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DEBATE RENOVADO E INNOVADOR DE LAS CIENCIAS SOCIALES

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Las ciencias sociales y el futurode la política democráticaFrancisco Valdés-Ugalde (Coordinador)

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321.8098 C569 Las ciencias sociales y el futuro de la política democrática / Francisco Valdés-Ugalde (coordinador) ; Karina Ansolabehere, Rodrigo Salazar-Elena, Gisela Zaremberg. – México, FLACSO México, 2020. 91 páginas : gráficas, mapas ; 24 cm.

ISBN: 978-607-8517-63-3

(Serie Debate Renovado e Innovador de las Ciencias Sociales)

1. Democracia – América Latina -- Congresos, Conferencias, etc. 2. Ciencias Sociales – América Latina – Congresos Conferencias, etc. 3. Derechos Humanos – América Latina Congresos, Conferencias, etc. 4. Ciencias Política – América Latina – Congresos, Confe- rencias, etc. 5. Violencia – América Latina – Congresos, Conferencias, etc. I. Valdés Ugal- de, Francisco, coordinador. II. Ansolabehere, Karina, autora. III. Salazar Elena, Rodrigo, autor. IV. Zaremberg, Gisela, autora. V. Serie.

Primera edición: julio de 2020

D.R. © 2020, Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, Sede México

Carretera al Ajusco 377, Héroes de Padierna, Tlalpan, 14200 Ciudad de México

www.flacso.edu.mx | [email protected]

ISBN 978-607-8517-63-3

Las investigaciones aquí reunidas forman parte del proyecto institucional Mesas de Diá-

logo del Debate Renovado e Innovador de las Ciencias Sociales, obras científicas de di-

vulgación producto de una serie de seminarios organizados por la Flacso México.

Queda prohibida la reproducción parcial o total, directa o indirecta del contenido de la

presente obra, sin contar previamente con la autorización por escrito de los editores, en

términos de la Ley Federal del Derecho de Autor y, en su caso, de los tratados interna-

cionales aplicables.

Impreso y hecho en México. Printed and made in Mexico.

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Índice

Prólogo

Gloria Del Castillo Alemán 7

Presentación

Francisco Valdés-Ugalde 15

1. El futuro de la política democrática

Francisco Valdés-Ugalde 17

2. Democracia, violencia y violaciones de derechos humanos

Karina Ansolabehere 35

3. La democracia entre elecciones: poliarquía como derechos de participación

Rodrigo Salazar-Elena 57

4. Debates y mitos sobre innovación democrática

Gisela Zaremberg 71

Las autoras, los autores 89

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7

Prólogo

Hoy la Flacso México ha asumido un nuevo reto institucional: discutir la im-

portancia del papel y los aportes de las ciencias sociales en función de la sin-

gularidad de nuestra institución, es decir, como un organismo internacional,

regional y autónomo cuyo compromiso —en el marco del acuerdo fundacio-

nal del Sistema FLACSO— ha sido asegurar la formación de especialistas, la

realización de investigaciones sobre problemáticas latinoamericanas y la di-

fusión de su conocimiento en el campo de las ciencias sociales.

Nuestras tareas sustantivas de formación, investigación y difusión han

estado permanentemente acompañadas de un diálogo con los cambios

que ocurren en las realidades histórico-políticas, económicas y sociales de

la región latinoamericana. Dicho de otra forma, las ciencias sociales conti-

nuamente están sujetas a un ejercicio de interpelación que reta en algunas

ocasiones a la teoría y, en otras, a las formas de producir el conocimiento en

las ciencias sociales a propósito de encontrar y mejorar los catalejos cientí-

fico-sociales que nos permitan agudizar la observación como la herramienta

esencial con la cual describimos, comprendemos y explicamos el origen de

los hechos, fenómenos y problemas económicos, políticos y sociales inhe-

rentes a nuestras sociedades en distintas latitudes.

La complejidad de las realidades económicas, políticas y sociales, deri-

vada de sus múltiples conexiones con hechos y fenómenos de otra natura-

leza, hoy exige de las ciencias sociales distintas demandas a fin de dilucidar

explicaciones robustas que las conduzcan a generar avances como campo

científico multidisciplinario. Es en tal sentido que se vislumbra, como parte

de su agenda, la construcción de debates que lleven a identificar los aportes,

alcances y limitaciones de las teorías existentes en las ciencias sociales. To-

davía son motivo de discusión: a) sus avances sobre las explicaciones causa-

les, lo mismo que sus aportes a partir del cuestionamiento de su rigurosidad

científica —lo cual nos conduce a reflexionar en torno a la argumentación

teórica, el método, las metodologías y las técnicas de investigación, a fin de

abonar al análisis de las explicaciones causales—, y b) la necesidad de ha-

cer visibles objetos de estudio que en su momento la teoría pasó por alto o

que, dada su complejidad, han sido descritos, analizados y comprendidos

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8 Gloria Del Castillo Alemán

parcialmente. Aspectos de estas discusiones ya se han abordado en el deba-

te renovado e innovador de las ciencias sociales que inició en la Flacso Mé-

xico en septiembre de 2018.

En los actuales espacios académicos a nivel regional, se discute la per-

tinencia de una reflexión latinoamericana sobre las ciencias sociales, que no

es lo mismo que pensar en teorías específicas para observar, describir, com-

prender y explicar la singularidad de la realidad que se vive en América Lati-

na y el Caribe. Al respecto hay diversos posicionamientos y en buena medida

en esto radica el debate contemporáneo en este campo científico multidisci-

plinario, sin olvidar que sigue vigente la distinción weberiana entre ciencia,

política e ideología.

Es por ello que en la Flacso México estamos inmersos en la propuesta

institucional de un debate renovado e innovador de las ciencias sociales, en el marco

de una nueva gestión que inició en julio de 2018. El propósito general de esta

propuesta ha sido construir una agenda que permita a nuestra comunidad

académica reflexionar sobre su quehacer sustantivo partiendo del sentido

original con el que nació nuestra institución, pero sobre todo insertándo-

lo en el horizonte del conocimiento producido desde las ciencias sociales

como motor de cambio. La naturaleza misma de los procesos económicos,

políticos y sociales no es estática, sino todo lo contrario. En estos procesos

emergen viejos objetos de estudio pero con rostros distintos, que no cobra-

rán vida a menos que contemos con renovados enfoques teórico-analíticos

y metodológicos.

Un debate renovado e innovador de las ciencias sociales busca fundamentalmente

repensar la relevancia indiscutible del papel de las ciencias sociales desde al

menos tres consideraciones:

Uno. La emergencia de diversas temáticas en los contextos mundial, re-

gional latinoamericano y nacional, dadas sus evoluciones en la presente dé-

cada. El contexto mundial demanda de las ciencias sociales, y de nosotros

como científicos en este campo multidiscipinario, abordar y estudiar una

gran cantidad de viejos y nuevos problemas.

Dos. En América Latina, y dadas las características de los procesos histó-

rico-políticos nacionales que han tenido y tienen lugar en la región, se están

llevando a cabo debates de la mayor relevancia acerca del Estado, las demo-

cracias, el liberalismo, el conservadurismo, los derechos y las identidades,

debates todos predominantemente teórico-políticos con diferentes alcances

e influencia en los procesos estatales de toma de decisiones y repercusiones

varias en el desenvolvimiento de las ciencias sociales.

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Prólogo 9

Tres. En el plano nacional vivimos un cambio histórico-político de gran

impulso que exige de las ciencias sociales, entre otras muchas cosas, revisar

y poner a prueba las perspectivas teórico-analíticas hasta hoy existentes para

visibilizar la singularidad de los cambios a la luz de un conjunto de transfor-

maciones de todo tipo, pero en especial, político, económico y social.

Como se observa, pareciera urgente encontrar y construir mejores solu-

ciones a problemáticas altamente complejas que demandan miradas multi

e interdisciplinarias articuladas desde las ciencias sociales; todo un desafío

para quienes nos formamos y ejercemos como científicos sociales.

Uno de los principales puntos de partida del debate renovado e innova-

dor que aquí presentamos es la convicción de que comprender los hechos y

fenómenos sociales, lo mismo que los problemas públicos y sus soluciones,

requiere de otras formas de enseñanza y producción del conocimiento cien-

tífico. Algunas pautas para ello son la multidisciplinariedad, la convergen-

cia del conocimiento, y la orientación a la resolución de problemas públicos.

En los tiempos que corren, la comprensión de los hechos, de los fenóme-

nos sociales y de los problemas públicos mundiales, regionales y nacionales,

necesitan del impulso y construcción de diversas miradas teórico-analíticas y

multidisciplinarias en las ciencias sociales, no solo para dicha comprensión,

sino también para identificar cuáles son los cambios, las trasformaciones y

las rutas a seguir con miras a incrementar el beneficio público de nuestras

sociedades. En este marco, destacan las perspectivas de análisis de política

(policy analysis) junto con la emergencia de aproximaciones integrales de po-

lítica pública denominadas estudios de políticas (policy studies), cuyos abor-

dajes facilitan dar cuenta de la imbricación inherente entre el Estado, las

políticas públicas y la política en todo proceso de decisiones gubernamenta-

les orientadas a mitigar los problemas públicos.

El debate renovado e innovador de las ciencias sociales, como iniciativa de la Flac-

so México, se ha ido construyendo como un eje transversal de la agenda

institucional de docencia e investigación, a propósito de refrendar nuestro

compromiso de ser un referente y vanguardia a nivel regional, en un entorno

de cambios globales, regionales y nacionales. De aquí la relevancia de consi-

derar el conocimiento como motor de cambio, a manera de una ruta infinita

y bidireccional entre la teoría y la construcción de formas inéditas de generar

nueva evidencia respecto al conocimiento y entendimiento de los hechos y

fenómenos sociales, como un proceso crucial e indispensable para la com-

prensión de los problemas públicos que vivimos y buscamos mitigar e incidir

en sus posibilidades de resolución.

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10 Gloria Del Castillo Alemán

La idea de un debate renovado responde a varias necesidades:

— La de hacer un corte de caja de las teorías actualmente vigentes a la luz

de los retos de conocimiento que nos impone una realidad creciente-

mente compleja.

— Pensar en la revisión de viejas teorías refiriéndolas a los fenómenos y

problemas actuales.

— Pensar en teorías emergentes desde una perspectiva de la complejidad

donde se involucren enfoques multidisciplinarios e interdisciplinarios, con

las que además y sobre todo se construyan las rutas para la formación y la

investigación. No podemos eludir la responsabilidad pública de repensar

los modelos de formación y de investigación en el mediano y largo plazos.

Por su parte, la idea de un debate innovador tiene como uno de sus propó-

sitos identificar y generar las condiciones para:

— Construir e impulsar nuevas aplicaciones del conocimiento para la com-

prensión, explicación y solución de problemas mundiales, regionales,

nacionales y locales, mediante construcciones teórico-analíticas-meto-

dológicas en las que el enfoque de política pública y las perspectivas

emergentes de políticas tienen mucho que aportar.

— Identificar e impulsar formas innovadoras de coproducción del cono-

cimiento en las ciencias sociales, para lo cual resulta crucial construir

vínculos intelectuales y más estrechos entre los diversos espacios (aca-

demia, toma de decisiones, empresas y organizaciones de la sociedad ci-

vil) donde se generan distintos tipos de conocimiento.

— Identificar metodologías y técnicas que abonen al carácter y rigor cientí-

fico de las ciencias sociales, destacándose aquí la necesidad de fortale-

cer la tríada teoría-método/metodologías-evidencia.

Se trata de una iniciativa en permanente construcción con la participa-

ción de nuestra comunidad académica, y ha ido cobrando vida mediante el

establecimiento de una agenda académica institucional, de lo que ha sido

una parte destacada la organización de diversos debates públicos iniciados

en septiembre de 2018, en el marco del ingreso de la generación de estudian-

tes 2018-2021. Para inaugurar este ciclo escolar fue celebrada la mesa “¿Por

qué un debate renovado de las ciencias sociales?”, con la participación de las

doctoras Mónica Casalet, Alicia Puyana y Cecilia Bobes, y el doctor Rodrigo

Salazar-Elena, todos investigadores de la Flacso México.

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Prólogo 11

En esa ocasión, la doctora Alicia Puyana, abordando el tema “Por qué

discutir los objetivos y métodos de las ciencias sociales”, reflexionó desde la

economía “el impacto de los cambios y las crisis de las últimas décadas que

develaron que las ciencias sociales no alertaron sobre sus efectos desesta-

bilizadores para finalizar con los esfuerzos de ponderar el impacto de aplicar

sin reserva teorías económicas gestadas en contextos para resolver proble-

mas diferentes a los de América Latina”. Y estimó, durante su intervención,

que las nuevas tareas fundamentales del quehacer académico son concretar

un desarrollo científico útil para la agenda pública y sus políticas públicas,

porque: “Los retos yacen más en la solución de los problemas públicos y me-

nos en la creación del pensamiento social”.

Por su parte, la doctora Mónica Casalet presentó su reflexión “Las ciencias

sociales frente al desafío de la cuarta revolución industrial”, buscando diluci-

dar de qué forma las ciencias sociales pueden intervenir para desarrollar nue-

vas estrategias de industrialización digital. Su análisis se orientó a responder

las interrogantes que han resultado de la transición de una sociedad analógica

a la transformación digital de la información generalizada a toda la sociedad.

La digitalización centrada en la extensión del internet de las cosas (IoT, por su

sigla en inglés), la inteligencia artificial, los macrodatos (big data), la computa-

ción en la nube, las plataformas digitales y los servicios de localización espa-

cial, constituyen tecnologías facilitadoras de una etapa disruptiva, identificada

como “distinta del pasado” por la velocidad, extensión e impacto en la socie-

dad. Este paradigma supone un desafío para las ciencias sociales en la evalua-

ción de enfoques explicativos para una gestión de la multidisciplinariedad en

la investigación y en la contribución de recomendaciones para orientar políti-

cas industriales, sociales, de investigación y de formación para el futuro.

La doctora Cecilia Bobes, en su texto “Cómo los problemas nos obligan

a renovar el debate: el desafío de la desigualdad”, reflexionaba, a partir del

reconocimiento de la desigualdad como un problema profundamente com-

plejo, acerca de la necesidad de “pensar en una forma creativa” de articular

“la multidimensionalidad vertical entre individuos y horizontal entre grupos,

la interdisciplinariedad y la confluencia de enfoques y métodos” y lo que ella

denomina “perspectiva multiescala” para estudiar y analizar problemas como

el mencionado de la desigualdad. Bobes colocaba en el centro del debate la

necesidad de la adopción de abordajes inter y multidisciplinarios de los te-

mas prioritarios de las agendas públicas desde la diversidad de las ciencias

sociales, y defendía la idea de que esta articulación no tenía que darse solo

entre campos afines, sino abarcar incluso la “interrelación con las otras cien-

cias que no son sociales”.

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12 Gloria Del Castillo Alemán

Para finalizar, el doctor Rodrigo Salazar-Elena, en su intervención “La re-

volución de la validez en las ciencias sociales”, sostenía que a estas actual-

mente se les cuestiona en su rigurosidad científica y las distintas rutas de

garantizarla. Por ello expuso los criterios que crecientemente se han ido di-

fundiendo en las ciencias sociales para juzgar la validez de los resultados de

una investigación determinada. Parte de estos criterios se refieren al diseño

de investigación, del que se espera sea el apropiado para la identificación del

efecto causal; otra más remite a la teoría de la que provienen las hipótesis

causales. Aunque la difusión de esto último es aún incipiente y se presta más

atención a la “solidez” del argumento teórico, especialmente en cuanto a la

plausibilidad de los supuestos.

La construcción del debate renovado e innovador de las ciencias sociales prosiguió

en 2019 con la organización de un conjunto de cinco mesas que hoy son mo-

tivo de este prólogo. Se trata de mesas de debate con la impronta de revisar y

sistematizar los alcances y límites de las teorías sociales con el fin de avanzar

en la comprensión, explicación y solución de los problemas públicos.

Lo que bien podríamos llamar primera etapa del debate renovado e innovador

de las ciencias sociales en la Flacso México comprendió la mesa inaugural descri-

ta arriba más otras cinco. Reitero aquí mi reconocimiento y agradecimiento

por el compromiso e involucramiento de la comunidad académica de la ins-

titución, tal como en su momento lo hice en la apertura de cada mesa.

En la primera, “Por el bien vivir de las personas. La teoría económica en

contexto”, coordinada por la doctora Alicia Puyana, se sostuvo que la econo-

mía como disciplina en las últimas cuatro décadas ha limitado la entrada al

análisis de todas las relaciones humanas para favorecer aquel que se centra

en el costo-beneficio. Su propuesta fue que, desde la multidisciplinariedad,

se incorporen a la agenda temas que comprendan toda la dimensión huma-

na: relaciones entre el trabajo y sus implicaciones para la realización de una

vida plena; desigualdades que comprometen el desempeño económico de

las personas; el papel de los conocimientos que trascienden ciencia y tecno-

logía, y la evaluación basada en la subjetividad de las personas.

Coordinada por el doctor Fernando Cortés, siguió la mesa “A diez años

de la medición multidimensional de la pobreza: fortalezas y limitaciones”, la

cual discutió los alcances y límites de la medición de la pobreza a diez años

de su existencia (2008-2018). Los ponentes consideraron que, si bien se trató

de un gran avance, ha habido uso y abuso del índice de pobreza y sus com-

ponentes en la orientación de la política social y en la evaluación y apoyos

financieros de los programas sociales. Ante esto, su propuesta fue ampliar el

concepto de pobreza para que la de naturaleza crónica quede incluida.

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Prólogo 13

En la mesa “Un debate renovado e innovador de las ciencias sociales. Pers-

pectivas sociológicas”, a cargo de la doctora Ligia Tavera y el doctor Nelson Ar-

teaga, se partió de la tesis de que en nuestra institución, desde sus orígenes, la

sociología ha jugado un papel central en la construcción de las ciencias socia-

les. Es decir, que existe un desarrollo significativo de aproximaciones que ope-

ran desde la interdisciplinariedad y multidisciplinariedad, garantizando una

mayor capacidad de comprensión de las dinámicas sociales complejas. Así,

los enfoques relacionales y la emergencia de procesos y eventos sociales como

espacios de inflexión de la vida social tienen un peso relevante en las miradas

sociológicas de los investigadores de la Flacso México.

La cuarta mesa, “Las ciencias sociales y el futuro de la política demo-

crática”, coordinada por el doctor Francisco Valdés, se propuso debatir inno-

vaciones cuya fuente son disciplinas como la teoría y la filosofía política, la

ciencia política y la sociología política, las cuales contribuyen a identificar y

comprender la naturaleza de las actividades políticas democráticas en con-

traposición a otras formas de hacer política que se colocan contra o al mar-

gen de los principios y valores que hoy se reconocen como fundamentales

para la democracia como sistema de gobierno.

Finalmente, la quinta mesa, “Debate renovado de las ciencias políticas

y las políticas públicas”, coordinada por el doctor Rodrigo Salazar-Elena,

analizó desde la ciencia política y las políticas públicas y bajo perspectivas

convencionales y/o dominantes, temas y problemas no superados como el

impacto de la globalización, los procesos políticos y el voto de castigo en

América Latina, los órdenes políticos multinivel, el cohecho en México, las

decisiones de los políticos y las políticas, y los efectos de los medios de co-

municación en las agendas públicas y sus dinámicas, con el propósito de

identificar y proponer ángulos alternativos que permitan una mayor com-

prensión de esos temas y problemas.

