. Esta fe judía estaba
centrada en un Dios único, tan trascendente, que ni siquiera se le podían hacer imágenes. La
acogida de la Ley o Torá era expresión de la voluntad de Dios a favor del pueblo, de su
bienestar y felicidad. La identidad de Israel como pueblo elegido brotaba precisamente de su
referencia al Dios único y a la Torá. Por otro lado, la Alianza de Dios con el pueblo era la
categoría central del judaísmo y lo mostraban con el rito de la circuncisión, en cuanto signo
distintivo de haber sido elegidos por Dios. La Torá mostraba la historia de alianzas de Dios con
el hombre, la fidelidad de Dios junto con la infidelidad del hombre. Esta conciencia de ser pueblo
elegido y distinto tenía un alcance no sólo religioso sino también étnico. La referencia a la tierra,
a la familia, al pueblo era fundamental para el judío; y de ahí su desconfianza del extranjero.
En el Templo se centraba la vida nacional y religiosa para los judíos. Jerusalén y su Templo era
el eje político y económico, ya que era el lugar elegido por Dios para establecer su morada y
garantizar su presencia. Era el punto central del encuentro de Dios con su pueblo y por ello era
el lugar por excelencia del culto. De ahí la importancia de los sacerdotes y, especialmente, del
sumo sacerdote que aparecía como el representante del pueblo.
Un pueblo castigado por Dios por sus infidelidades:
A pesar de ser el Pueblo Elegido por Dios, en tiempos de Jesús los judíos se encontraban
sometidos al dominio romano. Esa situación política marcaba la sensibilidad de sus
contemporáneos, que se veían sujetos a un poder extranjero y pagano. El pago de impuestos a
los romanos, la aceptación de sus normas, su presencia, era un insulto para el pueblo judío;
pero al mismo tiempo incubaba la sospecha de que Dios les había abandonado, como
consecuencia de sus muchos pecados. Para muchos judíos este castigo de Dios, justificado por
el pecado del pueblo, sería superado en el caso de que hubiera un arrepentimiento sincero;
como la conversión acababa siendo frágil, se repetía el pecado y por tanto el castigo. Este
castigo teológico se veía acompañado por una quiebra económica del pueblo: se multiplicaban la
pobreza y la mendicidad, como se comprueba en los textos evangélicos. En suma, políticamente
invadidos; económicamente sumidos en la pobreza; y religiosamente infieles como mostraba el
hecho de haber sido abandonados por Dios hasta el punto de haber perdido la tierra prometida.
Una situación caótica que propiciaba la emergencia de grupos violentos, como los zelotas,
puesto que las armas parecían convertirse en el único medio para defender el honor de Dios y
del pueblo judío.
Ante este escenario tan difícil para el pueblo judío se comprende la emergencia de corrientes y
grupos en el seno de judaísmo. Todos ellos desde su óptica (incluso desde sus intereses)
pretendían dictar cómo ser buen judío y de esta manera restablecer los tiempos gloriosos del
Rey David. Destacamos las corrientes más conocidas:
• Sacerdotes: Adquieren gran relieve por su protagonismo en las actividades del Templo, actúan
como intérpretes autorizados de la Ley y controlan los ingresos del Templo de Jerusalén.
• Escribas: Mayoritariamente laicos, van asumiendo un mayor papel en la interpretación de la
Ley, especialmente por la negligencia de los sacerdotes. Se configura así una clase social de
gran influencia en la población y en la evolución del pensamiento religioso.
• Saduceos: Toman el nombre del sumo sacerdote en tiempos del rey Salomón, Sadoc, del que
las grandes familias sacerdotales pretendían descender y de este modo justificar, que de entre
sus filas se escogiera al sumo sacerdote. Se trata de un grupo compuesto por aristócratas que
detectaban el poder civil en el Gran Consejo y sacerdotal en el Templo. Representaba el poder
económico y religioso, eran muy conservadores, y se adaptaron al dominio romano. Con los
invasores llegaron a un pacto tácito, procurando mantener el orden, ocupando los puestos
dirigentes, a cambio de que los romanos les dejasen tranquilos. Este grupo había renunciado a
todo ideal, solo pretendían mantener su situación de privilegio, por lo que podían gozar de cierto
margen de libertad a la hora de ejercer el poder político y religioso.
