del miedo y otras hierbas slideshare ©2016

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    DEL MIEDO Y OTRAS HIERBAS

    INDICE:

    RETORNOMODELORAQUELNOVIAADICCION

    TROFEO FINALALMAVENGANZAASALTOESQUELETOPISTOLEROSEISFRANCOTIRADORNOEMIVIRUSCALABAZAIDEALDROGA

    SEGUIMIENTOPABLO Y PEDROPEQUEÑITADORISMARCOSCOMANDO

    MAQUILLAJETOÑITOCLASEHERENCIACOCINERASACRIFICIOCOCINA

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     JUGUETECOMPAÑEROMUÑECA

    CORREDORACAPATAZMURALLAINVISIBLEDEMOLICIÓNCONDICIÓN

    FIEBREHORASINOCENTE

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    Retorno

     — ¿Qué será de nosotros mañana? — No hay nosotros, no hay mañana.

    La mujer se puso de pie, y sin atisbo de sentimiento algunosacó de entre sus ropas su revólver calibre .38 y le disparó ala cabeza al hombre que por siempre había amado.

    Media hora después la mujer había limpiado la sangre y losrestos de cerebro, piel y hueso que habían quedadoesparcidos por doquier, había lavado la piel y el cabello delcuerpo, y había dejado todo inmaculado, a la espera que eltiempo siguiera su curso, y el destino su plan establecido. Lamujer imaginaba todas las historias que intentaban explicar elpaso del alma del cuerpo terrenal al plano más allá de lossentidos, y cual más, cual menos, todas describían un viaje,basados en la historia y raíces de cada civilización y cultura.Luego de dejar todo como estaba antes del homicidio, lamujer preparó algo de comer, cenó, leyó un rato, y finalmentepresa del cansancio, se acostó a dormir, al lado del cadáver desu amado.

    Cinco horas más tarde el reloj despertador le recordó que lavida debía seguir. La mujer se duchó, se secó, y se sentó aesperar al lado del cuerpo. Justo a los treinta minutos sonóuna nueva alarma.

    La cabeza del cadáver empezó a crujir. Una serie devibraciones hicieron presa del cuerpo, mientras el cráneoparecía expandirse y contraerse ruidosamente, mientrasabundante sangre coagulada escapaba por los agujeros deentrada y de salida del proyectil, misma que la mujerlimpiaba con paciencia y esmero. De pronto empezó a

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    formarse hueso, que cubrió los agujeros, sobre los cuales deinmediato empezó a crecer piel y pelo.

    A los pocos segundos un espasmo recorrió el cuerpocompleto, partiendo por la cabeza y extendiéndosebruscamente hasta los pies del hombre, quien de improvisoabrió los ojos, volviendo a la vida. En cuanto vio a sucompañera al lado, el hombre la abrazó, la acarició y la besó,para luego dar rienda suelta a todos los deseos que parecían

    haber vuelto con él a la vida.El hombre dormía plácidamente. La mujer, luego dedespertar, sacó comida para ambos del refrigerador y lacalentó en el microondas; cuando él despertó, comieronjuntos, para luego acostarse a reposar abrazados.

    Una hora más tarde, la mujer se sentó en la cama, llorando.Con rabia abrió el velador y metió en la recámara de surevólver la bala que debería utilizar media hora después paramatar a su eterno retorno. En la única oportunidad en que senegó a cumplir con su deber, más de treinta inocentesterminaron despedazados por el monstruo en que se

    convertía su amado luego de veinticuatro horas de habermuerto. La naturaleza le había enseñado por las malas que elcosto de la vida eterna, era eterno.

     — ¿Qué será de nosotros mañana?

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    Modelo

    Gruesas gotas rodaban presurosas por su rostro, cayendo al

    vacío luego de recorrer sus mejillas y su mentón. A esa horano sabía si la lluvia o sus lágrimas eran el principal afluentede ese húmedo torrente, que en nada se lograba comparar conel descontrolado vendaval de ideas que se acumulaban en sucabeza. Cuando pasó una de sus manos por su rostro parasecarlo, el líquido rojo que vio en ella le aclaró el origen de lo

    que estaba sintiendo.La joven modelo había sido contratada para promocionarvehículos del año en una automotora de lujo, ubicada dentrode un centro comercial de varios niveles. La muchachadestacaba, además de su belleza, por su gran estatura, que seveía mayor aún gracias a los tacos de quince centímetros queiban incluidos en la tenida facilitada por la compañía. Sutrabajo era pararse frente al vehículo sin cansarse, y cuandoaparecieran las cámaras, sentarse al volante y mostrar eltablero y los interiores del mismo; pese a que lo suyo era lapasarela, no le incomodaba participar en esos eventos, másaún a sabiendas del sueldo que recibiría.

    Faltando diez minutos para la presentación del vehículo, lamodelo empezó a retocar su maquillaje y a reordenar supeinado. En cuanto vio que el espejo se movía con una suavepero persistente cadencia, se dio cuenta que estabatemblando, y prefirió salir de la sala de maquillaje por si el

    movimiento aumentaba mucho de intensidad. En la sala deexhibición se notaba el nerviosismo en unos cuantos, que seacercaron de inmediato a las escaleras para asegurarse una víade escape, mientras otros seguían con sus actividades,ignorando el leve temblor.

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    Un par de minutos después el temblor seguía igual de leveque al principio, pero sin detenerse. De pronto un guardia seacercó nervioso al organizador del evento, y le comentó a viva

    voz que fuera del centro comercial no temblaba, por lo quehabía llamado a la policía y a sus jefes, quienes le ordenaronsuspender la actividad y evacuar a todos los asistentes ypúblico en general. De improviso las puertas de acceso al malse cerraron brusca y automáticamente, aislando el lugar. Enesos momentos el temblor aumentó su intensidad,

    provocando una estampida del público hacia las salidas, quesólo logró aplastar a los más veloces contra las infranqueablespuertas, presionados por los más lentos que luchaban comotodos desesperados por salir.

    La joven modelo no entendía qué estaba sucediendo, y juntocon sus compañeras intentaba mantenerse alejada de puertasy vidrios. De pronto el techo estalló en mil pedazos,provocando una lluvia de líquido refrigerante de los sistemasde aire acondicionado, agua de las cañerías, y miles de trozosde vidrio templado de distintas formas y tamaños, queempezaron a dar cuenta de algunos, y lesionar de diversagravedad a otros.

    La muchacha limpiaba la sangre de su frente, producto de lasesquirlas que habían caído en su cuero cabelludo. Mientrasella miraba para todos lados sin saber qué hacer, una bruscaexplosión en el suelo, justo por debajo de donde seencontraban los modelos del vehículo que se presentarían en

    dicha ocasión, la lanzó a ella, los vehículos, y al resto dequienes se encontraban en el lugar, a metros de distancia,dejando a muchas gravemente heridas y al resto muertas. Lajoven pudo incorporarse mareada, con la visión borrosa y losoídos abombados. En el lugar en que estaba previamente, unser enorme de forma aparentemente humanoide y con unapresencia que espantaba per se, pulverizaba con su mente

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    cada vehículo y a cada persona que llevara el nombre delmodelo en sus vestimentas. Instintivamente la joven sedesnudó, salvando su vida sin entender bien lo que estaba

    sucediendo; entre los escombros, el diseñador de la marcaagonizaba, mientras recordaba a aquel amigo medio esotéricoque le repitió una y mil veces que no había peor idea queutilizar el nombre del demonio B’aal para denominar unacreatura mecánica.

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    Raquel

    La niebla avanzaba rauda sobre la ciudad, ocultando miradas,

    sonrisas, abusos y luces, dejando a la vida sumida en unasuerte de brillante y húmeda oscuridad, que a su vez parecíasuspender el tiempo en el segundo que cada cual estabasufriendo en ese instante. En cualquier parte de esa nube deinvisibilidad, Raquel caminaba paseando su coche cuna.

    Raquel era una muchacha que se veía mucho menor y másinocente que lo que la realidad afirmaba. Su rostro casiangelical pero inexpresivo apuntaba siempre al frente, y susclaros ojos parecían no tener vida; aquellos que se cruzabancon ella en medio de la niebla, juraban haber visto unfantasma.

    La niebla a esas alturas de la noche parecía tener vida propia:se movía entre edificios y arboledas, subía o bajabaantojadizamente, se concentraba en un lado de la calle y sedisipaba en el otro, para luego cruzar e invertir la imagen,dejando a los pocos que deambulaban a esa hora sin saber aqué atenerse. Pero nada de ello parecía alterar a Raquel, quien

    seguía caminando y paseando su coche cuna.

    Sentado a un lado de la realidad, apoyado en la muralla ycomiendo un pan con algo, fruto de parte de las limosnasobtenidas en un día entero de deambular por entre losafortunados, un vagabundo descansaba sus hinchadas piernas

    y miraba el mundo de noche, ese mismo que le había quitadotodas las oportunidades que alguna vez él habíadesaprovechado, y se sentía satisfecho de todo lo que le habíasucedido, pues gracias a sus errores ahora dependía de lagenerosidad de los mismos que directa o indirectamente lehabían cerrado las puertas alguna vez. Mientras devorabalentamente su pan, vio como de pronto una niebla invadió el

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    lugar en que se encontraba, acortando su rango visual aescasos metros, y sumiéndolo en un incómodo frío. Enmedio de esa extraña y fría niebla, la silueta de una mujer

    llevando un coche cuna casi lo paralizó, sin que la mujernotara siquiera su presencia, tal como casi todo el resto de lahumanidad.

    Raquel caminaba despreocupada llevando delante de ella elcoche cuna. Esa misma despreocupación la había hecho

    cruzar en una esquina cincuenta años atrás, sin fijarse en elcamión que aplastó y arrastró por al menos una cuadra sucoche cuna y a su bebé de seis meses hacia la muerte y ladestrucción. Desde ese entonces la vida de Raquel dejó deavanzar, dejándola congelada en los diecinueve años de vida,y condenándose a pasear para siempre a su bebé muerto. Elvagabundo pudo ver, antes de huir despavorido, que la nieblase fue junto con Raquel, y que a la distancia tenía unainequívoca forma de un bebé gigante, revoloteando yconteniendo a su sufriente madre.