Con estas cinco mesas cerró la primera etapa de este proyecto académi-

co-institucional y se comenzó a construir la segunda, a la que se dará impulso

mediante una convocatoria de investigación abierta respecto a la necesidad

de abonar en torno al conocimiento, comprensión y solución de los proble-

mas públicos latinoamericanos.

Dra. Gloria Del Castillo AlemánDirectora General, Flacso México

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15

Presentación

Durante las jornadas sobre el debate renovado e innovador de las ciencias

sociales, impulsadas por la Flacso México en 2019, los autores de estas pá-

ginas presentamos la iniciativa para explorar algunos confines de la investi-

gación sobre la política contemporánea y la titulamos del mismo modo que

este opúsculo: “Las ciencias sociales y el futuro de la política democrática”.

En esa reunión, que tuvo lugar el 27 de agosto de 2019, se presentaron

las cuatro ponencias que se incluyen en este volumen. El objetivo fue ofrecer

una visión de las perspectivas de análisis que se perfilan en el estudio de la

democracia y la política en la actualidad. Cada trabajo aborda un orden dife-

rente de fenómenos.

En el primer capítulo se examina el concepto de política, buscando una

definición novedosa que la vincule con ese quehacer cotidiano que se prac-

tica de manera ininterrumpida en los sistemas políticos democráticos y se le

interrelaciona con tres elementos de la filosofía y la teoría política que están

íntimamente asociados: el principio de equidad, la reconceptualización de la

democracia representativa, y el estatuto de los derechos humanos en la de-

mocracia constitucional.

En el segundo capítulo, Karina Ansolabehere aborda el sufrimiento infli-

gido por la violencia en regímenes democráticos y la interacción entre la polí-

tica democrática y el impacto de la violencia en la sociedad, específicamente

a partir del análisis de la desaparición sistemática de personas y los efectos

que tiene sobre la producción de una categoría social que se ha vuelto cen-

tral: las víctimas.

En el tercer capítulo, Rodrigo Salazar-Elena revisa la teoría democrática

encontrando los límites de las concepciones centradas exclusivamente en los

hechos electorales y explora la extensión del concepto de democracia a los

periodos interelectorales para preguntarse qué es la democracia además de

la elección periódica de los gobernantes.

Finalmente, en el cuarto capítulo Gisela Zaremberg analiza y confron-

ta varios mitos sobre las virtudes o defectos de la democracia representa-

tiva y las formas de decisión participativas y directas en distintos países. A

través de observaciones empíricas se concluye que no hay superioridad o

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16 Francisco Valdés-Ugalde

inferioridad de una sobre la otra per se, sino que su capacidad para canalizar

decisiones de la ciudadanía son diferenciales.

Cada autor se apoya en diferentes enfoques y metodologías, pero la pre-

ocupación es compartida. Nos propusimos presentar y debatir innovaciones

que tienen su fuente en diversas disciplinas, tales como la teoría y la filoso-

fía política, la ciencia y la sociología políticas que contribuyen a identificar y

comprender la naturaleza de las actividades democráticas en contraposición

a otras formas de hacer política que se colocan en contra o al margen de los

principios y valores que hoy se reconocen como fundamentales para la de-

mocracia como sistema de gobierno.

Francisco Valdés-Ugalde

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El futuro de la política democrática

Francisco Valdés-UgaldeUNAM, FLACSO México

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19

I think evolution wrote a yearning for freedom

and justice into our nature that no amount of so-

cial conditioning by the Stalins and Hitlers of this

world will ever be able to eradicate.

(BiNMore, 2005, p. 139).

Preámbulo

La política ha sido vista de muchas maneras en las teorías de las ciencias so-

ciales. Para tomar ejemplos de entre los modernos sin remontarnos a la Anti-

güedad clásica, Maquiavelo la concibió como una virtud del gobernante para

construir un orden estable y hacerlo gobernable de acuerdo con sus finalida-

des; Hobbes la vio como un arreglo súbito que debía desaparecer o al menos

palidecer en el instante en que se llegara al acuerdo de sobrevivencia indis-

pensable que no era otro que la cesión de la soberanía en el monarca; Locke le

dio por primera vez la categoría de forma para llegar al acuerdo entre iguales

sobre la regulación del gobierno común; Rousseau observó en ella el espacio

para establecer la “voluntad general” de un soberano imposible de representar

y que, llevada al extremo, desemboca en el totalitarismo; Kant la comprendió

como la portadora del juicio racional y radicalmente autónomo de toda forma

de autoridad no humana para erigir una norma de gobierno con el fin de ser

libres; Hegel, por su parte, la vio como una mediación, una “agencia” (agency),

para la agregación armónica de la sociedad civil en el Estado. Marx y Engels

la entendieron como una polaridad en la que se juegan los intereses de clases

opuestas por la explotación y cuya finalidad consiste en organizar esos inte-

reses hasta su extinción final junto con el Estado en una sociedad sin clases.

La historia de las ciencias sociales en el siglo xx y hasta nuestros días

se puede leer en clave de la trayectoria del concepto de política, aunque po-

dría hacerse desde otras trayectorias solo para encontrar una polisemia aún

mayor, si bien con elementos comunes. Los que pretendo destacar y actuali-

zar con la ayuda de contribuciones recientes son los que han estado presen-

tes en la “tercera ola” de la democratización y desde hace pocos años en la

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nueva ola de la autocratización de las democracias. Es en ambas que se en-

marca el subcontinente latinoamericano.

En el ciclo reciente de la democracia hemos atestiguado el tránsito de

un mundo en el que los Estados democráticos eran minoría a otro en el que

se transformaron en mayoría (véase la gráfica 1). Sin embargo, la estabili-

dad y duración de este tránsito han sido puestas en duda por la aparición

de tendencias a la autocracia (Lührmann, 2018). En el plano de las potencias

económicas y militares dominantes, al totalitarismo imperante en China se

han agregado la consolidación de un sistema hegemónico en Rusia y el sur-

gimiento de fuerzas autocráticas que han llegado al poder en varios países

europeos y latinoamericanos. En esta combinación de tendencias ha creci-

do exponencialmente la incertidumbre acerca de la probabilidad y posibi-

lidad de supervivencia y desarrollo democrático más allá de lo alcanzado

hasta ahora.

5643 38 34 34 37 43 40 33

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59

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Núm

ero

de p

aíse

s

Mejoría Declinación

Gráfica 1. Trece años de declive.Fuente: Freedom House (2019).Gráfica 1.1 Trece años de declive. Fuente: Freedom House (2019).

1 La medición en estas gráficas incluye los derechos políticos y las libertades cívicas, que a su vez están compuestos de la desagregación de ambos grupos en función de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (Freedom House, 2019).

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LibreParcialmente libre

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No libre

Gráfica 2. Panorama global: situación por país. Fuente: Freedom House (2019).

Parcialmente libre

Libre

Parcialmente libre

No libre

Gráfica 3. Panorama global: situación por población. Fuente: Freedom House (2019).

Me propongo ahora revisar y recapitular algunos aspectos de la teoría

democrática reciente que considero esenciales para la investigación y la re-

novación de perspectivas para el desarrollo de la democracia tomando como

punto de partida las actuales crisis de la democracia representativa debidas

a sus deformaciones oligárquica y populista (Urbinati, 2014, 2019), además

de tres tesis de la teoría política contemporánea que, combinadas, ofrecen

un nuevo terreno de pensamiento.

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22 Francisco Valdés-Ugalde

Asumo la pertinencia de la definición que hace Urbinati de la democra-

cia representativa al señalar: a) que no es una forma de gobierno exclusiva de

un sistema económico, b) que su forma más perfeccionada es la representati-

va, c) que su crisis consiste en los obstáculos interpuestos para impedir que

el juicio de los ciudadanos se transforme en voluntad política mediante la

representación adecuada, y que se deben a d) una desfiguración oligárquica

que limita o expropia el control de la representación a grupos con poder de

exclusión y a e) una desfiguración populista que expropia la representación

en nombre del “pueblo” con el apoyo de grandes grupos de población. Por

otra parte, las tres tesis contemporáneas que propongo integrar y combinar

son las siguientes:

1. No es arbitraria la aseveración de que en el orden de la actividad humana

hay una apelación universal a la equidad (Rawls-Binmore).

2. En la acción política el juicio (opinión) se transforma en voluntad a tra-

vés de “ficciones paradigmáticas” (Urbinati) que catalizan la acción co-

lectiva (Tuck).

3. Un Estado constitucional consiste en el establecimiento de una metarre-

gla que define lo que la mayoría no puede decidir y lo que no puede dejar

de decidir (principio de lo indecidible, Ferrajoli).

Nuestra hipótesis frente al entredicho de la democracia y estas tesis es

que la democracia representativa constituye el sistema en el que se puede

hacer política para el mejor desarrollo de: 1) la apelación universal a la equidad,

2) el cambio pacífico y cooperativo del statu quo —“ficción paradigmática” por

excelencia—, y 3) la metarregla del Estado constitucional que estipula lími-

tes a lo que la mayoría está obligada a hacer y a lo que no puede decidir de acuer-

do con principios elementales del bien público. En lo que sigue desglosamos el

argumento que fundamenta esta idea.

Una definición de política

En cualquier régimen, la política es la actividad o el conjunto de activida-

des colectivas (acción, agency) que trazan y ligan la frontera del presente de

los asuntos del Estado con su curso futuro que aún no existe, que puede ser

producido y que no es posible conocer anticipadamente. La política es, por

consiguiente, una actividad productiva de futuro del Estado y tiene un carác-

ter universal en el sentido de que no hay sociedad conocida sin ella. La polí-

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tica es concomitante al arreglo de los asuntos comunes de los miembros de

la sociedad. A la política le precede la historia, lo que ya ha ocurrido y que

está depositado en la memoria individual y colectiva. Esa historia/memoria

es siempre una condición y un resultado de la política; es un repertorio para

la acción en el manejo de los asuntos comunes. La acción política se enfrenta

a distinguir en ese repertorio heredado lo que es obstáculo, lastre y depen-

dencia de lo que posibilita nuevos cursos de acción. La acción política cierra

o ahonda la brecha entre fuerza moral y fuerza jurídica: antes de que los dere-

chos fueran garantizados jurídicamente debieron buscar el modo de conver-

tir su fuerza moral inicial en reglas codificadas y universalmente aceptadas.

También puede ocurrir lo inverso: la degradación moral puede conducir al

envilecimiento del derecho. Cuando los derechos no reciben reconocimien-

to y su defensa se hace con grandes riesgos de represión, es necesario abrir

el paso para convertirlos en normas constitucionales y legales, en las que fi-

nalmente quedan codificados en el mundo de lo aceptado y garantizado.2 La

forma en que esto es posible fue y es a través de procesos políticos en cuyo

epicentro está la agencia de los actores involucrados.3

La aspiración universal a la equidad

La filosofía y la teoría política contemporáneas han confluido desde varias

corrientes y disciplinas en el reconocimiento de que la equidad es un podero-

so motor situado en la base de toda organización social (Ostrom, 2010, 2005;

Sabetti, Allen y Sproule-Jones, 2009). No contamos con una lectura de la his-

toria universal que reúna las distintas vertientes económicas, culturales, so-

ciales, políticas y antropológicas de las que parte esta intuición que permea

todas las disciplinas sociales y humanísticas. Y aunque esta síntesis no esté,

hasta donde llega mi conocimiento, al alcance de la mano, en la literatura

especializada la evidencia es cada día más robusta en el sentido de que la

cooperación, no el conflicto, es el basamento más profundo de las manifes-

taciones de la acción social. Hay un contraste entre esta coincidencia que se

abre camino en las ciencias sociales y la legítima preocupación acerca del

conflicto y, en especial, del conflicto por la desigualdad que se observa en la

2 Esta idea se desarrolla con mayor detalle en Valdés-Ugalde (2020).3 Por ejemplo, el sufragio o el debido proceso. Ambos son derechos sustantivos, pero con

frecuencia son vistos como meramente formales. Sin embargo, no lo fueron. Es un error equivaler la distinción “formal/sustantivo” con la de derechos cívico-políticos/sociales y económicos (véase Valdés-Ugalde, 2019).

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mayor parte de la historia de las sociedades complejas y, en particular, en las

sociedades contemporáneas.

Tomo un ejemplo para ilustrar el tema. Hay un consenso en investi-

gaciones recientes (Binmore, 2005, pp. 129 y ss.) acerca de que tribus tan

diferentes culturalmente entre sí como los bosquimanos del Kalahari, los

pigmeos de África, los isleños de Andaman (Maldivas), los esquimales de

Groenlandia, los aborígenes de Australia, los indios de Paraguay y los nó-

madas de Siberia comparten un rasgo en común: “aunque no necesitan de

jefes para dirigirse, comparten la comida, especialmente la carne, en forma

relativamente equitativa” (Binmore, 2005, p. 130). Tal parece que este rasgo

sería común a todos los grupos ancestrales de cazadores-recolectores, que

no se caracterizan por ser pacíficos ni “idílicos”, que en mucho son egoístas

y agresivos entre sí y hacia afuera, pero que comparten y respetan este prin-

cipio básico de sobrevivencia, así como castigan a quien lo amenaza, ya sea

un actor interno o externo. Según Binmore, la evolución de este principio

se mantiene a lo largo de toda la historia humana conocida, adopta diver-

sas expresiones y da cuenta de que “resolver problemas de coordinación

usando criterios de equidad es una de las pocas características de nuestra

especie que nos separa de otros animales” con excepción de algunos prima-

tes próximos, como los chimpancés, que practican este mismo principio. A

medida que la sociedad se hizo más grande, y más compleja social y técni-

camente, el alejamiento y retorno a este principio ha sido recurrente. Bin-

more lo atribuye, con base en las neurociencias y la antropología cultural, a

un distanciamiento entre genética y “cognición social” (Woodward y Allman,

2007) debido al desfase entre la velocidad del desarrollo natural y el desa-

rrollo cultural.

El gran impacto que ha tenido la teoría de la justicia de John Rawls

([1971] 2001) está asociado a la familiaridad que mantiene el “artefacto de

la posición original” con la llamada “regla de oro”, considerada pieza clave

de la teoría de los juegos tanto estática como evolutiva. La posición original

se entiende como la operación por la cual los participantes de un acuerdo

social pueden saber, con independencia de las particularidades específi-

cas de su circunstancia efectiva, si ese acuerdo es equitativo y justo y cómo

juzgar la estructura básica de su sociedad a partir de ese criterio (1971, pp.

9-10; 2001, p. 6). La “regla de oro” se puede definir siguiendo esta indicación

de Binmore: “Todos preferimos que otros nos hagan lo que a ellos les gus-

taría que les hiciéramos, aunque solamente si tienen las mismas preferen-

cias que nosotros. Con esta interpretación, la Regla de Oro dice: Haz a otros

lo que quisieras que te hicieran a ti, si fueras tú la persona a quien eso le

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sea hecho, lo cual es el principio operacionalizado de la posición original”4

(2005, p. 130).

Si trasladamos la regla de oro a las polaridades de la sociedad actual, la

oposición tradicional entre izquierda y derecha queda rebasada por la opo-

sición entre sociedades cooperativas de coordinación libre y horizontal, con

las que delegan las decisiones en individuos o élites y admiten niveles altos

de jerarquización vertical de la autoridad (Binmore, 2005, pp. 188-189). Tomo

una gráfica del mismo autor para concluir esta parte de la reflexión:

La oposición entre izquierda y derecha es anacrónica y estéril (“es como

decidir si los grifos5 son mejores mascotas que los unicornios”). Fue una po-

laridad productiva en los siglos xviii y xix que experimentó su decadencia

en el xx y hoy ha dejado de serlo. Su persistencia en la acción política ha

mostrado en el mundo un agotamiento catastrófico por su ciclicidad in cres-

cendo, conducente a una constante “ascensión a los extremos” que hace que

la política se asemeje a la guerra sin serlo y, por consiguiente, sin tener las

ventajas de una ni de otra (Glucksman, 1969). Se despoja de las ventajas de

4 Usando la fraseología familiar en español: “haz a los demás lo que quisieras que te hagan a ti”, y a la inversa: “no hagas a los demás lo que no quisieras que te hagan a ti”.

5 “8. m. Animal fabuloso, de medio cuerpo arriba águila, y de medio abajo león”, Diccionario de la Lengua Española.

Gráfica 4. Actitudes políticas contemporáneas. Fuente: Binmore (2005, p. 188).

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la política porque sustituye el principio adversarial por la oposición amigo/

enemigo, base de la teoría política del populismo (Schmitt, 2008) en su ver-

sión fascista y después reciclada en su versión de izquierda. Y no tiene las

ventajas de la guerra porque aunque es una confrontación, carece de sus

efectos destructivos de capital y vidas humanas que originan grandes re-

novaciones y fortalecimientos institucionales (Tilly, 1975). La circularidad

viciosa de esta oposición consiste en que no puede lograr un equilibrio es-

table sin la destrucción o supresión de uno de sus contrarios. Para con-

seguirlo, los polos opuestos deben admitir la legitimidad permanente del

contrario, sin embargo, hacerlo conduce a cada uno a negar aspectos intrín-

secos de su propia identidad.

A contrario sensu, la posición del liberalismo político rawlsiano, que dicho sea

de paso es inasimilable al neoliberalismo, con el principio de equidad me-

diante el artefacto de la posición original6 ofrece una herramienta de equi-

librio reflexivo y práctico con la cual juzgar y (re)instituir la estructura básica

de la sociedad.

Equidad y política: ¿qué democracia?

Si el principio de la equidad es un motor identificable de la cooperación, los

asuntos públicos pueden ser discutidos y decididos bajo sus condiciones

que, en términos de la acción sobre ellos, se legitima en dos criterios que de-

ben ser aceptados unánimemente y que por esto son constitucionales: que

las decisiones sean tomadas por todos los componentes de la polis en condi-

ciones de igualdad y que se llegue a ellas por mayoría luego de un proceso

en el que se respete la primera condición.

El juicio reflexivo de Kant, el equilibro reflexivo de Rawls, la reflexividad

de Giddens, la acción comunicativa de Habermas son conceptos que hacen

referencia a ese mismo mecanismo humano universal que consiste en re-

flexionar sobre las circunstancias y actuar en consecuencia. Para la políti-

ca este “mecanismo” es en especial relevante, principalmente por lo que se

refiere a algunas características de esa actividad. La reflexión acerca de las

circunstancias, los juicios que se forman sobre ella y la imaginación que se

despliega en la conversación política sobre los posibles escenarios de derro-

6 La posición original puede concebirse “deskantianizada”, es decir, despojada del “impe-rativo categórico” monista de ciertas interpretaciones de Kant. En su lugar se coloca la posición original como un artefacto político que es dinámico y evolutivo.