Pretendiendo ser fieles al contenido original del Antiguo Testamento, rechazaban la doctrina
farisea de la resurrección de los muertos y los premios en la vida futura. Su horizonte, limitado a
la vida terrena, los llevaba a sacar el mayor partido posible de ella. Su postura religiosa no era
más que la justificación de su situación de poder.
• Fariseos o separados: Constituían una facción formada en su gran mayoría por seglares
devotos que, bajo la dirección de los letrados, se proponían llevar las prácticas religiosas hasta
los últimos detalles de la vida. Consideraban la Ley o Torá como una instrucción divina que
enseña al hombre cómo tiene que vivir; en este supuesto, no quedaba al fiel más que estudiar la
Ley y ponerla en práctica. Para el fariseo, entregado a esta observancia meticulosa de la Ley,
todo mandamiento es igualmente importante, puesto que lo decisivo es obedecer a Dios, sea en
lo que sea. Esta obsesión con ser fiel al detalle eclipsa la relación personal con Dios. La relación
hombre-Dios se convierte en la de hombre-Ley. Esta obsesión farisea por alcanzar la perfección
presupone un fuerte sentido de la responsabilidad individual, no sólo la colectiva. Dios se
asemeja a un banquero que apunta en su libro de cuentas las acciones buenas y malas de los
hombres, hasta llegar a un balance final. Frente a los saduceos, los fariseos creen en la
inmortalidad y en que habrá un juicio en la vida, donde se premiará a los buenos y se castigará a
los malos. Sus dos preocupaciones principales consistían: primero, en pagar el diez por ciento
(el diezmo) de los frutos del trabajo; segundo, en mantenerse puros, evitando contacto de cosas
muertas o personas con ciertas enfermedades (como la lepra) y no tratando con gente de mala
conducta. Frente a los materialistas saduceos, los fariseos eran espiritualistas, aunque no
comprometidos ni con el hombre ni con su situación histórica. Pero curiosamente gozaban de un
gran prestigio popular y ejercieron una gran influencia en el pueblo. Habían hecho creer a la
gente que para estar a bien con Dios había que hacer como ellos (la observación rigurosa de la
Ley).
• Zelotes: Eran un grupo de nacionalistas fanáticos, que constituían grupos clandestinos de
resistencia frente a los romanos. Se alimentaban de una lectura teológica de la historia que los
conducía hasta la violencia: si los adversarios de Yahvé habían conquistado la tierra prometida,
el honor de Dios exige cualquier medio para que fueran expulsados.
• Esenios: Habían roto con el sistema político y religioso vigente, llevando al extremo la
tendencia farisea. Vivían en comunidades, aun dentro de las ciudades, buscando una radicalidad
en la vida religiosa. Procurando evitar todo contacto con el resto de grupos religiosos por
considerarlos infieles. Por la reticencia ante el culto del Templo, que consideraban contaminado,
celebraban sus propios ritos de un modo especialmente exigente.
• Herodianos: Bajo este nombre se designaba a aquellos que se sentían vinculados a la política
de Herodes. Servían al poder romano para garantizar la estabilidad del país y de este modo
conseguir beneficios personales.
Sobre este complejo trasfondo histórico la irrupción de Jesús resonará como un Evangelio, como
una Buena Noticia, como la llegada de un nuevo pacto entre Dios y el hombre. De ahí, la gran
expectación que levantó Jesús con su anuncio del Reino de Dios.
¿Cuál es la novedad de Jesús respecto a Juan Bautista? ¿En qué consiste el Reino de Dios?
La compleja situación que se vivía en tiempos de Jesús y las diferentes corrientes o grupos, con
sus particulares respuestas religiosas, hicieron especialmente significativo el movimiento
suscitado por Juan el Bautista, primo de Jesús, que aparece en los cuatro evangelios como
preparador de la tarea de Jesús.
