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3.ª Época - N.º 9. 2004 - Págs. 93 - 106 93 NERUDA Y LA ALEGRÍA VICENTE CERVERA SALINAS Universidad de Murcia 3.ª Época - N.º 9. 2004 - Págs. - 93 RESUMEN: Lectura crítica de la “Oda a la alegría” de Pablo Neru- da desde la noción “ética” de dicho sentimiento, como “fuerza mayor” que exclama la voluntad de vivir. Las primeras “Odas elementales” (1954) son atraídas así como conjunto de textos donde se materializa una personalidad poética muy bien definida, siempre en contraste con los rostros de su creación de juventud, y en donde el júbilo traza la contraposición irreductible con la amargura del “residente en la tierra”. PALABRA CLAVE: Alegría, Autobiografía, Evolución poética, Romanti- cismo, Ética. ABSTRACT: Critical essay on the “Oda a la alegría” of Pablo Neruda from “the ethical” notion of this feeling, like “greater force” than exclaims the will to live. The first “Odas elementales” (1954) are taken as joint of texts where a well defined poetic personality is very mate- rialized, always in contrast to the faces of its creation of youth, and in where the joy draws up the irreduc- ible contrast with the bitterness of the “Residencia en la Tierra”. KEYWORDS: Joy, Autobigraphy, Poetry evolution, Romantics, Ethics. …porque es mi deber terrestre propagar la alegría. Y cumplo mi destino con mi canto.. Pablo Neruda. Los versos finales de la “Oda a la alegría” son, ante todo, el testimonio más evi- dente de quien halló un sentido renovado a su existencia, desterrando viejos hábitos de la mente y el espíritu: aquéllos donde la poesía solía reposar su condición vital para expresarse en verdad amarga. El regreso del poeta Pablo Neruda en agosto de 1952 a su país natal representa la confirmación biográfica de una metamorfosis ya madurada. Como bien señala Jaime Concha en su edición 1 de las Odas elementales (1954), un hálito de transformación profunda sacude al escritor y al hombre, conduciéndolo a un modo de creación lírica más acorde con su visión del mundo, esperanzada y abierta. 1 La primera edición, que data de 1954, se imprimió el 14 de Julio, fecha del nacimiento de Neruda, en la Imprenta López de Buenos Aires. Por mi parte, manejo la edición de Neruda, Pablo: Odas elementales. Madrid, Cátedra, 1985. Ed. Jaime Concha. El editor señala que el poeta regresó a Chile “renovado de vida, de amores, de poesía y confiando también en que la historia habrá de renovar a su país”.

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PabloYLaAlegria-44234

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  • 3. poca - N. 9. 2004 - Pgs. 93 - 106

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    NERUDA Y LA ALEGRA

    VICENTE CERVERA SALINASUniversidad de Murcia

    3. poca - N. 9. 2004 - Pgs. -

    93

    RESUMEN: Lectura crtica de la Oda a la alegra de Pablo Neru-da desde la nocin tica de dicho sentimiento, como

    fuerza mayor que exclama la voluntad de vivir. Las primeras Odas elementales (1954) son atradas as como conjunto de textos donde se materializa una personalidad potica muy bien denida, siempre en contraste con los rostros de su creacin de juventud, y en donde el jbilo traza la contraposicin irreductible con la amargura del residente en la tierra.

    PALABRA CLAVE:Alegra, Autobiografa, Evolucin potica, Romanti-cismo, tica.

    ABSTRACT: Critical essay on the Oda a la alegra of Pablo Neruda from the ethical notion of this feeling, like

    greater force than exclaims the will to live. The rst Odas elementales (1954) are taken as joint of texts where a well dened poetic personality is very mate-rialized, always in contrast to the faces of its creation of youth, and in where the joy draws up the irreduc-ible contrast with the bitterness of the Residencia en la Tierra.

    KEYWORDS:Joy, Autobigraphy, Poetry evolution, Romantics, Ethics.

    porque es mi deber terrestrepropagar la alegra.

    Y cumplo mi destino con mi canto..

    Pablo Neruda.

    Los versos nales de la Oda a la alegra son, ante todo, el testimonio ms evi-dente de quien hall un sentido renovado a su existencia, desterrando viejos hbitos de la mente y el espritu: aqullos donde la poesa sola reposar su condicin vital para expresarse en verdad amarga. El regreso del poeta Pablo Neruda en agosto de 1952 a su pas natal representa la conrmacin biogrca de una metamorfosis ya madurada. Como bien seala Jaime Concha en su edicin1 de las Odas elementales (1954), un hlito de transformacin profunda sacude al escritor y al hombre, conducindolo a un modo de creacin lrica ms acorde con su visin del mundo, esperanzada y abierta.

    1 La primera edicin, que data de 1954, se imprimi el 14 de Julio, fecha del nacimiento de Neruda, en la Imprenta Lpez de Buenos Aires. Por mi parte, manejo la edicin de Neruda, Pablo: Odas elementales. Madrid, Ctedra, 1985. Ed. Jaime Concha. El editor seala que el poeta regres a Chile renovado de vida, de amores, de poesa y conando tambin en que la historia habr de renovar a su pas.

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    Vicente Cervera Salinas

    En este proceso, destaca por su insistencia y novedad el recurso potico utilizado por la voz lrica para establecer sus propios criterios, la asuncin de su potica y los puntos cardinales que lo separan de su antiguo yo, de su precursor en el dominio del verso. Los motivos escogidos por Neruda para hacer viable su concepcin solidaria y asertiva de la realidad, en este periodo de su obra, tienen como hilo conductor la voluntad frrea de constituir su propio sistema dialctico, donde las antinomias se cifran en categoras morales y en fundamentos cvico-polticos de conducta de la persona, y del poeta, en el engranaje vital donde se encuentra: humano, natural, histrico y tambin utpico, con la proyeccin de su ideario.