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El futuro de la política democrática 27

teros futuros de la acción son una parte central de este mecanismo: “la ima-

ginación es la facultad de percepción sin la presencia del objeto o cuando no

está empíricamente presente (espacial y temporalmente), sino presente sólo

en y para la mente (a través de la memoria o la tradición, por ejemplo, o hue-

llas de imágenes)” (Urbinati, 2006, p. 120).7

Partiendo de la idea de juicio reflexivo de Kant, la filosofía política con-

temporánea ha replanteado la idea de democracia representativa.8 Cuando

Rousseau concluye que el soberano, el pueblo, es irrepresentable y que para

realizarse democráticamente solo puede hacerlo mediante una voluntad gene-

ral llega a un callejón sin salida. Para ser general, esa voluntad ha de ser de

todos sin excepción, de otra manera no sería democrática. Así pues, la idea

rousseauniana obliga a todas las voluntades a compartir el mismo propósito,

con lo cual se rompe el principio básico de la equidad, que admite la posibi-

lidad de disentir como parte integrante del proceso comunicativo de la polí-

tica democrática. Según la lógica del argumento de Rousseau, si se respeta

el derecho de cualquiera, y por tanto de cada uno, a disentir de la mayoría y

en consecuencia se impide la formación de una voluntad realmente general,

no se obtendría una decisión democrática. La acción política inspirada en este

principio, al enfrentar la imposibilidad de conseguir esa voluntad general por

agregación, suele optar por la imposición de la mayoría sobre la minoría.

Este error y su continuación en Hegel y Marx condujo a la desvalorización de

la democracia representativa que, en cambio, puede corregirse si replantea-

mos el problema desde otro punto de vista. “En el equilibrio reflexivo”9 hay

una relación entre el ciudadano y su entorno que se concreta en los juicios que

el primero hace sobre las condiciones del segundo y que se van acumulan-

do en un repertorio de sentencias sobre la equidad o inequidad que privan en

él. De este equilibro emanan todas las opiniones, desde las más elementales

hasta las que se imprimen en las convicciones más estables y “duras” de las

nociones del bien y de la justicia. Llevado al plano de la política, este proce-

so se entiende como la derivación de juicios en opiniones que de ser comparti-

das por grupos relevantes se traducen en voluntad bajo la forma de actividades

realizadas por representantes orientadas a promover decisiones y políticas de gobier-

no. Urbinati denomina a este proceso la “diarquía” de la democracia que está

compuesta por “opinión” y “voluntad”. A cierto tipo de opiniones, Urbinati

7 Todas las traducciones utilizadas en este texto son propias. 8 En esta tarea ha jugado un papel central Nadia Urbinati (2006).9 Adopto la expresión de Rawls porque está centrada expresamente en el mecanismo recu-

rrente de la equidad: la “posición original”.

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28 Francisco Valdés-Ugalde

(2006, p. 124) las denomina ficciones paradigmáticas y cumplen la función de

constituir plataformas imaginarias de lo que debe existir en vez, además o en

contra de situaciones existentes. Su accionar en los regímenes políticos es el

vehículo mediante el cual se mueve la frontera del presente hacia situacio-

nes futuras, sean novedosas, reiterativas o regresivas. Para que una ficción

sea paradigmática tiene que alcanzar un peso específico en el demos ciudadano;

es menester que sea algo más que la opinión de uno o varios ciudadanos y

alcanzar un número de adherentes, un peso específico para ser representati-

va de un grupo relevante, ya sea mayoritario o minoritario. Una pregunta de

frontera para la ciencia política es explicar qué características ha de tener y

en qué condiciones una ficción se transforma en paradigmática de modo que

adquiere adeptos y fuerza proporcional a su influencia en el imaginario po-

lítico de una comunidad. Este es el proceso mediante el cual el equilibrio

reflexivo se expresa en opiniones sobre las circunstancias y se hace voluntad

para incidir en la decisión pública mediante la acción política. Su fuerza de-

penderá de distintas variables, entre ellas el número de adeptos que la sos-

tienen, la dirección que adopta y la incidencia que consiga; parafraseando a

Maquiavelo, su fuerza dependerá de la virtud de su conducción y de la fortuna

que tenga su impacto sobre la realidad de una polis.

Una de estas ficciones paradigmáticas es la soberanía. La legitimidad del

poder político ha sido siempre un objeto de la reflexividad política. Cada de-

finición del concepto a lo largo de la historia ha significado un “equilibrio

reflexivo”. La soberanía de la monarquía era una investidura teocrática, la

soberanía del pueblo una investidura democrática. La soberanía nacional es

una derivación de ambas; por una parte, es herencia monárquica (cuius regio

eius religio)10 y, por la otra, de las revoluciones estadounidense y francesa. Hoy

en día, la soberanía democrática se abre paso gracias a la superación de am-

bas concepciones. Ha sido liberada de sus genes tiránicos, tanto en su ver-

sión monárquica como republicana, y se muestra en ciernes en las corrientes

políticas que habitan en la lucha por el carácter que debe adquirir la globali-

zación y el poder político transnacional (y no contra ellos per se).

Entendida así, desde su aspecto habilitante y no únicamente en sus ca-

racterísticas restrictivas —“imposibilidad” de la democracia directa en grupos

grandes—, la democracia representativa tiene la virtud, precisamente, de plas-

10 “La que sea la religión del rey debe ser la religión del pueblo”, lema acuñado en el tratado de Augsburgo (1555) que definió la soberanía de los monarcas por encima del jefe de la Iglesia y legitimó la adhesión al protestantismo de los pueblos que lo abrazaron, abrien-do paso al proceso de secularización.

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El futuro de la política democrática 29

mar en los espacios de la toma de decisiones esas “ficciones paradigmáticas”.11

De ahí la función parlamentaria. Cualquiera que sea la forma que adquiera en

un régimen concreto, el parlamento es el motor mediante el cual las ficciones

paradigmáticas se traducen en legislación y acción del Estado. En la democra-

cia representativa es un cuerpo colegiado electo por los ciudadanos, compues-

to por los individuos seleccionados por ellos en una contienda equitativa y

que responde a dichos ciudadanos. Aquí se presenta una dimensión mensura-

ble que permite evaluar la calidad representativa de un régimen particular en un

continuo de menos a más, o de 0 a 1, según el grado de representatividad. En

las concepciones minimalistas de la democracia representativa se considera al

acto electoral como el momento de institución o destitución del representante

por parte de un grupo de electores y se deja el espacio interelectoral como uno

en el que el representante y el representado no sostienen un vínculo formal. El

replanteamiento de la teoría de la democracia representativa incide sobre este

hiato proponiendo una relación formal y vinculante entre ambas figuras a tra-

vés de distintas modalidades y prácticas: consultas, reuniones, foros presen-

ciales y virtuales, coberturas mediáticas interactivas y otros. En su proyecto de

Constitución de 1793, Condorcet señala que la democracia representativa es

una “conversación entre las leyes o prácticas existentes y las condiciones reales de vida

de la gente y sus opiniones, y articula el potencial para cambios y transformacio-

nes futuras guiada e inspirada por los principios fundacionales que modelan y

estructuran nuestra vida en común” (Urbinati, 2006, p. 126. Excepto el primer

caso, las demás cursivas son mías). La democracia representativa no tiene por

qué limitarse, pues, al tedioso y burocrático espectáculo de unos partidos y

representantes que les dan la espalda a los ciudadanos y se dedican a hacer su

propio y personal negocio. En todo caso, esta es en muchos casos la situación

lamentable que guardan las instituciones que se supone debieran servir para

realizar la representación. La reconceptualización de la democracia represen-

tativa permite juzgar y sentenciar esa realidad con objeto de transformarla. La in-

novación de métodos de intervención democrática, como los de la democracia

directa, no sustituyen, sino que se complementan y pueden relacionarse con

las modalidades representativas (Altman, 2011). Cabe agregar que el valor de

esta apreciación no se limita al espacio nacional, sino al carácter internacio-

nal que la participación social ha ido adquiriendo y promoviendo, y puede

acentuar a pesar de y debido a las crisis originadas en un capitalismo sin reglas

en algunas latitudes y en el despotismo, a veces totalitario, en otras.

11 El juicio es “ficcional”, pues siempre conduce a un razonamiento con la estructura lin-güística del “como si” (as if) o del debiera ser.

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30 Francisco Valdés-Ugalde

El principio de lo indecidible

Si la democracia es una construcción institucional fundada en los princi-

pios de igualdad y mayoría, el criterio de justicia obliga a mantener la equi-

dad entre ambos en la Constitución. La vasta investigación filosófica, teórica

y empírica sobre este tema ofrece nuevas perspectivas para conceptualizar

en qué consiste la constitucionalidad de una Constitución de acuerdo con una con-

cepción de la democracia representativa que en el lenguaje jurídico se ha

denominado “democracia constitucional”. Por el principio de igualdad, sa-

bemos que no es legítimo sustraer a ningún miembro del demos de la deci-

sión pública. Este principio se plasma en un grupo especial de derechos

humanos que son los derechos cívicos y políticos y que, entre otros bienes,

protegen la libertad y la autonomía (Ferrajoli, 2014).12 Además, el otro gran

grupo de los derechos humanos, los derechos económicos, sociales y cul-

turales, protege la serie de condiciones que se conciben como mínimos es-

tándares de dignidad de las personas. Huelga decir que ambos grupos de

derechos son inherentes a estas condiciones y, de acuerdo con el derecho

internacional de los derechos humanos, son bienes por proteger a cargo de

toda autoridad y, en algunas situaciones, a cargo de particulares. De ellos

se derivan “prohibiciones de lesión” y “obligaciones de prestación”, que en

conjunto forman, respectivamente, la “esfera de lo no decidible” (Ferrajoli,

2014, p. 54). La libertad y autonomía de las personas no pueden ser concul-

cadas en una constitucionalidad democrática, es decir, no se puede decidir

conculcarlas; los derechos a las condiciones fundamentales de existencia

no pueden dejar de ser provistos, es decir, se tiene que decidir proveerlos.

Ambas dimensiones de “lo indecidible” son responsabilidades del Estado y

lo decidible a discreción comienza después y más allá de ellas. Lo que sí se

puede decidir, lo que la mayoría y la soberanía pueden llevar a cabo, debe

corresponderse con la protección y el desarrollo de esos ámbitos. Como se

observa, el principio de mayoría queda limitado por el de igualdad, y vice-

versa, el principio de igualdad por el de mayoría. La concepción tradicional

de la democracia como regla de mayoría se enfrenta así a topes sustanciales

12 Por eso es controversial que el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos (1966) no especifique con suficiencia el derecho a la libre determinación de los pueblos que, por la ausencia de un régimen internacional con los medios para defenderlos, permite violaciones de los dos grandes grupos de derechos humanos. Es por ello que el recono-cimiento a regímenes despóticos con base en este sesgado concepto de soberanía carece de legitimidad.

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El futuro de la política democrática 31

y formales. Sustanciales porque los derechos tienen un contenido indispu-

table por el que ninguna fuerza política puede legitimar su actuar en contra

de ellos, y formales porque de esta formulación se derivan procedimientos

y reglas cuya aplicación es obligada. Un ejemplo mayor de ello es la sepa-

ración de poderes y otro más es el conjunto de procedimientos y reglas im-

plicadas en los procesos parlamentarios y judiciales. Considerarlas como

opuestas o como alternativas entre sí conduce al fatal error de pensar que

la democracia formal no es sustancial y es por tanto prescindible o secunda-

ria. Las formalidades propiamente constitucionales de la democracia son

conquistas civilizatorias que en diferentes momentos históricos han sido

trascendentales. Un prototipo de estas es la igualdad jurídica de los indivi-

duos entre sí; el carácter igualitario de la ley que hace abstracción de las di-

ferencias de clase, etnia, lengua, etc. Para revalorizar brevemente su carácter

sustancial recordemos que no hace mucho, todavía en el siglo xix, esas dife-

rencias implicaban consideraciones disparejas ante la ley para toda clase de

motivos: civiles, penales o mercantiles tales como el matrimonio, las penas

corporales o la propiedad. La materia electoral no niveló esa desigualdad

—sobre todo respecto a la participación política de la mujer— hasta bien

entrado el siglo xx.13

La literatura que aborda el futuro de los derechos y del Estado de de-

recho es una fuente invaluable para la imaginación y la acción política con-

temporánea que se apega a estos principios. Enlisto algunas proposiciones

mínimas con base en los argumentos precedentes:

1. El paradigma del derecho de los Estados nacionales hacia 1945 cedió el

paso a un segundo paradigma contenido en las democracias constitucio-

nales de la posguerra, y el derecho internacional de los derechos huma-

nos ofrece hoy el primer borrador de un tercer paradigma.

2. El sistema jurídico internacional de los derechos humanos, junto con

otras convenciones y tratados, representa una “Constitución del mun-

do” en ciernes.

3. Para que este progreso tenga viabilidad es necesario que el sistema de

los derechos humanos pueda ser lanzado como una verdadera “ficción

paradigmática” haciendo crecer en el demos la convicción de que vale la

pena dar a la voluntad colectiva el propósito central de la dignidad. Di-

cho de otra forma, hacer entrar en la política democrática (y en la auto-

ritaria) el principio de equidad, el valor y superioridad de la democracia

13 Para una argumentación más amplia de este punto, véase Valdés-Ugalde (2020).

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32 Francisco Valdés-Ugalde

representativa como forma de gobierno y el sistema de los derechos hu-

manos como las piedras fundacionales del Estado.

4. “Los procedimientos y presuposiciones comunicativas de la opinión y la

formación de la voluntad democráticas operan como los más importan-

tes canales para la racionalización discursiva de las decisiones” de cómo

hemos de gobernarnos (Habermas, 1999, pp. 249-250).

Consideración final

Comencé estas reflexiones sobre el futuro de la política democrática sin

mencionar la crisis económica, política y social del mundo de hoy, pero creo

que sus resonancias pueden verse en ellas sin demasiada dificultad. Y lo

hice porque al lado de la literatura que nos habla de la implosión de la de-

mocracia que representa el avance de la autocratización en el mundo, de la

crisis social, ambiental y económica en las que nos sumen el capitalismo sin

reglas, el autoritarismo y el totalitarismo, existe también otra literatura que

reúne a las investigaciones filosóficas, teóricas, empíricas y experimentales

que dan fundamentos sólidos a la posibilidad de una política equitativa, de-

mocrática y constitucional de nuevo tipo, y que se desarrolla en los confines

de la ciencia política y de otras disciplinas, como la antropología, las cien-

cias cognoscitivas y el derecho. La reunión de equidad, democracia y dere-

chos humanos constituye una tríada que va de la mano necesariamente en

la acción colectiva posible y necesaria para salir al paso de las catástrofes de

nuestra época. Ineluctablemente, en el ámbito de la política práctica se jue-

ga la suerte de esa tríada contra el barbarismo económico y las mutaciones

oligárquicas o populistas de la democracia (Urbinati, 2019), así como en las

regresiones historicistas —como las denominó Karl Popper— en la política,

la filosofía y las ciencias sociales.

La continuación lógica de estas reflexiones es la crítica de las desfigu-

raciones de la democracia constitucional, principalmente de la oligarquía y

el populismo contemporáneos como formas de gobierno. Pero eso, parafra-

seando a Bismarck, es asunto que debe continuarse en la teoría y la investi-

gación política y, desde luego, materia de la política práctica, donde se fabrican

las salchichas que todos gustan, pero cuya fabricación preferiríamos no ob-

servar. No olvidemos que democracia es historia y por tanto mutación. Y de

eso trataré en otra parte, en la continuación de estas observaciones, para

problematizar y confrontar estos principios.

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El futuro de la política democrática 33

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Democracia, violencia y violaciones de derechos humanos

Karina AnsolabehereFLACSO México

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Introducción

El propósito de este ensayo es analizar la relación entre la violencia, las vio-

laciones de derechos humanos y las democracias electorales. Se reflexiona

acerca de los dilemas de la política democrática ante crisis de derechos hu-

manos en contextos violentos. En otras palabras: se problematiza la manera

en que las situaciones de sufrimiento excepcionales afectan la narrativa de la

política democrática.

Nuestra reflexión se ha derivado de una pregunta: ¿cómo las democra-

cias que enfrentan violencia y crisis de derechos humanos equilibran el re-

conocimiento del sufrimiento de las víctimas con la necesidad de atender la

violencia? Exploraremos la forma en que las narrativas acerca del sufrimiento

de las víctimas de violaciones de derechos humanos y las narrativas sobre la

violencia se superponen con la narrativa del orden político democrático pre-

valeciente en un tiempo y lugar determinados.

La principal contribución será incorporar las dimensiones del sufrimien-

to físico y la violencia desarrolladas por la sociología y los estudios de dere-

chos humanos (Wilkinson, 2005) a la reflexión de las democracias realmente

existentes. El punto de partida es que en general dichas dimensiones no son

problematizadas en el estudio de las democracias, tanto por parte de las

perspectivas positivas como de las normativas. La reflexión sobre las demo-

cracias se enfoca en la competencia electoral, la equidad y la libertad exis-

tentes, y en los procesos de toma de decisiones políticas. Si la reflexión es

normativa se ocupa de los estándares que diferencian a un régimen y a un

gobierno democráticos de otros que no lo son: la igualdad política entre las

personas —con la que se valida en este tipo de gobierno— y la capacidad de

estas para controlar a sus líderes (Dahl, 1989). En pocas palabras, el análisis

de la democracia tiene como preocupación central la relación entre gober-

nantes y gobernados. Una relación donde estos últimos pueden, como míni-

mo, cambiar a los gobernantes mediante el voto, en la que los gobernados

son ciudadanos formalmente iguales y, como tales, sujetos de derechos civi-

les, políticos y sociales. Sin embargo, en entornos violentos como lo son las

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sociedades latinoamericanas, cuando hay dificultades para garantizar la vida

de la población, el sufrimiento físico y la respuesta a esa violencia adquieren

primacía en el orden político. La violencia y el sufrimiento entonces moldean

a la política democrática y, a la inversa, esta última moldea a la violencia y el

sufrimiento.

Este trabajo se escribe desde México. Específicamente, desde el análi-

sis de la experiencia del sufrimiento y la violencia, y desde allí es una mirada

sobre la política democrática que involucra las experiencias de las víctimas

de violaciones de derechos humanos y de las organizaciones que las acom-

pañan. Se escribe desde un espacio en la dinámica política que se articula

alrededor de las víctimas, sus demandas y derechos. Esta perspectiva se con-

trasta con las respuestas a la violencia creciente, la cual es condición del su-

frimiento, aunque a la vez es condicionada por este último. Es una mirada

sobre el orden político democrático que se proyecta desde las ruinas de una

violencia que no cesa.

Si bien se busca una reflexión general, las ideas que se exponen es-

tán inspiradas por la experiencia de investigación respecto a las violacio-

nes graves de derechos humanos en México y se escriben en el marco de

la crisis de derechos humanos que vive el país a partir de la denominada

guerra contra el narcotráfico iniciada en 2006 (Anaya y Frey, 2019). El deto-

nante ha sido el trabajo del Observatorio sobre Desaparición e Impunidad

en México (odiM), mismo que busca identificar tanto las dinámicas de la

desaparición de personas a partir de 2006, como la respuesta estatal ante

esta situación.

El argumento que articula este trabajo es que, en el marco de democra-

cias electorales que enfrentan situaciones de violencia intensa y crisis de de-

rechos humanos, conviven en tensión dos narrativas: 1) la del sufrimiento de

las víctimas (inspirada en la narrativa de los derechos humanos), y 2) la de la

violencia, de la seguridad y del orden. Ambas pueden combinarse de varias

maneras dependiendo del énfasis que se ponga en cierto aspecto. Por ello se

las entiende como dos ejes con extremos y puntos intermedios. Por ejemplo:

el eje de la narrativa del sufrimiento tiene, en un extremo, el reconocimiento

de dicho sufrimiento y, en el otro, su desconocimiento. El eje de la narrativa

de la violencia, por su parte, tiene en un extremo la guerra y en el otro la paz.