Juan aparece como un hombre nada convencional, que, situado en el desierto, es decir fuera de
la sociedad y de las instituciones judías, exhorta a las gentes a cambiar de vida. La llamada de
Juan invita a la gente a romper con esa forma de sociedad, para preparar el camino al Mesías
esperado (y, por ende, una nueva alianza con Yahvé). Fundamenta su exhortación afirmando
que el reinado de Dios, la esperanza del pueblo judío, estaba a las puertas. Y siguiendo la línea
de los profetas del Antiguo Testamento, proclama la necesidad de un cambio radical de vida
para obtener de Dios el perdón de los pecados. Tras décadas de silencio de Dios, producto de la
infidelidad del hombre, que se simboliza en la invasión romana, Juan se presenta como el
profeta que habla en nombre de Dios y prescindiendo del Templo y de las instituciones
religiosas.
Para expresar el cambio radical de vida escoge Juan un símbolo propio de la cultura judía de su
tiempo, el bautismo, en este caso en el río Jordán. En aquella cultura, sumergirse en el agua era
símbolo de muerte, equivalía a morir ahogado. Por eso se utilizaba la inmersión para indicar el
cambio total de estado o de vida, por ejemplo, cuando se pasaba de la esclavitud a la libertad o
se abrazaba la religión judía dejando el paganismo. Al aceptar públicamente el bautismo de
Juan, la gente reconocía su complicidad con la injusticia que reinaba en la sociedad y se
comprometía a dejar de practicarla. La historia nos dice que el impacto popular de Juan fue
importante; muchos buscaban una sociedad nueva. Por eso los responsables del orden político
se vieron empujados a acabar con él de modo violento.
Entre los corazones interpelados por el mensaje del Bautista se encontraba también Jesús. Deja
su casa y su familia para ser bautizado por Juan; comienza lo que se conoce como su vida
pública. Se suma así a la contestación comenzada, solidarizándose con el deseo de cambio
expresado por el pueblo.
Ahora bien, no podemos obviar que su bautismo tiene un sentido muy diferente del de la gente.
Él no confiesa haber sido cómplice de la injusticia de su sociedad, su bautismo representa su
compromiso total por el bien de los hombres e ilumina desde el inicio de su vida pública el
sentido de la misión de Jesús: el anuncio del Reino. Frente a Juan, el profeta de la desventura
que nos amenazaba si no cambiamos de vida, descubrimos a Jesús como el profeta de la El
anuncio del Reino buenaventura: Dios tiene algo nuevo que comunicar, viene a salvar a su
pueblo de la tristeza y de la sensación de hundimiento colectivo.
Para expresar esta Nueva Buena, el evangelista utiliza diversas imágenes: “En cuanto salió del
agua vio rasgarse los cielos y al Espíritu descender sobre él como una paloma. Se oyó entonces
una voz desde los cielos: Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco” (Mc 1, 10-11). Ya no es
solamente una clara solidaridad con el pueblo lo que desvela su bautismo, sino también muestra
que se desgarra la nube que separaba al Dios escondido y la historia humana; el silencio de
Dios se rompe por su palabra que vuelve a resonar, y la ausencia de Dios se compensa por
medio del Espíritu que se hace visible. Vuelve a haber comunicación entre Dios y el hombre.
Incluso más, con el bautismo de Jesús, al inicio de su vida pública, se proclama su identidad
como Hijo amado, para indicar que lo esperado se va a realizar a través de su vida filial. Queda
constituido Mesías, el liberador esperado.
Los tres evangelios sinópticos, inmediatamente después del bautismo, colocan la escena de las
tentaciones. Con ella pretenden mostrar la antítesis del compromiso hecho por Jesús, es decir,
las actitudes o ambiciones que pueden desvirtuarlo y hacer fracasar el proyecto de sociedad
alternativa (el Reino de Dios). Más que tentaciones en el sentido habitual del término de la
palabra son la encrucijada (o prueba) que se abre cuando Jesús comienza su vida pública. Son
tres: buscar el disfrute y la posesión (transformar las piedras en pan), el prestigio y la admiración
de la gente (tirarse del pináculo del templo para que los ángeles de Dios vengan en su ayuda) y
el poder y domino (gobernar muchas ciudades). En el fondo son manifestaciones de una única
tentación, afrontar la vida no como vocación sino como búsqueda de uno mismo. En esa
encrucijada Jesús responde desde la conciencia de su propia vocación: la fidelidad a la misión
del Padre entendida como servicio y entrega a los hombres.
