diana cohen agrest - el aburrimiento

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Diana Cohen Agrest - El Aburrimiento

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"El aburrimiento" Por Diana Cohen Agrest Para LA NACION - Buenos Aires, 2009 Cmo se nos habr hecho carne que hasta Kierkegaard hace del aburrimiento la piedra fundacional de la Creacin, imaginando que "los dioses estaban tan aburridos que entonces crearon a los seres humanos". No slo los dioses. Tambin "Adn estaba aburrido porque estaba solo, entonces crearon a Eva. Desde entonces, el aburrimiento ingres en la Creacin". Nietzsche no le fue en zaga cuando, con su demoledor sarcasmo, sugiri que en su descanso sabatino Dios se habra aburrido espantosamente. Y Kant aport lo suyo cuando, a modo de consuelo del devenir de la historia misma, advirti que, de permanecer en el Paraso, Adn y Eva se habran aburrido soberanamente. Tantas citas ilustres prueban que, parafraseando a Camus, si hay un problema verdaderamente filosfico, es el del aburrimiento. Raramente reconocido en su magnitud, el tema no suele ser un objeto de reflexin de la filosofa acadmica ni del comn de los mortales. Se trata, sin embargo ,de una experiencia inescindible de la existencia humana. Tambin la escritura en torno al aburrimiento corre el riesgo de resultar, precisamente, aburrida. Sin embargo, la histrica y sospechosa omisin de este asunto nos convoca a su examen: Qu es? Cundo aparece? Por qu aparece? Por qu nos afecta? Cmo nos afecta? Aun cuando, por una suerte de reduccionismo, rotulamos con la etiqueta de "aburrido" todo aquello que no despierta nuestro inters, lo cierto es que convivimos con el aburrimiento de una manera tan atroz como imperceptible, como con "una especie de polvo. Uno va y viene sin verlo, un respira en l, uno lo come, lo bebe, y es tan fino que ni siquiera cruje entre los dientes. Pero si uno se detiene un momento, se extiende como una manta sobre el rostro y las manos", en la descarnada descripcin que de l hace Georges Bernanos en su Diario de un cura rural . El aburrimiento se apodera de nosotros, penetrando en cada intersticio con la sutileza de un escalpelo en manos de un hbil cirujano y termina por ser vivido como una compaa tan fastidiosa como irreconocible. El aburrimiento irrumpe cuando el deseo se divorcia de los hechos, en pocas palabras, cuando no podemos hacer lo que queremos hacer o cuando debemos hacer aquello que no queremos hacer. Pero tambin se cierne, amenazador, cuando no tenemos ni idea de lo que queremos hacer. Podemos estar aburridos de cosas (el hasto es el alimento por excelencia de la sociedad de consumo) o de personas (de otros o hasta de nosotros mismos), aunque tambin podemos sentirnos aburridos cuando nada en particular nos aburre. Lo peor es que, enunciado tautolgicamente, el aburrimiento es aburrido. Pese a esta caracterizacin intimista, el aburrimiento no es un mero estado subjetivo sino tambin una caracterstica del mundo: es tan verdad que todos los hombres son mortales como que todos, absolutamente todos, participamos en prcticas sociales saturadas de aburrimiento. No hay nada nuevo bajo el sol Hay quienes creen que se trata de un fenmeno relativamente reciente. Sin embargo, su origen se remonta a la Antigedad tarda, cuando apareci un fenmeno que en griego se design athyma y en latn, accidia (en castellano, acedia), expresiones que aludan a una condicin subsumible en lo que tiempo despus se difundira con un nombre tan vago como indefinible: la melancola. Curiosamente, los monjes eran particularmente proclives a la acedia. Alertados de un fenmeno tenido por obra del Demonio, hasta los mismos Padres de la Iglesia consideraron la acedia el peor de los pecados, no slo

porque de ella brotaban todos los dems sino porque era la expresin de cierto descontento ante la Creacin de Dios, ante cuya sombra amenazadora hasta San Jernimo exhortaba con festiva piedad: "Bebed, hermanos, bebed, para que el diablo no os halle ociosos". A partir del Renacimiento, la acedia enclaustrada en los muros de la vida monacal fue desplazada por la melancola, cuya sede era un alma indisociable de un cuerpo carnal, que haba sido celebrado en la Antigedad clsica y era redescubierto por el Humanismo. Fue precisamente un mdico y hombre de ciencia ingls, Robert Burton, quien condens su novedosa concepcin en un clebre ensayo publicado en 1621. En su Anatoma de la melancola , con un espritu ms cientfico que apocalptico, diagnostic que lejos de ser atribuible a Satans, la melancola es una enfermedad que suele atacar particularmente a las gentes consagradas al estudio, cuyas meditaciones pueden fcilmente caer en un mrbido