Las diferencias en cada eje derivan en distintos balances entre ambas narra-

tivas con consecuencias importantes para el orden político cuando se combi-

nan con las dinámicas políticas democráticas.

La narrativa de la violencia y la del sufrimiento son la contracara una de

la otra. El reconocimiento de estas dos caras alternativas ayuda a complejizar

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Democracia, violencia y violaciones de derechos humanos 39

el análisis de la política de los gobiernos democráticos en entornos violen-

tos. Para analizar cómo se procesan políticamente, resulta importante iden-

tificar las diferentes narrativas que se construyen, se disputan y se articulan

públicamente.

El ensayo se organiza con dos primeras secciones que presentan datos

para mostrar cómo el estudio de México —caso extremo en la región— per-

mite extraer conclusiones que operan como parámetros en el análisis de las

políticas frente a la violencia y las violaciones de derechos humanos. En la pri-

mera se analizan para América Latina y México las características de la vio-

lencia, y las dinámicas de las violaciones de derechos humanos. Enseguida

se aborda el ámbito de las narrativas que se han construido alrededor de

esos datos y las realidades que ayudan a objetivar: la crisis de derechos hu-

manos y la violencia. En tercer lugar, se discuten los principales rasgos de la

narrativa del sufrimiento; en cuarto, los correspondientes a la violencia; en

quinto, los tipos de respuestas que podrían articularse por las democracias

ante contextos violentos con crisis de derechos humanos. Finalmente, se re-

señan las principales conclusiones y propuestas para pensar las coordenadas

que han servido de base para aproximamos a las democracias en entornos

violentos y de crisis de derechos humanos. Por tanto, se verá también cómo

las respuestas políticas ante un entorno violento y de violación de derechos

humanos moldean a las mismas democracias. Cómo la democracia se “adap-

ta” a ello y se transforma.

Violencia. América Latina y México

La violencia es un concepto polisémico (Botello y Magnoni, 2017) para el que

hay diferentes aproximaciones desde la teoría social. Dos tensiones son las

que distinguen el debate actual sobre la violencia. La primera es la discusión

entre dos visiones: una que concibe la violencia como ausencia de orden, y

otra que considera que las situaciones violentas son generadoras de orden.

La segunda tensión es la discusión entre dos perspectivas: la violencia vis-

ta a través de sus expresiones materiales, y la que enfatiza sus dimensiones

simbólicas.

No es el objetivo de este estudio profundizar en estas aproximaciones al

concepto de violencia sino, a partir de ellas, definir cómo se usará dicho tér-

mino. Aquí consideraremos la violencia como expresión de un orden antes

que ausencia de él, e identificaremos sus rasgos mediante sus manifestacio-

nes materiales: la tasa de homicidios por cada cien mil habitantes, indicador

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internacionalmente aceptado como aproximación a los niveles de violencia

en cada país.

América en general y América Latina en particular, son violentas. El cua-

dro 1 es ilustrativo.

Cuadro 1. Evolución de la tasa de homicidios, 1990-2017, por región en el mundo

Región/Subregión Indicador 1990 2000 2010 2017

Mundo Tasa de homicidios 6.8 6.8 6.1 6.1

África Tasa de homicidios 12.6

América Tasa de homicidios 16 15.1 15.8 17.2

Centroamérica Tasa de homicidios 22.5 15.5 27.3 25.9

Sudamérica Tasa de homicidios 21.1 24.2 20.8 24.2

Asia Tasa de homicidios 3.6 3.3 2.7 2.3

Europa Tasa de homicidios 4.8 7.7 4.1 3

Oceanía Tasa de homicidios 3.4 3.1 3 2.8Fuente: unodc, Global Study on Homicide 2019. Recuperado de https://dataunodc.un.org/es/

node/1509

Los datos son elocuentes. Desde la década de 1990, América Latina ha

sido la región más violenta del mundo y también donde la violencia se ha in-

crementado. Sin embargo, esta tendencia no es homogénea en todo su terri-

torio (mapa 1). Hay áreas donde los niveles de violencia se equiparan a los de

las zonas que viven un conflicto armado declarado y otras de riesgos ínfimos.

Estas asimetrías marcan las demandas sociales en relación con la atención

de la violencia. Son estas demandas las que deben procesar los gobiernos

democráticos.

Otra característica de la violencia en la región es su pluralismo. La vio-

lencia estatal está presente pero no es la única. La criminal (sobre todo la

vinculada con grupos criminales) y la social son relevantes (Arias y Golds-

tein, 2010). Las democracias en América Latina se distinguen por su plura-

lismo violento. Por ejemplo, de acuerdo con el Global Study on Homicide,

elaborado por la Oficina de las Naciones Unidas para la Droga y el Delito

(UNodc, por su sigla en inglés), 19% de los homicidios en el mundo son co-

metidos por organizaciones criminales. Su proporción es similar a las muer-

tes producidas por la suma de todos los conflictos armados que tienen lugar

en el mundo (UNodc, 2019).

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Mapa 1. Tasa de homicidios por cada cien mil habitantes en el mundo, 2017. Fuente: unodc (2019).

Gráfica 1. Evolución de la tasa de homicidios por cada cien mil habitantes en México, 1990-2018. Fuente: inegi (2019). Recuperado de https://www.inegi.org.mx/

contenidos/saladeprensa/boletines/2019/EstSegPub/homicidios2018.pdf

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En este contexto de violencia, previo al desarrollo de las propias insti-

tuciones democráticas en muchos casos, los gobiernos deben enfrentar las

demandas ciudadanas respecto de la seguridad-inseguridad. Pero asimismo

enfrentan la heterogeneidad en la distribución de la violencia en el territo-

rio, la cual perpetran actores diversos, con diferente poder relativo y víncu-

los con las instancias estatales en los distintos niveles de gobierno.

La situación de México es parecida a la de la región. Registra un incre-

mento de los niveles de violencia, medida a través de la tasa de homicidios,

a partir de 2006, y en 2018 adquirió cantidades récord.

Esta situación en México y en la región tiene su correlato en las percepcio-

nes ciudadanas acerca de los principales problemas de los países y los mu-

nicipios. De acuerdo con datos de Latinobarómetro, el 19% de la población

encuestada afirma que el problema más importante del país es la delincuen-

cia, y 24% que es el mayor en su municipio (Latinobarómetro, 2018).

Violaciones de derechos humanos

La literatura de ciencias sociales sobre derechos humanos señala que los

contextos de violencia armada, fundamentalmente conflictos armados, au-

mentan la probabilidad de las violaciones (Carey y Poe, 2004). Es decir, donde

hay mayores niveles de violencia abierta se incrementan las probabilidades

de que se produzcan violaciones de derechos humanos.

Por su parte, si bien los mayores niveles de calidad democrática se rela-

cionan con menor número de violaciones de derechos humanos, está claro

que este vínculo no es lineal con el régimen político. Las democracias y los

autoritarismos menos consolidados tienen comportamientos similares en

materia de derechos humanos: ambos tienden a violarlos más (Fein, 1995).

Esta situación es particularmente clara en América Latina. La escala de terror

político da cuenta de ella en los países de la región y en México (mapa 2). Dicha

escala puntúa a los países del 1 al 5. El 1 corresponde a aquellos donde no exis-

ten violaciones graves de derechos humanos (tortura, desapariciones o encar-

celamiento político). El 5 señala a los países en que ellas son muy frecuentes.

En el mapa 2 la escala de grises indica los niveles de terror político, los

más oscuros presentan un mayor nivel y se desciende a medida que el color

se aclara. En materia de derechos humanos, América Latina es una región

irregular. Sin embargo, Brasil y México, los dos países de la región más pode-

rosos política y económicamente, se destacan por la frecuencia de sus viola-

ciones graves de derechos humanos.

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Mapa 2. Resultados en la escala de terror político en el mundo, 2019. Fuente: Gibney, Cornett, Wood, Haschke, Arnon, Pisanò y Barrett. (2019). The Political Terror Scale

1976-2018. Recuperado de http://www.politicalterrorscale.org.

Gráfica 2. Evolución de las violaciones de derechos humanos en México, 1990-2017. Fuente: Gibney, Cornett, Wood, Haschke, Arnon, Pisanò y Barrett. (2019). The

Political Terror Scale 1976-2018. Recuperado de https://haschke.shinyapps.io/PTS-App/

México Mundo

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En relación con México, país que se analizará con más profundidad por

su situación extraordinaria en violación de derechos humanos, la gráfica 2

presenta las puntuaciones que muestran un empeoramiento a partir de 2006.

Esos indicadores son equivalentes, y por momentos peores que los que tu-

vieron lugar durante el régimen autoritario.

El incremento de las violaciones graves de derechos humanos en Mé-

xico, como la tortura, pero sobre todo de las desapariciones, ha llevado a

organismos internacionales (cidh, 2015) y estudiosos del tema a calificar la

situación como de crisis de derechos humanos. Con esta base se han dispu-

tado las narrativas oficiales y se ha construido otra sustentada en la dignidad

y el sufrimiento de las víctimas, influenciada por estándares de derechos hu-

manos. Esta nueva narrativa, no exenta de tensiones y construida desde aba-

jo, coloca en el centro la situación y demandas de las víctimas, e incluye a los

perpetradores y a las autoridades.

Tanto en los datos sobre la violencia como en los vinculados con las vio-

laciones de derechos humanos, México aparece como un país que enfrenta

altos niveles de la primera a la vez que violaciones de derechos humanos de

gran magnitud y generalizadas. Es en este contexto y a partir del trabajo de

investigación sobre el incremento de las desapariciones en México, a través

del Observatorio sobre Desaparición e Impunidad en México, que se derivan

las categorías de análisis y la reflexión que sigue. Para ello, primero se con-

trastan y luego se relacionan las narrativas del sufrimiento y la violencia con

la narrativa de la democracia.

Democracias y sufrimiento. Víctimas, perpetradores y autoridades

La historia muestra que la existencia de violaciones masivas de derechos

humanos en diferentes países lleva aparejado el desarrollo de acciones,

organización, movilización y narrativas vinculadas con el sufrimiento de

las víctimas. De hecho, la categoría de víctima emerge en el espacio políti-

co nacional e internacional. No solo es visibilizada su situación, sino que

sus derechos son reivindicados (Gatti, 2017). La acción política propuesta

por estos sujetos tiene como eje principal la búsqueda de justicia frente al

sufrimiento.

Sin embargo, la literatura sobre este fenómeno, como ya se señaló, se

había centrado en dos escenarios: los conflictos armados, y las violaciones

de derechos humanos cometidas en el pasado por regímenes políticos au-

toritarios (Olsen, Payne y Reiter, 2010). La manera en que las democracias

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lidian con las crisis de derechos humanos y la violencia generalizada actual

—no pasada— ha sido menos problematizada.

En el registro de crisis de derechos humanos el centro de la problema-

tización es la situación de sufrimiento, y la historia se articula alrededor de

las víctimas, los perpetradores, las autoridades electas y no electas y los tras-

lapes entre ellas. En esta clave, las narrativas acerca del sufrimiento de las

víctimas varían. En virtud de la claridad en la argumentación se puede pensar

que estas narrativas (en un espacio político democrático) se organizan a lo

largo de un eje que va de la negación del sufrimiento al reconocimiento del

sufrimiento de las víctimas.

Negación del sufrimiento de

las víctimas

Reconocimiento marginal

Reconocimiento del sufrimiento de las víctimas

Esquema 1. Eje de la narrativa del sufrimiento. Fuente: Elaboración propia.

El extremo de la negación del sufrimiento implica la descalificación del

estatus de las víctimas, de sus demandas, reivindicaciones e historias. Supo-

ne negarles la legitimidad de sus reclamos, a la vez que negar la experiencia

del sufrimiento, a la cual se desconoce e invisibiliza. En este escenario la po-

lítica democrática es impermeable a la experiencia del sufrimiento.

Uno los repertorios más comunes en la construcción de esta narrativa

consiste en culpabilizar a las víctimas. Por ejemplo, asumir que los jóvenes

víctimas de violaciones de derechos humanos son criminales y que su sufri-

miento y el de su familia son merecidos. En esta narración, los perpetradores

no tienen el estatus de tales y al negar el sufrimiento de las víctimas no emer-

ge la categoría de perpetrador. Por su parte, las autoridades niegan o constru-

yen una narrativa alterna que descalifica el sufrimiento.

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El otro extremo corresponde al reconocimiento del sufrimiento. Impli-

ca reconocer el estatus de las víctimas, de sus demandas, reivindicaciones e

historias y el desarrollo de políticas para garantizarles verdad, justicia, repa-

ración y memoria. Supone reconocer que sus reclamos son legítimos y con

esto la responsabilidad política implícita en la producción del sufrimiento, y

la decisión de modificar ese statu quo. Condena la experiencia del sufrimien-

to; la visibiliza y asume buscando que no se repita. En esta versión de la his-

toria, los perpetradores son reconocidos como tales y se espera sancionarlos

adecuadamente por sus acciones, reparar el daño a las víctimas y nombrarlas

para que no se pierda la memoria.

Es posible que a lo largo del tiempo se pase de una narrativa a otra: de

la negación al reconocimiento, o a la inversa.

Democracia y sufrimiento en México

En un marco de crisis de derechos humanos y violencia como el que vive Mé-

xico desde 2006, la guerra contra el narcotráfico y sus secuelas y las narrativas

públicas sobre el sufrimiento de las víctimas se han modificado. De la nega-

ción del sufrimiento a su reconocimiento marginal. Este cambio supuso dife-

rentes relaciones con la narrativa de la democracia.

Hasta 2011, con la emergencia del Movimiento por la Paz con Justicia y

Dignidad, las historias de sufrimiento de las víctimas no habían constituido

una narrativa pública del sufrimiento y las demandas de las víctimas no habían

producido respuestas por parte de las instituciones representativas (Bizberg,

2015). Hasta ese momento, las víctimas, su sufrimiento y sus demandas se

descalificaban e invisibilizaban. Con ese parteaguas comenzó un proceso cuyo

correlato institucional fue la Ley de Víctimas: empezaron a articularse las na-

rrativas públicas acerca de la crisis de derechos humanos en México.

Observamos que las víctimas son diversas: hombres y mujeres jóvenes,

defensores de derechos humanos, comerciantes, amas de casa, trabajado-

ras domésticas, estudiantes, policías. El trabajo realizado sobre las diná-

micas de las desapariciones confirma esta tendencia en el caso de estas

violaciones de derechos humanos (Observatorio sobre Desaparición e Im-

punidad, 2019).

Los perpetradores también son diversos. Se trata de agentes estatales de

los tres niveles de gobierno (municipal, federal y estatal), y también particu-

lares. Miembros de grupos criminales algunos y otros no identificados (Pay-

ne y Ansolabehere, 2019).

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Desde el punto de vista de las autoridades, esta emergencia de la na-

rrativa pública sobre el sufrimiento de las víctimas puso de manifiesto las

complejidades del rol de los funcionarios e instituciones representativas y no

representativas. Hay funcionarios que son perpetradores, directos o indirec-

tos. Otros deben dar respuestas a las demandas de familiares, organizaciones

de derechos humanos y organismos internacionales. No obstante, cuando se

dieron estas respuestas, tardaron y fueron marginales. Se comenzó la cons-

trucción de una institucionalidad orientada a atender a las víctimas. Pero los

parámetros para clasificar a las autoridades se dislocaban. Las autoridades

son perpetradoras de las violaciones de derechos humanos, en muchos ca-

sos son omisas ante los problemas de derechos humanos, pero en algunos

otros son aliadas de las víctimas siempre y cuando estas alcancen visibilidad

y voz suficientes para incomodar. De esta constatación surgió un importan-

te movimiento pro integridad pública, expresada en el desarrollo de políticas

anticorrupción (Cardona, Ortiz y Vázquez, 2018).

Con el foco puesto en las autoridades, los problemas de cooperación y

coordinación ente los gobiernos municipal, estatal y federal se evidenciaron.

También la alienación de responsabilidades del nivel federal hacia los nive-

les locales. Diferentes niveles de gobierno con dinámicas distintas y la exis-

tencia de otros poderes que buscan el control del territorio, que conviven con

los gobiernos y configuran el ejercicio del poder en cada estrato, pusieron so-

bre la mesa una pregunta: ¿quién manda aquí, en el territorio, en el Estado,

en el país?

La respuesta canónica a la pregunta sobre el mando por supuesto que

sería “aquí manda el Estado”. Pero esta noción del Estado igualmente se dis-

loca y complejiza cuando acercamos el foco. El Estado es una dualidad de

presencia y ausencia. El Estado está presente como símbolo, como materia-

lidad (a veces y en algunas cosas) y como anhelo. Desde esta presencia sutil

tiene alguna capacidad de articulación de ciertos sectores del orden político,

al menos en la forma en que los actores articulan sus demandas. No podría

decirse que el Estado mexicano no existe. Sin embargo, cuando volvemos a

la pregunta “¿quién manda aquí?”, además del Estado, al lado, adentro y arri-

ba de este, aparecen otros actores poderosos, concretos, con presencia en

el territorio, con capacidad de configurar un orden no siempre signado por

la mejor alternativa para el conjunto o para la lógica de la igualdad de dere-

chos. Por eso la respuesta no es simple. La idea del Estado como dualidad

(presencia y ausencia, amigo y enemigo, diverso y fragmentado) abrió paso a

la necesidad de preguntarnos por las configuraciones concretas de poder en

un lugar y en un momento determinados.

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Por último, pero no menos importante, que esto ocurriera en un contex-

to postransicional en el que la democracia electoral opera formalmente sin

mayores sobresaltos, genera especificidades.

La lógica de la democracia electoral opera. No podemos decir que la ló-

gica electoral en México sea inexistente. Sin embargo, el sufrimiento aumen-

ta (y se tolera) y las autoridades democráticamente electas son responsables

directas o indirectas de esta crisis.

El contexto postransicional en México no previno las violaciones masi-

vas de derechos humanos. Las autoridades electas y no electas participan

en ellas, son parte de configuraciones de poder que implican el ejercicio de

este separándolo de la lógica de la autorización ciudadana y la rendición de

cuentas ante la ciudadanía —base de la política democrática—, pero a la vez

continúan el juego electoral. La narrativa democrática persiste y convive con

la del sufrimiento y la violencia. Gobiernos federales y locales en que se visi-

bilizaron las crisis de derechos humanos perdieron las elecciones o compro-

metieron su capital político, pero el sufrimiento continúa.

Los remedios ante estas situaciones se tensionaron. Por un lado, las res-

puestas de la justicia transicional: verdad, justicia y memoria, parecen ser

un repertorio difícil de asumir cuando la crisis está vigente. Por otro, los me-

canismos institucionales ordinarios del Estado de derecho para enfrentar la

violencia y las violaciones de derechos humanos —por ejemplo, el sistema

de justicia penal— no están diseñados para atender una crisis de tal mag-

nitud y dar las respuestas adecuadas. Lo ordinario convive con lo extraor-

dinario. A partir del uso de los canales institucionales y las instituciones

representativas se creó una nueva institucionalidad, periférica, orientada a

la búsqueda de personas, a la atención de las víctimas, y al desarrollo de una

política forense para identificar y dignificar la situación de decenas de mi-

les de cuerpos albergados en los servicios forenses. Ante la imposibilidad de

garantizar la vida una parte de las políticas se orienta a dignificar la muerte.