    Esta columna vertebral de las Odas elementales marca, a mi modo de ver, un dis-curso paralelo y continuo, de algn modo subyacente, a los fenmenos materiales y a la consagracin primaveral de un sistema de convicciones y principios ideolgicos, que debe reconocerse como estmulo, origen y tambin destino de los versos, as como fenmeno esencial para captar la evolucin potica nerudiana en su conjunto2. Y si hago uso de la voz destino no es en balde. La alegra del cantor, en este caso, no se sostiene sobre s misma, como proclamacin del valor de su sentimiento, sino que surge con una clara funcin teleolgica, con un para qu fundacional, que se dispara en el concierto polifnico donde los seres humanos recogen sus frutos y ostentan sus dones: Voy a cum-plir con todos/ porque debo/ a todos mi alegra.// No se sorprenda nadie porque quiero/ entregar a los hombres/ los dones de la tierra,/ porque aprend luchando/ porque es mi deber terrestre/ propagar la alegra./ Y cumplo mi destino con mi canto.3

    Obsrvese, en relacin a lo apuntado previamente, que la voz lrica reconoce en el escenario terrestre de su ocio, no slo la consecucin de un telos difano y preci-so (propagar la alegra), sino tambin el contrapunto testimonial y autobiogrco de su alteridad, en la gura de quien fue: ese poeta de la cancin desesperada que no haba hallado el cobijo de una razn de ser denida y denitiva, el testimonio acerbo del que aprendi luchando, en otro tiempo y entre sombra y espacio, entre guarniciones y doncellas,/ dotado de corazn singular y sueos funestos,/ precipitadamente plido, marchito en la frente/ y con luto de viudo furioso por cada da de vida4. Es decir, la

    2 Acerca de esta etapa, en que me centrar, dentro del ciclo completo de la lrica nerudiana, sabemos que a me-diados de 1952 se anula en Chile la persecucin al poeta, que regresa a su patria, (...). A nes de 1952 comienza a escribir Odas elementales -algn poema sera anterior- que crean un ciclo en su poesa que dura hasta 1959. A este primer libro de odas siguen Nuevas odas elementales en 1956, Tercer libro de odas, en 1957, y Navegacio-nes y regresos en 1959. Se trata de un conjunto potico amplio y coherente con la actitud de cantar la materia elemental (...) mediante una actitud descriptiva en la que lo elemental no es slo la materia, sino tambin la lengua y la estructura de los poemas, que se desnudan y se simplican, acortndose el verso, hacindose ms sencillo y natural el lenguaje. Rovira, Jos Carlos: Para leer a Neruda. Madrid, Palas Atenea, 1991, pg 122 y ss.3 Oda a la alegra, en Edicin citada, pgs 71-74.4 Arte potica, de Residencia en la tierra (1925-1931). Recogido en la edicin del poemario homnimo, con sus las dos partes publicadas en los aos treinta: Neruda, Pablo: Residencia en la tierra. Ed. Hernn Loyola. Madrid, Ctedra, 1987, pgs 133-135. El edictor supone la fecha de escritura de este hermoso poema en 1928.

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    Neruda y la alegra

    etapa central de la historia potica de Neruda, la constituida por la publicacin en la dcada de los aos treinta de las dos primeras series de Residencia en la tierra, es un lugar de referencia, una estacin del recuerdo, un espacio al que remitir siempre, como estandarte de un yo ya perdido, que fue un yo desorientado, el yo ms grande y, a mi entender, magnco de cuantos acuaron la trayectoria vital nerudiana. El ma-terialismo que invadi los extraordinarios poemas acuados por el poeta residente, deambulatorio y catico de los aos treinta, deriva hacia un nuevo orden ideolgico, ese que todos reconocemos como prototpico del autor, marxista e histrico. Pero en su seno cabe tambin descubrir un viraje en el orden de las emociones, que permite ca-tapultar la estrofa funesta y la letana hasta convertirlas en la cancin, la oda, convicta de su sino. Y ese impulso existencial se sustenta en el trueque del sentir melanclico por la proclamacin de la alegra.

    Desde esta perspectiva, cabra inventariar la imagen del vate que la obra com-pleta de Neruda compone como una creacin orgnica que va gestando sus propias ve-tas, en un crecimiento natural y ascendente, donde las fases, por muy bien formuladas y netas que se presenten, tienen como base de autoarmacin el contraste con las prece-dentes. Neruda se autoarma a partir de una imagen anteriormente conformada de su personalidad como poeta; imagen que, al asumir y superar en el contraste con su yo transformado, introduce como elemento incardinado y necesario para la comprensin cabal de su universo. Un dibujo compacto y ntido del poeta Neruda es consustancial a la repercusin de su obra, y obedece a una constante observacin de su gura en lo que tiene de valor social y humano, en estado natural de evolucin.

    En su interesante monografa El pensamiento potico de Pablo Neruda, establece Alain Sicard los procesos substitutivos en la conformacin de este personaje esencial para acompaar toda lectura de su obra: el sujeto potico y sus mscaras. Del anlisis de sus Residencias colige el discreto lector Sicard que la primera substitucin de la personalidad potica, la operada en estos aos viajeros y orientales, es la contradic-cin temporal vivida como tal, pero de un modo que slo podra ser negativo, ya que el sujeto, encerrado en sus lmites existenciales, no puede acceder al sentimiento de una continuidad posible ms all de s mismo. Acto seguido, se nos conrma en una idea central en la cuestin de la autobiografa potica nerudiana: nicamente la toma de conciencia histrica liberar al poeta, a partir de 1936, de la esterilidad del tiempo sucesivo5. Por su parte, y en relacin a este cambio de actitud del sujeto potico que

    5 La ltima parte como es sabido, autobiogrca- del Canto General describir esa liberacin. Yo soy no es slo, como ya se ha dicho, el pintor que plasma su propio retrato en un rincn del fresco, es, sobre todo, la armacin de una victoria denitiva sobre s mismo. Si el poeta mira hacia su pasado, es para mostrar todos los callejones sin salida y subrayar el carcter necesario de la ruptura que acaba de realizar. En Yo soy los suce-sivos rostros del poeta se anulan en la perspectiva de un proyecto histrico. El sistema sombro se ilumina al abrirse a un futuro inagotable: Yo tengo frente a m solo semillas,/ desarrollos radiantes y dulzura Sicard, Alain: El pensamiento potico de pablo neruda. Madrid, Gredos, 1981, pg 336.