El Evangelio nos dice que Jesús una vez que fue bautizado y que venció las tentaciones sufridas
durante cuarenta días en el desierto, comenzó a proclamar por Galilea la Buena Noticia de Dios:
“El plazo se ha cumplido. El reino de Dios está llegando. Convertíos y creed en el evangelio” (Mc
1, 15). Como vemos, el Evangelio de Jesús, la Buena Noticia que Dios quiere proclamar a través
de él, se centra y se condensa en el Reino. La alegría está motivada porque el Reino irrumpe.
Es la gracia que Dios otorga y la conversión consiste en aceptarlo y acogerlo.
Este Reino es un acontecimiento, no un espacio geográfico, es algo que sucede y que va
aconteciendo en la experiencia humana; se debería hablar más bien de reinado, del acto de
reinar, es decir, del proceso en virtud del cual la soberanía de Dios se hace realidad; la
manifestación de la soberanía de Dios es el acontecimiento de la salvación, un acontecimiento
profundamente vinculado a la situación de la desventura humana: Dios reina (y por ello salva)
cuando el necesitado recibe ayuda, cuando el pobre sale de su miseria, cuando el enfermo
recobra la salud, cuando el odio es superado por la amistad, cuando el pecado es vencido por la
conversión y el perdón. El Reino anunciado por Jesús es una oferta que Dios hace a las
personas sin exclusiones (para todas sin excepción) y gratuita (es una oferta desinteresada,
donde Dios da sin esperar respuesta).
Oferta no impuesta, porque Dios siempre respeta la sagrada libertad del individuo, y carente de
sanción, mostrándose ajena a toda lógica de compensaciones ante la amenaza del castigo. En
suma, el Reino tiene por tanto un sentido dinámico: es la apertura de una posibilidad ofrecida por
Dios y que debe irse abriendo camino a través de la libertad humana. Es importante destacar
que Jesús habla del Reino de Dios, pero nunca designa a Dios como Rey. El rostro y el nombre
del Dios del Reino lo desvela Jesús, al denominarle Padre.
El carácter concreto e histórico del Reino y la íntima vinculación de Jesús con él, se muestra en
el conjunto de las enseñanzas, gestos y comportamientos típicos de Jesús. Hechos y palabras
se exigen y se explican mutuamente; los hechos hacen visible y real lo que se dice en las
palabras; y éstas iluminan y se concretan en las acciones y los gestos de Jesús:
¿Sabía Jesús que él era realmente el Hijo de Dios?
El símbolo central del Reino de Dios aporta de la autoconciencia y la identidad de Jesús. El
Reino es el contenido central de su predicación y de su actuación. Pero esta afirmación no
recoge de modo suficiente la evidencia de los hechos. ¿Cómo dar razón de la radical implicación
del predicador, en el contenido de la predicación? No sería fiel a la fuerza del relato el intento de
presentar a Jesús hablando del Reino como una magnitud ajena a él mismo. Jesús en buena
medida es el contenido central del Reino. Está tan inseparablemente unido al Reino que puede
ser considerado el Reino en persona. Más aún: Jesús “antecede” al Reino en el sentido de que
hace venir y acontecer el Reino. Sería insuficiente adoptar la perspectiva inversa, como si fuera
el Reino el que determina la identidad de Jesús. El Reino tiene un carácter personal. Jesús es el
Reino en persona; siendo la persona de Jesús la que hace presente al Reino y la que indica lo
que el Reino realmente significa.