Desde la perspectiva de las víctimas, en el sufrimiento y las violaciones

de derechos humanos los gobiernos democráticos son el problema y articu-

lan soluciones incompletas. En el orden político de la narrativa del sufrimien-

to los actores centrales son las víctimas, y su contracara los perpetradores y

las autoridades, aunque las fronteras entre ellos muchas veces son difusas.

¿Qué implica esta lógica política de la narrativa del sufrimiento en una

democracia electoral? Desde el punto de vista de las víctimas, su articulación

como sujetos políticos diversos y heterogéneos que buscan modificar el sta-

tu quo. Desde el punto de vista de los perpetradores en sus diferentes nive-

les y tipos de responsabilidades, el intento de mantener el statu quo signado

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por la omisión, la cooperación y la impunidad. Que no se sepa la verdad, que

persista el miedo y la incertidumbre. Desde el punto de vista de las autorida-

des representativas predomina la dualidad, la cual implica el mantenimiento

del statu quo de las diferentes configuraciones de poder que activan la crisis,

pero también la necesidad de escuchar las voces y procesar las demandas

de las víctimas cuando su voz es cada vez más alta y la sordera supone cos-

tos políticos y de reputación. Desde el punto de vista del Estado, la situación

pone de manifiesto su dualidad ante las configuraciones de poder resultan-

tes. Está presente y en el centro de las demandas, pero al mismo tiempo se

le considera ineficaz, en el mejor de los casos, o cómplice y parte del proble-

ma, en el peor.

En las democracias electorales el principal objetivo de las élites políti-

cas es ganar las elecciones y contar con recursos para esto. Es esperable por

tanto que la lógica predominante sea la de mantener las configuraciones de

poder que garanticen estas aspiraciones. Por otra parte, no puede descono-

cerse que las democracias electorales en entornos federales generan dinámi-

cas complejas de cooperación, o no cooperación, entre los diferentes niveles

de gobierno. Estos grados de cooperación explican la existencia de territo-

rios de violaciones de derechos humanos en oposición a otros en donde este

fenómeno no adquiere un carácter crítico.

Las instituciones de justicia han respondido con impunidad a la situa-

ción (Ansolabehere, 2019). Por una parte, muestran los límites del Estado de

derecho en condiciones extraordinarias y, por otra, los efectos de las configu-

raciones de poder al interior de estas instituciones.

En breve, cuando las democracias electorales han respondido a las de-

mandas de las víctimas, lo han hecho en clave de búsqueda, asistencia social

y, en el mejor de los casos, mejorando la capacidad forense para la dignifica-

ción de la muerte. Pero también estas democracias mantienen una situación

pro statu quo respecto de los perpetradores y las configuraciones de poder que

hacen posible la crisis de derechos humanos.

Democracias y violencia. Enemigos y aliados antes que ciudadanos

La contracara de la narrativa del sufrimiento, consistente con la visibilización

de la crisis de derechos humanos, es la narrativa de la violencia. Frente a esta

se pueden articular distintas narrativas organizadas en un eje que va de la

guerra a la paz (esquema 2).

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La narrativa del orden político sobre la guerra, aun en una democracia

(Lynch, 2018), es la del Estado de excepción y la disposición de la vida del ciu-

dadano. En el centro ubica a los enemigos y la necesidad de su eliminación.

La narrativa del orden político sobre la paz, en una democracia, supone

reconocer la violencia y buscar solucionarla, desde un discurso orientado a la

integración y a la posibilidad de vivir juntos.

En el caso de México, la narrativa de la violencia se articuló como “gue-

rra”, tal como indica la denominación de guerra contra el narcotráfico a la milita-

rización de la política de control de los grupos criminales vinculados con el

tráfico de drogas en el país.

La lógica de la guerra supone la identificación de un enemigo y de los

amigos o aliados. En el caso de México, los primeros son (o fueron) “los gru-

pos criminales”, y a estos se les equipara con el mal. Para eliminar el mal,

hay que eliminar al enemigo. Los amigos o aliados contribuirán a eliminar

“el mal”.

En este orden, signado por la díada enemigos/amigos, son “los amigos

del poder político democrático y la ciudadanía” los que combaten el mal. En

México estos amigos del poder político son las fuerzas armadas, mismas que

tienen un nutrido historial de violaciones de derechos humanos de la oposi-

ción política de izquierda. Violaciones que permanecen impunes.

La violencia y el combate a lo que la produce suponen la incorporación

de las instituciones democráticas en la lógica de la guerra y el combate; sus-

tituir la narrativa de inclusión y diálogo político por la militar, la de la fuerza,

la jerarquía y obediencia. Es una estrategia definida desde arriba que tiene

Guerra Transición Paz

Esquema 2. Eje de la narrativa de la violencia. Fuente: Elaboración propia.

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Democracia, violencia y violaciones de derechos humanos 51

consecuencias abajo: el incremento de la violencia y por lo tanto el de las víc-

timas y el de los perpetradores.

Sin embargo, cuando predomina el orden de la guerra, y la narrativa que

lleva aparejada es la del sufrimiento, la voz de las víctimas se silencia y se

niega. Las víctimas se equiparan a “daños colaterales” en unos casos, o en

el peor, se las identifica con los enemigos. En la narrativa de la guerra los

perpetradores son en unos casos héroes y en otros enemigos que deben ser

destruidos.

En el mundo de la narrativa de la guerra, la crisis de derechos humanos

no es tal. Las víctimas no son tales. La dinámica política democrática adopta

la lógica de la guerra y su excepcionalidad. Esta se legitima por la demanda

mayoritaria de seguridad y la identificación de la inseguridad como uno de

los problemas sociales más acuciantes.

En esta clave las democracias se “embrutecen”, se militarizan, y asumen

como política la eliminación de los enemigos; entonces la ciudadanía deja

de ser central.

Con el aumento de la violencia una opción de las democracias puede ser

priorizar la lógica de la guerra y la narrativa consistente con ella. Esta fue la

de México a partir de 2006. Sin embargo, no es la única, como se analiza a

continuación.

Democracia. Lógica de la violencia y lógica del sufrimiento

En las secciones anteriores hemos evidenciado dos narrativas contrapues-

tas frente a la violencia y las violaciones de derechos humanos que apelan

al sufrimiento y la violencia. Ambas pueden superponerse en democracias

electorales, como se ilustró en el caso de México. Dos preguntas surgen del

análisis. La primera: ¿qué consecuencias tienen para la democracia la lógi-

ca de la guerra y la del sufrimiento? La segunda: ¿existe alguna combinación

que permita articular una solución que sin desconocer el problema de la vio-

lencia incluya un reconocimiento del sufrimiento?

Comencemos por la primera. El orden político de la lógica del sufrimien-

to implica un mundo de víctimas y perpetradores. El desplazamiento de la

identidad ciudadana universal y abstracta (Gatti, 2017) por el estatus de su-

jeto político constituido por el sufrimiento en su sentido más puro (defini-

do por quién lo sufre y por quién lo imparte). En este orden, las víctimas se

articulan como sujetos políticos. A través del sufrimiento emergen voces en

el espacio político que buscan cambiar el statu quo desde la reparación del

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sufrimiento. Sujetos políticos que ponen en palabras y hacen audible lo que

nadie quiere escuchar. Las instituciones representativas en las democracias

electorales se ven interpeladas por estas demandas.

La lógica de la guerra desplaza la dinámica de la política (de conflic-

to institucionalizado y negociación) por la de la fuerza. Subsume a un grupo

de ciudadanos (víctimas y perpetradores) en el conjunto de los enemigos y

con esto se justifica su eliminación. Las democracias se embrutecen y las ló-

gicas del disenso, el conflicto político y la negociación se obturan. En esta

narrativa del bien contra el mal se pierden los matices, las configuraciones

de poder, y las dislocaciones que nos permitirían dimensionar la política de-

mocrática frente a la violencia y el sufrimiento. ¿Cuáles son las alternativas

posibles? Arriba se propuso considerar a la lógica del sufrimiento y de la vio-

lencia como ejes independientes que forman un continuo. Del reconocimien-

to al desconocimiento del sufrimiento en el primero, y de la guerra a la paz

en el segundo.

Esquema 3. Combinaciones de lógicas del sufrimiento y lógicas de la guerra. Fuente: Elaboración propia.

Represión. Desconocimiento

de las víctimas

Reconocimiento de las víctimas + estrategia de paz

Lógicas antitéticas. Marginalidad del

sufrimiento o de la guerra

+

+

Guerra Sufrimiento

Omisión

El esquema 3, que muestra simplificadamente las posibilidades, permi-

te advertir que el reconocimiento de la violencia y el del sufrimiento pue-

den combinarse de manera virtuosa en la que no supongan una ecuación de

suma cero.

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En México, desde el inicio de la guerra contra el narcotráfico se ha pasa-

do de la represión y el desconocimiento de las víctimas a la convivencia de

lógicas antitéticas que, frente al discurso de esa guerra, coloca a las víctimas

en una situación periférica. Es posible superarla, en este país y en otros luga-

res equivalentes, modificando la lógica de la guerra, asumiendo la violencia

como un problema social complejo y arraigado, que no se resuelve sustitu-

yendo la política democrática por la lógica de la guerra sino remplazando

la guerra por espacios de diálogo donde se tome en serio tanto la violencia

y sus consecuencias como el sufrimiento de las víctimas. La narrativa de la

guerra de alguna manera elimina la lógica de la política democrática; la na-

rrativa del sufrimiento la puede fortalecer.

Conclusiones

En este ensayo se han analizado, desde la experiencia de la investigación

sobre la crisis de derechos humanos en México, las implicaciones de esta al

momento de pensar el orden político democrático. El punto de partida no

fueron las democracias consolidadas y las situaciones de normalidad sino

las que enfrentan situaciones extraordinarias: la violencia y las crisis de de-

rechos humanos.

En este marco se ha buscado reflexionar cómo estas condiciones inciden

en el orden político y cómo las procesa el orden político democrático.

Probablemente hay dos contribuciones principales de este trabajo:

1) evidenciar que diferentes narrativas están presentes en las democracias

electorales. Si bien la narrativa electoral es predominante, está imbricada

con las demandas o problemas caracterizados como centrales en una socie-

dad en un momento determinado. Es el caso de la violencia y el sufrimiento,

pero bien podrían ser la pobreza y el desarrollo. 2) Que el extremo de la gue-

rra en la narrativa sobre la violencia tensa de tal manera los supuestos bási-

cos de las democracias que las pone en peligro.

Estas lógicas pueden ser complementarias o antitéticas, y según se arti-

culen dependerán las salidas y la posibilidad de profundización del ideal de

igualdad política consustancial a las democracias.

El caso de México es extremo: el combate a la violencia estuvo signado

por la narrativa de la guerra, pero también se observa la tímida aparición de

una narrativa pública de reconocimiento al sufrimiento de las víctimas; am-

bas suponen demandas distintas para el orden político. La lógica de la gue-

rra, la aceptación de la excepcionalidad y la eliminación del enemigo, por

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un lado; la lógica del sufrimiento, la irrupción en el espacio político de otros

sujetos y sus coaliciones, el reconocimiento de la situación de las víctimas

y la rendición de cuentas de los perpetradores, por el otro. Mientras la pri-

mera lógica desplaza la política, la segunda vuelve a reconocer la importan-

cia de esta.

Las democracias electorales procesan demandas diversas y muchas

veces contradictorias. Ante este panorama la opción por la paz con el re-

conocimiento del sufrimiento parece ser, a todas luces, la opción no solo

normativamente más justa, sino también fácticamente más incluyente y con

mayores réditos políticos y cívicos.

Finalmente, es importante señalar que este es el primer paso en un pro-

grama de investigación más ambicioso acerca de la relación entre política de-

mocrática, excepcionalidad y sufrimiento.

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La democracia entre elecciones: poliarquía como derechos de participación

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Introducción

La ciencia política contemporánea presenta una inconsistencia entre la for-

ma en que se concibe y define la democracia y la manera en que se opera-

cionaliza este concepto para efectos de análisis empírico. En el nivel más

abstracto, sería raro que alguien estuviera en desacuerdo si se define la de-

mocracia en consistencia con su significado etimológico: “gobierno del pue-

blo”. Se puede ganar un poco en precisión sin romper este consenso mínimo

si la democracia se define, con Platón (Político), como el “gobierno de los mu-

chos” o, recurriendo a Aristóteles para profundizar la precisión, como el “go-

bierno de la mayoría”.

Esta base mínima es la que permite utilizar el mismo término, democracia,

para referirnos a regímenes políticos por lo demás muy disímiles como la de-

mocracia ateniense y las democracias representativas actuales. En el debate

contemporáneo podemos confrontar los conceptos de democracia represen-

tativa con los de democracia “directa” y “representativa” precisamente porque

se trata de formas distintas de incorporar a los muchos en el gobierno. Inclu-

so quienes rechazan que las democracias representativas actuales sean “real-

mente” democráticas, lo hacen argumentando que, en una forma sustantiva,

las mayorías son excluidas del gobierno.

Junto a este consenso en el nivel más abstracto del concepto, hoy exis-

te otro en el extremo opuesto de la escala conceptual: cuando operaciona-

lizamos la democracia con el fin de distinguir empíricamente los regímenes

políticos democráticos de los que no lo son, o bien el grado en que distintos

regímenes políticos poseen los atributos de una democracia. En este punto el

consenso consiste en identificar a los regímenes democráticos por la natura-

leza competitiva del procedimiento para acceder al poder. Este ulterior con-

senso se encuentra claramente expresado por Przeworski: “Operacionalmente,

la democracia es un régimen en el que los gobernantes pierden elecciones y,

cuando las pierden, se retiran del puesto” (2004, p. 301).

Entendemos entonces la democracia como el gobierno de la mayoría y,

para determinar empíricamente qué regímenes son democráticos y cuáles

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no, identificamos si el acceso al poder se da mediante elecciones competi-

tivas. Cuando este mecanismo está ausente (porque no hay elecciones, por-

que solo hay un partido o porque, habiendo más de uno, las elecciones no

definen el acceso al poder), el régimen no es democrático. Pero si las elec-

ciones son competitivas, el régimen se define como democrático. Las elec-

ciones competitivas son condición necesaria (sin ellas no hay democracia) y

suficiente (sabiendo que las hay se sabe que el régimen es democrático) para

que un régimen sea democrático. A esta fórmula la llamaré operacionalización

procedimental de la democracia (opd).1

Me apresuro a aclarar que este no es un texto en el que se cuestione

la importancia de las elecciones competitivas en las democracias actuales.

Comparto plenamente con la opd que las elecciones competitivas son una

condición necesaria de la democracia. En lo sucesivo, argumentaré que no

son condición suficiente. Si se entiende la democracia como “gobierno de la

mayoría”, cualquier enunciación de los atributos de un régimen así, incluso

con los problemas de escala que impiden el gobierno directo, tendría que

contemplar un conjunto de derechos de participación, de los que el derecho

al voto es solo uno, por importante que sea, entre otros. En particular, me

refiero a todo el conjunto de derechos que habilitan a los ciudadanos para

expresar su desacuerdo con las decisiones del gobierno. Cuando estos de-

rechos son limitados no tiene mucho sentido hablar de una democracia, y

nuestras operacionalizaciones tendrían que reflejarlo.

La definición procedimental de la democracia

El origen de la llamada definición “procedimental” de la democracia, también

llamada “formal”, “mínima” y “elitista”, es identificado con el libro Capitalism,

socialism and democracy, de Schumpeter (1943).2 El argumento de este autor po-

lemiza con lo que él considera la teoría “clásica” de la democracia, propo-

niendo en su lugar un enfoque con mayor valor descriptivo y menos influido

por ilusiones normativas. Esto se consigue si se abandona cualquier preten-

sión de que los ciudadanos tienen algún papel en las decisiones del gobier-

no: “el papel del pueblo es producir un gobierno […] el método democrático

es el arreglo institucional para llegar a decisiones políticas en el que los indi-

1 Recurro a esta expresión porque dicha operacionalización no siempre se sigue de lo que se ha dado en llamar la definición procedimental de la democracia.

2 Véanse Barry (1978), Held (2006) y Macpherson (1977).

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viduos adquieren el poder de decidir por medio de una lucha competitiva por

el voto popular” (Schumpeter, 1976, p. 269).

La idea así definida por Schumpeter es que las democracias modernas lo

son en la medida en que hay elecciones competitivas, y no hace falta buscar

más. En sí mismo, esto no basta para afirmar que la definición es mínima o

restrictiva, pues los atributos que debe reunir la mencionada “lucha” para ser

“competitiva” podrían ser numerosos y exigentes (Schedler, 2002).

Más bien, el problema de la definición de Schumpeter no parece abar-

car de manera suficiente la idea de “gobierno de la mayoría”. Para ver esto,

consideremos que la democracia es un régimen político. A su vez, un régi-

men político se define como un “conjunto de reglas, formales e informales, y

procedimientos para seleccionar al liderazgo y las políticas” de un país (Geddes,

2003, p. 70. Las cursivas son mías). Entendido así, las variaciones en los re-

gímenes políticos obedecen a los distintos procedimientos para seleccionar

a los gobernantes, pero también al modo en que se producen las decisiones

(en la forma de políticas).

La definición de Schumpeter es reduccionista porque en ella las dos di-

mensiones del gobierno de la mayoría se resuelven en un mismo acto: el

voto. En las elecciones, la población influye directamente en la selección de

los gobernantes, e indirectamente en la toma de decisiones.

Es posible que el interés de dicho autor haya sido separar la concepción

de la democracia moderna de lo que él considera un enfoque rousseauniano

vinculado a la democracia directa, cuyo referente institucional es la reunión

en asamblea de los ciudadanos tomando decisiones de política. Ciertamen-

te, la reunión en asamblea es una institución inviable para los Estados na-

ción y eso hace inevitable el componente de representación en cualquier

teoría actual, positiva o normativa, de la democracia. Sin embargo, de eso no

se sigue que pueda concebirse la democracia moderna sin considerar formas

de participación política distintas al voto y orientadas a influir en las decisio-

nes, más allá de hacerlo en la selección de quienes las toman.

Esta manera de concebir al régimen democrático es, implícita o explí-

citamente, la que orienta a la mayoría de los índices más utilizados en la

ciencia política actual. Es muy común atribuir a Polyarchy de Dahl (1971)3 el

vínculo entre la definición mínima de Schumpeter y la operacionalización

con vistas a la medición.

3 Por ejemplo: “El concepto de Dahl de régimen político se refería únicamente a los procedi-mientos que regulan el acceso a las altas posiciones en los poderes legislativo y ejecutivo de un país o, en corto, el acceso al control del Estado” (Munck y Mazzuca, 2011, p. 1434).

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No obstante, desde el inicio de su planteamiento es claro que Dahl tie-

ne presente la dimensión decisional del régimen político: “una característica

clave del gobierno democrático es la respuesta continuada del gobierno a las

preferencias de sus ciudadanos, considerados como políticamente iguales”

(Dahl, 1971, p. 1). Esta perspectiva, que define la democracia partiendo de

cómo se dan las decisiones, es compartida por Tilly (2007, p. 13): “escudriña-

mos en las interacciones públicas políticas entre el estado y los ciudadanos

en busca de signos de democracia, democratización y des-democratización.