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    Vicente Cervera Salinas

    se evidencia en el fresco mito-potico del Canto General (1950), la atinada crtica de Sal Yurkievich subraya esta nocin del trnsito evolutivo de una personalidad, como piedra angular en el devenir de su poesa: Creo que el intento de Neruda de hacer una poesa documental es bastante fallido, pero respeto su intencin de abandonar la poesa divertimento renado, juguetera sublime, diapasn selecto, para volverla vehculo de una evidencia terrible6. Como vemos, el sistema binario de oposiciones del ethos caracterstico del sujeto lrico es una constante del autor. Una recurrencia donde la proclamacin de quien se es, viene siempre acompaada por el desdn de quien hubo sido. Y, al mismo tiempo, su tipo de discurso potico insistir en la presencia de lo abandonado a la hora de evidenciar lo nuevamente proferido. Dicho en frmulas con-ceptuales: el sujeto existencial se instala en el mbito del bardo marxista y solidario, como trmino de una oposicin necesaria para proclamarse en su estado. De forma paralela y complementaria, la encarnacin verbal de la oda albergar en su seno el fruto amargo de la elega: el impacto del verso alegre existir tan slo en relacin a lo que previamente fue demarcado por la melancola. El poeta de las Odas se aleja voluntariamente del sujeto residencial, y lo hace manteniendo un cometido, ms o me-nos sagrado, pero de un modo divergente y distanciado. Al mismo tiempo, la imagen pretrita se acrisola como una constatacin permanente de la metamorfosis. Queda el signo de la profeca, consustancial a todas las etapas de la lrica nerudiana, pero el

    modo ha variado sustancialmente, siendo dicho viraje objeto de consideracin y, por ende, del mismo trabajo creador. Y as, la visin casi fantasmal de la sombra que el tiempo muestra empezar a recorrer una obra sostenida por la toma de conciencia de un yo y sus diversas lneas de fuga.

    A ello obedece, por ejemplo, la abrupta aparicin de dicho fantasma de la histo-ria del sujeto, en el primer poema de la serie Alturas de Macchu Picchu, piedra angu-lar de su obra magna: Del aire al aire, como una red vaca,/ iba yo entre las calles y la atmsfera, llegando y despidiendo. Es importante trazar as los rostros imaginarios y morales de ese sujeto congurado en el decurso de su obra. El yo deambulatorio entre la red vaca del tiempo es as identicable con la impresin global que las voces poticas de sus Residencias en la tierra arrojaban sobre el ente verbal que las dotaba de realidad escrita. Anlogo es el caso que nos expone Neruda en la seccin ltima de su Canto general, la titulada Yo soy, que recupera desde el lo del ideal las heridas de su ausencia. La misma voz que lega en su testamento su patrimonio a los sindica-tos, vuelve sobre sus pasos poticos para reconsiderar sus andanzas, siempre en rela-cin dialctica con su presente consagrado. El poema El regreso (1944), numerado el XIV de esta parte nal, descubre similar procedimiento: Regres Chile me recibi con el rostro amarillo/del desierto. Peregrin sufriendo/ de rida luna en crter are-

    6 Yurkievich, Sal: Mito e Historia, dos generadores del Canto General. En Fundadores de la nueva posia latinoamericana.

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    Neruda y la alegra

    noso/ y encontr los dominio eriales del planeta,/ la lisa luz sin pmpanos, la rectitud vaca.7 No es extrao, pues, que a la hora de concebir la gura de su propio personaje, el sujeto lrico de las Odas elementales no parezca tener otra opcin que la de facultar su consistencia en el trmino antinmico de su yo liquidado. En la Oda a la soledad, pongo por ejemplo, el yo basa su composicin en la antinomia de un nombre bello que encierra una realidad angustiosa, para lo cual no duda en interceptar episodios de su historia en que convirti a la soledad en sonoridad adulterada: Yo describ la sole-dad con letras/ de la literatura,/ le puse la corbata/ sacada de los libros,/ la camisa/ del sueo,/ pero slo la conoc cuando fui solo.8. La confesin vocacional de la Oda a la poesa tampoco omite la alusin a los pasajes ms residenciales de su itinerario, y en la hermossima Oda al tiempo se condensan, emocionados y secretos, todos los episodios que integran la biografa potica nerudiana, inscrita ya en una declaracin de fe nal, y en donde laten los desvos como escalones necesarios para su ascenso:

    Dentro de ti tu edadcreciendo,dentro de m mi edadandando.El tiempo es decidido,no suena su campana,se acrecienta, camina,por dentro de nosotros,aparececomo un agua profundaen la mirada

    No parece, por tanto, prudente dar crdito absoluto y estimar en demasa esa volunta-ria ocultacin del propio yo que el sujeto responsable de las odas pretende manifestar en el prolegmeno a este poemario, la postulacin de El hombre invisible. Esta declaracin de principios, tan evidentemente whitmaniana, tan abiertamente pluralizada y annima

    animada por la potica del contengo multitudes del hijo de Manhattan-, no puede sus-traerse a la atraccin de su propia esencia, y en su invisibilidad hay un relato cercano al Canto a m mismo. Un canto que ahora es una oda, y que se viste con las telas hmnicas de quien, hecho voz solidaria, no puede olvidar dichosamente que dej de ser el residente solitario en la red vaca de la tierra9. Por ello, en el canto del hombre invisible/ que canta con todos los hombres alientan y se hacen audibles los ecos de sus nada invisibles ende-