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    Novia

    La mirada de la joven novia se perdía en el infinito, más allá

    del altar, del cristo crucificado, de las alas de la iglesia llenasde bancos de madera, y de los vitrales que adornaban laostentosa edificación. Su níveo traje ajustadísimo se apegabaa su cuerpo, dificultándole por momentos la respiración, eimpidiéndole moverse con un mínimo de comodidad yvelocidad. La iglesia casi vacía en esos momentos parecía

    reforzar cada ruido que se generaba en el lugar, en especiallos quejidos de quienes agonizaban desparramados por elsuelo, sin esperanza alguna de salvación.

    La joven había vivido los nueve mejores meses de su vida,luego de conocer y enamorarse de quien el destino le habíaregalado como compañero. Luego de un breve tiempo deconocerse y salir, se habían ido a vivir juntos, y habíantomado la única decisión posible para un idilio tal: casarse,para compartir sus vidas para siempre. Los recuerdos de susrelaciones previas eran apenas leves sombras en el camino deluz que había tomado, y ya no significaban ni importabannada al lado del prometedor futuro que tenía por delante.

    Una semana antes de la boda, la feliz novia se encontraba decompras, para darle una sorpresa a quien se convertiría en sumarido. Después de adquirir la lencería de fantasía que sabíale gustaría a su compañero, decidió pasar a una cafetería abeber alguna infusión, y a pensar en los sueños que tarde o

    temprano llevarían a cabo de a dos. En ese instante una vozconocida se escuchó a sus espaldas: el espejo de bolsillo ledevolvió la única imagen que podía perturbar su perfectoidilio. En el local de al lado, de espaldas a ella y bebiendo unvaso de su licor favorito, el hombre al que había dejado porquien ahora era su novio, susurraba la canción que le habíadedicado una y mil veces.

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    La muchacha no sabía qué hacer. En ese instante su mentesalió del embotamiento en que se encontraba, y se dio cuenta

    que a aquel hombre también lo había amado con toda elalma, y que sólo la oportuna aparición de su ahora noviohabía precipitado el quiebre, con quien también había soñadocomo compañero de vida, y que había decidido alejarse parasiempre al ver que la mujer que tanto amaba lo había echadoal olvido, pese a insistir una y otra vez por una última

    oportunidad. De pronto la novia se encontró de frente con supasado y sus sentimientos, sin saber si lo que sentía por esehombre era real o sólo un cruel recuerdo, y decidió enfrentarla situación para aclarar su mente y su corazón: apuró lainfusión, pagó la cuenta, y se fue a encarar al amor de supasado tal vez por última vez.

    La joven quedó paralizada. El hombre al que tanto habíaamado estaba demacrado, con la mirada fija en ninguna parte,y no paraba de susurrar la canción de amor de ambos. Lajoven se paró frente a él y le habló, sin que él parecieraescuchar ni sentir nada: pese a ser el mismo cuerpo, en esosmomentos parecía tener el alma congelada. De pronto una

    mano tocó suavemente su hombro: uno de los mozos dellugar le contó que de un día para otro el hombre habíaaparecido en el pub cada noche, a beber y susurrar unacanción que para todos era ininteligible; luego de un par dehoras de beber y susurrar, se iba en silencio para volver a lanoche siguiente, durante ya nueve meses, a repetir su

    incomprensible rutina. La mujer se acercó a su otrora pareja,se agachó a su lado, tomó una de sus manos y besó condulzura sus labios: la única sensación que recibió, fue un fríotriste y desesperanzado.

    La mirada de la joven novia se perdía en el infinito. Sentada alos pies del altar veía los cadáveres de su novio, el sacerdote,

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    padrinos, familiares, y de los desgraciados que tuvieron lamala fortuna de estar en la primera fila de la fallidaceremonia, sin más dolor que el de su muñeca derecha, que

    había tenido que aguantar la fuerza del golpe del machetecontra los cuellos de quienes la rodearon cuando se puso allorar desconsolada, al recordar que al día siguiente de sureencuentro había vuelto al bar a ver a su antiguo amor, quienhabía muerto atropellado esa misma noche. Ese día el mozo,luego de contarle lo sucedido, le entregó una bolsa que el

    hombre había dejado a su nombre, en donde había una rosa,su flor favorita, y un machete, herramienta que su ahoradesaparecido amado había usado para empezar a desmalezarel terreno que había comprado para hacer una casa paraambos, lo que había ocupado gran parte de su tiempo, mismoque el hombre con quien se iba a casar había usado paraconquistarla. Ahora la novia acariciaba la rosa, luego dedesmalezar su errada decisión, mientras se armaba de valorpara usar la herramienta con la única persona que quedabaviva en el lugar.

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    Adicción

    Con los pulgares puestos en la garganta de su víctima, sus

    pensamientos anclados en su pasado, y con su almaapuntando a aquel futuro que nunca fue, Macarena apretabasostenidamente sus manos, esperando que los rasguños y losespasmos se detuvieran de una vez y para siempre.

    Macarena sabía lo que hacía, pues esa víctima no era la

    primera. Su primer asesinato lo cometió a los doce años,cuando logró tomar el cuchillo que el violador que la estabaultrajando había dejado en el suelo, e instintivamente loenterró en su tórax: el hombre cayó de lado presa del dolor,empezó a hacer varios ruidos ininteligibles, para de prontoquedar inmóvil y empezar a botar abundante sangre por laboca. Luego de huir del lugar fue acogida por unnarcotraficante, que la usó para transportar droga a cambiode protección, casa y comida. El mafioso le enseñó de a pocoa usar distintas armas para que pudiera defenderse y protegerla mercancía, hasta el punto que la muchacha, a los catorce, sehizo cargo de la protección de su protector hasta el día de sumuerte, un año después, en un tiroteo con la policía, mientras

    la muchacha se encontraba bebiendo en un bar clandestino.Luego de vengarlo, asesinando a todos los policías presentesen el operativo, la quinceañera se hizo la fama de sicariadentro del mundo del hampa, empezando a ser contratadapor cualquiera dispuesto a pagar por sus servicios. Cuando lachica contaba veinte años, ya llevaba decenas de asesinatos

    por encargo a su haber, y una vida lo suficientementesolventada como para no tener que volver a asesinar niconseguir un trabajo legal; en ese instante la mujer se diocuenta que aparte del dinero, se había hecho adicta a asesinargente, por lo cual no dejaría su oficio, y vería abultarse cadavez más sus cuentas corrientes y ahorros.

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    A los veintitrés, Macarena cometió un grave error: dejándosellevar por su adicción al homicidio, aceptó un trabajoencargado por un muchacho que no parecía ser mucho mayor

    que ella, con cara de desesperación, que juntó todos susahorros para encargar la muerte de un traficante menor, quelo tenía amenazado de muerte por haber impedido a suhermana adolescente acostarse con él. Sólo una vez ejecutadoel homicidio, la sicaria averiguó que su víctima era elhermano menor de uno de los traficantes más poderosos del

    país, y que quien le había encargado el homicidio no era otracosa que un policía de incógnito, infiltrado hacía poco en elmedio. Desde esa fecha, y por orden del hermano de suvíctima, nadie más le hizo encargos a Macarena, sumiéndolaen un cuadro depresivo que la llevó a buscar ayuda por todoslos medios existentes.

    Macarena apretaba sostenidamente sus pulgares en el cuellode su víctima. De pronto los rasguños y espasmos seapagaron lenta y definitivamente, provocándole una sensaciónde libertad que hasta ese instante no conocía. Luego dedeambular entre médicos, psicólogos, terapeutas alternativosy toda suerte de personas capaces de ofrecerle ayuda, llegó a

    la oficina de una bruja que le ofreció la cura definitiva a suadicción y la posibilidad de asesinar por última vez, por elmismo precio. Media hora después de beber la pócima que levendió la bruja, su alma salió de su cuerpo, y pudoestrangularse para acabar de una vez y para siempre con suadicción.

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    Trofeo final

    De las paredes colgaban trofeos, adornos, instrumentos

    musicales, diplomas, títulos y distinciones varias. Nadie queviera los muros de esa habitación por primera vez, creería quetodas las cosas eran de una sola persona.

    Para el dueño de esos muros todo aquello era normal. Para él,lo anormal era enfrascar toda la vida en una sola área y dejar

    que el resto de las capacidades del cuerpo y del cerebro seperdieran por desidia y abulia: si la vida era totipotencial,había que explotar, aunque fuera mínimamente, un poquitode todas esas potencialidades.

    Al lado de una vieja guitarra acústica sujeta a la pared por unatril atornillado, se veía un título profesional, bajo el cualseguían el diploma de un magister, y más abajo, uno dedoctorado. Justo al lado de los certificados académicos,terminaba el orden y empezaba la muestra de todos losgustos y disgustos del dueño de casa. Sin orden lógico lamuralla empezaba a cubrirse de sombreros, cascos deportivos,guantes de boxeo, relojes, calendarios, botas de vino, repisas

    con aeromodelos, lámparas, espadas y cabezas humanas. Porsobre todas las cosas, espadas y cabezas humanas.

    El detective miraba casi embelesado las paredes de la casa.No lograba salir del asombro al ver las cabezas humanasdeshidratadas, casi momificadas, fijadas a los muros por

    especies de clavos de doble punta, una que penetraba el muroy otra que entraba en cada cráneo por la nuca, dejando la caravisible en todo su horroroso esplendor. Las cerca de treintacabezas se distribuían libremente en medio del resto de lasaficiones del dueño de casa. Por supuesto que lo que más leinteresaba eran las cabezas, y las espadas japonesas utilizadaspara separarlas de sus respectivos cuerpos, las que colgaban

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    una al lado de cada trofeo humano: el dueño de casa, luegode decapitar a alguien, colgaba la espada al lado de cadacabeza, y no la volvía a utilizar. Las cabezas y sus espadas no

    seguían ninguna distribución especial, sino simplementeestaban desparramadas como parejas en medio de todas lasotras realidades del lugar. Nunca importaron los cuerpos,ellos fueron apareciendo cada cierto tiempo en diversos sitioseriazos, sin marcas ni nada que dejara pistas adecuadas paraencontrar al asesino. De pronto un roce en su hombro casi lo

    paralizó: su compañera de trabajo lo sacó de golpe y porrazode sus cavilaciones, recordándole que estaban culminandouna investigación, y que debían centrarse en el hallazgoprincipal de esa macabra casa: el autor de los homicidios.