¿Qué buscamos en estas interacciones? […] Al juzgar sobre el grado de de-

mocracia, valoramos la medida en la que el estado se comporta en conformi-

dad a la demanda expresa de sus ciudadanos”.

Esta condición de gobierno que da respuesta (responsiveness) parecería

muy restringida si se limitara al resultado de las elecciones.

Dahl no deja dudas al respecto, pues añade que, para que el gobierno

dé respuesta a las preferencias de los ciudadanos, todos ellos deben tener la

oportunidad de 1) formular sus preferencias, 2) hacerlas valer ante el público y

el gobierno, y 3) que sus preferencias reciban de parte del gobierno la misma

consideración que las de otros. Para que finalmente estas oportunidades exis-

tan deben contar con las siguientes garantías institucionales (Dahl, 1971, p. 3):

1. Libertad de formar organizaciones y unirse a ellas.

2. Libertad de expresión.

3. Derecho al voto.

4. Elegibilidad para ocupar puestos públicos.

5. Derecho de los líderes políticos a competir por apoyo.

a. Derechos de los líderes políticos a competir por el voto.

6. Fuentes diversas de información.

7. Elecciones libres y justas.

8. Instituciones que garanticen que la política del gobierno dependa de los

votos y demás formas de expresar las preferencias.

Por último, en el Anexo A del mismo libro, Dahl realiza un ejercicio de

medición en el que utiliza indicadores de cada una de las garantías institu-

cionales, a diferencia de la mayoría de los actualmente más utilizados, como

se verá en breve.

Del listado de garantías institucionales, la libertad de asociación (nu-

meral 1), la libertad de expresión (numeral 2) y la diversidad de fuentes de

información (numeral 6) remiten a un conjunto de derechos cuyo ejercicio

y vigencia no están necesariamente vinculados con la garantía de eleccio-

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nes competitivas. Más bien son derechos que garantizan a los ciudadanos

la “oportunidad”, como lo señala Dahl, de influir en las decisiones políticas.

Pero solo incluyendo estos derechos se puede hablar de un régimen en el

que gobierna la mayoría.

En lo particular, para hablar de un gobierno de la mayoría (excluyendo

la posibilidad práctica del gobierno por asamblea) se tendría que hablar de

un conjunto de garantías que habilitan a los ciudadanos, en condiciones de

igualdad, a influir en la toma de decisiones de manera indirecta y difusa me-

diante su voto en elecciones competitivas, y de manera directa y específica,

mediante el ejercicio de los derechos de manifestación, expresión y organi-

zación. Son derechos de participación el conjunto de garantías que hacen posibles

ambas formas de influencia.

Digo que mediante el voto competitivo la mayoría ejerce influencia indi-

recta en el sentido en que lo hace Schumpeter: la mayoría decide quiénes to-

marán las decisiones. También es influencia difusa porque ya sea de manera

prospectiva, votando por plataformas, o retrospectiva, tomando en cuenta

los resultados del gobierno en turno, en las elecciones se vota por conjuntos

de políticas. En cambio, los derechos de organización y expresión permiten

referirse a decisiones y asuntos específicos. La forma en que se da la influen-

cia no obedece a reglas claras y precisas como las que rigen las elecciones

competitivas, pero son indispensables para comunicar al gobierno preferen-

cias colectivas.

Dado que se trata de derechos, una definición de democracia que, como

la de Dahl, atienda las dos dimensiones del régimen político sigue siendo

“procedimental” o “formal”, pero no restringida. Más aún, así como el térmi-

no contestation se ha usado para subrayar la importancia de que las elecciones

sean competitivas para poder llamarlas democráticas, se lo puede usar para

precisar el contenido del resto de los derechos de participación. Dice Dahl

(1971, p. 9) que usa dicho término en el sentido de “hacer de algo un objeto

de disputa, controversia o litigio, y sus sinónimos más inmediatos son dispu-

tar, desafiar o rivalizar”.

El criterio de contestation es el que nos lleva a asimilar con el régimen de-

mocrático las elecciones competitivas, aquellas en las que un grupo real-

mente puede perder el poder. De la misma forma, no podemos decir que un

régimen es democrático cuando, por ejemplo, las manifestaciones a favor

del gobierno ocurren sin incidentes mientras quienes se manifiestan en con-

tra se arriesgan a recibir un disparo por grupos paramilitares. Aplicado a los

derechos de expresión y organización, el criterio de contestation significa que

los ciudadanos los pueden usar para inducir al gobierno a tomar un curso de

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acción distinto al que está tomando, ya sea modificando una política adopta-

da o adoptando otra que no había pensado. Retomando el célebre marco de

Hirschman (1970), el criterio de contestation orienta las decisiones del gobier-

no a las preferencias de la ciudadanía por medio de la amenaza de salida, que

es el voto en adverso de la mayoría, y, entre elecciones, por las rectificaciones

inducidas por el ejercicio de la voz, habilitado por los derechos de expresión y

organización. Los derechos de voz, y esto es lo más importante, proporcionan

a la ciudadanía la oportunidad de manifestar sus preferencias (e inducir a los

gobernantes a que las atiendan) entre periodos electorales.

La operacionalización procedimental de la democracia

Muchos de los índices más comúnmente usados para medir el nivel de de-

mocracia o clasificar los regímenes políticos tienden a ser más cercanos a

la definición de Schumpeter que a la de Dahl, en el sentido en que atienden

principalmente a los mecanismos usados para conformar a los gobiernos,

y poco o nada a los derechos de “voz”. Esto es claro en la operacionaliza-

ción con la que estos índices determinan si un régimen político es o no de-

mocrático, o el grado en que poseen o no diversos atributos de un régimen

democrático.

Para Przeworski y Limongi (1997) y Przeworski, Alvarez, Cheibub y Limon-

gi (2000), un régimen político es democrático cuando el jefe del Ejecutivo es

elegido, directa o indirectamente, los miembros de la legislatura son elegi-

dos, existe más de un partido y al menos ha existido una alternancia por la

vía electoral. Boix, Miller y Rosato (2013) extienden el mismo criterio a un pe-

riodo de tiempo más amplio.4 Esta medición es conceptualmente equivalen-

te a la clasificación de elecciones de Hyde y Marinov (2012), que identifica las

elecciones potencialmente competitivas (en el sentido de que el partido en

el gobierno puede ser derrotado).

Aunque utiliza un conjunto más amplio de indicadores, el índice Polity IV

(Marshall, Gurr y Jaggers, 2019) se centra principalmente en el grado en que

la selección del liderazgo (reclutamiento político) es regulada por elecciones

y abierta a cualquier miembro de la población, y el grado en que existen par-

tidos de oposición con una oportunidad razonable de obtener el poder. Los

cinco indicadores asociados se corresponden con la dimensión de formación

del gobierno del concepto de régimen político. El índice añade el indicador

4 La última versión se encuentra en Boix, Miller y Rosato (2018).

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de restricciones institucionales al titular del Ejecutivo, que se puede consi-

derar ortogonal a la dimensión de influencia en las decisiones por parte de

la mayoría.

Algunas mediciones tienen una operacionalización que explícitamente

remite a la conceptualización de Dahl. Una de ellas es el índice de Vanha-

nen (2000), que es una medida compuesta por el porcentaje de partici-

pación electoral y el de votos que obtienen los partidos distintos al más

votado. La motivación es tener un índice que mida el grado en que están

efectivamente presentes las dos dimensiones de Dahl: participación y com-

petencia. Sin embargo, en ambos casos se refiere en exclusiva a la confor-

mación del gobierno.

En cambio, el índice que más sistemáticamente se apega al concepto de

Dahl es el de democracia electoral del proyecto V-Dem (Coppedge, Gerring,

Knutsen, Krusell, Medzihorsky, Pernes y Lindberg, 2019). Este índice se com-

pone a su vez de otros cinco. Tres de ellos miden el grado en que los puestos

públicos son sometidos a elección, el porcentaje de la población con derecho

a votar y el grado en que las elecciones son libres y justas. A ellos se añaden

los de libertad de expresión y libertad de asociación.

Lamentablemente, el índice de libertad de asociación en realidad se re-

fiere estrictamente a las organizaciones partidistas, y no a las posibilidades

de organización entre elecciones. Por lo tanto, es un componente más de

las condiciones que hacen que las elecciones sean competitivas. En cam-

bio, el índice de libertad de expresión mide condiciones generales para la

formulación y difusión de información e ideas aun si estas son contrarias

al gobierno.

El índice de derechos políticos de Freedom House (2019) contiene indi-

cadores de los atributos que deben reunir las elecciones para ser competi-

tivas. Sin embargo, su medición de régimen político se obtiene de la suma

simple de este índice y el de libertades civiles. Este índice contiene indica-

dores de libertad de expresión similares a los de V-Dem, pero agrega indica-

dores de libertad para realizar manifestaciones, así como para la formación

y actuación de organizaciones no partidistas e independientes como sindi-

catos y organizaciones de la sociedad civil. Estos elementos hacen que la

medición de Freedom House sea la más próxima a la noción de gobierno de

la mayoría.5

5 Utiliza además indicadores correspondientes al componente liberal de la democracia como Estado de derecho y libertades individuales, lo que también es acertado, aunque aquí me centro estrictamente en el aspecto del gobierno popular.

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El problema de dicho índice radica en la forma en que los dos compo-

nentes son agregados en una medición. Aunque la adición (o el promedio,

su variante) tiene como atractivo la accesibilidad intuitiva y (siempre que las

mediciones tengan la misma escala) que da igual peso a cada componente,6

no es una técnica conceptualmente clara sobre la forma en que los compo-

nentes del índice se relacionan entre sí.

En las mediciones schumpeterianas las elecciones competitivas son una

condición necesaria y suficiente para que un régimen sea democrático.

Al definir la democracia como gobierno de la mayoría, y al entender al

régimen político como las reglas con las que se accede al poder y se toman

las decisiones, parece claro que las elecciones competitivas son un compo-

nente necesario de la democracia, pero no suficiente. Para identificar una de-

mocracia tendríamos que observar las instituciones que rigen la influencia de

los ciudadanos en las decisiones entre una elección y otra. La vigencia de lo

que he llamado aquí “derechos de voz” es también una condición necesaria

de la democracia.

El carácter de condición necesaria se recupera en el índice V-Dem. Este

tiene un componente multiplicativo tal que el grado en que ganancias en el

valor del índice elecciones libres y justas en el índice de democracia depen-

de del valor del índice de libertad de expresión. Esta operacionalización es

consistente con el estatus de condición necesaria de cada uno de los compo-

nentes. El defecto de este índice es que es incompleto: no contiene indica-

dores de los derechos de organización y manifestación. El índice de Freedom

House, en cambio, contiene todos los indicadores necesarios, pero el proce-

dimiento de agregación no permite referir cada componente como condición

necesaria ni suficiente (Goertz, 2006).

Comentarios finales: criterios para una operacionalización válida

Las operacionalizaciones schumpeterianas suelen ser rigurosas y estar muy

bien concebidas. De hecho, en la de Przeworski, Alvarez, Cheibub y Limongi

(2000) los cuatro componentes comentados arriba son tratados como con-

dición necesaria, pues explícitamente se indica que la ausencia de uno bas-

ta para considerar al régimen como no democrático. Sin embargo, al ignorar

una dimensión del régimen político, su validez es cuestionable (Adcock y

6 Si se contemplan los índices con ponderadores, la ventaja es que el investigador controla qué peso se le asigna a cada componente en la medición final.

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Collier, 2001). La clasificación o medición resultante no captura por comple-

to la idea de gobierno de la mayoría.7

Si la vigencia de los derechos de voz es una condición necesaria de la

democracia, su ausencia tendría que ser motivo para caracterizar a un régi-

men como no democrático. Entonces, una operacionalización válida contie-

ne, como el índice de Freedom House, todos los indicadores apropiados para

los derechos de voz y, como el de V-Dem, al generar el índice les da el trata-

miento apropiado de una condición necesaria.

¿Qué deberíamos medir en estos indicadores? A continuación enumero

un listado no exhaustivo de violaciones a estos derechos:

— Leyes contra difamación (Singapur, Bolivia, Ecuador, México).

— Uso discrecional de propaganda oficial (“No pago para que me peguen”).

— Leyes con destinatario (Argentina, Venezuela).

— Represión a manifestaciones (Honduras, Venezuela, Nicaragua, Chile).

— Leyes de libertad de tránsito (México).

— Penetración/ataque a organizaciones de la sociedad civil.

— Uso de leyes contra financiamiento externo.

— Dinero y política.

• Ausencia de financiamiento público a campañas.

• Ausencia de restricciones a financiamiento privado.

El último ítem, el del poder del dinero en la política, se incluye porque,

de acuerdo con el concepto, todas las preferencias de los ciudadanos debe-

rían tener el mismo peso. El poder del dinero otorga a los grupos de mayor

ingreso una influencia que suele ser desproporcionada respecto a su peso

poblacional y sus esfuerzos para apelar a un público más amplio.

Si estas violaciones ocurren en tal grado que no se puede decir que los de-

rechos de voz están vigentes, ¿cómo caracterizar al régimen resultante? No es

una cuestión que se vaya a resolver aquí, pero dejo indicadas las alternativas.

Una de ellas es la conocida como “subtipo disminuido” (Collier y Le-

vitsky, 1997). Por ejemplo, cuando se utiliza la etiqueta democracias “ilibe-

rales” (Zakaria, 1997) o “delegativas” (O’Donell, 1994), nos referimos a que

el régimen es democrático, pero le falta un atributo fundamental; en este

7 No sería el único concepto con este problema. Piénsese en el índice de desarrollo huma-no, que se concibe como una operacionalización de la noción de desarrollo de Amartya Sen, definida a su vez como expansión de libertades humanas. No obstante, y a pesar de que el propio Sen las considera como un atributo de las “capacidades” humanas (v. gr., Sen, 2000), dicho índice no contiene un solo indicador de libertades políticas.

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caso, restringir el poder. Se podría utilizar una etiqueta como “democracias

silenciosas”, aludiendo a la ausencia de derechos de voz. Nótese que, en

esta alternativa, estos derechos son tratados como condición necesaria en

el sentido de que su violación basta para no clasificar al régimen como de-

mocracia a secas. Pero su peso es menor en relación con el de las eleccio-

nes competitivas, pues por la existencia de esta condición el régimen sigue

siendo democrático.

Otra alternativa sería darle igual peso y decidir que las democracias sin

voz no son democracias. La existencia de elecciones competitivas podría moti-

var la creación de una etiqueta apropiada para distinguirla de otros regímenes

no democráticos. Esta es la lógica seguida por conceptos como “autoritarismo

electoral” (Schedler, 2006) para referirnos a regímenes en los que se celebran

elecciones. Como estas no son competitivas, no se les considera democracias,

pero como autoritarismo tienen una propiedad distintiva importante.

Parte de la agenda futura sobre este tema pasa por definir qué alterna-

tiva sería la más apta. En cualquier caso, considerar los derechos de voz nos

daría una comprensión más amplia de realidades políticas con una gran he-

terogeneidad a pesar de compartir la selección de gobernantes por eleccio-

nes libres y justas.

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Debates y mitos sobre innovación democrática

Gisela ZarembergFLACSO México

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Introducción y antecedentes históricos

El objetivo de este texto es delinear la relación entre representación y parti-

cipación, y entre política indirecta y directa, en un recorrido que sitúa las di-

ferentes corrientes teóricas en los contextos en que surgen en los países del

cuadrante noroccidental —Europa Occidental y países anglosajones—, esta-

bleciendo diferencias y similitudes con los contextos particulares de América

Latina. Asimismo, y derivado de lo anterior, se repasarán algunas discusiones

fundamentales sobre innovación democrática, o lo que en ciertas versiones

analíticas es conocido más comúnmente como el estudio de instituciones

participativas. Con base en Zaremberg y Welp (2020) se señalará una serie de

mitos que se han construido en torno a dicha relación entre representación

y participación.

Vale la pena iniciar señalando que, para este debate, en los países del

llamado cuadrante noroccidental, una fecha clave (a la manera de coyuntu-

ra crítica) se centra en 1917, es decir, en diversos acontecimientos ligados a

la Revolución rusa. Comienza en ese momento a enfatizarse una separación

política y analítica que contrapone los elementos de representación y par-

ticipación en torno a acusaciones cruzadas. Por un lado, los defensores de

la Revolución rusa sostenían, siguiendo premisas marxistas, que la deno-

minada “democracia burguesa”, a veces descrita también como democracia

electoral o liberal, constituye una falsa democracia en tanto que el gobier-

no representativo —es decir, aquel compuesto por los representantes elec-

tos— enmascara en realidad la defensa de los intereses burgueses en la

figura de los representantes electos —dado que la superestructura políti-

co-democrática está determinada por la desigual estructura económica—.

En consecuencia, no sería posible lograr la “verdadera” democracia por me-

dios electorales. La democracia real debe ser directa y estar ligada al mun-

do del trabajo sin intermediación alguna: la participación de cada miembro

de la comunidad, especialmente de cada trabajador, debe consumarse en

asambleas para decidir directamente sobre los asuntos públicos —en es-

pecial, de nuevo, sobre aquellos que aluden a la esfera de la producción—.

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74 Gisela Zaremberg

Cualquier opción que omitiera la presencia directa de los miembros del pue-

blo trabajador en la toma de las decisiones públicas implicaría una pérdi-

da de soberanía popular y la continuidad de una simulación que escondería

bajo el fetiche de la democracia liberal las injusticias ancladas en las des-

igualdades de clase.

En estas asambleas comunales, o soviets, todos los ciudadanos que vi-

vían de su propio trabajo elegían a su representante para el soviet local. En

este, a su vez, se nombraba a un delegado para el soviet principal y así su-

cesivamente hasta formar el Congreso de los Soviets, que fijaba la dirección

de la política general. Con ello, se daría lugar a la confluencia de dos proce-

sos simultáneos (planteados por Lenin), a saber: centralización democrática

de “abajo arriba” y de “arriba abajo”. Esta confluencia se trunca contunden-

temente hacia el sentido que privilegia la centralización desde arriba, en

particu lar a partir de 1935, cuando Stalin logra imponer la hegemonía del

Partido Comunista por sobre otros órganos de decisión política.1

Del otro lado del muro, en las democracias que van implementándose en

la posguerra en los países noroccidentales, se fue consolidando la llamada

democracia de masas, cuya definición se centró en la constitución de un go-

bierno representativo mediante la competencia de élites partidarias por los

votos de los electores para ocupar los cargos de poder. La obra de Schum-

peter (1983 [1942]), Capitalismo, socialismo y democracia, retratará de modo con-

cluyente puntos angulares de la democracia como método, entendida como

competencia entre élites partidarias, y marcará los deslindes de esta concep-

ción con respecto a la propuesta soviética.