    7 Neruda, Pablo: Canto general. Barcelona, Bruguera, 1982. Los poemas citados, correspondientes a las seccio-nes Alturas de Macchu Picchu (I) y Yo soy (XIV) , en pgs 25 y 423 respectivamente.8 Ibdem, 237, 214 y 242 respectivamente.9 Apunta Alazraki hacia la misma idea en su comentario de las Odas: Es claro que a pesar de la sordina con que Neruda silencia su yo, a pesar de las advertencias de que las estrellas no tienen nada que ver con el poeta, hay odas que como fogonazos devuelven la visibilidad del yo del poeta y dejan traslucir la estela fosforescente de alguna estrella fugaz. Pero en su mayor parte las odas se proponen cantar lo impersonal y el gnero potico

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    chas, que sustentan la fuerza de quien, en este punto elemental, se erige voz del pueblo. No es extrao, por lo tanto, que un poema como la Oda a la envidia plantee esa categora moral del espritu desde un prisma autobiogrco y una no muy bien oculta peticin de cuentas. En su articulacin, describe y descubre as Neruda- cmo un sentimiento de tan

    universal altura puede reducirse a una imagen relativa a ese yo que, precisamente, pretenda desdear: Regres de mis viajes./ Bes a todos,/ las mujeres, los hombres/ y los nios./ Tuve partido, patria./ Tuve estrella./ Se colg de mi brazo/ la alegra10.

    Se colg de mi brazo la alegra. Curiosos versos que detentan toda una potica vital y una condicin de elegido por la fortuna, para as materializar un destino (lo proftico que hay en m dijo ese otro yo en la Residencia) que hasta ese momento se manifestaba opaco y remiso, desdibujado y sin perl. La alegra de Neruda en es-tas Odas ya no puede ser aqulla que en sus Veinte poemas de amor comprometa, en su mera aparicin, a la tristeza que con el jbilo, insensible, germinaba11. El dictum romntico era aqul, y segn su estigma, no existe don de gozo sin que un nimbo de amargura lo rodee con faz sombra. Los poetas del romanticismo ingls como P.B. Shelley o su adorado John Keats otro cultivador de la oda clsica- ya lo anunciaron: no hay dicha si no es sumida en el dolor, que la circunda. Pero ahora, ese modo melan-clico del joven Neruda y angustioso del poeta consular, deviene compaa perma-nente del individuo que canta para todos; el ideal se ha transformado en elemento real de la materia, y la alegra es compaa y compaera, fuerza motriz y aspiracin genuina, don y ddiva, ofertorio y ofrenda12.

    La alegra segn denicin de Fernando Savater- no es la conformidad alboro-zada con lo que ocurre en la vida, sino con el hecho de vivir. El autor se basa en un excelente aforismo de Robert Louis Stevenson: Hablando con propiedad, no es la vida

    escogido por Neruda refuerza la funcin pblica y hortatoria de esta poesa. Alazraki, Jaime: Para una potica de la poesa pstuma de Pablo Neruda. En Pablo Neruda. Coleccin El Escritor y la Crtica. Ed. Rodrguez Monegal, Emir y Santi, Enrico Mario. Madrid, Taurus, 1986, pg 286. 10 La proclamacin del yo singular, por ms que apunte o asuma lo plural, no puede ser ms neta en este po-ema. Y no es excepcin. As comienza: Yo vine/ del Sur, de la Frontera./ La vida era lluviosa./ Cuando llegu a Santiago/ me cost mucho/ cambiar de traje. Yo vena vestido/ de riguroso invierno./ Flores de la intemperie/ me cubran. Neruda, Pablo: Oda a la envidia. Ibdem, pgs 113-117.11 Rerindose a los Veinte poemas de amor indicaba con sumo acierto Amado Alonso: En la obra potica de Neruda, encontramos primero temas biogrcos de melancola que atraviesan el alma como nubes; luego ya no es un modo de estar el alma, es su modo de ser: la bruma ha llenado todo el mbito y ya hasta la luz solar del amor actual alumbra ensordinada con halos de melancola; la alegra lleva en s la tristeza. Alonso, Amado: Poesa y estilo de Pablo Neruda. Buenos Aires. Ed. Sudamericana, 1966, pg 16.12 A propsito de esta polaridad, seala el escritor chileno Ibez Langlois: La obra de Neruda tiene, pues, dos centros o polos contrastantes: en su juventud las dos Residencias; en su madurez -aunque menos rotundamente- las Odas elementales. Si a estas obras se aaden su gran poesa ertica de las diversas etapas y ciertos pasajes privilegiados de la aventura poltica americana del Canto General, se tendr una idea del vasto y esplndido poeta que es Neruda en sus grandes momentos. Ibez Langlois, Jos Miguel: El ciclo potico de Neruda. (I). En Rilke, Neruda, Pound. Tres claves de la poesa contempornea. Madrid, Rialp, 1978, pg 165.

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    lo que amamos, sino el hecho de vivir13. Este modo de aproximacin al motivo resulta altamente atractivo, adems de lcido y veraz: el ser alegre denota una sensacin que, ms all de los episodios, contingencias o accidentes concretos que vayan sucedindose a lo largo de la existencia, se instala en el corazn mismo de la vida, en la consciencia de su prodigio, de su grandeza, de su inefabilidad. La plenitud eufrica de que tam-bin nos habla el lsofo slo puede proceder de este sentimiento profundo de gratitud, de grata armona, ms all del orden de los acontecimientos o de los sucesos que pau-tan toda historia. En el caso de la poesa de Pablo Neruda, no es casual que la aparicin de este alborozo surja solamente cuando se ha producido en su vida la asuncin de un sentido general, de un nalismo denitivo, de una plena conviccin de sus criterios y valores. En sus confesiones memorsticas, el autor recurre a sintagmas de alto voltaje emocional: eleg un camino, seala para referirse a su toma de postura poltica y su incorporacin al partido comunista, y profesin de fe es la expresin elegida cuando reere el episodio de reconocimiento del continente americano, tras su suicidio diplo-mtico y su regreso a Santiago de Chile en 1943, con la estacin en las ruinas incsi-cas14. Ello implica que el jbilo slo aparece a partir de una substitucin primordial: la sensacin de desarraigo es compensada y suplida por el ancamiento en una suerte de

    religin vital, en el caso de Neruda relativa a su actividad potico-poltica, y al sentir proletario y comunista que incorporar a sus das y a sus versos.