    El detective, su colega, y los miembros del laboratorioforense miraban maravillados la escena. Era simplementeimposible entender la genialidad del asesino para planificar elfinal de su carrera. Cuatro horas antes el dueño de lahorrorosa casa había llamado a la policía, identificándose ydando el domicilio en donde se encontraba, y donde estabantodas las cabezas faltantes de los cadáveres encontrados.Dada la larga lista de falsos datos, se envió un móvil con

    apenas dos detectives para hacer reconocimiento deldomicilio como mera formalidad. Al llegar al lugar seencontraron con la puerta semiabierta, lo que de inmediatolos llevó a desenfundar sus armas de servicio e identificarse aviva voz: en cuanto entraron a la sala de estar, se encontraroncon la misma escena que ahora admiraban junto con todo el

    resto del equipo.Al medio del living, una tablet enfocaba su cámara hacia labizarra escena. En su memoria se encontraba un video que seseguía grabando hasta la llegada de los detectives, y que fuedetenido por uno de los peritos para poder reproducirlo yentender la intrincada y genial dinámica de los hechos. En la

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    pantalla se veía a un hombre de contextura media, cabellera,barba y ojos negros, que luego de encender la cámara y mirardirectamente a ella, se dirigió a una larga tabla que abarcaba

    de sus pies hasta sus hombros, y que estaba fijada al pisoflotante por un par de grandes bisagras de acero. El hombrese fijó a la tabla con correas de cuero, quedando sus manoslibres, las que tomó firmemente a sus espaldas, para luegodejarse caer hacia adelante, siguiendo el arco de la tabla y susbisagras. Justo un par de centímetros por delante del borde

    de la tabla en el piso, y fijada al mismo por sendos soportesmetálicos, una espada japonesa con el filo hacia arribaesperaba, justo por delante de una rampa de madera con dosbarandas, que se acercaba al suelo en diagonal, y terminaba enuna plataforma cilíndrica de no más de tres centímetros dealtura. En cuanto la tabla llegó al suelo, la espada separó lacabeza del hombre de su cuerpo, la cual rodó perfectamentepor la rampa y terminó afirmada en la plataforma de madera,dejando ver una mueca de miedo peor que las de todas lascabezas fijadas en los muros del ecléctico psicópata. En elborde de la plataforma, bajo la cabeza y salpicada en sangre,se lograba leer en bajorrelieve: “Trofeo final”. 

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    Alma

    Dicen que el alcohol oculta los fantasmas. No sé si será

    verdad, pues nunca he visto uno en mi vida; si así fuera, elmundo estaría lleno de videntes cansados de su don, y losbares serían verdaderos centros de sanación y reposo para esapobre gente. No, nunca he visto un fantasma en mi vida, talvez porque ya no estoy vivo.

    Deambular como alma en pena en el mundo físico escomplicado; cuando morí no vi pasar mi vida entera ante misojos, no vi ninguna luz, túnel, ángel, o lo que sea que debierahaber visto. Recuerdo mi cadáver viejo, decrépito, casi secobotado en la cama; recuerdo a mi familia, manga de zánganosrodeando mi cadáver más como buitres que como deudos...traílla de vagos, ojalá se vayan luego al infierno. ¿Y si esto esel infierno?

    Nunca he penado a nadie. Desde que morí nadie me hapodido ver, al menos que yo sepa. Extrañamente tampoco hevisto otras almas dando vueltas por ahí, como se podríapensar. De hecho he ido a casas que yo sabía en vida que

    estaban embrujadas, y no encontré nada ni a nadie. ¿Y si soyel único fantasma que queda en la tierra?

    Estoy aburrido de estar muerto, estoy estancado en la nada,peor que cuando estaba vivo... bueno, no al menos cuando erajoven. De joven fui un héroe de la patria, un soldado que

    arriesgó la vida por acabar con el gobierno de turno que sólobuscaba vender la patria y el poto a los enemigos de lasociedad. Yo fui de aquellos obreros que luego delpronunciamiento militar, trabajamos arduamente porconseguir información de quienes eran detenidos en la luchapor librar del cáncer ideológico a la patria. Hubo que hacersacrificios y a veces hasta traspasar los límites, pero todo fue

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    por un bien mayor. Creo que el único temor real que tenía almorir era ver las almas de alguno de los que murieron por mimano, pero hasta ahora no ha sucedido.

    Dicen que el alcohol oculta los fantasmas. Cresta, desde quemorí no sé qué significa tomarse un trago, y ahora lo necesitocon urgencia. Jamás creí estar equivocado, y no me importabaque así fuera, o al menos eso pregonaba en vida, cuando nosjuntábamos con algún colega en retiro que empezaba con

    cosas raras. Pero hace un rato todo se fue a la mierda, o talvez más lejos aún: mientras pensaba en la nada como siempre,algo se hizo presente en mi realidad, por primera vez entodos los años que llevo de muerto: pese a haber rogado acada instante por saber de alguien en esta realidad, esto es loúnico que hubiera deseado que jamás ocurriera. Ese algo oalguien habló en silencio a cada parte de mí, para darme elpeor mensaje que pudiera haber recibido: lo que vivo es laantesala del infierno, como pago por mis pecados contraotros humanos. Luego de innumerables milenios, reciénpasaré a la eternidad de castigo y sufrimiento, para ver sialguna vez mi alma merece volver a reencarnar, donde sea yen lo que sea...

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    Venganza

    Sergio yacía en el suelo, desangrándose y gritando presa de un

    espantoso dolor. Mientras sentía que la vida se le ibalentamente por la sangre que perdía a borbotones por lapierna, una imagen fantasmagórica casi lo paralizó, e hizo quesu sufrimiento pareciera casi eterno.

    Sergio era un afamado escritor, cuyas novelas ya habían

    traspasado las barreras de país, continente e idiomas,convirtiéndolo casi en una celebridad mundial, con todos lospros y contras de dicha condición. Si bien es cierto tenía lavida casi asegurada con las ganancias y contratos con su casaeditorial, su meteórico ascenso había despertado la envidia dealgunos de sus contemporáneos, que apenas lograban hacerseun nombre a nivel local, a costa de un esfuerzo queconsideraban tanto o más valedero que el suyo. Pocos sabíantodos los sacrificios que habían permitido al ahora famosoescritor, lograr vivir de un arte mal mirado, y apenasconsiderado como oficio por quienes ostentaban algún títuloprofesional.

    Sergio había sufrido un extraño accidente. Un día, mientraspaseaba tranquilamente por un parque, fue atropellado en uncruce peatonal por un motorista, quien luego de derribarlo,aplastó su tobillo con la rueda trasera para luego huir dellugar, dejando al escritor con una fractura que debía seroperada a la brevedad, según el veredicto del traumatólogo

    que lo vio en la urgencia. Luego de consultar una segundaopinión y confirmar el diagnóstico del primer galeno, elescritor empezó a planificar sus tiempos para poder seroperado lo antes posible.

    Dos meses después, Sergio aún seguía en terapia derehabilitación, para mejorar la marcha, la estabilidad, y ganar

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    masa muscular para los años que tenía por delante.Extrañamente luego de la cirugía, el traumatólogo habíarenunciado a la clínica y se había mudado de ciudad, dejando

    el manejo posoperatorio en manos de un colega. Según lehabía comentado el nuevo traumatólogo, su cirugía habíarequerido el uso de un par de tornillos de titanio, quedeberían ser extraídos algunos años más tarde, una vez quehubiera terminado la reparación y remodelación ósea.Lentamente Sergio estaba empezando a ver su vida

    normalizada, y tenía la esperanza de retomar su carreraliteraria en el corto plazo.

    Sergio caminaba por el mismo parque en que había sidoatropellado hacía ya cuatro meses, tratando de conjurar susmiedos. Al llegar al cruce esperó a que nada viniera cerca, ypudo, pese a su cerebro, cruzar la calle sin que nada lesucediera. Cuando había avanzado un par de metros y sehabía atrevido a apurar la marcha, el ruido de una potenteexplosión lo dejó ensordecido, y con un dolorinconmensurable en su tobillo operado.

    Sergio yacía en el suelo. En el lugar en que estaba su pie,

    ahora no había más que jirones de músculos y piel quemada,de los cuales manaba sangre a raudales. De pronto unasombra apareció frente a él, dejándolo paralizado presa delmiedo y el estupor: el traumatólogo que lo había operadoestaba de pie, con una especie de detonador en su mano y unlibro en la otra, que arrojó en la cara del sufriente escritor.

    Sólo en ese instante reconoció el nombre del autor de aquellaterrible novela que había destrozado con sus críticas, que noera otro que el mismo cirujano. El despechado médico seencargó de atropellar a Sergio, operarlo, y colocar tornillos detitanio huecos, rellenos de un explosivo plástico de altopoder, para poder detonarlos y llevar a cabo su cruentavenganza. Justo cuando el escritor intentó suplicarle ayuda a

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    su antojadizo enemigo, una segunda persona se dejó ver,dejando a Sergio sin posibilidad de reaccionar: la esposa deltraumatólogo, una joven odontóloga, que había reemplazado

    cuatro piezas dentales de Sergio por implantes de titanio parapoder llevar a cabo la cirugía del tobillo, le pasó a su esposoel segundo detonador, aún sin activar.

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    Asalto

    El grupo de comandos de élite tenía todo listo para ejecutar

    la misión encomendada. Luego de ubicar el objetivo aeliminar en el vigésimo octavo piso de una torre de oficinaslocalizada en pleno centro de la ciudad, los soldadosdecidieron escalar la torre de noche para evitar ser vistos y nocausar mayor agitación en una ciudad que todavía no eraalcanzada por la guerra, y cuya ubicación estratégica era

    apetecida por todos los bandos en conflicto. Había quetrabajar en las sombras y en silencio mientras fuera posible, yasí ganar posiciones derramando sólo la sangre de losinvolucrados.

    El asustado anciano miraba sorprendido por la pared devidrio templado del piso 28 hacia la calle. Aún no lograbaentender por qué estaba en ese lugar, ni por qué debíanprotegerlo de un gobierno al que no conocía y quería acabarcon su vida. Su existencia se había complicado de un día paraotro por un comentario estúpido contra alguien poderoso, yahora debía pagar consecuencias que a todas luces pareceríandesproporcionadas para cualquiera que entendiera a cabalidad

    el tenor de los hechos.