rumiar. A modo de frmacos anmicos, Burton recomendaba un tratamiento tan natural como placentero: diversificar las actividades y frecuentar menos los libros y ms las mujeres hermosas, cuya vista regocija el corazn, siempre y cuando el trato con ellas se ejerciera -se cuidaba de aclarar el galeno- en el marco de una vida equilibrada. Sin embargo, pese a sus tan floridos consejos, su autor terminaba por admitir que no existe un remedio universal para ese mal. La melancola perdurara en la obra de Freud, quien en Duelo y melancola declar que el melanclico vive la prdida del objeto de amor como una prdida del Yo. Este empobrecimiento del Yo es vivido por la subjetividad como una confrontacin con una vida vaciada de su sentido. En el mismo campo del psicoanlisis, Lacan finalmente reconoce en el aburrimiento su estatuto bien ganado en Televisin , donde, frente a las clsicas seis pasiones del alma propuestas por Descartes en el siglo XVII (la admiracin, el amor y el odio, el deseo, el gozo y la tristeza), despliega otras tantas en versin aggiornata : la felicidad, el gay saber, la beatitud, el mal humor, la tristeza y, pues no poda faltar, el aburrimiento. Semejante linaje terico no es suficiente, sin embargo, para dotar al aburrimiento de un bien ganado estatuto epistmico: exonerado del campo de las patologas, el aburrimiento no suele ser de inters ni para los psicolgos ni para los psiquiatras, aun cuando es vivido como una prdida de identidad que denuncia el corte entre el sentido y el vaco de sentido. Aunque dignas de atencin, acedia y melancola se distinguen sutilmente del aburrimiento: mientras que la primera era una nocin moralmente demonaca, atribuible a unos pocos elegidos, el aburrimiento es una condicin psicolgica que nos afecta a todos. Y mientras que la melancola hunde sus races en una tradicin aristocrtica, asociada a la sensibilidad y a la belleza, el aburrimiento es un descastado. En Filosofa del tedio (Tusquets, 2006), Lars Svendsen baraja la hiptesis de que, visto desde la historia de las ideas, el Romanticismo sentara las bases del aburrimiento contemporneo, exacerbado por la proclama de la muerte de Dios, en cuya estela el sujeto pierde el sentido de la trascendencia y comienza a verse como un individuo que debe realizarse a s mismo. Al hombre, confrontado con ese mandato inmanente, la vida cotidiana se le antoja ni ms ni menos que una prisin. Los mritos (o, nunca mejor dicho, los demritos) del aburrimiento no son pocos, en particular si nos guiamos por el juicio de Kierkegaard, para quien "es la raz de todo mal", desde las adicciones hasta los desrdenes de la alimentacin, pasando por el vandalismo, la depresin, la violencia y las conductas de riesgo, placebos sociales que funcionan como efmeros remedios que, al fin de cuentas, justifican el imaginario medioeval en el que la acedia figuraba entre los frutos de poderes demonacos. Cuando se perpeta, se transforma en el taedium vitae , el tedio de la vida ante el cual la jurisprudencia de la antigua Roma legitimaba el derecho al suicidio. Pues as como se ha dicho que el aburrimiento aport ms infelicidad al mundo que todas las pasiones juntas, incluso ms que el Mal provocado por todas las guerras juntas, se ha dicho a su favor que ha puesto fin a numerosos males, por la simple razn de que

terminaron por resultar aburridos. En Prejudices: A Philosophical Dictionary (1983), Robert Nisbet sostiene que la quema de brujas fue abandonada como prctica no por motivos legales, morales o religiosos, sino simplemente porque la gente pens: "Una vez que viste una quema, viste todas". El undcimo mandamiento: "Divirtete" Si la frmula para superar el aburrimiento parece hoy empujar al yo ms all de s, es porque el yo quiere encontrar algo novedoso, algo distinto de lo mismo que amenaza hundirlo en el aburrimiento. Segn una lgica transgresora, todo placer impulsa la bsqueda de un nuevo placer para evitar la rutina de lo mismo, en un movimiento que persigue la bsqueda de nuevos lmites que puedan ser transgredidos. Vivimos arrojndonos a lo nuevo, con la ilusin de que eso nuevo nos proporcionar, generosa y finalmente, un sentido personal. Pero ese intento est destinado, una y otra vez, al fracaso, pues esa promesa de un sentido personal jams se cumple. Y adems, porque lo nuevo rpidamente se torna una rutina. George Bernard Shaw ilustr lcidamente esta imposibilidad de origen cuando reconoci que "hay dos catstrofes en la existencia: la primera, cuando nuestros deseos no son satisfechos. La segunda, cuando lo son", coronando esa existencia pendular denunciada por Schopenhauer, quien notaba que cuando deseo lo que no tengo, slo obtengo sufrimiento, y que cuando