    Slo a partir de entonces la nocin de alegra irradia como ese amor por el hecho de vivir al que aluda Stevenson, y que Neruda incardina en su vivencia, apor-tndole la razn de ser fundamental, as como la conrmacin de que la accin potica propenda a dicho n: un himno de alegra. Una oda que despejara las nieblas de la confusin, de la insensibilidad con la realidad entorno, del suceder como esa acumu-lacin de escenas que la memoria retiene sin poder transformar en la alquimia del verso. Su extraordinario poema No hay olvido (Sonata) de la segunda Residencia es el emblema de dicha ceguera ante el espectculo de luz que la alegra integra: el suelo

    13 Savater, Fernando: Diccionario losco. Barcelona, Planeta, 1995, pgs 39-54. Seala al nalizar su resea sobre la voz losca Alegra: Una obligacin fortuita y feliz del orden alfabtico, a favor de la cual colabor cuanto pude, impone que este diccionario se abra con la voz Alegra. Y ello me alegra mucho, pues es la ms importante de todas las reseadas. Como en las malas novelas policacas, o como en algunas de las mejores, sa-bremos as desde el comienzo la clave del enigma. 14 Mientras esas bandas pululaban por la noche ciega de Madrid, los comunistas eran la nica fuerza organizada que creaba un ejrcito para enfrentarlo a los italianos, a los alemanes, a los moros y a los falangistas. Y eran, al mismo tiempo, la fuerza moral que mantena la resistencia y la lucha antifascista. Sencillamente: haba que elegir un camino. Eso fue lo que yo hice en aquellos das y nunca he tenido que arrepentirme de una decisin tomada entre las tinieblas y la esperanza de aquella poca trgica. Ms adelante leemos: Sent que mis propias manos haban trabajado all en alguna etapa lejana, cavando surcos, alisando peas. Me sent chileno, peruano, ameri-cano. Haba encontrado en aquellas alturas difciles, entre aquellas ruinas gloriosas y dispersas, una profesin de fe para la continuacin de mi canto. All naci mi poema Alturas de Macchu Picchu. Neruda, Pablo: Coneso que he vivido. Barcelona, Barral, 1978 (1 ed. 1974), pgs 192-193 y 235 respectivamente.

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    que entonces contemplaba era el que oscurecen las piedras; el ro, el que durando se destruye; las manos slo encerraban besos, mientras el silencio invada de cscaras una tierra balda, poblada de cosas rotas, utensilios demasiado amargos, bestias a menudo podridas, que acosaban un acongojado corazn. El imposible olvido no era la recreacin formalizada por la poesa que, a despecho de su deterioro, recuperaba un tiempo perdido. No. Para Neruda, entonces, el sucede es una respuesta amarga para

    tantas cosas que quiero olvidary no puedo. Frente a la recuperacin del tiempo ya vivido, propuesta por su entonces admirado Marcel Proust15, para el joven Neruda de 1935 el cmulo de fenmenos experimentados por el cuerpo y la conciencia no son contemplados transgurados, cabra puntualizar- desde la altura piadosa de la psique, que los convierte en formas bellas en pos de su plenitud esttica, como haba querido y conseguido el autor del Por el camino de Swan. El poeta residente los siente, por el contrario, como un lastre que ejerce su enorme fuerza de gravedad, se desploma de las hojas y durando se destruye. De esta manera, el universo ha halla cosicado, en un abigarramiento absurdo de objetos y sentimientos que se enquistan en el metabolismo psquico del sujeto y no lo dejan avanzar con ligereza, con soltura, con alegra16. Por eso, en su Oda a la tristeza, aos ms tarde, Neruda llega a declarar: Aqu vive un poeta./ La tristeza no puede/ entrar por estas puertas./ Por las ventanas/ entra el aire del mundo,/ las rojas rosas nuevas,/ las banderas bordadas/ del pueblo y sus victorias./ No puedes./ Aqu no entras.17 Soldado de la lucha por la felicidad del gnero humano, segn recuerda Jorge Edwards, el vate reconoca el valor que en tal empresa desempe-aba la alegra18.

    15 Haba casi terminado de escribir el primer volumen de Residencia en la tierra. Sin embargo, mi trabajo haba adelantado con lentitud. Estaba separado del mundo mo por la distancia y por el silencio, y era incapaz de entrar de verdad en el extrao mundo que me rodeaba. Mi libro recoga como episodios naturales los resultados de mi vida suspendida en el vaco: Ms cerca de la sangre que de la tinta. Pero mi estilo se hizo ms acendrado y me di alas en la repeticin de una melancola frentica. Insist () en un estilo amargo que por sistemticamente en mi propia destruccin (). Nunca le con tanto placer y tanta abundancia como en aquel suburbio de Colombo en que viv solitario por mucho tiempo. De vez en cuando volva a Rimbaud, a Quevedo o a Proust. Por el camino de Swan me hizo revivir los tormentos, los amores y los celos de mi adolescencia Ibdem, pg 137.16 Y as, Si me preguntis en donde he estado/ debo decir: Sucede. El tiempo, que destruye al producirse, es la nica respuesta a la pregunta por el lugar, por el espacio. El extraordinario poema No hay olvido (sonata) est incluido en la edicin citada de Residencia en la Tierra, pgs 301-303, y fue escrito, segn Loyola, por Neruda en Madrid, en el ao 1935.17 Ibdem, pgs 256-257.18 Aunque ello no implique que hubiera siempre de ser as, de ah en adelante. Hacia mediados del ao 57, las respuestas claras, las armaciones militantes y luminosas, empezaron a oscurecerse de nuevo. Reapareca el gusano de la duda, y el hombre invisible, traspasado por una claridad exterior a l mismo, convertidas sus palabras en herramientas comunitarias, adquirira otra vez una opacidad conictiva, problemtica, inevitable y contradictoriamente visible, puesto que su excesiva presencia pblica lo llevaba a implorar que lo dejaran tran-quilo, entregado a su adoracin de la mujer y a su contemplacin de la naturaleza. Edwards, Jorge: Adios, Poeta. Barcelona, Tusquets, 1990, pg 84.