    Los soldados a cargo de la seguridad del anciano habíanbloqueado ascensores y escaleras, dejando aislado el pisodesde arriba y abajo, de modo tal de dificultar cualquierintento por asesinar a su protegido, y con un poder de fuego

    tal capaz de contrarrestar cualquier ataque de comandos. Depronto una serie de golpes secos en una de las paredes devidrio llamó la atención del vetusto hombre: sólo los reflejosde uno de los guardias lo salvaron de una muerte segura.

    El piloto de drones del grupo de élite era el único miembrodel equipo que no participaría del asalto como tal. Instalado

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    en la parte posterior de una SUV modificada de vidriospolarizados, era el encargado de hacer el ataque inicialtendiente a distraer y asustar al objetivo, y si la suerte se lo

    permitía, a llevar a cabo la parte más compleja de la misión.Luego de ubicar en la pantalla el piso en cuestión, y de lograrver con la cámara térmica el desplazamiento esperable paraun grupo de custodios, abrió fuego con la ametralladora deuno de sus drones, logrando destruir la pared de vidriotemplado, dejando a la vista al guardia que tironeaba con

    fuerzas a un anciano de estrafalaria vestimenta: el objetivo.De inmediato el operador mantuvo estacionario el primeraparato, y con el segundo dron abrió fuego por la paredlateral del mismo piso, logrando el mismo resultado ydejando dos posibles frentes para el ataque del equipo. Justocuando se aprestaba a intentar introducir los drones aledificio para tratar de eliminar el objetivo, dos explosionescasi simultáneas dieron cuenta de ambas máquinas, queterminaron destrozándose contra el pavimento, noventametros más abajo.

    El anciano no entendía nada. Luego de escuchar los golpessecos en el vidrio, alguien lo tomó por la ropa, y de un solo

    tirón lo lanzó detrás de una suerte de barricada de mesasarmada justo frente a la salida del casino del piso, y cerca delos ascensores. Mientras se incorporaba adolorido, vio a dossoldados meter sendas granadas en los cargadores ubicadosbajo los cañones de sus ametralladoras, disparando casi almismo tiempo contra los aparatos que habían quebrado las

    paredes de vidrio del lugar. El anciano vio que el lugar quedóvulnerable por dos frentes, y pese a la molestia del encargadode su seguridad, decidió usar su experiencia para colaborarcon la situación.

    El grupo de comandos de élite subía a toda velocidad poruna de las paredes del edificio, mientras el operador de

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    drones preparaba un tercer aparato de mayor envergadurapara atacar por el segundo flanco descubierto. Cuandofaltaban cerca de seis pisos para alcanzar su objetivo, vieron

    volar a alta velocidad al dron cargado de ametralladoras ylanza granadas, para distraer a las fuerzas de seguridad ycausar el mayor daño posible, mientras ellos llegaban paraacabar la misión. Cuando estaban a un piso de llegar,descubrieron que lo que creyeron un disparate en sumomento, era la única verdad de toda la escaramuza.

    El anciano trabajaba a toda velocidad, ayudado por uno delos miembros de seguridad. Al sentirse culpable de todo esealboroto, había decidido tomar cartas en el asunto y asumirsu responsabilidad en la situación de asedio en que seencontraban. Al no saber nada de tecnología, debió apoyarseen su guardaespaldas para poder usar los hornos microondasdisponibles en el piso, y así poner su experiencia en pos de supropia defensa, y de quienes luchaban por protegerlo. Luegode algunos minutos esos aparatos maravillosos dejaron todolisto para ejecutar su plan. De pronto el dron apareció poruna de las paredes rotas, siendo atacado por los guardias,quienes descargaron todos sus proyectiles para derribar el

    aparato. El anciano por su parte, ayudado por suguardaespaldas, se encargó de la otra pared, pues obviamentepor ahí llegarían las tropas de élite a cargo del asalto. Porculpa de su comentario estúpido el brujo de la corte lo enviómil años hacia el futuro, no sin antes convencer al rey quedejara un escrito que fuera abierto en esa fecha por su

    descendencia, para acabar con el anciano. Por su culpa susdescendientes debieron hacerse cargo de su seguridad,desencadenando un conflicto entre dos naciones vecinascuyas repercusiones sólo se sabrían en otro futuro, más lejanoaún. Ahora por fin podría paliar en parte, usando suexperiencia en la defensa del castillo de su otrora señor, losproblemas que había desencadenado. En cuanto el

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    guardaespaldas le avisó que la tropa de comandos estaba amenos de tres metros de distancia, dejó caer sobre ellos elcontenido del fondo de aluminio: cincuenta litros de aceite

    hirviendo, que quemaron e hicieron caer al vacío a losatacantes, tal como lo hacía mil años atrás.

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    Esqueleto

    Tres de la mañana. La iglesia se encontraba vacía a esas horas,

    por lo cual el avezado ladrón debía estar descalzo, cubriendosus pies sólo con gruesas calcetas, para que el eco de laenorme estructura no fuera a despertar a nadie. El viejocuidador de autos, que en las noches hacía las veces deguardia a cambio de un espacio tibio para dormir y dinerosuficiente para comer y beber, dormía plácidamente hacía ya

    una hora producto de la caja de vino barato que habíabebido.

    El ladrón había sido contratado por un excéntrico ymillonario traficante de objetos de arte, quien tenía unamacabra e inconclusa colección que rayaba en lo bizarro:esqueletos de soldados del siglo XIX. Su motivación casiparecía racional: no era lógico poner uniformes y armas deépoca en maniquíes o vitrinas, si se podía utilizar losesqueletos de aquellos que en vida utilizaron esas vestimentasy esas armas. Su colección era exigua, por lo difícil deconseguir esqueletos completos y en buen estado, y porquedebía recurrir a delincuentes avezados y de alta monta para

    lograr conseguir nuevas piezas, lo que era exageradamentecaro por los riesgos involucrados si se era descubierto.Además, era el mismo coleccionista el que debía conseguirtoda la información de la ubicación de las piezas: los ladronessólo se encargaban de robar sus encargos, no de encontrarlos.

    El ladrón avanzaba silencioso por una de las alas laterales dela iglesia. Su linterna le dejaba ver de tanto en tanto retablosque marcaban las estaciones del via crucis; pese a que leincomodaba notar que en todas las imágenes al menos una delas caras representadas parecía estar mirándolo, debía fijarseen ellas para encontrar el encargo que le habían hecho. Malque mal el robo por encargo de objetos arqueológicos y de

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    arte era su oficio, y dependía de ello para subsistir. Luego deubicar el espacio que separaba la octava de la novena estación,se dirigió a una serie de placas de mármol que marcaban la

    presencia de la tumba de una dama de la sociedad ybenefactora de la iglesia hacía ya dos siglos; después dealgunos segundos de meter los dedos por los bordes de laplancha en que estaba labrado el nombre de la mujer, logródesplazarla, y hacerse de una especie de llave de piedra queestaba escondida en un hueco en la pared. La información

    que le había dado el coleccionista, al menos hasta eseinstante, era perfectamente precisa.

    El ladrón cruzó hacia la otra ala de la iglesia. Justo frente a laplaca tras la cual se encontraba la llave de piedra, había unladrillo deslavado oculto por un paño que colgaba de laimagen de un santo. Al descorrerlo y mover un poco elladrillo, apareció tras éste un espacio de la misma forma de lallave de piedra, que obviamente funcionaba como cerradura.Luego de girar la llave, un crujido le hizo saber que sólo lefaltaba empujar el muro para acceder al pedido de su cliente.

    Tres y media de la mañana. El ladrón por fin pudo acceder a

    la bóveda secreta donde se encontraba supuestamente elesqueleto que le habían encargado. Con delicadeza, respetopero sin miedo, avanzó por el estrecho espacio alumbrandocon una potente linterna, que le permitió ver a un metro dedistancia un ataúd de metal; en ese instante el ladrón decidiócolocarse una mascarilla, pues sabía que en el siglo XIX

    solían sepultar cadáveres con enfermedades infecciosas enataúdes metálicos para aislar el contagio, del cual no seconocía la causa en ese entonces. Al acercarse al ataúddescubrió de inmediato los seguros tipo mariposa quesellaban las paredes del artilugio, los que procedió a soltarluego de colocarse unos gruesos guantes de cuero. Cuandoestaba desatornillando la última mariposa sintió un crujido,

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    que de inmediato desestimó al saberlo propio del rechinar delmetal contra metal.

    Tres y treinta y tres de la mañana. Fuertes pasos seescuchaban con un ensordecedor eco dentro de la parroquia.El viejo cuidador despertó del efecto del vino, y corrió conun bate de madera como arma en ristre hacia la gran puertade madera de la iglesia, la que encontró entreabierta, dejandover una pequeña luz en una de sus alas laterales. El viejo entró

    con cuidado: en ese momento un enorme esqueleto de cercade dos metros de altura lo derribó de un empujón, no sinantes ser alcanzado por el golpe de su bate. El sonido quehizo el golpe y el reflejo de las luminarias en su superficie lehicieron creer que había sido derribado por un esqueletometálico. El estado del cadáver del ladrón terminó porconfirmar su alocada sospecha.

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    Pistolero

    Una ridícula canción de amor. Un cepillo cilíndrico de cerdas

    blandas. Un pote de grasa. Incontables pensamientos. Unoscuantos sueños. Ningún deseo.

    En la grabación, el cantante llevaba su voz a límitesinsospechados gracias a varios filtros digitales usados por elingeniero de sonido en las distintas capas de la mezcla, para

    hacer sonar al artista como un ser excepcional, sin ser másque un simple humano. En la habitación el cepillo cilíndricoera untado en grasa, para luego lubricar con lentitud yparsimonia el cilindro para el cual fue fabricado. En sucabeza los pensamientos se agolpaban para salir sin lograr suobjetivo. En su alma los sueños se apagaban en la medida quela madrugada avanzaba. Su cuerpo simplemente le pedíadescanso, pero ya sin esperanzas.