La función de Jesús respecto al Reino permite entrever el misterio del ser de Jesús. En Jesús,
Dios mismo se está ofreciendo según la lógica del don y del exceso (propia del Reino), de un
modo tanto insuperable como irreversible. Jesús es consciente de que no habrá ya una oferta
superior más allá de su persona. El Reino ha llegado ya (nos lo ha anunciado Jesús), porque es
él mismo. Dios, Jesús es consciente de ello, no podrá entregar más de lo que ya en él está
poniendo a disposición de la libertad de los hombres. No hay vía de retorno. Dios no puede
desandar el camino recorrido porque Jesús está vinculado a Él de modo inequívoco. Lo decisivo
para nosotros en este contexto es que la decisión del hombre queda directa y estrictamente
vinculada a la persona de Jesús: la postura que se adopte ante Jesús es sinónimo de la actitud
que adopten ante el Reino y ante Dios Padre del Reino.
Esa conciencia de plenitud explica la fuerza del “yo” de Jesús. En el Evangelio de Juan aparece
repetidamente la expresión “yo soy” en boca de Jesús. Este modo de hablar supone un
desarrollo teológico motivado por la reflexión postpascual, pero ello no significa que se haya
desarrollado independientemente de la conciencia que Jesús tuvo de sí mismo. Dos ejemplos
pueden aclararlo. Por un lado las antítesis de Mateo (5, 21 s. 27 s. 33 ss) no consisten
simplemente en que Jesús pretende completar la Torá sino en que habla con un énfasis
especial, es decir, establece una afirmación en nombre propio, con una actitud de legislador
equiparable a Dios mismo promulgador de la Ley. Por otro lado, Jesús, dice “¡Ánimo! Soy yo, no
temáis” (Mt 14, 27) cuando calma la tempestad y garantiza la tranquilidad a sus discípulos en
virtud de su presencia.
Este “yo” de Jesús aparece dotado de una autoridad incomparable. Esta autoridad o fuerza
moral es lo que se denomina en el Nuevo Testamento “exousía”. El vocablo español más
próximo a este término griego es autoridad. Pero no debe ser comprendido en el sentido en que
solemos entender la autoridad. La “exousía” de Jesús engloba una amplia gama de matices y de
connotaciones: autoridad moral, energía interior, irradiación personal, libertad que va unida a la
franqueza y la transparencia, convicción que persuade e interpela, que es capaz de seducción.
Es la legitimidad que brota de lo más profundo y genuino, y que por ello parece irrefutable.
Los oyentes de su enseñanza le atribuyen una “autoridad ilimitada” (Mc 1, 22), que se sitúa en
un nivel tan alto que parece una blasfemia contra Dios (Mc 1, 27), la pretensión desmesurada de
quien cree ocupar el puesto de Dios. Por eso mismo implica personalmente a Dios, a través de
las parábolas, en el comportamiento y actitudes del mismo Jesús.
Por ejemplo, arrogarse la capacidad de perdonar pecados va más allá de lo que se atribuye al
Mesías, pertenece en exclusividad a Dios; la formula “amén, amén, yo os digo” designa más que
la transmisión de un oráculo al estilo de los profetas.
¿Cómo oraba Jesús?
Jesús perteneció a un pueblo orante. Como judío participó en la oración litúrgica de su pueblo a
lo largo del año a través de las fiestas religiosas y en la oración de la vida cotidiana, al ritmo de
invocación y bendición. Probablemente como todo judío oró la oración del “Shemá” (“Escucha,
Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor es uno. Amarás al Señor con todo tu corazón, con toda
tu alma y con todas tus fuerzas” (Dt 6, 4-5) por la mañana y la tarde. Los evangelistas dan razón
de la participación de Jesús en el culto de la sinagoga y del Templo. Pero cuando es presentado
a los discípulos como ejemplo y modelo de oración, los evangelistas nos narran una forma
nueva de orar que revela la identidad última de su persona y el rostro más auténtico de Dios. La
última identidad de Jesús se nos revela en la forma y contenido de su oración.
En los evangelios Jesús aparece en momentos clave y significativos escapándose, retirándose,
adelantándose un poco, alejándose a un lugar retirado, levantándose de madrugada para orar a
solas con Dios, su Padre. Cuando él va a realizar un gesto o una acción significativa en el
conjunto de su misión por el Reino dirige sus ojos hacia arriba, hacia su Padre, para después
volverse inmediatamente hacia esa acción significativa con carácter transcendente.