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    Neruda y la alegra

    En la alegra, en su experimentacin pura y natural, reside pues la fuerza mayor de la existencia, aqulla que se libera de todo anclaje con la enfermedad mortal de una psique aferrada a la parlisis: el pensamiento que se nutre de un desvo imposible al callejn sin salida del nihilismo existencial, o el otro proyecto que se eleva hacia una perfectibilidad utpica y siempre postergada, por irreal e impostora. Con gran lucidez ha analizado los resortes y ligranas del jubilo entusiasta, de la euforia vital, el pensador francs Clment Rosset, al detectar que, en efecto, la alegra tiene su asidero y su norte en el rea de lo real. La alegra y su fortaleza mayor descansan en cierto benecio que la convivencia con la realidad les impone, a pesar de los pesares. Esta alegra no es ajena al problema del mal y sus desgraciados rostros, pero parece conocer de antemano las caras de esos cuatro jinetes apocalpticos, y preere no regodearse en sus ufanas desdichas y crueldades, sino adecuarse al principio de una naturaleza que vuelve siempre los ojos ante su propia constitucin real y viva, por ms que las

    befas de la muerte la circunden y acosen. As pues, -reconoce alegremente Rosset- armo que el apoyo de la alegra es necesario para el ejercicio de la vida como para el conocimiento de la realidad19. El ethos de la alegra persevera en cierta paradoja, pues combina lo inconcebible (la sospecha que siempre la acecha; la duda acerca de su consistencia, de su inocencia) con lo necesariamente no ilusorio. All donde la fan-tasa vuelca sus formas intangibles y proclama el gozo de lo porvenir como sustitucin mejorada de lo presente, desaparece esa fuerza mayor, esa voluntad armativa, se-gn mi propia denicin de su carcter, que es la alegra. El sucedneo idealizado des-va y hace desaparecer su proclamacin de vida, en virtud de una neurtica -y aqu s empleo la terminologa de Rosset- suplantacin de realidades de estirpe virtual. Ello no debe implicar -y aqu nuevamente reside la voz potica nerudiana- el orden de la aceptacin resignada por lo mediocre, sino que, muy al contrario, la fortaleza euf-rica que instila la alegra es la nica capaz de actuar all donde la esperanza malgasta

    -inactiva- sus fuerzas.Esta perspectiva moral sobre el ser alegre promueve una reclamacin de su estirpe

    musical, donde la gaya ciencia reivindica con sus estrofas y sonidos esa voluntad de poder que intensica, ensancha y ampla los horizontes de la realidad. No son en gran nmero los poetas que proeran esta visin de su ejercicio creador. La lrica del himno y del cntico vital ha sido preferentemente eclipsada por el prestigio romntico de la elega, del lamento, de la ausencia. Se canta lo que se pierde, expresa con acierto

    19 En otras palabras, la alegra siempre anda relacionada con lo real, mientras que la tristeza se debate sin cesar, y ah reside su propia desdicha, en lo irreal. El agudo tratamiento psquico de la sonrisa del Auriga de Delfos insiste en esta proclamacin esencial del regocijo por lo real que delata a la alegra: Me atrevera a decir que el cincel del escultor ha captado la mirada del Auriga en el preciso instante en que ste deja de pensar en su felicidad para pensar en algo muy distinto: en la alegra general que supone vivir, en darse cuenta de que el mundo existe y de que uno forma parte de l. Rosset, Clment: La fuerza mayor. Notas sobre Nietzsche y Cioran. Madrid, Acuarela, 2000, pg 18 y ss.

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    Antonio Machado, pero no menos cierto es que tambin se canta lo que se encuentra, lo que aparece, su intensa iluminacin. Es destacable la aportacin que, en este sen-tido, supone la publicacin en 1947, en plena posguerra espaola, de un poemario tan decididamente vital como Alegra, donde Jos Hierro, con gran acierto establece un giro histrico en la cancin desesperada de los hijos de la ira que por aquellos aos dominaban la esttica literaria y sus contenidos. En el poema El rezagado propone un recorrido -central en el poemario- que se circunscribe a los argumentos sobre la virtud musical del ser alegre, que ha renacido en los rescoldos de la desesperanza: Yo se bien lo que cuesta perder la alegra/ y volver a ganarla despus del dolor, en un mundo remoto. En Respuesta dirige esta splica al amigo: Criatura tambin de alegra quisiera que fueras y en Viento de otoo invoca interjectivo a la alegra en un esce-nario de hojas doradas que se esparcen sin escarnio. Como Neruda, que establece un seguimiento de su ser hasta el momento en que accede a la proclamacin suprema, la excelencia del presente es tanto mayor cuanto contrasta con la rememoracin de un sol todava negro, fuente de toda melancola, en los versos de Hierro.

    Llegu por el dolor a la alegra.Supe por el dolor que el alma existe.Por el dolor, all en mi reino triste,un misterioso sol amaneca.

    Era alegra la maana fray el viento loco y clido que embiste(Alma que verdes primaveras viste)maravillosamente se rompa)

    As la siento ms. Al cielo apuntoy me responde cuando le preguntocon dolor tras dolor para mi herida.