    La canción de amor terminó, junto con la lista dereproducción, dejando la habitación en silencio. El cepillosalió del cilindro casi sin grasa, quedando apoyado encimadel pote a medio cerrar. Los pensamientos se hacían cada vez

    más bulliciosos y menos inteligibles. Los sueñosacompañaban a los deseos en el limbo. Había llegado elmomento de partir.

    El hombre caminaba sin rumbo ni destino por la calle,siguiendo cada semáforo que diera luz verde al llegar a algún

    cruce, para no detenerse. En su cabeza hacía sonar el recuerdode las canciones románticas que había escuchado durantetoda la noche para no distraerse. En su alma el fríogobernaba sobre sus sentimientos traicionados y suspulsiones liberadas. En su bolsillo el revólver reciénengrasado y cargado hacía bulto, dificultándole la marcha altopar en su muslo a cada paso.

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    Las luces de tránsito y la señalética lo guiaron a una calle sinsalida. El hombre avanzó por el medio de la calle carente de

    tráfico vehicular, hasta dar con una reja y una puerta abiertas,por las cuales entró luego de fijarse que ninguna otra casaestuviera en la misma condición. El hombre avanzó hasta eldormitorio principal, en donde se encontraba un anciano quehabía recién terminado de vestirse, y que ahora luchabacontra sus pantuflas para poder ponerse zapatos y salir a dar

    una vuelta a la plaza. Luego de asegurarse que no habíaninguna puerta más que traspasar, y ante la mirada resignadadel anciano, el hombre sacó el revólver y sin titubear disparóa la cabeza del dueño de casa, quien cayó inerte al piso con elcráneo destrozado y medio cerebro desparramado sobre lacama. El hombre guardó el revólver en su bolsillo, y se quedóde pie al lado del cadáver esperando lo que debía suceder.

    Desde el cráneo abierto del anciano salió lentamente unaesfera luminosa transparente que súbitamente tomó la formadel cadáver, quedando de pie al lado de su viejo continente.En ese preciso momento el asesino se desplomó, dejandoescapar el alma de una anciana que miró con pena el alma del

    asesinado, para iniciar el camino al más allá. El alma delrecién asesinado anciano no entendía nada; de pronto, unafuerza incontrolable lo atrajo con violencia hacia el cuerpodel asesino, ocupando el envoltorio que había quedadodesocupado segundos antes.

    Sin que el alma del anciano lograra entender lo que habíasucedido, inició una caminata casi automática desandando elcamino que lo había llevado al que otrora fuera su hogar,hasta llegar al cuarto de un viejo y descuidado hotel, endonde había una cama, un velador, y una pequeña mesa decentro en donde pudo ver una caja casi llena de balas, un potede grasa y un engrasador cilíndrico para cañones de pistolas.

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    En ese instante el alma del anciano pudo tomar control delcuerpo del asesino, mientras en su cerebro una voz repetía:“la puerta del más allá se abre con sangre, y sólo un alma pasa

    cada vez”.

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    Seis

    “Cinco”. El número retumbaba en la cabeza de Mariana.

    Nunca creyó que llegaría a contar hasta ese número en esascircunstancias, y en ese momento no sabía si reír o llorar.

    Mariana llevaba años escapando de sí misma. Encarcelada enuna sociedad de exitosos y felices, la muchacha era lanegación de todo lo socialmente correcto. La enfermedad de

    la melancolía había sido dueña de su mente y de su almadesde que tenía uso de razón, enseñándole que todo lo queparecía malo era en realidad peor, y que la única esperanza deacabar con el sufrimiento que significaba estar viva, era lamuerte.

    “Uno”. Los recuerdos de infancia se agolpaban en su mente.

    Los eternos días en que sus padres la obligaban a salir conellos y sus hermanos a andar en bicicleta, salir de camping,hacer deportes o tocar un instrumento musical en familia,apenas se veían compensados en las noches, cuando en lasoledad y la oscuridad de su habitación, podía llorar libre yamargamente, cuidando de no sollozar lo suficientemente

    fuerte como para llamar la atención de su madre, y podervivir su tristeza sin interrupciones.

    “Dos”. El golpe metálico sordo le hizo abrir los ojos, yvolver desde el patio del colegio en que se encontraba, siendomolestada por las niñas de su edad que veían cómo ella se

    negaba sistemáticamente a jugar, y con el paso de los años, aacercarse a los niños para intentar congeniar con el sexoopuesto. Los únicos momentos buenos los pasaba en el baño,con la puerta cerrada, mirando la estrecha habitación ysintiéndose libre dentro de esa pequeña y hedionda cárcel.

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    “Tres”. A mitad de camino de su camino, su mente se detuvoen la graduación de enseñanza media. Si había algo másterrible que caminar frente a todos sus compañeros y

    familiares para recibir un trozo de cartón inútil que para ellano significaba nada, era tener que ir obligada por sus padres auna fiesta de graduación que no le interesaba, con alguien casidesconocido, a sabiendas que si no se mantenía alejada de losborrachos, podría hasta terminar violada a vista a pacienciadel resto de los borrachos y sus acompañantes.

    “Cuatro”. Su mano empuñada y tensa llevó su mente a supasado reciente. Luego de recibirse de una carrera corta, quesólo estudió para lograr la independencia económica parapoder irse de su casa a algún lugar que le permitiera vivir susufrimiento como ella decidiera, dejó los antidepresivos ypudo por fin saber lo que de verdad sentía su mente. Desdeese momento comprendió que ella estaba viva exclusivamentepara sufrir, y que no estaba dispuesta a aguantar tal nivel dedolor y desesperación por mucho tiempo.

    “Cinco”. El número retumbaba en la cabeza de Mariana. Esamañana fue la elegida por la joven para llevar a cabo su

    decisión de dejar de sufrir de una vez por todas. Luego dedesayunar algo liviano, sacó el revólver que había compradoun par de semanas antes, y tal como había leído en un foro deinternet, colocó una sola bala en una de las cámaras de lanuez, para luego cerrarla y hacerla girar en repetidasoportunidades, y así no saber cuándo el proyectil acabaría

    con su tortuosa vida. Luego del quinto martillazo sinexplosión, y con su vida aún intacta, debería decidirconscientemente si era capaz de contar hasta el seis.

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    Francotirador

    El francotirador apuntaba su rifle Barret al cuerpo del blanco

    ordenado. A trescientos metros, el proyectil calibre .50 eramortal, independiente de caer en la cabeza, el tórax, o elabdomen de su objetivo; sin embargo, su experiencia lollevaba a apuntar algo por sobre la cabeza de su objetivo, paraque la gravedad hiciera que el proyectil lanzado impactara enel cuello, provocando una muerte instantánea y sorpresiva.

    Muchas veces su disparo favorito terminaba decapitando alobjetivo o destrozando la cabeza; sin embargo, eso era mejorque disparar alto, destrozando el cráneo pero dejando elcentro vital de la base del cráneo intacto, lo que generaba unsufrimiento innecesario, y si las circunstancias lo permitían,obligándolo a un segundo disparo para acabar su misión.

    De pronto varias campanadas interrumpieron el bullicio de lacalle, dando salida a una verdadera estampida de niñas yjóvenes que trataban de huir luego del colegio de monjas enque pasaban la mayor parte del día, para poder empezar sustrayectos a casa, y olvidarse del estricto régimen educacional yde disciplina en que se encontraban inmersas por decisión de

    sus familias. No era extraño además que dentro del grupo deestudiantes, algunas religiosas salieran entremezcladas, si esque habían terminado sus labores docentes y necesitaban irsemás temprano que el resto de las profesoras. Justo en esemomento, la tragedia se desató: un ruido seco, como el de unmartillazo contra una muralla se sintió en medio de las

    escolares, para dejar al descubierto una imagen espantosa. Elcuerpo de una religiosa se desplomaba bruscamente en lasescaleras de acceso al colegio, en medio de un regueroincontenible de sangre que manaba a raudales del sitio en quesegundos antes estuvo su cabeza, de la que sólo quedaba unamasa amorfa e irreconocible.

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    Los gritos destemplados de las niñas dieron paso a unaavalancha de escolares corriendo y rodando escaleras abajopara alejarse del cuerpo desfigurado de la religiosa, y de lo

    que fuera que la hubiera dejado así. Apenas algunos segundosdespués un segundo ruido seco, más fuerte que el anterior,terminó con el cuerpo de otra de las religiosas casidescabezado, cayendo inerte sobre el cemento de las escaleras,al momento que un golpe dejó un agujero de diezcentímetros de diámetro en uno de los escalones. En los

    siguientes treinta segundos, tres golpes más se escucharon, ytres cuerpos de religiosas terminaron con sus cabezasdesfiguradas y sus cuerpos acostados en el acceso del colegio.Para ese momento, ni escolares ni religiosas quedaban en ellugar, salvo una añosa monja que se paseaba consternada,yendo de un a otro cuerpo, haciendo repetidas veces sobre loscuerpos una forma de cruz romana con una botellita queparecía contener agua. Luego de terminar de pasar por loscinco cadáveres, la monja se persignó y bajó las escalinatas,para desaparecer justo antes de la llegada del primer vehículopolicial al sitio del suceso.

    La añosa monja enfiló sus lentos pasos hacia una iglesia

    ubicada a tres cuadras del colegio. Su lentitud contrastabacon el vértigo con el cual el colegio fue rodeado porvehículos policiales y de fuerzas especiales. Luego de esquivara intrusos y policías de a pie, la mujer logró entrar a la iglesia,para dirigirse directamente al confesionario, para contarle asu confesor su pecado: haber bendecido los restos de cinco

    sacerdotisas consagradas a Satanás e infiltradas en la iglesia,que habían sido ajusticiadas por un francotirador que le habíaanticipado convenientemente sus planes, para permitirle a ellacumplir con su obra de caridad. Con dificultad la monja searrodilló y esperó su turno: el confesor estaba ocupado en laotra ventanilla del confesionario, absolviendo y bendiciendo

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    al sacerdote que aún tenía su mano y mejilla derecha con elinconfundible olor a pólvora quemada.

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    Noemí

    La pequeña Noemí corría feliz por el húmedo y bien cuidado

    césped del parque. Su padre y su madre corrían tras la niña,que inundaba el lugar con sus risas y sonrisas, distribuidas adiestra y siniestra sin ninguna discreción. Algunos metrosatrás, sentada en un viejo banco de madera, la tía de Noemí,Soledad, miraba a la niña correr con el juguete que recién lehabía comprado, satisfecha.