el deseo es satisfecho, slo obtengo aburrimiento. Esta exacerbacin del deseo insatisfecho ha sido un caldo de cultivo del aburrimiento, "privilegio" por excelencia del sujeto de la Posmodernidad, quien sumido en la cultura del ocio corre en procura de divertimentos para matar el tiempo superfluo. Su maleabilidad se explica porque el aburrimiento no se conecta con necesidades reales sino con el deseo. Y el deseo suele traducirse en una constante bsqueda de estmulos sensoriales, lo nico que, hoy por hoy, parece resultar "interesante". En su manifestacin ms perversa, la exhibicin obscena de violencia gratuita se sostiene en la premisa marketinera de sacudirnos el aburrimiento. A propsito de los efectos mediticos sobre el deseo, Orrin Klapp explor el impacto de la informacin en la calidad de vida de la cultura contempornea. En Overload and Boredom: Essays on the Quality of Life in the Information Society , Klapp sostiene que, pese a todos sus esfuerzos para escapar de ese destino, la sociedad de la informacin se ha tornado una cultura tan saturada de pseudoconocimientos como aburrida. De la metralla constante de flashes "en vivo y en directo", resulta un desgaste del sentido. El ruido y la redundancia, aade, reemplazaron la resonancia y la diversidad del mundo nacido de la Ilustracin. As pues, traicionando los ideales dieciochescos, en lugar de emular el Progreso, la sociedad de la informacin se ha vuelto entrpica, desordenada, de lo que resulta un dficit en la calidad de vida. En una lnea semejante, en La tragedia educativa, Guillermo Jaim Etcheverry observ que los hijos -cuando no los mismos padres- suelen tildar a la escuela de "aburrida", calificativo ms apropiado para un programa de televisin o para un festival de rock. Banalmente, se aspira a imitar el modelo Disneylandia, aun a costa de que el mandato de ser divertido penetre, como un fluido viscoso, en actividades tradicionalmente no asociadas a la diversin. Traducido en el registro discursivo, participamos directa o indirectamente de esta suerte de reduccionismo infantojuvenil, dominado por una retrica empobrecida donde todo es "divertido" o, con suerte, "redivertido". El vaco del tiempo en el aburrimiento no es un vaco de accin porque, en verdad, siempre acontece algo: el vaco del tiempo es el vaco del sentido. No importa tanto lo que hacemos o el objeto al que nos dirigimos (mirar una y otra vez el reloj) sino estar ocupados en algo sin importar cun intrascendente sea (como puede serlo el mero contar cuntas moscas hay adheridas al vidrio de la ventana). Y aunque mejor vistos, los "pasatiempos", expresin autorreferencial si la hay, son medidas paliativas toda vez que el tiempo, en lugar de aparecrsenos como un horizonte de oportunidades, se nos antoja como algo

que ha de ser engaado, ocupndolo ilusoriamente en la creencia de que nos liberaremos del vaco del aburrimiento. Si cada cosa tiene su propio tiempo, Heidegger observa que el aburrimiento aparece cuando el tiempo cronolgico y el tiempo subjetivo no coinciden. Una circunstancia casual viene a cuento: cuando, consternados, nos enteramos de que un vuelo fue reprogramado y despegar con siete horas de retraso, nos vivimos anclados e impotentes en un bloque temporal que se nos ha impuesto, ms all de nuestra voluntad, y sobre el que no ejercemos control alguno. Sin consulta previa con nuestro deseo, se nos ha robado un tiempo que slo atinamos a llenar con actos tan irrisorios como devaluados en cuanto no elegidos: en el peor de los casos, vagabundear por el duty free o comer una hamburguesa, en el mejor, leer de un tirn una novela que queramos disfrutar sin ser forzados a hacerlo por factores extemporneos. Taxonomas del aburrimiento En Bouvard y Pcuchet , Flaubert distingue el aburrimiento comn del aburrimiento moderno, el "comn" es el anhelo de poseer un objeto deseado (un amor perdido, un objeto suntuario, cualquier cosa que por el momento se me presenta inalcanzable), mientras que el llamado "moderno" es el anhelo mismo de deseo que se siente una vez perdida la capacidad de sentir deseo (propio del ablico a quien el mundo se le antoja aburrido y desea, simplemente, recuperar la capacidad de desear). Kundera complejiza esta clasificacin, pues en La identidad se refiere a tres clases de aburrimiento: el aburrimiento pasivo (la chica que baila y bosteza), el aburrimiento activo (los aficionados a los hobbies , al sudoku, a los crucigramas y a los rompecabezas) y por ltimo, el aburrimiento rebelde (los jvenes que incendian autos y rompen vidrieras). Una ltima clasificacin que atiende a sus modalidades, distingue el aburrimiento situacional, semejante al aburrimiento comn de Flaubert, que