    Y mientras se ilumina mi cabezaruego por el que he sido en la tristezaa las divinidades de la vida.20

    No es casual el hecho de que Jos Hierro concluya su soneto con la alusin a esas divinidades que ya laten como generadoras de la alegra en la propia raz del alma romntica. Tambin alienta en la potica del romanticismo un hlito jubiloso, jovial, exultante y pletrico de vida, que sus ociantes proyectaron en el mundo idealizado del alma helnica, all donde tambin reconoci el lsofo de la gaya ciencia la etapa

    20 Hierro, Jos: Alegra (1947), Premio Adonais de Poesa. Recogido en el volumen antolgico seleccionado y prologado por Aurora de Albornoz. Madrid, Visor, 1993 (1 ed. 1980), pgs 71-108.

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    ms divinamente airosa de la humanidad21. Ese misterioso sol que amanece en el poema de Hierro remite claramente al hermoso destello de los dioses que acu Frie-drich Schiller a nales del siglo XVIII, y que sera materia coral para el colofn sinf-nico de Beethoven en su Novena Sinfona. All, en su santuario romntico, la alegra es metfora de la luz, y est mitolgicamente incorporada al panten sublime como hija dilecta del Elseo. Su poder resulta omnmodo, pues no slo regocija el corazn de los hombres con su vuelo algero, sino que alcanza en su potencia a dimensiones de categora tambin moral, uniendo de nuevo con su renovado nacimiento lo que las costumbres separaron, hermanando a los hombres en el reino de la naturaleza:

    Freude, schner Gtterfunken,Tochter aus Elsyum,Wir betreten feuertrunken,Himmlische, dein Heiligtum.Deine Zauber binden wieder,Was die Mode streng geteilt;Alle Menschen werden Brder,Wo dein sanfter Flgel weilt.22

    El tono hmnico ahorma en una prdica de estatura humana la esencia colosal que Schiller idea como patrimonio del ser de la alegra. En el caso de Pablo Neruda, la prosa-pia romntica ha desnudado totalmente sus estandartes celestiales para ceir en esa esca-la del yo social la maquinaria espiritual del alborozo. La declaracin de hermandad de la especie humana procede netamente del maravilloso texto schilleriano, pero ahora se trata de un jbilo bien ubicado en la realidad a la que previamente se refera Clment Ros-set en su teora sobre esa fuerza mayor que es la alegra. Neruda concibe una alegra

    encontrada en la calle y rmemente la desvincula de todo contacto con la literatura, como si el texto impreso fuese, paradjicamente, para el poeta chileno fuente de inltra-cin amenazante de la dicha: lejos de todo libro,/ acompame. La estirpe de los poetas

    -en su direccin tal vez ms solemne y biblila- es ahora concebida como una galera de guras sombras, heraldos negros que reniegan de la consagracin fecundante en la

    21 Ah! Aquellos griegos cmo saban vivir! Para eso es preciso quedarse valientemente en la supercie, no pasar de la epidermis, adorar las apariencias, creer en la forma.... Nietzsche, Friedrich: La gaya ciencia. Palma de Mallorca. Olaeta Editor, 1984. Trad. Pedro Gonzlez Blanco, pg 14.22 Schiller, Friedrich: An die Freude (A la Alegra). En Balladen und Gedichten. Kln. Atlas-Verlag, sin fecha, pg 27. Traduccin de Anne-Marie Odernmatt: Alegra, hermoso destello de los dioses,/ hija del Elseo,/ ebrios de fuego entramos/ oh, celeste! En tu santuario./ Tu mgico poder une de nuevo/ lo que las costumbres separa-ron;/ todos los hombres sern hermanos/ all donde tus dulces alas se ciernen. Francisco Verd Serna documenta la adaptacin musical de la Oda a la alegra por el msico: Beethoven adapta el texto modicado por Schiller al nal de su vida, no el primitivo de 1785 y, el a su ideal aristocrtico, aparta, adems, todas las alusiones polti-cas y sociales como defendmonos del poder del tirano! o los mendigos sern hermanos de los prncipes (...). Pero hay supresiones de orden religioso que la censura no explica....

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    materia de la vida. Son esos antiguos poetas que Neruda presenta como fantasmales apariciones de su pasado, prestndole anteojos y casi obligndole a poner sobre la or una corona negra,/ sobre la boca amada/ un triste beso. Est claro que las alusiones a la potica desesperada intensican esa constancia en el nuevo yo que, a pesar de su in-visibilidad, no renuncia en ningn momento a la revisitacin de una autobiografa. A su travs, la coloratura del hombre renovado, del poeta invisible grada en su escalada la propiedad armativa del poeta elemental y del cantor general, ensanchando la lnea divisoria con un pasado que no por ms renegado es menos aludido. Con el cual reere la historia permanente, y siempre viva, de ese gran personaje que es el sujeto evolutivo de la poesa nerudiana: el artce y creador de su voz, en sus distintos parajes y residencias. Una vez ms, en la Oda a la alegra escuchamos un himno que contiene los ecos de una expiacin, de una contricin, de un espritu de enmienda, de una declaracin de culpas pretritas en la absoluta conviccin de que el presente es el autntico manantial de la verdad, al n poseda:

    An es temprano.Djame arrepentirme.Pens que solamentesi quemabami coraznla zarza del tormento,si mojaba la lluviami vestidoen la comarca crdena del luto,si cerrabalos ojos a la rosay tocaba la herida,si comparta los doloresyo ayudaba a los hombres.No fui justo.Equivoqu mis pasosy hoy te llamo, alegra.