    Noemí era la hija menor de un joven matrimonio deprofesionales de primera generación. Las familias de suspadres se habían dedicado a variados oficios, siendo amboslos primeros en sus entornos que decidieron abandonar susrespectivas tradiciones familiares, y buscar un futuro másfácil de sustentar, más estable y más acorde con los tiempos;así, era obvio que como almas gemelas, estaban destinados acompartir sus realidades, y un futuro en común.

    Tal como todos los retoños que ingresaban al clan, Noemíera querida por ambas familias, quienes cuidaban de ella paraque nada le sucediera, y para que su existencia fuera lo más

    feliz posible dentro de los límites humanos. Al ser la menorde toda la familia, todos los tíos, tías y abuelos la mimaban yhasta malcriaban, a lo que la pequeña respondía con suinagotable felicidad; todos, salvo su tía Soledad.

    Soledad era quien mejor llevaba su nombre. Mujer solitaria,

    retraída y hasta mal genio, se dedicaba a mirar a todos sussobrinos a la distancia, enojada al ver que ninguno parecíaquerer perpetuar alguno de los oficios que habían servido aambas familias para existir, crecer y desarrollarse. ParaSoledad, cualquiera de esos niños tenía la obligación moralde hacerse cargo de la herencia cultural de la familia; sin

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    embargo, no había ninguno que pareciera tener el interés nimenos las condiciones para tamaña tarea.

    Esa tarde, Soledad decidió acompañar a su hermano y sucuñada al parque con la niña. Luego de todas lasfrustraciones vividas, la mujer decidió dejar por un rato surabia de lado, y estar con su sobrina menor, quien la mirabapermanentemente con cara de sorpresa y curiosidad. Lapareja caminaba con la pequeña corriendo delante de ellos; de

    pronto Soledad pareció desaparecer, para luego asomarsesaliendo de un puesto ambulante de regalos con una pequeñabolsa. En cuanto Noemí vio a su extraña tía con una bolsa decolores, corrió donde ella y le regaló su mejor sonrisa, la queno halló respuesta en la amarga mujer, quien sólo estiró elbrazo y le entregó la bolsa a la pequeña. Los padres de la niñamiraron sorprendidos: era la primera vez que Soledad leregalaba algo a alguien, sin que hubiera alguna fecha formalde por medio.

    La pequeña Noemí corría feliz por el húmedo y bien cuidadocésped del parque. Su padre y su madre corrían tras la niña,que inundaba el lugar con sus risas y sonrisas, distribuidas a

    diestra y siniestra sin ninguna discreción. La niña corría felizcon la red atrapa sueños que su tía Soledad le había regalado,moviéndola a diestra y siniestra, como si de verdad pudieraatrapar los sueños de las personas con el adorno que ahorahacía las veces de juguete. Algunos metros atrás, sentada enun viejo banco de madera, la tía de Noemí, Soledad, miraba a

    la niña correr con el juguete que recién le había comprado,satisfecha. Cuando la niña lo sacó de la bolsa, instintivamentecambió de posición tres piedras del arco, rotándolas ademásen ciento ochenta grados. En ese momento Soledad supo quesu oficio tenía una poderosa heredera, quien no necesitó deestudios para transformar una inútil red atrapa sueños en unapoderosa red atrapa demonios, que la pequeña movía con

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    certera precisión para cazar todas las entidades que a esa horabuscaban confiadas almas que poseer.

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    Virus

    La alarma del teléfono despertó a Catalina, quien

    sobresaltada miró el reloj, y se dispuso a terminar lo quetenía pendiente en el poco tiempo que le quedaba disponible.

    Catalina era una bióloga, dedicada a la investigación de viruspara el Estado. Toda su vida profesional había tenidorelación con la clasificación y tipificación de diversos virus,

    para ayudar en el desarrollo de vacunas para prevenir laseventuales enfermedades derivadas de la infección de tanincontrolables patógenos. Luego de varias irrupciones decepas provenientes de África, que algunos mediosirresponsables catalogaban como “inventos de laboratoriospara vender vacunas” o “armas experimentales yanquis”,apareció en escena una extraña infección capaz de causar unaacelerada destrucción de la superficie de los hemisferioscerebrales, y un brusco desarrollo de la corteza prefrontal, loque llevaba a los infectados a actuar de modo instintivo,impulsivo, violento e irracional: no pasó mucho tiempo paraque la prensa denominara a la infección el “virus zombie”. 

    Catalina había llegado a la hora de costumbre al trabajo. Esamañana su jefe ya estaba sentado frente a la pantalla decomputador, revisando concentrado los patrones de RNA deuna serie de virus junto con la nueva cepa descubierta,tratando de encontrar semejanzas que facilitaran suclasificación, y por ende tener luces de cómo tratarlo, y de

    cómo inmunizar a futuro a la población. Catalina decidióservirse un café antes de empezar a trabajar, para estar unpoco más despierta a esa hora de la mañana; cuando llegó a lacafetera, un violento tirón a su larga cabellera la hizo rodarpor el suelo, para luego sentir un agudísimo dolor en sucuero cabelludo, seguido de una explosión, y el cese bruscodel dolor.

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    En el suelo yacía el cuerpo de su jefe, aún convulsionando,con el cráneo destrozado y un extraño contenido gelatinoso

    desparramado por el piso, que no tenía relación alguna contejido cerebral; de pie a un par de metros estaba el viejoguardia de seguridad del piso con su anticuado revólverapuntando al cadáver del científico, cuyo cañón aún humeabaproducto del reciente disparo. Catalina vio cómo el viejohombre amartillaba el arma y la apuntaba directo a ella: en

    ese instante la mujer se llevó la mano a la cabeza y se diocuenta que entre su cabello manaba sangre. Estaba claro, sujefe se había contagiado con el virus, y la había contagiado almorder su cuero cabelludo. La suerte estaba echada, y sólo lequedaba intentar aprovechar el tiempo de vida que lequedaba para aportar en algo a la cura de la malditaenfermedad. Luego de algunos minutos apelando al tiempoque se conocían y a sus capacidades profesionales, Catalinalogró convencer al guardia que la encerrara en el piso yvolviera en veinte horas, que era el tiempo estimado entre laentrada del virus y la aparición de los primeros síntomas,para que pasado ese lapso la matara, permitiéndole al menosintentar avanzar con el estudio.

    Catalina intentaba pensar. El computador de su jefe teníabastante información, pero que no era suficiente para darlelas respuestas que necesitaba. Luego de revisar uno por unolos patrones desplegados en pantalla, se fijó en una diferenciaentre dos muestras que parecían tener el mismo origen, pero

    que definitivamente no se parecían en nada. Decidida almenos a aclarar esa duda, Catalina buscó las muestras, ydescubrió lo que hacía dicha diferencia: una de ellas era elvirus depurado, y el otro, mezclado con líquidocefalorraquídeo. El contacto del virus con el fluido cerebralera lo que activaba la enfermedad, pues la muestra de virusextraído de la sangre no tenía diferencias de material genético

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    con la muestra de virus aislado. La única opción posible eragenerar una mutación en el código genérico del virus paraque no pudiera pasar de la sangre al fluido cerebral, y con

    ello evitar su activación; luego de un par de horas de análisis,Catalina ingresó los datos que creía correctos al secuenciador,y no quedando nada más por hacer que esperar el resultado,puso la alarma del reloj media hora antes del término delproceso y se dispuso a dormir.

    La alarma del teléfono despertó a Catalina, quiensobresaltada miró el reloj, y se dispuso a terminar lo quetenía pendiente en el poco tiempo que le quedaba disponible.En cuanto miró la pantalla de control, se fijó en que todoestaba saliendo a la perfección, y que aproximadamentemedia hora antes de lo esperado, tendría el virus bloqueadopara la barrera hematoencefálica, lo que facilitaría el trabajodel resto de los equipos científicos que trabajaban en esadesesperada misión. De pronto un sonido seco se escuchótras Catalina: un par de fracciones de segundo después sucráneo estallaba, su cerebro sano salía proyectado hacia lapantalla del computador, y la pesada bala calibre .38 seguíasu trayecto para terminar destruyendo la evidencia del logro

    de la bióloga, luego de haber acabado con su corta vida. Depie tras ella, el viejo guardia enfundaba su viejo revólver,mientras sus viejas manos escarbaban en los restos del cerebrode Catalina, buscando algo para comer.

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    Calabaza

    El afilado cuchillo entraba con extrema facilidad a través de

    la delgada cáscara de la calabaza. Pese a no ser una festividadde su total agrado, la noche de brujas había entrado confuerza en las maleables mentes de los niños, obligando alpadre a jugar el juego de los dulces y los adornos paracomplacer a sus hijos, de siete y cinco años, que alucinabancon el día de disfrazarse y salir a pedir golosinas por el

    barrio. Si bien era cierto el joven padre era capaz de transarrespecto de la festividad, en lo que no cejaría era en suintento por evitar el comprar todo listo para ser instalado: nosoportaba los adornos plásticos y los disfraces comprados, sies que él, su esposa y sus hijos eran capaces de hacer todo consus propias manos, a la medida, y a su propio gusto.

    Para esta ocasión, a él le había tocado hacer los adornos parala casa, y a su esposa los disfraces de todos, para poder salir abuscar dulces en familia y pasar un rato agradable; sus hijos,por su lado, estaban adornando las bolsas que esperabanllenar de golosinas la anhelada noche. Luego de armarguirnaldas, calaveras y fantasmas de papel, el hombre había

    empezado con el trabajo más delicado: tallar las calabazas a lausanza de las películas de terror, y una vez ahuecadas, colocardentro de ellas sendas velas negras que las iluminaran demodo tal que causaran verdadero temor.

    De pronto, un fuerte y ahogado grito lo asustó, corriendo

    hacia la habitación en que se encontraba su esposa: la mujerse distrajo un segundo mientras cosía, atravesando sin querersu dedo índice con la aguja, sin atreverse a quitarla al ver quela punta había salido por el otro lado del dedo. El hombretomó con cuidado el dedo de su esposa, y con un alicatelogró sacar la aguja sin mayores lesiones, mientras un

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    pequeño chorrito de sangre cayó dentro de la calabaza que elhombre no alcanzó a soltar al ir en auxilio de su esposa.