es aquel que sentimos durante una actividad especifica (esperamos a alguien, escuchamos una conferencia); el aburrimiento de la saciedad (cuando uno tiene demasiado de lo mismo); el aburrimiento creativo, caracterizado no por su contenido sino por sus resultados (nos sentimos obligados a hacer algo nuevo). Y por ltimo, el aburrimiento existencial -otro nombre para el aburrimiento moderno de Flaubert- que es siempre un estado de nimo que nos invade toda vez que nos resulta aburrido el mundo como tal. Teraputica del aburrimiento A menudo no puedo identificar exactamente qu me aburre. Heidegger lo ilustra con una situacin por la cual, quien ms, quien menos, todos pasamos alguna vez: una vez concluida una agradable velada con amigos, vuelvo a casa y me doy cuenta de que, en verdad, me aburr espantosamente toda la noche. El "pasatiempo" no se dio en una situacin, era la situacin. Y la conciencia tarda del aburrimiento es la conciencia del vaco revelado en la toma de conciencia de que podra haber hecho otra cosa durante ese tiempo. En ese escenario, piensa el filsofo alemn, la tarea del aburrimiento es llamar la atencin sobre esta ausencia. Este "tocar fondo", precisamente, puede ser el inicio del retorno hacia una dimensin existencial, haciendo del aburrimiento una experiencia que conduzca hacia la autenticidad. Pese a los esfuerzos heiedeggerianos redentores de ese estado del nimo, se le ha criticado al filsofo que, con su optimismo residual de creer que puede ser superado, permanece preso de la lgica de la transgresin. A la solucin de Heidegger de rescatar el aburrimiento como fuente redentora de sentido, se han contrapropuesto un puado de terapias ms pedestres. Por ejemplo, nos repetimos hasta el cansancio

que el aburrimiento se cura a fuerza de sudor. Sin embargo, quien recurre al trabajo como remedio confunde la desaparicin temporaria de los sntomas con la cura de la enfermedad. Ya Theodor Adorno asoci el aburrimiento a la alienacin en el trabajo, idea ilustrada magnficamente por la clebre escena del clsico Tiempos modernos , donde Chaplin encarna risuea y lcidamente al obrero que, reiterando una y otra vez un nico movimiento, se ha metamorfoseado en una mera prtesis de la mquina, con la cual comparte la ausencia de autodeterminacin en el proceso productivo. Incluso la expresin "tiempo libre" alude al lapso en que no se trabaja, cuando en rigor de verdad no se es ni ms ni menos libre en un tiempo que en otro, ni necesariamente tiene ms sentido uno que otro. Lo que cambia es el rol, en uno somos productores y en el otro, consumidores. Milan Kundera, en La identidad , observa que antiguamente los oficios se ejercan con pasin, el zapatero conoca de memoria cunto calzaba cada uno de los habitantes del pueblo, y cada ocupacin creaba una forma de ser. "Hoy somos todos iguales, mancomunados por nuestra apata compartida hacia el trabajo. Esa apata se ha tornado una pasin. La nica gran pasin colectiva de nuestro tiempo." El trabajo ya no ofrece una respuesta, y cuando parece serlo, es apenas un vano intento de huir del tiempo. Una vez desestimada la cura a travs del trabajo, acaso puede ser superado por un acto de la voluntad? Bien mirado, estimular a quien siente un profundo aburrimiento dicindole algo as como "ponele ganas" es como ordenarle a un enano ser ms alto de lo que es. Porque lo cierto es que el aburrimiento es ms una cuestin de sentido que de pereza, desocupacin o vagancia. La aceptacin En lugar de hacer del aburrimiento, su destino, otros rescataron el ideal filosfico de la ataraxia, esa imperturbabilidad de nimo gracias a la cual alcanzaramos cierto equilibrio emocional, mediante la disminucin de la intensidad de nuestras pasiones y deseos. Lejos de ser malo, proclaman, es un sentimiento natural que nos asalta cuando sentimos que no somos productivos. Pero lo cierto es que si no se tolera cierto grado de ese mal, se vive una vida reducida a huir del aburrimiento. Frente a esa amenaza, y una vez resignados ante el factum del aburrimiento, se dice que en lugar de ser abolido, debera ser incorporado como un dispositivo tan funcional a la psiquis como lo suelen ser el temor, la ira o la indignacin. En una suerte de apologa, lejos de buscar un antdoto, tal vez se trate de hacer del aburrimiento una parte esencial a la condicin humana. Como el nacimiento, el sexo o la muerte, una ms entre las tantas otras por aceptar. O, por qu no, tal vez hasta por celebrar. Reconcilindonos con l, como cuando redescubrimos a un antiguo y entraable amigo de quien, con el tiempo, aprendimos a querer sus defectos. creado por Francisco Morn Hessling en el blog Pensamiento Criticoa las 14:14 del 15-ene-2009