    No es posible desdear la alusin nerudiana a la zarza del tormento, como cu-riosa metfora de referencia bblica, que evidencia una actitud donde la eclosin ma-yscula del yo alegre -escudado en una ambigua pluralidad de hombre invisible- se desvincula alegremente de la carga funesta del sacerdote o del patriarca portador de unas tablas de salvacin para el pueblo. Esas tablas ya no proceden de un dictamen

    divino, y es aqu donde Neruda aplica su ms clara renuencia al linaje romntico. Dolor y alegra no son ya caras de una misma faceta espiritual, sino trminos opuestos de una evolucin humana, histrica y poltica. La pluralidad de la alegra, recin ha-llada, quiere ser proferida como elemento natural que fructique y orezca de manera

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    orgnica y, as, se multiplique en el mbito donde existen los hombres, del cielo para abajo: No eres para m slo./ A las islas iremos,/ a los mares./ A las minas iremos,/ a los bosques./ No slo leadores solitarios,/ pobres lavanderas/ o erizados, augustos/ picapedreros,/ me van a recibir con tus racimos,/ sino los congregados,/ los reunidos,/ los sindicatos de mar o de madera,/ los valientes muchachos/ en su lucha.

    En este sentido, me sigue pareciendo destacable el hecho de que la universalidad del canto invisible, que se conformara gramaticalmente con la primera persona del plural en este texto (iremos), termine como acto de autoarmacin de su destino: aquel don proftico que de un modo melanclico profesaba Neruda en sus barca-rolas y sonatas de juventud, y que ahora se transgura en una dimensin no menos

    sublime como funcin social que abarca ocios y edades: un sacerdote laico y lrico que, al cabo, es auto-consciente de la envergadura de su obra, y jams pone en entredi-cho la posicin pblicamente trascendente de la poesa que entrega, testimonio de su fe y de su alegra: Voy a cumplir con todos/ porque debo a todos mi alegra, conesa el poeta exultante. No se sorprenda nadie porque quiero/ entregar a los hombres/ los dones de la tierra. Subrayemos: la obra -la oda- es, en efecto, la ddiva que dona el poeta a ese todos receptor de sus palabras. Unos dones que, para ser entregados, han sido, previamente, hallados y, de algn modo, posedos.

    Neruda y la alegra: la romntica hija del Elseo ha sido, pues, recibida por un indi-viduo que, enmascarado en el trmino de su ser invisible, no slo es merecedor de tan alta distincin, sino que, al tiempo, se erige en portador de la misma para concederla heroica-mente al resto de los mortales. La heroicidad no es, por supuesto, trmino que Neruda aplicara de modo explcito. Sin embargo, cmo no rastrear ese patrn en la empresa que el poeta se impone alegremente? Desnivelados los planos ontolgicos de la religin, de la tragedia o de la reivindicacin romntica de lo divino, y colocados los mismos plantea-mientos en los predios de lo real, Neruda se sirve de la alegra para ejecutar su destino, su

    alto destino, como ciudadano-poeta, sacerdote laico o ensalzador de grandeza recndita que habita toda cosa: Todas las cosas, los seres, los conceptos, quieren comparecer y ser nombrados con la magia de las palabras que dan vida, como Neruda arma en su esplndida y comprensible Oda al diccionario23. Pero, si esto es as, cmo no apreciar la implcita grandeza que este impulso comporta?, cmo no maravillarse -a s mismo, en primer lugar- de haber sido el cuerpo vivo donde el alma, por la pasin alegre, pasa a una perfeccin mayor?24, cmo no satisfacer en su cumplimiento un canto a ese yo que pro-

    23 Sinz de Medrano, Luis: Historia de la literatura hispanoamericana. Desde el modernismo. Madrid, Taurus, 1989, pg 288.24 Recordemos que tal es la hermosa denicin que aporta el lsofo Baruch Spinoza en su tica, para la alegra, que junto a la tristeza, marcan la pauta de todas las dems afecciones del espritu. Sobre este punto hay que volver a lo que dice Spinoza en la tica: la nica afeccin es la alegra (y su contrario, la tristeza); cualquier otra afeccin no es ms que una modicacin de esta afeccin primera en tanto que se halla expuesta a los caprichos del azar y de la fortuna. Rosset, Clment: La fuerza mayor. Edic, cit, pg 16.

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    mueve la diseminacin de la alegra, cuya magia ana lo disperso, y hermana en una sola voz la confusin bablica de los humanos?

    Sin duda alguna, Neftal Ricardo Reyes es uno de los mejores relatores del proce-so de apropiacin de una personalidad consolidada que la historia de la poesa del siglo XX nos ofrece. Verdaderamente, el hombre invisible es l, y no su mayor creacin y criatura, Pablo Neruda, gura plenamente identicable, sumamente visible, desde la apropiacin de un yo en la evolucin de sus diversas etapas poticas. Toda su obra podra sintetizarse en la paulatina adquisicin de un personaje, de una encar-nadura y de su destino subsiguiente, en el trnsito desde la dispersin efmera y desintegrada hacia el poema armativo y eufricamente pleno. A travs de la materia y del materialismo histrico, el individuo con vocacin proftica, pero con un poso desmesurado de melancola, alcanza el corazn de la persona, en la creacin de ese

    yo que, mediticamente, se reconoce como portador de una antorcha universal, que enciende y propaga en el seno de la humanidad desposeda y desheredada. Como un fuego torrencial, su poesa es sustentada por un nombre propio, que busca fundirse con los otros bajo el manto de un anonimato, que en el fondo encierra la consagracin de su nombre: Pablo Neruda. Y esa antorcha, que es su atributo, ha desterrado a la esperanza ilusoria como forma sustituta y falaz del jbilo, y se mueve con giles destellos y ligera libertad. Necesaria como la tierra, pura como el pan, sonora como agua de ro, se aloj en la mirada del joven taciturno y lo despert a la vida.

    En verso risueo y delgado, ligero como la alegria, con el paso quebradizo de la hoja verde que se multiplica en las largas estrofas de corta versicacin. Entona su oda, satisfecha por el deber desarrollado y, desaante como elefante sonoro, desata su cascada en la tentativa cumplida del hombre innito. Es la alegra del canto arma-tivo. Despoblada del dolor de no ser. Como un destino que hace gala de su dignidad y de su fuerza, y que vindica el alejamiento de la sombra oscura que detena el cumpli-miento de su tarea. Visibilizada y encarnada en un poeta. Nerudiamente uyendo.