    Esa noche la familia estaba lista para salir a cazar dulces.Ataviados con sus disfraces y bolsas adornadas, todo estabadispuesto para disfrutar la fiesta en familia, y luego repartirlos dulces entre todos para fomentar en sus hijos el sentidode la generosidad. Antes de salir, el padre encendió las velasdentro de las calabazas a las afueras del hogar, para luego

    unirse a su familia en la entretenida noche de recolección quetenían por delante.

    Una hora después, las bolsas de ambos niños estaban repletasde golosinas, casi a punto de reventar. Camino a casa padre,madre e hijos comieron unos cuantos dulces, para repartir elgrueso del tesoro en el hogar. La algarabía de la reparticiónde los dulces dio paso a la modorra, luego de la largacaminata y el exceso de azúcar y chocolate consumidos esalarga noche. Sin que fuera necesario presionarlos niconvencerlos, los niños partieron casi aturdidos a susdormitorios a dormir, luego de un necesario paso por elcepillo de dientes.

    A la mañana siguiente, los abuelos de los niños llegaron devisita al hogar, a traer más golosinas y a compartir unajornada familiar que ya se había convertido para ellos en unatradición. Los padres de ambos padres se encontraban en lapuerta de la casa, bellamente decorada con sendas calabazas

    talladas a mano; luego de tocar el timbre en varias ocasionessin obtener respuesta, uno de los adultos mayores decidiógolpear la puerta, la que se abrió de inmediato, dejando avista de los cuatro ancianos el cuadro más horroroso quehubieran podido imaginar: en el suelo yacían los cuerpos deambos padres y sus hijos, con las caras talladas cual calabazas,y con dichos agujeros labrados en sus irreconocibles rostros

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    repletos de los dulces recolectados la noche anterior. En eljardín, y al lado de la calabaza alimentada con la sangre de laherida del dedo de la mujer, y traída a la vida por la llama de

    la vela negra, se encontraba enterrado el cuchillo con que lehabían dado forma, y con el cual había devuelto el favor a loshumanos.

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    Ideal

    Por en medio de la acera Joaquín caminaba arrastrando su

    bate de madera por el suelo. La tristeza y la desilusión erantales, que los gritos de quienes circulaban a esa hora por lacalle le eran indiferentes, llegando a costarle escuchar más alláde su cabeza sus propios gemidos de dolor. De improvisodos patrullas policiales se detuvieron bruscamente, unadelante de él y otra atrás, desde donde bajaron ocho policías

    que en el acto apuntaron sus armas a su cabeza y le gritaron aviva voz que se rindiera, o lo matarían. Era tal el sufrimiento,que de inmediato el rendirse dejó de ser una alternativa.

     Joaquín estaba enamorado. Esa tarde se encontraría de nuevocon su amor, aquella joven que había conocido por internet yque le había abierto su corazón y su vida a través de lapantalla. Luego de semanas de conversaciones día y noche, Joaquín supo que estaba enamorado, y que necesitabaconocer en persona a ese avatar y esas frases que le habíanpermitido soñar nuevamente con la felicidad. La joven eratodo lo que él podía esperar, imperfecta como todas, peroque expresaba a cada rato que su único norte era ser feliz, sin

    importar lo que rodeara aquella confusa definición; Joaquínsabía que en cuanto se vieran sería amor a primera vista, yque cualquier barrera quedaría de lado entre ellos en el acto.

    Cuando se conocieron, Joaquín quedó sorprendido. La fotode la muchacha era muy parecida a ella, pero no era fiel

    representación de su imagen. Su voz no era la que habíacreado para ella en su cabeza, sus gestos no se parecían a losíconos que generaba a cada rato en la pantalla, y susexpresiones le eran desconocidas; Joaquín sabía que ella era lamujer que había conocido por internet, y pese a sentir quesabía todo de ella, ahora creía estar hablando con unadesconocida.

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    La noche de ese mismo día, cuando se conectó, apareció deinmediato en pantalla el avatar del cual se había enamorado.

    Bastaron apenas dos líneas de chat para reconocer al amor desu vida, ese que le daba la seguridad y la tranquilidad paraseguir viviendo pese a los embates de la existencia, y quedefinitivamente nada tenía que ver con la mujer que conocióen el mundo real: tal como le habían dicho que sucedería, ycomo temía que fuera cierto, ideal e irreal tenían rima

    consonante más allá de la poesía. Pero el amor infinito quesentía lo llevó a descubrir que todo tiene solución en la vidaexcepto la muerte, más aún cuando ese todo estaba cubiertopor el manto de un sentimiento puro y mutuo.

    Los policías seguían apuntando a la cabeza de Joaquín, quienparecía no escucharlos. Su bate de madera con varios clavosde seis pulgadas atravesándolo de un lado a otro se veíaextremadamente amenazador; pero era la sangre y el pequeñobulto sanguinolento en una de sus puntas lo que tenía ochoarmas apuntando a su cabeza. Joaquín entendió que lamuchacha era el amor de su vida, pero que su cuerpo y sumente impedían que él pudiera tener ese puro corazón a su

    lado para siempre; así, no le fue difícil decidir que debíadesechar su envoltorio, para llevar consigo, ensartado en unade las púas de acero de su arma, el corazón que tanto amaba,y que ahora deambulaba libre junto a él.

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    Droga

    Alejandro estaba cansado. Su cerebro no lo dejaba en paz, y

    necesitaba calmarlo con la droga para que no pensara máslocuras y lo terminara metiendo en problemas. Su adicción seponía peor a cada día, y no parecía tener salida: su cerebroparecía no entender acerca de límites, y ello lo estabamatando día tras día; más encima el dolor de espalda y suspulmones dañados lo tenían casi sumido en una depresión de

    la que sólo lograba salir consumiendo más y más droga.Esa noche Alejandro invitó a dos conocidos a la casa, paraconsumir con ellos. A Alejandro no le resultaba consumirsolo, así es que siempre invitaba gente que conocía mientrasconseguía cocaína, para que todo se diera en un entornoadecuado a su comodidad; a Alejandro no le importabacompartir la cocaína, con tal de sentirse bien.

    Un par de horas más tarde ambos conocidos estaban casiintoxicados; ninguno de los dos jóvenes se podía poner depie, y uno de ellos había empezado a vomitar un par deminutos antes. Alejandro pacientemente limpió el piso

    mientras encendía el fuego para soportar el frío imperante aesas horas de la noche. Los jóvenes sintieron el calor einmediatamente empezaron a sentirse mejor y a quedarsedormidos.

    A las 3 de la madrugada Alejandro decidió que era hora de

    pedirle a sus visitantes que se retiraran, pues tenía cosas quehacer. Los dos muchachos caminaron con dificultad hasta lapuerta de entrada, que se encontraba cerrada. Alejandro seacercó al interruptor que abría la puerta, lo apretó, y luegoque la puerta se abriera y se cerrara, bajó al subterráneo aseguir con sus cosas.

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    Alejandro estaba cansado. Su cerebro no había parado deexigirle droga durante esas cinco interminables horas, y ahorapor fin estaba próximo a satisfacerlo. La puerta que abría el

    interruptor no era la de la entrada, sino una compuerta en elpiso que daba a un enorme fogón a gas, donde el par dedesgraciados muchachos cayeron para morir carbonizados.Después de apagar el fuego y esperar a que se enfriara,Alejandro entró casi desesperado al lugar: por fin podíarecoger las cenizas de los jóvenes carbonizados para seguir

    jalándolas y mantener tranquilo a su esclavista cerebro.

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    Seguimiento

    Esa fría mañana de mayo, el detective Aguayo se encontraba

    en su auto, frente a la puerta de un motel, esperando la salidade uno de sus pasajeros para poder fotografiarlo junto a suincidental pareja y cerrar de una vez por todas eseseguimiento por infidelidad. La esposa del hombre era unamujer muy extraña, silenciosa, que casi no dejaba ver surostro, pero que tenía los medios suficientes para financiar el

    trabajo de Aguayo y su discreción. El detective estaba algoaburrido con lo obsesiva que era su clienta, pues lo llamabatodos los días para preguntar por avances en la investigación;sin embargo, y pese a que le cobraba bastante más que latarifa habitual, la mujer pagaba sin reclamar, por lo queAguayo consideraba dentro del precio el derecho a llamarlo ypreguntarle lo que se le ocurriera.

    Aguayo estaba terminando el tercer café de la madrugada.Los amantes habían llegado cerca de las doce de la noche, asíque el detective esperaba que entre seis y media y siete de lamañana abandonaran el lugar para ir a sus trabajos o a susdomicilios. Justo cuando buscaba dónde dejar el vaso vacío y

    pensaba en ir por algo para desayunar, la pareja salió delmotel: de inmediato Aguayo empezó a grabar un video conuna cámara digital disfrazada tras el parabrisas de su auto,mientras él se hacía el dormido. Luego que la pareja sedespidiera con un apasionado beso y que cada cual siguiera sucamino, el detective detuvo la grabación y la revisó antes de

    respaldarla: la evidencia era innegable, y con ese registropodía dar por concluido el trabajo, para poder entregarle elinforme a su clienta.

    Aguayo se dirigió a su oficina, en donde respaldó el video yse dispuso a dormir unas tres horas: su clienta lo llamabapuntualmente a las once de la mañana todos los días, así es

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    que podría descansar a sabiendas que a esa hora podría darlea la mujer la información que necesitaba, y así poder cobrarel dinero que merecía por su trabajo. De pronto el teléfono

    sonó y Aguayo, luego de desperezarse, preparó mentalmenteel discurso que usaría para darle a su clienta la mala noticia;luego de un breve diálogo, la mujer le dijo que estaría enmedia hora en su oficina, para ver las evidencias y pagarle elresto de sus honorarios.