No cabe ninguna duda, Jesús fue un hombre de oración, en la línea de la experiencia israelita,
centrada en el descubrimiento de la transcendencia personal de Dios y de su acción liberadora
al servicio de los hombres. Su oración no es un gesto de magia, para manejar a un Dios lejano o
silencioso, porque Dios es para él lo más cercano, lo más próximo a su vida (y a la vida de las
personas). Su oración no es tampoco un ejercicio de interioridad mística, pues el Dios a quien
oraba no es el “Todo” o un tipo de esencia abstracta, sino una persona amante y creadora de
vida (es Padre). Su oración es presencia de Dios, hecha palabra de diálogo con él, desde el
centro de los problemas de la vida humana.
Por otro lado, la oración de Jesús resulta inseparable de su visión del Reino, que llega como don
de Padre. Lucas le presenta acudiendo como adolescente al Templo (Lc 2, 46), aunque no para
orar, sino para dialogar con los maestros de Israel, como hará otra vez, al final de su vida, según
los sinópticos (Mc 11-12).
En varias ocasiones, los evangelios dan razón de la participación de Jesús en el culto de la
sinagoga y del Templo. Pero Jesús no ora en el Templo, no es un hombre piadoso, en el sentido
sacralista, sino que le hallamos orando en diversos momentos concretos de su vida,
especialmente al comienzo de su pasión: Mc 14, 32-42.
El primer momento fuerte de su oración puede centrarse en su bautismo, que hemos entendido
como diálogo con el Padre y experiencia del Espíritu.
Probablemente, Jesús había asumido por un tiempo las palabras y oraciones del Bautista, en
línea de penitencia y juicio. Pero la experiencia tuvo que renovar su vida, de manera que, a partir
de entonces, su oración será básicamente una expresión de su encuentro con el Padre y de su
entrega por el Reino, desde los pobres y excluidos de Galilea. Jesús ora de un modo especial
por esos pobres/pequeños, de manera que su encuentro con Dios-Padre es, al mismo tiempo,
encuentro con los rechazados de la sociedad y comunión con sus discípulos. Jesús proclama así
la oración del Reino.
En esta línea, es importante reseñar que la novedad de la oración de Jesús llevó a los discípulos
a interpelar a Jesús en estos términos: “Un día estaba Jesús orando en cierto lugar. Cuando
acabó, uno de sus discípulos le dijo: Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus
discípulos. Jesús les dijo: Cuando oréis, decid: Padre, santificado sea tu nombre; venga tu reino
(…)” (Lc 11, 1-4).
El Padrenuestro es desde entonces imprescindible en la vida del discípulo, pues es la oración
que Jesús nos enseñó. No se trata de una simple fórmula para ser repetida de memoria. La
oración comienza con una introducción solemne: Padre nuestro que estás en los cielos; después
vienen tres peticiones, que expresan tres deseos dirigidos a Dios: la santificación de su nombre,
la venida de su reino y cumplimiento de su voluntad. La segunda parte de la oración la
componen tres peticiones en relación con las personas: el pan, el perdón y la liberación del mal.
Entre ambas partes hay una fórmula que hace de quicio “así en la tierra con en el cielo”, que
puede ser dicha respecto a los tres primeros deseos. Si hay un centro en esta oración de Jesús
desde el punto de vista del contenido, este se encuentra en la segunda petición: “Padre, venga
tu Reino”. Como se puede comprobar el Padrenuestro resume las convicciones y deseos que
deben aparecer en nuestra oración: la invocación de Dios como Padre, que da lugar a una
existencia invadida por el deseo de la llegada del Reino, el cual inaugura un mundo diferente.
Para vivir así, el discípulo necesita el sustento del pan, el aliento del perdón y la fuerza para no
sucumbir a la tentación de abandonar el camino emprendido. La oración de Jesús es, por tanto,
la de una persona insatisfecha que desea construir un mundo diferente, en el que el Reino de
Dios sea realizado y reconocido.