Plotkin (1993) indica que los teóricos de la representación así concebi-

da ganaron fácilmente la partida a las denuncias sobre la falsedad de la de-

mocracia electoral que provenían del otro lado del muro al argumentar que

en agrupaciones poblacionales de gran escala, tal como se han conforma-

1 En forma adicional a la propuesta de los soviets, Lenin había desarrollado una teoría de la representación peculiar: la de la vanguardia revolucionaria. Sabemos que hacia 1935 esto se constituye en la forma de representación que conforma un gobierno hipercentra-lizado, sin distinción entre partido y gobierno, que se propone controlar los resultados de la economía y la sociedad. Hasta 1934, el Congreso de los Soviets (el Soviet de la Unión y el de las Nacionalidades o etnias) tenía funciones legislativas y para dar dirección po-lítica al país. Por ejemplo, decidía sobre presupuesto, programas y sobre recursos que irían a los soviets locales. Ello se modifica profundamente a partir de Stalin (véase, por ejemplo, Fitzpatrick, 1994.) A pesar de la desactivación de los soviets, su impronta va a atravesar dos guerras mundiales y se recrudecerá en el contexto de guerra fría (y en Amé-rica Latina será exportable a partir de la Revolución cubana, sobre todo cuando Cuba se alinea a Rusia).

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Debates y mitos sobre innovación democrática 75

do las naciones a partir de la Revolución industrial, es inviable la construc-

ción de una democracia directa. Por otra parte, los defensores del gobierno

representativo de la posguerra señalarán, basados en la evidencia empírica

proveniente de la Unión Soviética, que los intentos de implementación de

democracia directa centrados en los ejemplos de los soviets habrían demos-

trado que estas experiencias son susceptibles de derivar con rapidez en auto-

cracias. Más allá del plano discursivo, lejos de evitar la intermediación propia

de la política indirecta, la volvían a incorporar inevitablemente, pero en for-

ma autoritaria, bajo la égida de un partido único que impedía la libre compe-

tencia entre élites partidarias.

Por otra parte, debe notarse que aunque las discusiones clásicas sobre

representación versus participación no suelen reconocerlo, los mencionados

gobiernos representativos de posguerra, comúnmente llamados democra-

cias de masas, se desarrollaron —en particular en Europa— en contextos en

donde al mismo tiempo se dieron esquemas de fuerte representación corpo-

rativa. Esta mixtura entre representación electoral en versión minimalista y

representación corporativa en sentido fuerte constituyó pactos de solidaridad

entre empresarios, obreros y Estado usualmente conocidos como Estados

de bienestar (Offe, 1990). En el contexto de la solidaridad de reconstrucción

de posguerra el entrelazamiento de estos diversos esquemas de represen-

tación se consideró un antídoto a la amenaza comunista en el marco de la

Guerra Fría.

A medida que se avanza en el contexto de posguerra, y siguiendo nueva-

mente a Plotkin (1993), hay que indicar que a los teóricos de la democracia

mínima les resultó un poco más difícil debatir con los adeptos a la participa-

ción ubicados en el espectro de izquierda no comunista, así como también

con conservadores republicanos para los que la participación ciudadana es

una virtud cívica inalienable.

En los años sesenta y setenta, en el marco de grandes cambios culturales

y de protestas estudiantiles, de grupos marginados y discriminados (como la

población afroamericana que luchó por los derechos civiles en Estados Uni-

dos o los indígenas canadienses o australianos, etc.), estos teóricos de la

participación establecen que al darse un lugar decisivo a los ciudadanos solo

en los periodos electorales se construye un electorado fragmentado y des-

interesado —que progresivamente se va desilusionando y alejando de sus

representantes, lo que lleva a crisis continuas—. A su vez, estos nuevos teó-

ricos de la participación no alineados con las versiones soviéticas —también

denominados teóricos de la participación de segunda generación— cuestio-

nan la primacía de la regla de la mayoría y señalan la erosión del componente

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inclusivo que idealmente se encuentra implicado en las promesas fundantes

de las democracias.

Teóricos de la participación como Pateman (1970) y Barber (1984) de-

terminaron con agudeza una serie de desventajas en torno a la participa-

ción meramente expresada en el momento electoral sin implicar deliberación

ciudadana. También analizaron cómo convendría ampliar la participación en

espacios locales para poder ascender de forma progresiva hacia el nivel na-

cional. Deslindándose de versiones teóricas anteriores, Barber expondrá

que no se puede transitar hacia una democracia participativa retirando sú-

bitamente el mecanismo del voto. Para llegar a tal punto, es necesario un

proceso educativo para que los individuos pasen de ser solo electores a ciu-

dadanos capaces de deliberar, tomar decisiones, generar acuerdos, etc. En

especial Barber procura la construcción de tipologías de participación que

permitan deslindar el modelo de participación soviético de aquel que aboga

por conservar e incluir activamente individuos en calidad de ciudadanos ple-

nos y autónomos. Por su parte, Pateman enfatiza el papel revitalizador que

la participación podría tener para la democracia si esta se dejara de conside-

rar únicamente como mínima, condensada solo en el momento electoral. A

pesar que ambos trabajos proponen marcos que deslindan la participación

de la experiencia soviética, nótese que mantienen el formato de la represen-

tación electoral como una opción de segunda frente a la participación direc-

ta. Ambos autores contraponen, en relación con los mitos que se discutirán

más adelante, la democracia directa como mejor o primera opción frente al

gobierno representativo, considerada como opción de segunda (second best).

El contexto en América Latina

En América Latina los antecedentes contextuales muestran elementos dife-

rentes al tiempo que algunos ingredientes en común. Lo primero a remarcar

para la revisión y mapeo de la relación entre participación y representación

en América Latina en tiempos de la Guerra Fría es que, en esos momentos,

las teorías hegemónicas no giraban tanto en torno a las instituciones políti-

cas (representativas o de democracia directa) sino alrededor de las teorías,

primero, desarrollistas y, luego, de la dependencia. Aunque estas teorías son

distintas, e incluso contrapuestas, tienen algo en común, a saber: de alguna

manera formularon que primero habría que desarrollar el plano económico y

posteriormente se podrían dar las condiciones para el desarrollo institucio-

nal de la democracia en modo indirecto o directo.

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La fórmula se revierte dramáticamente en el escenario de las transicio-

nes democráticas, muchas de ellas en los años ochenta. Si antes se pensa-

ba que primero se debía avanzar en el plano económico para luego pasar al

institucional, en las transiciones se invierte la fórmula argumentando que

primero importa la construcción efectiva de las instituciones democráticas y

que recién a partir de ello se lograría el desarrollo económico.

Por otro lado, mientras esto pasaba en América Latina en los ochenta,

en los países del cuadrante noroccidental estamos ante la retirada de los Es-

tados de bienestar y la creciente adopción de medidas de ajuste (neoliberal)

basadas en la focalización, descentralización y privatización de bienes y ser-

vicios públicos. Escenario que se va a dar con mayor fuerza en América Lati-

na en los noventa.

En realidad en la década de los noventa nos encontramos ante dos he-

chos fundamentales que influyen fuertemente al contexto latinoamericano:

la caída del Muro de Berlín en 1989, seguida por la conclusión de la Guerra

Fría; y, al mismo tiempo, entran en crisis y se retrotraen los Estados de bien-

estar, los que se remplazan con propuestas de mayores intervenciones de los

mercados.

En términos de la participación, paradójicamente, el retiro del Estado

detonó una ola fuerte de asociativismo y participación de organizaciones de

la sociedad civil, más aún en la vida local. La caída del Muro de Berlín tam-

bién reforzó la importancia de las organizaciones de la sociedad civil dado el

papel que desempeñaron en dicho fenómeno (Cohen y Arato, 2000).

En América Latina, en contextos de grandes desigualdades socioeconómi-

cas, hay que decir que la versión de participación por medio de organizaciones

como opciones para sustituir a un Estado en retirada, en confluencia con la

exaltación del papel de las organizaciones de la sociedad civil en las transicio-

nes democráticas, será advertida por Evelina Dagnino (2004) como una “con-

fluencia perversa”. Esta caracterización señala elementos virtuosos a la vez que

deficientes del papel que le fue otorgado a la participación desde asociaciones

de la sociedad civil. Una versión de esta confluencia perversa es la participa-

ción entendida como tercerización de programas sociales o como acción cari-

tativa de asociaciones civiles que terminan convirtiéndose en la mano izquierda

del Estado. Esta mano trataría de paliar las profundas afectaciones que deja a su

paso el retiro del Estado en la provisión y garantía de bienes y servicios.

En el contexto de la discusión sobre los significados e implicaciones

duales de la participación concebida de la mano de la sociedad civil, América

Latina arriba al nuevo siglo mostrando signos de enorme agotamiento tras

la heterogénea aplicación de las recetas de ajuste en la región. El contexto, a

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las puertas del nuevo siglo (año 2000), muestra los fracasos de las reformas

de ajuste estructural implementadas y la conformación de opciones políti-

cas denominadas como “terceras vías”. También en este contexto se gene-

ra una ola de análisis centrados en la llamada crisis de representación que

apunta, por un lado, a un creciente descontento y desconfianza de los elec-

tores hacia los partidos políticos y los dirigentes que ocupan cargos públicos

electivos, y, por el otro, a una mediatización de candidatos por encima de la

conformación de partidos programáticos (Manin, 1997).

En esta etapa comienzan a fortalecerse en América Latina alternativas

movimentales y partidarias ligadas al espectro de izquierda que retomarán

de manera clave diversas concepciones sobre la participación, incorporándo-

la activamente incluso en nuevos pactos constitucionales. En algunos paí-

ses este componente fue avanzando hacia una concepción de la participación

como fuente de una soberanía popular alterna (y superior) a la emanada de

las elecciones. Ello al tiempo que se iban consolidando proyectos de partidos

hegemónicos que monopolizaran el juego político, tal como sucedió de modo

progresivo en Nicaragua y Venezuela. En otros países, como Brasil y Uruguay,

nuevas instituciones participativas —conferencias y consejos gestores de po-

líticas públicas— se fueron construyendo bajo la premisa de contribuir a me-

jorar los defectos y crisis de la representación electoral y de fortalecer los

mecanismos de control horizontales y verticales incluyendo nuevos circuitos

de control transversal emanados de dichas instituciones participativas.

Esta vertiente complementaria encontró eco en una nueva y tercera ge-

neración de teóricos que planteó la relación entre participación y representa-

ción de manera por completo diferente. En el apartado que sigue abordamos

algunos aspectos principales de estas innovaciones teóricas.

Nueva generación de teóricos de la participación y mitos teóricos

La nueva generación de teóricos de la representación y la participación desa-

rrolló un nuevo marco conceptual que amplió considerablemente la discusión

sobre estos puntos. Ello se correlacionó con la implementación creciente de

una serie de innovaciones democráticas tanto de democracia directa (plebis-

citos, referendos, consultas) como de política indirecta (comités o consejos

gestores de políticas, conferencias para construcción de agenda de políticas

públicas, presupuestos participativos) en América Latina y el mundo.

En esta línea, los trabajos de Urbinati (2006) y Warren (2001) constituyen

un parteaguas. La primera, recuperando los trabajos de Condorcet, ha ofre-

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cido otra visión acerca de lo que suele denominarse política indirecta —relativa

al proceso de elegir representantes—, recuperando así aspectos positivos en

torno a la representación. En particular, la autora señala que, siguiendo los

escritos de Condorcet, los mecanismos indirectos permiten un mayor razona-

miento frente a la pasión implicada en las decisiones directas: la participación

directa implicaría tomar decisiones apasionadas que no han podido pasar por

el tamiz del tiempo. En cambio la política indirecta haría referencia a la posi-

bilidad de construir procesos intermedios que permitirían llegar a mejores de-

cisiones, decisiones más razonadas. De esta forma, se desarma una idea que

constituyó prácticamente un lugar común en los teóricos hasta aquí revisa-

dos, tanto entre aquellos que están a favor como entre los que están en contra

de la participación. La democracia constituida a partir de procesos electorales

que implican la elección de representantes y el gobierno a través de los mis-

mos no resultaría necesariamente en una opción de segunda (second best). Ello

porque la política indirecta no solo implica defectos en el sentido de quitar

soberanía sino que puede implicar agregar una soberanía razonada. Para ase-

gurar la soberanía se trataría no de evitar complejidades, sino de organizarlas

mejor asegurando la construcción de un entramado de múltiples mecanismos

intermedios que aseguren controles de “ida y vuelta”, desde niveles locales

hacia el nivel nacional, y viceversa. En otras palabras, la recuperación de los

trabajos de Condorcet implica abrir el panorama hacia la idea de sistemas po-

líticos que no se condensen en un punto centralizado y cerrado al acceso de

élites, sino que de forma descentralizada y plural permita erigir controles múl-

tiples que abran paso a la inclusión de voces diversas en la toma de decisio-

nes. Así, la participación completaría la representación electoral potenciando

sistemas políticos. En otras palabras, participación y representación no serían

opuestos sino acciones complementarias (Plotke, 1997).

Para entender a cabalidad los planteamientos realizados por esta nueva

generación de teóricos sobre participación y representación a fin de destra-

bar las dicotomías que históricamente se han construido entre ambos con-

ceptos y prácticas, resulta de utilidad en este punto exponer con base en

Zaremberg y Welp (2020) diversos mitos teóricos y de efectos que se han

constituido a lo largo de los contextos hasta aquí esbozados. Dividimos es-

tos mitos en dos conjuntos: el primero se conforma de los mitos teóricos que

refieren a los supuestos teóricos que de algún modo han contribuido a redu-

cir nuestros análisis cuando investigamos las instituciones participativas; el

segundo conjunto corresponde a los mitos de efectos que están asociados a su

capacidad de cohibir evaluaciones sensatas y justas acerca de lo que se pue-

de esperar de dichas instituciones participativas.

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Comenzaremos aquí por los mitos teóricos. En el primer mito, que de-

nominamos rousseauniano, se enfatiza que en la política indirecta, es de-

cir, a través de la representación, se estaría perdiendo soberanía popular.

Desde este punto de vista, lo indirecto se percibe en términos negativos.

Esto es así porque la elección de representantes está atravesada por una

contradicción inherente, a saber: entre mandato e independencia (Pitkin,

1985). El mandato emana de quien elige al representante —por ejemplo,

una base electoral de trabajadores puede estar mandatando que el repre-

sentante electo nunca vote por una reforma laboral que afecte sus pensio-

nes—. La independencia alude a la responsabilidad de cada representante

de utilizar su propio criterio, contando con información suficiente, para de-

cidir no solo con base en el mandato sino también considerando “el bien

general de la nación”. Esto último podría llevar a un representante a to-

mar decisiones que no necesariamente se alineen con los deseos de sus

electores —suponiendo incluso que estas preferencias realmente pudieran

agregarse en una opción de mandato única, lo cual constituye también un

problema no menor.

Trivializando todas estas complejidades, las versiones más grotescas del

mito rousseauniano asumen que automáticamente la representación implica

una inclinación por el desconocimiento del mandato. Una especie de traición

al mismo y por ende una inevitable pérdida de soberanía popular encarnada

en los electores que la habrían cedido en el acto mismo de seleccionar inter-

mediarios. Estas visiones alimentan las versiones que oponen con fuerza la

denominada democracia participativa frente al gobierno representativo. Bajo

este mito, se desconocen varias de las producciones teóricas más sofistica-

das recorridas hasta aquí.

El mito rousseauniano funciona paradójicamente tanto para apasiona-

dos de la democracia directa —en especial en versión asamblearia— como

remplazo necesario de la democracia liberal —mínima, representativa, etc.—,

como para detractores de dicha participación, soñadores con sistemas políti-

cos en los que las élites se dediquen a gobernar y los ciudadanos no interven-

gan en la res pública más que para el momento electoral. En estos sentidos,

estas versiones no hacen otra cosa que construir un segundo mito que he-

mos denominado mito del espantapájaros o el mito de una sola palabra. Se

trata, en este caso, de concebir las experiencias participativas o en términos

negativos a partir de destacar que son prácticas clientelares que solo sirven

para la cooptación, o en términos positivos en clave de activismo purista y ro-

mántico. En realidad, estos mitos impiden tomar conciencia acerca de que la

frontera entre política directa e indirecta es más borrosa de lo que se cree. En

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esa línea, conviene presentar un esquema propuesto en Zaremberg y Welp

(2020) que recoge los resultados de investigaciones recientes.

Esquema 1. Continuo directo-indirecto y mecanismos de participación. Fuente: Zaremberg y Welp (2020, p. 10).

MDDs Sorteos

Asambleas, Consejos o Gabinetes Comunales

IPs: Consejos Gestores de

Políticas, Conferencias

Política IndirectaPolítica Directa

Como puede verse, la invitación es a pensar el binomio política direc-

ta-política indirecta como un continuo, es decir, en términos de una grada-

ción, no en forma dicotómica. Así, el continuo va desde formas en que los

ciudadanos participan de manera directa sin intermediación hasta institucio-

nes participativas que incluyen mecanismos de intermediación o selección de

algún tipo de representantes. En este sentido es muy importante notar que

incluso en prácticas que discursivamente se presentan como el paradigma de

la democracia directa, popular y participativa la investigación ha mostrado

que es inevitable la intermediación y por ende la política indirecta —por ello,

como puede observarse, instituciones como los Consejos Comunales no es-

tán ubicadas en el extremo izquierdo de la gradación que alude a la política

directa (véase el esquema 1).

Al respecto, vale la pena traer a colación lo que denominamos mito de

eliminar la intermediación. El estudio de mecanismos de participación asam-

blearios nos permite establecer que, por más que se defienda que la figura de

la asamblea permite recuperar la soberanía popular, en estos espacios tam-

bién operan mecanismos de política indirecta, mecanismos de intermedia-

ción, que generan una distancia entre los mandatos y las decisiones públicas

que incluso puede llegar a ser mayor que la de los analizados en el caso de

la representación electoral. Esto ha surgido recientemente en investigacio-

nes, por ejemplo, sobre Consejos Comunales en Venezuela (García, 2008), los

cuales han sido propuestos como mecanismos que garantizarían una fuen-

te de soberanía alterna a la emanada de los mecanismos electorales y, sin

embargo, la evidencia muestra que los voceros de tales Consejos finalmente

también actúan como intermediadores que terminan constituyendo un pro-

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ceso de política indirecta vinculados a diseños y a intenciones que vienen

desde arriba —por parte del Partido Socialista Unido de Venezuela— con la

intención de controlar estos procesos con menor o mayor resistencia por par-

te de estos Consejos y comunas a nivel local (Torrealba, 2019).

Por otro lado, los consejos gestores de política pública y conferencias,

como en el caso de Brasil, en general denominados bajo el término de ins-

tituciones participativas, muestran toda una ingeniería fina de mecanismos

para la construcción de agendas sectoriales de política pública. Son institu-

ciones participativas en tanto que las decisiones las toman los participan-

tes de estos consejos. Sin embargo, dichos participantes no necesariamente

son los “ciudadanos/as de a pie” sino organizaciones de la sociedad civil,

sindicatos, organizaciones empresariales que en conjunto con funcionarios

de gobierno, en espacios de interfaces socioestatales, toman decisiones en

nombre de grupos poblacionales con derechos específicos en disputa —por

ejemplo, enfermos (en particular pobres) en los consejos de salud del Sis-

tema Único de Salud en Brasil, o derechohabientes del agua en consejos de

cuenca en México, etc.—. La forma en que estos participantes son seleccio-

nados es diversa, yendo desde la representación en virtud de la reputación

históricamente construida en un campo hasta la selección de consejeros vía

elecciones, como sucede en algunos sindicatos de la salud que participan

en consejos de salud en Brasil. Específicamente a la representación ejerci-

da por los seleccionados, en virtud de la reputación históricamente cons-

truida en un campo, se le llama representación virtual: lo que significa que

los representantes hablan “en nombre de algún grupo” al que pertenecen

o al que usualmente han defendido en diversos foros nacionales e interna-

cionales.2 En esa línea, los estudios han enfatizado que hay diversas formas

de autorizar, en el sentido de reconocer a los intermediarios o representan-

tes virtuales. Por ejemplo, son fuentes de representación virtual la pertenen-

cia histórica a un proyecto común, la reputación y la cercanía ideológica o

geográfica (Zaremberg, Guarneros-Meza y Gurza Lavalle, 2017; Abers y Keck,

2013; Dowbor y Houtzager, 2014) son fuentes de construcción de representa-

ción virtual.