    Exactamente treinta minutos después la mujer entró al lugar,dejando sobre el escritorio un pequeño maletín, ydisponiéndose a ver lo que Aguayo tenía para ella. Luego dever el video, la mujer miró a Aguayo, quien guardaba unrespetuoso silencio, soltó los seguros del maletín, sonrió, parade improviso empezar lentamente a desmaterializarse frente alos ojos de aterrorizado detective, quien no atinó areaccionar. Sólo media hora después Aguayo fue capaz deacercarse al maletín y abrirlo con sumo cuidado: en él estabatodo el dinero que faltaba para pagar sus honorarios, y unacarta donde la mujer le contaba su verdad. La mujer habíamuerto cinco años atrás, y por el apego y el inmenso amorque le tenía a su marido, le fue imposible partir al más allá

    sin asegurarse que alguien más lo cuidaría por el resto de suvida. Una vez que se convenció de todo lo que sus ojoshabían visto, el hombre guardó en la caja fuerte la carta y lacopia del video de seguridad de su oficina donde aparecía elregistro de la mujer despareciendo en la nada, y se llevó elmaletín con el dinero al banco: por fin su caja fuerte tenía

    algo de valor.

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    Pablo y Pedro

    Pablo huía despavorido por la oscura calle. El temor a ser

    alcanzado por la horda de salvajes que los seguían erasuficiente como para superar el cansancio y las dificultadesque su cuerpo poseía, y seguir corriendo para lograr salvar suvida. Pedro en cambio parecía estar a punto de rendirse: élsabía, a diferencia de su hermano, que no importaba cuánrápido corrieran, en algún instante los alcanzarían, y luego de

    un indescriptible sufrimiento, todo acabaría.Pablo y Pedro eran hermanos inseparables. Desde pequeñosse acostumbraron a hacer todo juntos, lo que al parecer noera bien visto por la gente que los rodeaba, que desde siempreparecieron odiar a los hermanos. Ambos jóvenes teníanpersonalidades muy diferentes, pero que al final del díaterminaban complementándose: mientras Pablo eraaventurero, osado, valiente y a veces hasta algo inconsciente,Pedro era mesurado, recatado, racional y bastante reservado.Muchas veces Pedro había sido acosado sin ser capaz dereaccionar frente a las agresiones, y Pablo había debidointervenir para protegerlo y sacarlo del ambiente hostil; por

    su parte Pablo en más de una ocasión se había metido enproblemas con gente adulta por su actuar algo arrebatado ysin ser capaz de medir consecuencias, debiendo intervenirPedro para calmar las aguas y alejar a su hermano deconflictos que no estaba en condiciones de enfrentar. Loshermanos se entendían a la perfección, y ello estaba

    generando cada vez más odio en el entorno que los rodeaba.Esa mañana Pedro estaba siendo insultado por un bravucón,acostumbrado a pasar por encima de todo y todos. El jovenprefería simplemente mirar al piso para dejar pasar lasbarbaridades que el matón le decía; sin embargo Pablo noestaba dispuesto a ver cómo su hermano era vapuleado sin

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    razón por un estúpido que basaba su poder en su talla y suviolencia. Cuando el bravucón se acercó peligrosamente aPedro, Pablo aprovechó la oportunidad y golpeó con

    violencia al agresor, quien cayó al suelo golpeándose la cabezay empezando a sangrar profusamente. Eso fue suficiente paradesatar la ira de los amigos del bravucón, y de todos aquellosque por algún motivo odiaban a los hermanos; losmuchachos tendrían que huir rápido, pues la gente por fintenía el motivo que necesitaban para descargar su odio en

    ellos.Pablo y Pedro huían a toda velocidad de sus agresores. Pablosabía que si no se preocupaban de sus perseguidores podríansalvarse; sin embargo Pedro ya no quería seguir dando lapelea contra la vida que tanto los había maltratado. Pabloestaba desesperándose por la actitud de su hermano, puesambos se necesitaban para sobrevivir: luego de un par deinsultos, logró que Pedro reaccionara y moviera rápido lapierna derecha, para él hacerse cargo de mantener moviendo atoda velocidad la izquierda, y así salvar a los siameses de unamuerte segura.

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    Pequeñita

    La pequeña niña no tenía con quién jugar. Pese a que la plaza

    estaba llena de niños, ninguno de ellos parecía querer jugarcon ella, sumiéndola en una pena tan grande como la quesintió cuando sus padres le dijeron que su perrito se habíaido al cielo luego de haber sido atropellado por un autobús.La tristeza se había hecho presente en su vida en muchasoportunidades, pese a apenas tener cinco años de vida.

    La pequeña era hija de un matrimonio joven. Madre, padre ehija solían salir a pasear a la plaza, donde siempre terminabanregañándola por su costumbre de soltarse de la mano de sumadre y partir corriendo a buscar otros niños para jugar conellos. La pequeña era muy amistosa, y su gran sonrisa lefacilitaba interactuar con los niños que jugaban día tras díaen el lugar, por lo que siempre terminaba jugando conalguien, mientras sus padres la miraban a distancia prudente,cuidando que nada la ocurriera.

    Esa tarde la pequeña había llegado temprano con sus padres,y tal como de costumbre luego de caminar un par de metros

    por el pasto se había soltado de la mano de su madre para ira buscar a sus incidentales compañeros de juego.Extrañamente a esa hora no parecía haber nadie, y cuando losniños aparecieron un rato más tarde, no parecían querertomar en cuenta a la pequeña. La niña se acercó a todossonriendo feliz, pero sólo cosechó indiferencia; con pena dio

    la vuelta para ir a los brazos de sus padres, y en ese instantecomenzó su verdadero calvario: su madre, su padre y superrito no estaban.

    La niña empezó desesperada a gritar el nombre de sus padres,sin obtener respuesta alguna. El temor la invadió del todocuando recorrió por completo la plaza, sin encontrar a sus

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    progenitores, y sin que ello pareciera preocupar a nadie, ni asus compañeros de juego de siempre ni a los adultos que losacompañaban. Al poco rato el temor se había transformado

    en angustia, mientras el hambre arreciaba y a nadie parecíaimportarle.

    La pequeña niña no tenía con quién jugar. Luego de horas debúsqueda infructuosa, la niña se sentó en uno de loscolumpios de la plaza, a ver si se le ocurría qué hacer, o se

    acordaba de cómo volver a la casa. De pronto un niño másgrande que ella se acercó decidido al columpio, y antes queella pudiera reaccionarse se sentó en él, pasando a través delcuerpo de la niña. Si la pequeña no se hubiera soltado de lamano de su madre justo en el instante en que todos murieronatropellados, su alma hubiera emprendido viaje junto con suspadres al más allá. Ahora su alma sólo necesitaba entenderque estaba muerta para poder seguir el camino de su madre,su padre, y su perrito.

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    Doris

    La pequeña niña de cinco años estaba parada frente a la

    puerta del templo, llorando desconsolada. La niña no lograbaencontrar a sus padres, ya estaba anocheciendo y empezandoa hacer frío, y no entendía por qué había tantas luces deautomóviles intentando enceguecerla, por qué unos hombresde uniforme le gritaban y le apuntaban con armas de fuegocomo las de los video juegos de su hermano, ni menos por

    qué de su mano derecha colgaba un machete para desmalezar,cuya hoja estaba casi totalmente cubierta de sangre.

    Doris era la hija menor de un matrimonio joven. Su hermanode doce años era la persona a quien más quería de su familia,pues desde que tenía uso de razón él había sido sucompañero de juegos y protector. Cada vez que sus padres laretaban por algún error cometido, su hermano salía en sudefensa, siendo capaz hasta de culparse para que nadiemolestara a su hermanita. Doris era una niña feliz en unafamilia feliz, y con alguien a quien quería y que la quería porsobre todas las cosas.

    Los padres de Doris llevaban dos semanas tratando con algode frialdad a la pequeña, por lo cual la niña se habíarefugiado en el cariño de su hermano, el cual no la dejabanunca de lado. Pese a ello, a la pequeña no le faltaba nada, ycada viernes por la tarde acompañaba a toda la familia altemplo donde consagraban sus almas a dios, luego de lo cual

    partían todos juntos a comer algo rico a algún restorán delsector. Cuando por fin llegó el viernes, Doris se sentía feliz,pues sus padres volverían a hablarle y a sacarla a comer, yrecobraría al menos por algunas horas el cariño de siempre.

    Doris y su familia llegaron a la hora de siempre al templo.Extrañamente, a esa hora el lugar estaba demasiado oscuro, y

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    todos en su interior estaban en silencio. De pronto unhombre gordo y grande tomó a la pequeña por el brazo conviolencia y la separó de su familia; mientras su hermano

    trataba de ir en su ayuda, sus padres lo sujetaban para que nointerviniera: el pastor, en un momento de iluminación, habíadescubierto que la pequeña estaba poseída por una bruja, yque el único modo de salvar a su familia del gran poder delespíritu maligno, era asesinando a la niña. Pese a los gritosdesaforados del hermano de Doris, la pequeña fue acostada

    sin problemas por el pastor en el altar, desde donde sacó unenorme machete para liberar el alma de la inocente niña.

    La pequeña niña de cinco años estaba parada frente a lapuerta del templo, llorando desconsolada. En el instante enque el pastor descargaba con violencia la afilada hoja de acerosobre el cuello de Doris, su hermano se liberó de los brazosde sus padres y se lanzó al altar, muriendo casi decapitado enel acto. Ello despertó la ira en el alma de la vieja bruja al vermorir a su amante de ya cerca de treinta reencarnaciones,dándole al cuerpo de la niña que guardaba su alma las fuerzasnecesarias para quitarle el machete al pastor, decapitarlo, yluego degollar a todos quienes compartían el ancestral rito,

    incluyendo a los padres de su continente. Luego de terminarsalió a la calle, escondiéndose en el corazón de la pequeña ydejando que el alma de la niña retomara el mando de sucuerpo. Una vez que le hicieran exámenes psiquiátricos y ladieran en adopción, el alma de la bruja sólo debería esperar aque el alma de su amante se apoderara del cuerpo de algún

    cercano para seguir el camino que los unía en la maldad portoda la eternidad.

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    Marcos

    Marcos se cansó de caminar. Esa mañana despertó en su

    realidad de siempre, y se dio cuenta que nada era verdad.Pasados los 50 años de vida, y algo más de 25 siendo supropio sustento, cayó en cuenta que todo lo que parecía ser elmundo real no era tal, sino su visión parcial y sesgada de laverdad. Marcos quería seguir caminando, pero ya no habíacamino delante de él.

    Marcos estaba sentado frente a su computador, al que habíallegado por inercia ese día. Su pantalla arrojaba un flujoimparable de ceros y unos, que era visto po