Por último, al observar la relación entre política directa y política indi-

recta fuera de concepciones míticas, y admitir su gradación, resulta eviden-

2 El concepto de representación virtual se remonta a la definición propuesta por Burke y alude a la capacidad de representar intereses, por ejemplo, de los agricultores, de los industria-les, de las mujeres, de los enfermos de vih, etc., aunque no se cuente con los votos direc-tos de dicha población afectada o involucrada en dichos intereses (véase Pitkin, 1985).

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te que el voto no necesariamente está siempre asociado de forma inherente

a procesos de política indirecta, esto es, a la elección de representantes. A

ello le denominamos mito del voto entendido como elemento exclusivo de

representación. Por ejemplo, es claro que los plebiscitos y referendos ape-

lan al voto pero no tienen como objetivo principal elegir representantes. En

su implementación la idea es que el voto sea el medio para decidir directa-

mente sobre asuntos más o menos transcendentales: desde asuntos consti-

tucionales hasta política pública local. En otras palabras, aquí el voto no se

usa para elegir representantes sino para decidir sobre asuntos públicos va-

rios. De esta manera podemos destrabar la oposición dicotómica estéril en-

tre participación y representación entendiendo de forma novedosa y fiel a la

evidencia que nos ofrecen las investigaciones en el campo, las posibilidades

de zonas grises y mixturas disponibles en la aplicación de las instituciones

participativas implementadas como recursos de innovación democrática.

Ecologías participativas y mitos de efectos

Siguiendo los deslindes expuestos hasta aquí, y nuevamente con base en

Zaremberg y Welp (2020), podemos ubicar una serie de países y casos en las

coordenadas de política directa e indirecta, con base en la legislación exis-

tente acerca de instituciones participativas y en la evidencia de la investiga-

ción al respecto (véase la gráfica 1).

En primer lugar, cabe destacar que este ejercicio visual toma los meca-

nismos de participación tanto a nivel nacional como subnacional. De esta

forma, encontramos a Suiza en el cuadrante superior izquierdo de la política

directa, con muy escasa implementación de mecanismos indirectos. España,

por su parte, se puede identificar como un caso que permite involucrar me-

canismos indirectos, con escasa incidencia de los directos en el ámbito local;

no obstante, Madrid y Barcelona desde 2015 han empleado algunas prácti-

cas interesantes. En cambio, Alemania muestra mayor incidencia de meca-

nismos directos (referendos) en el ámbito subnacional (Zaremberg y Welp,

2020, pp. 5-11)

Este cuadrante, y el continuo de política directa e indirecta, permite esta-

blecer que “países que se han considerado pioneros en innovación democrá-

tica, como Brasil, quedarían en realidad en el cuadrante que muestra una alta

presencia de mecanismos indirectos (las mencionadas ip: consejos y confe-

rencias)” (Zaremberg y Welp, 2020, p. 12). Aunque los presupuestos partici-

pativos contemplan asambleas, las cuales, como se ha tratado de exponer,

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representan un mecanismo directo, vale la pena mencionar que investiga-

ciones recientes muestran que este mecanismo ha decrecido en los últimos

años en Brasil (sobre todo a partir de 2003), mientras las instituciones parti-

cipativas concentradas en consejos y conferencias han ido en aumento (Spa-

da, 2014). En todo caso, llama la atención que Brasil, que generalmente se

toma como laboratorio paradigmático de mecanismos participativos, en rea-

lidad no tiene un desarrollo integrado de mecanismos de democracia directa

(Mdd): referendos, consultas, plebiscitos.

En sentido inverso, Uruguay quedaría ubicado en el cuadrante donde se

combinan mecanismos directos e indirectos. Bolivia estaría unos grados más

arriba con respecto a la política directa por el funcionamiento del control so-

cial practicado por comunidades con base en la tradición indígena (Zuazo,

2017). Sin embargo, debemos advertir que existe una heterogeneidad impor-

tante en la medida en que las comunidades indígenas habilitan a cada uno

de sus miembros a decidir directamente y no a través de alguna figura o lide-

razgo intermediador.

Curiosamente, México cuenta con muchas figuras legales relacionadas

con la creación de consejos, comités y otras figuras de participación indirec-

Gráfica 1. Ubicación de países con respecto a política directa e indirecta. Fuente: Zaremberg y Welp (2020, p. 14).

Suiza

Política Indirecta

Política Directa

Alemania

Irlanda

España

Brasil

Bolivia

Venezuela

México

Uruguay Canadá(British

Columbia)

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Debates y mitos sobre innovación democrática 85

ta, no obstante, el campo muestra que hay un alto nivel de simulación si se

atiende la dimensión de la implementación (Zaremberg et al., 2017). Final-

mente, Venezuela se coloca casi en la línea entre política directa e indirecta,

ya que, como se dijo, en los Consejos Comunales se intercalan dinámicas de

ejercicio directo pero también de intermediación. Por último, se debe recor-

dar que en la gráfica 1 no se ubican los casos en función de una valoración en

torno a si logran o no democratizar o incluir a la ciudadanía.

Como ha quedado claro, no es realista ni corresponde a partir de la evi-

dencia existente plantear que las instituciones participativas son opuestas

y por completo diferentes a la representación política porque hay una gra-

dación entre la política directa e indirecta y, aunque se sostenga discursiva-

mente que una institución participativa es directa o anula las distancia entre

soberanía popular y decisiones públicas, esto no coincide con la evidencia

relevada en el campo.

Estas reflexiones tienen consecuencias sobre muchas de las formas en

las que los estudios suelen aproximarse a los efectos esperados por parte de

los mecanismos participativos. En ese sentido, conviene adentrarse por últi-

mo en los mitos en torno a los efectos de las instituciones participativas. El

objetivo de esta desmitificación será estar en condiciones de evaluar las ex-

periencias de forma más acertada.

Siguiendo a Zaremberg y Welp (2020) exponemos así, en primer lugar,

el mito que denominamos “remedio democratizador frente a veneno autori-

tario”. Ese mito tiene que ver con la idea de que toda participación inheren-

temente va a servir para cooptación partidaria, o por el contrario, que toda

implementación implicaría de forma también inherente un proceso democra-

tizador. Si tenemos en cuenta lo recorrido hasta ahora, ni siquiera es posible

plantear tales efectos en términos tan dicotómicos.

Supongamos que vamos a evaluar los consejos gestores de política pú-

blica en Brasil, en específico los consejos de salud, ejemplos paradigmáticos

de la ingeniería participativa implementada en dicho país a partir de la refor-

ma constitucional de 1988. En primer lugar, no es realista evaluarlos como

si fueran asambleas, porque muchos de los contenidos y las performances

de los consejos ni siquiera son conocidos por la “ciudadanía de a pie”, dado

que en dichos consejos han participado principalmente organizaciones de la

sociedad civil (ligadas al movimiento sanitarista), sindicatos del sector sa-

lud, organizaciones empresariales de salud y funcionarios de gobierno de

la mencionada área de políticas públicas. Es decir, aquí se reproduce en al-

guna medida el problema de la distancia entre ciudadanía y representantes

que ha sido prolíficamente estudiada en relación con la representación elec-

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toral. No obstante, sería injusto juzgar a estos consejos con la vara del mito

rousseauniano asambleario, como si estos consejos estuvieran traicionando

la población a la que defienden. Algo mucho más imparcial sería tener en

cuenta que este es un mecanismo participativo que está ubicado más cerca

de la política indirecta y que tendría que ser evaluado y comparado a partir

de esos cánones como una institución participativa extraparlamentaria. Por

ejemplo, habría que comparar la labor de los consejos gestores de salud con

lo que se logró en las cámaras de representantes sobre el mismo tema. De

esta manera, podremos evaluar con una vara más adecuada a estas distintas

instituciones: ¿los consejos de salud han podido incluir temas de defensa de

derechos que no han sido suficientemente incluidos a través del mecanis-

mo de la representación electoral en el congreso? ¿En qué grado hubo com-

plementariedad? ¿Sobre qué puntos? ¿En qué medida los consejos de salud

contribuyeron a fortalecer procesos de control societal sobre decisiones to-

madas por los ejecutivos y los legislativos? Aquí podría emerger el proble-

ma acerca de la medida en que estas instituciones participativas entran en

conflicto con las instituciones más tradicionales de los gobiernos represen-

tativos. Esta consideración del conflicto sería de hecho un aporte a la inves-

tigación existente. En conjunto, las evaluaciones de los logros y alcances de

dichos consejos resultarían más pertinentes una vez que ubicáramos su rol

en términos de participación insertada en el eje de la política indirecta.

Por otra parte, otro mito relacionado con los efectos lo hemos deno-

minado “veneno polarizante frente a remedio consensual”. Se trata, en este

caso, de la creencia según la cual necesariamente estas instituciones van a

servir para construir consensos (Dryzek, 2010; Rosenberg, 2007) o, por el con-

trario, que son inherentemente polarizantes. Este mito ha surgido sobre todo

en relación con los Mdd como plebiscitos o referendos. En esa línea, hemos

aprendido que cuando estos mecanismos son convocados desde el Poder

Ejecutivo, por ejemplo, en América Latina, terminan sirviendo más para re-

forzar el poder de los presidentes y, si existía una polarización preexistente

en la que la figura presidencial es la piedra angular discursiva de esa pola-

rización, estos mecanismos no van a poder contribuir a mayores niveles de

consenso. En cambio, si estos mecanismos son activados desde la ciudada-

nía pueden ser una válvula de escape en situaciones de mucha tensión pola-

rizante y contribuir a este cometido.

Por último, otro de los mitos relacionados con efectos tiene que ver con

que inherentemente las instituciones participativas tendrían como efecto la

inclusión de los marginados de un sistema político, mito que tampoco se

condice con la investigación existente. Es posible que las instituciones par-

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Debates y mitos sobre innovación democrática 87

ticipativas habiliten la participación de actores que buscan excluir y cerce-

nar derechos. Por ejemplo, tal como mostramos en Zaremberg y Welp (2020),

se puede citar el caso del Parlamento de Mujeres en México creado en abril

de 1998, durante la LVII Legislatura (1997-2000), en el que, según Martínez

(2016), en la siguiente legislatura se incluyó a actores conservadores que

abogaban por excluir grupos que defendían los derechos sexuales y repro-

ductivos de las mujeres. Es decir, hay evidencia de que no necesariamente las

instituciones participativas ampliarán derechos. Una misma institución par-

ticipativa puede convertirse en un espacio en el que se generan efectos tanto

incluyentes como excluyentes.

En conclusión, este recorrido a través de las teorías surgidas en el con-

texto histórico en el que emergieron y, luego, mediante la explicitación de

mitos teóricos y de efectos confirma que “ni la participación es opuesta al go-

bierno representativo ni es por defecto virtuosa frente a la corrupción de la re-

presentación” (Zaremberg y Welp, 2020, p. 17). Ni votar implica siempre elegir

representantes ni participar en una asamblea resulta necesariamente en deci-

dir de forma directa. No es posible evaluar con los mismos criterios las institu-

ciones participativas (como los consejos de gestores de política pública) y la

aplicación de mecanismos de democracia directa (como referendos o plebis-

citos). No podemos esperar siempre efectos democratizadores, consensuales

o inclusivos. Tampoco es sensato anticipar lo opuesto, es decir, esperar todos

los efectos negativos (autoritarismo, polarización y exclusión) en relación con

la aplicación de instituciones participativas. Ni perspectivas demonizadoras

ni, por el contrario, posiciones idealizadoras se desprenden de un análisis

sólido referido a la innovación democrática y a la participación.

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Las autoras, los autores

Karina ansolabehere

Profesora Investigadora del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la Uni-

versidad Nacional Autónoma de México y de la Facultad Latinoamericana

de Ciencias Sociales, Sede México. Doctora de Investigación en Ciencias So-

ciales con Mención en Ciencia Política por la Flacso México. Pertenece al

Sistema Nacional de Investigadores, Nivel III. Ha sido Newton Advance Fe-

llowship, British Academy, 2016. Algunas de sus publicaciones son: Hand-

book, of law and society in Latin America [R. Sieder, K. Ansolabehere y T. Alfonso

(Eds.). Nueva York: Routledge, 2019]; Human rights and justice in Mexico: An

analysis of judicial functions [En A. Anaya y B. Frey (Eds.), Mexico’s human ri-

ghts crisis. Pennsylvania: Penn University Press, 2019]; Los derechos humanos y la

violencia: Estado, instituciones y sociedad civil [K. Ansolabehere, S. Serrano y D. Váz-

quez (Coords.). México/Bogotá: Flacso México/Uniandes, 2015].

Gloria Del Castillo alemán

Directora General de la Flacso México, institución de la que es también Pro-

fesora Investigadora de tiempo completo. Doctora de Investigación en Cien-

cias Sociales con Mención en Ciencia Política por la Flacso México y maestra

en Políticas Públicas por la UAM-x. Pertenece al Sistema Nacional de Inves-

tigadores, Nivel II. Premio Nacional ANUies a la Mejor Tesis de Doctorado en

Educación Superior en 2004. Forma parte del Consejo Mexicano de Investiga-

ción Educativa, de la Academia Mexicana de Ciencias, de la Policy Sciences

Society, y de los comités editoriales de Perfiles Educativos (UNAM) y de la Revista

Mexicana de Investigación Educativa (coMie). Algunas de sus publicaciones son:

Enfoques teóricos de políticas públicas: desarrollos contemporáneos para América Latina

[G. Del Castillo y M. I. Dussauge Laguna (Eds.). México: Flacso México, 2020];

Las ciencias sociales en la solución de problemas públicos: una mirada des-

de las políticas públicas [C. Puga Espinosa (Coord.), Un panorama de las ciencias

sociales en México. México: UNAM, 2017, pp. 187-204]; El cambio de políticas en

la Reforma Educativa: una aproximación desde los estudios de política pú-

blica [Revista de Estudios Teóricos y Epistemológicos en Política Educativa, 2, 2017. doi:

https://doi.org/10.5212/retepe.v.2.005].

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90 Las ciencias sociales y el futuro de la política democrática

roDriGo salazar-elena

Profesor Investigador de tiempo completo de la Facultad Latinoamericana

de Ciencias Sociales, Sede México. Doctor en Ciencia Política por la Univer-

sidad Nacional Autónoma de México. Pertenece al Sistema Nacional de In-

vestigadores, Nivel I. Algunas de sus publicaciones son: La arquitectura de

la decisión: economía conductual aplicada al diseño de las políticas públicas

[G. Del Castillo y M. Dussauge-Laguna (Eds.), Enfoques para el estudio de políti-

cas públicas: desarrollos contemporáneos y reflexiones latinoamericanas. México: Flacso

México, 2020]; Chiapas 2000. La candidatura de Pablo Salazar Mendiguchía

[D. Reynoso y O. Espinosa Santiago (Eds.), ¿Alianzas contranatura o antihegemó-

nicas? Las alianzas pan-prd en los estados mexicanos. México: BUAp/Tirant lo Blanch,

2017, pp. 159-199]; Venezuela y el fin del giro a la izquierda en América Lati-

na: desempeño económico y liderazgo [M. Torrico (Ed.), ¿Fin del giro a la izquier-

da en América Latina? Gobiernos y políticas públicas. México: Flacso México, 2017,

pp. 183-212].

FranCisCo ValDés-UGalDe

Profesor Investigador del Instituto de Investigaciones Sociales de la Univer-

sidad Nacional Autónoma de México y de la Facultad Latinoamericana de

Ciencias Sociales, Sede México. Doctor en Ciencia Política por la Universi-

dad Nacional Autónoma de México. Pertenece al Sistema Nacional de Inves-

tigadores, Nivel II. Investigador invitado por la  Universidad de California, la

Universidad de Brown, la Universidad de Harvard y la Universidad de Colum-

bia. Miembro de la Academia Mexicana de Ciencias. Algunas de sus publi-

caciones son: El Estado y los derechos humanos: México, Ecuador y Uruguay [Karina

Ansolabehere, Francisco Valdés-Ugalde y Daniel Vázquez. México: Flacso

México, 2020]; Derechos humanos, democracia y Estado en la tercera ola

de la autocracia [Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales, Nueva Época,

LXV(239), 2020, pp. 61-84]; Entre el pesimismo y la esperanza. Los derechos humanos

en América Latina. Metodología para su estudio y medición [K. Ansolabehere, F. Val-

dés y L. D. Vázquez (Eds.). México: Flacso México, 2015; La regla ausente. Demo-

cracia y conflicto constitucional en México. México/Madrid: Gedisa/Flacso México/

iis-UNAM, 2010].

Gisela zaremberG

Profesora Investigadora de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Socia-

les, Sede México. Doctora de Investigación en Ciencias Sociales con Men-

ción en Ciencia Política por la Flacso México. Pertenece al Sistema Nacional

de Investigadores, Nivel II. Beca British Academy Newton Advanced Fellows-

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Derechos reservados

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Las autoras, los autores 91

hips 2017; Premio Donna Lee Van Cott al Mejor Libro en Instituciones Políti-

cas en América Latina de lApis, lAsA 2010, por Votos, mujeres y asistencia social en

el México priista y la Argentina peronista; Beca Senior, clAcso 2005; Beca Posdoc-

toral 2002-2004 (Conicet, Argentina); Mención Honorífica 2002 por tesis de

maestría en el Premio Sor Juana Inés de la Cruz del Instituto Nacional de las

Mujeres; Beca Estímulo 2001 del Instituto Nacional de Estudios Históricos

de la Revolución Mexicana. Algunas de sus publicaciones son: Intermediation

and representation in Latin America. Actors and roles beyond elections [G. Zaremberg,

V. Guarneros Meza y A. Gurza Lavalle (Coords.). Nueva York: Palgrave/MacMi-

llan, 2017]; El género en las políticas públicas. Redes, reglas y recursos [México: Flacso

México, 2014]; Votos, mujeres y asistencia social en el México priista y la Argentina pero-

nista [México: Flacso México, 2009].

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Las ciencias sociales y el futuro de la política democrática se terminó de

imprimir en julio de 2020 en los talleres de Ultradigital Press,

S.A. de C.V., Centeno 195, col. Valle del Sur, 09819 Iztapalapa,

Ciudad de México. Coordinación de Publicaciones: Gisela Gon-

zález Guerra. Cuidado de la edición y corrección de estilo: Julio

Roldán. Diseño de forros: Cynthia Trigos Suzán. Diseño de inte-

riores y formación electrónica: Flavia Bonasso.

El tiraje consta de 200 ejemplares.

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